Calidad de La Democracia
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La calidad de la democracia
Introducción
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Capítulo IV. La calidad de la democracia
2 Estoy consciente de que, después de lo señalado en el capítulo II acerca de los problemas deri-
vados del uso del concepto de consolidación, la alusión al afianzamiento de los atributos de la
democracia puede interpretarse como un eufemismo para evitar aquel tema engorroso. En reali-
dad, este recurso se debe a la necesidad de marcar una diferencia con aquella perspectiva debi-
do a su sesgo mecanicista, en especial por su tendencia a considerar que, una vez alcanzado un
determinado nivel, las democracias prácticamente no estarían sujetas a retrocesos. Los procesos
vividos en muchos países del mundo, entre ellos los tres estudiados, demuestra que ello no es
así. Como se verá en este capítulo, algunos de los problemas que enfrentan las democracias con-
temporáneas son los avances y retrocesos en los diversos atributos de la democracia, lo que en
muchos de los casos lleva a verdaderos cambios de régimen.
3 Las causas de las diferencias entre regímenes democráticos han recibido menor atención en la litera-
tura especializada que las características y las consecuencias. Como se verá a lo largo de este capítu-
lo, la mayor parte de autores se han abocado a la explicación de las particularidades y de sus efectos
sobre la democracia, mientras han dejado de lado la búsqueda de los orígenes de esas diferencias.
4 Este debate estuvo antecedido –y en gran medida acompañado– por el que se desarrolló en
torno al concepto de democracia, en términos de sus atributos, su carácter normativo, su capa-
cidad operacional y los niveles en que se realiza el análisis. Visiones de conjunto al respecto se
encuentran en Schmitter y Karl (1996), Collier y levitsky (1998), Held (2001), Lijphart (2002).
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Fuentes: Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán (2001); Levitsky y Way (2002); O´Donnell (1992); Schedler (2002);
Zakaria (1998); Diamond y Morlino (2005a; 2005b); Diamond (2002).
como he sostenido antes (nota 1 del presente capítulo), cuando se trata de identificar el grado
que alcanza cada uno de los atributos de la democracia en cada situación particular.
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de críticas a la democracia fueran formas de negación de ésta en tanto régimen político y mucho
más en tanto ideal a alcanzar. La fuerte herencia del marxismo en una orilla y la debilidad del libe-
ralismo en la otra orilla, dejaron escaso espacio para el surgimiento de un sólido pensamiento demo-
crático. El éxito que aún mantienen divulgadores como Eduardo Galeano y Carlos Montaner, que
en realidad podrían ser considerados como caricaturistas de las posiciones que defienden, es una
expresión de la fuerza de esas visiones. Fuera de la experiencia del pequeño conjunto de países al
que me he referido en capítulos anteriores –Costa Rica, Chile y Uruguay–, la democracia como
ideal político y como eje del pensamiento académico recién tomó cuerpo a partir de los efectos de
las última ola dictatorial, e incluso en algunos países, como Ecuador y en alguna medida Perú, sola-
mente cuando ya se iniciaron las respectivas transiciones. Por ello parece demasiado optimista afir-
mar que “En todas partes se han abandonado discretamente los adjetivos vagos como ‘popular’,
‘guiada’, ‘burguesa’ y ‘formal’, para calificar a la ‘democracia’ (Schmitter y Karl, 1996: 37). La demo-
cracia de estos países sigue cargada de adjetivos, muchos de ellos descalificativos.
9 Entre los conceptos de democracia procedimentales submínimos incluyen las de Schumpeter
(1996) y de Przeworski (1995).
10 Los cuatro elementos son: 1) elecciones libres, limpias y competitivas para el egislativo y el ejecuti-
vo; 2) inclusión electoral de toda la población adulta; 3) protección de las libertades civiles y de los
derechos políticos; 4) gobernantes con capacidad real para gobernar y sometimiento de los militares
al control civil (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 38). Señalan además, para sostener el
carácter procedimental de su definición que ésta “no dice nada acerca de la accountability, de los
defectos en el Estado de derecho excepto aquellos que inciden sobre los derechos civiles y políticos,
y de las manifestaciones de ‘decretismo’. Añadir estos criterios que no son inherentes a la naturaleza
de la democracia lleva a una definición no mínima” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 41).
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12 Aún restringiéndose a ese atributo, la ubicación de los países no sería exactamente la que presen-
tan los autores. Las elecciones peruanas en todo el período de Fujimori estuvieron cargadas de
sospechas sobre la limpieza, la libertad y las garantías para la oposición (Cotler, 2000; Tuesta,
1999; Conaghan, 2005). Las elecciones ecuatorianas de medio período del año 1986 tuvieron
también serias irregularidades (Pachano, 2000).
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principal fiador del interés nacional, lo cual cabe a él definir” (1992: 10).
Finalmente, las “otras instituciones –como el Congreso y el Poder Judicial–
son incomodidades que acompañan las ventajas internas e internacionales
de ser un presidente democráticamente electo. La idea de obligatoriedad
de rendir cuentas (accountability) a esas instituciones, o a otras organiza-
ciones privadas o semiprivadas, aparece como un impedimento innecesario
a la plena autoridad que el presidente recibió la delegación de ejercer”
(O´Donnell, 1992: 11, cursiva en el original)
El énfasis del análisis está puesto en los regímenes donde los presidentes
gobiernan al margen de los procedimientos de accountability horizontal y
vertical. Esto marca la diferencia entre los regímenes de delegación represen-
tativa (es decir, las democracias liberales o representativas) y “aquellos en
que el elemento delegativo es fuertemente predominante” (O´Donnell,
1992: 12). La única forma de control desde la ciudadanía al Gobierno, en
las democracias delegativas, serían las elecciones que solamente tienen un
carácter retrospectivo y no funcionan como un mecanismo de control
durante la gestión. Por otra parte, éstas se caracterizan por la generalización
de prácticas políticas como el clientelismo y otras formas de particularis-
mo, que establecen una relación directa entre el mandatario y los electores
dentro de una perspectiva plebiscitaria (O´Donnell, 1992: 18). Un último
aspecto a destacar es que, a pesar de que son democracias escasamente ins-
titucionalizadas en el aspecto formal, no lo son en el aspecto informal y
tampoco se trata de regímenes efímeros (O´Donnell, 1992: 13).
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15 Estos estándares –vale decir el concepto mínimo de democracia que sirve de referencia– se sinte-
tizan en cuatro criterios: “1) Los ejecutivos y los legislativos son escogidos a través de elecciones
abiertas, libres y limpias; 2) virtualmente, todos los adultos tienen derecho al voto; 3) los dere-
chos políticos y las libertades civiles, incluyendo la libertad de prensa, la libertad de asociación y
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16 Esta limitación del concepto de democracia iliberal es la misma que se encuentra en la medición
de las libertades de Freddom House y hasta cierto punto de Polity IV. En estricto sentido, son
más bien mediciones el Estado de derecho que de la democracia.
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17 El uso del término híbrido para calificar a las nuevas democracias –concretamente a las de
América Central– se originó en Karl (1995). Con esa denominación llamaba la atención sobre
los regímenes que, a pesar de contar con elecciones competitivas y multipartidistas, se violaban
los derechos humanos y mantenían el tutelaje por parte de los militares.
18 En términos estrictos se debería decir que estos regímenes se definen también en relación con
los autoritarismos, ya que no son “ni claramente democráticos ni convencionalmente autorita-
rios” (Diamond, 2002: 25). Sin embargo, como he señalado antes, toda la elaboración concep-
tual al respecto forma parte de la teoría de la democracia y por tanto se definen en relación a
este tipo de régimen, lo que a su vez expresa el carácter normativo de esta reflexión.
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19 El riesgo de tomarla como una clasificación basada en el criterio electoral se encuentra en una
definición submínima de régimen democrático que aparece cuando Diamond sostiene que “Los
regímenes se consideran democráticos si tienen elecciones libres, limpias y abiertas para todas las
posiciones del poder político (...) Adicionalmente a las puntuaciones de Freedom House, tres
tipos de datos se extraen de mi clasificación de regímenes no democráticos: el porcentaje de esca-
ños legislativos en poder del partido gobernante, el porcentaje de votos obtenidos por el candi-
dato presidencial del partido gobernante y los años que el presidente en ejercicio ha permaneci-
do continuamente en el poder” (Diamond, 2002: 29). Por tanto, parecería que reduce la impor-
tancia de la vigencia de los derechos y las libertades. Sin embargo, la alusión a las puntuaciones
de Freedom House señalan en la otra dirección, ya que se refieren a los derechos y las libertades.
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20 A pesar del vacío señalado antes con respecto a la categoría de regímenes ambiguos, ella permi-
te detectar las especificidades de los regímenes que van perdiendo las características de las demo-
cracias electorales pero que no pueden ser ubicados en uno de los casilleros de los autoritaris-
mos. Son regímenes que se sitúan en la frontera entre la democracia electoral y el autoritarismo
(Diamond, 2002: 27).
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21 La relación entre la teoría (de alcance medio) y la investigación empírica se manifiesta en que “En
las ciencias sociales, una teoría es una especulación razonada y precisa sobre la respuesta que cabe
dar a la pregunta de una investigación, e incluye una declaración de por qué tal respuesta es
correcta (...) para asegurarse de que una teoría es falsable, hay que elegir una que pueda generar
tantas consecuencias observables como sea posible” (King, Keohane y Verba, 2005: 29-30, cursiva
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Como una crítica a este último argumento, se puede sostener que las
necesidades operativas no deberían sacrificar al contenido, esto es, que la
democracia no puede ser reducida a esa mínima expresión únicamente por
conveniencia práctica. Esa observación tendría validez solamente si el ca-
rácter mínimo y operativo del concepto violara el principio de inclusión
exhaustiva de todas las propiedades del objeto de estudio (la democracia).
Dicho de otra manera, y repitiendo lo que señalé en el capítulo I, caería
en aquella desviación si dejara fuera algunas propiedades de definición (Sar-
tori, 1992: 86). De la revisión realizada, se puede asegurar que las seis pro-
puestas cumplen con ese principio. Todas ellas definen como pilares de su
concepto a los elementos procedimentales de la democracia, pero no por
ello abandonan aspectos de fondo o de contenido que son también pro-
piedades de definición de ella, como la vigencia de las libertades civiles y
políticas o, en general, la vigencia del Estado de derecho. A pesar de ser
definiciones procedimentales no reducen la democracia a las elecciones.
Por consiguiente, al utilizar un concepto mínimo no sacrifican el conteni-
do de la democracia.
En segundo lugar, aunque todas esas clasificaciones destacan a los
componentes del régimen y del sistema político como los elementos en los
que se expresa cada una de las formas disminuidas, ellos no aparecen en
todos los enfoques como los elementos constitutivos de cada una de esas for-
mas. Dicho de otra manera, todos los autores revisados en las páginas an-
teriores consideran que las formas disminuidas se hacen evidentes por las
carencias en aspectos como la vigencia de las libertades básicas o la limpie-
za de las elecciones, pero en algunos casos esas carencias provienen de
aspectos propios del régimen (de su diseño institucional, de sus pautas de
procedimiento), mientras que en otros se originan en las acciones de los
gobernantes. En el fondo, esto lleva a preguntarse por las causas que pro-
vocaron el alejamiento de la democracia y por consiguiente a la constitu-
ción de cada uno de los diversos subtipos. En términos generales, se puede
sostener que las respuestas de los autores aluden, por un lado, a aspectos
propios de la conformación de los regímenes (vale decir a características
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22 El problema puede presentarse de manera mucho más compleja cuando se acude a la segunda
explicación, ya que las prácticas de los gobernantes pueden convertirse en formas ampliamente
aceptadas por el conjunto de los actores políticos y de la sociedad en general, hasta transformar-
se en pautas culturales de acción política. En ese caso prácticamente no tendrían importancia
los aspectos estructurales del régimen y la solución de los problemas sería aún más difícil que en
el otro caso.
23 Sin que exista claridad al respecto, en los enfoques de las democracias delegativas (O´Donnell,
1992) y de las democracias iliberales (Zakaria, 1998) se puede apreciar un cierto sesgo en el sen-
tido de atribuir la definición del tipo a las acciones de los gobernantes y no a las características
de su diseño y de su estructura. En cambio, las propuestas de Schedler (2002), Diamond (2002),
Diamond y Morlino (2004; 2005), Morlino (2004; 2007) y Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán
(2001) parecen aludir a causas propias del régimen. De cualquier manera, como lo he señalado
antes, ninguno de los autores se interesa en ofrecer explicaciones acerca de las causas.
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24 El caso no es solamente hipotético. Los gobiernos peruanos posteriores a Fujimori pueden ser
un ejemplo de ello, ya que se mantuvieron –y en gran medida aún se mantiene– dentro de un
subtipo de autoritarismo establecido por la Constitución de 1992. Otro caso similar, fuera de
los tres países estudiados, es el de los gobiernos chilenos posteriores a la dictadura, que debieron
gobernar con la Constitución y las leyes del período autoritario, hasta que las reformas constitu-
cionales del año 2005 eliminaron los denominados enclaves autoritarios.
25 El caso más claro en los tres países se presenta con el mandato de Febres Cordero en Ecuador
(1984-1988), que a partir del ejercicio autoritario del Gobierno devino en un tipo de democra-
cia disminuida que, como he señalado antes, puede ocupar el casillero de los autoritarismos com-
petitivos, en la clasificación de Levitsky y Way, o de los regímenes ambiguos, en la de Diamond
y Morlino.
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En tercer lugar, hay una diferencia clara entre los enfoques que reco-
nocen un continuo que va desde el autoritarismo hacia la democracia y
los que únicamente identifican un subtipo entre ambos polos. Como se
ha visto (con el apoyo de los gráficos), la propuesta de regímenes híbridos
(Diamond, 2002; Diamond y Morlino, 2004) y la de autoritarismos elec-
torales (Schedler, 2002) proponen explícitamente clasificaciones dentro
de un continuo entre ambos términos extremos. En efecto, en la clasifi-
cación de Diamond y Morlino, entre los autoritarismos políticamente ce-
rrados y las democracias liberales se encuentran dos subtipos de autorita-
rismo (el autoritarismo electoral hegemónico y el autoritarismo competi-
tivo) un subtipo indefinido (los regímenes ambiguos) y un subtipo de
democracia (la democracia electoral), definidos por el grado en que con-
tienen los diversos atributos clasificatorios. En la clasificación de Schedler
del autoritarismo electoral, entre el autoritarismo cerrado y la democracia
liberal se encuentra un subtipo de autoritarismo (el autoritarismo electo-
ral) y un subtipo de democracia (la democracia electoral), definidos tam-
bién por el grado alcanzado en sus diversos componentes. Por consiguiente,
en ambas propuestas pueden constituirse varios regímenes entre los dos
polos, lo que lleva a considerarlas como clasificaciones continuas.
Por el contrario, las otras clasificaciones identifican a un solo tipo de régi-
men que, de acuerdo a sus atributos o a sus características, se encuentran en
algún punto más cercano al autoritarismo, a la democracia o equidistante de
ambos extremos. Así, el autoritarismo competitivo de Levitsky y Way estaría
más cerca del autoritarismo puro que de la democracia, en tanto que la
democracia delegativa de O´Donnell ocuparía un lugar más cercano a esta
última. Los regímenes semidemocráticos de Mainwaring, Brinks y Pérez-
Liñán se encontrarían en un punto equidistante a ambos extremos. De cual-
quier manera, al identificar solamente a un tipo de régimen que ocuparía un
lugar entre esos puntos, estas clasificaciones plantean un problema más com-
plejo que las anteriores ya que no permiten establecer con relativa claridad
cuál es ese punto en que se sitúa cada uno de los regímenes identificados
como formas disminuidas de la democracia (o del autoritarismo). Así, al cali-
ficar a un régimen como democracia delegativa, autoritarismo competitivo
o semidemocrático, se lo puede situar en un amplio espacio entre ambos
extremos, lo que introduce gran imprecisión en la clasificación. De hecho,
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Medición de la democracia
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nos casos hacían referencia a algún país o utilizaban alguna base de datos
de un gran número de casos, eran fundamentalmente textos de carácter
metodológico26. Adicionalmente, estos estudios buscaban construir índi-
ces que pudieran sintetizar la medición de las diversas variables considera-
das. En ese contexto, el debate que se desarrolló a partir de estos enfoques
fue extremadamente metodológico y cargado de tecnicismos que final-
mente aportaban poco a la comprensión de los aspectos de fondo. El per-
feccionismo estadístico que guió a varios de los estudios terminó por hacer
perder de vista el fondo del asunto, que debía ser la explicación de las ca-
racterísticas de las democracias reales o concretas.
Un segundo punto acerca de este tipo de estudios, estrechamente rela-
cionado con el primero, es que ineludiblemente debía resolver el problema
de los parámetros y los instrumentos de la medición. Este es un paso
imprescindible en la medición de cualquier objeto o fenómeno, de mane-
ra que no se lo puede obviar cuando se intenta medir la democracia. Esto
significa, por un lado, delimitar el objeto de estudio y, por otro lado, selec-
cionar los instrumentos de medición. Aunque es evidente que el objeto de
estudio es la democracia, se hacía necesario establecer claramente el con-
cepto con el que se podría trabajar27. Es decir, nuevamente se presentaba la
necesidad de contar con un concepto operativo. Siendo la misma exigen-
cia que debieron enfrentar quienes buscaban identificar los subtipos de
democracia, la respuesta fue también similar y por tanto se acudió a un
concepto mínimo y procedimental de democracia. La mayor parte de auto-
res tomaron como punto de partida la definición de poliarquía de Dahl o
la de Schumpeter (Bollen y Paxton, 2000: 58; Coppedge, 1990: 51)28. Este
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Aquellos que están buscando una medida que les permita hacer comparaciones entre estados
pueden por tanto encontrar una medición de poliarquía específica, que les dice más acerca de
los diversos grados o del fracaso en alcanzar la poliarquía completa que sobre la democracia”.
29 En su clasificación de los regímenes políticos, Álvarez et al., (1996) destacan la utilidad de un
concepto basado exclusivamente en la competencia electoral, que ellos reconocen como mini-
malista (Álvarez et al., 1996: 20). No deja de ser sugerente su negativa a introducir atributos que
“son demasiado importantes para ser resueltos por medio de una definición prescriptiva” (Álva-
rez et al., 1996: 18). Sin embargo, el uso de un concepto minimalista como el que proponen los
autores es tan amplio que no resulta útil para fines como los de la medición y la evaluación de
la calidad. El caso contrario, de definición maximalista –y por consiguiente escasamente opera-
tiva– es la de Freedom House, que incluye derechos económicos, desigualdades y derechos de
propiedad, entre otros. Como se verá más adelante, éste último deriva en un concepto subjeti-
vo y por tanto de poca utilidad para el análisis concreto.
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30 La literatura metodológica ha puesto mucho énfasis en las diversas estrategias que se deben
seguir en cada tipo de estudio. La diferencia entre los estudios de un caso, de algunos casos y de
muchos casos no es solamente un problema de tamaño, sino de metodología. La adecuación de
los indicadores, las variables y las dimensiones al N (el número de casos), es uno de los temas
claves de debate en el ámbito metodológico de las ciencias sociales (Collier, 1999).
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en este tipo de estudios, al que me referí antes. Acudo para esto a dos pro-
puestas. En primer lugar, a la de Coppedge y Reinicke (1990: 53-55) que
contiene las siguientes variables: elecciones libres y limpias; libertad de
asociación; libertad de expresión; disponibilidad de fuentes alternativas de
información; derecho al voto. En segundo lugar, a la clasificación hecha
por Munck y Verkuilen (2002: 10) que, al recoger nueve propuestas dife-
rentes tiene un carácter más comprehensivo. Ellos destacan las siguientes
variables centrales: competencia por los cargos; participación; inclusión y
competencia; coerción; libertades políticas; soberanía popular; competen-
cia electoral; derechos políticos y derechos civiles; limitaciones al poder
Ejecutivo31. En definitiva, como he señalado antes, hay un acuerdo básico
en la selección de las variables, lo que guarda coherencia con el concepto
mínimo y procedimental que sirve de base para todo el análisis.
Finalmente, la medición de la democracia como ámbito teórico y
metodológico, fue un predecesor de importancia para el análisis de la cali-
dad de la democracia. Aunque son dos campos de estudio diferentes, es
evidente la relación complementaria que existe entre ambos, especialmen-
te en los estudios cuantitativos que buscan construir índices de calidad. Sin
embargo, esa estrecha relación no significa que uno de los dos campos se
disuelva en el otro o que constituyan un solo ámbito de estudio. Más bien,
es necesario tomar a la medición de la democracia como un posible subsi-
diario –no indispensable– para el estudio de la calidad. Desde esa perspec-
tiva, el ámbito de la calidad de la democracia puede incluir al de la medi-
ción y por tanto es bastante más amplio que éste. Como se verá en la
siguiente sección, el estudio de la calidad puede requerir de la medición,
pero puede también prescindir de ella sin que eso afecte a sus resultado.
31 Los autores considerados por Munck y Verkuilen son Álvarez et al., (1996), Arat (1991), Bollen
(1980), Coppedge y Reinicke (1990), Freedom House a través de Ryan (1994), Gasiorowski
(1996), Polity IV, a través de Marshall y Jaggers (2001) y Vanhanen (2000).
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