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pensamiento crítico haitiano contemporáneo
René Depestre
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CUESTIONES DE MÉTODO
El pecado original de la negritud —y las aventuras que han desna-
turalizado su proyecto inicial— provienen del hada que la llevó a las
fuentes bautismales: la antropología. La crisis que ha sufrido la ne-
gritud coincide con los vientos violentos que soplan sobre los céle-
bres tezrenos adonde la antropología —independientemente de que
se reconozca como cultural, social, aplicada estructural, etcétera—,
con sus máscaras negras o blancas, y tiene el hábito de llevar sus
sabias conquistas. El primer reproche que puede formularse contra
las diversas escuelas de antropología es considerar, en el análisis de
los elementos culturales que especifican el metabolismo de nuestras
sociedades, al aporte europeo en un lugar privilegiado. Este ha sido
siempre el modelo ideal de referencia, la medida por excelencia de
todo fermento de cultura y de civilización. Este europeocentrismo
presente en todo llevó a postular una identidad de derecho divino en-
tre el concepto típicamente colonial de “blanco” y el del ser humano
universal. Se aislaron las expresiones de creatividad de los africanos
y de sus descendientes: un amontonamiento heteróclito de africanis-
mos, mórbidamente enquistados en el organismo inmaculado de las
Américas. Dentro de esta óptica racista, las rebeliones de esclavos, los
hechos de la cimarronería política y cultural, la participación de los
negros en las guerras de la primera independencia, su presencia ulte-
rior en las luchas de obreros y campesinos, rara vez eran considerados
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En este texto Martí trata la cuestión racial con tanto rigor y buena fe
como sus brillantes contemporáneos de “color”: Antonio Maceo, Juan
Gualberto Gómez, Anténor Firmin, Louis Joseph Janvier, Edmond
Paul, Fréderick Douglass, Hégésippe Légitimus, y otros. Se sabe de los
vínculos de sangre intelectual y mambí que unían a Martí y Maceo en
su misma pasión por la primera liberación de Cuba y de las Antillas. Se
sabe menos que Martí conocía y admiraba a Anténor Firmin y a Fréde-
rick Douglas, el haitiano y el norteamericano de fines del siglo pasado
que hicieron el máximo por rehabilitar su “raza”. La estimación que
tenía Martí por el pueblo haitiano y sus producciones intelectuales debe
subrayarse igualmente porque ella corta radicalmente con las leyendas
y los estereotipos difamatorios que, en la misma época, la Europa y la
América de Gobineau y de Spencer propagaban con complacencia so-
bre nuestro país para provocar la risa a costa de sus desgracias.
Haití es una tierra extraña y poco conocida, con sus campos ri-
sueños como quien dice en la soledad de las flores de oro del África
materna; y ella tiene gentes tan instruidas que puede afirmarse sin
que los labios ardan de pasión que esta mitad de isla volcánica ha
producido tanta poesía pura, libros sobre finanzas, jurisprudencia y
sociología como cualquier país europeo de igual población o cual-
quier república blanca hispanoamericana. No decirlo aumentaría la
mentira y el temor.
A los ojos de Martí todos los hombres son “de color”. Es lo que po-
demos deducir, sin forzar su pensamiento, de un pasaje de su célebre
Manifiesto de Montecristi, cuando denuncia la pretendida “amenaza
que significaría la raza negra para Cuba”, y precisa: “Cubanos hay ya
en Cuba de uno y otro color [subrayado por nosotros, R. Di] olvidados
para siempre —con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos
se gradúan— del odio en que los pudo dividir la esclavitud.”
Hay en Martí una premonición precoz de los temas de comba-
te que serán en este siglo los de los mejores poetas negros. Su pen-
samiento sobre el problema racial marcó una ruptura total con los
prejuicios difundidos universalmente a su alrededor. Él anunciaba la
revolución que Nicolás Guillén debía realizar en la poesía cubana y
americana. Treinta y cinco años antes que el autor de los Motivos de
son, Martí hablaba de sus deseos de un tiempo fraternal en que en
Cuba “uno y otro color” dejaran de ser elementos de discordia social
y “racial”:
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En la patria de mi amor
Quisiera yo ver nacer
El pueblo que puede ser,
Sin odios y sin color.
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Firmin formuló con humor la opinión que los espíritus más cultos de
su tiempo tenían de la antropología que suministraba armas y argu-
mentos atractivos a las ideologías del imperialismo naciente:
... Sí, como una cortesana caprichosa, ella ha guardado todos sus favores,
para hacer con ellos una aureola alrededor de la frente iluminada de los
Morton, Renán, Broca, de los Carus, de Quatrefages, Buchner, de Gobi-
neau, toda la falange arrogante y orgullosa que proclama que el hombre
negro está destinado a servir de gradas al poderío del hombre blanco, yo
tengo derecho a decirle a esta antropología mentirosa: “No, ¡tú no eres una
ciencia!” En efecto, la ciencia no se hace para el uso de un cenáculo cerra-
do, que fue tan grande como Europa entera más una parte de América. El
misterio que conviene al dogma lo ahoga; envileciéndolo.
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Es, ante todo, el combate por la existencia nacional lo que levanta el blo-
queo de la cultura, lo que le abre las puertas de la creación. [...] ¿Qué
relaciones existen entre la lucha, el conflicto —político o armado— y la
cultura? [...]. Nosotros pensamos que la lucha organizada, y consciente,
emprendida por un pueblo colonizado, para restablecer la soberanía de la
nación, constituye la manifestación más plenamente cultural que existe.
Con una óptica cercana, Firmin estima que el acceso de Haití, “resto
brillante del archipiélago de las Antillas”, a la responsabilidad nacio-
nal, después de una larga lucha armada de liberación, debía apor-
tar argumentos decisivos a todos los abolicionistas del siglo pasado:
Humboldt, el abate Gregorio, Schoelcher, Ruy Barbosa, Joaquim Na-
buco, Wendell Phillips, Wilberforce, John Owen, Blummenbach, Bory
de Saint-Vincent, Víctor Hugo, Lamartine, y otros.
La revolución haitiana permitió igualmente a los negros, cuando
sufrían el martirio, tomar una nueva percepción de sí mismos y co-
menzar a destruir los clichés infamantes de la colonización.
A los ojos de Price como a los de Firmin, la sola personalidad de
Toussaint Louverture bastaría para revalorizar para siempre la raza
negra y para salvarla “de la absurda acusación de inferioridad que se
obstinan en infligirle”. Firmin dejó de Toussaint un retrato que es un
clásico de la libertad de los hombres. Después de los elogios tan mere-
cidos del héroe americano de Haití, él exclama:
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Que otros vean ahí la ferocidad, sin considerar para nada los crímenes
atroces cometidos por sus adversarios, y que transformaban los suyos en
simples represalias, solo será prueba de parcialidad que falsea la voz de la
historia y roba su majestad. Para nosotros, hijos de aquellos que han su-
frido las humillaciones y el martirio de la esclavitud, no es posible ver allí
sino la primera manifestación del sentimiento de igualdad de las razas, del
cual Dessalines continúa siendo la personificación simbólica en Haití. Hay
que honrar la memoria de este hombre de hierro que unió a una valentía
sin igual el temperamento del justiciero y el heroísmo del libertador.
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... Si, en una pequeña nación, dijo él, que no ha tenido jamás la protección
de ninguna potencia civilizada, que, por el contrario, ha marchado siem-
pre expuesta a toda suerte de dificultades interiores y exteriores, vemos
manifestarse una inteligencia capaz de afrontar todo género y órdenes del
conocimiento, ¿no nos obliga esto a convenir con el hecho patente de la
igualdad moral e intelectual de todas las razas humanas? [...]. Pasemos,
pues, a ver lo que i han podido hacer, en las altas regiones del espíritu, los
bisnietos de los africanos desterrados de la Costa de Oro, de Dahomey, del
país de los ararás, de los mandigas, de los ibos y de los congos, para ser
tirados en Haití cubiertos de cadenas y maldiciendo su destino.
En cuanto a M. Janvier, él solo bastaría para probar hasta qué punto la in-
teligencia del hombre negro puede elevarse en las altas regiones del espíri-
tu [...]. Nadie mejor que él para dar un mentís formal a todas las doctrinas
que tienden a establecer una jerarquía fundada en la diferencia intelectual
de las razas humanas.
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bien el carácter del híbrido que el del mestizo. Un hecho tan excepcional
no podría ser erigido en regla general; y uno se pregunta qué sería de una
nación compuesta de Alejandro Dumas, aún de Alejandro Dumas hijo.
De José Martí, igualmente, yo no sé quién dijo una vez que era moral-
mente un negro. Desde hace mucho tiempo el humor popular haitiano
ha cortado por lo sano con las supersticiones raciales, al llamar negro,
en la lengua criolla, a todo miembro de la especie humana, del haitia-
no al sueco, del esquimal al anamita, del indio al polinesio.
Al confrontar a Anténor Firmin con las ideologías de su época, y
aun con las de nuestros días, nos damos cuenta de que él era, desde
todo punto de vista, un digno contemporáneo de José Martí, de An-
tonio Maceo, de Juan Gualberto Gómez o de Máximo Gómez; que
lo era también de Frédérick Douglass, de Gerville Réache, Hégésip-
pe Légitimus, Machado de Assís, Tobías Barreto, Cruz e Souza, Luis
Gama, Paul Laurence Dumbar; Eugenio María de Hostos, José En-
rique Rodó, Justo Sierra, José Vasconcelos, Antonio Caso, Candela-
rio Obeso, Rubén Darío, y otros negros considerables de su mestizo
tiempo americano; son sus compañeros de este continente criollizado.
En el saber antropológico de Anténor Firmin, como en el de José
Martí, se encuentran las primeras rampas de lanzamiento del “caliba-
nismo” intelectual antillano. Es Firmin quien estructuró la primera
declaración de independencia cultural de los haitianos y de los negros
de América frente al europeocentrismo conquistador del siglo XIX. Él
la hizo cuarenta y tres años antes de la otra declaración de identidad,
que se producirá en 1928. Así habló el Tío, de Jean Price-Mars, en
respuesta a la ocupación de Haití por la infantería de marina de los
Estados Unidos de América del Norte.
La visión que Firmin tuvo del papel desempeñado por Haití ayu-
dó, sin lugar a dudas, a la generación que le sigue inmediatamente
—Massillon Coicou, Amédée Brun, Fernand Hibbert, Frédéric Mar-
celin, Justin Lhérisson, Antoine Innocent, Pauléus Sannon, Occide
Jeanty, y otros—, a articular mejor la poesía, la novela, el teatro, el
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El aporte del negro, venido como esclavo, casi como una mercancía, pare-
ce aún más insignificante y más negativo. El negro trajo su sensualidad, su
superstición, su primitivismo. Él no estaba en condiciones de contribuir a
la cultura, sino de obstaculizarla más bien bajo el influjo áspero y vital de
su barbarie.
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Es imposible ver, dice él, en el prejuicio de color otra cosa que una ex-
presión ideológica del antagonismo de clases, el cual refleja, por su parte,
las contradicciones del sistema de producción. Es esta doble imbricación
dentro de la infraestructura económica lo que hace molesto, para un obser-
vador superficial, el análisis de un fenómeno que parece, a primera vista,
depender únicamente de la sicología.
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... Como en las Antillas se sentía vergüenza de ser negro, se buscaba todo
tipo de perífrasis, para designar a un negro. Se empleaba la palabra noir en
lugar de nègre, se decía un hombre moreno y otras tonterías por el estilo
[...] tomamos, pues, la palabra negra como una palabra reto. Era un nom-
bre de desafío. Era un poco la reacción de un joven encolerizado. Como ha-
bía vergüenza de la palabra nègre, pues retomamos la palabra nègre. Debo
decir que cuando fundamos L’Estudiant Noir, yo quería en realidad llamar-
lo L’Etudiant Nègre, pero hubo una gran resistencia por parte del círculo
antillano Algunos pensaban que la palabra nègre era demasiado ofensiva,
demasiado agresiva; fue entonces que me tomé la libertad de hablar de ne-
gritud. Había en nosotros una voluntad de desafío, una afirmación violenta
en la palabra nègre (negro) y en la palabra negritude (negritud).
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las islas y, al propio tiempo, el que da una expresión más genérica y univer-
sal, el que logra, por la posesión de la Europa más cercana una resonancia
más fiel y más actual ¿Cómo si no por la vía del mulatismo puede lograrse
esto? Nuestras masas de blancos, indios y negros —agobiadas todavía por
la soldadesca y el pintoresco turismo que Guillén denuncia y sacude— en-
cuentran ahora, por la acción de un poeta grande, los relieves más eficaces
de su propia voz.
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