El 'Misterio' de San José. Ayer y Hoy PDF
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La liturgia del rito romano, reformada por Pablo VI, hace justicia a la figura de
san José, como figura única en la historia de la salvación. Se atiende en ella a la
singularidad de la misión que le correspondió a José en el misterio de la
Encarnación redentora.
“Hay que considerar de otro modo esta dignidad, en cuanto es una unión
especial con Dios; la cual unión egregiamente llamaron Santo Tomás y
Cayetano “afinidad o parentesco con Dios”; y de esta manera apenas pueden
compararse esta maternidad divina y la filiación adoptiva entre sí; porque son
de órdenes distintos, y en cierta manera se exceden mutuamente”[7].
¡Es interesante esta reflexión! A partir de ella podríamos decir que es más
bienaventurado José por su fe y acogida de la Palabra de Dios que por haber
engendrado a Jesús, que no fue el caso! Para Suárez José era verdadero Esposo
de María, “padre de Cristo”, cabeza y superior con respecto a la virgen María” y
Jesús estuvo sometido a él.
“Dos son los principios en que se apoya toda la teología de san José: primero,
su unión con María por el matrimonio y, segundo, su ministerio paternal
acerca de Jesús. Son dos, ambos fundamentales, pero no tienen el mismo valor
y primacía… Toda la teología de san José tiene un fundamento primero y
principal: el matrimonio que lo liga con María, la Madre de Cristo… Muy poco
nos cuenta el Nuevo Testamento de la vida y virtudes de san José, pero ha
dicho mucho al llamarle Esposo de la Virgen: “José, su Esposo” y en otro lugar
“Jacob engendró a José, Esposo de María”. Como si dijersen: ¿queréis que os
diga en una palabra quién era José? Hela aquí: era el Esposo de María, la
Madre de Dios”[9].
Pablo VI pedía que se estudie la figura de José para que
“el pueblo de Dios esté en situación de comprender siempre mejor y apreciar el
lugar singular que la Providencia ha confiado a José, en unión con María su
Esposa, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”[10].
Por eso, ha habido intentos serios –y los sigue habiendo- de incluirlo dentro de
la reflexión teológica. De ahí las propuestas de elaboración de una “Josefología”.
Entre los años 70 y 80 del siglo XX hubo un cierto florecimiento de la
Josefología, o reflexión teológica sobre san José; pero en los últimos quince
años de nuevo parece que ha remitido, aunque no cesan de aparecer reflexiones,
artículos y libros sobre san José.
1. José es su nombre
Su nombre es profundamente hebreo: ¡José! En su entorno familiar todos
llevaban nombres hebreos, patriarcales. Eran nombres que evocaban a grandes
personajes del pasado del pueblo. Ahí estaban María –su joven esposa-, Jesús o
Josué –el hijo de su esposa-, Santiago, Joset, Judas y Simón –hermanos del
Señor-. Había –en aquellos tiempos del s. I- hebreos que llevaban nombres
extraños a la historia del pueblo, o nombres helénicos, como Andrés o Tolomé.
José era tan hebreo, como Iñaki es tan vasco. José emerge como un auténtico
descendiente de David, un davídida auténtico. La expresión “José, hijo de
David” aparece en boca del mensajero divino que le es enviado.
José pudo temerse muchas cosas. Las más importante ésta: que una mujer,
como María, que le había sido concedida como esposa en la ceremonia de los
esponsales hebreo, pero con la cual todavía no había celebrado la boda
tradicional o casamiento (¡conducirla a casa!), le fuera arrebatada. ¿Por quien?
Esto es lo extraño: ¡por el mismo Dios! José, hombre justo, muy cercano a Dios,
tuvo que intuir que la mujer que tenía como esposa era “demasiado” para él.
Tuvo que verla muy metida en Dios, como un ser “angelical”, como un cuerpo
“consagrado”. Las dudas de José no tendrían tanto que ver con burdas
sospechas de infidelidad. María no daría nunca que sospechar en ese sentido. El
único contrincante o rival –permítasenos hablar así-, con quien José había de
debatir era el mismo Dios. Su propósito de “retirarse” -¡abandonarla en
secreto!- revela un fuerte estado de angustia.
Pero fue entonces cuando Dios le manifestó a José que también contaba con él y
no solo con María. Contaba con él, en primer lugar, como esposo de María: “No
temas en tomar a María como esposa”. Y, en segundo lugar, quería que
impusiera el nombre al hijo de María, es decir, que lo reconociera como “suyo” y
que durante toda su vida fuera fiel a ese reconocimiento. No se trataba
únicamente, como puede verse, de un precioso gesto de adopción, sino de algo
todavía más fuerte. El niño que asumía como hijo, era el hijo de su esposa del
alma. El mismo Dios-Padre-Madre de ese Niño quería que José apareciera en la
tierra como su “sacramento”, su representante, su vicario. Y José dijo “fiat”,
“hizo lo que el ángel le había dicho”.
El esposo de María lleva su esponsalidad al culmen, haciéndose padre del hijo
únicamente engendrado por María. María y José no tienen vocación dual, sino
única. Estaban llamados a tener un solo corazón, una sola alma, y todo en
común. Dios no quiso para su Hijo un contexto familiar dividido, discriminador,
meramente matriarcal. Todo era en común. José y María, María y José son el
comienzo de una nueva forma de comunión, porque –como decía san Agustín-,
los amores más fuertes son aquellos que “Dios aglutina”. El Hijo de Dios era “la
gracia” del hogar de Nazaret. En él no faltaba la comunión del Espíritu Santo.
3. El excluído
La exclusión de José del misterio santo de la concepción de Jesús es un dato
sumamente extraño, dentro de la cultura y forma de ser del pueblo de Israel.
Rompe el esquema patriarcal que era vigente. Desvaloriza y relativiza la
aportación masculina a la concepción de Jesús. Todo el protagonismo humano
en la concepción de Jesús es colocado sobre María.
Es cierto que José se convierte en esposo de María, por voluntad de Dios. José
hace lo que el ángel le pide (¡el fiat de José!):
“Durante su vida, que fué una peregrinación en la fe, José, al igual que María,
permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fué el
cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer “fiat”
pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José – como ya se
ha dicho – en el momento de su “anunciación” no pronunció palabra alguna.
Simplemente él “hizo como el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 24). Y
este primer “hizo” es el comienzo del “camino de José”. A lo largo de este
camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio
de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer
plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el “justo”
(Mt 1, 19)”[11].
María y José estuvieron prometidos y después se desposaron. Mateo y Lucas,
aunque mencionan expresamente a José como el hombre o marido de María
(Mt 1,16.19-20; Lc 1,27) o como el padre de Jesús (Mt 13,55; Lc 3,23; 4,22; Jn
1,45; 6,42), sin embargo excluyen totalmente a José de la concepción de Jesús.
¡Y esto resulta muy extraño!
Precisamente los dos evangelistas conectan a José con unas largas genealogías.
En estas genealogías que se remontan hasta Abraham e incluso hasta Adán y
Dios, se resalta a cada paso que son los varones quienes “engendran”. Cuando
en la genealogía de Mateo aparecen algunas mujeres, se sigue afirmando lo
mismo: quien engendra es el varón, pero “de” una mujer. Al llegar a José, éste es
excluido totalmente de la generación; la generación recae exclusivamente sobre
su mujer, su esposa, María. Lo único que le cabe a José, según el evangelio de
Mateo, es “poner el nombre” al hijo de María: “Tú le pondrás por nombre Jesús”
(Mt 1,21); en cambio, según el evangelio de Lucas, a José no le es asignada
ninguna función, ni siquiera la de imponer el nombre, pues el ángel le dice a
María: “Tu concebirás, darás a luz y pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31). Más
todavía: de José se afirma que “no la conoce” (Mt 1,25); y la futura madre,
María, dice de sí misma que “no conoce varón” (Lc 1,34).
La exclusión del varón José, como padre real y biológico de Jesús, tanto en los
relatos de la infancia de Jesús, como en la posterior tradición bíblica resulta más
llamativa, cuando se piensa en la importancia del padre dentro de la mentalidad
hebrea. Sin embargo, en los relatos de la infancia de Jesús es la madre, María,
quien asume todo el protagonismo. Jesús es hijo de ella, no hijo de José.
¿Es verdad lo que nos dicen estas fuentes? ¿Es correcta la lectura que descubre
detrás de los textos de Mateo y Lucas la existencia de un hecho real que es la
concepción de María sin concurso de varón?
La credibilidad de estas fuentes de información es para nosotros, los creyentes,
esencial. Prestamos una adhesión cordial a esos libros santos y, sobre todo, a la
comunidad que nos los ha transmitido: a una gran nube de testigos. La Sagrada
Escritura es para el creyente mucho más que un libro: es el santuario de la
Revelación de Dios. Se acerca a él para leerlo “en el Espíritu Santo”. No busca en
él informaciones, conocimientos, sino el contacto con el Misterio de Dios,
revelado en Cristo Jesús. El creyente también sabe que cuando se acerca al
Libro Santo, lo hace unido a miles y millones de creyentes que, a lo largo de
veinte siglos de cristianismo, han experimentado la penetración de la Palabra
hasta lo más profundo del alma.
Podemos decir, por tanto, que este primer acceso al origen de Jesús no dispone
de aquellas pruebas que hoy se exigirían ante un tribunal para dar por cierto un
hecho. No obstante, sí que disponemos de una larga cadena de testimonios a los
que concedemos nuestro asentimiento.
4. El probado
De José, el esposo de María, conocemos sus antecedentes: era descendiente de
Abraham, de David: “hijo de David” (Mt 1,20) o “de la casa de David” (Lc 1,27).
De José se dice que era justo, que era obediente a la Ley santa. Su justicia fue
puesta a prueba. No sabemos exactamente por qué motivo. El capítulo 1 de
Mateo nos permite barajar dos hipótesis: la hipótesis de la ignorancia o la
hipótesis del conocimiento.
Según la primera hipótesis, José ignoraría la causa del embarazo de María; las
sospechas podrían recaer sobre cualquier otra persona; en ese caso, la ley le
permitía restaurar su honor y castigar la injusticia (Deut 22,23-24); pero José
dudaba sobre el modo de hacerlo: el más público (juicio condenatorio) o el más
privado (darle el acta de repudio).
La segunda hipótesis presupone que José supo lo que había ocurrido en María y
el Misterio que en ella tenía lugar. Por eso –asombrado y temeroso de Dios –
habría decidido no hacer posesión suya quien solo pertenecía a Dios. Por eso,
habría decidido separarse de ella.
En cualquiera de las dos hipótesis, la maternidad de María queda colocada en
situación sumamente peligrosa: ¡totalmente desprotegida ante su esposo y ante
la sociedad! Si el esposo no hubiera comprendido su misterio, podría haber sido
apedreada y ejecutada según la ley; si comprendiendo el misterio, hubiera
actuado, la habría dejado sola.
“San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a
la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él
coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es
verdaderamente “ministro de salvación”. Su paternidad se ha expresado
concretamente “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio
de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho
uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para
hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su
vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su
corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que
crece en su casa”. La liturgia, al recordar que han sido confiados “a la fiel
custodia de san José los primeros misterios de la salvación del hombre”,
precisa que “Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y
prudente, para que custodiara como padre a su Hijo, unigénito[12]).
José fue un personaje muy importante en la acogida, protección, formación y
acompañamiento de Jesús. Pero en la experiencia religioso-cristiana de millones
de creyentes de todos los siglos ni José, ni ningún otro varón, ha resultado un
personaje importante a la hora de pensar en el origen humano de Jesús. La
experiencia espiritual , el sentimiento cristiano, ha acogido ciertamente la figura
de José, pero no como padre real de Jesús. ¿Por qué? Hay un sentir común en la
iglesia: José no fue elegido para dar origen a Jesús. Por lo cual nuestra fe
confiesa que Jesús nació de María y ¡sólo de ella!
Ha habido una gran mujer y gran santa que ha entendido de modo muy peculiar
la función de José en el Misterio de Dios. Fue Teresa de Jesús. Ella escribió en el
Libro de su Vida:
José-artesano pasó haciendo el bien; quizá con poco tiempo para dedicarse “a lo
suyo”, pero haciendo lo de los demás como si fuera propio. Por doquier iba
dejando su impronta de cosas bien hechas y no chapuzas. El buen artesano no es
materialista. Sabe que ha sido llamado para reparar los elementos que
utilizamos para vivir y para hacer más fácil y agradable la existencia de los
demás. El artesano es como el médico de las cosas. Su taller como un pequeño
hospital. La bondad de su corazón se plasma en todo lo que hace.
Y José enseñó el oficio a su hijo –el hijo de María-. El taller se convirtió pronto
en escuela, en ámbito transmisor de habilidades. Jesús, tal vez no recordara
cuándo comenzó la primera lección. Tal vez… cuando caminando a gatas por el
suelo se sorprendió ante las virutas, o cuando se quiso tragar un tornillo ante el
espanto de su madre. Poco a poco fue familiarizándose con el trabajo
transformador. El padre le iba enseñando los pequeños secretos que hacen fácil
lo difícil, que dejan su firma única en todo lo que él hace. El padre se convirtió
en maestro, en transmisor de sabiduría, cuando lo adiestraba, cuando lo
corregía o alababa. Los hijos diligentes están en buenas condiciones y en forma
para superar al maestro. Es entonces cuando el padre se muestra orgullos de su
hijo y así se lo expresa a la gente: “No os preocupéis, lo hará muy bien… mejor
que yo!”. En el fondo José pensaría: “Conviene que él crezca y que yo
disminuya!”. Un día el artesano desapareció. Y quedó el hijo. Mejor: el padre
nunca desapareció; su espíritu impregnaba el taller. Jesús será siempre “el hijo
del carpintero”.
8. El estigmatizado
¡Nazaret! taller y parábola, tuvo sobre sí la sombra de la cruz. Muchas lágrimas
bautizaron aquellos trabajos, aquel humilde lugar. Las lágrimas contenidas de
José cuando no entendía qué le estaba sucediendo a María, embarazada de no
sabía quién. Las lágrimas de María, cuando descubría la sombra en el rostro de
José, su gesto triste y angustiado al enterarse de la noticia y sentirse obligado a
separarse de ella. El taller era el refugio, en el que los Tres se defendían de las
habladurías de la gente. Eran una familia estigmatizada. “El Hijo de María”, ¡no
de José! José -dirían- ¡el que no supo mantener su dignidad. ¡Jesús, el hijo
ilegítimo, el hijo de la impureza! -pensaban los paisanos de Nazaret (Mc 6).
Taller de Nazaret, santuario de lágrimas y dolor. Noche oscura que permitió
hacer más esplendorosa la mañana del Reino. Tal vez la desaparición de José
fue una profecía del abandono del Padre en la Cruz. Hubo un Nazaret muy
próximo al Calvario.
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