DSI Magníficat

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DSI Magníficat

II – La estructura del Magníficat


Introducción
La estructura más evidente del Cántico es su división en dos grandes partes:

 En la primera parte (v. 46-50), es la historia de María, su canto de


alabanza, de agradecimiento.
 En la segunda parte (v. 51-55), la alabanza de María se extiende a la
historia de la Salvación. El versículo 51 “Él hace proezas con su brazo” está
en el centro de lo que Dios ha realizado en María y de lo que ha realizado en
toda la historia de los hombres.

1) La historia de María, un gozo, una


proclamación (v. 46-50)
El Magníficat expresa el júbilo de María, su exultación, su mirada de fe sobre el
acontecimiento prodigioso que se realiza en ella en la Anunciación.

Filiación literaria del Magníficat en relación con el


cántico de Ana
Alimentada por la Palabra de Dios del Antiguo Testamento, María repite, para
cantar su alegría a Dios, las primeras palabras del Cántico de Ana: “Mi corazón se
regocija en el Señor, mi poder se exalta por Dios. Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación” (1 Sm 2, 1). Ana cantaba su milagrosa curación de
la esterilidad que la había hecho sufrir tanto. Es probable que María se haya
acordado del milagro del que se benefició Ana, esta mujer célebre en la memoria
de su pueblo, y ha repetido algunas de sus palabras para expresar su propio júbilo.
Sin embargo, encontramos una gran diferencia de tono en la expresión de los
sentimientos más íntimos. Ana, humillada por su esterilidad, en adelante tendrá “la
cabeza muy alta”, gracias a su curación puede terminar con los cotilleos con una
postura altanera con respecto a sus “enemigos”. María, al contrario, quiere ser
únicamente la humilde sierva del Señor y no considera a nadie como su enemigo.
Con ella, estamos a otro nivel de profundidad: el de la espiritualidad de las
Bienaventuranzas.
“Proclama mi alma… se alegra mi espíritu”…
Estos versículos, expresados en primera persona, permiten contemplar el júbilo de
la Virgen María, de la creyente por excelencia. Qué alegría y al mismo tiempo qué
densidad en el júbilo de María. Es la alegría absolutamente extraordinaria de la
joven madre del Mesías la que se expresa en agradecimiento y alabanza a Dios.
Su gozo procede de Dios, y es en El en quien encuentra su felicidad esencial. Por
eso, después de los dos hechos del júbilo de María, descritos al comienzo
(proclamar y alegrar), se olvidará de ella misma para volverlo a poner todo sólo
en Dios. No soñará para nada en valerse de tal privilegio y aumentará su
alegre confianza en Dios. María “se alegra”, vibra y salta de gozo. Se utiliza la
misma palabra que para el niño que salta en el seno de Isabel. (Lc 1, 44).
Para comprender bien el contenido de esta expresión del verbo “exultar”, es decir
“saltar de gozo”, es preciso recordar dos textos evangélicos:

El Cántico de júbilo de Jesús:

“En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños” (Lc 10, 21). La alabanza
de María encuentra un paralelo en el gozo de Jesús, su acción de gracias al Padre
por haber escondido estas cosas a los sabios y haberlas revelado a los más
pequeños, en primer lugar a su Madre. En su Cántico de gozo, Jesús resalta una
oposición entre los sabios y los humildes; en la segunda parte del Cántico de
María, se encuentran las mismas oposiciones: poderosos y humildes, ricos y
hambrientos.
Las Bienaventuranzas, sobre todo en la versión de san Lucas, pueden estar
puestas en paralelo con el Magníficat: “Bienaventurados los pobres…, los que
ahora tenéis hambre…, los que ahora lloráis…pero ¡ay! de vosotros los ricos…, los
que ahora estáis saciados…los que reís…” (Lc 6, 20-26).
En el Magníficat, comprendemos lo que María piensa de Dios y cómo anticipa
el espíritu de las Bienaventuranzas.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra


mi espíritu en Dios mi Salvador”
María canta a su Dios y lo define por estos tres términos: “Señor”, “Dios” y “mi
Salvador”
  “Señor”, es decir el Señor, del que es la Sierva.
  “Dios”, es decir el Dios de la historia. María habla en este momento como
miembro del pueblo elegido, su maternidad se inscribe en el gran designio de la
salvación de Dios para su pueblo.
  “Mi Salvador”, es decir el Salvador del pueblo pero también el mío. El “mi”
permite entrar en la convicción de la Fe de María en la que todo es gracia, que
lo que se cumple en ella es acciónde Dios. El adjetivo posesivo no implica
ninguna intención captadora sino su experiencia personal de salvación.

“Porque ha mirado la humildad de su sierva”


Después de los dos primeros verbos: “proclamar” y “alegrar” que tenían a María
como sujeto, los otros verbos utilizados tienen a Dios por sujeto: Porque ha
mirado…ha hecho cosas grandes…”. En su Cántico, María repite el Fiat de la
Anunciación: “Soy la esclava del Señor” y expresa una doble experiencia de
salvación:
 Dios, el todopoderoso, la ha mirado en su humildad para hacer de ella, de
manera imprevista, la madre del Mesías. María no se vanagloria, sabe que su
grandeza proviene de Dios que la ha mirado con amor.
 Dios la ha salvado dándole la paz de corazón, la alegría, el honor, cuando
el anuncio del ángel la había hecho pasar por sufrimientos interiores: temor de
ser humillada, deshonrada, rechazada. No solamente no estará ya expuesta a
la vergüenza, a la repudiación de José, sino más bien: “me felicitarán todas las
generaciones”.

“Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones” (v. 48)
Como Isabel, María profetiza su futura gloria. Está convencida de que la fe en el
misterio de la Encarnación provocará en los creyentes el más profundo
agradecimiento con relación al amor de Dios por la humanidad. María no se
atribuye ningún mérito, ninguna gloria, esto sería contrario a su humildad que no
puede cubrir la gloria del Señor.

“El Todopoderoso ha hecho obras grandes por mí:


su nombre es santo. y su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación” (v. 49-50)
Estos dos versículos revelan la capacidad de María para leer en su propia
experiencia los motivos reales de la alabanza de Dios. A través de los dos
acontecimientos, la Anunciación y la Visitación, ve el designio universal de Dios y
da gracias al Todopoderoso cuya misericordia se extiende de generación en
generación. María expresa su fe en el Dios Todopoderoso que ha hecho por ella
“grandes cosas “. Es en el misterio de la Encarnación en el que el Todopoderoso
resplandece. La fe en el poder de Dios, no suprime la libertad de su criatura: María
ha dicho sí a Dios, pero atribuye el poder únicamente a Dios.

2) La historia de la salvación (v. 51-55)


Después de su gozo, vemos los versículos más sorprendentes por parte de la
humilde sierva del Señor. Más allá de su propia vida, la mirada de María se
extiende a la acción de Dios en la historia. Celebra las sorprendentes elecciones
de Dios: el Dios que ha actuado en ella es igualmente el Dios que ha cumplido
grandes cosas en la historia y que ha trastornado las normas de este mundo,
situándose junto a los más débiles.
Esta segunda parte, a su vez, se divide en dos tiempos:

 Los versículos 51 al 53 incumben a la historia de la Salvación entendida


como un cambio de las situaciones: cambio que pone “bajo” lo que está “en
alto”.
 Los versículos 54 y 55 recuerdan el cumplimiento de la promesa y su
repercusión

El cambio de las situaciones
“Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los
colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. (v. 51-53)
A través de los siglos, estos versículos resuenan como un canto de victoria: la de
los pobres sobre los ricos y los dirigentes que los oprimen y explotan. El Magníficat
inaugura un orden nuevo para la humanidad. María celebra la acción de Dios en la
historia y resume la espera y el deseo de los pobresa lo largo de los años.
¿Cómo se realiza este cambio en la Biblia? “Él hace proezas con su brazo” (v. 51).
Esto evoca la acción poderosa de la salvación de Dios que libera a su pueblo
durante la salida de Egipto: en el mar Rojo, el brazo de Dios ha demostrado
particularmente su fuerza. “Dispersa a los soberbios”. Dispersar es lo contrario de
reunir, lo que nos remite a la imagen de Babel: los orgullosos querían construir una
torre que llegara hasta el cielo para vanagloriarse ellos mismos. Dios “confunde su
lenguaje para que ya no se entiendan los unos con los otros, y los dispersa…”.
Las palabras asombrosas de María indican que el modo de actuar de Dios es
contrario al del hombre: mientras que este aspira al prestigio, al poder, a la
riqueza, Dios ama al humilde y al pobre. En la Biblia, se dice que los caminos
de Dios no son los del hombre. El pueblo de Israel lo atestigua por su historia:
pequeño y pobre, Israel ha estado oprimido por los grandes imperios de los asirios
o de los babilonios.
María expresa la experiencia teológica que vive. Dios se revela el Dios de
los pobres, escogiéndola como madre de su Hijo: muchacha pobre, natural de una
aldea insignificante, sin ascendencia noble ni cualidades particulares.
Teniendo en cuenta las costumbres judías, después de la Anunciación, María
podía temer ser humillada y rechazada por los suyos y por su pueblo que ignoraba
el origen misterioso de su concepción. Su situación se invierte por las palabras de
Isabel, poniéndola en primer lugar en la historia: “Desde ahora todas las
generaciones me dirán bienaventurada”.
Sin embargo, este misterio comienza a revelarse: misterio de la Encarnación del
Hijo de Dios:“porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito” (Jn 3,
16). Es este el misterio que se celebra en el Magníficat.
En el Evangelio, Dios ofrece a la humanidad una vida nueva, manifestada en
Jesús: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc
19, 10). Para todos los hombres, El es el compañero de camino, el Perdón, el Don
perfecto. Busca la perturbación de las normas humanas.
El primer ejemplo de cambio y de oposición se encuentra en el relato del
nacimiento de Jesús. Este se realiza en un contraste deliberado respecto a las
pretensiones del emperador romano que reivindicaba un imperio universal y en
la humildad de Dios que se hace niño. Por este “recién nacido envuelto en
pañales” y acostado en un pesebre, Dios desciende hasta lo más bajo, comparte
la condición de los más pobres. Al mismo tiempo, los ángeles lo celebran: “Gloria
a Dios en el cielo”.Dios se entrega en la humildad de este nacimiento humano.
En el momento de su bautismo, cuando Jesús desciende a las aguas del
Jordán, sometiéndose al Bautista y haciéndose solidario de los pecadores, la voz
del Padre lo proclama Hijo de Dios.
Al comienzo de su ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, invitado a leer
al profeta Isaías, Jesús escoge el pasaje en el que dice que el Espíritu lo envía a
anunciar la Buena noticia a los pobres. (Lc 4, 16-22). Este texto ilustra toda su
misión. Se presenta como el Mesías, el Salvador anunciado por Isaías.
A lo largo del Evangelio, Jesús prosigue, con sus actos y sus gestos, el cambio
de las normas humanas. Se dirige precisamente hacia los pobres, los humildes, los
pecadores: los endereza, los levanta, les da a conocer el valor que tienen
ante Dios: Zaqueo, Bartimeo, la viuda de Naim, la Samaritana, la pecadora…
Estos ejemplos permiten comprender el cambio expresado en el
Magníficat: Dios da importancia a los pequeños, a los pobres, a los hambrientos…
Los pone en pie y los eleva, pero deja de lado a los que se creen importantes: los
poderosos y los ricos. Las palabras del Magníficat nos ayudan a comprender los
cambios explicados en estos textos del Evangelio.
Las parábolas de Jesús, presentan la misma dinámica: las parábolas del pobre
Lázaro (Lc 16, 39-41) o del rico agricultor (Lc 12, 15-21) denuncian la riqueza
egoísta; la del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14) reprueba el orgullo; la de los
invitados a la boda aconseja al que busca el primer lugar a ponerse en el último, y
tendrá el honor de ser llamado al primero.
Los contemporáneos de Jesús no reconocieron el mesianismo de Jesús ni su
misión que invirtió el orden establecido en la sociedad de su tiempo. Esta
incomprensión le condujo a la muerte.

La Cruz es el gran signo de contradicción (Lc 2, 34-35) : “Habiendo amado a los


suyos los amó hasta el extremo”. La ley de la exaltación de los humildes y del
abajamiento de los soberbios se clarifica totalmente en la crucifixión de Jesús, su
muerte y su resurrección. En su propia carne, Jesús vive el misterioso de la
humillación por la mano de los poderosos y la elevación por la mano de Dios:
momento culminante que revela la acción de Dios.
El cambio realizado por Dios encuentra su realización en la persona y la vida de
Cristo. María, viviendo ella misma el cambio que expresa, anticipa el Evangelio de
la inversión de las normas humanas valorando las de Dios: humildad, obediencia…
Su mensaje es el mismo que el de Jesús. El Magníficat es el cántico de las
Bienaventuranzas.

El cumplimiento de la Promesa y su repercusión


“Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había
prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por
siempre”. (v. 54-55)
Estos últimos versículos atestiguan que María piensa en el misterio de este Hijo
que lleva, como la prueba del amor de Dios hacia su Pueblo, como el cumplimiento
de las promesas hechas a Abrahán que trascenderá en la humanidad y en
la Iglesia.
Miembro de un Pueblo, María piensa en marchar de él definiéndose en relación
con él. María se entiende en referencia a la historia de Israel, especialmente en
la fe de Abraham y en su disponibilidad a la voluntad de Dios.
Su respuesta al ángel: “Soy la esclava del Señor, que se haga en mi según tu
palabra”. (Lc 1, 38) evoca la actitud de Abrahán y la de tantos hombres y mujeres
a lo largo de los siglos. “Igual que al Patriarca lo tenemos como “padre nuestro”,
así María, con mayor razón, debe ser considerada “madre nuestra” en la fe. Ella,
descendiente de Abraham y heredera privilegiada de su fe, obtiene el fruto de la
promesa.”[1] Como Abraham (Gn 18, 3), Marie se beneficia de un excepcional
favor divino (Lc 1, 30). Como él (Gn 12, 3; 18, 18), María es fuente de gracias para
todas las naciones y se beneficia de la alabanza universal (Lc 1, 42-48). Como él
(Gn 15, 6), es celebrada por la intensidad de su fe en una promesa cuyo
contenido era un nacimiento milagroso (Lc 1, 45).
María abre su espíritu y su corazón a la universalidad de la Salvación que cumplirá
el Hijo que se le ha dado. Hoy, somos herederos de la fe “como lo había prometido
a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre”, y
estamos unidos al Pueblo de Israel y a toda su historia.

Conclusión
La bondad de Dios, manifestada en el misterio de la Encarnación, y la salvación
cumplida en Jesucristo, es fuente de júbilo profundo para toda la Iglesia.
Cuando la Iglesia canta el Magníficat, no lo hace en primer lugar en honor a Maria
(aunque lo sea también), sino que, ante todo, es en honor al Dios Redentor
cumpliendo en Jesucristo la salvación de la humanidad.
Cuando la Iglesia canta el Magníficat, recuerda la universalidad de la promesa
divina y se compromete a desarrollar lazos fraternales con todos. La Virgen del
Magníficat nos invita a transformar el mundo a la luz del evangelio, a ver en
cualquier ser humano a un hermano.

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