Spinoza Disidente - Diego Tatián
Spinoza Disidente - Diego Tatián
Spinoza Disidente - Diego Tatián
Spinoza
disidente
Diego Tatián
Spinoza
disidente
Diego Tatián,
Spinoza disidente / Diego Tatián – 1a ed . – Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : Tinta Limón, 2019.
208 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-3687-46-4
www.tintalimon.com.ar
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice
Spinoza disidente.
Historias de la excomunión y conjetura democrática 55
Potencia de los esclavos 75
Homo cogitat. Igualdad de las inteligencias 93
La izquierda spinoziana 113
Spinozismo como filosofía de la praxis 127
Estado común contra la devastación.
Spinoza en tres relatos judíos 145
Geometría y amistad. Spinoza en Borges 167
Vida secreta. Spinoza en Quignard 189
Palabras previas
Filosofía y coyuntura
por Tinta Limón
7
ahora con Spinoza disidente, un nuevo y más explícito intento de
Diego Tatián por delimitar unas coordenadas específicas –geográfi-
cas y temporales– para el pensamiento de Spinoza: un spinozismo
latinoamericano que fluye entre pensadorxs que no necesariamente
han sido profesorxs de las doctrinas del autor de la Ética, pero que se
han comprometido intelectual y prácticamente con la puesta en mo-
vimiento de una democracia radicalizada (y ya no con la Revolución y
el “Hombre Nuevo”) siguiendo el curso de una dialéctica abierta en-
tre potencia de la multitud e institución (estado), en el contexto pre-
ciso determinado por los acontecimientos que conmovieron América
Latina durante las últimas décadas.
Spinoza disidente es sobre todo una reflexión sobre el carácter si-
tuado de la política en filosofía. Sobre la centralidad de la coyuntura
en filosofía. Y sobre una filosofía que no es política por tratar so-
bre el estado sino porque sus inflexiones revelan una comprensión
sobre los modos de hacerse lo colectivo. Cada uno de los ensayos
reunidos en este libro se dejan recorrer por una doble presencia
de lo coyuntural en filosofía: Spinoza como filósofo inscripto en el
juego de fuerzas –y polémicas– de su tiempo, coyuntura en la cual
deseaba inscribir su proyecto, la formación de una fuerza colectiva
liberadora, que hiciera posible la vida virtuosa en el mejor de los
estados (aquel que ofrece seguridad); y Spinoza como objeto de una
reflexión en nuestro tiempo-espacio histórico, en el que la comu-
nicación entre movimiento social e institución democrática resulta
acosada o interrumpida a golpes por la violencia de los mercados y
los rasgos fascistizantes del poder político.
No es tanto que haya una política spinoziana, como que Spino-
za ofrece un léxico característico para la práctica política, distinto
al marxista clásico y al populista del estado nación. Más que una
remisión a términos como clase o pueblo, lo que se vuelve central
en el spinozismo es una dinámica constituyente de subjetividad e
institución. Esta dinámica se llama democracia y Tatián se ocupa
de mostrar por qué la democracia spinoziana implica un trabajo
de organización de la disidencia. ¿Es posible sostener la fórmula
8
“institución de la disidencia”? ¿Podemos pensar la relación entre
subjetividad disidente y estado nuevo sin investigar cómo la demo-
cracia spinoziana afecta la dimensión económica? El diseño de un
dispositivo crítico fundado en las nociones de disidencia y demo-
cracia salvaje apunta a hacer saltar la ley del valor como estructura
o fábrica de los modos de vida neoliberales. Con Spinoza disidente
podemos avanzar un paso más en la elucidación de estas cuestio-
nes en el movimiento mismo de crear un lenguaje spinozista para
nuestras circunstancias.
9
para Malena
Prólogo
1. Expresión libremente tomada del bello libro de Peter Pál Pelbart, Filosofía de la
deserción. Nihilismo, locura y comunidad, Tinta Limón, Buenos Aires, 2009.
13
estado violento de dominación consumada que si bien no está en
guerra tampoco cabe decir que está en paz y para el que el Tratado
político reserva la palabra solitudo: “la sociedad cuya paz depende de
la inercia de unos súbditos que se comportan como ganado, porque
solo saben actuar como esclavos, merece más bien el nombre de
soledad que el de sociedad”.2
Es posible que Spinoza llamara “democracia” a esa forma de vida
colectiva desatemorizada que hospeda la diversidad de los ingenia,
mancomuna las soledades generosas y dispuesta a la lucidez de las
afecciones, crea las condiciones de su manifestación y no somete
las disidencias a la condena, el anatema, la maldición o –como en
el caso del estado de soledad–, al terror (metu territi). En tanto con-
cepto filosófico –y por ello no obstante los excluidos de la ciudada-
nía spinozista, que ha merecido un excelente análisis de Alexandre
Matheron3– la democracia spinozista será pensada como lugar de
encuentros imprevistos que considera la diversidad natural de los
seres, no como pertenencia sustantiva a una identidad sin resquicios.
El conjunto de estos textos heteróclitos4 frecuenta un arco de
2. Spinoza, Tratado político, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 1986, p. 120.
3. Alexandre Matheron, “Femmes et serviteurs dans la démocratie spinoziste”, Revue
Philosophique de la France et de l’Étranger, T. 167, No. 2, (Avril-Juin 1977), pp. 181-200.
4. Todos ellos han tenido una publicación preliminar –a veces con títulos diferentes–
en congresos o en revistas, modificada o ampliada para esta ocasión:
-“Filosofía de la liberación” fue publicado en el número 29 la revista italiana Scienza &
Politica (2018);
-“Realismo emancipatorio” fue originalmente publicado como prólogo a Spinoza,
Tratado político, Quadrata, Buenos Aires, 2014;
-Una versión reducida de “Spinoza disidente” fue leída en el Coloquio Internacional
“Maldito sea de día, maldito sea de noche. Entre la tolerancia y la libertad política. A
360 años de la excomunión de Spinoza”, organizado por la Universidad de Valparaíso
y la Universidad de Playa Ancha (Chile), en octubre de 2016;
-“Potencia de los esclavos”, fue publicado en revista Co-Herencia, Departamento de
Humanidades de la Universidad EAFIT, Bogotá (Colombia), no 28, 2018;
-“Homo cogitat. Igualdad de las inteligencias”, fue incluido en María Luisa de la Cá-
mara y Julián Carvajal (editores), Spinoza y la antropología de la modernidad, Georg
Olms Verlag, Hildesheim, Zurich, New York, 2017;
-“La izquierda spinoziana” fue leído como ponencia en el XIV Coloquio Internacional
Spinoza, Valparaíso (Chile), 2017;
14
motivos que van de lo político a lo impolítico –desde las condi-
ciones materiales que motivan las luchas democráticas hasta el
enigma que Spinoza designa con la expresión “experiencia de la
eternidad”– sin proponerse resolver o suprimir la tensión –fecun-
dísima– entre la vía política que pone en obra la construcción de
la libertad pública y la vía ética que se orienta hacia la beatitudo sin
abandonar jamás su importancia para la vida humana. Ni comple-
tamente autónomos ni dialécticamente vinculados, estos términos
deben ser pensados como testimonios de un contenido filosófico de
la política –la pregunta especulativa “¿cómo vivir-juntos?” que ate-
soran la prácticas emancipatorias que el spinozismo inspira– y un
contenido político de la filosofía, que acaso encuentra la cifra en una
línea de Ética V cargada de consecuencias prácticas: “Este amor a
Dios… se fomenta tanto más cuantos más hombres imaginamos
unidos a Dios por el mismo vínculo de amor”,5 y en un explícito
pasaje del Tratado de la reforma del entendimiento: “Este es, pues, el
fin al que tiendo: adquirir tal naturaleza [la más elevada, surgida
del conocimiento de la unión que esa naturaleza humana mantiene
con toda la Naturaleza] y procurar que muchos la adquieran conmi-
go, es decir que a mi felicidad pertenece contribuir a que muchos
entiendan lo mismo que yo…”.6
La promesa democrática que el spinozismo atesora para tarea de
la teoría y rigor de nuevas prácticas en las luchas sociales por venir,
se conjuga con una sabiduría de la adversidad que jamás prescribe
-“Spinozismo como filosofía de la praxis” fue incluido en Daniela Losiggio y Cecilia Macón
(editoras), Afectos políticos. Ensayos sobre actualidad, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2017;
-“Estado común contra la devastación. Spinoza en tres relatos judíos”, salió en Cader-
nos espinosanos. Estudos sobre o século XVII, n° 33, Universidade de Saõ Paulo, 2015;
-“Geometría y amistad. Spinoza en Borges”, fue recientemente publicado en Varia-
ciones Borges, The Borges Center, University of Pittsburgh, no 44, 2017. Es un antiguo
texto que antes tuvo otras versiones más breves e incompletas;
-“Vida secreta. Spinoza en Quignard”, apareció en Ideas de filosofía moderna y contem-
poránea, no 6, Red Argentina de Grupos de Investigación en Filosofía (RAGIF), 2017.
5. Spinoza, Ética, versión de Vidal Peña, Editora Nacional, Madrid, 1983, p. 371.
6. Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, versión de Atilano Domínguez,
Alianza, Madrid, 1988, p. 80.
15
la deserción, aunque la disidencia deba retenerse –o acompañarse
de prudencia– ante las dificultades que un sistema de dominación
impone para su manifestación sin más. Podemos encontrar allí la
novedad que inagotablemente depara la antigua idea democrática, a
la vez que un saber de la resistencia para tiempos de oscuridad.
16
Filosofía de la liberación
17
el absurdo: se activa en estas páginas una máquina vertiginosa de
demostrar– un conjunto de afirmaciones filosóficas que establecen
la unidad de la sustancia por consecuencia lógica, en ruptura con la
acepción tradicional –tanto aristotélica como cartesiana– que postula
su multiplicidad.
En primer lugar, no es posible la existencia de dos o más sustan-
cias que tengan el mismo atributo, es decir la misma naturaleza o
esencia, pues de ser así en nada se diferenciarían entre sí (prop. 5).
Por ello mismo, una sustancia no puede ser causa de otra sustancia
(prop. 6) –dado que en ese caso debiera serlo de una sustancia de
diferente atributo, es decir con la que nada tiene en común, lo que es
absurdo conforme la proposición 3 (“No puede una cosa ser causa de
la otra si entre sí no tienen nada en común”: con ello se revela la im-
posibilidad filosófica de la Creatio)–. Por consiguiente, una sustancia
deberá existir necesariamente en virtud de su naturaleza, es decir su
existencia se halla implicada en su esencia (prop. 7). Y finalmente,
toda sustancia deberá ser por necesidad infinita (prop. 8), puesto que
solo podría ser limitada por otra sustancia de igual naturaleza, cuya
existencia se demostró imposible.6
La sustancia spinozista no puede ser producida exteriormente
–pues en ese caso debería existir una pluralidad de sustancias fini-
tas de igual naturaleza o esencia o atributo, idea que es precisamen-
te lo que revela su imposibilidad en las primeras proposiciones de
la Ética–, y deberá por tanto ser causa de sí misma: existir necesa-
riamente en virtud de su esencia. Spinoza llama natura naturans a
Dios o la sustancia o la naturaleza considerados en tanto causa, y
natura naturata si se los considera en tanto efecto. Que Dios es cau-
sa de sí mismo implica que es efecto de sí mismo, y también –por
univocidad– que es causa de sí en el mismo sentido en que es causa
de todas las cosas.
Spinoza define la causalidad natural o divina en las proposiciones
16, 17 y 18 de la primera parte de la Ética. Necesariamente, de la
18
naturaleza divina deberán seguirse infinitas cosas en infinitos modos
(prop. 16). Dios no crea por libre voluntad –ni por entendimiento, ni
por amor– sino que es causa necesaria: todas las cosas se siguen de
su naturaleza (que no está constituida por un entendimiento y una
voluntad –relegados a la condición de modos como el movimiento y
el reposo [E, I, 32, corol. 2]– sino por una potencia infinita) en igual
sentido que de la naturaleza del triángulo se sigue que sus ángulos
equivalen a dos rectos y todas sus propiedades necesariamente. Así
concebida, la causalidad divina no es trascendente sino inmanente
(prop. 18): los efectos permanecen en la causa y la modifican, así
como la causa permanece en los efectos y los mantiene en la existen-
cia en tanto se definen como una modificación de la potencia divina
que los produce. La noción de causa inmanente sustituye la idea de
“creación continua” por la de producción permanente: las cosas no
solamente son por Dios sino también en Dios (in Deo), por lo que se
ha sugerido el vocablo pan-en-teísmo (en vez de panteísmo, término
técnicamente inapropiado) para designar la filosofía de Spinoza.
En la proposición 17, en tanto, nos encontramos con una ruptu-
ra filosófica fundamental en relación a la tradición juedo-cristiana
que adjunta la necesidad a la naturaleza y la libertad a la voluntad.
En efecto, Spinoza desmantela allí la oposición entre libertad y ne-
cesidad para afirmar que libre es todo aquello que existe y obra por
necesidad de su naturaleza y no coaccionado por ninguna causa ex-
terna (tampoco por coacción interna, que obligaría a la naturaleza a
hacer algo en contra de sí misma –lo que es absurdo en el planteo de
Spinoza–). Precisamente porque actúa en virtud de las solas leyes de
su naturaleza, Dios es causa libre. La libertad divina no es voluntad
libre sino acción necesaria: plena manifestación de una potencia in-
finita de producir infinitas cosas en infinitos modos.
Pensada a la manera spinozista, en suma, la libertad divina no es
nunca –según la conciben los “adversarios” (adversarii)– poder de no,
inoperancia, retención, posibilidad no consumada. Afirmar en Dios un
poder de no hacer es afirmar una imperfección y una impotencia, pues
ningún hiato o inadecuación es posible postular entre la esencia divina
19
y la existencia implicada en ella. Es el núcleo del diferendo que ocupa
el centro de la discusión con Hugo Boxel a partir de una consulta sobre
la existencia o no de espectros, lémures y “almas sin cuerpo”. Allí Spi-
noza sostiene que “quien afirma que Dios pudo omitir la creación del
mundo, confirma, aunque con distintas palabras, que fue hecho por
azar, ya que surgió de una voluntad que pudo no existir”.7 Igualmente
distorsivo resulta concebir su libertad en tanto “absoluto beneplacito”,
según la expresión del Apéndice de Ética I (ex libertate voluntatis, sive
absoluto beneplacito) –que Vidal Peña traduce por “capricho absoluto” y
en su versión francesa Roland Caillois vierte por “bon plaisir absolu”–.8
“Voluntad libre”, “azar”, “beneplacito”, son términos que se im-
plican, contradicen y niegan la potencia necesaria-libre de Dios. Los
seres humanos, en tanto, no son causa de sí mismos, es decir su exis-
tencia no se halla contenida en su esencia; lo que son y lo que hacen
resultan determinados por la potencia infinita de la sustancia divina
como efectos necesarios de la misma. Son necesarios pero en virtud
de su causa. La vida y las acciones humanas se explican pues –en su
mayor parte– por una hetero-determinación en la compleja trama
transindividual donde tienen inscripción y por la que se constituyen.
Es decir, la existencia se halla inmediatamente obnoxius affectibus,
arrastrada por los afectos, y por consiguiente a merced del poder de
la fortuna.9 Ese poder es un poder violento, que en la historia de
7. Spinoza, Correspondencia, cit., Carta 54.
8. Spinoza, L’Ethique, Gallimard, Paris, 1954, p. 62.
9. Obnoxius, escribe Marilena Chaui, es un término de origen jurídico que expresa
la condición de hallarse alguien expuesto y sometido a un poder externo que lo coac-
ciona y lo obliga a hacer algo contra su deseo: “significa, literalmente, ser arrastrado
por otro”. La fórmula spinozista “obnoxius affectuum viribus” (sometido a –arrastrado
por– la fuerza de los afectos) probablemente sea una reescritura de la expresión taci-
tiana “obnoxius fortunae” (Marilena Chaui, A nervura do real II. Imanência e liberdade
em Espinosa, Companhia das Letras, São Paulo, 2016, pp. 384-385). A su vez, en una
anotación del “Pequeño léxico razonado” que acompaña su traducción del Tratat-
to politico, Paolo Cristofolini sostiene que obnoxius contiene “la doble valencia de lo
que daña y lo que invade o impregna”, e inspirándose en un pasaje de la traducción
leopardiana del Manual de Epicteto, vierte affectibus obnoxius con “atravesado por los
afectos” (Spinoza, Tratatto politico, testo e traduzione a cura di Paolo Cristofolini,
Edizioni ETS, Pisa,1999, p. 241).
20
la cultura fue expresado con la metáfora del mar en tanto mundo
imprevisible y fluctuante de fuerzas que, desencadenadas, provocan
el naufragio de las vidas –el sintagma spinozista “fluctuatio animi”
conserva un eco de esa vieja metáfora marina–.
Spinoza no postula pues una libertad ya dada (anterior, natural,
inmediata) en los individuos, sino que más bien parte de un some-
timiento a la adversidad y al infortunio que las existencias deberán
revertir para construir una libertad cuya irrupción presupone lo co-
mún, la composición, la comunidad. Es decir, el spinozismo no se
plantea tanto como una filosofía de la libertad (de la que los indi-
viduos se hallarían dotados y que ningún poder común podría le-
gítimamente menoscabar), sino más bien como una filosofía de la
liberación, consistente en la producción de un conjunto material de
condiciones necesarias para que los cuerpos y las inteligencias se
vuelvan activos y desarrollen su impredecible potencia de obrar y de
pensar. Una física de la impotencia es lo que Spinoza explicita en
Ética IV como De servitute humana, donde consta un registro de la ad-
versidad necesariamente presupuesto por el realismo emancipatorio
que constituye la más íntima promesa del spinozismo –explicitada
en Ética V como De libertate humana–. Que la de Spinoza es una
filosofía de la liberación significa en primer lugar que la libertad es
efecto y resultado de un “camino” –“Paso, por fin, a esta última parte
de la Ética, que trata de la manera de alcanzar la libertad, es decir del
camino para llegar a ella” (E, V, praef.)10– que allana la potencia de la
razón. La libertad de la que aquí se trata es la de una Mentis libertas,
que integra una cadena equivalencial con felicidad y con salvación
(nostra salus, seu beatitudo, seu libertas), así como también con gloria,
acquiescentia animi y amor Dei (E, V, 36).
En tanto “partes de la naturaleza” sometidas a la contrariedad
–que el axioma de E IV formula en su núcleo irreductible11–, los
10. Spinoza, Ética, versión de Vidal Peña, Tecnos, Madrid, 2007, pp. 375-376. Salvo
indicación en contrario, en todas las citas de la Ética se emplea esta versión.
11. “En la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente
y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por la que aquella
puede ser destruida” (idem., 293).
21
seres humanos se hallan naturalmente en estado de servidumbre, no
de libertad. La servidumbre es pues inherente a la finitud, connatural
a la condición modal. En el Prefacio de E IV es definida como sigue:
“Llamo servidumbre a la impotencia humana para moderar y repri-
mir sus afectos, pues un hombre sometido a los afectos (affectibus
obnoxius) no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la
fortuna (fortunae juris), cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a
menudo se siente obligado (coactus), aun viendo lo que es mejor para
él, a hacer lo peor”.12
La jurisdicción de la fortuna opera sobre la existencia humana
por medio de los tres grandes poderes que la determinan en la “vida
común”, según el relevamiento manifiesto en el proemio del Tratado
de la reforma del entendimiento: la ambición, la avaricia, el placer.
22
paradójico deseo de dar la vida (“dar su sangre y su alma…”), conduce
a desear la muerte “para orgullo de un solo hombre”. La paradoja
del miedo a la muerte que conduce a desearla –un caso particular
extremo de la flutuatio animi– fue señalada con recurrencia por la
tradición epicúrea.13
Servitudo es experiencia inmediata de la precariedad y de la impo-
tencia propia de la condición finita cuando en ella se funda una forma
de vida y un concomitante régimen afectivo que colma el deseo de
pasiones tristes, y determina de manera pasiva su inscripción onto-
lógica y social. En última instancia es la prevalencia de la muerte en
la imaginación lo que proporciona la clave al asombro político frente
a seres humanos que se debaten por la perpetuación de su propia
esclavitud y no por la liberación de las condiciones de sometimiento
bajo las que se hallan. El pasaje completo dice: “Ahora bien, el gran
secreto del régimen monárquico (summum sit arcanum) y su máximo
interés consisten en mantener engañados a los hombres (homines
deceptos habere) y en disponer, bajo el especioso nombre de religión,
el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por
su esclavitud, como si se tratara de su salvación, y no consideren una
ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgu-
llo de un solo hombre. Por el contrario, en un estado libre, no cabría
imaginar ni emprender nada más desdichado, ya que es totalmente
contrario a la libertad…”.14
Existe en efecto un “secreto” de la servidumbre, que es tarea de la
crítica filosófico-política desentrañar. La perpetuación del miedo por
la religión (el miedo que la religión perpetúa es el miedo a la muerte
13. “…el común de la gente, unas veces huye de la muerte por considerarla la más
grande de las calamidades y otras veces la añora como solución a las calamidades de
la vida” (Epicuro, “Carta a Meneceo”, Obras completas, versión de J. Vara, Cátedra,
Madrid, 1996, p. 88); y Lucrecio: “…el temor a morir inspira en los humanos un
odio tal a la vida y a la vista de la luz, que con pecho afligido se dan ellos mismos la
muerte” (Lucrecio, De rerum natura / De la naturaleza, edición bilingüe, versión de
Eduardo Valentí Fiol, Bosch, Barcelona, 1993, p. 245).
14. Spinoza, Tratado teológico-político, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Ma-
drid, pp. 64-65.
23
y al castigo después de la muerte); la inducción del deseo de servir y
la puesta a disposición de la propia vida para orgullo de uno solo son,
dice Spinoza, efectos de un “engaño”.
En el Capítulo I de El Anti-Edipo sobre las “máquinas deseantes”,
Deleuze y Guattari invocaban este pasaje del TTP al que adjudican
la formulación del problema político fundamental15 –cuya historia
pareciera la de una persistencia trágica– pero lo sustraían de su ex-
plicación por el “engaño” para inscribirlo en una filosofía del deseo
–que en este caso, como en el de la servidumbre en general, adopta
una dirección autodestructiva–. En su facticidad, el deseo de servir
–la servidumbre en tanto objeto de lo que Spinoza llama “voliciones”
(pero no “servidumbre voluntaria”, expresión inadecuada para vol-
verla equivalente con la servitudo spinozista)– revela mejor que nada
el carácter ficticio de la libertad en tanto voluntad libre: la heterono-
mía de la conciencia y la hetero-determinación del conatus.
Recuperado con intensidad a fines del siglo pasado para dar cuen-
ta del “enigma” de la dominación –en virtud del cual su explicación
no se hallaría en el dominador sino en el dominado–, el concepto de
“servidumbre voluntaria” porta consigo, así formulado, la vieja idea
de un querer soberano y de una voluntad libre,16 que la filosofía de
15. “Por ello, el problema fundamental de la filosofía política sigue siendo el que
Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): ‘¿por qué combaten los hombres
por su servidumbre como si se tratara de su salvación?’… ¿Por qué soportan los hom-
bres desde hace siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de
quererlas no solo para los demás sino también para sí mismos? Nunca Reich fue
mejor pensador que cuando rehúsa invocar un desconocimiento o una ilusión de las
masas para explicar el fascismo, y cuando pide una explicación a partir del deseo, en
términos de deseo: no, las masas no fueron engañadas, desearon el fascismo” (Gilles
Deleuze-Felix Guattari, El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Buenos Ai-
res, 1996, p. 36).
16. En la poderosa formulación al comienzo del Discours laboeciano: “Por el momen-
to, sólo desearía comprender cómo es posible que tantos hombres, tantas aldeas,
tantas ciudades y tantas naciones muchas veces soportan un solo tirano que no tiene
más poder que el que le dan; que no es capaz de dañarlos sino en la medida en que
quieran soportarlo, y que no podría hacerles ningún mal si no prefirieran sufrirlo
en vez de contradecirlo. Cosa en verdad sorprendente, y no obstante tan común que
en lugar de sorprenderse más bien habría que sentir pena: ver cómo un millón de
24
Spinoza busca precisamente deponer. La crítica de las supersticiones
teológicas y políticas –en el mismo sentido que la crítica de la econo-
mía política llevada a cabo por Marx dos siglos más tarde– convoca a
un minucioso trabajo sobre la materialidad estricta de las determina-
ciones que establecen y consolidan las relaciones de dominación. El
sometimiento de unos seres humanos por otros, en efecto, se debe
a la obra de un conjunto de fuerzas y determinaciones económicas,
sociales, ideológicas y políticas sobre el deseo para su determinación
externa a desear, imaginar y actuar de un cierto modo. Si nos atene-
mos al pasaje del prefacio del TTP donde se ha creído hallar la idea
de una servitudo que sería “voluntaria”, en realidad comprobamos
que no hay tal cosa: no hay, en efecto, un “enigma” que aceptar sino
un “gran arcano” (summum arcanum) que desentrañar, denunciar y
revertir: el “engaño”, el “disfraz”, el “miedo”, la “ignominia” de es-
tar sometido a otro y sin embargo experimentarla como si fuera el
“máximo honor”…
En tanto crítica de la ideología de su tiempo, la denuncia spi-
nozista de la superstición expone pues los mecanismos materiales
de captura del deseo y la imaginación, con total prescindencia de una
voluntad libre en la producción de los consentimientos –o de las re-
signaciones–. La crítica de la dominación no parte de un estupor ante
una presunta elección paradójica de servir a otro o de ser dominado
por él (“lo que la lengua rehúsa nombrar”17), sino de la necesidad de
remitir los deseos a sus causas, ignoradas por quienes desean, solo
conscientes de sus voliciones tal y como se manifiestan. Es decir, se
lleva a cabo como una crítica de la vida afectiva. Los seres humanos,
efectivamente, se hallan sometidos a y por sus afectos –por una ex-
terioridad que en su desproporción los reduce a la impotencia–, no
hombres son miserablemente avasallados con el cuello bajo el yugo, no porque estén
obligados por una fuerza poderosa, sino más bien porque se hallan fascinados y, por
así decir, encantados por el sólo nombre del uno, de quien no deberían temer ningún
poder puesto que está solo, ni amar sus cualidades puesto que con ellos es inhumano
y cruel” (Etienne de la Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria, versión de Diego
Tatián, Las Cuarenta, Buenos Aires, 2010, pp. 22-23).
17. Idem., p. 24.
25
debido a una preferencia voluntaria y libre de estarlo. Es en relación
a esa captura por poderes externos que afectan de tristeza las vidas
sometidas a ellos que se requiere una liberación.18
18. Para una crítica de la interpretación del pasaje del prefacio del TTP aquí referido
en términos de “servidumbre voluntaria”, ver Frédéric Lordon, Capitalisme, désir et
servitude. Marx avec Spinoza, La Fabrique, Paris, 2010, pp. 30-35 [Frédéric Lordon,
Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza, Tinta Limón, Buenos Aires, 2015].
19. Me aparto aquí de la versión de Vidal, quien traduce agere por “obrar” y coacta por
“compelida”.
26
no es ella misma la causa adecuada. Libertad pues como emmendatio
existencial que consiste en sustituir esa reactividad pasional en fa-
vor de la vida activa, que se halla siempre incursa en un sistema de
vínculos a partir de los cuales se tratará de construir comunidad y de
transformar en una composición favorable la originaria adversidad
de sus términos.
Para ello, ante todo es necesario sobreponer la experiencia a la
“imaginación” de la libertad como “libre decreto” y adjuntarla a su
entendimiento como “libre necesidad”, según se describe en la im-
portante Carta 58 a Tschirnhaus así como en el Apéndice de Ética I.
Esto es, sustraerla a la inmediata creencia en que la libertad equivale
a la conciencia de las voliciones y los apetitos que experimentamos,
sin que la conciencia se extienda al conocimiento de las causas que
determinan de ese modo el apetito, o producen esas voliciones: “esta
es la famosa libertad humana, que todos se jactan de tener, y que
tan solo consiste en que los hombres son conscientes de su apetito e
ignorantes de las causas por las que son determinados”.20 Así concebi-
da, la “ficción” de la libertad encierra un sistema de representaciones
y una entera sociabilidad que se establece a partir de ficciones anejas
tales como las de “alabanza”, “vituperio”, “pecado” o “mérito”.21
En tanto práctica filosófica y política que se orienta a extender el
pensamiento desde la inmediata conciencia de los apetitos hasta el
conocimiento de las causas que los producen, la tarea de liberación
aquí planteada implica un desplazamiento desde la ficción del carác-
ter individual de la libertad (que consistiría en dar curso al deseo tal
y como se manifiesta a la conciencia) hacia la dimensión transindivi-
dual originaria, sin la cual no es posible dar cuenta adecuadamente
de sí mismo.
27
sí mismos sino por otro–. Ese otro es la naturaleza o la sustancia o
Dios –que en Spinoza no es persona, no es alguien, no es un su-
jeto, ni algo que ordena y establece decretos por libre voluntad, ni
ejerce conscientemente un poder, castiga, premia, condena o salva–.
El Dios de Spinoza –si quisiera mantenerse la palabra, de la que sin
embargo se podría prescindir sin que su filosofía perdiera nada– es
indeterminado e irrecíproco. Todos los seres son en él (in Deo) y se
definen por una capacidad de producir efectos en sí mismos y en
los otros, por una potencia de actuar que explica y expresa la esencia
infinita de Dios de manera determinada. Pero en cuanto parte de la
potencia infinita de la naturaleza, la potencia por la que los modos fini-
tos existen y obran no les es propia sino completamente impropia –o
“transindividual”, según el concepto de matriz simondoniana con el
que Etienne Balibar abonó la discusión spinozista a partir de su escrito
de 1997–.22 En efecto, hay siempre una dimensión transindividual e
impropia en lo que hacemos y pensamos, que sólo puede ser desci-
frada en la práctica y colectivamente. Nos hallamos aquí en las antípo-
das del sujeto cartesiano, en medio del complejísimo juego de ser con
otros en una trama de afecciones y afectaciones por la que cada uno
de ellos es determinado a obrar de una cierta y determinada manera.
A los presupuestos ontológicos de la libertad humana reseñados
hasta aquí es necesario añadir que Spinoza niega que una idea pueda
ser causa de un efecto en la extensión y que un cuerpo pueda causar
un efecto en el pensamiento. Con ello desmantela la representación
de la libertad que la funda en una acción voluntaria del alma sobre el
cuerpo –pues “ni el cuerpo puede determinar al alma a pensar, ni el
alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al reposo…” (E,
III, 2)–, y la revela como una ficción. Cuerpo y alma no están pues
“unidos” de manera ninguna, ni son “paralelos” (caso en el cual se
estaría restableciendo el dualismo), sino más bien “son una sola y la
misma cosa (… Mens et Corpus una, eademque res sit…), ya la conside-
28
remos bajo la perspectiva del atributo pensamiento o ya sea que se la
considere bajo la perspectiva de la extensión –es decir, designan una
identidad que “se expresa de dos maneras (duobus modis expressa)”–.
En el largo escolio de esta proposición –donde se concibe al cuer-
po como “fábrica” (fabrica corporis) y se pone de manifiesto la igno-
rancia general respecto a lo que un cuerpo puede en virtud de las
solas leyes de su naturaleza– Spinoza introduce una referencia al
lenguaje, no irrelevante para la dimensión política y pública de la
libertad que motiva la redacción del Tratado teológico-político. En ese
escolio, en efecto, se afirma que los seres humanos no tienen poder
sobre lo que dicen o callan puesto que el lenguaje obedece a una ma-
terialidad autónoma de una presunta voluntad libre: “…los asuntos
humanos se hallarían en mucha mejor situación, si cayese igualmen-
te bajo la potestad del hombre tanto el callar como el hablar. Pero la
experiencia enseña sobradamente que los hombres no tienen sobre
ninguna cosa menos poder que sobre su lengua”.23
El lenguaje se determina por un impulso –que, como sucede con
los afectos, difícilmente los seres humanos son capaces de contener–
y se basa en la memoria involuntaria de las palabras. La conclusión
materialista a partir de haberse postulado la identidad de cuerpo y
alma es que “quienes creen que hablan o callan, o hacen cualquier
cosa por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos”.24
El alma no es “causa libre” del lenguaje ni de sus acciones sino
que está determinada a hablar o callar por algo determinado a su
vez; en otros términos: así como “no hay ninguna facultad absoluta
de entender, desear, amar, etc.” (E, II, 48, esc.), tampoco hay una fa-
cultad absoluta de hablar. El lenguaje se explica por los movimientos
del cuerpo y la connexio extensa, por lo que no es efecto del pensa-
miento en tanto concatenación de ideas. Sin embargo, precisamente
debido a que el cuerpo y el alma (en tanto idea corporis) son “una
sola y la misma cosa”, la libertad de palabra no es inesencial ni ex-
terior a la libertad de pensar. En efecto, el Tratado teológico-político
29
no se propone tanto resguardar una libertad privada como fundar
una libertad pública; ni tanto preservar la libertad de conciencia de
su posible daño por parte de un poder común, como producir una
libertad institucional capaz de expresar –sin expropiar– una potentia
democratica que existe por naturaleza como poder colectivo de actuar
y como inteligencia general. Esa común libertad civil, para ser tal,
deberá manifestar (extender, incrementar, enmendar, desviar, politi-
zar…) los derechos naturales y la naturaleza humana sin presuponer
su cancelación ni su alienación –a la vez que su institución no equi-
vale al derecho de cada cual “a vivir según su propio criterio”–. Se
desvanece pues la tajante distinción entre foro interno y foro externo
que Hobbes había establecido sustrayendo el primero (las creencias
y las ideas en la medida en que no se comunican) del poder punitivo
legítimo del Leviatán, cuyo ejercicio quedaba reducido a la exteriori-
dad de las acciones y las palabras.
Contrario a ello, no hay para Spinoza libertad retenida, no ma-
nifestada o clandestina. La libertad es siempre política, efecto en la
exterioridad, comunicación, puesto que el pensamiento es una res
publica. No hay, en suma, “mentes libres que habiten cuerpos obe-
dientes”, ni “libertad de pensamiento si hay servidumbre de los cuer-
pos”,25 ni es posible pues pensar lo que se quiera sin decir lo que se
piensa (sometido esto a las restricciones que establece la paz), por lo
que las ideas, las acciones y las palabras mantienen una unidad con-
comitante a la identidad del cuerpo y el alma que se expresa a través
de ellas. Aunque la matriz tacitiana de la inspiración spinozista ates-
tigua la “rareza” de la libertad (Rara temporum felicitate, ubi sentire
quae velis, et quae sentias dicere licet –Tácito, Historias, I, 1), en cierto
sentido el “Estado violento” es siempre provisorio si no una imposi-
bilidad, por cuanto su propósito –imperar sobre las almas e imponer
las opiniones y los afectos de los ciudadanos para que opinen y sien-
tan de manera diferente a como lo hacen– está condenado al fracaso
debido a la constitución del derecho natural humano. Aunque se lo
25. Warren Montag, Cuerpos, masas, poder, Tierradenadie Ediciones, Madrid, 2005,
pp. 79-80.
30
proponga, nadie es capaz de renunciar a su libertad de opinión y pen-
samiento, por lo que atenta contra sí mismo un Estado que busca im-
poner obligaciones y prohibiciones sobre el habla civil, la contienda
política y la conversación filosófica, pues “ni los más versados, por no
aludir siquiera a la plebe, saben callar. Es este un vicio común de los
hombres: confiar a otros sus opiniones, aun cuando sería necesario
el secreto. El Estado más violento será, pues, aquel en que se niega a
cada uno la libertad de decir y enseñar lo que se piensa…”.26
Spinoza parte, pues, de la constatación de un hecho: los seres
humanos son incapaces de ocultar sus pensamientos, que tienden
siempre a manifestarse, a exteriorizarse en lenguaje y ponerse en
circulación. La libertad de expresión (la libertas philosophandi pero no
sólo; también la libertad de opinar sobre todas las cosas de todas las
personas, cualquiera sea su competencia para hacerlo) no es tanto
un imperativo moral como un requisito y una institución de la vida
social que aspira a no ser violenta, habida cuenta de la irreductible
diversidad humana en lo que respecta a las creencias y opiniones en
materia religiosa, filosófica y política.
Lejos de obtener el efecto buscado de reprimir las opiniones ad-
versas y ser eficaz en la censura de las palabras públicas que reali-
zan y expanden la libertad de pensar, la violencia contra el lenguaje
ocasiona lo contrario (“…está muy lejos de ser posible que todos los
hombres hablen de modo prefijado. Antes al contrario, cuanto más
se intenta quitarles la libertad de hablar, más se empeñan en lo con-
trario”27), y tienen por efecto la persecución, el exilio y el suplicio de
las personas honradas, a la vez que la deslealtad y la adulación de
quienes medran en la proximidad del monarca.
La libertad establece así la encrucijada entre filosofía y política
que conjunta el contenido filosófico de la política y el contenido po-
lítico de la filosofía. La libertas philosophandi es una libertad política
elemental en el spinozismo (más que un motivo liberal acaso podría
detectarse aquí un lejano eco socrático), a la vez que las instituciones
31
políticas democráticas expanden las condiciones de una filosofía co-
mún o en común, es decir una multiplicación no estrictamente de
filósofos sino de “lectores con espíritu filosófico”, según el anhelo de
interlocución al que convoca el prefacio del Tratado teológico-político.28
28. “Hé ahí, filósofo lector, los temas que someto a tu examen (Haec sunt, Philosophe
lector, quae tibi hic examinanda do), etc.” (idem, p. 72).
29. Spinoza, Tratado político, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 1986,
p. 88. En las citas sucesivas del TP referimos siempre a esta edición.
32
la libertad (también la que llamamos “individual”) es un efecto de
lo común, requerido por ella como su condición de posibilidad. El
derecho civil, la existencia pública organizada en instituciones polí-
ticas y la vida en sociedad son una extensión y una prolongación del
derecho natural –son el derecho natural mismo que adquiere de este
modo realidad, por lo que la institución de lo común nunca presu-
pone una cancelación de la naturaleza y del derecho provisto por ella
a todos los seres, sino una emmendatio politizadora que lo mantiene
inmanente a la Ciudad instituida, y de esta manera lo radicaliza–.30
No hay por tanto libertad solitaria (podría invertirse aquí la clásica
formulación liberal y reescribirla con una pequeña enmienda: “mi
libertad no termina sino que empieza donde empieza la libertad de
otro”); más bien, lo que Spinoza llama “estado de soledad” (ni de gue-
rra ni de paz) es aquel en el que la libertad y el derecho son reducidos
a su mínima expresión –por tanto un estado contranatural, ni pro-
piamente natural ni plenamente político–. Spinoza parece distinguir
entre la soledad que es condición propia del estado natural31 y una
soledad social producida por el terror, según un pasaje que describe
anacrónicamente de manera bastante aproximada lo que hoy llama-
ríamos “terrorismo de Estado”. “De una sociedad cuyos súbditos no
empuñan las armas, porque son presa del terror (metu territi), no
cabe decir que está en paz, sino más bien que no está en guerra… Por
lo demás, aquella sociedad cuya paz depende de la inercia de unos
súbditos que se comportan como ganado, porque sólo saben actuar
como esclavos, merece más bien el nombre de soledad que el de so-
ciedad (rectiùs solitudo, quam Civitas dici potest)” (TP, V, 4).
La supresión de la libertad por el terror no retrotrae a la vida preca-
ria del estado natural; más bien inmuniza a los seres de los vínculos
que pudieran establecer con otros y produce una forma de existencia
30. Sobre la cuestión de la inmanencia del derecho natural en el derecho positivo, ver
Marilena Chaui, “Spinoza: poder y libertad”, en Atilio Boron (ed.), La filosofía política
moderna. De Hobbes a Marx, Clacso / Eudeba, Buenos Aires, 2000, pp. 111-141.
31. “…el miedo a la soledad es innato a todos los hombres, puesto que nadie, en
solitario, tiene fuerzas para defenderse ni para procurarse los medios necesarios de
vida” (TP, VI, 1).
33
despojada de humanidad, donde la vida se encuentra reducida a “la
sola circulación de la sangre y otras funciones comunes a todos los
animales” (TP, V, 5). Al contrario de la “soledad”, la construcción
común de la libertad como desbloqueo de la vida activa –es decir
como establecimiento de un conjunto de condiciones institucionales
y sociales que favorecen la manifestación de la potencia de actuar, de
pensar y de hablar (que es una sola), así como también la irrupción
de nuevas composiciones y singularidades sociales– es lo que Spino-
za designa con una palabra antigua y denostada: democracia.
En tanto apertura de lo político y no una forma de gobierno entre
otras, la cuestión democrática es la cuestión de la “multitud libre”
–motivo fundamental del Tratado político que sustrae al spinozis-
mo de cualquier reducción liberal de su pensamiento–. François
Zourabichvili proponía que con el concepto de “multitud libre” Spi-
noza designa el “momento originario” de la política, una instancia
intermedia aún no organizada propiamente en un régimen institu-
cional pero ya fuera del estado de naturaleza; libre sería pues la mul-
titud en el “momento indeterminado” del estado civil.32
Pero además de condición de la política, la multitud libre –que no
debe ser confundida con la “fábula” de una multitud racional (TP, I,
5)– sería también su efecto. En cuanto presupuesto de la condición
social en general, toda forma de gobierno es originariamente demo-
crática, pues su establecimiento requiere el momento originario de
la multitud libre. Pero una multitud no lo es (es “esclava”) cuando
se halla sometida a otro por derecho de guerra, o bien cuando es
dominada por el miedo y reducida a la soledad. El “cultivo de la vida”
y la “esperanza” en vez del miedo a la muerte es lo que anima a una
multitud cuando es libre (TP, V, 6), y para que ello suceda –según en-
seña Maquiavelo, conforme la interpretación spinozista del segretario
fiorentino como partisano de la libertad–, “la multitud debe guardar-
se de confiar su salvación a uno solo” (TP, V, 7).
34
La inagotable vitalidad de la multitud libre produce instituciones
que la expresan sin reducirse nunca completamente a ellas. Pensa-
da en clave spinozista, democracia es manifestación, incremento,
apertura, composición imprevista de diferencias, y nunca bloqueo
del deseo por el procedimiento, inhibición del occursus entre hetero-
geneidades favorables o imposición de soledad. La libertad originaria
se concreta en un régimen donde la constitución, las leyes y los pro-
cedimientos son instituciones forjadas por la vida popular, por las lu-
chas sociales y la experiencia colectiva, que de este modo es siempre
“autoinstitución ininterrumpida”. Comprendida como inmanencia
de lo instituyente en las instituciones, democracia nunca presupone
la desconfianza de la potencia común, la inhibición por el miedo ni
la despolitización del cuerpo colectivo para su control, a la vez que se
desmarca del idealismo que postula por principio del pensamiento
una representación de cómo los seres humanos deberían ser (racio-
nales, virtuosos, solidarios, austeros, justos), para tomar en cuenta el
poder de los afectos sobre la vida humana (lo cual no equivale a decir
que los individuos y las sociedades se hallan condenados a las pasio-
nes tal y como irrumpen inmediatamente). En cuanto potentia demo-
cratica, la multitud libre es Abgrund; porta una excedencia (la misma
excedencia en virtud de la cual la vida desquicia y vulnera las formas
que por un momento la contuvieron) y una inadecuación, que es el
punto exacto de irrupción de la libertad. Despojada de este legado
maquiaveliano-spinozista, la democracia es impotente y es frágil.
35
Realismo emancipatorio
37
directo la prueba y la correspondencia spinozista no conserva ningu-
na carta entre ambos (aunque tampoco intercambios epistolares con
Adriaen Koerbagh, Juan de Prado, Isaac la Peyrère ó Francis Van den
Enden; de haber existido, es posible que esa correspondencia haya
sido prudentemente destruida, ya sea por Spinoza mismo o bien por
los editores de las Opera posthuma4). Como quiera que sea, un víncu-
lo teórico y político entre ellos es fácilmente constatable, y da testi-
monio de ello un conjunto de panfletos de 1672 en el que se adjudica
la edición, dos años antes, del Tratado teológico-político –“forjado en
el infierno por el apóstata judío junto con el diablo y publicado a sa-
biendas del señor Jan [de Witt] y sus cómplices”5– a la permisividad
del clima cultural instituido por el “partido del Estado” cuya cabeza
era el Gran Pensionario.6
De Witt era un hábil matemático, célebre por sus vastos conocimientos de álgebra y
geometría, que en 1650 había escrito una obra de título Elementa curvarum linearum.
El hostil relato de S. Kortholt refiere asimismo una relación de amistad entre el filó-
sofo y los hermanos De Witt: “…siendo [Spinoza] un hombre tan ávido de gloria y tan
orgulloso que se expuso a ser cruelmente despedazado con sus amigos De Witt, con
tal que a una vida breve siguiera una carrera eterna de gloria” (S. Kortholt, “De tribus
impostoribus (1700)”, en Atilano Domímguez, cit., p. 93).
4. Esta precaución editorial habría sido referida por el hijo del librero Jan Rieuwertsz
al viajero Hallmann (quien en 1704 publicaría un libro de viajes donde constan estas
informaciones), según un testimonio recogido por Freudenthal: “En las Cartas de
Spinoza se habrían omitido algunos nombres de personas, que no se quería hacer
sospechosas, y se los sustituyó por simples asteriscos. Entre ellas estaba el que era
rector de La Haya, el cual murió anciano, y el todavía vivo alcalde de Ámsterdam,
Hudde, el cual había sido buen amigo suyo” (Ibid.). En un fragmento de su Reise
Journal hoy incluido en el epistolario spinozista, escribía el propio Hallmann: “El ya
mencionado Rieuwertsz me contó cuando lo visité de nuevo, entre otras cosas, lo si-
guiente: …Se habían hallado más cartas que las que fueron impresas, pero no tenían
ninguna importancia, por lo cual fueron quemadas” (Spinoza, Epistolario, versión de
Oscar Cohan, Colihue, Buenos Aires, 2007, p. 201).
5. Atilano Domínguez, cit., p. 196.
6. El TTP debe ser inscripto en un conjunto de escritos radical-republicanos publi-
cados con el propósito explícito de sostener la política de los Regentes, en particular
Consideraciones sobre el Estado ó La balanza política (1661) de Jean de la Court [obra
que se hallaba en la biblioteca spinozista y citada elogiosamente en Tratado político
VIII, 31]; Discursos políticos (1662) de Pieter de la Court [libro de explícita inspira-
ción maquiaveliana que Spinoza poseía asimismo en su biblioteca]; Del derecho de los
38
Tras el derrocamiento de los Regenten y el linchamiento de los dos
hermanos que eran la máxima expresión de la corriente republicana
en las Provincias Unidas, se precipitaría una purga política que tuvo
su correlato en ámbitos académicos e intelectuales. No sólo los “teó-
logos” –viejos conocidos de Spinoza que emprendían ahora su ven-
ganza contra todo aquel que hubiera mostrado alguna simpatía por
el “partido de la libertad” en el gobierno de Holanda desde 1653–,
también cartesianos moderados y propagadores de la nueva ciencia
sobreactuaban su condena del cartesianismo radical y del spinozis-
mo, más por motivos políticos que filosóficos.7
Impulsor de las corrientes liberales de su tiempo, en la intensa
disputa académica que conmovía a las universidades, Jan de Witt
toma partido en favor de una separación de la filosofía y la teología
–no sólo por razones teóricas sino también con el propósito de redu-
cir el poder ideológico de los teólogos–.8 Tras la caída de la república,
los cartesianos se vieron en la necesidad de tomar distancia explícita
de todo lo que fuera sospechado de spinozismo, pues no era un he-
cho menor que el autor del “pestilentísimo” Tratado teológico-político
hubiera escrito algunos años antes una exposición de la filosofía car-
tesiana –que sería el único libro publicado en vida bajo su propio
nombre–; los filósofos moderados que impulsaban el espíritu carte-
siano nada querían menos que ver asociada la filosofía de Descartes
a un filósofo que había levantado un escándalo de proporciones en
toda Europa.9 En septiembre de 1675 Spinoza le escribe a Oldenburg
confiándole que había desistido de publicar la Ética –que estaba lis-
ta para ser impresa10– por la reacción de algunos teólogos que se
eclesiásticos (1665) editado bajo el seudónimo de Lucius Antístius Constans [texto de
matriz hobbesiana en su época atribuido al propio Spinoza o a Pieter de la Court]; ó
La filosofía intérprete de la S. Escritura (1666) de Lodewijk Meyer.
7. Ver Steven Nadler, Spinoza, Acento, Madrid, 2004, pp. 411 y ss.
8. Esta disputa tuvo como sus máximos representantes a Voetius, de la Universidad
de Utretcht, y Cocceius, de la Universidad de Leiden, que promovía la libertad de
filosofar y contaba con el apoyo explícito de Jan de Witt.
9. Steven Nadler, cit., pp. 415-419.
10. Una muy cuidada y dramática estrategia política concerniente a la publica-
ción de sus libros acompaña desde el comienzo al trabajo filosófico (en rigor
39
presentaron ante los magistrados, pero sobre todo porque “además,
algunos cartesianos necios, a quienes se los creía partidarios míos,
para alejar de sí esta sospecha, en todas partes, no cesaban, ni cesan
aún ahora, de despreciar mis opiniones y escritos”.11
El descuartizamiento de los hermanos De Witt frente a la prisión
de Buytenhoff no fue llevado a cabo por una banda de asesinos ni
por una conjura secreta a espaldas del pueblo sino por una multi-
tud de ciudadanos cuyas pasiones públicas fueron manifestadas en
pleno día sin ninguna inhibición jurídica o moral. El largo elogio de
Ámsterdam que dos años antes Spinoza había escrito en el capítulo
XX del Tratado teológico-político (1670)12 se volvía inactual frente a la
filosófico-político) de Spinoza –y en general del grupo de escritores colegiantes que
se reunían en la librería de Jan Rieuwertsz–. Con motivo de la publicación de Los
Principios de la filosofía de Descartes (1663) [una exposición more geométrico respecto
de la cual Spinoza solicita a Meyer deje aclarado en el Prefacio que no son sus propias
ideas las que se formulan allí sino las de Descartes –“he escrito en él no pocas cosas,
acerca de las cuales sostengo todo lo contrario”–], una carta a Oldenburg de julio de
ese año proporciona un pasaje que permite ver la magnitud de esa preocupación:
“…decirle el motivo por el cual me permito que salga a luz ese Tratado. A saber, en
esta ocasión quizás se encontrarán algunas personas entre los que ocupan las posiciones
principales de mi patria, que desearán ver las cosas que he escrito y que reconozco como
mías y, por lo tanto, procurarán que pueda publicarlas sin ningún peligro de incon-
venientes de orden legal. En verdad, si así ocurre, no dudo que publicaré enseguida
alguna cosa; de lo contrario, prefiero callarme antes que imponer mis opiniones a los
hombres de buena voluntad de mi patria, y volverlos mis enemigos” (Epistolario, op.
cit., p. 63 –el subrayado es mío). La publicación del libro sobre Descartes pareciera
pues estar destinada a despertar el interés de la clase política por la filosofía spinozis-
ta y generar condiciones de amparo jurídico antes de su puesta en circulación.
11. Ibid., p. 263.
12. “Sirva como ejemplo la ciudad de Ámsterdam, la cual experimenta los frutos de
esta libertad en su gran progreso y en la admiración de todas las naciones. Pues en
este Estado tan floreciente y en esta ciudad tan distinguida, viven en la máxima con-
cordia todos los hombres de cualquier nación y secta; y para que confíen a otros sus
bienes, sólo procuran averiguar si es rico o pobre y si acostumbra a actuar con buena
fe o con engaños. Nada les importa, por lo demás, su religión o secta, ya que estas de
nada valen en orden a ganar o a perder una causa ante el juez. Y no existe en absoluto
una secta tan odiosa, que sus miembros (con tal que no hagan daño a nadie y den a
cada uno lo suyo y vivan honradamente) no estén protegidos con la autoridad y el apo-
yo público de los magistrados” (Spinoza, Tratado teológico-político, versión de Atilano
Domínguez, Alianza, Madrid, 1986, p. 418). Una referencia similar en el Prefacio:
40
restauración orangista, que impulsa ahora una censura activa contra
la libertas philosophandi.
Dominados por un clima político adverso y una autoexigencia de
cautela extrema,13 los últimos cinco años de la vida de Spinoza es-
tarán consagrados a la terminación de la Ética (cuya composición
había comenzado en torno a 1665 y había sido interrumpida por el
trabajo en el Tratado teológico-político), la redacción de un Compendio
de gramática de la lengua hebrea y la escritura del Tratado político, que
finalmente quedaría inconcluso.
41
política de la experiencia republicana frente a las embestidas orto-
doxas y monárquicas; proponer un método de hermenéutica bíblica
capaz de desactivar en las Sagradas Escrituras todo lo que en ellas
pudiera ser causante de odio religioso para reducirlas a su credo mí-
nimo (a su mensaje único: amar a Dios y al prójimo); fundamentar
filosóficamente la libertad de la filosofía y por tanto su radical sepa-
ración de la teología –que no debía inmiscuirse en asuntos teóricos
sino atenerse a un conjunto de preceptos prácticos muy sencillos ca-
paces de orientar la vida de los simples–.
El Tratado político por su parte presenta un tono más objetivo y
una redacción más distante; no es tanto (como lo es el Tratado teoló-
gico-político) un libro escrito para alguien14 –es decir para convencer
y provocar un efecto político de coyuntura entre “lectores filósofos”,
espíritus abiertos al examen filosófico de todas las cosas–, sino más
bien un libro en tercera persona que trata sobre algo, cuya organiza-
ción expositiva recupera el motivo clásico de las formas de gobierno
y, sin propósito de decir algo “nuevo o desconocido” (TP, I, 4), tal vez
menos coyuntural –no obstante el hecho de que en la última carta del
Epistolario (probablemente escrita hacia fines de 1676) que los edito-
res de las Opera posthuma decidieron incluir a modo de prólogo del
TP sin consignar el nombre del destinatario (“a un amigo”), Spinoza
informa a su interlocutor (probablemente alguien perteneciente al
mundo de la política holandesa) haber comenzado a escribir el TP
“por instigación suya”.15 Escrito a solicitud, no es imposible que tam-
bién el TP hubiera sido redactado bajo una inspiración política inme-
diata, no sin haber tomado debida nota de la conmoción conceptual
14. En un pasaje en segunda persona del prefacio al TTP Spinoza explicita el destina-
tario del texto: “He ahí, filósofo lector, los temas que someto a tu examen. Confío en
que, por la importancia y la utilidad del asunto, tanto toda la obra como cada capítulo
serán bien acogidos… Y, en cuanto a los demás, no tengo especial interés en enco-
mendarles mi tratado, ya que no hay nada que me haga esperar que les pueda agradar
por algún motivo. Sé, en efecto, con qué pertinacia se arraigan en la mente aquellos
prejuicios que el alma ha abrazado bajo la apariencia de la piedad. Sé también que
es tan imposible que el vulgo se libere de la superstición como del miedo” (Spinoza,
Tratado teológico-político, Prefacio, op. cit., p. 72).
15. Spinoza, Epistolario, cit., pp. 293-294.
42
que 1672 (año del linchamiento y de la restauración orangista) impli-
caría respecto del TTP.
Las innovaciones más relevantes que el Tratado político com-
porta son: el abandono de la perspectiva contractualista –en caso
de haber sido tal– bajo la que pueden ser interpretados algunos
capítulos del TTP (no es un indicio lexical irrelevante que la pa-
labra contractus no aparezca más que en un solo parágrafo –TP,
III, 1716–, de manera accidental y si se quiere anticontractualista)17;
la adopción del concepto de “multitud” (multitudo) –más propia-
mente de “potencia democrática de la multitud”–, que ha tenido
una fecunda deriva en el spinozismo político contemporáneo; y
la profesión de maquiavelismo,18 que es explícita en el conocido
16. “Es indudable que los contratos o las leyes con los que la multitud transfiere su
derecho a un consejo o a un hombre deben ser violados cuando esta violación im-
porta al interés común” (TP, IV, 6). Sobre el término contractus en este pasaje, ver la
nota de P. Cristofolini a su edición del TP (Baruch Spinoza, Trattato politico, bilingüe,
texto y traducción al cuidado de Paolo Cristofolini, Edizioni ETS, Pisa, 1999, p. 242).
17. Uno de los primeros trabajos sobre Spinoza que marca su anticontractualismo
último y le confería a este aspecto la importancia que suele concedérsele hoy en los
estudios spinozianos es el librito de Lucien Mugnier-Pollet, La philosophie politique de
Spinoza, Vrin, Paris, 1976.
18. Si bien una profusa literatura spinozista ha mostrado la inspiración maquiavelia-
na del TP (sobre todo en lengua italiana –pueden señalarse, entre otros, los trabajos
de Toni Negri, Paolo Cristofolini, Vittorio Morfino, Stefano Visentin o Filippo dal
Lucchese), ha sido Laurent Bove en su Introducción a la edición francesa del TP
(Spinoza, Traité Politique, Librairie Générale Française, Paris, 2002) uno de los que
ha llevado más lejos la exploración del maquiavelismo en Spinoza. Según Bove, el
“elogio” spinozista de Maquiavelo en el TP, se acompaña de una importante obser-
vación crítica: en tanto Maquiavelo señala la necesidad histórica y vital del vínculo
entre el príncipe y el pueblo contra los grandes y habría enseñado lo que debe hacer
un príncipe, en tanto que individuo solitario, para conservar su poder y su vida, alián-
dose con el pueblo contra los grandes en base a una situación política concreta, etc.,
en la perspectiva del Tratado político se trataría de precipitar una reforma democrática
de la monarquía capaz de realizar institucionalmente la adecuación necesaria entre
el poder del príncipe y la afirmación de la potentia multitudinis. Tal sería el propósito
de Spinoza en los capítulos VI y VII del TP, que según Bove debemos leer como una
suerte de reescritura democrática y popular del Príncipe a partir de su propia línea
filosófica de inmanencia en el dominio político. Al sustituir la virtú del príncipe (in-
cluso, dice Bove, si ha sabido volverse popular) por la virtud del Estado en una monar-
quía popular, lejos de alejarse de Maquiavelo Spinoza lo radicaliza, tanto en el plano
43
elogio de Maquiavelo como partidario de la libertad en TP V, 7,19
y en TP, X, 1 [“acutissimus Florentinus”]. En tanto que otros textos,
casi como si se tratara de citas ocultas, parecieran ser la reescritura
de ciertos pasajes inequívocamente maquiavelianos (por ejemplo el
texto de TP, II, 1220 –que es posible superponer con el cap. XVIII
del Príncipe21–, o bien la conclusión de TP, IX, 1322 tantas veces
44
señalada por su crueldad, que –además de remitir en su redacción
a Las troyanas de Séneca según ha mostrado la crítica filológica de
Omero Proietti23– con toda probabilidad se inspira en Discorsi sopra
la prima deca di Tito Livio, II, 23, donde Maquiavelo aconseja el
beneficio o la destrucción de las ciudades conquistadas pero nunca
el camino intermedio24 –argumento central del acervo realista que
seguramente encuentra su documento más antiguo y más impre-
sionante en el diálogo de los atenienses con los melios relatado por
Tucídides en la Historia de la guerra del Peloponeso.
45
compatible con la experiencia o con la práctica” y que pueda “resultar
útil a la sociedad en general”, toma igual distancia del moralismo de
los filósofos y el cinismo de los políticos en favor de una “ciencia de
los afectos”26 (motivo central de la Ética, que había sido desplazado
en el TTP y recupera ahora su preeminencia teórica al punto de ser la
primera palabra del TP, que comienza: “Affectus, quibus conflictamur,
conciopiunt veluti vitia, in quae homines sua culpa labuntur…” [“Los
afectos, que nos conflictúan, son concebidos por los filósofos como
vicios en los que caen los hombres por su propia culpa…”]), cuya pre-
misa de trabajo encuentra su formulación más elemental y más lacó-
nica en TP, I, 4: “he procurado no ridiculizar, ni detestar, ni deplorar
las acciones humanas sino comprenderlas (…humanas actiones non
ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere…)”. Deducir la política
de “la condición común de los hombres” –y no de virtudes privadas
de las que debieran estar dotados los seres humanos (tanto los que
mandan como los que obedecen) si fueran tales y como deberían
ser– se inspira en el propósito fundamental de la tradición política
del realismo clásico: dotar de estabilidad a los asuntos públicos. Ello
presupone por un lado confiarlos a un sistema de instituciones co-
munes en vez de su delegación en presuntas virtudes privadas de
quienes se hallarían por naturaleza dotados para el mando, y por otro
precaverse del daño ocasionado a la vida civil por los que “sueñan con
el siglo de oro de los poetas o con una fábula” (TP, I, 5) al creer que la
multitud se guía por la templanza, la razón y la justicia.
Política, pues, no es el reino de las razones (que prospera en la
debilidad, o in articulo mortis cuando alguien yace inerte vencido por
la enfermedad, o en el templo –es decir donde no hace falta ninguna
política–), sino el mundo de los afectos y el imperio de las pasio-
nes, cuyo poder se manifiesta en los tribunales y en los palacios (in
foro, vel in aula) –en la communis vita–. Por tanto, la necesidad de
la política es directamente proporcional a la impotencia de la moral
para regular la vida humana en común, dominada por las estruc-
26. Sobre la “ciencia de los afectos”, ver Marilena Chaui, Desejo, paixão e ação na Ética
de Espinosa, Companhia das letras, São Paulo, 2011, pp. 101-132
46
turas elementales del conatus y por la finitud –es decir por el poder
que sobre las criaturas ejerce la exterioridad de la fortuna con la que
están condenadas a lidiar–. Tratar los afectos “con la misma libertad
de espíritu que suele emplearse en las investigaciones matemáticas”
–en vez de considerarlos como vicios en los que “los hombres caen
por su culpa”– es la operación desmoralizadora y naturalizadora que
había sido también el propósito de Ética III.
Las pasiones no son una perturbatio en el orden de las causas sino
un efecto propio y necesario de los modos finitos en cuanto partes
de la naturaleza; las marcas del occursus que las cosas tienen con las
cosas por el hecho de ser tales (pues ser es siempre ser con otros, en
medio de otros definidos por una capacidad de producir efectos); las
excedencias de encuentros no siempre favorables a sus términos. La
naturalización spinozista de las pasiones deriva de la teoría del de-
recho natural subjetivo –que comparte con Hobbes–, según la cual
los seres humanos no se definen por la razón sino por el deseo y el
poder, y su formulación se precisa en la ecuación jus sive potentia.
Así pues el derecho natural de cada cosa (esto es, el poder por el que
las cosas naturales existen, actúan y se conservan) se extiende hasta
donde se extiende su potencia (tantum juris, quantum potentia); es “la
mismísima potencia de Dios” (ipsissima Dei potentia) que se mani-
fiesta inmediatamente como un apetito y como una vis –una fuerza
de existir por la que están dotados todos los seres de la naturaleza–.
El derecho (jus) nunca prohíbe, es afirmativo siempre, expresa en
cualquier caso una potencia, mayor o menor, y por consiguiente “no
se opone a las luchas, ni a los odios, ni a la ira, ni al engaño ni abso-
lutamente a nada de lo que aconseja el apetito” (TP, II, 8) –antes bien
se manifiesta positivamente de ese modo, aunque en su grado más
elemental–. El derecho natural accede a su plenitud cuando los seres
humanos adoptan la guía de la razón, que en Spinoza surge siempre
en el curso de un proceso colectivo y social.
Es esta la mayor ruptura teórica y política de Spinoza respecto
de Hobbes –luego de haber tomado como punto de partida su pre-
misa de definir el derecho por el poder–. Si para Hobbes, aunque
47
infinitamente limitado, el derecho natural de los individuos es mayor
en el estado de naturaleza que en el estado civil –cuya institución pre-
supone la alienación de la casi totalidad del derecho (a excepción del
derecho a la conservación) en la instancia trascendente de un poder
común artificial que se constituye en tanto depositario del derecho
individual de todos transferido por un pactum subjectionis–, sucede
lo contrario en Spinoza: el derecho natural es ínfimo (abstracto, in-
cluso inexistente) en el estado natural; concreto y máximo bajo la
condición política, que no requiere la cancelación de la libertad ni
neutraliza la potencia natural como sucedía en Hobbes, sino antes
bien la extiende, la colectiviza, la incrementa, la enmienda, la desvía
de su expresión inmediata para su elevación a una plenitud cuya ra-
dicalidad mayor será obtenida en el régimen democrático o popular.
Los derechos comunes son allí la condición misma de los derechos
individuales y su presupuesto; esto es, la libertad individual nunca es
anterior ni independiente de la libertad común –es siempre libertad
con–.27 Fuera del status civilis el derecho natural es una quimera, una
impotencia, un puro postulado sin realidad: “…el derecho natural,
que es propio del género humano, difícilmente puede ser concebido
si no hay entre los hombres derechos comunes…” (TP, II, 15), en
tanto que será mayor “cuantos más numerosos sean los hombres
que pongan sus potencias en común” (TP, II, 13).
Ese derecho común concebido como multitudinis potentia es lo
que Spinoza llama Imperium (Estado), cuya institución resulta irre-
ductible –si no opuesta– a la del common power hobbesiano: mientras
aquel se forma por extensión (el verbo extendere es muy importante
en la lógica spinozista de la inmanencia), este se constituye por alie-
27. Para una detallada interpretación antiliberal del spinozismo, ver la Introducción
a la edición chilena del Tratado político realizada por Humberto Giannini y María
Isabel Flisfisch (Spinoza, Tratado político, Editorial Universitaria, Santiago de Chile,
1989, pp. 38 y ss.). Esta edición del TP, al igual que el Congreso Internacional Spino-
za realizado en Santiago ese mismo año –en el que participaron estudiosos franceses,
argentinos, españoles y chilenos–, se inscribe en el contexto de reconstrucción polí-
tica post-pinochetista tras el referéndum de 1989, con el propósito de introducir la fi-
losofía política spinozista en los debates que acompañaron la transición democrática.
48
nación y transferencia; o bien: el derecho natural es en Spinoza causa
eficiente inmanente del Estado, en tanto que en Hobbes ese dere-
cho es causa eficiente trascendente del poder común. Imperium es
preservación, colectivización y radicalización del derecho individual
–que no debe ser confundido con una reivindicación de cada quien
a vivir ex suo ingenio (según sus propias inclinaciones), pues tal cosa
haría imposible la sociedad (TP, III, 3 y 4)–.
A la inversa de Hobbes, en Spinoza la institución de la socie-
dad por una multitud libre (multitudo libera) y desatemorizada en
ejercicio de derechos comunes es anterior al contrato –todo pacto o
“transferencia de derechos” presupondrá siempre la soberanía de la
multitud en posesión de una potencia natural colectiva–, y no tiene
por propósito una mera sustracción negativa del summum malum y
solamente evitar la muerte (mortem tantummodo vitare), sino culti-
var la vida (vitam colere) en tanto que “vida humana”: no la que se
define por “la sola circulación de la sangre y el cumplimiento de las
restantes funciones comunes a todos los animales”, sino la vida que
toca a la mente y a la razón (TP, V, 5-6). Alexandre Matheron ha
mostrado de manera convincente que la salida del estado natural y
la generación del Estado no se inscriben en la instancia artificial del
contrato sino que presuponen la dinámica natural de la imitación
de los afectos tal como es descripta en Ética III –y particularmente
la indignatio, que no es solo una pasión revolucionaria sino también
instituyente–. En tal sentido, Matheron afirma no una “continuidad”
(según la cual la exposición “contractualista” del TTP sería exotéri-
ca por estar destinada a lectores hobbesianos y grocianos), sino una
“evolución” del TTP al TP, bajo el argumento de que al momento de
la redacción del primero la teoría de la afectuum imitatio desarrollada
en E, III, 27 y ss., no había sido aún elaborada en el borrador de la
Ética interrumpido en 1670 –el cual alcanzará su redacción definitiva
entre la escritura del TTP y la del TP–.28
49
En varios pasajes del Tratado político se lee que donde los seres huma-
nos poseen derechos comunes son “guiados como por una sola mente”
(una veluti mente ducuntur);29 se trata de una metáfora que sin consig-
narlo remite a Tácito,30 al igual que –como ha sido debidamente seña-
lado por Paolo Cristofolini, Laurent Bove y Atilano Domínguez en sus
respectivas ediciones del TP– lo hacen otras transcripciones (en una
ocasión de manera explícita,31 en la mayoría de los casos sin la referen-
cia32) tanto de Anales como de Historias.33 Aunque en la mayoría de las
citas de Tácito no esté declarada su proveniencia, y aunque haya dos
referencias abiertas a Maquiavelo, es posible detectar un refinado “taci-
tismo” en el TP34 –que en una perspectiva general se expresa asimismo
29. TP, II, 16; TP, III, 4; TP, III, 7.
30. “unum corpus… una veluti mentis” (Anales, I, 12, 4).
31. TP, VII, 14.
32. “La experiencia les ha enseñado que mientras haya hombres habrá vicios” (TP, I,
2, tomado de Historias, IV, 80, 2); la enumeración de medidas políticas antinaturales
por las cuales un estado civil se transformaría en un estado de guerra en TP, IV, 4
podría referir a Anales, XIII, 25; XIV, 14-16; XVI, 4; la mención de la tendencia de los
reyes absolutos a rodearse de corruptos en TP, VII, 12, refiere a Historias, I, 36, 2-3;
“…los grandes jefes deberán ser elegidos entre los consejeros del rey o entre los que
hayan ejercido esas funciones, es decir entre hombres que hayan llegado a una edad
en la que por lo general se prefiere un orden de cosas antiguo y seguro a un orden
nuevo y arriesgado” (TP, VII, 17, tomado de Anales, I, 2); “[los reyes] en los procesos
no se atienen al derecho y la virtud sino al monto de las riquezas; se multiplican en-
tonces las delaciones y los más ricos se convierten en víctimas, abuso grave e intolera-
ble que justifican las necesidades militares, pero que subsiste aún en la paz” (TP, VII,
21, cita de Historias, II, 34, 1-2); y finalmente el importante parágrafo 27 del capítulo
VII, que además de citas de Terencio y Tito Livio contiene al menos tres referencias
a Tácito: “…que el vulgo no tiene moderación, es temible si no tiembla…” (frase de
Anales, I, 29); “…que no conoce la verdad, es incapaz de juzgar, etcétera” (tomado de
Historias, I, 32); “En todas partes deforman la verdad los enconados o los culpables…”
(pasaje de Historias, I, 1).
33. En la biblioteca de Spinoza se encuentran dos ediciones de obras de Tacitus, una
de Justo Lipsio (Amberes, 1607) y una amstelodana de 1643.
34. Forma reticente o indirecta de maquiavelismo, “tacitismo” es una expresión acu-
ñada en 1921 por Giuseppe Toffanin en su libro Machiavelli e il Tacitismo. (La “políti-
ca storica” al tempo de la Controriforma), con la que se designa el artilugio por el cual,
desde la segunda mitad del siglo XVI, el nombre de Tácito es usado como máscara
de Maquiavelo; como pretexto y vía de continuidad del maquiavelismo cuando su
mención directa se hallaba prohibida por la Contrarreforma; como una estrategia de
50
en el sentido atribuido a algunos conceptos fundamentales de Spinoza
tales como potentia, potestas, libertas, hostis, cupiditas, ius, lex–.35
La detección de fuentes antiguas en el TP no permite sin embar-
go una reducción de su originalidad política por relación a ellas. En
cierta medida, la novedad profunda del TP permaneció oculta tras
el escándalo moral y religioso que se vinculaban a la Ética y al TTP,
pero también precisamente por su explícita renuncia a la novedad y
su afirmación de que nada compatible con la experiencia y la práctica
es posible decir que no haya sido ya experimentado y practicado (TP,
I, 3). El TP desconcierta por su estilo aparentemente neutro y des-
criptivo, su abierto antiutopismo (en la primera página –que refiere
la incapacidad de los filósofos para la política– hay una inequívoca
alusión a la Utopía de Moro, libro que Spinoza tenía en su biblioteca),
y un carácter antiprogresista que daría la impresión de no producir
grandes rupturas ni contener ideas demasiado revulsivas.
No obstante esa explícita denegación spinozista de novedad, sos-
tiene Leo Strauss que Spinoza toma el republicanismo de Tácito como
material para fundar algo nuevo: la democracia liberal.36 En línea con
la lectura schmittiana de Spinoza fundador del liberalismo a partir del
resquicio de la libertad de conciencia dejado por Hobbes,37 la discutible
transmisión de las ideas de Il Principe y los Discorsi… sin jamás nombrar al Segretario
fiorentino, poniendo en su lugar el nombre del célebre historiador romano.
35. Ver Giuseppe Lucchesini, “Tacito e Spinoza”, en Bostrenghi, Daniela y Santinelli,
Cristina (Eds.), Spinoza. Ricerche e prospettive. Per una storia dello spinozismo in Italia
(Actas de las Jornadas de Estudios en recuerdo de Emilia Giancotti, Urbino, 2-4 octubre
de 2002), Bibliópolis, Napoli, 2007, pp. 51-83. También Chaim Wirszubski, “Spino-
za’s Debt to Tacitus”, en Scripts Hierosolymitana, 2 (Jerusalem, 1955), pp. 176-186. Pie-
rre-François Moreau ha mostrado asimismo que, al igual que la de Flavio Josefo, la obra
de Tácito es una importante fuente para el estudio spinozista de la historia hebrea, y de-
tecta en el Tratado teológico-político varias paráfrasis del historiador romano, algunas de
las cuales modifican –e incluso invierten– el sentido original en su contrario. (Sobre el
rastro de Tácito en el TTP ver Pierre-François Moreau, “Spinoza, Tácito y los judíos”, en
Spinoza. Filosofía, física y ateísmo, Antonio Machado Libros, Madrid, 2014, pp. 39-46).
36. Leo Strauss, “Prefacio a Crítica de la religión de Spinoza”, en Liberalismo antiguo y
moderno, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 346.
37. Carl Schmitt, El Leviathan en la teoría del Estado de Thomas Hobbes, Struhart & Cía,
Buenos Aires, 1985.
51
conclusión straussiana se desvía del manifiesto antiutopismo de Spi-
noza, que busca pensar una política para la naturaleza que realmente
existe. Por lo demás, tampoco la libertas philosophandi es un motivo
que pretende ser nuevo, y no es imposible trazar un vínculo con el
antiguo dictum de Tácito: Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis
et quae sentias, dicere licet (Rara felicidad de los tiempos en los que está
permitido pensar lo que quieras y decir lo que piensas).38
52
el maquiavelismo político de Spinoza –no tan manifiesto en el TTP–
había pasado desapercibido a lo largo de la historia hasta su relati-
vamente reciente recuperación, y en general el vínculo entre ambos
pensadores se establecía por un común inmoralismo pero en cierto
modo externo, en el sentido expresado por Federico II al comienzo de
su Antimaquiavelo: “El Príncipe de Maquiavelo es a la moral lo que la
obra de Spinoza en materia de fe. Spinoza socavó los fundamentos
de la fe y no propendió sino a derribar el edificio de la religión; Ma-
quiavelo corrompió la política y se empeñó en destruir los preceptos
de la sana moral. Los errores del primero no eran sino especulati-
vos; los del segundo atañen a la praxis. Con todo, lo cierto es que
los teólogos han dado la voz de alarma contra Spinoza, refutando
formalmente su obra y salvaguardando a la divinidad de los ataques
[de este impío], en tanto que Maquiavelo sólo se ha visto hostigado
por algunos moralistas”.40
La recuperación plena del Tratado político para la discusión filo-
sófica y política contemporánea excede razones internas a la obra de
Spinoza –cuya interpretación se ha visto sin duda modificada por
esa recuperación, que agrega elementos irreductibles al “inmora-
lismo”, el “ateísmo”, la crítica de la superstición, la defensa de la
libertad de pensamiento y de palabra…–, y establece una irrupción
teórica y práctica de la que no es ajeno el programa filosófico que
Toni Negri lleva adelante desde fines de los años setenta –antecedido
en su inspiración general por la conjunción althusseriana de Spinoza
y Marx desde Lire le Capital (1965) hasta sus últimos escritos de los
53
años ochenta en torno al materialismo aleatorio–, en cuyo centro se
inscribe la noción spinoziana de “multitud”.
En un trabajo que estudia la actualidad del TP y los motivos de su
resurgimiento, Chantal Jaquet41 marca la fecundidad de ese realismo
emancipatorio antiprogresista que aloja el TP para una tradición política
como la comunista, impugnada en el siglo XX por su propia experien-
cia. El spinozismo del TP, en efecto, no postula un “hombre nuevo” ni
una transformación de la naturaleza humana (no construye una política
a partir del presupuesto idealista de considerar a los hombres “tal y como
deberían ser”), sino más bien un registro de la realidad efectiva –que es
esencialmente afectiva– de las cosas, que no comporta consecuencias
conservadoras ni resignación libertina sino una afirmación de la actividad
común como vía de liberación de los seres humanos que existen, no de
los que “no existen en ninguna parte” –esta apuesta fundamental por lo
que hay en vez de tomar como principio lo que no hay es el presupuesto
mayor que abre la cuestión de la inmanencia en política; de una militan-
cia y una práctica que adoptan como inspiración el aserto de TP, I, 4: “no
reír, no lamentar, no detestar, sino comprender”. Spinoza lega pues una
filosofía de la acción emancipatoria orientada por la libertad de la poten-
cia humana para acceder a su plenitud común, siempre indeterminada y
abierta. Cantera inagotable de ese legado, el TP no alienta a ninguna im-
pugnación moral ni a una transformación técnica de la realidad humana
que realmente existe, más bien promueve una recuperación de la esencial
politicidad de todas las criaturas, una desalienación de su capacidad y de
su fuerza productiva de comunidad. Todo ello en el contexto de una es-
tricta ontología de la necesidad (equivalente a una ontología de la libertad,
muy diferente del libre arbitrio y las “ilusiones de la conciencia”), en las
antípodas del fatalismo, la predeterminación y la pasividad ante lo dado.
La conjunción de realismo y democracia es la herencia del Trata-
do político a las generaciones que mantienen viva la pregunta por la
transformación.
41. “L’actualité du Traité politique”, en Chantal Jaquet, Pascal Sévérac y Ariel Suhamy
(comp.), La multitude libre. Nouvelles lectures du Traité politique, Éditions Amsterdam,
Col. Caute, Paris, 2008, pp. 13-26.
54
Spinoza disidente
Historias de la excomunión y conjetura democrática
55
¿Cuáles eran, pues, esas terribles herejías y esos actos monstruo-
sos que merecieron las impresionantes maldiciones del herem (“Mal-
dito sea de día y maldito sea de noche, maldito al acostarse y maldito
al levantarse, maldito sea al entrar y al salir...”)? Se trata de uno de los
grandes misterios del spinozismo. Seguramente, como señalaba el
viejo relato biográfico de J. Segond,1 la intensidad de la excomunión
contra Spinoza guarda proporción con las expectativas que el joven
Baruch (“discípulo predilecto del viejo Morteira”) había despertado
en las autoridades rabínicas como estudioso de la Ley. Spinoza era
tal vez la mayor esperanza de la comunidad y el más agudo lector
del Libro Sagrado entre todos los estudiantes formados en la escuela
Talmud Torá y en la yeshivá Keter Torá; no era un escolar cualquiera.
La fuente más antigua con la que contamos es el relato del médico
francés Jean-Maximilien Lucas, quien atribuye la excomunión a una
delación y al “odio” consiguiente de su maestro Morteira. Se trata de
la leyenda negra de la excomunión de Spinoza, de la que Lucas extrae
la clásica conclusión libertina: “los eclesiásticos, cualquiera sea su re-
ligión –gentiles, judíos, cristianos, mahometanos–, son más celosos
de su autoridad que de la justicia y la verdad, y están todos anima-
dos por el mismo espíritu de persecución”. Como quiera que sea, en
1656 –aunque no escritas aún– Spinoza seguramente tenía ya mu-
chas de las ideas que alcanzarían pleno desarrollo filosófico en sus
obras mayores: origen puramente humano y no divino de la Biblia;
eternidad y divinidad del mundo; denuncia del empleo político de las
religiones, y del miedo y la esperanza referidos a la vida después de
la muerte; negación de la inmortalidad del alma; inexistencia de un
Dios que castiga y premia...
Mucho se ha especulado sobre el origen de la “corrupción” de
Spinoza. Unos creen hallarlo en las tendencias heterodoxas de la pro-
pia comunidad sefaradita de Ámsterdam, o bien en algunos autores
clásicos del pensamiento judío medioeval como Ibn Esra (quien en el
siglo XII escribió: “Dios está en todo y todo está en él”), Flavio Josefo,
56
Gersónides, Filón de Alejandría, Jehudá Alfakar, Maimónides o –tal
vez la mayor influencia de un filósofo judío sobre el spinozismo–
Hasdai Crescas. Asimismo, en un autor fundamental del judaísmo
neoplatónico renacentista como Judah Abrabanel (mejor conocido
como León Hebreo2), o incluso en Joseph Delmedigo3 y otros filó-
sofos judíos de la baja Edad Media y el Renacimiento que habrían
impregnado los medios marranos con algunas tesis averroístas tales
como la eternidad del mundo, la eternidad del alma o la denuncia
de Moisés, Cristo y Mahoma como grandes impostores. Por su parte
Richard Popkin4 adjudica al misterioso Isaac La Peyrère –y en parti-
cular a su libro Prae-Adamitae (1655), que Spinoza tenía en su biblio-
teca– un lugar fundamental en la formación de la herejía spinozista.
La Peyrère era amigo de Menasseh ben Israel, vivió un tiempo en
Ámsterdam justo antes de la excomunión y no es imposible que el
joven Baruch haya entrado en contacto con él a través de su maestro.
57
madurez? Algunos estudiosos como Madelaine Francès,5 Theun de
Vries6 o más recientemente Wim Klever creen efectivamente haber
visto el nacimiento de la “herejía” spinozista en el taller de Francis
van den Enden, libre pensador que años más tarde acabaría colgado
en la Bastilla por atentar contra el Rey de Francia. A la escuela de Van
den Enden asistía Spinoza (entre otros jóvenes de familias ilustradas,
como tal vez el propio Rembrandt) a estudiar latín. Pero no era sólo
latín lo que el inquieto Baruch pudo aprender en casa del maestro li-
bertino; además de los clásicos latinos (Séneca, Salustio, Terencio...),
allí habría conocido los grandes textos de la tradición atomista, el
epicureísmo romano, las obras de Vanini, Maquiavelo y Hobbes. La
frecuentación de Van den Enden –con quien Spinoza había aprendi-
do a considerar a la filosofía por encima de la Torah– habría moles-
tado a los parnasim de la comunidad, los que, tras advertirlo en vano,
tomarían la drástica decisión del herem.7
Por su parte Meinsma –en su clásico estudio sobre el círculo spi-
nozista8– atribuye el principal motivo de la ruptura al vínculo con los
colegiantes (De Vries, Jelles, Rieuwertsz, Boreel, Balling…) que se es-
tima data de 1654. Con el herem, la Sinagoga habría querido mostrar
58
la inadmisibilidad de cartesianos en su seno, en sintonía con el clima
anticartesiano que sacudía los medios religiosos y las universidades
holandesas (cuyo centro era la Universidad de Utrecht y su principal
impulsor el teólogo gomarista Gisbertus Voetius).
Más recientemente se ha considerado que la razón principal del
conflicto entre el joven Baruch y su comunidad no fue de orden reli-
gioso ni filosófico sino financiero. Para librarse de las deudas hereda-
das de su padre (que había muerto en 1654), Baruch recurrió al ampa-
ro de una ley holandesa que protegía a los menores de edad (según la
legislación vigente lo eran todos los menores de 25 años) que habían
quedado huérfanos, adjudicándoseles un tutor hasta su mayoría de
edad. En 1655 el orfanato de Ámsterdam designa a Louis Crayer (que
tras la muerte del pintor sería asimismo tutor de Titus Rembrandt)
a cargo de Spinoza,9 con lo que su hermano Gabriel –quien en 1664
se embarcaría hacia Barbados, como su hermana Rebeca lo había he-
cho hacia Curaçao, donde murió de fiebre amarilla en 1695– debió
afrontar las deudas pendientes del negocio paterno (“¿no fue este –se
pregunta Méchoulan– un primer paso fuera de la comunidad…?”10).
Todos estos elementos, sin ser irrelevantes, serían insuficientes
por sí mismos. O quizá se haga necesario considerar todo a la vez,
según sostiene Steven Nadler en la última biografía de Spinoza: “Ex
jesuitas de ideas políticas avanzadas, colegiantes de tendencias soci-
nianas, judíos apóstatas, cuáqueros y libertinos libre pensadores: si
se trata de buscar el ‘corruptor’ de Spinoza, entonces, en un sentido,
el verdadero culpable es la misma Ámsterdam”.11
Pero no bastaba una herejía cauta y aún ágrafa –que además no ha-
brá sido única, y ni siquiera rara– para un anatema como el herem
a Spinoza, cuya violencia fue mayor a la de cualquier otro, antes o
9. Cfr. A. M. Vaz Dias y W. G. van der Tak, Spinoza, mercator et autodidactus, Marti-
nus Nijhoff, Den Haag, 1933.
10. Henri Méchoulan, “Le herem à Ámsterdam et ‘l’excommunication’ de Spinoza”,
en Cahiers Spinoza, 3, Réplique, Paris, 1979-80, p. 127 [también Steven Nadler, Spino-
za, Acento, Madrid, 2004, p. 172].
11. Steven Nadler, cit., p. 206.
59
después de su caso. En una conferencia de 1957 leída en la Universi-
dad de Cambridge (publicada dos años más tarde por León Dujovne
en la revista Davar de Buenos Aires12), el profesor Jacob Teicher esta-
blece una hipótesis al respecto.13
Según documentos y cartas hallados por él, en 1636 se produjo
una intensa disputa entre los miembros rabínicos de la comunidad
de Ámsterdam. La controversia se refería a una cuestión teológica: si
el castigo después de la muerte por graves pecados cometidos en la
vida terrenal –como los de apostasía y herejía– era eterno o no. La
disputa alcanzó tal dimensión que los dirigentes de la comunidad
creyeron conveniente someterla a un fallo del tribunal rabínico de
Venecia, a resultas de lo cual se ordena desistir de su tesis a los no
eternalistas (quienes no sólo negaban la eternidad del castigo sino
que incluso llegaban a sostener que Dios, en su infinita misericordia,
salvará también a los cristianos).
Los eternalistas a su vez (que tenían sus mayores exponentes en
Saúl Levi Morteira y Menasseh ben Israel, maestros de Spinoza) sos-
tenían que si la creencia en la eternidad del castigo era abandonada,
ello tendría efectos desastrosos entre los marranos de España y Por-
60
tugal, que no arriesgarían sus vidas emigrando para mantener su fe.
Menasseh sostiene además que si los cristianos llegaban a saber que
los judíos rechazan el castigo eterno de los pecados graves, sosten-
drían que los hijos de Israel no distinguen entre el justo y el pecador
y que no temen a Dios. En el fondo, el peligro no tendría que ver con
que los cristianos tuvieran una “opinión desfavorable” de los judíos,
sino con el hecho concreto de que las autoridades tomaran medidas
políticas contra ellos.
En efecto, la situación legal de los judíos en Holanda no estaba
exenta de vigilancia y condiciones. En 1615, con el objeto de legislar
el establecimiento de los judíos, el gobierno de Holanda encargó a
Hugo Grocio la redacción de un reglamento sobre esta cuestión; el
texto, que se conoce con el nombre de Remonstrantie, fue aprobado
en 1619. Allí se lee: “Todos los judíos mayores de edad deben hacer
ante el magistrado la siguiente declaración referente a su fe: si creen
en un Dios único, creador y rector del universo y origen de todo bien,
a quien es obligación honrar, servir y venerar; si Moisés y los Profetas
han escrito la verdad bajo la inspiración de Dios; y si existe otra vida
después de la muerte en la que el justo será premiado y el pecador
castigado”. Poco más adelante se dispone que quien enseñe de ma-
nera pública o secreta principios opuestos a estas disposiciones, se
hará “pasible de la pena de muerte o de otros castigos corporales,
conforme la gravedad del delito”.
A la luz de este documento, el temor por parte de los rabinos de
que las autoridades cristianas tomaran severas medidas contra la aún
inestable comunidad judía, pareciera plenamente justificado. Mien-
tras en el resto de Europa los judíos eran perseguidos por serlo, en
Holanda serían tolerados sólo si observaban el judaísmo de manera
estricta. La Sinagoga de Ámsterdam no habría impuesto sanciones
ni excomulgado a los herejes en general sino a aquéllos que entraban
en contradicción con el texto de Grocio –como había sido, sin duda,
el caso de Uriel da Costa (quien sostenía explícitamente que la ley
mosaica no enseña la inmortalidad del alma, ni que hubiera castigos
y premios después de la muerte)–.
61
Sin embargo, cuando Spinoza fue excomulgado en 1656 las cosas
habían cambiado considerablemente y la situación no era la misma
que en la fecha de la excomunión de Uriel. Ese mismo año el go-
bierno de Holanda declaró que “la filosofía es algo enteramente di-
ferente de la teología”, y se estableció, por decreto, que una libertad
plena para las indagaciones filosóficas impere en las universidades
holandesas. Aunque este decreto es unos meses posterior a la exco-
munión de Spinoza, es poco probable que las autoridades de la Sina-
goga desconocieran la tendencia liberal del gobierno –y de hecho, la
excomunión de Juan de Prado, en 1657, tuvo lugar un año después
del mismo–. Más aún, pocos meses más tarde el gobierno privó a la
comunidad judía de excomulgar a sus miembros por herejía –y en
efecto, según Teicher después de 1657 no se registran en Ámsterdam
excomuniones por motivos religiosos o filosóficos–.14
Por lo tanto no cabría alegar la Remonstrantie en este caso, pues su
texto había quedado prácticamente sin efecto. Al condenar a Spinoza
–dice Teicher–, los rabíes de Ámsterdam actuaron en franca oposi-
ción con la política liberal del gobierno. Lo cierto es que la colecti-
vidad no quería contar entre sus miembros con deístas o filósofos
pero no ya para cuidarse de las autoridades de la ciudad, sino por un
motivo político diferente.
Precisamente en los años 1656 y 1657 se produjo en Inglaterra
un importante debate sobre la readmisión de los judíos. El pro-
pio Menasseh ben Israel viajó a Londres para predisponer a Olivier
Cronwell a favor de los judíos, argumentando que los acontecimien-
tos profetizados como anuncios de la llegada del Mesías, habían ya
ocurrido casi todos –habida cuenta de la historia relatada por Anto-
nio de Montezinos, quien dijo haber conocido “indios hebreos” en
14. Asimismo, Kaplan señala que las excomuniones judías solían ser criticadas por
escritores políticos, hombres de letras y teólogos calvinistas; en 1662 Philip van Lim-
borch instaba a las autoridades políticas a tomar medidas contra las sanciones que la
comunidad judía imponía a disidentes, adjudicándose una función que únicamente
competía al Estado –produciéndose de este modo “una república dentro de una repú-
blica–” (cfr. Y. Kaplan, op. cit., p. 40).
62
los Andes–.15 Lo único que aún faltaba era la completa dispersión
de los judíos por los cuatro rincones del globo, y sólo Inglaterra ca-
recía de ellos. La misión de Menasseh en Londres –que se inscribe
en el clima milenarista del momento– era convencer a los ingleses
de admitir judíos antes del fin de los tiempos, para lo cual resultaba
decisivo mostrar que no había ateos ente ellos. Las de Spinoza y
Prado habrían sido, según esta hipótesis, excomuniones políticas
que apuntaban hacia Londres.16
63
del spinozismo. Como resultado de pacientes estudios en los archivos
de la Inquisición española, Révah aduce un conjunto de documentos
que revelan la existencia de una corriente clandestina de pensamiento
heterodoxo entre los judíos de la Península –con centro en la Uni-
versidad de Alcalá de Henares– que estaría en la base de la ruptura
spinozista. Proveniente precisamente de Alcalá, el médico deísta Juan
de Prado (marrano doble, dice Révah: por relación a los cristianos en
tanto criptojudío; por relación a los propios marranos en tanto deísta)
había llegado a la ciudad de Ámsterdam un año antes de la excomu-
nión de Spinoza, y sería excomulgado él mismo un año después.
Carl Gebhardt había descubierto en 1923 un manuscrito de Oro-
bio de Castro llamado Epístola Invectiva Contra un Judío Philosopho
Médico, que Negava la Ley de Mosse, y Siendo Atheista Affectava la Ley
de Naturaleza [en otra versión Epístola Invectiva Contra Prado, un Phi-
losopho Medico, que Dubitava, o no Creya la Verdad de la Divina Escri-
tura, y Pretendió Encubrir su Malicia con la Affecta Confacion de Dios,
y Ley de Natureza], escrito probablemente en 1663 ó 1664, en el que
encuentra vestigios del influjo de Prado sobre el joven filósofo (más
de 20 años menor que él), que desembocaría finalmente en su exco-
munión.18 Gebhardt y Révah afirman que para los judíos amsteloda-
nos contemporáneos a ellas, las excomuniones de Spinoza y Prado
constituyen un mismo evento.
Luego de las excomuniones (en 1656 y 1657 respectivamente),
se pierden las huellas de Spinoza y Prado en Ámsterdam. Por azar,
Révah descubre en 1955, en los Archivos de la Inquisición, dos do-
cumentos que suministran algunas informaciones sobre esas hue-
llas. Se trata del informe del monje agustiniano Fray Tomás Solano
18. Asimismo, pone en vinculación la Epístola con una indicación del marrano anda-
lús Miguel de Barrios: “Espinos son los que en Prados de impiedad, desean lucir con
el fuego que los consume…” –donde las palabras “Espinos” y “Prados” están subraya-
das en el original. Barrios, y Orobio también, seguramente conocieron la Apología…
perdida de Spinoza, de cuya existencia el testimonio más serio es el del profesor de
Teología de Utrecht Salomón van Til en 1684 –quien probablemente haya tenido la
Apología entre manos, ya que cita tesis que no están en el TTP y que serían aun más
radicales que las formuladas en el libro de 1670.
64
y Robles, originario de la actual Colombia, quien había vivido en
Ámsterdam entre agosto de 1658 y marzo de 1659; y la presentación
ante el inquisidor de Madrid en agosto de 1659 del Capitán Miguel
Pérez de Maltranilla, quien vivió en Ámsterdam entre noviembre de
1658 y enero de 1659, en la misma casa en la que habitaba Fray To-
más. Según Maltranilla, en 1658-59 Prado y Spinoza se frecuentaban
y formaban parte de una tertulia en casa de Joseph Guerra, junto al
Dr. Reynoso (médico sevillano) y otro sevillano llamado Pacheco.19
Hasta el momento de mudarse a Rijnsburg en 1660, sostiene Révah,
Spinoza mantiene su vínculo con Prado, y ambos forman parte de un
mismo círculo “deísta”. Los testimonios del fraile y el capitán com-
pletarían la argumentación de M. Francès y permitirían desechar, se-
gún su descuibridor, la por él llamada “hipótesis colegiante”.
La historia de Fray Tomás y la de Montezinos constituyen episo-
dios de lo que Sebastián Pineda Buitrago llama el factor “ladinoa-
mericano” en el origen del spinozismo.20 Natural de Tunja, muy
cerca de Bogotá, Fray Tomás Solano y Robles se había embarcado
en Venezuela hacia Roma para ordenarse como sacerdote, pero fue
secuestrado en altamar por piratas ingleses y luego encarcelado en
Londres. Una vez recuperada la libertad se trasladó a Ámsterdam,21
65
donde se incorporó a las tertulias libertinas de las que también par-
ticipaban Spinoza, Prado y otros deístas o ateos judeopeninsulares.
En un pasaje de su declaración, afirma Fray Tomás “que conoció al
Dr. Prado, médico que se llamaba Juan y no sabe qué nombre tenía
de Judío, que había estudiado en Alcalá, y a un fulano de Espinosa
que entiende era general de una de las ciudades de Holanda porque
había estudiado en Leiden y era buen filósofo; los cuales profesaban
la ley de Moisés y la Sinagoga los había expelido y apartado de ella por
haber dado en ateístas; y ellos mismos le dijeron a éste que estaban
circuncidados y guardaban la ley de los Judíos, y que ellos mismos
habían mudado de opinión por parecerles que no era verdadera la
dicha Ley y que las almas morían con los cuerpos, no había Dios sino
filosofalmente y que por eso los había echado de la Sinagoga; y, aun-
que sentían las faltas de las limosnas que les daban en la Sinagoga y
la comunicación con los demás Judíos contentos con tener el error
del ateísmo, porque sentían que no había Dios sino es filosofalmente
(como ha declarado) y que las almas morían con el cuerpo y así no
había menester fe […].22
De modo que, según Révah, las tres ideas deístas por las que
Spinoza fue excomulgado (las almas mueren con el cuerpo; Dios no
existe más que en sentido filosófico; la fe es inútil) concilian con las
enseñanzas de Prado (y de Uriel) y no con la religiosidad colegiante
ni con la metafísica de Descartes. Spinoza y Prado habrían sido exco-
mulgados por “filósofos” y por deístas.23
con su hermano Gabriel, los negocios y las rutas comerciales. Ambos habían fundado
la compañía comercial Bento et Gabriel D’Espinosa para la importación y exportación
de frutos secos y caña de azúcar. Esos productos venían naturalmente del Sur, de
Canarias, del Caribe, de Suramérica (cfr. ibid.). Y ese mismo año, según consta en los
archivos de la Nação, Baruch Spinoza realiza una ofrenda de 5 florines para los “po-
bres de Brasil” –es decir los sefaraditas repatriados de América luego de la pérdida
colonial en Pernambuco–.
22. Gabriel Albiac, La sinagoga vacía: un estudio de las fuentes marranas del espinosismo,
Hiperión, Madrid, 1987, pp.492-95.
23. Des marranes a Spinoza, cit., pp. 197-206. En un escrito seis años posterior a Spi-
noza et le Dr. Juan de Prado –“Aux origines de la ruptura spinozienne”, Revue d’Études
juives, 1964 [incluido en Des marranes a Spinoza, pp. 221-245]–, Révah incorpora do-
66
La tesis de Révah ha sido discutida por algunos investigadores
recientes. Sostiene Yosef Kaplan que “cabe dudar si fue exactamente
así [conforme afirma Révah] como sucedieron las cosas. No se puede
asumir que el intelectualmente circunspecto Spinoza hubiera cam-
biado repentinamente su piel como resultado de la influencia de al-
guien que, aunque [como sugieren todos los datos] fuera también
una figura carismática… era, en cuanto al poder intelectual, inferior a
Spinoza. Es difícil suponer que en la época de su encuentro con Pra-
do la mente de Spinoza fuera una tabla rasa”.24 En sintonía con esta
posición, Yirmiahu Yovel afirma que “…Prado y Spinoza llegaron a
sus ideas heréticas independientemente y su encuentro simplemen-
te contribuyó a galvanizarlas. Resulta difícil decir quién de los dos
tuvo mayor influencia…”.25 Y más radicalmente, Wim Klever invierte
la tesis de Révah y afirma la tesis “Spinoza ‘corruptor’ de Prado”. Sin
negar un vínculo con Prado, afirma que la filiación fundamental de
Spinoza es con Van den Enden. Argumenta a partir de 4 fuentes:
Noticias de Colerus y Lucas que habrían sido descuidadas por Révah;
datos del Diario de O. Broch, quien califica a Van den Enden y sus
cumentación sobre otro marrano, el maestro de escuela Daniel Ribera –quien aban-
dona Ámsterdam en 1958, cuando se había iniciado un proceso de excomunión en
su contra–, no irrelevante para comprender la “corrupción” de Spinoza. En este texto
Révah llega a sugerir que Ribera incluso habría estado en el origen del ateísmo de
Prado –tesis que se desvanece tras el descubrimiento posterior de nueva documen-
tación aportada por el propio Révah en 1970–. Efectivamente, en un último texto
–“Aux origines de la ruptura spinozienne II”, Annuaire du Collège de France, 1970 [en
Des marranes a Spinoza, pp. 247-281]– Révah incorpora el descubrimiento de una re-
dacción primitiva del texto de Orobio de Castro sobre Prado. En esta versión, junto al
pasaje en donde sostiene que Prado mismo había sido “pervertido” por otro marrano
(cuyo nombre no figuraba en la versión de la que se había valido Révah en el escrito
de 1964 y por ello conjeturaba que se trataba de Daniel Barrios) está escrito en el
margen, al igual que en otras copias definitivas, el nombre del pervertidor de Prado:
Juan Piñero, un cristiano nuevo portugués que cuando profesaba el catolicismo se
llamaba João Pinhero Así, Révah afirma que según Orobio habría sido por influjo de
Piñero que Prado pasó del marranismo militante al deísmo más radical entre 1636 y
1643 (Des marranes a Spinoza, pp. 279).
24. Yosef Kaplan, Fron Christianity to Judaism. The story of Isaac Orobio de Castro,
Oxford University Press, 1989, pp 131-132.
25. Yirmiahu Yovel, Spinoza and others heretics, Princeton University Press, 1989, I, p. 80.
67
discípulos (Spinoza, Glazemaker…) de “cartesianos ateos”; testimo-
nios de alumnos de Van den Enden y diversos escritores holandeses
que afirman que Spinoza tomó su ateísmo de su maestro de latín; y
la posibilidad –en base a estudios filológicos de O. Proietti– de que
Spinoza haya escrito el TRE en torno a 1657. Por lo demás, la tesis de
que Spinoza sería el “corruptor” de Prado tiene según Klever una pri-
mera apoyatura en la lectura atenta de la Epístola invectiva misma (de
la que Kaplan ha identificado la existencia de al menos 15 copias).26
68
es el filósofo que rompe sino simplemente el filósofo que se va (“el
que abandona su silla”, según la etimología de disidente).
No era común en el siglo XVII –más aún, no consta ningún otro
caso– abandonar una religión para no entrar a ninguna otra, para
ser solo un ciudadano en sentido puramente político –y, en efec-
to, resulta significativo que el único libro publicado en vida bajo su
nombre lleva la siguiente firma: Benedictum de Spinoza, Amsteloda-
mensem, “ciudadano de Ámsterdam”. Se abre con Spinoza una his-
toria trágica, la historia del judaísmo moderno, signada por el dra-
ma de la asimilación y su imposibilidad;27 un drama que tendrá su
hora más aciaga en el siglo XX europeo y que involucra a nombres
como los de Aby Warburg, Hannah Arendt o Sigmund Freud –quien
en cierta ocasión, tomando una expresión de Heine, se refirió de
manera indirecta a Spinoza como “un compañero en la falta de fe”
(Unglaubensgenossen).
Si el legado de Spinoza sigue vivo aún –y esperemos que así sea,
pues la alternativa es la guerra infinita– no es otro que la construc-
ción de una “comunidad de los sin comunidad”, una comunidad de
la que nadie está excluido por principio, origen u herencia –ni tam-
poco por abjurar de ellos–. O dicho de manera más simple, el gran
legado de Spinoza es la democracia –que en sus textos, sobre todo en
ellos, es una palabra encantada todavía por pensar–.
27. Sobre esta discusión, cfr. el epílogo (“Spinoza y su pueblo: ¿el primer judío secu-
lar?”) de la primera parte del libro de Yirmiahu Yovel, Spinoza, el marrano de la razón,
Anaya & Mario Muchnik, Barcelona, 1995, pp. 183-212.
28. Steven Nadler, cit., p. 208 –y más radicalmente Lewis Samuel Feuer, quien
detecta en el origen de la excomunión un litigio entre las ideas democráticas del
joven Spinoza influido por Van den Enden, y las ideas monarquistas que adjudica
a los comerciantes judíos (Spinoza and the Rise of Liberalism, Beacon Press, Boston,
1958, cap. 1)–.
69
acaecida el 27 de julio de 1656; pero sobre todo, en segundo término
–es lo que quisiera proponer aquí–, la experiencia de la excomunión
del joven Baruch prospera en una filosofía de la democracia como
producción de comunidad –como producción común, de lo común–
que Spinoza desarrolla desde entonces hasta su último escrito incon-
cluso. El legado político mayor es lo que esa palabra –democracia–
atesora para nosotros como efecto de una ontología de la inclusión,
de la expresión y de la común pluralidad.
Democracia nombra aquí un realismo emancipatorio de las fuer-
zas que realiza lo común absoluto en comunidades restrictas, cuyo sur-
gimiento y expansión no se producen sin la resistencia de lo que las
mantenía en clausura y sin la adversidad de la dominación. Lo común
absoluto no es algo en sentido estricto sino lo que permite la irrupción,
una y otra vez, de nuevas comunidades por obra de nociones comu-
nes, de pasiones comunes y de acciones comunes. Tal vez pueda aún
mantenerse la palabra “comunismo” como nombre de esa comunidad
abierta, por realizar, desconocida, que revierte la identidad de lo propio
–en tanto algo a lo que ya se pertenece y de lo que, por consiguiente,
es posible poner-fuera, expulsar, excomulgar–. La ontología spinozis-
ta de la necesidad es al mismo tiempo una filosofía de la novedad,
por cuanto la potencia de la vida humana colectiva se confunde con la
imaginación que produce el “mundo” tal y como es inmediatamente
dado –en el sentido althusseriano que considera el “primer género de
conocimiento” como revelación del mundo–, y también tal como no lo
es, como lo que no es. Necesaria y creativa, la imaginación es potencia
democrática en obra, tanto cuando se manifiesta como fuerza material
como cuando es “explícita y lúcida”.29
70
El spinozismo rompe con la idea clásica de Buen Gobierno como
gobierno de la virtud, a la vez que con la política como un puro dispo-
sitivo de producir orden e impedir conflictos; la condición civil no es
un artificio contra natura que despoja al cuerpo social de su derecho
natural, sino una extensión, una radicalización, una composición y
una colectivización de ese derecho. Vale decir que el derecho público
no suprime al derecho natural; es ese derecho natural mismo que
adopta un estatuto político y de este modo se incrementa y deviene
concreto como “potencia de la multitud”.
A la vez, Spinoza se interroga por las condiciones de permanencia
de un estado, para anticipar que la libertad es una de ellas. La liber-
tad spinozista es fuerza productiva de comunidad que no admite ser
sacrificada a la seguridad, y la política que de ella resulta no exige a
los seres humanos nada que vaya contra su naturaleza: ni ocultar sus
ideas, ni ser desapasionados, ni ser puramente racionales y virtuo-
sos. Crea las condiciones materiales para la autoinstitución política
en formas no alienadas de la potencia común. El nombre spinozista
de esa “República libre” es democracia.
Democracia no designa aquí un conjunto de formas definitivas
fundadas en el orden del concepto, sino el desbloqueo, la autoinstitu-
ción, la generación de cosas nuevas, la desalienación y la liberación
de una fuerza productiva de significados, de instituciones, de media-
ciones por las que se mantiene e incrementa; el efecto de un trabajo
por lo común (y, podríamos insistir, por el comunismo), que nunca
es algo dado sino un descubrimiento y una creación. La pregunta
por lo común, la comunidad y el comunismo es uno de los grandes
legados del spinozismo, un legado “tan difícil como raro”.
71
Asimismo, con Spinoza es posible pensar una política emancipato-
ria no sometida a la idea del “hombre nuevo”, a la idea de que los
seres humanos debieran ser diferentes de como realmente son; por
el contrario, lo que los seres humanos son capaces de ser y de hacer
es siempre la revelación de un trabajo paciente y sin garantías que
se mantiene en la inmanencia de su existir como seres naturales,
apasionados y finitos. Un trabajo que cada generación deberá em-
prender una y otra vez porque no hay un sentido de la historia, ni
la humanidad que ha tenido lugar puede ser reducida a una prehis-
toria de sí misma, ni existe un curso unitario de acontecimientos
que lleve por necesidad a una reconciliación de los seres humanos
consigo mismos.
Ante todo, una política spinozista no deja lugar a ningún lamen-
to por la adversidad de las cosas –ni siquiera cuando, como es el
caso de ser puesto fuera de una comunidad, esa adversidad es ex-
trema–, ni promueve una ruptura reaccionaria con las situaciones
concretas desde un moralismo que se arroga la función de juzgar
los avatares de la vida colectiva a partir de una presunta sociedad
ideal –perdida o por venir–; una política spinozista, más bien, es
potenciación de los embriones emancipatorios que toda sociedad
aloja en su interior para su extensión cuantitativa y cualitativa. Una
confianza en lo que efectivamente hay (siempre algo hay) como punto
de partida de la acción política.
El spinozismo alienta asimismo una responsabilidad por el esta-
do, por sus fragilidades, por sus condiciones de estabilidad y los ries-
gos a los que se halla expuesto –cuando ese estado se constituye como
“lugar común” y como precipitado de una potencia instituyente–.
Por ello la contribución de Spinoza en relación con algunas experien-
cias sociales y políticas recientes en América Latina es mucha. En
particular la necesidad de concebir la democracia como contrapoder
que puede tener en el estado su expresión y no necesariamente su
bloqueo –siempre que la distancia entre el poder constituyente y las
instituciones por él producidas sea mínima–.
72
No sabemos lo que puede un cuerpo colectivo. Este es el punto de
partida de una política emancipatoria, que lleva el nombre de demo-
cracia, si la entendemos como algo más que como pura vigencia de
la ley y de los procedimientos (sin duda imprescindibles), si la con-
cebimos también como “salvaje” (la expresión “democracia salvaje”
es de Claude Lefort), es decir continua irrupción de derechos que
provienen de un fondo irrepresentable y no previsto por las formas
institucionales establecidas.
Democracia es así la existencia colectiva que tiene su inscripción
en una excedencia del derecho concebido como potencia (fondo in-
agotable de la vida humana y por tanto inmanente a ella) respecto
de la ley, que como tal es negativa y limita al derecho natural pero
también puede convertirse en su expresión, en su protección y ser
hospitalaria con novedades que se gestan en la fragua anómica de
la imaginación y de la vida común. Democracia es comunidad de lo
múltiple en tanto múltiple, comunidad del conflicto, excedencia de
lo común absoluto respecto de cualquier forma constituida a través
de la que se expresa. Por ello, en sentido spinozista democracia es
la forma de vida colectiva que por principio no admite excomunión,
sino más bien se vuelve plena como estallido de las disidencias.
Bajo una inscripción que podría animar las militancias liberta-
rias de todos los tiempos –“no ridiculizar, ni lamentar ni detestar las
acciones humanas, sino entenderlas”–, Spinoza ayuda a pensar el
enigma democrático conforme un realismo radical que no supone
exigencias sacrificiales, y que atesora una potencia común ejercida
como afirmación pública y resistencia a los poderes que acechan la
vida humana con su carga de superstición y de tristeza. La demo-
cracia spinozista está lejos de ser una pura tolerancia indiferente: es
potencia ejercida, disidencia en acto, virtud (en el sentido estricto de
vir, fuerza, que resuena en la palabra maquiaveliana virtù).
El deseo, por tanto, es un componente democrático fundamental
de la vida republicana, cuando se abre a tensiones que pueden ser de
gran fecundidad. No hay contradicción entre democracia y repúbli-
ca (palabra esta última apropiada por las derechas latinoamericanas,
73
que es necesario disputar y concebir a la manera antigua, desmarcán-
dola de su reducción a una mera máquina procedimental de impe-
dir transformaciones, para su determinación como conflicto del que
nace la libertad); más bien la democracia debe hacerse republicana y
la república volverse democrática.
En el siglo XVII, tanto como ahora, el enigma de la dominación
nos confronta a dispositivos de sumisión que separan a los seres hu-
manos de lo que pueden, inhiben su potencia política y capturan su
imaginación en la tristeza y la “melancolía” –pasión antipolítica ex-
trema que afecta la totalidad de un cuerpo–. Lo que hoy llamamos
“apatía” para referirnos a cierto retiro de lo público y a cierta pasivi-
dad civil sería pensado por Spinoza como una melancolía social –cuya
hegemonía designaba con la expresión “estado de soledad”–.
Lo contrario es la hilaritas, palabra de difícil traducción que refie-
re la alegría integral que un cuerpo alcanza cuando se halla en plena
posesión de su potencia de afectar. Tal vez sea posible interrogarnos
qué sería una hilaritas colectiva. En mi opinión podría ser pensada
como un ejercicio pleno y extenso de los derechos; la capacidad pro-
ductiva de derechos nuevos e imprevistos; la alegría común de un
sujeto complejo que se experimenta como causa de efectos emanci-
patorios; una determinación social del deseo como deseo de otros y
no ya deseo de soledad.
Si en el siglo XVII excomunión significa en concreto condena a la
soledad (“…nadie puede hablarle oralmente ni por escrito, ni hacerle nin-
gún favor, ni estar con él bajo el mismo techo ni a menos de cuatro codos
de él, ni leer papel hecho o escrito por él”), Spinoza deja en herencia una
aventura existencial –su ética concreta– y una ofrenda conceptual
que renueva su actualidad en el curso de las generaciones para reem-
prender un trabajo, filosófico y político, con las formas históricas de
la soledad –con las Soledades–: construir comunidad.
74
Potencia de los esclavos
75
español; que pertenecía al “círculo” amstelodano de Spinoza –era
el nexo entre Voorburg y el grupo que se reunía en la librería de
Rieuwertsz–; que murió entre 1664 y 1669. Además, que en 1662 pu-
blicó anónimo Het Licht op de Kalendaar… [La luz sobre el candelabro2]
–durante años erróneamente considerado como un panfleto cuáque-
ro–, donde propone que solo mediante la luz interior de la razón es
posible hallar la unión con Dios y la concordia entre las facciones
religiosas. Rieuwertsz reimprimió el folleto en 1684, esta vez con
el nombre de su autor. Finalmente, Balling tradujo al holandés los
Principios de la filosofía cartesiana y los Pensamientos metafísicos (1664)
así como también –según demuestra Akkerman– las dos primeras
partes de la Ética, que fue incluida por Glazemaker en los Nagelate
Schriften (1677).
Carl Gebhardt recupera para la discusión el opúsculo de Balling
y lo publica en Chronicon Spinozanum IV; afirma la existencia de un
vínculo estrecho con el Breve tratado y corrobora en ese vínculo –al
igual que en la mística colegiante que el folleto explicitaría–, la raíz
del “tenor místico de la metafísica de Spinoza” –pocos años después,
en sintonía con esta línea de interpretación K. O. Meinsma encuen-
tra en La luz sobre el candelabro el núcleo del pensamiento colegian-
te.3 En polémica con él –y también con Gebhardt– Madelaine Fran-
cès4 niega que Balling haya sido colegiante y minimiza su relación
con Spinoza (en favor de una mucho más intensa con Koerbagh), en
tanto que en su estudio Cristianos sin iglesia Leszek Kolakowski5 con-
sidera el escrito de Balling como manifiesto de una “religión mística
no confesional”. Más recientemente, Jonathan Israel sostiene que tal
vez Balling conoció a Spinoza antes de 1656, cuando Baruch era aún
comerciante. Afirma que –al igual que Jelles– era un cartesiano so-
2. Pieter Balling, “La luz sobre el candelabro”, traducido al castellano por Atilano
Domínguez y publicado como apéndice a su edición de Spinoza, Breve tratado / Pen-
samientos metafísicos, Alianza, Madrid, 1990, pp. 177-191.
3. K. O. Meinsma, Spinoza et son cercle, Vrin, Paris, 2006.
4. Madelaine Francès, Spinoza dans les Pays Neerlandais de la Seconde Moitie du XVIIe
Siecle. Alcan, Paris, 1937.
5. Leszek Kolakowski, Cristianos sin Iglesia, Taurus, Madrid, 1983.
76
ciniano perteneciente a la rama radical del movimiento colegiante,
y que a diferencia de la “luz interior” identificada por los cuáqueros
con la guía del Espíritu Santo, la “verdadera luz” de Balling no es otra
que el intelecto de cada ser humano.6
Se trata de un texto de exhortación a la filosofía y de iniciación a la
“verdadera religión” al mismo tiempo. La inspiración spinozista (¿o
al revés?) es clara en el § 6; allí Balling confiere a su reflexión la forma
de una apuesta (semejante –y a la vez diferente– a la del proemio al
TRE). Como Spinoza en el TTP, Balling nunca invita a sus lectores a
adscribirse a ninguna religión constituida, sino a pensar por sí mis-
mos. La “luz” es aquí definida como “el auténtico primer principio
de toda religión”7 y como camino a la verdad del que dispone todo
ser humano aunque jamás haya leído las Escrituras. Una evidente
sintonía spinozista revela en particular la consideración de la Biblia y
su naturaleza en cuanto libro histórico: sin la “luz” presente en cada
ser humano sería imposible acceder a su sentido –que no se halla en
las palabras mismas ni en la letra muerta–.
Pieter Balling no era un miembro periférico del círculo spinozis-
ta, y compartía con el autor del Tratado breve la misma inspiración
filosófica.
77
estrecho vínculo comercial con el “Brasil holandés”, que no era in-
diferente para Spinoza ni para los judíos amstelodanos en general.
El impacto de la colonia pernambucana no fue solo económico sino
también cultural.
En 1637 el conde alemán Johan Maurits van Nassau-Siegen (“el
brasileño”) había desembarcado en Recife (que sería llamada Mau-
ritsstadt, también Cidade Maurícia) con la misión de gobernar la
colonia holandesa que se había formado tras la invasión de 1630.
Designado gobernador por los Estados Generales de Holanda con la
anuencia de la Compañía de Indias Occidentales (WIC), su principal
objetivo era el de asegurar la producción y exportación de azúcar para
Europa –y para eso garantizar un tráfico de esclavos constante y cre-
ciente proveniente de las costas africanas–.
Junto con su misión política, el conde deseaba explorar todo lo
que el Brasil podía descubrirle en materia científica y artística. For-
mó una colección naturalista que incluía especies animales y vegeta-
les; anotaciones, bosquejos y acuarelas de la flora y la fauna de Brasil;
pinturas al óleo –retratos y paisajes– de la nueva tierra, así como
artefactos confeccionados por las culturas nativas. Se trataba de una
colección de curiosidades, una acumulación de “cosas excepcionales,
extraordinarias, exóticas y monstruosas”, adquiridas durante su pe-
ríodo de ocho años en Pernambuco, hasta ser trasladadas a Holanda
en 1644. Desde la invasión y la conquista de Olinda y de Recife, es-
taba claro para los holandeses que el funcionamiento de la colonia
dependía del trabajo esclavo y este del comercio regular con África.
Tras un precipitado regreso de Nassau a Holanda debido a desave-
niencias con la WIC, la colección de metales, pieles, objetos, animales
embalsamados, dibujos y pinturas formada en Recife fue albergada en
un palacio del centro de La Haya –que sería frecuentado, entre otros
por Constantin y Christian Huygens– construido entre 1633 y 1644, la
Mauritshuis (a unas pocas cuadras hacia el norte del Paviljoensgracht
74, donde Spinoza vivió desde 1670). Nassau habitó la Mauritshuis en-
tre 1644 y 1647. Apenas instalado allí (el 12 de agosto de 1644) el conde
Nassau invitó a la mansión a David Le Leu de Wilhelm (que era cuña-
78
do de Huygens) y a algunos ministros con sus esposas para ser parte
de un espectáculo que causaría espanto y escándalo: cuando entraron a
una de las habitaciones se cerró la puerta y un grupo de salvajes traídos
por Nassau a su regreso de Brasil comenzaron bailar completamente
desnudos y con las armas levantadas.8
En Recife había quedado la Kahal Zur Israel, primera Sinagoga
de América construida por impulso de Isaac Aboab, viejo maestro
de Spinoza que ya retornado a Holanda será el encargado de leer el
herem en su contra. En el curso de los años, la colonia pernambucana
había creado un estrecho vínculo entre los judíos de Londres y los de
Ámsterdam en torno a intereses comerciales comunes. Uno de los
socios principales en Ámsterdam de Antonio Fernández de Carvajal
–importante referente sefardí de Londres– era Miguel d’Espinosa,
padre del filósofo. Sus redes comerciales se extendían hasta los in-
genios azucareros de las Canarias, de la isla británica de Barbados y
de Recife (donde llegaron a vivir 5000 judíos holandeses). El contacto
con Brasil fue intenso hasta 1654, cuando Pernambuco es arrebatado
a los holandeses tras una serie de rebeliones de nativos y esclavos ne-
gros, instigadas por Portugal. La “insurrección pernambucana” que
acabó con el colonialismo holandés en tierras lusitanas fue liderada
por un indio llamado Felipe Camarão y un negro de nombre Henri-
que Dias9 –para la opinión pública holandesa de la época, culpables
8. Para un detallado estudio de la colonia holandesa de Brasil y la estancia del conde
Nassau en Recife, cfr. Mariana de Campos Françozo, De Olinda a Holanda. O gabine-
te de curiosidades de Nassau, Editora Unicamp, Campinas, 2014 –libro del que se ha
tomado la información anterior–.
9. Nicolás González Varela enfatiza el impacto que en el imaginario holandés había
tenido la figura de Henrique Dias, quien anticipa en un siglo y medio a la gesta re-
volucionaria del líder haitiano negro Toussaint L’Ouverture: “Dias fue comentado en
la prensa holandesa de la época, ya que era la primera vez que aparecía en el campo
de batalla un ejército formado por ¡negros! (esclavos y libertos) y que un general ¡de
color!, iletrado y sin formación militar, derrotaba a dos exitosos comandantes holan-
deses, entre ellos el mítico Count Maurice of Nassau y luego el Count Sigismond,
entrenados en las mejores escuelas militares europeas y que habían doblegado a
expediciones militares de España y Francia en Flandes” (Nicolás González Varela,
“Racismo y filosofía. Sobre un sueño de Spinoza”, 2013, pp. 19-20. [https://es.scribd.
com/document/176118467/Racismo-y-Filosofia-Cierto-Negro-Brasileno-Leproso-So-
79
del desastre comercial para Ámsterdam y de la bancarrota de muchos
comerciantes holandeses, entre ellos centenares de judíos–.
Ese mismo año de 1654 falleció Miguel d’Espinosa; Baruch había
heredado de su padre, junto con su hermano Gabriel, los negocios y
las rutas comerciales y ambos fundaron la compañía comercial Bento
et Gabriel d’Espinosa para la importación y exportación de especias,
frutos secos y caña de azúcar. Esos productos venían naturalmente
del Sur, de Canarias, del Caribe, de Suramérica.10 Y ese mismo año,
según consta en los archivos de la Nação, Baruch Spinoza realiza una
ofrenda de 5 florines para los “pobres de Brasil” –es decir los sefara-
ditas repatriados de América luego de la derrota y la pérdida colonial
en Pernambuco–. La historia judeobrasileña es un episodio de lo que
Sebastián Pineda Buitrago ha llamado el factor “ladinoamericano”
en el origen del spinozismo –pero no el único–.
80
Cabezas muestra la inherencia de ambos fenómenos (conquista y des-
tierro), al que añade otro de impacto cultural decisivo para la Península
como fue, en ese mismo 1492, la publicación de la Gramática de la
lengua castellana de Elio Antonio de Nebrija, que unificaba la lengua de
Castilla con el hebreo ahora en diáspora.13
Negros, indios y judíos; esclavizados, conquistados y expulsados
urden una trama compleja en la historia de América. En 1664 Gabriel
Spinoza –hermano menor del filósofo– se embarca hacia Barbados,
donde hacia 1671 adopta la ciudadanía inglesa en Jamaica,14 como su
hermana Rebeca lo había hecho hacia Curaçao, donde murió de fie-
bre amarilla en 1695. Ambos destinos fueron objetivos americanos
de la WIC tras la pérdida de Pernambuco. El esclavismo y la produc-
ción azucarera para su comercialización en Europa –una cosa para
la otra– eran las principales actividades de la Compañía. A través de
sus operaciones político-comerciales, se estima que en el siglo que se
extiende entre 1630 y 1730 solamente Holanda (que continúa comer-
ciando esclavos hasta la segunda mitad del siglo XIX) envió a tierras
americanas desde el Congo y Angola cien mil personas para trabajar
en las plantaciones que proveían de alimentos y otros productos a los
países europeos.
La gran filosofía moderna fue contemporánea silenciosa –en el
mejor de los casos– de ese descomunal traslado de seres humanos
para su esclavización en tierras extrañas, que Herbert Klein calcula
entre diez y quince millones durante todo el período de trata entre
África y las colonias del Nuevo Mundo,15 y que en el capítulo XXIV
de El capital Marx señaló una de las condiciones fundamentales de la
13. Óscar Cabezas, “Edicto de 1492: errancia, identidad y exilio”, en Postsoberanía.
Literatura, política y trabajo, La cebra, Buenos Aires, 2013, pp. 19-91. Aunque adepto a
gramáticas y diccionarios quizás como ningún otro filósofo clásico, Spinoza no tenía
en su biblioteca la de Nebrija –o al menos no consta en el inventario de sus libros y
pertenencias minuciosamente anotado por el notario W. van den Hove el 2 de marzo
de 1677–, pero sí el Tesoro de la lengua castellana (1611) de Covarrubias, que usa como
fuentes tanto la Gramática nebrijiana como el Diccionario de 1494.
14. Augusto Illuminati, cit., p, 12.
15. Herbert Klein, African Slavery in Latin America and the Caribbean. Oxford Univer-
sity Press, 1986, p. 21.
81
acumulación originaria capitalista. El proto-iluminismo del XVII y la
Ilustración del XVIII desarrollaron una nítida filosofía política de la
libertad contra la esclavitud, pero esta era considerada como efecto
del absolutismo y la tiranía, y como antítesis del orden republicano,
sin casi menciones concretas de la esclavización racista de miles de
africanos en tierras americanas (a diferencia del interés que sí produ-
jeron en algunos de ellos los pueblos nativos de las tierras conquis-
tadas, cuyo impacto en la cultura de la Ilustración es evidente). Una
filología de servitudo / libertas en las grandes filosofías de la moderni-
dad (entre las cuales el De servitute, el TTP y el TP de Spinoza) revela
en ellas una acepción puramente ético-política –si no metafórica– de
estos términos. La explotación de cientos de miles de esclavos reales
que constituyeron material y culturalmente el “black Atlantic”16 fue
aceptada como un simple dato por la gran filosofía europea, casi sin
cuestionamientos que la volvieran objeto de la misma inspiración
libertaria con la que se destruían los fundamentos del trono y el altar.
Más aún: “incluso cuando los llamados teóricos de la libertad se con-
virtieron a la acción revolucionaria, la economía colonial basada en
mano de obra esclava siguió permaneciendo oculta”.17
Paradójicamente, fue un fraile dominico español quien, en soli-
tario, un siglo antes había denunciado –luego de haberlo promovi-
do– el tráfico de negros para su esclavización en tierras americanas.
Según lo que se conoce como la “leyenda negra” referida a Bartolomé
de las Casas, el fraile sevillano habría sido uno de los más importan-
tes impulsores de la esclavización negra en América, como manera
de librar a los indios de los trabajos forzados a los que eran someti-
dos por la Corona de España.18 Como recientemente han mostrado
16. Paul Gilroy, Atlántico negro. Modernidad y doble conciencia, Akal, Madrid, 2014.
17. Susan Buck-Morss, Hegel, Haití y la Historia universal, Fondo de Cultura Econó-
mica, México, 2013, pp. 47 y ss.
18. En una conocida carta al Consejo de Indias de 1531, escribía el Fray: “El remedio
de los cristianos es este, muy cierto; que S. M. tenga por bien de prestar a cada una de
estas islas quinientos y seiscientos negros, o los que parecéis que al presente bastaren
para que se distribuyan por los vecinos, y que hoy no tienen otra cosa sino indios; y
los más vecinos vinieren, a tres y a cuatro, y a seis, según que mejor pareciera a la
82
algunos estudiosos, es posible que De las Casas propusiera original-
mente una esclavización acotada de negros españoles llamados “ladi-
nos” (que fueron los primeros en ser traídos a América para realizar
trabajos agrícolas a comienzos del siglo XVI y casi inmediatamente
sustituidos por los menos rebeldes negros africanos a quienes se de-
nominaba “bozales”), pero en ningún caso su intención habría sido
el comercio a gran escala en base al saqueo de las costas africanas
practicado durante el siglo XVI por mercantes portugueses.19
Años después de los primeros memoriales y de la muy citada car-
ta al Consejo de Indias en 1531, aproximadamente desde 1559-1560,
De las Casas realiza una (auto) crítica del sometimiento a la esclavi-
tud de negros africanos en las colonias americanas por los mismos
motivos que criticaba la esclavización de los indígenas.
Y también:
persona que lo viere de hacer, y se los fíen por tres años, apotecados los negros a la
misma deuda, que al cabo del dicho tiempo será Su Majestad pagado; y tendrá po-
blada su tierra; y habrán crecido mucho sus rentas, así por el oro que se sacará de las
minas, como por las aduanas y almojarifazgos y otros intereses que mucho crecerán”
(Bartolomé de las Casas, Carta del 20 de enero de 1531 al Consejo de Indias, en Obras
completas, Comisión Nacional Quinto Centenario/Alianza Editorial: Sevilla (14 volú-
menes), 1989-1999, vol. 13, p. 79.
19. Carlos Esteban Deive, La esclavitud del negro en Santo Domingo (1492-1844), Museo
del Hombre Dominicano, Santo Domingo, 1980, p. 66. También Luis Rivera Pagán,
Bartolomé de las Casas y la esclavitud africana, Editorial Departamento Ecuménico de
Investigaciones, San José de Costa Rica, 1992.
20. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias (3 volúmenes), Fondo de Cultura
Económica, México, 1951, vol. 3, p. 177.
83
“Deste aviso que dió el clérigo, no poco después se halló arre-
piso, juzgándose culpado... porque como después vido y averi-
guó... ser tan injusto el captiverio de los negros como el de los
indios... Antiguamente, antes que hobiese ingenios, teníamos
por opinión en esta isla, que si al negro no acaecía ahorcalle,
nunca moría, porque nunca habíamos visto negro de su enfer-
medad muerto... pero después que los metieron en los inge-
nios, por los grandes trabajos que padecían y por los brebajes
que de las mieles de cañas hacen y beben, hallaron su muerte
y pestilencia, y así muchos dellos cada día mueren...”.21
84
Uno de los pasajes más emblemáticos y explícitos de la Ilustra-
ción europea tal vez lo debamos a David Hume, quien en una nota
de su ensayo De los caracteres nacionales escribió:
85
que entre los blancos se presenta frecuentemente el caso de
los que, por sus condiciones superiores, se levantan de un
estado humilde y conquistan una reputación ventajosa. Tan
esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas; parece
tan grande en las facultades espirituales como en el color... Los
negros son muy vanidosos, pero a su manera, y tan habladores
que es preciso separarlos a los golpes”.24
86
III. Cuando existe, la crítica a la esclavitud de muchos de los mayores
filósofos de la modernidad más clásica está marcada por la ambigüe-
dad y escindida de la cuestión histórica concreta de la trata de ne-
gros africanos. Es el caso de Rousseau –el capítulo IV de la primera
parte de El contrato social26 critica la esclavitud pero le confiere una
acepción fundamentalmente política sin referir a la esclavización de
los negros en particular– y de otras críticas “morales” como las de
Helvétius o Voltaire –por ejemplo en el artículo “Esclavitud” del Dic-
cionario filosófico27 o en el Candide–. El primer escrito de un filósofo
dedicado por completo a la esclavitud de los negros y que formu-
la una propuesta abolicionista explícita es el manifiesto que, bajo el
seudónimo de M. Schwartz, Condorcet publicó en Suiza en 1781 bajo
el título Réflexions sur l’esclavage des nègres;28 además de la Historia
de las dos Indias,29 una importante influencia para la redacción de
87
este escrito condorcetiano había sido un opúsculo que con el título
“Traite des nègres” (1766) el caballero de Jaucourt había escrito para
la Encyclopédie.
Un siglo antes, en medio de la peste que se abatía sobre gran
parte de Holanda, Spinoza le contaba a un amigo por vía epistolar
un extraño sueño con un brasileño/etíope apestado. No pareciera ese
relato habilitar a algún tipo de imputaciones racistas. Como sucede
con casi todos los grandes filósofos de su tiempo, la obra de Spinoza
simplemente (¿simplemente?) guarda silencio sobre la esclavización
de miles de africanos negros de la que era contemporánea. ¿Podría
no haberlo hecho? Tal vez. Pero lo importante es lo que la filosofía
spinozista de la naturaleza y de la naturaleza humana proporciona
para una des-fundamentación del racismo y una desactivación de
cualquier subordinación de unos seres humanos a otros, y en ello no
resulta insignificante la reflexión democrático-radical de su maestro
Francis van den Enden.
En 1662 Van den Enden había publicado un Breve relato de la
Nueva Holanda (Kort Verhael), donde se oponía abiertamente a la
esclavitud desde una posición abolicionista radical fundada en mo-
tivos políticos y religiosos,30 y con el cual se proponía “solicitar en
nombre de algunas pocas y tímidas personas a las antiguas cámaras
coloniales de este poblado una valiosa oportunidad para la Nue-
va Holanda”. Una de esas personas fue el mennonita Peter Cor-
nelius Plockhoy van Zierikzee, quien en 1661 le había encomenda-
do la redacción de unos Requerimientos dirigidos a las autoridades
amstelodanas para el establecimiento de una pequeña cooperati-
va en Norteamérica, desde julio de 1663. Como Van den Enden,
Plockhoy era un igualitarista radical que se había propuesto instau-
88
rar esa comunidad sobre la base de una fraternidad natural entre
sus miembros y una irrestricta libertad de pensamiento. Los prin-
cipios de ese asentamiento eran: trabajo colectivo, comunidad de
bienes, abolición de todas las formas de jerarquía social, privilegios
o relaciones de dominación, absoluta igualdad entre los sexos, a la
vez que se declaraban ideas más generales como la supresión de la
esclavitud y la defensa de los pueblos originarios norteamericanos.
Muchas ideas de la utopía plockhoyana serán asumidas luego por
las Proposiciones políticas libres31 y retomadas por Spinoza en clave
de un materialismo anti-utopista.
En tanto expresión de la libertad igualitaria de hombres y mu-
jeres, la asamblea popular vanendeniana presupone una extensión
de la política a la totalidad de los cuerpos existentes: “más o menos
inteligentes, más o menos benignos, hombres y mujeres, padres e
hijos, sirvientes y servidos, gobernantes y gobernados…”,32 los que se
abocan al uso colectivo del pensamiento y a la experiencia común de
la razón pública.33 Por su parte, concebido como un registro de las
relaciones de fuerza y de la materialidad de potencias en ejercicio, el
Tratado político se descentra de la utopía plockhoyana-vanendeniana
para indicar la existencia de cuerpos excluidos y despojados de cual-
quier inscripción política, que son esencialmente los mismos en la
monarquía, la aristocracia y la democracia; a saber: los “infames”,
los “mudos”, los “dementes”, los “criados (famuli) que viven de al-
gún oficio servil”34 –por ejemplo “quienes despachan vino o cerveza”
(Oenopolae et Cerevisiarii)–.35 La ciudadanía democrática excluye asi-
mismo a los “peregrinos”, los “niños”, los “pupilos”, así como “a las
31. Jonathan Israel, cit., pp. 226-236.
32. Francis van den Enden, Libertad política y Estado, El cuenco de plata, Buenos
Aires, 2010, p. 54.
33. Sin embargo, la única mención de pueblos africanos que puede leerse en el opús-
culo de Van den Enden refiere lo siguiente: “…todos los pueblos (excepto los hot-
tentots en el Cabo de Buena Esperanza, si es cierto lo que se escribe sobre ellos que
indica que son más bien como una masa inconsciente de carne) pueden y también
deben ser conducidos por la razón…” (Van den Enden, ibid., p. 71).
34. Spinoza, Tratado político, Alianza, Madrid, 1986, p. 127.
35. Ibid., p. 176.
89
mujeres y a los siervos (mulieres et servos scluderem) que están bajo la
potestad de los varones y de los señores”.36
Como muestra Alexandre Matheron en un trabajo clásico sobre los
marginados de la democracia spinozista, lo que deja excluidos de ciu-
dadanía a ciertos individuos es la situación –realmente existente– de
ausencia de autonomía y dependencia respecto de otro: la minoría de
edad, el sometimiento sexual, los servilia officia… –en tanto que los pro-
pietarios independientes, cualquiera sea su oficio y su riqueza, serían
ciudadanos plenos–. Como en el caso de la ciudadanía monárquica o
aristocrática, también en democracia solo gozan de derechos civiles
quienes son sui juris, en tanto que están despojados de ellos quienes
se hallan sometidos al poder de otro (alterius juris) en cualquiera de
las maneras posibles. Pero esa distinción –proveniente del derecho ro-
mano– apenas registra una condición de poder efectivo, una situación
fáctica que podría ser otra y en ese caso daría lugar a una configuración
social diferente, correspondiente a una nueva trama de las potencias en
conflicto. La exclusión de los dependientes y los asalariados –al igual
que, por extensión, la de los esclavos– es completamente eventual y
persiste solo en la medida en que se mantiene el régimen de propiedad
según el cual unos están –física, económica o sexualmente– sometidos
a otros. Pero ello no establece una incapacidad natural de esos cuer-
pos, ni una pretensión normativa, ni una demarcación esencialista de
la democracia. Extender la democracia a quienes de hecho son alterius
juris, dice Matheron, sería “inútil”, “ineficaz” –una pura formalidad sin
sustento en ninguna potencia real– y “perjudicial”, en la medida en que
solo multiplicaría el poder de los señores (que disponen de la voluntad
de esclavos y servidores) sin crear poder popular efectivo.37
La filosofía de Spinoza concibe así una democracia no determinada
jurídica ni utópicamente sino abierta a la potencia efectiva que son
capaces de ejercer los seres humanos concretos (esclavos, criados, sir-
90
vientes, mujeres, trabajadores, extranjeros, minorías de sexualidades
en diáspora…), y así abierta a la historia. La reflexión anticlasista de
TP, VII, § 27 desmonta asimismo por extensión cualquier aspiración
racista que invoque la “naturaleza” (como en el texto antes citado de
Hume) en tanto fundamento de diferencias entre los seres humanos,
en base a las cuales justificar subordinaciones de unos a otros y domi-
naciones de unos por otros: “La naturaleza es una y la misma en todos.
Sin embargo nos dejamos engañar por el poder y la cultura”.38
La idea de una naturaleza común y en común; la naturaleza como
noción común (“una y la misma en todos”) es el gran presupuesto
spinozista de igualdad que aloja una potencia de diversidad no je-
rárquica, una fuerza productiva de infinitas experiencias sociales y
culturas cada una de las cuales expresa una esencia eterna e infinita,
modificada por ellas de cierto modo. Junto a ello, el hecho simple de
que “el hombre piensa” (homo cogitat) siempre que su potencia de
pensar no esté malversada o impedida por circunstancias sociopolí-
ticas adversas –o bien, en términos de Peter Balling, el hecho de que
todo ser humano es sujeto de una “luz interior” que lo dota de una
capacidad de verdad– abre la historia a un trabajo por la concreción
de la igualdad de las inteligencias –por la concreción del “comunis-
mo de las mentes” (communisme des esprits) que evocaba Alexandre
Matheron en la última página de su Individu et communauté…–.39
En tensión con el silencio acerca de la esclavitud histórica, la filosofía
antirracista de Spinoza no se inscribe en un universalismo abstracto;
germina de la encrucijada de naturaleza y utilidad en la que se abre la
vía hacia la comunidad concreta a través de luchas concretas. El negro
sarnoso que acecha el sueño de Spinoza es la condensación –sugiere
Warren Montag– de esos cuerpos desprovistos de civilidad (siervos,
esclavos, mujeres, extranjeros, mudos, infames…) a los que el Tratado
político eleva por primera vez a concepto con la palabra multitudo. Será
en ellos donde encuentre arraigo la siempre ambivalente “potencia de-
mocrática de la multitud”, que revela su irrupción cuando la filosofía,
91
como ha enseñado Balibar,40 abjura de concebirse a sí misma como la
exposición del punto de vista privado de quien piensa, para orientar en
cambio su atención y su trabajo al mundo de las fuerzas sociales, de las
que hace su objeto. En similares términos escribe Montag:
40. Ètienne Balibar, “Spinoza: la crainte des masses”, en Emilia Giancotti (a cura
di), Spinoza nel 350o anniversario della nascita, Bibliopolis, Napoli, 1985, pp. 294-320.
41. Warren Montag, Cuerpos, masas, poder. Spinoza y sus contemporáneos, Tierradena-
die Ediciones, Madrid, 2005, p. 112.
92
Homo cogitat. Igualdad de las inteligencias
93
entre ellos un “paralelismo” sino precisamente porque se trata de una
estricta identidad y unidad –no uniformes dado que cuerpo y mente
se expresan de manera diferente–. La proposición VII de Ética II,1 por
tanto, no implica la posibilidad de una traducción término a término
entre ambos puesto que son inconmensurables en su modo cualitati-
vo de darse. El concepto que nombra su unidad es el de “igualdad”.2
La expresión “el hombre piensa” enuncia que el pensamiento es
el ser del hombre, y no tanto que el pensamiento es una facultad en-
tre otras, o que el hombre es una cosa que piensa. La afirmación del
hombre como ser-pensamiento –más que como ser pensante– per-
mite establecer una igualdad y una comunidad de las inteligencias,
no porque sean equivalentes en su capacidad actualmente conside-
rada; no porque sean igualmente activas; no porque todas puedan
efectivamente lo mismo, sino porque el pensamiento es lo común
que las constituye, porque lo que las diferencia es algo externo a él, y
porque todas podrían lo mismo si esa exterioridad se reconfigura. La
igualdad de las inteligencias y la confianza en ellas que aquí se afir-
man no es algo que pueda demostrarse ni probarse empíricamente
ni tiene que ver con un coeficiente, una mensura o una cantidad; es
una “declaración”, una indeterminación y una experimentación que
resultan de articular un axioma (el hombre piensa) y una incertidum-
bre emancipatoria (no sabemos lo que una inteligencia puede, ni hasta
dónde alcanza su potencia de pensar cuando se recupera de su inhibición
por una exterioridad desfavorable, y se ejerce).
La afirmación de la potencia humana para pensar el mundo y
transformarlo no deniega ni soslaya la vulnerabilidad de la existen-
cia, la precariedad del deseo, la servidumbre, la pasividad y la imbeci-
llitas que afectan por naturaleza a la vida finita, siempre a merced de
una exterioridad por la que será desbordada, apasionada de tristezas,
1. “El orden y la conexión de las ideas es el mismo (ídem est) que el orden y la conexión
de las cosas”.
2. Para una crítica de la noción de paralelismo, ver Ch. Jaquet, La unidad del cuerpo y
de la mente. Afectos, acciones y pasiones en Spinoza, Córdoba, Encuentro Grupo Editor,
2013, pp. 23-35.
94
y finalmente destruida.3 Por consiguiente, en cuanto principio de
una posible pedagogía spinozista el reconocimiento de una potencia
de pensar-obrar en todos los seres es reconocimiento de algo inmerso en
la adversidad. Tenemos (somos) un cuerpo y una idea del cuerpo. Esa
constatación elemental es el punto de partida, pues siempre “hay”
algo positivo desde lo que desencadenar una potencia. Habemus enim
ideam veram. Tenemos (al menos) una idea verdadera –indudable-
mente verdadera por cuanto es “criterio de sí misma” (index sui)–
con la que comenzar a pensar. Tenemos un cuerpo capaz de hacer
muchas cosas a partir del cual se desata el proceso productivo de
herramientas de trabajo y de objetos producidos por ellas.4 La pre-
gunta spinozista fundamental, sea para el proceso de conocimiento,
para la transmisión de las ideas y de la ciencia o para la política no
95
es: ¿qué falta? –pues lo que falta es infinito– sino ¿qué hay? Siempre
hay algo desde lo que reiniciar el pensamiento (del que podemos ha-
llarnos circunstancialmente separados o alienados –aunque nunca
completamente– debido a una trama de relaciones externas que nos
sujetan en la impotencia); siempre hay algo, un grado –por exiguo
que pudiera ser– de común potencia creativa y transformadora desde
la cual emprender la producción de democracia y formaciones de co-
munidad. Tal vez sea este el sentido de la breve anotación al Tratado
teológico-político –escrita por el más político de los filósofos moder-
nos– según la cual “en cualquier ciudad en la que viva, el hombre
puede ser libre” (In quaqunque civitate homo sit, liber esse potest…).5 La
detección de nociones comunes y de afectos comunes –que siem-
pre, in quaqunque civitate y en cualquier circunstancia por adversa
que pudiera ser, existen–, su descubrimiento, su preservación y la
creación de condiciones para su extensión establecen la tarea política
más originaria a partir de la que organizar acciones emancipatorias.
Una pedagogía spinozista sería emancipatoria, no “explicativa”, y
permitiría así una aproximación fecunda –que Rancière no realiza–
con la experiencia narrada por Joseph Jacotot en Lengua materna.6 El
principio de la “enseñanza universal” de Jacotot consiste en “encon-
trar una cosa y relacionar con ella todo lo demás según este principio:
todas las inteligencias son iguales”.7 La idea de encontrar una cosa
(siempre hay “una cosa” que sabemos) para producir a partir de ella
todo lo demás guarda un vínculo con la constatación spinozista del
Tratado de la reforma del entendimiento: “habemus enim ideam veram”.
Hay en Jacotot –dice Rancière– un cartesianismo ambiguo, dado que
si bien comparte que “el buen sentido es la cosa mejor repartida” re-
chaza la idea de que hay una inteligencia metódica que se opone a
una inteligencia “anárquica” que va por azar, y suprime la oposición
que hace Descartes entre las razones y las “historias”. Es un cartesia-
96
nismo sin “tabla rasa”, en el sentido de una ruptura con el funciona-
miento normal de las inteligencias para plantear un punto de partida
absoluto. No hay un origen absoluto. El punto de partida intelectual
–continúa Rancière– es un punto de partida cualquiera (“es necesario
partir de cualquier cosa y relacionar con ella todo el resto”). Jacotot
se opone pues al método cartesiano: a la progresión de lo simple a lo
complejo, a la ruptura con el mundo de las opiniones, a la oposición
entre inteligencia metódica e inteligencia que cuenta historias…
La aventura cartesiana es radicalizada por Jacotot, para quien el
universo intelectual es un universo sin jerarquía; en otros térmi-
nos, el suyo es un cartesianismo de la decisión de igualdad pero
que precisamente rechaza todo el pensamiento del método de Des-
cartes. ¿No hay aquí una sintonía profunda con Spinoza: “tenemos
una idea verdadera” –cualquiera sea– de la que debemos partir
para desencadenar el conocimiento? El hecho de la idea verdadera,
el don de la idea existente, siempre existente, con la que relacionar
todo lo demás y con la que poner en marcha la comprensión de una
diversidad infinita, no es algo que está en el origen, fuera del mun-
do de la vida, sino algo inscripto en un punto cualquiera del orden
de las cosas –que es un orden sin fundamento y sin centro (o cuyo
centro está en todas partes)–. Todo cuerpo aloja una idea verdadera
(que no es otra cosa que el cuerpo mismo, considerado –adecuada-
mente en este caso– desde la perspectiva del atributo Pensamiento)
de la que partir y con la que comenzar. En rigor no hay método sino
afirmación, reapropiación de capacidades hasta entonces inoperan-
tes, liberación de lo que hay.
97
a Dios–.8 Con ello, la confianza spinozista en la manifestación de las
inteligencias en tanto fuerzas productivas de ideas adecuadas a partir
de nociones comunes es la disposición o el presupuesto afectivo de
una pedagogía orientada emancipatoriamente –lo que quiere decir:
reapropiación subjetiva de la potencia-de-pensar que confía y es ob-
jeto de confianza en cuanto a su capacidad de tomar parte activa en
el entendimiento infinito de Dios,9 y no solo ser una parte pasiva de
él.10 Entendimiento infinito de Dios es el nombre con el que Spinoza
designa el modo infinito del atributo Pensamiento, del que nuestra
Mens es un modo determinado y finito, a su vez ella misma modifi-
cada por las ideas tanto imaginarias como adecuadas que la constitu-
yen. Lo que separa a una inteligencia de las ideas adecuadas –lo que
impide que esté constituida únicamente por ideas adecuadas– es su
condición finita: el hecho de ser en otro y concebirse por otro, a la
vez que el hecho de estar en medio de otros modos o causas externas
por las que es afectada –esto es: que producen en ella efectos que, al
98
estar separados de sus causas (por ser externas), tienen su inmediata
inscripción en la imaginación–. Pasividad no equivale en Spinoza a
quietud o inmovilidad sino a la producción de un conjunto de efectos
–en nosotros o fuera de nosotros– de los que no somos causa ade-
cuada o completa. Más breve: cuando la causa de algo que hacemos
o pensamos es externa y eso que hacemos o pensamos no se explica
por nuestra sola potencia de hacer o de pensar.
Conocer adecuadamente, por el contrario, es tomar parte en el
entendimiento infinito de Dios de manera activa. La parte activa o
adecuada de nuestro entendimiento coincide con el entendimiento
infinito de Dios –y concibe las cosas no sub specie temporis sino sub
specie aeternitatis–, en tanto que el entendimiento afectado (el enten-
dimiento radicado en la vida inmediata: lo que Spinoza llama pri-
mer género de conocimiento) presenta ciertas similitudes con el en-
tendimiento averroísta efectuado por la imaginación y, como él, es lo
que se pierde y disipa, lo puramente individual determinado por los
fantasmas que hacen del pensamiento algo –sólo provisoriamente–
“propio”.
Al igual que el entendimiento potencial averroísta y el entendi-
miento infinito de Dios en Spinoza, lo que Marx llamó –en inglés–
general intellect designa una dimensión impersonal, que provee una
condición común en la que las singularidades toman parte.11 La libre
11. “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, electric telegraphs,
selfacting mules, etc. Son éstos, productos de la industria humana: material natural, trans-
formado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza o de su actuación en la na-
turaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetiva-
da del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento
o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto,
hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo
los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las
fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino
como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real” (K. Marx, Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, versión de
Pedro Scaron, vol, 2, México, Siglo XXI, 1972, p. 230). Apenas esbozado en el “Fragmento
sobre las máquinas” de los Grundrisse, el concepto de general intellect se desvía de la gran
tradición filosófica de Aristóteles a Arendt –según la cual el pensamiento presupone un
retiro de lo público y la vida del espíritu una sustracción de la vida activa–. Explícitamente,
99
conjunción de estos tres conceptos –separados por los siglos, los
contextos y las tradiciones respectivas– que se enuncia aquí exigiría
evidentemente una matización más cuidadosa y muchas precisiones.
Su vinculación sólo procura relevar tres acuñaciones del pensamien-
to que lo sustraen de ser una pura Weltanschauung privada de los
filósofos o un atributo de los sabios.
Marx afirma aquí el carácter colectivo y exterior de la inteligencia –en sentido estricto
un “lugar común”– que por supuesto, en su caso, no es tomada como noción filosófica
sino puramente empírica y vinculada a las condiciones de producción (sobre el concepto
de general intellect y su vinculación con los “lugares comunes” aristotélicos ver P. Virno,
Grammatica della moltitudine, Roma, Derive Approdi, 2002, pp. 25-31 [Gramática de la
multitud, Madrid, Traficantes de Sueños, 2003]).
100
culpa en los actos humanos y despojan de sentido a la moral. Desde
entonces, el término “averroísta” –que pareciera no existir antes de
Renan más que en sordina– da lugar a una historia de denostaciones
tan recurrente e intensa como la que se designa con la palabra “spi-
nozismo” –y acaso con la palabra “epicureísmo”–.
La interpretación de Spinoza como “averroísta”, en efecto, es un
lugar común desde el Dictionnaire de Pierre Bayle, quien en la voz
“Averroes” (“inventor de un parecer muy absurdo y muy contrario a
la ortodoxia cristiana”), para la refutación de los “ladridos” averroís-
tas –en particular la teoría del intelecto separado y único–, recurre a
pasajes de Antonius Sirmondus contra Pomponazzi: “¿Cómo –escri-
be Sirmondus– una sola y única inteligencia podría contener todas
estas opiniones y sentencias contrarias que conocemos en los hom-
bres cuando, a propósito de un mismo asunto, uno afirma y el otro
niega?”, etc. A lo que agrega Bayle: “Esta misma objeción posee la
fuerza contra los que quisieran decir que este intelecto es Dios. Con
esto también se refuta definitivamente el spinozismo”.12 El Dicciona-
rio histórico y crítico es a su vez la fuente de Leibniz, quien también
inscribe a Spinoza en la tradición averroísta y vincula la teoría de la
sustancia única del primero con la postulación de la inteligencia úni-
ca en la segunda, no sin advertir los peligros que allí se ciernen para
la creencia en la inmortalidad individual.13
No obstante esta aproximación que detecta una secreta sintonía
entre averroísmo y spinozismo, un obstáculo filosófico básico parece
interponerse a ella: el gran axioma averroísta que hace tambalear la
clásica relación analítica entre pensamiento y felicidad es homo non
cogitat. En efecto, según este principio el pensamiento es radicalmen-
te in-humano, separado, impropio. Una lectura averroísta de Spinoza
deberá pues partir de esta radical contraposición entre los axiomas de
uno y otro (homo non cogitat / homo cogitat) para constatar, sin em-
12. P. Bayle, Escritos sobre Spinoza y el spinozismo, Madrid, Trotta, 2010, p. 128.
13. Los textos leibnicianos fundamentales sobre Spinoza como averroísta son Con-
sidérations sur la doctrine d’un Esprit Universel Unique; el Discurso preliminar a los
Essais de théodicée y la Introducción a los Nouveaux Essais.
101
bargo, una extraña comunidad filosófica que no parte del sujeto en
tanto una cosa que piensa, sino de la existencia objetiva e impropia
del pensamiento. En otros términos: el pensamiento no es una reali-
dad puramente subjetiva, ni una afección de la psique humana sino
algo absolutamente indeterminado abierto a la acción de la Mens, al
trabajo de la imaginación, a la reversión de un despojo originario
de las formas cognoscibles y de las ideas adecuadas. Asimismo, el
pensamiento no está sujeto a generación y corrupción ya que no tie-
ne su lugar en los cuerpos que nacen y mueren. En cuanto radical
indeterminación que sólo se hace consciente y se vuelve psicológico
por la imaginación, el pensamiento es eterno. La imaginación spi-
nozista y los fantasmas averroístas (gracias a los que el pensamiento
se vuelve pensamiento de alguien) se disipan con la muerte de los
cuerpos, pero no el pensamiento mismo, que los preexiste, los so-
brevive, “resta” impersonal y por ello tradible. Y así, pensar significa
“actuar en el pensamiento”;14 porque su esencia no es la subjetividad
sino la “tradibilidad”,15 cualquiera puede pensar –es decir actuar en
el pensamiento común–.
No existe, en la obra de Spinoza, ninguna mención de Averroes.
Pero una historia nos lleva indirectamente a él. En la escuela de Van
den Enden y por mediación de Meyer, Spinoza trabó amistad con el
Dr. Johannes Bouwmeester –quien junto a Meyer fue fundador de
la sociedad literaria Nihil volentibus arduum,16 y también director del
14. E. Coccia, Filosofía de la imaginación. Averroes y el averroísmo, Buenos Aires, Adria-
na Hidalgo, 2005, p. 376. He seguido aquí en muchos puntos la argumentación de
este precioso libro de Coccia [para su discusión, ver “La potencia de Averroes. Para
una genealogía del pensamiento de lo común en la modernidad”, de Rodrigo Karmy
Bolton, en Revista Pléyade, julio-diciembre de 2013, pp. 197-225].
15. E. Coccia, op. cit., pp. 97-98. Asimismo, en su clásico Spinoza, his life and philo-
sophy (New York, 1899), F. Pollock adjudicaba el origen de la teoría spinozista de la
eternidad y la negación de la inmortalidad individual al averroísmo medieval (pp.
269 y ss.).
16. “Nada es arduo para el voluntarioso” se trataba de un grupo cuyos integrantes
provenían del círculo spinozista, fundado bajo ese lema en noviembre de 1669. En las
actas de las reuniones, que han sido conservadas, se revela que las principales discu-
siones versaban sobre la naturaleza del lenguaje. Una de las tareas que este colectivo
literario se había propuesto era la redacción de una gramática general holandesa, y el
102
Teatro de Ámsterdam–. A instancias del propio Meyer y de Spinoza,
Bouwmeester realizó una traducción al holandés del clásico relato
panteísta del filósofo hispanoárabe Ibn Tofail o Abentofail, llamado
originalmente Risala Hayy ibn Yaqzan fi asrar albikma al-musrigiya
(Epístola de Hayy ibn Yaqzan acerca de los secretos de la filosofía ilumi-
nativa), más conocido como El filósofo autodidacto (Philosophus auto-
didactus...), según el título de la edición príncipe –que incluye el ori-
ginal árabe y una versión latina– publicada en Oxford por el arabista
inglés Edward Pococke en 1671.17 La traducción de Bouwmeester fue
103
tomada de allí, y finalmente publicada por Rieuwertsz en 1672 –la se-
gunda edición de 1701 lleva las iniciales S. d. B. (que, detalle curioso,
invertidas se leen B. d. S.).18 A su vez, W. Meijer menciona un ejem-
plar de las Opera posthuma de Spinoza que consta en la Biblioteca
Rosenthaliana de Ámsterdam, encuadernado conjuntamente con la
versión holandesa de El filósofo autodidacto.19 León el Africano adju-
dica a Ibn Tofail ser el creador de la herejía filosófica árabe y maestro
de impiedad de Averroes, a quien habría instado a emprender el Co-
mentario de la obra aristotélica.20
No existe, en la obra de Spinoza, ninguna mención de Averroes.
Tampoco encontraremos ningún documento que pruebe una lectura
del filósofo cordobés por el autor del TTP. Sin embargo, por una car-
ta de Schuller a Leibniz sabemos que en el momento de morir Spi-
noza se hallaba en busca de Averroes –cuyas ideas, como veremos,
le habían llegado por fuentes indirectas–. En esa epístola, escrita el
29 de marzo de 1677, el doctor Georg Hermann Schuller consultaba
con el erudito filósofo de Hannover esto: “Quisiera saber por ti si
acaso has visto algunos de los siguientes libros, cuyo catálogo con la
inscripción de libros rarísimos se hallaba entre sus papeles [de Spi-
18. Cfr. K. O. Meinsma, Spinoza et son cercle, préface de Henri Gouhier, Paris, Vrin,
p. 351.
19. Cfr. R. Ramón Guerrero “Filósofos hispano-musulmanes y Spinoza: Avempace y
Abentofail”, en A. Domínguez (edit.), Spinoza y España, Ediciones de la Universidad
de Castilla-La Mancha, 1994, pp. 129-131.
20. La historia narrada por León el Africano, afirma que Averroes habría dicho: “Un
día, Ibn Tofail me hizo llamar y me dijo: ‘Oí hoy al emir de los creyentes quejarse
de la oscuridad de Aristóteles y de sus traductores: ¡Plegue a Dios –decía– que se
encuentre alguno que quiera comentar estos libros y explicar claramente el sentido, para
hacerlos accesibles a los hombres! Tú tienes en abundancia todo lo que es necesario para
tal trabajo; empréndelo. Conociendo tu alta inteligencia, tu penetrante lucidez y tu
fuerte aplicación al estudio, espero que será suficiente. La única cosa que me impide
encargarme es la edad a que ves he llegado, unido a mis numerosas ocupaciones al
servicio del emir’. Desde entonces –añadía Averroes– concentré todos mis desvelos
en la obra que Ibn Tofail me había encomendado, y he aquí lo que me llevó a escribir
los análisis que he compuesto sobre Aristóteles” (citado por E. Renan, Averroes y el
averroísmo, Madrid, Hiperión,1992, p. 36).
104
noza]:… Averroes, Argumenta de aeternitate mundi…”.21 Al final de su
vida, el autor de la Ética dejó, al menos, este vestigio de su curiosidad
por los argumenta del otro gran error averroistarum –el “error” de la
eternidad del mundo–.
105
del Tratado decisivo de Averroes (no hay testimonios de que Spinoza
hubiera leído directamente la traducción hebrea de este texto que
circulaba en medios judíos), Del Medigo mantiene la estricta separa-
ción de filosofía y teología (y afirma que toda contradicción debe ser
resuelta mediante una “interpretación alegórica”), mientras que en
su Guía de perplejos, Maimónides había introducido la filosofía en la
teología al afirmar la razón como instrumento de interpretación de
la Biblia –cuyo contenido de verdad debe ser así establecido por obra
de la filosofía–, racionalismo que será criticado como “dogmatismo”
por Spinoza en el cap. 7 del TTP.
En la Destructio destructionis que escribiera contra Algacel, Ave-
rroes sostiene que la filosofía es el fin más alto de la naturaleza hu-
mana pero que pocos hombres pueden alcanzarlo. Las revelaciones
proféticas solo debilitan la fe de los sencillos generando disputas
fantásticas. La religión como conjunto de creencias populares es un
excelente instrumento para la moral, sobre todo si tomamos en consi-
deración los principios que son comunes a todas las religiones, prin-
cipios que no se contraponen a la razón natural; pero la religión de los
filósofos es estudiar lo que es, pues como diría Spinoza “conociendo
las cosas singulares conocemos a Dios”. La filosofía prescinde por
naturaleza de dogmas tales como el de la creación y, sobre todo, el de
la revelación, pero no se opone a la religión en la medida en que esta
se asume como lo que debe ser: una guía para la vida de los simples.
En la misma vía, tomando por base las investigaciones de Filippo
Mignini y Omero Proietti, Giovanni Licata extiende la influencia de
Elia del Medigo a otros puntos de la obra temprana de Spinoza y sos-
tiene –como había mostrado Proietti– que Examen de la religión no
es el único texto averroísta que Spinoza habría estudiado en su juven-
tud, sino también otros provenientes del averroísmo judío medieval.
106
Con abundante prueba filológica obtenida de la compulsa entre am-
bos, Licata muestra asimismo la influencia de la Behinat en el TTP en
algunos aspectos centrales, entre los cuales la separación de filosofía
y teología; la diferencia entre el sabio y el vulgo en relación a la ver-
dad; la adaptación de las Escrituras a la capacidad de los simples; la
consideración del Texto Sagrado como un libro despojado de conteni-
do especulativo que solo concierne un conjunto de verdades sencillas
para ser comprendidas por cualquiera; la crítica al intelectualismo de
Maimónides; la crítica al odio teológico y al desprecio de los teólogos
por la filosofía; la justificación de la filosofía por la Escritura misma;
la comprensión de la mente como lugar de la “revelación”; la crítica
de los milagros; la no contradicción entre la doctrina de la eternidad
del mundo y las enseñanzas de la Biblia.26
26. Giovanni Licata, La via della ragione. Elia del Medigo e l’averroismo di Spinoza, Edizio-
ni Università di Macerata, col. Spinozana, 2013, en particular el capítulo quinto: “L’in-
fluenza della Behinat ha-dat sul Tractatus theologico-politicus di Spinoza”, pp. 245-285.
107
y transformar la impotencia en potencia, la pasividad en actividad,
el embrutecimiento en emancipación. En rigor, por tanto, el saber
no es una cosa transmisible (que alguien poseería y otro no) sino
una experiencia y una producción que pueden ser favorecidos en su
irrupción, no por evidencia de la “verdad” sino por obra de una trama
afectiva ordenada en torno a la alegría de producir ideas –en virtud
de lo cual vale para el conocimiento en su conjunto lo que Spinoza
escribe en E, IV, 16: “El conocimiento verdadero del bien y del mal no
puede reprimir ningún afecto en la medida en que ese conocimiento
es verdadero, sino sólo en la medida en que es considerado él mismo
como un afecto”.
La Mens spinozista, en efecto, no es nunca independiente de una
afectividad, que al mismo tiempo presupone y produce. La capacidad
de pensar, el auto-reconocimiento en tanto causa de pensamiento ge-
nera transitiones afectivas de incremento indeterminado que alojan
una socialidad originaria. Definida como idea corporis, la Mens no es
substancia autorreferencial identitaria sino siempre una pluralidad
socialmente constituida; en consecuencia, la educación no es un pro-
ceso de socialización a partir de un individuo aislado –no es autodi-
daxia, como sucede en el relato de Ibn Tofail– sino un proceso de sin-
gularización a partir del carácter transindividual del conatus, siempre
abierto a la exterioridad constitutiva de los seres, los otros cuerpos y
las otras mentes. En sintonía con el filósofo amstelodano, la psico-
logía sociocultural de Lev Vigotsky –cuyo spinozismo es patente en
algunas de sus obras como Teoría de las emociones27 o Pensamiento y
lenguaje28– afirma aquí que “la verdadera trayectoria del pensamiento
[infantil] no va de lo individual a lo socializado, sino del pensamiento
socializado a lo individual”.29
108
Tránsito colectivo hacia la actividad y la singularidad –hacia la
philautía–, la educación nunca es algo puramente intelectual ni es-
trictamente orientado por las solas ideas. No es interioridad, sino
aventura del cuerpo como lugar del otro; vitalidad manifiesta que
hace del conocimiento el resultado de una praxis afectiva, lúcida de
las relaciones sociales en que se inscribe. No una afectividad inme-
diata y ya dada sino desplazada, desviada, colectivizada, integrada y
compuesta. Toda educación es educación sentimental. Las pasiones
de superioridad, de exclusividad y de distinción –promovidas por el
“discurso competente”30 y la representación meritocrática de la so-
ciabilidad humana– encuentran en una pedagogía de inspiración
spinozista su desactivación y su desplazamiento en favor de lo que
aquí quisiéramos llamar afectos comunes –base generativa de las
“nociones comunes”, que el spinozismo detecta como principio del
conocimiento adecuado–.
Las pasiones de exclusividad –que Spinoza denuncia y desmonta
en el capítulo del Tratado teológico-político consagrado a la noción de
“pueblo elegido”– están en el origen de la discriminación en cual-
quiera de sus variedades y revelan una cierta sintonía con el motivo
lacaniano del goce del Otro como fantasma neurótico –sobre el que
trabaja el artista Daniel Santoro en su investigación de la iconolo-
gía popular argentina–, cuya formulación puede ser resumida del
siguiente modo: si otro goza, por el solo hecho de que lo hace, yo ya
no puedo hacerlo. En este caso, la condición de posibilidad de que
algo sea experimentado como un bien o un placer sería que otros
se hallen privados de esa experiencia –pues se trata de un bien y de
un placer sólo si lo es sin otros, a costa de otros, contra otros–. En el
comienzo de TTP, III –allí Spinoza no niega que el pueblo judío sea
un pueblo “elegido”; niega únicamente su exclusividad para afirmar
que todos los pueblos que existen lo son, pues “elección” (término
109
metafórico adaptado a su objeto polémico) es aquí sinónimo de exis-
tencia– se lee el texto fundamental que amerita ser citado in extenso:
110
excluyente de “pueblo elegido” y de los avatares del odio en los que re-
dundan los amores pasionales de las teologías; en efecto, “este amor a
Dios [el amor intelectual de Dios] no puede ser manchado por el afecto
de la envidia, ni por el de los celos, sino que se fomenta tanto más cuantos
más hombres imaginamos unidos a Dios por el mismo vínculo del amor”.33
33. Spinoza, Ética, V, 20, versión de Vidal Peña, Madrid, Editora Nacional, 1983 –el
resaltado es nuestro–.
34. A. Matheron, Individu et communauté chez Spinoza, Paris, Les Éditions de Minuit,
1988 [1968], pp. 612-613. Ese comunismo de los espíritus presupone –dice Matheron
citando a Deborin– el comunismo de los bienes que el propio Spinoza afirma citando la
fórmula que adjudica a Tales en la carta 44: “Entre amigos todas las cosas son comunes”,
etc. El spinozismo realizado que Matheron sugiere hacia el final de su libro, redundaría
en una condición “sin leyes jurídicas ni obligaciones institucionales: el Estado desapa-
recería luego de haber creado las condiciones de su propia inutilidad…” (Ibid., p. 613,
nota 95). En los mismos términos describe Rancière lo que llama “la comunidad de los
iguales”: “…se puede soñar con una sociedad de emancipados, que sería una sociedad
de artistas. Una sociedad como esta repudiaría la división entre los que saben y los que
no, entre quienes poseen o no la propiedad de la inteligencia. Sólo sabría de espíritus
que actúan: hombres que hacen, que hablan de lo que hacen y transforman así todas sus
obras en medios para señalar la humanidad que está en ellos, como en todos… No pre-
guntemos entonces cuáles serían las leyes de ese pueblo de sabios, sus magistrados, sus
asambleas y tribunales. El hombre que obedece a la razón no tiene necesidad de leyes ni
de magistrados” (El maestro ignorante…, op. cit., pp. 95-97). Asimismo, tal vez podamos
detectar y poner en sintonía con lo anterior una similar perspectiva anti-nómica en la
tradición filosófica árabe; un manuscrito de Avempace citado por Coccia, en efecto, afir-
maba que el propósito del régimen político cumplido es “la suspensión de todo orden
jurídico, en el preciso sentido en el que la salud de un cuerpo coincide perfectamente
con la suspensión de toda práctica médica”. El averroísmo en tanto revela la originaria
“anomia” y “apolitia” del pensamiento; exterior (y anterior) al nómos, la vida pensante rei-
vindica sin embargo otra forma de comunidad (una comunidad de los solitarios tal vez)
que ni la obediencia ni la ley son capaces de producir (cfr. E. Coccia, op. cit., pp. 350-353).
111
En tanto presupuesto –o idea reguladora en sentido kantiano– esa
“comunidad sin restricciones” de las inteligencias no se verifica
empíricamente, ni será realizada de manera plena habida cuenta
de la finitud humana y las pasiones e imaginaciones propias de la
condición finita. No obstante la naturalidad de las pasiones tristes
que separan a los seres humanos de la potencia de pensar, esa se-
paración es al mismo tiempo contingente y eventual. Debido a ello,
por fuera de moralismos y misantropías, hay siempre una tarea
que emprender: una actualización ininterrumpida de la comunidad
humana que la política –y la pedagogía como uno de sus avatares–
reinician una y otra vez, sin abandonar nunca la evidencia de que
los hombres, todos los hombres –transformamos ahora nuestro
axioma al plural– piensan.
Una pedagogía spinozista no sería más que una exploración de
esa evidencia, que nunca es una situación de hecho (más bien de he-
cho, como decían los averroístas, homo non cogitat), sino siempre una
conquista ético-política que presupone su declaración: homo cogitat.
112
La izquierda spinoziana
113
En esa división, que obedece a motivos religiosos y políticos, no
está ausente Spinoza. Apenas muerto Hegel es atacado por “spinozis-
ta” (entre otros, por Immanuel Hermann Fichte –hijo de Gotlieb–2),
es decir por “panteísta” y por negar en consecuencia la inmortalidad
del alma.
Antes de la consolidación de la “izquierda hegeliana” (radicalizada
en dirección de un ateísmo spinozista) con los escritos de Feuerbach
de los años 40 –La esencia del Cristianismo (1841); Tesis provisionales
para la reforma de la filosofía (1842), etc.– en Sobre la historia de la fi-
losofía y la religión en Alemania (1834), Heinrich Heine ponía la filo-
sofía de Spinoza en la base de la revolución política y teológica que
designaba en su núcleo más íntimo con la palabra “panteísmo”.3 La
encrucijada teológico-política que marcan panteísmo y revolución tie-
ne su inscripción en las fuerzas concretas de la historia y sus concep-
tos adoptan una acuñación realista: “…estoy convencido de que Benito
Spinoza meditó mucho en la ejecución del viejo Van der Erde [sic], y
del mismo modo que había estudiado antes la religión gracias a sus
puñales, entendió luego la política con ayuda de sus nudos corredizos.
que es real es racional’, él sonrió curiosamente y me hizo observar que eso también
podía querer decir: ‘todo lo que es racional tiene que ser real’. Miró ansiosamente en
torno suyo, pero se tranquilizó al comprobar que sólo le había oído Heinrich Beer”
(Nota de Juan Carlos Velasco a Heinrich Heine, Sobre la historia de la religión y la
filosofía en Alemania, Alianza, Madrid, 2008, p. 133).
2. Über Gegensatz, Wendepunkt und Ziel heutiger Philosophie (Heidelberg, 1832). Cfr.
Yvon Belaval, “La derecha hegeliana”, en Historia de la filosofía 7. La filosofía alemana
de Leibniz a Hegel, Siglo XXI, México, 1977, pp. 293-301.
3. El vocablo “panteísmo” es un neologismo acuñado por el filósofo irlandés John
Toland a comienzos del siglo XVIII –primero en las Letters to Serena (1704) y luego
en Pantheisticon (1720)–, precisamente para designar el sistema de Spinoza. Desde
entonces connota una significación lindante al ateísmo. Luego de la muerte de He-
gel, en Francia, escritores tanto conservadores como revolucionarios consideraban al
autor de la Fenomenología del espíritu –no obstante haber él mismo rechazado este
término– como un filósofo panteísta, y al panteísmo como un “género del ateísmo”
(Lammenais, Correspondence, París, 1863, vol. II, p. 125 –citado por Jacques D’Hont,
De Hegel a Marx, Amorrortu, Buenos Aires, 1974, p, 176). Desde entonces, aunque
de origen teológico, la palabra panteísmo se inscribe de manera plena en la contienda
política.
114
Su Tractatus politicus es testimonio de ello”.4 Prácticamente nadie antes
de Heine en este texto había concedido relevancia a Spinoza como pen-
sador político –y en particular al Tratado político, escrito que no revela
su magnitud filosófica hasta la segunda mitad del siglo XX. La lectura
de Spinoza por Heine da lugar a un materialismo de la plenitud, en
las antípodas de los ascetismos religiosos y sociales –de izquierda y
derecha–; en efecto: “La humanidad ya está harta de hostias, y aspira
al verdadero alimento, a pan auténtico y a carne hermosa”.5
Denigrado por el conservadurismo hegeliano que busca preservar
la ortodoxia religiosa de cualquier herejía, el spinozismo es aquí la
base para una refundación de las instituciones sociales a partir de
una rehabilitación de la materia (“la idea es en última instancia la
extensión invisible, y la extensión es el pensamiento visible”6) has-
ta producir la composición plena entre el materialismo francés y el
panteísmo (“la religión oculta de Alemania”). A distancia de la virtud
republicana, el panteísmo materialista que Heine funda en Spinoza
no aspira a la modestia sino a “una democracia de dioses de iguales
derechos”. No, por tanto, “vestidos sencillos, costumbres austeras y
manjares sin especias”, sino “néctar y ambrosía, mantos de púrpura,
deliciosos perfumes, voluptuosidad y fasto, risueño bailar de ninfas,
música y comedias”7 –pasaje que proyecta socialmente lo que el es-
colio hedonista de E, IV, 44, refiere a la vida del sabio–.
4. Heinrich Heine, op. cit., pp. 114-115. La alusión a los “puñales” que le permitieron
estudiar la religión puede referir a la historia de un intento de apuñalamiento a Spi-
noza por un fanático judío a la salida del teatro de Ámsterdam poco después de su ex-
comunión, en tanto que la ayuda de los “nudos corredizos” para entender la política
remite a la condena a muerte por la horca de su maestro Francis van den Enden, tras
haberse involucrado un complot desbaratado contra Luis XIV en 1674.
5. Ibid., p. 121.
6. Ibid., p. 117.
7. Ibid., p. 124.
115
izquierda hegeliana. Desde entonces es posible seguir la huella de
una deriva del spinozismo que encuentra un contenido filosófico en
la política y un contenido político en la filosofía; que contribuye a la
detección de formas concretas de dominación y considera las luchas
emancipatorias que contra ellas hombres y mujeres llevan adelante
en las distintas épocas a partir de su inscripción ontológica, en tanto
expresión de la potencia infinita que consuma su expresión, su mani-
festación y la plenitud de su fuerza productiva en las batallas sociales
por la igualdad y la libertad. Llamamos aquí izquierda spinoziana a
una comprensión de la filosofía como “toma de partido” –una de
cuyas formulaciones más recientes es la que la define como “lucha
de clases en la teoría”–.8 Una comprensión que inscribe la cuestión
social en el centro de la filosofía y a la filosofía en el centro de la
cuestión social.9
Es el caso de un conjunto de escritos y manuscritos del joven
Marx redactados entre 1841 y 1844, que marcan no solo una primera
crítica a la teoría del Estado de Hegel, sino también al panteísmo es-
8. Louis Althusser, Para leer El Capital, México, siglo XXI, 1969, p. 73.
9. En un sugestivo artículo presentado en el Coloquio Internacional Spinoza 2014 de
Río de Janeiro, Leon Farhi Neto indicaba una inspiración aristotélica de la filosofía spi-
nozista en tanto “filosofía por la filosofía”, orientada a y por la beatitud que procura el
deseo de conocer que todos los seres humanos experimentan “por naturaleza”, según
el comienzo de la Metafísica. Conforme algunas interpretaciones –por ejemplo la de
Michel Foucault en Leçons sur la volonté de savoir. Cours au Collège de France, 1970-1971,
Paris, Seuil/Gallimard, 2011–, más que una “filosofía del presente” de matriz materia-
lista, la de Spinoza sería una “filosofía libre” orientada hacia la eternidad. Desde el proe-
mio al TRE la “decisión” filosófica de Spinoza sería por la verdad, la felicidad y la vida
contemplativa. Sin embargo, ¿no encripta el TTP una “decisión” por el presente?, ¿no
se trata incluso de un libro “militante”, de intervención directa?, ¿no documenta una
explícita toma de partido por medio de la filosofía?, ¿no busca proporcionar las armas
de la crítica para los combates teológico-políticos de su tiempo? Pensar filosóficamente
el presente, su compromiso y sus tareas es hacerlo en alianza con un pensamiento de
la eternidad –y a la inversa: la eternidad es un modo de experimentar el mundo vivi-
do–. Esa eternidad inseparable de las situaciones, dice Farhi Neto, es lo que nos vuelve
contemporáneo el pensamiento de Spinoza –a quien podemos desde luego, además,
pensar y discutir por puro “placer separado del presente”, “por simple amor a Spinoza”,
sin su invocación por los combates democráticos que nos tocan (cfr. Leon Farhi Neto,
“Spinoza, e nós?”, en AA.VV., Spinoza e nós, vol. 1, Editora PUC-Rio, 2017, pp. 38-49)–.
116
peculativo y al “teoricismo” con el que los jóvenes hegelianos habían
emprendido la crítica de la religión. Los Exzerpte de lectura del Tra-
tado teológico-político en los cuadernos de 1841 dotan así de una base
conceptual a la orientación social de los llamados “escritos periodísti-
cos” de 1842-1843. La noción de democracia, la crítica de la censura y
la crítica de la religión son los motivos que permiten detectar –antes
de la irrupción de la cuestión comunista y el giro de la filosofía hacia
la crítica de la economía política– un “momento spinozista” en la
constitución del pensamiento marxiano,10 abandonado –al menos en
su referencia estricta– a partir de La sagrada familia, donde Spino-
za es considerado como un exponente más de la tradición idealis-
ta.11 Pero el itinerario que lleva de la crítica teórica de la religión a
10. Miguel Abensour es quien más lejos lleva esta interpretación de un momento
spinoziano-maquiaveliano en el joven Marx (cfr. La démocratie contre l’État. Marx et le
momento machiavélian, Presses Universitaires de France, Paris, 1997). La interpreta-
ción de Abensour ha sido recientemente criticada por Vittorio Morfino: “[Paradigma de
ingenuidad] me parece la interpretación de Abensour en La démocratie contre l’État…
Abensour interpreta la democracia de la Kritik como una creación continua del pueblo
(creación que no genera Estado, sino que es precisamente “contra el Estado”), y ve el
origen de este concepto en Maquiavelo y Spinoza, sin que sin embargo estos autores
aparezcan en el texto más que como vagos fantasmas, privados de una mínima consis-
tencia conceptual” (Genealogia de un pregiudizio. L’immagine di Spinoza in Germania da
Leibniz a Marx, Olms, Hildesheim-Zürich-New York, 2016, p. 259, nota 105).
11. Franck Fischbach considera que los Manuscritos de 1844 es el texto más propiamente
spinozista de Marx en orden a un naturalismo radical (“el hombre vive de la naturale-
za”; “el hombre es una parte de la naturaleza”, dice el Primer Manuscrito, mientras
que el Tercero precisa: “el hombre es inmediatamente un ser de la naturaleza [Na-
turwesen]”), manifiesto en tres tesis fundamentales que demarcan el rodeo por Spinoza
para salir de Hegel: la tesis de la secundariedad de la conciencia; la tesis de la identidad
entre naturaleza e historia; y la posición de una ontología de la actividad productiva (La
production des hommes. Marx avec Spinoza, PUF, Paris, 2005). Desde otro punto de vis-
ta, Carlos Casanova aproxima la noción de “praxis” desarrollada en los Manuscritos de
París con la interpretación balibariana de la “transindividualidad” spinozista; y con ello
la posibilidad de una lectura no teleológica y no humanista del texto de 1844 (ver Car-
los Casanova, “Aproximaciones al concepto de lo político en Marx-Spinoza”, en Diego
Tatián [comp.], Spinoza. Tercer Coloquio, Brujas, Córdoba, 2007, pp. 361-362). Abierta
por la praxis, la dimensión social de la vida singular –el “individuo social”– encuentra
aquí asimismo una iluminadora contigüidad teórica con la “multitud”, acuñada en su
relevancia filosófico-política por el TP: no hay pues un sujeto dado sino una dimensión
práctica e históricamente abierta a la que remite su constitución.
117
la crítica práctica –y a la noción de praxis como punto de ruptura
con Hegel– repite el gesto spinozista de crítica de la superstición
a partir del conjunto de circunstancias sociales que establecen las
condiciones –en el caso de Spinoza pasionales– de su formación. La
superstición no es un “error” teórico en relación a la naturaleza de
Dios sino una forma de vida individual y colectiva derivada de una
representación imaginaria de los individuos con sus condiciones de
existencia –conforme la comprensión althusseriana de la ideología–.
Si la Crítica del derecho del estado de Hegel §§ 261-313 (1843)12 se vale
del concepto de “democracia” –en tanto “enigma resulto de todas las
constituciones”– para la “desmitificación” del Estado hegeliano (que
no es sujeto sino predicado de la sociedad civil, es decir: los sujetos
reales y empíricos son la base del Estado, la soberanía es el predicado
de esos sujetos reales, y por ello “la democracia es la verdad de la
monarquía; la monarquía no es la verdad de la democracia…”13), la
Introducción14 al texto anterior –escrito hacia fines de 1843 y publi-
cado en 1844 junto a Sobre la cuestión judía en el único número de
los Anales franco-alemanes que llegó a ser editado– comienza con la
célebre declaración según la cual “en Alemania, la crítica de la reli-
gión se halla fundamentalmente terminada”. El problema religioso,
pues, es para Marx simplemente consecuencia y efecto de la sociedad
a la que pertenece, según una matriz materialista de comprensión de
los asuntos humanos. Marx coincide con Spinoza en que la religión
tiene una función en el pueblo: el consuelo. Por ello, no se trata sim-
12. Aus der Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie §§ 261-313, escrito en 1843 en Kre-
utznach, antes del traslado a París, y publicado en las MEGA por Riazánov en 1927
(versión castellana de Wenceslao Roces, “Crítica del derecho del Estado de Hegel, §§
261-313”, en Karl Marx, Escritos de juventud, Fondo de Cultura Económica, México,
1982, pp. 319-438). De este escrito –que quedaría inconcluso– dirá Engels en 1969:
“En este texto Marx llegaba a la conclusión de que la clave para comprender el pro-
ceso histórico del desarrollo de la humanidad no es el Estado sino la sociedad civil”
(citado por Vittotorio Morfino en Genealogia de un pregiudizio. L’immagine di Spinoza
in Germania da Leibniz a Marx, op. cit.).
13. Karl Marx, “Crítica del derecho del Estado de Hegel, §§ 261-313”, op. cit., pp. 342-343.
14. Karl Marx, Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Pre-textos,
Madrid, Valencia, 2013.
118
plemente de acabar con la religión, sino de revertir las causas socia-
les que provocan su necesidad. Sólo a través de la praxis política que
transforma esas causas es posible consumar una crítica teórica de su
existencia y de su arraigo en la vida de los seres humanos.
Marx acababa de leer las Tesis provisionales para la reforma de la fi-
losofía (1842), donde Feuerbach emprendía la crítica de la alienación
religiosa y reducía el mundo religioso a la base humana, pero sin
explicarla a partir de la contradicción material existente en esa base
–que debe ser revolucionada prácticamente–. Feuerbach tiene razón:
es el hombre el que hace a la religión y no la religión la que hace al
hombre. Pero el hombre no está fuera del mundo, sino inmerso en
un conjunto de relaciones sociales que producen la religión como
conciencia tergiversada del mundo, como “mundo al revés”, como
“opio del pueblo” y felicidad ilusoria. Abandonar las ilusiones solo es
posible como superación práctica del estado de cosas que las requiere,
por lo que “la crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra,
la crítica de la religión en crítica del derecho, la crítica de la teología
en crítica de la política” –esa crítica tiene por base el realismo crítico
spinozista expresado en la ecuación jus, sive potentia, que Marx había
transcripto en los Cuadernos de 1841, y que años más tarde reaparece
en La ideología alemana (1845)–.15 El breve escrito de introducción a
la crítica de la filosofía hegeliana del derecho adopta así la forma de
un pequeño Tratado teológico-político, que Marx concluye con una cita
oculta de Spinoza: “La crítica de la religión desemboca en la doctrina
de que ‘el hombre es el ser supremo para el hombre’…”.16
15. “…desde Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Bodin, etc., en los tiempos modernos,
para no hablar de los antiguos, se expone siempre el poder como fundamento del de-
recho, lo que lleva implícito la concepción teórica de la política como emancipada de
la moral…” (Marx y Engels, La ideología alemana, Akal, Madrid, 2014, p. 279). Es pro-
bable que este realismo del derecho natural subjetivo pensado en términos de poder
y deseo –que se sustrae así a la crítica hegelomarxiana del jusnaturalismo como puro
formalismo– esté asimismo a la base de la crítica de los derechos humanos en tanto
derechos del hombre abstracto que Marx había formulado en Sobre la cuestión judía.
16. Introducción a la crítica…, cit., pp. 60-61. El pasaje de Spinoza que Marx puede
tener en mente aquí es el escolio de E, IV, 35, donde encontramos la expresión: “…el
hombre es un Dios para el hombre… (hominem homini Deum ese)”.
119
III. Desde el siglo XVIII y hasta ahora, el pensamiento de Spinoza ha
procurado una intensa inspiración emancipatoria en el campo mar-
xista y fuera de él –por ejemplo tanto en el anarquismo político clá-
sico como en el anarquismo filosófico contemporáneo–, según una
composición de particular intensidad que remite en el marxismo a
nombres como los de Plejanov, Antonio Labriola o Rodolfo Mondol-
fo; a los dialécticos rusos de los años 20 –en particular Deborin–; a
la actual desembocadura spinozista del operaismo italiano, y desde
hace cincuenta años a la tradición althusseriana de ininterrumpida
fecundidad teórica. Pero, ¿existe una derecha spinoziana?
Desde comienzos de los años 70, el filósofo y alpinista norue-
go Arne Naess postula al pensamiento de Spinoza como una de las
fuentes filosóficas del movimiento de ecología profunda (deep ecolo-
gy movement) y el activismo ambientalista. “El objetivo filosófico del
movimiento de ecología profunda –escribe– puede ser formulado en
un sentido no diferente al de Spinoza cuando habla de Dios o la Na-
turaleza y el rol de los seres particulares… Tal como es concebida por
muchos ecologistas… la Naturaleza no es pasiva, muerta ni la natura-
leza neutra de la ciencia mecanicista, sino semejante a la tota Natura
activa y ‘perfecta’ de Spinoza… La Naturaleza (con N mayúscula) es
intuitivamente concebida como perfecta en un sentido que Spinoza
y los ecologistas tienen más o menos en común. No se trata de una
perfección estrictamente moral, utilitarista o estética. La Naturaleza
es perfecta en sí misma y no en la medida en que sirve específica-
mente a las necesidades humanas”.17 En este marco el filósofo nór-
dico inscribe su interpretación de conceptos spinozistas como los de
amor Dei intellectualis, inmanencia, in suo esse perseverare o el derecho
natural (de los animales).
La filosofía de Naess –además de Spinoza, procedente de Gandhi
y el budismo– inspiró la compra de millones de hectáreas de tie-
rra en la Patagonia chilena y argentina, así como en la selva tropical
amazónica entre otros sitios, por empresarios millonarios converti-
17. Arne Naess, Spinoza and the deep ecology movement, Eburon, Delft, 1993, p. 10.
120
dos en ecologistas cuyo propósito manifiesto es el de crear parques
protegidos para la regeneración de la naturaleza. Algunos de ellos
son Douglas Tompkins, Kris McDivitt, George Soros, Luciano Bene-
tton (también actores como Jane Fonda, Michael Douglas y Sylvester
Stallone). A resultas de lo cual, muchos campesinos y comunidades
originarias fueron desplazadas de sus tierras, directamente apropia-
das en connivencia con los estados o bien compradas a precio vil. El
objetivo declarado –bajo el principio de la igualdad de derechos de
todas las especies vivas y el presupuesto consiguiente de que exis-
ten demasiados seres humanos– es el de generar grandes reservas
naturales sólo habitadas por flora y fauna silvestre (como la reserva
del Parque Pamaulín en el sur de Chile –creada por Tompkins y Mc
Divitt–, la más grande reserva natural privada del mundo).
Inspirador de millonarios sensibles por el deterioro medioam-
biental, absolutamente desentendido de la cuestión social y cual-
quier compromiso con las disputas democráticas del presente, este
extraño avatar de la filosofía encriptada en la expresión Deus, sive
Natura que se interesa por un mundo sin personas podría ser con-
siderado expresión de una “derecha spinoziana” –por oposición a
su deriva de izquierda en tanto pensamiento orientado hacia un
horizonte emancipatorio de seres humanos considerados como
“partes de la naturaleza”–.
Pero también es igualmente posible identificar una “derecha spi-
noziana” referida a los asuntos sociales, que en este caso aborda des-
de una clave nacionalista la cuestión de los inmigrantes, con remi-
sión a los pasajes spinozistas en los que se excluye a los extranjeros
de los derechos políticos. En el Coloquio de 2015 nuestro amigo Wim
Klever reactualizaba con Spinoza un nacionalismo (“absolutamen-
te nuestro más alto valor, nuestro valor superior de supervivencia”)
contra el “tsunami de un millón de inmigrantes musulmanes” con-
siderado como “amenaza” y “socavamiento” de la cultura europea
por cuanto trae consigo “la destrucción de nuestros propios valores
(en conflicto con los de ellos) y nuestras propias vidas”. Así las cosas,
Wim evocaba como destino “la guerra insuperable” y la enemistad de
121
y contra los extranjeros (en este caso musulmanes), a partir de expre-
siones del TP tales como homines ex natura hostes (2/14) o duae civi-
tates natura hostes sunt (3/2), y de una interpretación restringida a los
próximos, los connacionales, los propios, de las ideas fundamentales
del spinozismo político. Por consiguiente, cuando Spinoza escribe
en E, IV, 37 que “…[Los hombres] que buscan su utilidad propia bajo
la guía de la razón, no persiguen para ellos mismos nada que no de-
seen para los otros hombres”, no debemos entender que la expresión
“reliquis hominibus” refiere a todos los seres humanos sin importar
su condición nacional, cultural o racial –y con la misma restricción,
presumimos, debería ser interpretada la proposición 37 de Ética IV,
que marca el punto de ruptura extremo con el hobbesianismo polí-
tico: “El bien que persigue para sí mismo todo hombre que busca la
virtud, lo desea también para los demás”–.
Desde una lectura de Spinoza sustraída de la “ficción de los de-
rechos humanos” y de “la enfermedad del universalismo humanís-
tico”, se postulaba así que “una nación, tanto en su estado original
como posterior, joven o viejo, no tiene responsabilidad alguna con
miembros de otras naciones, ni a nivel local para con las personas
indígenas que fueran derrotadas al establecerse la propia colonia”
–tema este último de candente actualidad en muchos países de Lati-
noamérica–. Y concluía con la mutua inherencia de nacionalismo y
democracia.18
18. Wim Klever, “La línea dura de Spinoza sobre el nacionalismo democrático”, en
Spinoza. Decimosegundo Coloquio. “Spinoza y los otros”, en Valentín Brodsky, Gisel
Farga, Gonzalo Gutiérrez Urquijo y Agustina Viñas (comps.), 2017, pp. 198-215 (en
línea: http://blogs.ffyh.unc.edu.ar/grupospinozista/files/2017/11/Spinoza-XII.pdf).
Una perspectiva contraria es la que sostiene el filósofo africano Berni Seni Naman en
los debates en torno a la cuestión nacional marfileña, desatados en 2013 a partir de
un proyecto de adhesión a convenios internacionales sobre la apatridia que establecía
“la adquisición de la nacionalidad por declaración” para cientos de miles de apátridas
o habitantes indocumentados de Costa de Marfil desde su independencia en 1960,
provenientes sobre todo de Mali, Ghana y Burkina Faso para trabajar en plantacio-
nes de cacao o café. Seni Naman recurre al modelo de integración de extranjeros
que llegaban a los Países Bajos propuesto en el Tratado teológico-político; “Spinoza es
favorable al crecimiento demográfico de Holanda, pero un crecimiento centrado en
una política de apertura hacia el exterior, que promueve una inmigración masiva de
122
IV. Contra la perspectiva de un nacionalismo clausurado y reactivo
que persiste en el inmediatismo de la guerra como el “horizonte in-
superable de nuestro tiempo” –y de todos los tiempos–, la izquierda
spinoziana retoma la cuestión de la comunidad y lo común desde
una clave diferente, o más bien opuesta. Aunque el sustantivo “co-
munidad” sea raro en la obra de Spinoza, se trata de un término
que designa con exactitud una dimensión muy importante del spi-
nozismo –es decir de una filosofía concebida por quien siendo muy
joven perdió la comunidad a la que parecía destinado, y que aloja
en su centro mismo una aspiración de universalismo aún por ex-
plorar y por construir–. Un universalismo, el de Spinoza, que nada
tiene que ver con la supresión de las diferencias y la imposición de
una uniformidad, sino que más bien afirma esas diferencias como
condición del encuentro –en sentido fuerte– entre seres humanos
de distintas culturas y distintos lugares del mundo. Spinoza invita
a pensar en comunidad; no una comunidad a la que se pertenece,
anterior, sustantiva, sino una comunidad que se inventa y que tiene
por horizonte lo que hay de universal en los seres humanos. Una
comunidad, a veces invisible y dispersa, definida por la apertura a
una composición con seres distintos, lejanos y extraños, pero nunca
indiferente a la destrucción.
Si el spinozismo como ética de la alegría y la felicidad en la lucidez
y la acción tiene sentido, lo tiene con los ojos bien abiertos frente a la
realidad de un mundo sumido en la aniquilación y el sometimiento
de hombres y mujeres, en deportaciones y en desapariciones de per-
sonas, pueblos y culturas, en el desprecio de los otros. Contra toda
ideología de la alegría, tiene sentido en cuanto conciencia del inima-
ginable dolor. Es precisamente allí donde el amor intelectual tiene su
origen paradójico. Paradójico, pues la alegría más alta y constante a
la que son capaces de acceder el pensamiento y la acción, hunde sus
extranjeros” bajo ciertas restricciones, etc. (Berni Seni Naman, Nouvelle loi sur la na-
tionalité ivoirienne ou lutte contre l’apatridie. Une lectura continue de Spinoza, Edilivre,
París, 2016, pp. 15 y ss.; pp. 32 y ss.).
123
raíces, por así decirlo, en la devastación. No se trata, desde luego, de
una alegría perversa por la devastación; ni, mucho menos, de una
evocación impotente del sufrimiento y la tristeza. Nadie como Spino-
za ha sido capaz de denunciar de manera tan aguda la morbosidad
en cualquiera de sus formas: intelectual, política o teológica. Amor
Dei intellectualis no como indiferencia por “lo que el hombre le hace
al hombre”, ni a pesar del sufrimiento humano, sino precisamente
debido a ello, en medio de ello, como trabajo del pensamiento y de la
acción. Es allí que la filosofía mantiene su afirmación: somos in Deo,
lo que quiere decir que somos eternos. El conocimiento del tercer
género no produce la eternidad misma, sino una experiencia de esa
eternidad inmanente a la vida humana –como la producen, también,
el arte y la política–.
El spinozismo tiene sentido como filosofía de los humildes, como
instrumento de su liberación política y también, sobre todo, como
confianza en su liberación espiritual –quizás es esto lo que nom-
bra la expresión communisme des esprits, que Matheron acuña en la
última página de su libro Individu et communauté chez Spinoza, o el
“comunismo de las singularidades” del que hablaba Sartre hacia el
final de su vida–. En cualquier caso no una comunidad que existe
sino una comunidad que viene y una comunidad que falta.
124
muerte. Así lo exigen la verdad, la razón”.20 Lo que como una varian-
te del motivo althusseriano podríamos llamar “una razón realmente
fuerte y comprometedora” inscripta en una ontología de lo necesario
(en las matemáticas como en el combate por la liberación), es lo que
determina el egagément por tanto filosófico-matemático-político de
Cavaillès.21 Su incorporación a la Résistance no fue por tanto resulta-
do de una decisión –ni de una “pasión”– sino de la comprensión de
una evidencia, a la manera como se comprende un encadenamiento
matemático. El desplazamiento de la filosofía de la conciencia por
una filosofía del concepto para la ciencia vale de igual modo para
una teoría de la acción, que asume lo ineluctable, la claridad de lo
inevitable que se impone al pensamiento. No una decisión del sujeto
sino una comprensión del mundo es lo que revela las exigencias del
tiempo, que se vuelven así auto-exigencias de la razón.
El spinozismo vivido de Cavaillès mantiene unidas la filosofía y la
política –el pensamiento y la vida–, y encuentra en esa conjunción
la respuesta a la pregunta ¿qué significa ser un filósofo spinozista?,
y también –aunque no sea exactamente la misma– ¿qué es ser un
filósofo para Spinoza? Acaso esta pregunta nos interpela ahora otra
vez con intensidad –lo hace siempre de ese modo cuando los tiem-
pos son adversos–, y nuevamente nos encontramos ante la necesidad
de acuñar una sabiduría de la resistencia en clave spinozista –y esto
significa que acompaña de una prudencia y de una calma el com-
promiso que es necesario sostener, no como una opción en virtud
de convicciones personales sino como una claridad de las cosas mis-
mas que vuelve inevitable dónde estar y dónde no. Un compromi-
so animado por la alegría de la comprensión ante la tristeza de la
125
devastación –por la potencia del pensamiento activo (o de la acción
pensante) ante la impotencia que imponen las dominaciones fácti-
cas. Y ante todo una experiencia de lo necesario que aloja la impre-
visibilidad –como imprevisibles eran para Cavaillès las matemáticas,
por lo que la conciencia no cuenta–.22 Antipódica del fanatismo, esa
experiencia de la razón no se subordina a cálculos de conveniencia.
En una recordada escena de Los caminos de la libertad, al recibir la no-
ticia de que había caído Madrid el pintor español Fernando Gerassi
decide regresar a España para retomar el combate. Cuando su inter-
locutor (Sartre mismo) lo advierte del sinsentido de su acto por estar
ya la guerra perdida, su memorable respuesta fue: “No se combate al
fascismo porque se le pueda ganar, se lo combate porque es fascista”.
22. Cfr. Bruno Huisman, “Cavaillès et Spinoza”, en Olivier Bloch (comp.), Spinoza au
XX siècle, Presses Universitaires de France, Paris, 1993, p 82.
126
Spinozismo como filosofía de la praxis
127
la justicia (que, como todo lo que acontece en la vida social, Spinoza
remite a una trama afectiva concreta, en este caso a pasiones como
la ambición y la venganza). Así explicitada, esa interlocución –a la
vez incipiente y ya fecunda– encuentra en un raro ensayo de Cecilia
Abdo Ferez una de sus posibilidades más inspiradoras.
¿Un libro de filosofía moderna? ¿Un libro de filosofía política? Tal
vez, pero sobre todo Crimen y sí mismo3 es una compleja aventura del
pensamiento cuya tracción filosófica indaga la pregunta ¿qué hacer
con los clásicos en América Latina? La indaga, y la responde de he-
cho, sin formularla de manera explícita, sin preceptivas innecesarias,
conducido por una libertad radical sólo atenta al asunto que se trata
de pensar y con un rigor anómalo que se abre a lo imprevisto, que
precipita una conjunción de argumentos y de autores presuntamente
desvinculados y lejanos en sus contextos de significación.
Para ello, se pone en obra una exploración –y una genealogía–
de las nociones de individuo y propiedad –“propiedad de sí”–; del
vínculo entre sujeto y propiedad que conduce al problema del “cri-
men” en tanto vulneración de uno y otro. Abdo Ferez persigue la
constitución de este tipo de transgresión –“incircunscribible”– que
no puede ser reducida a las nociones de “delito” y de “pecado” –a
las que involucra y desbarata a la vez. Así, el crimen no es lo otro de
la propiedad sino “un aspecto interno de la misma”, y revela su vín-
culo estrecho con la soberanía y con los desplazamientos sociales
descriptos por Marx en su explicación de la acumulación originaria
(criminalización de los pobres, libertos y vagabundos desplazados
de sus comarcas, etc.).
En este trabajo quisiéramos poner el foco en la primera parte
del libro –que se compone además de una larga introducción; otras
tres partes sobre Leibniz, Locke y Rousseau respectivamente; y un
epílogo sobre “Enfermedad y mestizaje en Nietzsche”–. El trayecto
spinozista en cuestión propone una lectura situada, legataria de esa
corriente de interpretación y de inspiración que podríamos llamar la
128
izquierda spinoziana, a la vez que en ruptura con ella; o más bien en
desvío orientado a componer un nuevo capítulo –un capítulo latinoa-
mericano– en la intermitente tradición inspirada en esa “anomalía
salvaje” del siglo XVII, cuyos efectos se extienden desde los primeros
libertinos hasta el programa de trabajo que de manera diferenciada
inician en los años 60 Althusser, Deleuze o Matheron, y se desarrolla
de una u otra manera hasta hoy. Ese capítulo latinoamericano en
construcción, que tiene en A nervura do real y los demás escritos de
Marilena Chaui su impulso más potente, se articula de manera viva
y creativa en torno a la cuestión democrática, cuyo modo de darse
entre nosotros convoca el uso inesperado de lo ya pensado y también
la novedad y el riesgo de lo que aún no ha sido dicho.
Además, ese capítulo latinoamericano es en gran medida un
trabajo en y sobre la lengua, considerada en su extrema relevancia
científica y política. La tarea en curso y por venir de producir un spi-
nozismo en lengua castellana y en lengua portuguesa –que no eran
irrelevantes para nuestro filósofo– presentaría no solo una impor-
tante contribución a un cosmopolitismo spinozista babélico y plu-
rilingüe –que además de los idiomas occidentales se compone, de
manera creciente, por otros como el turco, el ruso o el chino–, sino
también instituiría una perspectiva desde donde comprender los
acontecimientos políticos por los que transitamos en la marcha de
las democracias en la región (aún sin saber lo que puede una demo-
cracia), y desde donde abrir el mundo.
4. Sobre las variantes entre las filosofía de la praxis en Gramsci y Mondolfo, ver
de este último “En torno a Gramsci y la filosofía de la praxis”, en El materialismo
129
efecto, se opone a la apropiación de Spinoza por la II Internacional
(Bernstein, Plejánov, Kautsky) –a la consideración del monismo spi-
noziano como visión cerrada del mundo y “ancestro” del materialis-
mo–. En ruptura con cualquier naturalización cerrada de la historia,
el “uso crítico” de Spinoza por Labriola da lugar a una interpretación
destotalizadora de la filosofía de la inmanencia como filosofía de la
praxis, contra el programa abierto por Plejánov –y continuado por De-
borin y los “dialécticos”–, orientado a pensar con el autor de la Ética
(llamado “el Marx sin barba” en la escuela deboriniana) una continui-
dad homogénea entre naturaleza y sociedad.5
En particular un conjunto de escritos mondolfianos6 acentúan
una dimensión historicista y práxica en Spinoza –quien, al igual que
Bruno y que Bacon, anticiparía la idea de umwälzende Praxis, carac-
terística del proceso más tarde delineado por Marx–. Este vínculo
entre la concepción historicista de Spinoza y la idea marxiana de
una constante conversión (Umwälzung) de la praxis, se establece
como una importante articulación histórica no obstante el carácter
anti-dialéctico de la filosofía spinozista y la ausencia de una revolu-
tionäre Praxis7 explícita.
histórico en F. Engels y otros ensayos, Raigal, Buenos Aires, 1956, pp. 383-413. Tam-
bién de Nicola Mateucci “La cultura italiana e il marxismo dal 1945 al 1951”, en
Rivista di filosofia, 1953.
5. Ver el trabajo de André Tosel, “Des ‘usages’ marxistes de Spinoza. Leçons de mé-
thode”, en Olivier Bloch (ed.), Spinoza au XX siècle, Presses Universitaires de France,
Paris, 1993, pp. 515 y ss. Sobre la recepción soviética de Spinoza, el clásico libro
de George Kline, Spinoza in Soviet Philosophy, 1952. También Abram Deborin, “Spi-
nozismus und marxismus”, en Chronicon Spinozanum, V, 1927, pp. 151-161; y León
Dujovne, Spinoza, su vida, su época, su obra, su influencia, tomo IV, Universidad de
Buenos Aires, 1945, pp. 236-242
6. Rodolfo Mondolfo, “Gérmenes en Bruno, Bacon y Espinosa del concepto mar-
xista de la historia”, en Marx y el marxismo, Fondo de Cultura Económica, México,
1960; “Spinoza y la noción del progreso humano”, en Babel, Santiago de Chile, 1949;
“Concepción historicista de Spinoza”, Babel, Santiago de Chile; “La contribución de
Spinoza a la concepción historicista”, en Homenaje a Baruch Spinoza, Museo Judío de
Buenos Aires, 1976, pp. 163-175.
7. Cfr. “La contribución de Spinoza a la concepción historicista”, en Homenaje a Ba-
ruch Spinoza, cit., pp. 172-175.
130
Para su interpretación del spinozismo como filosofía de la praxis
Mondolfo invoca en primer término el § 16 de Tractatus de intellectus
emendatione (donde se explicita que el sentido y fin de las ciencias
es “la suprema perfección humana”); a partir de allí inscribe a Spi-
noza en una concepción que afirma la solidaridad entre intelecto y
mano, contemplación y acción, ciencia y técnica. Para Spinoza no hay
–como para Bruno– una unidad esencial entre acción y contempla-
ción, sino una correspondencia y un paralelismo entre los caminos
recorridos por la ciencia verdadera y la creación material de la técnica
humana. “Es un hecho característico –dice el maestro machigiano–
que un racionalista como Spinoza se dirija al mundo de la acción y de
las creaciones manuales para mostrar por cuál camino y por cuáles
medios puede efectuarse la conquista del conocimiento intelectual”.
A continuación cita el significativo pasaje del De intellectus... (§§ 30-
32) en el que el problema de la conquista progresiva del método de
investigación intelectual encuentra solución en el modelo ofrecido
por la creación de los productos e instrumentos materiales: “para
hallar el mejor método de investigar la verdad –escribe Spinoza–,
no se requiere otro método para investigar el método de investigar
[...]. Sucede en esto exactamente lo mismo que con los instrumentos
materiales, sobre los que se podría argumentar del mismo modo.
Y así, para forjar el hierro, se necesita un martillo; para poseer un
martillo hay que hacerlo, y para ello se necesita otro martillo y otros
instrumentos, y para obtener éstos se requieren otros instrumentos
y así hasta el infinito. En vano se esforzaría nadie en probar, de este
modo, que los hombres no tienen poder alguno de forjar el hierro”.8
En un sentido diferente de esta comprensión mondolfiana de Spi-
noza –en rigor más bien considerado en este caso como “filosofía de
la poiesis”–, y en tanto avatar de otro concepto de filosofía de la pra-
xis que se busca intencionar ahora, el spinozismo se sustrae a toda
8. Tratado de la reforma del entendimiento, versión de Atilano Domínguez, Alianza,
Madrid, 1988, p. 86 –Mondolfo acude a este pasaje y lo analiza tanto en “Gérmenes
en Bruno, Bacon y Espinosa del concepto marxista de la historia”, cit., pp. 66-67,
como en “La contribución de Spinoza a la concepción historicista”, en Homenaje a
Baruch Spinoza, cit., pp. 169-171.
131
condición de “ideología disponible” –según la expresión de Mariana
Gainza–, sin sucumbir no obstante a ninguna ingenuidad de presu-
poner una teoría del sujeto libre, lúcido de sus intereses, propietario
de sus actos y autónomo de sus condiciones de existencia. Más bien
su inscripción en la maraña transindividual de intereses y relaciones
afectivas que lo exceden y lo despojan de toda soberanía es el terreno
de una praxis individual y colectiva incierta, abierta a la experiencia
y a la novedad. Praxis quiere significar aquí toma de distancia del
“determinismo”, del “fatalismo”, de una filosofía de la historia como
curso preestablecido de acontecimientos y de cualquier “garantía
ontológica” de la emancipación humana –es decir, equidistancia del
voluntarismo y el determinismo; o también: acción pesimista de la
voluntad que no es necesariamente acompañada de un “optimismo
de la inteligencia”–.
Multitud y libertad de pensar establecen los términos que abren el
campo de praxis spinozista: el primero (la potentia multitudinis en tan-
to fundamento democrático de la ciudad, que Cecilia Abdo concibe en
clave barroca como fondo oscuro e incompleto) preserva a Spinoza de
una inscripción simple en la tradición liberal; el segundo lo preserva
de una ontologización de la política como puro reino de la fuerza. Por
una parte, la multitud democrática (de fondo ambivalente y emanci-
patoria por deriva política, no por esencia) extiende e incrementa su
potencia en virtud de mediaciones institucionales sin perder nunca
su condición realista –maquiaveliana–; por la otra, el hecho del pen-
samiento (la simple declaración axiomática de que el hombre es un
ser pensante: homo cogitat) se expresa como ingenium político singular
(en tanto “pars naturae” siempre dinámico y abierto a la experiencia),
pero también como deseo de pensar, poder constitutivo que asume la
trama pasional de la vida en común. Liberalismo “anómalo” que no
soslaya nunca el carácter irreductible de la multitud –ni el descentra-
miento fundamental del individuo–, a la vez que pensamiento como
potencia, intelecto general, comunismo del entendimiento. Inscripto
en el orden del deseo, el pensamiento se afirma como libertad pública
–si bien, como señala Tosel, Spinoza tampoco podría ser plenamente
132
inscripto en la tradición republicana en la medida en que abjura de la
dimensión sacrificial y moral que porta la noción tradicional de bien
común.9 Republicanismo, pero maquiaveliano.
La dimensión práxica del spinozismo –que más recientemente ha
sido también indicada por Stefano Visentin10– establece una ruptura
con la confianza hobbesiana en la pura teoría –y en particular en
las ciencias exactas– para producir efectos de paz y neutralizar con-
flictos, según puede leerse por ejemplo en la dedicatoria al De cive:
“Pues si se conociera la razón de las acciones humanas con el mismo
grado de certeza con el que se conocen las razones de las dimensio-
nes de las figuras, la ambición y la avaricia, cuyo poder se apoya en
las falsas opiniones del vulgo acerca de lo justo y de lo injusto, queda-
rían desarmadas; y el género humano gozaría de una paz tan sólida
que no parece que hubiera que luchar en adelante (a no ser por el
espacio que requeriría el aumento de la población)”.11
Por el contrario, Spinoza desconfía del poder de la teoría sobre
el mundo de la praxis –nunca transparente en sí mismo– en el que
filósofos y no filósofos se hallan inmersos. En consecuencia, “lejos
de constituir un principio autoevidente –escribe Visentin–, la teoría
requiere un continuo trabajo de adecuación a las condiciones histó-
ricas del momento, de ‘contaminación’ con el lenguaje común, de
‘elección de parte’ en el conflicto político que le es contemporáneo: la
contingencia determina la teoría tanto cuanto esta última contribuye
a instituir una práctica… La voluntad de elaborar una reflexión en es-
trecha cercanía con las dinámicas efectivas de la experiencia política
holandesa, en un ‘cuerpo a cuerpo’ con la actualidad sin márgenes
para una teoría pura, y el intento de incidir sobre aquellas dinámi-
cas, de considerar el propio pensamiento siempre también como una
práctica, constituyen la inspiración fundamental de la concepción
spinozista de la democracia”.12
9. Cfr. André Tosel, “La filosofía política en el espejo de Spinoza”, en Actuel Marx, 2001.
10. Stefano Visentin, El movimiento de la democracia. Antropología y política en Spino-
za, Encuentro Grupo Editor, col. Rieuwertsz de filosofía spinozista, Córdoba, 2011.
11. Hobbes, Tratado sobre el ciudadano, Trotta, Madrid, 1999, p. 3.
12. Stefano Visentin, op. cit., pp. 12-13.
133
III. El spinozismo de Cecilia Abdo –también él una filosofía situada
de la praxis– está claramente inscripto en los dilemas más acucian-
tes de las democracias latinoamericanas, y en particular en torno a
dos temas centrales como la justicia (tópico “idealista” en principio
sin demasiada relevancia para Spinoza) y el poder (antagónico de la
potencia, según una comprensión cuasi fundante de la “izquierda
spinoziana”); viejas temáticas, en efecto, que en este caso no son sólo
ni principalmente teóricas sino que atraviesan las cuestiones abiertas
más urgentes que en los últimos treinta años han motivado la nece-
sidad de producciones institucionales novedosas, prácticas sociales
desconocidas, una clara resignificación del Estado y formas renova-
das de práctica teórica cuya interlocución con los clásicos –en este
caso la obra “non-finita”, incompleta, inacabada, es decir barroca de
Spinoza13– requiere de un rigor creativo renuente a una pura e inme-
diata aplicación, en sintonía con su misteriosa capacidad de afectar y
ser afectado en tiempos y lugares que son otros.
La justicia, en efecto, ha sido una demanda fundamental de la
reconstrucción social argentina luego de casi diez años de Terror
ejercido desde el Estado, y uno de los principales desafíos luego de la
restitución democrática en 1983, en tanto que el problema del poder
revela su urgencia en relación a la duratio democrática a la que se
confronta la actual experiencia política en algunos países de Amé-
rica Latina. Un spinozismo “en estrecha cercanía con las dinámicas
efectivas de la experiencia política latinoamericana” se abre aquí a
la pregunta por la institución, a la pregunta por la justicia y por el
poder, quizá ya por fuera del programa de lectura en cuyo centro gra-
vita Mayo de 1968 y donde el spinozismo reveló una extraordinaria
fecundidad filosófica.14
13. Remito aquí a Cecilia Abdo Ferez, “El concepto de soberanía en Spinoza. Una
lectura desde el barroco”, en Crimen y sí mismo…, op. cit., pp. 275-287.
14. Un programa latinoamericano de lectura de Spinoza como filosofía de la praxis
afronta cuestiones diferentes que las del spinozismo francés impulsado por libros
como Lire le Capital (1965) de Althusser; Spinoza et le problème de l’expression (1968)
de Deleuze o Individu et communauté chez Spinoza (1968) de Matheron –persistente
hasta nuestros días en los trabajos de Balibar, Macherey, Tosel o, en el ámbito italia-
134
La genealogía de la producción de valores –entre ellos la justicia– y
del Estado mismo los revela como efectos de un complejo juego de
fuerzas; como vectores de imprevisibles dinámicas afectivas que en un
momento concreto configuran la vida apasionada –es decir la vida–;
como resultado de un proceso que tiene al conflicto por materia, y no
como neutralidad trascendente a ese proceso. Es decir, “…el Estado
surge por la ambición exitosa de una parte imperante sobre las otras
partes para hacer que vivan según la índole propia de esa parte impe-
rante, según sus encarnaciones de lo bueno y lo malo”.15 La ambición
es exitosa como “potestad para prescribir una norma común de vida”;
se estabiliza y perdura mientras logre limitar la ambición de las demás
partes para hacer lo mismo. Desvío de una pura determinación jurídi-
ca de lo justo, a la vez que de la “perspectiva imposible” –la perspecti-
va de Dios: una perspectiva que no compara, que no atribuye autoría
(pues todo lo que sucede es según ella expresión de la potencia de
Dios, es decir de su esencia actuante). No obstante su imposibilidad
(pues la justicia, en tanto posible, lleva irremisiblemente la marca de la
no, de Negri, Virno, Morfino, etc. En su desvío, sin embargo, el spinozismo latinoa-
mericano será necesariamente tributario de esta tradición, que entiende asimismo
–con Spinoza– a la filosofía como una práctica. En un texto sobre la célebre frase
althusseriana en Elementos de autocrítica (“Si no hemos sido estructuralistas, ahora
podemos confesar son ambages por qué… Hemos sido culpables de una pasión real-
mente fuerte y comprometedora: hemos sido spinozistas”), Edouard Delruelle (http://
edouard-delruelle.be/nous-avons-ete-spinozistes-spinoza-le-marxisme-en-france/)
ha marcado recientemente que la filosofía francesa de los años 60 y 70 concebida
como “práctica” –y particularmente como práctica política– recibe su impulso más
decisivamente de Spinoza que de la “escuela de la sospecha” integrada por Nietzs-
che, Marx y Freud. La experiencia de la filosofía en tanto práctica –antagónica a su
comprensión especulativa en el Idealismo alemán– se determina como contacto vital
con la singularidad dada y con lo real, y en particular el tercer género de conoci-
miento –según Delruelle– en la interpretación althusseriana no es un conocimiento
teórico sino una experiencia práctica. O más bien: más allá de la oposición entre
teoría y práctica, “esta experiencia vital del pensamiento no sería ni la del sabio ni la
del militante, sino la del filósofo” (ibid.). La filosofía como práctica democrática –el
vínculo entre el comunismo filosófico y el comunismo democrático– revela una tarea
histórica que cada generación deberá poner en situación.
15. Cecilia Abdo Ferez, op. cit., p. 176.
135
finitud y de la determinación), o más bien debido a ello, esta perspecti-
va imposible –escribe Cecilia Abdo– abre sin embargo el trabajo de la
crítica y la recomposición continua de los valores.16
Concebida como sanción hegemónica de una “parte social im-
perante” –y en tanto tal como identificación de lo justo y lo jurídi-
co–, la justicia no admite “sacralización” ni fetichización; al igual
que el mérito, lo perfecto y lo imperfecto, la belleza o el bien, se
trata de una excrecencia imaginaria del mundo de la vida humana
que no concierne a la esencia de Dios ni a la esencia de las cosas.
Pero esta afirmación del carácter puramente extrínseco, imaginario
y ficcional de la justicia “no consagra el derecho del más fuerte, ni
aún si el más fuerte fuera lo que suele llamarse multitud”;17 antes
bien, la inscribe en la “estructura mudable de los poderes” y siem-
pre en una “cierta relación de fuerzas” abiertas así a la praxis huma-
na –a la reposición de otras relaciones; a una diversa composición
de las partes y a un nuevo régimen de distribución del poder y la
propiedad–. Una producción inmanente de justicia habida cuenta
de una situación –de una relación de partes y de fuerzas dadas–
desplaza por consiguiente cualquier “teoría de la justicia”. Justicia
pues como “estado de derecho”, pero a condición de entender este
concepto a la manera antigua: como jus no como lex. Es por ello que
la democracia –en cuanto institucionalidad que establece las condi-
ciones comunes de manifestación del derecho– es para Spinoza “el
más natural de los regímenes políticos”.18
136
La sociedad se establece como institución de lo justo, lo que sig-
nifica: como prevalencia de una parte social sobre las otras para im-
poner su norma de vida; como ruptura con la natural comunidad de
los bienes (es decir como ruptura con la condición bajo la que nada
es de nadie y, en ausencia de una voluntad común que adjudique a
cada uno lo suyo, todas las cosas son de todos), y como apropiación
–como “captura limitada” más que como transmisión– del derecho
de venganza de cada uno (E, IV, 27, esc. 2).
Hace algunos años, en un importante artículo Chantal Jaquet19
señalaba una desatención de la literatura crítica hacia el motivo “anó-
malo” de la venganza en la obra de Spinoza. La institución y conser-
vación de un cuerpo político no es posible por –ni nace de– la sola
razón, sino que tiene siempre a la base un afecto común, pues “el
alma del Estado –escribe Spinoza en TP, X, 9– son los derechos.
Y, por tanto, si estos se conservan, se conserva necesariamente el
Estado. Pero los derechos no pueden mantenerse incólumes, a me-
nos que sean defendidos por la razón y por el común afecto de los
hombres; de lo contrario, es decir, si solo se apoyan en la ayuda de
la razón, resultan ineficaces y fácilmente son vencidos”. Esos afectos
comunes que dotan al estado de eficacia y estabilidad son la esperan-
za, el miedo y “el deseo (desiderio) de vengar un mismo daño” (TP,
VI, 1). El deseo de venganza de un daño padecido en común en tanto
afecto pasivo –en tanto pasión de odio, que siempre es mala– puede
ser el fundamento –y es esta la mayor “anomalía” spinoziana– del
estado de derecho. En tanto deseo pre-político, la venganza no equi-
vale a un anhelo de justicia –concepto ya plenamente político–. Sin
embargo, esta temática anómala no se halla exenta de dificultades:
por una parte, la temporalidad del deseo de venganza no permitiría
explicar del todo la perduración del cuerpo político cuya institución
19. Chantal Jaquet, “El deseo (desiderium) de venganza como fundamento del cuerpo
político”, en Diego Tatián (comp.), Spinoza. Séptimo coloquio, Brujas, Córdoba, 2001,
pp. 281-294. Ver también las anotaciones de Sebastián Torres a este trabajo, donde el
problema de la venganza se elabora a partir de la conjunción de Spinoza con Maquia-
velo (“Spinoza y la venganza”, en ibid., pp. 295-303).
137
se obtiene gracias a ella;20 y por otra, en cuanto pasión triste y afecto
de odio la venganza es autorreproductiva y el Estado fundado en ella
estaría sumido en la violencia más que en la seguridad y la paz.
Pero lo que Spinoza intenciona como uno de los afectos comunes
que permiten explicar la institución de un cuerpo político no es la
venganza misma sino el deseo (desiderium) de venganza. Como fun-
damento político, ese deseo no es individual sino afecto colectivo sur-
gido de un daño padecido en común –un genocidio, una persecución
política, un exterminio por motivos religiosos, etc.–. Como indica
Jaquet, el término empleado por Spinoza no es cupiditas sino deside-
rium –que debemos pensar aquí no como deseo realizado sino como
deseo frustrado, no producido–. Deseo como ausencia y como falta.
Así comprendido, el deseo de venganza puede ser tangencialmente
bueno, si merced a las instituciones políticas es convertido en anhelo
de justicia. El Estado, en efecto, satisface el anhelo de justicia y a la vez
frustra indefinidamente el deseo de venganza que tiene por origen.
Tomando muy en consideración este trabajo, Cecilia Abdo conci-
be a la venganza como una pasión que “anida en la producción de lo
justo”, a la vez que lo amenaza y lo desestabiliza. Las condiciones de
activación de la venganza –que en tanto derecho natural permanece
en el Estado– se reducen cuando la parte imperante es extensa, en
tanto que se incrementa siempre que esa parte es pequeña y la gene-
ralización de su norma de vida es más arbitraria para las demás par-
tes –“o lo que es igual: cuanto más minúscula sea la parte imperante,
más pecadores, delincuentes y desobedientes habrá y por tanto, más
inestable e ilegítimo será el régimen”–.21
138
pudieron en gran medida realizar y evitar así la venganza efectiva
–o la melancholia social, la tristeza absoluta que arrastra consigo la
impunidad–. La duratio democrática –siempre imponderable e in-
cierta– debe en gran medida su virtud o su capacidad de resistir a la
fortuna destituyente a esta acción institucional sobre el daño (por lo
demás indispensable para una transición de la memoria a la historia,
del régimen de pasiones tristes que establece el duelo colectivo a una
lucidez común de los hechos ya no totalmente capturada en –ni re-
ducida a– la sola demanda de justicia22).
La producción de justicia a partir del deseo de venganza –y por
tanto la evitación de su cumplimiento por y para su satisfacción poli-
tizada– nos permite articular el problema de lo justo con la segunda
contribución de relevancia que es posible encontrar en Crimen y sí
mismo: la puesta en cuestión de la versión extrema que adopta algu-
nas veces la dicotomía entre potentia y potestas, a la luz de los proce-
sos democráticos latinoamericanos recientes.
Una filosofía de la praxis –que se activa con la pregunta: ¿qué so-
mos capaces de hacer aquí y ahora en orden a la emancipación ética
y política?– no solo asume en este caso todos los recaudos frente a
las ilusiones de soberanía en las que incurre la conciencia, sino que
además presupone la ontología de la necesidad, que Spinoza no iden-
tifica con ningún determinismo y sustrae del fatalismo. En una carta
donde presentaba como objeciones de otros sus propias tribulacio-
nes, decía Oldenburg: “Le diré, pues, lo que realmente les atormenta
[a sus lectores]. Parece usted implantar la necesidad fatal de todas las
22. En 2015 el pueblo armenio conmemoró el centenario del genocidio que sufrió
perpetrado por el Estado turco. El 15 de marzo de 1921 Soghomon Tehlirian asesinó
en Berlín, a plena luz del día, a Talaat Pasha, encargado de la solución final del pro-
blema armenio. El crimen fue asumido como un acto de venganza por la masacre de
un millón y medio de armenios. La temporalidad del deseo colectivo de venganza, en
este caso, se extiende en la misma proporción que la ausencia de justicia. Incólume
durante cien años, ese deseo de venganza de una nación se transmite –como lo hace
la memoria– de generación en generación sin posibilidad de una transición a la his-
toria. La transmisión del daño –Spinoza conocía bien las “calamidades” padecidas
por el pueblo hebreo– persiste junto al desiderium que le es correspondiente durante
mucho tiempo.
139
cosas y acciones; ahora bien, concedida y afirmada tal necesidad, di-
cen ellos, se corta el nervio de todas las leyes, de toda virtud y religión
y se hacen inútiles las remuneraciones y las penas”. Spinoza respon-
de: “yo no someto a Dios, de ningún modo, a la fatalidad (fatum),
pero concibo que todas las cosas se siguen de la naturaleza de Dios
con una necesidad inevitable, del mismo modo que todos conciben
que de la naturaleza del mismo Dios se sigue que Dios se entiende
a sí mismo; pues nadie en absoluto niega que eso se siga necesaria-
mente de la naturaleza divina, y sin embargo, no por eso concibe
nadie que Dios sea coaccionado por alguna fatalidad, sino que se
entiende a sí mismo con absoluta libertad, aunque necesariamente.
Por otra parte, esta inevitable necesidad de las cosas no suprime ni
los derechos divinos ni los humanos”.23
Concebida como una fuerza productiva de efectos equivalente a
su esencia o a su grado de realidad, la potencia infinita no se ha-
lla subordinada a un destino ni a una fatalidad de todas las cosas y
todas las acciones; es actividad irreductible a una “potencia desnu-
da” –como Gueroult llama al libre arbitrio incomprensible del Deus
absconditus–: a la vez que libre, no sometida al fatum. Siempre col-
mada, la potentia no es un reservorio de posibles no realizados –no
es “potencia de no” ni potencia inoperante–.24 Potestas, por su parte,
23. Cartas 74 y 75, en Spinoza, Correspondencia, Alianza, Madrid, 1990, pp. 389 y 391.
24. La de Spinoza es siempre potencia en acto. En la discusión agambiana acerca de
la inoperancia, compartiría la posición megárica. En efecto, los megáricos sostenían
contra Aristóteles que la potencia no existe sino en cuanto se la ejerce. Hay una po-
tencia de construir (de leer, de pensar…) sólo en la medida y en el momento en que se
construye. “Hay quienes, como los megáricos, sostienen que algo sólo tiene potencia
cuando ejerce una acción, y que no la tiene cuando no ejerce acción alguna. Así, quien
no construye no tiene potencia de construir, sino sólo el que construye mientras
construye, y así en los demás casos. No es difícil advertir las consecuencias absurdas
de esta doctrina” (Mét., 1046b 29-34). Para Aristóteles, en cambio, la potencia existe
aunque no sea ejercida [cuando no es ejercida]; por ello, toda potencia humana es
esencialmente potencia de no ser puesta en acto. “El hombre –escribe Agamben–
es el señor de la privación, porque más que cualquier otro viviente está, en su ser,
asignado a la potencia. Pero esto significa también que está abandonado a ella, en
el sentido en que todo su poder obrar es constitutivamente un poder no-obrar; todo
su conocer un poder no-conocer”. El sustantivo adynamía no significa “impotencia”
140
introduce una diferencia imaginaria entre capacidad en acto y capa-
cidad no realizada; extrañamiento –dice Cecilia Abdo– que “permite
alojar lo posible en el entendimiento humano al presentarse como
verdad concebible y reclamada a un Dios puesto como sujeto… en
su falsedad [esta representación] contiene la verdad que repone la di-
ferencia ontológica entre nuestro entendimiento finito” y la infinita
necesidad interna del todo.25 La reposición de la potestas es intencio-
nada aquí como manera humana de imaginar la incesante potencia
de Dios. Y esta restitución imaginaria puede tener un sentido conser-
vador –si se reafirma lo dado y lo acostumbrado, en la experiencia y
en el conocimiento–, o un sentido liberador, si se desplaza de ellos.
La hipótesis general de Cecilia Abdo es que en tanto diferencia
imaginaria de la potencia que da lugar a lo posible, la potestas es con-
vocada en la primera parte de la Ética “como atisbo del poder de la
imaginación humana”. Con lo cual se abre un campo fecundo para
la justicia, ya que se instituye como mecanismo de imaginación y
producción de lo justo, que no se reduce a lo dado pero tampoco
compromete ningún criterio trascendente ni trans-histórico.26
Por fuera de la tradición interpretativa que concibe a la potestas
como bloqueo y represión de la potentia, Cecilia Abdo realiza una
lectura más ambivalente de la relación entre ambas. Potestas puede
ser, en efecto, lo que despoja a los seres de lo que pueden, pero tam-
bién aquello que traduce o repone para la finitud y la imaginación
la infinitud de la potencia divina. En una nota al pie se explicita
con claridad la inspiración política de esta reinterpretación que se
desvía de la lectura negriana: “Esa lectura [de La anomalía salvaje]
fue muy influyente en la Argentina (y en mí) durante el neolibera-
lismo de la última década del siglo XX y por eso le presto particular
atención: hacer cuentas con esa lectura no me lleva a desestimarla,
141
sino a recuperar los elementos de su potencialidad crítica que son
inscribibles en una coyuntura como esta en América Latina, más de
diez años después, y cuando la capacidad de intervención de los go-
biernos y su signo ideológico no es el mismo. Creo, en este sentido,
que describir a la potestas como ‘gobierno parásito’ hace de la obra
de Spinoza un dogma inservible para pensar la coyuntura actual del
continente americano”.27
27. Ibid., p. 217. Sería necesario, desde luego, reactualizar estas líneas escritas en
2013, tras el reflujo conservador en Argentina y América Latina.
28. Ibid., p. 219.
142
poderes y las potencias que tienen lugar en un tiempo y un espacio
dados. La comprensión de la potestas que produce el texto de Cecilia
Abdo la vincula al poder de la imaginación y la recupera como una
“humanización de la potentia”. No es lo falso frente a lo verdadero
de la potencia; no es un puro objeto de vulneración y destitución;
no una pura máquina de cancelar, neutralizar y despolitizar, sino
también, bajo ciertas circunstancias, una expresión de la potencia y
una producción ambivalente de la imaginación humana que produce
efectos de verdad. O efectos de justicia –como lo son las condenas
y los juicios aún en curso de los crímenes cometidos bajo el Terror
ejercido desde el Estado–.
El conjunto de prácticas situadas que se abre en una democra-
cia pensada en clave spinozista se inscribe en una encrucijada siem-
pre sin garantías donde intencionar el despliegue de una potencia
común emancipada de las derivas supersticiosas que se hallan en-
criptadas en pasiones tristes (lo cual no va de suyo, pues lo común
es pasible de adoptar formas de impotencia), y donde precipitar su
manifestación –para concluir con un pequeño homenaje al maestro
Van den Enden– en “proposiciones políticas libres” y en institucio-
nes políticas libres.
143
Estado común contra la devastación
Spinoza en tres relatos judíos
145
casi ininterrumpidamente amor y odio en las generaciones sucesivas
del pueblo de Israel, interpelado así por una anomalía cultural que
algunos consideran el inicio del antisemitismo moderno –de lo que
León Poliakov llamaría “el antisemitismo racionalista o laico de los
tiempos modernos”–, mientras otros, al contrario, la consecución de
una antigua tradición judía alternativa al fariseísmo dominante, tras-
vasada en odres filosóficos.
La inspiración spinozista no se extiende solo a la filosofía y la teo-
logía sino también a la literatura, y se revela particularmente fecunda
durante el siglo XX en escritores de todas las lenguas. En el caso de la
literatura judía contemporánea, la marca de Spinoza se revela nítida
en algunos narradores cuyas obras se orientan a comprender el esta-
tuto del judaísmo en el mundo moderno.
En este trabajo me propongo considerar tres relatos de la litera-
tura judía actual en los que Spinoza ocupa una explícita centralidad,
escritos respectivamente en 1944, 1966 y 1982 por Isaac Bashevis
Singer, Bernard Malamud y Amos Oz: El Spinoza de la calle Market
(publicada en idish como Der Spinozist, y en inglés en 1961 como
The Spinoza of Market Street); El reparador (The fixer) y Un descanso
verdadero (Memhah nekonah). Los dos primeros desarrollan la his-
toria en la segunda década del siglo XX, en el clima cultural de la
Mitteleuropa que preparaba lo que Raoul Hildberg llamó “la des-
trucción de los judíos europeos”, en tanto que la novela de Amos
Oz transcurre en un kibutz israelí durante los meses anteriores a
la Guerra de los Seis Días de 1967. La explícita presencia de Spino-
za en ellas a través de alguno de sus personajes principales no es
incidental sino una clave del desciframiento y la comprensión de
la situación del judaísmo en las circunstancias políticas que antece-
dieron y siguieron a la Shoá.
autoridades no desearan normar para generaciones futuras. Sea como fuere, parece
que la prohibición de leer las obras y composiciones de Spinoza ya no tiene vigencia”
(Y. Yovel, Spinoza, el marrano de la razón, Anaya & Muchnik, Madrid, 1995, p. 211).
146
II. El Spinoza de la calle del mercado narra la historia del viejo pro-
fesor Nahum Fischelson, cuya única dedicación es el estudio de la
Ética en una buhardilla varsoviana. Llevaba treinta años leyendo y
anotando el original latino de Spinoza; los borradores se acumula-
ban sin concluir nunca el estudio, que había comenzado a escribir
mucho tiempo atrás. El cuento se organiza en el contrapunto en-
tre la lectura solitaria del viejo profesor en su modesto desván y el
vocinglerío humano en el mercado de Yanash, debajo mismo de
su ventana, donde los oficios terrestres tienen su punto de conver-
gencia: “Ladrones, prostitutas, juglares y bribones vagaban por la
plaza… Los muchachos se reían a carcajadas y las muchachas chi-
llaban. Un vendedor ambulante con un barril en la espalda, rasgaba
el ruido general con sus gritos intermitentes. Un vendedor de san-
días voceaba en tono salvaje mientras el cuchillo que empleaba para
cortar la fruta parecía gotear sangre…”.2 Vendedores de pescado,
comerciantes de oro, mercaderes de azúcar o de leña gritaban sus
productos hasta que todo se interrumpía al final del día y la taberna
se poblaba de carniceros, obreros y soldados que se emborrachaban
de cerveza. El espectáculo de la vida humana en su primitiva diver-
sidad transcurría como un río poderoso bajo la ventana del doctor
Fischelson, quien solo una vez a la semana se internaba en el mer-
cado en busca de provisiones.
Pero el relato convoca asimismo una diversidad diferente de la
que revela la vida del comercio en el mercado; la diversidad del ju-
daísmo que saturaba Varsovia y el fondo político en la que se halla-
ba inscripta esa diversidad: “Los acontecimientos de 1905, cuando
los jóvenes de la calle Market habían comenzado a organizar huel-
gas, a lanzar bombas a los puestos de policía y a disparar contra los
esquiroles… aumentaron enormemente su aislamiento. Empezó a
despreciar todo lo que estuviera relacionado con el judío moderno,
sionismo, socialismo, anarquismo”.3
147
Además de la revolución de 1905 (Polonia era entonces parte de
la “patria de los zares”) que el doctor Fischelson condena en pre-
sunta clave spinozista como “una destrucción de la sociedad, sin la
que cualquier existencia humana razonable es imposible”, el relato
deja sentir sin nunca mencionarlos los progromos que desde el si-
glo XIX se extendieron en la Rusia zarista, y que se continuarían
durante la Revolución de Octubre y hasta el progromo de Ucrania
en 1941 y el de Kielce en julio de 1946. La locura humana de la
devastación racial, muy diferente a la de los inocentes mercaderes,
bribones y borrachos de la calle Market, encuentra su reverso en el
cielo y la astronomía, de la que el doctor Fischelson era cultor con
el pequeño telescopio que aun estudiante había comprado en Suiza.
En la contemplación del cielo obtenía su experiencia de la eternidad
como parte “de esa extensión infinita que según Spinoza era uno
de los atributos de Dios”, y todo lo humano, incluso la locura de la
Guerra, perdía contundencia.4
En uno de sus días de compras, el doctor Fischelson se entera
del asesinato del archiduque de Austria en Sarajevo y la inminencia
de la Guerra: se desata la carestía, el comienzo de las movilizacio-
nes, el traslado de cañones y las procesiones católicas. Con ese fon-
do de contienda, el retraído lector de la Ética contrae matrimonio
con una humilde muchacha a la que todos llaman Dobbe la Negra,
y el relato, que debía ser el de una vida solitaria y acabada, concluye
en una historia de amor.
Daniel Schwartz –quien considera a Singer como “el mayor ironista
4. Según una antigua tradición griega (Tales cae en un pozo por contemplar las es-
trellas) y también judía, el saber del cielo es lo más propio de la filosofía. En una
conferencia sobre el Génesis pronunciada en Chicago en 1957, Leo Strauss señalaba
este vínculo y afirmaba la radical identificación entre filosofía y cosmología, y una
oposición profunda entre esta y la Biblia: “toda filosofía es, en última instancia, cos-
mología”, rechazo de la revelación y de la creación. Como indica Iván Segré comen-
tando este texto, el interés por el cielo y la adoración de los cuerpos celestes imputada
por Strauss a los filósofos traduce lo que el Talmud llamaba “servidor de las estrellas”
(oved cohavim) [ver Leo Strauss, “On the Interpretation of Genesis”, en L’Homme,
janv.-mars 1981, XXI (I), pp. 5-20; e Iván Segré, Le manteau de Spinoza. Pour une
éthique hors la Loi, La Fabrique, Paris, 2014, p. 117].
148
del spinozismo judío”5– apunta que en el judaísmo centro-europeo la
lectura de Spinoza opera a menudo como un rito de pasaje del tradi-
cionalismo al secularismo, y que el narrador polaco –sobre cuya obra
se extiende omnipresente la sombra de Spinoza6– nunca toma al autor
de la Ética como motivo literario directo, sino más bien a su recepción
judía (si bien en algunas de sus notas de trabajo y manuscritos inéditos
se encuentran fragmentos de literatura más biográfica, entre los cuales
uno llamado “Los últimos años de Spinoza”7).
No obstante haber dedicado su existencia entera a adecuar la vida
a los principios de la Ética y no sólo a estudiarla (al igual que el fi-
lósofo amstelodano, el Dr. Fischelson es un solitario que habita una
habitación en alto –exactamente como las que habitó Spinoza en la
casita de Rijnsburg y en la de La Haya–, padece también de una en-
fermedad, se interesa por los telescopios, etc.), el Spinoza polaco de
la calle Market es emblema de una vida no spinozista. Despojado de
toda calma, el viejo profesor del relato singeriano vive afectado por la
obsesión de la muerte y traiciona así la enseñanza spinozista princi-
pal: libre es el hombre que piensa en la vida y se conduce por el deseo
de vivir, es decir quien se emancipa de las espectralidades tanáticas
(E, IV, 67) que redundan en melancolía, misantropía y vituperio de
los seres humanos, y así malogran la existencia. La Ética no es experi-
mentada por el viejo judío polaco como un “libro de vida” sino como
un texto sagrado al que se atiene con erudición fetichista y obsesiva.
5. Daniel Schwartz, The First Modern Jew. Spinoza end the History of an Image, Prince-
ton University Press, 2012, p. 157.
6. El estudio de la importancia que reviste la figura de Spinoza en la literatura de
Isaac Bashevis Singer tiene tres fuentes principales: los escritos autobiográficos, la
extensa novela intergeneracional La familia Moskat (Di familye mushkat, 1945-1948)
–además de El Spinoza de la calle Market (1944)–. El descubrimiento de Spinoza por
el pequeño Isaac remonta a la lectura adolescente de uno de los pocos libros sobre
el autor de la Ética publicados en idish hasta ese momento: Borukh Shpinoza: Zayn
filozofye, bibel-kritik, shtatslere un zayn badaytung in der antviklung mentshlikhen denken
[Baruch Spinoza: su filosofía, su crítica bíblica, su teoría política y su importancia para
el desarrollo del pensamiento humano] (1917), de Shaul Stupnicki. “Cuando leí ese
libro me sentí intoxicado, inspirado como nunca antes me había sentido” –escribirá
Singer en In My Father Court (New York, 1966, p. 305)–.
7. Daniel Schwartz, op. cit., p. 237.
149
Tal vez solo al final –cuando sucumbe al erotismo de Black Dobbe,
cree haberse vuelto loco y haber traicionado a Spinoza (“Divino Spi-
noza, perdóname. He perdido la cabeza”, son las últimas palabras
del relato)–, solo en ese tardío momento “milagroso”, Fischelson se
vuelve spinozista.8
El Spinoza de la calle Market trasunta la tragedia del judaísmo
oriental, previa y por venir, cuya lengua, el idish, aloja durante los
años 20 y 30 un spinozismo marginal que remite a nombres como
los de Jacob Shatzky, Aarón Zeitlin o Shaul Stupnicki, importantes
intelectuales en la escena del judaísmo cultural varsoviano duran-
te el tiempo de formación de Bashevis Singer –quien había llega-
do a la ciudad en 1923–. Las tribulaciones existenciales del profesor
Fischelson, su spinozismo erudito y torturado, el amor a destiempo,
dicen más de lo que la historia estrictamente cuenta acerca de la con-
dición que reviste una minoría al borde del desastre histórico.
III. La historia del “reparador” Yakov Bok –un obrero manual spi-
nozista con una instrucción filosófica rudimentaria y autodidacta9–
transcurre en Ucrania durante los años que antecedieron al inicio de
la Primera Guerra Mundial.10 Con la excusa de una infidelidad de su
8. Sobre el amor de Fischelson, ver Steven B. Smith, Spinoza y el libro de la vida. Liber-
tad y redención en la Ética, versión de Juan Manuel Forte, Biblioteca Nueva, Madrid,
2007, pp. 209-212.
9. “Lo poco que sé lo aprendí yo solo: historia y geografía, un poco de ciencia, de
aritmética, y estudié un par de libros de Spinoza. No es mucho, pero es mejor que
nada” (Bernard Malamud, El reparador, versión de J. Ferrer Aleu, Sexto Piso, Madrid,
2007, p. 14).
10. La novela está basada en un hecho real de 1911 relacionado con un libelo de san-
gre [práctica calumniosa contra los judíos, acusados de recrear la muerte de Cristo
con sangre de niños cristianos durante la Pascua], conocido como “proceso Beilis”.
Menajem Mendl Beilis, encargado administrativo de una fábrica de ladrillos de Kiev,
fue acusado de supuesto uso de sangre cristiana para hacer pan ácimo cuando apare-
ció el cuerpo mutilado de Andréi Yuschinski, un niño de doce años, en una excava-
ción a las afueras de Kiev. Un popular diario de San Petersburgo publicó que la secta
de los Jasidim había cometido el asesinato ritual. Importantes intelectuales y escri-
tores rusos –entre ellos Máximo Gorki– y europeos –como Anatole France y George
Bernard Shaw– denunciaron la falsedad de las acusaciones. Finalmente, el tribunal
150
mujer, pero en realidad por motivos de orden existencial,11 Yakov de-
cide vender sus pertenencias –con excepción de sus herramientas y
unos pocos libros12– y abandonar el shtetl donde había nacido y vivido
toda su vida para “saber lo que es el mundo”.
Montado en un viejo caballo en dirección a Kiev (la “Jerusalén
rusa”), un caudaloso río se interpone en su camino. El barquero que
lo transporta de una orilla a la otra revela con su discurso lo esencial
de eso que “pasa en el mundo”, y anticipa lo que vendrá:
“Día tras día, [los judíos] van adentrándose más en nuestra pa-
tria…, la única manera de salvarnos es aniquilarlos. No me refie-
ro a matar a un zhid [judío] de cuando en cuando, de un puñetazo
o de una patada en la cabeza, sino exterminarlos, como hemos
intentado hacerlo alguna vez, pero nunca como era debido. Lo
que yo digo es que tendríamos que reunir a todos nuestros hom-
bres, armarlos con fusiles, cuchillos, horcas, picos, con cualquier
herramienta que sirva para matar judíos, y al sonar las campanas
en la iglesia dirigirnos todos al barrio zhidy, fácil de encontrar
por el hedor que despide, y sacarlos de sus escondrijos, buhar-
dillas, sótanos y madrigueras y asaltarles los sesos, horadarles la
barriga llena de arenques, arrancarles las narices y liquidarlos a
todos, jóvenes y viejos, porque, si quedasen algunos, se reprodu-
cirían como ratas y tendríamos que volver a empezar”.13
151
se encuentra casualmente con una muchacha junto a su padre que,
borracho, se había desvanecido en la calle en medio de la noche, y
la ayuda a llevarlo a casa. En compensación, el hombre –un ruso
adinerado– le ofrece trabajo en su fábrica. Yakov advierte por una
insignia prendida de su vestimenta que es miembro de las Centurias
Negras,14 no obstante lo cual acepta su oferta de trabajo y de hospe-
daje fuera de Podol sin revelar su identidad. La muerte de un niño
de doce años hallado en una cueva con signos de tortura desata una
brutal ola antisemita en todo el país; delatado en su condición de
judío por otros empleados de la fábrica, Yakov es arrestado como el
autor del asesinato por la policía secreta “en nombre de Su Majestad
Nicolás II”. El resto de la novela narra sus años de reclusión y tortura
en las cárceles zaristas.
¿Quién es el Spinoza de Yakov? Al comienzo nada dice el relato
sobre el encuentro del aldeano judío con el filósofo excomulgado;
sólo que “estudié un par de libros de Spinoza” y que entre los pocos
volúmenes que llevaba consigo al dejar el sthetl (una gramática, un
manual de biología, un Atlas), hay uno llamado Páginas escogidas de
Spinoza. Esos libros, se sugiere allí, apartaron a Yakov de la Torah15
y lo impulsaron a marcharse de la aldea (pero “¿puede una idea con-
vertirlo a uno en aventurero?”); el deseo de abandonar el shtetl para
recorrer el mundo se presenta como un avatar de algo sucedido pre-
viamente: el abandono de la Biblia por la lectura de Spinoza (que
152
había transformado la vida de Yakov: “Cuando leía a Spinoza per-
manecía muchas noches levantado. Sus ideas me llenaban de excita-
ción y procuraba formar algunas por mi cuenta. Era el principio de
un Yakov diferente”16). Sabemos también que apenas llegado a Kiev
compró en una librería de Podol una Vida de Spinoza “para leer du-
rante las noches solitarias” (en las que también leyó sobre la masacre
de Novgorod por Iván el terrible; sobre la rebelión de los decembris-
tas y sobre los Narodniki).
Una vez avanzada la novela y sucedida la desgracia del encarcela-
miento, en un bello diálogo con el juez Bibikov dentro de una celda
umbría apenas iluminada por luz de vela, Yakov cuenta que su lectu-
ra de Spinoza es pura obra del azar.
16. Ibid., p. 211. Raisl, su mujer, adjudicaba a la pasión por Spinoza la pérdida de
su matrimonio: “Y tú, ¿fuiste un buen marido?... pasabas toda la noche levantado
leyendo a Spinoza y no la Torah, aunque era yo la perjudicada, y ya sabes a qué me
refiero” (ibid., p. 280).
153
en la escoba de una bruja. Me sentí un hombre diferente…
—¿Quiere explicarme lo que cree que significa la obra de Spi-
noza?...
—Es difícil responder a esto… Lo cierto es que soy medio
analfabeto… creo que lo que él pretendía era hacerse un hom-
bre libre…
—Su interpretación no es mala… aunque se refiere al hom-
bre más que a su obra. Yo quisiera que me explicara un poco
su filosofía.
—No sé si podré hacerlo –dijo el reparador–. Tal vez es que
Dios y la naturaleza son una misma cosa, y también el hom-
bre, ya sea rico o pobre… También me imagino que quiere de-
cir que la vida es la vida y que es insensato arrojarla a patadas
a la tumba. O esto o no entiendo nada de lo que el autor dijo
tan bien.
—¿Existe esta libertad que usted describe… o bien no se puede
ser libre sin libertad política?
—Podríamos decir que, según Spinoza, existe más de un con-
cepto de libertad… También opinaba que el hombre era más
libre cuando participaba en la vida de la sociedad que cuando,
como él, vivía en la soledad…”.17
Citado como epígrafe por Deleuze en uno de sus libros más popu-
lares sobre Spinoza,18 el pasaje anterior inspira su tesis de un “spi-
nozismo analfabeto”, más del afecto que de la idea. Exponente de
ese spinozismo popular que tanto poder de atracción ejerce sobre
los no filósofos, Yakov Bok, como advierte el juez Bibikov –intere-
santísimo personaje de la novela, también él spinozista, que acabará
asesinado por la policía del zar debido a su defensa del prisionero–,
es atraído sobre todo por la vida del filósofo y sólo en segundo lugar
por sus ideas. Durante las interminables noches de la prisión, en la
154
que no le estaba permitido leer, era acompañado por el recuerdo de
un hombre de carne y hueso que había sido arrojado a la soledad
por la comunidad a la que pertenecía; había sufrido un intento de
asesinato a manos de un fanático luego de la excomunión, y vivió
siempre en la pobreza, en habitaciones alquiladas, no obstante todo
lo cual había sido “el hombre más libre del mundo”. Esa libertad es
filosófica y política.
El spinozismo revela su sentido más profundo –su sentido revo-
lucionario– a la existencia y a la experiencia de un simple trabaja-
dor manual, acosado por la superstición y la persecución religiosa
y racial. La filosofía de Spinoza enseña que, cualesquiera sean las
circunstancias desafortunadas en las que hayan caído los seres hu-
manos, nunca deben concederle nada a la retórica del sufrimiento
y la conmiseración,19 ni concebirse como “objetos” del infortunio,
ni como meras “víctimas” de la violencia ajena, sino siempre como
sujetos capaces de recuperar la politicidad de la que se encuentran
circunstancialmente alienados, con la que revertir la situación en la
que se hallan por adversa que pudiera ser. La última página del relato
entrega la pepita de oro que aloja la filosofía para los seres simples
sobre quienes se abate el poder del Poder; su sentido emancipatorio
y activo: “Una de las cosas que he aprendido –pensó Yakov–, es que
no existe el hombre apolítico, sobre todo, si es judío… Uno no puede
permanecer sentado, presenciando su propia destrucción. Después,
pensó: Donde no hay lucha por la libertad, no puede haber libertad.
¿Qué dice Spinoza? Si el Estado actúa de una manera que es contra-
ria a la naturaleza humana, su destrucción constituye el mal menor.
¡Mueran los antisemitas! ¡Viva la revolución! ¡Viva la libertad!”.20
La historia de Yakov Bok (que recrea en la ficción la de Menajem
Mendl Beilis) marca el punto de derrumbe del anhelo asimilacionista
y su conmovedora deriva, cuyo inicio es Spinoza mismo. Antecedida
19. “Discúlpeme Su Majestad –elucubra Yakov en un imaginario diálogo con el Zar–,
pero lo único que me ha enseñado el sufrimiento es la inutilidad de sufrir… Sin
embargo, existe una cantidad suficiente de sufrimiento natural para que haga falta
acumular una montaña encima de él…” (ibid., p. 325).
20. Ibid., p. 326-327.
155
de una secuencia de progromos en los últimos años del siglo XIX y
los primeros del XX, la “destrucción de los judíos europeos” en los
campos de exterminio se abate retrospectivamente sobre la filosofía
spinozista como una ola procedente del futuro, y deja en la superficie
una derrota que permite su paradójica comprensión.
21. Amos Oz, Un descanso verdadero, versión de Raquel García Lozano, Sudamericana
Debolsillo, Buenos Aires, 2008.
156
justicia que clama el cielo…”,22 espeta Azarías al comienzo del libro,
en la primera mención de Spinoza, para luego ya no dejar de hablar
de él, antecediendo la cita con la fórmula: “Hace mil años Spinoza
escribió…”. “Hace mil años Spinoza escribió, según la traducción
de Klatzkin, que solo con generosidad y amor se puede conquistar
el alma del prójimo. Ha dejado de llover”. El viejo Yolek, jefe del
kibutz, enmienda: “¿Conoces a Spinoza del colegio o lo has descu-
bierto tú solo? ¿Me permites hacerte una pequeña corrección? No
hace mil años. Has dicho: mil años. Spinoza murió en Ámsterdam
hace unos trescientos años. Es verdad que eso también es mucho
tiempo. No obstante…”.23 Azarías es finalmente admitido en el ta-
ller mecánico kibutz como “reparador”. Además es músico y poeta.
En tono burlón, los kibutzim lo llamaban “el Spinoza de Yolek”
–mote que prospera en el sobrenombre “Chimpanoza”–.
Una mañana, Yonatán, Azarías y otros miembros del asentamien-
to agrícola de Granot realizan una excursión a las ruinas del antiguo
pueblo palestino de Sheij Dahr, destruido en 1948 durante la guerra
de la independencia. Aunque las casas y la vieja mezquita se hallan
reducidas a escombros, parecen conservar toda su amenaza: “…solo
quedan esas paredes quemadas en la cima de la colina y tal vez una
maldición flotando en el aire”. A medida que avanza el “día perfecto”
de la excursión, los peregrinos se sienten intimidados y observados,
rodeados de de una fuerza hostil, imprecisa y vaga. De tanto en tan-
to, sobre todo en las noches de tormenta, se oyen desde el kibutz
“unos gemidos que helaban la sangre y traspasaban el bramido del
viento” provenientes de las colinas de Sheij Dahr. Aunque desde hace
muchos años no hay nadie en ese pueblo abandonado desde su des-
trucción, los padres cuentan a los niños que “una banda de crimina-
les sedientos de sangre anida allí”. Como una fuerza invisible que
22. Ibid., p. 60. Más adelante se refiere la historia de “un hombre muy creyente… [que]
se declaró en huelga de hambre delante del ayuntamiento. Eso también lo sabía Yolek
por los periódicos. El hombre amenazó con ayunar hasta morir si no se revocaba, de
una vez por todas, el injusto y cruel anatema lanzado contra el difunto Baruj Spinoza.
El alcalde mandó a un funcionario a negociar con el manifestante…” (pp. 146-147).
23. Ibid., p. 65.
157
irrumpe en la rutina de los vivos, en sus días y en sus noches, algo
que llega de Sheij Dahr se resiste a desaparecer y consuma un persis-
tente hostigamiento.
La insistente invocación de Spinoza por el refinado Azarías Gitlin
a lo largo del relato de Amos Oz no tiene ya por marco –como en los
de Bashevis Singer y Malamud– la inestable condición de la existen-
cia judía en Varsovia o en Kiev durante la primera mitad de siglo XX,
sino por fondo la ideología heroica que impregnaba la construcción
del estado de Israel. Es en ese clima de reparación e incluso de vic-
toria militar, cultural y geopolítica luego de 1948 donde Spinoza es
invocado para descifrar el tiempo y reponer la pregunta por la liber-
tad humana. La especulación sobre la libertad en clave spinozista re-
vela su sentido (o sinsentido) en la circunstancia de construir la vida
sobre la muerte, establecer comunidades de trabajo sobre pueblos
destruidos que no dejan, sin embargo, de persistir como presencias
inquietantes.
Azarías lee a Yonatán la carta de Spinoza a Boxel acerca del ab-
surdo de creer que el mundo fue creado por azar; por el contrario,
agrega el joven spinozista, hay en el mundo un orden inmutable y
necesario, y es a partir de esta constatación filosófica que comienza
la tarea de la libertad.
158
mente y sin alzar la voz, diría que hicisteis lo que hicisteis
porque, de hecho, no teníais elección. Y a propósito, tampoco
los sirios…
—Te he preguntado qué proponéis vosotros. Tu Spinoza y tú.
Si nadie tiene elección… Si en cualquier caso todo está perdi-
do, ¿para qué ha escrito él ese libro y para qué lo estudias tú
como un burro?
—Mira, Yoni. Todo no está perdido. Eso no es lo que dice Spi-
noza. Al contrario…”.24
159
nosotros no poseemos nada de ellos: ni diccionario, ni gra-
mática, ni retórica. Por otra parte, la nación hebrea ha perdi-
do todo ornato y toda gloria (nada extraño, después de sufrir
tantas calamidades y persecuciones [nec mirum, postquam tot
clades & persecuciones passa est]), y no ha conservado más que
unos cuantos fragmentos de su lengua y de algunos libros;
pues casi todos los nombres de frutas, de aves, de peces y otros
muchos perecieron con el paso del tiempo. Además, el signi-
ficado de muchos nombres y verbos que aparecen en los sa-
grados Libros, o es totalmente ignorado o discutido. Junto con
todo esto, echamos en falta, sobre todo, el modo de construir
frases de esta lengua, ya que el tiempo voraz ha borrado de
la memoria de los hombres casi todas las frases y modos de
expresión característicos del pueblo hebreo”.25
160
Milner.26 Conforme esta persistente comprensión, el autor de la Éti-
ca no habría producido un universalismo emancipatorio y libertario
sino más bien habría abierto la vía del antisemitismo moderno. Se-
gún Cohen, en efecto, “Spinoza conservó todo su rencor por el ana-
tema en su contra, para derramarlo en este escrito [el TTP]”,27 que
concibió con “insensible crueldad” (p. 195) y solo motivado por “ven-
ganza” (p. 154). La investigación filológica de la Biblia puesta en obra
en el TTP por “el genio maligno de Spinoza” (p. 197) tiene por único
propósito “la destrucción del concepto judío de religión” (p. 138), lo
que “deja al descubierto su alma” mostrando el carácter “demónico”
[demönisch] (p. 198) de su intención y la deshonestidad de su trabajo.
Considerado por el filósofo de Marburgo como “el gran enemigo”,
“Spinoza constituye para la historia moderna del judaísmo la más
grande dificultad” (p. 205).
En igual sentido, para Milner, el propósito último del programa
spinozista –animado asimismo por resentimiento hacia su pueblo–
sería el de “borrar el nombre judío” de la memoria humana. En efec-
to, Spinoza habría teorizado una “técnica de persecución hacia los ju-
díos”28 desapasionada y exenta de odio; un borramiento cuyo “único
límite” sería la “masacre”, la “efusión de sangre” y los “asesinatos en
masa” (p. 102). Milner la llama “persecución perfecta”, que por una
ironía de la historia ha sido considerada como un alegato por la liber-
tad de creencia y su autor como un ícono de la tolerancia (p. 106). La
161
solución final spinozista –es la tesis fuerte de Milner– sería la conver-
sión de los judíos al Islam, y su maniobra consistiría en alabar la polí-
tica del imperio turco respecto de los convertidos, bajo la máscara de
la alabanza –por lo demás ficticia– de la política de España respecto
de los judíos conversos. Haría esto por prudencia, pues los turcos
eran los mayores enemigos del mundo cristiano, encriptando su ver-
dadero propósito en desplazamientos y contra-verdades conforme un
“arte de escribir” necesario por la “indecencia” del contenido que se
formula.29 La apostasía voluntaria y consiguiente conversión al Islam
de Sabbatai Tsevi –sin embargo nunca mencionado por Spinoza en
ninguno de sus escritos– sería pues lo que define su programa en
relación a los judíos:30 que el nombre “judío” desaparezca –por apos-
29. Sin necesidad de recurrir al artilugio de postular un deliberado “arte de engañar”
referido a las incongruencias –que según Milner serían por tanto deliberadas– de la
situación de los judíos en España y Portugal, estudiosos como Yosef Yerushalmi y
Yosef Kaplan han relevado las fuentes ibéricas del pasaje de TTP III que Milner llama
Hodie Judaei, que habría sido tomado casi literalmente de un Tratado (publicado en
Madrid en 1619) de Martín González de Cellorigo, en el que se lee: “Y el ver efectos
contrarios en los unos y tan diferentes de los otros da que juzgar: pues vemos en
Castilla, ya casi extinta esta nación, y a todos los della honrados y estimados y en
grandes puestos, muy Católicos y tan aventajados en la Fe que dexan muy atrás a
muchos que se precian de Christianos viejos; y por el contrario, en Portugal se ven
las calamidades y trabajos que al presente corren, dignas de remedio. Y lo que, por
los discursos y motivos que [en] tantos años de Letrado de Inquisición, la experiencia
me ha enseñado: entiendo que esto procede de no averse hecho en Portugal lo que
es tan a propósito para este punto, como se ha hecho en Castilla” (Martín González
de Cellorigo, Alegación en que se funda la Iusticia y merced que algunos particulares del
Reyno de Portugal, etc., Madrid, 1619. Obra publicada por I. S. Révah, “Le playoder
en favor des ‘Nouveau-Chrétiens’ portugais du licencié Martín González de Cellorigo
(Madrid, 1619)”, en Révue des études juives, CXXXII (1963), pp. 279-398. [Ver Yosef
Kaplan, Judíos nuevos en Ámsterdam, Gedisa, Barcelona, 2009, p. 59].
30. Richard Popkin afirma la existencia de una relación de Spinoza con misioneros
cuáqueros ingleses en Ámsterdam inmediatamente después de la excomunión (entre
1656 y 1658), y con el intenso movimiento milenarista del que fue contemporáneo. A
partir de un conjunto de documentos de la época, Popkin afirma que Spinoza pudo
haber traducido del holandés al hebreo dos panfletos cuáqueros, entre ellos un libro
sobre la Escritura de Margaret Fell –uno de los principales referentes cuáqueros de
Inglaterra–, en el que se instaba a la conversión de los judíos para el advenimiento
del Millenium. Esas traducciones serían las dos primeras publicaciones de Spinoza.
En el curso de esos años inciertos en los que acababa de romper con la Sinagoga,
162
tasía generalizada– para siempre de la memoria de los hombres.31
Tanto dentro como fuera de Israel,32 lo que hay en juego en la
discusión académica y política en torno al “problema Spinoza” (esta
había sido la expresión empleada por Rosenberg al confiscar los li-
bros de la casita de Rijnsburg el 6 de febrero de 1941: “obras de gran
importancia para el examen del problema-Spinoza”, decían las 18
cajas en las que fueron trasladados a Alemania) es la cuestión palesti-
na. En la perspectiva de Milner, el proyecto spinozista de conversión
Spinoza –es la tesis fuerte de Popkin– “se hallaba inmerso en un clima mesiánico y
milenarista, rodeado de personas que preparaban activamente la primera o la segun-
da venida del Mesías”, y habría abandonado el círculo de Menasseh ben Israel para
incorporarse a un mundo intelectual más amplio en cuyo centro estaba Peter Serra-
rius, quien habría sido a su vez el vínculo con Oldenburg. En una carta de diciembre
de 1665, el Secretario de la Royal Society preguntaba a Spinoza por el “rumor” según
el cual “los judíos, luego de haber estado dispersos más de dos mil años se hallan
ahora a punto de retornar a su país… Quisiera saber qué han escuchado los judíos de
Ámsterdam sobre esto y cómo reaccionan a semejante novedad, que, si es verdadera,
parece anunciar el fin del mundo”. Spinoza no responde –o al menos no se conserva
la carta de respuesta– y la relación con Oldenburg se interrumpe inmediatamente
por casi diez años. Lo cierto es que Spinoza nunca alude, ni en este caso ni en ningún
otro, a la figura decisiva de Sabbatai Tsevi. La sostenida relación –que se extiende por
al menos 12 años– de Spinoza con el místico “ultra-milenarista” y sabbataísta Serra-
rius [según Popkin la principal fuente de información de los cristianos de Europa
occidental en lo que respecta al movimiento sabbataísta] no deja de ser extraña, como
tampoco dejan de serlo algunos pasajes de su epistolario con Oldenburg, ni el hecho
de que el TTP nunca se haya referido negativamente a los movimientos mesiánicos y
milenaristas de su tiempo. Según la documentación de la que se dispone, en efecto,
Spinoza no discute nunca las perspectivas mesiánicas de Menasseh, La Peyrère, Se-
rrarius, Comenius u Oldenburg, con quienes tuvo interlocución o cuyos textos tenía
en su biblioteca. El rutilante silencio de Spinoza sobre Sabbatai, induce a Popkin a
considerar la posibilidad de que haya sido un secreto partisano del movimiento sab-
bataísta, en un sentido sin embargo muy diferente al de Milner (Richard Popkin, “Un
autre Spinoza”, en Archives de philosophie, 48, 1985, pp. 37-57).
31. En el citado Le manteau de Spinoza, Iván Segré desmonta punto por punto la argu-
mentación de Milner, que, donde hay un programa filosófico de emancipación y una
conversión de los seres humanos a la libertad, pretende encontrar una conversión de
los judíos al Islam para su desaparición –y con ella la desaparición del “odio” que su
existencia lleva implícita–.
32. Las tesis de Milner fueron originalmente expuestas en el Instituto de Estudios
Levinasianos de Jerusalén en 2010-2011.
163
masiva de los judíos al Islam para que desaparezca el nombre “ju-
dío” de la memoria de los hombres no obstante la persistencia de
la circuncisión [recordemos que esta se extiende a todo el mundo
islámico], presenta –como marca Segré– un claro correlato anacró-
nico en la actualidad. Sería suficiente aplicar hoy en Israel/Palestina
la política “liberal” de Spinoza (que sea posible vivir juntos en un
mismo territorio manteniendo la libertad religiosa de cada uno), para
que el vocablo “Estado judío” desaparezca de la lengua usual. Para
que esa desaparición se produzca, en efecto, es suficiente un “Estado
común” desde el Jordán hasta el mar.
Según esto, un Estado común de Israel/Palestina para todos los
habitantes, sean judíos, musulmanes o cristianos (es este, efectiva-
mente, el sentido del pasaje “sionista” en TTP, III –su “genio ma-
ligno” no sería solo filológico sino también territorial), significaría
en poco tiempo –es el argumento del actual gobierno israelí y tá-
citamente de Milner– la conversión del Estado judío en un Estado
islámico. Y cualquiera que afirme el bien común entre los diferentes
sería un antisemita encubierto.33
El espíritu y la letra de la filosofía spinozista nada tiene que ver
con esta línea de lectura y sí mucho que contribuir a la construcción
de una paz, que es siempre obra de lo común, entendido no como
algo ya dado a lo que se pertenece (un territorio, una religión, un
libro, una lengua) sino como algo en lo que se entra, una composi-
ción de las diferencias, la tarea de ser con otros, el vivir juntos como
porvenir. En sintonía exacta con esta deriva posible para oriente me-
dio y para la humanidad toda, el músico argentino-israelí-palestino34
Daniel Barenboim escribió en 2003 un bello artículo en el que relata
la influencia de la lectura de Spinoza cuando era niño en su ma-
nera de vivir la música (en particular el principio spinozista de la
33. En favor de un Estado común, Eyal Sivan realizó un hermoso film: Estado común
entre el Jordán y el mar (2013) [“La separación se realiza siempre en detrimento de los
que se quiere excluir”]. Sobre la cuestión del Estado común y la crítica a la posición
de Milner, ver Iván Segré, op. cit., pp. 77-79.
34. Daniel Barenboim es ciudadano palestino honorario desde 2012, convirtiéndose
así en el primer ciudadano israelí-palestino del mundo.
164
inseparabilidad de emoción y razón), y afirma su importancia para
el actual conflicto palestino-israelí.35 Su relevancia –afirma Baren-
boim– radica en que su filosofía “nunca se basó en la premisa del
ser judío como minoría. Precisamente por ello su filosofía es tan
contemporánea, ahora que el pueblo judío tiene su propio Estado, es
decir no es más una minoría…”, y se halla frente a otra minoría: el
pueblo palestino. La democracia israelí “no ha resuelto hasta ahora
el problema de un Estado donde las minorías son suprimidas”, por
lo cual “…el restablecimiento de la filosofía de Spinoza en Jerusalén
[contra la ortodoxia religiosa que determina actualmente el clima
espiritual] es esencial si quiere lograrse un progreso en el conflicto
de medio oriente”.
Si es verdad que “Spinoza constituye la más grande dificultad”
para el judaísmo actual, lo es porque sostiene un universalismo que
tiene profundas raíces en la cultura judía36 y no porque haya procu-
rado su destrucción ni la desaparición del “nombre judío”. El sentido
de la intervención literaria de Spinoza en Un descanso verdadero se
ilumina con la militancia por la paz de Amos Oz. Spinoza tendrá
mucho que decir siempre que el exterminio (y el misterio de “lo que
el hombre le hace al hombre” en general) reemprende su obra. Lo
que tiene por decir puede ser comprendido por cualquiera: por hom-
bres y mujeres simples –como Yakov Bok–; por soñadores refinados
e inquietos que no permiten que se desvanezca la interrogación vital
sobre todas las cosas –como Azarías Gitlin–, o por sabios estudiosos
–como el viejo Nahum Fischelson– que aspiran a producir una con-
ciencia de la humanidad, apremiados por la pregunta urgente acerca
35. Daniel Baremboin, “The purpose of the state is freedom. Daniel Baremboin on the
relevance of Spinoza’s Ethics to the conflict in the Middle east and music”, en http://
www.danielbarenboim.com/journal/the-purpose-of-the-state-is-freedom.html.
36. Yirmiyahu Yovel radicaliza esta interpretación y afirma que, en su estructura pro-
funda, el programa del TTP enseña una suerte de universalización del judaísmo, en
cuanto “religión política” ya no teocrática sino secularizada, despojada de contenidos
teológicos y compuesta solo de preceptos prácticos. El judaísmo como religión uni-
versal (que recupera el pensamiento de los “antiguos hebreos” –con cuyo pensamien-
to dice Spinoza coincidir en una carta a Oldenburg–) sería según Yovel el núcleo del
mensaje anticristiano del TTP (op. cit., p. 207).
165
del sentido de ser con otros. O por artistas como Daniel Baremboin,
cuyo texto antes citado concluye con simplicidad y precisión: “Con
la Ética de Spinoza Israel podría desarrollarse como un verdadero
estado democrático, en el que cada parte de la comunidad defina sus
valores éticos y el fin último de la humanidad”.
A través del arte, la literatura, la filosofía, la religión o la políti-
ca, por fuera de cualquier tentación sacrificial y sin nunca desviar la
mirada de la destrucción en potencia o en acto que se abate sobre la
vida humana, el viejo topo spinozista resplandece siempre en los mo-
mentos de peligro, hereda a las generaciones su insistencia de paz,
procura componer las diferencias en un estado común de los seres
humanos para transitar el tiempo que les ha tocado.
166
Geometría y amistad
Spinoza en Borges
1. “Así, para resumirlo todo en una prueba decisiva –escribía el autor de Yzur en un en-
sayo de 1910–, el sistema de Spinoza, tan famoso como mal conocido, formuló mucho
antes de Darwin, de Haeckel y de Spencer la filosofía del transformismo. Su negación
de todo designio de finalidad, sustituida por los efectos de una necesidad inconsciente;
su declaración de que todo es necesario y eterno; de que la creación como acto vo-
luntario es imposible; de que ni la estructura del universo ni el papel de los órganos
en nuestro cuerpo son otra cosa que acomodos sin determinación previa de ninguna
voluntad superior, plantean ya en forma determinante las conclusiones filosóficas de
los conceptos científicos dominantes ahora: la selección natural; la conservación de la
energía; la impersonalidad de los fenómenos; la adaptación al medio...” (Prometeo, Bue-
nos Aires, 1910, p. 82). Este extraño libro de Lugones recoge un conjunto de materiales
reunidos para un curso libre de Estética –que finalmente no se llevó a cabo– solicitado
por el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
2. Alberto Gerchunoff, Los amores de Spinoza, Babel, Buenos Aires, 1932.
167
Alvaro Yunque,3 Enrique Banchs,4 Ezequiel Martínez Estrada,5 José
Isaacson6 o, más recientemente, Alvaro Abós7, son algunos de esos
nombres que encontraron inspiración en el solitario morador de la
Paviljoensgracht de La Haya. Pero sin dudas el más persistente fre-
cuentador de Spinoza en las letras argentinas fue Jorge Luis Borges
–“Me he pasado la vida explorando a Spinoza”, decía en sus últimos
años–. Durante mucho tiempo Borges reunió material bibliográfico
con el objeto de escribir un libro sobre el autor de la Ética.8 De ese
3. En un curioso y extenso poema, Yunque establece una contundente inscripción de
Spinoza en el linaje revolucionario –operación más bien extraña en 1948–: “Hegel
echó a mover tu pensamiento / Engels y Marx le dieron nueva sangre / sabio Spinoza
pulidor de lentes / ya te oye el pueblo de Lenin y Stalin” (“Sabio Spinoza...”, en Judai-
ca, no 169-170, Buenos Aires, agosto-septiembre de 1948, pp. 11-14).
4. Cfr. un pequeño texto –“De un reloj de Estrasburgo”– publicado en La Prensa el
15 de julio de 1956 –ahora en Prosas, Academia Argentina de Letras, Buenos Aires,
1983, pp. 390-393–.
5. Ver el texto de la “Homilía a los estudiantes”, leído en la Universidad Nacional del
Sur (Bahía Blanca) el 20 de noviembre de 1958 (Ezequiel Martínez Estrada, Para una
revisión de las letras argentinas, Losada, Buenos Aires, 1967, pp. 168-177).
6. José Isaacson, Cuaderno Spinoza, Corregidor, Buenos Aires, 1977.
7. Álvaro Abós, “La alegría sin fin”, en Merece lo que sueñas, Alcalá Editores, Alcalá de
Henares, 1994. También “Hola Spinoza, soy Borges”, en El cuarteto de Buenos Aires,
Colihue, Buenos Aires, 1997.
8. En una conversación –de octubre de 1973– grabada y transcripta en el volumen
de Homenaje a Spinoza del Museo Judío de Buenos Aires, decía Borges: “...estoy
preparando ahora un trabajo sobre Spinoza, pero como es una obra de mucha res-
ponsabilidad por la forma geométrica que dio a su pensamiento –más bien una traba
que una ayuda– estoy trabajando con lentitud; por el momento estoy leyendo todo
lo que puedo de y sobre Spinoza. Hasta ahora he encontrado que la exposición más
clara, más lúcida y más inteligente es la de Alain, aunque también los capítulos sobre
Spinoza de la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell, me han ayudado
mucho. He leído otros libros inútiles que se limitan a explicar el sistema de Spinoza
con el vocabulario y con el orden geométrico de Spinoza, lo cual no es muy útil, de
modo que pienso leer toda la bibliografía que le siga, luego la correspondencia y
finalmente releer la obra misma de Spinoza. Este libro, bueno, ahora nadie puede
hablar del porvenir, creo poder publicarlo a fines del año que viene...” (“El culto ren-
dido por Borges” (grabación), en AA.VV., Homenaje a Baruch Spinoza, Museo Judío
de Buenos Aires, 1976, p. 49). Otro testimonio de ese libro en preparación lo encon-
tramos un año más tarde, en el anacrónico epílogo a las obras completas publicadas
en 1974, donde se transcribe un presunto artículo sobre Borges de la “Enciclopedia
Sudamericana que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074”; allí se lee respecto
168
proyecto malogrado (“Junté los materiales –admitió luego– y des-
cubrí que no podía explicar a otros lo que yo mismo no podía expli-
carme”) han quedado algunas conferencias, que tal vez contienen lo
esencial de la lectura borgiana del filósofo judío, pero no mitigan la
decepción por la inexistencia del libro.
Una indagación sobre el spinozismo de Borges deberá tomar en
consideración dos tipos diferentes de textos. En primer lugar aque-
llos en los que la referencia a Spinoza es explícita –entre los que se
destacan los dos célebres poemas dedicados al filósofo de Ámster-
dam, así como tres conferencias, no tan conocidas, que se llevaron a
cabo en distintos escenarios de Buenos Aires9– y, luego, un conjunto
de textos, relatos y poemas, en los que Spinoza no es mencionado
pero en los que es posible conjeturar una inspiración spinozista en
ellos. Este trabajo se propone una indagación parcial, por cuanto ten-
drá por objeto, principalmente, a los primeros.
Al comienzo de la conferencia de 198110 dice Borges que, además
de la Ética, leyó o releyó un artículo de Froude –amigo y biógrafo
de Carlyle–, el capítulo que Bertrand Russell dedicó a Spinoza en
su Historia de la filosofía occidental, “el artículo de Renan y el artí-
culo de...”. Esta interrupción repentina nos hace saber la existencia
de otras lecturas que no nos serán reveladas. Sin embargo, una pa-
ciente investigación de Laura Rosato y Germán Álvarez atenúa esa
reticencia y abre nuevas perspectivas para la pesquisa indiciaria por
de este “autor y autodidacta” argentino que “en lo que se refiere a la metafísica, bás-
tenos recordar cierta Clave de Baruch Spinoza, 1975” (“Epílogo”, en Obras Completas,
Emecé, Buenos Aires, 1974, p. 1143). Sobre los implícitos de esta última expresión y
el desentrañamiento del juego anacrónico que postula, ver el trabajo de Iván Almeida
“Borges en clave de Spinoza”, Variaciones Borges, 9, 2000, pp. 164-176.
9. La primera en el Instituto de Intercambio Cultural y Científico Argentino-Israelí
(“Spinoza”, en Conferencias de Jorge Luis Borges en el I.I.C.C.A.I, Buenos Aires, 1967);
la segunda en la Escuela Freudiana de Buenos Aires en enero de 1981 (Borges en la
Escuela Freudiana de Buenos Aires, Agalma, Buenos Aires, 1993), y la última en la
Sociedad Hebraica de Buenos Aires, el 1 de abril de 1985 (“El labrador de infinitos”,
publicada póstumamente en Clarín, el 27 de octubre de 1988).
10. Jorge Luis Borges, Borges en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, op.cit. Cuando
no se especifica otra referencia, las citas pertenecen siempre a este libro.
169
cuanto, gracias a las anotaciones que hacía en sus libros, permite
detectar en algunas lecturas de Borges la proveniencia de materiales
que luego serán usados en relatos y ensayos sin declarar su origen.11
En anotaciones marginales que constan en algunos de los libros que
pertenecieron a Borges podemos encontrar asimismo referencias no
irrelevantes para el estudio de su comprensión de Spinoza.
Podría afirmarse con cierta plausibilidad que el conocimiento de
Spinoza por Borges fue de segunda mano y manifiesta su predilección
por las historias de la filosofía; en este caso, además de la ya mencio-
nada Historia de la filosofía occidental de Russell, también –según es
posible establecer por el fondo borgiano de la Biblioteca– la Geschichte
der Philosophie de Johannes Hirschberger; la Histoire de la philosophie
de Émile Brehier; la Storia della filosofía de Guido de Ruggiero, obras
en cuyos capítulos sobre Spinoza Borges se detiene con anotaciones
diversas. Jamás encontraremos en el autor de la Historia universal de la
infamia el fetichismo académico relativo a la “fuente”, sino un gusto
por las ideas y un interés por la inteligencia de las cosas, en virtud
11. Laura Rosato y Germán Álvarez son dos trabajadores de la Biblioteca Nacional
Argentina que durante años persiguieron en su acervo los rastros de Borges. Particu-
larmente, se trató de una tarea de recuperación de los volúmenes perdidos en el océa-
no bibliográfico de la Biblioteca, la mayoría de ellos donados por su antiguo Director
en octubre de 1973 al momento de abandonar su cargo. Pero en ese momento no
se realizó ningún registro de esa colección de libros, solo identificados gracias a un
lacónico sello con las palabras “Donación Jorge Luis Borges”. Un total aproximado de
mil volúmenes que habían pertenecido al escritor fueron encontrados al cabo de los
años entre los novecientos mil que alberga la Biblioteca Nacional. La publicación de
Rosato y Álvarez (Borges, libros y lecturas. Catálogo de la colección Jorge Luis Borges en la
Biblioteca Nacional, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2010) considera la
mitad de ellos y reserva el resto para una edición posterior. Borges hacía en sus libros
breves anotaciones, indicaciones de pasajes, vinculaciones entre un autor y otro (tam-
bién podrán encontrarse proyectos de traducciones, marcas de amistades, índices,
huellas de las conferencias que dictaba o debía dictar, etc.) en las guardas anteriores
o posteriores de sus volúmenes, y en algunos pocos casos en las contratapas –nunca
en los márgenes de las páginas interiores–. El método de trabajo de Rosato y Álva-
rez consiste en recuperar las anotaciones encontradas, a continuación transcribir la
página del libro a la que ellas remiten, y luego indicar los pasajes de la obra borgiana
en los que fueron usadas. Esas notas cesan a mitad de los años 50 con el avance de la
ceguera del escritor, y serán continuadas por su madre Leonor Acevedo.
170
de lo cual la relación del comentario con el texto no tiene la forma de
una relación parasitaria. Algunas veces Borges recomienda diferir el
disfrute del comentario, como en el caso de la Divina Comedia: “He
leído libros por la emoción estética que me deparan y he postergado
los comentarios y las críticas” (...) “Leí muchas veces la Comedia en
muchas ediciones y pude gozar de los comentarios”.12 Otras veces,
como se sabe, hace de la obra –con frecuencia desconocida o incluso
inexistente– un epifenómeno del comentario, de la “discusión”.
Ahora bien, además de esta confesión parcial de los comentarios
consultados, la primera página del texto postula ya tres ideas princi-
pales en la comprensión borgiana de Spinoza. La primera tiene que
ver con el sentido mismo de su pensamiento: “...creo entender esen-
cialmente el sistema de Spinoza, sólo que para mí no es un sistema.
Yo diría que se trata más bien de un acto de fe. Es decir, que la filoso-
fía de Spinoza puede ser profesada como una religión, y sin duda él
la sintió como una religión”. Como es sabido, los metafísicos de Tlön
consideraban a la metafísica como una rama de la literatura fantás-
tica. En lo esencial, en cuanto religión, el pensamiento de Spinoza
pareciera también sucumbir a esta operación.
La segunda idea tiene que ver con la forma: “Hay un hecho que
nos aleja de Spinoza y al mismo tiempo hace de él uno de los más
grandes, como alguien original... el hecho de que la filosofía esté ex-
plicada, como todos ustedes saben, ordine geometrico o more geome-
trico, no recuerdo cuál de los dos latines usa él, y ese sistema lo ha
hecho famoso, y al mismo tiempo ha hecho que el libro sea menos
asequible”. Poco más adelante Borges menciona una traducción nor-
teamericana que prescinde del aparato geométrico y que, por consi-
guiente, vuelve más fácil la lectura y nos acerca a la comprensión de
la Ética. Quizá la fuente de esta reticencia borgiana por el método
geométrico –respecto del cual ya había indicado un pasaje de Émile
Brehier donde se detiene en él–13 provenga de Schopenhauer. En
12. Jorge Luis Borges, Obras completas (1975-1985), Emecé, Buenos Aires, 1989, pp. 208-209.
13. Émile Brehier, Histoire de la philosophie v. 2. La philosophie moderne, première partie
XVII et XVII siècles, Librairie Felix Alcan, Paris, 1934. En la portadilla del libro Borges
171
1941 Borges había leído una edición alemana de 1911 de El mundo
como voluntad y representación,14 y en la guarda posterior de su volu-
men consta una anotación (“contra Spinoza –96–”15) que remite a
uno de los pasajes schopenhauerianos en los que la evocación del
filósofo holandés es ocasión para la diatriba antihegeliana.
La tercera idea refiere no al pensamiento sino al hombre: “...Spi-
noza, Baruch Spinoza, es una figura patética. De igual modo, diga-
mos, que Alonso Quijano, que Macbeth, que Hamlet, lo vemos así,
y eso ciertamente no le hubiera agradado a Spinoza, ya que si hay un
hombre que huyó de lo patético, que fue sensible a lo patético, ese
hombre fue Baruch Spinoza”. Ya en el poema de La moneda de hierro
leemos que “Es un judío de tristes ojos”. Nada hay en la filosofía de
Spinoza que aliente el patetismo, más bien todo lo contrario. Tampo-
co sus primeros biógrafos, Colerus, Lucas, el artículo de Pierre Bayle
(a los que, por lo demás, Borges no alude en ninguna parte) permi-
anota: “un procédé d’exposition de la vérité… non un procédé d’invention: 170”. En esa
página (170), traducida, se lee: “El marco matemático o más precisamente euclidiano,
adoptado por Spinoza, con sus definiciones, sus axiomas y sus proposiciones, no es
por lo demás, como lo es en Descartes, que proporciona el modelo en las Respuestas
a las Objeciones, más que un procedimiento de la verdad una vez descubierta, no un
procedimiento de invención” (Laura Rosato y Germán Álvarez, op. cit., p. 66).
14. Arthur Schopenhauers sämtliche Werke v 2. Die Welt als Wille und Vorstellung v 2.
Deussen, Paul ed., München, R. Pieper & co., 1911, 6 vol., xii, 811 p., facsíms., diagr.
[ver Laura Rosato y Germán Álvarez, op. cit., pp. 301-302].
15. En ese pasaje escribía Schopenhauer: “Pues la sofística no siempre radica en
la forma, sino con frecuencia en la materia, en las premisas y en la indefinición de
los conceptos y de su comprensión. Innumerables pruebas de ello se encuentran en
Spinoza, cuyo método es, desde luego, demostrar a partir de conceptos; véanse, por
ejemplo, los miserables sofismas de su Ethica IV, proposiciones 29-31, mediante la
multivocidad de los oscilantes conceptos convenire y commune habere. Mas tales cosas
no obstan para que todo lo que dijo les valga a los neo-spinozianos de nuestros días
como un evangelio. Especialmente divertidos de entre ellos son los hegelianos, de
los que todavía existen algunos, con su tradicional veneración a su principio omnis
determinatio est negatio con el que, conforme al espíritu charlatán de la escuela, hacen
un gesto como si tal principio fuera capaz de sacar el mundo de su quicio; pero eso
no sirve para nada; pues hasta el más simple comprende que, cuando limito algo con
determinaciones, con ello estoy precisamente excluyendo, o sea, negando, lo que está
más allá del límite” (Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación,
traducción de Pilar López de Santa María, Trotta, Madrid, 2003, p. 119).
172
ten una comprensión “patética” de Spinoza. De los diversos retratos
suyos que existen, probablemente la única imagen que lo tuvo por
modelo es una miniatura pintada por Hendrick van der Spyck, artista
y amigo que lo hospedó en su casa desde 1670 hasta su muerte en
1677 (actualmente forma parte de la colección Stichting Historische
Verzameling van het Huis Orange-Nassau). En ella, en efecto, vemos
a alguien inequívocamente triste, por sus ojos pero sobre todo por la
boca, que se esfuerza inútilmente para sonreír. Tal vez este o alguno
de los posteriores retratos de Spinoza hayan inspirado en Borges una
imagen patética.
Como ha señalado Jacques Damade,16 Borges omite los aspectos
malditos de Spinoza –por lo que tampoco de aquí proviene la adjudi-
cación de patetismo–; jamás alude al carácter herético de su pensa-
miento, ni al “Spinoza subversivo” que denuncia la impostura de los
teólogos y alienta un radicalismo democrático, por todo lo cual fue
seguramente el pensador más odiado y denostado de la historia de
la filosofía. Antes bien, Borges suscribe la opinión de Russell según
la cual Spinoza es el más querible de todos los filósofos, y nos dice,
en efecto, que “Spinoza tiene que ser sentido como un santo”. El
procedimiento por el que Borges convierte al maldito en santo es el
mismo en virtud del cual hace del spinozismo una religión. Lo que
sin duda atrae poderosamente a Borges –cuya educación fue doble-
mente religiosa, católica por su linaje criollo y protestante por su
linaje inglés– es el Dios de Spinoza, y no sólo por sus implicancias
estrictamente religiosas –“...he encontrado siempre una dificultad
en la fe cristiana, en el judaísmo también. Esa dificultad es la idea
de un Dios personal. Hay algo en mí que rechaza esa idea. Spinoza
la reemplaza por otra...”–, sino también por la dimensión estética
que comporta (¿otra vez aquí el brazo largo de la literatura fantástica
que hace también de toda religión una forma suya?): “...una idea
tan vasta que tiene, digamos, hasta un valor estético. Y es la idea del
Dios infinito”.
16. Jacques Damade, “Le saint et l’héretique. Borges et Spinoza”, en Olivier Bloch,
Spinoza au XX siécle, P.U.F., Paris, 1990.
173
Es probable que a la base de esta comprensión esté presupuesta
la idea de una matriz cabalista en Spinoza. La antigua tradición –de
remoto origen leibniciano– que, en contra de las palabras mismas
del Tratado teológico-político,17 afirma la existencia de un vínculo se-
creto entre Spinoza y la Cábala (manifiesto, entre otros textos, en La
muerte y la brújula), es una de las fuentes de la interpretación borgia-
na del filósofo marrano. En el libro Die Elemente der Kabbalah hay
una anotación de Borges (“36: Spinoza y la cábala”) que remite a un
pasaje en el que su autor, Erich Bischoff, traza una coincidencia en-
tre Spinoza y la doctrina cabalista de los atributos divinos;18 asimis-
mo, una anotación en la Storia della filosofía de Guido de Ruggiero,
quien menciona como fuentes del pensamiento spinozista diversas
especulaciones hebreas acerca de la divinidad provenientes de Saa-
día, Maimónides, Gersónides, Crescas y “las doctrinas propiamente
panteístas de la Cábala: por ejemplo el Libro del Zohar, donde se ha-
bla de la eternidad del mundo, de la necesidad causal del principio
activo, inmanente al universo, del absorbimiento final de los seres en
la sustancia de la que emanaron”.19
En la conferencia de 1977 sobre la Cábala –una de las Siete noches–
sostiene Borges que el “valor numérico” que la Cábala atribuye a las
letras, la “criptografía” cabalística que considera a la Escritura como
un “texto absoluto” y cifrado es posterior e independiente de la doc-
trina propiamente dicha, como el orden geométrico lo es respecto
de la estricta filosofía spinozista: “Sospecho que la doctrina [cabalís-
tica] fue anterior al modus operandi. Sospecho que ocurre con la Cá-
bala lo que ocurre con Spinoza: el orden geométrico fue posterior”.20
174
Inesencialidad del método, panteísmo, impersonalidad de Dios e in-
finito son los puntos comunes de Spinoza y la tradición cabalista.21
El infinito Dios de Spinoza es un Dios dotado de infinitos atri-
butos, o de atributos infinitos, o ambas cosas. La expresión infini-
tis attributis puede ser y ha sido comprendida de maneras diferen-
tes. La definición de Spinoza dice así: “Por Dios entiendo un ente
absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos
atributos (substantiam constantem infinitis attributis), cada uno de los
cuales expresa una esencia eterna e infinita” (E, I, 6, expl.). ¿El infi-
nito que califica a los atributos es un infinito numérico o bien una
infinidad intensiva? Si este último fuera el caso podríamos invertir
los vocablos y en lugar de decir “una sustancia que consta de infinitos
atributos”, decir “una sustancia que consta de atributos infinitos”;
esto es, se trataría de un infinito cualitativo y, numéricamente con-
siderados, los atributos no tendrían por qué ser más que los dos que
son revelados a los hombres. Si, por el contrario, “infinito” significa
aquí innumerabilidad, multitud sin término, entonces ellos sólo pue-
den ser intencionados verbalmente o deducidos lógicamente, pero
no conocidos, ni tan siquiera imaginados.22 Como la mayor parte de
las interpretaciones y traducciones, Borges piensa a los atributos de
la sustancia como innumerables, pero respecto a los dos atributos
de los que participa el hombre realiza una equivalencia, o más bien
un desplazamiento, una torcedura que no resulta insignificante ni
carece de consecuencias. “Spinoza –dice Borges– declara que sólo
conocemos dos de esos atributos, y esos atributos son la extensión
y la conciencia. O, buscando palabras sinónimas, serían el espacio
21. “...como yo no he podido creer nunca en un dios personal, la idea de ese vasto
Dios impersonal –creo que se llama En-Sof ¿no?– de la Cábala, eso me ha fascinado y
eso lo he encontrado naturalmente ahí... y en Spinoza también, ¿no?, y en el panteís-
mo en general, y en Schopenhauer también, y en Samuel Butler, y en la idea de life’s
force de Bernard Shaw, y en el elan vital de Bergson. Todo eso deriva de una misma
fuente” (Jaime Alazraki, “Conversación con Borges sobre la Cábala. Entrevista inédi-
ta de 1971”, en Variaciones Borges, n° 3, 1997, p. 171).
22. Para el problema del infinito en Spinoza ver Paolo Cristofolini, La scienza intuitiva
di Spinoza, Morano, Napoli, 1987, cap. I y II.
175
y el tiempo”. En realidad, el nombre de los atributos es Extensio y
Cogitatio, extensión y pensamiento, pero no “conciencia”. Esta, más
bien, es un modo existente en el atributo pensamiento, nunca el atri-
buto mismo. De cualquier manera, la torcedura no radica tanto en
esta postulación de la conciencia como atributo, sino en la sinonimia
operada a continuación: “O, buscando palabras sinónimas, serían el
espacio y el tiempo”. Esta identificación del atributo pensamiento
con el tiempo ya había sido propuesta en un texto temprano, donde
el espacio mismo es considerado como una forma del tiempo. “Creo
delusoria la oposición –leemos en La penúltima versión de la realidad
(1928)– entre los dos conceptos incontrastables de espacio y de tiem-
po. Me consta que la genealogía de esta equivocación es ilustre y que
entre sus mayores está el nombre magistral de Spinoza, que dio a su
indiferente divinidad –Deus sive natura– los atributos de pensamien-
to (vale decir, de tiempo sentido) y de extensión (vale decir, de espa-
cio). Pienso que para un buen idealismo, el espacio no es sino una
de las formas que integran la cargada fluencia del tiempo”.23 Consi-
derado en sentido estricto, sin embargo, el tiempo es una forma de la
imaginación que no corresponde a nada real. Más aún: en la misma
página de la conferencia donde son equiparados Cogitatio y tiempo,
Borges reconoce sin ninguna dificultad el carácter ilusorio de la tem-
poralidad, pues –dice– “Spinoza condena por eso la esperanza y el
temor. Porque se refieren a cosas futuras, no hay razón para aceptar
la ilusión del tiempo”. Pareciera que las dos cosas son posibles a la
vez, que el hecho de que el atributo divino sea llamado tiempo no
impide que éste sea considerado ilusorio.
La conversión borgiana del atributo pensamiento y del espacio
(por consiguiente, según su peculiar manera de interpretar, también
del atributo extensión) al tiempo, reconduce a la reflexión spinozista
a ser algo que ella no es: una reflexión sobre el tiempo, según una
singular equivalencia entre ser y tiempo, Deus sive natura sive tempus.
Así, dos son las nociones centrales en la comprensión de Spi-
noza por el autor de El aleph: la noción de tiempo y, como vimos
23. Jorge Luis Borges, Obras completas (1974), op. cit., p. 200.
176
antes, la de infinito. Es decir, nos hallamos ya en pleno universo
borgiano. Más aún: “...pensamiento (vale decir, tiempo sentido)...”;
no sólo, por tanto, tiempo como tiempo indiferente, homogéneo,
unitario: “tiempo sentido”. Si el atributo pensamiento –que, según
la definición 6 de la Ética, “expresa una esencia eterna e infinita”–
es “tiempo sentido”, entonces también lo es la eternidad. No, por
consiguiente, una eternidad lógica, depurada de imaginación, sino
una eternidad temporal, vivida: “Sé que en la eternidad perdura y
arde/ Lo mucho y lo precioso que he perdido:/ Esa fragua, esa luna
y esa tarde”.24 Tal perduración lo es, además, en infinitos mundos
que no podemos siquiera intuir ni concebir. Si golpeo con el bas-
tón –dice Borges– esto sucede también en innumerables realidades
que Spinoza llamó atributos; “es decir, habría un número infinito
de universos paralelos” de los que conocemos solamente dos. Nada
nos impide, sin embargo, imaginar criaturas que participan de tres
o más de estos universos. O bien –como lo hace Borges–, a la in-
versa, concebir seres que prescindan del conocimiento del mundo
extenso: “...en cuanto a mí, yo me creo capaz de imaginar un mun-
do sin espacio. No sé si ustedes pueden hacerlo. Un mundo en el
que hubiera un número infinito, por qué no, infinito de individuos,
conciencias, y esas conciencias pudieran expresarse por medio de
música, por medio de palabras. Todo esto podría existir y no tendría
por qué haber espacio”. Esta misma perplejidad le fue planteada a
Spinoza por un amigo suyo alemán llamado Schuller, el único de
sus amigos que estuvo junto a él en el momento de su muerte. En
una carta de 1675, Schuller solicita a Spinoza lo siguiente: “si le
agradaría a su señoría convencernos, con una demostración osten-
siva y no con una reducción al absurdo, que nosotros no podemos
conocer más atributos de Dios que el pensamiento y la extensión,
y si, además, se sigue de ahí que las creaturas que constan de otros
atributos no podrían, por el contrario, concebir extensión alguna;
ya que, de ser así, parece que existirían tantos mundos cuantos son
los atributos de Dios. Por ejemplo, la misma dimensión que tiene,
24. Ibid., p. 928.
177
por así decirlo, nuestro mundo de la extensión, la tendrían también
los mundos que constan de otros atributos; y así como nosotros no
percibimos más que la extensión, fuera del pensamiento, así las
creaturas de aquellos mundos no deberían percibir nada más que
el atributo de su mundo y el pensamiento”.25
Este imaginario de inspiración spinozista del que participa Borges
significa entre otras cosas que hay una infinidad de maneras en las
que cada hecho puede suceder, y efectivamente sucede. Cada acon-
tecimiento es múltiple, puntualmente infinito y, por consiguiente,
inconcebible en su totalidad. Lo importante aquí es que estas infini-
tas realidades por las que están constituidas todas las cosas, son rea-
lidades o mundos superpuestos en el tiempo, o, más bien, el tiempo
es sólo uno de ellos. En el instante exacto en el que una cosa ocurre
bajo la forma del tiempo se desencadenan otros mundos que no son
el tiempo. Esto es importante porque, en general, Borges privilegia
una idea de mundos posibles y una idea de infinito que difieren y
acaso se oponen a la anterior. Se trata del tiempo, sólo del tiempo, de
una temporalidad que se bifurca perpetuamente hacia innumerables
futuros: “El jardín de los senderos que se bifurcan es una imagen incom-
pleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pen. A
diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en
un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempo, en
una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes
y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se
cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades.
No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted
y no yo; en otros yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un fa-
vorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al
atravesar el jardín, me ha encontrado muerto...”.26
Esta ficción de un tiempo en el que cada instante es origen de
infinitas líneas de tiempo que, por tanto, constituyen un universo
178
en el que todo lo que puede suceder sucede de manera indefectible
en alguna de las series, presumiblemente fue inspirada por el es-
critor inglés Olaf Stapledon, quien, unos pocos años antes del rela-
to borgeano, había escrito en Star Maker (1937) –fragmento que se
incluye en la Antología de la literatura fantástica de 1940–: “En un
cosmos inconcebiblemente complejo, cada vez que las criaturas se
enfrentaban con diversas alternativas, no elegían una sino todas,
creando de este modo muchas historias universales del cosmos.
Ya que en ese mundo había muchas criaturas y que cada una de
ellas estaba continuamente ante muchas alternativas, las combina-
ciones de esos procesos eran innumerables y a cada instante ese
universo se ramificaba infinitamente en otros universos, y estos,
en otros a su vez”.
Se trata claramente de dos modelos diferentes, por cuanto en
la metáfora del jardín de los senderos que se bifurcan los mun-
dos son concatenaciones independientes de acontecimientos y
el tiempo es concebido como máquina de multiplicar, y en todo
caso como materia única de todo mundo posible-real; en el “pa-
ralelismo” spinozista, por el contrario, no existe ninguno de los
infinitos mundos posibles-reales, ningún atributo, en el que no
suceda cada cosa que sucede en todos los demás. Esos múltiples
universos son múltiples maneras de darse las mismas cosas. No
es posible imaginar que en alguno de esos orbes repercute el gol-
pe del bastón y en los otros no.
A su vez, el golpe del bastón –como cualquier otro hecho– es el
centro del mundo, un mundo desjerarquizado y abierto. Sorpren-
de que el nombre de Spinoza no haya sido incluido en La esfera de
Pascal, texto en el que Borges traza la historia de una metáfora, la
esfera, una cierta esfera, con la que desde Jenófanes hasta Pascal se
ha buscado representar el universo.27 Encontramos en esa página
27. Otra omisión extraña –puesto que había sido mencionado por Borges en la Histo-
ria de la eternidad– es el nombre de August Blanqui, quien en la primera página de La
eternidad por los astros cita el pasaje de Pascal y lo enmienda: “Dijo Pascal en su mag-
nificiencia de lenguaje: ‘El universo es un círculo cuyo centro está en todas partes y la
circunferencia en ninguna’. ¿Existe imagen más atrapante del infinito? Digamos, de
179
los nombres de Empédocles, Hermes Trimegisto, la geometría mís-
tica de Alain de Lille –o Alano de Insulis– según la cual “Dios es
una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y la circun-
ferencia en ninguna” –idea que estaba ya presente en el Maestro
Eckart y que Nicolás de Cusa (a quien Borges pone en vinculación
con Spinoza en una breve anotación en un libro de Martin Buber28)
reformulará diciendo: omnia ubique–. Finalmente Giordano Bruno
y Pascal, que retoca apenas pero decisivamente la fórmula de Ala-
nus, y en una primera versión escribe: “La naturaleza es una esfera
espantosa [effroyable, vocablo que luego será sustituido por “infi-
nita”], cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en nin-
guna”.29 Spinoza podría haber formado parte de la historia de esta
metáfora, sólo que, a diferencia de Pascal, su amor mundi le habría
impedido concebir la esfera como effroyable. No obstante, Borges
no adscribe el universo de Spinoza a la metáfora de la esfera, sino a
la del laberinto: “He divisado, desde las definiciones, axiomas, pro-
posiciones y corolarios, la infinita sustancia de Spinoza, que consta
acuerdo con él y siendo más precisos todavía: el universo es una esfera cuyo centro
está en todas partes y su superficie en ninguna” (August Blanqui, La eternidad por los
astros, Colihue, Buenos Aires, 2002, p. 29).
28. Esa anotación en papel guarda posterior dice “336: alles was ist wünscht in Ewi-
gkeit… Cf Spinoza, 91” y remite a Martin Buber, Dialogisches Leben, Gregor Müller
Verlag, 1947, p. 336. La alusión de Buber al deseo de toda cosa de seguir siendo eter-
namente lo que es según la filosofía cusana, es aquí confrontada por Borges con la
proposición XXI de Ética I [“Todas las cosas que se siguen de la naturaleza absoluta
de un atributo de Dios, debieron existir siempre y ser infinitas, esto es, son eternas e
infinitas, en virtud del mismo atributo”].
29. Entre los libros donados a la Biblioteca Nacional encontramos tres referencias
de las que Borges toma la idea de la esfera mística: un estudio sobre Giordano
Bruno de Augusto Guzzo [Giordano Bruno (I Filosofi, 6), Garzanti, Milano, 1944,
p. 132, donde se citan las palabras de Teófilo en De la causa principio e uno V]; una
edición inglesa de Gargantúa y Pantagruel [François Rabelais, The Lives, Heroics
Deeds and Sayings of Gargantua and his Son Pantagruel, 3 volúmenes (The World’s
Classics, 412), traducción de Thomas Urquhart y Peter Le Motreux, Oxford Univer-
sity Press, London, 1940]; y la segunda parte de la historia de la filosofía de Guido
de Ruggiero [Storia della filosofía, parte seconda. La filosofía del Cristianesimo v. 2.
Dalla Patristica alla Scolastica, op. cit.]. Ver Laura Rosato y Germán Álvarez, op. cit.,
pp. 69-70 y pp. 268-271.
180
de infinitos atributos, entre los cuales están el espacio y el tiempo,
de suerte que si pronunciamos o pensamos una palabra, ocurren
paralelamente infinitos hechos en infinitos orbes inconcebibles.
En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar”.30 O también:
“Las manos y el espacio de jacinto/ Que palidece en el confín del
Ghetto/ Casi no existen para el hombre quieto/ Que está soñando
un claro laberinto”.31
181
La operación que lleva de la geometría a la existencia, del sistema a
la amistad, del spinozismo a Baruch Spinoza, es decir el interés por
la existencia amistosa de un hombre del siglo XVII llamado Baruch,
se hace ya explícita en los poemas que llevan su nombre. Hacedor de
cristales o labrador de Dios, Spinoza, Baruch Spinoza; se invoca en
ellos sus “manos”, sus “ojos”, su “piel”, su “enfermedad”... Inútil re-
sultará el conjuro de aquél profesor escocés –en Los tigres azules– que
bajo una circunstancia de fiebre, temor y pesadilla repite las defini-
ciones y axiomas de la Ética.33
El primer poema que Borges dedicó al filósofo de Ámsterdam se
halla incluido en El otro, el mismo (1964).
Spinoza
Las traslúcidas manos del judío
Labran en la penumbra los cristales
Y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
Que palidece en el confín del Ghetto
Casi no existen para el hombre quieto
Que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
De sueños en el sueño de otro espejo,
Ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y el mito
Labra un arduo cristal: el infinito
Mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.
182
es, inequívocamente, una metáfora; sin embargo, quien sueña y la-
bra lo hace “libre de la metáfora”. Acaso la palabra “infinito” resuelve
el problema, pues un mapa infinito del infinito no es ya una metáfo-
ra. En un texto de El hacedor (1960) Borges adjudica a un libro ima-
ginario llamado Viajes de los varones prudentes, presuntamente publi-
cado en Lérida en 1658 (año en que, casualmente, Spinoza redactaba
una especie de borrador de la Ética que sería titulado Breve tratado
sobre Dios, el hombre y la felicidad), el relato siguiente: “...En aquel
Imperio, el arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de
una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio
toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no
satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del
Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente
con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones
Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin In-
quietud lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos.
En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa,
habitadas por Animales y Mendigos; en todo el País no hay otra reli-
quia de las Disciplinas Geográficas”.34
Este texto –Del rigor en la ciencia– nos habla también de una car-
tografía libre de la metáfora –como conviene al rigor y a la ciencia–.
Sin embargo, se trata claramente de dos cartografías distintas.35 No
34. Jorge Luis Borges, Obras completas (1974), op. cit., p. 847.
35. Habría que mencionar al menos una tercera cartografía, en cierto modo inversa
a la concebida en Del rigor en la ciencia, que Borges invoca como “el mapa de Royce”
en “Otro poema de los dones” (OC 937) y más extensamente en “Magias parciales
del Quijote”, donde se vincula a la perturbadora puesta en abismo del Quijote lector
del Quijote en el comienzo del capítulo noveno; a la noche DCII de Las mil y una
noches, en la que Scherezade narra el comienzo de las noches; a Hamlet espectador
de una tragedia que puede ser Hamlet en un pasaje de la obra. ““Las invenciones
de la filosofía –escribe Borges allí– no son menos fantásticas que las del arte: Jo-
siah Royce, en el primer volumen de la obra The World and the Individual (1899),
ha formulado la siguiente: «Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra
ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de
Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto
que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese
mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa
183
nos detendremos –aunque lo merezca– en un comentario de este
célebre escrito, que tal vez denota no tanto una concepción de la
geografía como una teoría de la historia. La Ética, “infinito mapa de
Aquel que es todas Sus estrellas”, y el mapa del Imperio que tiene el
tamaño del Imperio se contraponen radicalmente, y esta contrapo-
sición alcanza su evidencia mayor a partir de nuestra modernidad
consumada como las “Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y
mendigos”.
¿En qué consiste el mapa espinoziano, un mapa libre de la me-
táfora, infinito, pero libre al mismo tiempo del “rigor de la ciencia”
y de la representación? En un ensayo de Critique et clinique,36 dice
Deleuze que la Ética consta de un “libro de agua” (definiciones, axio-
mas, postulados, demostraciones y corolarios), un “libro de fuego”
(los escolios) y un “libro de aire” (la Parte V). Quizás la Ética pueda
ser también leída, interrogada y concebida como un libro de arena. En
el relato homónimo de Borges, leemos: “Su poseedor... me dijo que
el libro se llamaba Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tie-
nen principio ni fin”. ¿Por qué extraña asociación Borges comienza
su historia del libro infinito connotando a Spinoza? “La línea consta
de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito
de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervo-
lumen, de un número infinito de volúmenes... No, no es este, more
geometrico, el mejor modo de iniciar mi relato”.37 ¿Por qué intentar
dar comienzo a la narración según el more geometrico? ¿Acaso quie-
re Borges tomar prestada la manera de ese otro gran libro infinito,
ese otro libro de arena geométricamente narrado, la Ética, libro sin
principio ni fin, libro que se puede empezar a leer por cualquiera de
sus páginas, libro que, como la esfera mística de Alain de Lille y de
del mapa del mapa, y así hasta lo infinito»…” (OC 669). John Durham Peters ha
realizado un minucioso estudio sobre este texto y sobre la figura borgiana del mapa
(“Resemblance made absolutely exact: Borges and Royce on Maps and Media”, en
Variaciones Borges 25, 2008).
36. Gilles Deleuze, “Spinoza et les trois Ethiques”, en Critique et clinique, Minuit,
Paris, 1993 [“Spinoza y las tres Éticas”, en Revista Nombres, nro 4, Córdoba, 1994].
37. Jorge Luis Borges, El libro de arena, Alianza, Madrid, 1980, p. 95.
184
Pascal, tiene su centro en todas partes? Podemos comenzar a leer la
Ética por cualquier parte, y, al mismo tiempo –tal vez una cosa por la
otra–, nadie puede abrir dos veces las mismas páginas (basta pensar
en las innumerables interpretaciones distintas a que ha dado lugar).
El libro del relato borgeano es llamado por su poseedor “libro de are-
na” porque, como la arena, no tiene principio ni tiene fin. Tampoco
lo tienen las estrellas: la Ética, libro de estrellas, “infinito/ Mapa de
Aquel que es todas Sus estrellas”.
El otro poema sobre Spinoza, acaso una variación del primero,
forma parte de La moneda de hierro (1976) y “se llama ‘Baruch Spi-
noza’, para diferenciarlo del anterior, pero son muy parecidos, más o
menos análogos pero con palabras distintas...”.
Baruch Spinoza
Bruma de oro, el Occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
De tristes ojos y piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el río
Una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
A Dios con geometría delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada
Sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
El amor que no espera ser amado.
185
intenso resplandor en la ventana –cuya hoja está abierta–, y al-
guien, un hombre, sentado ya casi en la penumbra de la sala frente
a un gran libro, que puede ser un manuscrito. Rembrandt pintó al
menos otras dos versiones de este cuadro; a una la llamó Estudioso
meditando, se encuentra actualmente en el Louvre, en tanto que a
la otra, que puede verse en el Rijkmuseum de Ámsterdam, la deno-
minó Jeremías prevé la destrucción de Jerusalem. “Bruma de oro. El
Occidente alumbra/ La ventana. El asiduo manuscrito/ Aguarda ya
cargado de infinito./ Alguien engendra a Dios en la penumbra...”.
Resulta difícil concebir que Borges haya escrito estos versos sin la
memoria de alguna de las telas de Rembrandt.
Una segunda estación particularmente pregnante del poema ra-
dica en la oposición entre geometría y enfermedad. “No importa.
El hechicero insiste y labra/ A Dios con geometría delicada;/ Desde
su enfermedad, desde su nada...”. Antes habíamos leído “Lo lleva el
tiempo como lleva el río/ Una hoja el agua que declina./ No impor-
ta...”. Geometría, delicada geometría para anteponer al tiempo; tal
vez la imaginación geométrica sea la manera spinozista, o, mejor,
la forma hallada por Baruch Spinoza para perseverar en el ser. Aca-
so sólo superficialmente la geometría de Spinoza pueda concebir-
se como universalidad, objetividad y desinterés, facultades que no
comparecen en la “enfermedad”; antes bien, quizá la geometría sea
una manera de no morir. Más precisamente, de sentir y experimen-
tar que somos, en fin, no tanto inmortales –un yo, un sujeto que se
perpetúa en el tiempo–, sino eternos. Una eternidad no tocada por
la enfermedad, ni por la esperanza, ni por el tiempo, y que alcanza
su concreción ética mayor en lo que los latinos llamaron amor fati,
el amor de lo que es, el amor del destino. “Incluso –dice Borges–
amar nuestras enfermedades”. El amor fati de Spinoza hace posible
la geometría desde la enfermedad; desde la nada, el amor del mun-
do del que se es parte y en el que nada sobra, la generosidad más
alta, motivo último de toda ética y de toda “religión” –comprende-
mos ahora la adjudicación de esta palabra al more geometrico–, y que
se recoge en el relato más profundamente spinozista de cuantos
186
haya escrito Borges, El congreso. El amor “más pródigo” puesto que
nada espera, anulación del temor y la esperanza en favor de un ejer-
cicio de la generosidad, de una ética del don en la que la felicidad
no es el premio a la virtud porque los premios, como los castigos,
huelgan –y con ellos la vanagloria y el remordimiento–.38
“50. Felices los amados y los amantes y los que pueden pres-
cindir del amor.
51. Felices los felices”.39
38. “Para el santificado Spinoza, todo remordimiento es una desdicha, no una vir-
tud” (Jorge Luis Borges, “Mitologías del odio”, en Textos recobrados 1931-1955, Eme-
cé, Buenos Aires, 2001, p. 61 [originalmente publicado en el diario Crítica, Buenos
Aires, 29 de septiembre de 1933]).
39. Jorge Luis Borges, Obras completas (1974), op. cit., p. 1012.
187
Vida secreta
Spinoza en Quignard
189
es lo Perdido”.2 El trabajo quignardiano es una obra de memoria pa-
radójica (“lo que hemos olvidado no nos olvida”3) y restitución de
experiencias donde prorrumpe la condición “anterior” que vulnera
al tiempo secuencial. “Mi maestro escribió en Voorburg: Estamos in-
cluidos en la felicidad. Nuestra vida consume algo de antaño que era
alegría. Todos hemos estado asociados en nuestro origen con una ex-
plosión de beatitud viviente… Reabrió la puerta del jardín. Fue exco-
mulgado. A partir de ese día pasó a la lengua latina; a la lengua de los
muertos; no escribió más que en ella; no habló más que en ella”.4 Lo
que la lengua spinozista procura nombrar es eso “que nunca termina
de surgir”, lo que brota, lo que irrumpe incondicional –lo “anterior”
(le jadis)–. “Spinoza: lo que nos precede es actual en nosotros. No
somos más que generados por la generatio. Todos somos hijos e hijas
del Otro anterior. Alter invisibilis per generationem”.5
Lo indeclinable que retorna –o que siempre yace y está ahí– es una
pulsio, una “virtus imperecedera” –en griego: una physis–. En términos
spinozistas: una potentia, un conatus, una vis existendi que produce in-
finitas cosas en infinitos modos; pulsio de cada cuerpo, potentia de cada
cosa, que nunca es suya sino abismo, “explosión de beatitud viviente”
y goce: “La meditación de Ovidio se parece a la de Spinoza que pensaba
que el placer sexual no es el goce directo sino el reflejo de un goce más
vasto. De un goce ontológico, volcánico. Goce del ser por ser”.6
Una equivalencia siempre a punto de producirse y vislumbrada
–que Quignard apenas sugiere y nunca explicita en su recurrente
evocación de Spinoza– lleva a vincular lo anterior y la sustancia.
Aorista, indeterminada, inagotable y sin comienzo, la sustancia es
fuerza que acompaña todas las cosas, inmanente a lo que existe sin
para qué, con inminencia de novedad y nacimiento. Quignard usa
con frecuencia la palabra “ola”, como en los Petits traités: “Nuestra
vida consuma algo eterno. El placer es un mismo estremecimiento
2. Abismos, cit., p. 63.
3. Ibid., p. 40.
4. “El paraíso”, en Sobre lo anterior, cit., p. 84.
5. Sobre lo anterior, cit., p. 194.
6. Abismos, cit., p. 16.
190
para todos y para siempre… [Spinoza] Creía que al nacer quedá-
bamos asociados al presente y a la beatitud activa. Decía: estamos
comprendidos en la felicidad, en la actualidad eterna. Usen las pa-
labras que quieran. Todo es de una materia efervescente y responde
al mismo oleaje”.7
Experiencia súbita de una inherencia en la felicidad, el hallazgo
fundamental en el spinozismo quignardiano es un intenso deseo
de paraíso que deja orientarse por una claritas. Entre los “momen-
tos de paraíso” que recaban Las paradisíacas se narra la historia de
Leenhoff, un pastor de Zwolle quien al día siguiente de la muerte
de Spinoza en el invierno de 1677 escribió El paraíso que estaba en
la tierra (allí el pastor anotó: “sólo dos cosas son valiosas: Laetitia,
Libertas, aun cuando no sean estados, como pensaba el maestro”8).
Pero nunca se mencionan los versos del poeta menonita Dirck R.
Camphuysen que en 1896 permitieron detectar la casita de Rijnsburg
en la que Spinoza le alquiló dos habitaciones al cirujano Herman
Hooman entre 1661 y 1663 –sita en el número 29 de la calleja que
desde ese descubrimiento se llama Spinozalaan, aunque en el curso
de los años la gente la había llamado siempre “calle del filósofo”–.
Cuando en 1896 la casa estuvo en venta, Wilhelm Meijer descubrió
en el frente, apenas legible, la piedra con los versos de Camphuysen
que una vieja anotación de Johannes Monnikhof situaba en la casa
donde había vivido Spinoza. En esa piedra se lee: “Si los hombres fue-
ran sabios / y buenos / el mundo sería un paraíso, / pero ahora es un
infierno”. Cuando estos versos fueron escritos en una obra de teatro,
Spinoza aún no había nacido. Trasvasado a la más delicada trama
filosófica, el perdido Paradijs de esa antigua inscripción colegiante
anima la claritas spinozista, y quizá también su oficio de pulidor (“en
cada pieza que producía, usando su diamante del disco de vidrio,
había un rayo de luz”9).
7. Petits traités I (Second traité: “Dieu”), Gallimard, Paris, 1990, p. 38 [Existe traduc-
ción castellana: Pequeños tratados, Sexto Piso, Madrid, 2016].
8. Las paradisíacas, cit., p. 140.
9. Petits traités I, cit., p. 38.
191
Gozo de la luz, alegría por la manifestación de lo que hay, deseo
de ver… Quignard aproxima ese gozo, esa alegría y ese deseo al co-
nocimiento del tercer género: la exactitud de lo singular, la compren-
sión de cada cosa, una por una, alojada in Deo. “Ni el efecto de lupa
ni la visión borrosa del présbita ni la comba de la miopía ni la impre-
sión lejana de un telescopio son acompañadas de semejante alegría.
El buen funcionamiento del órgano, esa es la primera alegría. Nitidez
de la visión, panorama del acecho, la lucidez es como el cielo azul,
aorístico, sin nubes… Esa imagen de lo diáfano, de la claridad lumi-
nosa, baña las obras de Aristóteles y Spinoza. Es la alegría que Spino-
za llama laetitia. Es el conocimiento del tercer género. Como la cabra
que salta de piedra en piedra, todo pasa bajo sus pies con exactitud; el
animal no titubea, sus cascos no buscan su apoyo, salta, encuentra”.10
O también: “Es como una bruma que se eleva sobre un paisaje latino
–sobre las colinas azules del Latium, de la vieja Etruria–, al comen-
zar la mañana, a medida que el astro blanco cubierto por la niebla
que surge de su propio calor se alza en el cielo… Es el conocimiento
del tercer género según Baruch Spinoza. Es la laetitia que acompaña,
según él, la claritas”.11
Si no acompañada a su vez por un materialismo del solitario, la
alegría de pensar arriesga “morir por pensar”. Las cabras, las colinas
del Latium, inmemoriales rocas terrestres de “claridad incandescen-
tes”...12 la scientia intuitiva trata con las cosas dadas, no con concep-
tos; es un saber del don en la “inasible transparencia”. La afirmación
de la idea verdadera como index sui (que le gustaba tanto a Marx,
tanto a Althusser…) es traducida por Quignard en esta línea: “En lo
profundo del cielo la luz se ilumina a sí misma (Ethica, II, 43)”.13 Lo
que Spinoza escribe en el escolio de esa proposición es que “la luz
se revela a sí misma y revela las tinieblas” (lux seipsam, et tenebras
manifestat). No habla del cielo profundo ni de las mañanas etrurias,
192
pero es allí donde Quignard conduce a la filosofía spinozista para
envolverla en un encantamiento lucreciano y revelar su intimidad
mundana –su aspiración no iluminista de claridad–. La luz de Spino-
za es la de Georges de La Tour. Captación de ese momento preciso en
que la poderosa luz tenue se apresta a descubrir las cosas como si las
tocase por primera vez. “Incluso para Spinoza, Dios, en verdad, es un
jardinero que vuelve durante la mañana, en medio de la penumbra
que se deshace, en el resplandor que prepara el alba, con una pala
en la mano, un buen rato antes de que aparezca el disco solar sobre
la línea del horizonte y brille en todos sus modos”.14 Quignard con-
junta el Dios de Spinoza con el jardinero pintado por La Tour en no-
viembre de 1651 cuando ya la muerte lo acechaba en Lunéville. Los
conjunta por la inminencia de una misma claridad. Pues la potencia
de pensar, el desencadenamiento de las demostraciones –“los ojos
del espíritu” en medio de la diáfana claridad de Dios– son las cosas
mismas en cuanto generosidad de la materia que revela la infinita
fuerza generativa de Dios.
La conjunción de rarus y praeclarus en la última línea de la Ética
(omnia praeclara tam difficilia, quam rara sunt [“todo lo excelso es tan
difícil como raro”, traduce Vidal Peña]) permite a Quignard apartarse
de las versiones corrientes (“sublime”, “excellent”, “précieux”, “excel-
so”…) y restituir a praeclarus el significado de “muy claro”, “resplan-
deciente” –en tanto que rarus es comprendido como “disperso por
la tierra… distante en el espacio, poco frecuente en el tiempo”.15 El
pensamiento es distante, esparcido e infrecuente debido a su lumi-
nosidad. No es tanto –sugiere Quignard– precioso debido a su rareza
sino debido a su luminosidad. Más aún, es raro debido a la claritas,
que impone así su infrecuencia dispersa en la tierra.
14. Sobre la idea de una comunidad de solitarios, versión de Adalber Salas Hernández,
Pre-Textos, Valencia, 2017, p. 46.
15. Petits traités, cit., p. 3
193
II. Las dificultades y las resistencias que acosan a las cosas praeclara
no son únicamente de orden intelectual o filosófico, sino también
social y político. Un muy antiguo odio al pensamiento del que deben
precaverse es denunciado por los filósofos de todas las épocas, y ha
motivado de su parte discursos sobre la ignorancia voluntaria, sobre
la necedad elegida y sobre un paradójico deseo de servir que nun-
ca prescinde de la persecución. No podrán encontrarse discursos de
esta naturaleza en Spinoza; sí la tentativa desesperanzada de poner
en común la rareza del pensamiento por una paciente adecuación
de la lengua filosófica a la lengua de todos, o una simple prudencia
cuando arrecia la adversidad –es decir la mayor parte del tiempo–.
Pero para Quignard hay un sentido –un núcleo recóndito– profunda-
mente antidemocrático en la experiencia del pensamiento que lega,
a los solitarios de todos los tiempos, Spinoza, aunque haya sido tam-
bién el único pensador en la historia de la filosofía amigo de la de-
mocracia, y aunque ningún otro filósofo, antes o después de él, haya
pensado tan intensamente con esta palabra una promesa común –la
promesa de lo común–. En tanto [pero Quignard no dice en tanto],
“Al final de la Ethica, Spinoza sueña con una comunidad de raros, de
difíciles, de secretos, de ateos, de despiertos, de luminosos, de lumi-
niscentes, de Aufklärer”.16
Esta comunidad de raros y despiertos –de “solitarios”– que Quig-
nard encuentra en Spinoza nos devuelve a las preciosas notas de cur-
sos y seminarios que Roland Barthes dictó en el Collège de France
en 1976-1977;17 allí indaga la encrucijada que establecen dos deseos
solo en apariencia opuestos: querer vivir solos; querer vivir juntos.
Texto epicureísta aunque sin nunca nombrar a Epicuro, la interro-
gación por el “Vivir-juntos” indaga una posibilidad más allá de los
ordenamientos políticos, las costumbres sociales y los mandamien-
tos religiosos. Equidistante de la anacoresis (práctica de la soledad
fuera de toda comunidad) y de las comunidades cenobíticas (inte-
16. Sobre la idea de una comunidad de los solitarios, cit., pp. 74-75.
17. Roland Barthes, Cómo vivir juntos. Notas de cursos y seminarios en el Collège de Fran-
ce, 1976-1977, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
194
gración plena de sus miembros), Barthes toma de Jacques Lacarrière
la noción de “comunidad idiorrítmica” para indagar una “utopía del
Vivir-juntos idiorrítmica” inconvertible a las utopías clásicas que, de
Platón a Fourier, plantean sociedades estructuradas en base a una
organización del poder.18 El Vivir-juntos entraña una ética o una fí-
sica de la distancia entre quienes viven juntos. En el “aglomerado
idiorrítmico” –como en el cardumen– cada ser lleva su propio ritmo
sin que ello disuelva el ser-común ni el estar-juntos; Barthes llama
a esto el “soberano bien del habitar”, del que solo la literatura puede
dar cuenta. (¿No es esto la amistad epicúrea?)19
En las fichas de Barthes preparatorias de estos cursos Spinoza
aparece cuatro veces. La primera, junto a Robinson, asociada a la idea
de anachoresis –forma elemental de la deserción–. “Anacoresis laica”:
“Spinoza, al final de su vida se retira a Voorburg, cerca de La Haya;
primero en una pensión; pero se da cuenta de que gasta mucho; al-
quila una habitación en una casa particular (para comer a su gusto).
Verdadera anacoresis, pues a veces baja a discutir con sus anfitrio-
nes. ‘Allí vivió a su antojo de manera muy retirada’”. Al margen de su
ficha Barthes anota la referencia a la edición francesa de la biografía
de Colerus [Vie de Spinoza, por Jean Colerus, Pléiade, p. 1038].20
La segunda referencia remite al problema del comer-juntos (la
“convivialidad”) y el “horror de comer solos”.21 La tercera evoca la
cama de Spinoza (único objeto que quiso conservar en herencia tras
la excomunión, siempre según la Vie… de Colerus), y considera a
18. “La Montaña Santa suscita un género de vida particular, lo que se llama la idio-
rritmia. Esos monasterios pertenecen, en efecto, a dos tipos diferentes. Los que se
llaman cenobíticos, es decir, comunitarios, donde todo, comidas, liturgias y labores,
se efectúa en comunidad. Y los que se llaman idiorrítmicos, donde cada uno vive
literalmente en su propio ritmo. Los monjes tienen celdas individuales, toman sus
comidas allí (con excepción de ciertas fiestas anuales) y pueden conservar los bie-
nes que poseían en el momento de los votos… En esas extrañas comunidades, aún
las liturgias son facultativas, con excepción del oficio nocturno” (Jacques Lacarrière,
L’Étar grec. Une Grèce quotidienne de 4000 ans, 1976, p. 40).
19. Idem., p. 187.
20. Idem., pp. 70-71.
21. Idem., p. 163.
195
Spinoza el “filósofo de la proxemia” –neologismo que designa el con-
junto de observaciones referidas al uso que hacen los seres humanos
del espacio en tanto producto cultural–. Barthes empleará la palabra
para referirse solo al espacio inmediato que rodea al sujeto, siendo
precisamente la cama el principal objeto proxémico.22
La cuarta mención asocia a Spinoza con el “decoro”;23 sentimiento
y práctica que Barthes considera en su sutileza y profundidad, y que
podría vincularse a lo que más adelante llama “delicadeza”: “Delica-
deza querría decir: distancia y consideración, ausencia de peso en la
relación, y sin embargo calor vivo de esta relación. El principio sería:
no manejar al otro, a los otros, no manipular, renunciar activamente
a las imágenes (de unos de otros), evitar todo lo que pueda alimentar
el imaginario de la relación”.24 Spinoza era lo contrario de un de-
magogo, de un maledicente, de un calumniador, de un disimulador.
También era lo contrario de un parrhesiastés.
[La última palabra del curso formula una promesa: “en el próximo
año se tratará de una Ética”.25]
196
–“anacorética” en sentido barthesiano–; en efecto: “Spinoza oponía a
la multitud, al vulgus, el amigo, el carus, como dos polos contradicto-
rios”.27 Radicalmente impolítico, se trata de un pensamiento del “re-
pliegue” y un ethos de la lectura: “En la plegaria la lengua se convierte
en extranjera. Es lo que yo llamo lectura y toda lectura es soledad
social. Benedictus Spinoza: ‘El hombre solo es feliz en la soledad, en
donde sólo se obedece a sí mismo’. Marx: ‘No tenemos otra cosa que
perder más que nuestras cadenas’”.28 La presunta cita de Spinoza so-
bre la felicidad del solitario es inexistente, en tanto que la invocación
de la última línea del Manifiesto comunista adopta aquí un estatuto
antimarxista: las cadenas a perder son las cadenas de lo social. Es la
pulsión libertaria lo que interesa preservar en odres nuevos –que en
verdad son los más arcaicos–.
En busca de Spinoza lector,29 escribe Quignard que a Baruch “le
gustaba leer tanto porque esta actividad hacía palpitar o estremecerse
el espíritu, cuanto porque ponía al cuerpo en una posición más re-
cogida y antigua que lo reposaba”,30 y que en su casa de La Haya
disponía de un jardín protegido por muros cubiertos de hierbas. En
esa casa concluyó la Ética, cuyo manuscrito escondió en su pequeño
escritorio “para que nadie lo viese”, pues “la obra es la interlocución
inhallable del pensamiento”.31 Estrechamente vinculado al secreto,
197
el ethos de la lectura es la jibia atesorada en las noches de los días
consagrados al oficio de pulir: “Sufría de un insomnio crónico que
transformó en felicidad leyendo. Amaba hasta ese punto la alegría.
Encendía la mecha a las tres de la mañana y descansaba mientras
esperaba el alba. Cuando indicaba esto, Kortholt cita la expresión de
Séneca: ‘Vatia está enterrado aquí’”.32 En el pasaje del horrorizado
relato al que remite Quignard, el joven Kortholt hallaba en la noche
y en el gusto por la noche la clave de tan monstruosa filosofía y tan
pernicioso filósofo: “Demasiado diligente –escribe– [Spinoza] se en-
tregaba al estudio incluso en plena noche y la mayor parte de sus
tenebrosos libros fueron elucubrados entre las diez de la noche y las
tres de la madrugada... [Así] comenzó a ponerse enfermo, agotado
por el trabajo nocturno. Siempre pensaba, sin embargo, en la vida, y
ni le venía en mente la muerte inminente...”.33
198
de la isla de Kotlin se levanta la fortaleza de Kronstadt, en la que
durante marzo de 1921 tuvo origen la rebelión anarquista de mari-
nos soviéticos que reclamaban el fin del “comunismo de guerra”, un
aumento de las raciones de pan y mayores libertades para los obreros
y campesinos. Días después del ultimátum de Trotski, la rebelión fue
aplastada por 50.000 soldados del Ejército Rojo y los rebeldes, civiles
y militares, masacrados. “Kronstadt es la libertad insurreccional con-
vertida en isla”, “la isla por excelencia”.34 Islandia y Japón, en tanto,
serán evocadas como islas que aman a los libros, todo para llegar a
la idea de seres islas: lectores, “seres librescos”, “ateos”, “literatos”,
“anacoretas”… Sus habitaciones son grutas, ellas mismas islas, úl-
timos reinos donde tienen lugar raras experiencias de libertad más
allá de la familia, las normas sociales, la educación, el lenguaje, la
repetición, lo siempre visto, lo siempre oído… habitaciones como sel-
vas. “Rara” –dice Quignard– llamaba Spinoza a esa primavera tras lo
domesticado –a esa “debacle”–.35 (En L’avenir dure longtemps Althus-
ser hablaba de “islotes de comunismo”. Y hablaba, también allí, de
América Latina como una isla.)
Otro pasaje de La barca silenciosa recuerda que “libertad”, eleu-
theria, era una palabra que un griego antiguo oía ante todo como la
posibilidad de ir a donde se quiera, como la posibilidad de errar y de
aventurarse en lo desconocido. Hay en la experiencia de la libertad
un anhelo remoto o un eco antiguo de animal salvaje (soli-vagus: que
erra en soledad), una memoria de errancia salvaje, de origen incierto,
que arrastra fuera del lugar, de lo familiar, de lo interpretado, y acaso
del lenguaje. Libertad, así, es ante todo exposición a la fortuna –y por
tanto al error, al infortunio, al despojo y la desposesión–. Libertad es
abandonar la casa y perderlo todo para volver a la selva.36
La palabra “emancipación”, que en lengua castellana significa
tanto como haberse liberado y es equivalente de libertad, arrastra
los mismos significados. De proveniencia jurídica, el verbo latino
199
emancipare presenta originariamente un significado negativo: que-
dar fuera de la potestad del padre (de la patria potestad), lo que im-
plica pérdida de los derechos de herencia y protección; separación y
exclusión. El prefijo ex- presente en la palabra porta esta exclusión al
exterior, en tanto que el vocablo mancipium resulta de la composición
de manus (mano, lo que se posee, aquello que se tiene a la mano) y
capere (tomar, aprehender). La emancipatio es la pérdida del derecho
a los bienes del padre, la incertidumbre por el sustento, pero también
la sustracción de un poder y la ruptura con la Ley. Emanciparse es
devenir sui juris. Como en la selva; recuperar el estado salvaje cuya
resonancia remota toda criatura lleva consigo: la de Spinoza fue una
experiencia de emancipación “salvaje” y disidencia radical que debió
protegerse con una práctica de la cautela y proteger con una “hones-
ta disimulación” la recobrada radicalidad de vivir como filósofo tras
haber roto con la Ley.
“Dada por perdida”, la lucha contra lo social elude la frontalidad
desigual y elige la habitación cerrada, la insularidad, la vida secreta
y, finalmente, la cautela. En toda sociedad acechan Drancy,37 la Lu-
bianka,38 La Perla…; toda sociedad –para Quignard– es policial. “Mi
familia, como todas las familias que han tenido relación con la policía
francesa durante la última guerra, tenía una apreciación a la vez me-
surada e inquieta de la misión que ésta cumplía. Por poco que a uno
le gusten los libros, cuando uno ha proseguido un poco los estudios,
la historia de la policía francesa hunde tan profundamente sus raí-
ces en la Inquisición religiosa que inspira un espanto total. Spinoza
hace grabar en el engaste de su anillo la divisa: Caute. (Desconfianza.)
La divisa de mi familia hubiera podido ser: Desconfía de la Sociedad
37. Entre 1941 y 1944 en la comuna de Drancy, hacia el noroeste de Paris, un con-
junto de edificios en forma de U fue utilizado como campo de concentración desde
donde fueron deportados más de sesenta mil judíos a distintos lugares de Europa
(sobre todo Auschwitz y Sobibor) para su exterminio.
38.Llamada la “Casa de los horrores”, es un imponente edificio en el centro de Moscú
en el que funcionó el cuartel general de la Checa y luego de la KGB con una prisión
anexa, donde miles de prisioneros políticos fueron interrogados durante el stalinis-
mo.
200
Nacional de Ferrocarriles. Desconfía de la Comisión de Transporte
Metropolitano. Desconfía de los gendarmes que tocan tu puerta. Des-
confía de las agencias ‘federales’ de ‘seguridad’. Piensa sin descanso
en Drancy, que sigue después de Pantin, que está antes de Roissy”.39
La conjunción en una misma página del nombre Spinoza con el
nombre Kronstadt y con el nombre Drancy establece el contrapunto
fundamental entre una filosofía de la cautela y el fascismo social en el
mundo contemporáneo –o más precisamente: el núcleo de fascismo
que toda sociedad, cualquiera sea la época, aloja en su interior–. El
spinozismo es aquí una filosofía para el peligro (tal vez precisamente
por ser una filosofía de la felicidad); una filosofía de los perseguidos,
de los raros, de los “lectores”, de los abiertos a un último reino que no
es el del mercado, el templo y el cuartel. Inactual, el Spinoza de Quig-
nard no es el filósofo del materialismo democrático que descubre
en la potentia multitudinis una fuerza libertaria de revuelta social; es
antes bien el filósofo que enseña a precaverse de la violencia, latente
o manifiesta, que se abate –o está siempre a punto de hacerlo– sobre
quienes se apartan de las religiones impuestas para “complacer a los
difuntos”, de las creencias adquiridas cuando “tropillas herbívoras”
se convirtieron en “manadas carnívoras”; sobre quienes resguardan
para sí y para otros (el “carus”, el “amicus”…) la libertad de pensar en
los desfiladeros del odio que esa libertad nada liberal despierta en
los poderosos de todos los tiempos y, a través del misterioso encan-
tamiento de su nombre (el “nombre de Uno”), en los impotentes de
todos los tiempos. En efecto, “Pensar a riesgo de perder la estima de
los suyos, a riesgo de abandonar el aroma humano, a riesgo de alejar-
se del cementerio, a riesgo de ser expulsado de su ciudad, a riesgo de
ser excomulgado, a riesgo de morir, asesinado por los franceses, en
la soledad de una pieza de hostería. Ése es Spinoza”.40
La “forma implicante” en el pensamiento cuando la vida pen-
sante es inevitable (nadie la elige) aloja, inextirpable, una paradoja:
sólo el pensamiento, arrastrado por el riesgo, es origen de la cautela
201
que es, así, una creación suya. Pero el pensamiento mismo, por ser-
lo, por naturaleza, es imprudencia en cuanto expone al más grande
riesgo de la vida social: morir por pensar. La prudencia para no mo-
rir por pensar que el pensamiento inventa para hacer algo consigo
mismo es siempre frágil y desbordada por lo que debía proteger
–de la excomunión, el exilio, el anatema, la mazmorra, el suicidio
o la dilapidación–. Como también en política, la prescriptiva quig-
nardiana de soledad es muchas veces excedida por lo inevitable y lo
incalculable. Pero no siempre lo inevitable prospera –más aún, casi
nunca lo hace–.
¿Cuándo la obra humana produce acontecimiento? Esta pregunta
no puede ser respondida. O más bien la respuesta no mitiga la in-
certidumbre, pues la obra humana nunca produce acontecimiento
por sí sola –y debido a ello, a su desprotección de lo que no controla,
sucede tantas veces morir por actuar–: “…los dioses hacen cosas que
los hombres no prevén. El tiempo no está del lado de los hombres
sino del surgimiento. Irrumpir temible. Pasaje de lo impensable. Las
sociedades humanas no siempre consiguen garantizar el retorno de
lo inesperado. Los dioses son aún más polimorfos que las estacio-
nes. Se ignora el porvenir. Únicamente los dioses en su sin fondo
(abismo), en su sin límite (aoristo), en su in-visible (Hades) procuran
lo repentino”.41 El tiempo secuencial administrado (la pura repeti-
ción y reproducción de lo existente) vulnerado por lo impensable y
lo inesperado irreductibles a cálculo prospera en acontecimiento “re-
pentino” cuando forma una encrucijada con acciones de hombres y
mujeres que no podían evitarse, incalculables.
Cuando el cruce infrecuente, raro, entre lo inesperado y lo
inevitable –que quizá por muy poco no sucedió en Kronstadt; que
sí sucedió en la Sierra Maestra– se produce, irrumpe el destello li-
bertario, mitad humano mitad divino, que desde entonces será ne-
cesario hacer durar –a esta capacidad de durar Maquivelo llamaba
“virtù”– tanto como sea posible. Sin jamás olvidar que “la cuestión
política siempre es única. La cuestión política es prever el pasado
41. Abismos, cit., p. 140.
202
que acecha. La cuestión nunca es: ¿Qué futuro tendrán nuestros
hijos? La cuestión del terror inminente es siempre inminente. La
pregunta de todos los tiempos siempre es: ¿Qué está a punto de
volver?...”.42 En alguna parte de la jungla, aunque no se la vea, la
bestia espera su momento.
Acaso lo que antes se nombró con la palabra “paraíso” es la
ininterrumpida inherencia de lo impensable divino y lo inevitable
humano –o lo que es igual: la dicha que no requiere precaución,
pensar sin morir–.
203
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La Periférica Distribuidora
www.la-periferica.com.ar
Esta edición de 1500 ejemplares de Spinoza
disidente se terminó de imprimir en abril de
2019, en imprenta Nuevo Offset,
Viel 1444, Buenos Aires, Argentina.