Marroquín - Acompañamiento Espiritual Como Pedagogía de La Escucha
Marroquín - Acompañamiento Espiritual Como Pedagogía de La Escucha
Marroquín - Acompañamiento Espiritual Como Pedagogía de La Escucha
Manuel Marroquín
En el Antiguo Testamento, cuando Dios llamó al profeta Samuel, aún niño, éste respondió a
su llamada, pero desconociendo inicialmente toda su significación y contenido, fue necesario que
acudiera a otra persona más experimentada en los caminos de Dios, para que le ayudara a clarificar
su vocación (1 Sam 3). El consejo de Elí fue sencillo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha.»
Cuando Samuel lo hizo, el mensaje del Señor quedó patente. La escucha lo había clarificado.
No es fácil sintonizar con la voz de Dios que, claramente y sin duda, nos transmite su
voluntad acerca de nuestras vidas. Existe mucho ruido y muchos parásitos internos y externos, en
nuestras agobiadas existencias, que debilitan nuestra percepción de dicha voz hasta límites
insospechados. Muchas emisoras, de frecuencia distinta a la divina, pugnan por captar nuestra
atención con programas cada vez más atrayentes, que nos fascinan, nos entretienen y embotan
nuestra sensibilidad perceptiva. La escucha a otra persona, a través del proceso del
Acompañamiento Espiritual (=AE), puede, sin duda alguna, ayudarnos, como a Samuel, a sintonizar
con el dial de la voluntad divina.
Prescindiendo de la evolución histórica que ha llevado a la dirección espiritual a
transformarse en el Acompañamiento Espiritual y centrándonos más en su objetivo más genérico,
consideramos que su intencionalidad debe estar centrada en contribuir a que la persona descubra la
acción del Espíritu en si misma a través de su propio carisma (1 Cor 12). Es decir, que a pesar de
todas las dificultades inherentes a una vida atraída por los sentidos y aplastada por el peso de
muchas distracciones y presiones, la persona sea fiel a su propia llamada o vocación.
La voluntad de Dios sobre nosotros es que alcancemos la plenitud de realización de nuestro
potencial humano, mediante unas vidas enraizadas en la fe, esperanza, y caridad, de la misma
manera que su intención es que el mundo llegue a ser su reino de justicia, amor y paz. La
concreción de ambas finalidades, sin embargo, dentro de dicha intencionalidad, nos la deja a
nosotros mismos. No es un cheque con una cantidad concreta el que ofrece a nuestra firma, sino uno
en blanco que nosotros mismos hemos de concretar.
El AE deberá, por tanto, ayudar a desentrañar las posibles condiciones en que esa «llamada»
tendrá que realizarse para descubrir los diversos imperativos suscitados por los signos de los
tiempos y dilucidar las diversas opciones o alternativas de acción, no mediante un automatismo
fixista e inmovilista, sino a través del discernimiento de una respuesta creativa a un Espíritu que no
debe apagarse jamás (1 Tes 5,19).
El objetivo de este trabajo deberá, sin embargo, enmarcarse dentro de unas coordenadas
modestas, no creadoras de expectativas que «a posteriori» pudieran verse defraudadas. Se trataría,
sencillamente, de ver el papel que la escucha psicológica pudiera desempeñar como elemento
integrante del AE Es evidente que dicho papel no puede ser nítidamente diferenciado de otros
aspectos, en los que necesariamente se implica, como por ejemplo el discernimiento espiritual del
que forma parte. Nuestra intención, sin embargo, seria la presentación de las características de esta
escucha, no como una realidad autónoma e independiente, sino como elemento importante, en
ninguna manera único, del AE.
Aunque suelen, en ocasiones, emplearse indistintamente, los conceptos de atención y
escucha pueden diferenciarse claramente. La atención, tal como aquí la entendemos, hará referencia
a los diversos medios, físicos o psicológicos, como saludo, sonrisa, presencia abierta, etc., mediante
los cuales el acompañante muestra que «se encuentra» perceptiva y presencialmente con la persona
objeto del acompañamiento, o si prefiere, en términos de ayuda psicológica, objeto de la terapia. La
Si la atención es importante como modo de presencia, lo es, más aún, la escucha activa, que
hemos definido como la habilidad en captar y comprender el mensaje, verbal o no, que la persona
pretende comunicar. Su finalidad no puede ser otra que la comprensión de dicha persona, de manera
que esta vaya conociéndose mejor mediante su propia autoexploración. Es evidente, como han
demostrado las investigaciones de Mehrabian (1972), que la comunicación de una persona no puede
quedar restringida a su comunicación verbal. Se habla con todo el cuerpo, por otra razón hay
silencios repletos de mensaje y comunicación, que es necesario desentrañar. El tono de voz, su
inflexión, su ritmo, las respuestas fisiológicas automáticas, como el sonrojo, etc., incluso las
características físicas, apariencia, etc., pueden ser otros tantos canales, a través de los cuales se
podrá leer la conducta no verbal de la persona. Siempre, sin embargo, teniendo en cuenta que la
finalidad de esta escucha es la comprensión de la persona, y que ésta no se identifica con una
interpretación prematura o no suficientemente garantizada de sus procesos psicológicos.
La escucha activa debe también, como es claro, dirigirse a las expresiones verbales del
cliente. La persona, en general, habla de sus experiencias, es decir, de lo que le sucede a ella, de lo
que otros le hacen, etc.; habla también de sus acciones, es decir, de aquello que hacen o debieran
hacer; finalmente habla también de su afecto, es decir, de los sentimientos y emociones que las
diversas acciones o experiencias han provocado en ella misma.
Una situación problemática, sin embargo, no puede ser esclarecida, hasta que ha sido
expresada y comprendida en términos de experiencias, acciones y sentimientos verdaderamente
específicos y concretos.
Ésta es precisamente la labor que una escucha activa debe realizar; no solamente la mera
percepción, sino también la clarificación de lo expresado en términos de experiencias, acciones o
sentimientos concretos.
Sin embargo, la persona es algo más que la suma de sus mensajes verbales y no verbales. La
escucha activa en su sentido más profundo significa, por tanto, la escucha de la persona a través del
contexto en el que vive, se mueve, y en el que tiene su ser total.
Una escucha concebida de este modo tiene necesariamente que estar basada en una empatía
Lo hasta ahora aquí expuesto puede completarse con una visión más profunda del concepto
empático, no expuesta por Rogers pero insinuada por Carkhuff (1976) y recogida posteriormente
por Egan (1986). Supone la escucha y comprensión de la realidad y recursos de la persona más allá
de la propia empatía. Trataré de explicarlo con más detenimiento. La visión de una persona acerca
de si mismo y los sentimientos que esa visión suscita en él son ciertamente reales, pero no
constituyen toda su realidad, que evidentemente trasciende y en-marca esa percepción y
sentimiento. La comprensión de la persona acompañada tanto, que el acompañante ejerce como
resultado de su escucha empática, no puede centrarse exclusivamente en el mundo subjetivo de éste,
aun del experimentado a medias o difusamente, sino que debe extenderse también al marco
objetivado y real en el que dicha experiencia tiene lugar.
Supongamos que una persona se considera poco inteligente e inadecuada para una tarea
concreta, experimentando un sentimiento de desánimo y desaliento como consecuencia de esa
supuesta inadecuación, cuando en realidad su competencia es suficiente para ejercerla. Nuestra
escucha activa deberá comprender la experiencia subjetiva de inadecuación con el sentimiento
subsiguiente, pero no deberá quedarse ahí, puesto que su capacidad y competencia reales forman
también parte de la realidad total de esa persona. De una u otra forma nuestra escucha activa debe
ser sensible y perceptiva de toda esa realidad.
Por la misma razón, un aspecto muy importante de esta escucha, que pudiéramos denominar
«transempática», es el relacionado con la percepción de los recursos existentes en las personas,
ocultos, e ignorados muchas veces, por ellas mismas. Estos recursos han sido pasados por alto
tantas veces, han estado tan oprimidos por la pesada carga de unos intentos fracasados o de unas
intenciones ineficaces,. que han dejado de ser una realidad vital en la persona. La escucha activa o
«comprehensive listening», como la denominaba F. Ducroux Biass en comunicación presentada en
reciente Congreso celebrado en Lovaina, debe, evidentemente, percibir ese mundo subjetivo
personal del cliente, pero deberá dar un paso hacia adelante, sintonizando también con ese potencial
y esos recursos, muchas veces débilmente intuidos, pero existentes en la realidad total de la persona.
No es una interpretación de la realidad lo que se pretende, sino la percepción de ésta en toda su
complejidad.
La dimensión psicológica, sin embargo, no agota la realidad por muy compleja que ésta sea.
El AE no puede limitarse a esta escucha transempática, por muy importante que ésta sea. La visión
del acompañante del AE tiene que trascender incluso esa realidad y preguntarse por la presencia de
Dios en ella. Dios está en la profundidad de nuestras acciones, de nuestro entorno, de nuestro
mundo, y la escucha integrante del AE no podrá prescindir de la percepción de dicha presencia
divina, de manera que se ayude a la persona no solamente a su conocimiento, sino, más importante
aún, a dar la respuesta más acomodada a ese Dios profundo y siempre presente en nuestras vidas.
En el AE el acompañante está interesado en la situación de la persona, su trabajo, sus
aspiraciones, sus problemas, etc., pero además lo está también, y esto constituye una diferencia
esencial con planteamientos estrictamente psicológicos, por la presencia de Dios en todas esas
situaciones vitales. ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿Cómo lo encuentras más plenamente? ¿Qué
tentaciones se entremezclan en tus conflictos? ¿Qué contribuye a su ignorancia o a su desaparición
práctica de tu acontecer diario?, etc., son varios de los interrogantes con los que la persona deberá
enfrentarse a lo largo del AE. Es claro que el planteamiento de dichos interrogantes no se opone a la
escucha activa, tal como la hemos expuesto anteriormente, sino que la transciende, teniendo como
objetivo final percibir y transmitir esa presencia de Dios, no imaginada sino real, en nuestras
propias vidas.
Descritos hasta aquí los diversos niveles a través de los cuales se deberá extender la escucha
del acompañante, éste deberá aún plantearse otro objetivo que considero crucial, a saber, la
didáctica de esta misma escucha. Se trataría de poner en práctica el viejo adagio de «Mejor que dar
«En conclusión: la teología bíblica de la lógica de las decisiones de conciencia cuenta con
que estas últimas, además de tener en cuenta las normas o leyes, la naturaleza de las cosas, la
condición humana y las expectativas de futuro, se tomarán teniendo en cuenta algo mucho mas
móvil, que requiere sensibilidad y análisis de la sensibilidad para captarse bien: lo que
momentánea e individualmente le puede estar pidiendo Dios a uno, lo que coyunturalmente
puede ser manifestación de Jesús y de su Señorío, lo que tiene que ver con la paz y
construcción de la comunidad. La imaginación puede intervenir en representarse lo implicado
en todo ello, incluso debe intervenir, y en este sentido puede decirse que un optar cristiano
falto de imaginación es un optar deficientemente planteado. Sin embargo, precisamente porque
es una cuestión imaginativa, tiene que concebirse y hacer sitio al discernimiento.»
«Si pudiéramos reconocer la misteriosa verdad de que el espíritu es el mismo cuerpo vivo
visto desde dentro y que el cuerpo es la manifestación externa del espíritu viviente, siendo
ambos una realidad, entonces podríamos comprender que en el intento de trascender el
presente nivel de consciencia debe tenerse presente al cuerpo.»
Somos, por tanto, una totalidad única con una finalidad de desarrollo potencial, cuya
orientación vital debe conseguirse a través del contacto con nuestro más profundo y vital deseo.
Esto supone, en la práctica, la distinción entre el deseo propio y aquellos otros introyectados en mí
mismo en forma de deberes, a través de diversas connotaciones culturales externas a mí mismo.
Aunque en ocasiones puedan confundirse, una adecuada escucha debería contribuir a su clarifica-
ción.
Este deseo interno, profundo, vital debe también distinguirse claramente de nuestras
veleidades, de nuestras fantasías, de nuestros «desearía», que en ningún modo deben identificarse
con una motivación seria y profunda hacia nuestra autorrealizacíón. Así nos lo indica Hart (1980,
77):
«Cuando hablamos de localizar nuestro más profundo nivel de deseo en nuestra búsqueda
de la intencionalidad de Dios sobre nosotros, no estamos hablando de deseos superficiales o
sentimientos pasajeros. Hablamos de algo serio, es decir, de un deseo total que compromete
nuestra propia personalidad.»
Ignacio en los EE recomienda (anotación 15,1) al director no «mover al que los recibe más a
pobreza ni a promesa que a sus contrarios, ni a un estado de vivir que a otro». La tarea de éste ha de
ser facilitar la comunicación del ejercitante con Dios, para que sus mociones puedan ser más
claramente percibidas. La intención de Ignacio es la de centrar a la persona en los movimientos del
Espíritu que se dan dentro de ella, liberándola, en cuanto fuera posible, de influencias externas,
incluso bien intencionadas, para permitir el acceso de la libre comunicación entre ambos.
En el AE el acompañante, como consecuencia de lo anteriormente expuesto, ejerce una
labor a la vez espiritual y psicológica, puesto que su finalidad es ayudar a la persona a ponerse en
contacto con su deseo más profundo, persuadido de que ser auténticamente uno mismo y ser la
persona que Dios quiere que seamos son una misma realidad. De nuevo nos lo indica Hart (1980,
78):
«El director tratará de ayudar a la persona a separar el deseo profundo genuino de las
demandas extrínsecas y de las triviales fantasías pasajeras, animándola a moverse con
confianza en la dirección de ese mismo deseo como el más seguro índice de la voluntad
divina.»
El crecimiento personal estará así constituido por la integración de todos los elementos de la
personalidad, emocionales y racionales, de manera que la persona pueda percibir y proseguir la
ejecución de su profundo deseo vital. Para Dios, por tanto, el crecimiento del ser humano vendrá
constituido por el crecimiento de la autonomía personal, la aceptación de la libertad como un don y
la propia responsabilidad en la respuesta.
Esta concepción deberá contribuir a enmarcar la finalidad de nuestra escucha como
integrante del AE. El discernimiento- pretendido no puede ser considerado como una fórmula para
delimitar un plan oculto concreto en todos sus detalles, sino más bien un procedimiento para
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
BIBLIOGRAFIA