Guillermocracia - Crónicas Cienciaficcionísticas
Guillermocracia - Crónicas Cienciaficcionísticas
Guillermocracia - Crónicas Cienciaficcionísticas
Durante la primera mitad del siglo XIX hubo un evidente divorcio entre la
dirección de la Ciencia, que avanzaba a pasos cada vez más agigantados, y de
las artes en general, imbuidas en la sensibilidad romántica. Los sostenedores
del progreso científico empezaban a presentarse como el establishment, en
gran medida porque los avances científicos generaban dividendos (máquinas
más poderosas, métodos de explotación más económicos), mientras que los
románticos, que se mostraban como rebeldes al orden establecido, tendían
por tanto a ser anticientíficos. Aún así, hubo escritores románticos que no
desdeñaron tratar temas científicos, si bien desde el ángulo del temor y el
desencanto.
Probablemente el más importante de estos escritores sea Edgar Allan Poe
(1809-1847). En lo literario, Poe es reconocido fundamentalmente por haber
llevado al máximo el terror en la línea de la imaginería gótica, hasta el punto
que puede decirse que con él acaba el ciclo gótico primigenio; en segundo
lugar es reconocido por haber sentado las bases de la literatura policial,
creando al sagaz detective Auguste Dupin. Todo esto ha ensombrecido
aquella parte de su obra que podría entroncar con la Ciencia Ficción. Poe
aprovechó las ideas científicas de su momento para pergueñar varios cuentos
y obras relacionados con la Ciencia. El mesmerismo como método para
burlar la muerte es utilizado en "El extraño caso del Señor Valdemar",
escribió también su propio relato de viaje a la Luna, y aún postuló algunas
ideas cosmológicas de avanzada para su época en su ensayo "Eureka". Como
Ciencia Ficción, Poe fue después fácilmente superado, pero aún así dichas
obras tienen toda la fuerza y el genio peculiares de su autor.
Un elemento característico en la Ciencia Ficción del siglo XIX, fue la
naciente preocupación por el futuro, en particular desde la perspectiva del
cambio social. Hasta el siglo XIX, la idea del cambio social estaba
prácticamente ausente de la narrativa. Pero en obras como "El último
hombre" de Mary Shelley (que previamente, recordemos, había publicado
"Frankenstein") y su escenario apocalíptico, ya latía la idea de que las cosas
podían no seguir siendo iguales para siempre. Otro tanto ocurre con "La raza
venidera", de Edward Bulwer-Lytton (conocido también por su novela
histórica "Los últimos días de Pompeya"), en la cual una raza subterránea ha
evolucionado maravillosamente gracias a un mineral muy energético
llamado el vril, lo que significa una amenaza contra la Humanidad, toda vez
que cuando los vril-ya decidan ascender a la superficie, no habrá poder
humano capaz de pararles.
La idea de jugar con el tiempo da desarrollo también a las ucronías, relatos
en que se plantea una Historia Universal que corre por carriles diferentes a
los "reales". La palabra fue acuñada por una obra de vocación filosófica
llamada precisamente "Ucronía", publicada por Charles Renouvier en 1863,
y que plantea un Imperio Romano en el cual el Cristianismo hubiera sido
derrotado, y por ende la Edad Media hubiera sido muy diferente.
Anteriormente, en 1836, un autor llamado Louis Geoffroy había escrito una
novela en la que describía cómo habría sido la Historia Universal si el
Imperio de Napoleón Bonaparte hubiera sobrevivido, antecedente claro de
las novelas de tipo "qué hubiera pasado si Hitler hubiera ganado la Segunda
Guerra Mundial".
Pero para el grueso público, estas elucubraciones podían ser quizás un tanto
elevadas. El siglo XIX vio también el surgimiento de la Educación Primaria
Obligatoria, y el mayor grado de alfabetización llevó como corolario el
surgimiento de la prensa amarillista. Para satisfacer a estos públicos de
formación cultural simple, se los sedujo muchas veces con relatos de
aventuras, pero incorporándoles un elemento científico. Ayudó también que
avanzando la segunda mitad del siglo XIX, la reluctancia romántica hacia la
Ciencia tendió a difuminarse hasta desaparecer, porque los beneficios del
progreso científico empezaban a hacerse evidentes para la población en
general, que ahora contaba con telégrafos o mejores medicinas. En 1882, la
publicación del primer número de la revista "Argosy", en Estados Unidos, le
dio carta de naturaleza a este nuevo género, el "Romance Científico". Sin
embargo, su más grande cultor provendría del otro lado del Atlántico, de la
vieja Francia: no sería otro sino el famoso Julio Verne.
Dentro de ese abuelito lejano de la Ciencia Ficción del siglo XX, que es el
Romance Científico del siglo XIX, el nombre más destacado es
probablemente Julio Verne. Alcanzó tanto relieve, que se lo asocia ya no sólo
con la Ciencia Ficción, sino que muchos incluso le achacan la paternidad del
género, afirmación discutible no porque fuera un escritor irrelevante o falto
de calidad, que no lo fue, sino porque como hemos podido ver, al igual que
Roma, la Ciencia Ficción no se construyó en un solo día. Julio Verne nació en
Nantes, Francia, en el año 1828, pero no fue sino hasta la década de 1860, y
después de haber pasado por distintas experiencias literarias, que devino en
escritor de Ciencia Ficción.
La primera obra verniana que puede considerarse como Ciencia Ficción es
"Cinco semanas en globo", publicada en 1863. Aquí presenta ya las
características de lo que será el resto de su obra. Para Verne lo científico y
tecnológico en realidad es una excusa para enriquecer una historia en
principio desinteresada por ambas cosas, que en este caso es el género de
aventuras en Africa, en boga por aquel entonces. Así, esta novela trata de
aventuras en Africa, precisamente, pero con el añadido de un globo como
implemento tecnológico para los héroes. Verne no mostraba demasiado
interés en la prospectiva científica, tecnológica o sociológica, y muchos
inventos que incorporaba a sus obras, ya existían alrededor suyo, si bien en
estado embrionario (los submarinos que imagina en "20.000 leguas de viaje
submarino", por ejemplo). Para esto, iba todas las mañanas a documentarse
en la biblioteca pública, y en las tardes se dedicaba a escribir.
Con todo, Verne es probablemente el primer escritor que le dio vida propia a
la tecnología, como objeto literario propio. El Capitán Nemo de la
mencionada "20.000 leguas de viaje submarino" es inseparable de su
fastuoso submarino, el célebre Nautilus. Lo mismo ocurre con el trío de
aventureros que viajan a la Luna en "De la Tierra a la Luna" y su secuela
"Alrededor de la Luna" (que hoy en día suelen publicarse juntos, ya que en el
fondo son un único relato); en esta obra la despreocupada fantasía selenita
de Luciano, Kepler o Cyrano da paso a Ciencia rigorista y exacta, tanto que
anticipó muchos detalles técnicos de lo que después fue la misión Apolo XI.
Parte importante del éxito verniano se debe a su prolífica asociación con el
editor Pierre-Jules Hetzel. Las obras que escribió para éste, son optimistas
respecto del devenir científico y tecnológico. Si Verne compartía este
optimismo, es materia de debate. En fecha reciente se supo que Hetzel
rechazó una obra verniana de prospectiva, "París en el siglo XX", cuyo tono
era decididamente más desencantado que otras obras suyas. Aparte de las
mencionadas, otras obras del período hetzeliano que pueden considerarse
como Ciencia Ficción, son "Viaje al centro de la Tierra", "La isla misteriosa"
(secuela de "20.000 leguas de viaje submarino"), "Los 500 millones de la
Begún", y "La casa de vapor", además de numerosas novelas de aventuras sin
ingrediente científico o tecnológico de por medio.
Después de la muerte de Hetzel en 1886, e incluso de un atentado que el
propio Verne sufrió, su obra se tornó más pesimista y sombría. En "Robur el
Conquistador" (1886) y su secuela "El amo del mundo" (1904), el malvado
científico loco Robur trata de apoderarse del mundo. "El castillo de los
Cárpatos" (1893) colinda con la literatura de terror. En "Ante la bandera"
(1896) esboza la idea de un arma tan poderosa que literalmente arrasaría a la
Humanidad. En general, en las obras postreras de Verne, la tecnología ya no
es aliada del progreso de la Humanidad, sino que su aplicación puede ser
muy nociva, incluso letal para la raza humana. Verne falleció en 1905, a
tiempo para no ver cómo algunas de sus más mortíferas predicciones
encontrarían la senda para cumplirse.
Todas estas fantasías utópicas o distópicas presentan para el lector del siglo
XXI el denominador común de ser un tanto aburridas, porque lo literario es
muchas veces sacrificado en pos de un valor didáctico y moralizante que se
relaciona mucho con las preocupaciones de su tiempo, y no tanto con las del
nuestro. Así, como que estas obras se han marchitado un tanto al pasar los
años. Pero el desafío de escribir una especie de "Ciencia Ficción con
conciencia social" estaba lanzado, y sería recogido brillantemente en
Inglaterra, en la persona de otro escritor socialista de Ciencia Ficción:
Herbert George Wells.
A finales del siglo XIX no existía una concepción clara de la Ciencia Ficción
como un género literario aparte, y esto permitía a los escritores, incluso a los
escritores "serios", incorporar libremente temáticas científicas y tecnológicas
a sus obras, con mayor o menor fortuna, bien para desarrollar tópicos
filosóficos o sociológicos, bien sea para facturar obras de pura entretención.
Quizás el más brillante de esta hornada de escritores es el británico H.G.
Wells (Herbert George Wells), quien combina en su obra los tres grandes
valores de un gran estilo literario, argumentos entretenidos, y profundas
ideas filosóficas de fondo. Wells nació en 1866, y por tanto alcanzó la
treintena en el apogeo de la Era Victoriana, en que el Imperio Británico
alcanzó su máxima extensión y poderío, y miraba un tanto compasivamente
al resto de la Humanidad que no habían tenido la suerte de nacer bajo la
égida de las Islas Británicas. Wells se inclinó hacia el Socialismo Fabiano (los
fabianos fueron ancestros de lo que después será el Partido Laborista
Británico), lo que en la Inglaterra de su tiempo era lo más cercano a ser un
extremista de ideas peligrosas. Y defendió sus ideas en numerosos escritos,
de ficción y no ficción. Hoy en día es conocido por sus novelas de Ciencia
Ficción, pero se olvida que escribió por ejemplo el "Esquema de la Historia",
criticada en su tiempo por los eruditos, y de espíritu un tanto desactualizado
hoy en día, pero muy popular en su época como obra de divulgación
historiográfica para las masas.
A comienzos del siglo XX se hacía cada vez más evidente que los relatos y
novelas con trasfondo científico y tecnológico estaban desarrollando
lenguajes y códigos propios, lo suficiente como para ser considerados como
algo nuevo y distinto a la literatura tradicional. En este tiempo emergió la
figura de Hugo Gernsback (1884-1967), un escritor a quien la Historia
conoce como "el Padre de la Ciencia Ficción", aunque irónicamente su propia
producción literaria era de calidad mediocre a lo sumo, y ha sido más citado
que leído por la posterioridad. Pero entre las décadas de 1920 y 1930, la
visión de lo que debía ser la Ciencia Ficción, incluyendo su bautismo como
tal, se correspondía con los conceptos gernsbackianos, y por eso es imposible
escabullirse de él, en cualquier crónica de la Ciencia Ficción que se precie de
tal.
Sus conceptos están claramente establecidos en la novela "Ralph 124C41+",
publicada en 1911. Aparte de su título, muy sugestivo por tratarse de un
código (es el código del protagonista Ralph en una sociedad futura, por una
parte, y por la otra significa en inglés algo así como "uno debe prever por uno
mismo"), la novela no es sino una larga, mecánica y aburrida serie de
descripciones e inventos. Gernsback era un científico de tomo y lomo (murió
habiendo registrado unas ochenta patentes para inventos), y veía a la
Literatura como algo secundario, razón por la que su obra no era más que
una prolongada exposición de inventos futuristas, sin pretensión literaria
alguna. A este engendro literario, que no pretendía ser entretenido sino
didáctico, lo llamó "scientifiction" ("cientificción", sería en castellano). Para
Gernsback, la "cientificción" no debía ser escrita para entretener o perder el
tiempo con fantasías sociológicas, sino para ayudar a los inventores a
concebir nuevas creaciones e inventos para el glorioso siglo XX que estaba
principiando.
Con estas ideas, Gernsback no habría llegado lejos, pero en 1926 desató una
revolución, al fundar la revista pulp "Amazing Stories". Que se publicara
Ciencia Ficción en los pulps era ya cosa vieja ("Argosy" llevaba cerca de un
cuarto de siglo circulando, y en paralelo "Weird Tales" estaba publicando
historias de los Mitos de Cthulhu), pero que se dedicara un pulp
íntegramente al género, sí que era novedoso. Naturalmente que con la idea
tan espartana que Gernsback tenía de la Ciencia Ficción, habría sólo un
escritor que llenara el molde, y ése era él mismo, de manera que para sacar
sucesivos tirajes, debió darle salida a escritores de Romance Científico, que
él jamás habría sancionado como "cientificción pura", por decirlo así. Así, el
primer número, de Abril de 1926, promocionaba en la portada contener
relatos de Julio Verne, Herbert George Wells... ¡Y Edgar Allan Poe!
Pero el movimiento magistral de Gernsback, que contribuyó a modificar para
siempre a la Ciencia Ficción, fue publicar la dirección de los lectores
fanáticos que le escribían cartas. De esta manera, casi como una especie de
Facebook primitivo, Gernsback creó un círculo de corresponsales que no sólo
interactuaban con la revista, sino también podían cartearse entre sí. Poco a
poco, estos fanáticos (todos ellos de edad infantil a juvenil) fueron uniéndose
en clubes de fanáticos, creando así la que con justicia podría ser llamada "la
primera tribu urbana". A la larga, esto tuvo una poderosa influencia
demográfica, porque si antes un escritor podía pasarse impunemente de la
Ciencia Ficción a la "literatura realista" o "literatura normal" e incluso al
ensayo y la investigación científica, a partir de "Amazing Stories" los
fanáticos fueron recluyéndose en su propio ghetto, escindiéndose del resto
de la vida cultural de Occidente. De este modo, contribuyó poderosamente a
la imagen del fanático de la Ciencia Ficción como alguien alienado de otras
formas culturales, creando el cisma entre "gente de alta cultura" y "frikis"
que, con altas y bajas, sigue siendo un esquema demográfico hasta el día de
hoy.
El destino fue suavemente crepuscular con Gernsback. En 1929, de manera
nunca demasiado aclarada, "Amazing Stories" acabó en quiebra; aunque la
revista siguió publicándose (de hecho, su último número fue editado en
2005), Gernsback fue obligado a salir. Siguió Gernsback en el negocio
editorial por una década más, además de proseguir como inventor, pero con
bautizar a su monstruito como "cientificción", había abierto la caja de los
vientos. Los nuevos escritores que llegarían, ampliarían las fronteras del
género hasta un punto que el propio Gernsback no sería capaz de
reconocerlo. Años después, en su honor, se crearon los Premios Hugo, y se le
invitaba a las convenciones, aunque con más respeto señorial que por
verdadera intención de escuchar sus (obsoletas) ideas sobre el género. Con
todo, ha recibido homenajes de tarde en tarde: uno de los primeros relatos
del escritor William Gibson, padre del Cyberpunk, es "El Continuum
Gernsback", en el cual juega con los motivos literarios clásicos de éste, y
Steven Spielberg se inspiró en "Amazing Stories" para crear en los ochentas
su serie televisiva "Cuentos asombrosos". No es un mal legado, después de
todo, aunque el propio Gernsback, el escritor del género literario del futuro,
fuera considerado como "el pasado" en sus últimos treinta años de vida.
Crónicas CienciaFiccionísticas 13 - La
Revolución Campbelliana.
Campbell tenía una línea editorial clara. Los relatos de su revista (que se
transformó en LA revista del género) debían tener un fuerte componente
científico, incluso por sobre el literario. En general debían ser
tecnooptimistas y describir el futuro con tintes luminosos. En la Space
Opera, el subgénero de aventuras espaciales, los buenos y los malos debían
estar perfectamente definidos, sin mucho espacio para la ambigüedad moral.
Era también un editor exigente y controlaba lo suyo a sus escritores,
exigiendo a veces cambios profundos en las historias si no las rechazaba.
Según refiere Isaac Asimov, en una ocasión le preguntó a Campbell si se
sentía desdichado por tener que abandonar la escritura para abrazar el
trabajo editorial, a lo que Campbell habría respondido: "Cuando era escritor
sólo podía escribir una historia a la vez. Ahora puedo escribir cincuenta
historias a la vez. Hay cincuenta escritores allá afuera que están escribiendo
historias que discutieron conmigo. Estoy trabajando en cincuenta historias".
En paralelo al desarrollo del cine de Ciencia Ficción, otro arte prototípico del
siglo XX empezaba a gestarse: el cómic. Las "historietas" o "tebeos", a según
el país, tuvieron su puntapié oficial en 1895, con el nacimiento del "Yellow
Kid", obra pionera en desarrollar una enorme cantidad de recursos que
después se harían estándares del género: la división de la trama en viñetas,
los bocadillos o globos de texto que representan lo que dicen o piensan los
personajes, etcétera. Estas cosas, en muchos casos, ya se habían inventado
antes, pero "Yellow Kid" las englobó todas de manera orgánica por primera
vez. Aunque no hubo todavía historietas prototípicamente de Ciencia
Ficción, sí muchas de ellas apuntan hacia lo fantástico: "Yellow Kid" mismo
no, pero sí "Little Nemo", sobre un niño que tenía los más extravagantes
sueños, o "Crazy Kat" con su mundo un tanto surrealista.
Como ocurrió en el terreno de la Literatura y el Cine de Ciencia Ficción, no
hubo inicialmente una conciencia clara de estar haciendo cómics sobre
"temas científicos". Muchas historias incidían más bien sobre una base de
aventuras, y la ciencia era un condimento más de la fórmula. En esto, los
cómics eran contemporáneos espirituales de los matarratos pulps, con
sus romances planetarios y sus edisonadas varias. Pero en la década de 1930,
cuando a consecuencias de la visión de Hugo Gernsback empezaba a
imponerse, en Estados Unidos por lo menos, la idea de que la Ciencia Ficción
era algo aparte del resto de las creaciones artísticas, también el cómic de
Ciencia Ficción empezó a perfilarse.
La primera historieta presentada claramente como "una de Ciencia Ficción"
fue "Buck Rogers en el siglo XXV", estrenada como tira diaria en los
periódicos el 07 de Enero de 1929. En estricto sentido, Buck Rogers es una
adaptación, porque el personaje había aparecido ya, en forma novelada, en
1928. La premisa de la historieta era simple: el protagonista, Buck Rogers,
quedaba por un accidente en animación suspendida, y venía a volver en sí
durante el siglo XXV. En su nueva época vivía fascinantes aventuras
combatiendo a favor de la Humanidad y en contra de distintos villanos. La
historieta se inscribe plenamente dentro de la visión tecnooptimista del
futuro, en que la sociedad humana futura era una verdadera utopía, sólo
perturbada de cuando en cuando por amenazas de ambiciosos villanos
ávidos de apoderárselo todo. Buck Rogers generó imitaciones; entre ellas, la
que tomó mayor personalidad fue probablemente Brick Bradford. El héroe,
Brick Bradford, estaba premunido de un Trompo del Tiempo, con el cual
vivía aventuras tan pulpescas como las de Buck Rogers, pero desplazándose
entre distintas épocas y lugares, y luchando por tanto contra un espectro más
variado de amenazas.
En 1934 llegó la que sería la historieta de romance planetario por excelencia:
Flash Gordon. La trama de Flash Gordon era simple: un trío de personajes
(el científico Zarkhov, la periodista Dale Arden y el deportista Flash Gordon)
viajaban al planeta Mongo, en donde debían lidiar con las fuerzas del
malvado Ming el Despiadado, el terrible tirano del planeta. El cómic es una
destilación de todo lo que el romance planetario había desarrollado hasta el
minuto, incluyendo aventuras en ambientación exótica, héroe apolíneo
plantando cara al mal, y un maligno tirano que representaba el tópico, muy
de su tiempo, del "peligro amarillo", sólo que ahora, transplantado a un
mundo alienígena. En este mundo alienígena, por cierto, sin mucha
coherencia narrativa, con simple afán de causar asombro, convivían magias
ancestrales y bestias míticas con avanzadísimas tecnologías, incluyendo
naves espaciales y rayos de la muerte. Pero la revolución de Alex Raymond
no se limitó a llevar el romance planetario clásico hasta sus últimos límites:
además, fue un innovador en primera línea del lenguaje de las historietas,
incrementando espectacularmente su componente épico, y preparando de
esta manera lo que después iba a ser el cómic de superhéroes. Esto, a pesar
de que en sentido estricto Flash Gordon no es un superhéroe, porque no
tiene superpoderes ni habilidades sobrehumanas, salvo una mente rápida y
hábil para descubrir salidas en situaciones de vida o muerte, la que deviene
en última instancia de su trasfondo como deportista de éxito en la Tierra.
Por supuesto que por cada relato profético que se publicaba en aquellos
años, habían varios más que no eran más que escapismo. Pero NO toda la
Ciencia Ficción era escapismo. Muchos de los lectores de Ciencia Ficción de
aquellos años e inmediatamente posteriores, crecieron para transformarse
en científicos, como Carl Sagan lo hace notar en "Cosmos", obra en la que
por cierto le dedica un sentido homenaje a Edgar Rice Burroughs.
Finalmente llegó Agosto de 1945, explotó la bomba atómica de Hiroshima, y
el mundo despertó de bruces: resulta que eran los locos escapistas lectores
de Ciencia Ficción los que, al final del día, tenían razón.
Crónicas CienciaFiccionísticas 19 -
Maduración de la Edad de Oro.
George Orwell (1903-1950) era un escritor británico que simpatizaba con las
ideas de izquierda. Pero luego de su frustrante experiencia en la Guerra Civil
Española, en la que peleó por el bando republicano, abjuró del Socialismo y
del Comunismo y se convirtió en enemigo enconado de la Unión Soviética,
debido al totalitarismo en la Rusia de Stalin. Después de alcanzar el éxito con
"La granja de los animales", publicó una novela destinada a ser la última
suya: "1984". En ella, describe un mundo treinta años en el futuro, en que el
planeta entero está repartido en tres grandes naciones que se disputan el
control de la Tierra en una alianza inestable. Las tres naciones son muy
similares: totalitarismos en que un dictador invisible ejerce su poder sobre
una sociedad indefensa, que es vigilada y espiada a través de sus receptores
de televisión (que son también emisores). El protagonista, Winston Smith,
intenta rebelarse y obtener algo de libertad para sí, sólo para acabar siendo
encarcelado, torturado, sufriendo un lavado de la mente, y siendo a
continuación ejecutado, feliz porque dentro de su mente borrada sólo tiene
sentimientos de amor para con el Gran Hermano que todo lo gobierna (mala
traducción para el inglés "Big Brother", que en realidad significa "Hermano
Mayor").
Crónicas CienciaFiccionísticas 21 - El
historiador del futuro.
Crónicas CienciaFiccionísticas 25 - La
decadencia de los superhéroes.
Pero esto no duraría, claro está. En la década de 1950, Julius Schwartz tomó
a su cargo la editorial DC Comics, y bajo su égida, los superhéroes
empezaron a vivir un segundo aire. Schwartz había trabajado como agente
literario de algunos grandes de la Ciencia Ficción (Alfred Bester, Robert
Bloch, Ray Bradbury, etcétera), y por lo tanto, conocía los resortes del género
y hacia donde evolucionaba. Una vez a cargo de DC Comics, relanzó a un
antiguo héroe llamado Flash. El experimento tuvo éxito, y pronto le insufló
nueva vida a antiguas glorias como Linterna Verde o Hawkman. Aún era
pronto para decir que los superhéroes tenían una segunda gloriosa vida, pero
era un comienzo. Faltaba todavía algún tiempo para que los superhéroes se
revolucionaran con la llegada de Stan Lee y Jack Kirby, entre otros grandes
prohombres, que entre todos levantarían a la gran rival de DC Comics: la
Marvel Comics.
Crónicas CienciaFiccionísticas 26 - El
mundillo de las convenciones.
Durante la primera mitad del siglo XX, Estados Unidos fue la nación que
mayor partido le sacó a la industrialización, no sólo de cara a la economía,
sino también a un modo de concebir y entender la sociedad. No es raro
entonces que la Ciencia Ficción haya crecido desmesuradamente hasta que la
Ciencia Ficción anglosajona (con Inglaterra acompañando por contagio
idiomático) se haya transformado en el referente absoluto de lo que es
Ciencia Ficción, y para muchos, la Ciencia Ficción a secas, en particular
debido a que los lectores estadounidenses aceptaban de mejor grado los
libros que incluyeran a la tecnología como un tema, y probablemente
también gracias a que no existía la resistencia cultural a "lo americano" que
es posible encontrar en otros países industrializados (como Japón, por
ejemplo). Pero en otras partes del mundo también se escribía Ciencia
Ficción, casi en la periferia del gran núcleo inspirador que era la Ciencia
Ficción anglosajona. Una de estas escuelas era la Ciencia Ficción francesa,
que poseía algunas características peculiares.
A riesgo de pecar en la generalización, puede decirse que los temas de la
Ciencia Ficción francesa eran un híbrido entre la prolongación de la vetusta
Ciencia Ficción de comienzos de siglo (cuando todavía el género anidaba en
el Romance Planetario, antes de la Era Gernsback), y las influencias
procedentes del mundo anglosajón. Todo esto, permeado por una
mentalidad un tanto más humanista y menos tecnofílica que la de los autores
de Estados Unidos. No debe olvidarse que la cultura francesa de aquellos
años estaba orgullosa de su pasado y presente, y se planteaba como una
alternativa "de izquierdas" frente al creciente dominio mundial por parte de
Estados Unidos, y por lo tanto, la Ciencia Ficción era mirada bastante en
menos por la "alta cultura", como una manifestación de la ramplonería
cultural estadounidense. En Francia, a diferencia de Estados Unidos, no
existía la Ciencia Ficción como un movimiento, y por lo tanto, tampoco había
escritores especializados en el género, o por lo menos, no a un grado
comparable al de Estados Unidos. Esta situación empezó a evolucionar en la
década de 1950, cuando comenzaron a aparecer las primeras colecciones de
libros de Ciencia Ficción escrita en francés por autores franceses. Pero sin
una base firme de lectores, ni las revistas, ni las convenciones, ni una
cinematografía nacional volcada al tema, la Ciencia Ficción en francés no
pasó de ser casi una curiosidad. Con todo, debido a que los autores solían
tomarse en serio su labor, solían tener un énfasis en la calidad artística que a
veces sus pares estadounidenses descuidaban.
Entre los autores de Ciencia Ficción en Francia, debemos destacar a René
Barjavel, quien irónicamente se desenvolvió también muy bien en el mundo
del "realismo", siendo por ejemplo guionista de la película "El pequeño
mundo de Don Camilo" de 1952. Pero es como escritor de Ciencia Ficción
que Barjavel es más recordado. Al igual que otros europeos inmediatamente
anteriores o posteriores, Barjavel se desentendió de los aspectos más
densamente científicos del género, tomándolos como un pretexto para lo que
de verdad le interesaba: hacer planteamientos filosóficos sobre la condición
humana. Su historia "Le Voyageur imprudent" (1943) es un clásico porque es
la primera vez en la que se habla de un tópico recurrente de la Ciencia
Ficción posterior: el viajero del tiempo que regresa al pasado y cambia los
hechos que le van a dar nacimiento, provocando así una paradoja, porque si
nunca nace, nunca puede viajar al pasado para cambiar los hechos, por lo
que entonces nacerá y viajará, cambiando los hechos, y así sucesivamente en
un ciclo sin fin. En novelas como "Ravage" (1943) o "La noche de los
tiempos" ("La Nuit des temps", 1968), por otra parte, pone en solfa la
superioridad tecnológica: la primera versa sobre una civilización futura que
colapsa debido a que súbitamente desaparece la electricidad, mientras que la
segunda trata sobre un hombre congelado después de un holocausto
prehistórico, que al despertar, descubre que la Humanidad está otra vez en
camino de cometer los mismos errores que llevaron a su propia raza al
holocausto anterior.
La novela "Planeta 54", de Albert y Jean Crémieux, por su parte, sigue una
tradición literaria que podríamos hacer arrancar desde el mismísimo
"Micromegas" de Voltaire. En la novela, se describen los desesperados
esfuerzos de una civilización extraterrestre para entender a la Humanidad,
capturando cinco especímenes representativos, que serán transportados al
Planeta 54 y estudiados en su comportamiento. Este marco narrativo en
realidad es un pretexto para escribir una descacharrante sátira acerca de los
seres humanos y su incapacidad para vivir de una manera que pudiéramos
llamar "racional".
Pero probablemente la más famosa de las novelas de Ciencia Ficción
francesa, sea la algo posterior "El planeta de los simios" (1963), de Pierre
Boulle, aunque sea por su adaptación cinematográfica de 1968. En la novela,
un astronauta de la Tierra viaja a otro planeta en el cual descubre una
civilización de simios, en la que los seres humanos son despreciados como
inferiores. Boulle, quien también escribió la novela bélica "El puente sobre el
Río Kwai" (también adaptada al cine), aprovechó de verter en la novela su
experiencia durante la Segunda Guerra Mundial, que la vivió en el Lejano
Oriente, en el frente contra Japón. Lógicamente, a la luz de esto, puede
calificarse como racista la premisa de la obra, pero por otra parte, Boulle es
bien claro al referir que los propios seres humanos de esa otra civilización se
han acarreado su catástrofe. Aunque esta novela es de Ciencia Ficción, en
realidad la ambientación en otro planeta es un pretexto para lo que de
verdad le interesa a Boulle, que es hacer un poco de sociología y de ironizar
sibilinamente sobre el racismo inherente a los seres humanos. La adaptación
al cine, tanto la de 1968 (y sus secuelas) como el remake del 2001, aunque
adaptan la idea original, tienen fuertes divergencias argumentales con la
novela que les sirve de base, incluyendo el celebrado final sorpresa de la
película, diferente al del libro.
Próxima entrega: "Detrás de la Cortina de Hierro".
Publicado por Guillermo Ríos en 10:00
Crónicas CienciaFiccionísticas 33 - El
arquitecto del Multiverso.
Crónicas CienciaFiccionísticas 34 -
eXperimentos.
En algún momento u otro, la Nueva Ola iba a tener que ajustar cuentas con
la antigua Ciencia Ficción campbelliana. Para los autores de la Edad de Oro,
la Ciencia Ficción solía ser algo bastante serio y autoconsciente: ellos
proclamaban ser los visionarios del futuro, los que traían el mundo del
mañana al día de hoy. Los autores de la Nueva Ola estaban imbuidos
también de una fuerte autoconsciencia, pero ésta operaba en un sentido
distinto: al ser más escépticos e incluso nihilistas, y también más literarios y
artistas, no pretendían tanto pintar el futuro como graficar lo sicodélico del
presente en que estaban viviendo. Los autores de la Edad de Oro habían
desarrollado una serie de clichés y lugares comunes sobre los cuales trabajar,
y los no demasiado reverentes autores de la Nueva Ola ya se iban a encargar
de tomar todos esos lugares comunes y ponerlos de cabeza, subvirtiéndolos a
gusto.
Un claro antecedente de este fenómeno es Fredric Brown. Aunque también
escribió obras serias, incluyendo un puñado de muy respetadas novelas
policiales, el genio de Brown emerge con toda su fuerza cuando se dedica a la
parodia y la sátira. Brown es sin lugar a dudas un magnífico cuentista,
dotado de buen pulso narrativo y un sombrío sentido de la ironía, pero en el
campo de la novelística ha aportado dos obras capitales dentro de la Ciencia
Ficción humorística. En "Universo de locos" (1949), Brown explota el tema
de los universos paralelos hasta sus últimas consecuencias: su protagonista,
por un bizarro accidente, acaba en un universo paralelo en donde todo lo que
conoce en la Tierra existe, pero distorsionado de manera muy irónica,
incluyendo una guerra espacial idéntica a las presentadas en los pulps, un
héroe espacial prototípico, y un final que parece destinado a acabar de un
plumazo con todo posible desarrollo posterior del tema del universo
paralelo. En "Marciano, vete a casa", por su parte, pinta una aterradora
invasión marciana contra la Tierra, en la que los marcianos simplemente se
teletransportan a sí mismos a la Tierra, y no intentan conquistarla ni
eliminar a los humanos, sino simplemente molestarlos y jugarles bromas
pesadas sin que éstos tengan posibilidad de defenderse.
Crónicas CienciaFiccionísticas 36 -
Desdibujando la Ciencia Ficción.
La rebelión que desató la Nueva Ola en la Ciencia Ficción literaria, tenía que
alcanzar más tarde o más temprano al mundo del cómic. En la década de
1950, debido a la nefasta influencia de los grupos conservadores, el mundo
del cómic había sufrido una enorme merma de creatividad, y lo más
importante, de ventas. Resulta interesante observar que, en lo que a Ciencia
Ficción se refiere, la punta de lanza de su resurgimiento fueron, una vez más,
los superhéroes. En este período de hiperkinética creatividad, se vino una
segunda ola, avalancha podríamos decir, de creación de nuevos superhéroes
que después pasarían a formar parte del paisaje.
Hablar de los superhéroes de la Nueva Ola es claramente hablar de la
Editorial Marvel, y del dream team conformado por hombres como Stan Lee,
Jack Kirby, Steve Ditko... En realidad, Marvel existía casi desde los inicios de
los superhéroes, habiendo pasado por los nombres de Timely y Atlas, no
pasando nunca de ser una editorial menor frente al éxito avasallador de DC
Comics (Superman, Batman, la Mujer Maravilla...). Pero en 1961, la
contratación de Stan Lee trajo ideas frescas. Lee no quería crear superhéroes
"como los de siempre". Los suyos iban a ser personajes conflictuados, a
menudo torturados, con debilidades y flaquezas humanas a la par que con
superpoderes. El semillero de superhéroes que nació allí es apabullante: los
Cuatro Fantásticos, los Hombres X, Iron Man, Thor, Hulk, Spiderman,
Daredevil, Nick Fury (no un superhéroe estrictamente tal, sino una especie
de James Bond sicodélico), Silver Surfer... la mayor parte de ellos con alguna
debilidad o problema crónico: víctimas de discriminación (los Hombres X),
alcohólicos (Iron Man), sin control sobre sus poderes (Hulk), adolescentes
inexpertos (Spiderman), ciegos (Daredevil)...
Pero el giro supremo, que llevó a Marvel de ser una editorial en pequeño a
ser el principal coloso dentro del rubro, fue la idea de que todos esos
superhéroes compartían un universo en común. Este concepto ya había sido
explorado en DC Comics, en donde podían verse cruces de héroes entre sí
(Superman con Batman en la revista "Wolrd's Finest", por ejemplo), pero
cada uno de ellos seguía más o menos su propio camino. En lo de Marvel era
distinto: lo que pasaba en una historieta, podía tener repercusiones en todo
el resto de los personajes, aunque fueran incidentales. Desde una perspectiva
cínica, puede verse esto como un intento de sacarle dinero al público (para
entender lo que ocurre debes leer TODO Marvel), pero tuvo una
consecuencia inesperada: la idea de que estos personajes conforman un
universo autónomo con sus leyes propias. En ese sentido, la Marvel creó un
universo de Ciencia Ficción de tanto peso como en la literatura lo eran Dune
o la Fundación.
Otra obra significativa del cómic de Ciencia Ficción de la época, no tiene
nada que ver con los superhéroes. En 1962 había comenzado la publicación
de una tira serializada llamada "Barbarella", que en 1964 vio la luz en
formato de libro. El cómic, dibujado en Francia, refiere las aventuras de la
heroína Barbarella, una especie de agente galáctica que viaja por el universo
envuelta en diversas aventuras de contenido altamente sexual. "Barbarella"
es considerado como el punto de arranque de lo que en esa época empieza a
configurarse como el cómic adulto, y como tal, causó escándalo en su época.
En 1968, el cineasta francés Roger Vadim la adaptó para el cine, con Jane
Fonda interpretando el rol protagónico: la picaresca escena de créditos en
que Jane Fonda se desnuda completamente en un ambiente de gravedad
cero dentro de una cápsula espacial, cubiertas sus partes sensibles con los
títulos de créditos del filme, representa un momento icónico dentro del cine
de Ciencia Ficción.
En general, puede afirmarse que el cómic contemporáneo a la Nueva Ola
estaba alcanzando un mayor grado de madurez, incluso de adultez. A
diferencia del cómic en los '40s, con argumentos simples y esquemáticos (el
bien contra el mal), las historias se hacían más alambicadas y los personajes
más complejos. Huelga decir que en estos cómics, los límites del bien y del
mal se volvían más relativos y ambiguos. Por primera vez, los héroes no
necesariamente representaban el orden imperante y la defensa del
establishment, sino que a veces trabajaban de refilón con éste (el caso de los
Hombres X), o lisa y llanamente eran perseguidos por éste, como pasaba con
Hulk, víctima de la persecusión del Ejército de los Estados Unidos. No es
raro que Hulk fuera un personaje enormemente popular entre los jóvenes, en
esos años en donde la adolescencia en masa se volcaba contra la Guerra de
Vietnam. Un proceso de madurez similar se viviría, por su parte, en la
televisión y el cine de Ciencia Ficción, que por primera vez entregarían al
mundo obras que pudieran considerarse como verdaderamente maestras.
Así como la Ciencia Ficción se hizo más madura en el mundo de los cómics, y
más compleja en la literatura, en la televisión sucedió algo similar. Hubo
programas intrascendentes por supuesto ("Mi marciano favorito" por
ejemplo), pero también los hubo con un enorme contenido narrativo. El
programa "Dimensión desconocida" mezclaba historias fantásticas de todo
tipo, siempre bajo la atenta vigilancia de Rod Serling, quien velaba porque
las historias tuvieran calidad y peso específicos; y entre las historias
explotadas por Serling, varias de ellas se adscribían a la Ciencia Ficción.
También merece mención el infatigable productor Irwin Allen, innegable rey
de la Ciencia Ficción aventurera en la televisión de su época, que se atrevió
con la exploración submarina ("Viaje al fondo del mar"), la aventura
planetaria ("Perdidos en el espacio"), los viajes en el tiempo ("El túnel del
tiempo") o el conflicto de humanos pequeños contra humanos grandes
("Tierra de gigantes"). Pero sin lugar a dudas, el faraón de la Ciencia Ficción
televisiva en la época es Gene Roddenberry y su majestuosa "Viaje a las
estrellas".
Gene Roddenberry quiso desarrollar una serie televisiva de Ciencia Ficción
que fuera al mismo tiempo una space opera aventurera, y una que le hincara
el diente a complejos conceptos éticos y filosóficos. Crearla no fue sencillo. El
primer piloto de "Viaje a las estrellas" fue rechazado porque los ejecutivos de
la cadena lo consideraron demasiado "cerebral". Un segundo piloto fue
encargado, y la serie fue lanzada al aire en 1967. Roddenberry no escatimó en
recursos creativos, y se rodeó de un equipo de guionistas conformados por
los mejores escritores de Ciencia Ficción por entonces en activo: el listado
incluye nombres fundamentales como Harlan Ellison, Fredric Brown o
Robert Bloch.
El concepto de la serie original es bastante sencillo y flexible (en series
posteriores se haría más complejo). Es el siglo XXIII, y el universo conocido
es controlado por la Flota Estelar, una de cuyas naves es el Enterprise. Cada
capítulo muestra una peripecia distinta que la tripulación del Enterprise
debe afrontar y resolver. Hasta ahí podría ser una space opera vulgar y
corriente, pero Roddenberry quiso evitar el esquema "héroe versus villano" y
darle en cambio un enfoque más humanista. De partida, la ciencia y la
diplomacia tenían tanta importancia como la fuerza bruta o el poderío
armamentista para resolver situaciones conflictivas: los héroes no sólo
debían ser fuertes y poderosos, sino además inteligentes. En segundo lugar,
la tripulación del Enterprise rompía con el estereotipo de que los héroes
espaciales debía ser varón, blanco, rubio y americano: aunque el
protagonista más o menos lo fuera, dentro de los personajes importantes de
la tripulación habían mujeres, negros, japoneses, asiáticos... incluso un
extraterrestre de la raza vulcano. Las audiencias más conservadoras de 1967
no estaban preparadas para esto, pero el grueso del público, más
sensibilizada hacia los temas relacionados con los derechos civiles, reaccionó
de manera favorable. En tercer lugar, la serie era tecnooptimista, con una
visión amigable de la tecnología y sus potenciales para mejorar la vida
humana. Se ha acusado a "Viaje a las estrellas" de ser demasiado idealista a
ratos, y probablemente dicha crítica tenga razón, pero este enfoque
inteligente y optimista ayudó a convertirla en una de las series de Ciencia
Ficción con mayor contenido de conceptos e ideas en la historia de la
televisión.
La reacción frente a "Viaje a las estrellas" fue en general positiva, y no sólo
dentro del fandom de la Ciencia Ficción que se suponía era el target original,
sino también entre audiencias más amplias. La primera temporada fue muy
exitosa, pero la segunda experimentó una declinación en la audiencia. La
cadena televisiva optó por cancelarla, y entonces ocurrió lo que hasta la fecha
era impensado: los fanáticos, lejos de dejarse tratar como borregos,
bombardearon de cartas a la emisora. Sorprendidos, el canal decidió dar luz
verde a una tercera temporada, pero para terminar de matar la serie, le
redujeron significativamente el presupuesto, y la movieron para el horario
del viernes en la noche, tradicionalmente considerado como veneno para la
audiencia de cualquier serie. El resultado fue su cancelación, después de una
tercera temporada significativamente más pobre que las anteriores dos.
Pero "Viaje a las estrellas" no murió. Fue reemitida con posterioridad,
durante la década de 1970, y como resultado se sumaron nuevos fanáticos,
muchos de los cuales no tenían edad para ver la serie en su emisión original.
Los fanáticos empezaron también a reunirse en convenciones especiales,
algo que en esa época era inusitado para una serie de televisión, y
granjeándose de paso la imagen de frikis perdedores que desde ese entonces
tienen los trekkies, como se llama a los fanáticos. Hubo entonces sucesivos
intentos por revivir la franquicia, lo que cuajó finalmente en la película
"Viaje a las estrellas", de 1979, transformándose así en la primera serie
televisiva en saltar al cine, y la primera en hacerlo con su elenco original (a la
fecha de escribir estas líneas, este último récord es compartido sólo por "Los
expedientes secretos X"). El desarrollo posterior convirtió a la franquicia de
Star Trek en uno de los más conocidos y amplios universos mitológicos de la
Ciencia Ficción, con once películas para el cine y seis series televisivas (una
de dibujos animados) hasta la fecha de escribir esto, por no hablar de los
múltiples spin-off en forma de historietas y novelas. Star Trek se consolidó
así como uno de los más representativos fenómenos de la Ciencia Ficción
humanista de la Nueva Ola, y que consiguió sobrevivir a la misma.
El otro autor relevante aquí es Philip Jose Farmer. Aunque llevaba ya un par
de décadas en activo, y había escandalizado con novelas en donde trataba
abiertamente la sexualidad ("Los amantes", la más clásica de todas), su
concepto más memorable es el Mundo del Río. En la saga de cinco tomos,
iniciada con "A vuestros cuerpos dispersos", recrea la historia de una raza
extraterrestre que terraforma por completo un planeta alienígena, y resucita
a toda la Humanidad desde la Prehistoria hasta el siglo XX, para que
convivan unos con otros. Bajo la fachada de una saga de Ciencia Ficción,
Farmer se da el lujo de crear una larguísima y serpenteante, como el río del
planeta en cuestión, historia de aventuras con mucha capa y espada. Es, en el
fondo, la resurrección de la vieja literatura pulpesca de inicios del siglo XX,
ahora dentro de un contexto más erudito y refinado, y por qué no decirlo,
autoconsciente.
Al alero de este grupo de autores, una nueva generación de escritores se crió
y empezó a publicar, también con una visión conservadora del género: entre
los más destacados están Connie Willis y Kim Stanley Robinson (este último,
probablemente el con mayor proyección posterior, gracias a su Trilogía
Marciana). El punto de contacto de esa nueva generación postmoderna y
posterior a la Nueva Ola, es un marcado énfasis en el ser humano, no a la
manera individualista y heroica de la época de Campbell, sino como un ente
físico y espiritual a la vez, en un curioso injerto de una mentalidad cercana a
la Ilustración del siglo XVIII, pero en Ciencia Ficción. Pero este panorama,
quizás un tanto añejo incluso para su tiempo, estaba por saltar en pedazos.
En el mundo exterior se avecinaba una nueva revolución: la informática.
Esta ya existía en el mundo, naturalmente, pero en la década siguiente, la de
1980, ésta se pondría al alcance del bolsillo de la clase media, y alcanzaría a
los hogares. Dentro de ese esquema, la estirada Ciencia Ficción posterior a la
Nueva Ola ya no tendría lugar, y saltaría hecha trizas frente a la arremetida
de todo un núcleo de nuevos autores: el cyberpunk estaba a la vuelta de la
esquina.
Con la perspectiva que otorga el tiempo, no cabe dudas de que, tanto para
bien como para mal, el estreno de "La guerra de las galaxias" ("Star Wars")
en 1977 fue una bomba revolucionaria que no dejó títere con cabeza ni en el
cine, ni en la cultura popular. Dentro del cine de Hollywood en general, una
nueva generación de cineastas (el "Nuevo Hollywood") había reemplazado en
la década anterior al establishment que había reinado desde la instauración
del cine sonoro, con una aproximación más sombría, violenta, descarnada y
mordaz a la realidad circundante. Uno de los autores dentro de esta
constelación integrada por Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Peter
Bogdanovich, Woody Allen, etcétera, era George Lucas, cuya opera prima
("THX-1138") se encuadraba en la Ciencia Ficción distópica, si bien su
siguiente "American Graffiti" incursionaba en el realismo y exploraba la
juventud de la década de 1950, desde un ángulo más sombrío y menos
romántico que el tradicional. A continuación, se embarcó en su idea de rodar
una película que fuera reminiscente de las seriales dominicales de su
infancia, pero actualizando la narrativa y los efectos especiales a lo que
estaba disponible en 1977. Lucas peleó a brazo partido por su proyecto, en el
que nadie creía, y consiguió un acuerdo con los estudios FOX únicamente al
precio de renunciar a todas las ganancias de la película y quedarse sólo con el
mercadishing (a la larga, para sorpresa y asombro de todos, este gambito de
Lucas resultó mucho mejor para él que para la mismísima FOX).
La película en sí misma sigue el más rancio y clásico esquema del bien contra
el mal: la galaxia sufre la opresión de un gigantesco imperio galáctico, y un
puñado de rebeldes une fuerzas para restaurar la libertad. Pero es
justamente esta falta de pretensiones en la narrativa, aunado a un
impresionante trabajo en el campo de los efectos especiales, lo que hechizó
instantáneamente a la audiencia. "La guerra de las galaxias" era entretenida
y refrescante porque no se proponía elaborar discursos ni parábolas, al revés
del cine contemporáneo de su tiempo, sino que se limitaba a contar una
historia "como las de siempre". La película cosechó un éxito instantáneo, y
engendró toda una franquicia y un universo narrativo consistente en otras
cinco películas principales, varios spin-offs cinematográficos, series
televisivas, y una catarata de novelas y cómics. No es demasiado fuera de
lugar afirmar que Star Wars se ha consolidado como el más grande universo
narrativo dentro del género de la Space Opera, la aventura espacial de toda la
vida.
El éxito de "La guerra de las galaxias" generó una breve fiebre por nuevas
películas de épica espacial. La Paramount, que había tenido a Star Trek en el
congelador por una década, se apresuró a darle luz verde a "Viaje a las
estrellas: La película". La MGM aprovechó su franquicia estrella de James
Bond para enviarlo al espacio en "Moonraker". La Disney se embarcó en "El
abismo negro". Entre medio surgió "Galáctica: Astronave de combate", que
depredaba numerosas ideas de Star Wars incluso hasta calcar algunos
conceptos. De manera más o menos emparentada, se le dio vía libre a
"Superman", que inaguró el cine de superhéroes de alto presupuesto. Y así
sucesivamente. Pero el estrepitoso fracaso de "Los siete magníficos del
espacio", de 1980, marcó el declive de esta breve moda.
Con todo, una película consiguió abrirse paso más allá de la moda, y generar
su propia franquicia. Dirigida por Ridley Scott en 1979, "Alien" era un nuevo
giro hacia la oscuridad, y es en muchos sentidos la antítesis de Star Wars: los
paneles brillantes y luminosos son reemplazados por óxido y oscuridad, los
héroes rubios y musculosos son reemplazados por antihéroes sin posibilidad
de victoria, la violencia saneada y ascéptica es reemplazada por la sangre y el
gore, y la lucha por ideales políticos es trocada en siniestros manejos
económicos. El monstruo de Alien, de brillante concepción estética gracias al
trabajo del diseñador H.R. Giger, se transformó en un icono perdurable de la
cultura popular, y en la gran herencia de esa tanda de Ciencia Ficción
inmediatamente posterior a Star Wars, probablemente debido a que no
intenta imitarla sino por el contrario, ir en contra de ella para inventarse por
el camino algo que pudiera pasar como nuevo y original.
Pero a nivel más socioeconómico, Star Wars tuvo también una consecuencia
siniestra: probó de manera definitiva y triunfal que rodar blockbusters era
un buen negocio. A partir de entonces, el concepto de rodar una película
implica gastarse millones en propaganda y firmar jugosos acuerdos
comerciales. La Ciencia Ficción en el cine había emprendido una larga
jornada hasta alcanzar una mayor seriedad y madurez, y ahora estaba a
punto de comenzar el camino contrario, hacia una progresiva
mercantilización e infantilización. Resulta interesante observar que el
estallido de la Space Opera gracias a Star Wars, y la consiguiente saturación
respecto del género, iba a despejar el terreno para un nuevo tipo de Ciencia
Ficción muy crítica respecto de la injerencia económica de las
transnacionales en la sociedad, que ya no hablaba de grandes espacios
siderales en distantes futuros sino del casi-aquí y casi-ahora, y que ya
comenzaba a dar sus primeros aleteos: el Cyberpunk estaba a la vuelta de la
esquina.
Sin embargo, a diferencia del Cyberpunk, que entre "Blade Runner" (1982) y
"Matrix" (1998) desarrolló una fértil alianza con el cine, el Steampunk la ha
tenido mucho más difícil para abrirse camino, y si lo ha hecho, es a través de
sus variantes más fantásticas, no las más relacionadas con la Ciencia Ficción.
Los Estudios Disney se llevaron uno de sus más sonados fracasos cuando
incursionaron en el Steampunk con la por otra parte bastante aceptable
"Atlantis: El imperio perdido". "La Liga de los Caballeros Extraordinarios",
una adaptación bastante descolorida de la barroca historieta original de Alan
Moore, trató de ser para el género lo que "Matrix" había sido para el
Cyberpunk, aunque sin conseguirlo. "Capitán Sky y el mundo del mañana"
también resultó un fracaso. Katsuhiro Otomo, que le había dado al
Cyberpunk la seminal "Akira", trató de repetir la jugada con "Steamboy", que
es casi un remake de su obra anterior en clave steampunk, pero tampoco le
consiguió asestar el palo al gato. En donde el Steampunk audiovisual ha
encontrado mayor éxito, parece ser en el mundillo del anime, quizás por
la relación menos complicada que tiene el pasado con la Ciencia Ficción,
dentro de la animación japonesa: algunos trabajos de Hayao Miyazaki como
que quieren tocar el género ("Nausicaa del Valle del Viento") o se internan
derechamente en él ("El castillo andante"), así como algunas series
televisivas que explotan su estética (parcialmente "Visión de Escaflowne", y
en mayor medida "Full Metal Alchemist"). Pero en muchos sentidos,
confundido entre la estética dark y gótica, el Steampunk ha pasado más o
menos desapercibido para el grueso de la cultura popular como tal, más allá
de las murallas del mundillo friki.
Otro rasgo característico de la demolición del ghetto, es que por primera vez
en décadas se ha producido una irrupción considerable de escritores
afuerinos y de la "intelectualidad" hacia el campo de la Ciencia Ficción. Es
cierto que hasta bien avanzado el siglo XX, escritores "serios" como Aldous
Huxley no rechazaban escribir Ciencia Ficción como "literatura seria", pero
después del crecimiento del ghetto y su consolidación en la Era
Campbelliana, la intelectualidad literaria tendió a volverle la espalda. Existen
excepciones significativas, como por ejemplo el ciclo Canopus en Argos de la
escritora Doris Lessing, escrito entre 1979 y 1983, pero cuando ella obtuvo el
Premio Nobel de Literatura en 2007, no recuerdo ninguna reseña
periodística en donde se dijera que ella había escrito Ciencia Ficción, además
de literatura "realista" o "comprometida". Pero en el paso de la década de
1990 a los 2000s hemos visto obras de Ciencia Ficción vendidas como
"literatura seria" de la mano de Michel Houellebecq ("La posibilidad de una
isla" de 2005 trata sobre clonación), Cormac McCarthy ("La carretera" sobre
un mundo después del apocalipsis), etcétera. Sea por ignorancia supina, sea
por descarado reclamo editorial, muchas de esas obras se han vendido como
aquellas destinadas a abrir nuevos rumbos a la literatura, haciendo tabula
rasa de toda la tradición literaria anterior de la que beben, a veces bien, y no
pocas veces mal o con una falta de originalidad que hace vivo contraste con
la publicidad alrededor.
Como parte del mismo bloque de fenómenos, vino el auge del remake, como
una manera de traer directamente desde el pasado aquellos elementos que
configuran la estética y los temas posteriores al año 2000. Quizás la serie
televisiva pionera en el arte del reciclaje fue "Los expedientes secretos X".
Emitida entre 1993 y 2002, la serie adoptaba la premisa de una serie anterior
llamada "Kolchak", sólo que reemplazando al periodista por una pareja de
agentes del FBI como protagonistas. Tanto los "monstruos de la semana"
como la gran conspiración que envolvía la trama de fondo, eran en realidad
actualizaciones de motivos narrativos propios del más rancio Atompunk,
incluyendo los infaltables extraterrestres bajitos y cabezones. Aunque todo
esto, combinado con casos paranormales, e incluso en alguna ocasión con un
caso de índole cyberpunk escrita por William Gibson mismo, nada menos.
En los 2000s llegaron remakes directos: el más exitoso de todos fue
"Galactica", pero tampoco es desdeñable el remake de "V", que se merecía
mejor suerte de la que tuvo cuando cayó el hacha sobre ella con apenas dos
temporadas y veinte episodios. Sintomáticamente, en ambos casos la serie
original tenía unas tres décadas de antigüedad, un salto de una generación
completa entre un grupo de televidentes y el siguiente.
¿Quiere decir esto que la Ciencia Ficción ya no tiene nada más que decir, y
que por lo tanto está muerta? ¿Hemos escrito las Crónicas
CienciaFiccionísticas como un legado, acaso un epitafio, para un género que
tuvo sus glorias pasadas y ahora ya es parte de los libros de Historia? La
respuesta es probablemente negativa, y la evidencia está en el crecimiento
explosivo de la Ciencia Ficción dentro de la blogósfera. Después del año
2000, la Ciencia Ficción se ha entrelazado de manera muy intrincada con
otros géneros más o menos emparentados, y eso se ve reflejado en multitud
de blogs que han ido creciendo a partir del año 2000. Incluso las Crónicas
CienciaFiccionísticas se han publicado originalmente no en un blog de
estricta Ciencia Ficción, sino como parte de este otro gran proyecto que es
la Guillermocracia. Lo que sí se ha roto en definitiva, quizás para siempre, es
el ghetto construido en la Era de Gernsback, y consolidado en la Revolución
Campbelliana, la idea de que la Ciencia Ficción es un mundo aparte con
murallas con cartelones de "Prohibido el Paso" colgando afuera. Y esto es
saludable. Los más brillantes escritores de Ciencia Ficción encontraron
mucho de su inspiración no en la endogamia, sino en absorber ideas e
influencias desde el exterior para traerlas al género, y eso ha mantenido al
género siempre fresco y nuevo. Así, Mary Shelley mezcló novela gótica con
ciencia ("Frankenstein"), los escritores socialistas mezclaron ideario social
con ciencia (la literatura utópica del siglo XIX), Isaac Asimov mezcló
Historia con ciencia (la saga de las Fundaciones), Arthur C. Clarke mezcló
ideas místicas orientales con ciencia ("2001: Odisea del espacio"), Frank
Herbert mezcló cultura árabe con ciencia ("Dune"), Michael Moorcock
mezcló Fantasía Epica con ciencia (el Multiverso), Gene Roddenberry
actualizó viejos motivos del Western y les dio la vuelta en televisión (Star
Trek), William Gibson mezcló novela negra con ciencia ("Neuromante")... y
suma y sigue.