Calidad de La Democracia

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Capítulo IV

La calidad de la democracia

Introducción

Si se quisiera calificar a los regímenes políticos de Bolivia, Ecuador y Perú


en el momento actual, se diría que en los tres se verifica en grado variable
la lista de chequeo de la poliarquía, de la democracia política o de cualquiera
de las definiciones mínimas o procedimentales de democracia. En todos
ellos se cumplen, en alguna medida, los requisitos usualmente reconocidos
de la democracia: se celebran elecciones para elegir a los mandatarios; éstas
se mantienen generalmente dentro de los parámetros que sirven para cali-
ficarlas de limpias y libres; no hay serias restricciones legales ni institu-
cionales para la participación política de la población adulta; existe un
marco relativamente aceptable de libertades civiles; hay pluralismo en la
opinión expresada en los medios; generalmente –con las excepciones de
rigor– los gobiernos actúan dentro de los marcos establecidos constitu-
cional y legalmente; y, finalmente, los ciudadanos tienen a su alcance los
recursos y los medios para controlar a los políticos. Por tanto, si se tratara
de diferenciar solamente entre autoritarismo y democracia, se podría afir-
mar que los tres países se sitúan en el terreno de esta última.
He destacado que aquellas condiciones se cumplen en grado variable o
en alguna medida. Esto quiere decir que no siempre están presentes todos
los elementos al mismo tiempo y además que, aún en los casos en que han
concurrido todos, varios de ellos no lo han hecho en la plenitud de sus
condiciones o en su grado óptimo. A manera de ejemplo, en algunos casos

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

la celebración de elecciones ha cumplido con los requisitos que exige la


limpieza de los procesos, pero no han sido libres o no han existido las ga-
rantías para que se materialice el pluralismo de opinión mediante el acce-
so equitativo a los medios de comunicación. Así mismo, en muchos casos
se han violado los derechos de la oposición o de determinados sectores
sociales específicos, poniendo en seria duda la vigencia de las libertades
políticas y de la igualdad de oportunidades. De la misma manera, a lo
largo de todo el período se han producido exclusiones de individuos y
grupos sociales específicos, ha existido acceso inequitativo a la justicia, se
ha contaminado a ésta con la política (politización de la justicia y judicia-
lización de la política), entre otros hechos que constituyen evidencias de
la debilidad del Estado de derecho, considerado siempre como un requi-
sito básico del régimen democrático.
La constatación de estas distorsiones con respecto al tipo ideal de de-
mocracia plantea la necesidad de impulsar una reflexión detenida sobre el
carácter de los regímenes de los tres países. Aunque dentro de una pers-
pectiva dicotómica, que solamente reconoce autoritarismos y democra-
cias, los tres pueden ser ubicados principalmente en el campo de las de-
mocracias, aquellas distorsiones obligan a un análisis centrado en las espe-
cificidades1. Dicho de otra manera, desde la perspectiva dicotómica los
tres deberían ser calificados como democracias porque no son autoritaris-
mos. Pero con ello se avanzaría muy poco en la identificación y clasifica-
ción de sus respectivos regímenes. En una visión más detallada, como es
la comparación que desarrollo aquí, se hace necesario considerar los as-
pectos particulares que definen la especificidad de cada uno de ellos. Se
precisa, para esto, acudir a perspectivas más complejas que den cuenta del
grado variable en cada uno de sus atributos al que me he referido.
Una de esas perspectivas es la que se ha ido desarrollando en torno a
la calidad de la democracia. Este es un tema de interés reciente en la cien-
cia política, por tanto es un campo conceptual en proceso de construc-
1 La perspectiva dicotómica tiene su expresión más acabada y sólida en la clasificación (Álvarez et
al.,1996: 3 y ss.). Como se verá más adelante, ésta tiene gran valor heurístico para el análisis
comparado de grandes muestras de países, pero es insuficiente cuando se analiza un número
reducido de casos donde la identificación de las especificidades es el elemento central. Esta es
una expresión clara de la diferencia, dentro del método comparativo, entre estudios con un “N
pequeño” y un “N grande” (Lijphart, 1971: 685-691; Collier, 1999: 52).

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

ción. Después de la preocupación por las transiciones (que he analizado


en el capítulo II), en el ámbito académico se hizo evidente la necesidad de
poner atención en las diferencias del grado de avance de las democracias,
en particular en el proceso de afianzamiento sus diversos atributos2. La
generalización de regímenes que cumplen con los requisitos básicos de la
democracia política (o de la poliarquía) y/o con los del Estado de derecho,
junto a la diversidad de grado que presentaba cada uno de los atributos,
puso de manifiesto las diferencias sustanciales que existen entre ellos
(Munck, 2009: 38). Esta evidencia de las diferencias entre y dentro de regí-
menes democráticos llevó a la formulación de preguntas sobre las caracte-
rísticas y las consecuencias de ellas3. Fundamentalmente, puso en cuestión
la visión dicotómica que solamente reconocía la existencia de regímenes
autoritarios y democráticos4. La investigación comparada demostró feha-
cientemente la existencia de una amplia gama de regímenes entre esos dos
extremos o tipos puros. En gran medida esta perspectiva de análisis se fue
estructurando a partir de la constatación de desviaciones con respecto a
algún modelo normativo de democracia. Esta línea de pensamiento llevó
a la adjetivación de la democracia, en la que los términos que se añadían
al concepto expresaban el grado o el tipo de desviación con respecto al
modelo o tipo ideal (Schmitter y Karl, 1996; Collier y Levitsky, 1998).

2 Estoy consciente de que, después de lo señalado en el capítulo II acerca de los problemas deri-
vados del uso del concepto de consolidación, la alusión al afianzamiento de los atributos de la
democracia puede interpretarse como un eufemismo para evitar aquel tema engorroso. En reali-
dad, este recurso se debe a la necesidad de marcar una diferencia con aquella perspectiva debi-
do a su sesgo mecanicista, en especial por su tendencia a considerar que, una vez alcanzado un
determinado nivel, las democracias prácticamente no estarían sujetas a retrocesos. Los procesos
vividos en muchos países del mundo, entre ellos los tres estudiados, demuestra que ello no es
así. Como se verá en este capítulo, algunos de los problemas que enfrentan las democracias con-
temporáneas son los avances y retrocesos en los diversos atributos de la democracia, lo que en
muchos de los casos lleva a verdaderos cambios de régimen.
3 Las causas de las diferencias entre regímenes democráticos han recibido menor atención en la litera-
tura especializada que las características y las consecuencias. Como se verá a lo largo de este capítu-
lo, la mayor parte de autores se han abocado a la explicación de las particularidades y de sus efectos
sobre la democracia, mientras han dejado de lado la búsqueda de los orígenes de esas diferencias.
4 Este debate estuvo antecedido –y en gran medida acompañado– por el que se desarrolló en
torno al concepto de democracia, en términos de sus atributos, su carácter normativo, su capa-
cidad operacional y los niveles en que se realiza el análisis. Visiones de conjunto al respecto se
encuentran en Schmitter y Karl (1996), Collier y levitsky (1998), Held (2001), Lijphart (2002).

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

Era prácticamente inevitable que este tipo de reflexión abriera el


campo de la medición de la democracia. Una consecuencia lógica del tra-
bajo sobre las diferencias entre regímenes democráticos era la necesidad
de valorarlas, de contar con criterios e instrumentos que permitieran esta-
blecer la magnitud de esas diferencias. Así mismo, la alusión a desviacio-
nes con respecto a un modelo debía desembocar en la búsqueda de pará-
metros que dieran cuenta de las características y el peso de esas desviacio-
nes. Por ello, desde ambas preguntas se han construido propuestas de
medición que buscan, por un lado, identificar los grados en que la demo-
cracia ha avanzado o retrocedido en determinados aspectos en una visión
comparativa de diversos casos o, por otro lado, dimensionar el grado en
que un caso en particuar se diferencia de un modelo ideal definido pre-
viamente. Por tanto, se abrió un campo que, en términos estrictos y para
evitar problemas de carácter conceptual y metodológico, siempre debe ser
considerado como la expresión de una de las dos interrogantes señaladas.
En parte como desarrollo de ese campo de medición de la democracia,
pero también como producto de un proceso autónomo, en los medios aca-
démicos surgió la preocupación por la calidad de la democracia. Tanto las
diferencias entre regímenes así como la mayor o menor distancia con un
modelo ideal pueden ser interpretadas desde la perspectiva de la calidad,
esto es, de sus propiedades y sus características, ya sea en referencia a otras
democracias o bien en relación a una construcción conceptual. Por consi-
guiente, al utilizar la noción de calidad el análisis tiende a apreciar a la
democracia como igual, mejor o peor que otras o que el tipo ideal construi-
do o seleccionado, de manera que siempre será necesario establecer una gra-
dación. Si ésta es cuantitativa o cualitativa es un tema secundario, que se
desprende de los objetivos de cada investigación en particular, pero que no
afecta a los aspectos de fondo. Lo importante es comprender que el estudio
de la calidad de la democracia supone una escala construida con un conjunto
de criterios que se consideran básicos para el régimen democrático.
A partir de estas consideraciones es procedente desarrollar el análisis de
la calidad de la democracia en los tres países. Mi objetivo es moverme en
el campo o perspectiva que he reseñado, de modo que tomaré como refe-
rencia un concepto básico de democracia –un tipo ideal–, que en gran
medida lo he planteado en el capítulo I, y a la vez desarrollaré un análisis

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

comparado entre algunos componentes de los sistemas y regímenes políti-


cos de los tres países. Para ello, y de la misma manera que lo he hecho en
los capítulos anteriores, me moveré entre el análisis de los tres países y el
debate teórico conceptual que se ha desarrollado al respecto en los últimos
años. Pero, antes de entrar en el campo específico de la calidad de la demo-
cracia, revisaré brevemente dos corrientes de reflexión que, en mi opinión,
son claramente complementarias con ella. Me refiero a los aportes que se
han realizado acerca de los subtipos de régimen o democracias disminui-
das, por un lado y de la medición de la democracia, por otro lado.

Tipologías de democracia o democracias disminuidas5

Considero necesario reiterar que un paso básico para el surgimiento del


interés en la calidad de la democracia fue la constatación de la existencia
de una variedad de regímenes que se situaban entre los tipos puros de
autoritarismo y democracia. Esta constatación dio paso a diversos tipos de
acercamientos o de perspectivas de análisis, que a la vez se expresaron en
nuevos conceptos. Desde una de estas perspectivas de análisis se detectó la
existencia de regímenes que, al conservar y combinar algunas característi-
cas de los dos tipos extremos (autoritarismos y democracias), pueden ser
considerados como regímenes híbridos (Diamond, 2002: 25; Morlino,
2004: 10; Diamond y Morlino, 2005b: xiv). Desde otro punto de vista,
se propuso una clasificación tricotómica, en la que en medio de los dos ex-
tremos se encuentra un tipo al que se ha denominado régimen semidemo-
crático (Mainwaring, Brincks y Pérez-Liñán, 2001: 38; Mainwaring y Pé-
rez-Liñán, 2008: 18)6. En otros acercamientos se acudió a la construcción
5 Con todos los riesgos de considerarlo como un atentado contra el rigor conceptual, utilizo indis-
tintamente las denominaciones de democracias disminuidas, subtipos de democracia y tipos de
régimen. Con esos términos me refiero a las diversas formas que se sitúan entre la democracia y
el autoritarismo.
6 La clasificación de Álvarez et al., (1996), aludida antes, es rebatida directamente por
Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán (2001: 38) porque no reconoce a los regímenes intermedios,
esto es, a los que no se sitúan en uno de los dos extremos del continuum autoritarismo-democra-
cia. Sin embargo, se debe reconocer que los primeros dejan abierta la puerta a la existencia de
otros tipos cuando señalan que “Aunque distinguimos diferentes tipos de democracia y de dic-
tadura, la clasificación básica es dicotómica” (Álvarez et al., 1996: 4). El problema se encuentra,

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

de conceptos que buscaban destacar las características de determinados


casos dentro de esas clasificaciones complejas, como las democracias dele-
gativas (O´Donnell, 1992: 5), las democracias iliberales (Zakaria, 1998: 1),
los autoritarismos competitivos (Levitsky y Way, 2002: 52) y los regímenes
electorales autoritarios (Schedler, 2002: 36). Por tanto, desde diversas ópti-
cas se aceptó que las diferencias dentro de los regímenes democráticos
planteaban problemas teóricos que debían ser resueltos por medio de la
construcción de conceptos adecuados a esas realidades. De una manera
esquemática se puede ubicar a estas propuestas en una representación
espacial como la del diagrama número 1.

Diagrama N.º 1 Ubicación de los regímenes

Fuentes: Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán (2001); Levitsky y Way (2002); O´Donnell (1992); Schedler (2002);
Zakaria (1998); Diamond y Morlino (2005a; 2005b); Diamond (2002).

como he sostenido antes (nota 1 del presente capítulo), cuando se trata de identificar el grado
que alcanza cada uno de los atributos de la democracia en cada situación particular.

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

Varios elementos se desprenden de estos primeros acercamientos. En pri-


mer lugar, existe un acuerdo sobre la heterogeneidad de los regímenes
políticos, aún dentro de cada uno de los tipos. Por consiguiente, es posible
identificar diversos tipos de democracia como también de autoritarismo.
En segundo lugar, hay un amplio espacio entre ambos términos que puede
ser ocupado por regímenes en los que predominan los componentes de-
mocráticos o por otros en los que imperan los componentes autoritarios. De
cualquier manera, sea que se sitúen hacia el lado del autoritarismo o hacia
el lado de la democracia, todos esos tipos de régimen comparten el carác-
ter híbrido. Todos ellos son combinaciones en los que entran en diversas
dosis los ingredientes de cada uno de los tipos básicos. Son, desde esa pers-
pectiva, formas adjetivadas o disminuidas de autoritarismo y de democra-
cia, respectivamente7.
En tercer lugar, debido a los diversos parámetros con se construye cada
uno de estos acercamientos, no se los puede considerar necesariamente
como excluyentes sino que pueden ser más bien complementarios. Final-
mente, todos estos acercamientos parten de un mismo tronco, que es el
reconocimiento de la existencia de un régimen democrático, ya sea como
un hecho empírico o como una construcción teórica. Ninguno de ellos
–incluso los que analizan a los regímenes que se sitúan en el espacio del
autoritarismo– constituye una forma de negación de la democracia. Por el
contrario, todos ellos buscan explicar los elementos que señalan el grado
de alejamiento de la democracia o que han devenido en déficit en algunos
de sus aspectos, de modo que se mantienen dentro del horizonte de la teo-
ría de la democracia y son parte de ella8. Con estos elementos cabe anali-
zar brevemente a cada uno de ellos.

7 El autoritarismo competitivo de Levitsky y Way (2002) y los regímenes electorales autoritarios de


Schedler (2001) se encontrarían en algún punto situado entre el centro de la línea continúa y el
extremo del autoritarismo puro. La democracia delegativa de O`Donnell (1992), las democracias
iliberales de Zakaria (1998) y los regímenes semidemocráticos de Mainwaring, Brinks y Pérez-
Liñán (2001) se encontrarían en un punto situado entre el centro y la democracia pura. Los regí-
menes híbridos de Diamond (2002), Morlino (2004) y Diamond y Morlino (2005) se encon-
trarían en cualquier punto a lo largo de esa línea, ya sea equidistante a los dos extremos o des-
plazado hacia uno de ellos.
8 Este último punto debe ser subrayado cuando se analiza a los países latinoamericanos y de
manera especial cuando se hace referencia a su pensamiento político, ya que la relativa fuerza de
una visión claramente antidemocrática –en la política y en la academia– hizo que la mayor parte

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

Considero conveniente comenzar por la clasificación que identifica a


los regímenes semidemocráticos como una categoría intermedia entre la
democracia y el autoritarismo (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001).
El planteamiento central de sus autores se resume en que “las clasificaciones
dicotómicas son insuficientemente sensibles a las variaciones del régimen
debido a que muchos regímenes caen en una zona intermedia. Una clasifi-
cación ordinal –democracia, semidemocracia y no democracia o autorita-
rismo– captura de mejor manera las variaciones significativas de los regí-
menes” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 38). El cuestionamien-
to a la perspectiva dicotómica, que solamente reconoce la existencia de regí-
menes democráticos y autoritarios, se basa en el concepto de democracia
que utilizan los autores y que busca alejarse tanto de las definiciones no
procedimentales como de las que identifican como procedimentales submí-
nimas9. Como una manera de superar las limitaciones de ambas definicio-
nes proponen una clasificación procedimental basada en cuatro atributos
centrales, que son básicamente los propuestos por Dahl para la poliarquía10.
La ausencia de cualquiera de ellos elimina la posibilidad de considerar como

de críticas a la democracia fueran formas de negación de ésta en tanto régimen político y mucho
más en tanto ideal a alcanzar. La fuerte herencia del marxismo en una orilla y la debilidad del libe-
ralismo en la otra orilla, dejaron escaso espacio para el surgimiento de un sólido pensamiento demo-
crático. El éxito que aún mantienen divulgadores como Eduardo Galeano y Carlos Montaner, que
en realidad podrían ser considerados como caricaturistas de las posiciones que defienden, es una
expresión de la fuerza de esas visiones. Fuera de la experiencia del pequeño conjunto de países al
que me he referido en capítulos anteriores –Costa Rica, Chile y Uruguay–, la democracia como
ideal político y como eje del pensamiento académico recién tomó cuerpo a partir de los efectos de
las última ola dictatorial, e incluso en algunos países, como Ecuador y en alguna medida Perú, sola-
mente cuando ya se iniciaron las respectivas transiciones. Por ello parece demasiado optimista afir-
mar que “En todas partes se han abandonado discretamente los adjetivos vagos como ‘popular’,
‘guiada’, ‘burguesa’ y ‘formal’, para calificar a la ‘democracia’ (Schmitter y Karl, 1996: 37). La demo-
cracia de estos países sigue cargada de adjetivos, muchos de ellos descalificativos.
9 Entre los conceptos de democracia procedimentales submínimos incluyen las de Schumpeter
(1996) y de Przeworski (1995).
10 Los cuatro elementos son: 1) elecciones libres, limpias y competitivas para el egislativo y el ejecuti-
vo; 2) inclusión electoral de toda la población adulta; 3) protección de las libertades civiles y de los
derechos políticos; 4) gobernantes con capacidad real para gobernar y sometimiento de los militares
al control civil (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 38). Señalan además, para sostener el
carácter procedimental de su definición que ésta “no dice nada acerca de la accountability, de los
defectos en el Estado de derecho excepto aquellos que inciden sobre los derechos civiles y políticos,
y de las manifestaciones de ‘decretismo’. Añadir estos criterios que no son inherentes a la naturaleza
de la democracia lleva a una definición no mínima” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 41).

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

democrático a un régimen ya que “esta definición supera el test de ser míni-


ma y completa si a) los cuatro criterios son necesariamente componentes de
la democracia, sin los cuales un régimen no debería ser considerado como
democrático, y b) ninguna otra característica es necesaria para definir a la
democracia” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 41).
De esta manera los regímenes semidemocráticos se caracterizan por “la
presencia de elementos autoritarios en los regímenes competitivos (...) La
existencia de instituciones electorales no excluye la presencia de restriccio-
nes autoritarias en el uso de esas instituciones” (Mainwaring, Brinks y Pérez
Liñán, 2001: 52). Por consiguiente, el elemento diferenciador es la vigencia
de los derechos y las libertades y la observación de los procedimientos de-
mocráticos. Por ello, “la realización de elecciones libres y limpias no es
garantía de los otros tres criterios de definición de la democracia; tampoco
la ausencia o malfuncionamiento de estas instituciones hace a todos los ca-
sos igualmente autoritarios” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 52).
Por el contrario, se encuentran diferencias de grados –regímenes que se sitú-
an en una “zona gris” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 52)– que,
en opinión de los autores, hacen necesaria la clasificación tricotómica.
Dos observaciones son necesarias acerca de esta propuesta. En primer
lugar, de la misma manera que varios de los otros autores analizados, tra-
bajan con un concepto mínimo y procedimental de democracia, pero
–también al igual que los otros– no dejan de incluir en éste los aspectos
sustantivos. En realidad, la amplia zona gris que ellos destacan está confor-
mada por la ausencia de aquellos atributos y no solamente por el carácter
electoral del régimen. En segundo lugar, en el amplio espacio que se en-
cuentra entre el autoritarismo y la democracia, los autores identifican ex-
clusivamente un subtipo de democracia disminuida. En gran medida, esto
se debe a que la propuesta está construida como una alternativa a la clasi-
ficación dicotómica, aquella que reconoce solamente a los regímenes
extremos o puros11. Sin embargo, la investigación comparativa demuestra
que ese espacio puede ser ocupado por regímenes que de diferencian en

11 Los autores toman como expresión de la clasificación dicotómica fundamentalmente a Álvarez


et al., (1996) y a Przeworki et al., (2000). Adicionalmente como ya he señalado, cuestionan las
definiciones de Schumpeter (1996) y Przeworki (1995), por el carácter submínimo, pero tam-
bién la de Bollen (1990), por su carácter no procedimental.

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

diversos aspectos y en diversos grados. Si se considera que los cuatro cri-


terios de clasificación que destacan los autores pueden presentarse tam-
bién en diversos grados, entonces se debe aceptar que es posible que pue-
dan combinarse en múltiples formas. En consecuencia, la referencia a los
regímenes semidemocráticos siempre debería ser hecha en plural, esto es,
se debería aceptar que no se trata de un solo tipo de régimen sino que bajo
esa denominación pueden encontrarse diversos tipos, lo que se aprecia
espacialmente en el diagrama número 2.

Diagrama N.º 2 Ubicación de los regímenes semidemocráticos

Fuente: Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán (2001)

En la aplicación de sus criterios a diecinueve países de América Latina, los


autores incluyen a los tres países estudiados aquí. Bolivia y Ecuador apa-
recen como países democráticos en los años 1982-1999 y 1979-1999, res-
pectivamente, en tanto que Perú tiene esa calidad en 1980-1982, semide-
mocrático en 1983-1984, democrático en 1985-1987, semidemocrático
en 1988-1991, autoritario en 1992-1994 y semidemocrático en 1995-
1999 (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán, 2001: 49). Estos resultados
muestran los alcances y los límites de esta clasificación. Por una parte, es
relativamente sensible a los cambios que se producen en los principales
indicadores que la sustentan, como se observa en las diversas ubicaciones
que se le asigna a Perú a partir del golpe de Estado de 1992. Pero, por otra
parte, debido a que estas variaciones están asentadas fundamentalmente
en la realización de elecciones competitivas (Mainwaring, Brinks y Pérez
Liñán, 2001: 50), no puede expresar otras formas de desplazamiento

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

desde el régimen democrático hacia el autoritarismo. El ejercicio autorita-


rio del gobierno, como ocurrió en Ecuador en el período 1984-1988 y en
Bolivia en 1985, no son recogidos debido a las limitaciones que estable-
cen los criterios de la clasificación. Los propios autores son conscientes de
esta limitación cuando señalan que se podría clasificar a las “semidemo-
cracias en varias subcategorías, pero en todos aquellos casos tienen lugar
elecciones razonablemente libres y competitivas, mientras son afectados
otros elementos de la democracia” (Mainwaring, Brinks y Pérez Liñán,
2001: 50). El problema, en mi opinión, es que a pesar de haber incluido
inicialmente un conjunto de atributos en la clasificación, en el momento
de se aplicación se le otorga el papel fundamental a uno solo de ellos (las
elecciones razonablemente competitivas y libres)12.
La segunda clasificación trata sobre las democracias delegativas, definidas
como regímenes que “no son democracias consolidadas o institucionalizadas,
pero pueden ser duraderas [y que no presentan] amenazas inminentes de
una regresión autoritaria abierta, pero tampoco vislumbran avances en
dirección a una representatividad institucionalizada” (O´Donnell, 1992: 6,
cursiva en el original). El origen de estos regímenes se encuentra en el fra-
caso de la que el autor denomina “segunda transición”, que corresponde al
paso “de un gobierno democráticamente electo hacia un régimen democrá-
tico o, lo que es equivalente, hacia una democracia institucionalizada, con-
solidada” (1992: 7, cursiva en el original). El parámetro que determina “el
resultado de la segunda transición es el suceso [éxito] o fracaso en la cons-
trucción de un conjunto de instituciones democráticas que se convierten
en importantes puntos decisorios en el flujo del poder político” (1992: 7).
Este fracaso en la construcción de las instituciones democráticas establece
como premisa básica que el ganador de “una elección está autorizado a
gobernar en el país como le parezca conveniente y, en la medida en que las
relaciones de poder lo permitan, hasta el final de su mandato” (1992: 10).
De esta manera, el presidente pasa a ser “la encarnación de la nación, el

12 Aún restringiéndose a ese atributo, la ubicación de los países no sería exactamente la que presen-
tan los autores. Las elecciones peruanas en todo el período de Fujimori estuvieron cargadas de
sospechas sobre la limpieza, la libertad y las garantías para la oposición (Cotler, 2000; Tuesta,
1999; Conaghan, 2005). Las elecciones ecuatorianas de medio período del año 1986 tuvieron
también serias irregularidades (Pachano, 2000).

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Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

principal fiador del interés nacional, lo cual cabe a él definir” (1992: 10).
Finalmente, las “otras instituciones –como el Congreso y el Poder Judicial–
son incomodidades que acompañan las ventajas internas e internacionales
de ser un presidente democráticamente electo. La idea de obligatoriedad
de rendir cuentas (accountability) a esas instituciones, o a otras organiza-
ciones privadas o semiprivadas, aparece como un impedimento innecesario
a la plena autoridad que el presidente recibió la delegación de ejercer”
(O´Donnell, 1992: 11, cursiva en el original)

Diagrama N.º 3 Ubicación de las democracias delegativas

Fuente: O´Donnell (1992)

El énfasis del análisis está puesto en los regímenes donde los presidentes
gobiernan al margen de los procedimientos de accountability horizontal y
vertical. Esto marca la diferencia entre los regímenes de delegación represen-
tativa (es decir, las democracias liberales o representativas) y “aquellos en
que el elemento delegativo es fuertemente predominante” (O´Donnell,
1992: 12). La única forma de control desde la ciudadanía al Gobierno, en
las democracias delegativas, serían las elecciones que solamente tienen un
carácter retrospectivo y no funcionan como un mecanismo de control
durante la gestión. Por otra parte, éstas se caracterizan por la generalización
de prácticas políticas como el clientelismo y otras formas de particularis-
mo, que establecen una relación directa entre el mandatario y los electores
dentro de una perspectiva plebiscitaria (O´Donnell, 1992: 18). Un último
aspecto a destacar es que, a pesar de que son democracias escasamente ins-
titucionalizadas en el aspecto formal, no lo son en el aspecto informal y
tampoco se trata de regímenes efímeros (O´Donnell, 1992: 13).

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Capítulo IV. La calidad de la democracia

Me parece importante destacar tres aspectos de este enfoque. En primer


lugar, las democracias delegativas se alejan de la democracia en términos de
las características que asume el ejercicio de la presidencia. El elemento fun-
damental en este sentido es la ausencia de accountability y, por tanto, la pér-
dida o la reducción de la posibilidad de control a los políticos por parte de
la ciudadanía. En este sentido, se los puede considerar como regímenes ver-
ticales, que pueden dirigirse hacia formas autoritarias y que llevan a las
prácticas particularistas y plebiscitarias a su máxima expresión. En segundo
lugar, cabe destacar que, aunque las instituciones y el proceso de institucio-
nalización desempeñan un papel de importancia en la construcción con-
ceptual de este tipo de régimen, buena parte de la reflexión del autor está
basada en la manera en que los gobiernos enfrentaron la crisis económica
o, se puede decir, en la efectividad de sus políticas13. Por consiguiente, se
podría interpretar que, más que un tipo de régimen, es un tipo de gobierno,
lo que reduciría la riqueza explicativa del propio concepto. Finalmente,
muchos de los elementos que el autor destaca como componentes de este
tipo de régimen han sido los que tradicionalmente se han utilizado para
caracterizar al populismo14. Por consiguiente, no queda claramente estable-
cido su estatus como un concepto alternativo en este aspecto.
El autor no realiza el ejercicio de aplicación de su propuesta a la reali-
dad de cada uno de los países latinoamericanos, aunque señala algunas
pistas generales que permiten extraer conclusiones generales para los tres

13 El resultado de la segunda transición “está fundamentalmente condicionado por la políticas


públicas y por las estrategias políticas de varios agentes que incorporen el reconocimiento de un
interés superior común en la tarea de construcción institucional democrática (...) [Las democra-
cias delegativas] no alcanzaron progreso institucional ni eficacia gubernamental en el enfrenta-
miento de sus respectivas crisis sociales y económicas” (O´Donnell, 1992: 7).
14 Una crítica en este sentido se encuentra en Peruzzotti (2001). Este autor se pregunta “Si la
democracia delegativa parece ser un aggiornamento de las tradiciones populistas, ¿cuál es enton-
ces la fuente de sus diferencias?” (Peruzzotti, 2001: 137). La respuesta se encontraría, según este
autor, en el contexto de crisis en que emergen estos regímenes, que se caracteriza por la “subins-
titucionalización” (underinstitutionalisation) y la crisis económica y política. Sin embargo, en mi
opinión eso no zanja el problema con respecto al populismo, ya que buena parte de la explica-
ción del populismo se asienta precisamente en la crisis o en la manera en que se la buscar resol-
ver (Laclau, 2007; De la Torre, 2008a; 2008b) y, como se ha visto, O´Donnell atribuye el sur-
gimiento de la democracia delegativa al contexto de crisis y a la manera en que los gobiernos la
enfrentan. La similitud entre la noción de democracias delegativas y democracias populistas se
encuentra también en Morlino (2004: 11).

283
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

países estudiados. Así, afirma que en “las democratizaciones contemporá-


neas, solamente Uruguay y Chile están consiguiendo escapar de los círcu-
los infernales [de la democracia delegativa]” (O´Donnell, 1992: 18). En
consecuencia, el resto de países, entre ellos sin duda Bolivia, Ecuador y
Perú, caerían inevitablemente en alguna forma de democracia delegativa,
sobre todo a causa de la inexistencia de una tradición de instituciones y
prácticas democráticas (que si existiría en los casos excepcionales de Uru-
guay y Chile). Si esto es así, la noción de democracia delegativa constitui-
ría un apropiado recurso para calificar el tipo de régimen que se ha ins-
taurado en la mayor parte de países, pero no resultaría útil para identifi-
car las particularidades de cada uno. Además, aplicando los criterios bási-
cos de esta noción, se podría sostener que Bolivia dejó de ser una demo-
cracia delegativa entre 1986 y 2003, cuando logró mantener políticas eco-
nómicas y sociales de largo alcance y no hubo espacio para los liderazgos
plebiscitarios. Lo mismo podría decirse de Ecuador entre los años 1988 y
1996 (bajo los gobiernos de Rodrigo Borja y Sixto Durán Ballén) e inclu-
so entre 1998 y 2000 (durante el Gobierno de Jamil Mahuad, que sin
embargo terminó arrastrado por la peor crisis económica de su historia).
En definitiva, se puede afirmar que la noción de democracia delegativa
tiene básicamente un carácter descriptivo, en tanto es muy útil para iden-
tificar determinados rasgos generales, pero que no permite identificar con
precisión las especificidades de cada caso.
La tercera propuesta de clasificación es la que identifica al autoritaris-
mo competitivo como una forma disminuida del autoritarismo y no de la
democracia (Levitsky y Way, 2002: 52). No son regímenes que se despla-
zan hacia la democracia, como esperaba la transitología, sino hacia el auto-
ritarismo. Aunque “las instituciones democráticas formales son amplia-
mente vistas como los principales medios para obtener y ejercer el poder
político, los gobernantes violan esas reglas tan a menudo y tan amplia-
mente que el régimen fracasa en alcanzar los estándares mínimos conven-
cionales de la democracia” (2002: 52)15. Por tanto, al contrario de otras

15 Estos estándares –vale decir el concepto mínimo de democracia que sirve de referencia– se sinte-
tizan en cuatro criterios: “1) Los ejecutivos y los legislativos son escogidos a través de elecciones
abiertas, libres y limpias; 2) virtualmente, todos los adultos tienen derecho al voto; 3) los dere-
chos políticos y las libertades civiles, incluyendo la libertad de prensa, la libertad de asociación y

284
Capítulo IV. La calidad de la democracia

formas –como las democracias delegativas o los autoritarismos electorales


a las que aluden explícitamente los autores (Levitsky y Way, 2002: 53)–,
que buscan siempre mantener la fachada democrática, estos regímenes se
basan en la violación abierta o en la manipulación de las reglas de la
democracia. Eso es lo que lleva a que se sitúen más cerca del autoritaris-
mo que de la democracia (que en su representación espacial ocuparía un
amplio espacio, como se aprecia en el diagrama número 4). Sin embargo,
existe una débil línea que separa a estos regímenes del autoritarismo puro,
y es la que se establece por medio de lo que los autores identifican como
cuatro arenas de confrontación. Estas arenas (electoral, legislativa, judicial
y medios de comunicación) constituyen los espacios en los que la oposi-
ción puede plantear sus desafíos y llegar potencialmente a sustituir al régi-
men o democratizarlo en alguna medida (Levitsky y Way, 2002: 54).

Diagrama N.º 4 Ubicación de los autoritarismos competitivos

Fuente: Levitsky y Way (2002)

Tres elementos se destacan de esta propuesta. En primer lugar, Esta carac-


terización llama la atención sobre las posibilidades de un desplazamiento
hacia las formas autoritarias y no hacia las formas democráticas. La ruptu-
ra con el paradigma de la transición –en palabras de Carothers, a quien
citan los autores (Levitsky y Way, 2002: 63)– es más pronunciada en esta
perspectiva que en la de las democracias delegativas. La posibilidad de
involución hacia formas autoritarias es un hecho concreto, como se vio en
la libertad para criticar al Gobierno sin represalias, son protegidas ampliamente; y 4) las autori-
dades electas disponen de real autoridad para gobernar y no están sujetas al control tutelar de
líderes militares o eclesiásticos (Levitsky y Way, 2002: 53).

285
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

el caso peruano durante la década de Fujimori, que toman precisamente


como uno de los ejemplos de este tipo de régimen (Levitsky y Way, 2002:
61). En segundo lugar, la existencia de la débil línea que separa a éstos de
los regímenes autoritarios ofrece un espacio no solamente para el juego
político (restringido) de las fuerzas de oposición, sino que por esa misma
razón plantea desafíos conceptuales en términos de la posible evolución
de este tipo de régimen. De manera especial, se hace necesario contar con
el instrumental teórico adecuado para comprender las posibilidades reales
de abandono de esa situación. Es probable que una respuesta a esta
inquietud se encuentre en la actualización de la teoría de las transiciones,
ya que precisamente se haría necesaria una nueva transición (algo similar
a la segunda transición a la que alude la propuesta de las democracias de-
legativas), lo que obligaría a afinar el análisis hasta establecer los límites
que tendría esa transición y, consecuentemente, a encontrar el punto en
que se podría considerar que han dejado de ser autoritarismos competiti-
vos y han pasado a formar parte de otras formas de democracia desminui-
da. En tercer lugar, la denominación escogida y los atributos que desta-
can los autores llevan a considerar a estos regímenes más como formas de
autoritarismo que de democracia. Por consiguiente, se plantea un desafío
para su clasificación dentro de los regímenes democráticos, especialmen-
te cuando se trata de la medición o de la evaluación de su calidad. Efec-
tivamente, eso es así si se considera que su carácter sustantivo es el auto-
ritarismo y la democracia es solamente una adjetivación (reducida, por lo
demás a una de sus expresiones, la competencia electoral).
La utilidad de esta noción, para el análisis de los tres países estudiados,
se hace evidente cuando permite comprender las características del régi-
men vigente en Perú entre 1992 y 2000. Los autores señalan que este es
un caso paradigmático de autoritarismo competitivo y a la vez dejan
abierta la posibilidad o la duda de incluir también a Venezuela (Levitsky
y Way, 2002: 61). Esa duda se puede hacer extensiva a Bolivia y Ecuador,
que a partir de los recientes procesos constituyentes están instaurando
regímenes que pueden ser incluidos en esa categoría. En estos se encuen-
tran algunos elementos que son componentes básicos del autoritarismo
competitivo, como la manipulación electoral (por medio de la asignación
selectiva y excluyente de la publicidad oficial o el abuso de esta publici-

286
Capítulo IV. La calidad de la democracia

dad), la utilización del cobro de impuestos como arma política, el fomen-


to de conflictos entre actores económicos y sociales, la promulgación de
leyes restrictivas a los medios, entre otros (Levitsky y Way, 2002: 58). En
consecuencia, la noción de autoritarismo competitivo puede ser un instru-
mento adecuado para la calificación de situaciones en las que se han per-
dido los principales atributos de la democracia –especialmente en lo que
se refiere a los derechos tanto civiles como políticos– y apenas subsisten
los procesos electorales despojados de sus condiciones básicas.
La cuarta propuesta es la de las democracias iliberales (Zakaria, 1998),
entendidas como regímenes que mantienen las libertades políticas –bási-
camente las elecciones– pero irrespetan las libertades cívicas. La clave de
este tipo de régimen se encuentra en la defectuosa combinación entre Es-
tado de derecho y democracia o entre liberalismo y democracia. Las de-
mocracias contemporáneas “han encarnado, al mismo tiempo, la demo-
cracia y el liberalismo constitucional. Por tanto, es difícil imaginarlos se-
paradamente, ya sea en la forma de democracia iliberal o de autocracia li-
beral” (Zakaria, 1998: 6). Sin embargo, la evolución reciente de algunos
países recientemente democratizados demuestra que es posible esa separa-
ción, de modo que el “liberalismo constitucional nos ha llevado a la
democracia, pero la democracia no parece traer consigo el liberalismo
constitucional” (1998: 7).

Diagrama N.º 5 Ubicación de las democracias iliberales

Fuente: Zakaria (1998)

287
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

A diferencia de las otras propuestas reseñadas, el autor no desarrolla


los elementos que constituyen a la democracia iliberal como un tipo de
régimen. Su planteamiento se mantiene en un nivel extremadamente ge-
neral, pero no se puede negar el valor de este enfoque en cuanto llama la
atención sobre la tensión entre democracia y Estado de derecho y, de
manera especial, sobre la posibilidad de que esa tensión puede no ser re-
suelta adecuadamente. Como he destacado en el capítulo I, este es uno de
los problemas que enfrentan muchos países latinoamericanos y, de mane-
ra especial, los tres que son objeto de este estudio, pero a pesar de ello ha
recibido muy poca atención tanto desde la academia como desde la polí-
tica. La debilidad del Estado de derecho o, en otras palabras, el carácter
iliberal de sus democracias, es uno de los problemas más serios que en-
frentan en la actualidad estos países.
Considero que son necesarias dos observaciones acerca de este enfoque.
En primer lugar, del mismo modo que las demás clasificaciones, el aspecto
que determina la existencia de estos regímenes es la ausencia (o la mínima
expresión) de los derechos y las libertades. Los elementos procedimentales
son componentes esenciales de la democracia, pero en este caso aparecen
como insuficientes para considerar como tal a un régimen. En segundo
lugar, también de manera similar a algunas de las otras clasificaciones, ésta
identifica un solo tipo de democracia disminuida, lo que, junto al grado
de generalidad que he señalado, impide comprender claramente en dónde
se ubica con relación a ambos polos. No resulta claro si las democracias
iliberales se encuentran más cerca de la democracia o del autoritarismo,
ni en qué condiciones se podría asegurar que han dejado de ser iliberales
para convertirse en democracias completas o, en el caso contrario, en au-
toritarismos puros.
En su aplicación práctica a los tres países, el concepto de democracia ili-
beral resulta útil ya que refleja acertadamente la situación caracterizada por
las carencias en la construcción del Estado de derecho. Las deficiencias en
la vigencia de los derechos civiles, los obstáculos en el acceso de amplios
grupos sociales a la justicia, la manipulación de ésta desde las instancias
políticas (politización de la justicia) y su utilización para zanjar los proble-
mas políticos (judicialización de la política), son hechos generalizados en
todos ellos. En consecuencia –y a pesar de los avances logrados con respec-

288
Capítulo IV. La calidad de la democracia

to a épocas anteriores en que se intentó establecer regímenes democrático–,


los actuales ordenamientos constitucionales de Bolivia, Ecuador y Perú pue-
den ser calificados como democracias iliberales. Dicho de otra manera, el
concepto tiene utilidad para reflejar las características centrales de uno de los
aspectos básicos de la democracia. Sin embargo, sus límites son evidentes,
ya que no toma en consideración el resto de atributos de la democracia, lo
que no debe ser olvidado a la hora de utilizarlo en el análisis concreto16.
La quinta propuesta de clasificación es la que identifica a los regíme-
nes electorales autoritarios o autoritarismos electorales (Schedler, 2002;
2006), que se encuentran en una “zona nebulosa entre la democracia libe-
ral y el autoritarismo cerrado” (Schedler, 2002: 37). Pero, a diferencia de
la zona gris de los regímenes semidemocráticos, en este caso particular esa
zona nebulosa se configura no tanto en relación a la democracia liberal y
al autoritarismo, sino fundamentalmente con referencia a la que el autor
denomina democracia electoral. Para llegar a este punto, identifica como
tipos intermedios entre la democracia y el autoritarismo a la democracia
electoral y al autoritarismo electoral (Schedler, 2002: 47). Por tanto, son
cuatro tipos de régimen, que en una representación espacial ocuparían los
lugares que se observan en el diagrama número 6. Por consiguiente, el
paso más importante en la caracterización del autoritarismo electoral es la
identificación de los rasgos que le diferencian del autoritarismo cerrado,
por un lado (hacia la izquierda en el diagrama), y de la democracia elec-
toral, por otro lado (hacia la derecha). Desde esta perspectiva, los autori-
tarismos electorales son regímenes que “mantienen las elecciones, toleran
algún pluralismo y la competencia interpartidista, pero al mismo tiempo
violan las normas democráticas mínimas, tan severa y sistemáticamente
que no tiene sentido clasificarlas como democracias. Estos regímenes elec-
torales no constituyen formas limitadas, deficientes o distorsionadas de
democracia. Ellos son especies de régimen autoritario” (Schedler, 2002:
36). Por tanto, siendo parte de los regímenes autoritarios, se diferencian
de estos en la vigencia de las elecciones, no en los aspectos sustantivos de
vigencia y respeto a los derechos y a las libertades.

16 Esta limitación del concepto de democracia iliberal es la misma que se encuentra en la medición
de las libertades de Freddom House y hasta cierto punto de Polity IV. En estricto sentido, son
más bien mediciones el Estado de derecho que de la democracia.

289
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

Diagrama N.º 6 Ubicación de los autoritarismos electorales

Fuente: Schedler (2002)

El otro límite, el que los separa de las democracias electorales, se estable-


ce por el carácter de las elecciones. En las democracias electorales, “la
competencia política cumple con las normas democráticas mínimas; en el
autoritarismo electoral ellas no están presentes” (Schedler, 2002: 38). A la
vez, las democracias electorales se diferencian de las democracias liberales
en que mientras éstas “van más allá de los mínimos electorales, las demo-
cracias electorales no lo hacen. Éstas se arreglan para ‘obtener elecciones
rectas’, pero fallan en institucionalizar otras dimensiones vitales del cons-
titucionalismo democrático, como el estado de derecho, la accountability
política, la integridad burocrática y la deliberación pública” (Schedler,
2002: 37). En consecuencia, aunque el eje de la distinción de estos regí-
menes se encuentra en las elecciones (de ahí el adjetivo electoral para el au-
toritarismo), no se restringe a la realización o a la ausencia de ellas, sino
al conjunto de condiciones –a algún grado de vigencia de los aspectos sus-
tantivos– que se requieren para considerarlas democráticas.
Al respecto me parece pertinente hacer cuatro consideraciones. En pri-
mer lugar, es necesario destacar que, de la misma manera que la propuesta
del autoritarismo competitivo, este tipo alude a regímenes que se sitúan
en el campo del autoritarismo y no de la democracia. Por tanto, no se los
puede considerar como formas disminuidas de democracia, lo que consti-
tuye un elemento de importancia a la hora de emprender en análisis de
medición y calidad. Sin embargo, identifica también un subtipo de demo-
cracia (la democracia electoral), lo que otorga mayor precisión a la clasifi-
cación. En segundo lugar, es sugerente la diferencia que establece entre el

290
Capítulo IV. La calidad de la democracia

autoritarismo electoral y las democracias electorales (estas sí consideradas


como formas disminuidas de la democracia liberal) y, a la vez, entre éstas
y la democracia liberal. Son diferencias de grado en los aspectos esenciales
de vigencia de las libertades y de los derechos, vale decir, del Estado de
derecho. Esa diferencia exige mayor precisión y cuidado en el análisis, pero
a la vez hace más viable la identificación de cada uno de esos regímenes.
La definición de los umbrales que los separan pasa a convertirse en el ele-
mento central en la investigación empírica, con todas las dificultades que
ello supone pero a la vez con los beneficios que se pueden obtener de una
clasificación más detallada. En tercer lugar, aunque las elecciones aparecen
como el elemento que los califica y que los diferencia de los autoritarismos
cerrados, es conveniente destacar que la diferenciación con la democracia
(tanto con su vecina inmediata, la democracia electoral, como con la más
lejana democracia liberal), no está basada en la existencia o en la ausencia
de elecciones, sino en las condiciones de ésta. Por tanto, el análisis no se
reduce a la existencia o ausencia de esa dimensión, sino al conjunto de
condiciones que se integra en el concepto. Por último, es importante ob-
servar que más que la identificación de un tipo de régimen, este enfoque
proporciona una clasificación de varios tipos. En este sentido, se acerca
más a la perspectiva de los regímenes híbridos, desarrollada por Diamond
y Morlino, que a las de los otros autores considerados, ya que se guía por
la identificación de un continuum entre la democracia y el autoritarismo.
Como se verá más adelante, esto tiene mucha importancia para la medi-
ción y la evaluación de la calidad de la democracia.
Un ejercicio de aplicación de esta clasificación a los tres países es útil
para comprender algunas de sus características. Así, se puede asegurar que,
durante la mayor parte del período, en los tres países predominaron las
democracias electorales, esto es, regímenes en que la competencia política
cumplía con las normas mínimas, pero en un contexto que presentaba
muchos vacíos en los aspectos relacionados con las libertades y los dere-
chos. El caso especial, según los criterios de esta clasificación, se encontra-
ría en Perú, que vivió un período de autoritarismo cerrado, entre el golpe
de abril de 1992 y la instalación del Congreso Constituyente Democrá-
tico en enero de 1993, y uno de autoritarismo electoral, entre esta última
fecha y noviembre de 2000, en que se produce la renuncia de Fujimori y

291
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

se inicia la segunda transición (en que se volvería a la democracia electo-


ral). Aparte de este caso, en los otros dos países no se identifican situacio-
nes que configuren autoritarismos cerrados ni autoritarismos electorales,
aunque existen amplias probabilidades de que los procesos que se viven
en Bolivia y Ecuador deriven hacia esta última forma.
El último tipo de régimen es el de los regímenes híbridos, que abarca un
amplio espectro en la medida en que esos regímenes “combinan elemen-
tos democráticos y autoritarios” (Diamond, 2002: 23)17. Por tanto, se
trata de regímenes que pueden situarse en cualquier punto entre ambos
polos, manteniendo siempre algunos de los componentes mínimos de la
democracia. Pero, más allá de esa visión básica, y al igual que el resto de
tipos considerados aquí, su definición toma como punto de partida los
vacíos o las ausencias, ya que se establece en contraposición a la democra-
cia18. Así, se sostiene que “el análisis de una buena democracia no debe
incluir solamente a las democracias electorales, esto es, regímenes híbridos
cuyas fallas en asegurar un mínimo nivel de derechos civiles los mantie-
nen entonces debajo del umbral mínimo requerido para ser clasificados
como estrictamente democráticos” (Morlino, 2004: 10, cursiva en el ori-
ginal). En general, dentro de este tipo se incluyen “las democracias defec-
tuosas [que] son también la ‘contraparte’ de las buenas democracias. En
efecto (...) las democracias excluyentes, las democracias dominantes, las
democracias iliberales y las democracias delegativas son en sí mismas híbri-
dos institucionales” (Morlino, 2004: 11, cursiva en el original). “Todos
estos regímenes carecen de una arena de competencia suficientemente
abierta, libre y limpia para que el partido gobernante pueda ser fácilmente
depuesto del poder si no obtiene el apoyo de una mayoría del electorado.
Aunque la victoria de la oposición no es imposible en un régimen híbrido,

17 El uso del término híbrido para calificar a las nuevas democracias –concretamente a las de
América Central– se originó en Karl (1995). Con esa denominación llamaba la atención sobre
los regímenes que, a pesar de contar con elecciones competitivas y multipartidistas, se violaban
los derechos humanos y mantenían el tutelaje por parte de los militares.
18 En términos estrictos se debería decir que estos regímenes se definen también en relación con
los autoritarismos, ya que no son “ni claramente democráticos ni convencionalmente autorita-
rios” (Diamond, 2002: 25). Sin embargo, como he señalado antes, toda la elaboración concep-
tual al respecto forma parte de la teoría de la democracia y por tanto se definen en relación a
este tipo de régimen, lo que a su vez expresa el carácter normativo de esta reflexión.

292
Capítulo IV. La calidad de la democracia

esta requiere de un nivel de movilización, unidad, habilidad y heroísmo


mayor que el que se requeriría en una democracia” (Diamond, 2002: 24).
Esta definición de los regímenes híbridos se completa –en la propuesta
de Diamond– con una clasificación de estos de acuerdo a varios criterios.
Primero, sugiere medir separadamente a las democracias electorales y a las
democracias iliberales (Diamond, 2002: 25), ya que cada una de ellas pre-
senta características específicas que se sitúan en niveles de análisis diferentes.
Para decirlo en los términos utilizados en el capítulo I, las primeras se defi-
nen de acuerdo a la ciudadanía política, mientras para las últimas se toma
como referencia a la ciudadanía civil. Segundo, dentro de los regímenes
no democráticos el autor diferencia entre los que permiten algún tipo de
competencia electoral multipartidista y los que son políticamente cerrados
(2002: 25). Finalmente, dentro de los regímenes electorales autoritarios
separa a los autoritarismos competitivos de los hegemónicos. De esta ma-
nera, el autor establece cinco clases (y una residual). Estas son la democra-
cia liberal, la democracia electoral, los regímenes ambiguos (la clase resi-
dual), los autoritarismos competitivos, los autoritarismos electorales hege-
mónicos y los autoritarismos políticamente cerrados (Diamond, 2004:
26). Estas clases se situarían espacialmente de la manera que se ve en el
diagrama número 7.

Diagrama N.º 7 Ubicación de los regímenes híbridos

Fuente: Diamond (2002)

293
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

Cuatro aspectos se destacan en esta clasificación. En primer lugar, ella


está guiada por la combinación de la competencia electoral y la vigencia
de los derechos y las libertades como criterios básicos, pero el carácter
democrático o no de la primera depende del grado de cumplimiento de
la segunda. En efecto, el mayor o menor grado de democracia de uno de
esos regímenes no está dado por la realización de elecciones –e incluso no
solamente por la limpieza de éstas–, sino por la vigencia de los derechos
y las libertades, que son los elementos que definen el carácter de esas elec-
ciones. Por ello, no es posible verla exclusivamente como una clasificación
de las democracias electorales19. En segundo lugar, incorpora algunas de
las propuestas realizadas por otros autores, como los autoritarismos compe-
titivos (Levitsky y Way, 2002) y los regímenes electorales autoritarios
(Schedler, 2002). De esta manera, se convierte en una propuesta de inte-
gración de las perspectivas que se han concentrado en un sólo tipo de
régimen o que han identificado un número reducido de ellos (como es el
caso de Schedler), lo que indudablemente constituye un avance en térmi-
nos de la clasificación. En tercer lugar, su elemento central radica en la
búsqueda de la “gama de grises” (Diamond, 2002: 33), para superar la
visión en blanco y negro que resulta de la consideración exclusiva de los
tipos extremos (e incluso de un solo tipo intermedio). De esta manera se
abre la posibilidad de encontrar múltiples regímenes que pueden diferen-
ciarse entre ellos por el grado en que presentan uno o más atributos de la
democracia. Por último, cabe anotar que esta clasificación deja un vacío
cuando, en lugar de definir con la misma precisión que el resto de cate-
gorías, atribuye a una de ellas un carácter residual y una denominación
extremadamente general, como es la de regímenes ambiguos. Pero, a pesar

19 El riesgo de tomarla como una clasificación basada en el criterio electoral se encuentra en una
definición submínima de régimen democrático que aparece cuando Diamond sostiene que “Los
regímenes se consideran democráticos si tienen elecciones libres, limpias y abiertas para todas las
posiciones del poder político (...) Adicionalmente a las puntuaciones de Freedom House, tres
tipos de datos se extraen de mi clasificación de regímenes no democráticos: el porcentaje de esca-
ños legislativos en poder del partido gobernante, el porcentaje de votos obtenidos por el candi-
dato presidencial del partido gobernante y los años que el presidente en ejercicio ha permaneci-
do continuamente en el poder” (Diamond, 2002: 29). Por tanto, parecería que reduce la impor-
tancia de la vigencia de los derechos y las libertades. Sin embargo, la alusión a las puntuaciones
de Freedom House señalan en la otra dirección, ya que se refieren a los derechos y las libertades.

294
Capítulo IV. La calidad de la democracia

de ello, constituye la visión más acabada y compleja de los subtipos de


régimen, ya que permite identificar con mayor precisión cada una de las
diversas posibilidades de conformación de regímenes.
En su aplicación a Bolivia, Ecuador y Perú, esta clasificación permitiría
en primer lugar, ubicar a Perú en el casillero de los autoritarismos política-
mente cerrados (durante la dictadura de Fujimori) y en el de los autorita-
rismos competitivos entre 1993 y 2000. En segundo lugar, lo novedoso de
esta perspectiva es que, aparte de ese período en que Perú constituye una
excepción, los tres países se ubicarían durante la mayor parte del tiempo
alternativamente en el casillero de las democracias electorales y en de los
regímenes ambiguos20. En este último se incluiría a Bolivia en el año 1995,
Ecuador en el período 1984-1988, a Perú en la fase posterior a la renuncia
de Fujimori y, posiblemente, a Ecuador y Bolivia en la actualidad.
Después de esta revisión general de las propuestas reseñadas es necesa-
rio formular algunas conclusiones que tienen utilidad para el tratamiento
de la medición y la calidad de la democracia. En primer lugar, como he
venido reiterando, todas las clasificaciones o las propuestas de identifica-
ción de subtipos de democracia o de autoritarismo parten de una defini-
ción mínima de democracia. Implícita o explícitamente, la mayor parte de
esos enfoques toman como referencia al concepto de poliarquía de Dahl
(1989; 1991). Por tanto, utilizan una definición procedimental de la
democracia que no deja fuera de sus elementos constitutivos a la vigencia
del Estado de derecho, pero que no incluye los elementos estructurales
socioeconómicos, como equidad o distribución del ingreso. La selección
de este concepto mínimo se explica fundamentalmente porque, como se
vio en el capítulo I, la definición del tipo de régimen –cualquiera que sea
éste– no puede incluir elementos que corresponden al ejercicio del gobier-
no o a las políticas públicas. El buen desempeño de un régimen autorita-
rio no lo convierte en democracia, como tampoco ésta se transforma en
autoritarismo cuando en su ejercicio arroja resultados negativos. Como se

20 A pesar del vacío señalado antes con respecto a la categoría de regímenes ambiguos, ella permi-
te detectar las especificidades de los regímenes que van perdiendo las características de las demo-
cracias electorales pero que no pueden ser ubicados en uno de los casilleros de los autoritaris-
mos. Son regímenes que se sitúan en la frontera entre la democracia electoral y el autoritarismo
(Diamond, 2002: 27).

295
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

verá más adelante, en este último caso se transforma en una democracia


de baja calidad en términos de sus rendimientos, e incluso puede afron-
tar problemas de legitimidad (de resultados) pero no por ello cambia en
cuanto a régimen. Son otros los elementos que determinan el cambio de
régimen. Desde esta perspectiva, la utilización del concepto mínimo
alude de manera especial a la legitimidad de origen y de procedimientos,
que –de manera más implícita que explícita– son las que marcan los lími-
tes de cada uno de los subtipos con la democracia. La pérdida o la dismi-
nución de esas formas de legitimidad se encuentran en la construcción
conceptual de los enfoques revisados.
Adicionalmente, la selección del concepto mínimo tiene una explica-
ción operativa o metodológica. Cabe destacar que el interés de los diver-
sos enfoques reseñados puede ser la clasificación de diversos subtipos, la
identificación de un subtipo en particular o la medición de la democra-
cia. Por tanto, para alcanzar cualquiera de esos tres objetivos es imprescin-
dible contar con un concepto operativo que pueda expresarse en dimen-
siones, variables e indicadores. Con ello se pretende evitar los riesgos de
estiramiento conceptual y de incremento de la diferenciación, que se derivan
de las estrategias de ascenso y descenso en la escala de generalidad de un
concepto (Sartori, 1970; Collier y Levitsky, 1998). Como se desprende de
la revisión de las diversas propuestas, uno de los problemas básicos que se
debe enfrentar en la clasificación de regímenes y/o en la identificación de
un tipo de régimen es la delimitación. Los límites que separan a cada una
de las clases están determinados por conjuntos de atributos que deben
estar claramente enunciados y que, así mismo, deben ser observables en
la realidad. Para ello, es necesario considerar que, como cualquier otra
teoría, la de la democracia –de la que, como he venido insistiendo, forma
parte la reflexión sobre estos regímenes específicos– exige una coherencia
interna que a su vez está dada por la definición precisa de conceptos que
hagan posible la investigación empírica21.

21 La relación entre la teoría (de alcance medio) y la investigación empírica se manifiesta en que “En
las ciencias sociales, una teoría es una especulación razonada y precisa sobre la respuesta que cabe
dar a la pregunta de una investigación, e incluye una declaración de por qué tal respuesta es
correcta (...) para asegurarse de que una teoría es falsable, hay que elegir una que pueda generar
tantas consecuencias observables como sea posible” (King, Keohane y Verba, 2005: 29-30, cursiva

296
Capítulo IV. La calidad de la democracia

Como una crítica a este último argumento, se puede sostener que las
necesidades operativas no deberían sacrificar al contenido, esto es, que la
democracia no puede ser reducida a esa mínima expresión únicamente por
conveniencia práctica. Esa observación tendría validez solamente si el ca-
rácter mínimo y operativo del concepto violara el principio de inclusión
exhaustiva de todas las propiedades del objeto de estudio (la democracia).
Dicho de otra manera, y repitiendo lo que señalé en el capítulo I, caería
en aquella desviación si dejara fuera algunas propiedades de definición (Sar-
tori, 1992: 86). De la revisión realizada, se puede asegurar que las seis pro-
puestas cumplen con ese principio. Todas ellas definen como pilares de su
concepto a los elementos procedimentales de la democracia, pero no por
ello abandonan aspectos de fondo o de contenido que son también pro-
piedades de definición de ella, como la vigencia de las libertades civiles y
políticas o, en general, la vigencia del Estado de derecho. A pesar de ser
definiciones procedimentales no reducen la democracia a las elecciones.
Por consiguiente, al utilizar un concepto mínimo no sacrifican el conteni-
do de la democracia.
En segundo lugar, aunque todas esas clasificaciones destacan a los
componentes del régimen y del sistema político como los elementos en los
que se expresa cada una de las formas disminuidas, ellos no aparecen en
todos los enfoques como los elementos constitutivos de cada una de esas for-
mas. Dicho de otra manera, todos los autores revisados en las páginas an-
teriores consideran que las formas disminuidas se hacen evidentes por las
carencias en aspectos como la vigencia de las libertades básicas o la limpie-
za de las elecciones, pero en algunos casos esas carencias provienen de
aspectos propios del régimen (de su diseño institucional, de sus pautas de
procedimiento), mientras que en otros se originan en las acciones de los
gobernantes. En el fondo, esto lleva a preguntarse por las causas que pro-
vocaron el alejamiento de la democracia y por consiguiente a la constitu-
ción de cada uno de los diversos subtipos. En términos generales, se puede
sostener que las respuestas de los autores aluden, por un lado, a aspectos
propios de la conformación de los regímenes (vale decir a características

en el original). La apelación a las consecuencias observables se relaciona con lo que he señala-


do acerca de la necesidad de hacer operativa a la teoría por medio de dimensiones, variables e
indicadores.

297
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

estructurales derivadas de su diseño institucional) y, por otro lado, a ac-


ciones o prácticas de los gobernantes. Por tanto, en el primer caso se tra-
taría de características constitutivas de los regímenes políticos y, en esa
condición, plantearían problemas muy difíciles de resolver cuando se bus-
que superarlas. Por el contrario, en el segundo caso bastaría –en términos
muy simplistas– con un cambio de Gobierno para alterar la situación vi-
gente22. Pero, aunque será de mucha importancia en el análisis de los tres
países, no considero necesario entrar en ese tema en este momento ya que
sería un ejercicio poco fructífero en términos conceptuales y teóricos
dado que la identificación de las causas no consta entre las preocupacio-
nes de los autores revisados y, en consecuencia, cualquier esfuerzo en ese
sentido constituiría un estiramiento de las propuestas originales23.
En cambio, sí considero necesario destacar que cuando se hace refe-
rencia a cualquiera de estos tipos disminuidos de democracia se está alu-
diendo a sus características, tanto en el nivel del régimen político como
del sistema político, en los términos que propuse en el capítulo I. Por con-
siguiente, independientemente de las causas que hubieran provocado el
surgimiento de un tipo disminuido de democracia, sus características
deben expresarse como elementos constitutivos de éste. Esas característi-
cas no deben ser solamente elementos de expresión, como los he denomi-
nado antes, sino elementos constitutivos o, siguiendo nuevamente a Sartori
(1992), propiedades de definición. Esto quiere decir que cualquiera de los
regímenes híbridos, una democracia delegativa, un autoritarismo electo-
ral, una democracia iliberal, un régimen semidemocrático o un autorita-

22 El problema puede presentarse de manera mucho más compleja cuando se acude a la segunda
explicación, ya que las prácticas de los gobernantes pueden convertirse en formas ampliamente
aceptadas por el conjunto de los actores políticos y de la sociedad en general, hasta transformar-
se en pautas culturales de acción política. En ese caso prácticamente no tendrían importancia
los aspectos estructurales del régimen y la solución de los problemas sería aún más difícil que en
el otro caso.
23 Sin que exista claridad al respecto, en los enfoques de las democracias delegativas (O´Donnell,
1992) y de las democracias iliberales (Zakaria, 1998) se puede apreciar un cierto sesgo en el sen-
tido de atribuir la definición del tipo a las acciones de los gobernantes y no a las características
de su diseño y de su estructura. En cambio, las propuestas de Schedler (2002), Diamond (2002),
Diamond y Morlino (2004; 2005), Morlino (2004; 2007) y Mainwaring, Brinks y Pérez-Liñán
(2001) parecen aludir a causas propias del régimen. De cualquier manera, como lo he señalado
antes, ninguno de los autores se interesa en ofrecer explicaciones acerca de las causas.

298
Capítulo IV. La calidad de la democracia

rismo competitivo pueden ser calificados de esa manera en virtud de sus


respectivos atributos y no solamente por el ejercicio del Gobierno o por
las políticas específicas de un determinado momento. De esta manera, si
se encuentra un régimen democrático en que un Gobierno se desempeña
autoritariamente o que no cumple con todas las condiciones que se han
establecido en el concepto mínimo de democracia, no convierte automá-
ticamente al régimen en no democrático bajo cualquiera de las formas
mencionadas. Será, ciertamente, un Gobierno autoritario que actúa den-
tro de un régimen democrático (y que, en esa condición, incluso podría
presentar diversos grados de autoritarismo), pero no se podrá trasladar di-
rectamente esa condición al régimen.
A partir de esta consideración se hacen evidentes dos problemas para la
investigación empírica. El primero consiste en la necesidad de detectar con
precisión los límites que separan al régimen del Gobierno (o más bien al
ejercicio de este último). Para ello será necesario definir previamente y con
absoluta claridad los elementos constitutivos del régimen y también los del
Gobierno. El segundo se desprende de la posibilidad de encontrar la situa-
ción contraria a la señalada, esto es, que exista un Gobierno democrático
dentro de un régimen autoritario24. En este caso, además de contar con los
mismos instrumentos metodológicos y conceptuales señalados antes, el
tema central a dilucidar se referirá a los efectos que podría producir la acción
del Gobierno sobre el tipo de régimen. No se debe descartar, al respecto, que
el ejercicio autoritario del Gobierno puede dejar huellas negativas en la
democracia hasta llegar a afectarla en sus atributos fundamentales25.

24 El caso no es solamente hipotético. Los gobiernos peruanos posteriores a Fujimori pueden ser
un ejemplo de ello, ya que se mantuvieron –y en gran medida aún se mantiene– dentro de un
subtipo de autoritarismo establecido por la Constitución de 1992. Otro caso similar, fuera de
los tres países estudiados, es el de los gobiernos chilenos posteriores a la dictadura, que debieron
gobernar con la Constitución y las leyes del período autoritario, hasta que las reformas constitu-
cionales del año 2005 eliminaron los denominados enclaves autoritarios.
25 El caso más claro en los tres países se presenta con el mandato de Febres Cordero en Ecuador
(1984-1988), que a partir del ejercicio autoritario del Gobierno devino en un tipo de democra-
cia disminuida que, como he señalado antes, puede ocupar el casillero de los autoritarismos com-
petitivos, en la clasificación de Levitsky y Way, o de los regímenes ambiguos, en la de Diamond
y Morlino.

299
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

En tercer lugar, hay una diferencia clara entre los enfoques que reco-
nocen un continuo que va desde el autoritarismo hacia la democracia y
los que únicamente identifican un subtipo entre ambos polos. Como se
ha visto (con el apoyo de los gráficos), la propuesta de regímenes híbridos
(Diamond, 2002; Diamond y Morlino, 2004) y la de autoritarismos elec-
torales (Schedler, 2002) proponen explícitamente clasificaciones dentro
de un continuo entre ambos términos extremos. En efecto, en la clasifi-
cación de Diamond y Morlino, entre los autoritarismos políticamente ce-
rrados y las democracias liberales se encuentran dos subtipos de autorita-
rismo (el autoritarismo electoral hegemónico y el autoritarismo competi-
tivo) un subtipo indefinido (los regímenes ambiguos) y un subtipo de
democracia (la democracia electoral), definidos por el grado en que con-
tienen los diversos atributos clasificatorios. En la clasificación de Schedler
del autoritarismo electoral, entre el autoritarismo cerrado y la democracia
liberal se encuentra un subtipo de autoritarismo (el autoritarismo electo-
ral) y un subtipo de democracia (la democracia electoral), definidos tam-
bién por el grado alcanzado en sus diversos componentes. Por consiguiente,
en ambas propuestas pueden constituirse varios regímenes entre los dos
polos, lo que lleva a considerarlas como clasificaciones continuas.
Por el contrario, las otras clasificaciones identifican a un solo tipo de régi-
men que, de acuerdo a sus atributos o a sus características, se encuentran en
algún punto más cercano al autoritarismo, a la democracia o equidistante de
ambos extremos. Así, el autoritarismo competitivo de Levitsky y Way estaría
más cerca del autoritarismo puro que de la democracia, en tanto que la
democracia delegativa de O´Donnell ocuparía un lugar más cercano a esta
última. Los regímenes semidemocráticos de Mainwaring, Brinks y Pérez-
Liñán se encontrarían en un punto equidistante a ambos extremos. De cual-
quier manera, al identificar solamente a un tipo de régimen que ocuparía un
lugar entre esos puntos, estas clasificaciones plantean un problema más com-
plejo que las anteriores ya que no permiten establecer con relativa claridad
cuál es ese punto en que se sitúa cada uno de los regímenes identificados
como formas disminuidas de la democracia (o del autoritarismo). Así, al cali-
ficar a un régimen como democracia delegativa, autoritarismo competitivo
o semidemocrático, se lo puede situar en un amplio espacio entre ambos
extremos, lo que introduce gran imprecisión en la clasificación. De hecho,

300
Capítulo IV. La calidad de la democracia

en la medida en que puede situarse en múltiples puntos, un mismo tipo de


esos regímenes podría tener tantas diferencias en sus atributos que podría ser
considerado como varios tipos diferentes. Esto se evita con la clasificación
continua, que establece con mayor precisión las diversas posibilidades que se
encuentran a lo largo de la línea que corre entre los dos polos.
Por último, considero que a pesar de las diferencias entre estos enfo-
ques, no existen diferencias sustanciales entre ellos. Como he señalado
antes, todos ellos parten de conceptos bastante similares de democracia y
apuntan en la misma dirección cuando buscan determinar las carencias
que los constituyen como regímenes específicos. Básicamente, todos reco-
nocen que estos cumplen con los procedimientos fundamentales –concre-
tamente con la realización de elecciones para la selección de los principa-
les cargos políticos– y que la principal carencia se encuentra en el plano
de las libertades y los derechos. Por consiguiente, es posible tratarlos como
derivaciones de un solo cuerpo conceptual, y en esa medida es posible
adoptar una posición ecléctica que, sin considerarlos opuestos o excluyen-
tes sino más bien complementarios, puede tomar a cada uno de ellos
como la expresión de una situación específica. Pero, para ello es necesario
considerar los niveles de generalidad y de agregación de cada una de las
clasificaciones, identificando en primer lugar a las más generales –y por
tanto más incluyentes– e introduciendo en ellas las que aluden solamente
a situaciones específicas.
Desde esta perspectiva, es evidente que la clasificación más general y
más incluyente es la de los regímenes híbridos (Diamond, 2002; Dia-
mond y Morlino, 2005b; Morlino, 2004). Sin duda, es la que reconoce
una mayor cantidad de subtipos, por consiguiente la que registra de me-
jor manera los diversos grados que pueden diferenciar a los regímenes.
Además, como los propios autores lo destacan, incluye a varios de los
tipos que aparecen en las otras clasificaciones. En ella se identifican sub-
tipos como los autoritarismos electorales, los autoritarismos competitivos
y las democracias electorales que aparecen (no solamente con las mismas
denominaciones sino con similares atributos) en las clasificaciones de
Schedler y de Levitsky y Way. Pero también es posible incluir en ella a las
democracias iliberales de Zakaria (1998) y a las democracias delegativas
de O´Donnell (1992), ya que dentro de los regímenes híbridos se

301
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

encuentran regímenes que presentan características bastante similares a


las que destacan estos autores.

Medición de la democracia

La identificación de diversos tipos de régimen es no solamente un fin en


sí mismo –por el valor que tiene para la investigación empírica–, sino que
es también un medio para llegar a la medición de la democracia y a la eva-
luación de su calidad. Sin embargo, la revisión de la literatura académica
permite asegurar que no se ha desarrollado la reflexión de conjunto de los
tres temas (tipo de régimen, medición y calidad). La mayor parte de los
autores considerados en la sección anterior dirigen su esfuerzo fundamen-
talmente a la identificación de los subtipos de democracia y sólo una mi-
noría lo hace como parte de su preocupación por la calidad de la demo-
cracia (en realidad, en términos explícitos, solamente Diamond y Mor-
lino vinculan ambos temas). Por otra parte, quienes se han ocupado de la
medición de la democracia no siempre han tenido como objetivo el aná-
lisis de su calidad ni la identificación de subtipos. Así mismo, quienes han
tratado los temas de calidad, en muchas ocasiones han obviado los pro-
blemas de medición y han mostrado escaso interés en la identificación de
los subtipos. En definitiva, la relación entre los tres ámbitos es una tarea
que debe ser realizada. Sobre ella volveré en la tercera sección del presen-
te capítulo, cuando me ocupe de los problemas de la investigación sobre
la calidad de la democracia, pero para ello es necesario pasar revista pre-
viamente al campo de su medición.
Un primer punto al respecto es que se trata de un tema que está sien-
do abandonado por la investigación académica. Después de un primer
momento de auge, durante la década de 1980 y parte de la de 1990, el
interés fue decayendo mientras ganaban espacio los estudios sobre calidad
de la democracia. Los trabajos de Bollen (1980; 1990), Bollen y
Grandjean (1981), Bollen y Paxton (2000), Elkins (2000) y en menor
medida de (Coppedge, 1990; 2002) tenían como objetivo central la cons-
trucción de un procedimiento de medición más que la explicación de las
características de regímenes políticos concretos. A pesar de que en algu-

302
Capítulo IV. La calidad de la democracia

nos casos hacían referencia a algún país o utilizaban alguna base de datos
de un gran número de casos, eran fundamentalmente textos de carácter
metodológico26. Adicionalmente, estos estudios buscaban construir índi-
ces que pudieran sintetizar la medición de las diversas variables considera-
das. En ese contexto, el debate que se desarrolló a partir de estos enfoques
fue extremadamente metodológico y cargado de tecnicismos que final-
mente aportaban poco a la comprensión de los aspectos de fondo. El per-
feccionismo estadístico que guió a varios de los estudios terminó por hacer
perder de vista el fondo del asunto, que debía ser la explicación de las ca-
racterísticas de las democracias reales o concretas.
Un segundo punto acerca de este tipo de estudios, estrechamente rela-
cionado con el primero, es que ineludiblemente debía resolver el problema
de los parámetros y los instrumentos de la medición. Este es un paso
imprescindible en la medición de cualquier objeto o fenómeno, de mane-
ra que no se lo puede obviar cuando se intenta medir la democracia. Esto
significa, por un lado, delimitar el objeto de estudio y, por otro lado, selec-
cionar los instrumentos de medición. Aunque es evidente que el objeto de
estudio es la democracia, se hacía necesario establecer claramente el con-
cepto con el que se podría trabajar27. Es decir, nuevamente se presentaba la
necesidad de contar con un concepto operativo. Siendo la misma exigen-
cia que debieron enfrentar quienes buscaban identificar los subtipos de
democracia, la respuesta fue también similar y por tanto se acudió a un
concepto mínimo y procedimental de democracia. La mayor parte de auto-
res tomaron como punto de partida la definición de poliarquía de Dahl o
la de Schumpeter (Bollen y Paxton, 2000: 58; Coppedge, 1990: 51)28. Este

26 A manera de ejemplo, Bollen y Grandjean (1981: 653) hacen referencia a la aplicación de su


método a 113 países, pero no se interesan en presentar los resultados obtenidos. Algo similar se
encuentra en Bollen y Paxton (2000: 75), que presentan una tabla comparativa de 81 países
exclusivamente para demostrar la correlación entre las variables utilizadas y no para explicar las
características de los casos y sus diferencias. En términos estrictos, no son estudios sobre la
democracia, sino sobre los métodos de medición de la democracia.
27 De inmediato volveré sobre el problema del objeto de estudio, que es bastante más complejo
que lo que se puede entender al afirmar que éste es la democracia.
28 El uso del concepto de poliarquía se justifica, según Coppedge (1990: 52) porque ésta al igual
que la democracia es una cualidad de un sistema político, “pero a diferencia de la democracia
(al menos como es usualmente concebida), la poliarquía es también una dimensión. Hay gra-
dos de poliarquía en una gama que va desde la poliarquía total hasta la ausencia de poliarquía.

303
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

supera de manera óptima los problemas de barreras infranqueables que


presentan los conceptos maximalistas –es decir, de ausencia de referentes
empíricos que puedan cumplir todas las condiciones– y las de inclusión
indiscriminada de los conceptos minimalistas29. Por ello, se acudió a con-
ceptos que limitaban considerablemente el objeto de estudio, como el que
sostiene que “la democracia política es el grado en el cual el poder políti-
co de las elites es minimizado por las no-elites” (Bollen, 1990: 9).
Una vez definido el objeto de estudio, se hacía imprescindible descom-
poner el concepto en sus respectivas dimensiones y variables. Éste es en sí
mismo un campo de debate, ya que define el procedimiento de la medición.
Los resultados de ésta dependen en gran medida de la manera en que se
resuelva este problema, ya que por medio de las dimensiones y las variables
se establecen las condiciones para la comparación –que es uno de los pro-
cedimientos básicos en este ejercicio– y para el establecimiento de los gra-
dos con que se presenta cada atributo de la democracia. En uno de los pri-
meros intentos, se seleccionó a la soberanía popular y a las libertades políti-
cas como las dimensiones de la democracia (Bollen y Grandjean, 1981:
652). A su vez, la soberanía popular –entendida como la capacidad de con-
trol de los ciudadanos hacia las elites– debía desagregarse en variables como
elecciones libres, amplio derecho al voto, igual peso del voto y procesos elec-
torales limpios. Las libertades políticas, por su parte, se desagregaban en las
instituciones por medio de las cuales los ciudadanos pueden influir en las
decisiones de las elites, incluyendo la libertad de palabra, la prensa libre y la
libertad para hacer oposición (Bollen y Grandjean, 1981: 652). En general,

Aquellos que están buscando una medida que les permita hacer comparaciones entre estados
pueden por tanto encontrar una medición de poliarquía específica, que les dice más acerca de
los diversos grados o del fracaso en alcanzar la poliarquía completa que sobre la democracia”.
29 En su clasificación de los regímenes políticos, Álvarez et al., (1996) destacan la utilidad de un
concepto basado exclusivamente en la competencia electoral, que ellos reconocen como mini-
malista (Álvarez et al., 1996: 20). No deja de ser sugerente su negativa a introducir atributos que
“son demasiado importantes para ser resueltos por medio de una definición prescriptiva” (Álva-
rez et al., 1996: 18). Sin embargo, el uso de un concepto minimalista como el que proponen los
autores es tan amplio que no resulta útil para fines como los de la medición y la evaluación de
la calidad. El caso contrario, de definición maximalista –y por consiguiente escasamente opera-
tiva– es la de Freedom House, que incluye derechos económicos, desigualdades y derechos de
propiedad, entre otros. Como se verá más adelante, éste último deriva en un concepto subjeti-
vo y por tanto de poca utilidad para el análisis concreto.

304
Capítulo IV. La calidad de la democracia

se fue generando un cierto acuerdo en torno a la utilización, dimensiones


como competencia para la elección de los cargos del Ejecutivo y el
Legislativo, participación política, libertades políticas, soberanía popular y
vigencia de los derechos políticos y civiles (Bollen, 1990; Bollen y
Grandjean, 1981; Coppedge y Reinicke, 1990; Munck y Verkuilen, 2002;
Munck, 2006).
Un tercer punto que se destaca en estos estudios es la preferencia por
la medición cuantitativa (Bollen, 1990; Bollen y Paxton, 2000). La bús-
queda de índices que pudieran sintetizar el conjunto de dimensiones y
variables sometidas a medición, fue un gran aliciente para desarrollar ese
tipo de acercamiento. Fruto de ello son los diversos índices que se mantie-
nen en las mediciones periódicas de la democracia, como las de Freedom
House y de Polity IV o el índice de democracia electoral (IDE) diseñado
específicamente para el estudio del Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD, 2004). Sin embargo, la construcción de estos índices
lleva inevitablemente a recortar o a reducir los componentes de la demo-
cracia –en aras de tornarlos operativos– y tiene una alta carga de subjetivi-
dad que es prácticamente imposible de evitar. La ponderación de cada una
de las variables –un paso estrictamente necesario para la construcción de
cualquier índice– está cargada de arbitrariedad, especialmente cuando se
trata de sintetizar su peso en un valor específico. Así, por ejemplo, pueden
existir argumentos igualmente válidos para otorgar mayor peso a las elec-
ciones limpias que a la libertad de expresión, que para sostener lo contra-
rio (y lo mismo podría afirmarse de cualquier otro par de variables que se
someta a ponderación). La asignación de valor en gran medida expresa los
valores del investigador. Adicionalmente, la medición cuantitativa no
garantiza que se supere la subjetividad si la recolección de datos se ha he-
cho de una manera en que predominan los criterios de determinadas per-
sonas. Es lo que sucede con el índice de Freedom House, que expresa la
opinión de expertos acerca de cada una de las variables.
Un cuarto punto importante en la medición de la democracia, que
aparece en cualquier ejercicio de esta naturaleza, es la relación de causali-
dad que se establece entre las diversas variables seleccionadas. En términos
generales, en todos estos estudios la variable dependiente es la democracia
y las variables independientes son los diversos atributos que se asignan al

305
Calidad de la democracia e instituciones políticas en Bolivia, Ecuador y Perú

concepto básico y operativo con el que se trabaja. Sin embargo, en este


aspecto se presentan tres problemas de importancia. En primer lugar, al
afirmar que ese objeto es la democracia en sí misma –y no su calidad o su
grado dentro de algún criterio– se corre el riesgo de mantener el estudio
en niveles de abstracción tan altos que no permiten un acercamiento con-
creto al tema estudiado. En segundo lugar, precisamente por ese nivel de
generalidad, ese tipo de estudios tiene un alto riesgo de confundir entre
el estudio de los atributos de la democracia como régimen ya constituido
y las condiciones para el surgimiento de éste. En tercer lugar, la tenden-
cia a buscar causalidades –que está más presente en estos estudios que en
los de carácter cualitativo– abre mayores probabilidades para que se pre-
senten problemas de endogeneidad, esto es, de explicaciones basadas en
interrelaciones mutuas entre variables que pueden tomar alternativamen-
te la condición de causa o de efecto.
Finalmente, tanto en este tipo de estudios como en los de calidad de
la democracia, existe una diferencia significativa entre los arreglos meto-
dológicos y los instrumentos que se deben utilizar para el trabajo con un
caso, con varios casos y con muchos casos. El problema del tipo de estu-
dio, ya sea de caso, comparativo o estadístico, define en gran medida las
variables a usar y la selección de los respectivos indicadores. Como se ha
señalado reiteradamente (Collier y Mahon, 1993; Collier, 1999; Lijphart,
1971; Ragin, 1987; Caïs, 1997), las estrategias de investigación son muy
diferentes en cada uno de estos estudios30. Las posibilidades de profundi-
zación en el tratamiento de una variable determinada, que ofrece el estu-
dio de caso y la capacidad de comparación entre muchas variables, que
ofrecen los estudios comparativos y estadísticos, son ventajas que deben
evaluarse de acuerdo a los fines que se persiguen y que, por tanto, deben
adecuarse a la estrategia de investigación.
Para concluir, es necesario volver sobre el relativo acuerdo que existe
entre los autores en cuanto a la selección de las variables fundamentales

30 La literatura metodológica ha puesto mucho énfasis en las diversas estrategias que se deben
seguir en cada tipo de estudio. La diferencia entre los estudios de un caso, de algunos casos y de
muchos casos no es solamente un problema de tamaño, sino de metodología. La adecuación de
los indicadores, las variables y las dimensiones al N (el número de casos), es uno de los temas
claves de debate en el ámbito metodológico de las ciencias sociales (Collier, 1999).

306
Capítulo IV. La calidad de la democracia

en este tipo de estudios, al que me referí antes. Acudo para esto a dos pro-
puestas. En primer lugar, a la de Coppedge y Reinicke (1990: 53-55) que
contiene las siguientes variables: elecciones libres y limpias; libertad de
asociación; libertad de expresión; disponibilidad de fuentes alternativas de
información; derecho al voto. En segundo lugar, a la clasificación hecha
por Munck y Verkuilen (2002: 10) que, al recoger nueve propuestas dife-
rentes tiene un carácter más comprehensivo. Ellos destacan las siguientes
variables centrales: competencia por los cargos; participación; inclusión y
competencia; coerción; libertades políticas; soberanía popular; competen-
cia electoral; derechos políticos y derechos civiles; limitaciones al poder
Ejecutivo31. En definitiva, como he señalado antes, hay un acuerdo básico
en la selección de las variables, lo que guarda coherencia con el concepto
mínimo y procedimental que sirve de base para todo el análisis.
Finalmente, la medición de la democracia como ámbito teórico y
metodológico, fue un predecesor de importancia para el análisis de la cali-
dad de la democracia. Aunque son dos campos de estudio diferentes, es
evidente la relación complementaria que existe entre ambos, especialmen-
te en los estudios cuantitativos que buscan construir índices de calidad. Sin
embargo, esa estrecha relación no significa que uno de los dos campos se
disuelva en el otro o que constituyan un solo ámbito de estudio. Más bien,
es necesario tomar a la medición de la democracia como un posible subsi-
diario –no indispensable– para el estudio de la calidad. Desde esa perspec-
tiva, el ámbito de la calidad de la democracia puede incluir al de la medi-
ción y por tanto es bastante más amplio que éste. Como se verá en la
siguiente sección, el estudio de la calidad puede requerir de la medición,
pero puede también prescindir de ella sin que eso afecte a sus resultado.

31 Los autores considerados por Munck y Verkuilen son Álvarez et al., (1996), Arat (1991), Bollen
(1980), Coppedge y Reinicke (1990), Freedom House a través de Ryan (1994), Gasiorowski
(1996), Polity IV, a través de Marshall y Jaggers (2001) y Vanhanen (2000).

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