El Marco Incompleto. Ticio Escobar
El Marco Incompleto. Ticio Escobar
El Marco Incompleto. Ticio Escobar
EL MARCO INCOMPLETO1
INTRODUCCIÓN
Este texto considera el lugar del arte en el contexto de los escenarios globales. Allí,
la autonomía de lo artístico, aparece súbitamente en entredicho: la subsistencia de un
territorio propio zozobra ante el avance de dos frentes invasores empujados,
respectivamente, por contenidos y formas extra-artísticos. Superpuestos, ambos
trastornan el concepto de arte y remiten a la pregunta acerca de las posibilidades críticas
que tiene hoy el quehacer artístico en medio de un escenario sobredeterminado
estéticamente por las lógicas comunicativas, mercantiles y políticas de la cultura de
masas.
RETORNOS
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Este artículo se basa en el texto curatorial de Ticio Escobar correspondiente a la V. Bienal del Mercosur,
Porto Alegre, Brasil.
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último, se apresura en colarse la preocupación acerca de los propios circuitos del arte, sus
dispositivos institucionales, la economía de su distribución y consumo.
Todos estos contenidos tienen un sentido discursivo y se mueven en el horizonte
del concepto, levantado por el proyecto ilustrado y cumplido en clave moderna. La
modernidad del arte culmina en el arte conceptual: en el punto más alto de un largo
proceso autorreferencial a lo largo del cual la producción artística opera en circuito
cerrado, impulsándose en el análisis de sus propios lenguajes. El retorno de lo conceptual,
lo llamado pos-conceptual, se ubica ya en otro lado, fuera del círculo de la representación.
El concepto ya no busca identificar el dispositivo analítico puro, el mecanismo último de la
forma –el que logra hacer el clic, producir el flash del significado–, sino que atañe a
pensamientos, documentos y relatos referidos a acontecimientos que ocurren en otro
lado y exigen ser inscriptos en éste. Ahora bien, este lado se encuentra indefinido con
respecto a aquel otro, y mal podría servir de espacio de inscripción si carece de espesor y
contornos, si no puede marcar pausas ni establecer diferencias en medio del
maremágnum que sostiene y el tráfico atropellado que cruza su suelo. El revoltijo de los
contenidos revela una paradoja central del arte contemporáneo. Si se han borrado los
límites, entonces ya no existe afuera ni adentro y resulta difícil registrar algo que sucede
ahí mismo, sin distancia; es decir: desmontada la escena de la representación, todo se
vuelve inmediato y presente y no resta margen para la mirada.
Cancelada esa distancia –el cerco que impone la forma–, las imágenes del arte
desbordan el círculo de la escena y se acercan democráticamente a otras formas
culturales, al acontecer de las prosaicas realidades, al discurrir concreto de la vida y a las
gestiones de la escena pública. Pero las cosas no son tan fáciles, claro. Si el arte sacrifica
los contornos de su espacio, éste se disuelve en la llanura infinita de los paisajes globales.
Pero también puede deshacer sus perfiles dentro del perímetro de las propias
instituciones del arte: especialmente durante los últimos años noventa, hubo exposiciones
en las cuales resultaba muy difícil distinguir la obra de los discursos que la completaban o
suplantaban. La re-emergencia de lo conceptual promueve no sólo la hegemonía de
textos, discursos y narrativas, de contenidos que sobrepasan los linderos trazados por la
forma, sino, también la reflexión acerca del alcance de esos límites; es decir, la discusión
acerca del estatuto contingente de lo artístico: una obra puede recibir el título de “arte”
no desde la investidura de la forma, sino según su inscripción en un texto específico, un
lugar, una posición de enunciación determinada. Y este hecho vuelve inestable el espacio
del arte: lo hace depender de una construcción histórica y pragmática; de una decisión
que tiene efectos performativos no sólo en la dimensión de lo estético sino en la de las
prácticas sociales.
Aliado al primero, el segundo frente avanza empujado por formas, por un raudal
de formas, y corresponde al llamado esteticismo difuso de la cultura actual: el ancho
paisaje de la experiencia (pública y privada) se encuentra hoy tibiamente diseñado en
clave de belleza publicitaria y mediática. Una belleza blanda que, formateada por las
industrias culturales y concertada por slogans, logos y marcas, ocurre por encima de los
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Agenda indócil
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Zizek, Slavoj. El frágil absoluto, Pre-textos, Valencia, 2002, pág. 38.
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Cit. en José Jiménez, Teoría del arte, Tecnos/Alianza, Madrid, 2002, pág. 191.
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puestos y se acuerdan convenios, treguas o acomodos. Está claro que, por diversos
motivos impulsados por posiciones diferentes, contrapuestas a veces, la cultura
occidental no se encuentra dispuesta a tirar por la borda su tradición crítica e ilustrada.
Una herencia venerable que asegura para algunos la continuidad de un horizonte
emancipatorio y significa, para muchos, la vigencia de un material rentable para las
industrias culturales, así como la persistencia de sectores que siguen consumiendo
obstinadamente sus productos y, aun, la emergencia de nuevos targets, usuarios de
sofisticaciones y extravagancias. De hecho, el arte de filiación ilustrada continúa. Y lo hace
tanto en sus versiones vanguardistas y experimentales como academicistas (el bel canto,
el ballet clásico, las bellas artes en general).
Elogio de la vanguardia
Únete al grupo más pequeño
Goethe
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Mario Perniola. El arte y su sombra, Cátedra, Colección Teorema, Madrid, 2002, pág. 26 y sgtes.
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fiduciarias del gran arte. Y aunque muchas de ellas transiten canales mediáticos y circuitos
masivos, el sistema tradicional del arte continúa codo a codo o enredado con las otras
conformaciones que se imponen en el panorama de la cultura contemporánea (el diseño
industrial, la publicidad, las industrias culturales, las tecnologías de la información y la
comunicación, las nuevas formas de cultura masivo-popular: figuras todas éstas
entremezcladas y poco diferenciables entre sí). Es obvio que, para sobrevivir, aquel
sistema ha debido reacomodar sus instituciones a los libretos de la lógica cultural
hegemónica y, en consecuencia, compartir cuotas con el mercado y retroceder a veces
hasta el límite de su disolución. Pero, a un costado, o en medio, de la espectacularización
de los megamuseos (el efecto Guggenheim), la ferialización de las bienales y la
mediatización de las imágenes, subsisten instancias alternativas o prácticas orilleras
posicionadas a contramano del sentido concertado.
En las regiones periféricas el arte local no es lo suficientemente rentable en
términos de mercado trasnacional, por lo que su producción ocurre con cierta autonomía
con respecto a las instancias de poder (contra el costo de la precariedad y la falta de
apoyo institucional). Aunque toda figura de incontaminación identitaria resulte hoy
insostenible, no conviene pasar por alto ciertas características específicas que adquiere el
tradicional sistema especializado de las artes (galerías, museos, crítica, publicaciones) en
cuanto inmediatamente desvinculado de las redes trasnacionales.
Fuera de toda tentación de saludar las penurias del aislamiento y condenar la
masificación, y más allá de cualquier fantasía que aspire a un afuera de la hegemonía del
mercado, es indudable que esta marginalidad, al mismo tiempo que pospone
conveniencias, abre posibilidades de prácticas alternativas. Necesariamente, los bajísimos
presupuestos de los museos, muestras y ediciones acarrean restricciones graves, así como
lo hacen el desinterés de los medios de comunicación en la producción local y la falta de
apoyo que sufre ésta con respecto a los sectores empresariales y el Estado. Pero,
paralelamente, estos efectos perniciosos provocan ciertos beneficios secundarios, no
solamente derivados de la mayor independencia en relación a la lógica productivista que
actúa sobre la institución-arte global, sino provenientes del plus de ingenio e inventiva
que requiere la escasez de medios (“las ventajas de la adversidad”, diría Toynbee). Este
hecho determina otra característica propia del hacer cultural desarrollado en las
periferias: la necesidad de construir trama institucional, así como la de demandar al
Estado el cumplimiento de sus obligaciones en el plano de la cultura. La gestión estatal
debe no sólo garantizar la vigencia de los derechos culturales, sino desarrollar políticas
públicas que aseguren la continuidad de minorías productoras de cultura local ante la
expansión avasallante de modelos comunicativos y mercantiles de la cultura trasnacional
de masas.
La situación recién descrita tiene dos consecuencias básicas sobre el derrotero del
arte crítico desarrollado en las periferias latinoamericanas. En primer lugar, involucra a
aquél en la tarea de construcción de esfera pública (local, pero también regional y, en
principio, global) y, consecuentemente, lo fuerza a vincularse con la constitución de un
espacio ciudadano efectivo (haceres fundamentales para la consolidación democrática en
el Cono Sur, ante los cuales el arte contemporáneo no puede permanecer ajeno). En
segundo lugar, lo aparta de cierta tendencia euronorteamericana a basar las estrategias
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críticas del arte en la agresión a las propias instituciones que lo canalizan. Es que la
impugnación del sistema del arte no tiene mucho sentido en regiones carentes de una
institucionalidad bien arraigada en ese terreno; una institucionalidad que, en parte,
requiere más bien ser apuntalada y, aun construida, que desmontada. Por eso, parte de la
contestación levantada desde lugares periféricos, antes que recusar las instituciones
locales del arte –carentes de poder y de solvencia– se adscribe a las direcciones que
buscan desmarcarse del esteticismo fláccido generalizado y recuperar la tensión
conceptual y el nervio poético que podrían diferenciarlas.
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Jacques Derrida. La verdad en pintura, Paidos, 2001, pág. 130.
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