Pineda

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Los cuerpos heridos de José Roberto Duque

R P B
T G C , CUNY

Recibido: 15 de noviembre de 2018 Aceptado: 5 de diciembre de 2018

Abstract: --------------------------------------------------------------------------------
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Key words: ------------------------------------------------------------------------------
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Resumen: En la novela Tiempos del incendio (2014) de José Roberto Duque
se entrevista a un grupo que participó en protestas estudiantiles en los ochenta
y noventa venezolanos. El Caracazo es un evento que los personajes entrevistados
verán como el día en el que los sectores populares siguieron por fin el llamado de la
desobediencia. Luego de esto, la novela da un salto temporal y finaliza en el contexto
del chavismo instaurado en el poder. En este sentido el autor parece reproducir sin
más la conocida narrativa chavista de que el Caracazo es el germen de la revolución,
narrativa que, como se sabe, convierte un factor constituyente (la multitud de las
protestas que desafió al poder) en un factor constituido, domesticado (el “pueblo”
chavista). Sin embargo, el autor desafía algunos lugares comunes del chavismo como
poder constituido por medio de algunas imágenes muy elocuentes de los cuerpos
de sus protagonistas. Para probar esto analizaré algunos estudios sobre el Caracazo
(López Maya, Skurski y Coronil, Salas, Velasco) así como algunos trabajos teóricos
sobre multitud y cuerpo (Hardt y Negri, Beasley-Murray, Nancy).
Palabras clave: Caracazo, Chavismo, novela venezolana, multitud, cuerpo.
.

Studia Iberica et Americana (SIBA) 5 (2018): 93-106 ISSN: 2327-4751


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Durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez (1974-


1979) y en el contexto de un crecimiento enorme del mercado petrolero
internacional (cf. Arráiz Lucca), Venezuela parecía vivir uno de sus
pe-riodos de mayor riqueza. La nacionalización de las industrias del
hierro y del petróleo (1975-1976) refuerza además el protagonismo
del Estado, que para entonces ya era rico y poderoso. La estabilidad
económica del país, de este modo, queda en manos del gobierno
y depende “de las relaciones de poder dentro de la clase dirigente
venezolana, que ejercerá el control de la principal industria del país”
(Borgucci y Fuenmayor 172). Sin embargo, aun en este contexto de
“boom petrolero”, la deuda pública durante el gobierno de Pérez au-
menta significativamente en relación con el gobierno anterior. Luis
Herrera Campins, quien gana las elecciones presidenciales en 1978,
pronuncia en su toma de posesión una de las líneas más recordadas
de los discursos políticos venezolanos: “Recibo un país hipotecado.”
Poco tiempo después ocurre la “Crisis de 1983” o “Viernes Negro”
—una enorme devaluación de la moneda— y hay un mayor incremento
de la deuda interna y externa, lo que luego recibe el presidente Jaime
Lusinchi (1984-1989). Lusinchi implementó un control de gastos ad-
ministrativo y público y buscó un financiamiento de la deuda, aunque
también, como se sabría luego en detalle, presidió un gobierno corrupto
y que no logró financiar lo que había prometido. En su segundo man-
dato, que inicia en 1989, Carlos Andrés Pérez propone un ajuste
económico para intentar subsanar esta crisis extendida, aunque sus
consecuencias a este punto parecen difíciles de contrarrestar. Como
expresa Miriam Kornblith, si bien durante este gobierno se pusieron
en marcha reformas institucionales que han sido fundamentales en la
democracia venezolana en lo sucesivo,1 la desconfianza en las institu-
ciones era cada vez mayor, al igual que la crisis y el aumento de la
pobreza. Todo esto fue produciendo una tensión que se agravaría tras
el discurso pronunciado por el presidente el 16 de febrero de ese
año, en el que presentó los ajustes económicos conocidos como el
“Paquete Neoliberal.” Pocos días después de estas declaraciones se
1
“En julio de 1989 el Congreso designó una Comisión Especial para la revisión de
la Constitución de 1961, presidida por Rafael Caldera, en su calidad de senador vitali-
cio. En septiembre se promulgó la Ley de Elección y Remoción de Gobernadores y Al-
caldes, con lo que se dio curso al proceso de descentralización político-administrativa
en el país. En la materia electoral se innovó con la consagración de la personalización
del sufragio para la elección de los cuerpos deliberantes, mediante la inclusión del
voto nominal y las listas abiertas. Estos cambios se pusieron en marcha en los comi-
cios regionales de 1989” (Kornblith 162-163).
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produce una serie de disturbios conocida como el Caracazo, uno de los


acontecimientos más intensos de la reciente historia venezolana.
Una de las medidas para la recuperación económica venezolana
pronunciada por Pérez en aquel “Paquetazo” fue el aumento del precio
de la gasolina, lo que produjo incrementos en el costo del pasaje de
transporte público. A los choferes se les permitió subir en cierto porcen-
taje el costo para compensar el incremento, pero lo llevaron al doble:

Los conductores, inconformes, decidieron por su cuenta llevar ese


aumento al 100%. La mañana del 27 de febrero de 1989, los habitantes
de Guarenas, ciudad mediana ubicada a unos 40 kilómetros de Caracas,
se encontraron con esta desagradable sorpresa. Ese recorrido lo hacen
diariamente miles de personas que trabajan en la capital, por lo que
cualquier aumento del pasaje afecta sensiblemente su salario. Allí, en
Guarenas, se iniciaron las protestas2 (Herrera 41).

El Caracazo o “Sacudón”, como también se le conoce, tiene su


inicio en estas protestas a las que le siguieron disturbios, tiroteos, sa-
queos en Caracas y otros puntos de Venezuela. El país fue declarado en
estado de emergencia y en los próximos días murieron casi trescientas
personas (cifras extraoficiales sugieren que hubo muchos más muer-
tos), la mayoría a manos de las fuerzas represivas del Estado. Este
acontecimiento abrió una brecha en la historia de Venezuela que ha
sido discutida ampliamente y de la que se desprenden varios factores:
por una parte, devela una enorme crisis en un país que desde 19583 se
percibía como investido de una estabilidad política y social “envidiable”;
por otra, la dirigencia política bipartidista nacida en aquel 1958, que ya
se encontraba debilitada por su responsabilidad en la crisis económica,
termina por perder su legitimidad al no poder controlar sin enormes
daños materiales y humanos lo ocurrido durante el 27 y el 28 de fe-
brero; por último, en estas revueltas se manifiesta protagónicamente
la clase pobre del país, que representaba para entonces casi un sesenta
por ciento de la población (Buxton 155), mostrando la otra cara de
aquella “estabilidad”.
2
Por este motivo se ha dicho que el término con el que se conoce esta ola de dis-
turbios es “mal llamado Caracazo, ya que todo comenzó en Guarenas y no en Caracas”
(Duque, “Que se aparten los especialistas. El pueblo debe contar su historia”, n.pag.).
3
Año en el que es derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y se esta-
blece un acuerdo entre los principales partidos políticos —Acción Democrática (AD),
COPEI y URD— que “garantizaría la democracia”, conocido como el Pacto de Punto
Fijo. El Partido Comunista (PCV) no formó parte del acuerdo. Durante los próximos
cuarenta años AD y COPEI tendrán la mayor parte del liderazgo político del país.
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Es claro que el Caracazo no fue un acontecimiento aislado ni res-


pecto del país, cuya desestabilización ya había producido varias pro-
testas poco antes de este acontecimiento, ni tampoco aislado del esta-
blecimiento de un orden mundial que algunos han querido definir como
postmoderno, otros como neoliberal, otros incluso como un nuevo
Imperio (Hardt y Negri). Para la historiadora Margarita López Maya,
por ejemplo, el paquete de Pérez es el “resultado de un compromiso
formal con el FMI” (Del viernes negro 26), y constituyó además el
principal desencadenante de varios modos de resistencia que tuvieron
como punto álgido el Caracazo. Pero, antes de llegar a este comentario,
resume en el mismo texto otras circunstancias que llevaron a su vez a
la imposición del paquete neoliberal de Pérez venidas en las últimas
décadas, en lo económico y lo social. Así, la autora muestra que si
bien puede verse el “paquetazo” como la mecha que encendió las
protestas, éstas también son el resultado de años de malas políticas.
Quizás lo más interesante del ensayo de López Maya es que también
enumera ciertos factores que al mismo tiempo produjeron lo que ella
llama “cambios en la conciencia colectiva,” resultado del deterioro de
las instituciones de poder y de su evidente incapacidad de resolver la
crisis, de la ostentación de los gobiernos frente a la pobreza general, de
las muchas denuncias de corrupción. El gobierno genera como nunca
rechazo, frustración. Esto produjo que varios sectores de la sociedad
protestaran repetidamente4 hasta el estallido del Caracazo, afirma la
autora.
En el artículo “Venezuela: la rebelión popular del 27 de febrero de
1989. ¿Resistencia a la modernidad?” López Maya explica que los mo-
tivos que generaron las protestas pueden dividirse en dos grupos: el
primero se basa en el rechazo al aumento del pasaje que produjo las
primeras reacciones y protestas en varios sectores del país; el segundo,
visible en la medida en que avanzaron las protestas y disturbios,
basado en el rechazo general al paquete de Pérez, al aumento de pre-
cios de los bienes, y al acaparamiento de alimentos que también estaba
ocurriendo en los días previos ante las medidas de aumento.5 En
este sentido, la autora propone que el Caracazo puede verse como un
rechazo de la población venezolana ante el nuevo “pacto social” de los
4
En la obra citada, López Maya muestra varios de estos antecedentes y hace un
muy buen panorama del clima vivido en el país previo al Caracazo.
5
De hecho, varios de los autores aquí citados relatan que en las protestas se po-
dían escuchar consignas como los que cita López Maya: “El pueblo tiene hambre”, “El
pueblo está arrecho”, “¡Basta de engaños!” (Del viernes negro 71; Skurski y Coronil
318).
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ajustes económicos, diferente del Estado desarrollista-populista que


caracterizó a la modernidad venezolana. Se trató de:

[Un] vehemente repudio a una forma de modernización que en


sus primeras acciones hacía desaparecer el Estado de derecho y el
proyecto de modernidad que la sociedad había impulsado en el siglo
XX y condensado en la Constitución de 1961. La gente, los sectores
populares, exigían en las primeras horas de la protesta que operara la
ley, que los choferes no cobraran por encima de las tarifas acordadas,
que los comerciantes no especularan con los alimentos de primera ne-
cesidad. Que, de acuerdo a la socialización aprendida en los 30 años
de vida democrática que llevaba el país, el régimen económico se fun-
damentara en principios de justicia social (“Venezuela: la rebelión po-
pular…” 197).

Respecto a esto Coronil y Skurski se refieren al debilitamiento


de “the tutelary bond between leader and pueblo” (310), mostrando
de igual manera que varios factores que habían ido produciendo esta
fractura, más la reacción de choque frente a las medidas impuestas por
Pérez y sus consecuencias inmediatas, desencadenaron el conflicto. El
debilitamiento de la unión del pueblo y el Estado se hizo evidente, no
solo con las protestas en sí, sino en la posterior violencia de Estado
para con este sector. Como señala un testigo en un artículo de Yolanda
Salas: “fue en los barrios donde hubo la carnicería” (58). Además de
esto, Coronil y Skurski señalan que a partir del evento se mostró un
incremento de la visión hacia los pobres como una “multitud bar-
bárica”.6
Es lógico entonces que la reivindicación de las clases pobres del
chavismo sea tan eficaz cuando utiliza como referencia este aconteci-
6
Claro que, habría que considerar los matices, y muchas otras fuentes. Aunque
Salas los define como de una “autoridad al margen,” actores políticos como “miembros
de partidos políticos de izquierda y de la iglesia renovada” que habían profetizado que
la injusticia social y el desequilibrio económico podría dar pie a un disturbio nacional,
tuvieron otras opiniones a partir del suceso (60). También Alejandro Velasco muestra
estas advertencias de sectores de izquierda a través de artículos periodísticos previos
al Paquetazo y al posterior Caracazo. Habría que detenerse también en el modo en el
que Pérez y otros altos líderes trataron de considerar la injusticia social prolongada
como causa del estallido, aunque con obvias intenciones de evadir las responsabili-
dades de su propio gobierno. Ciertamente parece que, en general, como indica Salas,
los protagonistas del disturbio fueron definidos para la época como “masas,” “tur-
bas,” “pobladas,” “canallas,” “multitud desbordada,” “chusma de Gaitán,” “turbas de
Zamora” (61). Bien valdría la pena revisar los estudios sobre las declaraciones de las
clases dirigentes y de la prensa. Sobre este particular véase Tablante.
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miento (aunque, como se sabe, no es nada nueva la validación de


las revueltas como parte de los imaginarios nacionales, algo que un
autor como Tomás Straka ubica en Venezuela desde el temprano siglo
XIX). Es importante aclarar que no se puede entender del todo el uso
de esta referencia por parte del chavismo sin el uso que también hace
del intento de golpe de 1992. Lo que ocurre este año, a manera de
panorámica, es lo siguiente: luego del Caracazo, aunque el gobierno
logró “restaurar el orden,” se registró una enorme cantidad de protestas
y disturbios así como de represiones, y las encuestas apuntaron que
Pérez —entre otros7— estaban perdiendo muchísima popularidad, y
que una importante parte de la población quería un nuevo gobierno
(Marcano y Tyszka 122). Las condiciones estaban pues más que dadas
para que un grupo de oficiales que se oponían al gobierno, y que desde
hace más de diez años se reunían clandestinamente con el nombre
de Ejército Bolivariano Revolucionario, luego llamado Movimiento
Revolucionario Bolivariano-2008, pudieran finalmente poner en mar-
cha un plan de derrocamiento. La madrugada del 4 de febrero de
1992 se lleva a cabo un intento de golpe de Estado, aunque fracasa.
Sin embargo, este acontecimiento permitiría que Hugo Chávez, uno de
los líderes del grupo, quien tras el intento da unas declaraciones por
televisión para llamar a la rendición de rebeldes que se encontraban
atacando en otros puntos, asumiera la responsabilidad de los hechos y
expresara lo que luego sería su famosa línea “por ahora, los objetivos
que nos planteamos no fueron logrados…”. Con esto, su nombre se da
a conocer en todo el país y para muchos se convierte en un héroe.
En reiteradas ocasiones Chávez manifestó este vínculo entre el
Caracazo y el intento de golpe de 1992. Con el primero, es lo que se
sugiere, grupos como el Movimiento Revolucionario Bolivariano se
sintieron en sintonía con el pueblo: “Nadie puede entender el 4 de
febrero si no considera el 27 de febrero de 1989,” afirma Chávez en una

7
“Los partidos políticos, por su parte, también estaban en su peor momento. Lo
mismo los sindicatos. En los noventa, las encuestas aseguraban que los venezolanos
no confiaban en ellos, ni en los poderes Legislativo y Judicial, que consideraban co-
rruptos e insensibles” (López Maya, “A veinticinco años del 4F” 2).
8
“The life of MBR-200 has been intense and unique. For nearly ten years prior
to the 1992 insurrection, it existed as a basically military group which operated in the
silence of the barracks, its leaders studying and evaluating the Venezuelan political
situation in order finally to conspire against the established political order. Its name
comes from the desire to emulate the conduct and action of Simón Bolívar, and the
number 200 refers to the bicentenary of the Liberator’s birth in 1983, the year the
conspirators say they initiated their activities” (López Maya y Lander n. pag.).
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entrevista realizada por José Vicente Rangel (185). Además de ser una
obvia estrategia de unificación entre su liderazgo y los venezolanos, a
través de la voluntad manifiesta de éstos en el Caracazo, el 27 de febrero
le permitirá al chavismo elaborar una retórica acerca de aquella clase
pobre que fue abandonada por sus dirigentes. Pero, aunque eficaz, y
tal vez cierta por lo que he mostrado hasta ahora, esta retórica evade
otros factores del suceso que debilitarían esta mitología. Desde cierta
perspectiva, por ejemplo, el Caracazo se puede definir también como
la manifestación espontánea de una “multitud”, lo que problematiza la
idea de que sus protagonistas, en la retórica chavista, son la fundación
de un “pueblo”, de una nueva “nación” revolucionaria. Una multitud que,
tomando en cuenta lo desarrollado por Hardt y Negri en Imperio y más
específicamente sobre el concepto en Multitude: War and Democracy
in the Age of Empire, escapa de los límites del orden impuestos por
el capital y por el Estado (como cuando este último quiere convertir
a la multitud en la idea orgánica del “pueblo”). Tiene más bien la po-
tencialidad de manifestarse contra el orden compartiendo deseos de
democracia en los que intervienen afectos, rupturas de hábitos y multi-
plicidad de formas de vida. Respecto de las revueltas, Hardt y Negri
afirman:

Revolts mobilize the common in two respects, increasing the in-


tensity of each struggle and extending to other struggles. Intensively,
internal to each struggle, the common antagonism and common wealth
of the exploited and expropriated are translated into common conduct,
habits, and performativity […]. The mobilization of the common gives
the common a new intensity. The direct conflict with power, moreover,
for better or for worse, elevates this common intensity to a higher level:
the acrid smell of tear gas focuses your senses and street clashes with
police make your blood boil with rage, raising intensity to the point of
explosion. The intensification of the common, finally, brings about and
anthropological transformation such that out of the struggles come a
new humanity (212-213).

En su libro Barrio Raising, Alejandro Velasco también considera


esta noción de “multitud” cuando describe los primeros momentos del
Caracazo en el que, refiriéndose a lo visto en una barriada venezolana
que durante los acontecimientos fue duramente atacada, todos sus ha-
bitantes trabajaron en común, bajo una identidad común, para lidiar
con la violencia del evento, dejando atrás sus diferencias históricas:
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As Hardt and Negri write, the ‘dynamic of singularity and mul-


tiplicity that defines the multitude denies the dialectical alternative
between One and the Many —it is both and neither’. And so with the 23
de Enero: it is both a common space, a single identity, but also, at once,
many spaces, as the experience of the Caracazos9 suggests (295)10.

Desde esta perspectiva, esta identidad común no es la del “pueblo”


soberano, sino la que se puede quizás definir, a partir de lo que plantean
Hardt y Negri, bajo un mismo “deseo.” Es quizás aquello que Beasley-
Murray describe como un “sujeto colectivo abierto” (a diferencia del
“pueblo” que es homogéneo), contiguo (“contrato más que contacto;
afecto más que efecto” [228]) y común (su capacidad de poder consti-
tuyente es “una cuestión de hábito, sin entrenamiento o siquiera
voluntad” [237]). Un acto, si se quiere, espontáneo y “corporal,” mo-
vido por afectos, por hábitos o rupturas de hábitos, por “the raising
intensity.” Quisiera ver ahora cómo se resuelve esta tensión en la novela
Tiempos del incendio (2014) de José Roberto Duque. Parafraseando a
Roberto Esposito en Las personas y las cosas: ¿cómo se resuelve la
vieja tensión entre la “persona” del control soberano y la impersonal
estructura del cuerpo? Lo que me parece es que en la novela de Duque
hay algunas imágenes asociadas al cuerpo que hacen ir a la novela un
poco más allá de los lugares comunes del discurso chavista. Propongo
que, en este sentido, esta novela podría rescatar este otro aspecto que
muestra que un evento como el Caracazo no puede inscribirse del todo
en el proyecto de la soberanía estatal del chavismo.
En Tiempos del incendio un grupo de personajes es entrevistado
en 2002 por su participación en las protestas estudiantiles venezolanas
en los ochenta y noventa y en el contexto del Caracazo. Estos relatan
algunas de sus operaciones y asaltos, así como los asesinatos de
9
Se refiere al evento en plural, pues el autor pone atención en lo ocurrido en el
barrio 23 de Enero durante el evento, considerando esto como un “contingente” de los
varios escenarios del Caracazo, de los varios “Caracazos.”
10
He encontrado una afirmación similar en el ensayo de Rafael Sánchez, en el
que sugiere que el Caracazo puede leerse más desde la perspectiva de la multitud
movilizada y con capacidad constituyente en oposición a la perspectiva “Bolivariana”
de los gobernantes (360). Aunque el autor se está refiriendo en primer lugar a dicha
característica en relación a las sublevaciones en Venezuela en el siglo diecinueve, afir-
ma que tanto estas como el Caracazo tienen similitudes si se estudian como este tipo
de multitudes. Hay varios trabajos que comparan el Caracazo con disturbios de perio-
dos muy anteriores. En “Venezuela: la rebelión popular…” , López Maya se pregunta,
por ejemplo, si es posible ver en el Caracazo acciones similares a las de los disturbios
premodernos europeos, aunque al final del ensayo cuestiona esta posible perspectiva.
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algunos de sus compañeros años atrás (la historia de uno de ellos y


de su familia, Gonzalo Jaurena, será protagónica en la segunda parte
de la novela11), a la vez que reflexionan respecto de la importancia de
las luchas populares e incluso respecto del propio “ímpetu” que los
lleva a ellas, ese “dictado profundo llamado rebeldía” (14). La fecha es-
cogida por el autor para esta entrevista es lo menos fortuita: tal como
revelan los personajes ocurre el 10 de abril de 2002, un día antes del
intento de golpe de Estado contra Hugo Chávez, momento en el que
el país cumplía dos días de un paro declarado “indefinido” impulsado
por las fuerzas de la oposición; es también un día antes de que una
marcha de oficialistas y otra de opositores se enfrentaran, murieran
veinte personas y más de cien resultaran heridas en la confrontación
(Marcano y Tyszka 266);12 y por último, justo algunas horas antes
de que se anunciara la supuesta renuncia de Chávez quien, como se
sabe, regresaría al poder el 14 de abril.13 El golpe de abril de 2002 es
también, cabe destacar, un elemento importante de la épica chavista,14
momento en el que “la derecha venezolana, con la ayuda del poder
mediático, creó una situación […] derivando en un golpe de Estado por
47 horas contra el comandante Hugo Chávez,” reza la leyenda de una
foto de Telesur (“¿Qué ocurrió en Venezuela el 12 de Abril de 2002?”),
canal de izquierda latinoamericano que tiene al gobierno chavista de
Venezuela como uno de sus fundadores y patrocinadores. Ese mismo
año los diversos sectores de la oposición lograrían establecer un paro
de la industria petrolera que se prolongaría hasta los primeros meses
de 2003, y que el chavismo recuerda como un sabotaje que “atentó
contra la estabilidad del país mediante la estrategia de desabastecer el
mercado interno y la exportación de crudo, generar desabastecimiento
de los alimentos, crisis hospitalaria, el estallido social y la quiebra del
Estado” (Ibáñez n. pág.).
Pero el chavismo en la novela no ocupa más de unas pocas líneas.
No es mencionado sino un poco antes de que acabe la obra, cuando
termina la entrevista y los personajes vuelven a la actualidad luego
de hacer memoria extensa de sus años en las revueltas. Esta breve
mención es suficiente, sin embargo, para dejar en claro dos posturas
11
La obra tenía como título original Jaurena, y fue publicada por partes en la
revista Épale, tal como señala la nota editorial de la reedición que uso en este artículo.
12
Los números varían según las fuentes, aunque todas apuntan a una cantidad
similar.
13
Hay muchos debates respecto de si Chávez efectivamente renunció durante
esta captura (cf. Marcano y Tyszka 276-284).
14
Para una explicación amplia del suceso ver López Maya, “El golpe de Estado”.
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en la novela respecto del chavismo. En primer lugar, que aunque Ve-


nezuela tiene finalmente un gobierno con el que los personajes se
sienten identificados (así lo expresan ellos mismos), no deja de haber
conspiradores ante los que hay que estar alerta. Pero en segundo lugar,
lo más importante es que a través del tratamiento que los personajes
dan al chavismo, el autor está reproduciendo este elemento de aquella
épica que ya he mencionado: el Caracazo visto por el oficialismo como el
evento que anticipó el gobierno de Chávez (Colotti n. pag.), como el día
en el que se fracturó el puntofijismo, que se develó la crisis económica
e institucional venezolanas y, sobre todo, en palabras de Hugo Chávez,
el día que se despertaron los pobres: “una nueva historia comenzaba
en Venezuela con la rebelión de los pobres, con la conciencia de lucha,
de batalla, que encarnó en las seculares víctimas de la desigualdad y la
exclusión” (Chávez Frías n. pag.).
La novela, entonces, como en el discurso oficial, hace este vínculo
entre la rebelión del Caracazo y el advenimiento del chavismo, que
resuelve el clásico principio retórico populista de la encarnación del
pueblo en el líder y deja de lado otros hechos que complicarían esta
narrativa, como los que he mencionado líneas atrás. Duque ha sido
considerado desde los años noventa como uno de los mejores escritores
de narrativa breve sobre lo urbano y sobre el barrio venezolano (cf.
Pineda Burgos). Más tarde, él mismo se ha mostrado como seguidor de
la revolución chavista y hace, eso sí, especial énfasis en la revolución
desde las bases, en la creatividad y producción desde los impulsos de
las bases (lo cual se puede encontrar en varios de sus blogs y otras
publicaciones de Internet). Siendo así, ¿logra cuestionar o ir más allá de
la retórica del Estado chavista, del discurso hegemónico del chavismo?
Los personajes dicen que todos los que participaban de estas
actividades subversivas junto con ellos venían de distintos lugares,
incluyendo el barrio mismo: tanto ricos como pobres, de un lado
“gente de barrio, pobres e hijos de gente pobre,” y del otro “coños de
familias burguesas y con pintas de burguesitos” (21). En varias de
las anécdotas, hay tanto hombres como mujeres, hijos de padres que
huyeron del comunismo europeo o de la dictadura latinoamericana.
Pacifistas y violentos. Poetas y estudiantes de medicina. Esto es desde
luego la creación de identidades que sirven a la soberanía o, como
diría Ernesto Laclau, constituyen una “cadena de equivalencias.” Los
personajes expresan en varias oportunidades sentir un “impulso”
que se correspondería más con esa euforia propia de la multitud y de
movimientos como el Caracazo, pero finalmente esto es desplazado por
Los cuerpos heridos de José Roberto Duque SIBA 5 103

el énfasis en “darle contenido político15 a aquello que se desbordaba”


(82) (“aquello” se refiere a la proximidad de los acontecimientos del
27 de febrero). Entiendo que la ¨búsqueda de contenido político” de
los personajes tiene que ver con que estos forman parte de lo que el
autor llama “movimientos estudiantiles” —protagónicos por cierto
antes, durante y después de los disturbios, como puede encontrarse en
las referencias sobre el Caracazo aquí citadas, y que merecería un ca-
pítulo aparte—, pero esa insistencia en construir un discurso político
en relación con el suceso borra por completo afectos espontáneos
que también caracterizan a una revuelta popular y que van más allá
de la política (la rabia, la euforia, el éxtasis, por ejemplo). Aunque los
que conforman la revuelta son llamados en la novela una “multitud
desbordada,” un “movimiento telúrico,” el autor retoma una y otra vez
la retórica oficial: esa multitud es un “pueblo” que les “dio clases de
valor.” La multitud, creo, se resiste a la propia escritura de Duque, pero
el autor insiste en la necesidad de encontrar en ese movimiento “algún
resquicio por donde colar un discurso político” (83). No es que no pue-
da haber demandas en esa multitud: como bien afirma López Maya y
mostré antes, aunque el inicio de los disturbios parece ser la reacción
de las personas ante el aumento del pasaje (una ruptura del “hábito,”
diría Jon Beasley-Murray), ciertamente después pueden verse claras
expresiones de descontento con el sistema: consignas, reclamos al
gobierno. Pero me parece que habría que haber mirado más de cerca
dentro de ese “movimiento telúrico.” Habría que haber considerado
también la energía producto de aquel evento como el resultado de
“afectos” —como los que mencioné unas líneas atrás— que son más
difíciles de describir como parte de una “épica,” como “sentimientos”
posibles de usar, de definir, de verbalizar y de servir a un discurso. Me
refiero en este sentido a lo que también propone Beasley-Murray: el
afecto, aquello que produce movimientos en el cuerpo, que posee al

15
Lo “político” considerado por Duque cuando lo menciona literalmente parece
referirse a ese “sentido amplio” que Jacques Rancière llamó “la policía” en cuanto a
que reproduce “la ley generalmente implícita” (44). Lo político como “ruptura” en la
novela, también siguiendo a Rancière, estaría quizás en lo que propongo como des-
cripción de los cuerpos heridos y que desafía los lugares comunes del chavismo res-
pecto al Caracazo, sugiriendo que este evento no puede inscribirse del todo en la épica
estatal. En El desacuerdo Rancière afirma que lo político “rompe la configuración
sensible donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que
por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte. Esta
ruptura se manifiesta por una serie de actos que vuelven a representar el espacio don-
de se definían las partes, sus partes y las ausencias de partes” (45).
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individuo a través del cuerpo y lo desborda —la inmanencia, quizás


el “ímpetu” al que tímidamente se refiere Duque— es releído por el
Estado como una emoción inscrita en su normativa (131), en este caso,
tal vez, la de la “heroicidad” del pueblo venezolano.
Volviendo a la descripción de los “protagonistas” del suceso, hay en
la novela una mención un poco más precisa del sector popular del país.
Es la que se hace respecto de los grupos organizados del 23 de Enero16
—hacedores “de la desobediencia popular, que ya más nunca volvió
a ser una expresión inofensiva” (46). La enorme parroquia del 23 de
Enero, el conjunto de bloques ubicados en las cercanías de los edificios
gubernamentales, concebido como el gran proyecto modernista del
dictador Marcos Pérez Jiménez, fue también adquiriendo las formas
de esa otra “magnitud” de las grandes ciudades latinoamericanas, el
crecimiento imparable de pobreza, con ocupaciones y construcciones
de “ranchos” —slums en Venezuela— en sus alrededores. El 23 de Enero
ha sido un emblema nacional de lucha y movilización popular, y un
constante blanco de los ataques del Estado contra la “desobediencia.”
Fue un importante recinto de los movimientos guerrilleros en los se-
senta, y en las décadas siguientes constante punto de confrontación
entre policías y activistas, también lugar en el que se crearon brigadas y
grupos que defendían al barrio de la criminalidad. Durante los días del
Caracazo, fue un punto central de la masacre. Los rumores acerca de
la supuesta planificación de los saqueos y disturbios en el barrio iban y
venían, legitimando la represión que sufrió en los días siguientes. Fue,
como bien muestra Alejandro Velasco, un ataque desproporcionado.
A través de varios testimonios y reportes de prensa Velasco muestra
que lo más desconcertante para los habitantes del barrio es que se dis-
paró sin discriminar. Número incontable de cadáveres yacían en las
calles por horas; las personas eran amenazadas cuando intentaban
mover a sus muertos. Señalan Julie Skurski y Fernando Coronil que
en el Caracazo “death was the occasion to imprint upon the poor their
marginality to civilized society […]. The morgue was the site for the
encounter between the poor and their own invisibility” (325). En su
ensayo Velasco muestra que el 23 de Enero sigue siendo una referencia
clave respecto de la movilización popular hasta hoy. No creo que haya
Con el nombre “23 de enero” fue rebautizado un conjunto residencial en Cara-
16

cas construido durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Se trató de un ambicio-


so proyecto urbanístico de más de nueve mil apartamentos destinados como vivien-
das para el sector popular. Recibe este nombre tras el golpe de Estado a la dictadura
el 23 de enero de 1958 y para conmemorar que lo que se ha convenido en llamar “el
inicio de la democracia en Venezuela”.
Los cuerpos heridos de José Roberto Duque SIBA 5 105

un venezolano que desconozca la cercana relación que tiene el gobier-


no chavista, en su bandera de propiciar la participación popular, con
este barrio, en el que además se han puesto en marcha nuevas formas
de organización, algunas propiciadas por el mismo gobierno. Claro que,
como también señala Velasco, se trata de una relación compleja, que
ha sufrido varias tensiones, luchas entre partidos políticos y grupos de
civiles, entre distintos grupos de poder en el barrio y fuera de él, entre
formas de participación popular de larga data y formas nuevas. De este
modo la mención al 23 de Enero en el texto de Duque es importante
(“Eran las armas del ejército, desaparecidas de los cuarteles en 1992,
y reaparecidas en las manos del pueblo organizado, de los grupos
armados del 23 de Enero, de la Desobediencia Popular, que ya más
nunca volvió a ser inofensiva” [46]), pues a través de estas tensiones se
podría mostrar la capacidad de crítica, de transformación, de sujetos
fuera del poder gubernamental y por lo tanto, quizás, el modo en que
podrían desafiar el poder hegemónico. Pero el autor no desarrolla nada
respecto del 23 de Enero, y esto queda solo como una referencia de la
que se podría prescindir en la historia.
Si hay algo en lo que la novela más bien va un poco más allá, que
creo que es un punto de fuga del relato hegemónico chavista, y que
está muy bien desarrollado, sería muy diferente: es la descripción con
mucha dureza de esa “impresión” en el cuerpo de los pobres de la que
hablan Skurski y Coronil, de las heridas y de la tortura. Aquí estas
marcas, que son tan duras de ver, se muestran en toda su expresión.
“[…] Llegó en camilla, inconsciente, sin tensión arterial y fue subido
directamente al pabellón. […] Había lesión en la vena cava y la vena
aorta y casi toda la sangre estaba en la cavidad abdominal parcialmente
coagulada” (54). Así se describe en la novela la muerte de Gonzalo
Jaurena, uno de los compañeros participantes de acciones subversivas
junto con los entrevistados. A este personaje se le dedica especial
atención, pues también se cuenta la historia de su familia. El autor de-
dica varios párrafos a contar cómo los Jaurena llegaron a Venezuela,
huyendo de la dictadura de Uruguay en los setenta luego de que el
padre fuese acusado de apoyar a los Tupamaros, puesto en la cárcel
y torturado. La descripción de la tortura es también muy cruda, y de
gran extensión. El aislamiento, castigo y deterioro que Héctor Jaurena
relata durante su apresamiento cambian el tempo de la obra. Ahora se
trata de uno más lento, y esta vez llevado por el detalle del sufrimiento
de su cuerpo. Pero no solo la descripción de las lesiones de los Jaurena
es tan detallada. También las muertes de varios de esos compañeros
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son descritas con especial atención en sus heridas: “A Tábano le dis-


pararon con una escopeta y le llenaron el abdomen de perdigones”
(31); “[Asdrúbal] recibió también su ración de plomo en el pecho, en
una nalga y en el cuello” (31). Lo explícito de la tortura de Héctor Jau-
rena (que inserta además el relato de la subversión latinoamericana
de los sesenta y setenta en la épica que quiere reproducir el autor),
así como lo detalladamente narrado que están las muertes, permiten
al autor mostrar las formas de criminalidad del Estado más allá de la
“justificada” represión, o de la sola visión del Caracazo como un acto
de pueblo heroico.17 Muestran además, a conciencia o no del autor, lo
que está más allá de cómo nos concibe la soberanía. Heridas y torturas
que recuerdan que también fuimos un cuerpo. Las fosas comunes, los
números maquillados del Estado, ocultan esta prueba. Nos recuerda
Javier Guerrero en Tecnologías del cuerpo que las heridas hacen más
visible al cuerpo18. En este caso, a diferencia de los autores y artistas
que trabaja Javier Guerrero, obviamente los cuerpos no superan a la
“hegemonía” del Estado, pero son prueba dura y pesada de ésta. Los
cuerpos aquí han sido controlados y domesticados hasta su extinción.
Quizás los cuerpos aquí superan al discurso oficial. Jean-Luc Nancy
también lo recuerda: los cuerpos son evidencia. Al igual que el capital,
continúa Nancy, que “trafica,” “transporta,” “desplaza,” “recoloca,”
“reemplaza,” las heridas sobre los cuerpos (76) hacen a la violencia
más clara. Las heridas y el dolor físico aquí quizás nos recuerdan que
aquellos muertos de las fosas comunes no fueron solo sujetos políticos
sino también deseo, euforia, rabia, intensidad.

17
Quizás también habría que considerar que Duque fue por mucho tiempo cro-
nista de sucesos en prensa, y que probablemente sea un estilo que ha conservado
desde la escritura de sus crónicas de crímenes y que ha reaparecido con esta novela.
En 1999 la editorial Memorias de Altagracia publicó varias de estas crónicas del autor.
18
En su fantástico ensayo Guerrero examina el modo en el que cinco artistas de-
safiaron a la sociedad hegemónica y heteronormativa —también dueña del discurso y
de la metáfora— a través de sus cuerpos, a veces de maneras que el mismo autor llama
“incómodas pero necesarias”.
Los cuerpos heridos de José Roberto Duque SIBA 5 107

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