La Medicina Arabe Historia

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la medicina: tradición heredada, empirismo y

creencias
la medicina medieval, en cualquier ámbito que consideremos, fue una imbricación de formas
creenciales y racionales, aunque, sin duda, queremos pensar que abundaron más las segundas.
A modo de ejemplo, no fue nada infrecuente que, tras unas explicaciones fisiológicas y
patológicas de tipo racional y un diagnóstico correctamente realizado a un paciente —
acudiendo a evidenciar sus signos y síntomas— se explicase la posible evolución de la
enfermedad recurriendo a determinadas influencias ejercidas por los astros. En este sentido,
conocemos que cada signo del Zodiaco tenía una zona de influencia sobre el cuerpo humano, o
que, a la hora del tratamiento de un problema médico, se aconsejase recurrir a la magia, usada
de forma conjunta con una serie de medicamentos compuestos. En relación con lo indicado,
sabemos que tenían un especial interés los horóscopos, que eran levantados en el momento
del nacimiento del nuevo ser y que parece ser regirían su actuación a lo largo de toda su vida.
Claro que esto se solía hacer tan solo con la descendencia de algunos personajes más o menos
relevantes.

Veamos ahora a qué nos referimos cuando hablamos de medicina racional. El complejo y
abigarrado mundo de los saberes médicos que calificamos de esta manera están encuadrados
dentro de un conjunto denominado galenismo. Como es conocido, Galeno (129-210/216) fue
un médico griego nacido en Pérgamo (Asia Menor) que ejerció su actividad durante mucho
tiempo en la Roma de los césares, donde alcanzó un enorme y bien ganado prestigio, y
también fue el origen, entre otras cosas, de una doctrina médica que perduraría durante
muchos siglos. Por medio de sus escritos, redactados en griego —el lenguaje científico de esa
época—, Galeno consiguió establecer una síntesis médica de carácter general basada
fundamentalmente en la tradición hipocrática y también en su propia y amplia experiencia. Eso
y las obras de muchos autores que comentaron más tarde su obra constituyen la base del
galenismo médico. Se lo proporcionó el racionalismo de Aristóteles, algo que también dejaría
una gran impronta en el pensamiento de los médicos, y aún de los filósofos, de los siglos
posteriores.

La anatomía humana, en realidad, es una anatomofisiología de carácter ideal, puesto que está
diseñada para justificar que todo el organismo funcione de la manera más conveniente. Pero
esta idealización no siempre se atiene a la realidad: si observamos los dibujos anatómicos que
poseemos, vemos que son una muestra del escaso desarrollo de la anatomía entre los árabes.
La osteología, cuya verificación era accesible —en cualquier levantamiento de una tumba
podrían encontrarse esqueletos para ser estudiados—, no hubiera debido, en principio,
presentar mayores problemas. Sin embargo, no fue así; podemos decir que los médicos árabes
incurren en casi los mismos errores que Galeno. Así, se venía admitiendo que el cráneo y la
cara tienen veintitrés huesos, o que el esternón estaba formado por siete huesos. También
encontramos descritos ocho pares craneales, pero en realidad son doce, aunque es cierto que
por entonces era difícil su localización (Abū-l-Walīd Ibn Rušd, 2003: 48 y 54). En cuanto a la
miología —el estudio de los músculos— resulta también bastante discutible. Hacerlo
correctamente exigiría la disección habitual de las partes blandas del cadáver para ver dónde
estaban las inserciones de cada uno de los músculos, el recorrido de los tendones que los
fijaban, y dilucidar, por tanto, las funciones que tenían encomendadas.
Pero las disecciones debían de ser muy raras, y tenemos el testimonio de Avenzoar, uno de los
más conspicuos clínicos andalusíes, quien indica, que no realizaba disecciones porque le
resultaba muy desagradable la visión de las operaciones sobre cuerpos humanos. Y así
creemos sucedería con otros muchos sabios árabes. Lo propio ocurre con la esplacnología —o
sea, el estudio de las vísceras—, que resulta muy confusa, tanto o más de como sucede en
Galeno, que no parece que hubiese disecado seres humanos, sino, casi siempre, monos. En
todos los tratados árabes, los grandes errores anatómicos permanecerían, ya que seguirán al
pie de la letra las descripciones de su modelo. Y lo mismo sucederá más tarde en la medicina
escolástica, la practicada en la Europa cristiana. En el campo de la fisiología, el galenismo se
fundamentaba, de inicio, en la presencia, tanto en el hombre como en todo lo que le rodeaba,
de las cuatro cualidades acuñadas siglos antes por los filósofos presocráticos. Estas eran el
reflejo de los cuatro elementos que mostraba la naturaleza: la frialdad, que correspondía a la
tierra; el calor, al fuego; la humedad, al agua, y la sequedad, al aire. La combinación de las
cualidades se incardinaba en los cuatro humores que, según se afirmaba, eran los íntimos
componentes del cuerpo humano: la sangre, caliente y húmeda; bilis amarilla, caliente y seca;
bilis negra, fría y seca, y flema, fría y húmeda. Según se afirmaba en este sistema, por las venas
se movía la sangre y por las arterias iban el calor innato y el espíritu vital, tal como habían
aprendido en los textos antiguos. Por los nervios, siempre de naturaleza fría, circulaba un
fluido adecuado capaz de recoger sensaciones y posibilitar las acciones motoras.

En cuanto a la fisiología general, todo en el organismo tenía una función finalista, pues, como
se afirmaba, simplemente no podía ser de otra forma. «Es así porque así debe ser, porque la
naturaleza no hace nada en vano». Dirigiendo las funciones, nos encontramos con tres fuerzas:
vegetativa, vital y animal. La vegetativa se encargaba de regir una serie de funciones, como
eran las digestiones. La vital mandaba sobre el intercambio del pneuma exterior con el interior
del organismo y, en cuanto a la animal, se suponía que se ocupaba de determinadas
actividades, como era la locomoción. Unas de las funciones más importantes eran las
denominadas digestiones, que eran tres o incluso cuatro, según se considerara. La primera,
cuyo resultado final era el quilo, se producía en el estómago y los intestinos a partir de los
alimentos; la segunda se verificaba en el hígado, que era donde se elaboraba la sangre a partir
del quilo. Esta se distribuía por todos los órganos mediante las venas; servía para vivificarlos y
dar lugar a la materia que los constituía. A esto último es lo que se denominaba la tercera
digestión. Los residuos de esta digestión se excretaban del cuerpo a través del sudor o de la
orina. Y procedían de la primera digestión las heces, cuya obstrucción en su salida producía
opilación en el organismo, de muy graves consecuencias para el paciente. Una inconstante
cuarta digestión se produciría en el cerebro, dando lugar al pensamiento.

Existían también una serie de pneumas o espíritus imprescindibles para realizar las diversas
funciones: el espíritu natural, con sede en el hígado; el vital, que asentaba en el corazón, y el
animal, que se encontraba en el cerebro. Todos ellos contribuían a que el ser humano
respirara, pensara, procreara, etc. Siempre estaba presente la directriz finalista —ya ha sido
mencionada—, cuyo origen fue aristotélico, por la que todo debía funcionar de una manera
acorde, pues, en caso contrario, aparecería de seguro la disfunción, lo que es tanto como decir
la enfermedad.
Había enfermedades que se suponía eran producidas por la presencia de un humor nocivo en
una parte de la anatomía humana, a la que afectaría de forma grave; por ejemplo, en el
estómago, aunque tendría algunas repercusiones en el resto del organismo. También pudiera
tratarse de una nociva mezcla de humores, y lo mismo podría generarse por un acúmulo
excesivo de uno o varios humores, aunque estos no estuviesen alterados. Podría producirse el
mal, especialmente, si se tratase de humores fríos o calientes que actuasen sobre lechos
establecidos como contrarios. Así, la presencia del humor atrabiliario o de bilis negra —frío y
seco— en el cerebro —que ya de por sí se consideraba muy frío— causaría alteraciones
importantes. Y, según las doctrinas médicas al uso, habría que contar siempre con la presencia
de los llamados temperamentos, asimismo conocidos como complexiones, que eran cinco.
Determinados hombres y mujeres podían tener un temperamento equilibrado, sobre todo las
personas de noble cuna. O bien este podría ser caliente y húmedo, dado que, en el mismo,
predominaba el humor sangre, y se hablaba entonces de un temperamento sanguíneo. O
caliente y seco, como sucedía con la bilis amarilla, dando lugar a un temperamento bilioso. Frío
y húmedo como la flema: un temperamento flemático. Y, por último, frío y seco como la bilis
negra, que correspondería a un temperamento atrabiliario o melancólico. En el curso de la
enfermedad podían generarse, así mismo, unos vapores nocivos que se distribuirían por el
cuerpo produciendo hinchazón, agobio o molestias varias, como eran los dolores difusos que
se enseñoreaban en el organismo. También se solían producir obstrucciones, que impedían
que los órganos desempeñaran su cometido adecuadamente o que se realizasen cualquiera de
las tres digestiones indicadas. La aparición de la peligrosa plétora estaba en relación con todo
ello. Los distintos humores, y aún más la complexión del individuo, así como el conjunto de
cualidades del mismo, sus pneumas, etc., formaban parte de las denominadas cosas naturales,
otro importante concepto galénico. A la vez, existían las cosas preternaturales, que eran las
que producían el desequilibrio o, a la vez, eran una muestra del mismo. Entre ellas, estaban las
causas de la enfermedad, divididas en internas y externas. Así, si nos referimos a las primeras,
estaba la mala constitución, que normalmente era la causa de alteración de los humores; y,
entre las segundas, estaban los elementos climáticos adversos, realizar poco ejercicio, la
alimentación inadecuada, etc. Sobre la mayoría de estas causas podía actuar el médico,
evacuando el humor alterado mediante la sangría o combatiendo la frialdad ambiental
trasladando la residencia del paciente o, si esto no era posible, utilizando alimentos o
medicamentos de naturaleza caliente.

Conclusiones:

Se refleja que la medicina árabe del medioevo tiene gran influencia de los griegos , mantiene
ese empirismo , pero para su época tuvo un gran avance en varios campos teóricos de la
medicina y propiamente en la medicina misma .

Bibliografía:

https://www.tremedica.org/wp-content/uploads/panacea19-
50_07_Tribuna_5_GironIrueste.pdf

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