Misticismo Cuántico. Introd

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Introducción

¿Qué estudia la física cuántica? – ¿Qué se da a


entender con misticismo cuántico? – “La enfermedad
del Nobel” – CON-CIENCIA: Ciencia y Conciencia –
Del método científico – Un campo de energía
fundamental – Física y metafísica – Misticismo
científico y su laboratorio – Paralelo entre las
enseñanzas milenarias de Oriente, Asía Central y el
subcontinente indio, con la física cuántica – Vedas e
hinduísmo – Sutras y budhismo – Confucionismo y
Taoísmo - Hacia una espiritualidad científica –
Creciente interés en estos temas – Para quién está
escrito este libro - Física cuántica para legos en la
materia – Dimensionando el campo de la Consciencia
sin ir al Himalaya – Como es arriba es abajo – La teoría
cuántica, sus misterios y absurdos – Objetivos de esta
obra.

La teoría, mecánica o física cuántica, en términos muy ele-


mentales, es el estudio de las cosas que ocurren a una escala
muy pequeña, atómica y subatómica, de las fuerzas que sub-
yacen bajo el mundo físico que percibimos sensorialmente.
Investiga por ende el comportamiento de las partículas y sub-
partículas componentes del átomo a escalas nanoscópicas. Un
nanómetro equivale a una mil millonésima parte de un metro:
1 nm = 10−9 mts.
El misticismo cuántico lo enjuicia la academia científi-
ca como pseudociencia, relacionándolo con “creencias” según
las cuales supuestamente las leyes de la física cuántica poseen
similitudes o paralelos con ciertas enseñanzas o tradiciones
religiosas antiguas. Los críticos más encarnizados no ahorran
descalificativos ni excomuniones hacia sus defensores, tildán-
doles de retrógrados de la ciencia, anticientíficos, estafadores,
paracientíficos, alucinados, todo ello enmarcado genérica y
despectivamente bajo el rótulo de “ciencia nueva era, o new
age”.
Lo destacable acá es que está corriente místico-
cuántica fue promovida por los padres mismos de la física
cuántica, eminentes físicos a los cuales se fueron sumando
muchos otros famosos investigadores, científicos de pura
cepa de distintas disciplinas, prestigiosos catedráticos, desta-
cados libre pensadores de ayer y de hoy, todos ellos admira-
dos y reconocidos mundialmente, algunos múltiplemente ga-
lardonados, entre otros con el Premio Nobel en física, o bien
en biología, medicina, química, literatura, paz. Dispendioso
sería mencionarlos a todos, baste con enfatizar que ha sido de
tal envergadura y dinámica su participación, durante ya casi un
siglo de recorrido de la teoría cuántica, que los defensores del
ortodoxo método científico se acuñaron la frase “La enfer-
medad del nobel”, ante esta pandemia que les ocasiona tanto
desasosiego.
En mi anterior libro “CON-CIENCIA: Ciencia y
Conciencia” (2019), editado por Caligrama, sello de Penguin
Random House, elaboro un estudio amplio y a profundidad
del imperante “Método Científico”, confrontado sus limita-
ciones al tratar de ser aplicado en ciertas escalas o campos de
la realidad universal y en todo lo relacionado con la mente y la
consciencia. Evidencio además en esta obra, claramente, sin
atenuantes, las posiciones erradas respecto a mente y cerebro
asumidas por las neurociencias y otras afines en el mundo
occidental, razón por la cual no incursionaremos acá en estos
asuntos. Esta obra puede ser considerada como complemen-
taria de la que tiene en sus manos.
A la física cuántica se le asume como una ciencia por-
que sus teorías físico-matemáticas están sometidas a la expe-
rimentación y verificación científica. Pero resulta que, aún
contando con toda la tecnología de punta que brinda la cien-
cia y la tecnología moderna, auxiliados con la inteligencia arti-
ficial y los logros provenientes de la cuarta revolución indus-

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trial, a los físicos se les aparecería como de la nada un gran
problema cuando en su sendero exploratorio del mundo
subatómico y en la búsqueda de los ladrillos fundamentales
con los cuales están edificadas todas las cosas en el universo,
desde las más diminutas hasta los cúmulos de galaxias, al bor-
dear los límites de su ciencia, y sin que éste hubiese sido pre-
cisamente el propósito inicial, se topan con un “campo de
energía” inédito, que más que ofrecerles respuestas les gene-
raba monumentales interrogantes y contrariedades, que esca-
paba de las descripciones conceptuales, demostrativas y de
maniobrabilidad a que veníamos acostumbrados en el mundo
macroscópico regido por las leyes de la física clásica o newto-
niana, reinantes hasta entonces durante doscientos años. Este
nuevo campo desvirtuaría a su paso tales leyes y desbarataría
todo el establecimiento.
En este sutil contexto microfísico, los “físicos”, que
por definición estudian las “cosas físicas”, valga la redundan-
cia, se vieron sumergidos de un momento a otro en un mun-
do metafísico (más allá de la física), resultando de ello una
generación de físico-filósofos, una mezcla tóxica, diarreica y
repulsiva para la ciencia oficial. A la metafísica se la describe
como no empírica (no experimental), por ello la comunidad
científica la cataloga como un parloteo absurdo e insulso que
no puede ser demostrado con el proceso ineludible de evi-
dencia, verificación y medición. Veremos más adelante que
para el caso que nos ocupa, la metafísica cuenta con su propio
laboratorio en el cual se pueden llevar a cabo tales procesos,
no precisamente entre paredes y atiborrados con crisoles,
tubos de ensayo, retortas, reactivos químicos, microscopios,
reglas de medición, escalpelo y bisturí.
A este campo de energía fundamental, descrito cuánti-
ca y místicamente como “la unidad con el todo”, que se le ha
tratado de caracterizar de diversas formas y con diferentes
palabras, más propio si se quiere para la poesía que para la
ciencia misma, pero que en esencia se refiere a una idéntica
realidad de carácter esencial, le dedicaremos la mayor parte de
este estudio. En estas instancias nos encontraremos con afir-
maciones casi imposibles de diferenciar si fueron formuladas
por físicos o por místicos orientales. Ambas corrientes termi-
nan convergiendo, comulgando en una experiencia que escapa
y sobrepasa la realidad percibida con los sentidos humanos,
mística por excelencia, pero reciamente basada en la experien-
cia directa.
El Nobel Werner Heisenberg señalaba: “… Los más
fructíferos descubrimientos tienen lugar en aquellos puntos en
los que se encuentran dos líneas de pensamiento distintas.
Estas líneas pueden tener sus raíces en sectores muy diferen-
tes de la cultura humana, en diferentes épocas, en diferentes
entornos culturales o en diferentes tradiciones religiosas. Por
ello, si tal encuentro sucede, es decir, si entre dichas líneas de
pensamiento se da, al menos, una relación que posibilite cual-
quier interacción verdadera, podemos entonces estar seguros
que de allí surgirán nuevos e interesantes descubrimientos”.
Esta obra, que pensé titular en un comienzo “Desde la
física cuántica hasta la consciencia”, decidí cambiarle el nom-
bre por “MISTICISMO CUÁNTICO”, a pesar de lo desacre-
ditado que pueda aparecer el término misticismo para la ma-
yoría de personas. La falta de crédito se da porque en nuestra
sociedad occidental se ha asociado el misticismo con asuntos
vagos, insustanciales, de mera fe o votivos, más a la medida de
alucinados que de científicos. El vocablo misticismo lo valoro
más como un elogio que como un insulto o descalificativo,
bajo la condición de que se le asuma en el buen sentido de la
palabra, más allá de las supersticiones, de la mera fe, de las
creencias y dogmas religiosos y de cuanta superchería le quepa
a las imaginaciones calenturientas. El misticismo a que me
refiero es científico por excelencia. Uno de los objetivos de
este libro es precisamente que a medida que vaya avanzando
el lector pueda sacar sus propias conclusiones derivadas de
sus propias reflexiones y claridades en todas estas materias.

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El misticismo genuino implica investigación científica y
tanto como la ciencia en general y la física cuántica en particu-
lar, se apoyan en un razonamiento y vivencias coherentes.
Ambos tienen como objetivo el conocimiento de la realidad
universal. Ambos son empíricos y verificables, pero parten de
planos diferentes en la búsqueda de respuestas a sus respecti-
vas preguntas. El uno no se convierte, de ninguna manera, en
el sustituto del otro, pero ambos arriban a un sitio que les es
común. Es apenas obvio que las preguntas que se hace un
místico atienden asuntos muy distintos de los que inquietan a
un científico. Es evidente que ambos parten de dominios
opuestos, Oriente desde las interioridades del ser humano,
con una visión espiritualista, Occidente enfocándose en el
mundo externo al ser humano, en las cosas físicas, materiales,
con afán utilitarista.
Maravillosamente, Oriente y Occidente, ayer aparente-
mente irreconciliables en sus sabidurías, hoy las están conci-
liando, pariendo una especie de espiritualidad científica. La
unidad fundamental del universo se ha convertido en tal vez
la más importante revelación de la física moderna, compagi-
nable con la experiencia mística alcanzada por los grandes
meditadores. El vacío de los místicos, que nada tiene de vacío
o nihilista si se le asume debidamente, se puede comparar
perfectamente con el campo cuántico de la física de partículas.
La energía de ese vacío pleno constituye la energía dominante
del universo, la misma a la cual ha arribado la mecánica cuán-
tica. Todos estos asuntos serán clarificados a medida que pe-
netremos en esta exposición.
Ciencia y misticismo difieren, además de lo ya expresa-
do, en lo relacionado con la cuantificación a que obliga el
método científico, toda vez que en el campo místico no es
posible llevarla a cabo. Este impedimento constituye la prin-
cipal bandera enarbolada por la ciencia oficial para descalificar
como pseudociencia todo lo que les hieda a misticismo y a la
ciencia de la consciencia más allá del cerebro y de sus neuro-
nas y sinapsis. Veamos un breve razonamiento sobre este
particular.
De la misma manera en que a los físicos cuánticos no
les es posible otorgarle dimensiones a sus hallazgos en todo lo
relacionado con ese campo energético y etérico en el cual se
vieron sumergidos, o si se quiere colapsados, como constata-
remos más adelante, tampoco es posible cuantificar las expe-
riencias místicas logradas por ejemplo a través de la honda
meditación y contemplación. No necesitamos incluso ahon-
darnos demasiado, el asunto es en realidad extremadamente
sencillo. Basta con señalar que no es posible pesar o medir un
pensamiento, una emoción, la bondad, la belleza, la compa-
sión, las miradas que se cruzan entre los ojos de un bebé con
su madre, o de dos enamorados, o de un perro con su amo, la
fragancia y exuberancia de una flor… El que no se puedan
dimensionar en centímetros, gramos o mililitros no les resta
realidad. Por el hecho de que un ciego no pueda ver las estre-
llas no significa que las estrellas no sigan allí. Que la luz del
Sol no nos permita observar sus destellos durante el día no les
niega tampoco su existencia ¿Acaso los científicos más riguro-
sos no sienten por igual estas vivencias del alma y no se sien-
ten igualmente incapaces de describirlas con palabras, algunas
de ellas comparables hasta cierto punto con las experiencias
derivadas de estados meditativos y devocionales, cuando nos
embarga un estado de paz, serenidad y contento? Ubiquémo-
nos ahora en el caso opuesto, cuando nos agita una honda
angustia o pesar? ¿Cómo dimensionar el odio, la ansiedad, la
preocupación… salvo por el estrés y el deterioro que nos oca-
siona?
Einstein aludía a “un sentimiento de religión cósmica”
que relacionaba con el orden y la armonía de la naturaleza y
agregaba que la ciencia sin religión quedaba coja y que la reli-
gión sin ciencia se volvía ciega. Otro Nobel de física,
Wolfgang Pauli, abocó por un “misticismo sólido”, una espe-
cie de síntesis entre racionalidad y religión, en el entendido

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que la teoría cuántica podía unificar los enfoques científico-
psicológico y filosófico-místico de la consciencia. Pauli fue
admirador de la filosofía de Arthur Schopenhauer, de quien
sabemos que estaba influenciado por las premisas orientales.
El asunto a reiterar y resaltar, como ya se dijo, es que la
física cuántica ha venido descubriendo en su proceso investi-
gativo enunciados que se asimilan a los descritos por antiguos
místicos orientales, que hacían parte de civilizaciones remotas
en el tiempo, con no menos de veintiséis siglos de antigüedad,
gracias a sus capacidades de percepción y penetración en los
dominios interiores de la consciencia y a sus profundas disci-
plinas y técnicas de meditación. Las fuentes están relacionadas
con del lejano Oriente, el Asia Central y el subcontinente in-
dio con el pensamiento reflejado en los vedas y el hinduismo.
El budismo con los Sutras, que valga la pena aclarar no
consiste en una religión ni es ritualista puesto que constituye
propiamente una “actitud hacia la vida digna”, obedece más a
criterios psicológicos que dogmáticos. Se dividió en dos es-
cuelas: la Hinayana con Sri Lanka (antigua Ceilán), Myanmar
(antigua Birmania) y Tailandia; y la Mahayana con Nepal, Ti-
bet, China y Japón, la que más ha predominado. Luego se
irradiaría a otras regiones. El Zen en Japón es sobre todo bu-
dista. “La experiencia personal es … el fundamento de la
filosofía budista. En este sentido el budismo es el empirismo
o experimentalismo más radical, cualquier dialéctica
posteriormente desarrollada lo será tan solo para demostrar la
experiencia de la iluminación” D.T. Suzuki (1968).
En China tenemos a dos ilustres contemporáneos:
Kung, Fu Tzu (Confucio- Confucianismo) y sus aforismos
basados en los Seis Clásicos libros antiguos, herencia cultural
espiritual de los sabios de antaño, y Lao Tsé (Taoísmo) y su
breve texto “El Tao T King”. Ambas corrientes tampoco
constituyen en sí religiones o doctrinas como es erróneamente
considerado, sino filosofías de sentido común y práctico. Na-
da o muy poco se dice por la academia de Fo Hi (aproxima-
damente 1200 a.C.), un personaje de grueso calibre en China.
Existen otros textos antiguos, no mencionados en las
más renombradas publicaciones de las últimas décadas, como
el Libro de Zian, el Tanjur, las Gotras, el Zivagama, entre
otros que serán citados en los apartes relacionados con ellos, a
fin de no descontextualizarlos.
Muchos países y cuerpos religiosos cuentan sus tradi-
ciones en términos de centenares de miles de años. Debemos
comprender, desde luego, que las pistas son escasas para pro-
bar o para confiar sobre cualquier cifra cronológica dada,
porque el tiempo es usualmente destructivo. Existen deidades
y culturas correspondientes a tiempos pre védicos, que se
remontan ocho siglos hacia atrás de la era cristiana, en la
prehistoria, que ofrecen simbologías con las cuales se pueden
establecer paralelos con la física moderna, pero que no son
mencionadas por los científicos cuánticos ni se les encuentra
ordinariamente en la literatura comercial.
Muy diciente y significativo es el creciente interés que
estos temas vienen despertando desde mediados del siglo
pasado en todos los estratos de la sociedad, trascendiendo
fronteras, géneros, dogmas y posiciones extremas. Los con-
ceptos emitidos por la denominada “filosofía perenne” se
están tomando como base filosófica en las investigaciones
académicas actuales. La psicología está resurgiendo del sarcó-
fago en que se la había sepultado por la ciencia materialista y
utilitarista. Cada vez se descorre más el velo de ignorancia
extendido en Occidente respecto a la historia de Asia, dando
cabida a un reconocimiento y valoración significativos, con
enorme incidencia enriquecedora en nuestras vidas y en la
sociedad.
Este libro está dirigido al ciudadano corriente, al que
nos encontramos en todas partes. No está diseñado para físi-
cos que quieran ahondar en los conocimientos que ya tienen
respecto a la física en sí, que superan con creces los elementa-

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les planteamientos que aquí se esbozan. El propósito aquí es
exponer a personas no especializadas en física cuántica ni en
enseñanzas orientalistas, o que conocen de la una pero no de
la otra, el puente que las une, del cual se viene nutriendo la
nueva ciencia de la consciencia, un denominador común que
nos concierne a todos y a cada uno, en la medida en que su
eje gira en torno a la vida misma. Penetrar en este recinto
implica introducirnos en nosotros mismos, en los fundamen-
tos de la naturaleza en general, descorriendo el velo de la ig-
norancia que oculta nuestra misma identidad o seidad o dei-
dad.
Lo que he aprendido autodidácticamente sobre física
cuántica obedece al entusiasmo que desde hace dos décadas
me ha motivado. A lo mejor se convierte esto en una fortale-
za, que un no físico cuántico de profesión, desde su compren-
sión, traiga a colación a ciudadanos no familiarizados con la
física cuántica, algunos de sus pormenores más relevantes, por
lo elemental y comprensible que se torna la exposición. Las
matemáticas constituyen un lenguaje reservado para un muy
pequeño grupo de expertos especializados en ella, permitién-
doles describir aspectos científicos a los cuales no se puede
llegar a través de la imaginación. No pertenezco a ese grupo
de privilegiados, por lo cual no hay espacio a ecuaciones ni
matemáticas en esta obra. Las antiguas enseñanzas orientales,
al igual que la de geniales pensadores y filósofos del siglo pa-
sado y del presente, en línea con estos postulados, dedicados a
los estudios y aplicaciones de la mente y la consciencia, por
profesión y vocación si que me son muy familiares desde hace
ya casi cincuenta años, lo que indudablemente me otorga cier-
to grado de especialista en el tema.
Pero no se requiere ser consumado físico-teórico-
cuántico ni convertirse en anacoreta y adentrarse en el Hima-
laya para asimilar el campo de la consciencia universal o cós-
mica, a la cual se está escalando desde hace ya un siglo por
parte de la física cuántica auxiliada por las milenarias enseñan-
zas orientales. En ulterior análisis, no se trata de Oriente ni
Occidente, ni de un conflicto o matrimonio entre ciencia y
religión o ciencia y filosofía. Vamos a hacer claridad en este
libro que el campo de estudio, el laboratorio y el laboratorista
residen en lo íntimo del ser humano, que el prerrequisito con-
siste en aprender a interiorizarnos, a bucear en estas profun-
das aguas cósmicas desde las cuales surgen la vida y las cosas.
Hermes Trismegistus nos decía tres siglos antes de
nuestra era: “como es arriba es abajo”, nada distinto a lo ex-
presado varios siglos atrás cuando se nos menciona que “el
océano no es más que una gota de agua multiplicada infinite-
simalmente”, o cuando nos dan a entender que microcosmos
y macrocosmos se funden en un eterno e inconmensurable
abrazo, así como cuando la gota de rocío se funde con el gran
océano de la vida perdiendo su singularidad, difuminándose
hasta borrar sus fronteras, asumiendo una consciencia plena,
universal.
No está demás hacer hincapié, como lo vamos a consta-
tar, que cuando se aborda el campo de la teoría cuántica sur-
gen y se acumulan los misterios, la confusión reina, crece el
absurdo, la sin razón, las cosas se ponen patas arriba, un ver-
dadero galimatías para quien se atreve a adentrarse en sus
laberintos y recovecos. La mayoría de quienes se asoman a
ella terminan atisbándola solo de soslayo, cuando no con
franca indiferencia, como si no quisiesen añadirla al catálogo
de problemas y confusiones que ya le ofrece en abundancia la
vida diaria. Algunos de entrada la rehúyen como a una peste.
Muchos de los que persisten en su exploración terminan
abandonándola convencidos de que no son aptos para desen-
redar tal maraña. Los menos, persisten en sus pesquisas, lo-
grando una mayor o menor penetración en sus entrañas, den-
tro de lo que cabe a tamaña empresa, siendo extremadamente
pocos los que la ahondan hasta sus confines. Pero a todos
indistintamente, sin excepción, desde los más encumbrados
físicos cuánticos hasta el inquieto ciudadano de a pie que se

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asoma a ella, les genera incertidumbres e incógnitas, algunas
de las cuales no han podido ser esclarecidas aún. Los más
grandes físicos, padres de la mecánica cuántica, han manifes-
tado su perplejidad ante la misma. Einstein, ante los innega-
bles éxitos experimentales de la teoría cuántica, diría: “Cuanto
más éxito tiene la teoría cuántica, más absurda me parece”.
Una importante recomendación para el lector ocasional:
si en el transcurso de la lectura se encuentra con párrafos que
le cuesta trabajo entender, sáltelos, no se detenga hasta com-
prenderlos, continúe con la lectura, puede sucederle que en el
recorrido por la obra se le esclarezcan apartes que no enten-
dió antes. Señálelos y regrese a ellos, si lo desea, una vez con-
cluida la lectura del libro.
De todos modos, el objetivo principal de este libro,
además del ya señalado respecto a las luces que se dan en los
terrenos del misticismo y de la física cuántica, más que un
asunto de comprensión o de carácter intelectual, es despertar
una nueva actitud ante la vida, renovadas ansias de vivir, a
tono con las armonías superiores de esta realidad universal
que aspiramos a asimilar y vivenciar plenamente, y que consti-
tuye, sin que la mayoría de personas se percaten, en el objeti-
vo de la vida, la razón y substancia de la existencia. El cono-
cimiento de sí mismo, que no es una mera frase de cajón pro-
cedente de los griegos, pero promulgada mucho antes que
ellos, constituye nuestro norte. Más vale, para beneficio de
todos, que lo entendamos y sepamos a ciencia cierta.

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