Alégrense Donándose en Santidad

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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE

Alégrense y regocíjense donándose en santidad

Felipe Herrera Espaliat, Pbro.1


Arquidiócesis de Santiago de Chile

1. Introducción
Hasta ahora el Papa Francisco había ofrecido al Pueblo de Dios dos exhor-
taciones apostólicas, con la particularidad de utilizar en sus títulos conceptos
relativos a la alegría. Con la primera, Evangelii Gaudium (2013), delineó su
pontificado a través de la clave del anuncio gozoso del Evangelio, y fue pre-
sentada al concluir el Año de la Fe y el Sínodo para la Nueva Evangelización.
Posteriormente en 2016, fruto de la reflexión de los sínodos ordinario y ex-
traordinario sobre la Familia, publicó la esperada y aún controvertida Amoris
Laetitia, invitando a vivir la dicha del amor.
Ahora, y sin otro contexto más específico que la vida cristiana cotidiana, el
Papa regala un documento magisterial de 177 parágrafos con un nombre que
nuevamente invita al júbilo: Gaudete et exsultate, haciendo eco de las alentadoras
palabras de Jesús en las Bienaventuranzas: ‘Alégrense y regocíjense’ (Mt 5,12). «En
medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una
vida diferente, más sana y más feliz» (GE 108)2. Esta vez el Santo Padre se pro-
pone renovar una enseñanza milenaria de la Iglesia, ya acentuada vigorosamente
por la Lumen gentium3 durante el Concilio Vaticano II, pero siempre esencial para
la vida cristiana: el llamado universal a la santidad, «procurando encarnarlo en el
contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades» (GE 2).
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Francisco retoma tal anhelo conciliar que, a más de 50 años de su formula-


ción, aún no alcanza a toda la Iglesia, y se propone hacerlo llegar a las periferias
existenciales de quienes creen que la santidad es privativa solo de almas excelsas.
Por eso, a lo largo de toda su meditación, se expresa por medio de un lenguaje
sencillo y ejemplos simples.
«Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían
con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar
el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo.
En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia
militante. Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado’ de aquellos
que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar
otra expresión, ‘la clase media de la santidad’» (GE 7), arguye el Papa citando al
novelista y teólogo católico francés Joseph Malègue.
Gaudete et exsultate fue presentada en la Santa Sede por monseñor Angelo De
Donatis, Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma, un hecho
significativo que, de buenas a primeras, llamó la atención, pues se esperaba que
fuese el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos quien se refi-
riese públicamente al tema de la santidad. No obstante, se priorizó la figura de un
pastor por sobre la de un teólogo experto.
Esta opción se comprende aún mejor a la luz del mismo documento que, pre-
cisamente, explica la santidad como la experiencia de una vida plena que glorifica
a Dios a través de una donación en el amor desde la precariedad que acoge la
gracia. Por ende, no se plantea como un camino rígido hacia la propia glorifica-
ción, dinámica que más de alguna vez se nos ha colado en ciertos estilos pastorales
pietistas y/o activistas. Así, la santidad es acontecer vital y cotidiano, y no la meta
anhelada de un proceso voluntarista. Es amar hasta el extremo, y no buscar la
propia canonización.

2. El hilo conductor: la entrega personal movida por la gracia


Para el Pontífice la «santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (GE 9), pues en
ella se realiza la felicidad y la plenitud de cada hombre y cada mujer. ¿Cómo? Pre-
cisamente en la ofrenda de sí mismo. «La palabra ‘feliz’ o ‘bienaventurado’, pasa a
ser sinónimo de ‘santo’, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su
Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha» (GE 64).
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El primer capítulo de la exhortación apostólica revela el hilo conductor de la


reflexión a través de los conceptos de entrega personal, donarse con generosidad,
sacrificio de sí mismo como ofrenda a Dios y a los demás. Son términos que
se repiten insistentemente en el texto, concatenados con ejemplos concretos de
testimonios de vidas santas a través de las que el autor señala diversos modos de
oblación, pequeños y grandes, evidentes o inadvertidos. Por eso previene al lector
de que «muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reser-
vada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones
ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos
llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las
ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra» (GE 14).
Para Francisco «la santidad es vivir en unión con él [Jesús] los misterios de su
vida» (GE 20), al margen del contenido material de la experiencia particular, por-
que la santidad es tal en cuanto don de Dios y no en cuanto logro personal. «Así,
bajo el impulso de la gracia divina, con muchos gestos vamos construyendo esa
figura de santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes, sino como
buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 P 4,10)» (GE 18), y cada
persona la experimenta de modo auténtico según su propia historia e identidad.
Por eso puede reflejarse tanto en aquellos actos sencillos y cotidianos, como en
gestas heroicas:
«¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega.
¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa,
como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumplien-
do con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos.
¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños
a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y
renunciando a tus intereses personales» (GE 14).

3. El binomio Santidad-Entrega:
«Cristo mismo quiere vivirlo contigo»
La santidad a la que apela el Papa es a aquella que se juega en la misión de una
vida cristiana radicalmente comprometida con la construcción del Reino de Dios
en la tierra. Pero insiste en que se trata de una tarea irrealizable en su dimensión
santificadora si no concurre la presencia y asistencia del mismo Jesús. «El desafío
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es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evan-
gélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo» (GE 28).
Francisco exhorta a esa búsqueda de la justicia no manipulada por intereses
mezquinos, sino a aquella que «empieza por hacerse realidad en la vida de cada
uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia
para los pobres y los débiles. […] Buscar la justicia con hambre y sed, esto es
santidad» (GE 79).
Así, hace hincapié en el hecho que la búsqueda del Reino de Dios, que exige
de esfuerzos humanos orientados a la promoción social, no puede carecer de
raíz cristiana. Francisco advierte: «Tu identificación con Cristo y sus deseos,
implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para
todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias
que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que te ofrezca. Por
lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de
ti en ese empeño» (GE 25). En síntesis, la actividad como entrega nos santifica,
pero si Cristo está al lado.
Por ende, la unión con Cristo es básica en cualquier experiencia de santidad,
porque Él, que es el Santo, nos participa de su condición, a la que estamos llama-
dos a configurarnos por ser nosotros esencialmente imagen y semejanza suya. En
consecuencia, «la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia,
que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíri-
tu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiar-
se en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas
suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación
del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente
de largos momentos o de sentimientos intensos» (GE 147).
Esta dinámica, ya plasmada en el ora et labora benedictino, recobra vigencia en
un mundo donde los argumentos opuestos se han instalado como premisas bási-
cas de una dialéctica infecunda que impide una reflexión más profunda, incluso
dentro de nuestra propia comunidad eclesial. Bajo esta perspectiva majaderamen-
te polarizada y polarizadora, o se pertenece al grupo de quienes actúan, o bien a
aquel de quienes rezan.
El Papa no se deja encasillar por esa diatriba perversa donde no hay matices
ni términos medios, y llama nuevamente al discernimiento para la acción. Esto
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requiere de ese contacto asiduo con quien es fuente de la inspiración y de la


gracia para llevar adelante las misiones particulares asignadas a cada uno, y en
las que debería concretarse nuestra vida de santidad, tanto individual como
comunitaria.
«Y si ya no ponemos distancias frente a Dios y vivimos en su presencia,
podremos permitirle que examine nuestro corazón para ver si va por el
camino correcto (cf. Sal 139,23-24). Así conoceremos la voluntad agra-
dable y perfecta del Señor (cf. Rm 12,1-2) y dejaremos que él nos moldee
como un alfarero (cf. Is 29,16). Hemos dicho tantas veces que Dios ha-
bita en nosotros, pero es mejor decir que nosotros habitamos en él, que
él nos permite vivir en su luz y en su amor. Él es nuestro templo: lo que
busco es habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida (cf. Sal
27,4). ‘Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa’ (Sal 84,11). En
él somos santificados» (GE 51).
Pero, claro, Gaudete et exsultate insiste en el sano equilibrio de la dinámica de
acción y oración, valorando cada instancia en su justa medida según el momento
oportuno y de acuerdo con lo requerido por los signos de los tiempos y las cir-
cunstancias personales y comunitarias.
«No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el des-
canso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio.
Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en
este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados
a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos
en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión» (GE 26).
De este modo, solo en una sana armonía entre acción y oración, que se retroa-
limentan la una con la otra en un creciente discernimiento y maduración cristia-
na, se puede recorrer un camino de santidad, no por eso exento de dificultades.
Esa intimidad cristificante puede y debe ser explosivamente fecunda. «Ser santos
no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis» (GE 96). Si nos configura-
mos con aquel que es proexistente por esencia, cuya vida fue oblación continua,
nuestra intimidad transfiguradora con Cristo nos debería impulsar vehemente-
mente a esa salida de nosotros mismos en beneficio de los demás. «Esto implica
para los cristianos una sana y permanente insatisfacción» (GE 99), que supone un
denuedo movido por la fe y la caridad, urgido por reconocer en los más débiles

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«a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada


por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso
es ser cristianos! ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este recono-
cimiento vivo de la dignidad de todo ser humano?» (GE 98).

4. Falsificaciones y enemigos de la santidad


Sin ánimo de diluir aquella heroicidad que exige llevar una vida santa, Francisco
es consciente de que muchas veces la exacerbación de figuras de grandes santos
puede, paradójicamente, junto con encender almas al anhelo de santidad, desin-
centivar a otras. Por eso advierte sobre la universalidad del llamado, pero también
acerca de la necesidad de hacer discernimiento para identificar la vocación par-
ticular y única de cada cual. En la sociedad del copy/paste no hay lugar para las
réplicas exactas.
«[…] no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santi-
dad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para es-
timularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque
eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene
para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio
camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha
puesto en él (cf. 1Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo
que no ha sido pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero
‘existen muchas formas existenciales de testimonio’4» (GE 11).
A partir de esta magnífica originalidad creativa con que Dios comparte y ma-
nifiesta su santidad en los corazones humanos, y que es fuente de diversidad y
atractivo para una pluralidad de personas en la Iglesia, el Papa entra con vehe-
mencia en un ámbito más delicado aún. En el capítulo segundo del documento
no habla de amenazas, de problemas ni de limitaciones, sino que abiertamente
califica de enemigos a aquellas dos herejías milenarias que, todavía vigentes en la
vida de la Iglesia, continúan amenazando el sentido más genuino de la santidad:
el gnosticismo y el pelagianismo.
Ambas corrientes tienden a imponer moldes rígidos o caminos uniformes de
santificación, reduciendo la santidad a parámetros casi cuantitativos, siendo que
no hay nada menos mesurable que la gracia de Dios. Y citando a su predecesor,
Benedicto XVI, el Santo Padre recuerda que «la santidad se mide por la estatura
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que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo,
modelamos toda nuestra vida según la suya5. Así, cada santo es un mensaje que el
Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo» (GE 21).
También llama falsificaciones a estas propuestas de santificación engañosas,
que so pretexto de una trascendencia orientada a Dios, finalmente proponen un
inmanentismo antropocéntrico que conduce al hombre a su propia búsqueda
(cf. GE 35). Entonces, retomando y profundizando enérgicamente un tema que
había abordado en un par de números de su encíclica Evangelii gaudium, insiste
en que estas herejías llevan «a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de
evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el
acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni
los demás interesan verdaderamente»6.

4.1 Gnosticismo: soberbia que busca domesticar el misterio


En sus más de cinco años de pontificado, Francisco no le ha dado tregua al
gnosticismo que sigue brotando en la Iglesia, tanto en sus ámbitos académicos
como en su praxis pastoral y espiritual. Alude a esta doctrina como «una de las
peores ideologías, ya que, al mismo tiempo que exalta indebidamente el cono-
cimiento o una determinada experiencia, considera que su propia visión de la
realidad es la perfección» (GE 40). Los gnósticos llegan a «creer que, porque
sabemos algo o podemos explicarlo con una determinada lógica, ya somos santos,
perfectos, mejores que la ‘masa ignorante’» (GE 45).
En Gaudete et exsultate el Papa dedica once párrafos a combatir esta corriente
que vive en una «superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de
la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento» (GE
38). Para eso, realiza una descripción de ella y luego ve su impacto en una errada
comprensión de la santidad.
«El gnosticismo supone una fe encerrada en el subjetivismo, donde
solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamien-
tos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en
definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia
razón o de sus sentimientos (EG 105)» (GE 36).

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El Santo Padre puntualiza que esta doctrina, basada en un auto convencimien-


to de poder alcanzar a Dios por el mero uso de la razón, deviene especialmente
engañosa en su aplicación en la vida espiritual en cuanto desvincula de la condi-
ción encarnada de nuestra fe. «Porque el gnosticismo ‘por su propia naturaleza
quiere domesticar el misterio’7, tanto el misterio de Dios y de su gracia, como el
misterio de la vida de los demás» (GE 40).
En consecuencia, una espiritualidad desencarnada, llena de elucubraciones
mentales que alejan de la frescura del Evangelio (cf. GE 46), difícilmente se tradu-
cirá en una caridad activa, como advertía San Buenaventura: «la verdadera sabidu-
ría cristiana no se debe desconectar de la misericordia hacia el prójimo8» (GE 46).
Un buen modo de enfrentar sanamente el gnosticismo puede ser cambiando
la orientación del esfuerzo especulativo. Francisco pide que «No tengas miedo de
la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llega-
rás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser». Así, la
dinámica no es pensar quién es Dios para que yo llegue a ser santo, sino descubrir
aquello que el Padre pensó para mí y allí descubrir un camino de santidad único.

4.2 Pelagianismo: Una des-gracia que puede llevar a la corrupción


El segundo gran peligro de confusión en la búsqueda de la santidad que
advierte el Santo Padre, y que también ha sido objeto de su persistente denun-
cia, es el del pelagianismo, aquella doctrina que busca «la justificación por las
propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capaci-
dad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del
verdadero amor» (GE 57).
Su concreción es más extendida, porque al ser una corriente más práctica que
especulativa, permite que se manifieste en un elenco de hechos variopintos larga-
mente enumerados por el Papa: «la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar
conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la
doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos
prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorrefe-
rencial» (GE 57).
De este modo, pasa a pérdida aquella enseñanza reiterada de la Iglesia de que
«no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la
gracia del Señor que toma la iniciativa» (GE 52). En esta primacía de la voluntad
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individual por sobre la gracia de Dios, el mérito personal termina siendo lo esen-
cial y el don divino aparece como un hecho accesorio, al cual, por medio de un
relato forzado, se busca darle una cabida meramente nominal:
«Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque
hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados ‘en el fondo solo
confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir
determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo
católico’ (EG 94)» (GE 49).
A partir de esto se produce una torcedura en el camino de santidad, que
pierde su dirección y se vuelve oscuro y tortuoso. «Esto afecta a grupos, movi-
mientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas veces comienzan con
una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan fosilizados... o corruptos»
(GE 58). Se pierde así la fidelidad a arrancar la vida desde la iniciativa divina
que comunica el Paráclito.
El pelagianismo huye de la precariedad personal, inconsciente de que es allí
precisamente el lugar privilegiado para la acción salvífica de Dios, donde puede
obrar con más potencia su gracia. La insuficiencia humana, desde la mentalidad
pelagiana, llevaría a no merecer el don de su amor, y por eso hay que empeñar y
forzar la voluntad en superarse. Pero, por el contrario, el camino de liberación que
abrió el Señor Jesús permite darse cuenta de que «su amistad nos supera infinita-
mente, no puede ser comprada por nosotros con nuestras obras y solo puede ser
un regalo de su iniciativa de amor. Esto nos invita a vivir con una gozosa gratitud
por ese regalo que nunca mereceremos» (GE 54).
El antídoto antipelagiano que propone Gaudete et exsultate es una entrega que
no busca comprar el amor de Dios. Por el contrario, «se trata de ofrecernos a él
que nos primerea, de entregarle nuestras capacidades, nuestro empeño, nuestra
lucha contra el mal y nuestra creatividad, para que su don gratuito crezca y se
desarrolle en nosotros» (GE 56).

5. De las Bienaventuranzas al conmigo lo hiciste


Francisco es claro al proponer que el llamado a la santidad es hoy y se ha de rea-
lizar en el hoy. Quien espera el momento propicio para ser santo, no solo perderá
la ocasión de vivir santamente, sino que nunca llegará a aquel instante perfecto,

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precisamente porque más que ejercerse como un acto de la voluntad, la santidad


es una respuesta activa a la obra que Dios va realizando en la historia de quien se
entrega a Él con toda su libertad. «No se puede esperar, para vivir el Evangelio,
que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones
del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra» (GE 91). Por eso
mismo propone las bienaventuranzas como aquel camino que conduce a la pleni-
tud, aunque no sin la fatiga de la adversidad.
En el capítulo tercero de la exhortación, a partir del elenco del evangelio según
san Mateo, toma cada macarismo para explicar su sentido en el plan de santi-
ficación que Dios trazó para nosotros, pero lejos de entrar en una disquisición
teológica, ilumina su reflexión con situaciones muy cotidianas, que traslucen la
larga experiencia pastoral del autor de Gaudete et exsultate. Cuando es necesario,
complementa con la versión lucana de las Bienaventuranzas.
Por ejemplo, cuando alude a la bienaventuranza «Felices los que trabajan por
la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9) no se ciñe a la guerra
entre naciones o a grandes conflictos armados, sino que baja al día a día del
católico de la calle:
«Para nosotros es muy común ser agentes de enfrentamientos o al menos
de malentendidos. Por ejemplo, cuando escucho algo de alguien y voy a
otro y se lo digo; e incluso hago una segunda versión un poco más amplia
y la difundo. Y si logro hacer más daño, parece que me provoca mayor
satisfacción. El mundo de las habladurías, hecho por gente que se dedica a
criticar y a destruir, no construye la paz. Esa gente más bien es enemiga de
la paz y de ningún modo bienaventurada» (GE 87).
Así, con una pluma muy ágil en lo pastoral y, por ende, muy profunda en
su capacidad de penetrar los corazones, el Papa va describiendo un itinerario de
vida de santidad que encuentra su mejor complemento en el conmigo lo hiciste
del pasaje del Juicio Final de Mateo 25, «porque ser santos no significa blanquear
los ojos en un supuesto éxtasis» (GE 96). Francisco es taxativo afirmando que
nuestra fidelidad al Maestro pasa por asumir un estilo vital como el suyo, que en
su kénosis tomó la condición de esclavo y pasó como uno de tantos (cf. Flp 2,7);
en consecuencia, «no podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la
injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su

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vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde
afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente» (GE 101).
Francisco no es ingenuo respecto de extremismos que, pese a que sus orígenes
pueden ser muy iluminados por una recta intención cristiana, terminan mutilan-
do el corazón del Evangelio al radicalizarse y perder su sentido de santidad.
En primer lugar, están aquellos que, esforzándose por cumplir las exigencias
de misericordia a las que nos llama el Señor, acaban rompiendo la relación perso-
nal con Él, de modo que transforman «al cristianismo en una especie de ONG,
quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron san Fran-
cisco de Asís, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta y otros muchos. A estos
grandes santos ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les
disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo con-
trario» (GE 100). En segundo lugar, el Santo Padre se refiere a quienes arrojan un
manto de sospecha o de indiferencia sobre aquellos que han asumido un genuino
compromiso social, y lo desestiman por ser «superficial, mundano, secularista,
inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas
más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que
ellos defienden» (GE 101).
Ni lo uno ni lo otro es el sano equilibrio que engendra el vínculo con Dios y
que nos configura con Él según su gracia. Por eso, la reflexión del Papa ofrece en
este contexto una clave que nos introduce en la vida de santidad, y que no es otra
que la misma que ha orientado su magisterio como sucesor de Pedro: la miseri-
cordia. Se trata de la experiencia profunda de la misericordia de Dios para con
nosotros que, como gracia, ha de anidar en nuestras historias y desbordar desde
nosotros hacia nuestros hermanos, como expresión y consecuencia de un encuen-
tro primero con el Amor Gratuito e Infinito en Dios9. Ese es el culto que más
agrada a Dios, según el Papa, porque «quien de verdad quiera dar gloria a Dios
con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique
al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las
obras de misericordia» (GE 107).

6. Rasgos distintivos para un santo de hoy


Con ejemplos muy aterrizados a los desafíos contemporáneos, el Papa se ciñe en
todo momento a su objetivo inicial de renovar la vigencia del llamado universal
a la santidad.

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«[…] los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a


través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital.
Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturali-
zar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto
por la fama ajena» (GE 111).
De este modo, en el capítulo cuarto de la exhortación el Santo Padre enu-
mera y describe diversas maneras de expresar el amor a Dios y a los hermanos
que constatan una vida en plenitud de gracia en el hoy histórico. Lo que el
Papa quiere es disponer al Pueblo de Dios para testimoniar el Evangelio en una
cultura muchas veces caracterizada por «la ansiedad nerviosa y violenta que nos
dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista
y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro
con Dios que reinan en el mercado religioso actual» (GE 111).
A esta altura Gaudete et exsultate adquiere un cariz especialmente bíblico,
colmada de versículos vétero y neotestamentarios que pueden contribuir pos-
teriormente a profundizar la meditación o a nutrir reflexiones comunitarias y
catequesis.
Francisco recuerda que la firmeza interior del cristiano radica en su centrali-
dad en Dios, lo que permite «soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida,
y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: Si Dios está
con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31)» (GE 112). Desde esta soli-
dez en Cristo, Francisco exhorta al aguante, la paciencia y la mansedumbre como
actitudes y rasgos distintivos de quien vive el Evangelio, y así a no ceder a «la
tentación de buscar la seguridad interior en los éxitos, en los placeres vacíos, en
las posesiones, en el dominio sobre los demás o en la imagen social» (GE 121).
Pero lo anterior no puede hacerse, como dice la jerga bergogliana, con cara de
funeral (EG 10) o cara de vinagre (EG 85), sino que el «santo es capaz de vivir
con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con
un espíritu positivo y esperanzado» (GE 122). Eso sí, el Pontífice advierte que
esto no se trata de una «alegría consumista e individualista» (GE 128), sino de
aquella experiencia que brota de la certeza que regala Cristo, quien asumió la
fragilidad de la condición humana, porque efectivamente «hay momentos duros,
tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta
y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la
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certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo (EG 6). Es una segu-
ridad interior, una serenidad esperanzada que brinda una satisfacción espiritual
incomprensible para los parámetros mundanos» (GE 125).
Condición básica para esta vivencia de la santidad es aquella parresía a la que
tanto ha hecho referencia Francisco en su lustro de pontificado, y que en este
documento sintetiza como audacia y fervor. «Los santos sorprenden, desinstalan,
porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante».
(GE 138) Esta es la actitud de quien, lleno del Espíritu Santificador, se lanza a la
misión. Orientando la mirada fuera de sí misma, esta gracia opera como motor
interior de la persona y, en consecuencia, de la evangelización.
«Miremos a Jesús: su compasión entrañable no era algo que lo ensimisma-
ra, no era una compasión paralizante, tímida o avergonzada como muchas
veces nos sucede a nosotros, sino todo lo contrario. Era una compasión que
lo movía a salir de sí con fuerza para anunciar, para enviar en misión, para
enviar a sanar y a liberar. Reconozcamos nuestra fragilidad, pero dejemos
que Jesús la tome con sus manos y nos lance a la misión. Somos frágiles,
pero portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más
buenos y felices a quienes lo reciban. La audacia y el coraje apostólico son
constitutivos de la misión» (GE 131).
Ahora bien, evidentemente una vida entregada no puede replegarse sobre sí
misma ni se realiza de modo aislado en un individualismo que excluye las relacio-
nes personales. Francisco identifica la comunidad como el ámbito donde se vive,
se promueve y se custodia la santidad, más aún en condiciones sociales donde es
«tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente
perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos» (GE 140).
La misión eclesial es comunitaria, como lo es la creación entera, y en especial la
raza humana que, a imagen de Dios, no es ni sola ni solitaria. Para el Papa, la vida
comunitaria, «sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en
cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría
en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de ma-
nera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria» (GE 143).
Y así como la relación fraterna es tan necesaria, resulta esencial para una vida
que busca la santidad mantenerse en la presencia de Dios a través de un vínculo
basado en un tratar amistoso y cotidiano con Él. El Santo Padre es rotundo: no
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cree que pueda haber santidad sin una oración constante, no por ello particular-
mente larga ni emotiva (Cf. GE 147). Por eso insiste en que esta práctica no es
privilegio de algunas almas, sino que la «oración confiada es una reacción del co-
razón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores
para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio» (GE 149). Sería
paradójico afirmar al mismo tiempo un llamado universal a la santidad y un ac-
ceso restringido a la oración que conduce a ella. Por eso, mostrando su arraigada
espiritualidad ignaciana, Francisco invita a ejercitar dicha oración individual y/o
comunitaria, a través de la historia por la que el Espíritu nos ha conducido.
«Si Dios ha querido entrar en la historia, la oración está tejida de recuer-
dos. No solo del recuerdo de la Palabra revelada, sino también de la propia
vida, de la vida de los demás, de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia.
[…] Mira tu historia cuando ores y en ella encontrarás tanta misericordia.
Al mismo tiempo esto alimentará tu conciencia de que el Señor te tiene
en su memoria y nunca te olvida. Por consiguiente, tiene sentido pedirle
que ilumine aun los pequeños detalles de tu existencia, que a él no se le
escapan». (GE 153)
Entre muchas precisiones que hace respecto de la oración, el Papa destaca
la súplica por los demás, donde confluyen ternura y confianza. Así, hace frente
a quienes prejuiciosamente reducen la oración a una mera experiencia contem-
plativa, donde la presencia de un rostro fraterno sería una distracción: «[…] la
realidad es que la oración será más agradable a Dios y más santificadora si en ella,
por la intercesión, intentamos vivir el doble mandamiento que nos dejó Jesús. La
intercesión expresa el compromiso fraterno con los otros cuando en ella somos
capaces de incorporar la vida de los demás, sus angustias más perturbadoras y sus
mejores sueños» (GE 154).

7. Armas para una lucha bella


El capítulo quinto de Gaudete et exsultate es un llamado de alerta ante
las enormes resistencias, desventajas y riesgos que implican emprender el
desafío cristiano de buscar la santidad, pero que Francisco califica como
una lucha «muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor
vence en nuestra vida» (GE 159). El Santo Padre identifica tres contrin-

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cantes en este combate: primero, las fascinaciones y atracciones de una


mentalidad mundana, luego, el segundo las propias fragilidades; el tercer
adversario, al que dedica más atención, es el mismo diablo, «un ser per-
sonal que nos acosa» (GE 169) y que al considerarlo un simple mito nos
hace más vulnerables.
Pero más que a una caída o a la comisión de un pecado, el Papa teme
a aquella perversa dinámica de la corrupción espiritual, que comienza por
un adormecimiento respecto de la conciencia de gravedad de las propias
faltas hasta transformarse en «una ceguera cómoda y autosuficiente donde
todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas
formas sutiles de autorreferencialidad» (GE 165). ¿El escudo para esta con-
tienda? La vigilancia y el discernimiento, dones que hay que pedir, y para lo
que el Pontífice sugiere una herramienta propicia:
«Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada
día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero examen de
conciencia. Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reco-
nocer los medios concretos que el Señor predispone en su miste-
rioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas
intenciones» (GE 169).

8. El tú sencillo y frontal de la exhortación


Al concluir esta presentación de Gaudete et exsultate, quiero destacar uno de los
rasgos peculiares de esta exhortación apostólica, y que se condice con el estilo
propio y muy libre del Santo Padre en su estilo comunicativo.
A menudo Francisco deja de lado el tono más académico, impersonal y ge-
nérico que suelen tener los textos magisteriales y que muchas veces hacen inac-
cesible su contenido para el común de los hombres y mujeres de buena voluntad
a quienes se dirigen, y adopta un estilo más pastoral bajo el modo imperativo
en segunda persona singular. El Papa habla e interpela de manera sencilla pero
frontal a un tú: «lo que quisiera recordar con esta Exhortación es sobre todo el
llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que
te dirige también a ti» (GE 10).

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Hay una voluntad del sucesor de Pedro de que cada persona a lleve esta re-
flexión a su corazón y se cuestione abierta e inmediatamente lo que él les propone:
«Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad»
(GE 15).
«Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión.
Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que
él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada mo-
mento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir
el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese
misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy» (GE 23).
«Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios
quiere decir al mundo con tu vida» (GE 24).
Esta particularidad de la redacción es una especie de metálogo que, asumiendo
el fondo del mensaje que quiere actualizar -la universalidad del llamado a la santi-
dad-, deviene accesible por medio de la simplicidad de su forma, para que todos
puedan acogerlo, reflexionarlo y vivirlo:, Ser santos dándonos desde la gracia de
Dios, configurados con Cristo que se da por nosotros, porque como dice Jesús en
una cita que se repite dos veces en esta exhortación, hay más dicha en dar que en
recibir (Hch 20,35), y ese es el núcleo de la santidad.
Notas
1 Sacerdote de la Arquidiócesis de Santiago. Ejerce su ministerio actualmente en el Dicaste-
rio para la Comunicación de la Santa Sede Apostólica.
2 Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate (GE), 2018, Nº108.
3 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 1964,
Nº 39-42.
4 Von Balthasar, Hans U., “Teología y santidad”, en Communio 6 (1987), 489.
5 Benedicto XVI, Catequesis (13 de abril de 2011): L’Osservatore Romano, ed. Semanal en
lengua española (17 de abril de 2011), p.11.
6 Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG), 2013, Nº94.
7 Francisco, Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el
centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano (10 marzo
2015), p. 6.
8 Cf. S. Buenaventura, Las seis alas del Serafín 3, 8: «Non omnes omnia possunt». Cabe
entenderlo en la línea del Catecismo de la Iglesia Católica, 1735.
9 Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Docu-
mento de Aparecida (29 junio 2007), 14.

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