Gunther Stent - Las Paradojas Del Progreso PDF
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STENT
LAS
PARADOJAS
DEL
PROGRESO
SALVAT
Versión española de la obra original norteamericana
Paradoxes of progress de G. S. Stent
Traducción: R. Giráldez Ceballos-Escalera
PREFACIO
PRÓLOGO: LA LLEGADA DE LA EDAD DE ORO
PRIMERA PARTE - LA ASCENSION Y CAIDA DEL HOMBRE
FAUSTICO
1. EL FINAL DEL PROGRESO (1969)
BIBLIOGRAFÍA
2. EL FINAL DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS (1969)
BIBLIOGRAFÍA
3. EL CAMINO HACIA POLINESIA (1969)
BIBLIOGRAFÍA
PREFACIO
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La Edad de Oro, por Lucas Cranach. (Munich, Alte Pinakothek. Con per-
miso de Bayer, Staatsgemäldesammlungen.)
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En la primera mitad del siglo XVII, la idea del mundo esencialmente me-
dieval de la Inglaterra isabelina perdió su poder de satisfacer y proporcio-
nar confort, del mismo modo que en nuestros días el materialismo radical
asociado a la época victoriana parece bastante inadecuado para remediar
nuestros males.»
Entonces, la literatura tenía, lo mismo que ahora, un tinte de introver-
sión y un profundo interés en la salvación y en el esclarecimiento de la
autenticidad personales. Entonces, la gente se sentía, al igual que hoy, ago-
biada por un sentimiento de decadencia y frustración. Entonces se abrigaba
también un sentimiento de duda sobre la capacidad del hombre. Entonces,
los hombres inteligentes e instruidos formulaban, como lo hacen ahora,
síntesis confortables y místicas fluctuantes entre la ciencia y la religión,
debido a la falta de raíces o a la ambivalencia de su pensamiento filosófico.
Pero esos gritos de desesperanza no eran entonces, como no lo son en la
actualidad, necesariamente auténtico; tendían, como de nuevo tienden
ahora, a ser una afectación de la melancolía, una postura que, simplemente,
está de moda.
¿Cómo abandonaron los ingleses sus costumbres jacobinas? Al tener
el primer atisbo de un nuevo, hasta entonces desconocido, concepto cos-
mológico: la idea de progreso. Este optimismo surgió, opinaba Medawar,
de la «creencia de que no había un límite aparente para la inventiva y el
ingenio del hombre. Era la noción de un perpetuo plus ultra, de que lo que
ya se conocía era sólo una pequeña fracción de lo que quedaba por descu-
brir, por lo que siempre habría algo más allá».
Así pues, ¿qué es lo que estaba equivocado? ¿Cuál es la causa de la
repentina difusión de la idea de que el progreso ha sido un fallo, de que
toda esa inventiva, todo ese ingenio, todos esos descubrimientos han alum-
brado ese monstruo, la tecnología moderna, que produce nuevos instru-
mentos de guerra y pisotea la Naturaleza? ¿Cómo vamos a abandonar las
costumbres de nuestra era espacial? Dándonos cuenta, de acuerdo con Me-
dawar, de que toda esa melancolía es artificial, ya que, está basada en una
valoración superficial de la condición humana, y haciendo caso, como hi-
cieron los jacobinos, al paladín de la esperanza, Francis Bacon, quien alabó
«la virtud y la dignidad del conocimiento científico y su poder para con-
vertir el mundo en un sitio más agradable para vivir». Por tanto, ¡tened
confianza, hombres! Al fin y al cabo, la historia de la Humanidad apenas
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está empezando; solamente durante los últimos quinientos años, más o me-
nos, de sus quinientos mil años de existencia, los seres humanos han em-
pezado a ser un éxito desde el punto de vista biológico. Medawar reconoce
que «no puede apuntar una única y definitiva solución a ninguno de los
problemas a los que estamos enfrentados —políticos, económicos, socia-
les o morales—. Pero aún somos pioneros, y es por esa razón por la que
podemos tener esperanza en mejorar. Mofarse de la esperanza en el pro-
greso es la mayor fatuidad, la última palabra en pobreza de espíritu y fla-
queza mental».
En el mismo año en el que Medawar pronunció su homilía, yo escribí
un tratado de signo contrario titulado «La llegada de la Edad de Oro: una
visión del final del Progreso», en el que llegué a unas conclusiones diame-
tralmente opuestas a las de Medawar, y del cual se han reimpreso tres ca-
pítulos en la primera parte de la presente colección de ensayos. En lugar
de pensar que «mofarse de la esperanza en el progreso es la mayor fatui-
dad» y declarar que lo que era bueno para los jacobinos lo es también para
nosotros, concluí que el progreso está, verdaderamente, acercándose a su
final en nuestros días. Según eso, la fe desvaída en el progreso sería el
reflejo de una valoración acertada de la situación real, más que «pobreza
de espíritu y flaqueza mental». La razón principal por la que llegué a esta
conclusión fue que el progreso encierra varías contradicciones internas —
psicológicas, materiales y epistemológicas— que le hacen autolimitado.
Así pues, en contra de la afirmación de Medawar de que no hay «límite
intrínseco a nuestra habilidad de plantearnos preguntas que pertenecen al
dominio del conocimiento natural y que, por tanto, caen dentro de la
agenda de la curiosidad científica», yo mantuve que existen realmente al-
gunas cosas fundamentales en esa agenda que deben ser suprimidas. Como
traté de mostrar, nuestro intelecto ha eludido, hasta ahora, una gran parte
del conocimiento que aún nos falta sobre los asuntos humanos, y no porque
seamos aún pioneros con la esperanza de mejorar, sino porque pertenecen
a fenómenos cuyas conexiones causales propuestas por nuestra imagina-
ción no son susceptibles de validación.
La tesis principal de mi libro fue la de que estamos entrando en una
Edad de Oro, con cuya llegada las artes y las ciencias habrán alcanzado el
final de su largo camino. La Edad de Oro a que me referí es la de la mito-
logía griega, narrada por Hesíodo en el siglo VIII a.C. Según este mito, la
presente, y sin duda miserable Edad del Hierro, no es sino el quinto estadio
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tras una serie de ellos, cada vez más deteriorados, siendo el primero la
Edad de Oro. En aquella Edad de Oro, una raza dorada de hombres mor-
tales poblaba la Tierra, hombres que «vivían como dioses, sin pena en el
corazón, libres de trabajos y ajenos a las fatigas; en ellos no había nada de
miserable, sus brazos y piernas jamás desfallecían, haciendo alegres fiestas
lejos del alcance de las desgracias. Cuando morían era como si fueran ven-
cidos por el sueño, y tenían todas las cosas buenas; la tierra feraz les pro-
porcionaba abundantes frutos sin extinguirse. Vivían en paz y felicidad en
sus tierras, entre muchas otras cosas buenas, ricos en ganados y queridos
por sus adorados dioses». Esta Edad de Oro, según Hesíodo, llegó a su
final cuando Pandora levantó la tapa de su caja y dejó que salieran y se
esparcieran las desgracias anteriormente desconocidas. La Edad de Oro
fue sucedida entonces por las Edades de Plata, Bronce y Heroica, cada una
de ellas peor que sus predecesoras, y, finalmente, por nuestra Edad de Hie-
rro. En esta Edad de Hierro, los hombres «nunca dejan de trabajar y penar
durante el día, así como de estar en peligro por la noche; y los dioses dejan
caer penosas desgracias sobre ellos».
El propósito de mi ensayo fue el de mostrar que la visión de la historia
de los antiguos estaba equivocada, en cuanto a que la Edad de Oro no es
el estadio inicial de la Historia, sino el último, siendo necesariamente la
sucesora, en lugar de la antecesora, de la Edad de Hierro. Traté de mostrar
que los signos infalibles del advenimiento de la Edad de Oro, con todo lo
que auguran, están ya entre nosotros, por lo menos en las naciones indus-
trialmente avanzadas. Sin embargo, dudaría de que Hesíodo, o cualquier
otro de esa legión de escritores que han añorado paraísos perdidos desde
entonces, encontrase esa Edad de Oro muy a su gusto.
Mi argumentación general seguía unas líneas más o menos hegelianas
(o hasta donde yo sé, marxistas). Traté de mostrar que las contradicciones
internas —tesis y antítesis—, dentro del progreso, el arte, la ciencia y otros
fenómenos importantes para la condición humana hacen que esos procesos
sean autolimitados; que esos procesos están alcanzando sus límites en
nuestro tiempo y que todos ellos conducen a un final, en gran síntesis, la
Edad de Oro. A primera vista podría parecer que el hallazgo de que el
progreso en general, y la actividad creativa en particular estén alcanzando
su final en nuestros días, reflejara una visión hondamente pesimista del
futuro, un producto típico de la Weltschmerz era atómica. Sin embargo,
con una segunda mirada quedaría claro que mis conclusiones fueron, en
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campos que afectan al bienestar humano. En esta línea, Bentley Glass ce-
rró su discurso presidencial de 1971 expresando su esperanza de una me-
jora futura de las características fisiológicas y psicológicas de la Humani-
dad mediante una modificación juiciosa del material hereditario humano.
Pero en 1975, justamente, cuando la manipulación química directa del ma-
terial hereditario se había convertido en una posibilidad práctica, los prin-
cipales científicos responsables de este desarrollo celebraron una confe-
rencia internacional, a la que se dio una gran publicidad, para dar una voz
de alarma sobre los peligros inherentes a su trabajo. Así pues, apareció la
situación paradójica, sin precedentes en los anales de la ciencia moderna,
de que las propias personas que habían trabajado tan duramente para pro-
ducir un avance en la investigación científica empezaron, de pronto, a
verse a sí mismos como potenciales aprendices de brujo, incapaces de con-
trolar los agentes que ellos mismos crearon, en el preciso momento en el
que las investigaciones parecían al fin dar sus importantísimos resultados.
Casi de la noche a la mañana, la imagen pública de la ingeniería genética
cambió desde considerársela como potencial benefactora de la Humanidad
a ser un proyecto siniestro de científicos locos que pretenden arriesgar el
bienestar de la Humanidad por satisfacer su curiosidad malsana. En 1976,
me imagino que Bentley Glass se lo hubiera pensado dos veces antes de
formular ese tipo de recomendaciones genéticas sobre el futuro del hombre
que parecían perfectamente razonables sólo cinco años antes.
Así pues, en vista de que el subsecuente curso de los acontecimientos
confirmó la validez esencial de los pronósticos que hice en La llegada de
la Edad de Oro, traté de desarrollar de nuevo mis ideas anteriores en los
aspectos social y filosófico de la ciencia y su futuro. Aunque creo que,
básicamente, mis puntos de vista sobre esas materias apenas han cambiado
desde el final de los años sesenta, mi foco de atención ha variado algo, por
varias razones. En primer lugar, abandoné la Genética molecular, mi pri-
mer campo de especialización, y, al igual que otros veteranos del período
romántico de la Genética molecular, me puse a trabajar como neurobió-
logo. En segundo lugar, me di cuenta de la importancia del enfoque estruc-
turalista del hombre desde disciplinas tales como la Psicología, la Antro-
pología y la Lingüística. En tercer lugar, caí en la cuenta de que las para-
dojas epistemológicas que ya había visto que constituían limitaciones para
el progreso científico tienen su paralelismo en el campo de la ética, y que
el enorme incremento producido recientemente en el control del hombre
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BIBLIOGRAFIA
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ROSZAK, T.: The Making of a Counter Culture: Reflections on the Technocratic Society and
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ROSZAK, T.: Where the Wasteland Ends: Politics and Transcendence in Postindustrial Soci-
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STENT, G. S.: The Corning of the Golden Age: A View of the End of Progress, The Natural
History Press, Garden City, 1969.
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PRIMERA PARTE
LA ASCENSION Y CAIDA DEL HOMBRE FAUSTICO
El Dr. Fausto en su estudio, por Rembrandt. (Con permiso de The Bettman
Archive, Inc.)
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las costumbres establecidas que los enfrentaron hasta el colmo con los
adultos. Contrariamente a la visión simplista, por lo general, los bohemios
no han abandonado en absoluto sus actitudes y gustos radicales al alcanzar
la madurez y su consiguiente integración en la sociedad. En lugar de eso,
ha sido la sociedad la que en ese tiempo, ha cambiado y ha venido a asi-
milar lo que en otra época fueron nociones trasnochadas. Visto desde este
ángulo, los bohemios representan una vanguardia cuyas actuales costum-
bres radicales pueden servir como programa de las futuras costumbres con-
vencionales del Establishment. Por ejemplo, una mirada retrospectiva a los
primeros bohemios de Montmartre del siglo XIX muestra que sus gustos
artísticos y sus normas de comportamiento personal —tan épatant a sus
contemporáneos burgueses— llegaron a ser valores aceptados por la clase
media en la Europa posterior a la primera guerra mundial. Otro ejemplo es
el de la bohemia americana de Greenwich Village, posterior a la primera
guerra mundial. Allí estaba reunida la juventud que se sentía asqueada de
ese darwinismo social, de que el pez grande se come al chico, consustan-
cial al capitalismo americano, así como de la vulgaridad banal de sus gus-
tos estéticos. Las ideas apolíticas de Greenwich Village, así como el re-
chazo del omnipotente dólar como el alfa y el omega de la bondad, vinie-
ron a ser valores aceptados por el Establishment americano posterior a la
segunda guerra mundial. Los veteranos de Greenwich Village no necesi-
taron adaptarse a la sociedad al alcanzar la madurez; para entonces, la so-
ciedad ya se había adaptado a sus costumbres. Por eso, hubiera sido intere-
sante examinar la filosofía de los beatniks en los años cincuenta, si uno
hubiera querido prever lo que iba a ser la América metropolitana de los
años sesenta.
La filosofía beat representa un apartamiento bastante radical de las ac-
titudes occidentales post-renacentistas, aunque parece convencional desde
el punto de vista del pensamiento oriental. Renuncia tanto al uso de la ra-
zón como a la lucha por el éxito mundano que se piensa son irrelevantes,
o que incluso son obstáculos para la vida auténtica. Esto es, la filosofía
beat asegura que los sentimientos y las experiencias sensoriales inmediatas
deben tener preferencia sobre los pensamientos cerebrales, y que la reali-
zación del «yo» debe buscarse mediante acciones dirigidas hacia uno
mismo y no hacia el exterior. Hacia los años sesenta se perdió de vista a
los beatniks, no porque desaparecieran realmente, sino porque sus actitu-
des y su estilo llegaron a ser algo trivial en las áreas metropolitanas de las
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costas Este y Oeste. Ya nadie se vuelve a mirar una barba o unas sandalias.
Mientras tanto, la filosofía beat atravesó la bahía de San Francisco y se
matriculó en la Universidad de California, en Berkeley, aunque este hecho
pasó inadvertido a la administración de entonces. Fue el Free Speech Mo-
vement el que llamó la atención sobre el profundo cambio que había tenido
lugar en el seno del cuerpo estudiantil de Berkeley. Tal como decía el in-
forme Muscatine, del Senado académico de la Universidad, un número
cada vez mayor de los mejores estudiantes no parecen ya estar «orientados
académicamente» o «dedicados a su carrera y... no se hacen cargo de las
oportunidades que les brinda la Universidad para que se eduquen con vis-
tas a una vida de trabajo y avance en sus respectivos campos de acción».
Ha surgido un grupo de estudiantes «inconformistas», en los que «su as-
pecto más prominente... es el rechazo absoluto de muchos aspectos de la
América actual». Estos estudiantes creían que los americanos «que afir-
man ser morales son realmente inmorales, y los que afirman ser sanos son
verdaderamente malsanos... Estas formas de rechazo de la sociedad en la
vida privada de uno mismo son el resultado del anterior modelo beat, o
generación no comprometida». Pero el aspecto verdaderamente radical de
la nueva mentalidad estudiantil no era la superficial, y de ningún modo
nueva actitud de la protesta contra la sociedad, sino su base antirracional
subyacente. Ya que «los estudiantes que mantienen la creencia de que el
sentimiento es un camino más seguro hacia la verdad que la razón no pue-
den apreciar el compromiso de la Universidad con la investigación racio-
nal».
Trataré ahora de introducirme en los orígenes de esos aspectos geme-
los, centrales en la filosofía beat, el antirracionalismo y el antiéxito, que
se han venido manifestando entre los estudiantes de Berkeley. Debería
quedar claro desde el principio que el antiéxito va más allá de una oposi-
ción a la lucha enconada por una recompensa material —hacia el final de
los años cincuenta esta clase de éxito estaba ya desprestigiada, incluso en
la recta sociedad no beat—, ya que se extiende a todas y cada una de las
realizaciones del mundo exterior. En consecuencia, los escritores de la fi-
losofía beat que publicaron estas ideas —por ejemplo, Kerouac, Ginsberg
y Mailer— no pudieron ser auténticos beats porque un literato beat es una
contradicción en sus términos. Esta misma contradicción se encuentra en
el budismo Zen, con el que la filosofía beat tiene grandes afinidades. Los
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maestros del Zen afirman que nadie puede haber entendido realmente el
Zen si ha intentado denodadamente escribir sobre él.
El informe Muscatine hace lo que yo creo que es una correcta identifi-
cación de la fuente de la que surge la actitud beat entre la generación pos-
terior a la segunda guerra mundial: la sociedad opulenta. El crecimiento
en una sociedad en la que la pobreza y la necesidad han sido desterradas
engendra una psique beat, en la que la lucha por el éxito está totalmente
ausente. El éxito es un objetivo inmerso en una infancia pasada en una
ambiance de gran necesidad e inseguridad económica.
Trataré ahora de justificar esta portentosa deducción en términos del
concepto del siglo XIX, bastante pasado de moda, del deseo de poder. Este
concepto fue básico dentro de la filosofía de Nietzsche, que lo consideró
como la esencia metafísica de la vida misma. Según él, allí donde hay vida
hay deseo de poder. Sin embargo, para evitar estas nociones metafísicas
trataré del deseo de poder simplemente como un hecho psicológico, es de-
cir, daré por supuesto que en la psique humana existe un deseo de poder
sobre los sucesos del mundo exterior. Y, siguiendo a Nietzsche, adoptaré
la idea de que la sublimación de ese deseo de poder es el móvil psicológico
de toda actividad creativa. Sin duda, el concepto de deseo de poder puede
ser formulado de manera más satisfactoria, en términos psicoanalíticos
modernos, como una relación dinámica entre el ego y. el id. Pero creo que
para lo que nos proponemos no es necesario examinar a fondo la impor-
tancia relativa de los componentes consciente y subconsciente de ese de-
seo. De cualquier forma, el deseo de poder es, claramente, una de las fuer-
zas directrices más importantes de nuestro comportamiento dirigido al ex-
terior. Podemos definir ahora el éxito, en su más amplio sentido, como un
ejercicio del deseo de poder en el que el «yo» encuentra que los resultados
que esperaba de ese ejercicio se obtuvieron realmente. Es decir, el éxito
significa la habilidad de manipular los sucesos del mundo exterior de una
manera satisfactoria. Estos hallazgos subjetivos en relación con el ejerci-
cio del deseo de poder ejercen un importante feedback sobre el «yo», el
cual encuentra la realización en términos del éxito de su comportamiento
dirigido al exterior.
Trataremos ahora del origen biológico, ontogenético y filo- genético,
del deseo de poder, algo que, por supuesto, no tiene nada que ver con el
punto de vista metafísico de Nietzsche. Para ello, debemos considerar que
el deseo de poder tiene tanto un componente innato, o instintivo, como un
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BIBLIOGRAFIA
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turaleza hostil está llegando al objetivo final, como los avances tecnológi-
cos que se han realizado, gracias a la aplicación de los resultados de la
investigación científica, vencen a todas las amenazas que se yerguen sobre
la supervivencia humana como el hambre, el frío y la enfermedad, la nueva
investigación científica parece haber llegado a un punto a partir del cual
su utilidad es cada vez menor. Por tanto, es posible que ocurra una dismi-
nución en el gran interés actual en financiar las ciencias. Sin embargo, este
argumento puede perder su validez si con el advenimiento de lo que Her-
man Kahn llama la edad «post-económica» las ciencias siguen funcio-
nando. Ya que para esa época, el progreso tecnológico habrá dado lugar a
un producto nacional bruto infinitamente grande, una condición bajo la
cual habrán perdido su importancia las consideraciones utilitarias para de-
cidir las cantidades que deben asignarse a cada una de las actividades de
la sociedad.
En segundo lugar, y lo que es más importante, quiero considerar lo que
yo creo que son límites intrínsecos de las ciencias, límites a la acumulación
de manifestaciones con significado sobre los sucesos del mundo exterior.
Creo que todo el mundo estará de acuerdo con que hay ciertas disciplinas
científicas que, por los fenómenos a los que se dedican, están limitadas.
La Geografía, por ejemplo, está limitada porque su finalidad de describir
las características de la Tierra es algo claramente limitado. Incluso si la
totalidad del gran número de detalles topográficos y demográficos exis-
tente se llegase a describir algún día, parece evidente que, a pesar de eso,
sólo podría abstraerse de esos detalles un número limitado de relaciones
significativas. Y, como traté de mostrar en La llegada de la Edad de Oro,
la Genética no sólo tiene límites, sino que su propósito de entender el me-
canismo de la transmisión de la información hereditaria se ha alcanzado
ya de hecho. Verdaderamente, y aquí probablemente me aparte de algunos
que me aceptaron el ejemplo precedente, incluso esos taxones científicos
considerados como mucho más amplios, como la Química, y la Biología
también tienen límites. Ya que, a fin de cuentas, en su interés por com-
prender el comportamiento de las moléculas y de los agregados molecula-
res «vivientes», está inmanente un propósito definido y circunscrito. De
este modo, aunque el número total de moléculas químicas posibles sea
muy grande, y la variedad de reacciones que puedan llevar a cabo sea
enorme, el propósito de la Química de comprender los principios que go-
biernan el comportamiento de dichas moléculas está claramente limitado,
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límites (del mismo modo que generó la mecánica, por ejemplo). Pero, aun-
que la Física es, en principio, una disciplina sin límites, puede esperarse
que en la práctica también encuentre limitaciones. Como ha señalado Pie-
rre Auger, los límites de la Física son puramente físicos, se deben a las
propias limitaciones humanas de tiempo y energía. Estas limitaciones ha-
cen imposibles para siempre, aquellos proyectos de investigación que lle-
ven consigo la observación de sucesos en regiones del universo a más de
diez o quince billones de años luz de distancia, el viajar muy lejos de nues-
tro sistema solar, o el generar partículas con energías cinéticas que se acer-
quen a las de los rayos cósmicos de alta energía.
Además, el propio hecho de que la Física no tenga límites parece llevar
consigo una limitación heurística por paradójica que pueda parecer esta
afirmación. Hasta donde soy capaz de entender, las disciplinas fronterizas
en los dos extremos abiertos de la Física, la Cosmología y la Física de la
alta energía, parecen moverse rápidamente hacia un estado en el que se
está haciendo progresivamente menos claro qué es realmente lo que, en el
fondo, uno está tratando de encontrar. ¿Qué significado tendría realmente
el comprender el origen del universo? ¿Y qué significado tendría el encon-
trar, al fin, la más fundamental de las partículas fundamentales? Así, la
prosecución de una ciencia sin límites también parece encerrar un punto a
partir del cual disminuye el beneficio intelectual. Ese punto se alcanza al
darse cuenta de que el objetivo se encuentra escondido en una pesada su-
cesión de cajas chinas sin final.
Para el propósito de esta discusión, los matemáticos pertenecen a una
categoría especial, por cuanto que ocupan una posición intermedia entre
las artes y las ciencias. Como el dominio de las Matemáticas es la Lógica,
abarca tanto el mundo interior de los sucesos privados como el mundo ex-
terior de los sucesos públicos al que se aplica la lógica. Creo que con la
aparición del teorema de Gödel hace unos treinta y cinco años, las Mate-
máticas han llegado, ciertamente, a tener los límites abiertos. Ya que este
teorema ha mostrado que cualquier grupo de axiomas de complejidad com-
parable a lo que encierra nuestro concepto de número, generará algunas
proposiciones cuya verdad o falsedad no pueden demostrarse, excepto ha-
ciendo que ese grupo forme parte de un sistema axiomático mayor. Este
sistema mayor, generará a su vez nuevas proposiciones indeterminadas.
Sin embargo, no me sorprendería enteramente de que también las mate-
máticas alcanzasen pronto un punto de disminución de beneficios.
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mún impidió, durante mucho tiempo, que reconociéramos lo que hoy sa-
bemos que es cierto y que aceptamos ampliamente. En otras palabras, algo
que ayer no tuvo sentido puede ser hoy de sentido común. Pero creo que
esta visión canónica del papel obstructivo del sentido común en la Historia
de la ciencia es bastante superficial ya que no considera las consecuencias
psicológicas de esta evolución. En primer lugar, las ideas actuales de que
la Tierra es redonda y de que gira alrededor del Sol gracias a la interven-
ción de fuerzas que están actuando a distancia, no se desarrollan realmente
como parte del sentido común del niño mediante el uso de sus axiomas
epistemológicos innatos al tratar con el mundo exterior de su ambiente in-
fantil. Antes bien, esas abstracciones no naturales le son impuestas por los
adultos a una edad intelectual más madura. En segundo lugar, creo que
cada una de esas contraórdenes dirigidas al sentido común produce un
cuanto de alienación de la realidad, o engendra una erosión parcial del
«principio de realidad» (del que volveré a hablar en el siguiente capítulo).
Así pues, podemos darnos cuenta de otra contradicción interna en la cien-
cia: los axiomas innatos en los que nuestro cerebro basa su conocimiento
del mundo exterior y de los que nace el sentido común, sufren una viola-
ción cada vez mayor a medida que se desarrolla la evolución de la inves-
tigación en el campo de la Física. Este proceso intelectual da lugar, a su
vez, a un alejamiento progresivo de la realidad de ese mundo exterior, a
una pérdida del significado psíquico de los conocimientos adquiridos so-
bre su funcionamiento, y, por lo tanto, a una disminución del interés por
realizar nuevas investigaciones sobre los fenómenos de dicho mundo ex-
terior.
¿Y qué hay sobre las «jóvenes» ciencias sociales? ¿No son las ciencias
del futuro, de cuyo desarrollo tenemos ahora la más imperiosa necesidad?
Seguramente, quedan por descubrir muchos principios fundamentales de
Economía y Sociología cuya aplicación, finalmente, permitirá al hombre
controlar, no sólo la naturaleza hostil, sino también el trato con sus seme-
jantes. Pero aquí encontramos el tercero, y para los propósitos de esta dis-
cusión, el que yo considero como el obstáculo más importante para el fu-
turo progreso de las ciencias. A mi entender, este obstáculo fue reconocido
por primera vez por el matemático Benoit Mandelbrot hace algunos años,
mientras realizaba un análisis estadístico de algunas series econométricas
temporales, tales como las fluctuaciones en el precio del algodón. En el
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teorías científicas que aparecieron antes de los últimos cien años, están
relativamente libres de ruido. Dichos fenómenos se explicaron mediante
leyes deterministas, las cuales afirman que una serie dada de condiciones
iniciales (situación antecedente) puede conducir a un y sólo un estado final
(situación consecuente). Pero hacia el final del siglo diecinueve se llegaron
a emplear los métodos de la estadística matemática en los anteriores fenó-
menos físicos inescrutables que contenían una cantidad de ruido aprecia-
ble. Este desarrollo dio lugar a la aparición de las leyes indeterministas de
la Física, tales como la teoría cinética de los gases y la mecánica cuántica.
Estas leyes indeterministas consideran que una serie dada de condiciones
iniciales puede conducir a varios estados finales alternativos. Sin embargo,
una ley indeterminista, no está desprovista de valor predictivo, ya que se
asigna una probabilidad de realización a cada uno de los distintos estadios
finales. Verdaderamente, una ley determinista puede considerarse como
un caso límite de una ley indeterminista más general en la que la probabi-
lidad de ocurrencia de uno de los estadios finales alternativos se acerca a
la certeza. (Aquí, deberíamos conceder algún crédito a los falsos profetas
del final de la Física; por lo menos, parece que percibieron correctamente
que la Física determinista llegaría al Final en su tiempo.) El test conven-
cional para conocer la validez, tanto de las leyes deterministas como de las
indeterministas, es que se produzcan sus predicciones en observaciones
futuras. Si las predicciones se producen, la estructura que cree haber per-
cibido el observador en el fenómeno original puede ser considerada como
verdadera.
Ahora, Mandelbrot afirma que la ciencia está actualmente en el umbral
de lo que él llama un segundo estadio de indeterminismo, por cuanto que
muchos de esos fenómenos con ruido, que siguen eludiendo una correcta
explicación teórica, no sólo serán inaccesibles al análisis mediante las teo-
rías deterministas al viejo estilo, sino que también se mostrarán refractarias
a la formulación mediante las teorías actuales del primer estadio indeter-
minista. Al elaborar este punto, Mandelbrot llama la atención sobre el ca-
rácter estadístico del ruido que aparece debido al aspecto de azar de un
conjunto de sucesos naturales: la actividad espontánea del sistema. Para
el conocimiento de un sistema, la naturaleza de su actividad espontánea es
de la mayor importancia. En la mayor parte de los sistemas en los que hasta
ahora, ha sido posible elaborar con éxito teorías científicas indeterministas
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Gráfica de las ganancias de Paul en un juego de cara o cruz, jugado con una moneda normal.
Los puntos en los que la gráfica cruza la línea horizontal (ganancia = 0) parecen estar muy
agrupados, aunque los intervalos entre esos puntos son, obviamente, estadísticamente inde-
pendientes. Para apreciar completamente la extensión del agrupamiento aparente en esta fi-
gura, nótese que las unidades de tiempo usadas en la segunda y tercera filas equivalen a veinte
jugadas. Por tanto, la segunda y tercera líneas tienen menos detalle, y cada una de las zonas
en las que la gráfica cruza la línea horizontal es realmente una agrupación o una agrupación
de agrupaciones. Por ejemplo, los detalles de la agrupación alrededor del tiempo 200 pueden
verse claramente en la primera línea en la que se usa una unidad de tiempo igual a dos juga-
das. (Tomado de W. FELLER, An introduction to Probability Theory and its Applications, 2.a
ed., John Wiley & Sons, Nueva York, 1975.)
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BIBLIOGRAFIA
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LANGER, SUSANNE, K.: Philosophy in a New Key, Mentor Books, Nueva York, 1948.
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71,421 (1963).
MEYER, L. B.: Music, the Arts and Ideas, Univ. Chicago Press, 1967.
PRICE, D. J. DE SOLLA: Science Since Babylon, Yale Univ. Press, New Haven, 1962.
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hacia la Edad de Oro, con “todas las maravillas que se quiera”, cuya con-
templación desde lejos fue tan agradable para los intelectuales victoria-
nos, pero se ha hecho muy poco hasta ahora en cuanto a la preparación
psicológica para recibirla».
Los pasos agigantados hacia la Edad de Oro sólo se han producido, por
supuesto, en los países tecnológicamente avanzados, mientras que la ma-
yoría de la población mundial, en los países subdesarrollados, vive aún en
la más abyecta miseria. Pero los países avanzados, particularmente los Es-
tados Unidos y la Unión Soviética, e incluso, hasta cierto punto China,
están ya exportando su capital y sus conocimientos técnicos a las naciones
atrasadas. E incluso aunque estas acciones no estén necesariamente inspi-
radas en motivos puramente humanitarios, Gabor cree probable que me-
diante la inevitable propagación ecuménica de la tecnología, el mundo en-
tero llegará a alcanzar el mismo alto nivel de vida. «Una vez que ha em-
pezado la industrialización», dice, «no hay ni parada ni retorno». En lo que
concierne a la economía de este desarrollo, calcula que, incluso si las na-
ciones atrasadas no destinan nada de sus propios beneficios a inversiones
productivas, una exportación de tan sólo un 1 por 100 de los beneficios
anuales del «mundo libre» (o un 10 por 100 de sus gastos militares) basta-
ría para el despegue industrial de las naciones atrasadas. Gabor no espera
que esta industrialización de los países subdesarrollados ocurra dentro de
un sistema político democrático, y cree que «si tratamos de imponer a des-
tiempo normas democráticas y morales en países subdesarrollados no les
haremos ningún bien».
En lo que concierne a la probabilidad de una guerra atómica, Gabor
encuentra alguna base para esperar que pueda ser evitada, en vista del equi-
librio del terror y de la manifiesta política de acercamiento entre los Esta-
dos Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, tiene miedo de la posibili-
dad de que China llegue a ser una potencia atómica, lo que, si ocurriera,
«sería verdaderamente un día aciago para China y para el resto del
mundo». (La discusión de Gabor no preveía, por supuesto, que en 1968,
cuando aquel «día aciago» pasó, las políticas neoimperialistas tanto de los
Estados Unidos como de la Unión Soviética seguirían siendo las mayores
amenazas para la paz mundial.) En lo que concierne al exceso de pobla-
ción, Gabor considera que el aumento explosivo de la población en los
países subdesarrollados es un fenómeno trágico pero pasajero. Posible-
mente, millones de asiáticos mueran de inanición antes del final de este
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ciedad menos productivos, que el delicado (y algo loco) inventor está lle-
gando a ser una rareza, y que las ambiciones de los estudiantes universita-
rios no son ya lo que solían ser. Sin embargo, no saca la conclusión de que
esos fenómenos no son más que manifestaciones de la pérdida progresiva
de deseo de poder. Como el evangelio del trabajo es, patentemente, «la
voluntad instintiva de un cuerpo social» que tiene el deseo de poder, ese
evangelio está destinado a perder su carisma con el desvanecimiento del
deseo.
Para examinar si es realmente cierta la sentencia de Joad de que el tra-
bajo es la única ocupación inventada hasta ahora que la humanidad ha sido
capaz de tolerar en cualquier dosis excepto en las más pequeñas, uno debe
preguntar si no han existido ya, de hecho, sociedades opulentas dentro de
la historia en cuyos dominios el ocio fuera un factor prominente en la vida
diaria. (La existencia de clases ociosas que hayan vivido a costa de masas
trabajadoras en sociedades con pocos recursos no es, por supuesto, lo que
queremos considerar aquí.) Ya que si dichas sociedades opulentas hubie-
ran existido, su ejemplo nos indicaría cómo puede ajustarse la naturaleza
humana para enfrentarse al problema planteado por el ocio. Gabor, a pesar
de su afirmación de que «el ocio para todos es una completa novedad en
la historia humana», sabe que, de hecho, hay ejemplos bien conocidos de
ociosos paraísos terrenales. En este sentido menciona Burma, Bali y las
islas de los mares del Sur «en donde la gente trabajaba poco y estaba sa-
tisfecha con lo que tenía». Describe también con algún detalle a los felices
y saludables hunzas en sus fértiles moradas del Himalaya —anota puntual-
mente que los hunzas no tienen arte— y encuentra que «se queda uno bo-
quiabierto con la sorpresa de que la naturaleza humana pueda ser así».
Pero, por razones que yo no puedo comprender, Gabor cree que el ocio
proporcionado por un paraíso natural y el proporcionado por un paraíso
tecnológico son asuntos completamente diferentes. Al contrario que Ga-
bor, yo creo que el ocio es el ocio, y además encuentro sorprendente el que
haya sido tan raramente destacada la obvia importancia de la historia de
estos paraísos para nuestra condición presente.
La historia de las islas de los mares del Sur, o, más específicamente,
de Polinesia, puede, creo yo, servir de paradigma de la evolución, más ge-
neral, hacia la Edad de Oro. Estas islas fueron pobladas por una raza audaz
y emprendedora que, hace aproximadamente trescientos años se proyectó
hacia el Este en botes abiertos desde el sudeste de Asia, cruzando el vacío
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sin caminos del Pacífico en busca de mejores hogares. Los viajes de estos
hombres representaron osadas hazañas de navegación, en comparación
con las cuales el tráfico de los fenicios por el mar Mediterráneo palidece
en la mayor insignificancia. Incluso los viajes marítimos mucho más tar-
díos de los audaces nórdicos a Islandia, Groenlandia y Norteamérica, pa-
recen, en comparación, tímidas empresas. Mientras aún quedaba algo de
tierra firme del Pacífico por descubrir hacia el Este y el Norte, la presión
de la población en los territorios ya ocupados daba lugar a que grupos des-
gajados se aventurasen más allá, en lo desconocido, llevando con ellos
plantas y animales para aprovisionarse en las islas vírgenes. Coincidiendo
con el principio del Renacimiento, la colonización del Pacífico fue com-
pleta, y el control de la población, por medio del infanticidio y el caniba-
lismo ceremonial, ya se había instituido. Los colonizadores se pusieron a
disfrutar de su ambiente excepcionalmente favorable, de comida abun-
dante, clima suave, y relativa escasez de enemigos naturales o adversida-
des. Los relatos románticos han exagerado, sin duda, el grado hasta el cual
la vita en los mares del Sur era dolce, pero la felicidad general del ambiente
parece haber dado lugar a una personalidad típica, no demasiado diferente
de la idea popular del feliz y afortunado polinesio. Aunque la sociedad
polinesia no era en modo alguno igualitaria, la seguridad económica para
todos sin excepción era su característica dominante. La gratificación sen-
sual era objeto de interés primario, si bien, los peligros no desdeñables
hacia la persona, representados por el homicidio y la mutilación parece
que fueron afrontados con sorprendente ecuanimidad.
Para los propósitos de nuestras consideraciones presentes, es impor-
tante hacer notar que en la época en la que los europeos se entrometieron
en esta escena, podía hacerse una diferenciación muy significativa en
cuanto a la dirección y el grado de evolución sociopsicológica alcanzado
en las diferentes islas de Polinesia. Esto es, cuando más distantes del ecua-
dor o cuanto más estéril y desapacible el territorio, mayor era el vigor re-
sidual, o lo que en el argot actual podría llamarse la «garra» de sus habi-
tantes. Posiblemente, los polinesios con más garra fueron los maoríes, cu-
yos antepasados habían llegado a Nueva Zelanda hacia el año 1000 d.C.
Estos colonos poblaban un territorio que, no sólo era mucho mayor que
cualquiera de las otras islas colonizadas por su raza, sino que también era
el único tan distante del ecuador que entraba de lleno en la zona templada.
El maorí mantenía la energía de sus antepasados, eran hábiles agricultores
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del espacio Tom Corbett (en una nota citada por Gabor): «¿Fue realmente
necesario tu viaje?»
Es obvio que la filosofía beat y el -trascendentalismo están estrecha-
mente relacionados, incluso aunque yo haya discutido previamente sobre
ellos en contextos algo diferentes. Evidentemente, la actitud antirracional
y dirigida hacia dentro del beatnik le hace ser la audiencia natural de los
trabajos carentes de significado del arte transcendentalista. Además, la fi-
losofía beat parece ser exactamente la infraestructura psicológica ade-
cuada para el científico del futuro, debido a la inferencia previa de que las
ciencias se están acercando rápidamente a los límites de su progreso sig-
nificativo. El científico beat obtendrá su satisfacción de la experiencia de
estar simplemente en su laboratorio y hacer experimentos que estén llenos
de significado para él. El que los resultados que obtenga sean realmente
originales, correctos, o con significado para cualquier otro, es algo que
tiene poca importancia En este sentido, la ciencia puede continuar y con-
tinuar, aunque, como el arte, tendrá solamente un parecido superficial con
lo que se entendía por ese término en el pasado. Verdaderamente, además
de afrontar la amenaza del ocio universal, la ascensión de la filosofía beat
apartará de la Humanidad otro peligro de la triple alternativa de Gabor: la
guerra atómica. Tal como lo veo, la sociedad beat supone una garantía
contra el holocausto atómico mucho más duradera que el equilibrio de te-
rror. Verdaderamente, nadie estará ya interesado en expresiones del deseo
de poder tales como hacer la guerra. En cualquier caso, la ideología y la
economía, tradicionalmente los dos motivos principales de la guerra, ha-
brán perdido la mayor parte de su importancia para los transcendentalistas
de la Edad de Oro.
Finalmente, quiero considerar el fenómeno bohemio más reciente, los
hippies, cuya aparición en el distrito de Haight-Ashbury, de San Francisco,
en 1966 señaló un nuevo paso adaptativo hacia la Edad de Oro. Me di
cuenta de este hecho cuando vi la pintura de Lucas Cranach, La Edad de
Oro, durante una visita a la pinacoteca de Munich. Me pareció de pronto
que el tema del cuadro pintado por Cranach hace cuatrocientos años no era
otro que una visión profética de una fiesta hippie en el parque Golden Gate
de San Francisco. Los hippies son, evidentemente, un fenómeno sucesor
de los beatniks, de los que han tomado su actitud existencial y antirracio-
nal, dirigida hacia el interior. Sin embargo, los hippies han tirado por la
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BIBLIOGRAFIA
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SEGUNDA PARTE
LA GENETICA MOLECULAR EN EL SALON
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Así como los griegos dividieron la historia del hombre en las Edades
de Oro, Plata, Bronce, Heroica y Hierro (aunque equivocándose en que la
Historia empezó con la Edad de Oro, en lugar de llevarnos a ella), podemos
dividir la historia de la Genética molecular en una sucesión de distintos
periodos. El primero de éstos, o periodo clásico (correspondiente a las
Edades de Hierro y Heroica), comenzó en la más remota antigüedad del
Neolítico, en los albores de la civilización con sus primeros intentos de
criar plantas y animales domésticos. Este periodo duró hasta la década de
los años cuarenta, cuando se reconoció que la función de los genes, los
factores hereditarios discretos descubiertos por Gregor Mendel a mediados
del siglo XIX, consistía en gobernar la formación de enzimas específicos.
El periodo clásico dio lugar a un cuerpo de conocimientos que explicaba
satisfactoriamente el papel de los genes en la herencia y la evolución, pero
en términos formales en lugar de moleculares. El segundo periodo, o pe-
riodo romántico (correspondiente a la Edad de Bronce), empezó en los
años 1940, cuando un reducido y conjuntado grupo de investigadores, mu-
chos de ellos con experiencia en las ciencias físicas y teniendo a Max Del-
brück como su foco ideológico, centró su interés en la Genética, con la
esperanza de explicar el misterio de la autorreproducción biológica en tér-
minos moleculares. El periodo romántico definió claramente los proble-
mas que la Genética molecular iba a solucionar con el tiempo, y marcó el
tono y estilo de trabajo de los periodos subsiguientes. El periodo romántico
terminó en 1952, cuando se reconoció unánimemente el temprano descu-
brimiento de Oswald Avery de que el material hereditario —la sustancia
que forma los genes— es el ADN. El tercer periodo, o periodo dogmático
(correspondiente a la Edad de Plata), empezó en 1953, cuando James Wat-
son y Francis Crick descubrieron la estructura en doble hélice del ADN.
En la estela de este descubrimiento se adelantaron soluciones moleculares
para el arduo problema de cómo se las arregla el ADN para llevar a cabo
su autorreplicación y cómo gobierna la formación de enzimas específicas,
como una red de dogmas cuya verdad parecía evidente en sí misma. El
periodo dogmático acabó en 1961, cuando se consiguió la prueba experi-
mental de la validez general de esta trama dogmática, y cuando fue posible
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y Morgan fueron, todos ellos, personas modestas que al contrario que Wat-
son no trataron de llamar la atención del público. Lear no conoce los he-
chos correctamente. Hace el falso aserto de que «fue el gran Charles Dar-
win el que primero mostró gran interés en la herencia al promulgar la teoría
de la evolución». De hecho, ese «gran interés» no llegó hasta el principio
de este siglo con el redescubrimiento del trabajo de Mendel, siendo el es-
tudio del desarrollo más que de la evolución lo que preparó el terreno para
dicho redescubrimiento. Igualmente, carece de fundamento la afirmación
de Lear de que Darwin no conoció las Leyes de Mendel sobre la herencia
porque Mendel «tenía tan poco interés como Darwin en el engrandeci-
miento personal». Ya que se sabe que Mendel envió separatas de sus ar-
tículos a varios biólogos famosos de su época, quienes, simplemente, no
entendieron el significado de su trabajo. Y al contrario de la afirmación de
Lear, no fue el «sentido darwiniano del juego limpio lo que requirió la
publicación simultánea con Wallace» sino el temor darwiniano a ser pi-
sado. Finalmente, Lear atribuye la mutagénesis química a Morgan, lo cual
fue descubierto, de hecho, por Auerbach y Robson cuando Morgan tenía
setenta y cinco años. En cualquier caso, incluso si el informe de Lear fuera
cierto, todo lo que probaría es que los predecesores de Watson no escri-
bieron su «Doble Hélice», del mismo modo que Watson no escribió el dia-
rio de Pepys. En una última incisión de su romo cuchillo, Lear sugiere que
la contribución de Watson al descubrimiento de la estructura del ADN, no
fue, después de todo, tan grande. Era obvio, da a entender, que «debía ha-
ber en la molécula de ADN una espiral con los escalones en un orden par-
ticular. La cuestión que quedaba por decidir era si los escalones planos
estaban dentro o fuera de la espiral». Esto, por supuesto, es una distorsión
partidista de la situación ideológica a la que se enfrentaron Watson y Crick
al principio de su trabajo. En aquella época la idea de que el ADN contiene
información genética en forma de un orden particular de nucleótidos (o
escalones planos) era virtualmente desconocida y estaba menos claro to-
davía que este orden estuviera encerrado en una molécula helicoidal, me-
nos aún en una doble hélice. Me gustaría saber qué efecto tendría la crítica
de Lear sobre las mentes impresionables que consideran la crítica de libros
como el trabajo de su vida. Su inquina seguramente hará abandonar las
aspiraciones críticas de cualquier muchacho idealista.
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otro. Todo ello acarreaba no sólo la presión por crear nuevo conocimiento,
sino la pasión por ser reconocido por los colegas científicos y por la com-
petencia para buscar sitio».
Merton entiende bastante más de Sociología e Historia de la ciencia
que Lear y Chargaff, ya que señala que la competencia y los derechos de
propiedad en la ciencia son tan antiguos como la propia ciencia moderna.
(Por «moderna» entiendo que Merton quiere decir «post-renacimiento» y
no el periodo de los últimos tiempos de «la nueva clase de científicos» de
Chargaff.) La novedad de la historia de Watson es meramente que ha des-
crito reveladoramente este elemento para el lector general. Ya que es im-
portante darse cuenta de que el modo de operar de la comunidad científica
no puede ser comprendido desde la premisa de que el avance del conoci-
miento es su único motivo institucionalizado. ¿Por qué, pregunta Merton,
es tan competitiva la ciencia? ¿Es porque «tiende a recrudecer las perso-
nalidades egoístas, contenciosas y con excesiva hambre de fama»? No, «el
comportamiento competitivo de los científicos nace en gran manera de los
valores centrales de la empresa científica en sí misma. La institución de la
ciencia pone un énfasis permanente en la originalidad significativa como
un valor fundamental, y la originalidad demostrada, generalmente lleva
consigo la idea de descubrir el primero. El reconocimiento y la fama pare-
cen ser, entonces, más que meras ambiciones personales. Son los símbolos
institucionalizados y la recompensa por haber hecho el trabajo de cientí-
fico superlativamente bien».
Finalmente, después de subir unos cuantos escalones más, nos encon-
tramos con la segunda de las dos sólidas críticas y alcanzamos el pináculo
de nuestro ascenso. Ya que contemplamos ahora el más excelente de estos
artículos en el New York Review of Books (28 de marzo de 1968) escrito
por Sir Peter Medawar. Este empieza su crítica explicando que el signifi-
cado del descubrimiento hecho por Watson y Crick va más allá de la «mera
explicación del diseño de una complicada e importante molécula. Explica
cómo esta molécula puede servir para propósitos genéticos..., la grandio-
sidad de su descubrimiento fue su acabado, su aspecto de finalidad. Si
Watson y Crick hubieran buscado a tientas una respuesta, si hubieran pu-
blicado una solución parcialmente correcta y se hubieran visto obligados
a seguirla con correcciones y paliativos, algunos de ellos hechos por otros;
si la solución hubiera llegado como un mosaico en lugar de un estallido de
comprensión: aun entonces habría sido un gran episodio en la historia de
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la Biología, pero otro más en el común acontecer de los hechos, algo que
no habría sido hecho a la gran manera romántica». Medawar también in-
dica que en los años que siguieron a su descubrimiento de la doble hélice
del ADN, Watson y Crick indicaron el camino para el análisis del código
genético y para la comprensión de cómo el material genético dirige las
síntesis de proteínas. Cree que «simplemente, no merece la pena discutir
con nadie tan obtuso como para no darse cuenta de que este conjunto de
descubrimientos es la más grande realización de la ciencia en el siglo XX.»
Medawar coincide con Merton no sólo en que con la historia de Watson
se divulgó la idea de dura competencia, y en que los lectores profanos po-
siblemente experimentaron un shock tras la revelación de que la ciencia no
es una desinteresada búsqueda de la verdad, sino también al declarar que
la idea de indiferencia sobre el tema de la prioridad es simplemente un
engaño. Ya que, ¿qué realización, pregunta, puede llamar «suya» un cien-
tífico excepto aquella que ha hecho o ha pensado él primero? Esto no sig-
nifica, sin embargo, que la ruindad, el secreto y la estafa no sean tan des-
preciados por los científicos como por la gente decente del mundo de los
asuntos ordinarios de todos los días. Medawar opina, sin embargo, que una
persona tan consciente de su prioridad, por su propio relato, como Watson,
no es muy generoso con sus predecesores. ¿Por qué, en particular, no dio
un poco más de crédito a personas como Fred Griffith y Oswald Avery,
cuyo trabajo en la transformación bacteriana había demostrado que el
ADN es el material genético? La explicación de Medawar es que esto ocu-
rrió no por falta de generosidad sino, simplemente, porque le aburría lo
relativo a la historia científica. ¿Y por qué aburre la historia científica a la
mayor parte de los científicos? Les aburre porque «las acciones y los pen-
samientos actuales de un científico están influidos necesariamente por lo
que otros han hecho y pensado antes que él; son un frente de una ola de un
proceso secular continuo en el que el pasado no tiene una existencia inde-
pendiente de su ser. El conocimiento científico es la integral de una curva
de aprendizaje; la ciencia, por lo tanto, en cierto sentido comprende a su
historia dentro de sí misma». Sin embargo, tal como argumentaré en el
siguiente capítulo, es posible proponer una explicación bastante distinta
sobre la ausencia en el libro de Watson de lo que podría parecer dar el
debido crédito a los descubridores de la transformación bacteriana —esto
es, que el descubrimiento de Avery del papel genético del ADN en 1944
fue simplemente «prematuro».
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Errores de concepto mutuos de científicos y artistas sobre sus respectivos estilos de trabajo.
Arriba: Visión del científico sobre el trabajo del artista. Frédéric Chopin (interpretado por
Cornell Wilde), sentado al pianoforte Pleyel e inspirado por su musa George Sand (Merle
Oberon), compone sus «Preludios». (De la producción «A song to remember», de la Colum-
bia Pictures, 1945.) Abajo: Visión del artista sobre el trabajo del científico. Louis Pasteur
(Paul Muni) tiene la súbita inspiración de descubrir la vacuna de la rabia. (De la película The
Story of Louis Pasteur, de la Warner Brothers, 1935.) (Ambos fotogramas del Museum of
Modern Art Film Stills Archive.)
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artes y las ciencias es que ambas son actividades que se ocupan de descu-
brir y comunicar verdades sobre el mundo. El dominio al que el artista se
dirige es el mundo interno y subjetivo de las emociones. Por lo tanto, las
realizaciones artísticas pertenecen fundamentalmente a relaciones entre
sucesos privados de significado afectivo. El terreno del científico, por el
contrario, es el mundo externo y objetivo de los fenómenos físicos. Por
tanto, las realizaciones científicas pertenecen principalmente a relaciones
entre sucesos públicos. Así pues, la transmisión de información y la per-
cepción de significado en esa información constituyen el contenido central
tanto de las artes como de las ciencias. Un acto creativo, tanto por parte de
un artista como de un científico, llevará consigo la formulación de una
nueva afirmación con significado sobre el mundo, una adición al capital
acumulado de lo que se ha llamado a veces «nuestra herencia cultural».
Examinemos, por lo tanto, la proposición de que sólo Shakespeare hubiera
podido formular las estructuras semánticas representadas por Timón mien-
tras que otras personas diferentes de Watson y Crick hubieran podido ha-
cer la comunicación representada por su artículo «A structure for Deoxy-
ribonucleic Acid», publicado en Nature en la primavera de 1953.
En primer lugar, es evidente que la secuencia exacta de palabras que
publicaron Watson y Crick en Nature no habría sido escrita si los autores
no hubieran existido, del mismo modo que la secuencia de palabras exacta
de Timón no habría sido escrita sin Shakespeare, al menos no hasta que las
fabulosas máquinas mecanógrafas terminen su trabajo al azar en el Museo
Británico. Y por eso, ambas creaciones son únicas desde este punto de
vista. Sin embargo, no nos estamos refiriendo a la secuencia de palabras
exacta. Nos referimos al contenido. Entonces, admitimos que otras perso-
nas diferentes de Watson y Crick habrían descrito, con el tiempo, una es-
tructura molecular satisfactoria del ADN. Pero entonces, el personaje de
Timón y la historia de sus pruebas y tribulaciones no sólo podrían haber
sido escritos sin Shakespeare, sino que, de hecho, fueron escritos sin él.
Shakespeare, simplemente, volvió a trabajar sobre la historia de Timón que
había leído en la colección de cuentos clásicos de William Painter, The
Palace of Pleasure, publicado cuarenta años antes, y Painter, a su vez, ha-
bía usado como fuente a Plutarco y a Luciano. Pero entonces, no nos refe-
rimos realmente a la historia de Timón, lo que cuenta son las profundas
penetraciones en las emociones humanas que ofrece Shakespeare en su
obra. Nos muestra en ella cómo puede responder un hombre a las injurias
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Así pues, nos vemos reducidos a afirmar finalmente que Timón es úni-
camente de Shakespeare porque ningún otro dramaturgo, aunque hubiera
podido ofrecernos más o menos los mismos pensamientos, no lo hubiera
hecho de forma tan exquisita como Shakespeare. Pero en este punto no
debemos subestimar a Watson y a Crick y dar por hecho que aquellos que
con el tiempo hubieran encontrado la estructura del ADN lo hubieran he-
cho exactamente de la misma manera y hubieran producido el mismo
efecto revolucionario en la Biología contemporánea. Sobre la base de mi
conocimiento de las personas que entonces estaban intentando descubrir
la estructura del ADN, creo que si Watson y Crick no hubieran existido,
los pensamientos que proporcionaron en un solo paquete habrían ido pro-
duciéndose mucho más gradualmente durante un periodo de muchos me-
ses o años. El Dr. B habría visto que el ADN es una hélice de doble banda
y el Dr. C habría reconocido posteriormente los puentes de hidrógeno entre
las bandas. El Dr. D más tarde, habría propuesto el enfrentamiento com-
plementario purina-pirimidina, y junto al Dr. E, en un artículo posterior,
propondría el apareamiento específico de los nucleótidos adenina-timina
y guanina-citosina. Finalmente, habríamos tenido que esperar a que el Dr.
G propusiera el mecanismo de replicación del ADN basado en la natura-
leza complementaria de las dos bandas. Mientras ocurría todo esto, los
doctores H, I, J, K y L habrían producido confusión en la solución al pu-
blicar estructuras y proposiciones incorrectas. Por lo tanto, estoy realmente
de acuerdo con el juicio de Peter Medawar en su crítica de La doble hélice
en cuanto a que lo grande del descubrimiento de Watson y Crick fue «su
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Jacques Monod. Retrato por Efiraim Racker, 1947. (Con permiso de Efraim
Racker.)
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otros países continentales, pero algo menor en Gran Bretaña y en los Es-
tados Unidos, países en los que el público literato tiene menos implicacio-
nes afectivas con los dos objetivos del ataque de Monod: el judeo- cristia-
nismo y el marxismo.
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¿Cómo han tratado este problema los filósofos del pasado? Principal-
mente afirmando la existencia de algún principio general o cósmico que
dirige la creación y del que cualquier carácter o comportamiento finalista
no es más que una manifestación particular. Y Monod asigna dichos filó-
sofos a dos escuelas principales, la vitalista y la animista. La escuela vita-
lista, de la que «probablemente no ha habido un partidario más ilustre que
Henri Bergson», cree que el principio teleológico general, el élan vital,
pertenece sólo a la vida. Verdaderamente, es esta misteriosa fuerza vital la
que distingue a la materia viva de la no viva.
La escuela animista, por el contrario, proyecta sobre la Naturaleza, viva
y no viva «el conocimiento humano del funcionamiento intensamente te-
leológico de su propio sistema nervioso central. El animismo es, en otras
palabras, la hipótesis de que los fenómenos naturales pueden, y deben, ser
explicados de la misma manera, por las mismas “leyes”, que la actividad
subjetiva humana, consciente y finalista». La hipótesis animista debe ser
muy antigua y probablemente nació cuando el hombre empezó a formular
su primera filosofía de la Naturaleza. En aquellos días lejanos «el ani-
mismo estableció un convenio entre el hombre y la Naturaleza, una pro-
funda alianza fuera de la cual parece extenderse una soledad terrorífica».
Aunque generalmente se piensa que hoy en día el animismo sólo está
en conexión con las creencias de pueblos primitivos de Australia o del
Amazonas, dos populares filosofías europeas modernas sobre la Natura-
leza no son más que animistas. Una de ellas es la teoría evolutiva cristiana
de Teilhard de Chardin, que afirma la existencia de una «energía ascen-
dente» en el cosmos que conduce a cosas cada vez mayores. Monod está
«impresionado por la pobreza intelectual de esta filosofía», que «no mere-
cería la atención si no fuera por el sorprendente éxito que ha encontrado
incluso en círculos científicos». La otra filosofía animista es el materia-
lismo dialéctico de Marx y Engels, particularmente su versión «divulga-
dora», que ha estado guiando el pensamiento filosófico comunista durante
los últimos cincuenta años. El materialismo dialéctico asegura que el uni-
verso se encuentra en un estado de evolución perpetua porque el movi-
miento es inherente a la materia. Este movimiento encierra una dialéctica
de contradicciones y, como fuera de esas contradicciones surgen cosas
nuevas y mejores, la evolución conduce necesariamente al progreso. Mo-
nod opina que el materialismo dialéctico se encuentra en un estado de
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de forma más prolífica —del mismo modo que no es posible, como indica
Monod, «imaginar un experimento que pueda probar la no existencia de
un propósito en la Naturaleza». Esta crítica no trata de sugerir que el prin-
cipio de selección natural sea falso: al contrario, es lógico pero no «obje-
tivamente» cierto.
Una controversia que actualmente agita a los estudiosos de la evolu-
ción ilustra la falta de objetividad de la idea de selección natural. Hace dos
o tres años, probablemente después de que
Monod completara su manuscrito original, algunos biólogos dedujeron
de los análisis comparativos de la estructura molecular detallada de proteí-
nas particulares de organismos vivos actuales como la levadura, los gusa-
nos, insectos, peces, anfibios, aves y el hombre, que la selección natural
no podía haber desempeñado el papel tan importante atribuido por Darwin.
Estos evolucionistas moleculares no darwinianos afirman que la mayor
parte de las mutaciones genéticas responsables de las diferencias actuales
en la estructura de las proteínas de los distintos seres vivos eran cambios
neutrales. En otras palabras, en contradicción con el punto central del ar-
gumento de Monod de que esos cambios moleculares explican la génesis
de estructuras con un propósito, la mayor parte de las mutaciones que se
han producido en la Historia no afectarían en absoluto la función de las
proteínas. Esta afirmación de los no darwinianos está siendo impetuosa-
mente denegada por los verdaderos creyentes darwinianos, quienes insis-
ten en que no puede haber sido neutral ninguna mutación que haya sobre-
vivido a los rigores de la selección evolutiva. En esta disputa, los no dar-
winianos están luchando en una batalla perdida de antemano, ya que por
definición, lo que prueba el superior valor adaptativo de las mutaciones
históricas es el hecho de que estén actualmente en los organismos moder-
nos que se han reproducido de forma más prolífica que aquellas antiguas
criaturas menos afortunadas que han caído en la cuneta de la evolución.
Además de su confianza en la selección natural, la argumentación de
Monod a favor del azar, en lugar de la necesidad, como origen del propó-
sito biológico, contiene una segunda proposición no objetiva. Esta es la
afirmación de que las innovaciones biológicas de las que se alimenta la
evolución surgen por azar. Aquí Monod parece haber pasado por alto el
hecho de que el origen del azar es parte del propio concepto de innovación.
La innovación sería excluida automáticamente de un universo preordenado
como «el mundo de Laplace en el que el azar se excluye por definición».
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Para ilustrar las contradicciones éticas sobre las que llamó la atención,
Maquiavelo proporcionó algunos ejemplos concretos de la política, el go-
bierno y la guerra en la antigüedad clásica y en la Italia del Renacimiento.
En este ensayo, presento algunos ejemplos de la ciencia moderna con ob-
jeto de intentar mostrar que el descubrimiento de Maquiavelo también
puede iluminar su problemático y equívoco papel moral.
El primer ejemplo que consideraremos trata de la enseñanza de la evo-
lución en los colegios públicos, que evidentemente ha avanzado mucho
desde los días del juicio Scopes Monkey, en Tennessee, hace medio siglo.
En 1972, la Comisión para Planes de Estudio del Consejo de Educación,
del Estado de California, desestimó la demanda de algunos grupos cristia-
nos fundamenta- listas de que en los libros de texto aprobados oficialmente
el relato bíblico de la Creación debía presentarse con el mismo rango que
la visión darwiniana a la hora de explicar el origen de la vida y de las
especies. Aunque gran parte de la argumentación ante la comisión trató de
la cuestión de si la teoría de la evolución es meramente una especulación
sin pruebas, como alegaban los fundamentalistas, o una proposición cien-
tífica sólidamente documentada, como afirmaban los biólogos, el punto
más difícil de la discusión fue la libertad religiosa. Ya que los fundamen-
talistas sostenían que un niño cristiano en un colegio mantenido con los
impuestos tiene tanto derecho a ser protegido de los dogmas del ateísmo
como lo tiene un niño ateo a ser protegido de las oraciones. Así, podría
deducirse que la enseñanza en clase del darwinismo como la única expli-
cación de la biocosmología es una infracción contra la libertad religiosa
que tienen los padres cristianos para educar a sus hijos en la fe de su elec-
ción.
Este argumento parece completamente justificado, sea o no cierto, tal
como afirman a favor del darwinismo algunos clérigos liberales y apolo-
gistas, que se puede ser un buen cristiano sin tomar literalmente el relato
bíblico del Génesis. Después de todo, la fe fundamentalista consiste en
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Hay muchos más problemas biológicos útiles que pueden ser atacados por
los científicos».
En mi opinión, esta recomendación, que trivializa el problema cientí-
ficamente, trata de conseguir una salida fácil de un serio dilema. ¿Qué
ocurriría si, tal como Bodmer y Cavalli-Sforza admiten que podría ser
cierto, existe una contribución genética significativa responsable de las di-
ferencias en IQ encontradas entre blancos y negros? Ellos creen que «en
una auténtica sociedad democrática libre de prejuicios de raza, esto no im-
portaría nada». Pero si las razas realmente fueran hereditariamente dife-
rentes en inteligencia, entonces, el racismo no sería un «prejuicio», sino
una percepción verdadera del mundo y algo que una sociedad racional de-
bería tomar en cuenta. Por ejemplo, en ese caso, las diferencias en niveles
socioeconómicos entre blancos y negros no reflejarían en absoluto discri-
minación, sino meramente el resultado de una realidad biológica subya-
cente. Y por tanto, el intento de conseguir una sociedad multirracial igua-
litaria sería precisamente otro sueño utópico inalcanzable. Encontramos,
por lo tanto, otra contradicción maquiavélica entre los dos sistemas éticos
incompatibles de nuestra herencia cultural. La ética pagana del fin común,
a la que sirve la ciencia exigiría que se hicieran todos los esfuerzos posi-
bles para conocer si las distintas razas de una sociedad multirracial, de
hecho, difieren hereditariamente en su inteligencia. Pero la ética cristiana
de los valores fundamentales, que inspira a la ciencia, sostiene que el ra-
cismo es un mal absoluto porque es subversivo al concepto fundamental
de libertad y responsabilidad del alma humana. Por lo tanto, esta ética
mantiene una línea intransigente contra la investigación sobre la inteligen-
cia en las razas. Como no debe haber diferencias raciales en inteligencia
determinadas hereditariamente, la investigación que suponga la posibili-
dad de tales diferencias es, a priori, malvada.
El segundo problema ético en la aplicación de la genética humana que
voy a considerar, se refiere a la manipulación intencionada del genotipo
humano. En un reciente ensayo, evidentemente informado por el credo ba-
coniano del optimismo científico, Bernard D. Davis, proporciona una ex-
celente visión general de las posibilidades prácticas y las implicaciones
filosóficas de la Ingeniería genética humana. Primero, Davis opina que al-
gunos científicos de la nueva izquierda han dramatizado excesivamente la
amenaza que supone la posible aplicación del reciente desarrollo de la ge-
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personal, eran vistos por sus respectivos seguidores como en conflicto mu-
tuo, así como con la tercera fuerza del moísmo, cuya metafísica, de hecho,
era parecida a la noción occidental de un universo legislado y presidido
por Dios. Pero el moísmo desapareció y se desarrolló, con el tiempo, una
relación más o menos simbiótica entre el confucionismo y el taoísmo. En
esta simbiosis fílosófico-ética, la burocracia confucionista se extendió por
el país, mientras que la armonía taoísta se hizo con el liderazgo espiritual
y cultural. El taoísmo, con su foco de atención en la naturaleza, también
llegó a ser la fuente intelectual para el desarrollo de la ciencia china. Pero
como el taoísmo desconfía de los poderes de la razón y de la lógica, y no
proporciona la idea de las leyes de la Naturaleza, la evolución de la ciencia
china tomó un curso bastante distinto del de la ciencia occidental. Joseph
Needham expresó esta diferencia en los siguientes términos: «Con su apre-
ciación del relativismo y la sutileza e inmensidad del Universo, los cientí-
ficos chinos se estaban acercando a la imagen einsteiniana del mundo sin
haber tenido la base de la imagen newtoniana». Como el taoísmo opina
que el funcionamiento de la Naturaleza es inescrutable para el intelecto
teórico, la ciencia china se desarrolló principalmente a lo largo de líneas
empíricas. Este desarrollo empírico fue lento pero seguro, y en la época
del renacimiento, la ciencia china y la tecnología que inspiró eran consi-
derablemente más avanzadas que las de Occidente. Verdaderamente, gran
parte de la ciencia europea del prerrenacimiento se alimentó de los descu-
brimientos chinos que habían pasado del Este al Oeste. Como es bien co-
nocido, muchos de los inventos clave que con el tiempo produjeron la
transformación de la Europa medieval en la moderna, tales como la pól-
vora”, la imprenta, el reloj mecánico y la brújula, fueron de origen chino.
Pero al faltar el incentivo espiritual para integrar sus descubrimientos em-
píricos en un armazón teórico, la ciencia china siguió siendo una empresa
intelectualmente fragmentada. Mientras tanto, la ciencia occidental, por
otra parte, inició su meteórica ascensión con el descubrimiento de Galileo
de que los modelos sobre leyes naturales expresables matemáticamente y
que tratan de cantidades medibles con exactitud pueden dar una útil expli-
cación de la realidad. Gracias a este descubrimiento, la ciencia occidental
pronto dejó atrás a la oriental. Ya que resultó que, contrariamente a lo que
opinaba la doctrina taoísta, el funcionamiento de la naturaleza no es tan
totalmente inescrutable para el intelecto. Como las preguntas que uno hace
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SZASZ, THOMAS, S., «Mental Disease as a Metaphor», Nature, 242, 305-307 (1973).
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La red neuronal en el córtex visual del cerebro humano vista al microscopio tras la tinción
del tejido con plata. Las manchas oscuras globulares visibles en esta fotografía, son los cuer-
pos celulares de las neuronas corticales que procesan la información visual recibida por los
ojos. Las prolongaciones verticales largas que salen de los cuerpos celulares son los axones,
por medio de los cuales cada neurona se pone en contacto con otras neuronas del cerebro.
Esos contactos tienen lugar en las dendritas, que se ven en esta figura como una malla de
finas prolongaciones celulares, la mayor parte de ellas en sentido horizontal. (Tomado de J.
L. CORNEL, The Postnatal Development of the Human Cerebral Cortex, Harvard University
Press, Cambridge. Copyright 1959.)
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TERCERA PARTE
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EL SISTEMA NERVIOSO
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contacto con otras neuronas que están en sitios distantes y de esta forma
originan una red interconectada que se extiende por todo el cuerpo del ani-
mal. Segundo, al contrario que la mayor parte de los otros tipos celulares,
las neuronas producen señales eléctricas en respuesta a estímulos físicos o
químicos. Conducen esas señales a lo largo de sus axones y las transmiten
a otras neuronas con las que están en contacto. La red interconectada de
neuronas y su tráfico de señales eléctricas forman el sistema nervioso.
Del mismo modo que la Galia Romana, el sistema nervioso se divide
en tres partes: 1), una parte receptora o sensorial, que informa al animal
sobre su condición con respecto al estado de su ambiente externo e interno;
2), una parte transmisora, o efectora, que produce el movimiento orde-
nando la contracción muscular; y 3), una parte internuncial (del latín nun-
cius, mensajero), que conecta las partes sensorial y efectora. La porción
más elaborada de la parte internuncial, concentrada en la cabeza de los
animales que tienen cabeza, es el cerebro.
El proceso de datos en la parte internuncial consiste principalmente en
hacer una abstracción de la gran cantidad de datos suministrados continua-
mente por la parte sensorial. Esta abstracción es el resultado de una des-
trucción selectiva de una porción de los datos recibidos con el fin de trans-
formar esos datos en categorías manejables que tengan significado para el
animal. Debe notarse que la serie de órdenes que envía a los músculos la
parte internuncial depende, no sólo de las recepciones sensoriales del mo-
mento, sino también de la historia de recepciones pasadas. Dicho más lla-
namente, las neuronas pueden aprender con la experiencia. Hasta hace
poco tiempo, los intentos de descubrir cómo consigue realmente el sistema
nervioso hacer abstracciones de los datos sensoriales y aprender de la ex-
periencia, estaban confinados, principalmente, a especulaciones filosófi-
cas, formalismos psicológicos o ingenuidades bioquímicas. Sin embargo,
en estos últimos años, los neurofisiólogos han hecho algunos descubri-
mientos experimentales importantes que han supuesto el inicio de un en-
foque científico de estos profundos problemas. Aquí, no puedo hacer más
que describir brevemente un ejemplo de esos recientes avances y esbozar
alguno de los descubrimientos a los que ha conducido.
Antes de discutir esos descubrimientos debemos considerar breve-
mente cómo se producen y viajan las señales eléctricas en el sistema ner-
vioso. Las neuronas, como casi todas las células, mantienen una diferencia
de potencial eléctrico de aproximadamente una décima de voltio a través
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LA RUTA DE LA VISION
Ahora estamos preparados para proceder con nuestro ejemplo sobre los
importantes avances en la comprensión del sistema nervioso internuncial,
el análisis de la ruta de la visión en el cerebro de los mamíferos superiores.
Es a lo largo de esta ruta donde la imagen visual formada en la retina por
la luz que entra en el ojo se transforma en una percepción visual, con cuya
base se dan órdenes apropiadas a los músculos. La ruta de la visión em-
pieza en el mosaico formado por aproximadamente cien millones de célu-
las receptoras primarias de la luz en la retina. Estas células transforman la
imagen luminosa en un patrón espaciado de señales eléctricas, de una
forma parecida a lo que hace una cámara de televisión. Aún dentro de la
retina, los axones de las células receptoras primarias de la luz forman si-
napsis con neuronas que ya pertenecen a la parte internuncial del sistema
nervioso. Después de una o dos transferencias sinápticas más, dentro de la
retina, las señales que emanan de las células receptoras primarias acaban
convergiendo en aproximadamente un millón de células ganglionares de
la retina. Estas células ganglionares envían sus axones dentro del nervio
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óptico, que conecta el ojo con el cerebro. Así pues, la señal visual aban-
dona el ojo en forma de tráfico de impulsos por los axones de las células
ganglionares.
En 1953, Stephen W. Kuffler, que entonces trabajaba en la Universidad
Johns Hopkins, descubrió que lo que el transporte de impulsos de las cé-
lulas ganglionares lleva al cerebro, no son datos sensoriales en bruto, sino
una abstracción de las señales visuales primarias. Este descubrimiento sur-
gió de los esfuerzos de Kuffler para conocer el campo receptivo de las
células ganglionares, es decir, el territorio del mosaico de las células re-
ceptoras de la retina cuya interacción con la luz incidente influye en la
actividad de células ganglionares individuales. Para ello, Kuffler insertó
un electrodo en la inmediata vecindad de una célula ganglionar de la retina
de un gato. Nada más empezar su estudio, Kuffler obtuvo un hallazgo hasta
cierto punto inesperado, esto es, que incluso en la oscuridad, las células
ganglionares producen impulsos a intervalos prácticamente constantes
(veinte a treinta veces por segundo) y que al iluminar toda la retina con luz
difusa no se obtiene ningún efecto dramático sobre esa velocidad de for-
mación de impulsos. Este hallazgo sugería paradójicamente que la luz no
afectaba la actividad productora de impulsos de la retina. Kuffler proyectó
entonces un punto de luz en el ojo del gato y movió la imagen de este punto
sobre varias áreas de la retina. Al hacerlo, encontró que la actividad de los
impulsos de una célula ganglionar individual cambia cuando el punto de
luz ilumina un pequeño territorio circular que rodea la posición en la retina
de la célula ganglionar. Ese territorio es el campo receptor de la célula.
Al hacer un mapa de los campos receptores de muchas células ganglio-
nares individuales, Kuffler descubrió que cada campo puede subdividirse
en dos regiones concéntricas: una región on, en la que la luz incidente au-
menta la velocidad de impulsos de la célula ganglionar, y una región off,
en la que la luz incidente disminuye la velocidad de impulsos. Además,
Kuffler encontró que la estructura de los campos receptivos divide las cé-
lulas ganglionares de la retina en dos clases, células on-centrales, cuyo
campo receptivo consiste en una región circular central on rodeada de una
región circular off, y células on-centrales, cuyo campo receptor consiste en
una región circular central off rodeada de una región circular on. Tanto en
las células on-centrales como en las off-centrales la actividad de impulsos
neta que surge de la iluminación parcial del campo receptivo es el resul-
tado de una suma algebraica; dos puntos de luz sobre diferentes zonas de
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querido por las células complejas es menos exigente, por cuanto su res-
puesta se mantiene con los desplazamientos paralelos (aunque no con los
giros) de la raya brillante estimuladora dentro del campo receptor. Por lo
tanto, el proceso de abstracción de la señal visual que empezó en la retina
se lleva a mayores niveles en el córtex visual. Las células simples, que son,
evidentemente, el siguiente estadio de abstracción, transforman los datos
suministrados por las células ganglionares de la retina, relativos al con-
traste luz-oscuridad en puntos individuales del campo visual, en informa-
ción relativa al contraste presente en grupos de puntos particulares coloca-
dos en línea recta. Esta transformación se lleva a cabo por la destrucción
selectiva de la información que se refiere a la cantidad de contraste que
existe en cada uno de los puntos del conjunto en línea recta. Las células
complejas realizan el siguiente estadio de abstracción. Transforman los
datos de contraste relativos a series de puntos del campo visual colocados
en línea recta, en información relativa al contraste presente en series para-
lelas de series de puntos en línea recta. En otras palabras, hay aquí una
destrucción selectiva de la información que se refiere a la cantidad de con-
traste que existe en cada miembro de la serie de líneas rectas paralelas.
Ahora, pueden explicarse los circuitos neuronales responsables de es-
tos últimos estadios de abstracción de la señal visual. Consideremos en
primer lugar la célula simple del córtex visual que responde a una raya
brillante en un campo oscuro, proyectada en una orientación y posición
particulares dentro del mosaico de células receptoras de la retina. Esta cé-
lula simple está conectada con la señal que viene de la retina de tal forma
que recibe las sinapsis de los axones que llevan la actividad del impulso
de una serie de células ganglionares de la retina on-centrales con sus cam-
pos receptores colocados en línea recta. De esta forma, una raya luminosa
que incida sobre todas las regiones on, pero sobre ninguna de las periféri-
cas off de la fila de campos receptores activará todas las células ganglio-
nares de la retina y proporcionará una excitación máxima a la célula corti-
cal simple. Sin embargo, si la proyección de la raya en la retina se desplaza
o gira ligeramente incidirá también algo de luz sobre las regiones off peri-
féricas y la excitación que proporcionará a la célula simple será menor.
Consideremos ahora las células corticales complejas que responden a
una raya luminosa con una orientación particular en varias posiciones pa-
ralelas dentro del campo receptor. Esta respuesta puede explicarse fácil-
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mente sobre la base de que las células complejas reciban sus señales si-
nápticas de los axones de una serie de células corticales simples. Todas las
células simples de esta serie tendrían campos receptivos que darían una
respuesta óptima a una raya luminosa proyectada en la misma orientación
dentro del campo, pero difieren en que tienen una respuesta óptima en dis-
tintas posiciones dentro del campo. Una raya luminosa orientada conve-
nientemente dentro del campo receptor activará siempre una de las células
simples de la serie y, por lo tanto, también se activará la célula compleja.
En su trabajo posterior, Hubel y Wiesel fueron capaces de identificar
células del córtex visual cuyos estímulos óptimos reflejan niveles de abs-
tracción mayores incluso que líneas rectas paralelas, tales como finales de
línea recta y ángulos. Pero no está tan claro aún si este proceso de abstrac-
ción por convergencia de canales de comunicación funciona hasta donde
uno pueda imaginarse. En particular, ¿sería posible que para cada patrón
que es capaz de reconocer un animal, exista al menos una célula particular
en el córtex de los vertebrados que responda con una actividad de impulso
cuando ese patrón aparezca en el campo visual? Volveremos a considerar
esta pregunta en un capítulo posterior.
En cualquier caso, estos descubrimientos neurobiológicos sobre la ruta
visual muestran que la información sobre el mundo llega a la mente, no en
forma de datos brutos, sino en forma de estructuras altamente abstraídas
que son el resultado de una serie preconsciente de transformaciones esca-
lonadas de la señal sensorial. Cada paso de la transformación lleva consigo
la destrucción selectiva de información según un programa que preexiste
en el cerebro. Dentro de este programa nuestra percepción visual del
mundo es filtrada a través de un estadio en el que la señal se procesa en
términos de líneas rectas, debido a la forma en que los canales que llegan
a los receptores primarios de luz de la retina están conectados con el cere-
bro. Este hecho tiene unas enormes consecuencias psicológicas; evidente-
mente, una geometría basada en líneas rectas, paralelas y, por extensión,
en superficies planas, es compatible de forma inmediata con nuestro equi-
pamiento mental. Esto no tenía por qué haber sido así ya que —por lo
menos desde el punto de vista neurofisiológico— las células ganglionares
de la retina podían conectarse con células superiores dentro del córtex vi-
sual de tal manera que sus campos receptores concéntricos on y off forma-
sen arcos en lugar de líneas rectas. Si la evolución hubiera dado lugar a
este otro tipo de circuito, nuestro concepto espacial primario habría sido la
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BIBLIOGRAFIA
KUFFLER, S. W., «Discharge Patterns and Functional Organization of the Mammalian Re-
tina», J. Neurophysiol., 16, 37-68 (1953).
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1976.
HUBEL, D. H., y T. N. WIESEL, «Receptive Fields, Binocular Interaction and Functional Ar-
chitecture in the Cat’s Visual Cortex», J. Physiol., 160, 106- 154 (1962).
HUBEL, D. H., y T. N. WIESEL, «Receptive Fields and Functional Architecture in Two Non-
striate Visual Areas (18 and 19) of the Cat»,J. Neurophysiol., 28, 229-289 (1965).
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todo, sino a las células individuales: aunque los billones de células que
constituyen un organismo adulto son todas ellas descendientes de la misma
célula ancestral, los varios miembros de esta colonia celular tienen dife-
rentes propiedades y realizan muy diferentes funciones.
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nucleótidos del ADN felino. Además, los extraterrestres tendrían que com-
prender la naturaleza de la relación epigenética entre fenoma y genoma,
una comprensión que desgraciadamente aún no tenemos.
¿Por qué, entonces, nos falta aún esta comprensión? ¿Por qué resultó
tan difícil extender al profundo problema del desarrollo embrionario los
grandes descubrimientos sobre la naturaleza de la estructura y la función
del gen proporcionados por la Genética molecular? Como dijo C. H. Wad-
dington mucho antes de que las teorías informacionales de la Genética mo-
lecular hubieran recibido su validación experimental, la información ge-
nética no representa a un organismo, sino meramente a algunos compo-
nentes de un paisaje epigenético. Lo que Waddington quiere indicar con
este término poético es una parcela de relaciones funcionales multivarian-
tes en un espacio multidimensional. En este espacio, el tiempo de desarro-
llo es la variable independiente y las propiedades que describen tanto el
organismo como a su ambiente son las variables dependientes. Las rela-
ciones funcionales con las que este paisaje se construye son los procesos
químicos y físicos que relacionan los cambios de esas propiedades con el
flujo de tiempo ontogenético. La topografía de este paisaje, por tanto, re-
presenta los caminos del desarrollo por los que se mueve el embrión desde
el huevo fertilizado hasta el adulto. La razón principal de Waddington para
usar la metáfora del paisaje fue el señalar que en este espacio los caminos
del desarrollo están destinados a formar un sistema de valles interconecta-
dos que descienden «corriente abajo» desde la cima del huevo en la direc-
ción del tiempo ontogenético hacia el «nivel del mar» del organismo
adulto. Esta característica aseguraría que los caminos fuesen relativamente
resistentes a perturbaciones de las relaciones funcionales y a las fluctua-
ciones en las variables dependientes, y por tanto, garantizaría una relación
razonablemente invariable entre el genoma y el fenoma. El papel de los
genes en la formación de este paisaje se deriva de su control sobre procesos
químicos críticos en la secuencia del desarrollo, o (tal como sabemos
ahora) de su gobierno sobre la producción de moléculas proteicas capaces
de catalizar reacciones químicas específicas.
La idea del paisaje epigenético, ciertamente nos acerca a una compren-
sión de la relación entre la información genética y el organismo al cual da
lugar. Y puede decirse que el descubrimiento de las relaciones funcionales
de ese paisaje, o como lo ha llamado Franqois Jacob, «los algoritmos del
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ADN, siendo parte del contexto más que de las estructuras genéticas infor-
macionales. La función enzimática de la molécula proteica, que puede de-
cirse también que está «determinada genéticamente», es un significado
más puramente implícito de la información genética que la conformación
espacial. Una vez que la molécula proteica haya sido ensamblada especí-
ficamente a partir de los aminoácidos que la constituyen y haya adoptado
su estructura tridimensional específica, ciertas partes de esa estructura re-
sulta que poseen el poder de catalizar algunas reacciones químicas parti-
culares. Los principios estereoquímicos que gobiernan esta catálisis son
también parcialmente conocidos, aunque (por lo menos, hasta donde yo
sé) no es posible aún predecir, basándose en la estructura tridimensional
conocida de una molécula proteica, la clase de reacción que esa molécula
puede catalizar. No hace falta decir que los principios de la catálisis quí-
mica tampoco están representados en la secuencia de bases del ADN; en-
tran dentro del significado de la información genética en un nivel de se-
gundo orden de una jerarquía contextual, en cuyo nivel de primer orden se
encuentra el proceso de plegamiento proteico.
Este proceso de identificar significados implícitos de la información
genética puede continuarse casi indefinidamente en niveles cada vez más
altos de la jerarquía contextual. Por ejemplo la función fisiológica de una
sustancia química, cuya formación está catalizada por una molécula pro-
teica particular, puede decirse que está «determinada genéticamente», del
mismo modo que la característica del comportamiento a la que da lugar
esa función fisiológica. El horizonte prácticamente ilimitado de significa-
dos implícitos de la información genética, muestra que, tal como se sabe
desde hace tiempo, la noción de «naturaleza congénita», o determinación
genética de los caracteres incluye tantas cosas que casi carece de signifi-
cado. Después de todo, no hay aspecto del fenoma del que pueda decirse
que los genes no han contribuido en su determinación. De esto se deduce
que el concepto de información genética, que en los principios de la Bio-
logía molecular tuvo un valor heurístico tan grande para desentrañar la es-
tructura y la función de los genes, es decir, el significado explícito de esa
información, ya no es tan útil en este periodo tardío en el que las relaciones
epigenéticas que necesitan aún explicación representan principalmente el
significado implícito de esa información.
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cada base, al ser una de cuatro tipos posibles contiene 2 bits). Por otra
parte, si cada una de las 1010 células, aproximadamente, que contiene el
sistema nervioso de ese animal estuviera conectada solamente con otras
dos células, requeriría del orden 1010 log2 1010, o 3×1011 bits para especi-
ficar esta red. Por tanto, incluso bajo la visión más absurdamente simplifi-
cada de la complejidad del sistema nervioso, el contenido total de infor-
mación del material genético incluso si no tuviese otro papel más que la
determinación del sistema nervioso, sería demasiado bajo (un orden de
magnitud menor) para permitirle la especificación de las conexiones entre
células nerviosas.
Aunque este argumento antigenético tiene poco mérito, es útil consi-
derarlo porque ejemplifica dos errores no poco comunes en la forma de
pensar que deben corregirse antes de que pueda considerarse provechosa-
mente la relación del genoma con el fenoma del desarrollo del sistema
nervioso. El primero de esos errores se deriva de una aplicación espuria de
la teoría de la información a los problemas biológicos. Es decir, se deriva
de la negativa a reconocer que el concepto cuantitativo de información se
aplica sólo a procesos en los que las probabilidades de realización de su-
cesos alternativos se conocen o están claramente definidos. Para ilustrar
este punto, podemos considerar un ejemplo biológico que contiene algunas
analogías formales con el problema del circuito del sistema nervioso pero
que actualmente está mucho mejor comprendido, esto es, la determinación
de la estructura de las moléculas de proteína. Una molécula proteica nor-
mal contiene alrededor de trescientos aminoácidos, o alrededor de cuatro
mil átomos unidos unos a otros mediante enlaces químicos específicos,
estando conectado cada átomo, por término medio, a otros dos átomos.
Podemos preguntar ahora cuántos bits de información se necesitan para
especificar la estructura química de esa molécula de proteína. Si procedié-
ramos con los mismos cálculos que acabamos de aplicar al sistema ner-
vioso nos daríamos cuenta de que son necesarios aproximadamente 4×103
log2 (4×103) 5×104 bits. Pero aquí encontramos una aparente paradoja,
porque el gen que codifica la estructura química de una molécula proteica
de trescientos aminoácidos consiste solamente en una secuencia de nove-
cientos nucleótidos, y por lo tanto contiene un máximo de 2 × 900 = 1.800
bits de información. Por tanto, el contenido en información del gen sería
un orden de magnitud menor del que haría falta para codificar la estructura
química que se sabe que determina. Los descubrimientos de la Genética
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conexiones, de entre las cuales se seleccione una serie apropiada tras va-
riados procedimientos de ensayo.
Como un ejemplo de este principio podemos considerar el desarrollo
de la ruta visual del gato, cuya secuencia de nucleótidos del ADN propuso
Cari Sagan que fuera enviada por radio a la civilización extraterrestre. En
la discusión del capítulo precedente sobre el proceso de abstracción de da-
tos llevado a cabo en esta ruta visual, no se mencionó el aspecto binocular
de la visión. Pero ahora tomaremos en cuenta que el sistema óptico del
gato (como el de los humanos) permite que los dos ojos vean el mismo
campo visual. Con objeto de conseguir que la señal visual binocular de una
misma escena se fusione en una única percepción visual, cada célula «sim-
ple» o «compleja» del córtex visual del cerebro del gato recibe señales
eléctricas que se originan en series emparejadas de unos miles de recepto-
res primarios de la luz en las retinas de ambos ojos. Estas series están em-
parejadas en el sentido de que reciben luz de exactamente los mismos pun-
tos del espacio visual.
¿Cómo surgen estas conexiones re ti no-corticales durante el desarrollo
embrionario del gato? Podríamos pensar que hay algún proceso genética-
mente determinado, hasta ahora desconocido, que dirige la formación de
las terminaciones de las células nerviosas y funciona de tal manera que las
células receptoras de la luz de áreas correspondientes de las retinas derecha
e izquierda se conectan a la misma célula nerviosa cortical. Pero ahora
tenemos que tener en cuenta que para la visión binocular la corresponden-
cia de las áreas retínales depende, no sólo de la topografía de la retina, sino
también de la física óptica del ojo. Es decir, el que los pares de receptores
retínales de la luz en el ojo derecho y en el izquierdo vean el mismo punto
del espacio visual está gobernado por la estructura y posición exactas de
las lentes derecha e izquierda. Aunque la realización epigenética de las
ópticas físicas pueda ocurrir también mediante procesos determinados ge-
néticamente, es de todo punto inconcebible que la formación indepen-
diente de las retinas y las lentes pueda estar preprogramada genéticamente
para que ocurra con un grado de precisión tal que la imagen de un punto
dado dentro del campo visual caiga exactamente en el par de células re-
ceptoras de la luz que los genes han hecho que estén conectadas a la misma
célula cortical.
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Tal como han revelado los estudios neurológicos del desarrollo de las
conexiones retino-corticales del gato, este asombroso problema de desa-
rrollo se soluciona produciendo un exceso de conexiones (posiblemente
determinado genéticamente) entre los receptores de luz y las células ner-
viosas corticales. Es decir, al nacer, antes de la experiencia visual, cada
célula cortical está conectada a células receptoras de la luz pertenecientes
a un área de la retina mucho mayor de lo que es realmente compatible con
la visión binocular. Este impreciso sistema visual congénito se refina con
las primeras experiencias visuales postnatales del gatito, mediante un pro-
ceso neurofisiológico que identifica las áreas retínales correspondientes de
los dos ojos que reciben la luz del mismo punto del espacio visual, dada la
óptica física real que tiene el pequeño animal. Gracias a esta identificación,
el sistema nervioso en desarrollo selecciona de entre el exceso de conexio-
nes retino-corticales existentes precisamente aquellas que proporcionan
una señal visual coherente a cada célula cortical binocular.
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paisaje epi- genético» por una mutación génica y los cambios que la acom-
pañan puede ayudar a identificar las relaciones funcionales que producen
el camino del desarrollo normal. Pero debe tenerse presente que aunque un
gen mutado puede ayudar a identificar una función epigenética particular,
la conexión entre esa función y el gen mutante puede ser muy indirecta, e
implicar a muchos otros miembros de la red funcional. En vista de su leja-
nía de la acción primaria de los genes, es improbable que la gran mayoría
de los algoritmos epigenéticos puedan referirse a cualquier gen concreto.
Con objeto de apreciar la clase de descubrimientos dentro del desarro-
llo del sistema nervioso que es probable que proporcione este enfoque ge-
nético consideraremos ahora, como caso paradigmático, el gato siamés,
que lleva una mutación que afecta su comportamiento y que produce cam-
bios anatómicos y fisiológicos identificables en el sistema nervioso.
La ruta visual del gato está estructurada de tal forma que la corteza
cerebral del lado derecho del animal recibe la señal visual sólo de la mitad
izquierda del espacio visual y la corteza cerebral izquierda sólo de la mitad
derecha del espacio visual. Para producir este intercambio izquierda-dere-
cha de la señal visual, las fibras del nervio óptico que llevan la señal de las
células receptoras de la luz colocadas en la mitad nasal de la retina (es
decir, la mitad próxima a la nariz que recibe luz del mismo lado del espacio
visual en el que se encuentra el ojo) cruzan a la corteza cerebral del otro
lado del cuerpo, mientras que las fibras que llevan la señal de los recepto-
res de la luz colocados en la mitad temporal de la retina (es decir la mitad
más próxima a las sienes y que recibe luz del lado opuesto del espacio
visual) no cruzan, y conectan con la corteza del mismo lado del cuerpo. En
los gatos normales, es decir, en el gato doméstico ordinario, la línea de
demarcación del intercambio de las fibras del nervio óptico está exacta-
mente a medio camino entre los bordes nasal y temporal de la retina. Sin
embargo, tal como fue descubierto por R. W. Guillery, en los gatos siame-
ses la línea normal de demarcación está desplazada de la línea media hacia
el borde temporal de la retina. Como resultado de este desplazamiento,
algunas fibras del nervio óptico alcanzan la corteza cerebral en el lado
«erróneo» del cerebro.
Está fuera del propósito de esta discusión el considerar en detalle los
cambios enormemente interesantes que origina esta proyección cerebral
errónea de las fibras del nervio óptico en el sistema nervioso y el compor-
tamiento del gato siamés. Basta decir que en respuesta a la señal visual
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BIBLIOGRAFIA
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POSITIVISMO
1Puede obtenerse una excelente revisión del movimiento estructuralista en H. GARDNER, The
Quest for Mind, Knopf, Nueva York, 1973.
2Me refiero a Hume como fundador del positivismo, aunque el nombre de esta idea filosófica
fue inventado mucho después por Auguste Comte, debido a que dio la forma antimetafísica
al empirismo del siglo XVII que inspiró gran parte de la ciencia en los siglos XIX y XX.
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ESTRUCTURALISMO
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ETNOLOGIA Y LINGÜISTICA
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CONCEPTOS TRASCENDENTALES
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4El propio Kant rechazó la única solución de este dilema disponible en su época: que fue
Dios el que puso estos conceptos en la mente humana.
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humano a través de la historia evolutiva, está claro que los individuos pue-
den saber también algo del mundo de forma innata, con anterioridad e in-
dependencia de su propia experiencia. Después de todo, no hay ninguna
razón biológica por la que tal conocimiento no pueda transmitirse de ge-
neración en generación por medio del conjunto de genes que determinan
la estructura y la función de nuestro sistema nervioso. Ya que este conjunto
genético, se forma por medio del proceso de selección natural que operó
sobre nuestros remotos antepasados. Según Lorenz, «la experiencia tiene
poco que ver con el ajuste entre las ideas a priori y la realidad del mismo
modo que tiene poco que ver con el ajuste entre la estructura de las aletas
del pez y las propiedades del agua». En otras palabras, la noción kantiana
de conocimiento a priori, no sólo no es imposible, sino que está en perfecta
consonancia con la actual corriente de pensamiento evolucionista. Los
conceptos a priori de tiempo, espacio y causalidad concuerdan con el
mundo porque los determinantes hereditarios de nuestras más altas funcio-
nes mentales fueron seleccionados por su valor adaptativo, en la evolución,
del mismo modo que lo fueron los genes que dan lugar a actos de compor-
tamiento innatos, tales como chupar del pezón del pecho materno, que no
requieren aprendizaje mediante la experiencia.
La importancia de estas consideraciones darwinianas, transciende el
mero apoyo biológico a la epistemología de Kant. Ya que el origen evolu-
tivo del cerebro explica, no sólo por qué nuestros conceptos innatos con-
cuerdan con el mundo, sino también por qué estos conceptos no funcionan
tan bien cuando tratamos de descubrir el mundo en sus aspectos científicos
más profundos.
Como se dijo en anteriores capítulos, esta barrera al progreso científico
ilimitado formada por los conceptos a priori que necesariamente tenemos
al experimentar, fue uno de los temas filosóficos principales de Bohr. Bohr
reconoció que la base del pensamiento y la comunicación científicos es
nuestro lenguaje diario, y que el enorme incremento en el rango de nuestra
experiencia ha puesto en duda la suficiencia de los conceptos e ideas in-
corporados en ese lenguaje. Los más básicos de esos conceptos e ideas
son, precisamente, las nociones a priori de Kant de tiempo espacio y cau-
salidad. El significado de estos términos es intuitivamente obvio, y es ad-
quirido automáticamente por todos los niños durante su desarrollo intelec-
tual normal, sin necesidad de asistir a clases de Física. Según esto, los mo-
delos que ofrece la ciencia moderna como explicación de la realidad son
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LA CELULA ABUELA
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5Puede encontrarse una discusión más amplia sobre la importancia crucial de la cuestión de
una posible explicación neurológica de la percepción en H. B. B ARLOW, Perception, 1, 371
(1972).
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EL YO
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mológicos entre la Física del siglo XX y la Psicología, Rank concluyó que el concepto inevi-
table de alma limita la posible comprensión científica del hombre. Doy las gracias a A.
Wheelis por llamar mi atención sobre el libro de Rank.
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BIBLIOGRAFIA
BOHR , NIELS, Atomic Physics and Human Knowledge, Science Editions, Nueva York, 1961.
CHOMSKY, N., Language and Mind, Harcourt, Brace & World, Nueva York, 1968.
LETTVIN, J. Y., H. R. MATURANA, W. S. MCCULLOCH, y W. H. PITTS, «What the Frog’s Eye
Tells the Frog’s Brain», Proc Inst. Radio Eng., 47, 1940-1951 (1962).
LORENZ, KONRAD, «Kant’s Doctrine of the a priori in the Light of Contemporary Biology,
en L. BERTALANFFY y A. RAPPAPORT (eds.). General Systems, Soc. Gen. Systems Re-
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SEARLE, J., «Chomsky’s Revolution in Linguistics», New York Rev., 29 junio 1972, págs. 16-
24.
8Véase J. PIAGET y B. INHELDER, The Psycology of the Child, Basic Books. Nueva York,
1969.
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CIENTIFISMO DURO
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CIENTIFISMO BLANDO
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sobre «Biología y el futuro del hombre», es que parece ser difícil conside-
rar soluciones éticas que tienen que ver con la ciencia cuando se tienen
presentes valores morales fundamentales que tienen una base distinta de la
científica. En esta conferencia un panel internacional de biólogos sostuvo
una discusión dedicada ostensiblemente a definir el estado del desarrollo
embrionario en el que puede decirse que empieza la vida. En sentido es-
tricto, este tópico parecía ser una cuestión biológica puramente técnica.
Pero la discusión estaba dirigida, de hecho, a los problemas éticos plantea-
dos por el aborto, cuya legalidad estaba siendo considerada por el parla-
mento francés precisamente en aquellos momentos. Uno de los participan-
tes era el genetista Jerome Lejeune que entonces era uno de los líderes del
movimiento francés «Derecho a la vida» que se oponía a la aprobación de
la ley del aborto. Lejeune sostenía que la vida humana empieza en el mo-
mento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, ya que es en ese
momento cuando el futuro hombre adquiere su individualidad genética.
Por tanto, el aborto en cualquier momento posterior es equivalente al ase-
sinato y no debe ser permitido por la ley en un Estado civilizado. La mayor
parte de los otros participantes parecían estar a favor de algún tipo de
aborto legalizado y opinaban que la vida humana empieza realmente en
algún estadio posterior del desarrollo, antes del cual no existen obstáculos
morales para la terminación artificial del embarazo. Algunos participantes
creían que la vida empieza en el estado en que los músculos del corazón
empiezan a latir rítmicamente, otros estaban a favor del estadio en el que
se detectan por primera vez señales eléctricas en el cerebro, y por último,
otros creían que la vida sólo empieza realmente al nacer.
Si lo que querían era llegar a una solución de los problemas éticos plan-
teados por el aborto, la discusión era enteramente inútil, ya que nadie ponía
en duda el aspecto moral subyacente —que el disponer de la vida humana
está proscrito. Tanto Lejeune como sus adversarios basaban sus argumen-
tos en el conocimiento biológico obtenido del estudio de embriones ani-
males, sin considerar la diferencia categórica entre definir el principio de
la vida profana de un animal y el principio de la vida sagrada de un ser
humano. Pero no puede tener lugar ninguna discusión biológica sobre el
principio de la vida humana con un contexto ético hasta que hayamos con-
testado la profunda cuestión de qué es lo que hace sagrada a la vida hu-
mana y hayamos clarificado el estatus especial que conferimos a nuestros
semejantes al compararlos con los otros habitantes del mundo vivo. Esta
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ESTRUCTURAS FRACTALES
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vas. Sin embargo, una ley indeterminista no carece de valor predictivo por-
que se asigna una probabilidad de realización a cada una de las posibles
estructuras finales alternativas. Verdaderamente, una ley determinista
puede considerarse como un caso límite de una ley indeterminista más ge-
neral en la que la probabilidad de que ocurra una de las estructuras finales
alternativas se acerca a la certeza.
Pero, como señaló Mandelbrot, muchos de los fenómenos que siguen
eludiendo nuestro conocimiento teórico satisfactorio, no sólo son inacce-
sibles al análisis mediante las teorías deterministas, sino que también se
han mostrado refractarios a la explicación mediante teorías indeterminis-
tas. Según Mandelbrot, es el carácter estadístico del ruido que presentan
esos fenómenos de un «segundo estadio de indeterminismo» lo que les
hace científicamente opacos. Aunque estos fenómenos no den la impresión
de ser ruido al azar y evoquen fácilmente la percepción de estructuras, que
Mandelbrot calificó recientemente con el neologismo fractales, es muy di-
fícil saber si la estructura que el observador cree haber percibido es real, o
es meramente una invención de su imaginación. Como ha señalado Man-
delbrot, las actividades espontáneas que producen estructuras fractales
predominan en los fenómenos básicos hacia los que las ciencias humanas
dirigen sus análisis.
Por tanto, debido al carácter estadístico intrínsecamente refractario del
fenómeno que se quiere explicar, sólo en casos excepcionales es posible
saber si los elementos estructurales de las proposiciones de las ciencias
humanas representan la realidad o son meras invenciones de la imagina-
ción. Precisamente es ésta la razón por la que las ciencias humanas son
«blandas» y por la que generalmente sus leyes no tienen pruebas de vali-
dez. Con esto no quiero sugerir que las ciencias humanas sean empresas
sin interés y que no se deban tomar en consideración los descubrimientos
que proporcionan. Al contrario, no podemos estar sin ellas. Pero estas con-
sideraciones muestran que, en términos científicos, puede dudarse de las
afirmaciones cientifistas en defensa de la autoridad de las ciencias que más
tienen que ver con la guía de la acción moral.
ESTRUCTURALISMO
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CIENCIA Y LITERATURA
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desear que sea la ley universal». Parece muy plausible que este criterio de
universalidad esté contenido verdaderamente en las estructuras profundas,
pero no de forma tan fuerte como lo enunció Kant. Ya que esta generali-
zación tan incluyente crearía una limitación demasiado severa sobre el as-
pecto creativo de la moralidad y limitaría la variedad de situaciones socia-
les bajo las que pueden producirse juicios de valor racionales. Por lo tanto,
parece claro que hay pocas reglas morales, si es que hay alguna, que que-
rríamos que fueran seguidas sin excepción y podríamos imaginar escena-
rios en los que la contravención de esas reglas estaría justificada.
Aquí llegamos a lo que parecía ser el aspecto más significativo de la
estructura ética profunda —a saber, que sus posibilidades creativas sin lí-
mite parecen formarse a expensas de su consistencia lógica. Es decir, cual-
quiera que sea el contenido moral abstracto de la estructura profunda, su
naturaleza es tal que las transformaciones a las que está sujeta dan lugar a
una serie de juicios que no son necesariamente compatibles con la lógica
y por lo tanto no son necesariamente reconciliables racionalmente. Verda-
deramente, el dilema lógico del cientifismo duro (que contiene dos creen-
cias irreconciliables, la de la autoridad del conocimiento científico y la de
la autonomía frente a la moral) puede atribuirse más plausiblemente a este
aspecto de nuestra constitución ética. En otras palabras, los dilemas y pa-
radojas morales con los que estamos luchando hoy no son simplemente el
resultado de actitudes humanas irracionales sino que son el reflejo de la
inconsistencia fundamental de la estructura ética profunda en la que está
basada nuestra moralidad. Por lo tanto, la solución de estos dilemas, si es
que existe, no es probable que se obtenga por el mero hecho de llamar la
atención sobre su existencia, como he tratado de hacer en la primera parte
de este capítulo, sino que requeriría un cambio en la naturaleza humana.
Pero hasta qué punto este cambio es posible, o incluso deseable, o hasta
qué punto podremos seguir saliendo del paso a duras penas con nuestra
paradójica constitución, parecen ser las cuestiones éticas fundamentales
para el futuro.
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