Encuesta Agro PDF
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aquella que se enfrenta a los desafíos de una posibilidad riesgosa creada por ella misma, que al
principio se oculta y se hace visible con el correr del tiempo. En base a esto, cabe preguntarse si
estamos en una sociedad cuyos impulsos innovadores conllevan peligros ocultos que se dejan ver
cuando ya es demasiado tarde. Los agroquímicos empezaron a ser usados con fuerza a mediados
del siglo pasado, allí nadie hubiera sospechado las actuales repercusiones –aunque no hace falta
ser muy visionario para entender que el saber brinda poder, y al poder hay que controlarlo porque
suele ser corruptivo-. Actualmente la polémica sobre los agroquímicos, su impacto ambiental y los
intereses políticos que se tejen a su alrededor, se imponen con fuerza. La FAO define a los
agroquímicos como sustancias que tienen por finalidad controlar, prevenir o destruir cualquier
plaga. La terminología que los denomina fue evolucionando y se reformuló hacia nombres “más
amistosos” con el ambiente. Se pasó del originario “pesticida” al “plaguicida”, posteriormente a
“compuesto químico agrícola” o “agroquímico”, y últimamente comienza a llamarse “fitosanitario”
(fito: vegetal). De acuerdo al individuo que intente eliminar, el agroquímico se denomina
insecticida, funguicida, avicida, acaricida, nematicida, vermicida y herbicida. 3 El uso de plaguicidas
químicos empezó en el siglo pasado cuando se desarrollaron los sulfuros, utilizados como
fungicidas, y posteriormente los compuestos arsenicales que se emplearon para combatir plagas
de insectos en la producción agrícola. En ambos casos se trató de sustancias de elevada toxicidad
lo que con el tiempo limitó su empleo. Si bien no existe una fecha exacta sobre cuándo
comenzaron a utilizarse los herbicidas en nuestro país, se sabe que el clorato de sodio fue
importado en bajas cantidades por Bayer en 1927, para ser usado de forma experimental pero no
aún de manera masiva. En 1940 aparecieron en la escena mundial los primeros pesticidas
organoclorados -compuestos principalmente por carbono, hidrógeno y clorocon su máximo
exponente en el dicloro difenil tricloroetano –DDT-. Estos se usaron tanto en tratamientos
agrícolas como en el control de plagas vehiculizadas por insectos. Debido a que se consideraban
de baja toxicidad, su aplicación se vio enormemente favorecida y ocuparon una posición
dominante entre los pesticidas químicos. También por aquel entonces se solía usar el clorato de
calcio, de producción nacional, del cual se utilizaron 160.000 litros en 1939. En 1935 también se
empleó el Arsenio de sodio pero no tuvo mucha repercusión por su alta toxicidad. Entre 1945/46,
ingresan a nuestro país, en bajas cantidades, productos importados. Desde Estados Unidos, el 2,4-
D, y desde Inglaterra, el MCPA. Ambos productos sintéticos que se emplearon para combatir
malezas. En 1962, se expandió la idea de que los pesticidas organoclorados persistían en el
ambiente y en los alimentos. Sumado a esto, el conocimiento de la toxicidad perjudicial para la
reproducción en algunas especies animales, encendió una alarma pública sobre estos compuestos
hasta entonces considerados inocuos. En definitiva, desde los años cuarenta del siglo pasado, el
uso de plaguicidas aumentó de manera continua llegando a cinco millones de toneladas en 1995, a
escala mundial. Actualmente, en los países desarrollados hay una ligera tendencia a la reducción
del uso de los mismos y se da una sutil inclinación hacia la agricultura integrada y ecológica. No
obstante esto, se siguen aplicando 4 de forma elevada. De hecho, los países en desarrollo
consumían aproximadamente la mitad de los pesticidas en 1995, en relación a las cifras usadas
hoy en día. Sobre todo en el hemisferio Sur donde están la mayor parte de los cultivos
transgénicos resistentes a pesticidas. Por su parte, los principales plaguicidas utilizados
actualmente, en los países desarrollados, pertenecen al grupo de los organofosforados,
carbamatos y piretroides. A estos se suman nuevos compuestos desarrollados por la industria
química de síntesis. En un principio, la selección y mejora del cultivo estuvo en manos del
agricultor, quien intercambiaba diferentes semillas con otros productores. A partir de los 70´s se
produjo el inicio de la utilización de semillas híbridas para la siembra. El paquete tecnológico de la
“Revolución Verde” se basó en el empleo de estas semillas junto con grandes cantidades y
variedades de agroquímicos. Así llegó a ser considerada como la tecnología que acabaría con el
hambre en el mundo y que generaría un crecimiento de la productividad de algunos cultivos de
exportación. Pero a pesar de esto, no se pudo solucionar la desnutrición por falta de alimentos en
muchos lugares. En 1970 el cultivo de soja equivalía a menos del 1% de las producciones agrícolas
de nuestro país. El área cultivada con soja fue creciendo lentamente, hasta que en los 90´s, bajo la
presidencia de Carlos S. Menem y con la entrada a América Latina de la soja transgénica resistente
al herbicida glifosato, se generó un aumento en la producción que llegó a escalas masivas. El
glifosato se creó en los 60´s. La primera patente perteneció a la firma Monsanto hasta que caducó
en 2004. Es por ello que en la actualidad todas las compañías pueden comercializarlo, factor
relevante que provocó la disminución de su precio debido a la competencia entre empresas, y se
convirtió en el pesticida más vendido de la historia. La combinación de la semilla de soja
transgénica, conocida como soja Roundup Ready -RR- y el herbicida glifosato, forman un paquete
productivo de alta rentabilidad llamado “Paquete tecnológico”. La incorporación biotecnológica de
este paquete, junto a la técnica de “siembra directa”, mediante la cual no es 5 necesario remover
el suelo antes de sembrar, permitió a los agricultores bajar los costos y aumentar el rendimiento
productivo. La expansión del cultivo de soja transgénica en Argentina fue uno de los más veloces
en la historia de la agricultura. La superficie sembrada dedicada a la producción de este vegetal
aumentó de casi 5 millones de hectáreas a principios de los años 90, hasta 11,6 millones en
2001/02. Este desarrollo y su vorágine no tuvieron un adecuado debate público ni una legislación
que actuara rápidamente para asegurar un control necesario para mitigar los riesgos latentes.
Actualmente, en relación a los agroquímicos, la participación de la industria nacional,
aproximadamente alcanza el 16,6%, mientras que el 43,6% de los agroquímicos usados tienen
origen extranjero, y el 39,8% restante es formulado en Argentina con elementos importados y sólo
con algunos nacionales. En nuestro país, en 1958 empezó la regulación normativa de estas
prácticas. Se dictó el decreto Nº 3489/58 del Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación,
para el registro y la fiscalización de los productos fitosanitarios. Hoy en día, estos productos deben
ser registrados para poder comercializarse y usarse. Debe obtenerse un permiso de la autoridad
competente y presentar estudios que aseguren que el producto ofrece las debidas garantías de
eficacia y seguridad. En nuestro país, la autoridad de registro es el Servicio Nacional de Calidad y
Sanidad Agroalimentaria –SENASA-, organismo que depende de la Secretaría de Agricultura,
Ganadera, Pesca y Alimentación. Asimismo, puede observarse una de las consecuencias del
creciente uso de agroquímicos que se intenta regular pero que aún no se logró eficazmente. Se
trata del aumento de desechos de envases de fitosanitarios que conllevan un riesgo para el
ambiente porque en ellos quedan restos de sustancias químicas concentradas. El volumen anual
de envases despachados al mercado de productos fitosanitarios es de alrededor de 8.000
toneladas. Los productos fitosanitarios son contenidos en una amplia variedad de recipientes,
desde livianos envases de 6 papel hasta pesados envases metálicos, la mayoría de ellos del tipo no
retornables. Las recomendaciones para la eliminación de envases vacíos comprenden dos etapas,
durante la aplicación de productos fitosanitarios y después la misma. En la primera etapa, la
recomendación más importante es realizar el “Triple Lavado” de los envases vacíos. La inutilización
mediante perforaciones, almacenamiento provisorio y eliminación de los envases corresponden a
la segunda etapa. Los envases que contienen productos fitosanitarios y que no son
descontaminados mediante la técnica del “Triple Lavado”, retienen en su interior volúmenes de
hasta el 2 % del total de los productos contenidos, por lo que son potencialmente peligrosos tanto
para el ser humano y los animales domésticos, como para el ambiente. Según un informe del
CASAFE, “crece el volumen de uso de fitosanitarios, pero cae su toxicidad”. Desde esta cámara de
sanidad, se afirma que en los últimos 15 años, a pesar de que se expandió fuertemente el mercado
de agroquímicos, esto no implicaría un riesgo creciente para la sociedad debido a que bajó su
toxicidad. La expansión del uso de agroquímicos se hizo en base a aquellos cuya toxicidad es la
más baja de acuerdo a los criterios de FAO y la Organización Mundial de la Salud. Igualmente,
CASAFE aclara que esto no significa que los agroquímicos sean inofensivos. Sino que es muy
importante la regulación gubernamental al respecto. Pero afirma que esta debe estar basada en
“ciencia y no en prejuicios”. El mayor problema es que la reglamentación existente, no se cumple
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