LASTRA - La Historización Como Construcción Subjetivante

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

La historización como construcción subjetivante 

Silvia Amalia Lastra 

“La memoria, entonces, no tanto como 


el pasado contenido dentro de 
nosotros, sino como prueba de nuestra 
vida en el momento actual” 

Paul Auster, La invención de la soledad 

  

El presente escrito se propone realizar algunas 


puntuaciones acerca del trabajo de historización en el trayecto 
adolescente a partir de las teorizaciones de Piera Aulagnier, 
considerando dicho trabajo como productor de subjetividad en 
tanto se enlaza con la construcción del proyecto identificatorio y 
las transformaciones del ideal del yo. 

Para introducir la temática se elige como puerto de partida 


a D. W. Winnicott quien sostiene que para desplegarse, la 
adolescencia requiere tiempo (Winnicott, 1960). Abriendo esta 
noción hacia los desarrollos de otros pensadores se encuentra a 
Castoriadis quien afirma que tiempo estaría ligado a alteridad y 
alteración (Castoriadis, 1996). Alterar remite a provocar 
modificación, cambiar la esencia o la forma de una cosa. 
Asimismo se enlaza a perturbar, trastornar, inquietar. En el 
inquietante trayecto adolescente se despliegan trabajos 
psíquicos específicos. Habrá de focalizarse la elaboración de 
dichos procesamientos dentro de la concepción de la tópica 
como un sistema abierto y complejo. 

La conceptualización de la psique como una red abierta 


referencia a una composición de elementos en constante 
intercambio con el entorno. Las modificaciones provenientes 
desde lo interno o lo externo pueden dar origen nuevas 
configuraciones. Se habla también de sistemas complejos con 
capacidad de autoorganización, la cual implica la transición a un 
estado novedoso. Las alteraciones por fluctuaciones suponen la 
intervención del azar. A través de la metabolización de lo 
azaroso en organización, el psiquismo genera formas inéditas 
por acrecentamiento de complejidad. Por lo cual no podría 
hablarse de determinación por lo vivenciado en un tiempo 
pretérito. Determinismo y azar se entrelazan. Sostiene Silvia 
Bleichmar : “Al determinismo concebido como premoldeado o 
incluso articulado como un destino prefijado se opone la 
inclusión de la indeterminación como contingencia azarosa” 
(1994: 48). A partir de las consideraciones precedentes, se 
desprende que lo aleatorio interviene en la constitución 
subjetiva. 

Para el desarrollo de este escrito deviene insoslayable 


agregar que en el contexto del pensamiento de la complejidad, 
tiempo se enlaza a transmutación. La posibilidad de generación 
de neo-organizaciones dentro de los conjuntos se sustenta en la 
función innovadora del psiquismo, a partir de la cual la 
introducción de elementos originales crea modos de 
funcionamiento. 

Cabe destacar que el itinerario adolescente será un 


momento de revisión de lo vivenciado, a través de un 
procesamiento psíquico que promoverá transformaciones de 
cara al futuro. Para ello la infancia deberá tener un nexo con la 
adolescencia. La construcción identificatoria y la organización 
del espacio relacional (porque se adviene psíquicamente en un 
medio relacional) germinan en consonancia con el basamento 
vívido del tiempo infantil. Dada la irreversibilidad del cambio se 
forja la imposibilidad de reproducir lo pasado. La temporalidad 
se engarza entonces con las vivencias registradas como huellas, 
cuya com-posición es remodelada por las experiencias 
presentes. En los procesos saludables de la adolescencia lo 
actual​ c
​ onduciría a lo exploratorio, a las posibles modificaciones 
en las investiduras dirigidas hacia la propia corporeidad, los 
otros, el entorno, y a la narrativa familiar. 

La adolescencia, trayecto privilegiado que puede pensarse 


como una segunda oportunidad que tiene el sujeto de rearmar 
su construcción identificatoria. Es un tiempo de elaboración, de 
re-significación y de producción de nuevos sentidos. 

En su artículo “Construir (se) un pasado”, Aulagnier explica 


que durante el proceso adolescente se despliegan tareas de 
reorganización. Dentro de ellas se encuentra el poner en 
memoria y el poner en historia el tiempo pasado. Tanto uno 
como otro son trabajos psíquicos cuya finalidad es trazar un 
puente, hacer una ligazón con el pretérito. Este pasado guardará 
cimientos fértiles para erigir el edificio identificatorio y del 
espacio relacional. Lejos de entender la historia como una 
sucesión de hechos, se la comprenderá como una urdimbre de 
imbricados sucesos, que se entretejen en un psiquismo abierto 
al devenir. Interesa señalar aquí que si se redujera a la​ h​ istoria a 
un despliegue de esquemas en una repetición incesante de lo 
idéntico, se estaría ante la supresión de la ligazón de tiempo e 
historia. Se hablaría más bien de crónica congelada y 
cristalizada, excluida de la influencia de lo acontecial. 

Deviene fundamental enfatizar el alcance de la historia 


como proceso, lo cual implica jerarquizar la elaboración y la 
capacidad de movilidad psíquica. Lo histórico-vivencial 
bosquejado como un haz de acontecimientos que inscriben en el 
niño afecto y corporeidad, a la vez que inauguran la actividad 
psíquica. Experiencias que suscitan transformaciones desde el 
punto de vista económico, así como brindan el aporte de marcas 
identificatorias. Esto delinearía un tejido de relaciones 
complejas, que obligan al psiquismo a un trabajo interpretativo y 
a una constante reconstrucción del edificio identificatorio. Los 
hechos no se producirían en forma aislada, sino insertos en el 
encuentro con otros significativos, es decir en tramas 
relacionales. Es mediante el trabajo de historización que se 
torna factible inteligir dicha trama. La importancia dada al 
trabajo de construcción encuentra su razón para Aulagnier en lo 
que ella denomina la “función de historiador” que Freud atribuye 
al psicoanalista.​ ​La producción de una construcción aporta 
sentido, realiza una mise en sens de una página de la historia del 
individuo. 

Un concepto relevante, entonces, para pensar la constitución 


psíquica en la adolescencia es el mencionado trabajo de 
historización. Dicho trabajo define una forma de tramitación que 
implica dos cuestiones a tener en cuenta: 

  

A. un nuevo ordenamiento representacional referido al 


pasado del sujeto; 

  

B. la posibilidad de construcción de una versión inédita de 


la historia identificatoria y vincular de ese individuo en 
relación al devenir. 

  
A la mencionada tarea psíquica de puesta en historia se liga el 
fondo de memoria. Con dicha noción Aulagnier hace referencia a 
un conjunto representacional que remite a un memorizable 
afectivo de la historia infantil. O sea, aquello que subsiste en la 
memoria del sujeto de ese tiempo pasado. El fondo de memoria 
brinda certidumbre en relación a posiciones estables en el 
espacio identificatorio. Pone al resguardo del desinvestimiento 
el registro de un cierto número de experiencias afectivas que 
han balizado la historia del sujeto. Se trataría de vivencias 
privilegiadas en función de la intensidad del afecto que las 
acompañaron. 

Dentro del universo conceptual de Aulagnier será el yo el 


encargado del constante trabajo de historización y de 
interpretación del proyecto identificatorio. Para Aulagnier, el yo 
es un constructor en busca de sentido. Es el espacio de 
actividad psíquica capaz de pensar y pensarse a sí misma. 
Dentro de la tópica de Aulagnier, es la instancia que tiene la 
capacidad de nombrar, significar, lo cual se enlaza con la 
posibilidad de inteligibilidad y de simbolización. Se vincula con 
el proceso secundario, siendo, por lo tanto, generador de 
representaciones ideicas. En esta línea, Cristina Rother 
Hornstein explica: 

  

“El yo debe construir una versión de su historia libidinal e 


identificatoria (...) a su vez tiene que anclar en una historia 
que sustituya ese tiempo anterior a su existencia por una 
reconstrucción que le dé una oportunidad de encontrar una 
causalidad a su condición de ser, que dé razón de su 
presente y le haga posible pensar un eventual futuro” 
(1991: 253). 
La conformación del fondo de memoria tiene que satisfacer dos 
requerimientos fundamentales para que la instancia yoica 
realice su tarea de historización. A saber: 

  

1. organizar dentro del psiquismo lo permanente en el 


registro identificatorio. Podría figurárselo como un 
aval en el espacio identificatorio, que ofrece garantías 
al sujeto de la continuidad de su mismidad. Al remitir 
al desfiladero edípico y su naufragio, brinda un lugar 
en el sistema de parentesco, en tanto demarca lo 
permitido y lo prohibido. Asimismo abre el vértice en 
la sucesión de las generaciones. Este ordenamiento 
se vincula a su vez con el despliegue de la 
temporalidad como categoría psíquica. 

  

2. la composición del capital fantasmático. La 


memoria se erige como un capital, término utilizado 
en el sentido de ganancia, del sujeto. El capital 
fantasmático está forjado por un caudal de 
representaciones. Piera Aulagnier habla de 
representaciones conclusivas. Con este concepto ella 
define un entramado de inscripciones psíquicas que 
condensan las representaciones que han 
acompañado las diferentes fases relacionales (oral, 
anal, fálica). Representaciones que fijan y depositan 
en la memoria de cada individuo, bajo la forma de 
recuerdos, moldes relacionales. Es decir, que la 
inscripción psíquica sedimenta a partir del encuentro 
con los otros. La construcción del psiquismo se 
produce en la intersubjetividad. 

  

Habrá de remarcarse que los dos elementos anteriormente 


explicados serán los sustentos a partir de los cuales el yo del 
adolescente podrá redactar su propia historia. Huellas y devenir 
quedan enlazados. Memoria y temporalidad son indisociables: el 
tiempo pasado, y como tal, definitivamente perdido, solo puede 
preservarse en la memoria del yo como tiempo hablado, 
construido en el après coup Por una parte la composición del 
fondo de memoria será garante de la permanencia 
identificatoria. Por otra, en el espacio relacional habrá un 
abanico de “posibles” que remitirá a las elecciones de objeto. El 
sujeto contará con la opción de catectizar objetos diversos a lo 
largo de la vida. Pero aun a través de esas diferencias se 
encontrará una matriz relacional, un puñado de peculiaridades 
que señalarán a aquellos que podrán ser elegidos por cada 
sujeto en particular. 

Se torna importante recalcar que el fondo de memoria 


demarcará lo​ ​modificable y lo no-modificable en cada aparato 
psíquico singular. Si bien se considera al psiquismo como 
poseedor de una suma de alternativas, las mismas no serán 
infinitas. Esto tanto en el registro identificatorio como en el 
registro relacional. El yo tiene opciones, pero también 
limitaciones para ocupar distintas posiciones identificatorias y 
para investir nuevos encuentros en el trayecto vital.   

Dado que el trabajo de historización comienza desde antes 


del advenimiento del sujeto, cabe subrayar que en los momentos 
previos al nacimiento y en los inicios del psiquismo, serán las 
figuras parentales los escribas de los primeros capítulos de la 
historia del individuo. En el umbral de su existencia el yo 
catectiza los pensamientos identificantes a través de los cuales 
el otro lo nomina. Una vez que dicha catectización ha sido 
efectuada, el yo podrá convertirse él mismo en enunciante, 
producirá identificados. Por eso Aulagnier piensa al yo como un 
identificado-identificante. En los orígenes es el portavoz quien 
tiene la tarea de formular anhelos identificatorios sobre el futuro 
del pequeño. Anhelos que abonarán a la conformación del ideal 
del yo. Primero la madre dirá: “Cuando seas grande...”. Desde la 
función materna y paterna se investirá el mañana del hijo. Más 
tarde, cuando el niño pasa a sustituir al infans que ya no es, 
enunciará: “Cuando yo sea grande...”. Hallamos en esas frases 
la dimensión del tiempo por venir. En los inicios de la 
constitución del psiquismo el trabajo de redacción de la 
biografía del sujeto se produjo en alianza con el yo parental. El 
abandono de la infancia exige que el propio yo pase a ser el 
único redactor y signatario de la biografía de ese sujeto. Así el 
ideal del yo se trastocará a través del encuentro con nuevos 
otros y el acceso a propuestas identificatorias novedosas que el 
sujeto pueda moldear con sello propio. 

Cabe destacar entonces que el yo debe investir ese tiempo 


vivido por la psique antes de su advenimiento, relatado por sus 
otros significativos. El yo, aprendiz de historiador, ha requerido 
en los albores de su actividad psíquica el ser hablado por los 
enunciados provenientes de la madre. Aquella que cumple la 
función materna ha realizado una anticipación en relación al 
arribo de ese hijo. Lo que Aulagnier denomina sombra hablada 
refiere a un puñado de representaciones pertenecientes al 
psiquismo materno, a través de las cuales su discurso se dirige 
a ese infans por nacer. Piera Aulagnier explica que el yo es 
constituido por los enunciados identificatorios que provienen del 
portavoz. Esta autora llama portavoz a la madre. Será ella quien 
lleve, porte, la voz de los enunciados que nominan al infans. La 
figura materna es también vocera del discurso del conjunto 
social. Un medio cultural regido por leyes que atraviesan a cada 
uno de los miembros. Para la psicoanalista italiana, lo simbólico 
remite a la Ley Universal, y dicha ley refiere a la prohibición del 
incesto. 

Según Aulagnier, en la primera fase de la existencia del yo 


el niño deja al portavoz la tarea de formular anhelos 
identificatorios ligados a su futuro. El yo se halla en proceso 
identificatorio, lo cual lleva implícito un incesante trabajo de 
elaboración, de duelo, de apropiación. El proceso identificatorio 
tiene su origen en las representaciones identificatorias que los 
otros primordiales le aportaron. Este concepto responde a 
pensar el advenimiento de una subjetividad que solo puede 
conformarse reconociéndose identificada a partir del Otro. El yo 
no se constituye como una mónada, sino en el espacio de 
relación con el Otro. Y necesita disponer de un mínimo de 
reparos identificatorios. Esos anclajes de certidumbre son 
provistos por la identificación simbólica. Esta identificación 
ubica al sujeto tanto en una cadena genealógica, como en el 
contexto socio-cultural. 

En los tiempos de lo infantil el yo delega al otro parental el 


investir su porvenir. Por tanto puede considerarse una mutación 
fundante cuando la instancia yoica comienza a desempeñarse 
como usina generadora de los anhelos identificatorios que 
catecticen su futuro. Dado que en la infancia el norte del Ideal 
estaba todavía orientado por la mirada parental, esta es una 
transformación específica de los procesos adolescentes. El yo 
contará con la posibilidad de investir emblemas identificatorios 
que dependan del discurso del conjunto y no ya del discurso de 
un único otro. En los momentos de la adolescencia se hallarán 
nuevas referencias para el yo, ligadas al nos-otros que se genera 
con los pares. 

Al respecto afirma Levín de Said: 

  

“En este período, en el encuentro con lo nuevo, con lo no 


conocido anticipadamente, cuando ya ningún rostro, 
ninguna mirada, le devuelve la imagen unificada a la 
manera de un único espejo, será el conjunto de las miradas 
y voces de esos otros, investidos por el adolescente, los 
que le propondrán las piezas de un rompecabezas que sólo 
él será capaz de armar” (2004: 208). 

  

Es sabido que en la adolescencia las identificaciones que 


cobran preponderancia dependen de encuentros 
heterofamiliares (Grassi, 2010). Dolto (2006) afirma que la 
palabra de los padres deja de ser ante el adolescente el valor de 
referencia. La entrada en la adolescencia abrirá entonces a una 
mutación en relación a la autoría de la propia biografía. El yo del 
niño ha aceptado escribir junto a sus padres los primeros 
capítulos de ese relato. Este es un requerimiento para la 
constitución de la subjetividad. Sin embargo también se tornará 
imprescindible que las figuras parentales cesen de ser 
cosignatarias de esa redacción. Un sujeto debe tener un lugar 
como tal en el discurso parental. Esto remite a la alteridad, al 
registro de su singularidad y su derecho a un pensamiento 
autónomo. 
La adolescencia es un entramado con innumerables 
aristas: un acontecimiento en la travesía de neo-organización del 
proceso identificatorio. Si se habla de los procesos 
adolescentes como un momento de giro en la encrucijada 
identificatoria es porque el yo debería poder modificar su 
relación de dependencia con el discurso parental. Estas 
tramitaciones se producen ligadas al momento en el cual las 
identificaciones que cobran preponderancia dependen de 
encuentros por fuera de lo familiar. 

La entrada en la adolescencia abrirá ese trabajo psíquico 


de transformación en relación a la autoría de la propia biografía. 
Es tarea del yo la de modificar los textos fragmentarios, relatos 
sobre su historia ofrecidos por los otros por él investidos, en un 
raconto que le aporte el sentimiento no ilusorio de una 
continuidad temporal. Se ha expuesto que el yo del niño ha 
aceptado redactar junto a sus padres los primeros capítulos de 
esa biografía. Esto es tan necesario para la constitución del 
sujeto, como lo es el sepultamiento de la conflictiva edípica y la 
composición del fondo de memoria. Se requerirá también, en el 
devenir saludable del psiquismo, que el yo parental deje de ser 
cosignatario de esa redacción. Por tanto se destaca, dentro de 
las tramitaciones psíquicas específicas de la adolescencia, el 
trabajo de pasaje de firma. Condición sine qua non para la 
producción de subjetividad adolescente. Es decir que esa 
narrativa, construida de manera conjunta con el yo parental 
durante la infancia, tendrá que ser tomada a cargo por el 
adolescente. Para esto se requerirá que los padres puedan 
tolerar este corrimiento de función. Ya no les compete a ellos 
armar la historia y el proyecto de su hijo. Por el contrario 
deberán dejarlo, respetando su alteridad y su posibilidad de 
pensamiento autónomo, interrogar y producir la 
interpretación-construcción de su pasado, para proyectarse 
hacia el por-venir. Pasaje de firma mediante, el yo del 
adolescente podrá re-elaborar y generar representaciones tanto 
de sí mismo como de las relaciones con los objetos (los objetos 
infantiles como los nuevos objetos a ser libidinizados). Para el 
buen arribo a dicho logro deviene fundamental que el yo se 
sostenga en posiciones estables en la organización del espacio 
identificatorio. 

Recuperamos aquí dos conceptos acuñados por Aulagnier, 


que suplementan y enriquecen al de trabajo de historización. Se 
trata del principio de permanencia y del principio de cambio. La 
autora toma y parafrasea los nombres del artículo 
“Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” 
de S. Freud, de 1911. El de permanencia alude a aquello que 
subsiste en el psiquismo más allá de las modificaciones. Refiere 
a pilares que en el armado identificatorio deberán persistir como 
no-modificables, columnas sobre las cuales el yo tejerá la 
aventura abierta de su historia (Rother de Hornstein, 1991). De 
manera diversa, pero en consonancia, otro segmento de su 
historia tendrá que estar permeable a lo novedoso que ese 
psiquismo pueda gestar, lo cual se liga con el principio de 
cambio. Aulagnier aclara que estos principios rigen tanto el 
funcionamiento identificatorio como el espacio relacional. El yo 
es el redactor de un compromiso identificatorio. El contenido de 
una parte de las cláusulas de esta redacción no deberá cambiar. 
Mientras que el de otra tendrá que hallarse abierto a 
modificaciones. Mudanzas que funcionan como reaseguros del 
devenir de la instancia yoica, vértices que posibilitan que el 
sujeto no quede fijado a identificaciones paralizantes. En la 
construcción identificatoria subsisten mojones que demarcan lo 
no-modificable, soportes sobre los cuales el yo tejerá su 
leyenda. Asimismo la narrativa queda abierta a la escritura de 
párrafos novedosos en la biografía del sujeto. 

Considerando lo explicado en el párrafo anterior, se 


sostiene como fundamental que el adolescente solo podrá 
construir su futuro si ha podido investir su pasado (Aulagnier, 
1989). Esos días-por-venir se presentarán como oportunidad de 
inaugurar lo im-previsto, siempre y cuando el sujeto sienta que 
no pierde el hilo de su devenir. 

El proyecto identificatorio se despliega en la temporalidad, 


siendo una vía de acceso al porvenir. Los procesos 
adolescentes son un jalón en el discurrir de ese proyecto. El 
tiempo de la adolescencia es un tiempo de salida, abertura que 
requiere hacer anclaje en lo infantil. La noción de proyecto 
identificatorio en las conceptualizaciones de Aulagnier refiere a 
la construcción del ideal del yo, imagen que el yo se propone a sí 
mismo. Esta imagen debe responder a las exigencias de lo 
decible y de la puesta en sentido ligados al proceso secundario. 
En consonancia con los principios de permanencia y de cambio, 
cabe resaltar que el armado del proyecto identificatorio ofrece al 
yo una propuesta para su mañana, preservando siempre el 
recuerdo catectizado de los enunciados pasados, a través de los 
cuales el sujeto construye su narrativa. 

Para concluir se torna esencial subrayar que en el marco de 


procesos saludables en los tiempos adolescentes podrá 
gestarse la creación de la propia historia como elaboración 
psíquica original e inédita. La historización es una tarea que 
persistirá en el decurso de la vida. Pero, en el trayecto 
adolescente tiene que producirse ese trabajo psíquico de 
“pasaje de firma”, de desasimiento del discurso familiar. Si 
hubiera dificultades, de los padres o del/de la adolescente, en 
ese de soltar/se, podría eclosionar una patología. Debido a esto, 
Piera Aulagnier asevera que, ante la aparición de un cuadro 
psicopatológico al cierre de la etapa adolescente, deviene 
primordial sondear en las cuestiones previas que interfirieron en 
la construcción de esa historia. 

También podría gustarte