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Fe Verdadera: Obras y Salvación

Este documento discute las diferentes clases de fe mencionadas en Santiago 2:14-26. Describe la "fe muerta" que sólo afecta el intelecto, la "fe demoníaca" que afecta el intelecto y las emociones, y la "fe dinámica" que involucra la mente, el corazón y la voluntad, resultando en obras. Usa los ejemplos de Abraham y Rahab para mostrar que la única fe que salva es aquella que se manifiesta en obras, no sólo palabras.
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Fe Verdadera: Obras y Salvación

Este documento discute las diferentes clases de fe mencionadas en Santiago 2:14-26. Describe la "fe muerta" que sólo afecta el intelecto, la "fe demoníaca" que afecta el intelecto y las emociones, y la "fe dinámica" que involucra la mente, el corazón y la voluntad, resultando en obras. Usa los ejemplos de Abraham y Rahab para mostrar que la única fe que salva es aquella que se manifiesta en obras, no sólo palabras.
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¿Fe Falsa o Verdadera?

Santiago 2:14–26

La fe es una doctrina clave de la vida cristiana. El pecador es salvo por fe (Efesios 2:8–
9), y el creyente debe andar por fe (2 Corintios 5:7). “Sin fe es imposible agradar a Dios”
(Hebreos 11:6); “y todo lo que no proviene de fe es pecado” (Romanos 14:23).

Alguien ha dicho que el tener fe no es “creer a pesar de las evidencias, sino obedecer a
pesar de las consecuencias”.
Al leer Hebreos 11, encontramos a hombres y mujeres que actuaron basándose en la
palabra de Dios, a pesar del costo que tuvieron que pagar.

La fe no es cosa nebulosa que inventamos, sino la confianza que tenemos de que la


palabra de Dios es verdadera, y la convicción de que el obrar de acuerdo con ella nos traerá
la bendición del Señor.

En este párrafo, Santiago trata de la relación que existe entre la fe y las obras. Este es
asunto importante ya que si estamos equivocados en cuanto a ello nuestra salvación está en
juego.
¿Cuál es la fe que salva a una persona? ¿Es necesario hacer buenas obras para salvarse?
¿Cómo puede saber una persona si está ejercitando la verdadera fe? Santiago explica que
hay tres clases de fe, y sólo una es la que salva.

La Fe Muerta (Santiago 2:14–17)

Aun en la iglesia primitiva había aquellos que creían tener la fe que salva, pero no eran
salvos. Siempre que existe la verdadera, habrá también la falsa. Jesús advirtió (Mateo 7:21).

Los que tienen una fe muerta substituyen palabras por hechos. Conocen todas las
expresiones de la oración y del testimonio, y aun pueden recitar versículos apropiados de la
Biblia; pero su hablar y su andar no concuerdan. COHERENCIA

Se equivocan al pensar que palabras son tan buenas como obras.


Santiago da una ilustración sencilla. (Sant 2:16).

El alimento y el vestido son necesidades básicas de cada ser humano, ya sea salvo o
incrédulo. (1 Timoteo 6:8).

Como creyentes, tenemos la obligación de ayudar al necesitado, sea quien sea. “Así
que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia
de la fe” (Gálatas 6:10).
El ayudar a una persona necesitada es una expresión de amor, y la fe obra por el amor
(Gálatas 5:6).
El apóstol Juan pone énfasis en este aspecto de las buenas obras. (1 Juan 3:17–18).
El sacerdote y el levita en la parábola del Buen Samaritano tenían una formación
religiosa, pero ni el uno ni el otro se detuvo para ayudar al moribundo a la orilla del camino
(Lucas 10:25–37).

Ellos defenderían su fe, pero no demostraron esa fe por medio de buenas obras.

La pregunta del versículo 14 debería leerse: “¿Podrá esa clase de fe salvarle?” ¿Qué
clase? La clase de fe que nunca se muestra en obras prácticas. La respuesta es NO.

Cualquier profesión de fe que no se manifiesta en una vida nueva y en buenas obras es


una profesión falsa. Semejante fe es muerta. “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta
en sí misma” (Sant 2:17).

La verdadera fe en sí misma siempre trae vida, y la vida produce buenas obras.

La persona con una fe muerta sólo ha tenido una experiencia intelectual. Su mente
conoce la doctrina de la salvación, pero nunca ha entregado su corazón a Dios ni ha
confiado en Jesucristo como su Salvador personal. Sabe el vocabulario correcto, pero sus
hechos lo contradicen.

La fe en Cristo trae vida (Juan 3:16), y donde hay vida hay crecimiento y fruto. Tres
veces en este párrafo, Santiago, nos advierte que “la fe, si no tiene obras, está muerta”
(2:17, 20, 26).
La Fe Demoníaca (Santiago 2:18–19)

Sorprende a muchas personas el hecho de que los demonios tengan fe. ¿Qué creen los
demonios?
 En primer lugar, ellos creen en la existencia de Dios.
 Creen en la deidad de Cristo. (Marcos 3:11–12).
 Creen en la existencia de un lugar de tormento (Lucas 8:31);
 Reconocen que Jesucristo es el Juez (Marcos 5:1–13).
(Deuteronomio 6:4). Esta era la declaración de fe diaria de un judío piadoso. “Tu crees
que Dios es uno: bien haces.
También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). La persona con fe muerta
fue afectada solamente en su intelecto; en cambio, los demonios son afectados aun en sus
emociones. Ellos creen y tiemblan. Pero el creer y el temblar no salva.

“Muéstrame tu fe sin tus obras” retó Santiago, “y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Sant
2:18).

Cuando recibimos a Cristo, somos “creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios
2:10).
Ser creyente es aceptar a Cristo y vivir para él; primero la vida se recibe y luego se
muestra. Fe sin obras no es la fe verdadera.

Santiago ya nos ha presentado dos clases de fe que no pueden salvar al pecador: la fe


muerta (la que sólo afecta el intelecto), y la fe demoníaca (la que afecta tanto las emociones
como el intelecto). El termina esta sección describiendo la única clase de fe que puede
salvar al pecador: la fe viva, la que obra.
Una Fe Dinámica (Santiago 2:20–26)

La fe dinámica es una fe verdadera y poderosa, la cual resulta en un cambio de vida.


Santiago describe esta fe verdadera que salva.
En primer lugar, la fe dinámica que salva, está basada en la Palabra de Dios.
Recibimos nuestro nacimiento espiritual por la Palabra de Verdad (1:18). Al recibir la
Palabra somos salvos (1:21). “Así que la fe es por el oir, y el oir, por la Palabra de Dios”
(Romanos 10:17).

No importa cuánta fe uno tenga, si su fe no está puesta en la dirección correcta, no


logrará nada.

“Yo creo,” puede ser el testimonio de muchas personas sinceras, pero la cuestión es:
¿En quién cree? ¿Qué cree? No somos salvos por tener fe en la fe; somos salvos por tener fe
en Cristo como lo revela la Palabra.

La fe dinámica está basada en la Palabra de Dios, y atañe a todos los aspectos de la


personalidad del hombre.

La fe muerta sólo toca al intelecto; la fe demoníaca abarca el intelecto más las


emociones; pero la fe viva abarca también la voluntad.
LA PERSONA ENTERA HACE JUEGO EN LA FE QUE SALVA. LA MENTE
ENTIENDE LA VERDAD; EL CORAZÓN DESEA LA VERDAD; Y LA VOLUNTAD
BASÁNDOSE EN ELLA ACTÚA.

Los hombres y mujeres de fe que se mencionan en Hebreos 11 fueron personas de


acción: Dios habló y ellos obedecieron.

Repetimos: “el tener fe no implica creer a pesar de las evidencias, sino obedecer a
pesar de las consecuencias”.

La verdadera fe que salva conduce a la acción. La fe dinámica no es una contemplación


intelectual o un sentimiento emocional, sino la obediencia voluntaria a la Palabra de Dios.

Ejemplos de fe viva Santiago 2:20–26


Abraham y Rahab—dos personas tan diferentes la una de la otra. Abraham era judío;
Rahab gentil. Abraham era hombre piadoso, y Rahab mujer pecadora, una ramera.
Abraham era amigo de Dios, mientras que Rahab pertenecía a los enemigos de Dios. ¿Qué
cosa tenían en común? Ambos practicaron la fe que salva.

La salvación de Abraham se relata en Génesis 15. Por la noche, Dios mostró a su siervo
las estrellas y le dio una promesa: “Así será tu descendencia”. ¿Cómo reaccionó Abraham?
“Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:5–6).

La palabra contado es un término legal o financiero; significa “poner a cuenta”.


Abraham no hizo nada para ganar esta justicia; la recibió como regalo de Dios. Fue
declarado justo por medio de la fe; es decir, fue justificado por fe Romanos 4).

La justificación es una doctrina importante; es el acto por el cual Dios declara justo al
pecador que se arrepiente, basándose en la obra consumada de Cristo en la cruz. No es un
proceso; es un acto. No es algo que el pecador hace, sino algo que Dios hace para el
pecador que confía en Cristo. Es un hecho ya consumado que nunca cambia.

¿Cómo podemos saber si una persona es justificada por fe, ya que este es un acto
privado entre Dios y el pecador? El caso de Abraham da la respuesta a esta pregunta
importante: la persona justificada exhibe un cambio de vida y obedece la voluntad de Dios.
Su fe se muestra por sus obras.

Abraham no se salvó por obedecer un mandato divino difícil, sino que fue su
obediencia lo que probó que ya era salvo. “¿No ves que la fe actuó juntamente con sus
obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Sant 2:22). Existe una relación completa
entre la fe y las obras. Como alguien ha dicho: “Abraham no fue salvo por fe más las obras,
sino por una fe que obra”.

¿Cómo fue Abraham “justificado por las obras” (2:21) cuando ya había sido
“justificado por fe?” (ve Romanos 4).

Por fe, fue justificado ante Dios y su justicia fue declarada; por obras, fue justificado
ante los hombres y su justicia fue manifestada.

La fe dinámica obedece a Dios y se manifiesta en la vida diaria.

Existen miembros de iglesias que encajan con esta descripción: (Tito 1:16).
Por eso Pablo amonesta: (Tito 3:8).
El segundo ejemplo es Rahab, y encontramos sus antecedentes en Josué 2 y 6.

Rahab pudo haber tenido una fe muerta—una simple experiencia intelectual o pudo
haber tenido una fe demoníaca—su mente iluminada y sus emociones exaltadas. Más bien
ejercitó una fe dinámica: su mente conoció la verdad, su corazón fue conmovido por la
verdad, y su voluntad actuó de acuerdo con la verdad. Rahab manifestó su fe por sus obras.

Cuando nos damos cuenta de la poca información que Rahab poseía, podemos ver lo
grandioso de su fe. En la actualidad, tenemos la completa revelación de Dios por medio de
su Palabra. Vivimos de este lado del Calvario, y tenemos al Espíritu Santo quien nos
convence y nos enseña la Palabra. (Lucas 12:48).

La fe de Rahab constituye afrenta para la incredulidad de los pecadores de hoy. El


capítulo 2 de Santiago hace hincapié en que el creyente maduro practica la verdad. No
únicamente abraza las doctrinas antiguas, sino que las practica en su vida diaria.

Su fe no es la fe muerta de los intelectuales, ni la fe de demonios. Es la fe viva que


poseían hombres como Abraham y mujeres como Rahab; la fe que cambia la vida y trabaja
para Dios.

Es muy importante que cada persona que profesa ser creyente examine su corazón y su
vida para asegurarse de que posee la fe viva—la que salva. (2 Corintios 13:5).

Aquí se presentan las siguientes preguntas para que nos las hagamos en nuestro examen
personal:
1. ¿Me he arrepentido sinceramente de mis pecados y los he abandonado? ¿O todavía
amo y disfruto secretamente el pecado? ¿O aborrezco el pecado y temo a Dios?
2. ¿He confiado en Cristo, y sólo en él, como mi Salvador? ¿Gozo de una relación vital
con él a través de la Palabra y el Espíritu?
3. ¿Ha habido un cambio en mi vida? ¿Practico buenas obras? ¿O son mis obras sólo
leves y ocasionales? ¿Procuro crecer en las cosas del Señor? ¿Se dan cuenta otros que he
estado con Jesús?
4. ¿Deseo hablar de Cristo a otros? ¿O me avergüenzo de él?
5. ¿Disfruto del compañerismo con los hermanos en Cristo? ¿Me deleito adorando a
Dios?
6. ¿Estoy listo para el regreso del Señor?

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y


ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23–24).

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