Aspectos Del Romanticismo en Colombia PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

Aspectos del Romanticismo

en Colombia

EL deverdadero
y grande romanticismo signific6 para
Europa una
las mis fecundas y vastas revoluciones del siglo xIx. En Co-
lombia tuvo esta escuela insignes representantes. Casi todos ellos
recibieron la influencia directa de Victor Hugo, a quien se tribut6
en Colombia un resonante homenaje, publicando un volumen que
contenia poemas del gran poeta frances, traducidos en castellano por
renombrados escritores de America. Esto da idea del enorme pres-
tigio que alcanz6 en el pais el autor de La leyenda de los siglos,
prestigio que alcanz6 no solamente a la lirica sino a la misma poli-
tica. Sabido es, por ejemplo, que cuando a mediados del siglo pasado
se comenzaban a debatir en las cmaras legislativas los problemas
sociales, que apuntaban en Europa con temerosos caracteres, y que
Zola alcanz6 a recoger, como el eco de una tempestad lejana, en
algunas de sus novelas, nuestros oradores acudian a Hugo en busca
de argumentos y de tesis que favorecieran sus pretensiones, exacta-
mente como se recurre hoy a los grandes tratadistas de economia
politica. Era Victor Hugo, entonces, como el padre de una nueva
humanidad, como el vocero de reivindicaciones humanas que en-
carnaban en el revolucionario de ese tiempo, amigo del pueblo, ene-
migo declarado de los monarcas, y profeta de cataclismos futuros
que volcarian radicalmente el orden social existente. El profetismo de
Hugo fue una' de las mas curiosas y admirables fases de su genio;
ese profetismo, unido a su volcinico poderio verbal, le concedi6 sobre
las masas populares el ascendiente de un Jeremias o de un Ezequiel
que retaba a los siglos, citaba a los muertos sobre las llanuras del
tiempo y anunciaba grandes y terribles castigos para los Reyes y para
276 R E VIS TA IB E ROAM ERIC AN A

los Pontifices. Es claro que no se ocultaban al genio de Victor


Hugo las inevitables transformaciones que se avecinaban para la hu-
manidad, tanto que muchas de sus visiones se cumplieron al pie de
la letra. Victor Hugo ha sido uno de los hombres que mas clara in-
tuici6n han tenido de los destinos humanos, y si en su poca pudo
creerse que exageraba el tono de sus predicciones, o que mezclaba
a ellas los resentimientos politicos que ardian en su coraz6n dan-
tesco, vistas las cosas con criterio contemporineo, puede afirmarse
que el gran poeta frances es uno de los creadores del nuevo espiritu
social que contemplamos y de la nueva organizaci6n del mundo.
Pero dejando a un lado el aspecto politico de la influencia de
Hugo, es indudable que en el terreno de la poesia todos nuestros
romanticos sintieron muy de cerca el aliento del formidable vate
frances. En Rafael Pombo esti clara esta influencia, a pesar de que
el autor de "Noche de diciembre" tenia tanto genio que la ayuda
prestada por Hugo a sus alas, queda casi anulada por el impetu pro-
pio de su vuelo. Sobre Julio Fl6rez tambien cay6 la luz de aquella
enorme estrella; pero nuestro poeta quiz6s no Ileg6 a asimilar plena-
mente ninguna de las grandezas que hay en "Las contemplaciones",
o en las "Hojas de otoio", limitindose a algunas parodias vacias o
demasiado ret6ricas. Ejemplo de esto los versos que Fl6rez dirigi6
al general Rafael Reyes, o los sonetos con que pretendia fulminar a
determinados presidentes suramericanos, cosas todas que hoy pro-
ducen una lastimosa sensaci6n de ira afectada, y que ni siquiera
conservan el acento patri6tico y la dignidad humana que se advierte
en los versos politicos de don Julio Arboleda. Mas afortunado estuvo
Fl6rez en otras imitaciones de Hugo, del Hugo florestal y nupcial
que se embelesaba con los nifios y con las flores, o con el simple
especticulo de la naturaleza. Con todo, hay que advertir que Julio
Fl6rez no hizo propiamente profesi6n de victorhuguismo, como si la
hicieron Diaz Mir6n, en Mexico, y Olegario Andrade, en la Argen-
tina, y que su vena popular, y sus aciertos geniales bastan para ase-
gurarle un puesto propio en el Parnaso colombiano.
Hubo un poeta colombiano, no tan conocido como Fl6rez ni como
Pombo, que asimil6, mejor que nadie, la grandeza romintica de
Hugo. Me refiero a don Jose Maria Rivas Groot, autor de una de las
poesias mas hermosas de nuestro repertorio lirico. Es el poema titu-
lado "Constelaciones". Pudo haberlo firmado Hugo, reconociendolo
como a hijo legitimo de su genio literario. A una forma resplandecien-
Es TUDIOS 277

te, junta esa poesia una pasmosa elevaci6n de imagenes y de ideas,


sostenida desde el principio hasta el fin, circunstancia en que aventaja
Rivas Groot al mismo Fallon, que s6lo alcanza en tres o cuatro
rasgos de su canto "A la luna", la esfera de lo sublime, permanecien-
do la mayor parte del tiempo en la zona de lo descriptivo y pintoresco.
Rivas Groot, no. Desde un principio se remonta, y la imagen con que
remata su poema dificilmente ha sido superada por lirico alguno ame-
ricano. No escribi6 el sefior Rivas Groot poesia posterior que riva-
lizase con aquilla. En prosa di6 a luz una novelita liamada Resurrec-
cion, de ambiente europeo. Es una obra poemitica, con una debil
trama novelesca, y con algin prop6sito doctrinario esbozado en la
parte final. Pero es significativo ese libro porque condens6 las aspira-
ciones de una generaci6n de espiritus, cuya inconformidad se hizo
notoria, en Francia principalmente, hacia los illtimos afios del siglo
pasado, aspiraciones quecristalizaron en el franco regreso al espiritua-
lismo cristiano, despues de todas las negaciones religiosas implicitas
en el credo naturalista. Efectivamente, esta escuela habia dejado es-
tragados los espiritus, en su prop6sito de abatir la naturaleza hu-
mana hasta los limites mismos de la bestialidad. El primer grito de
protesta parti6, como es bien sabido, de uno de los contertulios
de Medan, de un discipulo de Zola llamado Huysmans que rompi6
definitivamente con la escuela, a partir de su novela Al revis. Esta
obra prepar6 el camino a creaciones literarias francamente cat6licas,
posteriores a la conversi6n de aquel estupendo escritor, hoy injusta-
mente postergado. Y digo injustamente, porque el estilo de Huysmans
es de una magnificencia que dificilmente ha sido superada en las lite-
raturas europeas. Espiritu de la familia de Le6n Bloy, de Jose de
Maistre, de Ernesto Hello, de Luis Veuillot, de L'Isle Adam, de todos
esos neocat6licos franceses a quienes nadie aventaja como seiores del
lenguaje, como arquitectos de catedrales verbales, como deslumbran-
tes decoradores del pensamiento religioso, Huysmans fue un artista
pomposo de la frase, y al mismo tiempo un novelista de mucha fuerza.
Pues bien, un reflejo muy pr6ximo de ese espiritu combativo y artis-
tico que caracteriz6 a tales escritores es lo que se advierte en la pre-
ciosa novela de Rivas Groot, escrita en prosa castellana de mucho
color, de mucha armonia, de muchas resonancias sugestivas. Quizis
abus6 un poco, por este aspecto, Rivas Groot, pues en cuanto a mu-
sicalidad, las piginas de Resurreccidn vencen a los capitulos en que
Valle-Inclhn extrema este procedimiento, llegando a la verdadera
278 REVISTA I B EROAMERICANA

sinfonia literaria, que ya se identifica con el verso. Resurreccidn es


una novela poco leida actualmente; pero, no obstante su filiaci6n
francesa, convendria que fuese puesta de nuevo en circulaci6n, pues
su lectura puede tener actualidad, por virtud de los acontecimientos
mundiales que lamentamos.
En el orden de la prosa, no fue Victor Hugo el maestro de los
romanticos colombianos del siglo pasado, sino Chateaubriand. Genio
errabundo, espiritu gigantesco en perpetua crisis de inconformidad
consigo mismo y con el universo, Chateaubriand tuvo algo de ame-
ricano, algo de tropical, algo que nos pertenece, y que probablemente
influy6 para que su obra fuese tan leida e imitada en Colombia. Amaba
la soledad de los bosques y del oceano, el especticulo del desierto
y de la noche, los paisajes salvajes y el primitivo desorden del caos.
En Maria, de Isaacs, se advierte a cada paso la sombra de Chateau-
briand. Uno de los escritores mas significativos de esa 4poca, Vergara
y Vergara, hizo de Chateaubriand el centro de sus afecciones espiritua-
les. Y asi como Victor Hugo suministr6 ideas e imagenes a las pasiones
politicas de su tiempo, de igual modo la obra de Chateaubriand
prest6 razones y argumentos a los polemistas religiosos de mediados
del siglo, los cuales acudian al Genio del cristianismo y a Los nidrtires,
como a fuentes teol6gicas para ilustrar las controversias. Por manera
que la lucha religiosa en Colombia, por aquellos dias, fue propia-
mente entre las ideas liberales y revolucionarias de Hugo, y las
creencias espiritualistas y cristianas de Chateaubriand, bien que en
el primero era de advertir cierta afectaci6n de ap6stol ret6rico, y
en el segundo un falso aire de Padre de la Iglesia, que convenci6 muy
poco a los cat6licos.
Victor Hugo y Chateaubriand, pues, marcan las fronteras a
nuestro romanticismo, y fueron ellos los verdaderos orientadores de
esa tendencia en Colombia. En cambio, de los grandes romanticos
espafioles, un Zorrilla, un Espronceda, un Duque de Rivas, lleg6
muy poco a Colombia. El romanticismo signific6 para nosotros el
primer conato de rompimiento con Espaia, que despues se convirti6
en un autentico divorcio, por medio del Modernismo. Espafia nos
habia mantenido atados por medio de su tradici6n clasica, y aun de
la seudo-clasica; pero ya el lazo romintico no era suficiente para
tan estrecha vinculaci6n, no obstante que los romanticos espaioles
continuaban siendo, en el fondo, autenticamente castizos, como Zorrilla
o el Duque de Rivas. Con todo, estos poetas no tuvieron mayor re-
ESTUDI 0S 279

sonancia en Colombia, y s61o cuando el romanticismo, en su etapa


final de transici6n hacia las tendencias modernistas, adquiere un
matiz de poesia civil y psicol6gica, con Nifiez de Arce y Becquer, esa
escuela repercute hondamente en el espiritu de las generaciones co-
lombianas. Nifiez de Arce si fue imitado en Colombia y estimado
en mucho mas de lo que valia. Se le consider6 como el primer poeta
de la raza, y un critico bastante autorizado entonces, lo colocaba por
encima de Fray Luis de Le6n, y de todos los poetas liricos castellanos.
Conviene recordar ese curioso concepto: "Si se nos dijera que un
incendio alejandrino iba a destruir toda la lirica castellana desde los
tiempos de don Juan II y don Alfonso el Sabio hasta la 6poca pre-
sente, y al mismo tiempo se nos preguntara que poeta prefeririamos
se salvara del horrible siniestro, contestariamos sin titubear que don
Gaspar Nufiez de Arce. Sera una herejia literaria; sera un despro-
p6sito o lo que se quiera; pero es lo cierto que poca falta nos haria
el siglo de oro de la literatura castellana, con sus odas de Fray Luis
de Le6n, sus canciones del divino Herrera, sus silvas de Rioja y sus
sonetos de los Argensolas. Tampoco seria caso de entristecernos
mucho la pirdida de la robusta trompa de Quintana, y, viniendo a
epocas recientes, el ciclo de la msica zorrillesca. A nosotros nos
habria bastado que se salvara del cataclismo el autor de los Gritos del
combate." Asi hablaba, haciindose eco del comiin sentir, el editor
y prologuista de la clebre Biblioteca Popular, don Jorge Roa. Exage-
raci6n evidente. No seremos nosotros quienes neguemos el valor de
Nifiiez de Arce. Como forjador de estrofas fue una especie de Vulca-
no lirico a quien el mismo Apolo ensei6 la fundici6n de los metales
poeticos. Pero eso mismo fue su perdici6n. Confundi6 la resonancia.
verbal con el tafiido lirico, y el infasis retdrico con la fuerza de ins-
piraci6n. Su tortura espiritual tuvo mucho de representaci6n melo-
dramitica. Su ternura misma fue postiza. Realmente, no supo llegar
al fondo del espiritu, ni cuando cant6 la duda religiosa, ni cuando en-
say6 la poesia amorosa. Su arte es acistico y visual, declamador y
oratorio. Pero fuerza es reconocer, con todo, que si fue incapaz de
descender a las profundidades de su propia alma, en cambio interpret6,
sinceramente las desgracias nacionales, y esto le concede una cierta.
aureola de poeta civil cuya arpa resplandece bajo la luz de las plazas
piiblicas, como el asta de las banderas, o el bronce de las fuentes.
En cambio, icuin diferente la suerte de Becquer! El mismo
Nfiez de Arce, presintiendo, acaso, que la mariposa becqueriana
280 RE VISTA IBEROAMERICANA

asistiria a la muerte del Aguila capitolina, llam6 a las Rimas, como


el mundo lo sabe, "suspirillos germinicos", aludiendo a Heine. Bec-
quer fue imitado en Colombia con bastante fortuna, y el caso de Silva
es clisico a este respecto. Hoy mismo goza de una renovada prima-
vera, con la circunstancia contradictoria de que sus golondrinas han
sido aclamadas por los jinetes del hipogrifo gongorino. Sin embargo,
Becquer no es alambicado, ni extrahumano, ni su poesia es eva-
si6n o trastrueque metaf6rico. Por el contrario, es plastico, colorido,
exterior, y siempre lleno de sustancia. Muy depurado, muy claro,
muy espiritual, se mueve siempre dentro de la verdad de las sensacio-
nes y dentro de un orden perfectamente humano de sentimientos y
de ideas, sin que falte a la l6gica del pensamiento ni a la realidad de
las emociones. Becquer no se propuso nunca realizar una estetica
preconcebida; era poeta hasta los huesos, hasta la.raiz del alma, y
estos seres llevan en si mismos su doctrina y su esencia, realizando
por milagro de espontaneidad lo que otros pretenden hacer por medio
de f6rmulas doctrinarias. Su incontrastable superioridad depende de
aquel caricter que imprime a la poesia la posesi6n de estos tres ele-
mentos: una gran fuerza de sentimiento, una magnifica claridad de
expresi6n y un amplio dominio de ideas universales y humanas. Eso
es B&cquer, y eso han sido y serin todos los grandes poetas del mundo.

En general, casi toda nuestra literatura es de indole romintica,


tomada esta palabra en oposici6n al concepto de clasico. Habitual-
mente se excluyen estas dos ideas, o se las tiene como terminos con-
tradictorios. Puede que asi sea. Para mi, lo clisico no representa
ninguna escuela. No es mis que un alto grado de perfecci6n a que
llega una obra, ya sea romantica, naturalista, realista, simbolista, etc.
Lo claisico esti por encima de las escuelas o por mejor decir, las
comprende a todas. Nadie es clitsico porque se proponga serlo; lo sera
inicamente cuando supere y traspase los limites habituales de la in-
teligencia, para entrar en la regi6n de los verdaderos creadores.
iCreaci6n! He aqui un elemento indispensable para merecer ese
titulo. El clasicismo es obra de invenci6n, de vislumbre, de descu-
brimiento. No se puede ser clasico si no se ha aportado una pequefia
parte de novedad al mundo del arte. A este concepto se ha opuesto,
ESTUDIOs 281

como ya lo dije, el romantico. Los preceptistas han divagado mucho


acerca de esta palabra. Goethe la tomaba como sintoma de enfermedad
y debilitamiento, y la oponia al arte "sano", es decir, clasico. Otros
han visto en el romanticismo el predominio de elementos revolucio-
narios, sobre todo al propugnar, como esencia de su credo estetico,
la autonomia individualista. Para muchos, lo romantico es o10 des-
cuidado, lo anarquico, lo impulsivo. En fin, si la palabra "clasico"
ha suscitado siempre diversas y encontradas interpretaciones, el termi-
no "romantico" no ha sido ocasionado menos a toda clase de herme-
neuticas. Es claro que estas dos ideas, fuera de la intrinseca vaguedad
que las reviste, se han visto interpretadas de diferente modo segun
las razas y los pueblos. Acaso no sea lo mismo el romanticismo es-
pafiol que el alenman, no obstante sus comunes componentes. Pero
hay en el aleman un factor metafisico que falta en el espafiol; en
cambio ostenta dste un vigor pintoresco de que aquel carece. Los
rominticos ingleses confunden, dentro de esta modalidad, el amor
al pasado y el amor a la naturaleza; en cambio, los italianos entien-
den el romanticismo de un modo mis exterior y dramtico, y dentro
de pautas tradicionalmente clhsicas, a tal punto que un ronintico
italiano puro aparece como clasico en cualquier otro pais de Europa.
Pero estas son diferencias sutiles, que yo enuncio en forma bastante
rudimentaria, pues mi prop6sito en esta parte no es critico sino in-
formativo.
Esto de las escuelas literarias, a que tan aficionados somnos en
Colombia, donde no se puede admitir a un escritor independiente-
mente de la casilla que lo clasifica y define, tiene mucho de arbitrario
y de aberrante. Probablemente es bueno como sistema de estudio;
pero como criterio estetico es expuesto a mtiltiples errores. iMe
parece que un escritor no comienza a ser grande sino en el momento
en que se vuelve inclasificable, vale decir, cuando escapa a los aduane-
o10
ros de la inteligencia y a los naturalistas del estilo. Esto me ha en-
sefiado la critica literaria cuando se pregunta, por ejemplo: Qu es
Cervantes? Romantico? Naturalista? Simbolista? Qu son
Shakespeare, Goethe, Victor Hugo, Dario, Valencia? Nadie puede
clasificarlos exactamente. A lo suro se dira que son clasicos de sus
respectivas naciones, pero ya vimos que eso no es clasificaci6n, sino
todo lo contrario, exoneraci6n de titulo. Ciudadania universal, en
una palabra.
282 R E V2
ISTA IB ER OAME RI C A N A

En cambio, siempre sera signo de pequefiez espiritual eso de


querer, a toda costa, pertenecer a una escuela o tendencia literaria,
a este tiempo o al antiguo. Limitarse voluntariamente es resignarse a
morir. Escritor en quien no es posible pensar independientemente de
cierta clasificaci6n literaria, es escritor de muy restringida significa-
ci6n. A la postre, y contempladas las cosas desde la perspectiva de los
siglos, se borran estos linderos, y los grandes genios vienen a formar
una suerte de familia universal, en que todos son iguales. z Que nos
importan un Shakespeare romantico, un Cervantes clisico, un Mallar-
me simbolista, un Leopardi fil6sofo, un Heredia parnasiano, un
Zorrilla popular, un Becquer subjetivo, un Baudelaire clinico, y asi
de los demis, si todos ellos no hicieron mis que referir una parte de
esa interminable historia del espiritu humano, que s6lo ternminart
cuando se extinga la vida del planeta? No hay escuelas literarias, ni
pict6ricas, ni musicales, ni nada parecido. El arte es uno en su esen-
cia e indivisible en su naturaleza. Que esa esencia se revele a travis
de formas distintas, es otra cosa, asi como el genio de la naturaleza
se revela tambien en la multiplicidad de los seres creados. Pero, en
el fondo, no hay mas que el espiritu humano, con sus luchas, sus
anhelos, sus cogitaciones y quebrantos. Eso es todo. La misi6n del
arte no puede ser otra que traducir e interpretar una porci6n de ese
universo infinito, y descubrir nuevos astros en la inmensidad del es-
piritu. Por esa raz6n, arte que no penetra en las regiones inexplora-
das y se contenta con estudiar la atm6sfera conocida, o bautizar con
nombres nuevos constelaciones antiguas, es arte perecedero. El arte es
una bitsqueda y una pesquisa, como deben serlo la filosofia y las cien-
cias experimentales. Una imagen verdaderamente bella, por ejemplo,
no se encuentra al acaso, o arafiando en la superficie de las frases. Es
necesario cierto d6n de penetraci6n y de reflexi6n que alcance a des-
cribir alguna sorprendente analogia entre los seres y las ideas, pero
no arbitraria ni descabellada, sino l6gica, congruente, con sentido de
unidad. Lo otro es relativamente ftcil y engafioso, ademas, para
quienes creen que la rapidez de algunos hallazgos es obra de su ge-
nialidad. No hay tal. El arte, necesariamente, esti mis alla de todas
esas facilidades repentinas. Si la verdad cientifica es obra de largas
y dolorosas experiencias, j por que no habri de serlo tambien la rea-
lidad estetica?
Pero volviendo a la cuesti6n del romanticismo, es necesario ad-
vertir que existe diferencia profunda entre el autentico y el llamado
EsTUDIOS 283

seudo-romanticismo, que es una degeneraci6n de aquel y un vacuo


remedo de esa tendencia. Estos "seudos" son el peligro de las gran-
des corrientes literarias, y vienen a constituir una f6rmula seca a que
se acogen los imitadores de los buenos maestros. Cuando lo clsico
comienza a perder sus jugos vitales, su espiritu universalista, su
esencia humana, su gran sentido de la armonia y del equilibrio, dege-
nera en un formulismo Arido, en una reglamentaci6n estrecha del
pensamiento y en una simtrica monotonia de temas. Asimismo,
cuando la escuela romantica decae, viene el abuso de ciertos t6picos
sentimentales y de todos los lugares comunes de la imaginaci6n, a
sustituir la aspiraci6n metafisica y la arrebatada fantasia que carac-
teriza a los grandes representantes de esa escuela. El dolor se con-
vierte en fastidioso lacrimeo, la emoci6n religiosa en pedestre beate-
ria, el sentimiento de la naturaleza en burocritica afectaci6n de
guardian de bosques nacionales. Todo eso es el seudo-romanticismo,
tendencia muy propia de estos pueblos, y que encuentra clima apro-
piado para su desarrollo en el innato sentimentalismo de esta raza,
tan habituada a la quejumbre, al lloro y a la desesperaci6n. En este
sentido, pues, dije que nuestra literatura era, en su mayor parte,
romantica. En la otra acepci6n de la palabra, en la noble, en la auten-
tica, no, porque este romanticismo de alta escuela requiere virtudes
de elevaci6n mental que rara vez se han dado en poetas colombianos.
En cambio, para el seudo-romanticismo, si estamos maravillosamen-
te conformados, como intentar demostrarlo.
Hay, primeramente, una concordancia admirable entre ciertas
caracteristicas de ese estilo, y los mas inveterados hIbitos de nuestra
gente. El desgrefio y el descuido en la expresi6n, en la frase, en el
verso, son cosas l6gicamente adscritas, desde hace afios, a la escuela
romantica, y con mayor raz6n, a la falsamente romantica. j C6mo no
ha de coincidir esta circunstancia con la pereza del criollo, con su
fatalismo inactivo, con su "dejar hacer", con su falta de esmero para
todas las cosas y con su indestructible mania improvisadora? El falso
y superficial romanticismo conviene mejor con nuestra mentalidad
que las formas mas encumbradas de esta escuela, porque s61o exige
el ftcil tributo de la emoci6n fugaz y porque el pueblo, al no elaborar
sus propios sentimientos, tampoco exige de la mayoria de los escrito-
res otra cosa que el reflejo de todo ese sentimentalismo elemental que
informa gran parte de nuestro caracter. Asi se explica el exito
que han tenido en Colombia, y siguen teniendo, obras de elaboraci6n
284 REVISTA IBEROAMERICANA

demasiado casera, que afortunadamente no pueden tomarse como in-


dice de nuestra mejor producci6n; pero el hecho, como sintoma de
nuestra propensi6n a lo falso, exagerado y superficial de los senti-
mientos, es importante y digno de ser anotado por la critica.
j C6mo explicarse, insisto en este punto, el 6xito de toda esa
literatura barata, explotadora del lugar comin sentimental? C6mo
explicarse el hecho de que un Valencia y un Pombo, por ejemplo,
no sean todavia populares en Colombia, con esa popularidad que en-
trafia conocimiento racional de su obra, y en cambio o10 sean escrito-
res de intenci6n meramente domestica? Se me dira que esto ocurre
en todas partes del mundo, y que hay poetas cultos que no ilegan a las
masas, y cantores populares con quienes se encariian las multitudes.
Es verdad, y creo que en Francia no han Ilegado a ser populares nunca
poetas como Mallarmi o Valery. Pero ni Pombo ni Valencia son
escritores sibilinos. Son cultos, naturalmente, aristocraticos y eleva-
dos, pero su obra no es impenetrable, ni sus pensamientos necesitan
de dclave para ser interpretados. Pase todavia que el pueblo, incluyen-
do dentro de esta denominaci6n una buena parte de nuestras clases
elevadas, ya que no emito un concepto de clasificaci6n social sino de
jerarquias intelectuales, no entienda ni ame a Valencia en cuanto a
poeta; pero a Pombo, z por que no? Y Pombo no es popular en Co-
lombia por su aspecto de gran lirico, sino como autor de unas fa-
bulas de borrosa paternidad. Pero el excelso poeta de "Deciamos
ayer" y "En el Niagara" permanece hermetico para la comprensi6n
de las multitudes y puede decirse que desconocido para las minorias
ilamadas cultas. z Cutl, pues, la raz6n de este contrasentido? Trate-
mos de explicar el fen6meno apelando como lo aconseja la interpre-
taci6n met6dica de estos hechos, al estudio del caracter nacional y a
la indole peculiar de nuestra cultura.

La explicaci6n de nuestro incurable seudo-romanticismo es que


somos un pueblo de caracter que se manifiesta en formas excesivas
siempre, sin atemperarse al justo medio de las cosas, que es donde
suele estar la verdad, segdn el apotegma clisico. El tr6pico nos da
la primera enseianza. Nuestro paisaje es primitivo y desordenado,
lleno de contrastes encantadores, de sorpresas inesperadas, de transi-
ciones imprevistas. Basta viajar por cualquier sitio de la repblica
E sTUDIOS 285

para experimentar una sensaci6n de variedad geografica que parece


desquiciar nuestra propia idea de la unidad nacional. Nada se repite.
El color y la linea colaboran activamente con la geologia para crear
aspectos fisicos de la mas diversa belleza, desde la ge6rgica planicie
opulenta de pastos y rebafios, hasta la arida perspectiva volcanica
que defiende su arisca soledad con vertices de mineral destellante.
Naturalmente, estas particularidades no las advierte el hombre de
inmaginaci6n dormida, para quien todo pasa en una interminable mono-
tonia de cuadros muertos. Pero con un poco de sensibilidad, se ad-
vierte rapidamente la infinita variedad de nuestra geografia. j C6mo
no impregnarse, pues, de esa grandiosidad y de ese desorden? Somos
hijos directos de nuestra naturaleza salvaje y risuejia, graciosa y
gigantesca.
Hace algunos afios Ileg6 a Bogota un literato espafiol de bastan-
te renombre, y comenz6 a escribir sobre cosas nuestras. Lo primero
que se le ocurri6 redactar en Bogota fu una pigina sobre el rio
Magdalena. Eran sensaciones de su reciente viaje por aquella ancha
via fluvial. z Qui hizo? El rio maravilloso no habia emocionado real-
mente al escritor peninsular, pues escribi6 unos cuantos parrafos
xnmuy delicados y finos, hablando de los matices del agua, de las sin-
fonias de colores que habia sorprendido a traves de los arboles, de las
sinuosidades de la playa, todo exactamente como si se tratara de una
cascada artificial o de una piscina de gran hotel. Habia navegado
sobre el Magdalena como quien se pasea por un parque urbano, de
hierba bien recortada y avenidas simetricas. Hizo una bonita acuare-
la, valiendose de un tema que un americano habria tratado en forma
libre y atrevida, como si se tratase de una amplia decoraci6n mural.
No pudo, pues, el literato espafiol asimilarse nuestro paisaje, la emo-
ci6n de nuestro ambiente, y no lo pudiera jams, porque para eso se
necesitaba nuestra sangre, nuestra educacidn, nuestra peculiar sensi-
bilidad.
Esto sin contar con que, en general, carece el espafiol del senti-
miento de la naturaleza. Efectivamente, quien repase la literatura
castellana, sobre todo la poesia, se convencera, a poco, de la verdad
de esta observaci6n. El paisaje que sirve de marco a las hazafias del
Cid es pauperrimo. El autor lo indica con dos o tres versos someros,
que parecen brochazos aislados puestos alli con intenci6n, mais que
decorativa, geografica. Despues, ni en Berceo, no obstante algunos
preciosos y delicados apuntes del natural, ni en el Arcipreste, ni en
286 REVISTA IBEROAMERICANA

el Canciller Ayala, ni en el mismo Santillana, no obstante sus "Serra-


nillas", prevalece la emoci6n de la naturaleza. Casi toda esa es poesia
moral, de adoctrinamiento y ensefianza, austera y enjuta como los
articulos de un c6digo. Con Garcilaso, que ya bafia su cabeza en
los esplendores del Renacimiento, despunta el amor al paisaje, y des-
punta en una forma tan intima y melodiosa que sus versos nos im-
pregnan de un suave panteismo naturalista. Pero Garcilaso penetra
en la naturaleza lievado de la mano por los clhsicos latinos y por los
cortesanos itilicos, de manera que sus fuentes, prados y flores son
cosa de decoraci6n erudita, y s6lo por la profunda sensibilidad con
que las toca y exalta, nos parecen experiencias vivas. Ya en Fray
Luis de Le6n la emoci6n es mas directa y autentica. Con todo, dista
mucho de lo que pudiera sentir un americano de nuestros dias. Con
los rominticos penetra mis la naturaleza en la literatura castellana;
pero ni Zorrilla, ni el Duque de Rivas llegan jamas a la exuberan-
cia de Chocano, por ejemplo. Los escritores de la generaci6n moder-
nista y sus inmediatos sucesores son, probablemente, aquellos que
mejor han interpretado el paisaje espafiol, y me parece que esto se
debi6 al influjo de America, latente en la obra de Dario, de Lugones,
de Chocano, etc. En Machado hay ambiente de sierra con pinares;
en Perez de Ayala rumor de romerias por caminos que recuerdan
las anchas rutas del romancero; en Mir6 una luminosa palpitaci6n
marina y en Azorin aroma de patios castellanos. Pero todo aquello es
fino, acaso demasiado delicado, y recuerda esos paisajes azules y
verdes que hay en el fondo de las tazas de porcelana. Por manera que
esta visi6n del paisaje es nuestra, finicamente nuestra, y es la parte
realmente original de nuestra sensibilidad y una de las pocas cosas
en que no imitamos a los europeos. La emocion del paisaje si puede
ser una de las raices autenticas de nuestra cultura.
Pero, remontando un poco el curso de esta divagaci6n, concluire-
mos que el ambiente fisico afecta directamente las formas de nuestro
criterio y de nuestra imaginaci6n. Nuestro constante desequilibrio
interior es reflejo inmediato de ese desequilibrio de nuestra atm6sfe-
ra, de nuestro paisaje, de nuestros climas. Si la naturaleza evita aqui
toda forma armoniosa de comportarse, otro tanto sucede en el fondo
de nuestros espiritus, donde la inestabilidad parece la forma mis
permanente de vida, excusando lo paradojal de la frase. Nuestra con-
ciencia, como el tablado de los teatros romanticos, es sitio de asaltos
continuos y de choques constantes, de modo que la unidad psicol6gica
EsTUDIOS 287

del sujeto se pierde en una serie de reacciones interiores que, es-


fumando el sentimiento de la personalidad, le producen la vaga sensa-
ci6n del vertigo, y no slo acaba por desconocerse a si mismo sino
que ignora a la postre el verdadero caracter de la realidad que lo
rodea. Este sentimiento confuso y tambaleante de la conciencia in-
dividual es caracteristico de estos pueblos. Muy pocos de nuestros
hombres han logrado afirmarse como unidades diferenciadas especi-
ficamente del ambiente social que los rodea y de la atm6sfera hu-
mana en que respiran habitualmente. La mayor parte perece victima
de las incitaciones ambientes, de los prejuicios dorninantes, de todas
las sugestiones colectivas que tienden a reabsorber y esfumar, den-
tro del gris uniforme de los determinismos genericos, el perfil singular
de las personalidades descollantes. Fen6meno muy nuestro, al cual
coadyuvan, de consuno, la persistente inclinaci6n del individuo a re-
fundirse dentro de la opacidad de las masas, y la voluntad saiuda y
vengativa de los demis, que procura allanar caracteres y conciencias,
nivelar mentalidades, arrasar superioridades, a fin de recrearse en el
especticulo final de una vasta e incurable mediocridad general. En
ninguna parte, como entre nosotros, encuentran las personalidades
sefieras y voluntariosas mayor nmliero de obsticulos opuestos a su
voluntad de sefiorio o de mando. El llamado espiritu democratico
es, en este pais, simple empefio de nivelaci6n y aplanamiento.
Personajes sin un fuerte sentido de la unidad individual, y movi-
dos siempre por estimulos exteriores que determinan su voluntad y
la validez de sus juicios, es claro que tienden naturalmente a dos
cosas: a la exageraci6n de los conceptos y a la exageraci6n de los
sentimientos. Nuestra vida nacional es la historia de los efectos pro-
ducidos por estas dos exageraciones. Hay un campo especial donde
puede estudiarse concretamente este hecho, y es la critica literaria.
Las mayores hiperboles laudatorias o denigrantes se han escrito en
Colombia a prop6sito de nuestros escritores y artistas. La justa apre-
ciaci6n de los valores espirituales no es cosa que rece con nosotros.
Cuando alguien busca la zona de la equidad para juzgar a un hom-
bre o valorar una obra, se le llama pacato, frio y calculador. Es nece-
sario situarse en los puntos extremos del pensamiento, y condenar
o exaltar, sin que en esta operaci6n entre para nada la juiciosa aprecia-
ci6n de la obra, sino el impetu apasionado que ni pondera, ni mide,
ni valora, y cuyo mayor peligro consiste en que tiende hacia el cas-
tigo o la recompensa, partiendo de prop6sitos preconcebidos en cuya
288 REVISTA IBEROAMERICANA

inflexible aplicaci6n esti implicita su propia injusticia y arbitrariedadx


Y es que nuestra critica, y, en general, nuestro juicio corriente sobre
todas las cosas, nacen de la pasi6n como de su raiz mias fuerte y
jugosa. Casi nunca se les hace emanar de los dictados de la justa
raz6n, o de un sereno raciocinio formado en el tmbito de una con-
ciencia generosa y capaz de destruir, en presencia de la verdad, todos
los vanos simulacros del interes o del engaio. Somos un pueblo de
hombres apasionados y por lo tanto, mudables e inconstantes. Nues-
tra pasi6n es arranque momenthneo, que a veces se nutre de nobles
idealismos y a veces de prop6sitos daiados, pero que, lejos de per-
severar en la linea de su impetu inicial, declina y se rompe cuando
mudan los intereses que lo estimulaban, y cuando se halla frente a
dificultades que exigen una cabal estimaci6n de Las circunstancias.
Entonces esa pasi6n se torna incdiferencia glacial, reconcentrado menos-
precio, o rencor subterrineo que empieza a trabajar subrepticiamente
y a cambiar su antiguo arrojo por los procedimientos de la astucia o
de la sutil arteria. Mas que apasionados, pudiera decirse que somos
simplemente emotivos. Hay una pasi6n grande y generosa, que parece
compafiera inseparable de todas las empresas humanas, y que viene
a ser como el combustible necesario del alma que aspira a la conquista
de una suprema verdad o de una excelsa belleza. Sin ese fuego es
imposible que arranque y ascienda la miquina voladora del genio.
A dicha fuerza motriz, que participa siempre de la energia divina
de la centella, se opone el frio rigor analitico y la discursiva lentitud de
otros pueblos y de otras razas, y seria insensato pedir para el nuestro
semejantes metodos de vida y de acci6n. No. Todo parece habernos
conformado espiritualmente para esta vida "de asalto y de sorpresa"
a que antes aludi; pero, sea de ello lo que fuere, nuestra pasi6n es
emotividad, y ello explica lo discontinuo de nuestro caricter y de nues-
tras empresas, y las alternativas de entusiasmo y de inacci6n a que
estin sujetas las realizaciones colombianas. Toda iniciativa congrega
entre nosotros entusiasmos y voluntades decididas; mas, apenas em-
pieza la etapa de la creaci6n efectiva, y se hacen indispensables pacien-
cia y metodo, la desbandada sucede al fervor colectivo del principio,
y el prematuro cansancio a la empefiosa voluntad de los origenes.
Tal es nuestro caracter, en sus lineas generales. Afortunadamen-
te, para definirlo y clasificarlo no se hacen indispensables investiga-
ciones profundas, ni excepcionales dotes de soci6logo. Basta una atenta
observaci6n de los hechos y un estudio detenido de nuestros hombres,.
EsTUDIOS 289

para extraer de todo ello la f6rmula general de nuestra conducta,


sin que niegue, por otra parte, que una investigaci6n asi realizada ni
abarca el conjunto de nuestros caracteres morales y psicol6gicos,
ni deja de prestarse a deducciones que, en casos particulares, contra-
dicen la tesis general. Pero mi prop6sito no conducia a ninguna con-
clusi6n cientifica, sino a una explicaci6n de indole literaria. Conducia,
como lo anote al principio, a encontrar en el fondo de nuestra natu-
raleza individual y colectiva, la explicaci6n del predominio que aqui
alcanzan algunas formas de arte que hemos dicho seudo-rominticas
o seudo-clisicas, y que son corolarios extravagantes y exagerados de
la sana y fecunda doctrina encerrada en la autentica interpretaci6n
de aquellos dos credos estticos.

RAFAEL MAYA,
Bogotd, Colombia.

También podría gustarte