Una Iglesia Misionera en Salida Animada Por La Alegría de Cristo
Una Iglesia Misionera en Salida Animada Por La Alegría de Cristo
Una Iglesia Misionera en Salida Animada Por La Alegría de Cristo
El deseo del Papa Francisco de una Iglesia pobre y amiga de los pobres no es sólo voz
de la historia eclesial del continente latinoamericano, sino que es también la invitación a
todos los fieles a seguir e imitar al Hijo de Dios hecho hombre, que siendo rico ha elegido
ser pobre para dar a todos la riqueza de su condición divina… Por esto, lo que hace y dice
tiene sabor de evangelio y hace intuir el poder de transformación y de salvación para todos
de las palabras pronunciadas y vividas en primera persona por el Nazareno:
Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de Dios” [ CITATION For14 \l 2058 ].
Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma,
en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad. Hay estructuras eclesiales
que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas
estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida
nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación»,
cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo (EG 26). “Prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el
encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 46).
Riesgos siempre van a existir. Algunos se pueden sopesar si se piensa la misión por
etapas, se la integra a los planes pastorales de la diócesis o de la parroquia, se le dedica el
tiempo y espacio a la pastoral de modo que la gente perciba nuestra preocupación más por
evangelizar que por otro tipo de motivaciones. Manifestar nuestro gusto y mística hacia la
misión motiva a las personas a integrarse a la misión. Una buena preparación intelectual,
espiritual, integral se convierte para los misioneros en una gran herramienta de trabajo, da
seguridad y autoridad para anunciar el evangelio. Estar siempre con espíritu de
disponibilidad para atender las necesidades pastorales de las personas.
Advierto algunos desafíos que actualmente nos plantea un estilo itinerante en la misión
para emprender el diálogo de discernimiento serio, profundo e inaplazable:
- Entre todo tiempo pasado y cada tiempo nuevo.
- Entre refugiarse en la celda o confundirse en medio de las diversas pobrezas.
- Entre seguir por los caminos conocidos pero obsoletos o recorrer senderos más
eficaces y esperanzadores pero desconocidos.
- Entre apostarle a un proyecto comunitario o absolutizar el proyecto personal.
- Entre condicionar la caminada al ritmo y al estilo de cada integrante de la
comunidad local o promocionar el ritmo propio y el estilo personal.
- Entre abrir nuestros espacios de íntima fraternidad a los “feligreses” o conservar
algunas áreas para el encuentro exclusivo con los hermanos más próximos.
- Entre orar y trabajar según las necesidades de las diversas y cambiantes demandas
pastorales o salvar tiempos y lugares para los integrantes de la comunidad local.
- Entre trabajar simplemente con los sencillos métodos o depender de la indetenible y
siempre sorprendente oferta tecnológica.
- Entre figurar como el misionero insustituible en cada evento comunitario o
apostólico o afirmar el protagonismo de los más relegados.
Retomar la misión itinerante, más que para abrir caminos nuevos es tarea inaplazable
para volver al estilo de Jesús y de Vicente de Paúl y como respuesta urgente a las
necesidades espirituales del mundo de hoy. Tener métodos misioneros nos ayuda a evitar la
rápida fatiga del misionero y de los destinatarios de la misión; comprender de manera
gradual los contenidos de la misión; transformar nuestra misión haciéndola esperanzadora.
Desde el paradigma de una Iglesia en salida misionera gran parte de la labor del
evangelizador consistirá en escuchar a las comunidades y convivir en un medio cultural
específico, interactuando con todo tipo de pobladores y participando de sus diversas
actividades y de los encuentros, propiciar un ambiente de cercanía y acompañamiento a
través de visitas familiares, en especial a los enfermos y los más vulnerables, compartiendo
actividades domésticas, educativas, comunitarias, recreativas y callejeras con los más
diversos tipos de personas; caminando bastante por todas las calles y caminos y entrando a
todo tipo de casas y sectores, haciéndose visible y favoreciendo la cercanía y el diálogo
informal.
El Papa Francisco nos está pidiendo que con actitud nueva comuniquemos y
hagamos los que por tradición y carisma hemos recibido. La intimidad de la Iglesia con
Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como
comunión misionera» (EG 23). Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga
a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras,
sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a
nadie (EG 20). Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han
alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de
vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de
participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de
fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las
mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y
de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan
sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien.
Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad
saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos (EG 87).
Hoy, en el «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre
nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva
«salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el
Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia
comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (EG
20).
Al igual que Jesús, que pasaba largas horas en la noche de encuentro con su Padre,
en compañía de sus discípulos, también el misionero itinerante debe finalizar cada jornada
tomando atenta nota de cada uno de los aspectos observados para dialogarlos en oración y
en discernimiento comunitario y pastoral.
La mirada y el discurso del misionero itinerante ha de busca identificar y exaltar los
signos de esperanza que va encontrando, que se dan abundantemente: presencia y
compromiso de diversos agentes de pastoral, espíritu de solidaridad, interés por la
promoción humana, espíritu trabajador, actitudes de fraternidad; disposición, libertad y
empeño para apoyar los procesos y proyectos de la comunidad, signos de piedad,
compromiso con la realidad y la pastoral, participación de niños y jóvenes en las
actividades comunitarias y pastorales, procesos organizativos desde la participación de los
laicos, confianza de las personas para acudir al sacramento de la reconciliación o para
solicitar servicios de consejería y dirección espiritual, asiduidad en la participación de la
celebración eucarística; así esta elemental y discreta presencia se va consolidando como
una escuela de vida para la misión y para construir comunidad.