Jonás, de 37 años, sufre intrusión de imágenes violentas en su mente que le producen gran malestar. Mantiene creencias erróneas como que las imágenes significan que quiere realizarlas o que cuantas más imágenes más probabilidad tendrá de perder el control.
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Jonás, de 37 años, sufre intrusión de imágenes violentas en su mente que le producen gran malestar. Mantiene creencias erróneas como que las imágenes significan que quiere realizarlas o que cuantas más imágenes más probabilidad tendrá de perder el control.
Jonás, de 37 años, sufre intrusión de imágenes violentas en su mente que le producen gran malestar. Mantiene creencias erróneas como que las imágenes significan que quiere realizarlas o que cuantas más imágenes más probabilidad tendrá de perder el control.
Jonás, de 37 años, sufre intrusión de imágenes violentas en su mente que le producen gran malestar. Mantiene creencias erróneas como que las imágenes significan que quiere realizarlas o que cuantas más imágenes más probabilidad tendrá de perder el control.
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Caso 1: Jonás es un chico de 37 años, que vino a consulta angustiado por
la intrusión de imágenes violentas en su mente, aparecían en cualquier
momento y no las podía controlar. En ellas, se veía a sí mismo como autor de un episodio agresivo contra alguien conocido, familiar o amigo. A parte del gran malestar que le producía la visualización de tales imágenes, vimos que el mantenimiento e incluso el aumento de esta producción involuntaria estaba asociado a una serie de creencias que mantenía. Estas eran: si tengo estas imágenes significa que en el fondo quiero realizarlas; cuantas más imágenes tenga más probabilidad tendré de perder el control y acabar llevándolas a cabo; tener este tipo de imágenes es tan malo como hacerlo, pues desear mal a alguien es lo mismo que hacérselo; debería ser capaz de controlar mi mente y no permitir que esto ocurra, etc. "Si tengo estas imágenes significa que en el fondo quiero realizarlas; desear mal a alguien es lo mismo que hacérselo; debería ser capaz de controlar mi mente y no permitir que esto ocurra… Caso 2: Esteban es un hombre mayor, profesional universitario, de origen humilde, que está casado y que sufre por una relación de enamoramiento que tiene con otra mujer hace más de 8 años. Se ha impuesto terminar con esta relación, pues al evaluar racionalmente la situación, se da cuenta que ha hecho muchos esfuerzos y no ha sido correspondido, y que ella no es tan fabulosa como se la imagina. Pero a pesar de sus intentos por alejarse y olvidarla, sigue anhelándola y periódicamente insiste en buscarla. A esta mujer la conoció en su trabajo, después de casarse, en el contexto de haberse propuesto tener una aventura, pues no se sentía satisfecho con su matrimonio. Alguien le había advertido que esta mujer era lesbiana, pero al conocerla se enamoró inmediatamente. Por insistencia y a pesar de la renuencia de ella, logró establecer una relación que ella aceptó aparentemente sin mucho interés, una relación de amigos, en que él constantemente le hacía favores como llevarla al trabajo, invitarla a tomar algo y ella “se dejaba querer”, permitía cierta cercanía pero no le corresponde en sus pretensiones amorosas. Su atracción hacia ella la objetiva en ciertos rasgos físicos (color de piel y ojos) y en su apellido europeo. Relata que el mero hecho de estar con ella, de ser visto con ella, aunque “no pase nada” entre ellos, le hace sentirse parte de cierto glamour, de un ambiente de valoración y riqueza, contrario a la sensación de pobreza, deterioro y suciedad que experimenta respecto a su propia casa. Durante estos años, en algunas pocas ocasiones su pretendida ha accedido a acostarse con él, pero en tales ocasiones él ha fallado en su rendimiento sexual a pesar de las ganas previas. No ha podido penetrarla y/o ha perdido su erección, lo que en ocasiones ella ha coronado con comentarios sarcásticos respecto a su pene o del tipo “¿para esto me querías?”. En la última ocasión que lo intentó, como asociación colateral, comunicó el temor de tener algo malo en sus genitales o próstata. Al pedirle que precisara, habló de un mal olor, de una posible infección genital y lo relacionó con una infección vaginal que ella acusó después del encuentro sexual: al contarlo se ubicó en posición causante de la infección vaginal del ella pero la forma en que lo planteó dejó abierta la ambigüedad respecto a quien podría haber infectado a quien. Anteriormente había expresado preocupación por tener mal aliento, como algo que podría causar el rechazo de ella al intentar besarla. Por otro lado, en su matrimonio, caracteriza a su mujer como fea y vulgar, la desprecia abiertamente. Reporta no tener inhibiciones sexuales con ella, tampoco con otras mujeres a quienes apenas les da importancia. A pesar de no gustarle, con su mujer se siente en confianza, se siente parte de lo que ella representa, algo pobre, de poco valor, deteriorado. Asocia el estado de su propia casa con este mismo sentimiento. En cambio, con su pretendida se siente tenso, a prueba, siente que tiene que impostar actitudes de seguridad o demostrar un valor que no siente para poder lograr que ella lo ame. Intervino su mujer para desbaratar esta relación, habiéndole dado él suficiente información para hacerlo. Su pretendida se alejó y él se siente culpable de haberlo provocado, por lo que ahora se recrimina y experimenta intensos sentimientos de desánimo, desgano y falta de gusto por su vida, siente que la vida perdió sentido sin ella, no tiene brillo, que la vida queda reducida a una rutina tediosa y árida de lidiar con los problemas de la realidad, con las exigencias de su trabajo, de sus acreedores, que lo único que lo impulsa a seguir es cumplir con sus compromisos, sostener su casa y darle estudio a sus hijas. A su pretendida la ve bien, se la imagina estando muy bien mientras que él está mal, abatido. Hemos descubierto que tiene la fantasía de que ella pudiera estar atento a él, informándose secretamente de su situación, y que él pasivamente espera que ella vuelva y lo rescate de su miseria. Caso 3: Juan es un niño de 9 años que acude a consulta por presentar, desde hace aproximadamente cuatro meses, dificultades en el sueño consistentes en interrupciones frecuentes del mismo acompañados de requerimientos a su madre para que acuda a su habitación, o bien acude el niño a la habitación de la madre donde le pide que le permita acostarse con ella porque tiene miedo a estar solo. Los antecedentes familiares revelan que es el hijo único de una pareja separada hace 14 meses, con abandono paterno del régimen de visita y cambio de ciudad del mismo desde hace 8 meses. Desde ese entonces, Juan ha hablado por teléfono con su padre en cuatro o cinco ocasiones. Durante los últimos 10 meses la madre convive con una nueva pareja en el domicilio familiar, aunque en los últimos 5 meses la relación se ha deteriorado. Desde hace 3 meses, la nueva pareja ya no convive en el domicilio familiar. La madre de Juan refiere estar pasando “un mal momento” desde la separación de la primera pareja, y en los últimos 10 meses se encuentra en tratamiento psiquiátrico por presentar un síndrome depresivo. En los antecedentes personales médicos, no existen hallazgos significativos. La primera entrevista, encaminada a explorar todos los apartados psicológicos del menor, se determina que no existe dificultad para conciliar el sueño y que cuando Juan se despierta no presenta pesadillas. El despertar es sigiloso y se dirige a su madre con voz débil y temblorosa. En algunas ocasiones, la madre se ha despertado y lo ha visto de pie junto a su cama sin decir nada. No ha habido oposición a que el niño duerma en la cama de la madre cuando éste lo ha requerido y tampoco a acudir a su cuarto cuando la llamaba y le pedía que lo acompañase durante la noche en su cama. En los últimos meses, el comportamiento general ha cambiado. “Juan no era así hace un año”. En clase no presta atención a las explicaciones y es difícil conseguir que se concentre en los deberes. Su impulsividad ha aumentado, con peleas frecuentes con los compañeros de clase porque le cuesta esperar su turno. “Aunque siempre ha sido un niño con mucha energía, en los últimos meses no conoce la tranquilidad.” Su madre refiere que en reposo mueve y balancea las extremidades y adopta posiciones inverosímiles en el sillón. En ocasiones, se levanta y se sienta varias veces sin un objetivo claro, incluso cuando está comiendo o viendo una película de su agrado. El rendimiento escolar se ha deteriorado aunque en la última evaluación no ha suspendido ninguna asignatura. Su tutora comenta que si sigue así no tardará en empezar a suspender. En relación al estado de ánimo, la madre comenta que es un niño alegre aunque últimamente está más irritable y ya no la ayuda en las tareas domésticas. La observación y la conversación con Juan no revelan hallazgos significativos más allá de los comentados por su madre. El dibujo que realiza durante la consulta presenta gran cantidad de borraduras, y realiza exclamaciones frecuentes del tipo “me equivoqué otra vez” o “esto está mal”. Caso 4: Josué, abogado de 30 años, acude a consulta porque se siente con un estado de ánimo bajo, apático y porque “su vida se le hace muy cuesta arriba”. Pide ayuda presionado por su familia y por su novia, porque cada vez se está aislando más socialmente y muestra bastante desinterés por lo que le rodea. Tenía previsto casarse en seis meses, pero su pareja ha decidido aplazar la boda, ya que no le nota nada ilusionado con el proyecto. Cumple con todas sus obligaciones y actividades cotidianas. Nunca ha faltado a su trabajo, pero siente que, por su dificultad para concentrarse, rinde poco. Va al gimnasio semanalmente y tiene vida social, pero cada vez le cuesta más y su tendencia es a aislarse y a la inactividad los fines de semana. Considera que ha tenido una vida bastante estable, sin acontecimientos vitales significativos que le hayan podido alterar. Solo refiere el fallecimiento de su abuela, cuando él era adolescente, como una época muy negativa ya que estaba muy unido a ella. Josué se define a sí mismo como una persona inteligente, pesimista, distante, trabajador y meticuloso, pero con poca energía y motivación. Manifiesta tener sentimientos de abatimiento y tristeza desde hace años y siente que tiene poco que ofrecer a los demás. Se sorprende siempre que alguien le reconoce algún mérito o le hace algún halago. Nunca ha tenido ideas de suicidio significativas, pero siente mucha desesperanza y “sensación de vacío”, cuando piensa en el futuro. Marcos refiere que le gustaría volver a sentir el placer o la energía que sentía cuando estudiaba la carrera.