23 Guia Industrializacion en Colombia Ii

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ESTRATEGIAS DE ENSEÑANZA Y EVALUACIÓN

CODIGO: GAR071 V: 00.03.13 Página 1 de 1

Área/Asignatura CIENCIAS SOCIALES Grado 8 Periodo III Consecutivo CS0-32


GUÍA INDUSTRIALIZACION
Docente ANDREA TIMARÁN D. Actividad
COLOMBIA SIGLO XIX

DESEMPEÑO: Analiza el papel de los avances tecnológicos y los procesos de industrialización para el desarrollo y el crecimiento de las
ciudades de Colombia ((Educación económica y financiera, Cátedra de la Paz y propuesta pastoral ODS 8 y 9)
Analiza las consecuencias de los procesos de industrialización en Colombia. (Educación económica y financiera,
Cátedra de la Paz y propuesta pastoral ODS 9)

INDICADORES DE DESEMPEÑO: identifica el proceso de transformación de la economía colombiana del siglo XIX hacia la Industrialización, y
analiza su influencia para el desarrollo económico del país.
Analiza y asume una posición crítica sobre las consecuencias de la industrialización en Colombia.

SABER: Los avances tecnológicos en el desarrollo económico de Colombia


Procesos de industrialización (crecimiento de las ciudades y diversificación económica)
La planeación y la gestión de territorio
Los problemas ambientales derivados de los procesos de industrialización de Colombia

EXPLORACION: Pretendemos conocer las ideas de las cuales partes como estudiante. Tienes el protagonismo. Escribe y habla sobre tus ideas.
ACLARACION: vamos a partir del tema anterior, que fue el colonialismo en la Nueva Granada, y todo el proceso de la formación del Estado
colombiano
Documentación y Profundización: Ahora tienes la posibilidad de revisar y profundizar en lo planteado desarrollando la siguiente lectura:

INDUSTRIALIZACION EN COLOMBIA
Después de la independencia política de Colombia, uno de los desafíos más importantes que debió enfrentar el naciente
país, fue el de orientar su desarrollo económico y buscar el bienestar para su población. En ese contexto, cobró especial
significado el proceso de crear un escenario propicio para el crecimiento empresarial y la generación de riqueza para la
sociedad. Para ello, tanto las condiciones generadas por el Estado, como las iniciativas de empresas privadas, condujeron
a que el país explorara diferentes alternativas y diferentes industrias, que lograran un mejoramiento en el sector
económico.
Recordemos los antecedentes de la economía minera de la colonia, los auges exportadores del siglo XIX centrados en el
añil, la quina y el tabaco hasta la aparición de la bonanza del café y su consolidación como principal producto de
exportación durante buena parte de nuestra historia. En esa expansión empresarial fueron determinantes las vías de
comunicación y por ello se presenta también una mirada a la infraestructura que se centró en los ríos, los caminos y los
ferrocarriles para luego pasar a innovaciones tecnológicas de otro orden como el telégrafo y el teléfono, además de otros
servicios esenciales en el ámbito económico como los financieros (bancos) y los de tipo público, entre ellos el acueducto
y la energía. Además incluye una serie de eventos esenciales en el desarrollo industrial colombiano de la segunda mitad
del siglo XIX y en las primeras décadas del XX: El café, el algodón, el tabaco, el banano, la ganadería, los textiles, las
bebidas, la aviación, el hierro, el caucho, el petróleo, la telegrafía, así como las empresas culturales, todo esto en el
contexto de los procesos sociales en los que se desarrollaron.

La industria colombiana, es decir, en sentido técnico, “el proceso de transformación de materias primas que supera las
meras necesidades domésticas, y que son transformadas en productos gracias al uso de maquinaria y está destinado a un
gran mercado”, tuvo varios nacimientos y varias muertes antes de su consolidación decisiva.
Así, concentradas en Bogotá, emergieron entre las décadas de 1830 y 1850 fabriquitas de loza, ácido sulfúrico y tejidos
de algodón, que aprovecharon la fuerte pendiente de los cerros para mover tornos y telares mediante la energía
hidráulicas (Energía producida por la fuerza del agua) de ruedas de paleta. Este primitivo esfuerzo murió casi en la cuna,
al no poder superar las trabas naturales de su dependencia de la abundancia o escasez de aguas, unido a la competencia
desigual con los productos extranjeros de superior calidad.
Un segundo parto, de mejores resultados, fue el de la producción de hierro, cuyo origen se confunde con las batallas de
independencia, en la búsqueda de minerales de plomo y hierro para fabricar municiones y cañones con los cuales
enfrentar la reconquista española. Empezó a surgir, entonces, el sector de las ferrerías, es decir, las pequeñas fábricas de
hierro con altos hornos, martinetes, refinación y fundición de hierro, primero en la población de Pacho (Cundinamarca)
en 1827, donde la instalación de esta empresa, necesitó de la inversión de capital inicial de asociaciones como las dueños
de las minas de sal, esmeraldas, oro y plata, y del comercio. Pronto el negocio se consolidó, atrajo capital extranjero, y
fue objeto de varios intentos de apoderarse de él, por parte de empresas privadas y extranjeras.
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Promisorio, el pequeño sector de hierro se diversificó regionalmente con la


ferrería de Samacá (Boyacá) en 1856, la de La Pradera (Boyacá) en 1860 y la de
Amagá (Antioquia) en 1865, donde "iron-masters" ingleses traídos a Pacho o
ingenieros franceses aportaron su conocimiento. El mercado del hierro nacional
pareció consolidarse, aunque la dependencia de la energía hidráulica determinó
que los altos hornos permanecieran apagados a veces hasta seis meses. El vapor
sólo llegó en la década de 1880 a Samacá y La Pradera, quizá un poco tarde,
porque la vinculación estratégica entre este sector siderúrgico y su principal
cliente, los ferrocarriles, nunca se dio. Los primeros rieles nacionales, se
fabricaron ciertamente en La Pradera en 1884. Sin embargo, como los
yacimientos de hierro nunca fueron objeto de una exploración geológica estricta del territorio, para determinar su calidad
y su cantidad, el hierro producido resultó rechazado por el gran consumidor, que exigía acero para rieles y equipos en vez
del quebradizo hierro. Las ferrerías se fueron cerrando y sucedió que los altos hornos tuvieron una vida útil más larga que
los yacimientos, cuando lo lógico hubiera sido lo contrario.
Si el país no alcanzó la revolucionaria asociación entre carbón, hierro y ferrocarriles, acumuló en cambio experiencias. Los
ferrocarriles fueron creando la infraestructura necesaria para un gran mercado interior, del que carecieron las ferrerías;
además, las máquinas empezaron a ser movidas ya no por primitivas ruedas hidráulicas ni por incómodas máquinas de
vapor, sino por versátiles motores y dinamos eléctricos. Surgieron, así, experiencias industriales aisladas como Bavaria,
primero en Santander y luego en Bogotá; fábricas de tejidos y astilleros navales en la Costa Atlántica y fabriquillas de
productos de primera necesidad en Medellín, Cali y Bucaramanga.
El quinquenio (período de gobierno de 5 años) del presidente Rafael
Reyes protegió decididamente este esfuerzo interno, pero fue la década
de 1920 (Siglo XX) la decisiva. Como en Europa, el primer grito del
capitalismo industrial fue la generalización del trabajo femenino e infantil,
concentrándose un efectivo importante de obreras en Medellín, en
empresas como Coltejer, Textiles de Bello y Frabicato, que empezaron a
especializar y a disciplinar su mano de obra, con la ayuda de la Iglesia
católica. Esta disciplina dentro y fuera del trabajo tampoco faltó en
Bogotá, donde los obreros fueron obligados a mantener sus ahorros en
cajas y sociedades mutuarias.
Condiciones inexcusables para este nacimiento fueron la consolidación
del Estado con administración fija, o sea, un gobierno estable,
funcionarios especializados y derechos políticos, de una parte, y juristas y abogados que interpretaron y emplearon
racionalmente el derecho para los contratos, de otra. Numerosos abusos y litigios se presentaron en la transición del
trabajador agrícola a la ciudad, haciendo necesarios los inspectores de trabajo que visitaban las empresas, constataban
las normas de seguridad y presentaban informes escritos que eran analizados por los abogados. No por casualidad, un
embrión de código del trabajo surge en esa misma década.
Asegurados una disciplina del trabajo, un Estado y un derecho racionales, y una organización empresarial del trabajo, otro
hecho definitivo para el nacimiento de la industria colombiana fue el rompimiento de las trabas naturales que impedían
el movimiento continuo de máquinas y equipos y una oferta permanente. No fue coincidencia que los mismos empresarios
que fundaron las primeras fábricas se unieran para crear las primitivas empresas de energía eléctrica, tal como aconteció
en Bogotá y Medellín, donde los fundadores de Cementos Samper o Coltejer crearon empresas para autoabastecerse de
electricidad y vender sus sobrantes. Pero fue en el occidente colombiano, en Antioquia, donde se echaron las raíces del
sector hidroeléctrico, con grandes centrales y amplios sistemas de conducción, del cual depende aún en gran medida todo
el territorio nacional.
A esta última experiencia está asociada la condición final del surgimiento de la industria: su organización y funcionamiento
ya no dependen de lazos estamentales, sino del concepto profesional. El ingeniero emerge en la industria colombiana con
una autoridad indiscutida, basada más en la técnica que en la ciencia. La creación de una empresa industrial ya no es fruto
de la especulación o de la aventura, sino de un estudio previo de yacimientos y materias primas, del mercado y de la
técnica. Así se planearon las empresas del sector de cementos en el centro del país y en Antioquia, con fábricas como
Cementos Samper, Diamante y Argos. Yacimientos calcáreos, carboníferos, ferrosos e incluso petroleros fueron objeto de
misiones de geólogos alemanes y norteamericanos.
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Mano de obra disciplinada, técnica, racional, mercado interior asegurado por


la red ferroviaria y carretera, derecho laboral primitivo, Estado proteccionista
y organización empresaria del trabajo: todos estos elementos se combinaron
únicamente en la década de 1920. De este período data la fundación y la
consolidación de esfuerzos nacionales que aún sobreviven: Fabricato,
Coltejer, Bavaria, Cementos Diamante, ingenios Providencia y Riopaila,
Cervecería la Libertad (después Cervecería Unión), y de proyectos del capital
internacional, como la Tropical Oil Company. La mano de obra fabril, por
último, empezó a conformarse cada vez menos con la promesa de la
bienaventuranza eterna, en la que la Iglesia Católica basaba sus enseñanzas, y creó sus primeros sindicatos e inició
huelgas, como la de las obreras de la fábrica textil de Bello, en 1920. Las relaciones obrero-patronales fueron entrando,
así, en el terreno del cálculo y de la previsión.

PALABRAS CLAVES:
Ferrerías: industrias donde se fabrica el hierro
Acero: Aleación de hierro con pequeñas cantidades de carbono y que adquiere con el temple gran dureza y elasticidad.
Dinamos eléctricos: Máquina para producir energía eléctrica
Litigios: enfrentamiento judicial que da lugar a un juicio
Código del trabajo: es un compendio de normas que regula las relaciones entre los trabajadores y empleadores,
Fabril: de la fábrica, o que tiene relación con ella

Tomado de:
https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-151/el-nacimiento-de-la-industria-colombiana

Crónica de los días en que 400 obreras al mando de Betsabé Espinal paralizaron la Fábrica de Tejidos de Bello
Hace 100 años en Bello, Antioquia, tuvo lugar una de las huelgas obreras más significativas de la historia sindical
colombiana, no sólo porque paralizó por tres semanas el principal emporio textil de ese momento: la Compañía
Antioqueña de Tejidos, mejor conocida como la Fábrica de Tejidos de Bello; sino porque quienes la impulsaron y sacaron
triunfante fueron cerca de 400 mujeres obreras, en una época en que el rol social de la mujer no era precisamente el de
ir por ahí promoviendo protestas y alborotando el cotarro, pues se entendía que su lugar natural era el hogar y la sumisión
uno de sus valores preclaros. El “sexo débil”, mejor dicho.
La historia dice que entre 1919 y 1920 hubo en Colombia 33 paros de trabajadores que buscaban mejorar sus condiciones
laborales. Pero eran paros desorganizados, más cercanos a la asonada y el motín, porque para entonces el sindicalismo
apenas se estaba formando. Los paros más sonados fueron los de los artesanos de Bogotá, los mineros de Segovia, los
ferroviarios del Magdalena, y los sastres y zapateros de Medellín, Caldas, Manizales y Bucaramanga. O sea todas
protagonizados por hombres, porque era inconcebible un paro de mujeres.

El paro de las obreras de Bello fue el primero que se identificó con el rótulo de “huelga”, y, al igual que los paros
precedentes, éste fue espontáneo, surgido de la desesperación de las obreras ante el maltrato y la explotación, rayana
con la esclavitud, a la que eran sometidas Y la lideró una tal Betsabé Espinal, hasta ese momento una anónima obrera de
24 años de edad a quien sus compañeras respetaban y acataban por su talante decidido, don de
mando y recio carácter.
Pero antes de avanzar en el relato de aquel suceso, es pertinente ubicarlo en su contexto histórico,
y decir que aquella fue una época de iniciación industrial. Con el siglo XX estaba naciendo en
Colombia la gran industria manufacturera, con epicentro importante en
Antioquia, donde era normal que las fábricas emplearan mujeres y niños como mano de obra sumisa
y barata. Es decir, el mismo esquema fabril que primó durante la revolución industrial de la Europa
del siglo XIX.
Y esa irrupción de mano de obra femenina en las factorías fue un fenómeno socialmente
importante, tanto que para 1920 el 73% de la fuerza obrera en el Valle de Aburrá la conformaban
mujeres, solteras en el 85% de los casos; e igual proporción se daba en las trilladoras de café y en las fábricas de cigarrillos,
oficios en los que las familias campesinas encontraron una buena opción laboral para las hijas solteras, porque la sociedad
clerical de entonces no veía bien que por trabajar en las fábricas las mujeres casadas descuidaran su familia y su sagrada
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misión de amas de casa. “La fábrica es enemiga de las mujeres, enemiga de su cuerpo, de su alma, agotador de su salud y
envenenador de su virtud”, rezaba una publicación católica.
La Fábrica de Tejidos de Bello fue la primera textilera a gran escala que nació bajo el modelo Manchesteriano. La fundó
en 1904 Emilio Restrepo Callejas, uno de los empresarios pioneros de la Antioquia de entonces, además concejal de
Medellín, reconocido latifundista y promotor de extensos cultivos de algodón y caña de azúcar. Pero sólo hasta 1908 pudo
la fábrica empezar a funcionar, después de una inyección de capital. Y desde el principio sus telares emplearon mujeres,
muchas de ellas niñas entre 13 y 15 años. Para 1920, cuando estalla la huelga, ocupaba unas 400 mujeres y 110 hombres.
Las obreras vivían en un ambiente casi conventual, porque al amparo del prurito paternalista de los industriales
antioqueños nació una institución bastante curiosa y emblemática: los patronatos obreros, que eran casas-dormitorios
para las trabajadoras solteras, administradas por monjas. En estos patronatos se modelaba la conducta moral y laboral
de las obreras, y se vigilaba que no fueran influenciadas por la perniciosa ideología socialista que llegaba de Europa,
inspirada en la Revolución Soviética. Un dato que habla del “espíritu” de estos patronatos es que el Día del Trabajo lo
celebraban el 4 de mayo, con misa campal y velada recreativa dentro de las fiestas a la Virgen María, y no el 1º de mayo,
fecha celebrada por las organizaciones obreras de tendencia revolucionaria. Un año atrás se había fundado el Partido
Socialista.
Las razones de la huelga
Dependiendo el oficio que realizaran, el salario de las obreras en la fábrica de don Emilio oscilaba entre $0.40 y $1.00 la
semana; mientras los hombres, por hacer el mismo oficio, ganaban entre $1.00 y $2.70. Un trabajador de construcción
ganaba entre $3 y $3.60 semanales, lo que da idea de la explotación que pesaba sobre las obreras. Esto porque una idea
aceptada socialmente era que el salario femenino constituía un ingreso familiar complementario, y eso justificaba su
diferencia con el de los hombres.
Por eso la exigencia de un salario igual fue el primer punto en el pliego de peticiones de las obreras en huelga; lo mismo
que la revisión del sistema de multas, pues ocurría que las multaban por llegar tarde, por estropear accidentalmente una
lanzadera, por enfermar sin previo aviso, por distraerse en el trabajo, o por cualquier minucia que al capataz se le antojara.
E incluso hubo denuncias de multas por negarse a acceder a las solicitudes sexuales de los capataces de la fábrica; y lo
contrario: veladas dádivas por aceptarlas.
Precisamente el cese del acoso sexual fue otro punto central del pliego; y en ese sentido el supervisor Manuel Velásquez,
hombre de escasa estatura, delgado y padre de 5 hijos, encarnaba el odio mayor de las obreras. 5 de ellas lo acusaron de
forzar su despido por no acceder a sus pretensiones, y de ser el culpable de que una de ellas estuviera interna en la “Casa
de las arrepentidas”, que era donde expiaban su culpa las mujeres violadas y deshonradas.
Una tercera exigencia era reducir la jornada de trabajo, que se extendía de 6 de la mañana a 6 de la tarde, con una hora
para la ingestión de alimentos. Asimismo, exigían que se mejoraran las condiciones higiénicas en los galpones de trabajo
y se aboliera la prohibición de asistir calzadas, pues don Emilio tenía la idea absurda de que las obreras perdían tiempo y
se retrasaban tratando de no embarrarse los zapatos en el trayecto hacia la fábrica, de modo que lo mejor era que fueran
descalzas. Además, decía, era una manera de conservar la uniformidad de las obreras dentro de la fábrica, pues la mayoría
eran campesinas habituadas a andar a pie limpio, y era penoso ver a unas calzadas y a otras no.
Otro punto del pliego en el que hicieron harto hincapié, fue que se acabara la vigilancia cerril, las ofensivas requisas a la
salida de la fábrica, y el trato despótico por parte de Jesús Monsalve y Teódulo Velásquez, los dos administradores. De
Monsalve, por ejemplo, decían que era tirano y grosero de palabra, acusación de la que él se defendía aduciendo que si
estaban descontentas era porque estaba cumpliendo bien con su deber.
En tal sentido es elocuente la carta que Carlos E. Restrepo, ex presidente de Colombia, le manda a Emilio Restrepo, en la
que se lee: “Bastante numerosas me parecen las horas de trabajo asignadas a las obreras de Bello y demasiado rígidas las
condiciones en que lo hacen, especialmente si se mira el trabajo de las mujeres y los niños y las malas condiciones
fisiológicas de nuestros trabajadores. Creo que ese camino si se extrema trae el anarquismo como consecuencia forzada y
de ellos son los conatos de huelga que usted habla y que empiezan con nuestra primera fábrica”.
La huelga y la figura de Betsabé Espinal
En realidad las obreras venían intentando la huelga de tiempo atrás, e incluso en una ocasión paralizaron una sección de
telares, pero fracasaron porque los administradores encontraron quien las reemplazara. Pero el 12 de febrero de 1920 el
lance fue a otro precio. Ese día, antes de las 6 de la mañana, las líderes del movimiento se pararon en la puerta de la
fábrica para convencer al resto de obreras y obreros de que no ingresaran. La totalidad de las mujeres acataron la orden
y no entraron, pero los hombres fueron reacios y en su mayoría ingresaron, por lo que fueron blanco de las burlas
inmisericordes de las obreras, quienes no sólo les gritaban cobardes sino que los incitaban a cambiarse los roles: que ellos
se pusieran las faldas y ellas los pantalones. “Pollerones pendejos”, les gritaban.
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Entre las que se pararon en la puerta a instigar la huelga estuvieron Teresa Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo,
Teresa Piedrahita, Matilde Montoya y Betsabé Espinal, la más fogosa y decidida de todas, por lo que desde ese mismo día
se erigió como la líder de la protesta y la que organizó a sus compañeras en comisiones. Y ante ellas de nada valieron las
amenazas de los capataces ni los ruegos del cura de la parroquia, quien llegó a los pocos minutos para tratar de convencer
a las obreras de que terminaran esa locura y regresaran al trabajo.
Y tampoco cedieron al día siguiente, cuando ya fue el alcalde de Bello y las autoridades eclesiásticas de Medellín quienes
llegaron a tratar de convencerlas. Por el contrario, para ese momento la huelga se había generalizado y los poquitos
obreros hombres que quedaron en la fábrica apenas alcanzaban para aceitar las máquinas y asear el edificio.
El tercer día, en el tren de las nueve de la mañana, una delegación encabezada por Betsabé viajó a Medellín a buscar
solidaridad y a poner en conocimiento de la prensa la naturaleza de su movimiento y su pliego petitorio. Estuvieron en la
Gobernación de Antioquia y en las sedes de los periódicos El Espectador, el Correo Liberal y El Luchador. “No tenemos
ahorros para sostener esta huelga, solo tenemos nuestro carácter, nuestro orgullo, nuestra voluntad, y nuestra
energía”, fueron las palabras de Betsabé que al día siguiente salieron publicadas en la prensa.
Betsabé, a quien una foto de aquel año muestra como una mujer cejona y bien plantada, tenía 24 años en ese momento.
Había sido bautizada en la iglesia Nuestra Señora del Rosario de Bello en 1896, y por ser “hija natural” tomó el apellido
de su madre: Celsa Espinal (que no Espinosa como erróneamente se ha difundido).
De su vida se conocen muy pocos datos. Se sabe que era muy hábil en el oficio del hilado y buena hija, dedicada por
completo al cuidado de su madre. Y la razón de que hoy sepamos tan poco es que no tuvo más hermanos y tampoco
nunca se casó, por lo que no dejó descendencia. De ella se sabe por el protagonismo que tuvo en aquella huelga, en la
que su nombre estuvo en la mira de los periodistas. Uno de ellos escribió: “Surge una mujer de nombre bíblico a encabezar
un movimiento huelguista, el primero, el único de alguna significación que ha podido llevarse a cabo en la tierra más
impropia para las huelgas: Antioquia”. Otro le dio connotaciones de una Juana de Arco criolla, y otro más la definió
como “una esclava rebelde, una mujer iluminada”.
Pero quien más se ocupó de la huelga y de la figura de Betsabé fue un cronista de El Espectador que firmaba con el
seudónimo El Curioso impertinente, quien en el lenguaje florido del periodismo de la época escribió: “Honor a esos cientos
de mujercitas que han tenido la locura galante y fértil de confrontar la resistencia y furia del capital, sin más equipaje que
una buena porción de rebelión y dignidad… Cómo no secundarlas si son heraldos de una provechosa transformación social,
si pueden ser las primeras víctimas ineludibles de toda revolución que se inicia”. Y en otra crónica describió el ambiente
festivo que se vivía en torno a la fábrica de Bello, donde se ven “cuadros pintorescos de grandes grupos de obreras y
obreros que cantan, bailan, juegan y dan vivas a la huelga, mientras los policías que vigilan están tan desocupados como
ellos”.
Y por esa vía la huelga se volvió comidilla pública y generó una enorme simpatía entre la gente, no sólo de Bello sino
también de Medellín. Tanto que una semana después, por iniciativa de los periódicos El Espectador y El Correo Liberal, ya
se había conformado en Medellín un Comité de Socorro para recoger víveres y dinero para las huelguistas, y los
estudiantes de medicina de la Universidad de Antioquia hicieron su propia colecta. Es más, una fábrica de tejidos de
Medellín se ofreció a sostenerlas para que no cedieran, durante dos meses de ser necesario.
Logros y alcances de la huelga
Después de 21 días de parálisis, y gracias a la mediación de algunos empresarios y las autoridades departamentales, e
incluso del mismo arzobispo de Medellín, Emilio Restrepo finalmente cedió a todas las exigencias de las obreras y eso, el
4 de marzo, marcó el fin de la huelga. Se acordó un aumento salarial del 40%, regulación del sistema de multas, jornada
laboral de 10 horas y más tiempo para el almuerzo, permiso para ir calzadas a la fábrica, y el despido fulminante
del “acosador” Velásquez y los dos odiados administradores.
Para ratificar el acuerdo, una delegación de obreras encabezada por Betsabé Espinal se dirigió a las oficinas de la empresa
en Medellín. En la estación del tren las recibió una multitud de unas 3 mil personas que las acompañó en el trayecto, en
el que, según la crónica periodística, hubo hasta insolados. Después la delegación fue objeto de varios homenajes, como
la corona de laurel que pusieron en cabeza de Betsabé, quien en esta ocasión, encaramada en un taburete, pronunció un
discurso memorable. Y más tarde los estudiantes de medicina le ofrendaron una serenata.
Por su parte El Curioso Impertinente, quien para entonces ya era un declarado fanático de las huelguistas, escribió un
elogio de este tenor: “El triunfo de esta causa ha sido, pues, completo. Por eso batimos nuestras palmas entusiastas a
esas heroicas y viriles mujeres de Bello, que han dado un altísimo ejemplo de valor a Medellín, a Antioquia y a Colombia”.
La huelga de Bello fue un hito en la historia del movimiento obrero colombiano; marcó una ruptura con la tradición de
damas que sumisa y silenciosamente eran carne de explotación laboral y acoso sexual en las fábricas. Con esta huelga no
sólo se dignificaron como obreras y como mujeres, sino que su ejemplo tuvo repercusiones. Una de ellas fue que en la
Asamblea de Antioquia se presentó un proyecto sobre descanso dominical remunerado para los obreros, y en Bogotá
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otros grupos de mujeres extrajeron fuerza e inspiración para adelantar sus propios movimientos, como el de las
capacheras y las telefonistas de Bogotá. También al ejemplo de las huelguistas de Bello se debe el paro que en 1929
protagonizaron 186 obreras de la fábrica Rosellón, en Envigado, para protestar por la rebaja de salarios y para exigir la
destitución de algunos administradores abusivos.

Bibliografía
– Los años Escondidos, sueños y rebeldías en la década del 20. María Tila Uribe. Ediciones Antropos. Pág. 86 a 88.
– “Las mujeres en la Historia de Colombia. Tomo II”. Editorial Norma. Pág. 405 a 407.
– “Mujeres y trabajo en Antioquia durante el siglo XX”, Ediciones ENS 2005. Pág. 52 y 53. Por Ana Catalina Reyes y María
Claudia Saavedra.
– Reinaldo Espitaletta, crónica “Huelga de Señoritas, o cuando en Bello se protagonizó un alzamiento de mujeres liderado
por Betsabé Espinal”. Revista Huellas, Centro de Historia de Bello. Nº 4 diciembre 2002.
– Periódicos El Espectador y El Socialista. Febrero y marzo de 1920.
https://ail.ens.org.co/cronicas/se-cumplen-90-anos-la-primera-huelga-obreras-colombia/

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