Yo lo perdono
Dice el pastor Gutiérrez, que es un buen hombre, que
Dios es justo, poderoso y que todo lo ve. Dice que Él nos hizo
hombre y mujer, para que las mujeres fuéramos el consuelo
del esposo, su mano derecha, porque ellos son la cabeza y les
debemos respeto y obediencia. Y que tenemos que perdonar.
Porque Dios es el único juez, y él nos quiere unidos en santo
matrimonio, que eso está bien, porque así vamos a ser
bendecidos y a prosperar.
Todo eso me dijo el pastor cuando yo le pedí que me
ayude, que no podía más, que estaba cansada y que me iba a
ir.
Se enojó un poco el pastor, pero no mucho, porque es un
buen hombre. Me dijo que yo tenía que ser paciente, recibir las
pruebas del Señor con fe y alegría.
Pero no puedo. No cuando Roberto me dice que me
saque la ropa y se sube arriba mío, y me pega en la cara, me
dice que me abra bien, que soy una puta, que si no quiero
seguro que ando caliente con algún tipo, y que si quiero, es
que debo estar pensando en algún macho.
No puedo así, cuando me duele y me asquea, aunque sea
mi marido y, como dice el pastor, las mujeres tenemos que
contentar y complacer a nuestros esposos, porque esa es la Ley
de Dios y Su Voluntad.
No puedo cuando les pega a los chicos si no bajan la vista
cuando les habla, o si no obedecen rápido cuando los llama.
No puedo cuando me agarra la mano delante de la gente,
en la iglesia, y me aprieta fuerte los dedos, mirándome a ver si
hago un gesto que me va a hacer pagar más tarde.
El pastor habló con él. Le dijo que no me pegue tan
fuerte, y que a los chicos los eduque con severidad pero con
justicia, en el temor de Dios. Que eso deben hacer los esposos,
porque son responsables de su familia y deberán responder
ante el Señor.
Se ve que Roberto no le tiene mucho temor al Señor,
porque después de esa charla se metió en el baño cuando yo
me estaba duchando y se sacó el cinto. Cuando me dejó, me
sangraban la espalda y las nalgas, y me dijo que fuera a
mostrarle las marcas al pastor. Yo no voy a hacer eso, por
supuesto, yo soy una mujer decente.
El sábado fuimos al templo y el pastor habló del perdón.
Dijo que tenemos que perdonar, como Dios nos perdona a
nosotros, y que si perdonamos, recibiremos perdón.
Y bueno, está bien, yo lo perdono a Roberto, si quiere. De
corazón le perdono los golpes, los tirones de pelo, los cintazos,
las veces que me violó, la muñeca dislocada del nene, cuando
no se bajó rápido del auto. Yo lo perdono, pero me voy. Yo lo
perdono, pero esta tarde junto las cosas de los chicos y nos
vamos a lo de mi madrina, que vive lejos de acá. Dios capaz
también me perdone. Y si no me perdona bueno, total, el
infierno ya lo conozco.