SOBRE LA PROBLEMÁTICA DE LA HOSPITALIDAD - Juan Pablo Rico

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SOBRE LA PROBLEMÁTICA DE LA HOSPITALIDAD: Aproximaciones a “la pregunta

del extranjero” en Jacques Derrida

Juan Pablo Rico Pimienta

¿Existe un modo absoluto de acoger al otro, de recibirlo en mi hogar y convivir con él?
Derrida se enfrenta a esta pregunta en su texto sobre “La hospitalidad” (1997). Pregunta que
surge sólo por la venida de otro, que viene de otro lugar, completamente diferente al mío: un
extranjero. Pregunta punzante, que cuestiona mi comodidad, el orden establecido de mi hogar;
que llama a mi puerta y es inevitable, diciéndome: estoy aquí… necesito de ti… e
inmediatamente te preguntas: ¿y ahora? ¿Qué hago? Esta pregunta (del extranjero) no es solo una
pregunta más. Es una manifestación. Manifestación que me cuestiona, precisamente porque su
sola presencia invoca a la mía, a que haga algo, a que acuda a ese llamado, ya sea para atenderlo
o ignorarlo, pero nunca negarlo, ya que él estuvo ahí frente a mí. Eso nos lleva por necesidad a la
siguiente pregunta: ¿Qué pasa en este encuentro, como acabamos de ver, aparentemente
inevitable, entre lo mío y lo del otro? Derrida intentará desarrollar la noción del extranjero para
poder dar respuesta a esta cuestión. En lo que corresponde a nosotros, nuestra tarea aquí será
seguir esos puntos importantes de ese desarrollo, pero alimentando nuestra propia reflexión sobre
la problemática de la hospitalidad.

En primer lugar, Derrida iniciará planteando que la venida del extranjero contiene una
cualidad muy particular: es parricida. Esto es: amenaza la lógica (logos) paterna, la autoridad de
lo ya establecido, el orden del hogar, el orden familiar. Por ello es que Derrida hablará de un ser-
en-cuestión, es decir, un ser que está en cuestión, que está puesto en duda. Y ese ser no es otro
ser sino aquel que recibe al extranjero. Y ese solo encuentro pone en duda su propia condición de
hospitalidad, de aceptar o condenar lo diferente a sí mismo, a su propio orden. Este planteamiento
se enmarca dentro del contexto de la antigua Grecia, especialmente aquella a la que podemos
acceder a través de los diálogos de Platón. Estos nos muestran cómo la hospitalidad en la
democracia y en general en la sociedad de la Grecia clásica era concebida como una contingencia
de una condición bajo la que estaba subordinada: el pacto de hospitalidad, el contrato que liga a

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la sociedad con el extranjero (Xenia). Este pacto se fundamentaba en la reciprocidad. Es decir, el
extranjero tenía la posibilidad de ser acogido por la gente, siempre y cuando, además de tener sus
derechos, cumpliera con sus deberes. Esto lo que nos muestra es una predisposición moral hacia
el extranjero. El extranjero pasa a ser parte de la sociedad inscrito bajo una moralidad
(Sittlichkeit), sujeto a un orden moral, acogido ya al lenguaje paterno, pero que irónicamente,
pasaría de nuevo a estar fuera de este orden, a ser nuevamente extranjero, si no cumpliera, si
resistiera a subordinarse bajo esos parámetros. Por lo tanto, esta visión de hospitalidad será
denominada por Derrida como una “hospitalidad condicional”: ―Acoja nuestra ley para que
nuestra ley lo acoja a usted…― Por ello, y ya para concluir este primer punto, la pregunta que
hay que hacernos frente a esta forma de hospitalidad, siguiendo a Derrida, es: “¿Debemos exigir
al extranjero comprendernos, hablar nuestra lengua, en todos los sentidos de este término, en sus
extensiones posibles, antes y a fin de acogerlo entre nosotros?” (Derrida, J., 1997, p. 21)

Frente a esta hospitalidad con condición que acabamos de exponer, se vuelve necesario
pensar en la posibilidad de una hospitalidad que, por contraposición lógica, sea incondicional.
Que desafíe el orden y la necesidad de reciprocidad de la hospitalidad pactada, que no es sino:
una hospitalidad de derecho. Y la aparición de esta otra forma de hospitalidad cuestiona
fuertemente a este pacto, a esta relación social de derecho en la que pido al otro que se justifique
ante mí para que así pueda acogerlo. Cuestiona ese primer encuentro (si es que acaso toda vez no
es sino una primera vez…), la pregunta por el ¿Cómo te llamas? En ese preguntar, esperamos la
respuesta del otro, que nos diga su nombre, que se muestre. Resulta que esta hospitalidad
incondicional nos muestra una cara del asunto que permanece oculta dentro de la concepción
democrática de la hospitalidad: que bajo este mecanismo, toda sociedad se acostumbrará y estará
predispuesta a esperar algo a cambio. La hospitalidad resulta ser entonces una transacción y no
una acogida desinteresada del extranjero. Crítica importante, a propósito, frente aquellas posturas
altruistas que presumen llevar el estandarte de la “ayuda desinteresada”. Precisamente porque lo
que muestra Derrida, en el caso de la hospitalidad, pone en duda ese acento de “desinterés”. Sin
embargo, toda esta exposición no resuelve la pregunta por la práctica. ¿Debo abrir mis puertas a
cualquiera que llegue?...

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Ahora bien, digamos que el análisis hasta ahora, en su mayor parte, se enmarca mejor al
contexto de la democracia griega clásica. Pero, ¿en lo que concierne a la época de quien lo
escribe qué? Derrida tiene esto presente y por ello, habiendo ya partido de lo que se entendía por
extranjero en la sociedad griega, parte de lo que se entiende en su momento, en su tiempo ―muy
próximo al nuestro―, por extranjero. Para ello encuentra conveniente partir desde lo que dicta el
sentido común, que en este caso es el sentido más estricto y compartido por su sociedad:

“(…) en un sentido común, extranjero se entiende a partir del campo circunscrito del
“ethos” o de la ética, del hábitat o de la morada como ethos, de la Sittlichkeit, de la
moralidad objetiva, principalmente en las tres instancias determinadas por el derecho y
por la filosofía del derecho de Hegel: la familia, la sociedad burguesa o civil y el Estado o
nación.” (Derrida, J., 1997, p. 49)

Derrida nos muestra así, que lo que entienden en su tiempo, en su cultura, al referirse a
“extranjero”, comparte todo un campo de similitudes con la concepción de la antigua sociedad
griega. Y esto no es mera casualidad, es así porque es tradición que hereda la cultura. Tradición
que permea hasta nuestros días. Y así como debemos a ella un suelo donde pisar, también hemos
de cuestionar si acaso este está construido sobre terreno hueco, no vaya a ser que se nos abra el
socavón bajo nuestros pies…

La investigación de Derrida sobre el concepto de extranjero se encuentra con dos


equívocos que resultan tan interesantes como problemáticos. Por un lado el concepto griego
(Xenos) que puede usarse para designar tanto al anfitrión como al huésped. Y por otro lado, a
partir de la lectura de Benveniste, ver las dos acepciones latinas de “extranjero”, de las cuales
podemos entender al extranjero: recibido como huésped o como enemigo. Ambas versiones del
concepto, tanto la griega como la latina, denotan una ambivalencia que pone en juego a la
hospitalidad misma. Puesto que por un lado, así como otros pueden llegar a nuestra puerta como
extranjeros, en cualquier momento podemos ser nosotros ―y eventualmente ocurre― quienes
llegamos a la puerta de otro como extranjeros (si es que acaso no somos extranjeros también para
nosotros mismos…); y por otro lado, la relación de derecho, esa hospitalidad condicional, me
dicta que no puedo dejar pasar a cualquiera, que hay un límite y que si el otro no lo respeta puede
pasar de ser acogido, a ser condenado.

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Por todo lo anterior, Derrida concibe a la reflexión sobre la hospitalidad, como una que
muestra la paradoja de la hospitalidad tradicional, clásica. No existe hospitalidad sin soberanía
del sí mismo sobre el propio hogar, tampoco sin finitud, debe haber límites y por consiguiente
uno se ve obligado a filtrar y decidir a quién acojo y a quién no. Al establecer unos límites y
rechazar a unos, irónicamente estoy ejerciendo la xenofobia, aunque sea de forma indirecta. A
esto es a lo que Derrida llama la “paradoja de la pervertibilidad de la hospitalidad”.
Pervertibilidad, ambivalencia que para él se debe a la “inscripción de la hospitalidad en un
derecho”. Y es en relación a esta inscripción de la hospitalidad como ley que Derrida analiza un
último punto que trataremos a continuación.

El punto es este: La revolución de las comunicaciones amenaza la situación política del


Estado tradicional que hace esfuerzos por proteger lo que considera propio y puede pervertirse a
través del contacto entre tantas identidades, tantas culturas, tantos otros. ¿A qué recurre este
Estado? A tomar medidas de control y vigilancia. Sin embargo, estas medidas que se suponían
debían proteger los propios intereses del estado, terminan afectando a los propios integrantes de
esa sociedad. Para ejemplificar: uno de esos casos particulares que resultan tanto cómicos como
lamentables es el de la pornografía y la censura en Alemania en esa década de los noventas que
nos muestra Derrida. Este caso, en palabras breves, nos muestra cómo una medida,
tecnológicamente programada, que debía censurar los contenidos de la web que llevaran palabras
con un uso pornográfico como “mama”, termina cerrando un foro de conversación para pacientes
con cáncer de mama… Sin embargo, podemos pensar en casos de mayor controversia, como lo
ocurrido en nuestra década con la NSA en los Estados Unidos, donde, con el pretexto de proteger
la seguridad y soberanía nacional, esa institución gubernamental tenía las comunicaciones de la
mayoría de la población civil interceptada, pudiendo así escuchar y leer sus conversaciones,
recopilar sus registros de búsqueda, rastrear y vigilar toda una gran cantidad de datos sobre las
vidas de las personas. Esto ocurre, explica Derrida, precisamente por esa inscripción de la
hospitalidad a un derecho; por ese tener que rendir cuenta, por ese tener que justificarse ante el
dueño de la casa, el Xenos anfitrión, mostrándose. No puede haber secreto, no hay derecho a
mentir, por eso cuanto más se cifran los mensajes, cuanto más se codifican las comunicaciones
(vía internet, vía e-mail, vía teléfono, vía celular, vía redes sociales, etc.) más se producen las

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condiciones para que lo que debería permanecer en secreto sea accesible. Este efecto paradójico,
esta perversión siempre posible y virtualmente inevitable es el producto de este artificio, de esta
máquina circunscrita a una ley que acaba con la posibilidad de hospitalidad. ¡No hay hospitalidad
bajo este mecanismo tan ambivalente y mojigato!

La exposición de este último punto nos muestra un aspecto totalmente problemático:


todos, en nuestra condición de seres políticos, de pertenecientes a una sociedad-familia, estamos
en constante cuestión frente al Estado. Somos huéspedes de este Señor que nos pone en duda
(¿con la intención de protegernos de nosotros mismos?) Es que tiene que haber un ratero, un loco,
un estafador, un violador, un paraco, un guerrillero, un asesino, un extorsionador, un
secuestrador, un corrupto, etc. De modo que podamos escoger quien pertenece a nuestro hogar y
quién no. Por eso cabe la pregunta de si realmente existe un límite claro entre lo privado y lo
público. Con toda razón, el mismo Derrida exclama: “¡Uno ya no está en su propio hogar!”
(Derrida, J., 1997, p. 51)

Toda esta reflexión sobre la hospitalidad nos muestra cómo nuestra relación con el
extranjero está de cierta forma configurada por una historia, una política y una filosofía. Que hay
una indisociable conexión entre lo que aparentemente creo como propio a mí, pero que resulta ser
tan relativo expuesto bajo el orden de la Ley, que irónicamente lo propio y lo ajeno se confunden
y la susodicha hospitalidad termina siendo una paradoja virtualmente impracticable. Dicho esto,
cabe preguntarnos: ¿a qué puede aspirar una reflexión sobre la hospitalidad en nuestras vidas, en
nuestro mundo? “¿Será que ya es demasiado tarde?” Como se pregunta Derrida. (Derrida, J.,
1997, p. 75) Vemos en Derrida una invitación a la constante reflexión, al cuestionar nuestra
propia identidad, nuestros prejuicios, nuestra forma de acoger a ese otro absolutamente otro
representado en la figura del extranjero, con su diferente forma de ser, de estar-en-el-mundo; con
su forma distinta de pensar, de vestir, de hablar, de sentir, de expresarse, de moverse, de existir…
sea persona, animal, planta, cosa o no-cosa que esté en este mundo con nosotros. Una invitación a
cambiar, muy difícilmente de una vez por todas; pero sí a un cambio de perspectiva, de
conciencia sobre la inevitable pervertibilidad de la hospitalidad y que los atropellos, la

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discriminación, el rechazo y las violaciones, a veces son tan sutiles e imperceptibles que
olvidamos que así como podemos ser víctimas, podemos, también, convertirnos en victimarios.

BIBLIOGRAFÍA

Derrida, J. (1997). La hospitalidad. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2008.

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