Gunther Stent - Las Paradojas Del Progreso PDF

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GUNTHER S.

STENT

LAS
PARADOJAS
DEL
PROGRESO

SALVAT
Versión española de la obra original norteamericana
Paradoxes of progress de G. S. Stent
Traducción: R. Giráldez Ceballos-Escalera

Edición digital: Sargont (2018)

© 1986. Salvat Editores, S.A. – Barcelona


© W. H. Freeman and Company, San Francisco
© Editorial Alhambra, S.A.
ISBN 84-345-8246-5 Obra completa
ISBN 84-345-8419-0
Depósito legal NA-647-1987
Publicado por Salvat Editores, S.A. - Mallorca, 41 -49 – Barcelona
Impreso por Gráficas Estella. Estella (Navarra)
Printed in Spain
A Claire y Gabi,
Ronnie y Bob.
Lass die Moleküle rasen,
Was sie auch zusammenknobeln!
Lass das Tüfteln, lass das Hobeln,
Heilig halte die Ekstasen!

(¡Olvida la rotación molecular,


Cualquiera que sea su creación al azar!
¡Deja de perfeccionarte, abandona la cerebración,
Da éxtasis a tu veneración!)

CHRISTIAN M ORGENSTERN, Galgenlieder, 1912


INDICE GENERAL

PREFACIO
PRÓLOGO: LA LLEGADA DE LA EDAD DE ORO
PRIMERA PARTE - LA ASCENSION Y CAIDA DEL HOMBRE
FAUSTICO
1. EL FINAL DEL PROGRESO (1969)
BIBLIOGRAFÍA
2. EL FINAL DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS (1969)
BIBLIOGRAFÍA
3. EL CAMINO HACIA POLINESIA (1969)
BIBLIOGRAFÍA

SEGUNDA PARTE - LA GENETICA MOLECULAR EN EL SALON


4. LO QUE DICEN DEL HONESTO JIM (1968)
5. LO ÚNICO Y LO PREMATURO EN EL DESCUBRIMIENTO
CIENTÍFICO (1971)
6. BIOLOGÍA MOLECULAR Y METAFÍSICA (1971 Y 1973)
7. EL DILEMA DE LA CIENCIA Y LA MORAL (1974)
BIBLIOGRAFÍA

TERCERA PARTE - EL ESTRUCTURALISMO EN LA ÚLTIMA


FRONTERA
8. LA ABSTRACCIÓN EN EL SISTEMA NERVIOSO (1971)
EL SISTEMA NERVIOSO – LA RUTA DE LA VISIÓN – BIBLIOGRAFÍA
9. LOS GENES Y EL EMBRIÓN (1975)
BIBLIOGRAFÍA
10. LOS LÍMITES DE LA COMPRENSIÓN CIENTÍFICA DEL HOMBRE
POSITIVISMO – ESTRUCTURALISMO – ETNOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA –
CONCEPTOS TRASCENDENTALES – LA CÉLULA ABUELA – EL YO –
BIBLIOGRAFÍA
11. LA DECADENCIA DEL CIENTIFISMO
EL ORIGEN DEL CIENTIFISMO – CIENTIFISMO DURO – CIENTIFISMO
BLANDO – ESTRUCTURAS FRACTALES – ESTRUCTURALISMO –
CIENCIA Y LITERATURA – HACIA UNA ÉTICA ESTRUCTURALISTA –
BIBLIOGRAFÍA
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

PREFACIO

Constituye esta obra una colección de once ensayos sobre el impacto


social y filosófico de la ciencia —particularmente de las dos disciplinas de
la ciencia de la vida, Genética molecular y Neurobiología, disciplinas que
he enseñado y sobre las que he investigado durante los últimos treinta
años. En los tres primeros ensayos trato de mostrar por qué el progreso,
esa bicentenaria característica prominente de la condición humana (en Oc-
cidente), a la que la ciencia ha contribuido en tan gran manera, está acer-
cándose a su final. En apoyo de esta conclusión apocalíptica llamo la aten-
ción sobre varias contradicciones internas —psicológicas, materiales y
cognoscitivas— que hacen que el progreso sea autolimitado. En los cuatro
ensayos siguientes hago algunas consideraciones que pueden derivarse de
la historia, relativamente breve, de la Biología molecular —coincidente en
el tiempo con mi propia carrera científica— sobre los problemas plantea-
dos por la sociología de la ciencia, la naturaleza de la creatividad en el arte
y en la ciencia, y la relación entre ciencia y ética. Finalmente, en los cuatro
últimos ensayos considero los dilemas y las paradojas que se encuentran
en el intento de dar una explicación científica de la naturaleza del hombre.
En este punto, llamo la atención sobre los obstáculos técnicos e intelectua-
les que subyacen en la comprensión del cerebro y de los procesos que go-
biernan el desarrollo humano, desde el huevo al adulto. Indico también los
límites epistemológicos fundamentales que nos impiden llegar a una deci-
sión, desde el punto de vista científico, precisamente sobre las caracterís-
ticas del Homo sapiens, tales como la personalidad moral responsable, que
hacen que nuestra especie sea peculiarmente humana.
Los tres primeros ensayos fueron publicados previamente como capí-
tulos de mi libro anterior, La llegada de la Edad de Oro (The Corning of
the Golden Age), y los restantes aparecieron originalmente como artículos
sueltos en varias revistas profesionales. Con objeto de enlazar estos ensa-
yos en una narración más o menos continua, he alterado un poco sus textos.
Doy las gracias una vez más a JACK DUNITZ, NIELS JERNE, BENOIT
MANDELBROT, y RONALD STENT, cuyo estimulante papel de adversarios
intelectuales y cuyas críticas constructivas, agradecí ya en el prefacio de
La llegada de la Edad de Oro. Además, expreso ahora mi agradecimiento

―7―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

a DAVID HUBEL, GEORGES KOWALSKI, ALLEN WHEELIS y TORSTEN


WIESEL, cuyas ideas y sugerencias fueron cruciales para la génesis de los
ensayos más recientes. Por último, hago patente mi reconocimiento como
siempre, a MARGERY HOOGS por su asistencia editorial y su estilística-
mente infalible lápiz rojo.
GUNTHER S. STENT.

―8―
La Edad de Oro, por Lucas Cranach. (Munich, Alte Pinakothek. Con per-
miso de Bayer, Staatsgemäldesammlungen.)
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

PROLOGO: LA LLEGADA DE LA EDAD DE ORO

Las discusiones filosóficas y sociopolíticas que en estos últimos años


han ocupado cada vez más espacio en las páginas de esos primerísimos
bastiones de la ciencia, que son las revistas Science y Nature presagian que
la historia de la ciencia posterior al Renacimiento —corta si se mide en
tiempo sideral, pero inmensa si se mide con el rasero del cambio secular—
está llegando a su irónico desenlace. Contrariamente a lo esperado, resulta
que el aumento de nuestro conocimiento sobre la Naturaleza no ha hecho
nada fácil el tomar decisiones racionales acerca del destino del hombre.
En lugar de eso, mientras que las consecuencias tecnológicas del progreso
científico han dado lugar a que la toma de dichas decisiones sea aún más
acuciante, y sus efectos importantes en grado sumo, las consecuencias in-
telectuales del progreso científico nos han hecho caer en la cuenta de la
dificultad, si no la imposibilidad, de prever a largo plazo los resultados de
nuestras acciones, haciendo tambalearse, al mismo tiempo, las bases sobre
las que podemos establecer el juicio de su valor. ¿Qué debe hacerse? ¿Ha-
cia dónde nos dirigimos?
En su discurso presidencial de 1969 ante la Asociación Británica para
el Avance de la Ciencia, titulado «Efectuando todas las cosas posibles»,
Sir Peter Medawar, entonces director del British National Institute for Me-
dical Research y primera figura entre sus contemporáneos científico-filó-
sofos por su combinación de autoridad científica, erudición y talento lite-
rario, revisó este problemático panorama. El propósito explícito del dis-
curso de Medawar fue «el de indicar ciertos paralelismos entre la condi-
ción filosófica o espiritual de los intelectuales en el siglo XVII y el mundo
contemporáneo, y preguntarse por qué el gran renacimiento filosófico que
trajo el confort y una nueva forma de entender las cosas a nuestros antece-
sores ha perdido, aparentemente, su poder de alegrarnos y tranquilizar-
nos». Medawar opina que ambas épocas —la primera mitad del siglo XVII
y la segunda mitad del siglo XX— «vienen determinadas, no por un sis-
tema característico de creencias... sino por un proceso muy semejante de
falta de creencias; por el vacío que queda al darse cuenta de que las viejas
doctrinas no bastan y no se han encontrado aún otras que las sustituyan...

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

En la primera mitad del siglo XVII, la idea del mundo esencialmente me-
dieval de la Inglaterra isabelina perdió su poder de satisfacer y proporcio-
nar confort, del mismo modo que en nuestros días el materialismo radical
asociado a la época victoriana parece bastante inadecuado para remediar
nuestros males.»
Entonces, la literatura tenía, lo mismo que ahora, un tinte de introver-
sión y un profundo interés en la salvación y en el esclarecimiento de la
autenticidad personales. Entonces, la gente se sentía, al igual que hoy, ago-
biada por un sentimiento de decadencia y frustración. Entonces se abrigaba
también un sentimiento de duda sobre la capacidad del hombre. Entonces,
los hombres inteligentes e instruidos formulaban, como lo hacen ahora,
síntesis confortables y místicas fluctuantes entre la ciencia y la religión,
debido a la falta de raíces o a la ambivalencia de su pensamiento filosófico.
Pero esos gritos de desesperanza no eran entonces, como no lo son en la
actualidad, necesariamente auténtico; tendían, como de nuevo tienden
ahora, a ser una afectación de la melancolía, una postura que, simplemente,
está de moda.
¿Cómo abandonaron los ingleses sus costumbres jacobinas? Al tener
el primer atisbo de un nuevo, hasta entonces desconocido, concepto cos-
mológico: la idea de progreso. Este optimismo surgió, opinaba Medawar,
de la «creencia de que no había un límite aparente para la inventiva y el
ingenio del hombre. Era la noción de un perpetuo plus ultra, de que lo que
ya se conocía era sólo una pequeña fracción de lo que quedaba por descu-
brir, por lo que siempre habría algo más allá».
Así pues, ¿qué es lo que estaba equivocado? ¿Cuál es la causa de la
repentina difusión de la idea de que el progreso ha sido un fallo, de que
toda esa inventiva, todo ese ingenio, todos esos descubrimientos han alum-
brado ese monstruo, la tecnología moderna, que produce nuevos instru-
mentos de guerra y pisotea la Naturaleza? ¿Cómo vamos a abandonar las
costumbres de nuestra era espacial? Dándonos cuenta, de acuerdo con Me-
dawar, de que toda esa melancolía es artificial, ya que, está basada en una
valoración superficial de la condición humana, y haciendo caso, como hi-
cieron los jacobinos, al paladín de la esperanza, Francis Bacon, quien alabó
«la virtud y la dignidad del conocimiento científico y su poder para con-
vertir el mundo en un sitio más agradable para vivir». Por tanto, ¡tened
confianza, hombres! Al fin y al cabo, la historia de la Humanidad apenas

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está empezando; solamente durante los últimos quinientos años, más o me-
nos, de sus quinientos mil años de existencia, los seres humanos han em-
pezado a ser un éxito desde el punto de vista biológico. Medawar reconoce
que «no puede apuntar una única y definitiva solución a ninguno de los
problemas a los que estamos enfrentados —políticos, económicos, socia-
les o morales—. Pero aún somos pioneros, y es por esa razón por la que
podemos tener esperanza en mejorar. Mofarse de la esperanza en el pro-
greso es la mayor fatuidad, la última palabra en pobreza de espíritu y fla-
queza mental».
En el mismo año en el que Medawar pronunció su homilía, yo escribí
un tratado de signo contrario titulado «La llegada de la Edad de Oro: una
visión del final del Progreso», en el que llegué a unas conclusiones diame-
tralmente opuestas a las de Medawar, y del cual se han reimpreso tres ca-
pítulos en la primera parte de la presente colección de ensayos. En lugar
de pensar que «mofarse de la esperanza en el progreso es la mayor fatui-
dad» y declarar que lo que era bueno para los jacobinos lo es también para
nosotros, concluí que el progreso está, verdaderamente, acercándose a su
final en nuestros días. Según eso, la fe desvaída en el progreso sería el
reflejo de una valoración acertada de la situación real, más que «pobreza
de espíritu y flaqueza mental». La razón principal por la que llegué a esta
conclusión fue que el progreso encierra varías contradicciones internas —
psicológicas, materiales y epistemológicas— que le hacen autolimitado.
Así pues, en contra de la afirmación de Medawar de que no hay «límite
intrínseco a nuestra habilidad de plantearnos preguntas que pertenecen al
dominio del conocimiento natural y que, por tanto, caen dentro de la
agenda de la curiosidad científica», yo mantuve que existen realmente al-
gunas cosas fundamentales en esa agenda que deben ser suprimidas. Como
traté de mostrar, nuestro intelecto ha eludido, hasta ahora, una gran parte
del conocimiento que aún nos falta sobre los asuntos humanos, y no porque
seamos aún pioneros con la esperanza de mejorar, sino porque pertenecen
a fenómenos cuyas conexiones causales propuestas por nuestra imagina-
ción no son susceptibles de validación.
La tesis principal de mi libro fue la de que estamos entrando en una
Edad de Oro, con cuya llegada las artes y las ciencias habrán alcanzado el
final de su largo camino. La Edad de Oro a que me referí es la de la mito-
logía griega, narrada por Hesíodo en el siglo VIII a.C. Según este mito, la
presente, y sin duda miserable Edad del Hierro, no es sino el quinto estadio

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tras una serie de ellos, cada vez más deteriorados, siendo el primero la
Edad de Oro. En aquella Edad de Oro, una raza dorada de hombres mor-
tales poblaba la Tierra, hombres que «vivían como dioses, sin pena en el
corazón, libres de trabajos y ajenos a las fatigas; en ellos no había nada de
miserable, sus brazos y piernas jamás desfallecían, haciendo alegres fiestas
lejos del alcance de las desgracias. Cuando morían era como si fueran ven-
cidos por el sueño, y tenían todas las cosas buenas; la tierra feraz les pro-
porcionaba abundantes frutos sin extinguirse. Vivían en paz y felicidad en
sus tierras, entre muchas otras cosas buenas, ricos en ganados y queridos
por sus adorados dioses». Esta Edad de Oro, según Hesíodo, llegó a su
final cuando Pandora levantó la tapa de su caja y dejó que salieran y se
esparcieran las desgracias anteriormente desconocidas. La Edad de Oro
fue sucedida entonces por las Edades de Plata, Bronce y Heroica, cada una
de ellas peor que sus predecesoras, y, finalmente, por nuestra Edad de Hie-
rro. En esta Edad de Hierro, los hombres «nunca dejan de trabajar y penar
durante el día, así como de estar en peligro por la noche; y los dioses dejan
caer penosas desgracias sobre ellos».
El propósito de mi ensayo fue el de mostrar que la visión de la historia
de los antiguos estaba equivocada, en cuanto a que la Edad de Oro no es
el estadio inicial de la Historia, sino el último, siendo necesariamente la
sucesora, en lugar de la antecesora, de la Edad de Hierro. Traté de mostrar
que los signos infalibles del advenimiento de la Edad de Oro, con todo lo
que auguran, están ya entre nosotros, por lo menos en las naciones indus-
trialmente avanzadas. Sin embargo, dudaría de que Hesíodo, o cualquier
otro de esa legión de escritores que han añorado paraísos perdidos desde
entonces, encontrase esa Edad de Oro muy a su gusto.
Mi argumentación general seguía unas líneas más o menos hegelianas
(o hasta donde yo sé, marxistas). Traté de mostrar que las contradicciones
internas —tesis y antítesis—, dentro del progreso, el arte, la ciencia y otros
fenómenos importantes para la condición humana hacen que esos procesos
sean autolimitados; que esos procesos están alcanzando sus límites en
nuestro tiempo y que todos ellos conducen a un final, en gran síntesis, la
Edad de Oro. A primera vista podría parecer que el hallazgo de que el
progreso en general, y la actividad creativa en particular estén alcanzando
su final en nuestros días, reflejara una visión hondamente pesimista del
futuro, un producto típico de la Weltschmerz era atómica. Sin embargo,
con una segunda mirada quedaría claro que mis conclusiones fueron, en

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todo caso, optimistas, ya que mostré que justamente en el momento de la


historia en el que las posibilidades de progreso futuro y de creatividad se
están consumiendo, las consecuencias seculares del anterior progreso han
dado lugar a una psique humana que está perfectamente adaptada a esta
condición enteramente nueva. Así, pues, esta visión está en armonía con
los preceptos del doctor Pangloss, de Voltaire, ya que, ¿en qué lugar podría
haber ocurrido una feliz coincidencia tan asombrosa sino en el mejor de
los mundos posibles?
La llegada de la Edad de Oro no recibió una gran atención por parte
de la crítica. Sólo fue analizada por unos pocos amigos y colegas, como
Jerome Lettvin, Rollin Hotchkiss y Max Delbrück, alabada en un párrafo
anónimo en The New Yorker, y revisada por un estudiante del M.I.T. en
una sección para estudiantes de segundo año en The Nation. A la vista de
esta falta general de atención, me gustó descubrir que en su número del 3
de noviembre de 1971, la publicación moscovita Literaturnaya Gazeta,
que alcanza la mayor tirada entre las revistas semanales literarias de todo
el mundo, publicó una crítica de mi libro por V. Kelle, miembro del Insti-
tuto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, bajo
el baconiano título de «El camino hacia el conocimiento no tiene final».
Kelle escribió que «según G. Stent, la ciencia está llegando a su final por-
que el “provecho intelectual” que aporta está decreciendo; por eso la so-
ciedad pierde su interés y deja de financiar económicamente la ciencia. Es
muy significativo el hecho de que G. Stent relacione esta llegada al final
del progreso científico con la transformación de esta sociedad por otra en
la que el interés por la ciencia no estará ya completamente determinado
por los intereses económicos. Con esto, G. Stent admite que el capitalismo
considera la ciencia sólo desde el punto de vista de la utilidad, viéndola
meramente como algo de lo que se puede sacar provecho.» Aunque, según
Kelle, «No sólo G. Stent, sino muchos otros científicos occidentales se dan
cuenta de la camisa de fuerza en la que, para su provecho, la economía
capitalista ha estrujado a la moderna revolución científica, es una pena que
no muchos de ellos puedan sacar las conclusiones sociopolíticas correctas
de esta comprensión». Por ejemplo, G. Stent comete el error de inferir la
existencia de barreras intrínsecas al crecimiento del conocimiento debido
a un agotamiento final del sujeto y a las limitaciones de la mente humana,
porque no comprende que, según la filosofía marxista, el aprendizaje no

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se mueve en círculos, sino en espirales. Si G. Stent no fuera tan descono-


cedor de la visión materialista-dialéctica, sabría que «es precisamente la
contradicción entre las fronteras del conocimiento en cada estadio del
desarrollo histórico y las posibilidades ilimitadas de conocimiento en ge-
neral lo que mueve a la ciencia. Esta contradicción, que, al final, siempre
da lugar a un avance científico, ocurre una y otra vez. Aunque las ciencias
van y vienen, la ciencia es eterna».
De todas formas, Kelle encuentra que mi discusión sobre el final del
progreso es más interesante desde el punto de vista psicológico que desde
el filosófico. «Lo que es importante aquí es la disposición de ánimo del
propio autor. ¿Qué produjo esa disposición, esa forma de percepción?» La
respuesta es obvia: «las condiciones de vida, los sentimientos de la socie-
dad en la que vive». ¿Cómo surgieron esos sentimientos? «Después de la
guerra, un espíritu pesimista caracterizó a la sociedad americana. Con el
tiempo, sin embargo, esa sociedad burguesa comprendió que no puede
desarrollarse sin ideales, y que si no se los ofrece a la joven generación
será difícil sujetarla dentro del necesario sistema social.» Por eso, según
Kelle, para mantener a raya a la juventud se urdió el ideal de la sociedad
postindustrial, que trata de hacer creer que los Estados Unidos y otros paí-
ses capitalistas desarrollados han alcanzado el último peldaño de la escala
hacia el progreso social. Este concepto completamente burgués «asignó
una posición dirigente a la ciencia y a la élite intelectual relacionada con
ella. Según este punto de vista, lo que hace avanzar a la Humanidad re-
suelve los problemas molestos y da mayor salud a la sociedad no es el
movimiento revolucionario de las masas, sino el cumplimiento de las de-
cisiones técnicas de los especialistas actuando dentro de un sistema de or-
ganización racional». Naturalmente, como podía haber previsto cualquier
filósofo marxista, este falso ideal de progreso por medio de la llamada so-
ciedad postindustrial no satisfizo las necesidades de la sociedad burguesa.
¿Por qué? Porque «la burguesía se asusta de la rapidez del desarrollo so-
cioeconómico moderno y se pierde frente a las perspectivas del futuro. Ve
la rueda de la Historia girando cada vez más deprisa pero no puede ver
hacia dónde se dirige. ¿A qué nos conducirá todo este progreso? ¿No estará
acercándose un punto crítico en el que todo estalle? Es este miedo hacia el
futuro el que ha creado el pensamiento anhelante: ¿No sería mejor que el
desarrollo de la ciencia, y, por tanto, de la economía, empezase a declinar

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gradualmente? Este es el sustrato social en el que crecen ideas como las de


G. Stent».
En contraste con la apreciación de Kelle de que mis puntos de vista
sobre las limitaciones intrínsecas del progreso científico son un pensa-
miento anhelante y, por tanto, son optimistas dentro del contexto de miedo
al futuro que tiene el sustrato social en el que vivo, en otro comentario que
ha sido publicado sobre mi libro, un biólogo tan burgués como yo, Bentley
Glass, los apreció como «visiones pesimistas sobre el futuro del hombre».
En su discurso presidencial de 1971 para la Asociación Americana para el
progreso de la Ciencia, «Ciencia: ¿horizontes sin límite o Edad de Oro?»,
Glass considera la posibilidad de que existan limitaciones al conocimiento
científico. La pregunta del título de Glass es una composición de los títulos
del libro Horizontes sin límite, de Vannevar Bush, y del mío, elegidos
como los más representativos de extremos opuestos «en el espectro de
creencias sobre el futuro de la ciencia —uno de ellos, la visión del cono-
cimiento expandiéndose sin límites; el otro, la visión de que el conoci-
miento científico, como nuestro universo, debe de ser finito, y de que las
leyes más importantes de la Naturaleza se habrán descubierto dentro de
poco tiempo». ¿Qué habría dicho Kelle sobre Horizontes sin límite, escrito
en el período inmediatamente posterior a la guerra por un viejo estadista
americano de la Ciencia? Bush cree, como lo hace Kelle, que no hay nin-
gún final a la vista en el camino del conocimiento. Pero Bush declaró que
es una élite intelectual de hombres de rara visión —los «creadores»— y
no el movimiento de las masas lo que convertirá una larga e indefinida
sucesión de avances científicos en progreso social. ¡Ajá! Enterados por
Kelle de esos errores de concepto burgueses, no tenemos inconveniente en
identificar a Bush como uno de los creadores del mito de la sociedad post-
industrial, inventado durante los años pesimistas de la posguerra para man-
tener a raya a la juventud americana. Por tanto, desde el punto de vista del
materialismo dialéctico, Horizontes sin límite y La llegada de la Edad de
Oro son diametralmente opuestos sólo superficialmente: en el fondo, am-
bos representan la misma clase de pensamiento anhelante burgués, propa-
gado para evitar el inevitable colapso de la sociedad capitalista.
De hecho, Glass también percibe que, au fond, las ideas de Bush sobre
los límites del progreso y las mías no son tan diferentes. Como muestra
Glass, la idea de Bush sobre la ciencia no era realmente la de un almacén
infinitamente grande de conocimiento descubrible, sino, más bien, la de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

un edificio estructurado de extensión finita. Siendo éste el caso, pregunta


Glass: ¿No podemos suponer que la metáfora de los Horizontes sin límite,
de Bush, «implica meramente el que, desde nuestro punto de vista actual,
queda tanto por descubrir que los horizontes parecen virtualmente sin lí-
mites»? Entonces, «con cada nuevo fenómeno descubierto y explorado,
con cada nueva ley confirmada, nos estamos acercando a los límites finitos
del conocimiento científico. En este caso, es menos importante darse
cuenta de las barreras absolutas del conocimiento en el momento actual,
que examinar la velocidad a la que, en los últimos ciento cincuenta años,
nuestro conocimiento científico se ha ido expandiendo». El hecho de que
esta velocidad se haya ido incrementando exponencialmente, y, por tanto,
que el acercamiento a los límites se ha ido acelerando, es una de las afir-
maciones de La llegada de la Edad de Oro.
Creo que se puede decir de forma imparcial que desde finales de los
años sesenta, la fe baconiana en el progreso a través de la ciencia, con sus
horizontes sin límite, ha tenido un nuevo retroceso. Por ejemplo, el gran
interés y popularidad que han tenido los más recientes escritos antipro-
greso, como The Limits to Grow’th: A report for the Club of Rome’s Pro-
ject on the Predicament of Mankind, de Meadows, y The Making of the
Counter Culture: Reflections of the Technocratic Society and Its Youthful
Opposition y Where the Wasteland Ends: Politics and Transcendence in
Postindustrial Society, de Roszak, reflejan este cambio de clima espiritual,
del mismo modo que las inconcebibles peticiones, por parte de importantes
sectores de la sociedad burguesa, para el abandono de la construcción de
autopistas, puentes, pantanos, centrales eléctricas y proyectos de desarro-
llo de aviones supersónicos. (A pesar de la dialéctica de Kelle, estos sen-
timientos antiprogresistas parecen estar creciendo ya en el sustrato social
de la Unión Soviética, por lo que, evidentemente, pueden surgir también
del movimiento revolucionario de las masas.)
El reciente desarrollo de mi propia especialidad profesional, la Gené-
tica molecular, a cuya ascensión y caída dediqué una gran parte de La lle-
gada de la Edad de Oro, ha ofrecido uno de los indicadores más dramáti-
cos de esta pérdida creciente de la voluntad de «efectuar todas las cosas
posibles». Los grandes avances que se alcanzaron al final de la década de
los sesenta para entender los procesos hereditarios dieron lugar al desarro-
llo actual de una tecnología, la «ingeniería genética», que lleva consigo la
producción de enormes beneficios para la agricultura, la medicina y otros

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campos que afectan al bienestar humano. En esta línea, Bentley Glass ce-
rró su discurso presidencial de 1971 expresando su esperanza de una me-
jora futura de las características fisiológicas y psicológicas de la Humani-
dad mediante una modificación juiciosa del material hereditario humano.
Pero en 1975, justamente, cuando la manipulación química directa del ma-
terial hereditario se había convertido en una posibilidad práctica, los prin-
cipales científicos responsables de este desarrollo celebraron una confe-
rencia internacional, a la que se dio una gran publicidad, para dar una voz
de alarma sobre los peligros inherentes a su trabajo. Así pues, apareció la
situación paradójica, sin precedentes en los anales de la ciencia moderna,
de que las propias personas que habían trabajado tan duramente para pro-
ducir un avance en la investigación científica empezaron, de pronto, a
verse a sí mismos como potenciales aprendices de brujo, incapaces de con-
trolar los agentes que ellos mismos crearon, en el preciso momento en el
que las investigaciones parecían al fin dar sus importantísimos resultados.
Casi de la noche a la mañana, la imagen pública de la ingeniería genética
cambió desde considerársela como potencial benefactora de la Humanidad
a ser un proyecto siniestro de científicos locos que pretenden arriesgar el
bienestar de la Humanidad por satisfacer su curiosidad malsana. En 1976,
me imagino que Bentley Glass se lo hubiera pensado dos veces antes de
formular ese tipo de recomendaciones genéticas sobre el futuro del hombre
que parecían perfectamente razonables sólo cinco años antes.
Así pues, en vista de que el subsecuente curso de los acontecimientos
confirmó la validez esencial de los pronósticos que hice en La llegada de
la Edad de Oro, traté de desarrollar de nuevo mis ideas anteriores en los
aspectos social y filosófico de la ciencia y su futuro. Aunque creo que,
básicamente, mis puntos de vista sobre esas materias apenas han cambiado
desde el final de los años sesenta, mi foco de atención ha variado algo, por
varias razones. En primer lugar, abandoné la Genética molecular, mi pri-
mer campo de especialización, y, al igual que otros veteranos del período
romántico de la Genética molecular, me puse a trabajar como neurobió-
logo. En segundo lugar, me di cuenta de la importancia del enfoque estruc-
turalista del hombre desde disciplinas tales como la Psicología, la Antro-
pología y la Lingüística. En tercer lugar, caí en la cuenta de que las para-
dojas epistemológicas que ya había visto que constituían limitaciones para
el progreso científico tienen su paralelismo en el campo de la ética, y que
el enorme incremento producido recientemente en el control del hombre

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

sobre la Naturaleza ha sacado a la luz la mayor parte de esas contradiccio-


nes, hasta ahora ocultas. Por último, me familiaricé con la Historia de la
Filosofía y la Ciencia chinas, y me di cuenta de que la «sabiduría oriental»
no es más que un intento de resolver esas contradicciones mediante la re-
estructuración del conjunto de las voluntades humanas. De acuerdo con
esto, los temas de Neurobiología y estructuralismo, las paradojas éticas y
epistemológicas, y el taoísmo y el confucianismo se repiten, fugazmente,
a lo largo de los ensayos que forman el resto de este libro.
Por desgracia, esta narración no está cerrada; no acaba con un mensaje
sugerente, tampoco propone una línea de acción eudemonista para la sal-
vación de la Humanidad. Como La llegada de la Edad de Oro no hace más
que reiterar la intuición transmitida desde el autor del Libro del Génesis,
vía Soren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, aunque reprimida por los vi-
sionarios de la utopía, desde Tomás Moro y Bacon hasta Marx, de que la
existencia problemática del hombre surge de su naturaleza paradójica; mi-
tad bestia, mitad divino. El Homo sapiens puede volver al Paraíso, pero no
el hombre.

BIBLIOGRAFIA

BARI, G.: «AN END TO PROGRESS », THE NATION, 19 OCT. 1970, PÁG. 380.
BUSH, V.: Endless Horizons, Public Affairs Press, Washington D.C., 1946.
DEI.BRÜCK, M. y R. E. D ICKERSON: «A Double Review», Engineering and Science, 33, 53-
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GLASS , B.: «Science: Endless Horizons or Golden Age?», Science, 171. 23-29 (1971).
HESÍODO: LOS trabajos y los días.
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LETTVIN, J.: «The Rise and Fall of Progress», Natural History, mar. 1970, págs. 80-82.
MEADOWS , DONELLA, H., D. L. MEADOWS, J. RANDERS y W. W. BEHRENS, III.: The Limits
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MEDAWAR , Sir PETER. «On “The Effecting of All Things Possible”», The Advancement of
Science, 26, 1-9 (1969-1970).
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ROSZAK, T.: The Making of a Counter Culture: Reflections on the Technocratic Society and
Its Youthful Opposition, Doubleday, Garden City, 1969.
ROSZAK, T.: Where the Wasteland Ends: Politics and Transcendence in Postindustrial Soci-
ety, Doubleday, Garden City, 1969.
STENT, G. S.: The Corning of the Golden Age: A View of the End of Progress, The Natural
History Press, Garden City, 1969.

― 19 ―
PRIMERA PARTE
LA ASCENSION Y CAIDA DEL HOMBRE FAUSTICO
El Dr. Fausto en su estudio, por Rembrandt. (Con permiso de The Bettman
Archive, Inc.)
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

1. EL FINAL DEL PROGRESO (1969)

A principios de la década de los cincuenta, los beatniks hicieron su


súbita aparición en el distrito de North Beach, de San Francisco. A primera
vista, este fenómeno parecía ser una protesta en contra de los estándares
contemporáneos de la clase media americana. Desaseados jóvenes de am-
bos sexos, calzados con sandalias, se amontonaron en la avenida Upper
Grant para llevar lo que parecía ser una vida disoluta, en flagrante nega-
ción de los verdaderos valores del sano ambiente en el que esos chicos
habían crecido. Las barbas y el pelo largo de los jóvenes les hacían desta-
car de los limpios y afeitados muchachos de pelo corto, típicamente ame-
ricanos, aunque cien años antes sus hábitos de tonsura habrían hecho en-
cajar perfectamente a los beatniks con la escena de North Beach de los
pioneros del cuarenta y nueve. Lo mismo podía decirse sobre la negación
de la barra de labios y el desaseo de las mujeres frente al esplendor cos-
mético de las chicas típicamente americanas. La actitud del público hacia
los beatniks fue o bien una reaccionaria hostilidad, debida a la falta de
comprensión, o bien una tolerancia liberal y divertida, basada en el enten-
dimiento de que la protesta contra la autoridad y vigilancia familiares pue-
den ser una cosa natural y quizá incluso saludable. En cualquier caso, la
mayor parte de la gente creía que en cuanto esos aberrantes jóvenes llega-
sen a la madurez se corregirían y se dedicarían a trabajar para medrar en
la vida. Como aparente confirmación de este pronóstico, los beatniks ha-
bían desaparecido de North Beach hacia los años sesenta, años en los que
sus guaridas primitivas fueron ocupadas por restaurantes y tiendas de re-
galos que abastecían a los turistas y demás ciudadanos solventes. Así pues,
dio la impresión de que los beatniks no habían sido más que una variedad
de bohemios, de los que parecen ir y venir como un curioso fenómeno
marginal a la corriente principal de la evolución social y cultural. Sin em-
bargo, como muestra la Historia, es un error menospreciar a la bohemia
tan a la ligera. Retrospectivamente, los bohemios de Europa y América
parecen haber sido reclutados entre los jóvenes más sensibles y brillantes
de su generación. Los bohemios se dieron cuenta antes y más claramente
que sus menos perceptivos contemporáneos de las contradicciones de su
entorno, y adoptaron soluciones radicales a las paradojas de los hechos y

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

las costumbres establecidas que los enfrentaron hasta el colmo con los
adultos. Contrariamente a la visión simplista, por lo general, los bohemios
no han abandonado en absoluto sus actitudes y gustos radicales al alcanzar
la madurez y su consiguiente integración en la sociedad. En lugar de eso,
ha sido la sociedad la que en ese tiempo, ha cambiado y ha venido a asi-
milar lo que en otra época fueron nociones trasnochadas. Visto desde este
ángulo, los bohemios representan una vanguardia cuyas actuales costum-
bres radicales pueden servir como programa de las futuras costumbres con-
vencionales del Establishment. Por ejemplo, una mirada retrospectiva a los
primeros bohemios de Montmartre del siglo XIX muestra que sus gustos
artísticos y sus normas de comportamiento personal —tan épatant a sus
contemporáneos burgueses— llegaron a ser valores aceptados por la clase
media en la Europa posterior a la primera guerra mundial. Otro ejemplo es
el de la bohemia americana de Greenwich Village, posterior a la primera
guerra mundial. Allí estaba reunida la juventud que se sentía asqueada de
ese darwinismo social, de que el pez grande se come al chico, consustan-
cial al capitalismo americano, así como de la vulgaridad banal de sus gus-
tos estéticos. Las ideas apolíticas de Greenwich Village, así como el re-
chazo del omnipotente dólar como el alfa y el omega de la bondad, vinie-
ron a ser valores aceptados por el Establishment americano posterior a la
segunda guerra mundial. Los veteranos de Greenwich Village no necesi-
taron adaptarse a la sociedad al alcanzar la madurez; para entonces, la so-
ciedad ya se había adaptado a sus costumbres. Por eso, hubiera sido intere-
sante examinar la filosofía de los beatniks en los años cincuenta, si uno
hubiera querido prever lo que iba a ser la América metropolitana de los
años sesenta.
La filosofía beat representa un apartamiento bastante radical de las ac-
titudes occidentales post-renacentistas, aunque parece convencional desde
el punto de vista del pensamiento oriental. Renuncia tanto al uso de la ra-
zón como a la lucha por el éxito mundano que se piensa son irrelevantes,
o que incluso son obstáculos para la vida auténtica. Esto es, la filosofía
beat asegura que los sentimientos y las experiencias sensoriales inmediatas
deben tener preferencia sobre los pensamientos cerebrales, y que la reali-
zación del «yo» debe buscarse mediante acciones dirigidas hacia uno
mismo y no hacia el exterior. Hacia los años sesenta se perdió de vista a
los beatniks, no porque desaparecieran realmente, sino porque sus actitu-
des y su estilo llegaron a ser algo trivial en las áreas metropolitanas de las

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costas Este y Oeste. Ya nadie se vuelve a mirar una barba o unas sandalias.
Mientras tanto, la filosofía beat atravesó la bahía de San Francisco y se
matriculó en la Universidad de California, en Berkeley, aunque este hecho
pasó inadvertido a la administración de entonces. Fue el Free Speech Mo-
vement el que llamó la atención sobre el profundo cambio que había tenido
lugar en el seno del cuerpo estudiantil de Berkeley. Tal como decía el in-
forme Muscatine, del Senado académico de la Universidad, un número
cada vez mayor de los mejores estudiantes no parecen ya estar «orientados
académicamente» o «dedicados a su carrera y... no se hacen cargo de las
oportunidades que les brinda la Universidad para que se eduquen con vis-
tas a una vida de trabajo y avance en sus respectivos campos de acción».
Ha surgido un grupo de estudiantes «inconformistas», en los que «su as-
pecto más prominente... es el rechazo absoluto de muchos aspectos de la
América actual». Estos estudiantes creían que los americanos «que afir-
man ser morales son realmente inmorales, y los que afirman ser sanos son
verdaderamente malsanos... Estas formas de rechazo de la sociedad en la
vida privada de uno mismo son el resultado del anterior modelo beat, o
generación no comprometida». Pero el aspecto verdaderamente radical de
la nueva mentalidad estudiantil no era la superficial, y de ningún modo
nueva actitud de la protesta contra la sociedad, sino su base antirracional
subyacente. Ya que «los estudiantes que mantienen la creencia de que el
sentimiento es un camino más seguro hacia la verdad que la razón no pue-
den apreciar el compromiso de la Universidad con la investigación racio-
nal».
Trataré ahora de introducirme en los orígenes de esos aspectos geme-
los, centrales en la filosofía beat, el antirracionalismo y el antiéxito, que
se han venido manifestando entre los estudiantes de Berkeley. Debería
quedar claro desde el principio que el antiéxito va más allá de una oposi-
ción a la lucha enconada por una recompensa material —hacia el final de
los años cincuenta esta clase de éxito estaba ya desprestigiada, incluso en
la recta sociedad no beat—, ya que se extiende a todas y cada una de las
realizaciones del mundo exterior. En consecuencia, los escritores de la fi-
losofía beat que publicaron estas ideas —por ejemplo, Kerouac, Ginsberg
y Mailer— no pudieron ser auténticos beats porque un literato beat es una
contradicción en sus términos. Esta misma contradicción se encuentra en
el budismo Zen, con el que la filosofía beat tiene grandes afinidades. Los

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

maestros del Zen afirman que nadie puede haber entendido realmente el
Zen si ha intentado denodadamente escribir sobre él.
El informe Muscatine hace lo que yo creo que es una correcta identifi-
cación de la fuente de la que surge la actitud beat entre la generación pos-
terior a la segunda guerra mundial: la sociedad opulenta. El crecimiento
en una sociedad en la que la pobreza y la necesidad han sido desterradas
engendra una psique beat, en la que la lucha por el éxito está totalmente
ausente. El éxito es un objetivo inmerso en una infancia pasada en una
ambiance de gran necesidad e inseguridad económica.
Trataré ahora de justificar esta portentosa deducción en términos del
concepto del siglo XIX, bastante pasado de moda, del deseo de poder. Este
concepto fue básico dentro de la filosofía de Nietzsche, que lo consideró
como la esencia metafísica de la vida misma. Según él, allí donde hay vida
hay deseo de poder. Sin embargo, para evitar estas nociones metafísicas
trataré del deseo de poder simplemente como un hecho psicológico, es de-
cir, daré por supuesto que en la psique humana existe un deseo de poder
sobre los sucesos del mundo exterior. Y, siguiendo a Nietzsche, adoptaré
la idea de que la sublimación de ese deseo de poder es el móvil psicológico
de toda actividad creativa. Sin duda, el concepto de deseo de poder puede
ser formulado de manera más satisfactoria, en términos psicoanalíticos
modernos, como una relación dinámica entre el ego y. el id. Pero creo que
para lo que nos proponemos no es necesario examinar a fondo la impor-
tancia relativa de los componentes consciente y subconsciente de ese de-
seo. De cualquier forma, el deseo de poder es, claramente, una de las fuer-
zas directrices más importantes de nuestro comportamiento dirigido al ex-
terior. Podemos definir ahora el éxito, en su más amplio sentido, como un
ejercicio del deseo de poder en el que el «yo» encuentra que los resultados
que esperaba de ese ejercicio se obtuvieron realmente. Es decir, el éxito
significa la habilidad de manipular los sucesos del mundo exterior de una
manera satisfactoria. Estos hallazgos subjetivos en relación con el ejerci-
cio del deseo de poder ejercen un importante feedback sobre el «yo», el
cual encuentra la realización en términos del éxito de su comportamiento
dirigido al exterior.
Trataremos ahora del origen biológico, ontogenético y filo- genético,
del deseo de poder, algo que, por supuesto, no tiene nada que ver con el
punto de vista metafísico de Nietzsche. Para ello, debemos considerar que
el deseo de poder tiene tanto un componente innato, o instintivo, como un

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

componente recibido o aprendido. Así pues, su origen ontogenético debe


buscarse en una interacción entre conceptos inherentes a la estructura del
cerebro humano, determinados genéticamente, y nociones experimentales
adquiridas después del nacimiento. Es decir, el deseo de tener poder sobre
los sucesos del mundo exterior no aparece automáticamente en la infancia;
en lugar de eso, la intensidad y la forma particular de su desarrollo depen-
den de las ideas recibidas del ambiente durante la infancia. Y en lo que
concierne a su origen filogenético, el deseo de poder —un atributo peculiar
del hombre, cuya aparición debe de haber sido un paso crucial en el pro-
ceso de humanización— apareció gracias a la selección natural del com-
portamiento. Es decir, de acuerdo con la «supervivencia del más adap-
tado», la selección natural favoreció los genes protohumanos que produ-
cen un cerebro en el que el concepto de deseo de poder está latente de una
manera innata. Coincidiendo con este proceso, tuvo lugar, también, una
selección de los grupos protohumanos que propagaban las ideas necesarias
para convertir en abierto el latente deseo de poder. Estos argumentos tie-
nen una afinidad considerable con la teoría de Noam Chomsky sobre el
origen de la capacidad lingüística. Chomsky propone que la estructura del
cerebro humano encierra dentro de sí una gramática «universal», sobre
cuya base se han generado las gramáticas «particulares» de todos los len-
guajes naturales, y que, gracias a su conocimiento instintivo, el niño es
capaz de dominar lo que, de otra forma, sería la hazaña imposible de reco-
nocer la estructura lógica de las secuencias de palabras habladas por los
adultos a su alrededor. Desde este punto de vista, la adquisición del len-
guaje es el producto de una interacción entre las ideas particulares recibi-
das y un sistema de lógica general innato. Este sistema armoniza con esas
ideas, precisamente porque, en un principio, dichas ideas fueron generadas
por un sistema homólogo.
Hemos tocado aquí un aspecto esencial de la evolución humana. Como
el hombre transmite a su descendencia no sólo rasgos genéticos sino tam-
bién ideas, la selección natural opera sobre él también al nivel paragenético
de las ideas y favorece la supervivencia de aquellos grupos que propagan
las ideas mejor adaptadas. (Debe destacarse en esta relación que la estabi-
lidad de la transmisión evolutiva de una idea es tanto mayor cuanto más
pronto pueda transmitirse dentro de la educación del niño y cuanto mayor
sea su componente afectivo.) Así pues, es seguro que la transmisión tem-
prana al niño del deseo de poder de sus padres ha tenido un gran valor

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

adaptativo para la supervivencia en un ambiente hostil. La estabilidad de


esta transmisión queda también asegurada por la incorporación de la idea
de deseo de poder dentro de las características sociales que absorbe el niño,
por ejemplo, a través de fábulas como «La cigarra y la hormiga», de La
Fontaine. Al fomentar el cultivo de atributos tales como la curiosidad, la
ambición y la imaginación, el deseo de poder proporcionó al hombre el
medio psicológico de ganar ascendiente sobre sus congéneres.
Verdaderamente, las raíces fundamentales del pensamiento racional
deben basarse en el deseo de tener poder sobre los sucesos del mundo ex-
terior. La razón estriba en que la noción de interpretar los sucesos de ese
mundo postulando conexiones causales debe de haber sido una de las ideas
de mayor valor adaptativo en la evolución humana. Aquí, sin embargo,
debemos darnos cuenta de un producto autolimitante del pensamiento ra-
cional que puede ejercer un feedback negativo sobre el deseo de poder: la
idea de que los designios de Dios forman parte de esas conexiones causa-
les. Es decir, cuanto mayor sea la intervención divina en los sucesos del
mundo exterior, y cuanto menor sea la influencia del deseo de los mortales
sobre los deseos de Dios, menores serán las oportunidades de ejercitar el
deseo de poder. Creo que la hegemonía gradual de este cortocircuito inte-
lectual fatalista puede haber sido la responsable de la disminución del de-
seo de poder que parece haber tenido lugar en las civilizaciones teocráticas
más antiguas, como Egipto y Bizancio. El que la forma de realización de
las tendencias del hombre está, de hecho, sujeta a evolución, y que la ale-
gada constancia de la «naturaleza humana» es una falacia, fue reconocido
por Nietzsche y por Herbert Spencer hace más de cien años. Desde enton-
ces los resultados de la Etnología comparada han demostrado ampliamente
la existencia de procesos adaptativos humanos al nivel paragenético de las
ideas. Y, por seguir insistiendo sobre lo obvio, debe destacarse que la ve-
locidad con la que la adaptación a las ideas puede responder al cambio en
las condiciones selectivas es mucho mayor que la que puede alcanzar la
adaptación genética. Ya que las ideas pueden ganarse o perderse, así como
extenderse por las poblaciones, mucho más fácilmente de lo que pueden
hacerlo las secuencias de nucleótidos del ADN que forman los genes.
Con el nacimiento de la Civilización en el Creciente fértil hace diez
mil años, se hizo posible la sublimación del ejercicio del deseo de poder
en más altas esferas de la actividad creativa, cuya incumbencia no era ya

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

únicamente la de solucionar el problema de la siguiente comida. Al ejerci-


tar el deseo de poder sublimado, la manipulación de los sucesos externos
llegó a ser un fin en sí mismo. Aquí, el «yo» no obtiene ya el éxito sobre
la base de la mera gratificación de las necesidades psicológicas, sino que
valora hasta qué punto ha conseguido efectuar el cambio deseado en el
mundo exterior. Finalmente, esta sublimación llegó a su cima en el arque-
tipo que Oswald Spengler llamó «hombre fáustico». El deseo de poder sin
límites del hombre fáustico hace que se vea a sí mismo como enzarzado
en una lucha sin final contra su mundo para allanar obstáculos, conflicto
que, para su mente, es la auténtica esencia de la existencia. Así, la metafí-
sica de Nietzsche del deseo de poder es la filosofía del hombre fáustico.
Como el hombre fáustico indaga hasta el infinito, no está nunca satisfecho.
Su personalidad está dotada de crecimiento continuo, ya que, como nunca
encuentra satisfacción en el éxito, el yo fáustico busca sin cesar una nueva
realización a través de actividades dirigidas al exterior. En mi exposición
adicional adoptaré la caracterización que hace Oswald Spengler del hom-
bre fáustico, epítome del deseo de poder, como el primer impulsor creativo
de la Historia.
Obviamente, los diferentes individuos de una misma sociedad están
poseídos del deseo de poder en distinta magnitud, diferencias que pueden
atribuirse en gran parte a variaciones en la forma y el ambiente de la edu-
cación durante la infancia. (Indudablemente, las variaciones congénitas y
fisiológicas también tienen que ver en esas diferencias.) Respecto a estas
diferencias, Ortega y Gasset dijo que «La división más radical que puede
hacerse de la Humanidad es la que considera que está formada por dos
clases de criaturas: los que piden mucho de sí mismos, amontonando difi-
cultades y dudas, y los que no piden nada especial de sí mismos, para los
cuales vivir es ser en cada momento lo que ya son, sin imponerse ningún
esfuerzo hacia la perfección, simples boyas flotando en las olas». Así
como los individuos pueden diferir en su intensidad de deseo de poder, las
sociedades pueden diferir en la intensidad y forma de estar distribuido este
deseo de poder entre sus miembros. Y aquí me parece que uno de los más
importantes factores que influyen en esa intensidad es el grado con que el
conocimiento de la inseguridad económica forma parte del carácter de
cada sociedad. No sé aún cómo justificar por completo esta idea, proba-
blemente marxista, como no sea haciendo la obvia puntualización de que

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

cuanto mayor sea el grado de inseguridad económica existente, mayor po-


der sobre los sucesos externos necesitará el individuo para su superviven-
cia. Así pues, el hecho de que padres y educadores se den cuenta de esta
circunstancia hace que la transmisión del deseo de poder sea un factor im-
portante en la educación del niño. Esta actitud se ve reforzada, en la infan-
cia, con la exposición del contenido de las fábulas y los cuentos, todos
ellos orientados hacia el éxito, y en la adolescencia mediante el choque
con la situación del mundo real. Debemos darnos cuenta, sin embargo, de
que de estas consideraciones no se deduce automáticamente que en una
sociedad con necesidades generales los hijos de los pobres desarrollan más
deseo de poder que los hijos de los ricos. En primer lugar, tanto los hijos
de los ricos como los de los pobres absorben el carácter de su sociedad, y,
en segundo lugar, algunos ricos llegan a serlo, o siguen siéndolo, debido a
que tienen un deseo de poder superior a la media, y, por tanto, desarrollan
en sus propios hijos esta cualidad. Por el contrario, podría pensarse que la
descendencia derrochadora y disoluta de los ricos surge de la rotura de la
transmisión de deseo de poder. En cualquier caso, el valor adaptativo del
deseo de poder se vería muy disminuido en un ambiente en el que la inse-
guridad económica hubiera desaparecido por completo.
Un caso de civilización antigua en el que puede pensarse que el des-
censo del deseo de poder se engendró por causas económicas, y que tiene
un interés muy especial para nosotros, debido a su afinidad con la escena
beat, es el del florecimiento del budismo Zen en el siglo séptimo T’ang en
China. Durante la dinastía T’ang, la China llegó a conocer un grado de
estabilidad económica y seguridad interna nunca alcanzado hasta entonces
en la historia de la Humanidad. Creo que la aparición, en esas circunstan-
cias, de una filosofía antifáustica que ensalza la realización del «yo» a tra-
vés de procesos dirigidos hacia el interior, en lugar de hacerlo mediante el
poder sobre el mundo exterior, ofrece un fuerte apoyo a la idea de que la
inseguridad económica es un importante factor para el mantenimiento del
deseo de poder, y, por tanto, para la perpetuación del hombre fáustico. En
la sociedad occidental se produjo una decadencia del hombre fáustico en
el siglo XIX, ocasionada principalmente por los frutos económicos de la
Revolución industrial y por el nacimiento de las democracias liberales en
Europa y América. El aumento del grado de seguridad del que se vieron
poseedores los ciudadanos de las sociedades burguesas dio lugar al inicio

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de una erosión gradual de la intensidad con la que, en la educación del


niño, se engendraba el deseo de poder del adulto.
Uno de los primeros signos de este cambio gradual en las motivaciones
del hombre occidental fue la decadencia del Romanticismo. Al principio
del siglo XIX el Romanticismo había celebrado la apoteosis final del hom-
bre fáustico con los trabajos de Schopenhauer, Goethe y Beethoven. En la
última parte del siglo XIX, la noción romántica del «yo» como agente libre
que ejercita el deseo de poder sobre obstáculos del mundo exterior, fue
dejando su lugar a búsquedas del «yo» dirigidas hacia el interior, tal como
se refleja en los trabajos de Kierkegaard y Dostoievsky. Al mismo tiempo,
el ideal fáustico del individualismo a ultranza del laissez faire capitalista
fue dejando, lentamente, el camino abierto al sermón antifáustico del so-
cialismo, bajo el cual el individuo obtiene su identidad principalmente
como miembro de una clase y tiene poca libertad aparte de desempeñar su
papel en la dialéctica de la lucha de clases. Pero esas antifáusticas ideas
políticas y filosóficas de una vanguardia intelectual no fueron más que las
primeras golondrinas de una nueva primavera. En cualquier caso, sus au-
tores debían de tener aún una gran cantidad de elemento fáustico en su
haber, para haber sido capaces de crear sus trabajos. Después de la primera
guerra mundial, la decadencia fáustica se hizo más patente en Europa. El
hablar de «decadencia» y de la «decadencia del Oeste» llegó a ser parte
del Zeitgeist de la inteligentsia europea de la entreguerra. Este clima ge-
neral fue el fértil sustrato en el que crecieron las ideas de Oswald Spengler
y Arnold Toynbee sobre la Historia en términos de una inexorable ascen-
sión y caída de las civilizaciones. Pero la vuelta a la inseguridad econó-
mica que produjo la Gran Depresión y el retorno a la barbarie que trajo el
auge del fascismo —lo que fue, de facto, un retroceso para la vida civili-
zada— borró temporalmente los sentimientos de Weltschmerz europeos.
Sin embargo, en América, en donde, a pesar del gran nivel de vida, el sen-
timiento de seguridad económica general fue mucho menos evidente que
en Europa, hubo un sentimiento enormemente extendido de decadencia
amenazadora después de la primera guerra mundial. Sólo con el final de la
Gran Depresión, al final de los años treinta, empezó en América ese pe-
riodo de continua prosperidad que culminó en la sociedad opulenta de la
postguerra. El New Deal, la segunda guerra mundial y los avances tecno-
lógicos hicieron subir el nivel de vida general hasta alturas anteriormente
desconocidas, y el espectro de la lucha para la supervivencia económica

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

se desvaneció. El bienestar económico fue, entonces, un hecho consu-


mado. Este cambio en la situación económica engendró la correspondiente
inflexión en el carácter de la sociedad, desinflándose la idea de éxito. Y
este cambio en el espíritu social —me parece patente— causó una reduc-
ción masiva de deseo de poder en la misma generación que fue educada en
este ambiente: la generación beat. Pocos años después, la riqueza que si-
guió a la reconstrucción de la postguerra parece haber dado lugar a una
metamorfosis del mismo tipo entre la juventud europea, tanto en el Oeste
capitalista como en el Este socialista.
Y aquí podemos darnos cuenta de una de las contradicciones internas
del progreso. El progreso depende de las acciones del hombre fáustico,
siendo la idea de deseo de poder lo que le motiva. Pero cuando se ha avan-
zado lo bastante como para proveer de un ambiente de seguridad econó-
mica a todo el mundo, el carácter de la sociedad resultante trabaja en contra
de la transmisión del deseo de poder en la educación infantil y, por tanto,
hace abortar el desarrollo del hombre fáustico. Esta contradicción interna
encierra en el progreso un elemento de feedback negativo. Un análisis for-
malmente análogo de estas contradicciones internas fue hecho por Ortega
y Gasset. El reconocía al hombre fáustico como el motor del progreso y
creía que la seguridad económica conduce a la hegemonía de un hombre-
masa no fáustico. Ortega y Gasset desarrolló la idea de que la culminación
de los esfuerzos del hombre fáustico, con un éxito tan fantástico en los
siglos XVIII y XIX, permitió el resurgir de las masas no creativas y no
fáusticas en el siglo XX. Es decir, la combinación de prosperidad econó-
mica y de ideas liberales, tales como los derechos del hombre, promulga-
dos por los primeros líderes fáusticos, al final, dieron el poder a las masas
no fáusticas. El poder de las masas, que hasta entonces habían aceptado su
inferioridad en una dócil oscuridad, asfixió entonces a su benefactor, el
hombre fáustico. Aunque, por supuesto, no estoy de acuerdo con el punto
de referencia aristocrático del argumento de Ortega y Gasset, su resultado
global es esencialmente igual al que estoy tratando de obtener aquí. Así
pues, lanzo mi primera conclusión general con respecto al progreso: Por
su propia naturaleza, por su gran dependencia del deseo de poder, el pro-
greso es autolimitado. Sus consecuencias seculares hacen que disminuyan
tanto el valor evolutivo y adaptativo del deseo de poder como las condi-
ciones sociopolíticas necesarias para su posterior propagación. El ascenso
de la filosofía beat ha hecho de esta autolimitación un hecho tan evidente

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

en nuestro tiempo que es difícil escapar de la conclusión de que el progreso


pronto se detendrá en su carrera.

Al enfrentarse con la afirmación de que el progreso está llegando al


final en nuestros días, mucha gente parece deshacerse de esta idea indi-
cando que a lo largo de la Historia siempre ha habido falsos profetas de
visión limitada, que aseguraban que después de su tiempo ya no sería po-
sible más progreso. Sin duda, esas personas piensan que hubo un hombre
en Sumeria que dijo: «Ahora que he inventado la rueda, el progreso ha
llegado todo lo lejos que podía llegar». Así como es lógico pensar que los
fallos en el pasado son irrelevantes para la validez de las profecías actua-
les, tampoco es cierto que se vengan haciendo predicciones falsas sobre el
final del progreso desde hace tanto tiempo, ya que la propia idea de pro-
greso —la noción de que la Historia encierra un movimiento hacia un
mundo mejor— tiene poco más de doscientos años. Y, por tanto, la pri-
mera afirmación de que el progreso está llegando al final debe de ser de
fecha más reciente.
Como escribió el más importante historiador de la idea del progreso, J.
B. Bury, esta idea no fue conocida en la antigüedad. Su creencia en la Edad
de Oro como el principio de la Historia, y en que las cuatro edades que la
siguieron fueron cada vez peores, representa, obviamente, una visión de-
generativa de la Historia en lugar de progresiva. Esta visión degenerativa
hizo que el tiempo se viera como un enemigo de la Humanidad, y condujo
al conservadurismo de la antigüedad, que admiraba la estabilidad y deplo-
raba el cambio. La filosofía cristiana medieval, fue igualmente incompati-
ble con la idea de progreso, ya que sostenía que hasta el día del Juicio final,
las acciones del hombre sobre la Tierra deben encaminarse hacia la salva-
ción en la otra vida. En el día del Juicio, Dios reinstaurará la Edad de Oro,
y cualquier intento del hombre, por sí solo, de conseguir esa Edad de Oro
quedaba fuera de lugar por su pecado original. Sin embargo, la intuición
medieval del día del Juicio introdujo la idea importante, desconocida para
los antiguos, que iba a proveer de base a la idea de progreso posterior: Hay
un premio en la dirección de la Historia. La idea de progreso permaneció
aún desconocida durante el Renacimiento, ya que la exaltación renacen-
tista de la antigüedad clásica como la época en la que reinó la razón de
forma suprema y en la que las artes alcanzaron una cima imposible de su-
perar, difícilmente podía fomentar las ideas progresistas. Sin embargo,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

apareció entonces un nuevo elemento importante: renació la confianza del


hombre en sí mismo, después de su eclipse en la «Edad oscura», generali-
zándose la creencia de que la lucha del hombre tiene otro propósito, ade-
más de la salvación más allá de la tumba. La ascensión de la ciencia en el
siglo xvi —particularmente la revolución copernicana— empañó la gloria
de Grecia y Roma, y hacia el siglo XVII aparecieron las primeras afirma-
ciones de que, realmente, los tiempos modernos no eran peores que la an-
tigüedad. Los enciclopedistas franceses del siglo XVIII descubrieron que
la extensión acumulativa del conocimiento que origina la ciencia produce
una mejora de la condición humana y, finalmente, con la llegada de la Re-
volución francesa, la idea de progreso tuvo su formulación comprensible
gracias al Marqués de Condorcet. Esta idea llegó a ser el tema central del
pensamiento del siglo XIX y la reflexión básica en los trabajos de esas
grandes figuras que son Karl Marx, Auguste Comte y John Stuart Mill.
Tras la publicación del Origen de las especies, de Darwin, en 1859, la idea
de progreso se elevó a la categoría de religión científica, con Herbert Spen-
cer como su apóstol. Ya que, como los procesos inexorables de la evolu-
ción están trabajando constantemente para mejorar la Naturaleza, la con-
dición humana comparte, obviamente, este movimiento general hacia un
mundo mejor. Esta visión optimista llegó a estar tan arraigada en los países
industrializados, particularmente en América, que, hoy día, la afirmación
de que el progreso pueda llegar a un final se considera una idea tan trasno-
chada como lo fuera en su momento la idea de que la Tierra gira alrededor
del Sol.
Va siendo hora ya de que defina el progreso de forma más precisa.
¿Qué significa el movimiento hacia un mundo «mejor»? La mayor parte
de la gente entenderá sin duda que un mundo mejor es aquél en que haya
felicidad. Pero como es a todas luces imposible hacer una cuantificación
significativa de la felicidad —¿eran más o menos felices los siervos me-
dievales que los habitantes de los suburbios de las megalópolis de hoy en
día?—, esta definición convierte la creencia en el progreso en un acto de
fe, algo que no está sujeto ni a verificación ni a refutación. Por tanto, esta
definición no puede usarse en ninguna discusión sobre la venida del final
del progreso. La definición de progreso como evolución darwiniana «na-
tural» hacia una condición humana «mejor adaptada» tampoco puede
usarse en este sentido, debido a la naturaleza tautológica del concepto de
«valor adaptativo». Parece que la definición más comprensible de progreso

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

puede hacerse desde el punto de vista de la causa principal que lo origina:


El deseo de poder. Es decir, el mundo «mejor» es aquél en que el hombre
tenga un mayor poder sobre los sucesos externos, aquél en que haya con-
seguido un mayor dominio sobre la Naturaleza, aquél en que esté econó-
micamente más seguro. Esta definición hace del progreso un hecho histó-
rico innegable. Además, hace posible la afirmación de que el progreso ten-
drá un final, ya que el aserto de que no habrá más incremento en el poder
sobre los sucesos externos es comprensible, incluso si no fuera cierto. Sin
embargo, esta definición no toma en consideración esos aspectos internos
de la condición humana, como la felicidad. Por tanto, es una visión del
progreso totalmente amoral, en la que los misiles balísticos nucleares re-
presentan un clarísimo progreso sobre los proyectiles de artillería conven-
cionales, los cuales, representan, a su vez, un progreso sobre el arco y las
flechas.
Al enfocar la medida del progreso desde el punto de vista del poder
sobre los sucesos externos se hace fácilmente comprensible una de sus ca-
racterísticas más chocantes, la de que el progreso ha procedido a una ve-
locidad cada vez más rápida. Es un hecho corriente en nuestros días dibujar
gráficas en las que se representan varios índices del dominio sobre la Na-
turaleza, como la población mundial, la renta per cápita, la velocidad en
los viajes, el consumo energético mundial o el número de científicos, todos
ellos en función del tiempo histórico. En su conjunto esas gráficas mues-
tran invariablemente una curva con su parte cóncava dirigida hacia arriba.
Durante los primeros trescientos años a partir del Imperio medio del anti-
guo Egipto, la curva permanece prácticamente horizontal, con un valor
muy bajo; empieza un lento ascenso durante el Renacimiento, asciende de
forma más pronunciada después de la Revolución industrial y se dispara
hacia arriba, casi verticalmente, en el siglo XX. Otra forma de apreciar la
característica de aceleración del progreso es fijarse en el continuo incre-
mento en la frecuencia de descubrimientos. Por ejemplo, si consideramos
las fuentes de energía inanimada descubiertas desde que se aprovechó el
fuego por primera vez, hace unos cincuenta mil años, nos daríamos cuenta
de que se produjo un lapso de cuarenta y cinco mil años hasta que la si-
guiente fuente de energía, el agua, pudiera ser utilizada: unos tres mil qui-
nientos años después se usó la fuerza del viento; se descubrió la máquina
de vapor unos trescientos años más tarde; el motor de combustión interna
apareció después de otros cien años, y sólo pasaron otros cuarenta años

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

para que la energía atómica se hiciera disponible. O, si consideramos el


descubrimiento de las fuerzas naturales desde que el concepto de fuerza
natural fuera formulado por primera vez por los griegos, hace dos mil años,
encontramos que pasaron mil setecientos años hasta que fue descubierta la
gravedad, seguida doscientos años después por el electromagnetismo, que
a su vez fue seguido por la energía nuclear cincuenta años más tarde.
Esta dinámica del progreso, y su importancia en la comprensión de la
Historia, fue publicada hace unos sesenta años por Henry Adams en su
«Ley de la Aceleración». Adams se dio cuenta de que durante el siglo XIX
la energía utilizada a partir de la producción mundial de carbón, y, por
consiguiente, la velocidad de progreso, se duplicó cada diez años. Estimó
que desde principios del siglo XV hasta el final del siglo XVIII el periodo
de duplicación de la velocidad de progreso fue de veinticinco a cincuenta
años. Pero, tal como apuntó Adams, el establecimiento de la longitud real
del periodo de duplicación tiene poca importancia si se compara con el
hecho de la aceleración en sí misma. Haciendo una proyección de esta di-
námica del progreso hacia el futuro, Adams pensó que, para un americano
que viva en el año 2000, «el siglo XIX quedaría en el mismo plano que el
siglo iv (igualmente pueril), y se preguntaría cómo fue posible que sus
habitantes, siendo tan débiles y con tan pocos conocimientos, hubieran he-
cho tanto». En el siglo xx, por tanto, haría falta una nueva mentalidad so-
cial. Ya que, «hasta aquí, desde hace cinco o diez mil años, la mente ha
reaccionado con éxito, y aún no ha sufrido ninguna prueba que la haga
fallar, pero ahora tendrá que dar un salto».
Esta cinética de aceleración es algo muy corriente en las Ciencias Na-
turales, en donde se explica generalmente en términos de reacciones en las
que está implicado un elemento de feedback positivo: cuanto más haya
progresado la reacción, más rápido será su progreso posterior. El creci-
miento de un cultivo bacteriano es uno de los ejemplos más simples de
dichas reacciones; como cada bacteria del cultivo da lugar a dos bacterias
hijas media hora después de su propio nacimiento, el número de bacterias
que nacen por minuto es proporcional al número de bacterias presentes, y,
por tanto, la velocidad de crecimiento del cultivo se duplica en cada gene-
ración. Evidentemente, el elemento de feedback positivo que encierra el
progreso es que la velocidad con la que el hombre consigue mayor poder
sobre el mundo exterior es tanto más grande cuanto mayor sea el poder

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

que tenga ya a su disposición. Ahora, si se ve la Historia como el movi-


miento del progreso, entonces también la Historia está acelerándose con
respecto al tiempo del calendario.

Gráfica de la ley de Henry Adams sobre la aceleración del progreso

Esta aceleración del progreso con respecto al tiempo cronológico (y


también respecto al tiempo fisiológico humano) es precisamente lo que
hace que, en un momento dado de la Historia, aparezca finalmente la idea
de progreso. Durante la Antigüedad, la Edad Media, y el Renacimiento, la
velocidad de progreso fue tan lenta que el mundo que cualquier persona
dejaba al morir no era muy distinto del que se encontró al nacer, aun
cuando, con suerte, él o su comunidad pudieran llevar a cabo algún cambio
perceptible. En verdad, cualesquiera que fueran esos cambios perceptibles,
producían generalmente un empeoramiento, como los estragos de la guerra
o la peste. Por supuesto, hubo algún progreso durante todo ese tiempo,
pero fue tan lento que, dentro de lo que abarca una memoria viva, las cosas
parecían haber permanecido siempre de la misma manera, o en todo caso,
empeorado. Y a eso se debe la hegemonía del pesimismo historicista de la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

época clásica, y la nostalgia del Renacimiento hacia las glorias de Grecia


y Roma encuentra su explicación en la imposibilidad de tener experiencias
personales de progreso en aquellos días lejanos. Sin embargo, al final del
siglo XVIII se alcanzó al fin un «punto de comparación». Dentro de la
duración de una vida, los americanos, franceses y los países que realizaron
la Revolución industrial, efectuaron unas mejoras sociales, políticas y eco-
nómicas tan obvias que por fin el progreso llegó a ser accesible a la expe-
riencia personal. En el siglo y medio que ha pasado desde aquel punto de
comparación, el progreso ha seguido acelerando, por lo que, para un octo-
genario de hoy, el mundo ha cambiado hasta ser irreconocible.
Pero este aspecto de feedback positivo del progreso, responsable de su
continua aceleración, encierra un elemento de auto- limitación temporal.
Ya que, como parece evidente a priori que hay algún límite último para el
progreso, alguna barrera al aumento de dominio sobre la Naturaleza y al
grado de seguridad económica, puede deducirse que este límite se está
acercando a una velocidad cada vez mayor. Es difícil, por supuesto, cuan-
tificar cualquier límite del progreso, ya que el grado de dominio sobre la
Naturaleza que ha obtenido la Humanidad no puede expresarse en térmi-
nos de un sólo parámetro. No obstante, si se examinan uno a uno, todos
los parámetros imaginables que tengan que ver con la estimación de la
velocidad de progreso, como son la población, el consumo de energía
mundial, la renta per cápita o la velocidad en los viajes, puede concluirse
que ninguno de ellos parece que pueda exceder de un límite definido. Y,
de acuerdo con Adams, del mismo modo que la magnitud real del tiempo
con el que se duplica el progreso tiene relativamente poca importancia si
se compara con el hecho de la aceleración en sí misma, las distancias a las
que se encuentran los límites de varios índices de progreso tienen relativa-
mente poca importancia si se comparan con la existencia del límite en sí
mismo. Para apreciar este hecho, podemos considerar la curva semiloga-
rítmica de la ley de la aceleración de Adams. En esta gráfica, las distancias
en el eje vertical son proporcionales al logaritmo de la magnitud de un
índice de progreso, y las distancias en el eje horizontal son proporcionales
al tiempo del calendario. La curva ha sido dibujada de acuerdo con la du-
plicación del progreso tal como la estimó Adams a partir de su índice de
consumo de energía mundial. Se ha asignado el valor arbitrario de 1 al
nivel actual (1960 d.C.) del índice, lo que representa un incremento de cien
mil veces sobre el valor de 0,00001 del punto de partida (1000 a.C.). La

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

extrapolación de esta curva hacia el futuro muestra que se alcanzará cual-


quier límite razonable del parámetro que se considere, dentro de un pe-
riodo corto con respecto al tiempo histórico. Así pues, aunque el valor ac-
tual de 1 del parámetro sea sólo una milésima del de su límite final, este
límite se alcanzaría hacia el año 2160. E incluso si la aceleración del pará-
metro fuese considerablemente inferior a la del consumo de energía mun-
dial, se podría deducir, del hecho de la aceleración, que cualquier límite
razonable para ese parámetro se alcanzaría en muy pocos siglos. Por tanto,
percibimos aquí una segunda conclusión general concerniente al progreso:
aunque ha habido progreso en el pasado, su cinética acelerante impide que
sea una característica perpetua de la historia humana futura. Verdadera-
mente, la velocidad vertiginosa a la que avanza hoy el progreso hace muy
probable que llegue a pararse en muy poco tiempo, quizá durante nuestra
vida, quizá en una o dos generaciones.
Para terminar, podemos volver brevemente al fenómeno de la bohemia
en general y de los beatniks en particular. En primer lugar debería quedar
claro ya por qué apareció la bohemia por primera vez en el siglo XIX, y
no antes. La razón es que fue sólo entonces cuando la aceleración del pro-
greso alcanzó una pendiente tal que los importantes cambios sociales, po-
líticos y económicos no sólo se hicieron perceptibles, sino que ocurrieron
demasiado deprisa para su asimilación general, desde los puntos de vista
espiritual y cultural. Por consiguiente, el ajuste entre las costumbres y las
consecuencias seculares del progreso no pudo ocurrir con la velocidad re-
querida, y se desarrolló una discrepancia cada vez mayor entre el mundo
real y la situación a la que pertenecían esas costumbres. Esta falta de co-
rrespondencia entre la condición humana teórica y la real es más evidente
para los jóvenes, simplemente porque su psique se desarrolló en unas con-
diciones más parecidas al presente que el ambiente infantil de sus mayores.
Por tanto, la juventud más sensible, aquella que puede apreciar más rápi-
damente los cambios forjados por el progreso, llega a estar fácilmente alie-
nada por la sociedad desarrollada por sus mayores, y tiende a emigrar a la
bohemia. Cuando las costumbres de esa sociedad captan, finalmente, la
nueva situación, los ex bohemios, ya de mediana edad, no difieren en sus
actitudes del resto de la gente; se han «rehabilitado». Mientras tanto, por
supuesto, el progreso ha causado nuevos cambios no asimilados, así como
nuevas paradojas morales, cuya apreciación da lugar a la siguiente gene-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ración de jóvenes bohemios. Así pues, es razonable considerar a los beat-


niks como un eslabón más en esta cadena de alienaciones que empezó en
el momento en que se alcanzó el punto de comparación entre la velocidad
del progreso y la duración de la vida humana, al final del siglo XVIII. En
segundo lugar, sabemos ahora por qué los beatniks representan un fenó-
meno de capital importancia para entender el presente. Es un error con-
cluir, que debido a su actitud beat, los beatniks nunca llegarán a nada, que,
al contrario de sus predecesores bohemios, nunca crearán nada de valor
duradero, y que no producirán ningún efecto significativo en el futuro; hoy
aquí, desaparecidos mañana. Por el contrario, al permitir que el hombre
fáustico abandone el escenario de la Historia, la filosofía beat allanó el
camino para que se produjeran los profundos reajustes en la psique hu-
mana que son necesarios para que el hombre pueda soportar la vida en la
Edad de Oro.

BIBLIOGRAFIA

ADAMS , HENRY: The Education of Henry Adams (cap. 23 y 24), Massachusetts Histórical
Society, Boston, 1918.
AIKEN, H. D.: The Age of Ideology: The 19th Century Philosophers, Mentor Books, Nueva
York, 1956.
BURY, J. B.: The Idea of Progress. MacMillan, Nueva York, 1932, reimpreso por Dover Pu-
blications, Nueva York, 1955.
MUSCATINE, G. (CHM.): Education at Berkeley: A report of the Select Committee on Educa-
tion. Univ. California, Berkeley, 1966.
ORTEGA Y GASSET, J.: The Revolt of the Masses. Mentor Books, Nueva York, 1950.
PARRY, A.: GARRETS AND PRETENDERS: A History of Bohemianism in America, Dover Publi-
cations, Nueva York, 1960.

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La Filarmónica de Berlín. Arquitecto, Hans Scharoun (Cortesía de Infobild,


Berlín.)

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2. EL FINAL DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS (1969)

En el capítulo precedente aduje dos argumentos independientes que me


llevaron a la creencia de que el progreso se detendrá en nuestra época. Uno
de los argumentos, de tipo psicológico, afirmaba que el acceso a la segu-
ridad económica, una consecuencia secular del progreso, acabará por des-
truir dicho progreso debido a que es enemiga de la transmisión paragené-
tica del deseo de poder. La aparición de la generación beat se interpretó, a
la luz de este argumento, como que el feedback negativo del progreso so-
bre el deseo de poder ha hecho que se sientan ya sus efectos de forma
masiva. El otro argumento, de tipo cinético, estaba basado en la continua
aceleración de la velocidad de progreso. Ya que, tal como parece razonable
a priori, si el progresar tiene algún límite razonable, ese límite se está acer-
cando cada vez más deprisa. La velocidad de progreso ha llegado a ser tan
rápida —han ocurrido cambios tan fantásticos en la condición humana
dentro de lo que abarca la memoria viva—, que parece difícil imaginarse
un límite de progreso que esté lo suficientemente lejos de lo que ya se ha
alcanzado como para que ese límite no se alcance en poco tiempo. De estos
dos argumentos, el segundo es claramente el más endeble, ya que depende
de la impresión que se produce en la duración de la vida humana de que la
velocidad de progreso actual es, de hecho, rápida con respecto al acerca-
miento a sus límites últimos. Trataré ahora de aducir un tercer argumento,
enteramente independiente, que muestra que los límites últimos ya están a
la vista en lo que se considera generalmente como los índices de progreso
más importantes. Estos índices son las artes y las ciencias, en las que el
deseo de poder sublimado y el empeño del hombre fáustico han encontrado
su más alta expresión.
Es una reacción común frente a la situación presente en las artes el
sentimiento de que algo parece estar drásticamente equivocado. Las mani-
festaciones contemporáneas como la pintura activa, el arte «pop» y la mú-
sica al azar están causando un extendido recelo sobre el estado del arte. Y
este recelo parece existir no sólo entre el público general, sino también
entre un importante sector de la propia comunidad artística. (Lewis Mum-
ford, por ejemplo, escribió recientemente que «las formas de “op” y “pop”
que están de moda en el antiarte de hoy se parecen tanto a... la creatividad

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

exuberante... como el ruido de un pedo premeditado a un solo de trompeta


de Purcell»). Mucha gente opina que el arte ha llegado, de algún modo, a
un callejón sin salida, y que para que tenga cualquier futuro debe encon-
trarse una salida de la dirección actual. El tema que quiero desarrollar
ahora es que dicha salida no existe, puesto que las formas extravagantes
de arte de estos últimos tiempos no han hecho más que aparecer en una
sucesión natural desde las obras maestras del pasado. En lugar de dar un
giro equivocado, el arte no ha hecho más que descender (o quizá subir) por
una calle de una sola dirección, desde sus orígenes en el remoto pasado
prehistórico. Con objeto de elaborar este punto, quiero llamar la atención
sobre una tendencia histórica obvia que da lugar a la flecha que señala la
dirección del tráfico en esa calle de dirección única: a medida que avanza
la evolución artística, el artista se encuentra cada vez más liberado de los
estrictos cánones que regulan el método de trabajar en su medio de expre-
sión creativa. El resultado final de esta evolución ha sido que, finalmente,
en nuestros días, la liberación del artista ha sido casi total. Sin embargo, el
acceso del artista a una libertad de expresión indefinida da lugar a grandes
dificultades cognoscitivas para la apreciación de su trabajo: la ausencia de
cánones reconocibles convierte su acto de creación en algo que parece he-
cho al azar. En otras palabras, la evolución artística por la calle de direc-
ción única hacia la libertad encierra un elemento de autolimitación. Cuanto
mayor sea la libertad alcanzada, y por tanto, para el que lo percibe, mayor
sea el parecido de cualquier estilo artístico con el azar, será más difícil que
cualquier estilo futuro parezca significativamente diferente de su predece-
sor. Trataré de presentar ahora un breve sumario de las que yo creo que
son las razones teórico-informativas y psicológicas que dirigen esta ten-
dencia dominante en la evolución artística. Este argumento está entresa-
cado de los trabajos de escritores como Suzanne K. Langer, Wylie Sypher,
Leslie A. Fiedler y especialmente Leonard B. Meyer. Además, pretenderé
mostrar más adelante un elemento similar de autolimitación cognoscitiva,
que también está aparentemente implicado en el progreso de las ciencias,
una limitación cuya existencia sólo hace muy poco ha salido a la luz.
Para empezar esta discusión, formularé la afirmación tradicional de
que tanto el arte como la ciencia son actividades que tratan de descubrir y
comunicar verdades sobre el mundo. Esas actividades llegaron a ser posi-
bles en el estadio remoto y crítico de la evolución psicológica del hombre

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

en que se convirtió en un animal semántico, es decir, cuando tuvo la pode-


rosa idea de expresar simbólicamente los sucesos. El campo al que va di-
rigido el arte es el mundo interior y subjetivo de las emociones. Las mani-
festaciones artísticas, por consiguiente, tienen que ver principalmente con
relaciones entre sucesos privados, de significado afectivo. El terreno de las
ciencias, al contrario, es el mundo exterior y objetivo de los fenómenos
físicos. Las afirmaciones científicas, por tanto, tienen que ver principal-
mente con relaciones entre sucesos públicos. Esta dicotomía en las activi-
dades no significa necesariamente que, para el que las percibe, una mani-
festación artística esté desprovista de toda significación objetiva (una pin-
tura de Canaletto, por ejemplo, proporciona información sobre el suceso
público que fue Venecia), ni tampoco que una manifestación científica esté
desprovista necesariamente de significación afectiva (por ejemplo, tal
como se verá en el capítulo 4, un gran descubrimiento hecho por otro cien-
tífico en nuestro propio campo es, por lo general, una fuente de profunda
contrariedad y raramente de gran alegría). En cualquier caso, desde este
punto de vista tradicional, la información y la percepción del significado
de ella son el contenido central, tanto de las artes, como de las ciencias.
Por consiguiente, cuando hablamos de progreso en las artes y las ciencias
nos podemos referir solamente a una cosa, esto es, que hay progreso mien-
tras aumente la suma total de manifestaciones artísticas y científicas con
significado. Y por ende, el progreso en las artes y en las ciencias estará
llegando a su final cuando sea cada vez más difícil continuar añadiendo
algo a ese capital acumulado de manifestaciones con significado.
Al principio, los orígenes del arte no eran aún arte. Por ejemplo, la
música probablemente echó sus primeras raíces con la organización de so-
nidos, vocales y de percusión, para favorecer el ritmo en el trabajo y en los
ritos, y para la excitación nerviosa. En este estadio, la música no era aún
arte —del mismo modo que los gruñidos y gritos primitivos no eran len-
guaje—, porque a la música le faltaba todavía su función semántica. Sólo
con el desarrollo gradual del uso simbólico de las formas musicales, la
música llegó a ser arte. Dentro del esquema dicotómico de los dominios
artístico y científico, la música aparece como «la más pura» de las artes,
por cuanto que es la que menos tiene que decir sobre el mundo exterior y,
en consecuencia, muestra un menor solapamiento con las ciencias. El con-
tenido semántico de la música tiene muy pocos modelos «exteriores» —
cantos de pájaros, galopadas y truenos, entre otras cosas— si se compara,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

por así decirlo, con la gran variedad de impresiones visuales o situaciones


prototipo disponibles como modelo para las artes visuales o dramáticas.
Verdaderamente, la música puede prescindir sin quebranto de modelos ex-
teriores, a los que, de todos modos, no podría hacer justicia. Así pues, el
contenido de la música es, por necesidad, más puramente afectivo que el
de cualquier otra forma de arte; sus manifestaciones se relacionan de modo
casi exclusivo con sucesos interiores. El simbolismo musical es capaz de
prescindir de los modelos naturales porque, según Mrs. Langer, «las for-
mas del sentimiento humano son mucho más congruentes con las formas
musicales que con las formas del lenguaje; la música puede revelar la na-
turaleza de los sentimientos con un detalle y una verdad imposibles para
el lenguaje». De aquí que la música transmita lo inexpresable; es incon-
mensurable con el lenguaje, e incluso mediante símbolos representativos
como las imágenes o los gestos». La música representativa, que trata de
expresar sucesos exteriores, parece ser la excepción que prueba la regla;
este tipo de música está considerada, generalmente, como de escaso mérito
artístico.
¿Cómo aparece el significado simbólico a partir de la secuencia tem-
poral de tonos que percibimos? Según Meyer, «aparece el significado mu-
sical cuando una situación precedente (de secuencia de tonos), que re-
quiere una estimación (por parte del oyente) de las formas probables de
continuación, produce incertidumbre sobre la naturaleza temporal-tonal
del resultado esperado». Esta definición se deriva de una consideración
general sobre la naturaleza de la información. La cantidad de ésta que con-
tiene cualquier suceso es mayor cuanto más elevado sea el número de su-
cesos alternativos que puede esperarse que ocurran dada la situación pre-
cedente. Si la situación está tan altamente estructurada como para que el
que la percibe espere que ocurra el suceso con una probabilidad muy alta,
el contenido informador del suceso es bajo. Pero el significado de la infor-
mación que suministra el suceso se deriva de la valoración de aquélla con
respecto a sucesos pasados y futuros. Es decir, para que un suceso tenga
significado, su aparición no sólo debe haber sido incierta, sino que también
debe ser capaz de modificar la apreciación probabilística de las consecuen-
cias de una situación previa. De esta manera, a medida que se desarrolla
una pieza musical con significado, el oyente está modificando constante-
mente sus expectativas sobre lo que oirá a continuación, basándose en lo
que ya ha oído. Su conexión probabilística final de la secuencia de tonos

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

completa es la forma musical que el oyente ha reconocido, la estructura


que ha percibido.
Ahora, en el proceso que sigue el oyente para estimar las probables
formas de continuación a partir de una secuencia de tonos previa, no sólo
influyen las-valoraciones informativas que ha inferido de lo que acaba de
oír de la composición musical que está escuchando en ese momento, sino
que también influyen las reglas estadísticas que gobiernan las posibles se-
cuencias de tonos que ha obtenido de su experiencia previa como oyente
de otras composiciones similares. Y esas reglas estadísticas que gobiernan
las posibles secuencias de tonos no son otra cosa que el estilo en el que ha
sido compuesta una pieza musical. Es decir, el oyente puede hacer real-
mente una estimación de las formas probables de continuación sólo si tiene
algún conocimiento del canon estilístico bajo el que operó el compositor.
Y aquí llegamos a un punto importante: para que la composición tenga un
significado máximo, existe, para cualquier oyente, una optimización del
canon estilístico. Si, por una parte, el canon es demasiado rígido, la incer-
tidumbre sobre la futura secuencia temporal-tonal es muy pequeña y la
redundancia de su información muy alta. El oyente escucha, fundamental-
mente, lo que ya estaba seguro que iba a oír; la velocidad con la que la
información llega a él es muy baja; tiene pocas razones para modificar su
apreciación probabilística previa; ha aprendido muy poco; por lo tanto, la
pieza no tiene apenas significado. Si, por otra parte, el canon es demasiado
laxo, la incertidumbre sobre la futura secuencia temporal-tonal es muy
grande, y la redundancia de su información muy baja. Por lo tanto, la ve-
locidad con la que llega la información al oyente es muy alta. Pero la ve-
locidad a la que la nueva información choca contra él puede rebasar su
capacidad, es decir, no será capaz de evaluar esa información lo suficien-
temente rápido como para extraer de los antecedentes una apreciación pro-
babilística, particularmente si la pobreza de información redundante no le
permite probar la validez de sus inferencias. Por lo tanto, en este caso la
pieza tampoco tiene a penas significado. De aquí que, para que un oyente
perciba una estructura con significado en una composición musical, ésta
debe presentar una secuencia temporal-tonal que no le sea ni demasiado
conocida ni demasiado desconocida. Es decir, la libertad del estilo de la
composición debe adaptarse a la sofisticación musical del oyente.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Desde esta esfera teórico-informativa, la creatividad en la composición


musical representa, evidentemente, la aparición de nuevos patrones estruc-
turales con significado. Pero aquí podemos darnos cuenta de las razones
de la tendencia histórica hacia la relajación progresiva del canon estilís-
tico. El punto de rigidez óptima del canon estilístico para la comunicación
de un mensaje con significado debe moverse hacia una mayor libertad a
medida que aumenta la sofisticación del oyente, gracias al capital acumu-
lado de estructuras significativas creadas anteriormente. Al principio,
cuando la música consistía únicamente en cantos rítmicos, tamborileos,
imitación vocal de sonidos naturales, el canon estilístico era enormemente
rígido; apenas existía libertad en la composición; la sofisticación del
oyente era mínima. Para crear nuevos patrones musicales con significado,
fue necesario relajar un poco el canon, pero no demasiado, por ejemplo,
permitiendo la inclusión de unas pocas secuencias no naturales. Ahora
bien, aquello tuvo dos consecuencias: aumentó la sofisticación del oyente,
y se acabó la posibilidad de crear nuevos patrones con significado. Enton-
ces tuvo lugar una nueva relajación del canon (es decir, se creó un nuevo
estilo), se hizo posible la composición de nuevos patrones con significado,
y creció aún más la sofisticación del oyente. Y siguió ocurriendo esto
desde la antigüedad, a través de la Edad Media, el Renacimiento y los pe-
riodos Barroco, Romántico e Impresionista hasta la música atonal contem-
poránea: la aparición de un nuevo estilo, algo menos rígido, que engen-
draba una mayor sofisticación en el oyente, era seguida más tarde por la
extinción de las posibilidades de crear nuevas composiciones con signifi-
cado en ese estilo y, finalmente, daba como resultado la aparición de un
nuevo y más libre estilo sucesor. Debemos notar aquí, de pasada, que el
más libre de dos estilos no es necesariamente aquél que opera con menos
y/o más simples reglas. Obviamente, un pequeño número de reglas muy
simples puede dar lugar a un estilo muy rígido y con gran redundancia.
Así pues, podría concluirse que ha tenido lugar una evolución del estilo
musical desde sus orígenes primitivos hacia un nivel de sofisticación cada
vez más elevado. La inferencia de dicha evolución no se apoya en ninguna
visión teleológica del hombre o de la música evolucionando necesaria-
mente hacia una meta más alta; se deduce meramente, del reconocimiento
de la base teórico-informativa de su interacción. Además, la cinética de
esta evolución manifiesta la misma aceleración que ya hemos observado
que ocurre en el progreso en general. Los estilos de la antigüedad clásica

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

y de la Edad Media perduraron durante muchos siglos, los del Renaci-


miento durante uno o dos siglos. Los de los periodos Barroco y Romántico
durante muchas décadas, los del Impresionismo durante una o dos décadas,
y, finalmente, los estilos contemporáneos se suceden uno a otro en cues-
tión de pocos años. Esta aceleración podría reflejar, en gran parte, el cons-
tante aumento en el número de compositores actuales en comparación con
el aumento de población mundial. Su creciente actividad conjunta, acaba,
de forma cada vez más rápida, con las posibilidades de creación con sig-
nificado dentro de cualquier estilo, aunque, por supuesto, el aumento en el
número absoluto de compositores no es lo único que garantiza un aumento
de la velocidad de creación. Así, por ejemplo, un hombre como J. S. Bach,
probablemente hizo más por la extinción de las posibilidades de su estilo
que el esfuerzo conjunto de todos sus contemporáneos, inferiores a él. Del
mismo modo, una causa más importante de la aceleración de la evolución
estilística es, probablemente, el progreso tecnológico en los medios de co-
municación musical. Por ejemplo, la invención de la notación musical de-
bió de ser un importante primer paso que finalmente aseguró la acumula-
ción de un capital musical frente a los caprichos de la memoria humana.
La invención de la imprenta permitió una amplia distribución de ese capi-
tal entre los ejecutantes en potencia, y, finalmente, la llegada del fonó-
grafo, la radio, los discos de larga duración y el magnetófono dio como
resultado la diseminación rápida de las nuevas composiciones entre una
amplísima audiencia. Así pues, la sofisticación del oyente pudo crecer a
una velocidad cada vez mayor, permitiendo, a su vez, una evolución esti-
lística cada vez más rápida.
La música seriada, de la que fue pionero Arnold Schonberg, representa
un estadio tardío, aunque de ningún modo el último, en esta evolución. El
compositor ha sido liberado ya de cualquier restricción impuesta por los
dictados tradicionales de la melodía y la armonía, pero su libertad no es
aún total. Los viejos cánones han sido reemplazados por las reglas más
laxas de la escala de doce tonos, pero aún existen reglas. Sin embargo, esas
reglas han llegado tan lejos en cuanto a la disminución de la redundancia
de la información en la secuencia temporal-tonal que «aprenderse» la mú-
sica seriada presenta ya un difícil problema de percepción; el haberse
aprendido una pieza de música seriada supone relativamente poca ayuda
para el aprendizaje de la siguiente pieza, como no sea el entrenamiento
general que pueda haber supuesto dicho aprendizaje en la resolución de un

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

problema difícil de conocimiento musical. Pero el estudio final de este


proceso evolutivo se ha alcanzado ya con la música experimental de com-
positores como John Cage. Ya que han sido abandonadas casi todas las
reglas que hubieran permitido la comunicación con el oyente de una es-
tructura musical. En uno de los tipos de música experimental, la secuencia
temporal tonal se genera, a propósito, por puro azar, ya sea por el compo-
sitor al escribirla o bien por el músico al ejecutarla, de tal manera que la
forma es intencionadamente al azar. En otro tipo, el compositor escribe
intuitivamente, sin intentar desarrollar, conscientemente, ninguna idea
particular o sin tratar de alcanzar ninguna meta final. Así pues, el oyente
es abandonado a sus propios medios, para que entienda de la música lo que
él quiera. La estructura que percibe en la pieza, si es que percibe alguna,
depende enteramente de su propia personalidad, del mismo modo que de-
pende de su personalidad la interpretación de una mancha de tinta en el
test de Rorschach. Por lo tanto, en este desarrollo, la música como un arte
que trata de descubrir y comunicar verdades sobre el mundo ha llegado al
final del camino.
¿Qué es entonces lo que pretenden esos compositores de música expe-
rimental? ¿Qué están tratando de hacer? Para sondear sobre la naturaleza
de su actividad, es necesario darse cuenta de que la visión del mundo de
estos artistas de nuestros días es radicalmente diferente a la asociada tra-
dicionalmente con el pensamiento racional. Esta visión, que Meyer ha lla-
mado Trascendentalismo, muestra grandes afinidades con los preceptos
del budismo Zen, en cuanto a que el transcendentalista cree que las expe-
riencias sensoriales concretas y particulares son las únicas verdades que
pueden encontrarse en el mundo. Cualquier intento de construir una reali-
dad infiriendo relaciones causales imaginarias de esas experiencias senso-
riales oscurece, en lugar de revelar, la verdad esencial de la existencia, a
saber, que cada hecho en el universo es único. Queda claro que, para cual-
quiera que posea unas creencias como ésas, es anatema la sola idea de que,
para el oyente, el significado de una pieza musical se deriva de la estruc-
tura que percibe en las conexiones probabilísticas de su secuencia tempo-
ral-tonal. En lugar de eso, para un transcendentalista, la música sólo está
allí, y cualquier cerebración analítica no hace más que estorbar a la expe-
riencia como acto primario. Así pues, el arte y la naturaleza convergen en
uno solo: en lo que a la experiencia se refiere, no hay distinción cualitativa

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

entre escuchar el sonido de la música y el ruido de la naturaleza. El com-


positor transcendentalista con su música experimental, no sólo no añade
nada al capital acumulado de manifestaciones con significado acerca del
mundo, sino que no hay nada más alejado de su mente que el intentar ha-
cerlo. Su único propósito es añadir una más a la suma total de experiencias
sensoriales únicas de sus oyentes.

Nuestra discusión sobre las artes se ha centrado hasta ahora en la evo-


lución de la música, sin considerar la suerte de otros importantes dominios
del arte como la pintura, la literatura, la poesía y el drama. Como este en-
sayo ha sobrepasado ya mi competencia en el campo estético, no trataré de
reproducir un argumento teórico-informativo equivalente para explicar la
tendencia histórica hacia una mayor libertad de los artistas que trabajan en
otros medios no musicales. Pero creo que merece la pena decir que, tam-
bién en las artes no musicales está funcionando esencialmente el mismo
proceso de agotamiento de la posibilidad de crear mensajes con significado
dentro de un estilo de rigidez determinada, adaptada al nivel de sofistica-
ción de la audiencia, seguido por la inversión de un estilo ligeramente me-
nos rígido y por la repetición de la dialéctica: educación de la audiencia-
agotamiento del estilo. En cualquier caso, casi todas esas formas de arte
también han alcanzado ya lo que parecen ser los estadios finales o cuasi-
finales en su desarrollo formalmente equivalentes al de la música experi-
mental. Es decir, las artes no musicales han evolucionado hacia estilos por
medio de los cuales la comunicación en el sentido teórico-informativo en-
tre el artista y el público, ni es posible, ni se intenta. En lo que concierne a
las artes, visuales, este género terminal está representado por estilos tales
como la pintura de acción, practicada por pintores que manchan sus lien-
zos, dejando gotear y salpicando pintura sobre ellos, y el arte «pop», ejem-
plificado por los colla- ges eclécticos de objetos «encontrados», y los fac-
símiles de latas de sopa Campbell y tiras de «cómic». Como apuntaba Syp-
her, la característica unificadora de esos estilos es el anonimato del artista,
cuyo yo no se ve reflejado en sus trabajos. Y del mismo modo que los
compositores experimentales, los pintores de acción y los artistas «pop»
no elaboran su trabajo como nuevas manifestaciones con significado sobre
el mundo. Simplemente, añaden algo al repertorio de experiencias de su
audiencia, la cual extrae de esos trabajos lo que quiere. En el drama y la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

literatura parecen haberse alcanzando casos igualmente evidentes de esta-


dios finales del arte. Aquí no hace falta el sutil análisis teórico-informativo
para mostrar cómo surge el significado por medio del drama y la literatura,
ya que el «lenguaje» de estas dos ramas del arte es el propio lenguaje. Pero
como los escritores y dramaturgos no han manipulado generalmente las
reglas gramaticales para sus propios propósitos, el drama y la literatura no
han tenido ningún desarrollo teórico-informativo en cuanto al uso del me-
dio de comunicación, comparable al que ha ocurrido en la música y en las
artes visuales. Las posibilidades de usar el lenguaje como un medio artís-
tico parecen, simplemente, haberse agotado. En el drama, este agotamiento
se refleja en el teatro del absurdo, particularmente en los trabajos de Eu-
gene Ionesco. En nuestra época, decía Ionesco, todo lenguaje verbal ha
llegado a ser un cliché y, por lo tanto, ya no es adecuado para comunicar
asuntos de significado afectivo. Y de ahí que el dramaturgo del absurdo,
como el compositor experimental, el pintor de acción y el artista «pop»,
haya abandonado la noción de concebir su trabajo como un mensaje. Los
personajes del teatro del absurdo dicen palabras sin sentido, carecen de
identidad, y se empeñan en acciones que no están conectadas causalmente,
es decir, no tienen un plan premeditado. La función principal del actor es
estar en el escenario, estar ahí. En la literatura, ha quedado patente la lle-
gada al final de la novela con la aparición de los trabajos de escritores
como Alain Robbe-Grillet y William Burroughs. En sus anti-novelas ha
desaparecido toda organización. No hay conexiones racionales entre sen-
tencias individuales y párrafos, no hay personajes, no hay historia. Fiedler
comenta que la ascensión, durante el siglo XIX, de la novela actualmente
moribunda fue un gran paso hacia el final de la literatura. Desde el punto
de vista de la poesía épica del siglo XVIII, la novela podía considerarse ya
antiliteratura, porque, según Fiedler, «aunque pretende encontrarse dentro
de los estándares formales de la literatura, lo cierto es que realmente está
empeñada en meter de contrabando satisfacciones extraliterarias dentro de
la república de las letras. No sólo instruye, deleita e induce, sino que tam-
bién encierra los mitos de una sociedad, sirve de escrituras para una reli-
gión subterránea, y estas últimas funciones, a diferencia de las primeras,
no dependen en absoluto de ninguna forma particular, sino que pueden ser
desempeñadas indiferentemente por vidrieras, tiras de «cómic», baladas y
películas. Ahora bien, es precisamente esta ambigüedad cultural de la no-
vela lo que la hizo popular durante tanto tiempo y a tantos niveles, creando

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

al mismo tiempo las tensiones y contradicciones por virtud de las cuales


está muriendo actualmente».
Verdaderamente, es un hecho asombroso que incluso en una rama del
arte tan prosaica y tan cercana a la ciencia como la Arquitectura, haya lle-
gado ya a percibirse una insinuación de final estilístico. Ya que aquí tam-
bién ha salido a la vista últimamente, un elemento de azar en el diseño.
Naturalmente, en su faceta de ingeniero, es decir, al diseñar un edificio que
no se derrumbe y que, con suerte, sirva para su función específica, el ar-
quitecto está obligado a obedecer muchas reglas bastante estrictas. Pero en
su faceta de artista, como creador de verdades estéticas, da la impresión de
que los canales de comunicación con significado del arquitecto, también
están acercándose a sus límites. Por ejemplo, al contemplar una estructura
tan al azar como la nueva Filarmónica de Berlín, de Hans Scharorum, es
difícil escapar al sentimiento de que uno está contemplando una fase final
de estilo arquitectónico. Es difícil imaginarse cualquier otro edificio con
una forma significativamente diferente. La Filarmónica, simplemente está
allí. El concebible desarrollo de nuevos y revolucionarios materiales o téc-
nicas de construcción, que siempre dieron lugar a cambios estilísticos ra-
dicales en el pasado, parece improbable que afecten seriamente a este final,
excepto en lo que aún pueda suponer para el arquitecto en cuanto a una
mayor libertad para proceder al diseño de edificios más al azar, al final,
anti-edificios.
Posiblemente, el cine, al ser un medio de tan reciente invención, sea
una de las pocas formas de arte cuyo final no esté tan a la vista. Sus posi-
bilidades no parecen haberse agotado de una manera tan total como para
que sea imposible imaginar estilos radicalmente nuevos. Quizá es esta la
razón por la que el cine parece haber ganado ascendencia sobre el teatro
en el pasado reciente.

Entonces, ¿cómo debe verse el futuro del arte si la evolución estilística


ha llegado ya al final del camino? Meyer es de la opinión de que «la época
que nos viene (si es que no estamos ya en ella) será un periodo de éxtasis
estilístico, un periodo caracterizado, no por un desarrollo lineal y acumu-
lativo de un sólo estilo fundamental, sino por la coexistencia de una mul-
tiplicidad de estilos bastante diferentes dentro de un equilibrio fluctuante
y dinámico... la música, por ejemplo, será tonal y no tonal, seguirán em-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

pleándose técnicas de azar y seriadas, así como medios electrónicos e im-


provisados. Del mismo modo, en las artes visuales, los estilos y movimien-
tos actuales —abstracto, expresionismo y surrealismo, arte representativo
y «op», escultura cinética y realismo mágico, arte «pop» y no objetivo—
encontrarán partidarios y defensores. Aunque en literatura las escuelas y
técnicas no están tan claramente definidas, las actitudes y tendencias ac-
tuales —la novela «objetiva», el teatro del absurdo, así como maneras y
medios más tradicionales— creo que persistirán.» Así pues, Meyer opina
que, además de estos artistas que trabajan en los estilos transcendentalistas
de hoy en día, para los cuales la comunicación con significado entre el
artista y su audiencia ni es posible ni se intenta, continuarán existiendo
otros artistas que persistirán en el uso de los estilos semánticos anteriores.
Aunque los primeros, por supuesto, no aumenten el capital acumulado de
manifestaciones con significado, los últimos continuarán aumentándolo
indefinidamente. Y dice Meyer que no conoce «ninguna razón teórica o
práctica por la que un compositor contemporáneo con talento y bien entre-
nado no pueda escribir, por ejemplo, un excelente concertó grosso en el
estilo del barroco tardío. Y aunque, a menos que fuera un genio, la com-
posición estuviera por debajo del trabajo de Bach, se podría comparar fa-
vorablemente, en cuanto al interés y la calidad, con innumerables trabajos
de inferiores compositores del barroco». Según Meyer, no se ha hecho un
uso tan anacrónico de los estilos del pasado hasta ahora, porque se consi-
deraba corrupto, desdeñable, y deshonesto desde el punto de vista de nues-
tras creencias culturales acerca de la originalidad y la creación, la causali-
dad y la Historia. Pero, así continúa Meyer, el abandono de dichas creen-
cias y su sustitución por la filosofía del transcendentalismo eliminará todas
las barreras para la vuelta a los estilos de épocas pasadas.
A pesar de eso, me parece improbable que la futura utilización de los
estilos del pasado en la época venidera de éxtasis estilístico, permita mu-
cho más progreso en las artes. Contra el argumento de Meyer podría adu-
cirse que la auténtica razón por la que se abandonó el estilo barroco fue,
simplemente, que sus posibilidades creativas fueron agotadas por Bach. Y
que, como escribió T. S. Eliot, en un pasaje citado por Meyer, «Cuando un
gran poeta ha vivido, hay ciertas cosas que se han hecho de una vez y para
siempre, no se pueden realizar de nuevo». De aquí, que el compositor con
talento del futuro sería un imprudente si escogiera el estilo del barroco
tardío para comunicar algo original y con significado. Por supuesto, en este

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

caso no sería un transcendentalista y tendría escrúpulos para retornar al


atavismo estilístico. Pero si el compositor con talento del futuro fuera un
transcendentalista y, por lo tanto, se sintiera libre para usar cualquier estilo,
pasado o presente, no compondría, por definición, una forma con signifi-
cado. Es decir, su concertó grosso barroco sería semánticamente tan inefi-
caz como la lata de sopa Campbell del artista pop.
Los presentimientos sobre la llegada de un final para el arte han llegado
a ser ya algo corriente, sin embargo, la posibilidad de que la ciencia tenga
un final es algo sobre lo que se ha escrito mucho más raramente. Uno se
acuerda, por supuesto, de aquél episodio tan comentado de cómo algunos
físicos fin de siècle creyeron que la física estaba acercándose a su final. El
craso error de aquella gente, a la luz de la entonces inminente llegada del
cuanto y de las teorías de la relatividad, ha enseñado a las siguientes gene-
raciones la lección de que uno no puede saber nunca qué nuevo descubri-
miento científico está a punto de producirse. Debo admitir que este cuento
exhortatorio debería hacer que todo el mundo recelase de la creencia que
predice un final para las ciencias. Pero tal como decía Meyer, plenamente
convencido de su posición como profeta del éxtasis artístico, refiriéndose
a las falsas predicciones anteriores sobre la llegada del final de la evolu-
ción artística, nadie creyó al muchacho que gritó «lobo» después de haber
engañado tantas veces, pero finalmente llegó el lobo. Y por eso, aunque en
nuestros días casi todos los científicos creen aún enfrentarse a un progreso
ilimitado de nuestro conocimiento sobre la naturaleza, voy a exponer al-
gunos argumentos de los que puede concluirse que para las ciencias, del
mismo modo que para las artes, el final está a la vista.
En primer lugar, quiero considerar brevemente una posible limitación
socioeconómica de la ciencia. Desde el siglo XIX se ha reconocido gene-
ralmente que los frutos de la investigación científica son las raíces del pro-
greso económico, siendo los responsables de que el hombre tenga cada vez
mayor dominio sobre la naturaleza hostil. Verdaderamente, los gobiernos
de los países tecnológicamente avanzados han empezado a comprender,
finalmente, que el apoyo a la investigación científica ha reportado hasta
ahora mayores beneficios que cualquier otra inversión social. En conse-
cuencia, una fracción cada vez mayor de los productos nacionales brutos
de esos países ha sido consagrada a las ciencias, las cuales a su vez resultan
ser cada vez más caras. Pero, como esta demanda de dominio sobre la na-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

turaleza hostil está llegando al objetivo final, como los avances tecnológi-
cos que se han realizado, gracias a la aplicación de los resultados de la
investigación científica, vencen a todas las amenazas que se yerguen sobre
la supervivencia humana como el hambre, el frío y la enfermedad, la nueva
investigación científica parece haber llegado a un punto a partir del cual
su utilidad es cada vez menor. Por tanto, es posible que ocurra una dismi-
nución en el gran interés actual en financiar las ciencias. Sin embargo, este
argumento puede perder su validez si con el advenimiento de lo que Her-
man Kahn llama la edad «post-económica» las ciencias siguen funcio-
nando. Ya que para esa época, el progreso tecnológico habrá dado lugar a
un producto nacional bruto infinitamente grande, una condición bajo la
cual habrán perdido su importancia las consideraciones utilitarias para de-
cidir las cantidades que deben asignarse a cada una de las actividades de
la sociedad.
En segundo lugar, y lo que es más importante, quiero considerar lo que
yo creo que son límites intrínsecos de las ciencias, límites a la acumulación
de manifestaciones con significado sobre los sucesos del mundo exterior.
Creo que todo el mundo estará de acuerdo con que hay ciertas disciplinas
científicas que, por los fenómenos a los que se dedican, están limitadas.
La Geografía, por ejemplo, está limitada porque su finalidad de describir
las características de la Tierra es algo claramente limitado. Incluso si la
totalidad del gran número de detalles topográficos y demográficos exis-
tente se llegase a describir algún día, parece evidente que, a pesar de eso,
sólo podría abstraerse de esos detalles un número limitado de relaciones
significativas. Y, como traté de mostrar en La llegada de la Edad de Oro,
la Genética no sólo tiene límites, sino que su propósito de entender el me-
canismo de la transmisión de la información hereditaria se ha alcanzado
ya de hecho. Verdaderamente, y aquí probablemente me aparte de algunos
que me aceptaron el ejemplo precedente, incluso esos taxones científicos
considerados como mucho más amplios, como la Química, y la Biología
también tienen límites. Ya que, a fin de cuentas, en su interés por com-
prender el comportamiento de las moléculas y de los agregados molecula-
res «vivientes», está inmanente un propósito definido y circunscrito. De
este modo, aunque el número total de moléculas químicas posibles sea
muy grande, y la variedad de reacciones que puedan llevar a cabo sea
enorme, el propósito de la Química de comprender los principios que go-
biernan el comportamiento de dichas moléculas está claramente limitado,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

del mismo modo que el propósito de la Geografía. En lo que concierne a


la Biología, desde el triunfo de la Genética molecular, ya sólo parecen
quedar por resolver tres profundos problemas: el origen de la vida, el me-
canismo de la diferenciación celular, y la base funcional del sistema ner-
vioso central A mi modo de ver, el nuevo enfoque conseguido con el
dogma central de la Genética molecular proporcionará la clave para solu-
cionar también estos últimos problemas. Y, si se considera la hueste de
biólogos actualmente dispuestos a dar la batalla y la gran armería de ma-
terial experimental a su disposición, el origen de la vida, la diferenciación
y el sistema nervioso no podrán dejar de sufrir el destino que tuvo la he-
rencia en estos últimos veinte años. Por supuesto, no incluyo la solución
al mecanismo de la consciencia entre estas predicciones optimistas, ya que
sus aspectos epistemológicos le sitúan como el problema filosófico central
de la vida y le colocan fuera del dominio de la investigación científica.
Así pues, el dominio de investigación de una disciplina científica con
límites, puede presentar un número enorme y prácticamente inagotable de
sucesos que estudiar. Pero, a pesar de todo, la disciplina tiene límites por-
que su objetivo está a la vista. El conocimiento de este horizonte intelec-
tual encierra en sí mismo un juicio de valor, ya que la grandeza de un des-
cubrimiento científico puede ser medida en términos de la magnitud del
paso que representa hacia el logro de ese objetivo. Por consiguiente, inma-
nente a la evolución de una disciplina científica con límites, hay un punto
a partir del cual los beneficios disminuyen; una vez que se hayan hecho
los grandes descubrimientos que acercan la disciplina a su meta, los nue-
vos esfuerzos que se realicen tendrán, necesariamente, cada vez menos
significado.
Sin embargo, hay por lo menos una disciplina científica que parece no
tener límites: la Física, o ciencia de la materia. Mientras que los objetivos
de las disciplinas con límites se definen, a fin de cuentas, en términos de
conceptos físicos, el objetivo de la Física de entender la materia, debe per-
manecer, necesariamente, sin definir y por lo tanto escondido de la vista.
En otras palabras, es difícil imaginarse una serie de definiciones que «ex-
pliquen» la naturaleza de la materia. Ya que dicha explicación sólo puede
ser proporcionada por la Metafísica, en el verdadero sentido de este tér-
mino. Por lo tanto, no habría ningún límite para las manifestaciones con
significado, que puede esperarse que proporcione la Física. Verdadera-
mente, la Física podría generar un número ilimitado de sub-disciplinas con

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

límites (del mismo modo que generó la mecánica, por ejemplo). Pero, aun-
que la Física es, en principio, una disciplina sin límites, puede esperarse
que en la práctica también encuentre limitaciones. Como ha señalado Pie-
rre Auger, los límites de la Física son puramente físicos, se deben a las
propias limitaciones humanas de tiempo y energía. Estas limitaciones ha-
cen imposibles para siempre, aquellos proyectos de investigación que lle-
ven consigo la observación de sucesos en regiones del universo a más de
diez o quince billones de años luz de distancia, el viajar muy lejos de nues-
tro sistema solar, o el generar partículas con energías cinéticas que se acer-
quen a las de los rayos cósmicos de alta energía.
Además, el propio hecho de que la Física no tenga límites parece llevar
consigo una limitación heurística por paradójica que pueda parecer esta
afirmación. Hasta donde soy capaz de entender, las disciplinas fronterizas
en los dos extremos abiertos de la Física, la Cosmología y la Física de la
alta energía, parecen moverse rápidamente hacia un estado en el que se
está haciendo progresivamente menos claro qué es realmente lo que, en el
fondo, uno está tratando de encontrar. ¿Qué significado tendría realmente
el comprender el origen del universo? ¿Y qué significado tendría el encon-
trar, al fin, la más fundamental de las partículas fundamentales? Así, la
prosecución de una ciencia sin límites también parece encerrar un punto a
partir del cual disminuye el beneficio intelectual. Ese punto se alcanza al
darse cuenta de que el objetivo se encuentra escondido en una pesada su-
cesión de cajas chinas sin final.
Para el propósito de esta discusión, los matemáticos pertenecen a una
categoría especial, por cuanto que ocupan una posición intermedia entre
las artes y las ciencias. Como el dominio de las Matemáticas es la Lógica,
abarca tanto el mundo interior de los sucesos privados como el mundo ex-
terior de los sucesos públicos al que se aplica la lógica. Creo que con la
aparición del teorema de Gödel hace unos treinta y cinco años, las Mate-
máticas han llegado, ciertamente, a tener los límites abiertos. Ya que este
teorema ha mostrado que cualquier grupo de axiomas de complejidad com-
parable a lo que encierra nuestro concepto de número, generará algunas
proposiciones cuya verdad o falsedad no pueden demostrarse, excepto ha-
ciendo que ese grupo forme parte de un sistema axiomático mayor. Este
sistema mayor, generará a su vez nuevas proposiciones indeterminadas.
Sin embargo, no me sorprendería enteramente de que también las mate-
máticas alcanzasen pronto un punto de disminución de beneficios.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Auger considera también la posibilidad de que haya límites mentales a


la Física debido a las fronteras humanas del intelecto. Auger pregunta
«¿hasta qué punto no hay un límite natural al rango de abstracciones y
complejidad que puede ser cubierto por el pensamiento matemático? El
número de células nerviosas en el cerebro, aunque es considerable, no es
infinito, así como tampoco lo es el número de conexiones establecidas en-
tre ellas». Creo que éste es un punto importante, aunque tal como lo ex-
pone Auger podría creerse que subestimó la posibilidad obvia de que la
articulación del cerebro y el ordenador puede proporcionar un aumento
indefinidamente grande del número de «células nerviosas» disponibles
para pensar. Sin embargo parece existir un límite intelectual de la Física
que no parece verse afectado por el hecho de recurrir, en el futuro, a la
herramienta auxiliar de la lógica que proporcionan los ordenadores. Este
límite se deriva de la circunstancia de que los principales conceptos epis-
temológicos humanos, y creo que innatos, tales como la realidad y la cau-
salidad, surgen de una dialéctica entre los hechos de la vida de nuestro
ambiente infantil y la red de conexiones, determinada genéticamente, de
nuestro cerebro. La evolución seleccionó este cerebro (y la tendencia al
desarrollo ontogenético de su epistemología innata) para tratar «con éxito»
los fenómenos superficiales de cada día, pero no para manejar conceptos
oscuros tales como la naturaleza de la materia o del cosmos. O, dicho de
otro modo, nuestros conceptos innatos representan un sistema axiomático,
que, según el teorema de Gödel, contiene proposiciones de límites abier-
tos. Cuando encontramos dichas proposiciones e intentamos ocuparnos de
ellas manejando nuestros axiomas innatos, pagamos con una pérdida de
significado físico la ganancia en coherencia lógica. Por ejemplo, aunque
la sustitución de la causalidad determinista por la probabilística en la con-
sideración de los fenómenos subatómicos ha hecho posible su adecuada
formulación teórica, los resultados obtenidos parecen violentar el sentido
común.
Ahora bien, el obstáculo al progreso científico que supone el sentido
común es, como la falta de imaginación de los falsos profetas del final de
la Física, el sujeto de otra homilía tradicional predicada en los albores de
la Filosofía natural. El sentido común, así se le explica al estudiante, le
dice al hombre que la Tierra es plana, que el Sol gira alrededor de la Tierra,
y que las fuerzas no pueden actuar a distancia. Por lo tanto, el sentido co-

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mún impidió, durante mucho tiempo, que reconociéramos lo que hoy sa-
bemos que es cierto y que aceptamos ampliamente. En otras palabras, algo
que ayer no tuvo sentido puede ser hoy de sentido común. Pero creo que
esta visión canónica del papel obstructivo del sentido común en la Historia
de la ciencia es bastante superficial ya que no considera las consecuencias
psicológicas de esta evolución. En primer lugar, las ideas actuales de que
la Tierra es redonda y de que gira alrededor del Sol gracias a la interven-
ción de fuerzas que están actuando a distancia, no se desarrollan realmente
como parte del sentido común del niño mediante el uso de sus axiomas
epistemológicos innatos al tratar con el mundo exterior de su ambiente in-
fantil. Antes bien, esas abstracciones no naturales le son impuestas por los
adultos a una edad intelectual más madura. En segundo lugar, creo que
cada una de esas contraórdenes dirigidas al sentido común produce un
cuanto de alienación de la realidad, o engendra una erosión parcial del
«principio de realidad» (del que volveré a hablar en el siguiente capítulo).
Así pues, podemos darnos cuenta de otra contradicción interna en la cien-
cia: los axiomas innatos en los que nuestro cerebro basa su conocimiento
del mundo exterior y de los que nace el sentido común, sufren una viola-
ción cada vez mayor a medida que se desarrolla la evolución de la inves-
tigación en el campo de la Física. Este proceso intelectual da lugar, a su
vez, a un alejamiento progresivo de la realidad de ese mundo exterior, a
una pérdida del significado psíquico de los conocimientos adquiridos so-
bre su funcionamiento, y, por lo tanto, a una disminución del interés por
realizar nuevas investigaciones sobre los fenómenos de dicho mundo ex-
terior.

¿Y qué hay sobre las «jóvenes» ciencias sociales? ¿No son las ciencias
del futuro, de cuyo desarrollo tenemos ahora la más imperiosa necesidad?
Seguramente, quedan por descubrir muchos principios fundamentales de
Economía y Sociología cuya aplicación, finalmente, permitirá al hombre
controlar, no sólo la naturaleza hostil, sino también el trato con sus seme-
jantes. Pero aquí encontramos el tercero, y para los propósitos de esta dis-
cusión, el que yo considero como el obstáculo más importante para el fu-
turo progreso de las ciencias. A mi entender, este obstáculo fue reconocido
por primera vez por el matemático Benoit Mandelbrot hace algunos años,
mientras realizaba un análisis estadístico de algunas series econométricas
temporales, tales como las fluctuaciones en el precio del algodón. En el

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

curso de este análisis, Mandelbrot desarrolló un argumento epistemológico


cuya aplicabilidad va más allá de la economía, y pone de manifiesto una
barrera bastante más fundamental que cierra el fácil avance que ha tenido
nuestra capacidad de descubrir nuevas leyes, tanto en las ciencias sociales
como en las naturales. Este argumento tiene una afinidad considerable con
el análisis precedente sobre la percepción de significado en la música; ver-
daderamente, podría ser útil para esta discusión el considerar la ciencia
como la percepción de la música de la naturaleza. Lo que sigue a conti-
nuación es un resumen bastante superficial de lo que entiendo que son el
argumento general y las principales conclusiones de Mandelbrot.
Recordemos, en primer lugar, que la ciencia —es decir, el esfuerzo
para inferir relaciones causales a partir de sucesos públicos del mundo ex-
terior— es, por su propia naturaleza, un esfuerzo estadístico. El científico
cree que reconoce algún común denominador, o alguna estructura, en un
conjunto de sucesos, infiere que esos sucesos están relacionados, y enton-
ces trata de derivar una «ley» que explique la causa de su relación. Un
suceso que sea único, o al menos aquel aspecto de un suceso que le haga
único, no puede ser, por lo tanto, objeto de investigación científica. Como
un conjunto de sucesos únicos no tiene un denominador común, y no hay
nada que explicar dentro de él, dichos sucesos son al azar, y el observador
los percibe como ruido. Ahora bien, como todos los sucesos reales llevan
incorporado algún elemento único, todos los conjuntos de sucesos reales
contienen algo de ruido. Y por eso, el problema básico de la investigación
científica es reconocer una estructura con significado en un conjunto de
sucesos, por encima de su inevitable ruido de fondo. Este problema de
percepción es formalmente análogo a reconocer el significado de la se-
cuencia de tonos en la música no transcendentalista. De hecho, no es más
que otro ejemplo del problema teórico-informativo fundamental de distin-
guir la señal y el ruido en cualquier clase de comunicación. De aquí que
cuanto menor sea el ruido de fondo de un fenómeno natural —es decir,
cuanto menor sea el papel de los sucesos únicos que le constituyen dentro
del marco general— menos ambigua será su estructura. Y tal como au-
mentó la sofisticación del oyente en la evolución del estilo musical hacia
secuencias temporales-tonales cada vez menos estructuradas, aumentó
también la sofisticación del observador en la evolución de los análisis cien-
tíficos hacia fenómenos cada vez menos estructurados. Así pues, la mayor
parte de los fenómenos naturales que fueron explicados con éxito por las

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

teorías científicas que aparecieron antes de los últimos cien años, están
relativamente libres de ruido. Dichos fenómenos se explicaron mediante
leyes deterministas, las cuales afirman que una serie dada de condiciones
iniciales (situación antecedente) puede conducir a un y sólo un estado final
(situación consecuente). Pero hacia el final del siglo diecinueve se llegaron
a emplear los métodos de la estadística matemática en los anteriores fenó-
menos físicos inescrutables que contenían una cantidad de ruido aprecia-
ble. Este desarrollo dio lugar a la aparición de las leyes indeterministas de
la Física, tales como la teoría cinética de los gases y la mecánica cuántica.
Estas leyes indeterministas consideran que una serie dada de condiciones
iniciales puede conducir a varios estados finales alternativos. Sin embargo,
una ley indeterminista, no está desprovista de valor predictivo, ya que se
asigna una probabilidad de realización a cada uno de los distintos estadios
finales. Verdaderamente, una ley determinista puede considerarse como
un caso límite de una ley indeterminista más general en la que la probabi-
lidad de ocurrencia de uno de los estadios finales alternativos se acerca a
la certeza. (Aquí, deberíamos conceder algún crédito a los falsos profetas
del final de la Física; por lo menos, parece que percibieron correctamente
que la Física determinista llegaría al Final en su tiempo.) El test conven-
cional para conocer la validez, tanto de las leyes deterministas como de las
indeterministas, es que se produzcan sus predicciones en observaciones
futuras. Si las predicciones se producen, la estructura que cree haber per-
cibido el observador en el fenómeno original puede ser considerada como
verdadera.
Ahora, Mandelbrot afirma que la ciencia está actualmente en el umbral
de lo que él llama un segundo estadio de indeterminismo, por cuanto que
muchos de esos fenómenos con ruido, que siguen eludiendo una correcta
explicación teórica, no sólo serán inaccesibles al análisis mediante las teo-
rías deterministas al viejo estilo, sino que también se mostrarán refractarias
a la formulación mediante las teorías actuales del primer estadio indeter-
minista. Al elaborar este punto, Mandelbrot llama la atención sobre el ca-
rácter estadístico del ruido que aparece debido al aspecto de azar de un
conjunto de sucesos naturales: la actividad espontánea del sistema. Para
el conocimiento de un sistema, la naturaleza de su actividad espontánea es
de la mayor importancia. En la mayor parte de los sistemas en los que hasta
ahora, ha sido posible elaborar con éxito teorías científicas indeterministas

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de primer estadio, la actividad espontánea sigue una distribución estadís-


tica tal que el valor medio de una serie de observaciones converge rápida-
mente hacia un límite. Ese límite puede ser sometido a análisis del tipo
clásico determinista. Por ejemplo, en la teoría cinética de los gases, la ac-
tividad espontánea de un gas satisface esta condición. Aquí, la energía de
las moléculas individuales está sometida a una variación muy amplia (va-
riación térmica), pero la energía media por molécula converge hacia un
límite y, por lo tanto, a efectos prácticos, puede ser determinada. Pero mu-
chos de los fenómenos para los que no ha sido posible elaborar teorías
científicas con éxito, parecen poseer una actividad espontánea de distribu-
ción bastante diferente. Para dichos fenómenos el valor medio de una serie
de observaciones converge sólo muy lentamente, o bien no converge, ha-
cia un límite. Y aquí, según Mandelbrot, es muchísimo más difícil asegurar
hasta qué punto cualquier estructura que el observador cree haber perci-
bido es real, o una mera invención de su imaginación.

Gráfica de las ganancias de Paul en un juego de cara o cruz, jugado con una moneda normal.
Los puntos en los que la gráfica cruza la línea horizontal (ganancia = 0) parecen estar muy
agrupados, aunque los intervalos entre esos puntos son, obviamente, estadísticamente inde-
pendientes. Para apreciar completamente la extensión del agrupamiento aparente en esta fi-
gura, nótese que las unidades de tiempo usadas en la segunda y tercera filas equivalen a veinte
jugadas. Por tanto, la segunda y tercera líneas tienen menos detalle, y cada una de las zonas
en las que la gráfica cruza la línea horizontal es realmente una agrupación o una agrupación
de agrupaciones. Por ejemplo, los detalles de la agrupación alrededor del tiempo 200 pueden
verse claramente en la primera línea en la que se usa una unidad de tiempo igual a dos juga-
das. (Tomado de W. FELLER, An introduction to Probability Theory and its Applications, 2.a
ed., John Wiley & Sons, Nueva York, 1975.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Para ilustrar este punto, Mandelbrot cita la gráfica de una partida de


cara o cruz de cien años de duración entre Peter y Paul, que se reproduce
aquí. Si fijamos nuestra atención en los puntos en los que las fortunas de
Peter y Paul son iguales (es decir, los puntos en los que la gráfica cruza la
línea horizontal), observamos que la distribución de densidad de esos pun-
tos es extremadamente irregular. En particular, está claro que la variabili-
dad relativa en el número de dichos cruces por intervalo de tiempo no dis-
minuye al considerar intervalos cada vez más largos. En dicha gráfica, un
observador interesado (por ejemplo, un jugador) puede percibir una gran
riqueza de detalle y estructura. Pero cualquier estructura percibida es, evi-
dentemente, una mera ilusión del cerebro del observador que no tiene co-
nexión con el mecanismo de azar que realmente generó la gráfica y que
seguirá generando sucesos futuros.
Mandelbrot sugiere el experimento hipotético de tomar la gráfica de la
partida de cara o cruz de Peter y Paul como la sección topográfica de una
parte del mundo hasta ahora desconocida, en la que las regiones por debajo
de la línea horizontal continua estén bajo el agua. Evidentemente, esta grá-
fica manifiesta características geográficas «típicas» tales como «océanos»,
«islas», «archipiélagos» y «lagos». El problema está ahora en cómo deci-
dir hasta qué punto la formación de esta topografía fue debida a una causa
determinada o bien al azar. Evidentemente, será enormemente difícil el
tomar cualquiera de estas decisiones. Este problema hipotético es, de he-
cho, parecido a la situación real, en la que la variación en tamaño de las
islas terrestres sigue el mismo tipo de distribución estadística que la varia-
ción en las distancias entre los puntos en los que se cruza con el cero la
gráfica del cara o cruz. Este tipo de distribución se llama distribución de
«Pareto», en honor del economista italiano de principios de siglo que la
observó por primera vez en la distribución de rentas. Verdaderamente, mu-
chos otros fenómenos geofísicos, meteorológicos y astrofísicos, tales
como el tamaño de los depósitos minerales, cantidad de lluvia anual, y
energías de meteoritos y rayos cósmicos, siguen distribuciones de Pareto.
La fácil percepción de estructura en estos fenómenos, tal como vimos en
la distribución de densidades de los cruzamientos con la línea cero en la
partida de cara o cruz de Peter y Paul, no garantiza que no se deban al puro
azar. Y, tal como arguye Mandelbrot, el trabajo requerido para evaluar la
realidad de cualquier estructura inferida de un sistema que muestre una

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

estadística de Pareto excede varios órdenes de magnitud del trabajo lle-


vado a cabo hasta ahora en la evaluación de leyes deterministas o indeter-
ministas de primer estadio, inferidas de sistemas que muestran estadísticas
cuyos valores medios convergen rápidamente hacia un límite. Así pues,
mientras las observaciones de dimensiones tan claramente vacilantes no
pueden evaluarse con tests de leyes indeterministas de segundo estadio in-
feridas de sistemas en los que no haya convergencia de los valores medios
hacia un límite, su análisis científico será, necesariamente, ambiguo. Por
supuesto, existe un espectro de situaciones intermedias en las que aparece
una lenta convergencia de los valores medios hacia un límite, disminu-
yendo el esfuerzo requerido para analizar dichos sistemas con la rapidez
de esta convergencia.
El punto principal de Mandelbrot, sin embargo, trata del futuro de las
ciencias sociales, particularmente de la economía y la sociología. Señala
en primer lugar que la ausencia manifiesta de teorías satisfactorias en estos
campos, si se compara con las Ciencias Naturales, no puede achacarse (tal
como se hace a menudo) a una diferencia de edad. Al contrario, la teoría
de la probabilidad apareció conectada a problemas de las ciencias sociales
más de un siglo antes de que las teorías indeterministas hicieran su primera
aparición en la Física. Por lo tanto, la Física indeterminista es más joven
que la Economía. No, la diferencia parece surgir de la predominancia de
las distribuciones de Pareto en los fenómenos básicos a los que las ciencias
sociales deben dirigir sus análisis cuantitativos. En economía, por ejemplo,
el tamaño de las empresas y las fluctuaciones en los beneficios y los pre-
cios siguen la ley de Pareto. En sociología, los tamaños de las «aglomera-
ciones humanas» tienen una distribución similar que demuestra que los
términos de sentido común tales como «ciudades», «villas», y «pueblos»
son estructuras ambiguas y subjetivas. El que nuestro vocabulario con-
tenga estos términos es un reflejo de nuestro hábito de dar una descripción
específica a un mundo cuyos sucesos se intuyen en términos de estadísticas
con valores medios convergentes. O, tal como lo expresó Meyer, «la re-
dundancia que somos capaces de descubrir en el mundo está, parcialmente,
en función de la organización —la redundancia— con la que está consti-
tuido el sistema nervioso». Así pues, según este argumento, esperar un
próximo florecimiento de las ciencias sociales puede ser una esperanza
vana, porque la mayor parte de sus leyes serán del tipo indeterminista de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

segundo estadio. Y por consiguiente, la verificación de esas leyes requeri-


ría a menudo acciones que excederían en varios órdenes de magnitud todos
los esfuerzos realizados en las Ciencias Naturales. Como no está claro ac-
tualmente que dichos esfuerzos caigan dentro del campo de lo posible, la
economía y la sociología pueden seguir siendo por mucho tiempo las dis-
ciplinas ambiguas y subjetivas que son en el presente. Ya que sólo en casos
excepcionales sería posible asegurar hasta qué punto sus leyes fundamen-
tales representan a la realidad o son invenciones de la imaginación.

Me parece que hay un fuerte parecido formal entre la semántica inútil


del arte transcendentalista y la epistemología ambigua del indeterminismo
de segundo estadio de la ciencia. En ambos casos el que lo percibe es más
o menos libre de hacer con su experiencia lo que quiera. A su entender, los
sucesos que presencia están originados por el azar. Así pues, las artes y las
ciencias, que en tiempos remotos empezaron siendo sublimaciones del de-
seo de poder y que, desde entonces, han recorrido caminos diferentes pa-
recen estar acercándose ahora a una misma situación: Queda mucho tra-
bajo por hacer, pero ¿hasta qué punto tiene significado?

BIBLIOGRAFIA

FIEDLER, L. A.: Waiting for The End, Delta Books, Nueva York, 1964.
LANGER, SUSANNE, K.: Philosophy in a New Key, Mentor Books, Nueva York, 1948.
MANDELBROT, B.: New Methods in Statistical Economics, Journal of Political Economy,
71,421 (1963).
MEYER, L. B.: Music, the Arts and Ideas, Univ. Chicago Press, 1967.
PRICE, D. J. DE SOLLA: Science Since Babylon, Yale Univ. Press, New Haven, 1962.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Mejor vida gracias a la Química en el distrito Haight-Ashbury, de San Fran-


cisco, California, 1965. Fotógrafo, Edmund Shea. (Con permiso de Libra
Artworks. American Newsrepeat Company, Berkeley.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

3. EL CAMINO HACIA POLINESIA (1969)

Después de haber perfilado las contradicciones internas y los límites


del progreso en los dos capítulos precedentes, es hora ya, finalmente, de
hablar de la condición humana que los estadios finales del progreso pare-
cen estar ocasionando. Como indiqué en el principio de mi exposición,
considero que esta condición es la de la Edad de Oro descrita por Hesíodo
hace más de veinticinco siglos. Ya que las consecuencias seculares del
progreso han preparado a la Tierra para que aquella raza dorada de hom-
bres mortales, gracias a la tecnología, viva como los dioses, sin pena en el
corazón, libres de trabajos y ajenos a las fatigas, sin desfallecimiento de
sus brazos y piernas, lejos del alcance de las desgracias. En este capítulo
examinaré la llegada de la Edad de Oro.
Sin embargo, antes de empezar esta discusión debe reconocerse honra-
damente que, por la lógica de mi argumento anterior, no puede darse se-
guridad científica a mis proyecciones sobre el futuro. Ya que en la discu-
sión precedente sobre los límites de las ciencias, adopté la idea de que «el
indeterminismo de segundo estadio» parece estar en vigor en el análisis de
los fenómenos sociales. Y por consiguiente, me veo obligado a admitir que
las conexiones causales entre los sucesos del pasado cuya existencia he
inferido anteriormente y que supongo que han originado el presente, no
pueden dar lugar a predicciones seguras sobre los sucesos futuros. Mis
percepciones de estructura en la gráfica de la Historia —el fenómeno de la
bohemia, las antítesis del deseo de poder y la seguridad económica, la ace-
leración del progreso, la tendencia hacia la libertad en la evolución artís-
tica, el agotamiento de las posibilidades científicas— son, que yo sepa,
invenciones de mi imaginación que no tienen mayor realidad que la per-
cepción de estructura en la gráfica de cara o cruz de Peter y Paul por parte
del jugador. Y por eso, debe considerarse mi anticipación de la Edad de
Oro como una visión subjetiva, más que como una previsión objetiva.
Esto, que a primera vista parece ser una modesta renuncia por mi parte,
es, de hecho, el colmo de la presunción, e ilustra un importante aspecto de
la escena transcendentalista de hoy en día, que es el desinflamiento de la
pericia. Ya que mi propio análisis psicológico-histórico de aficionado, ba-
sado en la lectura, durante unos pocos meses, de libros de divulgación, está

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

a la par con el mejor trabajo de cualquier profesional que haya dedicado


toda una vida de estudios a esas mismas materias. Después de todo, según
este razonamiento, el profesional de las ciencias sociales no es más capaz
de demostrar la validez de sus inferencias que yo de demostrar las mías.
Es, de hecho, este desinflamiento de la pericia lo que hizo posible que, no
hace mucho tiempo, el lienzo sobre el que esparciera pintura al óleo el
chimpancé Betsy, del Zoo de Baltimore, ganase un premio en una exposi-
ción de pintura de acción.
Comenzaré este capítulo resumiendo un libro corto, escrito hace apro-
ximadamente cinco años por el físico Denis Gabor, titulado Inventando el
futuro. Este libro ha tenido una gran influencia sobre mi propio pensa-
miento, no tanto por convencerme de la validez de su pronóstico final,
como por permitirme ver el problema del futuro más claramente de lo que
lo había visto antes. Sin duda, otros escritores han hecho análisis más de-
tallados y más profesionales de los muchos tópicos discutidos por Gabor,
tales como la superpoblación, el futuro del capitalismo, del comunismo y
de los países subdesarrollados, los límites de las artes y las ciencias, y el
hombre común y no común. Pero muy pocos de entre esos escritores han
intentado hacer la clase de síntesis global de todas esas facetas que hizo
Gabor en Inventando el futuro. Gabor empieza exponiendo los tres proble-
mas con los que, a su modo de ver, se enfrenta actualmente la humanidad:
la guerra atómica, la superpoblación y la Edad del ocio. Si se produce cual-
quiera de las dos primeras catástrofes, la humanidad estará preparada para
enfrentarse a ellas. Los supervivientes del holocausto volverían a trepar
para alcanzar lo que se perdió, y los más capaces de entre ellos reconstrui-
rían la civilización. En cuanto a los efectos del exceso de población, la vida
al borde de la inanición y el confinamiento en estrechas viviendas de es-
clavo no son más que aspectos demasiado familiares del pasado. Pero la
tercera catástrofe, lá venida de la Edad del ocio en la que el trabajo hu-
mano, gracias a la mecanización y a la automatización, se habrá convertido
en algo superfluo, encontrará la psique humana sin preparar, ya que el ocio
para todos será una completa novedad en la Historia del hombre. El abu-
rrimiento que se deriva de no tener ningún trabajo útil que hacer podría
arrastrar a la Humanidad hacia una crisis nerviosa generalizada, parecida
a las perturbaciones psíquicas que actualmente no son raras entre las de-
socupadas esposas de la clase alta. Gabor escribe, «en los últimos treinta
años, la tecnología y la ingeniería social han avanzado a pasos agigantados

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

hacia la Edad de Oro, con “todas las maravillas que se quiera”, cuya con-
templación desde lejos fue tan agradable para los intelectuales victoria-
nos, pero se ha hecho muy poco hasta ahora en cuanto a la preparación
psicológica para recibirla».
Los pasos agigantados hacia la Edad de Oro sólo se han producido, por
supuesto, en los países tecnológicamente avanzados, mientras que la ma-
yoría de la población mundial, en los países subdesarrollados, vive aún en
la más abyecta miseria. Pero los países avanzados, particularmente los Es-
tados Unidos y la Unión Soviética, e incluso, hasta cierto punto China,
están ya exportando su capital y sus conocimientos técnicos a las naciones
atrasadas. E incluso aunque estas acciones no estén necesariamente inspi-
radas en motivos puramente humanitarios, Gabor cree probable que me-
diante la inevitable propagación ecuménica de la tecnología, el mundo en-
tero llegará a alcanzar el mismo alto nivel de vida. «Una vez que ha em-
pezado la industrialización», dice, «no hay ni parada ni retorno». En lo que
concierne a la economía de este desarrollo, calcula que, incluso si las na-
ciones atrasadas no destinan nada de sus propios beneficios a inversiones
productivas, una exportación de tan sólo un 1 por 100 de los beneficios
anuales del «mundo libre» (o un 10 por 100 de sus gastos militares) basta-
ría para el despegue industrial de las naciones atrasadas. Gabor no espera
que esta industrialización de los países subdesarrollados ocurra dentro de
un sistema político democrático, y cree que «si tratamos de imponer a des-
tiempo normas democráticas y morales en países subdesarrollados no les
haremos ningún bien».
En lo que concierne a la probabilidad de una guerra atómica, Gabor
encuentra alguna base para esperar que pueda ser evitada, en vista del equi-
librio del terror y de la manifiesta política de acercamiento entre los Esta-
dos Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, tiene miedo de la posibili-
dad de que China llegue a ser una potencia atómica, lo que, si ocurriera,
«sería verdaderamente un día aciago para China y para el resto del
mundo». (La discusión de Gabor no preveía, por supuesto, que en 1968,
cuando aquel «día aciago» pasó, las políticas neoimperialistas tanto de los
Estados Unidos como de la Unión Soviética seguirían siendo las mayores
amenazas para la paz mundial.) En lo que concierne al exceso de pobla-
ción, Gabor considera que el aumento explosivo de la población en los
países subdesarrollados es un fenómeno trágico pero pasajero. Posible-
mente, millones de asiáticos mueran de inanición antes del final de este

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

siglo —adultos, y no sólo niños, como ya se ha dado el caso. Pero final-


mente, con el aumento de industrialización y de educación, la frecuencia
de nacimientos descenderá hasta equipararse con la menor frecuencia de
muertes. A largo plazo, es más importante atender a la densidad de pobla-
ción de los países avanzados, ya que allí se decidirá si la densidad de equi-
librio de la población va a ser al nivel de inanición Malthusiano o a un
nivel más merecido por la dignidad del hombre. De hecho, Gabor cree que
debido a los modernos medios de transporte el mundo Occidental ya está
superpoblado. Y por eso concluye que la antigua alegría de tener grandes
familias es un lujo que la civilización no puede soportar. El cómo persuadir
a las jóvenes parejas para que se valgan del control de la natalidad y olvi-
den esa alegría es uno de los más serios problemas para el futuro.
Suponiendo, con esperanza, que pueda evitarse el holocausto atómico
y que la población mundial se estabilice a un nivel tolerable, puede uno
preguntarse hasta qué punto es tecnológicamente factible, a largo plazo,
una Edad del Ocio. En particular, podría preguntarse, ¿no va a tener lugar
una extinción de la energía y de los recursos naturales que el hombre está
derrochando actualmente a una velocidad cada vez mayor? Gabor cree que
hay buenas razones para esperar que esos problemas se solucionen satis-
factoriamente. Sin duda, los combustibles fósiles como el carbón y el pe-
tróleo no durarán mucho en este mundo, pero, tal como Gabor espera, una
vez que la energía de fusión nuclear llegue a ser una realidad, nuestras
preocupaciones energéticas habrán acabado durante muchísimo tiempo.
Pero incluso si la energía de fusión no se consigue, entonces, otras fuentes
de energía, actualmente antieconómicas pero ilimitadas, como la energía
solar, las mareas y los volcanes, seguro que serán explotadas. La predeci-
ble extinción de los minerales con alto contenido en metales parece ser un
problema más serio. Pero aquí Gabor espera que la extracción de minera-
les, hasta ahora antieconómicos pero muy abundantes, y la sustitución de
los metales por plásticos siempre que sea posible, finalmente, solucionarán
este problema satisfactoriamente.
Así pues, la edad de la vieja lucha contra la Naturaleza para vencer a
la pobreza está ya acercándose a su final. Ha sido una dura lucha, ganada
gracias al indomable espíritu luchador del hombre y a las cerradas filas de
los caballeros de la ciencia y la tecnología. Pero debido a la acelerante
cinética del progreso, el estado de plenitud económica llegó tan brusca-
mente que la naturaleza humana no tuvo tiempo para hacer los necesarios

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ajustes. Gabor recuerda que Moisés, después de mostrar a su pueblo la


tierra prometida, le condujo a vagar por el desierto durante cuarenta años,
de tal forma que pudiera crecer una nueva generación que fuera merece-
dora de ella. Según Gabor, «la sabiduría instintiva del pueblo» ha conside-
rado al siglo XX equivalente al desierto bíblico, en el que el hombre puede
vagar hasta que aparezca la nueva generación que esté adaptada a la Edad
del ocio. Esta sabiduría no es otra que la «ley de Parkinson», que reduce
el grado de ocio que nuestra tecnología actual puede proporcionar ya,
creando despilfarro y trabajo innecesario. La razón última, y hasta ahora
principalmente subconsciente, para la adopción de la ley de Parkinson fue
resumida por C. E. M. Joad: «El trabajo es la única ocupación inventada
hasta ahora que la Humanidad ha sido capaz de soportar en cualquier dosis
excepto las más pequeñas». (Freud, dicho sea de paso, no parecía compar-
tir esta opinión, ya que adoptó la idea de que la gran mayoría de la gente
trabaja solamente bajo la presión de la necesidad, y que es la aversión na-
tural del hombre hacia el trabajo lo que produce la mayor parte de los di-
fíciles problemas sociales). Pero ahora que el funcionamiento despilfarra-
dor de la ley de Parkinson ha sido ampliamente reconocido, cree Gabor,
que no puede conservarse durante mucho tiempo. El viaje a través del de-
sierto parkinsoniano llegará a un final, y una gran cantidad de gente, par-
ticularmente aquellos situados en el espectro de menor inteligencia, no ten-
drán nada que hacer. Para entonces, la nueva generación estaría preparada
para la tierra prometida de nuestros días, en la que el trabajo de una muy
pequeña y altamente dotada minoría, u hombre no común, mantendrá a la
mayoría en un lujo ocioso. Esta mayoría, u hombre común, será social-
mente inútil bajo el prisma de la civilización de nuestros días basado en el
evangelio del trabajo.
Gabor desarrolla a continuación una serie de proposiciones eudemo-
nistas para enfrentarse a la amenaza del ocio universal. No las resumiré
aquí porque, en mi opinión, no representan más que proyectos para una
utopía de un intelectual de mitad del siglo XX. A mi modo de ver, el mayor
defecto en estos proyectos —educación, eugenesia, control de la natalidad,
solidaridad internacional— es que ignoran la decadencia motivacional que
ya es un hecho. Gabor de ningún modo ha dejado de notar esta tendencia;
hace aperçus tales como que la creciente falta de dureza en la educación
de los adolescentes modernos tiende a convertirlos en miembros de la so-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ciedad menos productivos, que el delicado (y algo loco) inventor está lle-
gando a ser una rareza, y que las ambiciones de los estudiantes universita-
rios no son ya lo que solían ser. Sin embargo, no saca la conclusión de que
esos fenómenos no son más que manifestaciones de la pérdida progresiva
de deseo de poder. Como el evangelio del trabajo es, patentemente, «la
voluntad instintiva de un cuerpo social» que tiene el deseo de poder, ese
evangelio está destinado a perder su carisma con el desvanecimiento del
deseo.
Para examinar si es realmente cierta la sentencia de Joad de que el tra-
bajo es la única ocupación inventada hasta ahora que la humanidad ha sido
capaz de tolerar en cualquier dosis excepto en las más pequeñas, uno debe
preguntar si no han existido ya, de hecho, sociedades opulentas dentro de
la historia en cuyos dominios el ocio fuera un factor prominente en la vida
diaria. (La existencia de clases ociosas que hayan vivido a costa de masas
trabajadoras en sociedades con pocos recursos no es, por supuesto, lo que
queremos considerar aquí.) Ya que si dichas sociedades opulentas hubie-
ran existido, su ejemplo nos indicaría cómo puede ajustarse la naturaleza
humana para enfrentarse al problema planteado por el ocio. Gabor, a pesar
de su afirmación de que «el ocio para todos es una completa novedad en
la historia humana», sabe que, de hecho, hay ejemplos bien conocidos de
ociosos paraísos terrenales. En este sentido menciona Burma, Bali y las
islas de los mares del Sur «en donde la gente trabajaba poco y estaba sa-
tisfecha con lo que tenía». Describe también con algún detalle a los felices
y saludables hunzas en sus fértiles moradas del Himalaya —anota puntual-
mente que los hunzas no tienen arte— y encuentra que «se queda uno bo-
quiabierto con la sorpresa de que la naturaleza humana pueda ser así».
Pero, por razones que yo no puedo comprender, Gabor cree que el ocio
proporcionado por un paraíso natural y el proporcionado por un paraíso
tecnológico son asuntos completamente diferentes. Al contrario que Ga-
bor, yo creo que el ocio es el ocio, y además encuentro sorprendente el que
haya sido tan raramente destacada la obvia importancia de la historia de
estos paraísos para nuestra condición presente.
La historia de las islas de los mares del Sur, o, más específicamente,
de Polinesia, puede, creo yo, servir de paradigma de la evolución, más ge-
neral, hacia la Edad de Oro. Estas islas fueron pobladas por una raza audaz
y emprendedora que, hace aproximadamente trescientos años se proyectó
hacia el Este en botes abiertos desde el sudeste de Asia, cruzando el vacío

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

sin caminos del Pacífico en busca de mejores hogares. Los viajes de estos
hombres representaron osadas hazañas de navegación, en comparación
con las cuales el tráfico de los fenicios por el mar Mediterráneo palidece
en la mayor insignificancia. Incluso los viajes marítimos mucho más tar-
díos de los audaces nórdicos a Islandia, Groenlandia y Norteamérica, pa-
recen, en comparación, tímidas empresas. Mientras aún quedaba algo de
tierra firme del Pacífico por descubrir hacia el Este y el Norte, la presión
de la población en los territorios ya ocupados daba lugar a que grupos des-
gajados se aventurasen más allá, en lo desconocido, llevando con ellos
plantas y animales para aprovisionarse en las islas vírgenes. Coincidiendo
con el principio del Renacimiento, la colonización del Pacífico fue com-
pleta, y el control de la población, por medio del infanticidio y el caniba-
lismo ceremonial, ya se había instituido. Los colonizadores se pusieron a
disfrutar de su ambiente excepcionalmente favorable, de comida abun-
dante, clima suave, y relativa escasez de enemigos naturales o adversida-
des. Los relatos románticos han exagerado, sin duda, el grado hasta el cual
la vita en los mares del Sur era dolce, pero la felicidad general del ambiente
parece haber dado lugar a una personalidad típica, no demasiado diferente
de la idea popular del feliz y afortunado polinesio. Aunque la sociedad
polinesia no era en modo alguno igualitaria, la seguridad económica para
todos sin excepción era su característica dominante. La gratificación sen-
sual era objeto de interés primario, si bien, los peligros no desdeñables
hacia la persona, representados por el homicidio y la mutilación parece
que fueron afrontados con sorprendente ecuanimidad.
Para los propósitos de nuestras consideraciones presentes, es impor-
tante hacer notar que en la época en la que los europeos se entrometieron
en esta escena, podía hacerse una diferenciación muy significativa en
cuanto a la dirección y el grado de evolución sociopsicológica alcanzado
en las diferentes islas de Polinesia. Esto es, cuando más distantes del ecua-
dor o cuanto más estéril y desapacible el territorio, mayor era el vigor re-
sidual, o lo que en el argot actual podría llamarse la «garra» de sus habi-
tantes. Posiblemente, los polinesios con más garra fueron los maoríes, cu-
yos antepasados habían llegado a Nueva Zelanda hacia el año 1000 d.C.
Estos colonos poblaban un territorio que, no sólo era mucho mayor que
cualquiera de las otras islas colonizadas por su raza, sino que también era
el único tan distante del ecuador que entraba de lleno en la zona templada.
El maorí mantenía la energía de sus antepasados, eran hábiles agricultores

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

y artesanos, poseían fuertes organizaciones políticas e instituciones forma-


les de aprendizaje, y en su talla de madera y piedras semipreciosas mante-
nían una de las pocas formas vitales de arte polinesio (las esculturas me-
galíticas de las Marquesas y de la isla de Pascua son unos de los pocos
ejemplos de arte vital polinesio). El factor predominante en la vida maorí,
sin embargo, era la guerra, que constituía su principal ocupación y su base
ideológica.
Al otro extremo del espectro social de Nueva Zelanda estaban las islas
de La Sociedad, en particular Tahití. Estas islas, en las que la naturaleza
mostraba todo su esplendor y la vegetación era lujuriante, fueron coloni-
zadas hacia la época de Cristo. En ellas se produjo una evolución que dio
lugar a lo que reconoceríamos ahora como una sociedad beat. En esta cul-
tura hedonista no floreció ni la religión ni el arte ni cualquier otro tipo de
actividad intelectual. El monoteísmo Tangaroa de los intrépidos navegan-
tes-colonos degeneró hacia un panteísmo carente de forma, no hubo labo-
riosas esculturas de piedras colosales, y se perdió el arte de la alfarería y
el uso de la escritura ideográfica. Y precisamente ese aspecto de Polinesia,
y de Tahití en particular, que ha inspirado tanto romanticismo desde su
descubrimiento por los europeos, tiene también mucho interés para noso-
tros debido a la obvia evolución análoga de nuestra sociedad opulenta: sus
costumbres sexuales. Evidentemente, la represión del impulso sexual, un
aspecto de la naturaleza humana que se supone es muy antiguo y práctica-
mente ubicuo, sufrió una extensiva desrepresión en el paraíso de los mares
del Sur. La promiscuidad sexual entre los adolescentes era la regla general,
y aunque se mantuvo la costumbre del matrimonio entre los adultos, la
estructura de la familia resultante llegó a ser muy laxa. La poligamia en
serie —fáciles y frecuentes divorcios, seguidos de nuevos matrimonios—
estuvo en boga, y aunque el adulterio permanecía formalmente proscrito,
su práctica era muy común. La libertad sexual de Tahití encontró su apo-
teosis en la sociedad Arioi. Esta sociedad, que parece haber surgido ini-
cialmente como una secta mágico-religiosa, derivó hacia una organización
de ejecutantes de lo que para los estándares europeos eran unos ritos alta-
mente obscenos. Los sociétaires, hombres y mujeres, se poseían unos a
otros en común, y las reglas de la sociedad exigían que toda la descenden-
cia resultante de esas uniones debía ser asesinada al nacer. Otro aspecto de
la sociedad polinesia, muy aplicable a nuestra sociedad opulenta es el im-
portante papel desempeñado por el kava, una droga psicodélica extraída

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de la raíz de la planta Piper methysticum. En su uso del kava, como en sus


prácticas sexuales, Tahití parece haber mostrado un desarrollo extremo.
Así como en la Polinesia occidental, durante la época de las primeras visi-
tas europeas, el beber kava estaba confinado fundamentalmente a las oca-
siones ceremoniales altamente ritualizadas, en Tahití el kava se usaba li-
bremente en frecuentes viajes alucinatorios personales.
Aparte de las restricciones que sobre la interpretación histórica impone
el «indeterminismo de segundo estadio», en cualquier caso es obviamente
peligroso profetizar el futuro sobre la base de precedentes históricos. Por
muy parecida que pueda parecer alguna situación anterior a la presente,
una diferencia aparentemente trivial entre entonces y ahora, entre allí y
aquí, podría tener, de hecho, tanta importancia para nuestro destino que
podría viciar fácilmente el valor predictivo de cualquier comparación. Por
tanto, hay que tener cuidado de no forzar excesivamente la analogía entre
Polinesia y la Edad de Oro que está al llegar, en la que la tecnología pro-
porcionará pronto a todos los hombres lo que una constelación de felices
circunstancias naturales proporcionó una vez a los isleños de los mares del
Sur. Pero, por lo menos, la historia de Polinesia muestra que la «amenaza»
del ocio fue afrontada por lo menos una vez antes, simple y llanamente
mediante el abandono del evangelio del trabajo. Muestra que la gente no
se vuelve necesariamente loca de atar cuando, en un fondo de seguridad
económica, la mayor parte de ella no tenga demasiado trabajo útil en qué
emplearse. Además esta historia proporciona un apoyo adicional a la idea
que traté de desarrollar anteriormente de que la inseguridad económica es
una condición necesaria para la transmisión paragenética del deseo de po-
der, y a fortiori para la perpetuación del pináculo de su sublimación: el
hombre fáustico. Los vikingos del Pacífico debieron de empezar su migra-
ción hacia el Este con una fuerte afición fáustica, pero para la época en la
que los encontró el capitán Cook, el hombre fáustico había desaparecido
por completo de las islas de La Sociedad.

El ejemplo polinesio nos permite ahora percibir que, aunque, como


dice Gabor, en los últimos treinta años la tecnología y la ingeniería social
hayan avanzado a pasos agigantados hacia la Edad de Oro, no es cierto que
se haya hecho aún muy poco para preparamos psicológicamente para ella.
Por el contrario, la ascensión de la filosofía beat contra el deseo de poder,
engendrada por el feedback negativo del acceso a la seguridad económica

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

en la sociedad opulenta, representa, precisamente, dicha preparación. Ob-


viamente, la perspectiva de un ocio universal supone muy poco terror para
la sociedad beat.
Pero aunque la respuesta beat, o polinésica, al problema del ocio pro-
puesto por la Edad de Oro sea ciertamente una posible solución, ello no
implica necesariamente que sea la única. Ga- bor, por ejemplo, cifra sus
esperanzas en la aparición de lo que él llama el «hombre mozartiano», un
hipotético tipo creativo del cual él cree que Mozart fue un precursor pre-
maturo, y «cuyo arte no vive en conflicto, sino que crea para alegrar, sólo
para alegrar». El hombre mozartiano sacará el máximo partido de las opor-
tunidades creativas que le brinda el ocio que le rodea y de este modo pro-
porcionará su inspiración a sus menos dotados y generalmente desocupa-
dos conciudadanos, a los cuales, por medio de la apropiada educación, les
aleja de la bebida y el crimen. Una visión igualmente optimista de la Edad
de Oro ha sido desarrollada por otro físico, John Platt, en su libro The Step
to Man. Al contrario que Gabor, quien, aunque esperanzado está preocu-
pado, Platt está completamente entusiasmado con la perspectiva del ocio
universal. Se imagina que el hombre será liberado al fin de las cadenas del
trabajo esclavizante y podrá entonces consagrar por completo sus energías
sin límites, hasta ahora empleadas en su mayoría en trabajos serviles, a
más elevados procesos creativos. Pero tal como yo he tratado de mostrar,
la actividad «creativa» del hombre mozartiano de Gabor, o del equivalente
de Platt, tendrá en cualquier caso, una naturaleza cualitativa diferente de
la que, me atrevo a decir, esos autores tienen in mente. En las artes, lo más
probable es que nuestro futuro Mozart no tenga ningún parecido con su
homónimo. Será, o bien un transcendentalista cuyas creaciones no intenten
contener ningún significado, y menos aún alegría, o un continuador traba-
jando en uno de los estilos semánticos tradicionales que estuviera en apo-
geo hace mucho tiempo. En las ciencias, nuestro futuro genio estaría igual-
mente empeñado en actividades cuyo significado sería improbable que
produjera una profunda impresión a Gabor o a Platt. Estaría trabajando en
el mapa genético detallado de una especie más de bacterias o buscando
una clase más de partícula subatómica. O sería un científico social que
desarrollaría una interpretación subjetiva más a partir de unos datos cuya
naturaleza estadística quedaría fuera de toda formulación teórica posible.
Podría incluso, estar recolectando muestras de roca en Marte, en cuyo caso
podríamos preguntarle lo que quería preguntar Arthur Koestler al cadete

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

del espacio Tom Corbett (en una nota citada por Gabor): «¿Fue realmente
necesario tu viaje?»
Es obvio que la filosofía beat y el -trascendentalismo están estrecha-
mente relacionados, incluso aunque yo haya discutido previamente sobre
ellos en contextos algo diferentes. Evidentemente, la actitud antirracional
y dirigida hacia dentro del beatnik le hace ser la audiencia natural de los
trabajos carentes de significado del arte transcendentalista. Además, la fi-
losofía beat parece ser exactamente la infraestructura psicológica ade-
cuada para el científico del futuro, debido a la inferencia previa de que las
ciencias se están acercando rápidamente a los límites de su progreso sig-
nificativo. El científico beat obtendrá su satisfacción de la experiencia de
estar simplemente en su laboratorio y hacer experimentos que estén llenos
de significado para él. El que los resultados que obtenga sean realmente
originales, correctos, o con significado para cualquier otro, es algo que
tiene poca importancia En este sentido, la ciencia puede continuar y con-
tinuar, aunque, como el arte, tendrá solamente un parecido superficial con
lo que se entendía por ese término en el pasado. Verdaderamente, además
de afrontar la amenaza del ocio universal, la ascensión de la filosofía beat
apartará de la Humanidad otro peligro de la triple alternativa de Gabor: la
guerra atómica. Tal como lo veo, la sociedad beat supone una garantía
contra el holocausto atómico mucho más duradera que el equilibrio de te-
rror. Verdaderamente, nadie estará ya interesado en expresiones del deseo
de poder tales como hacer la guerra. En cualquier caso, la ideología y la
economía, tradicionalmente los dos motivos principales de la guerra, ha-
brán perdido la mayor parte de su importancia para los transcendentalistas
de la Edad de Oro.
Finalmente, quiero considerar el fenómeno bohemio más reciente, los
hippies, cuya aparición en el distrito de Haight-Ashbury, de San Francisco,
en 1966 señaló un nuevo paso adaptativo hacia la Edad de Oro. Me di
cuenta de este hecho cuando vi la pintura de Lucas Cranach, La Edad de
Oro, durante una visita a la pinacoteca de Munich. Me pareció de pronto
que el tema del cuadro pintado por Cranach hace cuatrocientos años no era
otro que una visión profética de una fiesta hippie en el parque Golden Gate
de San Francisco. Los hippies son, evidentemente, un fenómeno sucesor
de los beatniks, de los que han tomado su actitud existencial y antirracio-
nal, dirigida hacia el interior. Sin embargo, los hippies han tirado por la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

borda algunas otras piezas del tradicional bagaje motivador y no mantie-


nen más que el mínimo residuo de lo que fuera una vez el potente deseo
de poder. Con la aparición de los hippies se ha llegado a manifestar una
metamorfosis de la psique humana tradicional, más radical incluso que la
renuncia al deseo de poder, y que consiste en una erosión de lo que llamó
Freud el principio de realidad. Según Freud, durante algún tiempo después
del nacimiento, el yo del niño incluye la suma total de sus experiencias,
tanto las que provienen del exterior como del interior. Solamente en esta-
dios posteriores de su desarrollo, el niño empieza a distinguir entre esas
dos fuentes de experiencia. Restringe el yo al mundo de los sucesos inter-
nos y empieza a construir una realidad exterior sobre la base de las ema-
naciones del mundo de los sucesos externos. La capacidad de hacer esa
distinción, no hace falta decirlo, tiene un enorme valor para la superviven-
cia, y su falta, según Freud, es la causa de importantes síndromes psicoló-
gicos. No hace falta decir que la posesión del principio de realidad es una
condición previa para la posesión de deseo de poder, a través del cual el
yo persigue su hegemonía sobre los sucesos del mundo exterior. Freud in-
dicó varias vías, que no tienen por qué ser mutuamente excluyentes, por
las que puede llegarse al debilitamiento del principio de realidad. Una de
ellas está representada por una pérdida reducida del incluyente yo infantil.
En esas personas, el yo adulto aún abarca muchos de los sucesos del
mundo exterior, una condición a la que Freud se refería como un «senti-
miento oceánico», un sentimiento de unidad con el universo. Otro camino
para debilitar el principio de realidad es la reducción voluntaria de obser-
vación de sucesos exteriores, ya sea mediante el empleo de drogas o por el
control de los instintos, como en la práctica del yoga. Es significativo, que
ambas formas de ataque al principio de realidad formen partes importantes
de la enseñanza de las filosofías orientales que están encontrando ahora
una resonancia cada vez mayor en Occidente. En cierto modo, el principio
de realidad sufrió una erosión prematura en el Este. Ya que la productivi-
dad económica de aquellas sociedades había alcanzado un nivel lo sufi-
cientemente alto para que sólo una pequeña fracción de la gente abrazase
ideas tan claramente perjudiciales para la supervivencia en una naturaleza,
de facto, hostil. Verdaderamente, podría haber sido la extendida adopción
parcial de esas filosofías hasta un grado compatible aun con la supervi-
vencia física en países tales como la India y China, lo que produjo el es-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

tancamiento de esas civilizaciones anteriormente dinámicas. Pero en la so-


ciedad del ocio de la Edad de Oro, la adhesión al principio de realidad ya
no será tan crítica para la supervivencia.
Aunque los beatniks debilitaron ampliamente su deseo de poder y de
este modo renunciaron en gran manera a la ambición de cambiar el mundo
exterior, sin embargo aún parecían mantener un contacto considerable con
la realidad. Así, las experiencias sensoriales con las que se conseguía la
realización del yo provenían, en lo fundamental, del exterior, como lo tes-
tifica el interés de los beatniks en actividades tales como el viaje, la comida
y la bebida, el jazz, la poesía y el sexo. El uso de drogas alucinadoras,
aunque no era extraño a los beatniks, no asumía la importancia que iba a
alcanzar en la escena hippie una década más tarde. Ahora, sin embargo, el
uso mucho más extensivo de las drogas como fuente de experiencias ha
ocasionado un mayor alcance en la negación de la realidad, lo que llama
el profeta de la psicodelia, Timothy Leary, el dropping out. Es decir, la
frontera entre lo real y lo imaginario ha sido disuelta. Para los hippies, el
principio de realidad está completamente muerto. Esta manifiesta erosión
del principio de realidad encerrada en los hippies no se inventó, por su-
puesto, en el distrito de Haight-Ashbury. Por el contrario, la base filosófica
de la realidad ha sido el sujeto de críticas discusiones durante unos dos-
cientos años, desde que Immanuel Kant afirmó que las cosas en sí mismas
son imposibles de conocer y que nuestra noción de realidad es un producto
de la razón humana. La transcendentalista imagen del mundo de los artistas
avant garde actuales, mencionada en el capítulo precedente, es evidente-
mente otro reflejo de nuestros días en esta tendencia a minimizar la impor-
tancia de la distinción entre lo real y lo imaginado. La disminución de esta
distinción también parece ser el tema de películas de estos últimos tiem-
pos, como El año pasado en Marienbad, de Resnais, y Blow up, de Anto-
nioni. Pero la novedad de los hippies consiste en que son la primera comu-
nidad a gran escala en el Occidente que realmente actúa de acuerdo con
estas ideas.
Finalmente, trataré de sintetizar mis consideraciones precedentes en
una imagen de la Edad de Oro que está al llegar. Esta síntesis debe asumir,
obviamente, que no habrá guerra atómica, una suposición que está basada
fundamentalmente en el optimismo. Pero, de cualquier forma, el fallo en
esa suposición hará inútiles todas las consideraciones presentes sobre el
futuro del hombre. Si la guerra atómica puede ser evitada en el próximo

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

futuro, creo que el desvanecimiento general del deseo de poder producirá


una condición en la que el holocausto será cada vez menos probable, por-
que el interés en la guerra se habrá disipado por completo. Siguiendo las
proyecciones de Gabor, creo que las naciones actualmente subdesarrolla-
das alcanzarán, más tarde o más temprano el mismo nivel de opulencia
económica que el disfrutado actualmente por las naciones tecnológica-
mente avanzadas. Estos cambios económicos engendrarán a su vez, la he-
gemonía global de las actitudes beat, que, al menos en Oriente, ya están
profundamente arraigadas en la tradición filosófica. Asumo también que
no habrá desarrollos tecnológico o biológico tan radicales como el conse-
guir viajar a una velocidad mayor que la de la luz o el agrandar y alterar la
estructura del cerebro humano. El fallo en esta última suposición provoca-
ría una fase enteramente nueva en la evolución humana, cuyo curso no
podría ser previsto por la simple extensión de la historia pasada.
Con estos supuestos, uno llega a la conclusión de que la Edad de Oro
no será muy distinta de una nueva creación de Polinesia a escala global.
(No es irrazonable esperar que la elevada frecuencia de infanticidio y ho-
micidio de la Polinesia de antaño no sea una característica de la Edad de
Oro, ya que ahora hay más medios disponibles para evitar la superpobla-
ción.) Aunque no habrá nunca suficientes Tahitís para acomodar a la po-
blación mundial, habrá confortables apartamentos metropolitanos con aire
acondicionado que producirán fácilmente un sustitutivo satisfactorio de la
auténtica brisa de la playa. El deseo de poder no se habrá desvanecido por
completo, pero la distribución de su intensidad entre los individuos se ha-
brá alterado drásticamente. En un extremo de esa distribución estará una
minoría de la gente, cuyo trabajo conservará intacta la tecnología que man-
tiene a la multitud en un alto nivel de vida. En el medio de la distribución
se encontrará un tipo, ampliamente desocupado, para quien la distinción
entre lo real y lo ilusorio seguirá teniendo significado y cuyo prototipo es
el beatnik. Mantendrá un interés por el mundo y obtendrá satisfacción en
los placeres sensuales. En el otro extremo de la distribución habrá un tipo
ampliamente inútil, para el que la frontera entre lo real y lo imaginado se
habrá deshecho por completo, por lo menos hasta un extremo compatible
con su supervivencia física. Su prototipo es el hippie. Su interés por el
mundo será bastante pequeño y obtendrá su satisfacción fundamental-
mente de las drogas, o, una vez que haya llegado a ser tecnológicamente

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

posible, de la actuación de la energía eléctrica directamente sobre su sis-


tema nervioso. Esta distribución, se notará, se parece considerablemente a
los alfas, betas y gammas en el Mundo feliz, de Aldous Huxley. Sin em-
bargo, al contrario que Huxley, yo no supongo que esta distribución sea el
resultado de un programa planeado de mejora, sino simplemente una he-
terogeneidad de una población natural engendrada fundamentalmente por
diferencias en la historia de la educación infantil. Además, contrastando
con los papeles de ejecutantes de trabajos mecánicos asignados a betas y
gammas, los beatniks y los hippies no representarán otro papel socioeco-
nómico que el de ser consumidores.
En lo que concierne a la cultura, la Edad de Oro será un periodo de
éxtasis general, no muy diferente del previsto por Meyer para las artes. El
progreso se habrá desacelerado mucho, incluso aunque continúe habiendo
actividades formalmente análogas a las artes y las ciencias. Es obvio que
el hombre fáustico de la Edad de Hierro vería con considerable aversión
esta imagen de sus sucesores opulentos, dedicando su abundancia de
tiempo ocioso a los placeres sensuales, o lo que es incluso más repugnante
para él, obteniendo una felicidad sintética privada a partir de las drogas
alucinógenas. Pero más vale que el hombre fáustico se vaya enfrentando
al hecho de que el fruto de todos sus esfuerzos desesperados es, precisa-
mente, esta Edad de Oro, y que no supone ningún bien el desearla de otra
manera. Milenios de artes y ciencias transformarán, finalmente, la tragico-
media de la vida en una juerga.

BIBLIOGRAFIA

BUCK, P. H.: Vikings of the Pacific, Univ. Chicago Press, 1959.


GABOR , D.: Inventing the Future, Penguin Books, Harmondsworth, 1964.
HEILBRONNER, R. L.: The future as History, Grove Press, Nueva York, 1961.
HUXLEY, A.:Brave New World Revisited, Perennial Library, Nueva York, 1965.
PLATT, J. R.: The Step to Man, Wiley, Nueva York, 1966.
SUGGS R. C.: The Island Civilizations of Polynesia, Mentor Books, Nueva York, 1960.
WILLIAMSON, R. W., Y R. PIDDINGTON: Essays in Polynesian Ethnology, Cambridge Univ.
Press, 1939.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

SEGUNDA PARTE
LA GENETICA MOLECULAR EN EL SALON

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Francis Crick y James Watson deslizándose por su doble hélice de ADN.


(De la portada del volumen especial de Nature [vol. 248, núm. 5451, 1974),
conmemorativo del 21 aniversario de la publicación de las cartas que anun-
ciaban el descubrimiento de la estructura del ADN. Reproducido con per-
miso de Macmillan Journals Ltd.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

4. LO QUE DICEN DEL HONESTO JIM (1968)

Así como los griegos dividieron la historia del hombre en las Edades
de Oro, Plata, Bronce, Heroica y Hierro (aunque equivocándose en que la
Historia empezó con la Edad de Oro, en lugar de llevarnos a ella), podemos
dividir la historia de la Genética molecular en una sucesión de distintos
periodos. El primero de éstos, o periodo clásico (correspondiente a las
Edades de Hierro y Heroica), comenzó en la más remota antigüedad del
Neolítico, en los albores de la civilización con sus primeros intentos de
criar plantas y animales domésticos. Este periodo duró hasta la década de
los años cuarenta, cuando se reconoció que la función de los genes, los
factores hereditarios discretos descubiertos por Gregor Mendel a mediados
del siglo XIX, consistía en gobernar la formación de enzimas específicos.
El periodo clásico dio lugar a un cuerpo de conocimientos que explicaba
satisfactoriamente el papel de los genes en la herencia y la evolución, pero
en términos formales en lugar de moleculares. El segundo periodo, o pe-
riodo romántico (correspondiente a la Edad de Bronce), empezó en los
años 1940, cuando un reducido y conjuntado grupo de investigadores, mu-
chos de ellos con experiencia en las ciencias físicas y teniendo a Max Del-
brück como su foco ideológico, centró su interés en la Genética, con la
esperanza de explicar el misterio de la autorreproducción biológica en tér-
minos moleculares. El periodo romántico definió claramente los proble-
mas que la Genética molecular iba a solucionar con el tiempo, y marcó el
tono y estilo de trabajo de los periodos subsiguientes. El periodo romántico
terminó en 1952, cuando se reconoció unánimemente el temprano descu-
brimiento de Oswald Avery de que el material hereditario —la sustancia
que forma los genes— es el ADN. El tercer periodo, o periodo dogmático
(correspondiente a la Edad de Plata), empezó en 1953, cuando James Wat-
son y Francis Crick descubrieron la estructura en doble hélice del ADN.
En la estela de este descubrimiento se adelantaron soluciones moleculares
para el arduo problema de cómo se las arregla el ADN para llevar a cabo
su autorreplicación y cómo gobierna la formación de enzimas específicas,
como una red de dogmas cuya verdad parecía evidente en sí misma. El
periodo dogmático acabó en 1961, cuando se consiguió la prueba experi-
mental de la validez general de esta trama dogmática, y cuando fue posible

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

descifrar el código genético que especifica la relación semántica entre la


información hereditaria almacenada en el ADN y la estructura de las enzi-
mas, es decir, el significado de esta información. El cuarto y último pe-
riodo, o periodo académico (correspondiente a la Edad de Oro), fue so-
lemnemente inaugurado en 1962 por Gustavo VI de Suecia, cuando con-
cedió el Premio Nobel a Watson y a Crick. Este periodo, que aún perdura,
ha visto fantásticas realizaciones técnicas, las principales de ellas son el
total desciframiento del código genético y una enorme ampliación de nues-
tro conocimiento del material hereditario a nivel molecular. Ha producido
también los primeros frutos prácticos del conocimiento de la genética mo-
lecular en la Medicina y la salud pública. Como objeto de futuras investi-
gaciones, la Genética molecular está lejos de haber sido agotada. Pero su
atracción como ruedo en el que llevar a cabo la lucha fáustica contra lo
misterioso y lo desconocido ha desaparecido casi por completo.
A medida que la Genética molecular se fue estableciendo confortable-
mente en su periodo académico, al final de la década de los sesenta, los
genetistas moleculares empezaron a encontrar el tiempo suficiente para
escribir libros no técnicos destinados a familiarizar al público lego con los
logros científicos, los orígenes históricos y las implicaciones filosóficas de
su disciplina. En otras palabras, los esfuerzos se dirigieron entonces a ex-
tender los triunfos de la genética molecular desde el laboratorio al salón.
La colección de ensayos autobiográficos Phage and the Origins of Mole-
cular Biology (J. Cairns, G. S. Stent y J. D. Watson, eds. Cold Spring Har-
bor, 1966), publicado en honor del sexagésimo cumpleaños de Max Del-
brück por sus antiguos compañeros del periodo romántico, fue una de las
primeras realizaciones en este sentido. Aunque esta colección llegó a ser
un succès d’estime, bien recibido por un reducido círculo de lectores pro-
fesionales, no consiguió alcanzar una audiencia más amplia. Pero iba a
tener un destino muy distinto La doble hélice, el relato de James Watson
sobre su descubrimiento junto con Crick de la estructura del ADN. La pu-
blicación por famosos científicos de recuerdos personales sobre el trabajo
que los hizo famosos es bastante corriente, pero evidentemente había algo
enormemente insólito en el libro de Watson. Al contrario de los miles de
escritos autobiográficos en este género, que son, por regla general, de in-
terés sólo para expertos que ya están familiarizados tanto con los descu-
brimientos científicos descritos como con los nombres asociados con ellos,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

La doble hélice llegó a ser un best-seller internacional, disfrutado por lec-


tores con pocos conocimientos previos sobre Genética molecular y desco-
nocedores de la existencia de Watson, Crick o cualquiera de las otras per-
sonas que aparecen en esta historia. Además, el libro de Watson desató
una tempestad de controversias entre los biólogos, para los cuales supuso,
sin lugar a dudas, el mayor tópico de conversación en los meses que si-
guieron a su aparición.
La primera indicación de que el libro de Watson debía de tener algo
especial surgió tras la aparición en los periódicos de chismorreos sobre su
futura publicación, que revelaron que en el año anterior le había sido or-
denado a la Harvard University Press por su soberano, la Harvard Corpo-
ration, que renunciase a su conformidad para publicar La doble hélice.
Esos chismorreos hicieron que la nueva editorial de Watson, Atheneum
Press, una casa comercial que no desconocía la demanda de la literatura
proscrita por el Gran Boston, incrementase enormemente la tirada inicial
del libro, una decisión que, en vista de las ventas que siguieron, fue de lo
más sabia. Se hicieron numerosas reseñas de La doble hélice, y el conjunto
de esas críticas resultó ser, a su vez, de gran interés para conocer la idea
que se tiene en diversos medios sobre el trabajo y estilo de vida de los
científicos. Así, cuando se me pidió que hiciera una crítica del libro de
Watson, después de un diluvio de críticas que ya habían aparecido, decidí
ocuparme de ello al estilo de la erudición derivativa de segundo orden, lo
que en los círculos literarios británicos se alega como típico de los acadé-
micos americanos, esto es, estudiando no los autores sino sus críticas. Tal
como intento mostrar aquí mediante un breve análisis de seis críticas se-
leccionadas sobre La doble hélice, funcionó el principio de relatividad
ilustrado por la película Rashomon: aunque los seis críticos obviamente
están escribiendo sobre un libro de un J. D. Watson, que describe el des-
cubrimiento de la estructura del ADN y que presenta unos personajes lla-
mados Francis Crick, Maurice Wilkins, Linus Pauling y Rosalind Franklin,
a uno le cuesta trabajo creer que esos seis críticos realmente hayan leído
el mismo libro.
Indudablemente, la crítica más importante, en cuanto a su difusión, fue
la impresa bajo el nombre de Philip Morrison en Life Magazine (1 de
marzo de 1968). Encuentro difícil creer que alguien de la estatura de Mo-
rrison, un profesor de Física en el M.I.T. realmente escribiera esta obra.
Aunque la crítica de Life indica correctamente que este libro es un relato

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autobiográfico de cómo Watson «descubrió el aspecto que tienen las mo-


léculas de ADN» y que «la idea de la doble hélice iba a estar en la línea de
las grandes nuevas ideas», no tiene mucho más que recomendar sobre su
exactitud o su profundidad. Así, los lectores de Life, al abrir su ejemplar
de La doble hélice esperando encontrar «una novela animada de otro joven
más que busca sitio en la cima», creerían justificadamente que habían sido
engañados, ya que, ciertamente, Watson no gasta el tiempo en «películas
censuradas, salmón ahumado, chicas francesas, barómetros que miden el
estado en el que la ambición, las hábiles intrigas y la crueldad están ac-
tuando». Aunque se dice que Watson tiene un «ojo astuto y una lengua
honesta», la crítica evoca una falsa impresión de gentileza y amabilidad,
cualidades cuya ausencia de La doble hélice es una de sus más marcadas
características. Así, se dice que, en Copenhague, Watson «aprendió Quí-
mica de un hombre obviamente culto», mientras que Watson realmente
afirma que el propósito de aprender Química del ADN en Copenhague fue
«un completo fracaso», y que la única vez que Watson comprendió lo que
aquel hombre estaba diciendo fue cuando le anunció que su matrimonio
había acabado. Y se dice que Rosalind Franklin es «correcta y calurosa-
mente alabada por su crucial trabajo en los rayos X», mientras que uno de
los puntos clave de la historia de Watson es, por supuesto, que la obstina-
ción de Franklin fue uno de los mayores obstáculos para que Wilkins des-
cubriera la estructura del ADN; el elogio póstumo a los logros obtenidos
por Franklin queda relegado a un epílogo que obviamente fue insertado
después. El crítico termina con una respuesta a la pregunta: «¿Cómo está
el honesto Jim?». Aparentemente ciego al significado central que para la
totalidad del libro tiene el episodio en el que Watson es sarcásticamente
saludado de esa forma, Life mentecatamente le da «una respuesta de lector
para él: divertido, simplemente divertido».
Ascendiendo la ladera de la sofisticación hasta el siguiente escalón,
consideraremos la crítica en el Saturday Review (16 de marzo de 1968) por
John Lear, el editor científico de ese rotativo. Lear comienza su crítica
diciendo que «este libro será proclamado el diario de Pepys de la ciencia
moderna». Procede a continuación a probar que esta proclamación es in-
justificada porque Watson, a diferencia de Samuel Pepys, ni fue Secretario
del Almirantazgo británico ni participó en la restauración de Carlos II ni
aguantó la visita de Londres por la peste. También, el estilo de Watson,
según Lear, es ligeramente distinto. Según esto, ¿en qué se parece La doble

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

hélice al diario de Pepys? ¡Buena pregunta! Lear no se preocupa de indicar


quién hizo la afirmación que él trata de demoler. Seguro que no fue Sir
Lawrence Bragg, quien, en su prólogo a La doble hélice, simplemente su-
giere que Watson «escribe con una franqueza parecida a la de Pepys». Ver-
daderamente, parece ser precisamente la franqueza de Watson la que hizo
que Lear quisiera saber «qué logro era el que trataba de celebrar el Premio
Nobel concedido a Watson». ¿Era tal como revela Watson sin remordi-
miento aparente su esperanza de que su guapa hermana pudiera servir de
romántico reclamo para obtener la, de otro modo inaccesible, información
esencial para su investigación...» o la utilización de «su joven amigo Peter
Pauling para que espiase a su brillante padre Linus Pauling...» o «su in-
tento de intimidar a una noble científica para que discutiera detalles de sus
estudios sobre el ADN con los rayos X»? Si la intención del comité del
Nobel era realmente celebrar esas particulares cualidades, entonces come-
tió un serio error, ya que Watson escribió que él simplemente esperaba que
el interés de Maurice Wilkins en Elizabeth Watson le permitiera unirse al
grupo de investigación de Wilkins; que Peter simplemente le dijo que Li-
nus había desarrollado una estructura del ADN y más tarde se la mostró
mediante el, de ninguna manera secreto, manuscrito que describía su es-
tructura; y (en un pasaje más amplio citado por Lear) que él simplemente
estaba tratando de escapar del laboratorio de Rosalind Franklin, ya que se
temía que estuviera intentando enamorarle. Seguramente se pudieron dar
a conocer al comité ejemplos de villanía más sustanciales.
A Lear le preocupa que La doble hélice pueda tener un efecto corruptor
en las mentes impresionables de los estudiantes, quienes, en su idealismo,
podrían abandonar la idea de llegar a ser científicos al aprender cómo Wat-
son ganó el Premio Nobel con bribonadas. «Afortunadamente para el fu-
turo de la ciencia, adquirirán una cierta perspectiva del conocimiento de
que los dos hombres que obtuvieron el premio en 1962 con Watson se
opusieron al texto de La doble hélice con el suficiente vigor como para
animar a la editorial de su Universidad —Harvard— para que abandonase
la publicación del libro». Aunque la idea de Lear de que el impedir la pu-
blicación de libros inspire a los jóvenes idealistas pueda no ser ortodoxa,
el Saturday Review pensó que ciertamente es familiar a los partidarios de
la John Birch Society. Lear trata de contar la historia de la Genética, para
mostrar que antecesores de Watson tales como Darwin, Mendel, Niescher

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

y Morgan fueron, todos ellos, personas modestas que al contrario que Wat-
son no trataron de llamar la atención del público. Lear no conoce los he-
chos correctamente. Hace el falso aserto de que «fue el gran Charles Dar-
win el que primero mostró gran interés en la herencia al promulgar la teoría
de la evolución». De hecho, ese «gran interés» no llegó hasta el principio
de este siglo con el redescubrimiento del trabajo de Mendel, siendo el es-
tudio del desarrollo más que de la evolución lo que preparó el terreno para
dicho redescubrimiento. Igualmente, carece de fundamento la afirmación
de Lear de que Darwin no conoció las Leyes de Mendel sobre la herencia
porque Mendel «tenía tan poco interés como Darwin en el engrandeci-
miento personal». Ya que se sabe que Mendel envió separatas de sus ar-
tículos a varios biólogos famosos de su época, quienes, simplemente, no
entendieron el significado de su trabajo. Y al contrario de la afirmación de
Lear, no fue el «sentido darwiniano del juego limpio lo que requirió la
publicación simultánea con Wallace» sino el temor darwiniano a ser pi-
sado. Finalmente, Lear atribuye la mutagénesis química a Morgan, lo cual
fue descubierto, de hecho, por Auerbach y Robson cuando Morgan tenía
setenta y cinco años. En cualquier caso, incluso si el informe de Lear fuera
cierto, todo lo que probaría es que los predecesores de Watson no escri-
bieron su «Doble Hélice», del mismo modo que Watson no escribió el dia-
rio de Pepys. En una última incisión de su romo cuchillo, Lear sugiere que
la contribución de Watson al descubrimiento de la estructura del ADN, no
fue, después de todo, tan grande. Era obvio, da a entender, que «debía ha-
ber en la molécula de ADN una espiral con los escalones en un orden par-
ticular. La cuestión que quedaba por decidir era si los escalones planos
estaban dentro o fuera de la espiral». Esto, por supuesto, es una distorsión
partidista de la situación ideológica a la que se enfrentaron Watson y Crick
al principio de su trabajo. En aquella época la idea de que el ADN contiene
información genética en forma de un orden particular de nucleótidos (o
escalones planos) era virtualmente desconocida y estaba menos claro to-
davía que este orden estuviera encerrado en una molécula helicoidal, me-
nos aún en una doble hélice. Me gustaría saber qué efecto tendría la crítica
de Lear sobre las mentes impresionables que consideran la crítica de libros
como el trabajo de su vida. Su inquina seguramente hará abandonar las
aspiraciones críticas de cualquier muchacho idealista.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Ahora, subimos varios escalones más en nuestra ladera para alcanzar


las siguientes dos nuevas críticas. La primera de ellas apareció en 7he Na-
tion (18 de marzo de 1968) y fue escrita por J. Bronowski, investigador
del Salk Institute for Biológical Studies y veterano autor de obras que tie-
nen que ver con las implicaciones sociales de la ciencia. Bronowski evi-
dentemente vio el primer borrador de La doble hélice que circuló de forma
privada, ya que indica con cierto pesar que la versión publicada ha sido
«recortada aquí y allá» como resultado de las objeciones suscitadas por
algunos de los principales protagonistas de la historia de Watson. A pesar
de todo, encuentra Bronowski, aunque algunas de «las pequeñas punzadas
de humor y chispas de malicia» hayan desaparecido, el libro no ha perdido
su sabor. Aún sigue siendo «una fábula clásica sobre los séptimos hijos
encantados, los antihéroes del folklore que tropiezan, de un desliz cómico
al siguiente, hasta que inevitablemente van a dar con la más graciosa de
las aventuras: dan la contestación correcta a la adivinanza mágica. Aunque
el reparto tradicional de Rosalind Franklin como la bruja y Linus Pauling
como el galán rival ha sido bajado de tono..., aún son inconfundiblemente
lo que fueron; posturas mitológicas más que personajes». Bronowski en-
cuentra que Watson ha conseguido contar ese cuento con la inocencia y el
absurdo que tienen los niños. «El estilo es tímido y travieso, explosivo e
irrelevante, carente de arte, humorístico y malicioso...» Pero quizá, des-
pués de todo, Watson no carezca de arte, ya que Bronowski también le
reconoce, como Boswell frente a un Crick-Dr. Johnson «monumental-
mente admirado, y (tan a menudo) censurado». (Afortunadamente, parece
que Lear no tuvo ni idea de la analogía Watson-Boswell.)
Sin embargo, Bronowski cree que la importancia del libro de Watson
transciende de lo que meramente sería una buena historia, por cuanto que
«comunica el espíritu de la ciencia como ningún tratado formal lo ha hecho
hasta ahora... Enseña a los no científicos cómo trabaja realmente el método
científico: que inventamos un modelo y luego probamos sus consecuen-
cias, y que es esta conjunción de imaginación y realismo lo que constituye
el método inductivo». Otro de los importantes puntos generales que aporta
el libro es la importancia de la despiadada crítica sobre el progreso de la
ciencia: «...si no puedes hacerlo y aguantarlo sin enfurecerte... entonces,
estás fuera de lugar en el mundo de cambio que la ciencia crea y en el cual
habita».

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Hasta aquí muy bien. Pero en el párrafo final de su crítica Bronowski


extiende sus consideraciones a la escena literaria en general, y revela una
visión de la relación entre la literatura contemporánea y la condición hu-
mana actual que me parece sorprendente para un hombre con el interés y
la experiencia de Bronowski. En ese párrafo parece abandonar su anterior
hallazgo de que La doble hélice es una fábula clásica dentro de la tradición
folklórica y afirma que «sus dos anti-héroes felices, bullangueros y cómi-
cos son nuevos en la literatura de hoy y debieran ser un modelo para ella,
porque se enfrentan a la nostalgia por la derrota que habita en las imágenes
de acción de los escritores actuales». Bronowski «no cree que La doble
hélice se venda más que A sangre fría, de Truman Capote, pero cree que
es una crítica y una crónica características de nuestra época, y que ilumi-
nará a los jóvenes cuando Perry Smith y Dick Hickok no interesen ya ni a
un psicoanalista». ¿Cómo pudo Bronowski no darse cuenta del obvio pa-
ralelismo existente entre los dos libros que supone aquí como antítesis?
Aparte de las censuras de mal gusto hechas por muchos críticos, tanto con-
tra Watson como contra Capote, por escribir sus «novelas auténticas» la
pareja de anti-héroes Smith-Hickok de Capote comparte con el autorre-
trato de Watson una característica esencial de capital interés analítico: el
hallazgo de significado existencial solamente transitorio en la acción.
La otra crítica que alcanzamos en este nivel es una que apareció en
Science (9 de marzo de 1968) por Erwin Chargaff, profesor de Bioquímica
en la Universidad de Columbia. Chargaff, como descubridor de la equiva-
lencia adenina-timina y guanina-citosina en la composición del ADN,
tiene una parte importante en la historia contada por Watson. Para algunos
lectores, no familiarizados con las charlas y escritos de Chargaff durante
los últimos doce años, su crítica debe haberles parecido sorprendentemente
sarcástica; para otros lectores, conocedores de la antigua falta de aprecia-
ción de Chargaff de los descubrimientos de Watson y Crick en particular
y del estilo de trabajo de la Biología molecular en general, la crítica puede
haberles parecido inesperadamente blanda. Ya desde el principio, Chargaff
juega uno de sus viejos gambitos: afirmando en passant, que Watson y
Crick «popularizaron» el apareamiento de bases purina-pirimidina en el
ADN. Los lectores familiarizados con la autoantología de Chargaff, Es-
says on Nucleic Acids, comprenderán que esta forma de hablar es para im-
plicar que él, Chargaff, y no Watson y Crick, fue quien descubrió el apa-
reamiento de bases. Pero si Chargaff descubrió el apareamiento de bases

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

antes que Watson y Crick, entonces, no sólo no lo popularizó, sino que lo


mantuvo oculto dentro de sí hasta mucho tiempo después de que llegara a
ser popular.
Chargaff opina que aunque Watson no es tan buen escritor de prosa
locuaz como Sterne, ha tratado de llevar a cabo una «especie de Cholly
Knickerbocker molecular» (Lear sólo deseaba equiparar a Watson con
Walter Winchell). Como Lear, Chargaff está preocupado con la analogía
del diario de Pepys pero, a diferencia de Lear, cita el prólogo de Bragg. Lo
que resulta significativo para Chargaff en esta analogía es que Pepys, al
contrario que Watson, no publicó sus francas observaciones durante su
vida. Chargaff parece implicar, sin decirlo abiertamente, que el publicar
impresiones sinceras sobre los contemporáneos de uno mismo es de bas-
tante mal gusto, aunque admite que no está por encima de disfrutar con
alguna de las revelaciones de Watson sobre Crick.
Chargaff declara, con bastante justicia, que el libro de Watson perte-
nece al campo de la autobiografía científica, un género literario de lo más
desgarbado. La mayor parte de tales libros, dice, dan «la impresión de ha-
ber sido escritos para los estantes sobrantes de las bibliotecas, alcanzando
esos estantes casi antes de ser publicados». Las razones para esto, según
él, no son difíciles de encontrar: los científicos «llevan vidas monótonas y
tranquilas y..., además, frecuentemente no saben escribir». La doble hélice,
como admite Chargaff, es ciertamente un miembro excepcional de este
género y puede que no forme parte de los estantes sobrantes durante mucho
tiempo. Chargaff, entonces, trata de dar una razón más general sobre la
trivialidad de las autobiografías científicas, esto es, que mientras que Ti-
món de Atenas no hubiera podido ser escrito y Les Demoiselles d’Avignon
no hubiera podido ser pintado si Shakespeare y Picasso no hubieran exis-
tido, en ciencia la regla general es que «lo que A hace hoy, B, C o D podrían
seguramente hacerlo mañana». Aparte de la posibilidad intrínseca de so-
meter a cualquier test esta visión de la evolución artística y científica, y
por lo tanto, aparte de su historicismo inútil, Chargaff se da cuenta, sin
duda, de que la base de la gran literatura es su profundidad y no el que la
experiencia sea única. Por eso ¿por qué se preocupa de este punto tan va-
cío? ¡Ajá! Watson y Crick no son tan buenos después de todo, porque, si
no hubieran descubierto la estructura del ADN en marzo de 1953, sin duda,
algún otro la habría descubierto en el siguiente abril.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Chargaff, como Bronowski, termina su crítica con una mirada añorante


hacia los buenos tiempos; en comparación con ellos las cosas ahora se han
ido al traste. Pero ¡qué diferencia entre sus visiones del pasado y del pre-
sente! Por una parte, Bronowski ve a Watson y a Crick como astillas del
viejo tronco, ambiciosos, trabajadores, aventureros y optimistas, en feliz
contraste con la nueva generación derrotista. Chargaff, por otra parte, los
considera típicos representantes de la «nueva clase de científicos», que
«difícilmente hubieran podido llegar a serlo antes de que la ciencia se con-
virtiera en una ocupación de masas, sujeta a, y formando parte de, todas
las vulgaridades de los medios de comunicación». Chargaff no explica sus
ideas sobre la «antigua clase de científicos», aunque sospecho que en lo
que estaba pensando era en Paul Muni interpretando el personaje de
«Louis Pasteur».
Otro escalón en nuestra ladera nos lleva a la que consideraría una de
las críticas más sólidas de entre las seis que estoy revisando aquí, la publi-
cada en The New York Times Book Review (25 de febrero de 1968) por
Robert K. Merton, profesor de Sociología en la Universidad de Columbia.
En primer lugar, Merton opina que no es sólo una autobiografía científica
más, por cuanto que Watson está describiendo los sucesos que condujeron
a uno de los más grandes descubrimientos biológicos de nuestra época.
Esta opinión contrasta por completo con la del colega de Merton, Chargaff,
quien ve a Watson principalmente como un eficaz popularizador de ideas
que ya estaban en el ambiente. Merton dice que no conoce nada parecido
en toda la literatura sobre el trabajo de I9S científicos. Además, como Wat-
son «lo cuenta tal como fue», o por lo menos como le parecía que era al
entonces joven Jim, el libro es una importante contribución a la historio-
grafía científica. «La imagen pública de la ciencia tiende a producir una
idea mítica del trabajo científico, en el que intelectos incorpóreos avanzan
hacia el descubrimiento por inexorables escalones lógicos, actuando du-
rante todo el tiempo sólo por el interés de que aumente el conocimiento».
Watson endereza esta imagen, mostrando «una gran variedad de motivos,
en los que el objetivo de descubrir la estructura del ADN está entrelazado
con los atormentadores placeres de la competición, la réplica y la recom-
pensa. La abstracción en el problema científico alternaba con los ratos de
ocio, las escapadas, y las miradas a las chicas. La amistad y la hostilidad
entre colaboradores se expresaba en una disputada aunque productiva sim-
biosis en la que nadie podía hacer nada sin las especiales habilidades del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

otro. Todo ello acarreaba no sólo la presión por crear nuevo conocimiento,
sino la pasión por ser reconocido por los colegas científicos y por la com-
petencia para buscar sitio».
Merton entiende bastante más de Sociología e Historia de la ciencia
que Lear y Chargaff, ya que señala que la competencia y los derechos de
propiedad en la ciencia son tan antiguos como la propia ciencia moderna.
(Por «moderna» entiendo que Merton quiere decir «post-renacimiento» y
no el periodo de los últimos tiempos de «la nueva clase de científicos» de
Chargaff.) La novedad de la historia de Watson es meramente que ha des-
crito reveladoramente este elemento para el lector general. Ya que es im-
portante darse cuenta de que el modo de operar de la comunidad científica
no puede ser comprendido desde la premisa de que el avance del conoci-
miento es su único motivo institucionalizado. ¿Por qué, pregunta Merton,
es tan competitiva la ciencia? ¿Es porque «tiende a recrudecer las perso-
nalidades egoístas, contenciosas y con excesiva hambre de fama»? No, «el
comportamiento competitivo de los científicos nace en gran manera de los
valores centrales de la empresa científica en sí misma. La institución de la
ciencia pone un énfasis permanente en la originalidad significativa como
un valor fundamental, y la originalidad demostrada, generalmente lleva
consigo la idea de descubrir el primero. El reconocimiento y la fama pare-
cen ser, entonces, más que meras ambiciones personales. Son los símbolos
institucionalizados y la recompensa por haber hecho el trabajo de cientí-
fico superlativamente bien».
Finalmente, después de subir unos cuantos escalones más, nos encon-
tramos con la segunda de las dos sólidas críticas y alcanzamos el pináculo
de nuestro ascenso. Ya que contemplamos ahora el más excelente de estos
artículos en el New York Review of Books (28 de marzo de 1968) escrito
por Sir Peter Medawar. Este empieza su crítica explicando que el signifi-
cado del descubrimiento hecho por Watson y Crick va más allá de la «mera
explicación del diseño de una complicada e importante molécula. Explica
cómo esta molécula puede servir para propósitos genéticos..., la grandio-
sidad de su descubrimiento fue su acabado, su aspecto de finalidad. Si
Watson y Crick hubieran buscado a tientas una respuesta, si hubieran pu-
blicado una solución parcialmente correcta y se hubieran visto obligados
a seguirla con correcciones y paliativos, algunos de ellos hechos por otros;
si la solución hubiera llegado como un mosaico en lugar de un estallido de
comprensión: aun entonces habría sido un gran episodio en la historia de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la Biología, pero otro más en el común acontecer de los hechos, algo que
no habría sido hecho a la gran manera romántica». Medawar también in-
dica que en los años que siguieron a su descubrimiento de la doble hélice
del ADN, Watson y Crick indicaron el camino para el análisis del código
genético y para la comprensión de cómo el material genético dirige las
síntesis de proteínas. Cree que «simplemente, no merece la pena discutir
con nadie tan obtuso como para no darse cuenta de que este conjunto de
descubrimientos es la más grande realización de la ciencia en el siglo XX.»
Medawar coincide con Merton no sólo en que con la historia de Watson
se divulgó la idea de dura competencia, y en que los lectores profanos po-
siblemente experimentaron un shock tras la revelación de que la ciencia no
es una desinteresada búsqueda de la verdad, sino también al declarar que
la idea de indiferencia sobre el tema de la prioridad es simplemente un
engaño. Ya que, ¿qué realización, pregunta, puede llamar «suya» un cien-
tífico excepto aquella que ha hecho o ha pensado él primero? Esto no sig-
nifica, sin embargo, que la ruindad, el secreto y la estafa no sean tan des-
preciados por los científicos como por la gente decente del mundo de los
asuntos ordinarios de todos los días. Medawar opina, sin embargo, que una
persona tan consciente de su prioridad, por su propio relato, como Watson,
no es muy generoso con sus predecesores. ¿Por qué, en particular, no dio
un poco más de crédito a personas como Fred Griffith y Oswald Avery,
cuyo trabajo en la transformación bacteriana había demostrado que el
ADN es el material genético? La explicación de Medawar es que esto ocu-
rrió no por falta de generosidad sino, simplemente, porque le aburría lo
relativo a la historia científica. ¿Y por qué aburre la historia científica a la
mayor parte de los científicos? Les aburre porque «las acciones y los pen-
samientos actuales de un científico están influidos necesariamente por lo
que otros han hecho y pensado antes que él; son un frente de una ola de un
proceso secular continuo en el que el pasado no tiene una existencia inde-
pendiente de su ser. El conocimiento científico es la integral de una curva
de aprendizaje; la ciencia, por lo tanto, en cierto sentido comprende a su
historia dentro de sí misma». Sin embargo, tal como argumentaré en el
siguiente capítulo, es posible proponer una explicación bastante distinta
sobre la ausencia en el libro de Watson de lo que podría parecer dar el
debido crédito a los descubridores de la transformación bacteriana —esto
es, que el descubrimiento de Avery del papel genético del ADN en 1944
fue simplemente «prematuro».

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Medawar considera luego el elemento suerte en la rápida ascensión de


Watson a la fama mundial a la edad de veinticinco años. No cree que «Wat-
son tuviera suerte excepto en el sentido trivial en el que todos somos afor-
tunados o desgraciados —que había varias encrucijadas en su carrera en
las que pudo fácilmente haber tomado una dirección diferente a la que
tomó». Así, según Medawar, Watson tuvo suerte de elegir entrar en la
ciencia en lugar de en los estudios literarios, permitiendo de este modo que
su «precocidad y estilo de genio» le hicieran inteligente en algo impor-
tante. Watson fue también un joven muy privilegiado por ir a caer, antes
de que hubiera hecho nada para merecerlo, en un «círculo cerrado de cien-
tíficos entre los que la información se transmite por una especie de tam-
tam, mientras que otros esperan la publicación de un artículo formal en
una revista conocida. Como fue impremeditado, podemos achacar también
a la suerte el que Watson fuera a caer con Francis Crick, el cual (a pesar
de lo que haya intentado Watson) aparece en este libro como la figura do-
minante, un hombre de grandes dotes intelectuales».
Considerado como literatura, Medawar clasifica La doble hélice, como
única posibilidad, bajo la rúbrica: memorias, científico. «Cómo ocurre con
todas las buenas memorias dedica una gran parte a trivialidades y charlas
inútiles. Como todas las buenas memorias, no ha sido castrada por consi-
deraciones de buen gusto. Muchas de las cosas que dice Watson sobre las
personas que aparecen en su historia les ofenderá, pero su propio candor
carente de arte le excusan, ya que descubre faltas de sí mismo más graves
de las que declara discernir en los otros. La doble hélice es consistente en
cuanto a su estructura literaria... No hay filosofía o psicología que oscu-
rezca nuestro entendimiento: Watson expone pero no se observa a sí
mismo. Las autobiografías, al contrario que los demás trabajos en litera-
tura, son parte de lo que se trata en ellas. Sus mentiras, si las hay, son
mentiras de sus autores pero no sobre sus autores —los cuales (cuando se
descubre la falsedad) no hacen más que revelar una verdad sobre sí mis-
mos, a saber, que son mentirosos».
Medawar cree que el libro de Watson llegará a ser un clásico, no sólo
por lo mucho que será leído, sino porque presenta una lección de la natu-
raleza del proceso creativo en la ciencia. Como muestra la historia de Wat-
son, ese proceso comprende una rápida alternancia de «hipótesis e inferen-
cia, vuelta atrás y modificación de la hipótesis... No habrá persona que lea
este libro con un mínimo de inteligencia que siga pensando en el científico

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

como un hombre que da vueltas a la manivela de una máquina de descu-


brir. De ahora en adelante, ningún principiante en la ciencia creerá que el
descubrimiento está destinado a aparecer en su camino por el mero hecho
de practicar un cierto método, de seguir al pie de la letra un esquema de
trabajo bien definido».
Antes de cerrar esta crítica de críticas, debo decir que cuando Watson
me envió su manuscrito de La doble hélice al final de 1966 (entonces se
titulaba aún «Honesto Jim»), le insistí en que no lo publicara en su forma
original. Le señalé que consideraba que tenía una calidad literaria bastante
baja, y que creía que su estilo murmurador impediría que tuviera interés
para nadie que no estuviera familiarizado con los protagonistas de su his-
toria. Y así, como casi siempre que hemos tenido una diferencia de opinión
en los veinte años que hace que nos conocemos, Watson demostró que él
tenía razón y que yo estaba equivocado.

Posdata (1978). La predicción de Medawar de que el libro de Watson


llegaría a ser un clásico se quedó corta. Se han vendido cerca de un millón
de ejemplares en los diez años que han transcurrido desde entonces, y han
aparecido ediciones extranjeras en, por lo menos, diecisiete idiomas, in-
cluyendo el letón, el rumano y el thai. Pero, por muy importante que sea
La doble hélice para comprender la sociología de la ciencia y el proceso
creativo en la ciencia, parece improbable que su inmenso éxito popular se
deba solamente a esas razones. Lo más probable es que la afirmación de
Bronowski —de que la historia de Watson iba a ser considerada como una
fábula clásica con ropas modernas— nos proporcione la clave. Como es
bien conocido en Psicología analítica, la fábula clásica debe su eterna po-
pularidad a que satisface las profundas y subliminares necesidades afecti-
vas de su audiencia. Este aspecto de La doble hélice fue, de hecho, final-
mente examinado con mayor detalle por el crítico literario William
Cadbury en el Modera Language Quarterly (31,474-491, 1970). Cadbury
opina que el libro es un segundo gran descubrimiento de Watson, y no una
mera descripción del primero. Esta es una original e importante afirmación
literaria sobre una faceta de la existencia humana que interesa a todos, cual
es la naturaleza del éxito. Watson muestra lo que significa y lo que cuesta
tener éxito como persona creativa. En contraste con la tendencia de «la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Edad de Oro» a la autorrealización, con la creencia de que ser alguien


cuenta más que conocer algo, Watson tiene poco interés en saber quién es
él. Sabe que hay algo que descubrir ahí fuera, y que, sólo con poner todo
su empeño, puede hacerlo. Evidentemente, a pesar de la actual preponde-
rancia de biografías que insisten machaconamente sobre la etnia, la acción
afirmativa, y la responsabilidad social, aún queda audiencia hambrienta de
la típica historia feliz como la de Watson en la que el caballero solitario
lucha contra fuerzas inmensamente superiores. A la luz del análisis de
Cadbury, La doble hélice puede ser vista como un mensaje inspiracional
que mantiene la esperanza de que —a pesar de que se acerque el final del
progreso— aún queda campo en el que puede ejercitarse el hombre fáus-
tico.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Errores de concepto mutuos de científicos y artistas sobre sus respectivos estilos de trabajo.
Arriba: Visión del científico sobre el trabajo del artista. Frédéric Chopin (interpretado por
Cornell Wilde), sentado al pianoforte Pleyel e inspirado por su musa George Sand (Merle
Oberon), compone sus «Preludios». (De la producción «A song to remember», de la Colum-
bia Pictures, 1945.) Abajo: Visión del artista sobre el trabajo del científico. Louis Pasteur
(Paul Muni) tiene la súbita inspiración de descubrir la vacuna de la rabia. (De la película The
Story of Louis Pasteur, de la Warner Brothers, 1935.) (Ambos fotogramas del Museum of
Modern Art Film Stills Archive.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

5. LO UNICO Y LO PREMATURO EN EL DESCUBRIMIENTO


CIENTIFICO (1971)

El progreso fantásticamente rápido de la Genética molecular, desde


1940 hasta 1965, obligó por fin a aquellos que ya tenían una cierta edad al
principio de su desarrollo, a volver la vista sobre su trabajo anterior desde
una perspectiva histórica que, para las especialidades científicas que se
desarrollaron anteriormente, sólo se produjo mucho tiempo después de que
murieran los testigos del primer florecimiento. Fue como si los colegas de
Joseph Priestley y Antoine Lavoisier, al final del siglo XVIII, siguieran en
activo para la investigación y la enseñanza de la Química en la década de
1930, después de que se revelase la estructura atómica y la naturaleza del
enlace químico. Esta ventaja personal, hasta cierto punto deprimente, pro-
porcionó una oportunidad singular para analizar la evolución de un campo
científico. Al reflexionar sobre la historia de la Genética molecular desde
el punto de vista de mi propia experiencia, creo que dos de sus más famo-
sos incidentes —la identificación de Oswald Avery del ADN como el prin-
cipio activo de la transformación bacteriana y, por lo tanto, como el mate-
rial genético, y el descubrimiento de Watson y Crick de la doble hélice del
ADN— ilustran dos problemas generales de la historia de la cultura. El
caso de Avery responde a la cuestión de hasta qué punto es significativo o
meramente tautológico decir que un descubrimiento está «fuera de su
época» o, lo que es lo mismo, es prematuro. Y el caso de Watson y Crick
puede ser usado, y de hecho lo ha sido, para discutir la cuestión de hasta
qué punto hay algo de único en un descubrimiento científico, en vista de
la posibilidad de que si el Dr. A no descubre el hecho X hoy, el Dr. B lo
descubrirá mañana.
En línea con la creciente actividad literaria del final de los años sesenta,
que reflejaron el nacimiento del periodo académico, yo publiqué un breve
ensayo retrospectivo sobre Genética molecular, que ponía un énfasis par-
ticular en su origen (G. S. Stent, «That Was the Molecular Biology That
Was», Science, 160, 390-395, 1968). En aquel relato histórico no men-
cioné ni el nombre de Avery ni la transformación bacteriana por medio del
ADN. Así, del mismo modo que Watson en La doble hélice, no me preo-
cupé de honrar debidamente a los autores de lo que hoy se ve con justicia

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

como uno de los mayores logros en la comprensión del gen. Mi ensayo


originó una carta al director de un microbiólogo que lamentaba: «es una
triste y sorprendente omisión el que... Stent no haga mención de la prueba
definitiva de que el ADN es la sustancia hereditaria básica, realizada por
O. T. Avery, C. M. MacLeod y Maclyn McCarty. El crecimiento de la
Genética molecular está basado en esta prueba experimental... Soy lo bas-
tante viejo como para acordarme de la excitación y el entusiasmo que pro-
dujo la publicación del artículo de Avery, MacLeod y McCarty. Avery, un
bacteriólogo efectivo, fue un caballero tranquilo, modesto y no discutidor.
Estas características de su personalidad no deberían hacer que el público
científico en general... no honrara debidamente su nombre».
Esta carta me cogió por sorpresa y respondí que, verdaderamente, de-
bía haber mencionado la primera prueba de Avery, en 1944, de que el ADN
es la sustancia hereditaria. Continué diciendo, sin embargo, que en mi opi-
nión no es cierto que el crecimiento de la Genética molecular esté basado
en la prueba de Avery. Durante muchos años esa prueba realmente produjo
muy poco impacto en los genetistas. La razón para el retraso no fue que el
trabajo de Avery fuera desconocido o que desconfiaran de él los genetistas,
sino que fue «prematuro».
Mi razón prima facie para decir que el descubrimiento de Avery fue
prematuro es que no fue apreciado en su día. Por falta de apreciación no
quiero decir que el descubrimiento de Avery fuera desconocido, o incluso
que no se considerara importante. Lo que quiero decir es que los genetistas
no parecieron ser capaces de hacer gran cosa con él, o de construir sobre
él. Es decir, en su día, el descubrimiento de Avery no tuvo ningún efecto
en la forma general de discurrir de la Genética.
Esta afirmación puede ser fácilmente apoyada por un examen de la li-
teratura científica. Por ejemplo, el simposio de las bodas de oro de la Ge-
nética en 1950, «Genetics in the 20th Century», proporciona una demos-
tración convincente de la falta de apreciación del descubrimiento de
Avery. En los proceedings de aquel simposio alguno de los más eminentes
genetistas publicaron ensayos que analizaron el progreso de los primeros
cincuenta años de genética y evaluaron su estatus en aquel tiempo. Sólo
uno de los veintiséis ensayistas consideró conveniente hacer más que una
referencia de pasada al descubrimiento de Avery de seis años antes. Era
un colega de Avery del Rockefeller Institute, y expresó sus dudas de que

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

el principio activo de la transformación fuera realmente ADN puro. El en-


tonces primer filósofo del gen, H. J. Muller, contribuyó con un ensayo so-
bre la naturaleza del gen que no menciona ni a Avery ni al ADN.
Así pues, ¿por qué no fue apreciado el descubrimiento de Avery en su
día? Porque fue «prematuro». Pero, ¿es ésta realmente una explicación o
es meramente una tautología vacía? En otras palabras, ¿hay alguna forma
de tener un criterio sobre lo prematuro de un descubrimiento aparte de su
falta de impacto? Sí, tal criterio existe: un descubrimiento es prematuro si
sus implicaciones no pueden conectarse, por una serie de escalones lógicos
y simples, con el conocimiento canónico, o aceptado por todos.
¿Por qué no pudo ser conectado el descubrimiento de Avery con el
conocimiento canónico? Ya desde que el ADN fuera descubierto en el nú-
cleo celular por Niescher en 1869, se sospechaba que ejercía cierta función
en los procesos hereditarios. Esta sospecha se fortaleció en los años veinte,
cuando se encontró que el ADN es un componente principal de los cromo-
somas. Sin embargo, la idea que se tenía entonces sobre la naturaleza mo-
lecular del ADN hacía totalmente inconcebible que éste pudiera ser el por-
tador de la información hereditaria. En primer lugar, hasta bien entrados
los años treinta, se creía que el ADN era meramente un tetranucleótido
compuesto de una unidad de cada uno de los ácidos adenílico, guanílico,
timidílico y citidílico. En segundo lugar, incluso cuando, hacia el principio
de los cuarenta, se supo que el peso molecular del ADN es realmente mu-
cho más elevado de lo que requería la hipótesis del tetranucleótido, la opi-
nión general era aún que el tetranucleótido era la unidad básica de repeti-
ción del largo polímero de ADN en el que las cuatro unidades mencionadas
se repetían en secuencia regular. Así pues, el ADN era considerado como
una macromolécula uniforme que, como otros polímeros monótonos tales
como el almidón o la celulosa, es siempre el mismo sin importar cuál sea
la fuente biológica de la que provenga. La presencia ubicua del ADN en
los cromosomas se explicaba, por lo tanto, en términos puramente fisioló-
gicos o estructurales. El papel informacional de los genes se había asig-
nado hasta entonces a las proteínas cromosómicas, ya que las grandes di-
ferencias en especifidad de estructura que existe entré las distintas proteí-
nas del mismo organismo, o entre proteínas similares de distintos organis-
mos se conocía desde principios de siglo. La dificultad conceptual de asig-
nar el papel genético al ADN no se le escapó a Avery. En la conclusión de
su artículo afirmó: «si los resultados del presente estudio sobre el principio

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

transformante se confirman, los ácidos nucleicos deben considerarse como


poseedores de una especificidad biológica cuya base química no ha sido
aún determinada».
Sin embargo, hacia 1950 la hipótesis del tetranucleótido fue derrocada,
en gran parte gracias al trabajo de Erwin Chargaff. El mostró que, en con-
tra de lo que exigía esta hipótesis, los cuatro nucleótidos no están presentes
necesariamente en el ADN en las mismas proporciones. Encontró, además,
que la composición exacta de nucleótidos en el ADN difiere según la
fuente biológica de la que se extraiga, lo que sugería que, después de todo,
el ADN no debía ser un polímero monótono. Y por eso, cuando dos años
después, en 1952, Alfred Hershey y Martha Chase, del laboratorio de la
Institución Carnegie en Cold Spring Harbor, Nueva York, mostraron que
en la infección de una bacteria huésped por un virus bacteriano por lo me-
nos el 80 por 100 del ADN vírico entra en la célula y por lo menos el 80
por 100 de la proteína vírica queda fuera, fue posible conectar con el co-
nocimiento canónico su conclusión de que el ADN es el material genético.
La «base química de la especificidad de los ácidos nucleicos hasta ahora
indeterminada» de Avery se entendió entonces como la secuencia precisa
de los cuatro nucleótidos a lo largo de la cadena polinucleotídica. El im-
pacto general del experimento de Hershey y Chase fue inmediato y dra-
mático. El ADN y no la proteína era lo que importaba en lo que concernía
a la naturaleza del gen. En pocos meses aparecieron las primeras especu-
laciones sobre el código genético y Watson y Crick tuvieron la inspiración
de proyectar descubrir la estructura del ADN.
Por supuesto, el descubrimiento de Avery es sólo uno de los muchos
descubrimientos prematuros en la historia de la ciencia. Lo he considerado
aquí principalmente porque yo mismo no lo aprecié cuando me -uní al
grupo de Max Delbrück que trabajaba en virus bacterianos en el California
Institute of Technology en 1948. Desde entonces me he preguntado a me-
nudo qué habría ocurrido con mi carrera posterior si hubiera sido lo bas-
tante astuto como para apreciar el descubrimiento de Avery e inferir de él,
cuatro años antes que Hershey y Chase, que el ADN podría ser también el
material genético de nuestro propio organismo experimental.
Probablemente, el caso más famoso de prematuridad en la historia de
la Biología está asociado con el nombre de Gregor Mendel, cuyo descu-
brimiento del gen en 1865 tuvo que esperar treinta y cinco años antes que
fuera «redescubierto» con el cambio de siglo. El hallazgo de Mendel no

― 102 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

tuvo eco inmediato, podría argumentarse, porque el concepto de unidades


hereditarias discretas no pudo ser conectado con el conocimiento canónico
sobre anatomía y fisiología en la mitad del siglo XIX. Además, la meto-
dología estadística con la que Mendel interpretó los resultados de sus ex-
perimentos con guisantes era totalmente extraña al modo de pensar de los
biólogos contemporáneos. Hacia el final del siglo XIX, sin embargo, los
cromosomas y los procesos de división cromosómica de la mitosis y la
meiosis habían sido ya descubiertos y los resultados de Mendel pudieron
ser explicados en términos de estructuras visibles al microscopio. Además
para entonces, la aplicación de la estadística a la Biología se había genera-
lizado. A pesar de todo, en cierto sentido el descubrimiento de Avery es
un ejemplo más dramático de prematuridad que el de Mendel. Mientras
que el descubrimiento de Mendel parece que no fue citado por casi nadie
hasta su redescubrimiento, el de Avery fue ampliamente discutido y a pe-
sar de eso no pudo ser apreciado durante ocho años.
Existen también casos de retraso en la apreciación de un descubri-
miento en la Física. Un ejemplo (así como una explicación de sus circuns-
tancias en términos del concepto de prematuridad al que me refiero aquí)
fue proporcionado por Michael Polanyi con su propia experiencia. En los
años 1914-1916, Polanyi publicó una teoría de la adsorción de los gases a
los sólidos que asumía que la fuerza de atracción entre una molécula de un
gas y una superficie sólida depende solamente de la posición de la molé-
cula y no de la presencia de otras moléculas dentro del campo de fuerza.
A pesar del hecho de que Polanyi fue capaz de proporcionar una fuerte
evidencia experimental a favor de su teoría, ésta fue totalmente rechazada.
No sólo se rechazó la teoría sino que fue considerada tan ridícula por las
principales autoridades de su tiempo que Polanyi cree que habría acabado
con su carrera profesional si hubiera seguido defendiendo su teoría y no
hubiera tratado de publicar trabajos sobre ideas más apetitosas. La razón
por la que se rechazó la teoría de la adsorción de Polanyi fue que en el
momento en que se publicó acababa de descubrirse el papel de las fuerzas
eléctricas en la arquitectura de la materia. Debido a eso, parecía no haber
duda de que la adsorción de los gases debía implicar una atracción eléctrica
entre las moléculas de gas y la superficie sólida. Este punto de vista, sin
embargo, era irreconciliable con la suposición básica de Polanyi sobre la
independencia mutua de las moléculas individuales de gas en el proceso
de adsorción. En la década de 1930 se desarrolló una nueva teoría sobre

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

fuerzas de cohesión molecular basada en resonancia mecánico-cuántica en


lugar de atracción electrostática y, sólo entonces, llegó a concebirse que
las moléculas de gas podrían comportarse del modo en que los experimen-
tos de Polanyi indicaban que realmente se estaban comportando. Mientras
tanto la teoría de Polanyi había sido arrojada al cesto de las ideas chifladas
de forma tan autoritaria que no se redescubrió hasta la década de 1950.
¿Puede decirse que la idea de prematuridad sea un concepto histórico
útil? En primer lugar, ¿es la prematuridad la única explicación posible de
la falta de apreciación contemporánea de un descubrimiento? Evidente-
mente no. Por ejemplo, mi crítico microbiológico sugería que fue la per-
sonalidad «tranquila, modesta y no discutidora» de Avery la causa de que
su contribución no fuera reconocida. Además, en un ensayo sobre la his-
toria de la investigación del ADN Chargaff sostiene la idea de que la mo-
destia personal y la aversión a autoanunciarse explica la falta de aprecia-
ción científica contemporánea. Atribuye el retraso de setenta y cinco años
entre el descubrimiento del ADN por Miescher y la apreciación general de
su importancia a que Miescher era «uno de aquellos hombres tranquilos»
que vivió «cuando las gigantescas máquinas publicitarias, que hoy acom-
pañan incluso al más pequeño movimiento en el tablero de ajedrez de la
naturaleza con enormes fanfarrias, no existían aún». Claro está, el lapso de
35 años en la apreciación del descubrimiento de Mendel se atribuye a me-
nudo a que Mendel era un modesto monje que vivía en un monasterio mo-
ravo apartado del mundo. Por lo tanto, la noción de prematuridad supone
una alternativa a la invocación a la falta de publicidad —en mi opinión,
inapropiada para los ejemplos aquí mencionados— como explicación del
retraso en la apreciación.
Más importante, ¿el concepto de prematuridad se refiere solamente a
los juicios retrospectivos hechos con la sabiduría que proporciona el mirar
atrás? No, creo que puede usarse también para juzgar el presente. Algunos
descubrimientos recientes son aún prematuros en este momento. Un ejem-
plo de prematuridad actual es lo que se alega como hallazgo de que la in-
formación sobre la experiencia que recibe un animal puede ser almacenada
en los ácidos nucleicos u otras macromoléculas.
Hace unos diez años empezaron a aparecer publicaciones de fisiólogos
experimentales que aparentaban mostrar que el engrama o rastro de la me-
moria, de un trabajo aprendido por un animal puede ser transferido a otro

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

animal no entrenado inyectando o alimentando a este último con un ex-


tracto hecho de los tejidos del primero. En esa época, la lección central de
la Genética molecular —que los ácidos nucleicos y las proteínas son mo-
léculas que contienen información— acababa de obtener una amplia difu-
sión, y la fácil equiparación de la información nerviosa a la información
genética pronto dio lugar a la proposición de que las macromoléculas —
ADN, ARN o proteínas—almacenan memoria. Como suele suceder, ha
sido difícil repetir los experimentos en los que se basa la teoría macromo-
lecular de la memoria, y los resultados que se afirmaba que se habían ob-
tenido de ellos no deben ser ciertos en absoluto. No es menos significativo
que pocos neurofisiólogos no se hayan siquiera molestado en probar esos
experimentos, incluso sabiendo que la posibilidad de transferencia quí-
mica de la memoria constituiría un hecho de capital importancia. La falta
de interés de los neurofisiólogos en la teoría macromolecular de la memo-
ria puede ser explicada si se reconoce que la teoría, ya sea cierta o falsa,
es claramente prematura. No hay una cadena de inferencias razonables me-
diante la cual nuestra actual visión de la organización funcional del cerebro
pueda reconciliarse con la posibilidad de que la información nerviosa
pueda adquirirse, almacenarse y expresarse mediante la codificación de
dicha información en moléculas de ácido nucleico o proteína. En conse-
cuencia, para la comunidad de neurofisiólogos no hay ninguna razón para
dedicar el tiempo a realizar experimentos cuyos resultados, incluso si fue-
ran ciertos tal como se alega, no podrían ser conectados con el conoci-
miento canónico.
El concepto de prematuridad actual puede ser aplicado también al difí-
cil sujeto de la E.S.P. o percepción extrasensorial. En el verano de 1948
tuve ocasión de presenciar una acalorada discusión en Cold Spring Harbor
entre dos futuros mandarines de la Biología molecular, Salvador Luria, de
la Universidad de Indiana, y R. E. Roberts, de la Institución Carnegie, en
Washington. Roberts estaba entonces interesado en la E.S.P., y opinaba
que no había sido considerada con justicia por la comunidad científica. Tal
como recuerdo, él creía que podrían diseñarse experimentos con rayos mo-
leculares que podrían proporcionar datos más definitivos sobre la posibi-
lidad de que existieran desviaciones del azar inducidas mentalmente que
los obtenidos por los procedimientos de adivinación de cartas de J. B.
Rhine, tan discutidos entonces. Luria declaró que no sólo no estaba intere-
sado en los experimentos propuestos por Roberts, sino que, en su opinión,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

era indigno de cualquiera que afirmase ser científico el discutir siquiera


sobre semejante basura. ¿Cómo pudo una persona inteligente como Ro-
berts tomar en consideración la posibilidad de existencia de fenómenos
totalmente irreconciliables con las leyes físicas más elementales? Además,
un fenómeno que se manifiesta solamente en sujetos especialmente dota-
dos, tal como afirman los «parapsicólogos» que ocurre con la E.S.P., está
fuera del propósito de la ciencia, que debe tratar de los fenómenos accesi-
bles a cualquier observador. Roberts respondió que era la actitud intole-
rante de Luria hacia lo desconocido lo indigno de un verdadero científico.
El hecho de que no todos tengan percepción extrasensorial sólo significa
que es un fenómeno evasivo, similar al genio musical. Y no debemos ce-
rrar los ojos ante un fenómeno sólo porque no pueda reconciliarse con lo
que hoy conocemos. Al contrario, el deber de un científico es tratar de
diseñar experimentos que prueben su certeza o falsedad.
Me pareció entonces que tanto Luria como Roberts tenían razón, y en
los años que han pasado desde entonces he pensado a menudo en este
desacuerdo, incapaz de resolverlo dentro de mi propia mente. Finalmente,
hace seis años leí una crítica de un libro de E.S.P. por mi colega de Berke-
ley, C. West Churcham, y empecé a ver el camino hacia la solución. Chur-
cham afirmaba que hay tres diferentes enfoques científicos posibles de la
percepción extrasensorial. El primero de ellos es que la verdad o falsedad
de la E.S.P., como la verdad o falsedad de la existencia de Dios o de la
inmortalidad del alma, es totalmente independiente de cualquiera de los
métodos o de los hallazgos de la ciencia empírica. Por lo tanto el problema
de la E.S.P. se define como que no existe. Me imagino que ésta era más o
menos la postura de Luria.
El segundo enfoque de Churcham es el volver a formular el fenómeno
de la E.S.P. en términos científicos comúnmente aceptados, tales como
percepción inconsciente o fraude consciente. Así, en lugar de definir la
E.S.P. como que no existe, se trivializa. El segundo enfoque probable-
mente habría sido aceptable para Luria también, pero no para Roberts.
El tercer enfoque es tomar literalmente la proposición de la E.S.P. y
tratar de examinar con toda seriedad la evidencia a favor de su validez.
Esta era más o menos la postura de Roberts. Sin embargo, como indica
Churcham, no es probable que este enfoque dé resultados satisfactorios.
Los parapsicólogos pueden mantener con cierta justicia que la existencia
de la E.S.P. ha sido ya probada hasta el colmo, ya que ninguna serie de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

hipótesis en Psicología ha recibido el grado de examen crítico que se ha


dado a los experimentos de E.S.P. Además, se han aceptado muchos otros
fenómenos con mucha menos evidencia estadística que la que se ofrece a
favor de la E.S.P. La razón por la que Churcham se inclina hacia la inuti-
lidad de un enfoque que examine estrictamente la evidencia de la E.S.P. es
que, en ausencia de una hipótesis de cómo podría funcionar la E.S.P., no
es posible decidir hasta qué punto una serie de observaciones pueden ser
explicadas sólo por E.S.P. con la exclusión de explicaciones alternativas.
Después de leer la crítica de Churcham me di cuenta de que Roberts
no habría conseguido nada al realizar sus experimentos de E.S.P., no por-
que no fueran «ciencia», tal como afirmaba Luria, sino porque cualquier
evidencia positiva que hubiera encontrado a favor de la E.S.P. habría sido,
y aún seguiría siendo, prematura. Es decir, hasta que sea posible conectar
la E.S.P. con el conocimiento canónico de, por ejemplo, la radiación elec-
tromagnética y la neurofisiología, no podrá ser apreciada en su valor nin-
guna demostración de su existencia.
La falta de apreciación de los descubrimientos prematuros, ¿es mera-
mente atribuible a la insuficiencia intelectual o al conservadurismo innato
de los científicos que, si fueran un poco más perceptivos, o más abiertos,
reconocerían inmediatamente cualquier proposición científica bien docu-
mentada? Polanyi no es de esa opinión. Reflexionando s>obre el cruel des-
tino de su teoría, medio siglo después de lanzarla, declaró: «Este fallo del
método científico no podría haber sido evitado... Debe haber en todo mo-
mento una visión científica predominantemente aceptada sobre la natura-
leza de las cosas, a cuya luz la investigación sea llevada a cabo conjunta-
mente por los miembros de la comunidad científica. Debe prevalecer una
fuerte sospecha de que cualquier evidencia en contra de esa visión general
es inválida. Dicha evidencia debe ser desestimada, incluso si no puede ex-
plicarse, con la esperanza de que con el tiempo llegue a ser falsa o irrele-
vante».
Esta es una visión del modo de operar de la ciencia muy distinta de la
que comúnmente se tiene, en la que la aceptación de la autoridad se ve
como algo que debe evitarse a toda costa. Se considera al buen científico
como un hombre sin prejuicios, con una mente abierta, y dispuesto a abra-
zar cualquier nueva idea que apoyen los hechos. Sin embargo, la historia
de la ciencia muestra que los que la practican no parecen actuar de acuerdo
con esta idea popular.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Como se dijo en el capítulo precedente, Chargaff escribió una de las


muchas críticas de La doble hélice, el relato autobiográfico de Watson so-
bre su descubrimiento, junto con Crick, de la estructura del ADN. En su
crítica Chargaff opina que Timón de Atenas no hubiera podido ser escrito
y Les Demoiselles d’Avignon no hubiera podido ser pintado si Shakespeare
y Picasso no hubieran existido. Pero, ¿de cuántos descubrimientos cientí-
ficos puede decirse lo mismo? Se puede decir que, con muy pocas excep-
ciones, no es el hombre el que hace la ciencia, sino la ciencia la que hace
al hombre. Lo que A hace hoy, seguramente B, C o D hubieran podido
hacerlo mañana».
Al leer este pasaje, me sorprendió encontrar a un eminente científico
abrazando el historicismo (la teoría capitaneada por Hegel y Marx que sos-
tiene que la historia está determinada por fuerzas inmutables en lugar de
estarlo por la actividad humana) como explicación de la evolución de la
ciencia mientras que al mismo tiempo cree en la visión libertaria de la His-
toria para la evolución del arte. Como puede deducirse de mis comentarios
sobre la crítica de Chargaff en el capítulo precedente, sospeché de entrada
que Chargaff había hecho su afirmación solamente para rebajar la impor-
tancia del descubrimiento de Watson y Crick, ya que me costó trabajo creer
que alguien pudiera mantener tales ideas contradictorias, y a mi modo de
ver, obviamente falsas, sobre los dos dominios más importantes de la crea-
tividad humana. Pero entonces empecé a preguntar a mis amigos científi-
cos y a mis colegas si acaso también ellos pensaban que había una diferen-
cia cualitativa importante entre las realizaciones del arte y de la ciencia, a
saber, que las primeras son únicas y las últimas inevitables. Para mi sor-
presa, encontré que la mayor parte de ellos parecían estar de acuerdo con
Chargaff. Si, dijeron, es cierto que no hubiéramos tenido Timón de Atenas
ni Les Demoiselles d’Avignon si Shakespeare y Picasso no hubieran exis-
tido, pero aunque no hubieran existido Watson y Crick, tendríamos la do-
ble hélice de ADN. Por lo tanto, contrariamente a mi primera impresión,
no parece tan obvio que esta proposición tenga tan poca validez filosófica
o histórica. Así pues, trataré ahora de mostrar que no hay unas diferencias
tan profundas entre las artes y las ciencias en cuanto a lo único de sus
creaciones.
Antes de discutir la proposición de que lo único sólo se da en el arte,
es necesario hacer una afirmación explícita sobre el significado de «arte»
y de «ciencia». Como indiqué en el capítulo 2, la visión tradicional de las

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

artes y las ciencias es que ambas son actividades que se ocupan de descu-
brir y comunicar verdades sobre el mundo. El dominio al que el artista se
dirige es el mundo interno y subjetivo de las emociones. Por lo tanto, las
realizaciones artísticas pertenecen fundamentalmente a relaciones entre
sucesos privados de significado afectivo. El terreno del científico, por el
contrario, es el mundo externo y objetivo de los fenómenos físicos. Por
tanto, las realizaciones científicas pertenecen principalmente a relaciones
entre sucesos públicos. Así pues, la transmisión de información y la per-
cepción de significado en esa información constituyen el contenido central
tanto de las artes como de las ciencias. Un acto creativo, tanto por parte de
un artista como de un científico, llevará consigo la formulación de una
nueva afirmación con significado sobre el mundo, una adición al capital
acumulado de lo que se ha llamado a veces «nuestra herencia cultural».
Examinemos, por lo tanto, la proposición de que sólo Shakespeare hubiera
podido formular las estructuras semánticas representadas por Timón mien-
tras que otras personas diferentes de Watson y Crick hubieran podido ha-
cer la comunicación representada por su artículo «A structure for Deoxy-
ribonucleic Acid», publicado en Nature en la primavera de 1953.
En primer lugar, es evidente que la secuencia exacta de palabras que
publicaron Watson y Crick en Nature no habría sido escrita si los autores
no hubieran existido, del mismo modo que la secuencia de palabras exacta
de Timón no habría sido escrita sin Shakespeare, al menos no hasta que las
fabulosas máquinas mecanógrafas terminen su trabajo al azar en el Museo
Británico. Y por eso, ambas creaciones son únicas desde este punto de
vista. Sin embargo, no nos estamos refiriendo a la secuencia de palabras
exacta. Nos referimos al contenido. Entonces, admitimos que otras perso-
nas diferentes de Watson y Crick habrían descrito, con el tiempo, una es-
tructura molecular satisfactoria del ADN. Pero entonces, el personaje de
Timón y la historia de sus pruebas y tribulaciones no sólo podrían haber
sido escritos sin Shakespeare, sino que, de hecho, fueron escritos sin él.
Shakespeare, simplemente, volvió a trabajar sobre la historia de Timón que
había leído en la colección de cuentos clásicos de William Painter, The
Palace of Pleasure, publicado cuarenta años antes, y Painter, a su vez, ha-
bía usado como fuente a Plutarco y a Luciano. Pero entonces, no nos refe-
rimos realmente a la historia de Timón, lo que cuenta son las profundas
penetraciones en las emociones humanas que ofrece Shakespeare en su
obra. Nos muestra en ella cómo puede responder un hombre a las injurias

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de la vida, cómo puede cambiar de la benevolencia ardiente al odio apa-


sionado hacia su camarada. Sin embargo, ¿puede uno estar seguro de que
Timón sea único desde el punto de vista básico de la esencia artística del
trabajo? No. ¿Porque si Shakespeare no hubiera existido ningún otro dra-
maturgo nos hubiera ofrecido los mismos discernimientos? Otro drama-
turgo hubiera usado una historia enteramente diferente (como hizo el pro-
pio Shakespeare en su Rey Lear, con mucho más éxito) para tratar el
mismo tema y habría tenido éxito en su representación. La razón por la
que nadie parece haberlo hecho es que Shakespeare lo había hecho ya en
1607, del mismo modo que nadie descubrió la estructura del ADN después
de que Watson y Crick la descubrieran en 1953.

Así pues, nos vemos reducidos a afirmar finalmente que Timón es úni-
camente de Shakespeare porque ningún otro dramaturgo, aunque hubiera
podido ofrecernos más o menos los mismos pensamientos, no lo hubiera
hecho de forma tan exquisita como Shakespeare. Pero en este punto no
debemos subestimar a Watson y a Crick y dar por hecho que aquellos que
con el tiempo hubieran encontrado la estructura del ADN lo hubieran he-
cho exactamente de la misma manera y hubieran producido el mismo
efecto revolucionario en la Biología contemporánea. Sobre la base de mi
conocimiento de las personas que entonces estaban intentando descubrir
la estructura del ADN, creo que si Watson y Crick no hubieran existido,
los pensamientos que proporcionaron en un solo paquete habrían ido pro-
duciéndose mucho más gradualmente durante un periodo de muchos me-
ses o años. El Dr. B habría visto que el ADN es una hélice de doble banda
y el Dr. C habría reconocido posteriormente los puentes de hidrógeno entre
las bandas. El Dr. D más tarde, habría propuesto el enfrentamiento com-
plementario purina-pirimidina, y junto al Dr. E, en un artículo posterior,
propondría el apareamiento específico de los nucleótidos adenina-timina
y guanina-citosina. Finalmente, habríamos tenido que esperar a que el Dr.
G propusiera el mecanismo de replicación del ADN basado en la natura-
leza complementaria de las dos bandas. Mientras ocurría todo esto, los
doctores H, I, J, K y L habrían producido confusión en la solución al pu-
blicar estructuras y proposiciones incorrectas. Por lo tanto, estoy realmente
de acuerdo con el juicio de Peter Medawar en su crítica de La doble hélice
en cuanto a que lo grande del descubrimiento de Watson y Crick fue «su

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

acabado, su aspecto de finalidad». Como se indicó en el capítulo prece-


dente, Medawar pensaba que «si Watson y Crick hubiera buscado a tientas
una respuesta... Si la solución hubiera llegado como un mosaico en lugar
de un estallido de comprensión, aún entonces habría sido un gran episodio
en la historia de la Biología». Pero no habría sido el deslumbrante descu-
brimiento a la «gran manera romántica» que, de hecho fue.

Por qué razón tantos científicos, aparentemente, no se dan cuenta de


que puede decirse tanto del arte como de la ciencia que, mientras que «lo
que A hace hoy, B o C o D podrían, seguramente, hacerlo mañana», B o C
o D nunca podrían hacerlo igual que A, de la misma «gran manera román-
tica». Creo que se pueden proponer una serie de razones para explicar esta
extraña miopía. La primera de ellas es, simplemente, que la mayor parte
de los científicos no están familiarizados con los métodos de trabajo de los
artistas. Tienden a imaginarse el acto de creación artística en los términos
de Hollywood: Cornell Wilde en el papel del grandioso Frédéric Chopin
mirando amorosamente a Merle Oberon como su musa en el papel de la
señora George Sand y a continuación sentándose al pianoforte Pleyel para
componer sus «Preludios». Como saben bien los científicos, la ciencia se
hace de forma muy distinta: docenas de estereotipados y ambiciosos in-
vestigadores trabajan como esclavos en otros tantos idénticos laboratorios,
todos ellos tratando de hacer descubrimientos similares, usando más o me-
nos los mismos conocimientos y las mismas técnicas, unos tienen éxito y
otros no. Los artistas, por otra parte, tienden a concebir el acto de creación
científica en términos igualmente irreales: Paul Muni en el papel del gran-
dioso Louis Pasteur, el cual, mientras ardía la lámpara de petróleo a me-
dianoche en su laboratorio, tiene la inspiración de tomar algunas botellas
del estante, mezclar su contenido y así descubrir la vacuna contra la rabia.
Los artistas, a su vez, saben que el arte se hace de forma muy distinta:
docenas de estereotipados y ambiciosos escritores, pintores y composito-
res trabajan como esclavos en otros tantos estudios, todos ellos tratando de
producir trabajos similares, usando más o menos los mismos conocimien-
tos y las mismas técnicas, unos tienen éxito y otros no.
Una segunda razón es que la creencia en la inevitabilidad de los descu-
brimientos científicos parece derivarse de los cuentos, relatados tan a me-
nudo, de los famosos casos en la historia de la ciencia en los que un mismo

― 111 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

descubrimiento fue hecho independientemente dos o más veces por dife-


rentes personas. Por ejemplo, la invención independiente del cálculo por
Leibniz y New- ton, o el descubrimiento independiente del papel de la se-
lección natural en la evolución por Wallace y Darwin. Sin embargo, el
estudio de dichos «descubrimientos múltiples» realizado por Robert Mer-
ton en la Universidad de Columbia, muestra que, si se examinan detalla-
damente, en muy pocos casos, si es que hay alguno, son idénticos. La razón
por la que se dice que son múltiples es, simplemente, que a pesar de sus
diferencias puede reconocerse un solapamiento semántico entre ellos que
puede transformarse en un conjunto de ideas congruentes.
La tercera razón, en cierto modo más profunda, es que, mientras que el
carácter acumulativo de la creación científica en seguida resulta evidente
para cualquier científico, no ocurre lo mismo con el carácter igualmente
acumulativo de la creación artística. Por ejemplo, es obvio que ningún ge-
netista actual necesita, para su propio trabajo, leer los artículos originales
de Mendel, ya que han sido completamente sobrepasados por el trabajo de
este siglo. Los artículos de Mendel no contienen información útil que no
pueda obtenerse más fácilmente en cualquier libro de texto moderno o en
la literatura genética en general. Por el contrario, los escritores, composi-
tores o pintores modernos necesitan aún leer, escuchar u observar los tra-
bajos originales de Shakespeare, Bach o Leonardo, que, tal como se
piensa, no han sido sobrepagados en absoluto. A pesar de la aparente ver-
dad de esta proposición, debe decirse que el arte no es menos acumulativo
que la ciencia, ya que los artistas no trabajan en un mayor vacío de tradi-
ción que los científicos. Los artistas también construyen sobre el trabajo
de sus predecesores; empiezan con los estilos e ideas que han llegado a
ellos de sus profesores y posteriormente los mejoran, del mismo modo que
hacen los científicos. Por seguir con nuestro principal ejemplo, el Timón
de Shakespeare tiene sus raíces en los trabajos de Esquilo, Sófocles y Eu-
rípides. Fueron estos autores de la antigüedad griega quienes descubrieron
la tragedia como un vehículo para comunicar a los sentimientos los más
profundos discernimientos, y Shakespeare desarrolló finalmente ese des-
cubrimiento griego hasta las más altas cimas. En cierto modo, por tanto,
las obras de los dramaturgos griegos han sido sobrepasadas por las de Sha-
kespeare. ¿Por qué, entonces, las obras de Shakespeare no han sido sobre-
pasadas por el trabajo de dramaturgos posteriores?

― 112 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Aquí encontramos, finalmente, una diferencia importante entre las


creaciones del arte y de la ciencia, a saber, la factibilidad de paráfrasis. El
contenido semántico de un trabajo artístico —una obra de teatro, una can-
tata, o una pintura— depende, de manera crítica, de la forma exacta en que
está realizada; es decir, cuanto mejor sea un trabajo artístico, más probable
será que cualquier omisión o cambio del original deteriore su contenido.
En otras palabras, para parafrasear una gran obra de arte —por ejemplo,
para reescribir Timón— sin pérdida de calidad artística se requiere un ge-
nio igual al genio del creador original. Dicha paráfrasis afortunada consti-
tuiría, de hecho, una gran obra de arte por méritos propios. El contenido
semántico de un gran artículo científico, por otra parte, aunque su impacto
en el momento de su publicación pueda depender de manera crítica de la
forma exacta en la que se presenta, puede ser parafraseado posteriormente
sin una pérdida importante de contenido semántico, por científicos de in-
ferior calidad. Así, la simple afirmación: «El ADN es una hélice de dos
bandas complementarias» basta para comunicar la esencia del gran descu-
brimiento de Watson y Crick, mientras que «un hombre responde a las
injurias de la vida cambiando de la benevolencia ardiente al odio apasio-
nado hacia su camarada» es meramente una perogrullada y no una pará-
frasis de Timón. Hizo falta escribir el Rey Lear para parafrasear (y mejorar)
a Timón, y verdaderamente el primero sobrepasó al segundo en el reperto-
rio dramático de Shakespeare.
La cuarta, y posiblemente más profunda, razón para el aparente predo-
minio entre los científicos de la proposición de que las creaciones artísticas
son únicas y las creaciones científicas no, puede ser atribuida a una actitud
epistemológica contradictoria hacia los sucesos del mundo exterior y los
del mundo interior. El mundo exterior, que la ciencia trata de conocer, se
ve a menudo desde el punto de vista del materialismo, según el cual, los
sucesos y las relaciones entre ellos tienen una existencia independiente de
la mente humana. Por consiguiente, el mundo exterior y sus leyes científi-
cas simplemente están ahí, y el trabajo del científico es encontrarlas. Por
tanto, el hacer descubrimientos científicos es como coger fresas en un par-
que público: las fresas que A no encuentra hoy seguramente serán encon-
tradas mañana por B o C o D. Al mismo tiempo, muchos científicos ven el
mundo interior, que el arte trata de descubrir, desde el punto de vista del
idealismo, según el cual, los sucesos y las relaciones entre ellos no tienen
más realidad que su reflejo en el pensamiento humano. Por consiguiente,

― 113 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

no hay nada que encontrar en el mundo interior, y las creencias artísticas


no son más que castillos en el aire. En este caso, B o C o D posiblemente
no encuentren nunca lo que hoy encontró A, porque lo que encontró A
nunca había estado allí. No es del todo sorprendente, por supuesto, encon-
trar esta actitud epistemológica dividida hacia los dos mundos, ya que de
esas dos tradiciones antitéticas del pensamiento filosófico Occidental, el
materialismo es obviamente un enfoque inaceptable para el arte y el idea-
lismo un enfoque inaceptable para la ciencia.

En años recientes más o menos contemporáneos al crecimiento de la


Biología molecular, se encontró una solución al antiguo conflicto episte-
mológico del materialismo-idealismo con lo que ha llegado a conocerse
como estructuralismo. El estructuralismo surgió simultánea e indepen-
dientemente, y con diferentes apariencias en varios campos de estudio di-
ferentes, por ejemplo, en Psicología, Lingüística, Antropología y Biología.
Tanto el materialismo como el idealismo dan por hecho que toda la
información recibida por nuestros sentidos alcanza realmente nuestra
mente; el materialismo supone que gracias a esa información la realidad
se ve reflejada en la mente, mientras que el idealismo supone que gracias
a esta información la realidad se construye en la mente. El estructuralismo,
por otra parte, ha proporcionado la idea de que el conocimiento sobre el
mundo entra en la mente no en forma de datos en bruto sino en forma de
abstracciones ya elaboradas, es decir, en forma de estructuras. En el pro-
ceso preconsciente de convertir, paso a paso, los datos primarios de nuestra
experiencia en estructuras, necesariamente se pierde información, ya que
la creación de estructuras, o el reconocimiento de modelos, no es más que
la destrucción selectiva de información. Por consiguiente, como la mente
no puede tener acceso a la totalidad de los datos sobre el mundo, no puede
ni reflejar ni construir la realidad. En lugar de eso, para la mente, la reali-
dad es una serie de transformaciones estructurales de datos primarios to-
mados del mundo. Este proceso de transformación es jerárquico, en cuanto
a que se forman estructuras «más fuertes» a partir de estructuras «más dé-
biles» mediante la destrucción selectiva de información. Cualquier grupo
de datos primarios llega a tener significado sólo después de que una serie
de tales operaciones les haya transformado de tal forma que lleguen a ser
congruentes con una estructura más fuerte que preexista en la mente.
Como veremos en el capítulo 8, los estudios neurofísiológicos llevados a

― 114 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

cabo en estos últimos años sobre el proceso de la percepción visual en


mamíferos superiores, no sólo muestran directamente que el cerebro opera
realmente de acuerdo con los principios del estructuralismo, sino que ofre-
cen una ilustración de dichos principios fácilmente comprensible.
Finalmente, debemos considerar el interés de la Filosofía estructura-
lista en los problemas de la historia de la ciencia que se están discutiendo.
En lo que concierne a lo prematuro de un descubrimiento, el estructura-
lismo nos proporciona la comprensión de por qué un descubrimiento no
puede ser apreciado hasta que pueda ser conectado de forma lógica con el
conocimiento canónico contemporáneo. En el lenguaje del estructura-
lismo, el conocimiento canónico es, simplemente, la serie de «fuertes» es-
tructuras preexistentes que se han hecho congruentes a partir de datos cien-
tíficos primarios en el proceso de abstracción mental. Así, los datos que
no pueden transformarse en una estructura congruente con el conocimiento
canónico son una vía muerta; en el último análisis siguen sin tener signifi-
cado. Es decir, no tienen significado hasta que se muestre un camino que
los transforme en una estructura que sea congruente con el canon.
En lo que concierne a la calidad de único del descubrimiento, el estruc-
turalismo nos lleva a la idea de que cada acto creativo en las artes y en las
ciencias es tanto trivial como único. Por una parte es trivial en el sentido
de que hay una correspondencia innata en las operaciones transformadoras
que realizan los distintos individuos con los mismos datos primarios. En
lo referente a la ciencia, la Psicología cognoscitiva nos enseña que dife-
rentes individuos reconocen la misma «calidad de silla» en una silla por-
que todos ellos hacen congruentes un conjunto de impresiones sensoriales
del mundo exterior con el mismo Gestalt, o estructura mental. En lo refe-
rente al arte, la Psicología analítica nos enseña que hay un parecido en la
vida subconsciente de diferentes individuos porque un arquetipo humano
innato les hace producir las mismas transformaciones estructurales de los
sucesos del mundo interior. Y en lo referente, tanto al arte como a la cien-
cia, la lingüística estructuralista nos enseña que es posible la comunicación
entre diferentes individuos sólo porque una gramática humana innata les
permite transformar un determinado grupo de símbolos semánticos en la
misma estructura sintáctica. Por otra parte, todos los actos creativos son
únicos en el sentido de que no hay dos individuos exactamente iguales y
por lo tanto nunca realizan exactamente las mismas operaciones transfor-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

madoras a partir de una serie determinada de datos primarios. Aunque to-


dos los actos creativos, tanto en las artes como en las ciencias sean, por lo
tanto, a la vez triviales y únicos, algunos pueden ser, sin embargo, más
únicos que otros.

Posdata (1978). Para mi sorpresa, el musicólogo Leonard B. Meyer,


en cuyas ideas me basé tan extensamente para el tratamiento de las artes
en el capítulo 2, publicó una discusión altamente crítica sobre la segunda
parte de mi ensayo (Critical Inquiry, 1, 163-217, 1974). Meyer, como
Chargaff (y, debe notarse, también Crick [Nature, 248, 776-769, 1974J)
volvieron a encontrar autoevidente la proposición de que, mientras que no
hubiéramos podido tener Timón de Atenas si Shakespeare no hubiera exis-
tido, tendríamos la doble hélice de ADN incluso si Watson y Crick no hu-
bieran existido. De hecho, Meyer vio en mi rechazo de esta proposición
un intento de realizar (con la ayuda de C. P. Snow) una «boda de compro-
miso» entre las «llamadas dos Culturas». Según él, traté de forzar una
unión antinatural al afirmar que tanto las artes como las ciencias son acti-
vidades que se proponen descubrir y comunicar verdades sobre el mundo.
En lo que concierne a descubrir, Meyer sostiene que sólo los científicos
descubren verdades; pero no crean nada. ¿Por qué? Porque «podemos asu-
mir, evidentemente con una buena base, que aunque nuestras teorías que
explican la naturaleza puedan cambiar, los principios que gobiernan las
relaciones en el mundo natural son constantes con respecto al tiempo y al
lugar. «Los artistas, por el contrario, no descubren nada: crean sus obras,
las cuales no tienen existencia previa. Además, el concepto de «verdad»
no es aplicable al arte, porque no hay datos o experimentos imaginables
que puedan probar la validez de una obra de arte. Las grandes obras de arte
meramente «obtienen el asentimiento general. Como ocurre con las teorías
científicas comprobadas, parecen autoevidentes e incontrovertibles, llenas
de significado y necesarias, infalibles e iluminadoras. Hay, sin duda, una
aureola de “verdad” sobre ellas». La ciencia y el arte no pueden casarse
porque, según Meyer, las teorías científicas son proporcionales y las obras
de arte son presentacionales.

― 116 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

En una respuesta a Meyer (Critical Inquiry, 1, 683-694, 1975) apunté


que, desde el momento en que cualquier teoría científica es una abstrac-
ción, más que un mero reflejo del «mundo natural», es tanto una creación
como un descubrimiento: aquí, el acto creativo consiste en seleccionar un
subconjunto particularmente interesante de la infinitud de sucesos que el
«mundo natural» presenta continuamente ante nuestra consciencia y lla-
mar la atención sobre él. Segundo, en lo que concierne al concepto de
«verdad», observé que Meyer confundió el problema semántico de su sig-
nificado con el problema epistemológico de la validez de las proposiciones
científicas. Cuando se usa de forma coloquial, «verdad» se refiere a una
afirmación que una persona cree que es el caso, que está en armonía con
su imagen interna del mundo. Así, puede creer que una afirmación es
cierta, incluso faltándole los medios para una valoración objetiva. Obtener
el asentimiento general es una condición de verdad suficiente, que como
admite Meyer, es alcanzada por las grandes obras de arte. Final y triste-
mente, encontré que Meyer también confundió la diferencia esencial entre
un trabajo y su contenido semántico. Obviamente, una teoría científica (a
la que el concepto de verdad es aplicable) no es un «trabajo» de ciencia;
es el contenido de un trabajo tal como un tratado, un artículo, o una comu-
nicación. Y un tratado, un artículo y una comunicación científicas son pre-
cisamente tan «presentacionales» como una obra de arte. A la inversa, el
concepto de verdad no es aplicable a una obra de arte (por ejemplo, a una
representación del Timón), sino sólo a su contenido semántico. Sin em-
bargo, al comparar cómo es presentado el contenido de un trabajo en arte
y en ciencia, encontramos una diferencia esencial: el contenido de un tra-
bajo científico viene expresado explícitamente en términos lingüísticos,
mientras que el contenido de una obra de arte está implícito meramente en
su estructura. Esta diferencia presentacional puede tener enormes implica-
ciones, pero la proposición de que sólo son únicas las obras de arte y no
los trabajos de ciencia, no es una de ellas.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Jacques Monod. Retrato por Efiraim Racker, 1947. (Con permiso de Efraim
Racker.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

6. BIOLOGIA MOLECULAR Y METAFISICA (1971 Y 1973)

«Y ahora, el anuncio de Watson y Crick


sobre el ADN. Esta es para mí la prueba
real de la existencia de Dios.»
SALVADOR DALÍ, 1964

En La doble hélice Watson simplemente contó su propia historia, de-


jando al lector que sacase sus propias implicaciones cósmicas sobre los
científicos y su trabajo. Pero otros dos arquitectos principales del edificio
de la Genética molecular, Francis Crick y Jacques Monod, se dirigieron al
salón con ensayos que exponían explícitamente el profundo significado
filosófico que tenían los logros de la Genética molecular, no sólo para la
comprensión de los procesos vitales, sino también para la profundización
de la propia relación del Hombre con el Universo.
El ensayo de Crick, titulado Moléculas y hombres (Of Molecules and
Men, University of Washington Press, Seattle 1966), viene precedido por
la anterior cita de Dalí, pero ni el pintor surrealista ni Dios son menciona-
dos en todo el libro. ¿Por qué cita entonces Crick a Dalí? Aunque La doble
hélice empieza con la opinión del Honesto Jim: «No he visto nunca a Fran-
cis Crick comportarse con modestia», ni el propio Watson afirmaría que
Crick cree realmente que en 1953 ellos aportaron la prueba definitiva de
la existencia de Dios. No, Crick, evidentemente, opina que la afirmación
de Dalí tiene gracia, y aunque la intención de Dalí seguramente fuera seria,
Crick se está riendo de él al colocar a Dalí en el sitio de honor, bajo el
título de un trabajo antirreligioso.
Lejos de probar la existencia de Dios, así lo confía Crick, los logros de
la Genética molecular han hecho que las creencias religiosas sean aún más
superfluas y pasadas de lo que eran antes de que se encontrase la estructura
del ADN. Por ejemplo, el vitalismo, la doctrina del siglo XVIII que soste-
nía que el fenómeno de la vida sólo puede ser explicado por una misteriosa
«fuerza vital» y que Crick identifica con el cristianismo, y especialmente
con el catolicismo, ha sido, por fin, definitivamente destrozado. Moléculas
y hombres encaja perfectamente en la tradición filosófica del positivismo,
que valientemente elimina por carentes de sentido todos aquellos concep-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

tos como el de «alma», que no pueden ser el sujeto de explicaciones ope-


rativas con significado. En la línea de esta tradición, Crick se identifica a
sí mismo con la filosofía social y moral del cientifismo, al recomendar que
«la ciencia en general, y la selección natural en particular, deberían ser la
base sobre la que construir la nueva cultura».
Más adelante, en este y otros capítulos trataré de mostrar que Dalí real-
mente analizó la situación de una forma bastante correcta: el descubri-
miento de la estructura del ADN ha proporcionado una prueba de la exis-
tencia de Dios. A pesar de la negativa de los partidarios del positivismo,
el axioma metafísico de la ciencia occidental —que los fenómenos del
mundo son accesibles al análisis por la razón humana— tiene sus raíces
racionales en la creencia de que existe una Ley Natural creada por Dios. Y
por lo tanto, con su brillante contribución a la explicación de los procesos
de la vida en términos de la Física y la Química ordinarias, Watson y Crick
han hecho más difícil el abandonar la creencia en Dios.
El azar y la necesidad, de Monod (Knopt, Nueva York, 1971), cubre
en parte el mismo tema (es decir, el entierro del vitalismo por la Genética
molecular) y elimina la religión tan tajantemente como lo hace Moléculas
y hombres. Pero la visión filosófica de Monod es más amplia y sus argu-
mentos están más ampliamente desarrollados que los de Crick. Monod tra-
bajó en París, en el Instituto Pasteur, del que era director cuando murió, en
1976. Monod y su colega François Jacob desempeñaron un papel crucial
en la formulación de la red de teorías de la Genética molecular del periodo
dogmático, hasta el punto de que la comprensión final de la regulación de
la función de los genes se obtuvo en gran parte gracias a las ideas de estos
dos biólogos franceses. Monod era un hombre de mundo: metido en polí-
tica, líder de la resistencia francesa durante la guerra, músico consumado,
elegante escritor y, en sus últimos años, probablemente el científico más
conocido de Francia. Por lo tanto, era de esperar que una declaración de
las implicaciones filosóficas del trabajo de este hombre extraordinario fue-
ran de interés para un público más amplio que el formado por sus colegas
científicos. Y verdaderamente, el libro de Monod llegó a ser mucho más
ampliamente conocido que el de Crick. En Francia, El azar y la necesidad
alcanzó un éxito instantáneo, permaneciendo en la lista de best-sellers du-
rante muchas semanas, colocándose justamente por debajo de la traduc-
ción francesa de Love Story. Tuvo también un gran éxito en Alemania y

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

otros países continentales, pero algo menor en Gran Bretaña y en los Es-
tados Unidos, países en los que el público literato tiene menos implicacio-
nes afectivas con los dos objetivos del ataque de Monod: el judeo- cristia-
nismo y el marxismo.

Monod comienza lo que subtitula su «Ensayo sobre la Filosofía natural


de la Biología moderna» llamando la atención sobre tres propiedades ge-
nerales que caracterizan a los seres vivos y les distinguen del resto del
universo. La primera de ellas es la Teleología, que significa que los seres
vivos son objetos dotados de un propósito. La segunda propiedad general
es \a. Morfogénesis autónoma, que los seres vivos son máquinas que se
auto- construyen. Y la tercera propiedad general es la Invarianza repro-
ductiva, que significa que los seres vivos engendran seres vivos parecidos
a ellos. De estas tres propiedades generales, el análisis científico puede
penetrar más fácilmente en la segunda y tercera que en la primera. Por
pasmosa que pueda parecer a primera vista la existencia de objetos capaces
de autoconstruirse y autorreproducirse fielmente, ya no hay ninguna razón
para dudar de que pueda darse una explicación completa de esas faculta-
des. Verdaderamente, la Biología molecular ha llegado ya muy lejos en su
intento de proporcionar una explicación fisicoquímica completa de la au-
toconstrucción y la autorreproducción biológicas, y Monod dedica aproxi-
madamente un tercio de su ensayo a hacer un resumen de los estudios lle-
vados a cabo durante el último cuarto de siglo sobre las proteínas y los
ácidos nucleicos —o las enzimas y los genes y su relación vía código ge-
nético— que han mostrado cómo manejan las células el asunto de la vida.
Pero cuando intentamos tratar el propósito biológico tropezamos con un
problema porque, como indica Monod, la atribución de un propósito a
cualquier objeto natural implica una contradicción con lo que él llama el
Principio de Objetividad. Ya que «la piedra angular del método científico
es el postulado de que la naturaleza es objetiva. En otras palabras, la nega-
ción sistemática de que el conocimiento “verdadero” pueda ser obtenido
mediante la interpretación de fenómenos en términos de causas finales —
es decir, de “propósito”.» Así pues, aunque la existencia de un propósito
en la vida es a primera vista evidente, la objetividad científica nos obliga
a negarlo. «Esta contradicción en sí misma es, de hecho, el problema cen-
tral de la Biología.»

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

¿Cómo han tratado este problema los filósofos del pasado? Principal-
mente afirmando la existencia de algún principio general o cósmico que
dirige la creación y del que cualquier carácter o comportamiento finalista
no es más que una manifestación particular. Y Monod asigna dichos filó-
sofos a dos escuelas principales, la vitalista y la animista. La escuela vita-
lista, de la que «probablemente no ha habido un partidario más ilustre que
Henri Bergson», cree que el principio teleológico general, el élan vital,
pertenece sólo a la vida. Verdaderamente, es esta misteriosa fuerza vital la
que distingue a la materia viva de la no viva.
La escuela animista, por el contrario, proyecta sobre la Naturaleza, viva
y no viva «el conocimiento humano del funcionamiento intensamente te-
leológico de su propio sistema nervioso central. El animismo es, en otras
palabras, la hipótesis de que los fenómenos naturales pueden, y deben, ser
explicados de la misma manera, por las mismas “leyes”, que la actividad
subjetiva humana, consciente y finalista». La hipótesis animista debe ser
muy antigua y probablemente nació cuando el hombre empezó a formular
su primera filosofía de la Naturaleza. En aquellos días lejanos «el ani-
mismo estableció un convenio entre el hombre y la Naturaleza, una pro-
funda alianza fuera de la cual parece extenderse una soledad terrorífica».
Aunque generalmente se piensa que hoy en día el animismo sólo está
en conexión con las creencias de pueblos primitivos de Australia o del
Amazonas, dos populares filosofías europeas modernas sobre la Natura-
leza no son más que animistas. Una de ellas es la teoría evolutiva cristiana
de Teilhard de Chardin, que afirma la existencia de una «energía ascen-
dente» en el cosmos que conduce a cosas cada vez mayores. Monod está
«impresionado por la pobreza intelectual de esta filosofía», que «no mere-
cería la atención si no fuera por el sorprendente éxito que ha encontrado
incluso en círculos científicos». La otra filosofía animista es el materia-
lismo dialéctico de Marx y Engels, particularmente su versión «divulga-
dora», que ha estado guiando el pensamiento filosófico comunista durante
los últimos cincuenta años. El materialismo dialéctico asegura que el uni-
verso se encuentra en un estado de evolución perpetua porque el movi-
miento es inherente a la materia. Este movimiento encierra una dialéctica
de contradicciones y, como fuera de esas contradicciones surgen cosas
nuevas y mejores, la evolución conduce necesariamente al progreso. Mo-
nod opina que el materialismo dialéctico se encuentra en un estado de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

«bancarrota epistemológica», no sólo porque viola el principio de objeti-


vidad, sino también porque ha sido un claro estorbo, en lugar de una ayuda,
para el progreso de la ciencia.

¿Cómo se va a resolver el dilema del propósito en Biología? Monod


cree que «podemos asegurar hoy que una teoría universal, que podría tener
un completo éxito en otros dominios, no podría nunca abarcar el mundo
viviente, su estructura y su evolución, como fenómenos deducibles de sus
primeros principios». En lugar de buscar una teoría universal podemos ex-
plicar el propósito de la vida mediante el azar. Es decir, el mundo vivo no
contiene una clase predecible de objetos o de sucesos, sino que éstos cons-
tituyen una ocurrencia particular, verdaderamente compatible con los pri-
meros principios pero no deducible de esos principios, y por lo tanto, esen-
cialmente impredecible. Esta es una píldora muy difícil de tragar, ya que
«nos gustaría creer que somos necesarios, inevitables, ordenados desde
toda la eternidad. Todas las religiones, casi todas las filosofías, e incluso
una parte de la ciencia dan testimonio de los infatigables y heroicos es-
fuerzos de la humanidad para negar desesperadamente su propia contin-
gencia.»
Pero, ¿cómo puede surgir el propósito a partir del azar? Charles Darwin
proporcionó la respuesta: por medio de un proceso evolutivo en el que ni
la «fuerza vital» ni la «energía ascendente» ni la «materia en movimiento»,
sino la selección natural operando sobre las variaciones producidas por el
azar crea estructuras con un propósito. ¿Qué hay de nuevo en eso? Segu-
ramente todo el mundo, incluidos Bergson, Teilhard, Marx y Engels, co-
nocen la teoría de Darwin, ya que fue propuesta hace más de cien años. Lo
que es nuevo, según Monod, es que los recientes descubrimientos de la
Biología molecular han resuelto, al fin, una contradicción lógica escondida
en la teoría darwiniana: que a pesar de que los organismos engendran otros
iguales a ellos, puedan producir también algunos variantes que, si son fa-
vorecidos por la selección natural, de nuevo engendran organismos iguales
a ellos, dando lugar a una nueva línea de descendientes variantes. Sabemos
ahora que los organismos llevan su información hereditaria almacenada en
moléculas de ADN y que la invarianza reproductiva no es más que una
consecuencia de la capacidad del ADN para autorreplicarse fielmente, y
de la capacidad para el autoensamblaje de los otros constituyentes celula-
res cuya síntesis está presidida por las moléculas de ADN. Las variantes

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

hereditarias o mutantes, deben su aparición a las ocasionales imperfeccio-


nes que se producen por azar en el proceso de replicación del ADN. «Y
por lo tanto puede decirse que esta fuente de perturbaciones fortuitas, de
“ruido”, que en un sistema no vivo (es decir, no replicativo) llevaría poco
a poco a la desintegración de toda la estructura, es la progenitora de la
evolución en el mundo viviente, y explica su libertad de creación sin res-
tricciones, gracias a la estructura replicativa del ADN: ese registro del
azar, ese conservatorio silencioso en el que se conserva el ruido junto con
la música».
Después de discutir las fronteras actuales del conocimiento en la Bio-
logía evolutiva, particularmente el misterio del origen de la propia vida,
del sistema nervioso superior, y de esos peculiares atributos humanos
como el lenguaje desde el punto de vista del darwinismo molecular, Mo-
nod finalmente indica las implicaciones filosóficas que tiene la solución
del problema del propósito biológico para la actual condición humana. No
se refiere al espectro de la manipulación deliberada del capital hereditario
humano a nivel molecular, o «ingeniería genética», sobre cuya posibilidad
Monod declara que es «una ilusión divulgada por unas pocas mentes su-
perficiales». No, él se refiere al alma moderna que percibe que está en
peligro. Ahora, ese hombre se encuentra a sí mismo solamente como el
resultado de una serie de errores al azar en la historia replicativa de las
moléculas de ADN, ha sido disuelto el convenio animista existente desde
milenios entre el hombre y la Naturaleza, que «revelaba el significado del
hombre al asignarle un sitio necesario dentro del esquema de la Natura-
leza» y que, por lo tanto, satisfacía su deseo innato de una completa expli-
cación del cosmos, y lo que ha reemplazado a ese convenio —la adhesión
al objetivismo, o creencia de que «el conocimiento objetivo es la única
fuente auténtica de verdad»— no deja, en el lugar que ocupaba ese pre-
cioso puente entre el hombre y la Naturaleza, «nada más que una necesidad
ansiosa en un aterrador universo de soledad».
Por eso, nuestra primera ocupación debe ser preparar una amplia revi-
sión objetiva de nuestras premisas éticas, porque los valores que el hombre
ha estado, y aún está, observando están basados en el viejo convenio ani-
mista. Así, «para su base moral, las sociedades “liberales” de Occidente
aún enseñan —o doran la píldora a— una repugnante mezcla de religiosi-
dad judeo- cristiana, progresismo científico, creencia en los derechos “na-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

turales” del hombre y pragmatismo utilitario». ¿Cómo haremos para reali-


zar esa revisión? No mediante la adopción de «una vez por todas, de la
posición de que la verdad objetiva y la teoría de los valores constituyen
dominios mutuamente impenetrables y eternamente separados». Monod
cree que esa posición es «absolutamente errónea», a pesar de que haya sido
«adoptada por un gran número de pensadores modernos entre los que hay
escritores, filósofos e incluso científicos», y a pesar de su propia opinión
de que «el conocimiento en sí mismo excluye todo juicio de valor... mien-
tras que la ética no objetiva en esencia, es excluida para siempre de la es-
fera del conocimiento». Aunque el principio de objetividad «prohíbe cual-
quier confusión de los juicios de valor con los juicios que llegan a través
de conocimiento, esas dos categorías se unen inevitablemente en la forma
de actuar, incluido el discurrir». Lo que se necesita ahora, por lo tanto, es
el discurrir o actuar auténticos, que combinan la verdad objetiva y los va-
lores y de este modo consiguen mantener la distinción entre estas dos ca-
tegorías. Esto debe compararse con el «discurrir no auténtico en el que las
dos categorías están mezcladas y que sólo conduce al más pernicioso ab-
surdo». Al dominar el arte de discurrir auténtico se da uno cuenta de que
la adhesión al principio de objetividad «constituye una elección ética y no
un juicio llegado del conocimiento», es decir, es una expresión de lo que
llama Monod la ética del conocimiento.

¿Cuál es la diferencia entre la nueva ética del conocimiento y la vieja


ética del animismo? La ética animista afirma que se deriva de leyes inma-
nentes que le son impuestas al hombre, mientras que es el hombre en su
terrible soledad el que prescribe la ética del conocimiento para sí mismo.
¿Y podríamos conocer algunos ejemplos concretos del cambio de va-
lores conseguido al adherirse a la ética del conocimiento abandonando el
pragmatismo judeo-cristiano-cientifista, o el materialismo dialéctico mar-
xista? Monod no proporciona ningún ejemplo, posiblemente por la buena
razón de que la ética del conocimiento parece dejarle a uno el derecho de
creer en lo que los animistas han estado creyendo todo el tiempo. Los ju-
deo-cristianos pueden encontrar consuelo en la creencia de que «la ética
del conocimiento reconoce que las más elevadas cualidades humanas
como el valor, el altruismo, la generosidad y la ambición creativa tienen
un origen sociobiológico y afirma su valor transcendente en el servicio del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ideal que define». Y los marxistas podrían encontrar alivio en la conclu-


sión de que el socialismo, esa gran idea del siglo XIX que «para los jóve-
nes de espíritu... sigue viva con dolorosa intensidad», puede por fin cons-
truirse bajo la ética del conocimiento, después de las traiciones que ha su-
frido y de los crímenes cometidos en su nombre. Ya que en su párrafo
final, Monod declara que el socialismo «es la conclusión a la que conduce
necesariamente la búsqueda de la autenticidad. El viejo convenio está he-
cho añicos: el hombre sabe al fin que está solo en la insensible inmensidad
del universo del que surgió por puro azar. No están escritos en ningún sitio
ni su destino ni su deber. El reino o las tinieblas: es él quien debe elegir».

Creo que éste es un libro importante, principalmente porque estoy de


acuerdo con lo que Monod dice en su prefacio que es su única excusa para
escribirlo: «el deber que, con más fuerza que nunca, tienen los científicos
de considerar su disciplina dentro del conjunto de la cultura moderna, para
enriquecerla, no sólo con nuevos descubrimientos técnicos, sino también
con las ideas que surjan de su área de trabajo que puedan considerarse
humanamente significativas. La propia ingenuidad de una visión joven de
las cosas (y la ciencia tiene ojos jóvenes) a veces puede iluminar los viejos
problemas con una nueva luz».
Pero debido a la importancia de esta afirmación filosófica por una de
las mayores figuras de nuestro tiempo, ésta debe estar sujeta al análisis
crítico como, sin duda (de acuerdo con las ideas que expone), el propio
Monod hubiera sido el primero en desearlo. Desgraciadamente, me parece
difícil hacer este análisis de la última, y para Monod posiblemente la más
importante parte de su ensayo: la promulgación de su «ética del conoci-
miento». Ya que mi impresión sobre este intento de proporcionar una base
«objetiva» para los valores éticos es más o menos la que expresa Monod
acerca del trabajo de Henri Bergson, y es que está escrita con «un estilo
comprometido y una dialéctica metafórica desprovista de lógica aunque
no de poesía». Tal como lo entiendo, la ética del conocimiento me parece
que, si no es auténtico cientifismo, es una especie de criptocientifismo so-
lapado. En cualquier caso, tanto los filósofos católicos como los marxistas
en Francia ya han respondido a la afrenta de ver sus creencias e ideas en-
viadas, sin más, al cubo de la basura, y han hecho vigorosos contraataques
poéticos a la ética del conocimiento de Monod. Y el relato de Monod sobre

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la explicación a nivel molecular de la autoorganización y la autorreplica-


ción de la vida no necesita análisis crítico. Nadie que esté familiarizado
con los escritos científicos de Monod se sorprenderá de saber que en este
libro ha proporcionado, a una audiencia general, un excelente resumen del
campo científico en cuyo desarrollo participo de forma tan decisiva. Ver-
daderamente, ha dado una visión desde nuevas e interesantes perspectivas
de fenómenos aparentemente tan prosaicos como la reacción enzimática y
la estructura de las proteínas.
Pero cuando se refiere a lo que considero que es el centro filosófico de
su ensayo, la objetividad y el final del animismo, hace falta un conoci-
miento crítico y va a ser hecho a continuación. Como Monod, yo también
creo que un viejo convenio entre el hombre y la Naturaleza se está disol-
viendo en nuestros días, y que esa disolución señala un paso importante en
la evolución del intelecto. Sin embargo, creo que Monod no ha descrito
correctamente, ni las implicaciones de ese convenio para la ciencia, ni lo
que va a reemplazar a dicho convenio. Desgraciadamente, Monod no de-
fine explícitamente muchos de sus conceptos clave ―de «ciencia», «obje-
tividad», «soledad», o «conocimiento verdadero»— lo que es problemá-
tico porque la evidencia interna sugiere que da significados no convencio-
nales a algunos de esos términos. Por ejemplo, la única definición que da
de su significado de «ciencia» aparece en el prefacio de su ensayo, en el
que declara su creencia de que «la intención última del total de la ciencia
es, verdaderamente, el clarificar la relación entre el hombre y el universo».
Sin embargo, en el lenguaje filosófico ordinario, esa intención es el pro-
pósito de la Metafísica, una rama del conocimiento que Monod obvia-
mente cree que está en conflicto con el principio de objetividad, y, por
tanto, al contrario que la ciencia, es poco útil.
Así pues, empecemos nuestro análisis con el animismo, que Monod
define como la hipótesis de que los fenómenos naturales pueden y deben
ser explicados por las mismas leyes que la actividad humana consciente y
finalista. (He aquí otro ejemplo del uso por Monod de términos filosóficos
no convencionales, ya que «animismo» se entiende que designa una hipó-
tesis más específica, la creencia de que todos los objetos naturales tienen
un alma, o ánima). Ciertamente, la más básica de las leyes proyectadas por
el hombre hacia la naturaleza es la causalidad, la creencia de que los su-
cesos que observa en el mundo exterior se parecen a sus propios actos

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

conscientes en cuanto a que están conectados como causa y efecto, en lu-


gar de ocurrir por azar. Y como la creencia en la causalidad, o en el orden
en los sucesos, es el fundamento en el que se basaron casi todos los inten-
tos humanos del pasado para analizar la Naturaleza, la ciencia, tal como
yo entiendo este término, lejos de ser incompatible con lo que entiende
Monod por animismo, es una de sus más importantes manifestaciones.
Verdaderamente, incluso las dimensiones más elementales con las que se
expresan los científicos para tratar de describir los propios sucesos que se
supone que relaciona la causalidad, tales como tiempo, espacio, masa y
temperatura, no son más que proyecciones, en la Naturaleza de la propia
fisiología y anatomía humanas.

¿Qué quiere decir Monod con «objetividad»? Si trata de implicar liber-


tad frente a cualquier proyección subjetiva en la naturaleza, entonces, el
postulado de que la naturaleza es objetiva no puede ser, como insiste Mo-
nod, la «piedra angular del método científico», y el principio de objetivi-
dad no puede ser «consustancial» a la ciencia. Sin embargo, esas dos afir-
maciones podrían ser ciertas si por «objetividad» se designa un concepto
más limitado como el negarse a establecer relaciones causa-efecto entre
sucesos que la observación no pueda en principio ni probar ni refutar, tales
como el propósito. Este era más o menos el principio de objetividad que
los filósofos del positivismo sostenían como consustancial a la ciencia.
Como Monod, los positivistas desdeñaban la Metafísica, pero al contrario
que él opinaban que los problemas tales como la relación entre el hombre
y el universo eran un puro absurdo.
Pero si Monod entiende la objetividad según su significado positivista,
entonces una gran parte de su ensayo, la explicación del origen del propó-
sito biológico en el azar y no en la necesidad, no pasa el test de objetividad.
En primer lugar, Monod no parece haberse dado cuenta de que el principio
de la selección natural de Darwin, en el que pone tanta confianza, no es
una proposición científica objetiva. La esencia de la teoría de la selección
es el concepto de valor adaptativo: cuanto mayor es el valor adaptativo de
un organismo, mayor es su reproducción en comparación con otros orga-
nismos de su entorno. Como el criterio de valor adaptativo es la reproduc-
ción no puede concebirse ninguna observación o experimento que nos
lleve a la conclusión de que la evolución no haya tenido lugar por un pro-
ceso en el que los organismos con mayor valor adaptativo se reproduzcan

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de forma más prolífica —del mismo modo que no es posible, como indica
Monod, «imaginar un experimento que pueda probar la no existencia de
un propósito en la Naturaleza». Esta crítica no trata de sugerir que el prin-
cipio de selección natural sea falso: al contrario, es lógico pero no «obje-
tivamente» cierto.
Una controversia que actualmente agita a los estudiosos de la evolu-
ción ilustra la falta de objetividad de la idea de selección natural. Hace dos
o tres años, probablemente después de que
Monod completara su manuscrito original, algunos biólogos dedujeron
de los análisis comparativos de la estructura molecular detallada de proteí-
nas particulares de organismos vivos actuales como la levadura, los gusa-
nos, insectos, peces, anfibios, aves y el hombre, que la selección natural
no podía haber desempeñado el papel tan importante atribuido por Darwin.
Estos evolucionistas moleculares no darwinianos afirman que la mayor
parte de las mutaciones genéticas responsables de las diferencias actuales
en la estructura de las proteínas de los distintos seres vivos eran cambios
neutrales. En otras palabras, en contradicción con el punto central del ar-
gumento de Monod de que esos cambios moleculares explican la génesis
de estructuras con un propósito, la mayor parte de las mutaciones que se
han producido en la Historia no afectarían en absoluto la función de las
proteínas. Esta afirmación de los no darwinianos está siendo impetuosa-
mente denegada por los verdaderos creyentes darwinianos, quienes insis-
ten en que no puede haber sido neutral ninguna mutación que haya sobre-
vivido a los rigores de la selección evolutiva. En esta disputa, los no dar-
winianos están luchando en una batalla perdida de antemano, ya que por
definición, lo que prueba el superior valor adaptativo de las mutaciones
históricas es el hecho de que estén actualmente en los organismos moder-
nos que se han reproducido de forma más prolífica que aquellas antiguas
criaturas menos afortunadas que han caído en la cuneta de la evolución.
Además de su confianza en la selección natural, la argumentación de
Monod a favor del azar, en lugar de la necesidad, como origen del propó-
sito biológico, contiene una segunda proposición no objetiva. Esta es la
afirmación de que las innovaciones biológicas de las que se alimenta la
evolución surgen por azar. Aquí Monod parece haber pasado por alto el
hecho de que el origen del azar es parte del propio concepto de innovación.
La innovación sería excluida automáticamente de un universo preordenado
como «el mundo de Laplace en el que el azar se excluye por definición».

― 129 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Es decir, como en un mundo totalmente determinista todo el futuro está


inmanente en sus condiciones iniciales, nada podría surgir que fuera real-
mente nuevo. Así pues, el problema filosófico que se discute no es que la
innovación surja por azar o no, sino hasta qué punto es posible la innova-
ción, un problema metafísico (cuya respuesta afirmativa Monod, por su-
puesto, da por hecho) que no puede ser resuelto mediante ningún principio
de objetividad.
Desde el punto de vista de la selección natural, la adhesión al convenio
animista contribuyó al valor adaptativo del hombre, ya que al hacer posible
la ciencia permitió que el hombre dominase la naturaleza. En nuestro
tiempo, el convenio finalmente se ha roto, y creo que no es por lo que
declara Monod de que después de tantos miles de años la gente ha empe-
zado a comprender que «el conocimiento objetivo es la única fuente au-
téntica de verdad», sino porque la ciencia ha mostrado, finalmente, que en
la naturaleza no hay «verdad». Ni fuera de ella, como dijo Gertrude Stein
hablando de Oakland, California, allí no es allí.
La subversión científica contra el convenio empezó a ser un asunto se-
rio a principios de este siglo, cuando la evolución de la Física llegó a un
punto en el que los problemas que tenían que ver tanto con los pequeñísi-
mos sucesos subatómicos como con los inmensos sucesos cósmicos pu-
dieron estudiarse usando escalas de tiempo, espacio y masa millones de
veces menores o mayores que las escalas en las que originalmente el hom-
bre proyectó esas dimensiones básicas en la naturaleza. Se encontró enton-
ces por primera vez que no podía darse una adecuada descripción de los
fenómenos situados en una escala muy pequeña o muy grande con el len-
guaje ordinario y que debían cambiarse los significados originales, com-
pletamente intuitivos, de tiempo, espacio y masa por conceptos formales
que van en contra del sentido común. Poco tiempo después resultó tam-
bién, que incluso la noción de causa y efecto no era útil para explicar su-
cesos a nivel subatómico.
La ciencia, a pesar de ganar muchas más perspectivas al abandonar
ideas tales como que la masa se conserva, el espacio es recto, que el tiempo
es absoluto, y que los sucesos están relacionados, tuvo que pagar un precio
muy alto por esa infracción del sentido común. El propio Albert Einstein,
una de las figuras clave de ese desarrollo, quería mantener a toda costa la
causa y el efecto —siendo reacio a admitir que, como cita Monod, «Dios
juega a los dados». Esta actitud en el que fue, seguramente, una de las

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

mejores inteligencias de nuestro tiempo, muestra que en el fondo de nues-


tro animista corazón consideramos la verdad de la causa y d efecto como
autoevidente. O, como indicada Niels Bohr, quien durante muchos años
trató de convencer a Einstein de que Dios juega a los dados, la desnatura-
lización de los conceptos de sentido común, tales como atribuir a la luz las
propiedades tanto de partículas como de ondas, es un procedimiento irra-
cional aunque sea científicamente útil.
El convenio está llegando al final de su camino porque la naturaleza en
sus aspectos más profundos se está haciendo incompatible con el pensa-
miento racional, esa característica capital del sistema nervioso humano se-
leccionada por la evolución por lo que aporta al valor evolutivo el tratar
con fenómenos situados en escalas de dimensiones existenciales corres-
pondientes a la experiencia humana directa.
Creo que este desarrollo —la disolución del convenio— presagia el
final de la ciencia, ya que es de poca utilidad el continuar empujando cada
vez más lejos los límites de nuestro conocimiento si los resultados tienen
cada vez menos significado para la psique humana. En lugar de continuar
esforzándose en analizar la naturaleza por los viejos métodos científico-
racionales, está ganando terreno un nuevo enfoque para desentrañar la na-
turaleza, francamente irracional y típicamente oriental. Monod escribe:
«Es difícil de comprender... porque la idea de que la naturaleza es objetiva
no surgió nunca en algunas de las civilizaciones más sublimes, como la
china, que tuvo que aprenderlo de Occidente.» Para dejarlo bien sentado,
los chinos conocían todo lo relativo al principio de objetividad cuando,
hace milenios, alcanzaron el más alto grado de civilización, tanto cultural
como tecnológico, que se haya podido ver en la faz de la tierra. Ya en
tiempos helénicos, el chino contemporáneo de Platón, Mo Tzu, presentó
una argumentación elaborada a favor de un enfoque objetivo y empírico
de los fenómenos naturales. Pero una vez que los chinos alcanzaron su
pináculo, encontraron (y por primera vez en la Historia podrían volver a
encontrar) que el principio de objetividad era deficiente. Mientras se asen-
taban las Edades Oscuras en Occidente, China abandonó el Moísmo de Mo
Tzu y se volvió hacia el Taoísmo de Lao Tzu, una especie de animismo al
revés que proyecta la naturaleza en el hombre, en lugar de proyectar al
hombre en la naturaleza. Este giro cambió la antigua búsqueda del hombre
del dominio sobre la Naturaleza en armonía con la Naturaleza. Tras este

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

profundo cambio de actitud, la ciencia china se estancó, mientras que des-


pués de su salida de la edad oscura, los judeo-cristianos de Occidente au-
naron esfuerzos para mejorar su condición mediante el dominio de la Na-
turaleza. Finalmente, los bárbaros occidentales tomaron China y le ense-
ñaron no tanto el principio de objetividad como el concepto —que pronto
estará en bancarrota— del materialismo dialéctico.
Ahora parece que le toca al Occidente aprender la Filosofía natural
taoísta de Oriente. En Occidente, el viejo convenio permanecerá intacto
mientras la explicación de la relación del hombre con el universo no haga
más que cambiar del cuento del Génesis a la fábula de la evolución darwi-
niana. No, la disolución del convenio sólo se producirá en el día en que el
intento de descubrir la vida se base en los sesenta y cuatro elementos del I
Ching, el Libro de los Cambios chino, en lugar de los sesenta y cuatro
elementos del código genético, y cuando la noción de ley y orden desapa-
rezca, no de nuestras calles, sino del conjunto del universo.

Posdata (1978). No mucho después de la publicación original de este


ensayo, Jacques Monod presentó una visión retrospectiva de El azar y la
necesidad ante la Sociedad Médica de la Organización Mundial de la Sa-
lud (el texto fue publicado póstumamente en 1977 en el W.H.O. Journal
Prospective et Santé). Aunque Monod no mencionó específicamente mi
ensayo, no puedo dudar de que, de hecho, estaba contestando a mi crítica.
¿O fue sólo una coincidencia el que al principio de sus reflexiones expre-
sara su sorpresa de que en Francia este libro se colocara como best-seller
justamente debajo de Love Story, y que también se vendió bien en Alema-
nia, y que no le sorprendía su éxito limitado en países anglosajones? Mo-
nod suponía que El azar y la necesidad tuvo tanto éxito porque a lo largo
del libro trataba de «enfocar el problema existencial, por supuesto, no en
términos científicos —ya que, al ser un problema metafísico, o más exac-
tamente, un problema moral, no puede enfocarse así— sino en términos
que no son incompatibles con una actitud científica». Así pues, el término
«metafísico», que, al estilo de los filósofos positivistas, había sido utili-
zado por Monod sólo como epíteto derogatorio, más tarde se convirtió en
un término descriptivo de la intención central de su proyecto. Y, retros-
pectivamente, reconoció también que su principio de objetividad era «un

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

postulado metafísico necesario». En cuanto a cómo puede justificarse el


que ese postulado sea la base de la ciencia. Monod encontró que ese pro-
blema era «demasiado técnico» para mencionarlo en su discurso, pero
creía que el criterio de falsifiabilidad de Karl Popper serviría para probar
la posición científica en el conocimiento. En lo que concierne al signifi-
cado de «objetivo», Monod admitió que había existido una gran confusión
sobre el sentido en el que había usado ese término en su libro. Para aclarar
esa confusión, Monod declaró que no era su intención el usarlo en su sig-
nificado ordinario, o antónimo de «subjetivo», ya que «todo el mundo sabe
que un científico, como sujeto, no es objetivo». Lo que quería decir es que
el conocimiento es «objetivo» dado que rechaza las interpretaciones de los
fenómenos en términos de causas finales. Consideró que esta definición,
basada meramente en la ausencia de una característica particular, era «muy
precisa, puramente lógica, puramente epistemológica». Finalmente, en lo
que concierne a su «ética del conocimiento», Monod confesó que se había
equivocado al usar un término que probablemente no era tan bueno, ya que
la relación entre el conocimiento y la ética es realmente lo contrario de lo
que implica dicho término. Al quedar el conocimiento objetivo como lo
único verdadero, según Monod, en una ética de rechazo de las causas fi-
nales debería usarse el término más adecuado de «conocimiento de la
ética». Así pues, lejos de proporcionar realmente una base para la cons-
trucción de un sistema ético «objetivo», su solución al «problema existen-
cial» se convirtió en el desarrollo de un sistema de valores autoconsistente
que no está en flagrante contradicción con el rechazo de las causas finales.
Evidentemente, en 1973 Monod se apartó significativamente del estridente
cientifismo inicial de El azar y la necesidad.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Contraste en las tradiciones morales. Izquierda: Valores fundamentales


«cristianos» (Moisés, por Rembrandt). Derecha: Armonía «pagana» (Mi-
roku Bosatsu [Maitreya]. Estatua de madera de alcanfor del período Asuka
[552-6451 en el monasterio Chugu-ji, Nara, Japón.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

7. EL DILEMA DE LA CIENCIA Y LA MORAL (1974)

Desde el siglo xvi, cuando Francis Bacon lanzó la idea, entonces


nueva, de que la ciencia proporciona la esperanza de un mundo mejor, ha
habido conflictos entre la ciencia y la moral. Pero desde el mismo mo-
mento en que empezó la ciencia moderna y con el caso de su fundador,
Galileo, estos conflictos se resolvieron siempre, a la larga, a favor de la
ciencia. Hacia el final del siglo XIX, pareció completo, a todas luces, el
triunfo de la ciencia sobre la moral tradicional y en particular sobre la re-
ligiosa. Sin embargo, no sólo quedan aún algunos conflictos problemáticos
entre la ciencia y la moral, sino que, en Occidente, está perdiendo terreno
rápidamente la credibilidad del credo baconiano sobre la salvación por me-
dio de la ciencia. Este crecimiento actual de las actitudes anticientíficas es
tan serio como sorprendente porque, lejos de reflejar las ideas de ignoran-
tes agitadores del pueblo o de fanáticos religiosos, está ocurriendo entre
los jóvenes intelectuales de la nueva izquierda. Es decir, ha infectado las
mentes del mismo grupo que normalmente debería proporcionar los reclu-
tas de la siguiente generación de científicos. Alarmada por este desarrollo,
la vieja guardia ha estado defendiendo el credo baconiano mediante ser-
mones ende- rezadores. Pero estos sermones tienen muy poco efecto; su
lenguaje de razón indignada no llega a los oídos de los jóvenes infieles y
no hace más que aumentar el coraje de los auténticos creyentes.
Gran parte del ataque a la ciencia por la nueva izquierda, así como su
defensa por la vieja guardia, se ocupa del llamado nial uso de la ciencia en
la guerra y en la paz, con el asesinato y la mutilación de ciudadanos inde-
fensos, con el control y la explotación de pueblos oprimidos y con el ago-
tamiento y la contaminación de la Tierra por los frutos tecnológicos de la
investigación moderna. La vieja guardia, por supuesto, deplora ese mal uso
tanto como la nueva izquierda. Pero para los primeros es una postura equi-
vocada el censurar la ciencia solamente por nuestros problemas, ignorando
su contribución a nuestro bienestar. El modo de evitar esos malos usos, así
proclaman generalmente los sermones, no es parar de hacer ciencia, sino
aplicarles el remedio político y científico. De cualquier modo, ¿cómo se-
remos capaces de solucionar el hambre en el mundo y de curar el cáncer
si abandonamos la ciencia ahora?

― 135 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

En mi opinión, estas discusiones raramente consideran una causa más


profunda del abandono contemporáneo del credo baconiano, que es, desde
el punto de vista filosófico, más problemático que el mal uso de la ciencia,
incluso si éste no tiene remedio, por lo menos en principio. Me refiero a
las dificultades morales que han surgido de algunas aplicaciones de la
ciencia que, lejos de suponer la muerte o la esclavización de la gente o la
destrucción de la naturaleza, intentan aumentar el bienestar humano y que,
no obstante, tienen implicaciones siniestras. Es a esta última categoría a la
que pertenecen algunas de las aplicaciones, en realización o en proyecto
de la Biología humana. A pesar de su franca intención filantrópica, esas
aplicaciones parecen monstruosas y evocan los espectros de los doctores
Strangelove y Frankenstein. La tesis que trataré de desarrollar en este en-
sayo es que el dilema moral que origina la ciencia benévola (en contrapo-
sición a sus aplicaciones malévolas) no es que la ciencia entre a veces en
conflicto con la ética, sino que el crecimiento de los adelantos científicos
y el poder que se ha desarrollado a partir de ellos han puesto en evidencia
que el conjunto de la Metafísica y la Moral tradicionales de Occidente, que
en un principio engendraron la ciencia, es incoherente.

Según Isaiah Berlin, el carácter contradictorio de la tradición moral de


Occidente fue descubierto, o al menos plenamente expuesto, por Maquia-
velo un siglo antes de que Galileo abriera la puerta de la ciencia moderna.
Berlin expresa la opinión de que Maquiavelo es uno de los más grandes
enigmas de la literatura occidental. Desde hace por lo menos cuatro siglos,
ha habido un debate sobre lo que intentaba comunicar Maquiavelo en El
Príncipe y en los Discursos, a pesar del hecho de ser un lúcido escritor.
¿Cómo es posible que, a pesar de que el texto de Maquiavelo está perfec-
tamente claro, la gente continúe discutiendo sobre lo que se supone que
significa? Además, los escritos de Maquiavelo le han hecho merecedor de
un odio ecuménico y eterno por parte de los hombres que representan el
espectro completo del pensamiento religioso, filosófico y político. ¿Cómo
es posible que su publicación de algunos consejos a un príncipe del Rena-
cimiento haya conseguido ofender a católicos y protestantes, autócratas y
demócratas y a reaccionarios y revolucionarios a través de los siglos? La
respuesta de Berlín a estas preguntas es que Maquiavelo publicó un pen-
samiento tan perturbador que no podría ser aceptado por ningún ideólogo
que tuviera un proyecto ni por ningún hombre que tuviera un sueño, esto

― 136 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

es, que el conjunto de nuestros deseos es incoherente. Así, el reino de Dios


no puede ser realizado en la Tierra, no por las flaquezas e imperfecciones
del hombre, sino porque ese reino está pensado para satisfacer fines mu-
tuamente incompatibles. El Papa, Martín Lutero, Federico el Grande, Karl
Marx y Bertrand Russell deben diferir en su visión del reino de Dios y/o
en cómo construirlo, pero todos ellos comparten esencialmente el mismo
sistema ético y la ferviente creencia de que dicha sociedad ideal puede
existir. No hay duda de que el mensaje subversivo de Maquiavelo sobre la
imposibilidad de que exista tal sociedad le ha hecho aparecer como el mis-
mísimo diablo encarnado.
La contradicción sobre la que llama la atención Maquiavelo no es,
como incorrectamente ha sido alegado por los comentaristas de El Prín-
cipe y los Discursos, entre la moralidad y la política, sino entre dos siste-
mas éticos incompatibles que forman parte de la herencia cultural de Oc-
cidente. Uno de esos sistemas, al que Berlín llama «cristiano», considera
que la moralidad está basada en «unos valores fundamentales que se per-
siguen por su propia esencia —valores cuyo sólo reconocimiento nos per-
mite hablar de crímenes o de moralidad para justificar y condenar cual-
quier cosa». El otro sistema ético que Berlín llama «pagano», deriva su
autoridad del hecho de que el hombre es un animal social que vive en co-
munidades. En el sistema pagano no hay valores fundamentales, sólo está
el fin común, y por lo tanto, aquí los juicios morales son relativos y no
absolutos. O, dicho más simplemente, los dos proyectos mutuamente in-
compatibles sobre el reino de Dios, son, por una parte, libertad y justicia
para el individuo, y por otra parte, ley y orden para el cuerpo social. De
este pensamiento de Maquiavelo se deduce, según Berlín, «que la creencia
de que, en principio, pueda descubrirse una solución correcta y objetiva-
mente válida a la cuestión de cómo debería vivir el hombre, por principio,
no es válida».
¿Pero en qué se basa la creencia en una serie de sistemas éticos objeti-
vamente válidos? En la doctrina que con una u otra versión ha dominado
el pensamiento occidental desde que Platón afirmara que «existe un prin-
cipio único que no sólo regula el curso del Sol y las estrellas, sino que
determina el comportamiento de todas las criaturas animadas». En esta
doctrina ocupa una posición central la idea de Dios, o de su equivalente
ateo, la razón eterna, «cuyo poder ha dotado de funciones específicas a
todas las cosas y todas las criaturas; esas funciones son elementos de un

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

todo armonioso y son inteligibles sólo en sus términos... Este unificador


comportamiento monista es el centro del racionalismo tradicional, reli-
gioso y ateo, metafísico y científico, transcendental y naturalista, que ha
sido característico de la civilización occidental. Esta piedra, sobre la que
se han fundado las creencias y las esperanzas occidentales, es la que Ma-
quiavelo parece, en efecto, haber hecho añicos.»

Para ilustrar las contradicciones éticas sobre las que llamó la atención,
Maquiavelo proporcionó algunos ejemplos concretos de la política, el go-
bierno y la guerra en la antigüedad clásica y en la Italia del Renacimiento.
En este ensayo, presento algunos ejemplos de la ciencia moderna con ob-
jeto de intentar mostrar que el descubrimiento de Maquiavelo también
puede iluminar su problemático y equívoco papel moral.
El primer ejemplo que consideraremos trata de la enseñanza de la evo-
lución en los colegios públicos, que evidentemente ha avanzado mucho
desde los días del juicio Scopes Monkey, en Tennessee, hace medio siglo.
En 1972, la Comisión para Planes de Estudio del Consejo de Educación,
del Estado de California, desestimó la demanda de algunos grupos cristia-
nos fundamenta- listas de que en los libros de texto aprobados oficialmente
el relato bíblico de la Creación debía presentarse con el mismo rango que
la visión darwiniana a la hora de explicar el origen de la vida y de las
especies. Aunque gran parte de la argumentación ante la comisión trató de
la cuestión de si la teoría de la evolución es meramente una especulación
sin pruebas, como alegaban los fundamentalistas, o una proposición cien-
tífica sólidamente documentada, como afirmaban los biólogos, el punto
más difícil de la discusión fue la libertad religiosa. Ya que los fundamen-
talistas sostenían que un niño cristiano en un colegio mantenido con los
impuestos tiene tanto derecho a ser protegido de los dogmas del ateísmo
como lo tiene un niño ateo a ser protegido de las oraciones. Así, podría
deducirse que la enseñanza en clase del darwinismo como la única expli-
cación de la biocosmología es una infracción contra la libertad religiosa
que tienen los padres cristianos para educar a sus hijos en la fe de su elec-
ción.
Este argumento parece completamente justificado, sea o no cierto, tal
como afirman a favor del darwinismo algunos clérigos liberales y apolo-
gistas, que se puede ser un buen cristiano sin tomar literalmente el relato
bíblico del Génesis. Después de todo, la fe fundamentalista consiste en

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

tomar la Biblia al pie de la letra. Pero la inferencia que sigue al admitir la


justicia de la afirmación fundamentalista no es que los textos de Biología
debieran dar al Génesis el mismo rango que la evolución. En lugar de eso,
debe concluirse que, en una sociedad heterogénea, ningún sistema de en-
señanza pública puede operar de forma eficaz sin que sus planes de estudio
produzcan prejuicios en las mentes de los pupilos contra las creencias que
sostienen algunos de los ciudadanos. En otras palabras, en este caso el ob-
jetivo ético cristiano de libertad y derechos individuales debe dejar el paso
al objetivo pagano de montar una sociedad pedagógicamente eficaz.
Proporcionan un segundo ejemplo las recientes críticas radicales que
se han dirigido contra el confinamiento de personas en' contra de su vo-
luntad en hospitales mentales y, verdaderamente, contra el propio con-
cepto de enfermedad. Por ejemplo, Thomas S. Szasz ha argumentado que
las enfermedades mentales no son trastornos genuinos y que la Psiquiatría
no es una especialidad médica digna de confianza. Uno de los argumentos
principales de Szasz a favor de esta proposición (el otro será considerado
más tarde) es que un paciente sólo puede ser una persona que asume vo-
luntariamente este papel, y un médico sólo puede ser una persona que da
un tratamiento con el consentimiento de su paciente. Como según Szasz,
el tratamiento psiquiátrico es en su mayoría involuntario (abierta o encu-
biertamente), las personas dementes no están realmente enfermas y los psi-
quiatras no son realmente médicos. Por tanto, la práctica de la Psiquiatría
debe ser desautorizada ya que «en una sociedad libre, el hecho de que una
persona tenga una enfermedad, o de que pueda atribuírsele una enferme-
dad —no importa si esa enfermedad es corporal o mental, literal o meta-
fórica— no puede, de ningún modo, justificar el que se le imponga un tra-
tamiento médico contra su voluntad». Verdaderamente, «uno de nuestros
derechos más preciosos... es el derecho a estar enfermo —es decir, el de-
recho a rechazar el tratamiento, el derecho a morir sin ser molestado por
intervenciones que nos sean impuestas por el Estado actuando a través de
sus organizaciones médicas (o psiquiátricas)».
El argumento de Szasz, como el de los fundamentalistas, parece com-
pletamente justificado: el tratamiento no admitido, como la no admitida
exposición unilateral del darwinismo, es incompatible con una sociedad
libre. Pero, también en este caso la conclusión que se deduce no es que
debería desautorizarse la práctica de la Psiquiatría, sino que la sociedad
libre de Szasz no es una proposición factible. El propio Szasz parece que

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

se da cuenta de esto, ya que él requeriría el consentimiento previo sólo


para el tratamiento de los «adultos conscientes», permitiendo así que la
Pediatría, en la que la mayor parte de los tratamientos se dan sin el con-
sentimiento del paciente, permanezca en el campo de la Medicina legítima.
Evidentemente, Szasz quiere decir que en el caso de los niños, la facultad
de consentimiento está inmadura y que, por lo tanto, otros deben decidir
por ellos si desean tratamiento médico. Pero una vez que se admita tácita-
mente este punto, es totalmente irrazonable asegurar que no pueda haber
personas anormales cuya edad cronológica y estado fisiológico les sitúe en
la clase de «adultos conscientes» pero cuya facultad de consentimiento,
por una u otra razón, no haya alcanzado la madurez. Dichas personas,
como los niños, están sujetas a tratamiento no deseado simplemente por-
que la sociedad cuida de la salud de aquellos de sus miembros que son
incapaces de cuidar de sí mismos. Quizá Szasz tenga razón al decir que el
derecho a estar enfermo y a morir sin ser molestado es uno de nuestros
más preciosos derechos, pero con todo lo precioso que sea, no es posible
el libre ejercicio de ese derecho en una sociedad funcional. Además, Szasz
probablemente tenga razón al pensar que la práctica psiquiátrica sea in-
compatible, no sólo con una sociedad libre, sino con una sociedad justa.
Porque, mientras que personas declaradas mentalmente enfermas pueden
ser sometidas a tratamiento psiquiátrico no deseado por ellas sin haber he-
cho ningún mal, esas mismas personas podrían escapar también al proceso
normal de la justicia criminal si hubieran cometido un gran crimen. En
otras palabras, vemos una vez más que los fines éticos fundamentales de
libertad y justicia están en conflicto con el propósito social práctico del fin
común.

El sistema ético cristiano, no es el único fundado sobre la piedra que


Maquiavelo hizo añicos. Ya que la doctrina monista de un universo orde-
nado creado por Dios y que se rige por la ley natural que la razón puede
descubrir es, asimismo, la base metafísica sobre la que se funda la ciencia
occidental. Es una versión del «viejo convenio» de Monod entre el hombre
y la Naturaleza. Por lo tanto, como fue reconocido por Dalí; aunque no así
por Crick, un científico occidental es un hombre que cree en Dios, ya que
sin esta creencia sería inútil el tratar de descubrir sus leyes. Una demostra-
ción de la necesidad de la creencia en Dios —que sin duda la mayoría de
los científicos contemporáneos negarían, por supuesto— surgió cuando

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Einstein afirmó su negativa a aceptar las implicaciones filosóficas del prin-


cipio de incertidumbre de la mecánica cuántica al decir «Dios no juega a
los dados». Aunque Einstein hablara, probablemente, medio en broma
cuando usó el nombre de Dios en esta analogía, el hecho es que habría
hecho falta un incómodo circunloquio (tal como «variables ocultas») para
expresar exactamente el mismo sentimiento sin referirse a Dios. Otra de-
mostración de esta necesidad fue proporcionada por el propio Crick en
Moléculas y hombres, cuando discutió los cálculos prohibitivamente lar-
gos que serían necesarios para deducir la conformación tridimensional de
las proteínas a partir de la secuencia de los aminoácidos que las componen.
Comentando el hecho de que a pesar de esos tediosos cálculos las proteínas
encuentran la conformación correcta, Crick escribió (probablemente me-
dio en broma como Einstein, pero, al contrario que Einstein, sustituyendo
a «Dios» por una «Naturaleza» personificada para no dar la impresión de
ser cristiano): «El ordenador de la Naturaleza —el propio sistema— tra-
baja con una velocidad fantástica. Conoce también las reglas de forma más
precisa que nosotros. Pero aún esperamos que, aunque no la ganemos en
su propio juego, por lo menos la comprenderemos.»
Ahora, aunque pueda dudarse razonablemente de que la ética absolu-
tista cristiana haya hecho más por la búsqueda de la buena vida que la ética
relativista pagana no hay duda de que la ciencia, engendrada por la propia
ética cristiana del universo regido por Dios, lo ha conseguido con un éxito
glorioso. Desde que Galileo le dio la salida, la ciencia moderna ha reco-
rrido un largo camino mostrando que la naturaleza es verdaderamente ac-
cesible a la razón y que, mediante el conocimiento adquirido, el hombre
puede conseguir un extenso dominio sobre los sucesos naturales. Así pues,
aunque la doctrina monista haya recibido poca confirmación de su aplica-
ción en el terreno ético, el excelente servicio que ha rendido a la ciencia
moderna parece apoyar su validez. Pero finalmente, en nuestros días, el
enorme progreso de la ciencia ha sacado a la luz el hecho de que la doctrina
del universo regido por la ley natural encierra también contradicciones
epistemológicas para la ciencia.
La contradicción epistemológica que ha salido a la luz con el creci-
miento de la Física moderna fue una de las mayores preocupaciones filo-
sóficas de Niels Bohr. El indicó que «como el propósito de la ciencia es
aumentar y ordenar nuestra experiencia, cada análisis de las condiciones

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

del conocimiento humano debe considerar el carácter y el alcance de nues-


tros medios de comunicación. Nuestra base de comunicación es, por su-
puesto, el lenguaje desarrollado para orientarse en nuestro medio y para la
organización de las comunidades humanas. Sin embargo, con el aumento
de experiencia, han surgido problemas como la suficiencia de los concep-
tos y las ideas que están incorporados en el lenguaje diario». Según eso,
los modelos que ofrece la ciencia moderna como explicaciones de la reali-
dad son representaciones figurativas construidas con esos conceptos vul-
gares. Esta forma de proceder fue eminentemente satisfactoria mientras se
trataba de explicaciones sobre fenómenos que eran comparables en mag-
nitud con los sucesos que forman nuestra experiencia de cada día (más o
menos unos pocos órdenes de magnitud). Pero esta situación empezó a
cambiar cuando, a principios de siglo, la Física había progresado hasta el
estado en el que pudieron estudiarse los problemas relacionados tanto con
los pequeñísimos sucesos subatómicos como con los inmensos sucesos
cósmicos, con escalas de tiempo, espacio y masa billones de veces meno-
res o mayores que los de nuestra experiencia directa. Ahora, según Bohr,
«surgieron dificultades para nuestra propia orientación en un campo de
experiencia lejano de aquél para cuya descripción estaban adaptados nues-
tros medios de expresión». Ya que resultó que la descripción de fenómenos
en este campo mediante el lenguaje normal de cada día conduce a contra-
dicciones o a figuras de la realidad mutuamente incompatibles. Para resol-
ver estas contradicciones, el tiempo, el espacio y la masa tuvieron que ser
desnaturalizados en conceptos generales cuyo significado no se parece en
nada al proporcionado por la intuición. Con el tiempo, resultó también que
la noción intuitiva de causa y efecto, noción básica para el concepto de ley
natural, no es útil para explicar sucesos a nivel atómico y subatómico.
Todo ese desarrollo fue la consecuencia del descubrimiento de que el uso
racional de los conceptos lingüísticos intuitivos para la comunicación de
experiencia, realmente encierra presuposiciones que hasta ahora eran des-
conocidas. Y son esas presuposiciones las que conducen a contradicciones
cuando se intenta comunicar sucesos fuera del dominio de la experiencia.
Ahora bien, aunque el campo de acción de la ciencia aumentó enorme-
mente al reconocer los fallos del lenguaje ordinario y al desnaturalizar el
significado intuitivo de algunos de sus conceptos básicos, la ciencia deberá
pagar por ello un precio muy alto. Ya que aunque se hizo posible el pro-

― 142 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

porcionar una explicación mucho más exhaustiva y unificada de la expe-


riencia, esa explicación se pareció cada vez menos al universo platónico
cuya aceptación metafísica inspiró toda la empresa de la ciencia moderna.
Hemos sido engañados, ya que si, de hecho, Dios juega a los dados, Él no
está haciendo su trabajo.

Así como el crecimiento de la Física moderna ha sido el responsable


de la aparición de las profundas contradicciones epistemológicas inheren-
tes a la doctrina del universo ordenado accesible a la razón, ha sido el cre-
cimiento de la Biología moderna lo que ha sacado a la luz las contradic-
ciones morales inherentes al correspondiente sistema ético. Para apreciar
la naturaleza de esas contradicciones morales, debemos considerar el con-
cepto que es, asimismo, central en la ética platónica de la que somos here-
deros: el alma, la creencia en el alma ha sido tan esencial para la moralidad
occidental como lo fue la creencia en la ley natural para la ciencia occi-
dental, siendo Dios, por supuesto, la fuente metafísica de ambas. La for-
mulación moderna del problema del alma se debe a Descartes. Descartes
dio los fundamentos filosóficos de la Fisiología (y en particular de la Neu-
rofisiología) al lanzar la fructífera idea de que los cuerpos, tanto humanos
como de animales, pueden ser considerados como máquinas. Pero como
los principios morales, obviamente, no son aplicados a las máquinas, sino
que se aplican a los humanos, los humanos deben ser algo más que autó-
matas con forma humana. Lo que hace que el hombre sea más que un au-
tómata es el alma, un agente que no es parte del cuerpo. Es de su alma
incorpórea de donde el hombre deriva tanto la libertad como la responsa-
bilidad de sus acciones, sin creer en ella no puede haber ética cristiana.
Para tratar de la intersección entre la moral y la Biología humana, no hay
nada hasta ahora que haya reemplazado el dualismo cartesiano cuerpo-
alma, a pesar de la monserga cientifista sobre los sistemas éticos «objeti-
vos» basados en argumentos tautológicos evolutivos. (Los pocos biólogos
contemporáneos que admitieran creer en el alma no harían más que probar
que muchos de ellos se parecen a Monsieur Jourdain de Moliere, quien no
se daba cuenta de que estaba hablando en prosa).
El ensayo de Szasz proporciona una ilustración del hecho de que el
dualismo cartesiano está muy vivo aún y sigue siendo la premisa metafí-
sica (no reconocida) de la ética médica. El segundo gran argumento de
Szasz en apoyo de la proposición de que las enfermedades mentales no son

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

trastornos genuinos, y de que los psiquiatras no son auténticos médicos, es


que la demencia no es atribuible a «ninguna anormalidad o mal funciona-
miento del cuerpo... Estrictamente hablando..., el trastorno y la enferme-
dad sólo pueden afectar al cuerpo. Por lo tanto, no pueden existir cosas
tales como enfermedades mentales. El término “enfermedad mental” es
una metáfora». A primera vista parece increíble que Szasz pueda afirmar
que los síntomas anormales en el comportamiento que pueden asociarse
con la demencia no se deriven del mal funcionamiento del cuerpo. ¿No
sabe él, un profesor de Psiquiatría de la Universidad del Estado de Nueva
York, que los complejos aspectos del comportamiento humano se generan
en un órgano del cuerpo llamado cerebro, que los avances en Neuroanato-
mía y Neurofisiología realizados durante el siglo pasado han proporcio-
nado grandes descubrimientos sobre cómo se las arregla el cerebro para
hacer su trabajo, y que ciertas anormalidades o fallos bien definidos en el
funcionamiento de ese órgano producen anomalías psicológicas? Me ima-
gino que Szasz conoce todo esto, pero opina que las implicaciones morales
de este conocimiento son simplemente, inaceptables. De hecho, Szasz hace
evidente la fuente filosófica de su rechazo moral de la práctica psiquiátrica
al acusar a Freud, al que considera (falsamente) responsable de crear la
metáfora «enfermedad mental», de tener «una estrategia sistemática para
rehacer y personalizar designaciones pseudomédicas, y para estigmatizar
y despersonalizar a las personas». Evidentemente, Szasz sostiene la doc-
trina platónica que informó a Descartes: que la persona «real», el agente
libre y responsable; no es el cuerpo sino el alma incorpórea. Y como el
alma es incorpórea, las anomalías en el comportamiento generalmente aso-
ciadas con la demencia no pueden ser enfermedades corporales y por lo
tanto están fuera del propósito de la medicina. Así pues, el tratar a los de-
mentes como si fueran enfermos es, según Szasz, el confundir la Medicina
con la moral: «por lo tanto, si y hasta donde se considere que esos “pacien-
tes mentales” ponen en peligro a la sociedad, la sociedad puede, y debe,
protegerse de la “enfermedad mental” del mismo modo que se protege de
la “salud mental” —es decir, mediante la ley criminal. Aunque en su po-
lémica Szasz parece ignorar por completo los descubrimientos que sobre
el cerebro humano han conseguido la Neurología y la Fisiología, ha visto
más claramente que muchos otros escritores el dilema básico. Y éste es
que la materialización biológica del alma, la disolución del dualismo car-
tesiano, es incompatible con el mantenimiento de la ética occidental.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Consideraremos ahora los conflictos éticos que rodean a dos aplicacio-


nes de la Genética humana. Uno de ellos es el asunto verdaderamente pro-
blemático, por lo menos para la sociedad americana actual, de la hereda-
bilidad de la inteligencia y en particular del problema de si existen dife-
rencias raciales significativas en el genotipo para la inteligencia. Por una
parte, parece razonable pensar que si hay una variación en la contribución
genética a la inteligencia entre individuos, o entre grupos raciales, enton-
ces, ese factor debería ser tomado en cuenta en la organización de la so-
ciedad. Pero, por otra parte, el mero reconocimiento de la existencia de
este factor, dejando a un lado el tomarlo en cuenta en la acción social,
parece un apoyo científico a la ideología racista, moralmente inadmisible.
Recientemente, ha aparecido una excelente exposición de este problema
por W. Bodmer y L. L. Cavalli-Sforza, quienes muestran que la heredabi-
lidad de la inteligencia, a diferencia de la percepción extrasensorial y la
telepatía, es una auténtica proposición científica. Primero, es posible obte-
ner una media significativa de la inteligencia por medio de los tests IQ, por
lo menos mientras el concepto de inteligencia se aplique a la capacidad de
tener éxito en la sociedad para cuyo marco contextual se hayan hecho los
tests. Segundo, existen, de hecho, diferencias significativas en IQ entre
individuos y entre subgrupos sociales y raciales. Tercero, es posible, al
menos en principio, llevar a cabo estudios con los que puede conocerse la
contribución relativa de factores genéticos y ambientales en las diferencias
en IQ observadas. Bodmer y Cavalli-Sforza encuentran que hay suficiente
evidencia en el momento actual para asegurar que dentro de un grupo so-
cioeconómicamente homogéneo, la herencia supone, de hecho, una con-
tribución significativa a las diferencias en IQ existentes. Sin embargo,
cuando comentan el valor medio de IQ considerablemente inferior de los
negros americanos, concluyen, no sólo que los datos disponibles son
inadecuados para asegurar hasta qué punto este hecho es atribuible princi-
palmente a diferencias hereditarias o a diferencias ambientales, sino que
«la cuestión de una posible base genética de las diferencias raciales en IQ
será imposible de contestar satisfactoriamente antes de que las diferencias
ambientales entre los blancos y los negros de los Estados Unidos se hayan
reducido sustancialmente...». Finalmente, «como, hasta ahora por lo me-
nos, no puede deducirse nada de los estudios sobre las diferencias raciales
en IQ, tanto en el campo científico como en el práctico, no vemos ninguna
razón particular para apoyar el uso de fondos públicos para su subvención.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Hay muchos más problemas biológicos útiles que pueden ser atacados por
los científicos».
En mi opinión, esta recomendación, que trivializa el problema cientí-
ficamente, trata de conseguir una salida fácil de un serio dilema. ¿Qué
ocurriría si, tal como Bodmer y Cavalli-Sforza admiten que podría ser
cierto, existe una contribución genética significativa responsable de las di-
ferencias en IQ encontradas entre blancos y negros? Ellos creen que «en
una auténtica sociedad democrática libre de prejuicios de raza, esto no im-
portaría nada». Pero si las razas realmente fueran hereditariamente dife-
rentes en inteligencia, entonces, el racismo no sería un «prejuicio», sino
una percepción verdadera del mundo y algo que una sociedad racional de-
bería tomar en cuenta. Por ejemplo, en ese caso, las diferencias en niveles
socioeconómicos entre blancos y negros no reflejarían en absoluto discri-
minación, sino meramente el resultado de una realidad biológica subya-
cente. Y por tanto, el intento de conseguir una sociedad multirracial igua-
litaria sería precisamente otro sueño utópico inalcanzable. Encontramos,
por lo tanto, otra contradicción maquiavélica entre los dos sistemas éticos
incompatibles de nuestra herencia cultural. La ética pagana del fin común,
a la que sirve la ciencia exigiría que se hicieran todos los esfuerzos posi-
bles para conocer si las distintas razas de una sociedad multirracial, de
hecho, difieren hereditariamente en su inteligencia. Pero la ética cristiana
de los valores fundamentales, que inspira a la ciencia, sostiene que el ra-
cismo es un mal absoluto porque es subversivo al concepto fundamental
de libertad y responsabilidad del alma humana. Por lo tanto, esta ética
mantiene una línea intransigente contra la investigación sobre la inteligen-
cia en las razas. Como no debe haber diferencias raciales en inteligencia
determinadas hereditariamente, la investigación que suponga la posibili-
dad de tales diferencias es, a priori, malvada.
El segundo problema ético en la aplicación de la genética humana que
voy a considerar, se refiere a la manipulación intencionada del genotipo
humano. En un reciente ensayo, evidentemente informado por el credo ba-
coniano del optimismo científico, Bernard D. Davis, proporciona una ex-
celente visión general de las posibilidades prácticas y las implicaciones
filosóficas de la Ingeniería genética humana. Primero, Davis opina que al-
gunos científicos de la nueva izquierda han dramatizado excesivamente la
amenaza que supone la posible aplicación del reciente desarrollo de la ge-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

nética molecular al genomio humano, principalmente con el fin de persua-


dir al público de la necesidad de un cambio radical en nuestro gobierno.
Pero esta exageración de los peligros inminentes en la investigación gené-
tica no parece que vaya a hacer la revolución, meramente «contribuirá a
una visión pública ya distorsionada... Verdaderamente, la hipérbole irres-
ponsable sobre las consecuencias genéticas ya ha influenciado el comienzo
de las investigaciones». Davis sostiene que, aunque existe algo de peligro
en posibles aplicaciones de la Genética no deseadas e incluso maléficas,
este peligro es muy pequeño comparado con los inmensos beneficios po-
tenciales. En cualquier caso, solamente una gama bastante limitada de ma-
nipulaciones genéticas tales como la reparación de defectos de un solo gen
y la predeterminación del sexo, son posibilidades realistas en el futuro pre-
decible. Sin embargo, Davis cree que la mayor parte de los proyectos fan-
tásticos para la modificación dirigida de caracteres poligénicos, particular-
mente de los que se ocupan de funciones psicológicas, «permanecerán de-
finitivamente en el campo de la ciencia ficción». Por lo tanto, hay pocas
razones para alarmarse ante los peligros inminentes de la Ingeniería gené-
tica.
Sin embargo, hay una clase de manipulación genética, que sale de las
páginas de ciencia ficción, que Davis cree que será pronto una realidad
práctica. Se trata de la reproducción asexual, o clonado, en los mamíferos,
que es probable que se consiga pronto mediante la introducción de núcleos
diploides de un único animal donante en otros tantos huevos sin núcleo.
De esos huevos crecerá un clon de individuos genéticamente idénticos, to-
dos ellos con el genotipo del donante: «hay un incentivo económico con-
siderable en el desarrollo de este procedimiento, ya que el hacer copias de
campeones de concurso de ganados podría incrementar sustancialmente la
producción de alimento... Y si el clonado de mamíferos llega a ser técni-
camente posible, su extensión al hombre será, indudablemente, muy ten-
tadora, en base a que el aumento de talentos comprobados obtenido por
este método enriquecería enormemente nuestra cultura, mientras que el
riesgo de perjuicio parece pequeño».
Un punto filosófico de interés es que el proyecto de poblar la Tierra
con clones de seres humanos genéticamente idénticos, de hecho, no es ten-
tador en absoluto. Si el tener a Kant, Beethoven, Bettina von Arnim, Eins-
tein, Picasso, Clark Gable y Marilyn Monroe viviendo en nuestro bloque
podría ser divertido, ¿por qué es una pesadilla la idea de tener cientos o

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

miles de sus réplicas en la ciudad? También Davis se siente receloso frente


al clonado humano; cree que los logros obtenidos por las copias de Tolstoi,
Churchill, Martin Luther King, Newton o Mozart (ya indiqué mi propia
lista de modelos de genotipos antes de ver la de Davis) no igualarían a los
de sus prototipos isogénicos. Davis opina, además, que es probable que el
clonado cree un peligro evolutivo, ya que la reducción en la diversidad
genética de la especie humana que resultaría de reemplazar la reproduc-
ción sexual por la asexual, afectaría adversamente su capacidad de respon-
der adaptativamente a cambios ambientales bruscos. Este argumento evo-
lutivo contra el clonado, aunque sea ampliamente aceptado por los biólo-
gos carece de rigor lógico. Ya que el propio dominio sobre la Naturaleza
que permitiera al hombre cambiar su sistema reproductivo de sexual a ase-
xual, presumiblemente, también le permitiría hacer una respuesta adapta-
tiva tecnológica (fenotípica) en lugar de hereditaria (genotípica) ante cual-
quier cambio ambiental hipotético.
No, la repulsa casi universal que provoca el proyecto de clonar seres
humanos difícilmente podría derivarse de las consideraciones prácticas del
tipo aducido por Davis. La idea de contemplar una horda de estereotipos
humanos repetidos es aborrecida incluso por la gente que no conoce el
tema y que, de hecho, carece de la sofisticación científica necesaria para
apreciar tales argumentos. La razón del horror es, en mi opinión, la creen-
cia de que el alma es única. Aunque el alma platónica sea incorpórea, se
supone que encaja con el cuerpo; por lo tanto, es difícil concebir el que
almas únicas habiten en miles de cuerpos idénticos. En otras palabras, los
seres humanos clonados no serían auténticas personas, sino autómatas car-
tesianos con forma humana.
Puede mostrarse fácilmente que nuestra percepción de la calidad de
único es, de hecho, un elemento importante al considerar un ser vivo como
enteramente humano. Por ejemplo, la tendencia a considerar que todos los
miembros de otra raza se parecen, es una precondición del racismo. Al ser
despersonalizados, los individuos de otras razas son desposeídos de sus
almas, y los racistas pueden quedarse a gusto con la creencia de que esos
seres inferiores son poco más que animales. Un proceso de despersonali-
zación similar, tiene lugar en la guerra. Tal como se manifiesta en muchos
relatos sobre experiencias en tiempo de guerra, los soldados pueden sus-
pender los dictados de su moralidad privada más fácilmente en breves en-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

cuentros con un enemigo desconocido o incluso invisible, que en un en-


cuentro con un miembro particular del enemigo (especialmente si es de la
misma raza) si se produce la oportunidad para que se establezca la calidad
de único en su persona. El enemigo sin cara, homogéneo y masivo, no
tiene alma; no es más que una bestia peligrosa fuera de las fronteras de la
moralidad. Sin embargo, una vez que se le reconoce como un individuo
único, el enemigo adquiere un alma, se reúne con la familia del hombre, y
entra en la esfera de la moralidad. El proceso inverso es el que se aplica a
los animales caseros; cuanto mayor es la individualidad que se reconoce
en un perro o un gato, mayor es la tendencia a personalizar al animal. En
otras palabras, en este caso la percepción de la calidad de único hace que
el amo otorgue un alma a su animal y lo eleve al estatus de humano hono-
rario.
Encontramos pues, una contradicción más, inherente a las intenciones
occidentales, que sale a la luz con los avances científicos. Los soñadores
utópicos del reino de Dios en la Tierra, de Moro a Marx, piensan en sus
sociedades perfectas, no en términos de hombres reales, sino en términos
de ángeles que encierran todos los mejores atributos humanos y ninguno
de los malos. Hasta donde yo sé, la diversidad no ha sido nunca conside-
rada como un valor utópico importante (por lo menos fuera de los círculos
científicos que tratan de derivar valores de consideraciones evolutivas).
Por el contrario, cuanto más parecidos son los ángeles en su belleza, bon-
dad e inteligencia, más perfecta es la visión de su sociedad. Mientras, de-
bido a las variaciones producidas por el sistema reproductivo sexual, no
había la menor esperanza de que aparecieran esas poblaciones angélicas,
se trataba de un sueño en el que creer, una esperanza para un futuro mejor.
Sólo ahora, cuando los avances en Genética y en Biología del desarrollo
han puesto la producción asexual de homogéneas poblaciones angélicas en
manos de la investigación tecnológica, súbitamente se ha hecho patente
que, después de todo, esa no es la clase de sociedad perfecta que queremos.
Lo que queremos es lo imposible: una sociedad perfecta constituida por
una colección heterogénea de almas únicas e imperfectas, verrugas inclui-
das.

No parece que estos conflictos y contradicciones vayan a ser resueltos


dentro del contexto de la tradición occidental. Lo que podría solucionar el
problema es el abandono de la creencia en Dios, de su ley natural y del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

rígido sistema ético cristiano basado en valores absolutos y la adopción en


su lugar de un sistema totalmente relativo de moralidad privada y social.
Es decir, en lugar de Verdad y Justicia, los valores primitivos serían Pru-
dencia y Armonía. Pero ¿es ésta una base moral posible para una sociedad
civilizada? Ciertamente, ya que existe, de hecho en la Tierra, otra gran
civilización, la china, que tiene esta otra base. Las creencias chinas no es-
tán fundadas sobre la idea platónica que Maquiavelo hizo añicos. Y un
examen de esta otra tradición muestra que la moralidad y la ciencia sin
Dios son realmente posibles. A la luz de la tradición china, el materialismo
dialéctico y la devoción al cristianismo pueden verse como variaciones
menores dentro del mismo tema platónico: El cientifismo ateo es mera-
mente viejo vino divino en botellas nuevas.
Aproximadamente en la época en que los filósofos griegos formaliza-
ron la noción del universo lleno de leyes cuya forma de operar es accesible
a la razón, se desarrollaron en China los dos sistemas filosófico-éticos
complementarios del confucionismo y el taoísmo, que aún hoy gobiernan
la vida allí en gran medida. El confucionismo es una serie de solapados
consejos éticos para el manejo correcto de la sociedad. Sus preceptos están
basados en la premisa fundamental de que el hombre es una criatura social
y, por lo tanto, hay virtud en las relaciones sociales armoniosas. Esas rela-
ciones se hacen armoniosas, no por obediencia a principios morales abs-
tractos de validez universal tales como justicia y libertad, sino por el se-
guimiento exacto de una combinación de etiqueta y ritual prescritos. El
taoísmo, por otra parte, es una filosofía trascendental de moral personal
que atañe principalmente a la vida interior más que a las relaciones socia-
les. Sus preceptos están basados en la premisa fundamental de que el hom-
bre es parte de la Naturaleza y que, por lo tanto, su vida debe tomar el
camino, o tao, de los sucesos naturales. El hombre, al seguir el tao, debe
abjurar de todo motivo de lucha y desconfianza, y tratar de alcanzar un
estado en el que se encuentre tan libre de deseo y de experiencias senso-
riales como sea posible. Ni el confucionismo ni el taoísmo invocan a Dios
(al que, por otra parte, no conocen) o a la eterna razón como fuente de su
autoridad, ni tampoco suponen la existencia de ninguna ley natural o de-
recho del hombre. En lugar de eso, ambos sistemas tratan de proporcionar
al hombre la armonía con su alrededor.
Durante los primeros siglos de su existencia, el confucionismo y el
taoísmo, uno abogando por la ocupación social y el otro por la retirada

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

personal, eran vistos por sus respectivos seguidores como en conflicto mu-
tuo, así como con la tercera fuerza del moísmo, cuya metafísica, de hecho,
era parecida a la noción occidental de un universo legislado y presidido
por Dios. Pero el moísmo desapareció y se desarrolló, con el tiempo, una
relación más o menos simbiótica entre el confucionismo y el taoísmo. En
esta simbiosis fílosófico-ética, la burocracia confucionista se extendió por
el país, mientras que la armonía taoísta se hizo con el liderazgo espiritual
y cultural. El taoísmo, con su foco de atención en la naturaleza, también
llegó a ser la fuente intelectual para el desarrollo de la ciencia china. Pero
como el taoísmo desconfía de los poderes de la razón y de la lógica, y no
proporciona la idea de las leyes de la Naturaleza, la evolución de la ciencia
china tomó un curso bastante distinto del de la ciencia occidental. Joseph
Needham expresó esta diferencia en los siguientes términos: «Con su apre-
ciación del relativismo y la sutileza e inmensidad del Universo, los cientí-
ficos chinos se estaban acercando a la imagen einsteiniana del mundo sin
haber tenido la base de la imagen newtoniana». Como el taoísmo opina
que el funcionamiento de la Naturaleza es inescrutable para el intelecto
teórico, la ciencia china se desarrolló principalmente a lo largo de líneas
empíricas. Este desarrollo empírico fue lento pero seguro, y en la época
del renacimiento, la ciencia china y la tecnología que inspiró eran consi-
derablemente más avanzadas que las de Occidente. Verdaderamente, gran
parte de la ciencia europea del prerrenacimiento se alimentó de los descu-
brimientos chinos que habían pasado del Este al Oeste. Como es bien co-
nocido, muchos de los inventos clave que con el tiempo produjeron la
transformación de la Europa medieval en la moderna, tales como la pól-
vora”, la imprenta, el reloj mecánico y la brújula, fueron de origen chino.
Pero al faltar el incentivo espiritual para integrar sus descubrimientos em-
píricos en un armazón teórico, la ciencia china siguió siendo una empresa
intelectualmente fragmentada. Mientras tanto, la ciencia occidental, por
otra parte, inició su meteórica ascensión con el descubrimiento de Galileo
de que los modelos sobre leyes naturales expresables matemáticamente y
que tratan de cantidades medibles con exactitud pueden dar una útil expli-
cación de la realidad. Gracias a este descubrimiento, la ciencia occidental
pronto dejó atrás a la oriental. Ya que resultó que, contrariamente a lo que
opinaba la doctrina taoísta, el funcionamiento de la naturaleza no es tan
totalmente inescrutable para el intelecto. Como las preguntas que uno hace

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

sobre la naturaleza no son demasiado profundas, pueden encontrarse, nor-


malmente, respuestas satisfactorias. Las dificultades surgen sólo cuando,
tal como traté de mostrar en este ensayo, las preguntas llegan a ser dema-
siado profundas y las respuestas que deben darse a esas preguntas ya no
están completamente en consonancia con el pensamiento racional.
Un ejemplo concreto del abismo que aún separa los enfoques que dan
Oriente y Occidente a la naturaleza y sus leyes, fue el proporcionado por
Hogen Fujimoto, un representante de las iglesias budistas de América, en
las sesiones para la revisión de libros de texto de la Comisión de Planes de
Estudios de California mencionada anteriormente. Fujimoto expresó su
oposición a que la historia del Génesis fuera incluida en los libros de texto
escolares porque esta historia se oponía a sus creencias: «Dentro de la
complejidad de causas y subcausas, no puede determinarse una sola, es-
tando escondida entre las miles de subcausas y condiciones. Por esta razón,
el concepto de una causa tal como la creación divina, no puede ser acep-
tado por los budistas». Aunque Fujimoto no parecía poner objeciones a
que la evolución darwiniana se mantuviera en los libros, debería haberlo
hecho. Ya que tanto la Biblia como El origen de las especies están inspi-
rados, según la visión oriental, por la misma idea ingenua, esto es, que se
pueden aislar causas únicas y que de su aislamiento se deduce la explica-
ción del universo. Hasta qué punto la voluntad de Dios o la selección na-
tural son la causa de la vida, es un detalle comparativamente inconse-
cuente. Por lo tanto, los niños budistas de las escuelas de California debe-
rían ser apartados de la exposición de la idea simplista de que el universo
puede ser «explicado» por el pensamiento racional, ya sea la variedad bí-
blica o la darwiniana. Fujimoto concluyó su explicación con la observa-
ción de que «la cuestión del principio está más allá del alcance del intelecto
humano, por lo tanto, no debía ser incorporada en los programas escola-
res».
En mi opinión, es altamente significativo que la Filosofía china, o del
Lejano Oriente, esté ejerciendo ahora una influencia cada vez mayor en
Occidente. Esta influencia ya no está confinada, como ocurría hace sólo
unos pocos años, a los beatniks Zen, los maoístas de la nueva izquierda,
los extravagantes de la meditación trascendental, y otros miembros de la
contracultura. En lugar de eso, ha alcanzado los propios pilares de la so-
ciedad. Por ejemplo, el súbito interés entre los ciudadanos del sólido esta-
blishment hacia el llamado «medio ambiente» es un alejamiento radical

― 152 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

del antiguo propósito occidental de dominar la naturaleza. Representa una


subversión taoísta contra el credo baconiano y va en contra de la casi reli-
giosa creencia en el progreso del siglo XIX. Es significativo, en este tema,
que incluso aquellas poderosas fuerzas cuyos intereses económicos están
en conflicto con el movimiento ecológico, tales como el petróleo y las in-
dustrias derivadas de la madera, se sienten ahora obligadas a alabar la
causa ecologista y a afirmar que sus actividades no restringidas son nece-
sarias meramente para mantener el status quo y no, como afirmaban en el
pasado, para el progreso. Del mismo modo, el reciente acuerdo de las dos
superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, para acabar con
la guerra fría que duró un cuarto de siglo es una desviación radical de su
fervor tradicional, recto y recíproco de cruzada para destruir al enemigo
del hombre. Representa una subversión confucionista contra la ética ro-
mántica cristiana de la nación como protectora de la fe verdadera y sitúa
la armonía por encima de la verdad ideológica en las relaciones interna-
cionales. Este brusco cambio no debe confundirse con un giro hacia la vi-
sión tolerante de «ellos tienen tanto derecho a su opinión como nosotros a
la nuestra», que colocaría la nueva situación dentro del contexto de la ideo-
logía occidental. En lugar de eso, el acercamiento Estados Unidos-Unión
Soviética parece deberse a una franca aceptación del principio de que la
política exterior debería basarse, no en la percepción de lo bueno y lo malo,
sino en alcanzar la meta de hacer un mundo habitable.
La mayor parte de los miembros más significativos de la vieja guardia
científica, probablemente se alegran de esos dos recientes cambios en la
política interior y exterior. Pero hay otros epifenómenos del giro hacia la
visión oriental de los que se alegran menos. Entre éstos deben contarse el
descenso en la subvención del gobierno para la investigación científica bá-
sica. En mi opinión, este descenso no se puede atribuir a una ignorancia
por parte de las autoridades de los beneficios que ha aportado el apoyo
económico a la ciencia, ni a la propaganda de la nueva izquierda sobre los
malos usos de la ciencia, sino a una duda sincera (que según comunican
recientes visitantes de China, es compartida por el gobierno chino) de la
afirmación de la vieja guardia de que la mejora de la condición humana
actual se basa en el descubrimiento de nuevas leyes naturales. En lugar de
eso, parece haber una creencia cada vez más generalizada de que lo que
hará que el mundo sea un sitio mejor es el comprender lo que es el hombre.
Pero aunque la noción de las leyes de la Naturaleza y los métodos de la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ciencia moderna son, evidentemente, capaces de dar una explicación satis-


factoria a la Fisiología humana, su Psicología no parecer ser accesible a
los procedimientos descubiertos por Galileo. Según Bohr:

La incapacidad del concepto mecánico de naturaleza para describir la si-


tuación humana se hace particularmente evidente al considerar las dificultades
que acarrea la primitiva distinción entre cuerpo y alma. Los problemas a los
que nos enfrentamos en este caso están obviamente relacionados con el hecho
de que la descripción de muchos de los aspectos de la existencia humana exi-
gen una terminología que no está basada directamente en esquemas físicos
simples... Verdaderamente, el uso de palabras como pensamiento y sentimiento
no se refieren a una cadena causal firmemente enlazada, sino a experiencias
que se excluyen mutuamente debido a la diferencia que se establece entre el
contenido consciente y el resto al que llamamos vagamente nosotros mismos.

En mi opinión, es en esta exclusión mutua donde está la raíz del dilema


occidental de la ciencia y la moral.

BIBLIOGRAFIA

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― 154 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

La red neuronal en el córtex visual del cerebro humano vista al microscopio tras la tinción
del tejido con plata. Las manchas oscuras globulares visibles en esta fotografía, son los cuer-
pos celulares de las neuronas corticales que procesan la información visual recibida por los
ojos. Las prolongaciones verticales largas que salen de los cuerpos celulares son los axones,
por medio de los cuales cada neurona se pone en contacto con otras neuronas del cerebro.
Esos contactos tienen lugar en las dendritas, que se ven en esta figura como una malla de
finas prolongaciones celulares, la mayor parte de ellas en sentido horizontal. (Tomado de J.
L. CORNEL, The Postnatal Development of the Human Cerebral Cortex, Harvard University
Press, Cambridge. Copyright 1959.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

TERCERA PARTE
EL ESTRUCTURALISMO EN LA ÚLTIMA FRONTERA

― 156 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

8. LA ABSTRACCION EN EL SISTEMA NERVIOSO (1971)

Tal como indiqué en mi discusión sobre El azar y la necesidad, de Mo-


nod, en el capítulo 6, la búsqueda de una auténtica comprensión «objetiva»
de la naturaleza difícilmente tendrá éxito, debido al origen admitidamente
evolutivo, en lugar de divino, del sistema nervioso humano con el que debe
llevarse a cabo este proyecto. En los siguientes capítulos, consideraremos,
con mayor detalle este sistema nervioso y los problemas cognoscitivos y
filosóficos planteados por sus limitaciones intrínsecas.
El mayor problema con el que nos enfrenta el sistema nervioso es el
cómo trabaja. En el momento actual, después de que los triunfos de la Ge-
nética molecular han solucionado el puzzle de la herencia, el sistema ner-
vioso sigue siendo la última gran frontera de la investigación biológica. El
cerebro se nos presenta aún con el antiguo problema de la relación entre
mente y cuerpo, y es probable que en los años venideros los estudiosos del
sistema nervioso reemplazarán a los genetistas en la vanguardia de la in-
vestigación biológica.
Pero debemos preguntar si el estudio científico del sistema nervioso
podrá resolver alguna vez la paradoja mente-materia. ¿Es posible, de he-
cho, que la consciencia, atributo único del cerebro que parece dotar al con-
junto de sus átomos de autoconocimiento, llegue a ser explicado? Como
se mencionó al final del capítulo precedente, esta paradoja ha sido uno de
los temas filosóficos de Niels Bohr. En su discurso «Light and Life», ante
el International Congress of Light Terapy, en 1932, Bohr presentó sus
ideas sobre las implicaciones generales que tenía la teoría cuántica de la
estructura del átomo, en cuyo desarrollo él había intervenido en tan gran
medida. Bohr esbozó allí la noción de que la imposibilidad de describir el
cuanto de acción, y, por tanto, lo que llamó su «irracionalidad» desde el
punto de vista de la Física clásica, no es más que un paradigma heurístico
de cómo el hallazgo de lo que parece ser una profunda paradoja, con el
tiempo conduce a un nivel más alto de conocimiento. «En principio, esta
situación (la introducción de un elemento irracional) podría parecer deplo-
rable; pero, como ha sucedido a menudo en la historia de la ciencia, cuando
nuevos descubrimientos han revelado una limitación esencial de las ideas

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

cuya aplicabilidad no habría sido nunca discutida, hemos sido recompen-


sados con una visión más amplia y con mayor poder de relacionar fenó-
menos que antes podrían parecer incluso contradictorios».
Estas consideraciones, pensaba Bohr, podrían ayudamos al tratar de
explicar la naturaleza del cerebro en términos físicos: «el reconocimiento
de la limitación de las ideas mecánicas en la Física atómica podría servir
de ejemplo para conciliar los puntos de vista aparentemente opuestos de la
Fisiología y la Psicología. Verdaderamente, la necesidad de considerar la
interacción entre los instrumentos de medida y el objeto de investigación
en la mecánica atómica se corresponde con las peculiares dificultades que
surgen, en los análisis psicológicos, del hecho de que el contenido mental
es invariablemente alterado cuando se concentra la atención en una sola de
sus características... Verdaderamente, desde nuestro punto de vista, el sen-
timiento de libertad de decisión debe ser considerado como un rasgo pe-
culiar de la vida consciente, cuyo paralelo material debe buscarse en fun-
ciones orgánicas, que no permite ni una descripción causal mecánica ni
una investigación física suficientemente esmerada como para una aplica-
ción bien definida de la ley estadística de la mecánica atómica». Víctor
Weisskopf recientemente resumió la actitud de Bohr en los siguientes tér-
minos: «El conocimiento de la libertad personal para tomar decisiones pa-
rece una experiencia real. Pero cuando analizamos el proceso, y seguimos
los pasos de sus conexiones causales la experiencia de la libre decisión
tiende a desaparecer... Bohr, un esquiador entusiasta, usaba a veces el si-
guiente símil, que quizá pueda ser entendido solamente por los esquiado-
res. Cuando uno trata de analizar un giro cristianía en todos sus movimien-
tos detallados, se desvanece y se convierte en un giro corriente con el bas-
tón, del mismo modo que el estado cuántico se convierte en un movimiento
clásico cuando es analizado con una observación aguda.» Esta actitud sig-
nificaría nada menos que la búsqueda de una explicación «molecular» de
la conciencia es una pérdida de tiempo ya que los procesos fisiológicos
responsables de esta experiencia enteramente privada se verán degenerar
en reacciones aparentemente vulgares, ni más ni menos fascinantes que las
que ocurren en, por ejemplo, el hígado, mucho antes de que se alcance el
nivel molecular. Así pues, en lo que concierne a la consciencia es posible
que la búsqueda de su naturaleza física nos conduzca a los límites de la
comprensión humana, por cuanto que el cerebro no puede ser capaz, en el
fondo, de proporcionar una explicación de sí mismo. Verdaderamente,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Bohr terminó su charla de 1932 con el pensamiento de que «sin entrar en


especulaciones metafísicas, puedo añadir quizá que cualquier análisis del
propio concepto de una explicación empezaría y terminaría con una renun-
cia a explicar nuestra propia actividad consciente».
A pesar de tener que renunciar a la esperanza de explicar la mente, los
estudios científicos del sistema nervioso han conseguido proporcionar al-
gunos descubrimientos importantes sobre la base física de los procesos
mentales. Puede decirse que esos estudios empezaron con los definitivos
argumentos de Galeno en el siglo ll de que el cerebro es el sitio de la sen-
sación la fuente de movimiento y el lugar de la inteligencia, refutando la
afirmación anterior de Aristóteles de que el corazón es el sitio en el que
tienen lugar esas funciones y que el cerebro es meramente un radiador que
disipa el calor cardiaco. En el siglo XVII René Descartes formuló el pro-
blema de la generación del comportamiento humano en términos de fun-
ciones cerebrales específicas. Preguntó entonces cómo convierte el cere-
bro los datos que le son proporcionados por los órganos de los sentidos en
percepciones con significado, y cómo consigue dar órdenes a los músculos
para efectuar la acción apropiada. Aunque Descartes dio algunas respues-
tas especulativas a estas preguntas, fue solamente a mediados del siglo
XIX cuando se hicieron los primeros intentos de conocer la relación entre
la mente y el cuerpo con los métodos de la ciencia experimental moderna.
Desde esos principios creció la disciplina actual de la Neurobiología, que
confiesa tener la meta de descubrir las bases anatómica, fisiológica y bio-
química de los procesos cerebrales que determinan el comportamiento.

EL SISTEMA NERVIOSO

El inicio de la Neurobiología moderna se hizo posible en parte, por las


mejoras, durante el siglo xix de las técnicas de observación microscópica,
que permitieron realizar los primeros descubrimientos sobre la arquitec-
tura celular del cerebro. Con el cambio de siglo, se mostró que el cerebro
es una complicada red de células nerviosas o neuronas interconectadas que
transmiten señales eléctricas.
Las neuronas tienen dos características singulares que las hacen parti-
cularmente apropiadas para este propósito. Primero, al contrario que la
mayor parte de los otros tipos celulares, poseen prolongaciones largas y
finas: los axones. Con sus axones las neuronas alcanzan y se ponen en

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

contacto con otras neuronas que están en sitios distantes y de esta forma
originan una red interconectada que se extiende por todo el cuerpo del ani-
mal. Segundo, al contrario que la mayor parte de los otros tipos celulares,
las neuronas producen señales eléctricas en respuesta a estímulos físicos o
químicos. Conducen esas señales a lo largo de sus axones y las transmiten
a otras neuronas con las que están en contacto. La red interconectada de
neuronas y su tráfico de señales eléctricas forman el sistema nervioso.
Del mismo modo que la Galia Romana, el sistema nervioso se divide
en tres partes: 1), una parte receptora o sensorial, que informa al animal
sobre su condición con respecto al estado de su ambiente externo e interno;
2), una parte transmisora, o efectora, que produce el movimiento orde-
nando la contracción muscular; y 3), una parte internuncial (del latín nun-
cius, mensajero), que conecta las partes sensorial y efectora. La porción
más elaborada de la parte internuncial, concentrada en la cabeza de los
animales que tienen cabeza, es el cerebro.
El proceso de datos en la parte internuncial consiste principalmente en
hacer una abstracción de la gran cantidad de datos suministrados continua-
mente por la parte sensorial. Esta abstracción es el resultado de una des-
trucción selectiva de una porción de los datos recibidos con el fin de trans-
formar esos datos en categorías manejables que tengan significado para el
animal. Debe notarse que la serie de órdenes que envía a los músculos la
parte internuncial depende, no sólo de las recepciones sensoriales del mo-
mento, sino también de la historia de recepciones pasadas. Dicho más lla-
namente, las neuronas pueden aprender con la experiencia. Hasta hace
poco tiempo, los intentos de descubrir cómo consigue realmente el sistema
nervioso hacer abstracciones de los datos sensoriales y aprender de la ex-
periencia, estaban confinados, principalmente, a especulaciones filosófi-
cas, formalismos psicológicos o ingenuidades bioquímicas. Sin embargo,
en estos últimos años, los neurofisiólogos han hecho algunos descubri-
mientos experimentales importantes que han supuesto el inicio de un en-
foque científico de estos profundos problemas. Aquí, no puedo hacer más
que describir brevemente un ejemplo de esos recientes avances y esbozar
alguno de los descubrimientos a los que ha conducido.
Antes de discutir esos descubrimientos debemos considerar breve-
mente cómo se producen y viajan las señales eléctricas en el sistema ner-
vioso. Las neuronas, como casi todas las células, mantienen una diferencia
de potencial eléctrico de aproximadamente una décima de voltio a través

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

de sus membranas. Esta diferencia de potencial se produce por la distribu-


ción desigual de los tres iones inorgánicos más abundantes en los tejidos
vivos, el sodio (Na+), el potasio (K+) y el cloro (Cl–), entre el interior y el
exterior de la célula, y por la baja y desigual permeabilidad específica de
la membrana celular para la difusión de estos iones. Como respuesta a la
estimulación física o química, la membrana celular de una neurona puede
aumentar o disminuir una u otra de esas permeabilidades específicas para
los iones, lo que generalmente produce una caída de potencial eléctrico a
través de la membrana. Lo más importante de esos cambios en la permea-
bilidad de los iones es la aparición del potencial de acción o impulso ner-
vioso. Se produce entonces un cambio transitorio bastante grande en el
potencial de membrana que dura sólo una o dos milésimas de segundo
cuando una caída de potencial anterior sobrepasa un cierto valor umbral
mucho menor. Gracias, en su mayor parte, a su capacidad de generar di-
chos impulsos, la neurona (un mal conductor de corriente eléctrica si se
compara con un hilo de cobre aislado) puede conducir señales eléctricas a
través del cuerpo de un animal cuyas dimensiones son de centímetros o
metros. El cambio transitorio en el potencial de membrana iniciado por el
impulso se propaga sin pérdida de intensidad a lo largo de los finos axones.
Por tanto, el elemento básico de señalización en el sistema nervioso es el
impulso nervioso, y la información transmitida por un axón viene codifi-
cada por la frecuencia con la que se propagan los impulsos a lo largo de
él.
Los neurofisiólogos han desarrollado métodos por los que es posible
escuchar el tráfico de impulsos que tiene lugar en una sola neurona del
sistema nervioso. Con este propósito se inserta un electrodo con una punta
muy fina (con un diámetro menor de una diezmilésima de pulgada) en el
tejido nervioso y se coloca muy cerca de la superficie de una neurona. Se
coloca un electrodo neutro en un sitio lejano del cuerpo del animal. Los
impulsos que aparecen en la neurona dan lugar a una diferencia de poten-
cial transitoria entre el electrodo próximo y el neutro. Con aparatos elec-
trónicos apropiados, esta diferencia de potencial transitoria puede verse en
la pantalla de un osciloscopio u oírse en un altavoz.
El punto en el que dos neuronas entran en contacto funcional se llama
sinopsis. Las señales del impulso que llegan al final del axón de la neurona
presináptica se transfieren a la neurona post- sináptica que las recibe. La
transferencia se consigue, no mediante la conducción eléctrica, sino por la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

difusión de una molécula química, el transmisor, a través del fino espacio


que separa el axón presináptico de la membrana de la célula postsináptica.
Es decir, la llegada de cada impulso al final del axón presináptico origina
la descarga en ese punto de una pequeña cantidad de transmisor, que llega
a la membrana postsináptica e induce un cambio transitorio en su permea-
bilidad iónica. Dependiendo de la identidad del transmisor y de la natura-
leza de su interacción con la membrana postsináptica, el cambio de per-
meabilidad puede tener uno de dos resultados diametralmente opuestos.
Por una parte, puede aumentar la probabilidad de que ocurra un impulso
en la célula postsináptica. En ese caso se dice que la sinapsis es excitadora.
Por otra parte, puede reducir esa probabilidad, en cuyo caso se dice que es
inhibidora. La mayoría de las neuronas de la parte internuncial reciben
contactos sinápticos de muchas neuronas presinápticas diferentes, algunos
de cuyos axones terminales producen señales excitadoras y otras inhibido-
ras. Por lo tanto, la frecuencia con la que surgen los impulsos en cualquier
neurona postsináptica refleja un proceso aditivo, o más exactamente una
integración temporal, del conjunto de las señales que llegan por sus sinap-
sis.

LA RUTA DE LA VISION

Ahora estamos preparados para proceder con nuestro ejemplo sobre los
importantes avances en la comprensión del sistema nervioso internuncial,
el análisis de la ruta de la visión en el cerebro de los mamíferos superiores.
Es a lo largo de esta ruta donde la imagen visual formada en la retina por
la luz que entra en el ojo se transforma en una percepción visual, con cuya
base se dan órdenes apropiadas a los músculos. La ruta de la visión em-
pieza en el mosaico formado por aproximadamente cien millones de célu-
las receptoras primarias de la luz en la retina. Estas células transforman la
imagen luminosa en un patrón espaciado de señales eléctricas, de una
forma parecida a lo que hace una cámara de televisión. Aún dentro de la
retina, los axones de las células receptoras primarias de la luz forman si-
napsis con neuronas que ya pertenecen a la parte internuncial del sistema
nervioso. Después de una o dos transferencias sinápticas más, dentro de la
retina, las señales que emanan de las células receptoras primarias acaban
convergiendo en aproximadamente un millón de células ganglionares de
la retina. Estas células ganglionares envían sus axones dentro del nervio

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

óptico, que conecta el ojo con el cerebro. Así pues, la señal visual aban-
dona el ojo en forma de tráfico de impulsos por los axones de las células
ganglionares.
En 1953, Stephen W. Kuffler, que entonces trabajaba en la Universidad
Johns Hopkins, descubrió que lo que el transporte de impulsos de las cé-
lulas ganglionares lleva al cerebro, no son datos sensoriales en bruto, sino
una abstracción de las señales visuales primarias. Este descubrimiento sur-
gió de los esfuerzos de Kuffler para conocer el campo receptivo de las
células ganglionares, es decir, el territorio del mosaico de las células re-
ceptoras de la retina cuya interacción con la luz incidente influye en la
actividad de células ganglionares individuales. Para ello, Kuffler insertó
un electrodo en la inmediata vecindad de una célula ganglionar de la retina
de un gato. Nada más empezar su estudio, Kuffler obtuvo un hallazgo hasta
cierto punto inesperado, esto es, que incluso en la oscuridad, las células
ganglionares producen impulsos a intervalos prácticamente constantes
(veinte a treinta veces por segundo) y que al iluminar toda la retina con luz
difusa no se obtiene ningún efecto dramático sobre esa velocidad de for-
mación de impulsos. Este hallazgo sugería paradójicamente que la luz no
afectaba la actividad productora de impulsos de la retina. Kuffler proyectó
entonces un punto de luz en el ojo del gato y movió la imagen de este punto
sobre varias áreas de la retina. Al hacerlo, encontró que la actividad de los
impulsos de una célula ganglionar individual cambia cuando el punto de
luz ilumina un pequeño territorio circular que rodea la posición en la retina
de la célula ganglionar. Ese territorio es el campo receptor de la célula.
Al hacer un mapa de los campos receptores de muchas células ganglio-
nares individuales, Kuffler descubrió que cada campo puede subdividirse
en dos regiones concéntricas: una región on, en la que la luz incidente au-
menta la velocidad de impulsos de la célula ganglionar, y una región off,
en la que la luz incidente disminuye la velocidad de impulsos. Además,
Kuffler encontró que la estructura de los campos receptivos divide las cé-
lulas ganglionares de la retina en dos clases, células on-centrales, cuyo
campo receptivo consiste en una región circular central on rodeada de una
región circular off, y células on-centrales, cuyo campo receptor consiste en
una región circular central off rodeada de una región circular on. Tanto en
las células on-centrales como en las off-centrales la actividad de impulsos
neta que surge de la iluminación parcial del campo receptivo es el resul-
tado de una suma algebraica; dos puntos de luz sobre diferentes zonas de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la región on producen una respuesta más vigorosa que un sólo punto de


luz, mientras que un solo punto de luz sobre la región on y otro sobre la
región off dan lugar a una respuesta más débil que un solo punto de luz. La
iluminación uniforme del campo receptor completo, una condición que se
produce con la iluminación difusa de la retina, da lugar a ausencia de res-
puesta, porque se cancelan mutuamente las respuestas antagónicas de las
respuestas on y off.
Podría concluirse, por tanto, que la función de las células ganglionares
de la retina, no es el informar al cerebro sobre la intensidad de la luz regis-
trada por las células receptoras primarias de un territorio particular de la
retina, sino informar sobre el grado de contraste luz-oscuridad que existe
entre las dos regiones concéntricas de su campo receptor. Como puede
apreciarse fácilmente, dicha información sobre el contraste es esencial
para el reconocimiento de las formas y figuras que hay en el campo visual
del animal, que es para lo que sirven los ojos. Encontramos aquí el primer
ejemplo en nuestra discusión de cómo hace una abstracción el sistema ner-
vioso, mediante la destrucción selectiva de información. Los datos sobre
la intensidad de luz obtenidas por las células receptoras primarias, son des-
truidos selectivamente en el proceso de suma algebraica de las respuestas
on y off, y de esta forma son transformados en datos sobre el contraste
entre luz y oscuridad que, perceptualmente, tienen mayor significado.
Cuando uno piensa en los circuitos neuronales responsables de este
proceso de abstracción en la retina, la primera posibilidad que viene a la
mente es que deben consistir en funciones antagónicas de transmisiones
sinópticas excitadoras e inhibidoras sobre una misma neurona postsináp-
tica. Así, uno podría suponer que para producir un campo receptivo on-
central, los axones terminales de las células receptoras primarias del terri-
torio central on tendrían sinapsis excitadoras y los de las células del terri-
torio periférico off tendrían sinapsis inhibidoras sobre sus células ganglio-
nares de la retina. Los análisis detallados sobre la anatomía y fisiología de
las neuronas retínales llevados a cabo en estos últimos años, han mostrado
que, por una parte, la situación real es mucho más complicada que este
esquema tan simple, pero que, por otra parte, los circuitos neuronales real-
mente comprenden uniones sinópticas excitadoras e inhibidoras en el ca-
mino que conduce a las células ganglionares desde los receptores prima-
rios de la luz de regiones antagónicas de los campos receptores.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Al final de los años cincuenta, David Hubel y Torsten Wiesel empeza-


ron a extender estos estudios sobre la estructura y las características de los
campos receptores visuales al siguiente estadio del procesado de la infor-
mación. Para ello, examinaron el destino de los impulsos transportados por
el millón, más o menos, de axones de las células ganglionares de la retina
que contiene el nervio óptico que va desde el ojo al cerebro. Después de
una estación cercana al cerebro, que para el propósito de esta discusión
puede considerarse como una simple transmisión uno-a-uno del impulso,
la señal de las células ganglionares de la retina llega a un área particular
de la corteza cerebral, en la parte inferior trasera de la cabeza, designada
córtex visual. Aquí, los axones hacen contactos sinápticos con las neuro-
nas del córtex. Las primeras neuronas corticales contactadas por los axo-
nes que se proyectan desde el ojo, envían, a su vez, sus axones a otras
células del córtex visual para que se siga procesando la información visual.
Pero de aquí en adelante, el rastro conduce, finalmente, a aquellas áreas
del cerebro en las que si la percepción sensorial sirve para producir un acto
de comportamiento, se dirigen las órdenes pertinentes a los músculos.
Hubel y Wiesel observaron la actividad de impulsos de las neuronas
del córtex visual como respuesta a varios estímulos luminosos proyectados
en una pantalla frente a los ojos y encontraron que también estas neuronas
corticales de la ruta de la visión responden solamente a estímulos que caen
dentro de un territorio limitado de las células receptoras de luz de la retina.
Pero el carácter de los campos receptores de las neuronas corticales resultó
ser dramáticamente diferente del de las células ganglionares de la retina.
En lugar de tener campos receptores circulares con regiones concéntricas
on y off, las neuronas corticales respondían a líneas rectas de contraste luz-
oscuridad, tales como rayas de luz en un fondo oscuro. Además, para pro-
ducir su respuesta óptima, la línea recta debe tener una orientación parti-
cular en el campo receptivo. Así, una raya brillante proyectada vertical-
mente en la pantalla, que produzca una respuesta vigorosa en una célula
cortical particular, no dará la respuesta en cuanto su proyección se incline
ligeramente de la vertical. En sus primeros estudios, Hubel y Wiesel en-
contraron dos clases diferentes de células en el córtex visual: células sim-
ples y células complejas. La respuesta de células simples exige que el es-
tímulo de la línea recta no sólo tenga una orientación sino también una
posición precisa dentro del campo receptor. Sin embargo, el estímulo re-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

querido por las células complejas es menos exigente, por cuanto su res-
puesta se mantiene con los desplazamientos paralelos (aunque no con los
giros) de la raya brillante estimuladora dentro del campo receptor. Por lo
tanto, el proceso de abstracción de la señal visual que empezó en la retina
se lleva a mayores niveles en el córtex visual. Las células simples, que son,
evidentemente, el siguiente estadio de abstracción, transforman los datos
suministrados por las células ganglionares de la retina, relativos al con-
traste luz-oscuridad en puntos individuales del campo visual, en informa-
ción relativa al contraste presente en grupos de puntos particulares coloca-
dos en línea recta. Esta transformación se lleva a cabo por la destrucción
selectiva de la información que se refiere a la cantidad de contraste que
existe en cada uno de los puntos del conjunto en línea recta. Las células
complejas realizan el siguiente estadio de abstracción. Transforman los
datos de contraste relativos a series de puntos del campo visual colocados
en línea recta, en información relativa al contraste presente en series para-
lelas de series de puntos en línea recta. En otras palabras, hay aquí una
destrucción selectiva de la información que se refiere a la cantidad de con-
traste que existe en cada miembro de la serie de líneas rectas paralelas.
Ahora, pueden explicarse los circuitos neuronales responsables de es-
tos últimos estadios de abstracción de la señal visual. Consideremos en
primer lugar la célula simple del córtex visual que responde a una raya
brillante en un campo oscuro, proyectada en una orientación y posición
particulares dentro del mosaico de células receptoras de la retina. Esta cé-
lula simple está conectada con la señal que viene de la retina de tal forma
que recibe las sinapsis de los axones que llevan la actividad del impulso
de una serie de células ganglionares de la retina on-centrales con sus cam-
pos receptores colocados en línea recta. De esta forma, una raya luminosa
que incida sobre todas las regiones on, pero sobre ninguna de las periféri-
cas off de la fila de campos receptores activará todas las células ganglio-
nares de la retina y proporcionará una excitación máxima a la célula corti-
cal simple. Sin embargo, si la proyección de la raya en la retina se desplaza
o gira ligeramente incidirá también algo de luz sobre las regiones off peri-
féricas y la excitación que proporcionará a la célula simple será menor.
Consideremos ahora las células corticales complejas que responden a
una raya luminosa con una orientación particular en varias posiciones pa-
ralelas dentro del campo receptor. Esta respuesta puede explicarse fácil-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

mente sobre la base de que las células complejas reciban sus señales si-
nápticas de los axones de una serie de células corticales simples. Todas las
células simples de esta serie tendrían campos receptivos que darían una
respuesta óptima a una raya luminosa proyectada en la misma orientación
dentro del campo, pero difieren en que tienen una respuesta óptima en dis-
tintas posiciones dentro del campo. Una raya luminosa orientada conve-
nientemente dentro del campo receptor activará siempre una de las células
simples de la serie y, por lo tanto, también se activará la célula compleja.
En su trabajo posterior, Hubel y Wiesel fueron capaces de identificar
células del córtex visual cuyos estímulos óptimos reflejan niveles de abs-
tracción mayores incluso que líneas rectas paralelas, tales como finales de
línea recta y ángulos. Pero no está tan claro aún si este proceso de abstrac-
ción por convergencia de canales de comunicación funciona hasta donde
uno pueda imaginarse. En particular, ¿sería posible que para cada patrón
que es capaz de reconocer un animal, exista al menos una célula particular
en el córtex de los vertebrados que responda con una actividad de impulso
cuando ese patrón aparezca en el campo visual? Volveremos a considerar
esta pregunta en un capítulo posterior.
En cualquier caso, estos descubrimientos neurobiológicos sobre la ruta
visual muestran que la información sobre el mundo llega a la mente, no en
forma de datos brutos, sino en forma de estructuras altamente abstraídas
que son el resultado de una serie preconsciente de transformaciones esca-
lonadas de la señal sensorial. Cada paso de la transformación lleva consigo
la destrucción selectiva de información según un programa que preexiste
en el cerebro. Dentro de este programa nuestra percepción visual del
mundo es filtrada a través de un estadio en el que la señal se procesa en
términos de líneas rectas, debido a la forma en que los canales que llegan
a los receptores primarios de luz de la retina están conectados con el cere-
bro. Este hecho tiene unas enormes consecuencias psicológicas; evidente-
mente, una geometría basada en líneas rectas, paralelas y, por extensión,
en superficies planas, es compatible de forma inmediata con nuestro equi-
pamiento mental. Esto no tenía por qué haber sido así ya que —por lo
menos desde el punto de vista neurofisiológico— las células ganglionares
de la retina podían conectarse con células superiores dentro del córtex vi-
sual de tal manera que sus campos receptores concéntricos on y off forma-
sen arcos en lugar de líneas rectas. Si la evolución hubiera dado lugar a
este otro tipo de circuito, nuestro concepto espacial primario habría sido la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

superficie curva en lugar de plana. Por tanto, la Neurobiología ha mostrado


lo que la especulación filosófica llevó a
Immanuel Kant a afirmar hace doscientos años:-la geometría euclídea,
con sus líneas paralelas coplanares y sin intersección, es la Geometría «na-
tural», por lo menos para el hombre. Las geometrías no euclídeas de su-
perficies cóncavas o convexas, aunque nuestro cerebro es capaz de conce-
birlas, son más extrañas a nuestros procesos internos de percepción espa-
cial. Aparentemente, se ha empezado a proporcionar una explicación cien-
tífica de la relación entre la realidad y la mente. Pero, precisamente, cuánto
progreso podemos esperar más allá de este principio es algo que conside-
raremos en un capítulo posterior.

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chitecture in the Cat’s Visual Cortex», J. Physiol., 160, 106- 154 (1962).
HUBEL, D. H., y T. N. WIESEL, «Receptive Fields and Functional Architecture in Two Non-
striate Visual Areas (18 and 19) of the Cat»,J. Neurophysiol., 28, 229-289 (1965).

― 168 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Gato siamés. La cascada de efectos fisiológicos, morfológicos, neurológi-


cos y de comportamiento, engendrada por el carácter de sensibilidad a la
temperatura del producto de uno de sus genes, demuestra la dificultad de
descubrir el significado implícito en la información genética. (Fotografía
de Walter Chandoha.)

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

9. LOS GENES Y EL EMBRION (1975)

Los estudios neurobiológicos señalados en el capítulo precedente han


tratado de explicar los procesos mentales en términos de la estructura y
función del sistema nervioso adulto. Pero también hay otro aspecto bioló-
gico del problema cuerpo-mente profundamente misterioso, que es la gé-
nesis del aparato cerebral durante el desarrollo de cada individuo desde el
huevo fecundado al adulto, es decir, durante su ontogenia. ¿Cómo se for-
man, podríamos preguntarlo, los circuitos neuronales, los componentes ce-
lulares interconectados de forma precisa que constituyen el sistema ner-
vioso, a los que pueden atribuirse los procesos mentales? El que esta pre-
gunta espere aún ser contestada no es sorprendente, puesto que los meca-
nismos ontogenéticos por los que llega a formarse cualquier parte de un
organismo multicelular permanecen aún sumidos en el misterio.
Hasta el final del siglo XVIII, la visión dominante de la naturaleza de
la ontogenia fue la de la «preformación». Los preformacionistas opinaban
que el huevo fecundado contenía ya una versión invisible y en miniatura
del adulto, un homúnculo, y que la ontogenia consistía simplemente en el
aumento de tamaño del homúnculo desde la dimensión microscópica a la
macroscópica. De aquí, que esta visión condujera necesariamente a la
creencia de que todas las generaciones futuras de la raza humana ya esta-
ban preformadas, una dentro de otra, en Adán o en Eva, dependiendo de
los papeles relativos asignados al hombre y a la mujer dentro de este sis-
tema decreciente infinito de cajas chinas. Para escapar de esta conclusión
absurda, Caspar F. Wolff lanzó la visión alternativa de la «Epigénesis».
Wolff creía que el huevo fecundado, lejos <fe ser un homúnculo no con-
tenía estructuras organizadas en absoluto, sino que estaba compuesto de
un protoplasma indiferenciado. Según eso, el desarrollo epigenético por el
cual el embrión surge de novo a partir del huevo representa un proceso que
consiste no sólo en el crecimiento sino también en la morfogénesis y la
diferenciación de la sustancia viva. Cuando, con la llegada de la teoría ce-
lular en el siglo XIX, llegó a comprenderse que el embrión es el producto
de una serie de divisiones celulares sucesivas, empezando desde la célula
única del huevo, se vio que la morfogénesis y la diferenciación reclamadas
por la teoría de la epigénesis pertenecían, no a la sustancia viva como, un

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

todo, sino a las células individuales: aunque los billones de células que
constituyen un organismo adulto son todas ellas descendientes de la misma
célula ancestral, los varios miembros de esta colonia celular tienen dife-
rentes propiedades y realizan muy diferentes funciones.

El primer esquema coherente de la diferenciación celular embrionaria


fue propuesto por August Weismann en la década de 1880. Weismann pro-
puso que la diferenciación de las células del cuerpo surge de un reparto
desigual de la sustancia hereditaria en divisiones celulares sucesivas. Es
decir, él supuso que la diferenciación celular es la consecuencia de la di-
ferenciación del núcleo celular que surge de una pérdida selectiva de lo
que llamamos ahora los genes parentales. Según Weismann el comple-
mento génico total, o genoma, se preservaría intacto sólo durante las divi-
siones celulares de la línea germinal, de tal forma que las células germina-
les —óvulos y espermatozoides— que contiene el adulto sexualmente ma-
duro pueden transmitir a la descendencia el genoma parental completo. El
esquema de Weismann perdió vigor durante los primeros años de este si-
glo, aunque no se había aducido ninguna evidencia crítica que probara que
una diferenciación genética encubierta del núcleo celular no fuera respon-
sable de la abierta diferenciación celular. Por fin, en los años sesenta fue
posible obtener una prueba experimental en contra de la teoría de Weis-
mann cuando se desarrollaron técnicas que hicieron posible el trasplantar
el núcleo de una célula diferenciada de un adulto a un huevo cuyo propio
núcleo había sido previamente extraído. Gracias a esta técnica, J. B. Gur-
don pudo mostrar que se puede desarrollar un renacuajo de un huevo de
rana en el que el núcleo había sido trasplantado de una célula diferenciada
del intestino de un renacuajo. Por tanto, el experimento de Gurdon eliminó
al fin la teoría de la diferenciación celular, ya que mostró que el núcleo de
una célula intestinal diferenciada lleva aún los genes necesarios para ins-
truir al huevo de rana sobre cómo producir una rana. Así pues, se concluyó
que la diferenciación celular no es la consecuencia de un cambio perma-
nente en las características del genoma celular, sino que, en lugar de eso,
debe derivarse de la expresión diferencial de la miríada de genes encerra-
dos en ese genoma. En consecuencia, se empezó a creer que la explicación
de la diferenciación celular debe hacerse en términos de la regulación de
la función génica.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

El descubrimiento de Gurdon hizo parecer que había llegado la hora de


que los genetistas moleculares encontrasen la solución al puzzle del desa-
rrollo embrionario. En particular, parecía plausible creer que la regulación
de la función génica era efectuada por genes controladores especiales y
que, por lo tanto, el concepto de información genética, que había probado
ser de tan enorme utilidad en el crecimiento de la Genética molecular, po-
día ser también de gran ayuda para descubrir la génesis del embrión. Yo
mismo era partidario de esta creencia general al final de los años sesenta,
y creía que el carácter específico de las células diferenciadas parecía deri-
varse del encendido y apagado de varios genes por un mecanismo regula-
dor no muy distinto del «operón» propuesto para las bacterias por Monod
y su colega François Jacob. Aunque admitía la posibilidad de que los or-
ganismos superiores pudieran emplear otros circuitos reguladores además
del operón, yo creía que por simple extensión del saber de la Genética mo-
lecular uno podría ya imaginarse cómo debían ser esos circuitos. Sin em-
bargo, mi confianza en el enfoque de la embriología desde la Genética
molecular no estaba justificado, ya que ha resultado que este enfoque ha
producido muy poco avance en la década que ha transcurrido desde enton-
ces. Aunque se ha acumulado en este tiempo una tremenda cantidad de
datos al respecto, se han obtenido muy pocas teorías generales. Al buscar
una explicación de esta inesperada falta de progreso para los genetistas
moleculares, he llegado a darme cuenta de que puede atribuirse a una difi-
cultad fundamental que surge al extender el concepto de información ge-
nética de un gen individual al complemento génico completo de un orga-
nismo o genoma.

Como dijo Erwin Schrödinger hace treinta años, en su sugerente libro


What is Life?, el gen puede ser considerado como un transportador de in-
formación cuya estructura física se corresponde con una sucesión aperió-
dica de un pequeño número de elementos isoméricos de un código heredi-
tario. Con el tiempo, durante el periodo dogmático de la Genética molecu-
lar, el gen fue identificado con un segmento de una molécula de ADN de
hélice doble que reside en los cromosomas del núcleo celular. Los elemen-
tos isoméricos del código hereditario resultaron ser las cuatro bases nu-
cleotídicas adenina, guanina, timina y citosina, que encierran la informa-
ción genética en su secuencia lineal aperiódica a lo largo de la molécula
de ADN. Y en lo que concierne al significado de la información contenida

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

en un gen individual, se puso de manifiesto, en un principio como un pos-


tulado dogmático a priori y más tarde establecido como un hecho empí-
rico, que la secuencia lineal de las bases del ADN determina la secuencia
lineal de aminoácidos de una molécula proteica particular. Las dos secuen-
cias están relacionadas por medio de un código genético, en el que cada
tripleta de bases determina una de las veinte clases de aminoácidos con
los que están constituidas las moléculas de proteína. Sin embargo, el ADN
de los cromosomas contiene también algunos segmentos con secuencias
de bases que no determinan moléculas proteicas, y que, en sentido estricto,
no constituyen genes. Algunos de esos segmentos sirven de moldes para
el ensamblaje de los ácidos nucleicos que componen el aparato celular para
la síntesis proteica, tales como las moléculas de ARN transferente y ribo-
sómico, y otros segmentos sirven de sitios de control en los que se regula
la expresión de los genes. Por tanto, puede decirse que en el presente existe
un estado de conocimiento muy satisfactorio sobre la naturaleza del con-
tenido informacional y sobre el significado de los elementos estructurales
del material genético. Sin embargo, el estado actual del problema del sig-
nificado general del genoma completo no es realmente tan satisfactorio.
¿Cuál es, de hecho, el significado general de la información contenida
en el genoma? ¿Qué representa? Una respuesta bastante común a esta pre-
gunta es que las moléculas de ADN del genoma contienen, obviamente,
una representación unidimensional del organismo completo. Por ejemplo,
el astrónomo Carl Sagan sugirió, en una conferencia sobre comunicación
con inteligencias extraterrestres, que el transmitir vía señales de radio la
secuencia de bases completa del ADN del genoma del gato a una distante
civilización extraterrestre sería equivalente a enviar a esos extraterrestres
el gato completo. La sugerencia de Sagan, aunque hecha parcialmente en
broma, nos permite darnos cuenta de que la respuesta correcta a la pregunta
sobre el significado del genoma no.es tan obvia. Al contrario, lo que es
obvio es que la inteligencia extraterrestre, incluso si poseyera la tabla del
código genético terrestre, no sería capaz de reconstruir el gato a partir de
la secuencia de bases de su ADN. Para hacer esta reconstrucción los ex-
traterrestres tendrían que conocer mucho más sobre la vida terrestre que
las relaciones formales entre las secuencias de bases del ADN y las se-
cuencias de aminoácidos de las proteínas. Lo que tendría que conocer, por
encima de todo, es que el gato, o el fenoma felino, surge por un proceso
epigenético a partir de un huevo fertilizado que contiene las secuencias de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

nucleótidos del ADN felino. Además, los extraterrestres tendrían que com-
prender la naturaleza de la relación epigenética entre fenoma y genoma,
una comprensión que desgraciadamente aún no tenemos.
¿Por qué, entonces, nos falta aún esta comprensión? ¿Por qué resultó
tan difícil extender al profundo problema del desarrollo embrionario los
grandes descubrimientos sobre la naturaleza de la estructura y la función
del gen proporcionados por la Genética molecular? Como dijo C. H. Wad-
dington mucho antes de que las teorías informacionales de la Genética mo-
lecular hubieran recibido su validación experimental, la información ge-
nética no representa a un organismo, sino meramente a algunos compo-
nentes de un paisaje epigenético. Lo que Waddington quiere indicar con
este término poético es una parcela de relaciones funcionales multivarian-
tes en un espacio multidimensional. En este espacio, el tiempo de desarro-
llo es la variable independiente y las propiedades que describen tanto el
organismo como a su ambiente son las variables dependientes. Las rela-
ciones funcionales con las que este paisaje se construye son los procesos
químicos y físicos que relacionan los cambios de esas propiedades con el
flujo de tiempo ontogenético. La topografía de este paisaje, por tanto, re-
presenta los caminos del desarrollo por los que se mueve el embrión desde
el huevo fertilizado hasta el adulto. La razón principal de Waddington para
usar la metáfora del paisaje fue el señalar que en este espacio los caminos
del desarrollo están destinados a formar un sistema de valles interconecta-
dos que descienden «corriente abajo» desde la cima del huevo en la direc-
ción del tiempo ontogenético hacia el «nivel del mar» del organismo
adulto. Esta característica aseguraría que los caminos fuesen relativamente
resistentes a perturbaciones de las relaciones funcionales y a las fluctua-
ciones en las variables dependientes, y por tanto, garantizaría una relación
razonablemente invariable entre el genoma y el fenoma. El papel de los
genes en la formación de este paisaje se deriva de su control sobre procesos
químicos críticos en la secuencia del desarrollo, o (tal como sabemos
ahora) de su gobierno sobre la producción de moléculas proteicas capaces
de catalizar reacciones químicas específicas.
La idea del paisaje epigenético, ciertamente nos acerca a una compren-
sión de la relación entre la información genética y el organismo al cual da
lugar. Y puede decirse que el descubrimiento de las relaciones funcionales
de ese paisaje, o como lo ha llamado Franqois Jacob, «los algoritmos del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

mundo viviente», debería ser una de las metas principales, si no la princi-


pal, de la Embriología contemporánea. Pero en mi opinión, hasta ahora al
menos, esta meta no ha recibido la suficiente atención, debido a las difi-
cultades semánticas inherentes a la noción de «significado», cuando se
aplica a la información genética.

Irónicamente, el problema del significado no es menos problemático


en el campo de la comunicación humana, en el que el concepto científico
de información se desarrolló antes que en el campo de la Genética, a la que
fueron extendidas las nociones semánticas por los genetistas moleculares.
Como la cuestión de cómo surge el significado del lenguaje, o incluso qué
es lo que decimos sobre una palabra cuando decimos lo que significa, es-
pera aún una respuesta, no es sorprendente que también encontremos difi-
cultades conceptuales con el uso metafórico de la terminología semántica
en Biología genética. Ocurre, sin embargo, que algunas de las contribucio-
nes filosóficas al problema del significado lingüístico pueden servirnos
también en el problemático asunto del significado de la información gené-
tica.
Una de las contribuciones filosóficas a la semántica que puede ayudar-
nos a comprender cómo surge el significado de la información genética es
el conocimiento de que el significado de las estructura semánticas puede
depender del contexto en que se producen. Por ejemplo, la Lingüística
llama la atención sobre el hecho de que aunque el significado literal de la
frase: «Quiero que cierres la puerta» es una declaración del estado de la
mente del que habla, en el contexto del trato social educado el significado
que se intenta dar a esa sentencia es, de hecho, el de una orden. Una dis-
tinción entre dos clases distintas de significado dependiente del contexto,
que creo puede ser útil para nuestro propósito, es la que existe entre el
significado implícito y explícito. El significado explícito es el que tiene
una estructura semántica en virtud de la relación sintáctica de sus elemen-
tos. Así, el significado explícito puede extraerse de la estructura al some-
terla a un análisis lingüístico. El significado implícito, por el contrario, no
está contenido realmente en la propia estructura y surge de forma secun-
daria del significado explícito en virtud del contexto. Por ejemplo, el sig-
nificado explícito de la frase «John Smith está viajando a Nueva York» es
que un individuo particular está de camino hacia una localidad geográfica
particular. Sin embargo, dependiendo del contexto en el que se produzca

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la sentencia, puede tener también una gran variedad de significados implí-


citos. Por ejemplo, si se produce en el aeropuerto de San Francisco, podría
implicar que el Sr. Smith está a punto de embarcar en un vuelo particular,
que su maleta debe meterse en un camión determinado, que no puede po-
nerse al teléfono en las próximas seis horas, etc. La misma sentencia con
el mismo significado explícito podría producir una serie diferente de sig-
nificados implícitos si se hubiera producido en una gasolinera de una au-
topista de Colorado.

El «Paisaje epigenético», de Waddington. En esta figura el tiempo de desarrollo corre hacia


el observador, y el potencial de desarrollo está representado por la dirección descendente. La
bola indica el embrión, que puede caer rodando hacia el nivel del organismo adulto por una
de las diferentes rutas alternativas. (De C. H. WADDINGTON, The Strategy of the Genes,
George Alien & Unwin Ltd., Londres, 1957.)

Verdaderamente, es difícil trazar una línea clara de demarcación entre


los significados explícito e implícito, ya que la extracción del propio sig-
nificado explícito raramente está libre del contexto. Por ejemplo, en el caso
citado anteriormente, la ambigüedad intrínseca en el significado explícito
de si «Nueva York» se refiere al estado o a la ciudad se resuelve en el

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

contexto del aeropuerto de San Francisco en donde el término puede asu-


mirse con seguridad que se refiere a la ciudad. Por tanto, la distinción entre
los significados explícito e implícito es relativa en lugar de absoluta; un
significado será menos explícito y más implícito cuanto mayor sea su de-
pendencia del contexto. Además, debido a su elevado grado de dependen-
cia con el contexto, el significado implícito no está limitado, por cuanto
que se aleja cada vez más del significado explícito a medida que se ensan-
cha el contexto.
Cuando aplicamos esta distinción a la relación semántica entre genoma
y fenoma se hace evidente que el significado explícito de la información
genética consiste en las secuencias de aminoácidos de las proteínas codi-
ficadas en los genes, y en las secuencias de nucleótidos de las moléculas
de ARN transferente y ribosómico codificadas en otros sectores no-géni-
cos del ADN. El significado explícito incluiría también las propiedades
fisicoquímicas de los segmentos controladores no génicos del ADN, tales
como los operadores, que realizan funciones reguladoras. Estos significa-
dos son explícitos en el sentido de que pueden extraerse de un análisis de
la propia secuencia de bases nucleotídicas del ADN, dado que uno sabe
que la secuencia de bases del ADN se transcribe en una secuencia comple-
mentaria de bases de ARN, y que uno tiene acceso a la tabla del código
genético. Pero esos significados explícitos forman solamente el esqueleto
básico de las relaciones funcionales que originan el paisaje epigenético.
La parte principal de esas relaciones está implícita en la información ge-
nética.
Como ejemplo de significado implícito podemos considerar la confor-
mación tridimensional de las moléculas de proteína. Aunque en cierto sen-
tido es verdad que la conformación espacial de una molécula proteica está
«determinada genéticamente», esta «determinación» se deriva de la espe-
cificación codificada en el ADN de la secuencia unidimensional de ami-
noácidos de la molécula. Una vez ensamblada a partir de los aminoácidos
que la constituyen, la molécula de proteína se pliega automáticamente para
adoptar su estructura funcional tridimensional. Los principios físico-quí-
micos que gobiernan este plegamiento son parcialmente conocidos, aun-
que aún no es posible (pero pronto lo será) predecir la estructura tridimen-
sional que adoptará una proteína a partir de su secuencia específica de ami-
noácidos. Pero es importante notar que estas reglas de plegamiento no es-
tán representadas en ninguna parte dentro de las secuencias de bases del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

ADN, siendo parte del contexto más que de las estructuras genéticas infor-
macionales. La función enzimática de la molécula proteica, que puede de-
cirse también que está «determinada genéticamente», es un significado
más puramente implícito de la información genética que la conformación
espacial. Una vez que la molécula proteica haya sido ensamblada especí-
ficamente a partir de los aminoácidos que la constituyen y haya adoptado
su estructura tridimensional específica, ciertas partes de esa estructura re-
sulta que poseen el poder de catalizar algunas reacciones químicas parti-
culares. Los principios estereoquímicos que gobiernan esta catálisis son
también parcialmente conocidos, aunque (por lo menos, hasta donde yo
sé) no es posible aún predecir, basándose en la estructura tridimensional
conocida de una molécula proteica, la clase de reacción que esa molécula
puede catalizar. No hace falta decir que los principios de la catálisis quí-
mica tampoco están representados en la secuencia de bases del ADN; en-
tran dentro del significado de la información genética en un nivel de se-
gundo orden de una jerarquía contextual, en cuyo nivel de primer orden se
encuentra el proceso de plegamiento proteico.
Este proceso de identificar significados implícitos de la información
genética puede continuarse casi indefinidamente en niveles cada vez más
altos de la jerarquía contextual. Por ejemplo la función fisiológica de una
sustancia química, cuya formación está catalizada por una molécula pro-
teica particular, puede decirse que está «determinada genéticamente», del
mismo modo que la característica del comportamiento a la que da lugar
esa función fisiológica. El horizonte prácticamente ilimitado de significa-
dos implícitos de la información genética, muestra que, tal como se sabe
desde hace tiempo, la noción de «naturaleza congénita», o determinación
genética de los caracteres incluye tantas cosas que casi carece de signifi-
cado. Después de todo, no hay aspecto del fenoma del que pueda decirse
que los genes no han contribuido en su determinación. De esto se deduce
que el concepto de información genética, que en los principios de la Bio-
logía molecular tuvo un valor heurístico tan grande para desentrañar la es-
tructura y la función de los genes, es decir, el significado explícito de esa
información, ya no es tan útil en este periodo tardío en el que las relaciones
epigenéticas que necesitan aún explicación representan principalmente el
significado implícito de esa información.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Para demostrar el interés que tienen estas discusiones semánticas abs-


tractas en la Biología actual, podemos considerar un área de investigación
particularmente activa en la actualidad, que consiste en el estudio del desa-
rrollo del sistema nervioso de los metazoos. El sistema nervioso es un ob-
jeto de investigaciones especialmente interesante porque, tal como han
mostrado los estudios neuroanatómicos y neurofisiológicos, el comporta-
miento de un organismo puede atribuirse a la forma precisa en que se in-
terconectan los componentes celulares de ese sistema. Por lo tanto, en este
caso se puede proporcionar una definición clara de un fenoma en términos
del diagrama de un circuito de elementos celulares especificados. Aunque
no podemos estar seguros aún de que sea posible dar una explicación del
paisaje epigenético que produce el circuito neural, podemos confiar razo-
nablemente en que la explicación, si es que se encuentra, no será trivial.
El problema general del desarrollo del sistema nervioso ha sido formu-
lado por Seymour Benzer, uno de los genetistas moleculares veteranos
que, con la llegada del periodo académico, dirigió su atención hacia el sis-
tema nervioso, en los siguientes términos:

Cuando el organismo individual se desarrolla a partir de un huevo fertili-


zado, la información unidimensional contenida en la secuencia lineal de los
genes en los cromosomas controla la formación de una capa celular bidimen-
sional que se pliega para dar lugar a una colocación tridimensional precisa de
los órganos de los sentidos, sistema nervioso central y músculos. Estos ele-
mentos interactúan para producir el comportamiento del individuo, un fenó-
meno cuya explicación requiere por lo menos cuatro dimensiones. Segura-
mente los genes, que en tan gran medida determinan las características anató-
micas y bioquímicas, deben interactuar con el ambiente para determinar el
comportamiento. Pero ¿cómo?

Una posible contestación a la pregunta de cómo determinan el compor-


tamiento los genes es que ellos, de hecho, contienen la información para
el diagrama del circuito del sistema nervioso. Sin embargo, se ha argu-
mentado que el circuito del sistema nervioso no puede, de hecho, estar
determinado genéticamente, porque la cantidad total de información gené-
tica no basta para especificar las conexiones neuronales que tienen que
producirse. Según este argumento, la secuencia lineal de 1010 bases en el
ADN que aproximadamente contiene el genoma de un animal vertebrado
superior, contiene un límite máximo de 2×1010 bits de información (ya que

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

cada base, al ser una de cuatro tipos posibles contiene 2 bits). Por otra
parte, si cada una de las 1010 células, aproximadamente, que contiene el
sistema nervioso de ese animal estuviera conectada solamente con otras
dos células, requeriría del orden 1010 log2 1010, o 3×1011 bits para especi-
ficar esta red. Por tanto, incluso bajo la visión más absurdamente simplifi-
cada de la complejidad del sistema nervioso, el contenido total de infor-
mación del material genético incluso si no tuviese otro papel más que la
determinación del sistema nervioso, sería demasiado bajo (un orden de
magnitud menor) para permitirle la especificación de las conexiones entre
células nerviosas.
Aunque este argumento antigenético tiene poco mérito, es útil consi-
derarlo porque ejemplifica dos errores no poco comunes en la forma de
pensar que deben corregirse antes de que pueda considerarse provechosa-
mente la relación del genoma con el fenoma del desarrollo del sistema
nervioso. El primero de esos errores se deriva de una aplicación espuria de
la teoría de la información a los problemas biológicos. Es decir, se deriva
de la negativa a reconocer que el concepto cuantitativo de información se
aplica sólo a procesos en los que las probabilidades de realización de su-
cesos alternativos se conocen o están claramente definidos. Para ilustrar
este punto, podemos considerar un ejemplo biológico que contiene algunas
analogías formales con el problema del circuito del sistema nervioso pero
que actualmente está mucho mejor comprendido, esto es, la determinación
de la estructura de las moléculas de proteína. Una molécula proteica nor-
mal contiene alrededor de trescientos aminoácidos, o alrededor de cuatro
mil átomos unidos unos a otros mediante enlaces químicos específicos,
estando conectado cada átomo, por término medio, a otros dos átomos.
Podemos preguntar ahora cuántos bits de información se necesitan para
especificar la estructura química de esa molécula de proteína. Si procedié-
ramos con los mismos cálculos que acabamos de aplicar al sistema ner-
vioso nos daríamos cuenta de que son necesarios aproximadamente 4×103
log2 (4×103) 5×104 bits. Pero aquí encontramos una aparente paradoja,
porque el gen que codifica la estructura química de una molécula proteica
de trescientos aminoácidos consiste solamente en una secuencia de nove-
cientos nucleótidos, y por lo tanto contiene un máximo de 2 × 900 = 1.800
bits de información. Por tanto, el contenido en información del gen sería
un orden de magnitud menor del que haría falta para codificar la estructura
química que se sabe que determina. Los descubrimientos de la Genética

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

molecular alcanzados durante el periodo dogmático resuelven rápidamente


esta aparente paradoja: la molécula proteica no se construye soldando cua-
tro mil átomos determinados entre los que cualquiera de ellos puede co-
nectarse potencialmente al resto. En lugar de eso, el ensamblaje proteico
procede mediante la unión, según una secuencia específica, de trescientos
aminoácidos (cada uno de los cuales conteniendo por término medio una
docena de átomos) seleccionados de un pool de veinte clases diferentes de
aminoácidos. Por tanto, para especificar este proceso de ensamblaje sólo
hacen falta 300 × log2 20 = 1.300 bits de información lo cual es menos que
el contenido máximo de información del gen correspondiente. Este ejem-
plo muestra que, por lo tanto, hasta que se reconozca el proceso por el cual
se organiza el sistema nervioso, o hasta que se desarrollen creíbles algorit-
mos detallados, es imposible formar siquiera una burda estimación de la
cantidad de información genética que se necesitaría para especificar la red
neuronal. Por consiguiente, la posibilidad de que la estructura del sistema
nervioso esté determinada genéticamente no puede ser eliminada basán-
dose solamente en el criterio teórico de la información. En cualquier caso,
es obvio que el desarrollo nervioso ontogenético no es formalmente equi-
valente a ensamblar una serie de 1010 células nerviosas, todas ellas poten-
cialmente interconectables., uniéndolas según un esquema proporcionado
por el fabricante. Este es el segundo error que contiene el argumento anti-
genético espurio.

Sin embargo, al considerar de nuevo la cuestión de cómo determinan


los genes el comportamiento llegamos a la conclusión de que —por razo-
nes distintas de las teóricas sobre la información— la red neuronal no
puede ser preprogramada de forma precisa por la información genética,
debido a lo que Waddington ha llamado el «ruido del desarrollo». Por una
parte, los componentes de la red deben conectarse con un alto grado de
precisión con objeto de que el sistema completo pueda funcionar con el
grado necesario de exactitud y confianza. Pero, por otra parte, existe ob-
viamente una probabilidad intrínseca de error e incertidumbre en la reali-
zación epigenética no sólo de estas células componentes y sus conexiones,
sino también en otras partes del cuerpo no nerviosas con las que el sistema
nervioso debe interactuar. Por tanto, para realizar la precisión requerida,
el desarrollo del sistema nervioso solamente puede ser gobernado por un
programa muy vago, con el que surja una superproducción de células y

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

conexiones, de entre las cuales se seleccione una serie apropiada tras va-
riados procedimientos de ensayo.
Como un ejemplo de este principio podemos considerar el desarrollo
de la ruta visual del gato, cuya secuencia de nucleótidos del ADN propuso
Cari Sagan que fuera enviada por radio a la civilización extraterrestre. En
la discusión del capítulo precedente sobre el proceso de abstracción de da-
tos llevado a cabo en esta ruta visual, no se mencionó el aspecto binocular
de la visión. Pero ahora tomaremos en cuenta que el sistema óptico del
gato (como el de los humanos) permite que los dos ojos vean el mismo
campo visual. Con objeto de conseguir que la señal visual binocular de una
misma escena se fusione en una única percepción visual, cada célula «sim-
ple» o «compleja» del córtex visual del cerebro del gato recibe señales
eléctricas que se originan en series emparejadas de unos miles de recepto-
res primarios de la luz en las retinas de ambos ojos. Estas series están em-
parejadas en el sentido de que reciben luz de exactamente los mismos pun-
tos del espacio visual.
¿Cómo surgen estas conexiones re ti no-corticales durante el desarrollo
embrionario del gato? Podríamos pensar que hay algún proceso genética-
mente determinado, hasta ahora desconocido, que dirige la formación de
las terminaciones de las células nerviosas y funciona de tal manera que las
células receptoras de la luz de áreas correspondientes de las retinas derecha
e izquierda se conectan a la misma célula nerviosa cortical. Pero ahora
tenemos que tener en cuenta que para la visión binocular la corresponden-
cia de las áreas retínales depende, no sólo de la topografía de la retina, sino
también de la física óptica del ojo. Es decir, el que los pares de receptores
retínales de la luz en el ojo derecho y en el izquierdo vean el mismo punto
del espacio visual está gobernado por la estructura y posición exactas de
las lentes derecha e izquierda. Aunque la realización epigenética de las
ópticas físicas pueda ocurrir también mediante procesos determinados ge-
néticamente, es de todo punto inconcebible que la formación indepen-
diente de las retinas y las lentes pueda estar preprogramada genéticamente
para que ocurra con un grado de precisión tal que la imagen de un punto
dado dentro del campo visual caiga exactamente en el par de células re-
ceptoras de la luz que los genes han hecho que estén conectadas a la misma
célula cortical.

― 182 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Tal como han revelado los estudios neurológicos del desarrollo de las
conexiones retino-corticales del gato, este asombroso problema de desa-
rrollo se soluciona produciendo un exceso de conexiones (posiblemente
determinado genéticamente) entre los receptores de luz y las células ner-
viosas corticales. Es decir, al nacer, antes de la experiencia visual, cada
célula cortical está conectada a células receptoras de la luz pertenecientes
a un área de la retina mucho mayor de lo que es realmente compatible con
la visión binocular. Este impreciso sistema visual congénito se refina con
las primeras experiencias visuales postnatales del gatito, mediante un pro-
ceso neurofisiológico que identifica las áreas retínales correspondientes de
los dos ojos que reciben la luz del mismo punto del espacio visual, dada la
óptica física real que tiene el pequeño animal. Gracias a esta identificación,
el sistema nervioso en desarrollo selecciona de entre el exceso de conexio-
nes retino-corticales existentes precisamente aquellas que proporcionan
una señal visual coherente a cada célula cortical binocular.

Aunque parece entonces que los genes no pueden preprogramar de


forma precisa las conexiones del sistema nervioso, no obstante es obvio
que deben desempeñar un papel considerable en la génesis de su estruc-
tura. Y, por tanto, los genes deben tener también una contribución impor-
tante en la determinación del comportamiento animal. El reconocimiento
de este hecho ha dado lugar a una especialidad neurobiológica que trata de
descubrir precisamente cómo realizan los genes su función epigenética de-
terminativa, y que es una rama de la disciplina conocida como «Genética
del desarrollo».
El enfoque principal utilizado hasta ahora en el esfuerzo para estable-
cer el papel que desempeñan los genes en la determinación de las conexio-
nes entre células nerviosas es el aislar mutaciones génicas que afecten el
comportamiento de un animal y estudiar los cambios en la estructura del
sistema nervioso que serán los responsables de la alteración del comporta-
miento. Este enfoque está basado evidentemente en la creencia de que el
procedimiento de aislar mutantes y analizar las anormalidades que contie-
nen, que dio tan buen resultado para la Genética molecular en la compren-
sión del significado explícito de la información genética, también será útil
en el descubrimiento de su significado implícito. Esta creencia es induda-
blemente correcta ya que lo que Waddington llamó «remodelamiento del

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

paisaje epi- genético» por una mutación génica y los cambios que la acom-
pañan puede ayudar a identificar las relaciones funcionales que producen
el camino del desarrollo normal. Pero debe tenerse presente que aunque un
gen mutado puede ayudar a identificar una función epigenética particular,
la conexión entre esa función y el gen mutante puede ser muy indirecta, e
implicar a muchos otros miembros de la red funcional. En vista de su leja-
nía de la acción primaria de los genes, es improbable que la gran mayoría
de los algoritmos epigenéticos puedan referirse a cualquier gen concreto.
Con objeto de apreciar la clase de descubrimientos dentro del desarro-
llo del sistema nervioso que es probable que proporcione este enfoque ge-
nético consideraremos ahora, como caso paradigmático, el gato siamés,
que lleva una mutación que afecta su comportamiento y que produce cam-
bios anatómicos y fisiológicos identificables en el sistema nervioso.
La ruta visual del gato está estructurada de tal forma que la corteza
cerebral del lado derecho del animal recibe la señal visual sólo de la mitad
izquierda del espacio visual y la corteza cerebral izquierda sólo de la mitad
derecha del espacio visual. Para producir este intercambio izquierda-dere-
cha de la señal visual, las fibras del nervio óptico que llevan la señal de las
células receptoras de la luz colocadas en la mitad nasal de la retina (es
decir, la mitad próxima a la nariz que recibe luz del mismo lado del espacio
visual en el que se encuentra el ojo) cruzan a la corteza cerebral del otro
lado del cuerpo, mientras que las fibras que llevan la señal de los recepto-
res de la luz colocados en la mitad temporal de la retina (es decir la mitad
más próxima a las sienes y que recibe luz del lado opuesto del espacio
visual) no cruzan, y conectan con la corteza del mismo lado del cuerpo. En
los gatos normales, es decir, en el gato doméstico ordinario, la línea de
demarcación del intercambio de las fibras del nervio óptico está exacta-
mente a medio camino entre los bordes nasal y temporal de la retina. Sin
embargo, tal como fue descubierto por R. W. Guillery, en los gatos siame-
ses la línea normal de demarcación está desplazada de la línea media hacia
el borde temporal de la retina. Como resultado de este desplazamiento,
algunas fibras del nervio óptico alcanzan la corteza cerebral en el lado
«erróneo» del cerebro.
Está fuera del propósito de esta discusión el considerar en detalle los
cambios enormemente interesantes que origina esta proyección cerebral
errónea de las fibras del nervio óptico en el sistema nervioso y el compor-
tamiento del gato siamés. Basta decir que en respuesta a la señal visual

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

aberrante tanto la corteza cerebral como el comportamiento de estos ani-


males está reorganizado específica y funcionalmente de una forma tal que
se adapta para minimizar el efecto pernicioso de esta malformación del
desarrollo determinada genéticamente. Además, la naturaleza de esta reor-
ganización cerebral apoya consistentemente nuestra conclusión previa de
que a lo largo del desarrollo del sistema nervioso las conexiones finales
dependen en parte de un proceso selectivo basado en el ensayo funcional
de unos circuitos imprecisos. Sin embargo, lo que quiero considerar aquí
es la forma en que la mutación de un gen que contiene el gato nos ayuda a
conocer el componente genético del comportamiento.

Aunque el contenido informacional del genoma del gato siamés cierta-


mente difiere del que tiene el gato ordinario en más de un gen, Guillery ha
sido capaz de identificar el gen mutante cuyo cambio es responsable del
intercambio aberrante de las fibras del nervio óptico. Es el gen «tirosinasa»
en el que está escrita la secuencia de aminoácidos de una proteína que ca-
taliza una reacción dentro de la biosíntesis del pigmento oscuro melanina.
En el gato siamés este gen lleva una mutación que hace que la proteína
mutante sea incapaz de llevar a cabo su función catalítica a 37°C y, por
tanto, no se forma el pigmento oscuro a la temperatura del cuerpo. Es esta
mutación la responsable del color característico de la capa del gato siamés,
es decir, el cuerpo débilmente pigmentado con manchas de pelo negro en
las puntas de las orejas, las patas y el hocico.
Pero, ¿cuál es la posible conexión entre la formación de melanina y la
dirección de las prolongaciones de las fibras del nervio óptico desde la
retina hacia la corteza cerebral derecha o izquierda? Y ¿por qué la ausencia
de pigmento produce un intercambio aberrante, particularmente en vista
del hecho de que las células de la retina que originan las fibras del nervio
óptico no contienen cantidades significativas de melanina en ningún caso?
Las respuestas a estas preguntas son aún desconocidas, pero no es difícil
inventar una serie de algoritmos epigenéticos hipotéticos que proporcio-
narían una plausible explicación formal. Para ello, supongamos que las
células nerviosas embrionarias de la retina tengan alguna propiedad cuyo
valor Y aumente uniformemente a lo largo de la retina desde el borde tem-
poral al nasal. Supongamos además, que todas aquellas células en las que
X > X0 envíen sus fibras del nervio óptico al lado opuesto del cerebro,
mientras que el resto de las células envían sus fibras al mismo lado. El

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

sistema de desarrollo normal (es decir, la región de la retina del paisaje


epigenético) está equilibrado de forma que X = X0 en la línea media de la
retina. Ahora, aunque las células nerviosas de la retina no contengan me-
lanina, son, de hecho, las descendientes directas en el desarrollo de la capa
de células que contienen melanina y que forman el epitelio pigmentado
que se sitúa detrás de la retina y la protege de la luz excesiva. Para com-
pletar nuestro ejemplo de algoritmos sólo necesitamos considerar que si
las células epiteliales precursoras no están pigmentadas, tal como ocurre
en el embrión del gato siamés, el patrón de desarrollo normal de la forma-
ción de las células nerviosas retinales que descienden de ellas se modifica
ligeramente. Y como consecuencia de este ligero remodelado del paisaje
epigenético, el gradiente temporal-nasal en la retina de la propiedad pos-
tulada también se ve perturbado ligeramente de tal forma que X alcanza el
valor XQ hacia el lado temporal de la línea media de la retina. Por lo tanto,
la ausencia de pigmento en las células epiteliales precursoras podría ser la
causa de que las fibras del nervio óptico que transmiten señales de los re-
ceptores de luz colocados en la mitad temporal de la retina para los que X
> XD produzcan prolongaciones «incorrectas» hacia la corteza cerebral del
lado opuesto del cerebro.

Estamos ahora en condiciones de comprender el sentido en el que in-


terviene el gen «tirosinasa» del genoma felino en la «determinación» de la
ruta visual y el comportamiento: dirige la síntesis de una molécula proteica
particular a partir de los aminoácidos que la constituyen, en las células
precursoras de las fibras del nervio óptico. La presencia del pigmento cuya
síntesis cataliza esta proteína es una condición necesaria para el desarrollo
«normal» de la ruta, por cuanto la ausencia de pigmento de las células pre-
cursoras desencadena una cascada de aberraciones específicas que, final-
mente, conducen a una profunda reorganización de una parte del cerebro
del animal. La ruta visual del gato siamés, es, por lo tanto, un caso ideal
para el enfoque genético: una mutación en un solo gen conocido que de-
termina la secuencia de aminoácidos de una proteína conocida que cataliza
una reacción química conocida cuyo producto final tiene una función fi-
siológica conocida, produce un drástico y específico cambio estructural,
conocido, en el sistema nervioso. Pero, ¡ay!, nos dice poco sobre el com-
ponente genético explícito del comportamiento que no supiéramos de an-
temano. El tremendo interés del gato siamés se debe a la ayuda que puede

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

proporcionarnos en el intento de descubrir los algoritmos epigenéticos que


gobiernan la realización contextual del significado implícito de la infor-
mación genética. Por ejemplo, la probable conexión entre la ausencia de
pigmento en el epitelio de la retina y la dirección equivocada de las fibras
del nervio óptico, sugieren algunas hipótesis comprobables sobre las reglas
que determinan si una fibra del nervio óptico crece hacia el mismo lado
del cerebro que su retina de origen o hacia el lado opuesto. El conoci-
miento de esas reglas hipotéticas podrá contener términos tales como en-
zimas, gradientes, velocidades de crecimiento, concentraciones umbral,
adherencia preferencial y frecuencias del impulso nervioso, pero la palabra
«gen» es probable que no se mencione con frecuencia.
Es posible, por supuesto, que el enfoque genético pueda conducir al
descubrimiento de secuencias de nucleótidos en el ADN cuyo significado
explícito, de hecho, tenga que ver directamente con la determinación de la
estructura del sistema nervioso. Si ésos aparecen, la información que po-
drían proporcionar sería indudablemente de gran ayuda en nuestro intento
de descubrir los algoritmos del desarrollo. Pero, asimismo, parece más
probable que la gran mayoría de mutantes aislados de comportamiento
anormal manifiesten cambios en su sistema nervioso debido a que la mu-
tación ha ocurrido en un gen cuyo significado en las relaciones funcionales
que forman el paisaje epigenético esté implícito en lugar de explícito.
A la luz de estas consideraciones podemos tratar de apreciar la natura-
leza de la contribución que puede hacer el enfoque genético en la com-
prensión del sistema nervioso. No hay duda de que el enfoque genético
tiene una gran significación práctica y técnica. Primero, dentro del con-
texto de la Psicología humana y de la Medicina, es de la mayor importancia
el comprender el componente hereditario del comportamiento normal o del
patológico. Por ejemplo, si pudiera demostrarse que la esquizofrenia viene
«determinada» por un gen mutante particular, el valor de este conoci-
miento no se vería disminuido de ningún modo por el hecho de que el
significado biológico explícito de este gen estuviera separado por una am-
plia jerarquía contextual de su significado epigenético implícito dentro del
comportamiento. Segundo, dentro del contexto de la Neurofisiología, el
método de «disección genética» del comportamiento es probable que sea
de gran ayuda para el análisis funcional de redes celulares nerviosas cono-
cidas. Por ejemplo, un comportamiento anormal y una estructura del sis-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

tema nervioso anormal concomitante de un genotipo mutante, puede ob-


viamente, proporcionar descubrimientos sobre cómo se genera el compor-
tamiento normal en circuitos normales. Tercero, dentro del contexto de la
Biología del desarrollo, el remodelado del paisaje epigenético a que dan
lugar los genes mutantes puede ayudarnos, como vimos en el caso del gato
siamés, a reconocer las relaciones funcionales que crean los caminos nor-
males que conducen al punto final del animal adulto. Pero en lo que con-
cierne al descubrimiento de cómo interactúan los genes con el ambiente
para determinar el comportamiento, podemos ver que, gracias a las reali-
zaciones de la Biología molecular del pasado, ese descubrimiento ya ha
sido hecho: los genes determinan el comportamiento del mismo modo que
determinan cualquier otro aspecto del fenoma, dirigiendo la síntesis de
proteínas específicas.
Así pues, el gran problema biológico en espera de solución, no es el
cómo los genes determinan el comportamiento, sino el encontrar los algo-
ritmos del mundo vivo que producen el sistema nervioso. El horizonte de
esta disciplina, que podría llamarse «Epigenética neurológica» se extiende
más allá de los genes, y comprende el contexto en el cual el significado
explícito de la información genética da lugar al significado implícito que
es el organismo.

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― 189 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Teoría de la percepción visual de Descartes, tal como fue publicada póstumamente en su


Traité de l’Homme (1667). La estructura cerebral en forma de pera, marcada con «H», es la
glándula pineal, que, según Descartes, era la entrada del alma, en donde se formaba la per-
cepción. Por tanto, según esta idea, la información de la zona receptora se proyecta sobre la
glándula pineal, y es de esta glándula de donde salen las órdenes hacia la parte efectora. (De
la colección Kofoid de la Biblioteca de Biología de la Universidad de California, Berkeley.
Cortesía de la Universidad de California.)

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10. LOS LÍMITES DE LA COMPRENSIÓN CIENTIFICA DEL


HOMBRE (1975)

Durante los dos últimos siglos los científicos, particularmente en países


de habla inglesa, han considerado su intento de comprender el mundo
desde el punto de vista del positivismo. Durante todo este tiempo, el posi-
tivismo ha sido atacado por los filósofos, pero sólo desde la década de
1950 su poderosa fortaleza, representada por los estudiosos de la Natura-
leza, parece, finalmente, estar derruyéndose. No hay aún ninguna designa-
ción aceptada para las alternativas filosóficas que están reemplazando al
positivismo, pero la visión del hombre conocida como «estructuralismo»
parece ocupar una posición central en la escena epistemológica de estos
últimos tiempos1. Sin embargo, a pesar de que el trabajo de los científicos
estructuralistas haya mostrado la esterilidad esencial del enfoque positi-
vista al comportamiento humano, es probable que incluso el programa es-
tructuralista, aunque meritorio, tampoco conduzca a una comprensión
científica válida del hombre.

POSITIVISMO

El dogma principal del positivismo, tal como fue formulado en el siglo


XVIII, principalmente por David Hume y los enciclopedistas franceses, es
que, como la experiencia es la única fuente de conocimiento, los métodos
de la ciencia empírica son el único medio por el que puede entenderse el
mundo2. Según esta visión, la mente al nacer es una pizarra limpia en la
que gradualmente se va esbozando una representación de la realidad, cons-
truida sobre la experiencia acumulada. Esta representación es ordenada, o

1Puede obtenerse una excelente revisión del movimiento estructuralista en H. GARDNER, The
Quest for Mind, Knopf, Nueva York, 1973.
2Me refiero a Hume como fundador del positivismo, aunque el nombre de esta idea filosófica
fue inventado mucho después por Auguste Comte, debido a que dio la forma antimetafísica
al empirismo del siglo XVII que inspiró gran parte de la ciencia en los siglos XIX y XX.

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estructurada, porque, gracias al principio del razonamiento inductivo, po-


demos conocer características regulares de nuestra experiencia e inferir
conexiones causales entre sucesos que habitualmente ocurren juntos. La
posibilidad de un conocimiento innato, o a priori, del mundo, una carac-
terística fundamental del racionalismo del siglo XVII de René Descartes,
se rechaza como un absurdo lógico.
Es improbable que la aceptación general del positivismo haya tenido
un efecto significativo en el desarrollo de la Física, ya que los físicos no
necesitan mirar a los filósofos para justificar sus objetivos de investigación
o sus métodos de trabajo. Además, una vez que un físico haya conseguido
encontrar una explicación de algún fenómeno, puede confiar razonable-
mente en el test empírico de su validez. Por ejemplo, el rechazo positivista
de la teoría atómica al final del siglo XIX, sobre la base de que nadie «ha
visto» nunca un átomo, no detuvo a los químicos y los físicos que desarro-
llaron las bases para nuestro conocimiento actual de la materia microscó-
pica. Sin embargo, en las ciencias humanas, particularmente en Psicología
y Sociología, la situación fue bastante distinta. Aquí el positivismo iba a
tener el más profundo efecto. Una razón de esto, es que los que practican
las ciencias humanas dependen en mayor medida del apoyo filosófico para
su trabajo que los científicos de la Física. A diferencia de las intenciones
claramente definidas de la investigación en las ciencias físicas, a menudo
es imposible determinar específicamente qué es lo que quiere uno explicar
realmente del comportamiento humano. A su vez, esto hace que sea bas-
tante difícil el determinar claramente las condiciones bajo las cuales pueda
ser verificado cualquier nexo causal postulado que una los hechos obser-
vados. Sin embargo, el positivismo ayudó a que las ciencias humanas es-
tuvieran en primera fila, al insistir en que la comprensión final del hombre
debe estar basada en la observación de los hechos y no en especulaciones
hechas desde un sillón. Pero, al limitar las preguntas a las observaciones
factuales, y al permitir solamente las proposiciones que estén basadas en
inferencias inductivas directas de los datos sensoriales en bruto, el positi-
vismo hizo que las ciencias humanas permanecieran como disciplinas ta-
xonómicas cuyos contenidos son en gran manera descriptivos, con poco
poder de explicación auténtica. El positivismo informó, claramente, a los
fundadores de la Psicología, la Etnología y la Lingüística en el siglo XIX.
Aunque debemos agradecer a esos fundadores la primera serie de datos

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

dignos de confianza sobre el comportamiento humano, su negativa a con-


siderar esos datos en términos de cualquier proposición no derivada induc-
tivamente de la observación directa, les impidió construir un armazón teó-
rico para comprender al hombre.

ESTRUCTURALISMO

El estructuralismo trasciende los límites de la metodología de las cien-


cias humanas impuestos por el positivismo, si bien, dentro de la agenda de
las preguntas permitidas. El estructuralismo admite, al contrario que el po-
sitivismo, la posibilidad de conocimiento innato no derivado de la expe-
riencia directa. Representa, por lo tanto, una vuelta a la Filosofía raciona-
lista cartesiana. O, más exactamente, el estructuralismo abraza esta carac-
terística del racionalismo tal como fue remodelada posteriormente por Im-
manuel Kant en su Filosofía del idealismo crítico. Kant sostiene que la
mente construye la realidad a partir de la experiencia mediante el uso de
conceptos innatos, y que, por lo tanto, para comprender al hombre es in-
dispensable tratar de descubrir la naturaleza de esta oculta capacidad cog-
noscitiva universal. Según esto, el estructuralismo, no sólo permite propo-
siciones sobre el comportamiento que no sean directamente inducidas de
los datos de observaciones sobre el comportamiento, sino que incluso
mantiene que las relaciones entre dichos datos, o estructuras superficiales,
no son explicables en sí mismas. Según esta visión, las conexiones causa-
les que determinan el comportamiento no están relacionadas en absoluto
con las estructuras superficiales. En lugar de eso, los fenómenos externos
del comportamiento se generan por encubiertas estructuras profundas,
inaccesibles a la observación directa. De aquí que cualquier armazón teó-
rico para comprender al hombre debe estar basado en las estructuras pro-
fundas, cuyo descubrimiento debe ser la auténtica meta de las ciencias hu-
manas.
Probablemente, el pionero del estructuralismo mejor conocido es
Sigmund Freud, al cual debemos el descubrimiento fundamental de que el
comportamiento humano está gobernado, no tanto por los sucesos de los
que somos conscientes en nuestra propia mente o que podemos observar
en el comportamiento de los otros, como por las estructuras profundas del
subconsciente que generalmente permanecen ocultas a la visión tanto sub-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

jetiva como objetiva. La naturaleza de esas encubiertas estructuras profun-


das sólo puede inferirse indirectamente mediante el análisis de las estruc-
turas superficiales abiertas. Este análisis debe proceder según un elaborado
esquema de conceptos psicodinámicos que aparentan haber descubierto las
reglas que gobiernan las transformaciones recíprocas de estructuras super-
ficiales en profundas y de profundas en superficiales. La gran fuerza de la
Psicología analítica de Freud es que ofrece un enfoque teórico para la com-
prensión del comportamiento humano. Su gran debilidad, sin embargo, es
que no es posible verificar sus proposiciones. Y esto mismo puede decirse
de la mayor parte de las escuelas estructuralistas que actúan en las ciencias
humanas. Tratan de explicar el comportamiento humano dentro de un ar-
mazón teórico, al contrario que los positivistas, quienes no pueden hacerlo,
o incluso se niegan a tratar de hacerlo. Pero no hay forma de verificar las
teorías estructuralistas de la misma manera en que pueden verificarse las
teorías de la Física mediante experimentos críticos u observaciones. Las
teorías estructuralistas son, y pueden seguir siendo siempre, meramente
plausibles, siendo, quizá, lo mejor que podemos hacer para explicar el
complejo fenómeno que es el hombre.

ETNOLOGIA Y LINGÜISTICA

Por ejemplo, la Etnología positivista, tal como la concibe uno de sus


fundadores, Franz Boas, busca establecer tan objetivamente y tan libre de
tendencias culturales como sea posible, las pautas de comportamiento per-
sonal y las relaciones sociales que se encuentran en diversos grupos étni-
cos. Las pocas explicaciones que se hayan podido dar para explicar esas
observaciones, están formuladas en términos funcionalistas. Es decir, se
piensa que todas las características abiertas de comportamiento o todas las
relaciones sociales tienen una función útil en la sociedad en la que se en-
cuentran. El trabajo explicativo del etnólogo estará hecho, una vez que
haya identificado esa función y verificado su implicación por medio de
observaciones adicionales. Según esto, el propósito general de este enfo-
que en la Etnología es el mostrar los múltiples y diversos caminos por los
que el hombre ha adaptado su comportamiento y su existencia social a la
gama de condiciones que encontró al colonizar la Tierra. Por el contrario,
la Etnología estructuralista, según uno de sus máximos exponentes, Claude
Lévi-Strauss, considera el concepto de funcionalidad como una tautología,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

exenta de poder explicativo real para el comportamiento humano. Todo el


comportamiento existente es, obviamente, «funcional» ya que el «no fun-
cional» conduciría a la extinción del grupo étnico que lo exhibiera. En lu-
gar de la funcionalidad, sostiene Lévi-Strauss, sólo los aspectos profundos,
universales y permanentes de la mente pueden proporcionar una compren-
sión genuina de las relaciones sociales. Las circunstancias reales en las que
se encuentran los distintos pueblos no hacen más que modular el compor-
tamiento abierto originado por las estructuras profundas encubiertas. En
otras palabras, el punto de partida de la Etnología estructuralista es la idea
de que la diversidad aparente de los grupos étnicos pertenece solamente a
las estructuras superficiales y que en su nivel estructural profundo todas
las sociedades son muy parecidas. Por lo tanto, el propósito general de la
Etnología estructuralista es descubrir esas estructuras mentales profundas
universales que sobrepasan todas las fronteras e instituciones humanas.
La Lingüística positivista, tal como la conciben sus fundadores, Ferdi-
nand de Saussure y Leonard Bloomfield, se dedica a descubrir las relacio-
nes estructurales entre los elementos del lenguaje hablado. Es decir, el tra-
bajo de esta escuela tiene que ver con las estructuras superficiales de la
acción lingüística, los patrones que puede observarse que están en uso en
varios idiomas. Como los patrones que revelan tales análisis clasificadores
difieren ampliamente, parece razonable concluir que estos patrones son
arbitrarios, o puramente convencionales, un grupo lingüístico ha decidido
adoptar una convención y otro grupo ha elegido otra. No habría nada que
la Lingüística pudiera explicar, excepto los principios taxonómicos que
explican el grado de proximidad histórica de los diferentes pueblos. Y si
la variedad de patrones básicos de los distintos lenguajes humanos es ver-
daderamente el resultado de convenciones arbitrarias, el estudio de los pa-
trones lingüísticos existentes no es probable que aporte ningún descubri-
miento sobre las propiedades universales de la mente. Por el contrario, el
enfoque estructuralista de la Lingüística, según su principal proponente,
Noam Chomsky, parte de la premisa de que los patrones lingüísticos no
son arbitrarios. En lugar de eso, cree que todos los hombres poseen un
conocimiento a priori e innato de una gramática universal, y que a pesar
de sus diferencias superficiales, todos los lenguajes están basados en esta

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

misma gramática3. Según está visión, la estructura superficial abierta del


habla, u organización de sentencias, se genera en el que habla a partir de
una estructura profunda encubierta. Se cree que, en su acto parlante, el que
habla genera primero su proposición como una estructura profunda abs-
tracta que sólo secundariamente transforma, según una serie de reglas, en
la estructura superficial concreta de su discurso. El oyente, a su vez, des-
cubre el significado del acto parlante precisamente por la transformación
inversa, de estructura superficial en profunda. Chomsky sostiene que la
gramática de un lenguaje es un sistema de reglas de transformación que
determina una cierta asociación entre sonido y significado. Consiste en un
componente sintáctico, un componente semántico y un componente fono-
lógico. La estructura superficial contiene la información que se refiere al
componente fonológico, mientras que la estructura profunda contiene la
información referente al componente semántico, y el componente sintác-
tico asocia las estructuras superficial y profunda.
Hasta ahora, no parece que haya sido posible identificar claramente los
aspectos universales de la gramática de un lenguaje natural, y por lo tanto,
compartidos con el resto de los lenguajes naturales, al contrario de lo que
ocurre con los aspectos peculiares, y por lo tanto, responsables de las di-
ferencias entre ese lenguaje y el resto. Se ha obtenido algún éxito a nivel
de los sonidos, en el que se ha identificado un número limitado de «carac-
terísticas distintivas» universales. Cada característica puede adoptar muy
pocos valores discretos (ej., «presente» o «ausente») para un determinado
elemento sonoro del lenguaje. En otras palabras, cada símbolo de un alfa-
beto fonético puede considerarse como una serie de esas características,
cada una con un valor especificado. Por lo tanto, sería posible construir
una escritura fonética universal que permitiría, al menos en principio, que
una persona de cualquier lenguaje natural pronunciara correctamente un
texto escrito en cualquier otro lenguaje natural. Se ha obtenido mucho me-
nos éxito, hasta ahora, en el nivel del significado, que es más interesante

3 Desgraciadamente, llamar «estructuralista» a Chomsky conduce a confusión. Entre los es-


tudiosos de la Lingüística, Chomsky es conocido como «gramático generativo», mientras
que, no él sino sus predecesores positivistas, cuyas metas limitadas ha intentado transcender
Chomsky, se conocen como «estructuralistas». Pero en vista de la afinidad de Chomsky con
Freud, Lévi-Strauss y otros «estructuralistas» de las ciencias humanas, no parece haber forma
de evitar esta confusión terminológica en una discusión general sobre esta postura.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

desde el punto de vista filosófico. Aquí, el concepto de una gramática uni-


versal sugeriría la existencia de un conjunto de «características distintivas»
semánticas universales y de leyes referentes a sus interrelaciones y su va-
riación permitida. Es decir, los conceptos con significado serían una serie
de características semánticas cada una de ellas con un valor especificado.
Desde este punto de vista, sería posible escribir una «escritura semántica»
universal, cuyos textos serían comprendidos por personas pertenecientes a
cualquier lenguaje natural. Desgraciadamente, ha sido difícil lanzar pro-
posiciones específicas o ejemplos de las hipotéticas «características se-
mánticas», excepto concluir que deben tener una naturaleza muy abstracta.
En cualquier caso, si el nivel superficial del sonido y el nivel profundo del
significado son aspectos universales en los que están basados todos los
lenguajes naturales, deben ser los componentes transformadores de la gra-
mática los que se han ido diferenciando cada vez más en el transcurso de
la historia humana, desde la construcción de la Torre de Babel. Pero la
hipotética constancia de los aspectos universales a través del tiempo no
puede ser atribuible a ninguna causa más que a los aspectos hereditarios e
innatos de la mente. Por lo tanto, el propósito general de la lingüística es-
tructuralista es descubrir esos aspectos universales.

CONCEPTOS TRASCENDENTALES

Ahora, retrospectivamente, en una época en la que el positivismo y sus


ramificaciones científicas y filosóficas parecen estar moribundas, es sor-
prendente que estas ideas llegaran a tener tanta influencia sobre las cien-
cias humanas. Hume, aunque fue uno de sus fundadores, veía que la teoría
positivista del conocimiento tenía un defecto de lógica casi fatal. Tal como
indicó, la validez del razonamiento inductivo —que, según el positivismo
forma la base de nuestro conocimiento sobre la regularidad del mundo, y
por lo tanto, de nuestra inferencia de conexiones causales entre sucesos—
ni puede demostrarse lógicamente ni puede basarse en la experiencia. En
lugar de eso, el razonamiento inductivo es, evidentemente, algo que el
hombre lleva dentro, en lugar de obtenerlo de la experiencia. No mucho
después que Hume, Kant mostró que la doctrina positivista de que la ex-
periencia es la única fuente de conocimiento se deriva de una comprensión
inadecuada de la mente. Kant señaló que las impresiones sensoriales llegan
a ser experiencia, es decir, ganan significado, sólo cuando se interpretan

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

en términos de conceptos a priori, tales como tiempo y espacio. Otros con-


ceptos a priori, tales como la inducción (o causalidad), permiten que la
mente construya la realidad a partir de esa experiencia. Kant se refería a
esos conceptos como «trascendentales», porque trascienden de la expe-
riencia y, por lo tanto, están fuera del alcance de la indagación científica.
Pero ¿por qué, a pesar de la enorme influencia que tuvo Kant sobre los
filósofos, sus ideas tuvieron tan poca circulación entre los científicos? ¿Por
qué fue el positivismo y no el «idealismo crítico» de Kant el que informó
la epistemología explícita o implícita de la mayor parte de la ciencia en los
siglos XIX y XX? Pueden darse por lo menos dos razones para este hecho
histórico. La primera razón es que, simplemente, muchos filósofos positi-
vistas, especialmente Hume, eran escritores lúcidos y efectivos cuyo men-
saje pudo ser descifrado fácilmente tras una simple lectura de sus trabajos.
Los textos de Kant, y de la mayor parte de sus seguidores en el continente,
son, por el contrario, oscuros y difíciles de comprender.
La segunda razón del largo olvido científico de Kant es más profunda.
Después de todo, parece muy extraño que si, tal como alega Kant, lleva-
mos los conceptos de tiempo, espacio y causalidad como sensaciones a
priori, esos conceptos transcendentales se ajusten, de hecho, a nuestro
mundo de forma tan perfecta. Si consideramos todas las nociones erróneas
que podemos tener sobre el mundo antes de la experiencia, parece mila-
groso que nuestros conceptos innatos sean precisamente los que dan en el
clavo4. De aquí que la visión positivista de que todo conocimiento se de-
riva de la experiencia a posteriori, parezca mucho más razonable. Resulta,
sin embargo, que el modo de resolver el dilema planteado por el a priori
de Kant permaneció sin solución hasta que Charles Darwin lanzó la teoría
de la selección natural a mediados del siglo XIX. Sin embargo, muy pocos
científicos se dieron cuenta de este hecho hasta que Konrad Lorenz llamó
la atención sobre él hace treinta años. Lorenz indicó que el argumento po-
sitivista de que el conocimiento sobre el mundo puede entrar en nuestra
mente sólo a través de la experiencia es válido si consideramos solamente
el desarrollo ontogenético del hombre, desde el huevo fertilizado hasta el
adulto. Pero si consideramos también el desarrollo filogenético del cerebro

4El propio Kant rechazó la única solución de este dilema disponible en su época: que fue
Dios el que puso estos conceptos en la mente humana.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

humano a través de la historia evolutiva, está claro que los individuos pue-
den saber también algo del mundo de forma innata, con anterioridad e in-
dependencia de su propia experiencia. Después de todo, no hay ninguna
razón biológica por la que tal conocimiento no pueda transmitirse de ge-
neración en generación por medio del conjunto de genes que determinan
la estructura y la función de nuestro sistema nervioso. Ya que este conjunto
genético, se forma por medio del proceso de selección natural que operó
sobre nuestros remotos antepasados. Según Lorenz, «la experiencia tiene
poco que ver con el ajuste entre las ideas a priori y la realidad del mismo
modo que tiene poco que ver con el ajuste entre la estructura de las aletas
del pez y las propiedades del agua». En otras palabras, la noción kantiana
de conocimiento a priori, no sólo no es imposible, sino que está en perfecta
consonancia con la actual corriente de pensamiento evolucionista. Los
conceptos a priori de tiempo, espacio y causalidad concuerdan con el
mundo porque los determinantes hereditarios de nuestras más altas funcio-
nes mentales fueron seleccionados por su valor adaptativo, en la evolución,
del mismo modo que lo fueron los genes que dan lugar a actos de compor-
tamiento innatos, tales como chupar del pezón del pecho materno, que no
requieren aprendizaje mediante la experiencia.
La importancia de estas consideraciones darwinianas, transciende el
mero apoyo biológico a la epistemología de Kant. Ya que el origen evolu-
tivo del cerebro explica, no sólo por qué nuestros conceptos innatos con-
cuerdan con el mundo, sino también por qué estos conceptos no funcionan
tan bien cuando tratamos de descubrir el mundo en sus aspectos científicos
más profundos.
Como se dijo en anteriores capítulos, esta barrera al progreso científico
ilimitado formada por los conceptos a priori que necesariamente tenemos
al experimentar, fue uno de los temas filosóficos principales de Bohr. Bohr
reconoció que la base del pensamiento y la comunicación científicos es
nuestro lenguaje diario, y que el enorme incremento en el rango de nuestra
experiencia ha puesto en duda la suficiencia de los conceptos e ideas in-
corporados en ese lenguaje. Los más básicos de esos conceptos e ideas
son, precisamente, las nociones a priori de Kant de tiempo espacio y cau-
salidad. El significado de estos términos es intuitivamente obvio, y es ad-
quirido automáticamente por todos los niños durante su desarrollo intelec-
tual normal, sin necesidad de asistir a clases de Física. Según esto, los mo-
delos que ofrece la ciencia moderna como explicación de la realidad son

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

representaciones esquemáticas construidas con esos conceptos intuitivos.


Podemos ver ahora por qué este procedimiento fue satisfactorio mientras
las explicaciones trataban de fenómenos equiparables a los sucesos que
forman nuestra experiencia diaria. Ya que fue precisamente el valor evo-
lutivo de tratar con la experiencia diaria por lo que nuestro cerebro fue
seleccionado en la secuencia evolutiva que culminó en la aparición del
Homo sapiens. Pero cuando, a principios de este siglo, los físicos empeza-
ron a estudiar pequeñísimos sucesos subatómicos o inmensos sucesos cós-
micos, surgieron serias dificultades conceptuales porque nuestro equipa-
miento mental no fue seleccionado para tratar con éxito problemas tan
apartados dimensionalmente del alcance de la experiencia. Así pues, puede
darse una explicación darwiniana al descubrimiento epistemológico de
Bohr de que el enorme aumento del alcance de la ciencia conseguido por
los físicos del siglo XX sólo se consiguió al precio de desnaturalizar el
significado intuitivo de algunos de los conceptos básicos con los que el
hombre empieza su indagación para comprender la naturaleza.

LA CELULA ABUELA

Además de explicar en términos evolutivos cómo adquiere el cerebro


humano y por lo tanto su isomorfo, la mente, los conceptos a priori que
concuerdan con el mundo, la Biología moderna ha mostrado también que
el cerebro parece operar según unos principios que se corresponden con
las creencias del estructuralismo. Esto no implica que se hayan encontrado
los equivalentes neurológicos de las ideas estructuralistas como el sub-
consciente de Freud o la base etnológica universal de Lévi- Strauss o la
gramática universal de Chomsky. Tal afirmación no tendría sentido, ya
que ni siquiera se conoce en qué parte del cerebro ocurren los correspon-
dientes procesos. Pero tal como se indicó en el capítulo 8, los estudios
neurobiológicos de Hubel y Wiesel sobre la ruta visual han indicado que,
de acuerdo con las creencias estructuralistas, la información sobre el
mundo alcanza las profundidades de la mente, no en forma de datos en
bruto, sino en forma de estructuras altamente procesadas que se generan
por una serie de graduales transformaciones preconscientes de la informa-
ción que lleva la señal sensorial. Esas transformaciones cerebrales proce-
den según un programa que preexiste en el cerebro. Estos hallazgos dan

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

apoyo biológico al dogma estructuralista de que las explicaciones del com-


portamiento deben formularse en términos de tales programas profundos,
y revelan la falsedad del enfoque positivista que rechaza el postulado sobre
la existencia de programas internos encubiertos, tildándolos de «menta-
lismo».
Sin embargo, en este punto debemos volver a una cuestión planteada
en el capítulo 8 (aunque no solucionada), en la que considerábamos en
primer lugar el descubrimiento de que la ruta visual somete la señal sen-
sorial de los receptores de luz primarios a un proceso de abstracción gra-
dual en el que la información es destruida selectivamente. Preguntamos
entonces hasta dónde podía llegar este proceso de abstracción celular por
convergencia de rutas neuronales que conduce a la aparición de neuronas
con un «significado» cada vez mayor. Podríamos suponer que el proceso
de abstracción celular va tan lejos que, para cada estructura con significado
que una persona sea capaz de reconocer específicamente (por ejemplo, «mi
abuela»), existe por lo menos una célula nerviosa en el cerebro que res-
ponde cuando y sólo cuando aparece en el espacio visual el patrón de luz
y oscuridad del que se abstrae esa estructura5.
Bien podría ser éste el caso en animales inferiores, con un repertorio
de comportamiento limitado. Por ejemplo, la evidencia neurobiológica su-
ministrada por J. Y. Lettvin, H. R. Maturana y W. H. Pitts ha mostrado que
el sistema visual de la rana abstrae los datos que recibe de tal forma que
produce solamente dos estructuras con significado, «mi presa» y «mi de-
predador», que a su vez, provocan una de las dos respuestas de comporta-
miento alternativas, ataque o huida. Pero en el caso del hombre, con sus
amplias capacidades semánticas, este esquema no parece ser muy plausi-
ble, a pesar del hecho de que el cerebro humano tenga muchas más células
nerviosas que el de la rana. En cierto modo, en el hombre, la noción de la
célula nerviosa cerebral única como el último elemento de significado pa-
rece ser peor que una grosera supersimplifícación: parece ser cualitativa-
mente falsa. Si bien, hasta ahora al menos, es el único esquema neurobio-
lógico coherente que puede proponerse. Debe reconocerse que desde que
nació la disciplina de la Neurobiología, hace más de cien años, ha habido

5Puede encontrarse una discusión más amplia sobre la importancia crucial de la cuestión de
una posible explicación neurológica de la percepción en H. B. B ARLOW, Perception, 1, 371
(1972).

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

seguidores de una teoría «generalizada» del cerebro. Esta teoría considera


que las funciones específicas del cerebro, incluyendo la percepción, de-
penden no sólo de la actividad de células o centros particulares localizados,
sino de unos patrones de actividad distribuidos de forma generalizada. Ta-
les teorías, sin embargo, son poco más que el resumen de que existe una
relación entre el cerebro y el comportamiento o la actividad mental. Por lo
tanto, no son explicativas en sentido científico. Esto no quiere decir que el
enfoque «generalizado» sea necesariamente falso; quiere decir, simple-
mente, que admite de entrada que el cerebro no se puede explicar.

EL YO

Encontramos, por tanto, la barrera a una comprensión científica última


del hombre que Descartes reconoció hace más de tres siglos. Descartes
indicó claramente la naturaleza del problema planteado por la visión, y los
hallazgos neurológicos modernos mencionados en los párrafos preceden-
tes representan triunfos póstumos del enfoque cartesiano. Al mismo
tiempo, Descartes se dio cuenta de que los estudios fisiológicos dejaban
realmente sin tocar el problema central de la percepción visual. Ya que la
percepción es obviamente una función del alma, o en el lenguaje psicoló-
gico moderno, del yo, cuya naturaleza era, según pensaba Descartes, inac-
cesible al análisis científico. Por muy profundamente que se explore la ruta
visual, al final necesitaremos colocar un «hombre interno» que transforme
la imagen visual en una percepción. Y, en lo que concierne a la lingüística,
el análisis del lenguaje aparece metido en el mismo callejón sin salida con-
ceptual. Creo que es significativo que Chomsky, quien se ve a sí mismo
continuando la línea de análisis lingüístico comenzada por Descartes y sus
discípulos, ha encontrado dificultades con el componente semántico pos-
tulado. Hasta ahora, no ha sido posible imaginar cómo se las arregla el
componente semántico para extraer significado del contenido informativo
de la estructura profunda. Es precisamente sobre el problema del signifi-
cado por lo que han surgido diferencias entre Chomsky y alguno de sus
discípulos, y no parece que haya ninguna solución a la vista. Como indica
John Searle en su apreciación de la «Revolución en la Lingüística de
Chomsky», el obstáculo para dar una explicación satisfactoria del compo-
nente semántico reside en definir explícitamente el problema que se quiere
solucionar. Es decir, para el hombre, el concepto de «significado» sólo

― 202 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

puede comprenderse en relación con el yo, que es tanto la primera fuente


como el último destino de las señales semánticas. Pero el concepto del yo,
la piedra angular de la Psicología analítica de Freud, no puede tener una
definición explícita. En lugar de eso, el significado del «yo» es intuitiva-
mente obvio. Es otro concepto transcendental kantiano, un concepto sobre
el hombre que tenemos a priori, del mismo modo que tenemos los concep-
tos de espacio, tiempo y causalidad sobre la Naturaleza. El concepto del
yo puede servir al estudioso del hombre tanto en cuanto no investigue con
demasiada profundidad. Cuando llegue a explicar los fenómenos internos
de la mente —la estructura profunda del estructuralismo— su intento de
aumentar el rango de comprensión conducirá, en términos de Bohr, a
«plantearse la suficiencia de los conceptos e ideas incorporados en el len-
guaje diario». Por lo tanto, la imagen del hombre como muñeca rusa, con
el cuerpo externo encerrando un hombre interno incorpóreo, es, evidente-
mente, una suposición encerrada en el uso lingüístico racional del término
«yo», y el intento de eliminar el hombre interno del esquema no hace más
que desnaturalizar ese concepto intuitivo eliminando su utilidad psicoló-
gica6. De esta insuficiencia final de los conceptos de la vida ordinaria que
nuestro cerebro nos obliga a usar para la ciencia no se deduce, por su-
puesto, que deban cesar los estudios sobre la mente, del mismo modo que
tampoco se deduce que deban cesar los estudios de Física. Pero creo que
es importante reconocer debidamente esta fundamental limitación episte-
mológica de las ciencias humanas, aunque sólo sea como salvaguardia
contra las prescripciones psicológicas o sociológicas de aquellos que ale-
gan haber conseguido ya una comprensión científica válida del hombre7.

6 Por tanto, rechazo la afirmación de S. TOULMIN (en The Neurosciences, G. C. QUARTON,


T. MELNECHUCK, F. O. SCHMIDT, eds. Rockefeller Univ. Press, Nueva York, 1967 pág. 822)
de que la imagen del hombre interior no es más que un legado de las aplicaciones de la Física
del siglo XVII al estudio del hombre y de que la necesidad del concepto se desvanece dentro
de la gama de referencia de la Física del siglo XX. Refiriéndonos a una tradición no científica
enteramente diferente, debemos darnos cuenta de que los satori del budismo Zen, exigen que
se purgue la mente de su concepto innato del yo, y que los profundos descubrimientos inter-
nos que se obtienen de esa manera no pueden, consecuentemente, comunicarse mediante el
discurso verbal explícito.
7Después que este artículo fuera enviado a la prensa, vino a mis manos Seelenglaube und
Psychologie (Dteutike, Leipzig, 1930) por el discípulo y crítico de Freud, Otto Rank. Usando
en gran parte los mismos argumentos que expongo aquí, incluyendo los paralelismos episte-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Posdata (1978). Entre las cartas al editor de Science que comentaban


este ensayo tras su aparición original, había dos que me criticaban por no
mencionar las contribuciones de Jean Piaget, una de las figuras clave del
movimiento estructuralista. Contesté que aunque sólo pude referirme a una
pequeñísima fracción del gran número de investigadores sobre el amplio
campo de la comprensión científica del hombre, estaba de acuerdo con que
debía haber mencionado los importantes estudios de Piaget sobre el desa-
rrollo cognoscitivo en el niño. La afirmación de Kant de que nuestros con-
ceptos fundamentales de tiempo y espacio son a priori, y, por tanto, inma-
nentes a la razón humana, no significa necesariamente que estén presentes,
de forma completamente acabada, al nacer. Al contrario, según Piaget, no
están presentes al nacer y se construyen gradualmente durante la infancia
como resultado de un proceso ordenado de «epistemología genética». Este
proceso de construcción gradual de los elementos de pensamiento racional
atraviesa una serie de estadios claramente reconocibles y depende de in-
teracciones sensomotoras del niño con su ambiente. Por ejemplo, Piaget
encontró que en un estadio temprano el niño construye primero formas
elementales de sistemas clasificadores y relacionadores concretos, tales
como la noción de un objeto en un estado característico, que le faltan en
un estadio anterior. Sólo después de que el niño haya empezado a desarro-
llar nociones concretas tales como tamaño constante e identidad de los ob-
jetos que le rodean, puede desarrollar formas de pensamiento más abstrac-
tas, lingüísticas, lógicas y matemáticas. En lo que concierne a las catego-
rías de Kant de espacio y tiempo, Piaget encontró que adoptan su forma
madura en un estadio relativamente tardío, antes del cual el espacio y el
tiempo aparecen aún entrelazados conceptualmente. Así pues la importan-
cia del trabajo de Piaget para esta discusión se debe a su demostración
empírica de que nuestros conceptos epistemológicos surgen autónoma-
mente durante la infancia y el desarrollo infantil temprano, como resultado
de una interacción entre el sistema nervioso en desarrollo y el mundo. Por
lo tanto, del mismo modo que Lorenz hizo que el a priori de Kant fuera
una parte de la Biología evolutiva moderna, Piaget lo relacionó con la Bio-

mológicos entre la Física del siglo XX y la Psicología, Rank concluyó que el concepto inevi-
table de alma limita la posible comprensión científica del hombre. Doy las gracias a A.
Wheelis por llamar mi atención sobre el libro de Rank.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

logía del desarrollo moderna y con el dogma epigenético tratado en el ca-


pítulo precedente, de que el fenoma surge como resultado de una dialéctica
entre el genoma y el ambiente8.

BIBLIOGRAFIA

BOHR , NIELS, Atomic Physics and Human Knowledge, Science Editions, Nueva York, 1961.
CHOMSKY, N., Language and Mind, Harcourt, Brace & World, Nueva York, 1968.
LETTVIN, J. Y., H. R. MATURANA, W. S. MCCULLOCH, y W. H. PITTS, «What the Frog’s Eye
Tells the Frog’s Brain», Proc Inst. Radio Eng., 47, 1940-1951 (1962).
LORENZ, KONRAD, «Kant’s Doctrine of the a priori in the Light of Contemporary Biology,
en L. BERTALANFFY y A. RAPPAPORT (eds.). General Systems, Soc. Gen. Systems Re-
search, Ann Arbor, 1962.
SEARLE, J., «Chomsky’s Revolution in Linguistics», New York Rev., 29 junio 1972, págs. 16-
24.

8Véase J. PIAGET y B. INHELDER, The Psycology of the Child, Basic Books. Nueva York,
1969.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Immanuel Kant. Retrato por Becker, 1768.

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

11. LA DECADENCIA DEL CIENTIFISMO (1977)

En un artículo titulado «Las controversias de los libros de texto cientí-


ficos», Dorothy Nelkin señaló que la oposición que se observa última-
mente hacia los libros de texto de las escuelas elementales y secundarias
que presentan un enfoque darwiniano de la Biología, en lugar de bíblico,
y un enfoque antropológico- cultural de los estudios sociales en lugar de
patriótico-cívico, refleja una creencia generalizada en la «decadencia del
cientifísmo». Según Nelkin, estos críticos de los libros de texto no debe-
rían ser considerados como un simple grupo marginal anticientífico,
puesto que «lo que hacen no es exactamente reaccionar contra la ciencia
sino que se oponen a su imagen de infalible fuente de verdad que les niega
un sitio en el universo». Precisamente esta imagen es la que dan muchos
científicos. Por ejemplo, C. H. Waddington y Julián Huxley sostenían aún
en la década de 1960 que la evolución proporciona una base firme para la
ética y para una religión «naturalista». Verdaderamente, los críticos de los
libros de texto forman parte de una oposición política y romántica más
general contra la ciencia, que, como advierte Nelkin, puede llegar a tener
penosas consecuencias. Su artículo no menciona, sin embargo, que la per-
cepción de la decadencia del cientifismo es compartida por muchos filó-
sofos actuales que, por otra parte, tienen muy pocas cosas en común con
los fundamentalistas-cristianos y los populistas que critican los libros de
texto. Como han señalado muchos filósofos contemporáneos, la afirma-
ción del cientifismo de que los métodos positivos y los descubrimientos de
la ciencia son válidos para todas las esferas de la actividad humana, no
sólo carece de validez filosófica sino que también es políticamente peli-
grosa: proporciona una justificación racional del estado totalitario.
En este último capítulo hago una revisión de algunas de las insuficien-
cias del cientifísmo, especialmente en cuanto a su afirmación de ser capaz
de validar la acción moral. Espero mostrar, además, que, aunque la ciencia
no puede proporcionar una base de la ética, puede tener una cierta función
en la explicación del comportamiento moral.

― 207 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

EL ORIGEN DEL CIENTIFISMO

Hasta el siglo XVIII las bases de la ética occidental se apoyaban sóli-


damente en la divina autoridad de la religión judeo- cristiana. Fue entonces
cuando se puso en movimiento una erosión de la fe religiosa llevada a cabo
por los enciclopedistas franceses de la Ilustración, quienes predicaban que
la razón humana, y no Dios, es lo que proporciona la autoridad para los
valores morales. Pero al final del siglo XVIII Immanuel Kant demostró la
inconsistencia intrínseca de esa postura: la reflexión crítica sobre la natu-
raleza de la moralidad muestra que la creencia en Dios, en la libertad, y en
la inmortalidad del alma, son ingredientes necesarios de cualquier sistema
ético racional. Como indicó Kant, si no hubiera ni Dios ni inmortalidad,
no habría argumentos en contra de la afirmación de que no importa cómo
nos comportemos. Si no existiera un Dios y otra vida más allá de la muerte,
no habría ninguna sabiduría suprema con cuyas normas pudiera juzgarse
la intención moral de nuestras acciones, y no habría forma de saber si ac-
tuamos bien o mal durante nuestra permanencia temporal en este mundo.
Sin estas creencias, la vida no puede ser más que amoral.
Aunque los escritos de Kant tuvieron una enorme influencia en la Fi-
losofía del siglo XIX, no evitaron el dominio creciente de las creencias
ateas. Finalmente, a finales del siglo XIX, Friedrich Nietzsche vio todas
las implicaciones de este desarrollo. Se dio cuenta de que aunque sin Dios
la humanidad no puede llevar una vida moral, los enciclopedistas y sus
seguidores habían conseguido matar a Dios. Así pues, todo estaba permi-
tido, y la Humanidad estaba a punto de sumirse en un abismo amoral. Para
sobrevivir, pensaba Nietzsche, el hombre debe trascender su naturaleza
animal y llegar a ser auténticamente humano, es decir, convertirse en su-
perhombre. Debe llegar a ser su propio Dios, de tal forma que sus acciones
estén «por encima del bien y del mal». Aunque el superhombre de Nietzs-
che no apareció, conseguimos sobrevivir los últimos cien años, aunque sea
por los pelos. En cualquier caso, con la contra-ilustración de Nietzsche el
proyecto filosófico del siglo XVIII de remplazar las bases religiosas de la
ética por bases materialistas llegó al final de su camino: quedaba claro, por
lo menos, que lo que querían los enciclopedistas para sus ciudadanos-ateos
no era hombres sino superhombres.
En el siglo XX el vacío filosófico creado por el fallecimiento de la tra-
dicional religiosidad occidental y del materialismo de la Ilustración se

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

llenó por una variedad de enfoques de la ética, en parte complementarios


y en parte competidores, tales como el existencialismo, el psicoanálisis y
las filosofías orientales, budismo y taoísmo. Sin embargo, aún quedan im-
portantes sectores del mundo occidental en los que el mensaje de la contra-
ilustración no ha producido aún su impacto directo y en los que se continúa
aún en guardia para salvar el proyecto fundado por los enciclopedistas.
Uno de esos sectores está representado por los países comunistas, en los
que el materialismo dialéctico del discípulo de la Ilustración de mayor in-
fluencia, Karl Marx, continúa manteniéndose como una religión estatal.
Otro sector importante está representado por la comunidad de científicos
contemporáneos, muchos de los cuales son partidarios del cientifísmo
como una especie de religión que profesa que los métodos de la ciencia
proporcionan la única clase de auténtico conocimiento. Como el cienti-
fismo considera que la base teológica tradicional de la ética es una ciénaga
de supersticiones irracionales que se vienen arrastrando desde una era pre-
científica remota, propone fundar una base autorizada de la ética sobre la
autoridad de la ciencia moderna. Por mucho que este credo cientifista
pueda parecer en decadencia fuera de la comunidad científica, aún está
vivo, y bien vivo, dentro de ella. Como vimos en el capítulo 6, tanto Mo-
léculas y hombres, de Crick, como El azar y la necesidad, de Monod, re-
presentan defensas de esta creencia, y los principios cientifistas siguen
siendo la premisa ética concedida implícitamente por todos los que parti-
cipan en los debates que normalmente puedan tener lugar en círculos cien-
tíficos sobre temas que toquen la moral.
Para una mejor apreciación del enfoque cientifista de la ética, es útil
distinguir dos grados distintos de cientifismo; duro y blando. Los partida-
rios del cientifismo duro creen que las normas y los valores morales pue-
den, o deben, justificarse en términos científicos. Los partidarios del cien-
tifismo blando permiten que los valores morales válidos puedan justifi-
carse en términos no científicos, pero siguen insistiendo en la primacía de
la ciencia como guía para la acción moral.

CIENTIFISMO DURO

Desde el punto de vista científico objetivo, el Homo sapiens no es más


que una de tantas especies de la clase de los mamíferos, del filum de los
vertebrados del reino animal. Por tanto, la Biología parece ser la rama de

― 209 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la ciencia más indicada para servir al proyecto cientifísta-duro de propor-


cionar una base autorizada para los valores morales, que gobiernan el com-
portamiento humano. Especialmente la Etología, la disciplina que se de-
dica precisamente al estudio del comportamiento animal, puede ser rápi-
damente convocada para este propósito, lo que verdaderamente fue hecho
ya por uno de sus fundadores, Konrad Lorenz. El enfoque etológico de la
ética es el asignar bondad moral a las características honorables del com-
portamiento humano, como el altruismo, el amor maternal y la fidelidad
marital, de las que se encuentran analogías en el mundo animal y de las
que pueden ofrecerse explicaciones creíbles sobre su papel funcional en la
Naturaleza. Por otra parte, se asigna maldad moral a las características de-
pravadas del comportamiento humano, como el canibalismo o el asesinato,
que parecen evitar los animales en la naturaleza, exhibiéndolos solamente
bajo condiciones sociopatológicas de cautividad. Aunque este procedi-
miento se usa principalmente para la racionalización de valores conven-
cionales justificados tradicionalmente en términos religiosos (como hizo
Wolfgang Wickler en una caricatura —sin duda no intencionada— de este
enfoque), ha surgido recientemente un reverso de este procedimiento, no
tan trivial. En estos casos la sanción etológica de la moral convencional da
un giro total, y se dan como «buenas» algunas características del compor-
tamiento humano tradicionalmente «malas», como hicieron Desmond Mo-
rris con la agresión y R. P. Michael con la homosexualidad, en base a que
los animales las exhiben en la Naturaleza, por razones explicables desde
el punto de vista de su funcionalidad.
Otra disciplina llamada a proporcionar una fuente autorizada para los
valores morales es la Biología evolutiva. El enfoque evolutivo de la Ética,
tal como lo ejemplifican los escritos de Waddington y Julián Huxley a los
que se refería el artículo de Nelkin, asigna bondad moral a características
del comportamiento humano tales como altruismo, amor maternal y fide-
lidad marital, de los que puede mostrarse que facilitan la supervivencia, o
mejor aún, la evolución futura del Homo sapiens. A su vez, la maldad mo-
ral es asignada a aquellas características como el canibalismo o el asesi-
nato de las que puede mostrarse que afectan adversamente la supervivencia
o la evolución futura de la especie. La idea cosmológica que sostiene este
enfoque es que la evolución es progresiva, es decir, que la condición de la
Tierra ha ido mejorando a través de las épocas geohistóricas, con formas
de vida cada vez más complejas, y finalmente el propio hombre hizo su

― 210 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

aparición. Como, según Darwin, la selección natural ha sido la responsable


de esta historia progresiva, se deduce que el «valor adaptativo», que au-
menta la probabilidad de supervivencia asociada con una característica
particular del comportamiento, debe ser una cualidad objetivamente
buena. En el siglo XIX, Herbert Spencer fue uno de los apóstoles princi-
pales de esta versión particular del cientifísmo duro. Spencer creía que el
concepto de «bueno» puede identificarse de forma bastante simple con
«progreso», y de este modo dio apoyo moral a la laissez-faire doctrina
capitalista del «darwinismo social». En la línea de rechazo universal de
esa doctrina, Waddington afirmó en su libro The Ethical animal, en 1960,
que las teorías éticas de Spencer «están tan desacreditadas en el momento
actual que no se necesita decir nada más sobre ellas». Pero entonces Wad-
dington produce una variante puramente casuística de la ética evolutiva-
dura de Spencer, una variante que sostiene que aunque la noción de
«bueno» no puede identificarse simplemente con el progreso, se puede
considerar que una serie particular de valores morales es buena si facilitan
la «anagénesis», o mejora evolutiva.
A primera vista, estos enfoques biológicos del cientifísmo duro pare-
cen fallar en sus aspectos lógicos. Ya que la autoridad de la ciencia y las
afirmaciones sobre la autenticidad de su conocimiento se basan, a su vez,
en la creencia de que las proposiciones científicas son objetivas y están
libres de valores fundamentales. En vista de esta creencia, sería claramente
inválido el derivar conclusiones que predican valores a partir de las pro-
posiciones libres de valores de la ciencia. Por ejemplo, el proyecto de ela-
borar una medida etológica de la bondad fallaría, porque posiblemente no
pueden inferirse valores morales a partir de afirmaciones objetivas y libres
de valores sobre el comportamiento de los animales en su ambiente natu-
ral. Del mismo modo, no se puede derivar bondad del concepto evolutivo
de «valor adaptativo» porque el juicio de valor primario del que depende
la ética evolutiva, a saber, que la evolución es progresiva, no puede dedu-
cirse de ninguna serie de afirmaciones objetivas y libres de valores sobre
la historia de la Tierra. Por tanto, da la impresión de que esa ética cienti-
fista dura, de hecho, no está basada por completo en las proposiciones ob-
jetivas de la ciencia y recurre a premisas no especificadas con valores ocul-
tos para hacer sus afirmaciones morales. En el caso de las éticas etológica
y evolutiva, la fuente de esas premisas no especificadas no es difícil de

― 211 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

identificar. Es la Biblia, a la cual recurren para sus propósitos los moralis-


tas biológicos de forma más fundamental que los fundamentalistas: en lu-
gar de tomar su ética directamente de los explícitos mandamientos de Dios
en Éxodo 21-24, los biólogos retroceden hacia la base del Génesis 1-3. La
idea de que el comportamiento natural de los animales proporciona una
norma moral se deriva claramente de la historia de la expulsión del Paraíso
terrenal, en la que antes de la caída, Adán y Eva, aún desnudos y sin nom-
bre, vivían como el resto de los animales. Y la idea de que el curso de la
evolución ha sido progresivo, culminando con la aparición del Homo sa-
piens, está igualmente derivada de la historia de la Creación, en la que hizo
Dios al hombre a su imagen y semejanza como acto culminante en el sexto
día. (En el capítulo 7, ya he llamado la atención sobre esta afinidad meta-
física entre las cosmogonías del Génesis y de la Biología moderna, seña-
lando que desde la perspectiva oriental ambos relatos occidentales no son
más que ideas simplistas que pretenden explicar lo que, obviamente, es el
resultado inexplicable de miríadas de causas, subcausas y condiciones
ocultas.)
Sin embargo, con un análisis más detenido, el derivar valores de las
proposiciones científicas puede que no sea una incoherencia lógica des-
pués de todo, pero por razones que no creo que gusten mucho a los segui-
dores del cientifísmo duro. Algunos filósofos contemporáneos, como Tho-
mas Kuhn y Paul K. Feyerabend, sostienen que la clase de ciencia imper-
sonal y objetiva de la que se afirma que tiene autoridad no es más que un
mito, que, de hecho, no existe. Como los científicos son seres humanos en
lugar de espíritus incorpóreos, como interactúan necesariamente con el fe-
nómeno que observan, y como usan el lenguaje corriente para comunicar
sus resultados, son realmente parte del problema y parte de la solución. Es
decir, los científicos no tienen el estatus de observadores externos del
mundo de los fenómenos, un estatus que deberían tener para que las pro-
posiciones científicas fueran verdaderamente objetivas.
Esto es particularmente evidente en el caso de los biólogos, para los
que, según indicó Ernest Mayr, es casi imposible hacer su trabajo evitando
términos que impliquen funciones, papeles y valores. Por ejemplo, los es-
tudios etológicos sobre insectos sociales recurren a términos tales como
«reina», «obrera», «soldado», «esclavo» y «casta». Sería totalmente irra-
zonable pedir a los etólogos que los cambiasen, para una mayor objetivi-
dad, por un vocabulario ostensiblemente neutro —refiriéndose no a la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

«reina» sino al «tipo 248», o no a la «casta» sino al «subtipo social MNO».


Después de todo, es precisamente en la percepción de una tipología fun-
cional donde reside el punto de partida de cualquier estudio sobre compor-
tamiento social: la tipología define el fenómeno que quiere explicarse y
encierra una parte de la posible explicación. Otro ejemplo es el concepto
de «valor adaptativo» de la teoría de la selección de Darwin. En el inglés
hablado, «valor adaptativo» (fitness) connota valor, y fue precisamente
esta connotación la que dio significado al slogan «supervivencia del mejor
adaptado» (survival of the fittest) en servicio del darwinismo social. En su
rechazo del darwinismo social, los biólogos contemporáneos señalan que
Spencer entendió mal el significado técnico de «valor adaptativo», que se
considera que representa un parámetro algebraico libre-de-valor que mide
la contribución de determinantes hereditarios a la reproducción diferencial
de los organismos. Por consiguiente, el darwinismo conduciría solamente
al slogan neutral «supervivencia de los supervivientes». Sin embargo el
problema semántico planteado por el «valor adaptativo» es más compli-
cado de lo que sugeriría esta simple y rápida desestimación de Spencer.
Consideremos la Geología, que investiga la evolución física de la Tierra.
Los geólogos, como los biólogos, explican la historia de nuestro planeta
mediante las fuerzas de la Naturaleza. Pero aunque en el curso de esa his-
toria las características geofísicas han cambiado, las teorías geológicas que
explican esta sucesión de formas no contienen ningún concepto equiva-
lente al de «valor adaptativo». No hace falta tal concepto porque no con-
sideramos que la evolución geofísica sea progresiva. Como los continentes
actuales no son una «mejora» con respecto a la masa continental única de
la que evolucionaron, no se necesita explicar ningún progreso. Pero para
los biólogos empapados de tradición judeocristiana occidental, sería difícil
ver la evolución biológica con otra luz que no fuera la del progreso. No
sólo resulta casi evidente la verdad de la idea bíblica del hombre como
culminación de la Creación, sino que resulta difícil negar que el veloz y
ágil halcón representa una mejora frente al pesado Archeopteryx extin-
guido. Por tanto, si el concepto darwiniano de «valor adaptativo» fuera
purgado de todo contenido de valor, perdería su poder explicativo sobre la
profunda cuestión que necesita explicación. Esa profunda cuestión no es
«¿cómo sucedió la evolución?», sino «¿qué hizo posible el progreso evo-
lutivo?».

― 213 ―
GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

Ahora, si realmente es cierto que las proposiciones de la ciencia, y es-


pecialmente las de la Biología, no están libres de valor, entonces, no se
comete necesariamente un error al derivar valores a partir de ellas. En con-
secuencia, la ética evolutiva y etológica no fallaría en sus términos lógicos.
Pero el ídolo del único y auténtico conocimiento científico, que inspira el
proyecto de verlo todo bajo la perspectiva científica, tendría los pies de
barro.

CIENTIFISMO BLANDO

Como el cientifismo blando no trata de justificar las normas o valores


morales en términos científicos, evita el dilema de lógica del cientifismo
duro. El cientifismo blando es una versión del cientifismo que sostienen
científicos filosóficamente más sofisticados, que se dan cuenta de ese di-
lema pero que a pesar de todo creen que el método científico, tan tremen-
damente útil para el dominio de la naturaleza, podría servir también para
manejar los asuntos humanos. Por ejemplo, el cuento de ciencia-ficción La
voz de los delfines del físico (y en un tiempo genetista molecular) Leo
Szilard, está obviamente inspirado en esta creencia. El propio Szilard no
fue extraño al manejo de los asuntos humanos. En 1939 aconsejó a Eins-
tein que escribiera la carta al presidente Roosevelt que indujo al gobierno
de los Estados Unidos a embarcarse en el proyecto para desarrollar la
bomba atómica, y en los años inmediatos a la postguerra, Szilard desem-
peñó un papel capital en los esfuerzos para conseguir que la energía ató-
mica estuviera bajo control civil. En La voz de los delfines, que escribió en
1961, Szilard se imagina la fundación en Viena de un Instituto Internacio-
nal de Investigación Biológica. En lugar de dedicarse a sus deberes cientí-
ficos, los brillantes jóvenes biólogos moleculares del Instituto de Viena
intervienen en la dirección de los asuntos económicos, políticos y milita-
res, y de esta forma consiguen salvar al mundo del holocausto nuclear. Las
implicaciones de Szilard están claras: el mismo tipo de pensamiento lúcido
que descifró el código genético nos sacará del lío en el que nos mete con-
tinuamente la torpe forma de pensar de los políticos.
Pero la afirmación más restringida del cientifismo blando sobre la pri-
macía de la ciencia como guía para la acción moral también falla, si no en
la lógica, sí en sus aspectos empíricos o prácticos. Una deficiencia ilus-
trada por una reciente experiencia que tuve en una conferencia en París,

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

sobre «Biología y el futuro del hombre», es que parece ser difícil conside-
rar soluciones éticas que tienen que ver con la ciencia cuando se tienen
presentes valores morales fundamentales que tienen una base distinta de la
científica. En esta conferencia un panel internacional de biólogos sostuvo
una discusión dedicada ostensiblemente a definir el estado del desarrollo
embrionario en el que puede decirse que empieza la vida. En sentido es-
tricto, este tópico parecía ser una cuestión biológica puramente técnica.
Pero la discusión estaba dirigida, de hecho, a los problemas éticos plantea-
dos por el aborto, cuya legalidad estaba siendo considerada por el parla-
mento francés precisamente en aquellos momentos. Uno de los participan-
tes era el genetista Jerome Lejeune que entonces era uno de los líderes del
movimiento francés «Derecho a la vida» que se oponía a la aprobación de
la ley del aborto. Lejeune sostenía que la vida humana empieza en el mo-
mento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, ya que es en ese
momento cuando el futuro hombre adquiere su individualidad genética.
Por tanto, el aborto en cualquier momento posterior es equivalente al ase-
sinato y no debe ser permitido por la ley en un Estado civilizado. La mayor
parte de los otros participantes parecían estar a favor de algún tipo de
aborto legalizado y opinaban que la vida humana empieza realmente en
algún estadio posterior del desarrollo, antes del cual no existen obstáculos
morales para la terminación artificial del embarazo. Algunos participantes
creían que la vida empieza en el estado en que los músculos del corazón
empiezan a latir rítmicamente, otros estaban a favor del estadio en el que
se detectan por primera vez señales eléctricas en el cerebro, y por último,
otros creían que la vida sólo empieza realmente al nacer.
Si lo que querían era llegar a una solución de los problemas éticos plan-
teados por el aborto, la discusión era enteramente inútil, ya que nadie ponía
en duda el aspecto moral subyacente —que el disponer de la vida humana
está proscrito. Tanto Lejeune como sus adversarios basaban sus argumen-
tos en el conocimiento biológico obtenido del estudio de embriones ani-
males, sin considerar la diferencia categórica entre definir el principio de
la vida profana de un animal y el principio de la vida sagrada de un ser
humano. Pero no puede tener lugar ninguna discusión biológica sobre el
principio de la vida humana con un contexto ético hasta que hayamos con-
testado la profunda cuestión de qué es lo que hace sagrada a la vida hu-
mana y hayamos clarificado el estatus especial que conferimos a nuestros
semejantes al compararlos con los otros habitantes del mundo vivo. Esta

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

falta de reconocimiento de la verdadera naturaleza del problema en discu-


sión fue particularmente molesta porque la conferencia tenía lugar en el
Gran Anfiteatro de la Sorbona, ante la estatua de René Descartes. Después
de todo, fue Descartes el que se ocupó de señalar que el hombre es algo
más que un autómata con forma humana: tiene un alma. Por lo tanto, al
preguntarse cuándo empieza la vida humana en el contexto ético del pro-
blema del aborto, los participantes —todos ellos cartesianos— debían ha-
ber tratado de discutir sobre el momento en el que el embrión adquiere un
alma, o, en lenguaje moderno, se convierte en persona. Y ése es un pro-
blema que no hubieran podido resolver ni desde el punto de vista genético
ni desde el punto de vista fisiológico.
Una segunda deficiencia, más seria, del cientifismo blando es que sos-
tiene que la obtención de los fines morales se ve impedida necesariamente
por actos que estén motivados por creencias objetivamente falsas. Verda-
deramente, una versión más extrema de esta proposición es la afirmación,
cuya falsedad es demostrable, de que una sociedad está destinada al fra-
caso si basa su organización en falsedades científicas. Esta afirmación es,
en sí misma, falsa, ya que pueden indicarse muchas sociedades del pasado
que funcionaron con éxito y de forma estable haciendo juicios de valor
basados en la brujería, la astrología, la profecía y otras prácticas que sabe-
mos ahora que no tienen ninguna base científica. La razón por la que creen-
cias objetivamente falsas pueden conseguir la realización de propósitos
morales es que las relaciones sociales son fenómenos multicausales com-
plejos y que cualquier propósito social puede ser considerado sólo como
una optimización más que una exageración de una serie de valores. Este
hecho era ya conocido por los chinos desde los días de Confucio, y en
Occidente ha sido reconocido por los antropólogos culturales desde que
Bronislaw Malinowski indicó a principios de siglo que la función de los
mitos y los ritos es fortalecer las tradiciones que ayudan a mantener una
forma de vida social. Por ejemplo, aunque la falsa creencia de los indios
hopi de que podían atraer la lluvia mediante la danza puede haber sido
desastrosa para su agricultura, la danza de la lluvia, en sí misma, dio una
cohesión a la comunidad cuyos beneficios podrían haber sido mayores que
los obtenidos con el potencial aumento de producción que se hubiera con-
seguido con el abandono de esa falsa creencia.
La no admisión de la posibilidad de que puedan derivarse beneficios
sociales del mantenimiento de creencias objetivamente falsas es la raíz de

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la disputa, principalmente demagógica, que está teniendo lugar en los Es-


tados Unidos y en Gran Bretaña sobre la investigación de la base heredi-
taria de la inteligencia, que previamente consideramos como conflicto en-
tre la ciencia y la moral en el capítulo 7. Los oponentes de esta disputa
parecen aceptar la validez de la proposición científica de que si hubiera
variación significativa en la contribución genética a la inteligencia entre
individuos, o entre grupos raciales, este factor debería tomarse en cuenta
en la organización de la sociedad. Como vimos anteriormente, para los que
se oponen a dicha investigación, la mera consideración de la idea de de-
terminantes hereditarios de la inteligencia, aparte de que pueda tomarse en
consideración en la acción social, es un apoyo moralmente inadmisible de
la ideología racista, por lo que niegan por completo la posibilidad de que
exista una conexión entre la herencia y la inteligencia. Razonan del mismo
modo que Palmström, de Christian Morgenstern, «lo que no debe ser, no
puede ser». Los que apoyan la investigación sobre los determinantes here-
ditarios de la inteligencia, por otra parte, parecen estar convencidos de que
el no reconocer la existencia de diferencias hereditarias tiene consecuen-
cias sociales perniciosas y de que, por tanto, deben hacerse todos los es-
fuerzos posibles para identificar la base genética de la inteligencia de
forma científicamente válida. Sin embargo, esta conclusión no es racional-
mente autoevidente. Por ejemplo, consideramos la sociedad A, que cree
falsamente que no hay contribución hereditaria a la inteligencia (es decir,
si esa creencia fuese realmente falsa) y utiliza sus recursos educativos me-
nos eficientemente que la sociedad B, que «entrena» a sus pupilos según
un diagnóstico familiar o étnico cuya validez ha sido comprobada cientí-
ficamente (es decir, si tal diagnóstico fuera posible). Los antropólogos cul-
turales concluirían bajo esas circunstancias que las pérdidas producidas en
la sociedad A por su sistema educativo basado en la falsedad están más
que compensadas, si se compara con la sociedad B, debido a la mayor
cohesión de la comunidad fomentada por la (falsa) creencia en la igualdad
innata del hombre.
Sin embargo, la deficiencia más seria del cientifismo blando se deriva
de su sobreestimación del poder de la ciencia para proporcionar una com-
prensión autorizada, precisamente de los fenómenos más importantes en
el dominio ético. Es decir, las ciencias físicas, cuyas proposiciones son las
más sólidamente afirmadas, son las que menos tienen que ver con la reali-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

zación de proyectos morales, mientras que a las proposiciones de las cien-


cias humanas, que deben ocuparse de la realización de proyectos morales,
les falta claramente la valoración objetiva. La Biología ocupa una posición
intermedia entre esos dos extremos, tanto en cuanto a la validez de sus
proposiciones como a su importancia en la moral. Aunque esta diferencia
entre las leyes de, por ejemplo, la Física y la Sociología sea, por supuesto,
muy conocida, las profundas razones epistemológicas por las que las cien-
cias físicas son «duras» y las ciencias humanas «blandas» no son tan co-
nocidas.

ESTRUCTURAS FRACTALES

Una de las razones es estadística y fue discutida previamente, en el


capítulo 2, en términos del «indeterminismo de segundo estadio», de Be-
noit Mandelbrot. Como se dijo en aquella discusión, al hacer su trabajo, el
científico debe reconocer algún común denominador, o estructura, en un
conjunto de sucesos, y esta estructura es el fenómeno que se quiere expli-
car. Un suceso que es único, o al menos ese aspecto de un suceso que le
hace único, no puede ser sujeto de investigación científica; un conjunto de
sucesos únicos no tiene estructura, y no hay nada que explicar de él. Tales
sucesos son el azar, y el observador los percibe como ruido. Ahora, como
todos los sucesos reales contienen algún elemento único, todos los conjun-
tos de sucesos reales contienen algún ruido. Por lo tanto, el problema bá-
sico de todo análisis científico es el reconocer en un conjunto de sucesos
una estructura con significado que esté por encima del inevitable ruido de
fondo. La mayor parte de los fenómenos a los que se han dedicado, con
éxito, las teorías científicas antes de los últimos cien años tienen relativa-
mente poco ruido. Esos fenómenos fueron explicados en términos de leyes
deterministas, que afirman que una estructura inicial dada puede dar lugar
a una y sólo una estructura final. Pero hacia el final del siglo XIX, los
métodos en estadística matemática llegaron a poderse aplicar a fenómenos
anteriormente inescrutables que contenían una apreciable cantidad de
ruido. Este desarrollo dio lugar a la aparición de leyes indeterministas en
la Física, tales como la teoría cinética de los gases y la Mecánica cuántica.
Estas leyes del primer estadio del indeterminismo consideran que una es-
tructura inicial dada puede dar lugar a varias estructuras finales alternati-

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

vas. Sin embargo, una ley indeterminista no carece de valor predictivo por-
que se asigna una probabilidad de realización a cada una de las posibles
estructuras finales alternativas. Verdaderamente, una ley determinista
puede considerarse como un caso límite de una ley indeterminista más ge-
neral en la que la probabilidad de que ocurra una de las estructuras finales
alternativas se acerca a la certeza.
Pero, como señaló Mandelbrot, muchos de los fenómenos que siguen
eludiendo nuestro conocimiento teórico satisfactorio, no sólo son inacce-
sibles al análisis mediante las teorías deterministas, sino que también se
han mostrado refractarios a la explicación mediante teorías indeterminis-
tas. Según Mandelbrot, es el carácter estadístico del ruido que presentan
esos fenómenos de un «segundo estadio de indeterminismo» lo que les
hace científicamente opacos. Aunque estos fenómenos no den la impresión
de ser ruido al azar y evoquen fácilmente la percepción de estructuras, que
Mandelbrot calificó recientemente con el neologismo fractales, es muy di-
fícil saber si la estructura que el observador cree haber percibido es real, o
es meramente una invención de su imaginación. Como ha señalado Man-
delbrot, las actividades espontáneas que producen estructuras fractales
predominan en los fenómenos básicos hacia los que las ciencias humanas
dirigen sus análisis.
Por tanto, debido al carácter estadístico intrínsecamente refractario del
fenómeno que se quiere explicar, sólo en casos excepcionales es posible
saber si los elementos estructurales de las proposiciones de las ciencias
humanas representan la realidad o son meras invenciones de la imagina-
ción. Precisamente es ésta la razón por la que las ciencias humanas son
«blandas» y por la que generalmente sus leyes no tienen pruebas de vali-
dez. Con esto no quiero sugerir que las ciencias humanas sean empresas
sin interés y que no se deban tomar en consideración los descubrimientos
que proporcionan. Al contrario, no podemos estar sin ellas. Pero estas con-
sideraciones muestran que, en términos científicos, puede dudarse de las
afirmaciones cientifistas en defensa de la autoridad de las ciencias que más
tienen que ver con la guía de la acción moral.

ESTRUCTURALISMO

Con la aparición del enfoque estructuralista del hombre, ha salido a la


luz el hecho de que las ciencias humanas no pueden proporcionar la guía

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

autorizada para la realización de los propósitos morales, en contra de lo


que considera el cientifismo blando. Como vimos en el capítulo prece-
dente, el estructuralismo no sólo permite proposiciones sobre el compor-
tamiento que no sean directamente inducibles de fenómenos abiertos, sino
que insiste incluso en que tales fenómenos, o estructuras superficiales, no
son explicables en sí mismas. Según la visión estructuralista, las estructu-
ras superficiales son originadas por estructuras profundas encubiertas,
inaccesibles a la observación directa.
Siguiendo el ejemplo de Freud (quien parecía no conocer la barrera
epistemológica radical que separa el método protoestructuralista que él
desarrolló, de la Física, al pensar que su Psicología analítica allanaría el
camino para una Física de la mente), el enfoque estructuralista ha llegado
a ser el dominante en otras muchas disciplinas que tienen que ver con el
proyecto cientifista-blando de apoyarse en la ciencia como guía para la
acción moral. A pesar de las considerables diferencias en el enfoque que
dan a sus respectivas materias, las distintas escuelas estructuralistas en ac-
tivo en disciplinas tales como Psicología cognitiva, Etnología y Lingüís-
tica, contienen una característica distintiva que las coloca en un grupo
aparte dentro de las que estudian el comportamiento. Por ejemplo, a dife-
rencia de los etólogos mencionados anteriormente en este capítulo, para
los cuales la identificación del papel funcional del comportamiento tiene
el estatus de una explicación, los estructuralistas consideran que tales ex-
plicaciones funcionales son triviales o superficiales y tratan de conseguir
una comprensión más amplia en términos de estructura profundas univer-
sales. Pero, tal como se mencionó en el capítulo precedente, la gran debi-
lidad del enfoque teórico del comportamiento humano de las escuelas es-
tructura- listas es que las proposiciones que ofrecen sobre las estructuras
profundas, por lo general, no pueden ser validadas. La razón por la que no
pueden ser validadas no es sólo la naturaleza fractal de las estructuras su-
perficiales que se perciben, que es problemática para todos los enfoques
de las ciencias humanas, sino también la flexibilidad prácticamente ilimi-
tada de las reglas transformacionales por las que se relacionan las estruc-
turas superficiales y profundas, una dificultad con la que los enfoques no
estructuralistas no tienen que luchar. Es decir, las proposiciones estructu-
ralistas sobre las estructuras profundas son casi imposibles de comprobar
críticamente mediante el estudio empírico de las estructuras superficiales

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

abiertas, ya que casi siempre es posible reconciliar cualquier aparente con-


tradicción entre la teoría y la observación mediante un ajuste apropiado de
las reglas transformacionales.

CIENCIA Y LITERATURA

Al darse cuenta de la inconsistencia fundamental de las teorías estruc-


turalistas, muchos partidarios del cientifismo blando, acostumbrados a los
estándares más rigurosos de las disciplinas científicas duras, eliminan de
raíz el enfoque estructuralista de la comprensión del hombre. Un excelente
ejemplo de eliminación de uno de estos movimientos estructuralistas, el
psicoanálisis, puede encontrarse en La esperanza del progreso, de Meda-
war. En un capítulo titulado «Ciencia y Literatura», Medawar indica que
estos dos importantes dominios de la creatividad no son, tal como se pro-
clama a menudo, complementarios, no son empresas que se apoyan mu-
tuamente para buscar una meta común; en lugar de eso, aunque podría es-
perarse que cooperasen, compiten por un mismo territorio, y cuando la li-
teratura entra en escena, expulsa a la ciencia. Por lo tanto, al contrario de
la noción más extendida de que cuando llega la ciencia expulsa al arte, las
cosas pueden ocurrir al revés. Según Medawar, la equivocada idea de com-
plementariedad entre ciencia y literatura es un legado de los filósofos in-
ductivistas del siglo XIX, tales como Karl Pearson, y de los poetas román-
ticos como Matthew Arnold, quienes sostenían que la razón y la imagina-
ción son antagónicas, o, por lo-menos, vías alternativas hacia la verdad, la
primera es la vía de la ciencia y la segunda la de la literatura. Pero tal como
indica Medawar, la imaginación es una parte esencial del quehacer cientí-
fico: «Todo avance en el conocimiento científico empieza con una aven-
tura especulativa, una preconcepción imaginativa de lo que debe ser
cierto... La conjetura se expone entonces a la crítica, para comprobar si ese
mundo imaginado se parece, o no, al real... El razonamiento científico es,
por tanto..., un diálogo entre dos voces, una imaginativa y la otra crítica.»
Sin embargo, aunque tanto la ciencia como la literatura dependan de la
imaginación, difieren en que el razonamiento literario es un monólogo de
la voz imaginativa, libre de las ataduras que impone la molesta voz crítica
que pregunta si, de hecho, todo eso es cierto. La supervisión de la imagi-
nación científica por la voz crítica exige que la claridad sea el criterio fun-
damental de la buena exposición científica, mientras que la libertad de la

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

imaginación literaria frente a las restricciones críticas permite el libre


reinado de la retórica voluptuosa, a menudo al precio de la oscuridad. Así
pues, cuando el virus de la imaginación sin críticas infecta un territorio de
la investigación humana que la ciencia reclama como suyo, la escena se
corrompe, se convierte en una turba de enredadores.
Pero, ¿los hombres de letras, como los de ciencias, no persiguen la ver-
dad? Sí, pero, según Medawar, hay una diferencia entre las nociones cien-
tífica y poética de la verdad, entre la verdad del laboratorio y la verdad del
salón: «Cuando la palabra se usa en un contexto científico, verdad signi-
fica, por supuesto, correspondencia con la realidad». Cuando se usa en un
contexto poético, sin embargo, verdad puede significar «lo que debe ser»,
y por lo tanto sería la revelación de un ideal, o bien puede significar «una
concepción alternativa... que enriquece nuestra comprensión de lo real ha-
ciéndonos cambiar y pensar y orientarnos en un dominio más amplio que
el real», y por lo tanto sería una afirmación «para creer en ella». Como la
noción poética de verdad no exige ningún test empírico, no nos sorprende
que surjan grandes dificultades cuando el estilo de vida del salón se infiltra
en el laboratorio.
Medawar indica que el psicoanálisis freudiano es uno de los más vivos
ejemplos de la influencia corruptora del síndrome literario en un territorio
en el que tanto la literatura como la ciencia afirman que tienen que ver. El
psicoanalista da cierto tipo de orden a la incoherencia, y al no carecer
nunca (realmente nunca) de explicaciones, puede dejar a gusto, o recon-
fortar, a su aturdido paciente. Consigue hacer esto, construyendo una es-
tructura mítica alrededor del paciente, estructura que tiene sentido y que
es «para-creer-en-ella», aunque no se ajuste en absoluto a la realidad. Pero
esos procedimientos son «muy dañinos, no porque perjudiquen o no hagan
bien, sino porque representan un estilo de pensamiento que puede impedir
el crecimiento de nuestro conocimiento sobre las enfermedades mentales».
Ese capítulo viene seguido de «Una respuesta a Sir Peter Medawar», por
el poeta John Holloway. Después de dedicarse a una serie de considera-
ciones literarias, indicando que el propio Medawar también realiza vuelos
ocasionales a la retórica voluptuosa, insinuando que con amigos como Sir
Peter de su parte la literatura no necesita enemigos, e indicando que «el
síndrome literario» no tiene que ver en absoluto con la literatura, sino que
evidentemente es usado por Medawar como sinónimo de seudociencia,
Holloway centra la atención sobre un importante defecto de «La Ciencia y

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

la Literatura». Ya que, en su ensayo, Medawar no explica por qué existe


esa diferencia entre las nociones de verdad científica y poética. La razón
es que las verdades científicas pertenecen solamente a la parte de la reali-
dad sobre la que pueden hacerse preguntas que admiten respuestas sí o no.
Pero la literatura, generalmente, no trata de esas materias: las verdades
poéticas se dedican a esos otros aspectos de la vida, no menos importantes,
que no admiten respuesta sí o no y de los cuales no puede hablarse clara o
inequívocamente. Verdaderamente, si el arte tiene una función distinta del
entretenimiento, esa función es el hablar de aquello de lo que no se puede
hablar.
A la réplica de Holloway le sigue una «reconciliación» en la que Me-
dawar no trata de lo que, para mí al menos, parece ser el punto más impor-
tante de Holloway. Sospecho que la negativa a admitir, o incluso a consi-
derar, que hay aspectos de la realidad que necesitamos conocer desespera-
damente pero que para ellos no pueden establecerse verdades científicas,
es una premisa fundamental de la visión filosófica de Medawar. Sin em-
bargo, es difícil asegurarlo, ya que en ningún sitio de su ensayo explica su
significado de «realidad». Si realidad comprende sólo a los sucesos, en-
tonces, la correspondencia entre la realidad y cualquier afirmación sobre
la realidad, en principio al menos, puede comprobarse siempre. Pero si la
realidad comprende también a las conexiones causales entre sucesos, en-
tonces no es cierto en absoluto que pueda establecerse siempre una corres-
pondencia entre la realidad y los productos de la imaginación. Esta incer-
tidumbre es válida, particularmente, para los sucesos que ocurren en terri-
torios como la Psicología y la Sociología de los que, según Medawar, tanto
la ciencia como la literatura afirman ser su terreno.
La negativa de Medawar a conceder la existencia de esta limitación
intrínseca de nuestras posibilidades científicas para comprender el mundo,
es una parte también de la infraestructura de sus «Otros comentarios sobre
el Psicoanálisis» que sirve de apéndice a «La Ciencia y la Literatura». Aquí
Medawar declara su desdén hacia la dañina charlatanería psiquiátrica pro-
ducida por los epígonos de Freud. Como ningún psicoanalista ha efectuado
nunca, demostradamente, una cura, Medawar considera justificado el tirar
toda la teoría psicoanalítica a la basura. Pero Medawar no parece apreciar
que el psicoanálisis es esencialmente una teoría histórica, que trata de ex-
plicar cómo la sucesión de fenómenos mentales en la vida de una persona,
con el tiempo, da lugar a su psique real. Por tanto, las conexiones causales

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

propuestas por los psicoanalistas no son más susceptibles de validación


que las propuestas por cualquier otra clase de historiador; lo más que pue-
den ser es creíbles. Por lo tanto, es poco imparcial por parte de Medawar,
el pedir que la validez de la teoría del psicoanálisis pueda juzgarse por su
éxito en realizar curaciones. Ya que no pediría que un historiador de la
guerra dé validez a sus teorías ganando batallas. En cualquier caso, lo que
en gran parte separa la práctica actual de la terapia psicoanalítica del
campo de la medicina ordinaria no es que el psiquiatra no pueda satisfacer
los rigurosos criterios de prueba que le pide Medawar, de que fue su trata-
miento y no otra cosa lo que curó al paciente. Muy a menudo, tal prueba
no puede ser proporcionada para la curación de otros pacientes realizada
por cualquier otra clase de médico. No, el problema del psicoanálisis tera-
péutico es que como las condiciones en las que la mayor parte de los pa-
cientes tratados por los psicoanalistas son tales que no presentan síntomas
definibles objetivamente, se deduce, a fortiori, que no existe ningún crite-
rio objetivo de curación. Las cosas no eran así en los tiempos en los que
Freud trataba un paciente ciego de histeria; una vez que el paciente veía de
nuevo, no hay duda de que se había efectuado la curación. Pero incluso en
el caso en que Medawar tuviera razón en su juicio final de que el psicoa-
nálisis es «un producto acabado... como un dinosaurio o un zeppelín; no
se puede erigir una teoría mejor sobre sus ruinas», es posible que no se
puedan erigir mejores teorías sobre cualesquiera otras bases.

HACIA UNA ETICA ESTRUCTURALISTA

El resurgimiento actual de la teoría kantiana del conocimiento y sus


categorías innatas, en forma de enfoque estructura- lista del hombre, da
ánimos para desarrollar también una ética estructuralista kantiana. El pro-
pósito de tal proyecto no es el objetivo cientifísta de extender la autoridad
de la ciencia al dominio ético, sino simplemente iluminar la cuestión meta-
ética de si es posible la moral. Es decir, aunque la Biología no puede jus-
tificar los valores morales, puede ser capaz de dar una explicación de su
base biológica. Esta explicación no consistiría, por supuesto, en descrip-
ciones funcionales del papel sociobiológico que desempeña la moral en las
relaciones sociales, ni en lo que pueda suponer para el valor adaptativo en
la evolución del Homo sapiens. En lugar del reconocimiento darwiniano
del papel de la selección natural en la evolución, el punto de partida de

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este proyecto sería el reconocimiento kantiano de que la obligatoriedad


peculiar de los principios morales pueden explicarse solamente por su uni-
versalidad sin restricciones, es decir, por su independencia de todos los
hechos existenciales. Así pues, según Kant, no es el promover la felicidad,
o el servir al progreso, sino el acceder a la exigencia de la razón humana
de que la acción esté de acuerdo con la ley universal, lo que hace que nos
sintamos obligados a obedecer los principios morales. El origen del cono-
cimiento de esta ley, innato en el hombre, puede atribuirse —no hace falta
decirlo— a la historia evolutiva del Homo sapiens.
En consecuencia, la ética estructuralista trataría de reconciliar la visión
kantiana de la fuente de moralidad innata, y por lo tanto subjetiva, con el
hecho empírico de que parece no haber límite para el número de situacio-
nes sociales significativamente diferentes sobre las que los individuos pro-
ducen juicios de valor que parecen razonables a otros hombres. Con este
fin, la ética estructuralista consideraría que un juicio moral de un individuo
surge por un proceso transformacional que opera sobre una estructura pro-
funda innata. Pero a pesar de su fuente subjetiva, sus juicios morales no
son vistos como arbitrarios por otros, porque la estructura profunda ética
innata es universal, la tienen todos los seres humanos. Esta estructura pro-
funda ética sería más o menos equivalente al concepto del imperativo ca-
tegórico de Kant, que tomó para gobernar la acción humana de forma in-
dependiente a cualquier fin deseado, incluyendo la felicidad. Sin embargo,
la característica neokantiana del enfoque estructuralista es que existiría
una relación transformacional entre el imperativo categórico y los juicios
morales particulares, relación más complicada que la conexión directa que
evidentemente suponía Kant.
Por tanto, según este concepto estructuralista, todos los sistemas mo-
rales existentes contienen características fundamentales, entre las cuales la
propia noción de valor moral y el significado del inanalizable e indefinible
concepto de «bueno» son las más básicas, porque están enraizadas en la
misma estructura ética profunda universal. De aquí que el conocimiento
del contenido de la estructura ética profunda debiera ser la meta principal
de la disciplina intelectual llamada «ética», la cual intenta explicar la mo-
ralidad y los principios normativos que gobiernan la acción humana. Kant
pensaba, por supuesto, que había conseguido identificar ese contenido
como el fundamental imperativo categórico del que pueden derivarse todas
las dudas morales específicas: «Actúa sólo según la máxima que tú puedas

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GUNTHER S. STENT LAS PARADOJAS DEL PROGRESO

desear que sea la ley universal». Parece muy plausible que este criterio de
universalidad esté contenido verdaderamente en las estructuras profundas,
pero no de forma tan fuerte como lo enunció Kant. Ya que esta generali-
zación tan incluyente crearía una limitación demasiado severa sobre el as-
pecto creativo de la moralidad y limitaría la variedad de situaciones socia-
les bajo las que pueden producirse juicios de valor racionales. Por lo tanto,
parece claro que hay pocas reglas morales, si es que hay alguna, que que-
rríamos que fueran seguidas sin excepción y podríamos imaginar escena-
rios en los que la contravención de esas reglas estaría justificada.
Aquí llegamos a lo que parecía ser el aspecto más significativo de la
estructura ética profunda —a saber, que sus posibilidades creativas sin lí-
mite parecen formarse a expensas de su consistencia lógica. Es decir, cual-
quiera que sea el contenido moral abstracto de la estructura profunda, su
naturaleza es tal que las transformaciones a las que está sujeta dan lugar a
una serie de juicios que no son necesariamente compatibles con la lógica
y por lo tanto no son necesariamente reconciliables racionalmente. Verda-
deramente, el dilema lógico del cientifismo duro (que contiene dos creen-
cias irreconciliables, la de la autoridad del conocimiento científico y la de
la autonomía frente a la moral) puede atribuirse más plausiblemente a este
aspecto de nuestra constitución ética. En otras palabras, los dilemas y pa-
radojas morales con los que estamos luchando hoy no son simplemente el
resultado de actitudes humanas irracionales sino que son el reflejo de la
inconsistencia fundamental de la estructura ética profunda en la que está
basada nuestra moralidad. Por lo tanto, la solución de estos dilemas, si es
que existe, no es probable que se obtenga por el mero hecho de llamar la
atención sobre su existencia, como he tratado de hacer en la primera parte
de este capítulo, sino que requeriría un cambio en la naturaleza humana.
Pero hasta qué punto este cambio es posible, o incluso deseable, o hasta
qué punto podremos seguir saliendo del paso a duras penas con nuestra
paradójica constitución, parecen ser las cuestiones éticas fundamentales
para el futuro.

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