22 El Estado Gendarme
22 El Estado Gendarme
22 El Estado Gendarme
El liberalismo profesa una exagerada creencia, muy rousseauniana, en la bondad natural del
hombre. Recordemos, de paso, que el pensador ginebrino suponía un lejano y utópico pasado
en el cual los hombres vivían en contacto con la naturaleza y con una libertad ilimitada. Pero
la sociedad ha corrompido al hombre y le ha limitado su libertad. Nos queda como recurso
mágico, que en realidad no resuelve nada, el pretendido contrato social. Es el caso de que la
libertad, pseudo – libertad de hacer lo que venga en gana se concibe como ausencia de trabas,
cuando en rigor, la verdadera libertad, es una facultad de dirigirse hacia el bien por motivos
racionales.
La organización política del Estado – gendarme reduce la función de gobierno a la sola y pobre
tarea de vigilar el orden policial externo. La célebre Ley Chapilier, típicamente liberal, prohibía
toda clase de asociación, creyendo proteger, en esa forma, la originaria condición libérrima de
los hombres. Al derribarse los sindicatos, las instituciones religiosas de beneficencia, las
asociaciones económicas y culturales de la estructura social, sobrevino la competencia
desenfrenada con el triunfo de los más poderosos. El Estado parecía un ancho solar por el que
vagaban como fantasmas los individuos. La lucha de todos contra todos convirtió al hombre
en lobo del hombre. Entregado a su propia debilidad, el individuo se mantuvo como ente
fungible, aislado, hostil a toda forma de comunidad. Los campesinos fueron desposeídos de
sus tierras; los obreros fueron explotados por el sistema del sudor, considerando su fuerza de
trabajo como mercancía sujeta a la ley de oferta y demanda; los pequeños comerciantes y la
clase media padecieron servidumbre. ¿Y el Estado? El Estado – gendarme vigilaba, con
neutralidad de espectador, la enorme y atroz injusticia.
Una libertad imposible, carente de los medios necesarios para realizarse y protegerse, terminó
por amargar la conciencia de los ingenuos que creyeron en las promesas de la demagogia
liberal. Se confundió el individualismo con la liberación y el aislamiento con el triunfo sobre la
opresión. La multitud miserable fue fácil presa de los audaces sin escrúpulos. La doctrina de la
plena autonomía individual, aplicada a la vida social, condujo a la explotación del hombre por
el hombre y a la pérdida de la auténtica libertad.
Dentro de la concepción política del Estado – gendarme, el propietario puede usar y abusar de
su propiedad aun con menoscabo del bien común. El absentismo puede estar a la orden del
día. Los monopolios y la usura podrán prosperar a costa de la felicidad de los pobres. El
inmoderado lujo de unos cuantos florecerá sobre el pauperismo general.
Decir que el Estado es gestor del bien público temporal implica aceptar su intervención
positiva en el ámbito económico. Pero ¿hasta dónde es legítimo y deseable que el Estado
intervenga? ¿Cómo evitar un intervencionismo desenfrenado? ¿Cuál es el justo límite de la
intervención estatal?