NEUROLIDERAZGO
NEUROLIDERAZGO
NEUROLIDERAZGO
cerebro
Según numerosas investigaciones, más del 90% de las decisiones que adoptamos las
personas las realizamos de forma inconsciente. Es más, nuestro cerebro es capaz de
procesar 400.000 millones de bits de información por segundo, pero solo 2.000 son
decodificados de forma consciente. Es en los 398.000 millones restantes en donde se
centra el neuroliderazgo.
Este campo del conocimiento pone de relieve que las organizaciones que obtienen mejores
resultados son, sencillamente, una suma de equipos de alto rendimiento y la forma más
efectiva para lograr el cambio es mediante la comprensión por parte de los líderes de la
compleja estructura del comportamiento humano.
• Liderazgo. Ancestralmente, aquellos que estaban en la cima jerárquica de las tribus eran los
que optaban a los mejores alimentos, mujeres o utensilios, de modo que el resto se sentía
incentivado para ascender. Actualmente, este reconocimiento sigue latente en los procesos
neurológicos de los individuos, hasta el punto de que el reconocimiento o agradecimiento por
un buen trabajo activa las mismas áreas de la mente que las recompensas económicas. De ahí
la importancia de que los directivos seamos capaces de reconocer el esfuerzo del equipo,
aumentando su motivación.
• Identificación. Gracias a la neurociencia, hoy sabemos que nuestro cerebro cuenta con las
llamadas neuronas espejo, capaces de hacernos comprender los sentimientos de otra persona
a través de un complejo mecanismo que activa la segregación de oxitocina. La clave para
contar con equipos de alto rendimiento es desarrollar un liderazgo basado en la empatía,
donde se primen las fortalezas frente a las debilidades.
• Simplificación. Está demostrado que las personas comprendemos en un tercio más aquello
que vemos que si solo lo escucháramos. Por tanto, para conseguir el mayor potencial de
nuestro equipo debemos simplificar los procesos, de modo que los miembros puedan analizar
y entender la situación y aportar nuevas perspectivas a la estrategia.
• Esperanza. Nuestro cerebro actúa como una cadena de producción. Solo cuando hayamos
satisfecho las anteriores necesidades cognitivas de nuestro equipo completaremos la
transformación del grupo hacia el rendimiento óptimo, con esperanza y visión de futuro.
La conclusión de esto es que los líderes más eficaces -aquellos que resistieron más de cara al
fracaso y se adaptaron a situaciones de alto estrés- presentaban altos niveles de testosterona
y bajos de cortisol. Por un lado, la primera hormona reduce el miedo al riesgo y mejora las
ganas de superación del sujeto, mientras que la segunda sustancia disminuye la ansiedad,
provocando que el líder se comporte con seguridad y sin perder el control.