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MAR

DERECHO CIVIL I
DCIV-I - p r i m e r c u at r i m e s t r e
Estimado Alumno:
Realidad Esta materia se ha diseñado con Realidad Aumentada para agilizar el acceso a los
Aumentada contenidos audiovisuales que el docente ha desarrollado especialmente para Usted.
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Índice
Presentación 4

Programa 5

Mapa Conceptual 6

Macrobjetivos 7

Agenda 7

Material 8

Glosario 8

Módulos *
Módulo 1 14
Módulo 2 26
Módulo 3 39
Módulo 4 48
Módulo 5 68
Módulo 6 77
Módulo 7 87
Módulo 8 98
Módulo 9 106

* Cada módulo contiene:


microobjetivos
contenidos
actividades

Impresión total del documento 123


259 páginas

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 3


Presentación

Esta materia constituye una asignatura de innegable importancia para el marti-


llero y corredor público, advirtiendo abarca dos ramas bien diferenciadas y que
el tráfico jurídico moderno exige su tratamiento independiente.

En esta asignatura se estudian las instituciones básicas del Derecho Civil y sus
principios generales; trata sobre la persona misma y sus relaciones personales o
de crédito; es decir, considera a la persona en sí misma y en su relación con los
demás, motivando la consideración del régimen jurídico de las obligaciones y de
los contratos civiles más afines a la actividad del martillero y corredor público.

Para la elaboración y abordaje de los contenidos se han tenido en cuenta las


necesidades de capacitación y formación del martillero y corredor público, para
el logro de un desempeño profesional acorde a las exigencias del tráfico jurídico
moderno.

El diseño de la materia procura que usted adquiera conocimientos, habilidades


y actitudes requeridas para la eficiente actuación profesional. En base a ello,
las actividades adquieren un rol fundamental, puesto que brindan la posibilidad
de posicionarse en el futuro rol profesional, a través del planteo de situaciones
que requieren una toma de posición fundamentada. De este modo, se procura la
elaboración de juicios reflexivos y de aplicación o transferencia del conocimiento
al caso concreto extraído de la realidad jurídica. Ello le facilitará desentrañar
el grado de conocimiento del tema en particular y la puesta en práctica de las
destrezas y actitudes propias del martillero y corredor público. Aprenderemos el
significado de los distintos contratos civiles afines a la función del martillero y
corredor público, su función socioeconómica y utilidad práctica.

Es sabido que estos profesionales no pueden desempeñarse sin el conocimiento


y las habilidades propias que deben ostentar para intervenir como mandata-
rio o intermediario entre la oferta y la demanda (corredor público), que exigen
reconocer y desenvolverse con soltura en los distintos ámbitos contractuales.
Asimismo, el futuro martillero y corredor público habrá de desempeñarse como
auxiliar de la justicia y, en su mérito, como un colaborador imparcial del juez,
para asegurar el resultado económico del juicio; proponiendo bienes destinados
a la venta en subasta pública, procurando la mejor oferta en atención a las pro-
piedades del bien a subastar y asesorando todo cuanto es anexo a dicho acto.

En la convicción de que como alumno asumirá un rol protagónico, es que dise-


ñamos este programa centrado en su actuación preponderante, que a la postre
identifique su tarea estudiantil con su futura y anhelada función profesional.

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Módulo 1: El estudio del Derecho civil y su parte general
Programa Noción de Derecho Civil. El Derecho Civil como rama del Derecho Privado: impor-
tancia y ámbito de actuación. El Código Civil argentino: método y plan. Relación
jurídica. Concepto y elementos. Derechos personales o de crédito: Concepto.
Diferencia entre Derechos Personales y Derechos Reales. Persona: Concepto y
clases. Atributos de la Persona. La capacidad como atributo de la persona y la
capacidad de obrar.

Módulo 2: La causa de la relación jurídica


Hecho jurídico: Concepto y clasificación. Simple acto (gestión de negocios) y
Acto o negocio jurídico: concepto. Elementos esenciales. Clasificación. Inefica-
cia de los actos jurídicos: Concepto, Clases de Ineficacia. Nulidad de los actos
jurídicos: concepto, clases, efectos. Responsabilidad civil del martillero y corre-
dor público: Concepto. Factores de Atribución: concepto y ámbito de funciona-
miento.

Módulo 3: Obligaciones
Concepto y clases de Obligaciones. Extinción de las obligaciones.

Módulo 4: Generalidades de los contratos civiles


Concepto. Clases. Elementos esenciales y accidentales. Efectos de los contra-
tos. Forma y prueba de los contratos. Pacto comisorio. Evicción y Vicios redhi-
bitorios.

Módulo 5: Contrato de compraventa


Contrato de Compraventa. Concepto. Diferencia con la compraventa mercantil.
Elementos esenciales. Derechos y obligaciones de las partes. Forma y prueba:
Instrumentos públicos y privados: concepto y caracteres de una y otra figura.
Compraventa de inmuebles: Noción. Cláusulas modales típicas. Transferencia
de dominio: perfeccionamiento y boleto de compraventa. Escritura Pública: con-
cepto. Valor probatorio de sus distintas cláusulas. Venta en subasta pública:
Perfeccionamiento y particularidades (distintos supuestos de suspensión,
impugnaciones, postor que desiste y postor que incumple). Venta en lotes y
mensualidades (Ley 14.005).

Módulo 6: Contrato de cesión de créditos y Permuta


Contrato de cesión de créditos: concepto. Clases (cesión venta; cesión permuta;
cesión donación). Forma. Perfeccionamiento del contrato de cesión. Prueba.
Efectos. Notificación al deudor cedido. Permuta y compraventa: semejanzas y
diferencias.

Módulo 7: Contrato de Mandato


Contrato de Mandato: Concepto. Autorización de venta: distintas situaciones
contempladas (mandato expreso, tácito, representación, autorización conferida
a martillero: mandato y boleto de compraventa).

Módulo 8: Contrato de locación


Contrato de locación: Concepto. Caracteres. Diferencias con otras figuras. Loca-
ción de inmuebles. Derechos y obligaciones de las partes.

Módulo 9: Contrato de fianza y contrato de Depósito


Contrato de fianza. Concepto. Caracteres. Forma y prueba. Fianza civil y comer-
cial. Derechos y obligaciones del fiador. Extensión de la fianza. Contrato de depó-
sito: concepto. Clases de depósito. Forma y prueba. Derechos y obligaciones
del depositante y del depositario. Derecho de retención de la cosa depositada.

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Mapa conceptual

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Macroobjetivos

• Reconocer la trascendencia de la asignatura dentro del Derecho en general


y del Derecho Privado, a fin de interrelacionar e integrar los conceptos entre
las distintas asignaturas que conforman el plan de estudios de la carrera de
martillero y corredor público.

• Identificar los elementos esenciales de la relación jurídica de Derecho Pri-


vado: sujeto, objeto y causa, para desentrañar el cumplimiento de sus requi-
sitos en cada relación jurídica.

• Conocer las distintas figuras contractuales que enmarcan la relación jurídica


en que se desenvuelve la actividad del martillero, sus efectos y responsabi-
lidades consecuentes.

• Reconocer y aplicar las principales instituciones del derecho civil involu-


cradas en la actividad del martillero y corredor público, en las situaciones
concretas sometidas a análisis.

• Reconocer y aplicar la legislación civil pertinente a la actividad del martillero


y corredor público para encuadrar jurídicamente cada relación y proponer la
solución adecuada.

• Emplear el lenguaje técnico jurídico apropiado y exponerlo en forma oral y


escrita.

Agenda

Porcentaje estimativo por módulo, según la cantidad y complejidad de con-


tenidos y actividades.

8% 13% 13% 13% 7% 7% 13% 13% 13%


Módulos 1 2 3 4 5 6 7 8 9

Representación de porcentajes en semanas:

Semanas
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15
M1 M2 M3 M4 M5 M6 M7 M7 -M8 M8 M9

Actividad 1 de Actividad 2 de Actividad 3 de Actividad 4 de


la evaluación la evaluación la evaluación la evaluación

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Material
Material básico:
Los contenidos desarrollados en los módulos tienen la finalidad de facilitar su
aprendizaje, están sustentados todos en obras bibliográficas a las que usted
puede acceder como un complemento para profundizar su estudio o mejorar la
comprensión de la materia, en caso que lo considere necesario.

Material complementario:
• Borda, Guillermo, Tratado de Derecho Civil-Contratos (Tomos I y II) Ed. Lexis
Neris. Ultima Edición
• Cifuentes, Santos. Lecciones de Derecho Civil.
• Rivera, Julio César, Instituciones de Derecho Civil, Ed. Abeledo Perrot. Ultima
Edición.
• Trigo Represas, Félix; Salas, Andel y López Mesa; Marcelo. Código Civil Anotado.
• Raffo Benegas; Patricio y Llambías, Jorge J. Tratado de Obligaciones, Tomo I.

Glosario
Acreencia: crédito.
Ad corpus: Expresión latina con la que se alude a una modalidad de compra-
venta de inmuebles, en la que la cosa vendida no está perfecta y precisamente
determinada; sus medidas, linderos, superficie, etc., son aproximados. Se vende
teniendo en consideración la cosa en su totalidad.
Ad gustum: Expresión latina con la que se alude a una modalidad de compra-
venta de muebles, en la que el comprador tiene la facultad de degustar la cosa,
y si le agrada quedarse con ella.
Ad probationem: Formalidad exigida por la ley con un criterio netamente utilita-
rista: permitir en juicio la prueba del negocio.
Ad solemnitatem: Formalidad exigida por la ley con carácter constitutivo y esen-
cial, que debe necesariamente respetarse so pena de que el acto no produzca
efecto jurídico.
Aleatorio: Acto jurídico en el cual no pueden conocerse de antemano las venta-
jas o sacrificios derivados de él, ni presumirse en el momento de su perfeccio-
namiento.
Amorfo: Dícese de lo que no tiene forma; carente de ella; lo contrario a formal.
Apoderamiento: Acción de apoderar, u otorgar el poder suficiente para que el
representante pueda actuar válidamente frente a terceros.
Atípico: Dícese del contrato que no tiene regulación en el derecho positivo.
Bilateral: Dícese del contrato que genera obligaciones para todas las partes
contratantes, produciendo obligaciones recíprocas o interdependientes.
Caducidad: Vicisitud ajena a la voluntad de las partes que provoca el aniquila-
miento del negocio.
Canon: Palabra con que suele indicarse, en el contrato de locación, la renta o
alquiler.

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Causa: Razón o motivo determinante que lleva a las partes a contratar. En orden
al derecho procesal, la palabra causa equivale a proceso, litigio o pleito. Además
la expresión causa tiene tres acepciones que debe usted conocer:
- causa eficiente: fundamento jurídico que da origen a una obligación.
Aquello que da origen a la relación jurídica. Es la causa por la cual y en
virtud de la cual, las partes han celebrado un contrato. También es la
causa por la cual nacen obligaciones en caso de delito, cuasi delito o
cuasi contrato. Esta causa no debe faltar, pues ello implica inexistencia
de obligación. En el caso del art. 499 CC, el sentido de causa es enten-
dido como causa eficiente y estipula que la obligación debe tener una
causa, es decir que debe derivar de algún hecho jurídico, o de actos
lícitos o ilícitos, como también de relaciones de familia o de relaciones
civiles.
- causa fin: el fin que se busca con la realización del acto jurídico. Fal-
tando ella el acto no produce ningún efecto. La causa tiene que ser ver-
dadera, lícita y no opuesta a la moral y a las buenas costumbres.
- causa motivo (causa ocasional o motivo determinante): Propósito o
razón que motivó a cada una de las partes a actuar. No debe confundirse
con la causa fin o con la eficiente: en la ocasional se alude a finalidades
meramente subjetivas que no surgen del contrato. Su no cumplimiento,
o su no verificación en el caso concreto, no tiene efecto alguno entre las
partes.
Cierto: Precio serio y determinado en la compraventa, acorde al que la cosa
tiene asignado en plaza.
Cláusula penal: arts. 652 y ss. CC. La cláusula penal o multa civil es la estipula-
ción contractual por la cual una persona, para asegurar el cumplimiento de una
obligación, se compromete a cumplir alguna prestación o pagar una suma de
dinero en caso de retardar o no ejecutar lo prometido.
Conmutativo: Negocio en el cual las partes pueden conocer de antemano las
entidades de las ventajas y/o sacrificios que el mismo genera desde su perfec-
cionamiento.
Consensual: Propio del consentimiento, fruto de él. El contrato se dice consen-
sual cuando para su perfeccionamiento basta el simple acuerdo de partes.
Contemplatio domini: Expresión latina con que se alude al derecho que asiste a
terceros para solicitar, de quien se dice representante, que exhiba la autorización
correspondiente.
Contrato por adhesión: Forma de perfeccionarse el consentimiento contractual
con manifiesto menoscabo a la libertad contractual y de contratación.
Culpa. Culpa del deudor. Culpa in concreto: arts. 512 y 1109 CC. El Código
Civil define la culpa in concreto como la culpa que puede resultar en cada caso
particular, y no en general. La define como la omisión de diligencias que exige la
naturaleza de la obligación, de acuerdo a las circunstancias de personas, tiempo
y lugar. La culpa, a su vez, fundamenta el deber de indemnizar los daños causa-
dos en esas circunstancias
Delito: art. 1072 CC. En el Derecho Civil, el delito es el acto ilícito ejecutado a
sabiendas y con intención de dañar la persona o los derechos de otro.
Depositante: es el sujeto que entre la cosa al depositario a los fines de su guarda.

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Depositario: es el sujeto encargado de la guarda y conservación del bien
entregado en depósito.
Depósito: Es el contrato por el cual una de las partes se obliga a guardar (gra-
tuita u onerosamente) una cosa mueble o inmueble que la otra le confía y a res-
tituir la misma e idéntica cosa.
Depósito en garantía: Suma dineraria entregada al locador para garantizar el
pago de rentas vencidas o deterioros producidos en el decurso del contrato de
locación de cosas.
Derecho absoluto: se habla en este sentido cuando el derecho subjetivo otorga
a su titular un ámbito de poder que, con carácter general, debe ser respetado y
reconocido por todos los demás miembros de la colectividad. La absolutividad
de estos derechos se encuentra referida al sujeto pasivo de los mismos y no al
contenido del derecho -en el sentido de ilimitado-, pues evidentemente ninguna
organización social conoce derechos infinitos o ilimitados, sino siempre circuns-
critos a unos márgenes de actuación a su titular que permitan igualmente el
ejercicio de los derechos de los demás.
Derecho subjetivo patrimonial: se dan cuando el derecho subjetivo otorga a
su titular un ámbito de poder valorable o evaluable en dinero. Por lo general,
los derechos subjetivos de carácter patrimonial encuentran fundamento en las
propias necesidades de índole material del individuo y, por tanto, reflejan su
situación económica. La contraposición entre derechos absolutos y relativos se
asienta en consideraciones relativas al sujeto obligado al respeto del derecho
subjetivo de que se trate.
Derechos extrapatrimoniales: representan ámbitos de poder de la persona,
que son reconocidos o atribuidos por el ordenamiento en atención a razones
distintas a las puramente económicas.
Derechos reales: arts. 2502 y 2503 C.C. Los derechos reales sólo pueden ser
creados por la ley, o sea que la voluntad de las partes es insuficiente para crear-
los. A la enumeración taxativa del art. 2503, se le debe agregar el Derecho Real
de la Propiedad Horizontal, creado por la ley 13.512. Son derechos reales: 1. El
dominio y el condominio. 2. El usufructo. 3. El uso y la habitación. 4. Las servi-
dumbres activas. 5. El derecho de hipoteca. 6. La prenda. 7. La anticresis. 8. La
propiedad horizontal.
Derechos relativos: por contraposición a los absolutos, se califica de relativos a
todos aquéllos que conceden a su titular la posibilidad de exigir a cualquier otra
persona, pero no a los demás en general, el desenvolvimiento de una conducta
determinada. En tal sentido, los derechos relativos presuponen la preexistencia
de una relación jurídica cualquiera con sujetos predeterminados (por ejemplo,
marido respecto de mujer, vendedor y comprador, arrendador y arrendatario).
Disenso: Discrepancia o desacuerdo entre la voluntad declarada y la interna o
querida.
Dolo contractual: art. 506 CC. El incumplimiento doloso hace responsable frente
al acreedor de los daños y perjuicios que resultaren. Hay dolo en el incumpli-
miento cuando no se cumple intencionalmente, sin obstáculos para su cumpli-
miento, aunque no se obre con intención de perjudicar.
Dolo: arts. 931 a 935 CC. La acción dolosa para lograr la ejecución de un acto es
la resultante de aseverar lo que es falso o de la ocultación de lo verdadero, así
como también todo artificio, astucia o maquinación que se emplee con ese fin.
Eficacia: entre las varias acepciones del término, se refiere a la posibilidad que tiene
el acto jurídico de producir los efectos jurídicos que estaba destinado a producir.

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Evicción: Palabra de origen latino que significa vencido, y más precisamente
vencido en juicio. Afecta el derecho sobre la cosa. Es la garantía por vicios ocul-
tos, por la que responde el transmitente de una cosa o derecho que se transfiere
a un tercero. Integra junto a los vicios redhibitorios la garantía de saneamiento.
Exceptio non adiplenti contractus: Expresión latina que se refiere a la excep-
ción de incumplimiento o excepción de contrato no cumplido.
Fecha cierta: Es la fecha indubitable, oponible a terceros. No confundir con
fecha determinada, plazo cierto o plazo determinado. Ver arts. 1034 y 1035 CC.
Formal: Contrato para el cual la ley ha previsto una solemnidad específica, cuya
inobservancia puede disminuir o impedir sus efectos.
Fungibilidad: 2324 CC. Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de
la especie equivale a otro individuo de la misma especie, y que pueden susti-
tuirse las unas por las otras de la misma calidad y en igual cantidad.
Gratuito: Contrato que genera en una de las partes contratantes una ventaja o
atribución sin sufrir ningún sacrificio o desventaja correlativa.
Imputabilidad: un individuo es considerado imputable ante la ley si obró con
plena comprensión del alcance de su acto, así como de las consecuencias de
éste. La imputación es una operación mental consistente en atribuir una determi-
nada consecuencia jurídica a un hecho.
In contrahendo: Expresión latina que alude a la responsabilidad generada
durante la etapa formativa del contrato.
Irrisorio: Que mueve a la risa. Dícese del precio bajísimo en la compraventa. No
es en realidad un precio.
Legado: disposición testamentaria a título particular; confiere derechos patri-
moniales determinados que no atribuyen la calidad de heredero. En la doctrina
general, se dice que el legado es a título singular cuando comprende uno o
varios objetos determinados; a título universal, cuando contiene una parte alí-
cuota de los bienes de la herencia (como la mitad, el tercio) o todos los bienes
de una clase determinada (muebles, inmuebles).
Líquida. Deuda líquida: Ver nota al art. 819 CC: Existencia cierta y cantidad
determinada.
Mandante: es el sujeto que encarga la ejecución de determinados actos jurí-
dicos a otra persona (el mandatario) para que los mismos de realicen en su
nombre y representación
Mandatario: Es el sujeto que realiza los actos jurídicos en nombre y representación
del mandante.
Mandato: Es un contrato por el cual una parte da a otra un poder, que ésta
acepta, al efecto de ejecutar en su nombre y de su cuenta un acto jurídico, o una
serie de actos de esta naturaleza.
Motivo: En sentido lato, justificación de una acción; relacionado a la causa, cir-
cunstancia irrelevante que no interesa al derecho.
No formal: Contrato en que las partes pueden adoptar, para su celebración, la
forma que creyeren más oportuna o conveniente.
Nulidad: sanción de invalidez prevista por la ley, por la cual el acto jurídico
pierde la posibilidad de producir efectos por presentar un vicio o defecto en el
momento de su constitución.

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Nuncio: Persona que traslada la voluntad del agente a los fines de la celebración
del contrato. Actúa sin representación, pero autorizado por aquel.
Oneroso: Contrato en el que cada una de las partes se somete a un sacrificio
para obtener una ventaja.
Persona: ser o entidad capaz de derechos y obligaciones, aunque no tenga
existencia individual física, como las corporaciones, asociaciones, sociedades y
fundaciones. Esta definición coincide con la que expresa el Código Civil Argen-
tino, al decir que son personas todos los entes susceptibles de adquirir derechos
y contraer obligaciones. Este concepto no se circunscribe a las personas como
individuos de la especie humana, sino que incluye también las entidades que,
sin tener esa condición, pueden estar afectadas de obligaciones y derechos.
Las primeras son las llamadas personas físicas, naturales o de existencia visible;
en tanto que las segundas, llamadas jurídicas y también morales e ideales, son
las que se encuentran formadas por determinación de la ley. Queda una tercera
categoría, que es la que se refiere a las denominadas personas por nacer, o
sea, a aquellas que están concebidas en el seno materno, pero que todavía no
han sido alumbradas. El tema de si la existencia de las personas se inicia en el
momento de la fecundación o en el del nacimiento es muy discutido en la doc-
trina, pues mientras algunos autores estiman que la persona surge en el parto o,
mejor dicho, en el instante en que el feto es separado del claustro materno, otros
sostienen que la existencia de la persona se inicia desde que se produce la con-
cepción, criterio que se basa en el hecho de que, desde ese mismo momento, el
ser concebido adquiere derechos, especialmente relacionados con las donacio-
nes y las sucesiones, aunque queden supeditados al nacimiento con viabilidad,
e incluso reciben una protección penal, por cuanto la destrucción del feto confi-
gura el delito de aborto. Alfredo Orgaz, partidario de la primera tesis, afirma que
el error de quienes mantienen la segunda arranca del equívoco de asimilar vida
humana a persona humana, la que sólo existe desde el nacimiento.
Poder: Es el instrumento que formaliza el contrato de mandato.
Propter rem: Obligaciones propter rem, u ob rem, o cabalgantes o ambulato-
rias. Son verdaderas obligaciones, casos excepcionales en el Derecho Civil. Su
característica principal es que admiten un modo especial de liberación que es
facultativo para el deudor: hacer abandono del derecho real que se tiene sobre
la cosa objeto de esa obligación.
Quanti minoris: Expresión latina que define la acción para reducir el precio de la
venta cuando la cosa está afectada en su materialidad por vicios ocultos.
Quantum: Expresión latina que refiere a la extensión del daño en la responsabi-
lidad contractual.
Real: Calificación de cuño romanista, según la cual el contrato no se perfecciona
sin que previamente se entregue una cosa.
Redhibitorio: Palabra de origen latino que significa oculto. Se refiere a los defec-
tos o vicios que afectan la materialidad de la cosa.
Representación: Es la investidura otorgada por el mandante al mandatario en
virtud del contrato por ellos celebrado e instrumentado en el poder (puede haber
representación sin mandato.
Rescisión: También llamado distracto, es el acuerdo para extinguir relaciones
jurídicas creditorias o reales, que priva al negocio de sus efectos para el futuro
dejando firmes los producidos hasta entonces. Aunque generalmente es bilate-
ral, puede, si la ley o una convención expresa lo autorizan, presentarse en forma
unilateral. A través de la rescisión el contrato queda sin efecto por decisión con-
junta de las partes que lo integran.

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Resolución: Extinción del contrato causada por el incumplimiento de las obliga-
ciones asumidas por las partes. Puede presentarse en forma legal o convencio-
nal, y verificarse por autoridad del acreedor o por autoridad judicial.
Retractación: Vicisitud voluntaria que genera el aniquilamiento del negocio por
desistimiento del interesado.
Retroventa: Cláusula usual en el contrato de compraventa, por medio de la cual
el vendedor se reserva la facultad de readquirir la cosa vendida, devolviendo el
precio aumentado o disminuido según se haya pactado.
Revocación: Extinción del contrato por voluntad de una sola de las partes, que
provoca la cesación de los efectos del negocio y que se presenta fundamental-
mente en los contratos unilaterales.
Simulado: Vedado, escondido, no cierto. Que oculta una operación diferente a
la compraventa, por ejemplo: donación.
Sinalagmático: Palabra de origen germánico con la que se alude a la interde-
pendencia o reciprocidad de las obligaciones que nacen de un contrato. El sina-
lagma puede ser genético, cuando la interdependencia de las obligaciones es
originaria; o funcional, cuando se presenta durante su ejecución.
Situación jurídica: es un determinado modo o una determinada manera de estar
las personas en la vida social, regulado por el derecho (Díez Picazo y Gullón).
Esas situaciones pueden ser unisubjetivas o plurisubjetivas. Las unisubjetivas
se refieren a la persona en sí misma (mayor o menor de edad; comerciante o
sacerdote), o con relación a los bienes (propiedad, y en general los derechos
reales). Las plurisubjetivas se refieren a las situaciones en que actúan más de
una persona, y dan lugar a lo que se denomina relación jurídica.
Sucesión: entrar como heredero o legatario en la posesión de los bienes de un
difunto; o sea a la sucesión mortis causa, o a conjunto de bienes, derechos y
obligaciones transmisibles a un heredero o legatario. Sin embargo, la sucesión
puede igualmente originarse entre vivos, como ocurre con frecuencia en materia
comercial, con relación a quienes adquieren una empresa o fondo de comercio
y continúan la acción y los negocios de sus antecesores. En la sucesión se llama
causante, autor o transmisor, al que transfiere, y causahabiente o sucesor al que
recibe o adquiere del anterior.
Sujeto: titular de un derecho u obligación.
Típico: Dícese del contrato que tiene regulación en el derecho positivo.
Unilateral: Contrato que genera obligaciones para una sola de las partes vinculadas.
Validez: cualidad de un acto o contrato jurídico para surtir los efectos legales
propios, según su naturaleza y voluntad constitutiva.
Válido: es la cualidad de un acto jurídico para producir efectos legales propios,
según su naturaleza y la voluntad de las partes.
Viabilidad: calidad de viable, fundamental en algunos ordenamientos legales
para reconocer la personalidad al recién nacido.
Viable: con capacidad para seguir viviendo un recién nacido, por ser de tiempo el
embarazo y por la vitalidad que el nuevo ser demuestre. Algún código civil, como el
español, exige (y es muy censurado por ello) la viabilidad para el reconocimiento de
la personalidad jurídica, y la mide cronológicamente: por la supervivencia mínima
de 24 horas desde el nacimiento, desde el corte del cordón umbilical.
Vil: Dícese del precio que en el contrato de compraventa no guarda relación con
el que la cosa tiene en plaza.

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Módulos MÓDULO 1

M1 Contenidos

El estudio del Derecho civil y su parte general

Introducción al Derecho Civil: Estructura. Persona.

Noción de Derecho Civil. El Derecho Civil como rama del Derecho Privado: impor-
tancia y ámbito de actuación. El Código Civil argentino: método y plan. Relación
jurídica. Concepto y elementos. Derechos personales o de crédito: Concepto.
Diferencia entre Derechos Personales y Derechos Reales. Persona: Concepto y
clases. Atributos de la Persona. La capacidad como atributo de la persona y la
capacidad de obrar.

Introducción al Derecho Civil

1. Derecho Civil. Noción. El derecho civil como rama del Derecho Privado

Derecho Privado y Derecho Público

Una obra clásica, la de Enneccerus, comienza con la afirmación indiscutida de


que el Derecho civil es derecho privado; por lo tanto, antes de ingresar a definir
qué estudia el Derecho civil, parece preciso efectuar algunas consideraciones
acerca de las nociones de derecho privado y de derecho público que constituyen
los dos grandes sectores en los que se divide el derecho positivo, entendido a
éste último como el conjunto de normas jurídicas que rigen en un Estado en un
momento determinado.

Es preciso señalar que la división entre derecho público y privado no es esencial,


lo que se advierte con sólo tener en cuenta que es una distinción que el sistema
jurídico anglosajón no conoce. Entre nosotros, por herencia de la tradición
jurídica del continente europeo, ha subsistido la dicotomía derecho público y
derecho privado y se han formulado, tanto en la doctrina europea como en la
nacional, numerosos criterios tendientes a precisar los límites y contenidos de
ambas categorías; pese a lo cual los autores coinciden en señalar que ninguna
de las explicaciones vertidas ha sido totalmente satisfactoria, por lo que hay
que conformarse con razones meramente aproximativas (Puig Brutau, Larenz,
Santos Briz).

a) Tesis que distingue según la fuente creadora

Una primera doctrina, cabe advertir que ya superada, en seguimiento de los


antecedentes romanos, considera al derecho público como aquél establecido
en forma imperativa por el Estado y al derecho privado como el creado por los
particulares, en virtud del principio de la autonomía de la voluntad.

Esta doctrina resulta errónea en tanto y en cuanto se advierte con plena


claridad que aún en el ámbito del derecho privado existen numerosas normas
imperativas o inderogables, tanto en materia de derecho de las personas
individuales o jurídicas, como en el derecho de familia y aun en el derecho
estrictamente patrimonial, pues las reglas de los derechos reales son, por lo
general, inderogables y existen normas de ese carácter, aunque excepcionales,
en el ámbito del derecho de las obligaciones.

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b) Tesis que distingue según el interés protegido

Una segunda opinión se ha fundado en el interés protegido, siguiendo también


algunos textos romanos; sobre la base de ellos se entiende que el derecho
público estaría destinado a la protección del interés general, y el derecho
privado a la tutela de los intereses de los particulares. Bien se ha señalado
que el derecho privado, aunque más no fuere mediatamente, también protege
un interés general.

c) Tesis que distingue según la naturaleza del sujeto

Un tercer criterio ha sido el de distinguir según la naturaleza del sujeto que


integra la relación jurídica. Cuando ese sujeto es el Estado u otra persona
jurídica pública (el municipio, la provincia, etc.) la relación jurídica es parte
del derecho público; cuando intervienen los particulares, la relación jurídica
quedaría subsumida en reglas del derecho privado. Sin embargo, bien se
advierte que en numerosas oportunidades el Estado actúa como sujeto de
relaciones jurídico-privadas; tal, cuando arrienda un inmueble para que
funcione en él una escuela.

d) Tesis que distingue según la posición de las partes en la relación


jurídica

Por ello el criterio que ha obtenido mayor preponderancia en la doctrina de


los últimos años ha sido el de diferenciar el derecho público y el derecho
privado según que la relación jurídica de que se trate presente caracteres
de subordinación o de coordinación entre los sujetos. Así suele leerse que
es derecho público aquel sector del Derecho en el cual una de las partes
tiene relación de superioridad respecto de la otra, por participar el Estado con
su imperium en lugar de hacerlo como titular de un derecho subjetivo privado.
En cambio, en el derecho privado, las relaciones jurídicas quedan siempre
establecidas sobre la base de la coordinación o igualdad de los sujetos.

Distinguidos autores argentinos, como Borda y Llambías, han sostenido que


esta tesis es insuficiente por cuanto en las relaciones que se establecen en
el ámbito del derecho público existen supuestos de coordinación e igualdad.
Así, por ejemplo, en las relaciones entre municipios o entre provincias, y aun
entre Estados diversos; y en el ámbito del derecho privado, existen también
relaciones de subordinación, como se dan a veces en el Derecho de familia y
aun en el derecho de las asociaciones civiles.

Sin embargo, Larenz explica que este criterio de distinción es el más


aproximado, pudiendo afirmarse que en el derecho privado predomina la
coordinación y en el público la supraordenación y subordinación.

Concepto de Derecho Civil

a) Noción preliminar

El derecho privado es básicamente el Derecho civil en cuanto éste es el derecho


común que tiende a regular todas las relaciones jurídicas que el hombre tiene o
puede establecer con otros sujetos de derecho sin consideración a sus calidades
personales o profesionales.

De las muchas definiciones que se han dado del Derecho civil, una que se ha
hecho tradicional es la de Clemente de Diego, quien lo identifica como el conjunto

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de normas reguladoras de las relaciones ordinarias y más generales de la vida,
en que el hombre se manifiesta como tal, es decir, como sujeto de derecho y de
patrimonio, y miembro de la familia, para el cumplimiento de los fines individuales
de su existencia, dentro del concierto social.

Cierto es que el derecho privado conoce hoy día otras ramas, como por ejemplo,
el derecho mercantil o comercial, el derecho agrario, el derecho del trabajo,
etcétera (sin perjuicio de las precisiones que daremos más adelante).

Pero lo que no puede desconocerse es que el Derecho civil constituye el


cimiento común de todo el derecho privado. Las otras ramas pueden predicar
cierta especialidad, pero justamente por ser derechos especiales reconocen en
el derecho común o Derecho civil un ordenamiento completo e integrador de
esas mismas ramas especiales; o como se dice en la doctrina más actual, actúa
como el tejido conectivo de todo el derecho privado.

El Código Civil Argentino

Introducción

Desde antaño las leyes civiles han sido numerosas y han sufrido mutaciones a lo
largo del tiempo. Ello generó la aspiración de condensarlas a modo de facilitar
su conocimiento y aplicación, lo que por lo demás contribuiría a la seguridad
jurídica.

Así, desde los romanos en adelante, conocemos antecedentes de codificación


de las leyes civiles. Anteriores obras legislativas como el Código de Manú o el
de Hammurabi, las primeras de la humanidad, contenían reglas de toda especie
y no sólo civiles, que es a lo que nos venimos refiriendo.

Ahora, trataremos el mismo fenómeno ponderándolo fundamentalmente como


una expresión de método legislativo y nos dedicaremos, en particular, al análisis
del contenido del Código Civil argentino.

Recopilación y consolidación

Antes de la codificación se suelen reconocer dos etapas.Una es la pura y simple


recopilación de las leyes, donde son agrupadas cronológicamente o según algún
otro método, pero sin eliminar las derogadas ni efectuar coordinaciones entre
ellas. Ejemplo de esta técnica son las recopilaciones hechas en la península
ibérica que tuvieron vigencia en América hispánica (Nueva recopilación de 1567;
Recopilación de las leyes de Indias de 1680; Novísima Recopilación de 1805).

La segunda etapa, más elaborada, es la consolidación de las leyes, en la que


además de la recopilación se realiza el trabajo de eliminar los textos derogados,
puntualizar las modificaciones, etcétera; en suma, determinar cuáles son los
textos vigentes. Ejemplo de la consolidación es el trabajo de Freitas llamado la
Consolidaçao das leis civis (1855), como paso previo a su Esboço.

Codificación

La codificación es el último escaño en la evolución de la presentación de las leyes


civiles. El código es una única ley que se caracteriza por la unidad de sanción y
publicación, la homogeneidad de contenido, la exclusividad y la sistematización.
Analizaremos seguidamente algunas características:

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a) Unicidad
Es decir que se trata de un cuerpo único, sancionado, publicado y declarado
obligatorio por el Estado en un solo momento, donde están todas las normas
concernientes a la rama del Derecho a la cual él se destina.

b) Homogeneidad
Su homogeneidad se desprende de que se trata de una ley que trata una sola
materia: civil, comercial, minería, navegación.

c) Exclusividad
La característica de la exclusividad deviene de que, en principio, no hay normas
de esa materia fuera del código.
Ejemplo de esta pretensión es el artículo 22 de nuestro Código Civil, conforme
al cual: 

“Lo que no está dicho explícita o implícitamente en ningún artículo de este


Código, no puede tener fuerza de ley en Derecho civil aunque anteriormente una
disposición semejante hubiera estado en vigor, sea por una ley general, sea por
una ley especial”.

d) Sistematización
Pero lo más característico del código es la sistematización de la exposición de la
rama del Derecho de que se trata. Las materias tienen una exposición ordenada
y coherente, conforme a un método que por ello reviste especial importancia en
la tarea codificadora.

e) Ventajas de la codificación

De modo que la codificación se presenta como un avance notable en la exposición


de las normas, pues facilita enormemente su conocimiento, interpretación,
aplicación, enseñanza. Evita normalmente dudas acerca de la vigencia de los
textos en determinadas materias, y contribuye enormemente a la seguridad
jurídica. De todos modos, lo cierto es que hoy asistimos a una cierta decadencia
de la codificación, como una consecuencia de la “inflación legislativa” vinculada
también a la creciente complejidad de las relaciones sociales. A esto nos
referiremos al final de este capítulo, en el número VII.

Método del código

a) Importancia

Si un código es una unidad sistemática, parece evidente que el método que se


utilice para elaborarlo es un prius lógico esencial. De allí que debemos dedicar
algunas líneas a exponer el método seguido por nuestro codificador.

b) Las partes del Código

Nuestro Código comienza con dos títulos preliminares: De las leyes y De los
modos de contar los intervalos del Derecho. A partir de allí se descompone en
cuatro Libros.

El primero de ellos se denomina De las personas y trata de las personas en


general en la primera sección y De los derechos personales en las relaciones de
familia, en la segunda.

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El Libro II se denomina De los derechos personales en las relaciones civiles, y allí
se regulan las obligaciones, los hechos y actos jurídicos y los contratos.

El Libro III trata de los derechos reales y el Libro IV se denomina “De los derechos
reales y personales. Disposiciones comunes”, y comprende las sucesiones, los
privilegios y la prescripción.

c) Crítica

Debe señalarse que el método de Vélez, que siguió en ello mucho a Freitas,
es muy superior al del Código francés, donde las materias están dispuestas de
manera ciertamente arbitraria.

Pero, a pesar de ello, se le criticó a Vélez la errónea ubicación del título de los
hechos y actos jurídicos, metido entre las obligaciones y los contratos, cuando
en realidad tiene una aplicación general a todo el ordenamiento, como él mismo
lo dice en la nota puesta al comienzo de la Sección.

También ha sido materia de crítica la ubicación del capítulo de las cosas, con el
que comienza el Libro III, siendo que ellas no son sólo el objeto de los derechos
reales, sino también de otras situaciones o relaciones jurídicas.

Puede concluirse señalando que los códigos del siglo XX, particularmente a
partir del alemán, han incorporado una Parte General, y ello se reflejó en los
proyectos de reforma de Bibiloni, de la Comisión de 1936 y de 1954.

3. La Relación Jurídica

La relación jurídica es el vínculo que une a dos o más personas respecto de


determinados bienes o intereses, estable y orgánicamente regulada por el Dere-
cho, como cauce para la realización de una función social merecedora de tutela
jurídica.

a) Sujetos

Las relaciones jurídicas se establecen entre personas y exclusivamente entre


ellas.

Esto significa que normalmente se encuentra un sujeto activo titular del poder
(derecho subjetivo) y un sujeto pasivo, titular del deber jurídico correlativo a
aquél.

Naturalmente esos roles pueden estar entrecruzados. Así, en una compraventa


a plazos el comprador tiene el derecho de adquirir la propiedad de la cosa
comprada y el deber de pagar el precio; correlativamente el vendedor
tiene el derecho de cobrar el precio y el deber de transmitir la propiedad.

b) Las relaciones entre personas y cosas


Algunos autores admiten la existencia de relaciones entre personas y cosas;
tales serían las que se originan en los derechos reales. Así, el propietario tendría
relación jurídica con la cosa objeto del derecho real de dominio.

Ya hemos explicado que la propiedad es una situación jurídica unisubjetiva, en


cuanto explicita el modo de estar la persona con relación a los bienes.

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Por lo demás esa cosa no está en “relación” con el sujeto titular, sino que éste
ejerce sobre ella una potestad (Molinario). En el derecho real de dominio se
encuentra la potestad más plena (plena in re potestas), por cuya virtud la cosa
está sometida a la acción y voluntad de la persona (art. 2506 CC).

Esto no implica desconocer que todas las demás personas tienen el deber
jurídico de respetar la propiedad, que a su vez constituye un derecho subjetivo.
Pero la relación jurídica propiamente dicha se va a establecer cuando alguien
turbe o viole el derecho de propiedad de otro; allí nace el deber de restablecer
el derecho violado, y por ende se genera una relación jurídica entre propietario
y agente del hecho ilícito.

c) Otras relaciones de sujeto pasivo determinable

No sólo en el ámbito de los derechos reales se individualiza el sujeto pasivo al


tiempo de la violación del deber genérico de respeto a un derecho oponible erga
omnes.

Lo mismo sucede cuando se vulneran los derechos que emanan de la


personalidad. Todos tienen el deber de respetar la integridad física y el honor e
intimidad de las personas.

Cuando alguien viola esos derechos, verbigracia produciendo un daño corporal


o una lesión a la intimidad, se individualiza el sujeto pasivo de una relación
jurídica que impone al mismo el deber jurídico de reparar el daño causado de
fuente extracontractual.

Por ello se dice que son derechos absolutos y se ejercen erga omnes.

d) Objeto

El objeto de las relaciones jurídicas son bienes e intereses, según lo decimos en


la definición.

Ellos se resumen a conductas humanas, cuando el objeto de la relación es una


prestación de servicios; ejemplo de ello son las relaciones laborales, aunque no
se agotan allí: el servicio del médico o del abogado son también básicamente
conductas.

De otro lado, los bienes son objetos corporales (cosas) o incorporales (bienes en
sentido estricto), susceptibles de tener valor económico (Art. 2311 y 2312 CC).

Se comprenden las energías y las fuerzas naturales susceptibles de apropiación


(art. 2311 CC, segunda parte).

e) Causa

La causa de la relación jurídica identifica a la fuente de la cual ellas emanan. Son,


por lo tanto, los hechos y actos jurídicos que producen como efecto jurídico el
nacimiento de una relación jurídica.

Verbigracia, un hecho ilícito da nacimiento a una relación entre el autor de hecho


y la víctima, en virtud de la cual ésta tiene el derecho de obtener de aquél una
indemnización por el daño sufrido; es una relación jurídica causada por un hecho
jurídico voluntario ilícito.

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Del contrato de compraventa nace una relación jurídica entre comprador y
vendedor: relación causada por un acto jurídico (art. 944, CC).

4. Derechos reales, derechos de crédito y derechos intelectuales

Ésta es una subclasificación de los derechos patrimoniales.

Los derechos reales son aquellas situaciones jurídicas unisubjetivas que reflejan
el modo de estar las personas con relación a las cosas. El más absoluto y
extenso en sus facultades es el dominio, siendo reconocidos también en nuestro
sistema el condominio, la hipoteca, la prenda, el anticresis, el usufructo, el uso,
la habitación y las servidumbres activas (art. 2503).

Los derechos de crédito u obligaciones, también llamados derechos personales,


son los que imponen al sujeto pasivo - deudor - dar, hacer o no hacer algo en
favor del sujeto activo acreedor.
Los derechos intelectuales son los derechos que se ejercen sobre las obras
de la inteligencia y del espíritu; es decir, sobre las obras literarias, musica-
les o cualquier otro tipo de creación artística, y sobre bienes que correspon-
den a lo que se denomina la propiedad industrial, marcas, patentes, etcétera.

Persona. Concepto y clases. Atributos de las Personas.

5. Personas visibles. Especies.


Las dos especies de personas están consagradas en distintos artículos del
Código Civil. Los arts.31 que trata de las dos clases de personas.

Persona física
El art.51 define a las de existencia visible a cuyo respecto debe resaltarse la cali-
dad de personas sin distinción de cualidades o accidentes. La personalidad está
vinculada con la existencia y es indiferente, por tanto, la conciencia o voluntad
del ser. Un pequeño irracional y un enfermo mental son personas. La falta de un
órgano esencial para la vida o cualquier deformación no incide en la concepción
de lo que se entiende por persona. Nuestro código destierra la viabilidad como
requisito para ser persona.

La persona humana comprende las categorías de persona por nacer que es tal
desde su concepción dentro o fuera del seno materno (tratados internacionales),
la persona nacida que a su vez comprende al menor impúber (los que no han
llegado a cumplir 14 años) y menores adultos (los que teniendo 14 años no han
cumplido 18 años de edad)

La Persona Jurídica

A más de la condición de hombre que por naturaleza es un ser social, se encuen-


tra la persona jurídica entendida a grandes rasgos como ese grupo humano
organizado con poder de adquirir derechos y contraer obligaciones tendiente a
la satisfacción de fines legítimos.

Las personas jurídicas pueden ser públicas o privadas (Art.33, CC). Dentro de
las personas jurídicas privadas, están las que requieren autorización del Estado
para funcionar, como las asociaciones y fundaciones y las que nacen obser-

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vando las reglas legales para su conformación, como las sociedades civiles y
comerciales.

La personalidad jurídica de estos entes es dada por el derecho. En cambio la


personalidad jurídica de las personas físicas es reconocida por el derecho a la
persona humana quien inviste por su propia condición de tal, la calidad para ser
titular de derechos.

Existen otros entes que la ley le reconoce la calidad de sujeto de derecho, como
el consorcio de propietarios en la propiedad horizontal, cuando se constituye
cumpliendo las reglas de la ley 13.512.

Atributos de la Persona

Desde el momento mismo de su nacimiento con vida, la persona tiene una serie
de atributos que no vacilamos en calificar de inherentes a la personalidad, una
serie de cualidades o circunstancias que hacen a la esencia de su personalidad
y que la determinan en su individualidad.

Ellos son el nombre, el domicilio, la capacidad, el estado civil son como los
órganos vitales en el ser humano, no es posible imaginar sin ellos.

Los denominados derechos personalísimos, en cambio, son derechos y no


cualidades de la persona; si bien son derechos de primer orden que acompañan
a la persona por el solo hecho de ser tal, es decir de ser persona.

Debemos agregar que para parte de la doctrina, junto con los atributos
precedentemente nombrados se incluye el patrimonio, pues aun un indigente
tiene algo de patrimonio y lo que se contabiliza es la aptitud para tener o adquirir.

Caracteres

Estos atributos presentan los caracteres siguientes:

- son necesarios, habida cuenta de que no se concibe persona que pueda


carecer de ellos por cuanto la determinan en su individualidad;

- son innatos, pues el hecho del nacimiento con vida hace que adquieran su
plenitud;

- son vitalicios, por cuanto se extinguen con la vida de la persona que los detenta;

- son inalienables, por tratarse de una materia que hace al orden público; los
atributos de la persona no están en el comercio y, en principio, no pueden
ser objeto de relación jurídica alguna; aunque algunos, como los derechos
personalísimos son relativamente disponibles

- son imprescriptibles, habida cuenta de que no se pierden ni se adquieren por


el transcurso del tiempo.

Los atributos en relación con las personas jurídicas

En principio los atributos de la personalidad son emanaciones necesarias de la


personalidad física.

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Cierto es que las personas jurídicas tienen domicilio, nombre o denominación
o razón social, y capacidad. También es exacto que tienen un cierto derecho a
la privacidad de sus papeles y libros de comercio, y aun al respeto de su buen
nombre.

Pero el sentido del reconocimiento es distinto cuando se trata de las personas


jurídicas, pues esos “atributos” no son más que mecanismos tendientes a facilitar
la vida de relación de las personas jurídicas y el desarrollo de su actividad.

Ello se advierte cuando se pondera que el nombre o denominación de la persona


jurídica están en el comercio; o inclusive pueden carecer de denominación como
sucede con la sociedad de hecho.

La privacidad de los papeles y libros de comercio se vincula con la propiedad


industrial - que exige el secreto de los negocios - , y no con el respeto a la
personalidad.

El respeto al buen nombre u honor de la persona jurídica, normalmente, tiene un


contenido puramente patrimonial, pues el buen nombre hace a la penetración
de la sociedad mercantil en la plaza o mercado en que actúa; esta idea merece
excepcionarse cuando se trate de asociaciones civiles o fundaciones, a las que
cabe reconocer un “derecho al buen nombre” de contenido extrapatrimonial.

Por ello, debe predicarse que los atributos de la personalidad son un elemento
inalienable e imprescindible de las personas físicas; teniendo en las personas
jurídicas otros caracteres habitualmente vinculados a la actividad desarrollada
por ellas.

La capacidad

a) Capacidad de derecho

Los artículos 31 y 32 del C.C., nos dan, esquemáticamente, el concepto de


capacidad en cuanto aluden a la posibilidad de que las personas adquieran
derechos o contraigan obligaciones en los casos, por el modo y en la forma que
el propio Código determina.

Tal criterio es ratificado en el artículo 52 cuando dice: “Las personas de existencia


visible son capaces de adquirir derechos o contraer obligaciones”. Esto es lo
que se denomina capacidad de derecho o de goce.

La capacidad de derecho alude a la aptitud de goce de los derechos y la poseen


tanto las personas físicas como jurídicas. Se da siempre en grado y no en modo
absoluto (no puede faltar pues dejaríamos de ser personas pero tampoco puede
presentarse de una forma absoluta dado que nuestro derecho se ejerce en
función de los demás integrantes de la comunidad).

Puede faltarnos aptitud para ejercer los derechos pero ello no impide que
tengamos la aptitud para ser titular de los mismos, para gozar de tales derechos.-

b) Capacidad de hecho

Pero el concepto de capacidad no queda circunscripto solamente a la aptitud


para adquirir derechos y contraer obligaciones, es decir a la capacidad de
derecho, ya que, si así fuera, veríamos sólo un aspecto del concepto.

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La capacidad, entonces, ha de incluir también la aptitud para ejercer esos
derechos y cumplir aquellas obligaciones, o sea la llamada capacidad de hecho
o de ejercicio.

En este sentido, resulta esclarecedora la nota al artículo 52 del Código Civil.

c) Relación de la capacidad con los derechos de contenido patrimonial.


Evolución

En general las ideas de capacidad de derecho y de ejercicio (o de hecho) se han


vinculado a la aptitud del sujeto para ser titular de relaciones jurídicas y por lo tanto
para ejercer los derechos y obligaciones causados en esas relaciones jurídicas.
Por ello la capacidad de hecho está parcelada en compartimentos en principio
estancos - incapaces y capaces - para celebrar actos jurídicos patrimoniales
(contratos) o extrapatrimoniales (el matrimonio) y siempre en función de la edad:
se es mayor de edad a partir de los 18 años, se puede contraer matrimonio antes
con autorización, se puede tomar posesión de las cosas a los 10 años. Estos
criterios están evolucionando notablemente.

En primer lugar, resulta evidente que todas las personas son titulares de ciertos
derechos que no se limitan a la celebración de actos jurídicos para establecer
relaciones jurídicas. Así, todas las personas (niños, ancianos, discapacitados,
aborígenes, mujeres, hombres, sin excepciones) gozan de los derechos que
hacen a la dignidad personal y pueden hacer valer esos derechos frente a otros
particulares y frente al Estado quien asume incluso obligaciones para hacer
eficaces las declaraciones programáticas del ordenamiento.

Pero, además, se advierte que el ejercicio de tales derechos no requiere que


el sujeto tenga una cierta capacidad atribuida en función de la edad. Así, la
legislación actualmente vigente (ley 26061) que pone en práctica la Convención
Internacional de Derechos del Niño, establece que se debe respetar “el derecho
de las niñas, niños y adolescentes a ser oídos y que su opinión sea tenida en
cuenta”, sirviendo como pauta de ponderación “la edad, grado de madurez,
capacidad de discernimiento y demás condiciones personales” (art. 3, incs. b y d
), lo que lleva a considerar legítima la negativa de una menor de someterse a un
aborto si refleja tener el discernimiento necesario para comprender la decisión
que está tomando, o, como ha sido resuelto recientemente por un tribunal de
familia chileno, a rechazar una castración recomendada para el tratamiento de
un cáncer de testículos.

Estas pautas son también las que hay que tomar en consideración para
determinar la eficacia del consentimiento de los menores para la disposición
de su propio cuerpo o de sus derechos de la personalidad espiritual como la
imagen o la privacidad.

De modo pues que especialmente con relación a los menores - categoría que
hoy se identifica con los “niños, niñas y adolescentes” de la Convención y de
la ley 26061 - se van reconociendo ciertas prerrogativas, de manera progresiva,
vinculadas a su madurez y discernimiento , en tanto pueden expresar su opinión
en todo aquello que les concierne, tienen derecho a ser oídos por las autoridades
de todo tipo (administrativas y judiciales), su opinión debe ser tomada en cuenta
prioritariamente y se les reconoce una amplia capacidad procesal teniendo
derecho incluso a tener su propio abogado especializado en niños, niñas y
adolescentes.

Por lo demás, en ciertas materias, como cuando se trata de recibir terapias o


procedimientos médicos, la legislación especial también les reconoce el derecho

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a ser oídos y expresar su opinión: ley 26.529 de Derechos del Paciente, art. 2,
inc. e, que expresamente dice: “Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho
a intervenir en los términos de la ley 26061 a los fines de la toma de decisión
sobre terapias o procedimientos médicos o biológicos que involucren su vida o
su salud”.

Capacidad y discernimiento

Son éstos dos conceptos diversos en cuanto a fundamento y consecuencias,


bien que - frecuentemente - se los analice en forma conjunta.

Tal como lo expresamos anteriormente, la capacidad está referida a la aptitud de


las personas para adquirir derechos y contraer obligaciones, y se sustenta en
su madurez, que le permite distinguir lo conveniente de lo inconveniente a sus
intereses, teniendo por contrapartida la incapacidad.

En cambio, el discernimiento es la aptitud de las personas para distinguir lo


bueno de lo malo, también sustentada en su madurez o salud mental, pero
cuya contrapartida es la falta de razón (Llambías). Es la facultad de reflexionar,
mientras que la capacidad es la aptitud para ejercer determinados derechos en
función a la madurez legal.

De allí entonces que el artículo 921 CC establezca como actos realizados sin
discernimiento los ilícitos cometidos por menores de diez años, los lícitos
otorgados por menores de catorce años, así como los realizados por los
dementes, salvo que se encuentren en intervalos lúcidos, y por quienes por
cualquier otra circunstancia estén sin uso de razón.

La falta de discernimiento hará que el hecho resulte involuntario, habida cuenta


de la caracterización que el artículo 897, CC, hace de los hechos voluntarios.
De allí que el acto obrado sin discernimiento, por regla general, no genera
responsabilidad (Art. 900 CC y 907 CC).

Así es entonces que, resumiendo, la capacidad o incapacidad de las personas


hace a la aptitud para generar relaciones jurídicas, en tanto que el discernimiento
hace a la voluntariedad de los actos de esa persona.

La noción de discernimiento como “aptitud de entendimiento o comprensión”


tiene en la actualidad una relación más estrecha con la capacidad. Es que la
ley 26061, que pone en práctica la Convención Internacional de Derechos del
Niño, establece que debe respetarse “la edad, grado de madurez, capacidad
de discernimiento y demás condiciones personales” (art. 3, inc. d), pautas que
también hay que tomar en consideración especialmente para determinar la
eficacia del consentimiento de los menores para la disposición de su propio
cuerpo o de sus derechos de la personalidad espiritual como la imagen o la
privacidad.

Capacidad y estado

En nuestro Derecho la noción de estado se reduce a la de “estado de familia”,


es decir, la posición del individuo en el grupo familiar a que pertenece. Tal es el
sentido con que el Código Civil utiliza la palabra estado en los artículos 845 y
1001 - que expresamente aluden al “estado de familia” - y en los artículos 846,
847 y 4019, inciso 9, en que se refieren al estado en este sentido

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En punto a las relaciones entre capacidad y estado, debe apuntarse que éste
influye sobre aquélla, ya que supone una determinada posición del sujeto en
la familia, que incide sobre sus derechos y obligaciones. Así, los cónyuges no
pueden otorgarse ciertos contratos entre sí; los padres no pueden contratar con
sus hijos menores; quienes están en cierto grado de parentesco no pueden
contraer matrimonio entre sí.

Actividad 1: Capacidad

A continuación nos interesa que usted pueda identificar si ha comprendido los


conceptos más relevantes de este módulo. Para ello resuelva las siguientes con-
signas:

1) Marque la respuesta correcta:


Las incapacidades de derecho pueden ser consideradas prohibiciones o restric-
ciones relacionadas con:

a) La calidad de las personas que intervienen en el acto.


b) Las cosas que constituyen su objeto
c) La clase de acto de que se trate.

2) En base a esta clasificación, identifique los siguientes ejemplos en cada


uno de dichos supuestos:

a) Art. 1358. Este artículo prohíbe el contrato de compraventa entre esposos


auque hubiese separación judicial de bienes.
b) Art. 398, incs. 5 y 6 del Código Civil. Prohibición que pesa sobre los padres
que han sido privados de la patria potestad o sobre los fallidos, para ser
tutores.
c) Art. 1361. Prohibición a los padres de comprar los bienes de los hijos que
están bajo su patria potestad.

3) Identifique si las siguientes proposiciones son verdaderas o falsas, y


fundamente su respuesta:

a) La capacidad de hecho o capacidad de obrar, puede ser descripta como la


aptitud genérica para realizar actos jurídicos válidos.
b) La incapacidad de derecho reposa en una prohibición legal, fundada gene-
ralmente en principios de orden público, éticos o de índole moral, o en l a
necesidad de proteger interese distintos a los del propio incapaz.
c) La incapacidad de hecho puede ser relativa pero nunca absoluta.
d) La capacidad de derecho es la aptitud reconocida por el ordenamiento jurí-
dico a una persona, para ejercer por si actos jurídicos.

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M2 Contenidos

La causa de la relación jurídica

Hecho jurídico: I) Concepto y clasificación. II) Simple acto (gestión de negocios)


y Acto o negocio jurídico: concepto. III) Elementos esenciales. IV) Clasificación.
Ineficacia de los actos jurídicos: I) Concepto, II) Clases de Ineficacia. III) Nuli-
dad de los actos jurídicos: concepto, clases, efectos. Responsabilidad civil del
martillero y corredor público: I) Concepto. II) Factores de Atribución: concepto y
ámbito de funcionamiento.

1. Hechos jurídicos: concepto y clasificación

Según el agente: Naturales y Humanos

Según quien sea el autor del hecho, se distingue entre hechos naturales o de
naturaleza (también llamados externos o accidentales) y hechos humanos.

a) Recepción legislativa

Esta clasificación no está puesta de manifiesto expresamente en el Código, pues


el artículo 897 comienza con la clasificación de los actos humanos en voluntarios
e involuntarios, pero sí aparece expuesta por Vélez Sarsfield en la nota al artículo
896.

b) Criterio de distinción

Según el criterio generalizado, son actos naturales los actuados por la naturaleza,
sin intervención o participación del hombre, como un granizo que cae sobre la
cosecha asegurada, o el terremoto que produce un incendio o la destrucción de
cosas que eran objeto de derechos subjetivos.

Por el contrario, serían hechos humanos los obrados por el hombre, fueren
ellos voluntarios o involuntarios (art. 897). Estos hechos, por ser obrados por el
hombre, se llaman actos.

c) Insuficiencia del criterio expuesto

La idea antes expuesta es insuficiente, pues no da una solución a numerosos


supuestos.

En principio, existen hechos en los cuales el hombre participa, como lo son el


nacimiento y la muerte, y otros que son -aparentemente al menos- actuados por
el hombre, pero que aparecen como el resultado de mecanismos biológicos
o fisiológicos sobre los que aquél no tiene control: actos reflejos, que pueden
producirse durante el sueño; el vómito; los actos que se realizan bajo el efecto
de narcóticos, o bajo hipnosis, etcétera.

Éstos: ¿son hechos de la naturaleza o son actos humanos?

d) Importancia de la cuestión

La cuestión no es baladí; si se entendiera que son hechos de la naturaleza, no


se podrá nunca atribuir responsabilidad al ser humano que ha actuado como

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mero “animal”, ni aun en los términos del artículo 907 (v. infra, n. 1124), ya que
no habría autoría (v. Bueres, Brebbia, Mosset Iturraspe).

e) Criterio de la doctrina actual

En nuestra doctrina, Brebbia afirma que deben ser calificados como hechos
naturales aquellos en los cuales el ser humano participa como ente sometido a
las leyes físicas o biológicas; de modo que el nacimiento, la muerte, el embarazo
son hechos jurídicos naturales, aun cuando el hombre, obviamente, participa del
acaecer.

Mosset Iturraspe dice que no pueden considerarse como acción (humana),


y por ende, el autor no puede ser responsable de acontecimientos que no
expresan, de ninguna manera, su carácter y sus tendencias; ellos no tienen
ninguna significación o valor sintomático respecto de la constitución psíquica
del individuo. Incluye en esta categoría a los actos reflejos, o los realizados en
condiciones patológicas, como los movimientos de un enfermo con fiebre muy
alta, omisiones debidas a una parálisis o un desmayo; pueden agregarse, los
movimientos convulsivos, la epilepsia, etcétera.

Finalmente Bueres, persiguiendo un criterio más generalizador, sostiene que


existe conducta humana, voluntaria o involuntaria, cuando ella posee mismidad
o atribuibilidad (subrayado en el original), o sea que la acción se trasunta como
una emanación de la persona.

Con lo cual quedan excluidos del concepto de acto humano (y por lo tanto, no
hay acción atribuible al ser humano, lo que, como decíamos, tiene repercusión
en el ámbito de la responsabilidad civil), los actos reflejos, aquellos producidos
en estado de inconciencia total y los que resultan consecuencia de una fuerza
irresistible (Bueres).
Los hechos pueden ser voluntarios o involuntarios. Los primeros son aquellos
ejecutados con discernimiento, intención y Libertad (los tres elementos internos
de la voluntad), mientras que los segundos son aquellos privados de alguno de
esos elementos.

A su vez los hechos voluntarios pueden ser lícitos o ilícitos

Según el artículo 898: “Los hechos voluntarios son lícitos o ilícitos. Son actos
lícitos, las acciones voluntarias no prohibidas por la ley, de que puede resultar
alguna adquisición, modificación o extinción de derechos”

Son todos aquellos que no contradicen el ordenamiento, es decir, que son ejer-
cidos en el ámbito de la libertad del individuo. Al respecto debe subrayarse que
constituye un principio fundamental de derecho, la idea según la cual es permi-
tido todo aquello que no está prohibido (art. 19, Const. Nac.).

Los actos ilícitos no están definidos en este Título I de la Sección II, sino en el
Título VIII de la misma Sección II, artículos 1066  y 1067, y criterios básicos de
distinción son proporcionados por Vélez Sarsfield en la nota al Título VIII.

Naturalmente, los actos ilícitos son acciones y omisiones prohibidas por la ley.
Pero, para que adquieran el carácter de fuente de la obligación de reparar,
además de la antijuridicidad objetiva (contradicción del hecho y la norma), deben
configurarse otros elementos, que se verán más adelante.

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Los hechos voluntarios lícitos pueden ser el acto jurídico o negocio jurídico y el
simple acto. El acto jurídico es el acto voluntario lícito que tiene por fin inmediato
producir consecuencias jurídicas (crear, modificar, extinguir derechos). Se dife-
rencia del simple acto en que este último no guarda esa finalidad y, sin embargo,
de su ejecución resultan consecuencias jurídicas (la pesca, la gestión a favor de
un tercero).

Los actos jurídicos están provistos de elementos esenciales que no pueden


faltar, como el sujeto de la relación jurídica, el objeto, la causa y la forma.

El sujeto es aquel que ejerce la prerrogativa jurídica. El objeto es la materia sobre


la que recae esa relación. La causa es el elemento generador de la relación
jurídica (en la transferencia de bienes en propiedad, el contrato) y la forma es
el molde externo que contiene a la declaración de voluntad y puede ser libre o
legalmente impuesta

A su vez los actos jurídicos pueden ser unilaterales (concurre un sujeto en la


realización del acto) o bilaterales (intervienen dos o mas sujetos).

El contrato es el acto jurídico por antonomasia.

2. Ineficacia de los actos jurídicos


En el estado actual de la evolución de las ciencias jurídicas, la teoría de la nulidad
de los actos jurídicos debe ser ubicada en el contexto de la ineficacia negocial,
que es un concepto más amplio y del cual la nulidad participa, con determinadas
características. Vale decir que la nulidad tiene un contenido de ineficacia latente,
pero no es la única ineficacia que puede afectar a un acto o negocio jurídico.

Corresponde, entonces, comenzar por estudiar el concepto genérico de


ineficacia; pero para ello, debemos partir de otro concepto aun anterior: el de la
eficacia. Pues la ineficacia es, pura y simplemente, falta de eficacia.
Partiendo de esta idea, en la exposición de la materia seguiremos el siguiente
orden: como punto de partida analizaremos el concepto de eficacia de los
actos jurídicos, para luego estudiar su derivación negativa que es la ineficacia,
examinando fundamentalmente el alcance de esta última noción, sus principales
supuestos y, en especial, la nulidad.

Eficacia de los negocios jurídicos

Para entender el concepto de eficacia, debemos remontarnos, todavía, a otro


concepto previo: el de acto o negocio jurídico, pues la eficacia no es una noción
autónoma o sustantiva sino adjetiva o derivada, que aplicamos ahora a ese
concepto de acto jurídico.

El negocio jurídico es aquel acto voluntario lícito que tiene por finalidad
inmediata la producción de un efecto jurídico. Efecto que se produce porque es
querido por las partes, y en cuanto no sea ilícito (ni contrario a la moral y buenas
costumbres) es reconocido por la ley. Esa aptitud del negocio, para producir los
efectos queridos por las partes, se denomina eficacia.

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Aspecto estático de la eficacia

Desde este ángulo se analiza si el negocio es apto como fuente de la relación


jurídica y capta la eficacia para crearla.

De esta forma, si al otorgarse el acto se lo hizo conforme a la ley y cumpliendo


los requisitos que ella exige (haber sido otorgado por sujeto capaz, tener causa
y objeto lícitos, satisfacer la forma requerida), el acto produce los efectos que las
partes persiguieron al celebrarlo (arts. 944 y 1197).

Desde esta perspectiva de análisis, se apunta al momento de formación del


negocio, de su génesis.

Aspecto dinámico de la eficacia

En este sentido, interesa si la relación jurídica ya constituida idóneamente por el


negocio continúa realizando plenamente los fines que persiguieron las partes al
celebrar el acto.

Desde esta otra perspectiva de análisis, se alude al desenvolvimiento ulterior


del negocio; no a su nacimiento, sino a la etapa funcional, pudiendo observarse
que un negocio válido y plenamente eficaz, puede luego perder esa eficacia. Lo
que puede suceder por causas sobrevinientes y objetivas, que impiden que las
partes satisfagan los fines que se propusieron al otorgarlo, o porque esos fines
se convirtieron en contrarios a la ley (conf. Zannoni).

Un ejemplo puede aclarar la idea: una persona alquila una estación de venta
de nafta, pero como consecuencia de la guerra, la distribución y venta del
combustible es monopolizada por el Estado. El negocio jurídico locación, válido
sin dudas, no puede cumplir su finalidad, y por ello el locatario podría solicitar
su rescisión; vale decir, deja de ser eficaz por una circunstancia sobreviniente.

Validez y eficacia

Debe advertirse que el concepto de validez no se contrapone al de eficacia. La


eficacia supone validez del negocio.

Dijimos en el párrafo anterior, que si el acto se otorgó con licitud y conforme a


los requisitos que la ley exige, ese acto jurídico es válido.

Y lo normal y ordinario es que un acto válido sea eficaz. Pero puede suceder
que un acto jurídico válido no produzca sus efectos, sea ineficaz. Por ejemplo: el
testamento válidamente otorgado mientras el testador no fallezca (art. 947); o en
los casos de revocación, rescisión y resolución, supuestos éstos que se refieren
a actos válidos que devienen ineficaces.

Con esta precaución, es que en el punto anterior se distinguió entre la


eficacia estática y dinámica del negocio. Pues la eficacia estática se identifica
primariamente con la validez del acto jurídico (idoneidad estructural), mientras
que la eficacia dinámica, partiendo de la validez, toma en cuenta la idoneidad
funcional del negocio.

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Ineficacia del negocio jurídico

a) Noción vulgar

Como derivación negativa de la eficacia se nos hace presente la noción de


ineficacia.

En el lenguaje corriente y aun etimológicamente, ineficacia significa falta de


efectos.

b) Noción jurídica

En sentido jurídico, la ineficacia es, genéricamente, la privación o disminución de


los efectos propios del negocio jurídico, vale decir, de los efectos que las partes
persiguen de manera inmediata al otorgarlo. Ello como principio.

Con este alcance, la ineficacia jurídica no impide que el acto produzca otros
efectos (que actúan por vía supletoria) dispuestos por la ley, aunque no deseados
por las partes. Así, en materia de nulidades, el artículo 1056 dispone: “Los actos
anulados, aunque no produzcan los efectos de los actos jurídicos, producen sin
embargo, los efectos de los actos ilícitos, o de los hechos en general, cuyas
consecuencias deben ser reparadas” (volveremos sobre el punto más adelante
al tratar el concepto de nulidad).

La ineficacia es pues, un concepto jurídico amplio, que abarca diversas


situaciones en las que los actos carecen de valor, fuerza o eficiencia para lograr
sus efectos propios.

c) Tipos

Sucede que la ineficacia de los actos jurídicos puede tener orígenes muy
variados. Por un lado, podemos distinguir aquellas causales de ineficacia que
provienen de vicios existentes en el momento mismo de la formación del negocio
jurídico y que atañen a su estructura, es decir, que se localizan dentro del mismo;
por el otro, se encuentran aquellos casos de ineficacia que adquieren relevancia
con posterioridad a la celebración del acto y en virtud de causas que se hallan
fuera de su estructura.

Lo dicho se relaciona con lo expresado precedentemente sobre las dos fases de


la eficacia (estática y dinámica).

Es por ello que la doctrina más moderna suele contraponer, con distintas
denominaciones dos categorías de ineficacia. Se habla en este sentido, de
ineficacia estructural -o intrínseca o inicial- y de ineficacia funcional -o extrínseca
o sobrevenida-.

Ineficacia estructural y funcional

a) Ineficacia estructural

Cuando la privación de los efectos propios de un negocio jurídico se produce por


defectos en su estructura y existentes desde el momento mismo de celebrarse el
acto, se habla de ineficacia estructural.

Esos defectos, o vicios, constitutivos y estructurales pueden referirse, como ya


se vio, a cualquiera de los elementos del negocio jurídico o a su contenido. Por

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ejemplo: falta de capacidad en el sujeto, inmoralidad del objeto, ilicitud de la
causa, etcétera. En estos casos, la privación de los efectos se produce desde el
origen y prima la idea de nulidad.

Desde este punto de vista, la ineficacia que deviene de la nulidad es originaria


(conf. Zannoni).

Por eso muchos autores se refieren a la nulidad denominándola ineficacia


estructural.

b) Ineficacia funcional

Se habla de ineficacia funcional cuando ella se causa en circunstancias


extrínsecas a la estructura del negocio y sobrevinientes a su constitución, que
inciden sobre los efectos del negocio, de tal modo, que mantenerlo conduciría a
obtener un resultado contrario a derecho, o a los fines o intereses prácticos de
los sujetos del negocio.

En este sentido, observa Zannoni que, en esta categoría no se alude a la aptitud


del negocio como fuente de una relación jurídica, sino que se apunta a destituirlo
por carecer de función económico-social.

Debe advertirse que, en estos casos, se trata de negocios jurídicos


originariamente válidos, es decir, sin defectos en su estructura al tiempo en que
fueron otorgados, y que devienen luego ineficaces por causas extrínsecas, no
produciendo todos o algunos de sus efectos propios. Es lo que acontece, por
ejemplo, con la revocación, la rescisión y la resolución

Principales supuestos de ineficacia distintos de la nulidad:

Resolución

a) Concepto

La resolución es un modo de ineficacia de los negocios jurídicos, que se da en


razón de la producción de un hecho sobreviniente a la constitución del negocio,
que a veces, es imputable a una de las partes, y otras, es totalmente extraña
a la voluntad de ellas; y que extingue retroactivamente sus efectos debido a
que en la ley o en el propio acto jurídico se le atribuyó esa consecuencia (conf.
Llambías, Borda, Arauz Castex, Cifuentes, Lloveras de Resk, Zannoni).

Puntualizamos que el hecho sobrevenido a la constitución del negocio, cuya


producción lo torna ineficaz, en ciertas ocasiones, puede imputarse a una de
las partes (por ej., el incumplimiento de la obligación pactada), o bien puede ser
extraño a la voluntad de ellas (v.gr., el acaecimiento del hecho futuro e incierto
en el acto sujeto a condición resolutoria).

Ahora bien, el efecto que produce este hecho sobrevenido, imputable o no,
puede estar previsto en la ley (resolución por incumplimiento de una de las
partes: art. 1204), o bien estar pactado en la convención (acto modal).

Lo dicho explica por qué la resolución puede operar mediante una declaración
de voluntad de la parte interesada (por ej.: cuando la resolución se funda
en el incumplimiento de la otra parte), o puede operar automáticamente con
el advenimiento del hecho previsto en el mismo acto (caso de la condición
resolutoria) y sin necesidad de una nueva declaración de voluntad que produzca
la ineficacia, pues ya se la había tenido en mira al crearse el negocio.

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Revocación

a) Concepto

La revocación es una causal de ineficacia de los actos jurídicos en virtud de


la cual la ley autoriza al autor de la manifestación de voluntad en los actos
unilaterales, o a una de las partes en los actos bilaterales, a retraer su voluntad,
dejando sin efecto, hacia el futuro, la relación jurídica (conf. Llambías, Borda,
Lloveras de Resk, Zannoni, Arauz Castex, Cifuentes, Nieto Blanc);

b) Actos a los que se aplica

En principio la revocación opera en los actos unilaterales, como el testamento


(arts. 3824 y sigs.).

Pero también pueden revocarse ciertos negocios jurídicos bilaterales, como el


mandato y la donación.

Rescisión

a) Concepto

La rescisión es una causal de ineficacia, por la cual, un acto jurídico válido queda
sin efecto para el futuro en razón del acuerdo de las partes, o de la voluntad
de una sola de ellas, autorizada por la ley o por la propia convención (conf.
Llambías, Borda, Cifuentes, Arauz Castex, Lloveras de Resk, Zannoni).

b) Terminología legal

Se debe señalar que la terminología utilizada por el codificador en la materia


no siempre es prolija, ya que en algunas normas del Código Civil se emplea el
término rescisión para identificar supuestos de nulidad (por ej., arts. 858 /860).
En otras disposiciones (ver por ej., arts. 2022, 3536 y 2664 y especialmente, en la
nota al Título VI, de la Sección II del Libro II del Cód. Civ.) Vélez Sarsfield diferencia
ambas categorías. De esta manera, en la nota referida, con cita de Savigny, el
codificador sostiene que, en realidad, el acto anulable no es rescindible sino
atacable o vulnerable, pues la palabra rescindir no suele expresar la nulidad
inmediata.

Clases de nulidades
Las nulidades pueden estar expresamente contenidas en una disposición legal o
surgir implícitamente siguiendo el espíritu de la ley.

A partir del Art.1041, CC, se enuncia a los actos nulos. El código no especifica
en artículos determinados cuales actos son de nulidad absoluta y sí refiere a los
actos nulos y anulables.

De todas maneras podemos formular una clasificación entre actos nulos, anula-
bles, de nulidad absoluta y nulidad relativa. Son clasificaciones que obedecen a
parámetros distintos por lo que pueden combinarse una y otra clasificación. Es
decir pueden existir actos nulos de nulidad absoluta y también actos nulos de
nulidad relativa. Como actos anulables de nulidad absoluta y actos anulables de
nulidad relativa.

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Los actos nulos son aquellos que presentan un vicio manifiesto. No necesita de
ninguna elaboración jurídica para determinar su existencia. El vicio está paten-
tizado.

Los actos anulables, en cambio, son aquellos que sí requieren de una investiga-
ción o elucubración jurídica previa para constatar su existencia.

Como puede apreciarse, esta clasificación hace al modo de manifestación o de


presentación del vicio. Ya sea nulo o anulable, los efectos jurídicos son idénticos
ya que el acto anulable si bien produce efectos hasta la declaración judicial que
determina su existencia, una vez declarado tal, retrotrae sus efectos al momento
de su nacimiento; equiparándose así con el acto nulo cuya ineficacia se pro-
duce desde el momento mismo de su constitución.

La clasificación de actos de nulidad absoluta y relativa, en cambio, obedece a un


criterio de mayor trascendencia, cual es el interés jurídico comprometido. Si el
interés afectado es de orden público, interesa a la comunidad toda, en definitiva
hace al interés general, la nulidad será absoluta e insalvable. En cambio si el
vicio afecta un interés particular, que solo conmueve al sujeto de la relación jurí-
dica que en particular se trata, allí la nulidad será relativa y por ende confirmable.

Efectos de los actos nulos

En principio y acorde lo estatuido en el Art. 1050, del CC, la nulidad vuelve las
cosas al estado que tenían antes de la realización del acto anulado. Ello, sin
perjuicio del reclamo indemnizatorio toda vez que el acto anulado produce los
efectos de un acto ilícito (Art.1056, CC)

Puede suceder que una vez celebrado el acto inválido y antes de la sentencia
que así lo declare, la parte que se benefició con la cosa o un derecho real o per-
sonal, lo haya a su vez transmitido a un tercero. En tal caso y como nadie puede
transmitir un derecho mejor o más extenso que el que tenía (Art.3270, CC), la
sentencia de nulidad permite perseguir la cosa o el derecho para que ese tercero
la devuelva sin perjuicio de reclamar, de corresponder, los daños y perjuicios
causados por la nulidad

Este principio general comentado, de retrotraer las cosas a su estado anterior,


tiene limitaciones establecidas en resguardo a la seguridad jurídica, evitando la
precariedad en el tráfico jurídico, a fin de que no resulte tan endeble la transmi-
sión de derechos sobre inmuebles en aquellos actos celebrados a título oneroso
y de probada buena fe, en los cuales el adquirente bajo tales condiciones no
tendrá la obligación de restituir (cnf. Art.1051, CC).

3. Responsabilidad civil del martillero y corredor inmobiliario

Nos referiremos a la responsabilidad civil en general, de la cual la responsabi-


lidad del martillero y corredor inmobiliario forma parte. La responsabilidad civil
es un efecto propio de los hechos jurídicos. Sabemos que los hechos, en tanto
están previstos o regulados de antemano por la ley, en caso de acaecer, generan
consecuencias jurídicas que penden de ese factum o supuesto de hecho. Pre-
cisamente, la responsabilidad civil es, básicamente, la obligación resarcitoria,
que deviene con motivo del acaecimiento de hechos generadores de daños,
susceptibles de ser reparados (consecuencia jurídica).

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Ahora bien, la responsabilidad civil no es única y exclusivamente una obligación
de indemnizar los daños injustamente sufridos por la víctima, sino que también
comprende una función preliminar y más importante aún, que es la de evitar
el daño o las consecuencias perjudiciales (función preventiva del Derecho de
Daños), que se manifiesta sustancialmente (por caso a través de la implementación
de sistemas de responsabilidades objetivas; la previsión contenida en el art.43,
C.N.) como procesalmente (medidas inhibitorias, por ejemplo).

La responsabilidad civil tiene presupuestos que condicionan su existencia. Algunos


indispensables como el Daño, sin el cual no existe la obligación resarcitoria y
otro que puede no presentarse como la antijuridicidad desde que existe también
responsabilidad civil por actos lícitos (propios en la responsabilidad estatal).

Estos presupuestos son: a) antijuridicidad; b) daño; c) relación de causalidad; d)


factores de atribución objetivos y de imputación subjetivos.

Veamos a cada uno de ellos.

a) Antijuridicidad

Lo ilícito es lo contrario a la ley. La antijuridicidad significa lo contrario al derecho


y el derecho positivo es la plenitud del ordenamiento legal vigente en un Estado.
Luego, el concepto de antijuridicidad es sinónimo de ilicitud, aunque puede
entendérselo con una mayor comprensión por abarcar no solamente los casos
de violación directa de la ley, sino las hipótesis de infracción del deber impuesto
por la voluntad de las partes en el contrato. Expresa Santos Briz que si la palabra
ley se toma en sentido lato incluyendo los pactos contractuales que son ley para
los contratantes, puede llegarse a un concepto aceptable de antijuridicidad.

En nuestro ordenamiento civil no puede negarse que la ilicitud constituye un


elemento del acto ilícito independiente de la culpa, pues el artículo 1066 del
Código así lo declara expresamente: “Ningún acto voluntario tendrá el carácter
de ilícito si no fuera expresamente prohibido por las leyes ordinarias, municipales
o reglamentos de policía...”. La norma exige una expresa disposición legal
siguiendo el principio nulla poena sine lege, o sea la ley en sentido amplio o
material.

Se entiende que es ilícito hacer lo que está específicamente prohibido en una ley
general (art. 1066, CC) o no hacer lo que una disposición de la ley le obligare a
cumplir (art. 1074, CC).

Este último supuesto es el de abstención u omisión simple, pues la comisión


por omisión se asimila a un acto positivo de violación, dado que la abstención
se produce en el curso de una acción y no evita así el resultado que persigue
aquélla, sino que lo finiquita.

La ley impone a veces expresamente el deber de actuar en una precisa


emergencia, sin embargo ¿puede negarse que la ley imponga tácitamente el
deber de actuar cuando, sin riesgo para una persona, ésta puede con su hecho,
y solamente con su hecho evitar un daño? Sin duda que el deber genérico de
prudencia y diligencia que impone el artículo 1109 tanto vale para actuar cuando
es preciso como para abstenerse cuando es necesario.

La cuestión se suscita cuando se trata de determinar la relación causal del


resultado dañoso con la omisión que se reputa causa idónea de este último.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 34


Pensamos que serán los jueces quienes en cada caso concreto deberán
establecer si la omisión de una conducta ha sido o no una causa idónea o
concausa de un daño, habida cuenta de las circunstancias de hecho y de la
eventual omisión de un deber de solidaridad por parte de quien se abstiene de
un hecho que de haberse cumplido habría podido evitar el daño.

Conforme a lo que llevamos expuesto el artículo 1066 al igual que el artículo


1074 del Código Civil prefigura una ilicitud objetiva como elemento distinto de
la culpa.

A la ilicitud específica deviene la ilicitud genérica que responde al principio de


no dañar a otro. Cuando con el obrar injustificado se causa daño a tercero en
su persona o bienes, por más que no esté prohibida expresamente la conducta,
esta deviene ilícita al transgredir el principio “Alterum Non Laedere”.

b) Daño

Podría expresarse en términos genéricos que Daño es la afectación de intereses


jurídicamente protegidos.

Cuando el interés afectado es patrimonial, estamos en presencia de un daño


patrimonial y cuando el interés afectado es extrapatrimonial, estamos en
presencia de un daño de esa índole.

No interesa tanto el bien dañado como el interés afectado. Se puede dañar un


bien de ínfimo contenido patrimonial pero que tenga notable incidencia dañina
en el ámbito espiritual de la persona y, en tal caso, estamos frente a un daño
moral por deterioro de un bien material.

El daño moral, pues, representa la afectación de intereses de orden espiritual


que hacen al modo de sentir, querer y pensar de la persona afectada.

El daño moral es de orden personal y, en principio, solo puede ser reclamado


por el particular afectado; salvo su fallecimiento en que podrán hacerlo sus
herederos forzosos sin importar el grado de prelación, conforme criterios últimos
de la doctrina y jurisprudencia. Existe otro supuesto de excepción al criterio
“personal” del daño que está previsto en el art. 1080, CC.

El daño patrimonial puede ser clasificado en daño Emergente (daño ya sufrido


en el patrimonio) o Lucro Cesante (ganancia frustrada). Ello no implica que
ambos supuestos clasificatorios puedan considerarse actuales o futuros. Daño
Emergente actual serían los gastos de atención médica incurridos y futuros,
los que resulten de las atenciones periódicas por tratamiento fisiátrico. Lucro
Cesante actual refiere a la frustración de ganancia cierta ya acaecida y futura a la
falta de ingresos ciertos que la actividad productiva y suspendida, le generaran
a la víctima en el futuro.

El Daño debe ser cierto, personal, subsistente. Por oposición a daño cierto
resulta el daño meramente conjetural o hipotético, que no es indemnizable.

La chance resulta, en ese aspecto, una situación intermedia: está a mitad de


camino entre el daño cierto e incierto. Es la pérdida de una probabilidad de
ganancia. La indemnización está influenciada por esa probabilidad. Cuanto
más probable resulta su acaecimiento, mayor solidez adquiere la chance; es
la frustración de la probabilidad de obtener un beneficio o impedir un perjuicio.

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C) Relación de causalidad

La relación causal vincula el daño directamente con el hecho antijurídico, e


indirectamente con el elemento de imputación subjetiva o de atribución objetiva.
Es el factor aglutinante que hace que el daño y la culpa, o en su caso el riesgo,
se integren en la unidad del acto que es fuente de la obligación de indemnizar.
Es necesaria la existencia de ese nexo de causalidad pues de otro modo se
estaría atribuyendo a una persona el daño causado por otro o por la cosa de
otro. Es un elemento objetivo porque alude a un vínculo externo entre el daño y
el hecho de la persona o de la cosa.

Nuestro Código Civil sigue la teoría de la causalidad adecuada, según la


cual no todas las condiciones necesarias para producir un resultado son
equivalentes, sino que la causa eficiente es aquella que según el curso natural
y ordinario de las cosas es idónea para producirlo. Las demás son solamente
condiciones antecedentes o factores concurrentes. Conforme a esta teoría es
necesario formular un juicio de probabilidad, o sea considerar si tal acción u
omisión era idónea para producir normal o regularmente ese resultado. Ese
juicio de probabilidad no puede hacerse sino en función de lo que un hombre
de mentalidad normal, juzgada ella en abstracto, hubiese podido prever como
resultado de su acto.

El ordenamiento jurídico puede disponer que el hombre responda hasta donde


alcance el poder de su voluntad que es, en definitiva, lo que determina su
personalidad, o sea que su responsabilidad debe llegar hasta donde el curso
causal pueda ser dirigido y dominado por su voluntad, es decir hasta donde sea
previsible.

La relación de causalidad, por lo menos en su fase primaria, puramente material,


incumbe probarla al accionante, y de allí podrá presumirse la adecuación de la
consecuencia dañosa. Dado que es dificultosa la demostración de ella, toca a
los jueces aligerar o flexibilizar las exigencias probatorias.

La construcción jurídica de la relación de causalidad adecuada en función de


una previsibilidad abstracta u objetiva, emerge de los artículos 901 a 904 del
Código Civil, y ha sido receptada literalmente por el artículo 906 reformado por
la ley 17711, disposición ésta absolutamente inoperante y adoptada para llenar
el vacío de un texto anterior de redacción ininteligible.

Modernamente para suplir las dificultades de la prueba de la relación causal,


se faculta al criterio de los magistrados establecerla, mediante ciertas pautas
razonables

D) Los factores de imputabilidad y atribución legal del daño

1) Factores subjetivos

La culpa es el factor imputativo que ha dominado de modo casi exclusivo el


sistema de responsabilidad vigente hasta la reforma de 1968. Aún hoy constituye
el fundamento general de la responsabilidad, aunque su campo de aplicación
se vea de más en más limitado por la existencia de otros factores de carácter
objetivo. La aplicación de los demás factores de tipo objetivo es de carácter
excepcional y en virtud de ello es necesario que la ley expresamente los imponga
en cada caso.

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La imputabilidad que alude a la autoría moral del hecho es diferente de la
atribución que se refiere a una relación puramente legal que, con sentido objetivo
y prescindiendo de toda culpa, liga una causa a un cierto resultado.

2) Factores objetivos

En el ámbito contractual en las obligaciones llamadas de resultado, la culpa


del deudor está fuera de cuestión y éste debe responder por el solo hecho de
no cumplir la obligación desde que el resultado no se logra, no bastando que
pruebe su falta de culpa y solamente se libere con la prueba del casus.

De lo expuesto resulta que esa responsabilidad es objetiva, como lo es también


en general la obligación de seguridad incluida tácitamente con carácter general
y accesorio en ciertos contratos para preservar a las personas o las cosas de
los contratantes, contra los daños que pudieren originarse en la ejecución del
contrato.

En el ámbito extracontractual, la reforma del Código Civil introducido por la


ley 17711, aportó al sistema de responsabilidad civil los siguientes factores
objetivos: garantía, riesgo, equidad, abuso del derecho y exceso de la normal
tolerancia entre vecinos.

La responsabilidad civil tiende a reflejar fuertemente las circunstancias sociales


cambiantes. La multiplicación de los daños a las personas y a sus bienes debido
a las modernas condiciones de vida, impone al derecho de daños el propósito
de garantizar contra ciertas formas de lesiones, no porque sean injustas, sino
porque son perjudiciales

La tendencia a la objetivación de la responsabilidad se manifiesta en la doctrina


y en la legislación nacional y extranjera, particularmente en relación a los daños
ambientales, en la protección de los intereses difusos en general, así como en
la protección al consumidor por el daño que causan los productos elaborados
o defectuosos, y las llamadas actividades riesgosas, a lo cual se agrega la
radiactividad; y en un tiempo no lejano será tarea de los legisladores actuar con
la prudencia necesaria para evitar los excesos a que puede conducir la biología
molecular en la manipulación de genes con fines que no sean los terapéuticos
en células somáticas pretendiéndose la alteración del patrimonio genético
manipulando las células germina En cuanto a los sujetos que forman el acto, la
capacidad o aptitud genérica de obrar – capacidad de hecho- y la aptitud para
disponer en concreto del derecho sobre el que versa el acto – capacidad de
derecho.

Actividad 1: Eficacia del acto jurídico

Al momento de analizar la eficacia del acto jurídico debemos tener en cuenta


los siguientes aspectos: Teniendo presente estas nociones, analice el siguiente
caso:

a) En cuanto a los sujetos que forman el acto, la capacidad o aptitud genérica


de obrar – capacidad de hecho- y la aptitud para disponer en concreto del
derecho sobre el que versa el acto – capacidad de derecho.

b) En cuanto al objeto, la idoneidad para constituir la materia del acto de que


se trata.

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c) En cuanto a la forma, la observancia de la formalidad si es legalmente
impuesta.

d) En cuanto a la causa-fin, su licitud, puesto que el interés de las partes no


debe contrariar las leyes y el orden público.

Teniendo presente estas nociones, analice el siguiente caso:

Juan, mayor de edad, decide vender a Pedro, también mayor de edad, una
porción de terreno que posee detrás de su casa. Se ponen de acuerdo en el
precio, en la forma de pago y en cuando realizarán el acto. Una vez de acuerdo
con todos estos extremos, Juan aclara a Pedro que no posee escritura de dicho
inmueble porque en realidad ese inmueble es una Plaza y pertenece al municipio,
pero que el lo utiliza como propio desde hace muchos años y nunca nadie le
ha dicho nada, por lo que celebrarán el acto mediante un contrato de compra
venta “tipo” el cual servirá de recibo del dinero y de prueba de la puesta en
posesión del predio, a lo que Pedro asiente y dice no tener ningún problema con
ello ya que para el es mejor debido a que la finalidad para la cual quiere dicho
terreno es para poder construir un galpón donde esconder aves exóticas que
luego venderá. Finalmente Pedro abona la suma acordada a Juan y este pone
en posesión del terreno a Pedro, firman el contrato “tipo” y finalizan el negocio.-

Responda:

1. ¿El hecho de que el terreno pertenezca a la Municipalidad genera algún


efecto en la eficacia del acto jurídico? ¿Por qué?

2. ¿Y La circunstancia de que dicho terreno sea para ocultar aves exóticas que
luego venderá? ¿Por qué?

3. Por último, y sin perjuicio de su validez, ¿es viable la realización de este


contrato por medio de un boleto de compra-venta “tipo”, o es necesaria
alguna formalidad especial?

Actividad 2: Responsabilidad civil

Dentro de los factores de Responsabilidad Civil podemos distinguir Factores


Objetivos de Responsabilidad y Factores Subjetivos de Responsabilidad.
Teniendo en cuenta esta distinción, lea atentamente cada supuesto e identifique
cuál es el factor de atribución aplicable a cada caso y explique por qué:

a) Juan, dueño de un Camión de carga, estaciona el mismo en la vereda y


se dispone a descargar mercadería. Luego de unos minutos de estar
estacionado el camión se hace para atrás e impacta sobre el auto de Ana
que se encontraba estacionado detrás del camión.

b) María se encontraba practicando tiro al blanco con un arco y unas flechas.


En un momento logra ver que su vecino deja salir al patio a un perro el cual
ella no quiere porque ladra mucho. Frente a ello decide apuntar con el arco
y la flecha al perro y le provoca graves lesiones.

c) Marcos venía circulando en su motocicleta por una avenida y le suena el


celular. Ante esta circunstancia Marcos desvía la vista de la calle y mira el
celular para ver quién lo llama y en ese instante atropella a Diego, que venía
circulando por la senda peatonal con prioridad de paso.

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d) Pedro, dueño de un taxi, decide contratar un chofer para que lo reemplace
durante sus vacaciones. A los pocos días de que comienza a trabajar el
chofer, sufre un accidente en el cual destruye el taxi de Pedro y a un vehiculo
particular.

Usted ya ha transitado la parte general del derecho civil y, por ende,


se encuentra en condiciones de resolver la primera actividad de la
evaluación.

M3 Contenidos

Obligaciones

Concepto y clases de Obligaciones. Extinción de las obligaciones

Según la clásica definición de Justiniano, la obligación es el vínculo jurídico que


nos apremia o constriñe a pagar a otro alguna cosa.

Con mayor rigor científico, podemos decir que es el vínculo jurídico establecido
entre dos personas (o grupos de personas), por el cual una de ellas puede exigir
de la otra la entrega de una cosa o el cumplimiento de un servicio o de una abs-
tención.

Toda obligación presenta, por tanto, un aspecto activo: un poder o facultad de


exigir algo; y uno pasivo: un deber de dar, hacer o no hacer. La facultad y el
deber son aspectos distintos de un concepto unitario, que es la obligación. Son
el anverso y el reverso de una misma medalla, pues no se puede concebir cré-
dito sin deuda y viceversa (art. 497 C.C.).

De lo dicho surge que toda obligación supone un sujeto activo o pretensor, lla-
mado acreedor, y uno pasivo u obligado, llamado deudor; implica también la
existencia de una cosa o conducta debida, denominada prestación.

Como los derechos reales o intelectuales, las obligaciones tienen carácter patri-
monial, si bien están separadas de ellos por profundas diferencias. Este carácter
patrimonial permite distinguir claramente estos derechos de otros también per-
sonales, pero que no tienen esa naturaleza; tal como los derechos de familia, los
llamados derechos personalísimos o de la personalidad.

Deuda y responsabilidad

La distinción entre deuda y responsabilidad ha dado origen a una interesante


cuestión doctrinaria, cuyo conocimiento interesa como vía para adentrarse en
la naturaleza de la obligación. La deuda es el puro débito, consistente en la
promesa de dar, hacer o no hacer; la responsabilidad, en cambio, es el some-
timiento del deudor al poder coactivo del acreedor para que éste pueda procu-
rarse, según los casos, ya sea el verdadero cumplimiento de la obligación, ya
sea la reparación por el incumplimiento. La responsabilidad se hace efectiva
después que el deudor ha incurrido en incumplimiento de su deuda.

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2. Extinción de las obligaciones
El art. 724 CC, dice que las obligaciones se extinguen: a) por el pago; b) por la
novación; c) por la compensación; d) por la transacción; e) por la confusión; f)
por la renuncia de los derechos del acreedor; g) por la remisión de la deuda; h)
por la imposibilidad del pago.

A estos modos enumerados por el artículo citado pueden agregarse: a) el cum-


plimiento de la condición y el plazo resolutorio; b) la muerte o incapacidad del
deudor cuando se trata de obligaciones intuitu personae, vale decir, que no se
transmiten a los herederos;

Pago
Dación en pago
El pago supone la entrega al acreedor de la misma cosa o prestación a que el
deudor se obligó. Es el cumplimiento exacto de lo debido. Pero puede ocurrir
que interese a ambas partes la entrega de una cosa distinta de la prometida.
Ningún inconveniente hay en que el acreedor acepte una prestación diferente,
quedando con esa entrega extinguida su obligación. Es esto lo que se llama
dación en pago.

Requisitos
Para que haya dación en pago deben estar reunidos los siguientes requisitos:
a) Una obligación preexistente que se extinga por efecto de la dación en pago,
requisito sin el cual ésta sería un pago indebido.
b) La entrega efectiva y actual de una cosa distinta de la debida. No basta la
simple promesa de pagar otra cosa, aunque esa promesa sea aceptada como
modo de extinción anterior. Eso sería novación.
El art. 779 CC, agrega que la cosa entregada no debe consistir en una suma de
dinero. Es un requisito insólito, no exigido en la legislación comparada. Porque
no hay duda que ningún inconveniente existe en liberarse de una obligación
dando una suma de dinero, cuando se ha prometido una cosa o una prestación
de servicios. GALLI, luego de reconocer que esta convención es perfectamente
posible, dice en defensa de la disposición del art. 779 Que ese acuerdo, aunque
legítimo, no constituiría la figura jurídica de la dación en pago. Pero es obvio
que tendría sentido distinguir ambas convenciones, si de tal distinción resultara
la aplicación de un régimen legal diferente; pero como ése no es nuestro caso,
carece de sentido hacerlo.
c) El consentimiento del acreedor; en tanto el pago puede hacerse aun contra la
voluntad del acreedor que está obligado a recibirlo, la dación en pago requiere
indispensablemente su conformidad.

Novación
Hay novación cuando el acreedor y el deudor dan por extinguida una obligación
pendiente y convienen en sustituirla por una nueva obligación. Esta nueva obli-
gación nacida de la novación es la condición de la extinción de la anterior. La
extinción de la obligación primitiva no sólo es el efecto, sino también la causa
de la nueva obligación; la característica de esta unidad compleja “creación-
extinción”, es, dice SANCHO REBULLIDA, la mutua interdependencia causal:
se extingue la obligación primitiva porque nace otra nueva; nace una obligación
nueva para extinguir la anterior y ocupar su sitio.

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Transacción

Concepto
La transacción es el acto en virtud del cual las partes, haciéndose concesiones
recíprocas, extinguen obligaciones litigiosas o dudosas (art. 832, C.C.). He aquí
un ejemplo: un médico demanda a su cliente por pago de $ 10.000; el deman-
dado sostiene deber solamente $ 1.000; durante el trámite del pleito llegan a una
transacción, por la cual se fijan los honorarios en $ 5.000. El médico ha cedido
parte de los honorarios a que se creía con derecho para asegurarse el cobro
inmediato de $ 5.000; el cliente paga más de lo que cree adeudar para no verse
en el riesgo de ser condenado a una suma mayor.
Adviértase que lo que se extingue no es toda la obligación que ha estado en
juego en la transacción; una parte de ella sigue vigente. En el ejemplo dado
sigue vigente la obligación de pagar $ 5.000. En cambio, se ha extinguido el
derecho eventual del médico de cobrar los restantes $ 5.000. Es decir, se trata
de una renuncia parcial de derechos a cambio de conseguir su reconocimiento
o su pago inmediato.

Requisitos
Para que la transacción esté configurada es preciso:
a) Que haya acuerdo de voluntades.
b) Que las partes se hagan concesiones recíprocas, es decir, que cedan parte
de sus pretensiones a cambio de que se les asegure el carácter definitivo de las
restantes o su cumplimiento inmediato o a breve plazo. Por falta de este requisito
de reciprocidad se ha considerado que no hay transacción cuando una de las
partes se allana al cumplimiento de una obligación, concediendo la otra facili-
dades de pago ; pues es obvio que allanarse no es hacer una concesión, sino
avenirse a cumplir lo que se debe. Pero no es necesario que las concesiones o
sacrificios sean de igual valor. El propósito de evitar un largo pleito puede justifi-
car el abandono de importantes derechos
c) Que por estas concesiones se extingan obligaciones litigiosas o dudosas.
Obligación litigiosa es la que está sujeta a juicio; no tan preciso es el concepto
de obligación dudosa. Debe considerarse tal toda obligación sobre cuya legiti-
midad y exigibilidad exista duda en el espíritu de las partes, quizá profanas en
Derecho, aunque ella no fuera posible entre peritos o especialistas. Se trata,
pues, de una duda subjetiva, no objetiva. La duda puede resultar no solamente
de la incertidumbre acerca de la legitimidad misma del pretendido crédito, sino
también de la dificultad para probar el título de la deuda, el monto de los daños
sufridos, etcétera. Solamente no podrían transarse aquellas obligaciones cuya
existencia y monto no son discutidos por el deudor.
La circunstancia de que no sea posible calificar de transacción a un convenio
celebrado entre las partes para extinguir obligaciones recíprocas por falta de
alguno de estos requisitos, no significa que ese convenio no sea válido. Lo es, en
virtud del principio de la autonomía de la voluntad; pero dejan de serle aplicables
las disposiciones específicas de la transacción.

Renuncia

Noción
La renuncia es la declaración de voluntad por la cual una persona abandona un
derecho y lo da por extinguido.

Aunque la idea en sí misma es clara, la institución es compleja y proteiforme; a


veces la renuncia es el resultado de una transacción en la que el que la hace
especula con recibir algo en cambio; otras veces, está inspirada en móviles pura-

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mente egoístas, como la renuncia a una herencia cargada de deudas; otras, en
fin, tiene un propósito de liberalidad. Además, tiene por objeto los derechos más
variados. Todo ello le comunica una naturaleza difícil de precisar, como hemos
de verlo al tratar de sus diferencias con la donación.

Derechos que pueden ser objeto de la Renuncia.


Según el art. 872 del CC., pueden renuciarse todos los derechos establecidos
en el interés particular del renunciante, pero no los concedidos teniendo en mira
más que los intereses particulares, los de orden público. Es necesario precisar
este concepto.

En materia patrimonial, la regla es que pueden renunciarse todos los derechos,


sean reales, personales o intelectuales. Por excepción, hay algunos que no
pueden renunciarse: el derecho a una herencia futura (arts. 848 y 1175), los
alimentos futuros (art. 374), la mayor parte de los beneficios establecidos en la
legislación obrera (indemnización de accidentes del trabajo, por maternidad, por
despido y preaviso, etc.), el derecho de los profesionales de cobrar la retribución
mínima que marcan los aranceles legales, el derecho de invocar la prescripción
futura (art. 3965).

En el ámbito del derecho de familia, el principio es que los derechos son irre-
nunciables. Así, no podría renunciarse a la patria potestad, ni a los derechos que
integran su contenido, ni a los derechos que emanan de la relación matrimonial,
ni al estado de familia. En cambio, la tutela y la curatela pueden renunciarse,
aunque no libremente, pues la excusación debe fundarse en un motivo que sea
considerado admisible por el juez (art. 455, inc. 1º; véase Tratado de Derecho
Civil, Familia, t. 2, nº 1153, j).

Especies
La renuncia puede ser gratuita u onerosa; en el primer caso se trata de una libe-
ralidad; en el segundo, la renuncia se hace a cambio de algo que ofrece o da el
otro contratante.
Puede hacerse por actos entre vivos (vale decir, por contrato o por declaración
unilateral de voluntad) o por testamento.

Caracteres
La renuncia tiene los siguientes caracteres:
a) Puede ser un acto unilateral o bilateral. Es indiscutiblemente unilateral si ha
sido hecha por testamento; es evidentemente bilateral si es onerosa. Pero se
discute si la renuncia gratuita por actos entre vivos tiene uno u otro carácter.
Algunos autores sostienen que para que la renuncia quede perfeccionada, es
indispensable la aceptación del beneficiario; esta tesis parece tener un fuerte
apoyo en el art. 868, según el cual hecha y aceptada la renuncia, la obligación
queda extinguida. Es claro, sin embargo, que el único efecto de la aceptación es
impedir su retractación; pero en verdad, ella produce todas sus consecuencias
jurídicas sin necesidad de aceptación. La prueba es que la retractación hecha
antes de la aceptación, no tiene efectos respecto de terceros que han adquirido
derechos como consecuencia de la renuncia (art. 875). Pensamos, pues, que se
trata de un acto unilateral. Y, desde luego, si la cuestión puede haber originado
vacilaciones en materia de obligaciones, no cabe duda que la renuncia de un
derecho real no exige la aceptación de nadie.

b) No está sujeta a formalidades (art. 873).

c) Es de interpretación restrictiva

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Remisión de deuda

• Concepto y naturaleza
La remisión de deudas no es otra cosa que la renuncia de una obligación. En
suma, es un concepto más circunscripto que el de renuncia; mientras ésta se
refiere a toda clase de derechos, la remisión se vincula exclusivamente con los
derechos creditorios. Lo que significa que tratándose de obligaciones, remi-
sión de deuda y renuncia son conceptos sinónimos; y por ello se le aplican las
mismas disposiciones legales (art. 876).

Aunque es claro que en nuestro derecho positivo la remisión de deuda tanto


puede ser a título gratuito como oneroso (puesto que se declara expresamente
aplicable a ella lo dispuesto en los arts. 869 y 871, que se refieren a supues-
tos de renuncia onerosa), creemos que hubiera sido más apropiado reservar el
nombre de remisión de deudas a la renuncia gratuita de un derecho creditorio.
Así lo estableció el Anteproyecto de BIBILONI, art. 1240, y el Proyecto de 1936,
art. 70.

• Formas
La remisión de deuda puede hacerse en forma expresa o tácita:

a) Habrá remisión expresa cuando el acreedor manifiesta su voluntad de renun-


ciar en forma verbal o escrita o por signos inequívocos. La ley no exige ninguna
formalidad para hacer una remisión expresa, aunque la deuda original conste en
instrumento público (art. 885).

b) Habrá remisión tácita cuando el acreedor entregue voluntariamente al deudor


el documento original en que constare la deuda (art. 877). Es ésta una forma
típica y muy frecuente de desobligar al deudor, cuyo estudio debe ser hecho
con detenimiento.

• Condiciones para que se tenga por operada la remisión de deuda por


entrega de documento.

Para que la extinción de la deuda se tenga por operada, es necesario que se


cumplan las siguientes condiciones, exigidas por el art. 877 CC.

a) Que el documento entregado sea el contrato original; si se trata de una copia,


simple o legalizada por escribano público, no funciona la presunción legal y es a
cargo del deudor la prueba de que hubo realmente remisión de deuda (art. 879).

b) Que la entrega sea voluntaria; si el que lo entregó demuestra que lo hizo for-
zado por la violencia o inducido por el dolo del deudor, no hay remisión; pero la
posesión del documento por el deudor hace presumir que la entrega fue volunta-
ria, corriendo por cuenta del acreedor la prueba de que no fue así (art. 878 C.C.).

c) Que la entrega haya sido hecha por el acreedor al deudor; si fue entregado a
una tercera persona, no hay remisión. Naturalmente, queda equiparado al acree-
dor, su representante con poder suficiente para hacer renuncia de sus derechos;
y al deudor, su representante legal o convencional con poder suficiente para
administrar los bienes.

Cabe notar, por último, que el deudor podría alegar que ostenta la posesión del
documento no en virtud de una remisión de deuda, sino por haber pagado la
obligación (art. 877, Ibidem, in fine); ello puede tener para él la mayor impor-

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tancia, pues transforma un acto gratuito en oneroso, haciendo más seguros sus
derechos.

Compensación

• Concepto
Hay compensación cuando dos personas por derecho propio, reúnen la calidad
de acreedor y deudor, recíprocamente, cualesquiera sean las causas de una y otra
deuda. Ella extingue con fuerza de pago las dos deudas, hasta donde alcance la
menor, desde el tiempo en que ambas comenzaron a coexistir (art. 818).

La utilidad de la compensación como medio extintivo de las obligaciones es evi-


dente. Elimina la necesidad de un doble cumplimiento, con el consiguiente trans-
porte de numerario o de cosas fungibles, y los gastos y molestias consiguientes.
Sirve de garantía a las personas que, teniendo créditos y deudas recíprocas con
otras, no se verán expuestas, luego de haber pagado, al riesgo de no recibir lo
que les corresponde. No es extraño, pues, que este medio extintivo desempeñe
un papel de primer orden en la vida comercial. Frecuentísimo en las relaciones
entre particulares, asume especial significación en las operaciones bancarias,
en donde los clearings compensan diariamente millares de operaciones de los
clientes de los bancos, sin necesidad de movilizar dinero, que de otra manera
sería indispensable. Análoga importancia tiene en el comercio internacional, en
donde la mayor parte de las operaciones de importación y exportación se hacen
en base a compensaciones.

• Clases de Compensación

Se distinguen en doctrina diversas clases de compensación:

a) La compensación legal, que es la definida por el artículo 818 en los términos


que hemos transcripto en el párrafo anterior. Es la forma típica y la que mayor
importancia práctica tiene.

Pero cabe agregar que hay todavía otra forma de compensación legal, además
de la configurada en el art. 818; en algunos casos particulares, la ley declara
extinguidas las obligaciones recíprocas aunque ellas no sean líquidas y sin
permitir la prueba de que una era más importante que otra. Así, cuando como
consecuencia de una demanda de nulidad las partes deben restituirse recíproca-
mente sumas de dinero o cosas productoras de frutos, los intereses y los frutos
devengados hasta el momento de la demanda se compensan entre sí (art. 1053);
de igual modo, el art. 1383 establece que si como consecuencia del pacto de
retroventa el vendedor recupera la cosa vendida, los frutos de la cosa se com-
pensan con los intereses del precio.

b) La compensación voluntaria es la que las partes acuerdan libremente por


contrato. De más está decir que aquí no se requiere otra cosa que el acuerdo
de voluntades y que no interesa ni el monto de las deudas ni su liquidez o fun-
gibilidad. Nada se opondría a que dos personas compensaran la obligación de
prestar un servicio con la de pagar una suma de dinero. Juega aquí libremente
el principio de la autonomía de la voluntad.

c) La compensación judicial es la decretada por el juez en razón de que, por


efecto de la sentencia, han quedado convertidas en líquidas y exigibles ambas
obligaciones. Así, por ejemplo, la sentencia reconoce que, por distintas causas,
A debe a B $ 10.000; y que, por otras causas, B debe a A $ 15.000; el juez

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declara compensadas ambas deudas hasta el límite de la menor y condena a B
a pagarle a A $ 5.000.

d) Por último, hay compensación facultativa cuando una sola de las partes puede
oponer la compensación, no así la otra. Ejemplo: A tiene contra B un crédito por
alimentos; B tiene contra A uno por daños y perjuicios. B no puede invocar la
compensación, pero sí podría hacerlo A. Lo mismo ocurre si A tiene contra B un
crédito sometido a plazo, en tanto que B tiene contra A una deuda exigible; B
puede oponer la compensación, no así A.

Confusión

Concepto y naturaleza
Hay confusión cuando se reúne en una misma persona la calidad de acreedor
y de deudor. En tal caso, dice el art. 862 la deuda se extingue con todos sus
accesorios. Puesto que el ordenamiento jurídico, dice LARENZ, sólo regula las
relaciones de los hombres entre sí y los derechos de crédito entre personas que
se contraponen como acreedores y deudores, allí donde no entre en juego más
que una persona no existe fundamento suficiente para mantener la validez de la
relación obligatoria.

Pero no sólo es necesario que se reúna en una misma persona la calidad de


acreedor y de deudor; es indispensable también que el crédito y la deuda per-
tenezcan a la misma masa patrimonial; en efecto, si la persona tiene dos patri-
monios distintos y el crédito y la deuda pertenecen a cada uno de ellos, no hay
confusión. Ello debe ser así porque en este caso juega el interés de terceros en
impedir la confusión. En efecto, la existencia de patrimonios separados no es
otra cosa que el reconocimiento de la existencia de masas patrimoniales distin-
tas, cada una de las cuales representa objetos separados de responsabilidad
para los acreedores. Si se admitiera la confusión de créditos y deudas pertene-
cientes a distintos patrimonios, se sustraerían a la acción de ciertos acreedo-
res bienes que están específicamente destinados a responder por sus créditos.
Esto explica por qué no se produce confusión en el caso de aceptación de la
herencia con beneficio de inventario (art. 863).

Se discute si éste es realmente un medio de extinción de las obligaciones o si se


trata nada más de una situación de hecho que paraliza la posibilidad de ejercer
las acciones. En efecto, si la confusión cesa por un acontecimiento posterior
que vuelve a separar la calidad de acreedor y deudor, la obligación primitiva
revive con todos sus accesorios (art. 867). Parece, pues, más bien una paraliza-
ción de la acción que un medio extintivo.

Imposibilidad de pago

Concepto
Puede ocurrir que la obligación contraída se vuelva de cumplimiento imposible.
En tal caso, hay que hacer la siguiente distinción: a) Si se ha hecho imposible
por culpa del deudor o si éste hubiera tomado sobre sí el caso fortuito o la fuerza
mayor, la obligación se resuelve en el pago de daños y perjuicios; b) Si se ha
hecho de cumplimiento imposible sin culpa del deudor, la obligación se extin-
gue (art. 888). En este caso es, pues, un hecho extintivo de las obligaciones.

La imposibilidad puede derivar de un acontecimiento físico (tal como el rayo que


destruye la cosa prometida, la enfermedad que priva de la vista al escultor que

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 45


debía realizar un trabajo); o puede provenir de un hecho del propio acreedor o
de un tercero (por ejemplo, si alguien roba la cosa que debía ser entregada); o
de una razón legal (como sería la expropiación de la casa prometida en venta o
la prohibición de exportar la mercadería vendida al exterior).

Pago

La palabra pago puede ser entendida bajo diferentes acepciones:

a) Según una acepción vulgar el pago consiste en el cumplimiento de una


obligación de dinero: hacer un pago, en el lenguaje corriente, significa satisfacer
una deuda de dinero.

b) En un sentido técnico, adoptado por nuestro codificador, pago quiere


decir cumplimiento específico de la obligación, o sea, satisfacción por el deudor
de la misma prestación debida, sea ésta de dar, de hacer o de no hacer. En este
sentido dice el art. 725 CC: “El pago es el cumplimiento de la prestación que
hace el objeto de la obligación, ya se trate de una obligación de hacer, ya de una
obligación de dar”.

Como el art. 725  no menciona a las obligaciones de no hacer, se ha suscitado


la cuestión de saber si puede conceptuarse pago la abstención del deudor
en ejecución del deber que tiene de comportarse de esa manera negativa. La
opinión general de nuestros autores coincide en que la abstención debida y
cumplida es un pago. Es la comprensión apropiada en nuestro derecho, sin
que importe mucho la ausencia de mención de las obligaciones de no hacer,
en el art. 725. Este precepto está inspirado en Zacharae, autor que no expresó
haber exceptuado de la noción de pago a las obligaciones de no hacer. Por
tanto, si el concepto de pago se identifica con el cumplimiento específico de la
deuda, es indudable que cuadra denominar así a la abstención del deudor en
correspondencia con el deber negativo que sobre él pesa. Si esa conducta no
fuera pago, habría una laguna en el código que no habría previsto ni reglado el
modo de extinguir tales obligaciones.

c) En un sentido más amplio, que ya fuera sostenido por el jurisconsulto romano


Paulo pago significa extinción de la obligación por cualquier medio que implique
liberación del deudor aunque no necesariamente la satisfacción del acreedor.
Según esto, pago sería solutio, es decir, disolución de la obligación, como en los
casos de novación, compensación, remisión, etc. Es una comprensión excesiva
que viene por ello a hacer borrosa la noción de pago, y bajo otro aspecto no
sirve para aplicarla al pago efectuado por un tercero que no lleva aparejada la
liberación del deudor.

d) En un sentido más restringido que el seguido por el codificador, el Código


alemán reserva la denominación “pago” para el cumplimiento de las obligaciones
de dinero (art. 244) y emplea la palabra “ejecución” para referirse al cumplimiento
específico de las demás obligaciones.

e) Los Proyectos de reforma integral del Código Civil han conservado intacto el
concepto legal de pago expresado en el art. 725 vigente, aunque despojando a
la fórmula respectiva de su carácter de definición que es impropio en un cuerpo
de leyes. Es lo que consideramos acertado porque la equivalencia de pago =
cumplimiento, tiene hondo arraigo histórico y no sólo no suscita dificultades sino
que tiene la ventaja de permitir la aplicación de normas comunes, reguladoras
del pago, a toda clase de obligaciones cualquiera sea su objeto.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 46


Función del pago

El pago marca el momento de mayor virtualidad de la obligación puesto que


ésta se constituyó para eso, para pagarse: es, pues, el momento culminante de
la existencia del vínculo y también el momento final o de disolución. “Ya desde
su nacimiento -dice Busso- la relación obligatoria existe en función del pago:
el crédito es un derecho a cobrar, y la deuda, una necesidad de pagar. El pago
realiza una y otra expectativa: constituye el trance de liquidación de un vínculo
nacido para liquidarse. La obligación se forma en vista al pago y en él se realiza”.

Según lo expuesto, la función primordial del pago, y la que cumple en todos


los casos, es la de consumir el vínculo obligatorio mediante la realización de
la finalidad para la cual había sido constituido. También, de ordinario, el pago
implica la liberación del deudor y representa la satisfacción plena del interés del
acreedor. Sin embargo, en ocasiones, sin duda marginales, fallan esas funciones
liberatoria y satisfactoria y sigue habiendo pago: es lo que ocurre con el pago
efectuado por un tercero que desinteresa al acreedor pero no libera al deudor; y
con el pago válido hecho a un tercero, como el poseedor del crédito o acreedor
aparente, que cancela la deuda sin satisfacer al verdadero acreedor.

Elementos esenciales del pago

Para que haya pago es necesario que concurran en el acto así conceptuado
varios elementos, a saber: 1º) una causa o hecho antecedente que justifica
el desplazamiento de bienes del patrimonio del solvens al patrimonio
del  accipiens; 2º) el elemento personal o sujeto que se desdobla en activo y
pasivo, respectivamente el solvens y el accipiens; 3º) un objeto o prestación que
es aquello que satisface el solvens a favor del accipiens; 4º) la intención de
pagar o animus solvendi, que permite distinguir al pago de otros actos jurídicos
que pueden tener la misma apariencia externa, como la donación manual o la
constitución de un préstamo.

Actividad 1: Obligaciones
Usted conoce que los derechos personales o creditorios son los que facultan a
determinada persona a exigir de otra una prestación determinada, surgiendo la
obligación de su cumplimiento y el pago representa la culminación de esa rela-
ción jurídica al dar por concluida o extinguida la obligación.

No obstante, el pago a veces presenta ciertas aristas dignas de atención cuando


es realizado por un tercero. En este supuesto, ¿el pago extingue la obligación
del deudor o sólo cancela el crédito del acreedor?, ¿qué alternativas tiene el
tercero para recuperar lo abonado?

Habiendo abordado el Módulo 3 usted ya puede resolver la actividad de


la evaluación.

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M4 Contenidos

Generalidades de los contratos civiles

Concepto. Clases. Elementos esenciales y accidentales. Efectos de los contra-


tos. Forma y prueba de los contratos. Pacto comisorio. Evicción y Vicios redhi-
bitorios.
Contratos civiles. Generalidades

1. Concepto
Según el art. 1137 del Código Civil, hay contrato cuando varias personas se
ponen de acuerdo sobre una declaración de voluntad común, destinada a reglar
sus derechos.

Contrato y Convención
Cabe preguntarse si contrato y convención son sinónimos en la terminología
jurídica. Desde el punto de vista etimológico, contrato deriva de contraer (obli-
gaciones); parece apropiado, por consiguiente, circunscribir este concepto a
los acuerdos de voluntades cuyo objeto es crear o modificar obligaciones entre
las partes. Convención, en cambio, comprende todo acuerdo destinado a crear,
modificar, transferir o extinguir derechos y obligaciones; éste sería el género,
contrato la especie. En este sentido, se pronuncian algunos de los autores cita-
dos por VÉLEZ en la nota al art. 1137 (FREITAS, AUBRY Y RAU) y es la idea del
Código Napoleón (art. 1101) y de POTHIER, que también le sirvieron de fuente.
No obstante, VÉLEZ se inclinó por el concepto de SAVIGNY, de MAYNZ y DOMAT,
también citados en dicha nota, para los cuales contrato y convención jurídica
son términos equivalentes.

¿Está limitado en nuestro Código el concepto de contrato a las convenciones


que tienen un contenido patrimonial? La cuestión se plantea porque el art. 1169
establece que la prestación objeto de un contrato, puede consistir en la entrega
de una cosa o en el cumplimiento de un hecho positivo o negativo susceptible
de una apreciación pecuniaria. Pero adviértase que la norma citada dice puede
y no debe. Por ello pensamos que el mencionado artículo no limita el concepto
de contrato a las convenciones de carácter patrimonial; en todo caso habría
una colisión entre los arts. 1137 y 1169, que a nuestro juicio debe resolverse
en el sentido amplio que le asigna al concepto de contrato la norma en la cual
se lo define, que es el art. 1137. Pero también es verdad que en la terminología
corriente, la expresión contrato se reserva a los negocios de contenido patrimo-
nial, en tanto que convención se aplica no sólo a los negocios patrimoniales sino
también a los extrapatrimoniales.

Por lo demás, la cuestión sólo tiene un interés de técnica jurídica y, aun así, muy
limitado. El nombre con que se designa un concepto o institución jurídica es, en
el fondo, una cuestión convencional, que no hace al concepto mismo.

Clasificación de los contratos

A. Contratos unilaterales y bilaterales

Se llaman contratos unilaterales aquellos en los que una sola parte resulta
obligada, como ocurre en la donación, que sólo significa obligaciones para el
donante; bilaterales son los que engendran obligaciones recíprocas (art. 1138),
como ocurre en la compraventa, la permuta, la locación.

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Algunos autores aceptan una tercera categoría: contratos bilaterales imperfectos
(o sinalagmáticos) en los cuales sólo se prevén obligaciones a cargo de una
de las partes; no hay contraprestación, pero la otra parte puede eventualmente
resultar obligada por el acaecimiento de hechos posteriores: así, por ejemplo,
en el mandato gratuito no hay obligaciones a cargo del mandante a menos que
luego surja una obligación a su cargo de reparar los perjuicios sufridos por el
mandatario con motivo del ejercicio del mandato. Nuestra doctrina es general-
mente adversa a la admisión de esta categoría intermedia, que no figura recono-
cida por los textos del Código ni parece justificarse teóricamente.

CONSECUENCIAS. La doctrina clásica atribuye a esta clasificación las siguien-


tes consecuencias: 1) En los contratos unilaterales no se exige la formalidad del
doble ejemplar que, en cambio, es requerida en los bilaterales (art. 1021); 2) En
los contratos bilaterales una de las partes no puede exigir el cumplimiento de
las obligaciones contraídas por la otra si ella misma no probare haber cumplido
las suyas u ofreciere cumplirlas (art. 1201); caso contrario, la demandada puede
oponerse al progreso de su acción fundada en el incumplimiento de la actora: es
la exceptio non adimpleti contractus. En los contratos unilaterales esta excepción
no se concibe, ya que una de las partes nada debe; 3) El pacto comisorio, es
decir, la resolución del contrato por efecto del incumplimiento de las obligacio-
nes en que ha incurrido la otra parte, sólo funciona en los contratos bilaterales.

Crítica de esta clasificación


La clasificación de los contratos en unilaterales y bilaterales, en apariencia clara,
es de las más confusas. Las cosas se complican no bien se pretende encasillar
algunos contratos nominados dentro de estos conceptos. Tomemos el ejemplo
del mutuo. ¿Es un contrato unilateral o bilateral? La doctrina muestra una ver-
dadera anarquía: a) Para la opinión que puede considerarse mayoritaria, es un
contrato unilateral porque una vez que el prestamista ha entregado la cosa (y
debe hacerlo en el momento mismo de celebrar el contrato, art. 2242), el único
que queda obligado es el mutuario; b) Para otros autores se trata de un contrato
bilateral imperfecto; c) En la doctrina alemana prevalece el criterio de que se
trata de un contrato bilateral, porque en la sustancia del contrato está el acuerdo
de que una de las partes dé algo (el capital) para recibir otra cosa (los intereses);
d) Finalmente, hay quienes entienden que el contrato es bilateral si es oneroso
y unilateral si es gratuito.

Este desacuerdo se pone de manifiesto en casi todos los contratos reales; y


hace sospechar que algo falla en la lógica de la clasificación. Por lo menos habrá
que admitir que ella está fundada en ideas poco claras.

No sólo la idea es poco clara. Mucho peor: es estéril. Volvamos sobre los efectos
que a esta clasificación se le atribuyen:

a) En los contratos bilaterales se exige el doble ejemplar, que no es requerido en


los unilaterales (art. 1021). Pero como esta exigencia no se mantiene cuando una
de las partes llena sus obligaciones en el momento de celebrar el contrato (art.
1022), resulta que lo mismo da que los contratos reales se reputen unilaterales
o bilaterales: en ningún caso será necesario el doble ejemplar. Y con respecto
a los contratos bilaterales no reales, hay que señalar que el doble ejemplar es
una exigencia prácticamente sin relieve jurídico, desde que la jurisprudencia ha
admitido, con razón, que el ejemplar único puede servir de principio de prueba
por escrito.

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b) En los contratos bilaterales una de las partes no puede exigir cumplimiento
si no probase haber cumplido la obligación u ofreciere cumplirla (art. 1201). Es
una regla elemental de seriedad y buena fe. Si una persona no cumple, no puede
exigir de la otra parte el cumplimiento. Claro es que el problema no se presenta
en los contratos unilaterales: en éstos una parte no debe nada y puede exigir de
la otra el cumplimiento sin que pueda oponérsele la exceptio non adimpleti con-
tractus, precisamente porque nada debe. En otras palabras: no se trata de que
se apliquen distintas reglas a los contratos unilaterales y bilaterales; se trata, por
el contrario, de idénticos principios que en su incidencia en los unilaterales hace
inaplicable la exceptio. No hay diferencia de tratamiento legal.

c) El pacto comisorio sólo podría aplicarse a los contratos bilaterales y no a los


unilaterales. Tampoco esta diferencia es exacta. En verdad, el pacto comisorio
es aplicable siempre que haya obligaciones pendientes y que las partes que pre-
tenden hacerlo valer estén interesadas en la resolución. Así, por ejemplo, el prés-
tamo es, según la doctrina clásica, un contrato unilateral, pero si el prestatario
no paga oportunamente los intereses, el prestamista puede reclamar el capital
haciendo funcionar el pacto comisorio; también tiene ese carácter en la opinión
tradicional, el comodato y, sin embargo, si el comodatario no cumple con su obli-
gación de limitarse al uso convenido o al que surge de la naturaleza de la cosa,
el comodante puede poner fin al contrato y reclamar la devolución (art. 2268).
De lo dicho resulta que la clasificación entre contratos unilaterales y bilaterales
no presenta interés jurídico alguno o, para decirlo con mayor exactitud, no es
una clasificación propiamente jurídica, pues no merecen ser consideradas como
categorías legales autónomas sino aquellas a las cuales se pueden imputar efec-
tos o consecuencias jurídicos.

A pesar de que nuestro convencimiento es en este punto muy firme, al tratar de


los contratos en particular hemos procurado ubicar dentro de esta clasificación
a cada uno de ellos, respetando así la tradición jurídica que el Código recoge en
el art. 1138, en el que define cada una de esas categorías.

B. Contratos onerosos y gratuitos

Contratos onerosos son aquellos en los cuales las partes asumen obligaciones
recíprocas, de modo que se promete una prestación para recibir otra; tales son
la compraventa (cosa por dinero), la permuta (cosa por cosa), el contrato de
trabajo (servicio por dinero), la locación (goce de la cosa por dinero). Contratos
gratuitos son aquellos en que una sola de las partes se ha obligado: donación,
comodato, depósito gratuito, etcétera. No deja de ser gratuito el contrato por la
circunstancia de que eventualmente puedan surgir obligaciones a cargo de la
parte que nada prometió; así, por ejemplo, el donatario está obligado a no incu-
rrir en ingratitud. Pero esta obligación no tiene el carácter de contraprestación;
no es, en el espíritu de las partes, una compensación más o menos aproximada
de lo que prometió el donante, ni la razón por la cual éste se obligó. Lo mismo
ocurre con la obligación que tiene el mandante gratuito de pagar los gastos
que el desempeño del mandato haya ocasionado al mandatario. Esto no priva
al mandato de su carácter gratuito; pero sí lo privaría la circunstancia de que se
hubiera estipulado una retribución, porque en el espíritu de las partes esta com-
pensación tiene su causa en el servicio que se presta.

Consecuencias
La distinción entre contratos gratuitos y onerosos tiene una gran repercusión
jurídica.

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Las principales consecuencias son las siguientes:
a) Los adquirentes de un derecho por título oneroso están mejor protegidos por
la ley que los adquirentes por título gratuito. Por consiguiente: 1) Las acciones
de reivindicación (véase Tratado de Derecho Civil, Parte General, t. 2, nº 1283) y
de petición de herencia (véase Tratado de Derecho Civil, Sucesiones, t. 1, nº 495)
tienen menores exigencias cuando se dirigen contra quien adquirió la cosa por
título gratuito; 2) La acción revocatoria no exige la prueba del consilium fraudis
(conocimiento del fraude por el tercer adquirente) cuando el tercero adquirió la
cosa por título gratuito; pero es indispensable si la hubo por título oneroso (véase
Tratado de Derecho Civil, Parte General, t. 2, núms. 1208 y s.); 3) La acción de
reducción procede contra las enajenaciones hechas por el causante a título gra-
tuito, pero no contra las onerosas (véase Tratado de Derecho Civil, Sucesiones, t.
2, nº 972); 4) La garantía de evicción (véase Tratado de Derecho Civil, Contratos,
t. 1, núms. 151 y s.) y contra los vicios redhibitorios (véase Tratado de Derecho
Civil, Contratos, t. 1, núms. 220 y s.) sólo proceden, en principio, en los contratos
onerosos; 5) La acción de nulidad de los actos jurídicos no tiene efecto respecto
de los subadquirentes de buena fe, siempre que la adquisición fuere por título
oneroso (art. 1051); 6) La nulidad fundada en la demencia, no puede hacerse
valer contra el adquirente de buena fe y a título oneroso (art. 473).

b) Las cláusulas dudosas en los contratos onerosos deben ser interpretadas en


el sentido que más favorezca el equilibrio de las contraprestaciones; en los gra-
tuitos, en el sentido más favorable al deudor

C. Contratos conmutativos y aleatorios

Son contratos conmutativos aquellos en los cuales las contraprestaciones


mutuas se suponen económicamente equivalentes. De ahí la calificación de con-
mutativos, con la que se requiere expresar que las partes trocan o conmutan
valores análogos. La vida del contrato puede demostrar luego que las obligacio-
nes asumidas por una de las partes resultaron más gravosas de lo previsto; eso
no quita al contrato su esencia de conmutatividad, porque lo esencial es que en
el momento de contratar esa parte haya entendido prometer valores análogos a
los que recibe. Ejemplo: la compraventa (salvo la hipótesis que luego veremos),
la permuta, el contrato de trabajo, la locación de cosas, la locación de obra, etcé-
tera. Son aleatorios los contratos en los que el monto de una de las prestaciones
o de ambas no está determinado de una manera fija, sino que depende de un
acontecimiento incierto (art. 2051). Tal es el caso de la renta vitalicia, en la cual
una de las partes entrega un capital a cambio de una renta que durará toda la
vida del que la recibe. El alcance económico de la promesa hecha por el deudor
de la renta es impreciso; depende de la duración de la vida de la otra parte. Y
el contrato será más o menos ventajoso según ésta viva poco o mucho tiempo.
Otros ejemplos de contratos aleatorios son los siguientes: la venta de una cosa
futura, cuando el comprador toma sobre sí el riesgo de que la cosa no llegare a
existir; la venta de cosa existente pero sujeta a un riesgo, cuando el comprador
toma el riesgo a su cargo (art. 1332), el contrato de seguro, el de apuesta o
juego, etcétera.

Hay una estrecha analogía entre condición y contrato aleatorio; en ambos casos
los derechos de las partes dependen de un acontecimiento futuro e incierto.
Pero lo que está en juego en la condición es la existencia misma de los dere-
chos, en tanto que en los contratos aleatorios es la mayor o menor extensión de
esos derechos. Aun esta diferencia desaparece en algunos casos; así, por ejem-
plo, en el contrato de seguro, la indemnización se debe si ocurre la condición

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prevista; lo mismo pasa en el caso del juego o apuesta, en la venta de una cosa
futura, etcétera.

Los contratos conmutativos y aleatorios son una subespecie de los onerosos.

Importancia
En principio, sólo los contratos conmutativos están sujetos a resolución o reduc-
ción de las prestaciones excesivas por causa de lesión. En los contratos alea-
torios, las partes asumen deliberadamente el riesgo de que el contrato pueda
resultar desventajoso, especulando con la posibilidad contraria. Nadie puede
quejarse, por lo tanto, de la falta de equilibrio económico de las contrapresta-
ciones definitivamente resultantes. Por excepción, puede admitirse la aplicación
de la lesión a los contratos aleatorios, cuando la diferencia de las contrapres-
taciones sea de tal carácter que ni la misma alea pueda justificarla. Así, por
ejemplo, cuando se compra una cosa que puede o no llegar a existir y se paga
mucho más de lo que ella valdría, aun existiendo. En efecto, cuando el com-
prador asume el alea de que la cosa no exista, se supone que ofrecerá menos
precio de lo que ella vale. Pedro ofrece 100 por una cosa que, de existir, valdrá
200. El contrato es normal; ninguna de las partes podrá invocar la lesión. Pero
si ofrece 200 por lo que aun existiendo vale 100, el contrato puede resolverse
por lesión, porque desde el punto de vista del vendedor no ha habido alea: el
contrato le será siempre ventajoso.

Tampoco es aplicable a los contratos aleatorios, en principio, la teoría de la


imprevisión, cuando el desequilibrio ha resultado del alea normal del contrato.
Supongamos que se suscribe un contrato de renta vitalicia con una persona de
70 años, calculando que ha de vivir unos 10 o 15 años más. Luego resulta que
vive 30 años más. El contrato resultará desastroso para el deudor de la renta,
pero no podrá hacer jugar la teoría de la imprevisión. En cambio, si se ha pro-
ducido durante ese tiempo una inflación de ritmo violento e imprevisible, que
convierte la renta en un valor despreciable, el juego de la teoría de la imprevisión
permite reclamar un reajuste de ella.

D. Contratos consensuales y reales

Concepto; antecedentes del derecho romano; el derecho moderno


Son contratos consensuales los que quedan concluidos por el mero consenti-
miento, sea o no formal (art. 1140). Son reales los que quedan concluidos sólo
con la entrega de la cosa sobre la cual versa el contrato (art. 1141). Esta entrega
no forma parte de la etapa de cumplimiento del contrato, sino de la etapa cons-
titutiva de él. En nuestro Código son contratos reales la renta vitalicia (art. 2071),
el depósito, el mutuo y el comodato (art. 1142). El art. 1142 enumera también la
constitución de prenda y de anticresis; pero éstos son derechos reales, por lo
que quedan fuera del marco de nuestro estudio.

De acuerdo a los conceptos antes expresados, los contratos reales requieren,


como condición de su existencia, la entrega de la cosa. El mero acuerdo de
voluntades es ineficaz para obligar a las partes. ¿Se justifica en el derecho
moderno la subsistencia de esta categoría?

En el derecho moderno, impera el principio de la autonomía de la voluntad;


basta el acuerdo de voluntades, expresado en la forma señalada por la ley, para
que el contrato tenga fuerza obligatoria, sin otro límite que la legitimidad de la
causa y el objeto. La categoría de los contratos reales es hoy un anacronismo.
Por eso, allí donde el legislador la ha mantenido, la jurisprudencia y la doctrina

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admiten la validez de las promesas de contratos reales que permiten exigir la
entrega de la cosa y formalizar así el contrato real como lo quiere la ley.

En nuestro derecho debe aceptarse igual solución, a menos que la ley dispusiera
expresamente lo contrario. Esta solución se desprende fácilmente por analogía
de lo dispuesto por la ley en materia de forma. Cuando un contrato formal no
solemne ha sido otorgado con una formalidad distinta a la ordenada por la ley,
ese contrato sirve como promesa que obliga a los otorgantes a llenar las formali-
dades legales (art. 1185). La entrega de la cosa, en cuanto elemento constitutivo
del contrato, es también una formalidad que cae así en el régimen del art. 1185

A veces, empero, la solución contraria está expresamente dispuesta en la ley.


Así, por ejemplo, el art. 2244 establece que la promesa aceptada de hacer un
mutuo gratuito, no da acción contra el promitente; pero la promesa aceptada de
hacer un mutuo oneroso, da derecho a demandar los daños y perjuicios, aunque
no la entrega del capital. En lo que atañe al comodato o préstamo de uso, que
es siempre gratuito, la promesa de hacerlo no da derecho a reclamar la cosa ni
a pedir daños y perjuicios (art. 2256). Ya hemos dicho en otro lugar por qué esta
solución debe aprobarse

La promesa de depósito plantea problemas distintos según sea gratuito u one-


roso. Si es gratuito, la promesa obliga al depositario, pero no al depositante,
en cuyo beneficio se supone hecho el contrato y que puede desistir libremente
de su promesa, salvo la indemnización de los daños que pruebe haber sufrido
el depositario (como ocurriría, por ejemplo, si hizo gastos para recibir la cosa
cuya entrega se le prometió). Si es oneroso, la promesa obliga a ambas partes;
pero el depositante sólo podrá ser demandado por daños y perjuicios, y no por
la entrega de la cosa, ya que el depósito se funda en una relación de confianza
del depositante en el depositario, y cuando aquél la ha perdido no puede ser
obligado a realizar el depósito

La promesa de renta vitalicia obliga a ambas partes a cumplir en especie las


prestaciones convenidas.

Según se puede advertir del anterior análisis, la falta de fuerza obligatoria de la


promesa de contrato no deriva de que la ley lo califique de real, sino de la pecu-
liaridad propia de algunos contratos reales. En conclusión: sólo el comodato y
el mutuo gratuito requieren la entrega de la cosa como condición de validez; en
todos los demás casos, la promesa de contrato produce efectos más o menos
extensos.

E. Contratos formales y no formales

Concepto; Distintas clases de formas


Se llaman contratos no formales o puramente consensuales, aquellos cuya vali-
dez no depende de la observancia de una forma establecida en la ley; basta el
acuerdo de voluntades, cualquiera sea su expresión: escrita, verbal, y aun tácita.
Son formales los contratos cuya plena validez depende de la observancia de la
forma establecida en la ley.

Dentro de la categoría de contratos formales, hay que hacer una distinción de


gran importancia: los contratos cuya forma es exigida por la ley ad probationem
y aquellos en los cuales la formalidad tiene carácter constitutivo o solemne. Esta
última es rigurosa: si no se cumple, el acto carece de todo efecto, aun como
promesa de contrato. Este es el caso de las donaciones del art. 1810; es también

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el supuesto de la transacción, que no tiene ningún valor jurídico mientras ella no
haya sido presentada ante el juez del litigio (art. 838). En cambio, la formalidad
sólo exigida ad probationem tiene un régimen más favorable a la validez del acto:
cuando el contrato se ha celebrado sin cumplir las formas legales, la parte intere-
sada puede demandar a la otra para que el acto se otorgue en debida forma (art.
1185); hecho lo cual el contrato produce plenos efectos. En caso de duda sobre
si la forma ha sido exigida ad solemnitatem o ad probationem hay que inclinarse
por la última solución, que es más favorable a la validez de los actos y más con-
forme con el consensualismo que domina el derecho moderno.

Las formas tienen carácter excepcional en nuestro Derecho. Salvo disposición


en contrario, los contratos no requieren forma alguna para su validez. Este prin-
cipio tiene, sin embargo, una importante limitación en el art. 1193, según el cual
los contratos que tengan por objeto una cantidad de más de diez mil pesos
deben hacerse por escrito y no pueden ser probados por testigos. Ya volveremos
más adelante sobre esta disposición (núms. 1261 y s.); por ahora sólo deseamos
hacer notar que ella es una de las manifestaciones más importantes del neofor-
malismo, tendiente a poner orden y claridad en las relaciones entre las partes,
para lo cual es tan eficaz la forma escrita.

F. Contratos nominados e innominados


Son contratos nominados o típicos los que están previstos y legislados en el
Código. Son los contratos más importantes y frecuentes y por ello han mere-
cido una atención especial del legislador. Su regulación legal, salvo disposi-
ciones excepcionales, sólo tiene carácter supletorio; esto es, se aplica en caso
de silencio del contrato, pero las partes tienen libertad para prescindir de la
solución legal y regular de una manera distinta sus relaciones legales. Por lo
tanto, el propósito del legislador no es sustituir la voluntad de las partes por la
de la ley; simplemente, desea evitar conflictos para el caso de que las partes no
hayan previsto ciertas situaciones o consecuencias del contrato, lo que es muy
frecuente. Para ello dicta normas inspiradas en lo que es costumbre convenir o
“fundadas en una larga experiencia y, a través de ella, en ideas conciliadoras del
tráfico o en una detenida consideración acerca de cómo puede ser hallado un
equilibrio tolerable entre ambas partes y exigible en justicia a cada una de ellas”.
Los contratos innominados o atípicos no están legislados en el Código y resultan
de la libre creación de las partes. No pierden su carácter de innominados por
la circunstancia de que en la vida de los negocios se los denomine de alguna
manera, tal como ocurre, por ejemplo, con el contrato de garaje, el de espec-
táculo público, el de excursión turística, etcétera. Lo que los configura jurídica-
mente como nominados es la circunstancia de que estén legislados. Muchas
veces ocurre que nuevas necesidades van creando formas contractuales que
tienden a tipificarse espontáneamente y a llevar una denominación común;
cuando esa forma contractual adquiere importancia suficiente como para mere-
cer la atención del legislador, éste la reglamenta: el contrato queda transformado
en nominado.

Contratos mixtos
Puesto que en materia contractual impera el principio de la libertad de las con-
venciones, nada se opone a que las propias partes acuerden contratos mixtos,
vale decir, contratos con elementos de varios contratos típicos o de contratos
típicos e innominados.

Contratos de cumplimiento instantáneo, diferido, sucesivo o periódico.

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Con respecto al momento del cumplimiento, los contratos pueden clasificarse
de la siguiente manera:

a) De ejecución instantánea: las partes cumplen con todos sus derechos y obli-
gaciones en el momento mismo del contrato; tal es el caso de la compraventa
manual, en que la cosa y el precio se entregan en el mismo instante.

b) De ejecución diferida: las partes postergan el cumplimiento de sus obliga-


ciones para un momento ulterior; así ocurre en el caso de la venta hecha con
condición suspensiva y aun con la venta a plazo, sea que éste se conceda para
la entrega de la cosa o para el pago del precio.

c) De ejecución sucesiva, continuada o periódica: las relaciones entre las partes


se desenvuelven a través de un período más o menos prolongado; tal el contrato
de trabajo, la locación, la sociedad, etcétera. Sobre estos contratos se proyecta
preferentemente el dirigismo contractual (en especial sobre el contrato de tra-
bajo y la locación).

Algunos contratos se encuentran a caballo entre estas dos últimas categorías.


Así, por ejemplo, la venta de un inmueble a 120 mensualidades ¿es contrato de
ejecución diferida o de tracto sucesivo? La cuestión tiene un interés puramente
conceptual; desde el punto de vista jurídico es indiferente, pues el régimen legal
de ambas categorías de contratos no difiere.

Los contratos de tracto sucesivo o de cumplimiento diferido constituyen el


campo de acción de la teoría de la imprevisión: una convención cuyas cláusu-
las son equitativas en el momento de contratar, deviene injusta en razón de la
transformación imprevisible de las condiciones económicas. Ya hemos visto en
otro lugar cómo se resuelve este problema (véase núms. 131 y s.); ahora sólo
queremos destacar el interés de esta clasificación, puesto que la teoría de la
imprevisión es inaplicable a los contratos de ejecución instantánea.

Otras clasificaciones

Contratos principales y accesorios


Se llaman contratos principales los que existen o pueden existir por sí solos;
contratos accesorios son aquellos cuya existencia no se puede concebir sin el
principal, de tal modo que si éste fuera nulo o quedara rescindido o resuelto,
también quedaría privado de sus efectos el accesorio. El ejemplo típico de con-
trato accesorio es la fianza.

Contratos discrecionales y de adhesión


Los contratos normales (que para distinguirlos de los contratos de adhesión
llamaremos discrecionales) suponen la libertad, al menos relativa, de ambas
partes en sus dos fases: en la negociación o discusión de las distintas cláusulas
(fase de la preparación del contrato) y en la aceptación o rechazo final (fase de la
conclusión del contrato). Decimos libertad al menos relativa, porque lo cierto es
que en la realidad económica muchas veces falta en las personas una auténtica
libertad de contratación, no obstante lo cual el acto es válido.

En los contratos de adhesión, en cambio, la fase de la negociación del contrato


ha quedado eliminada; una de las partes fija prolijamente todas y cada una de
las cláusulas, de tal modo que a la otra no queda otra libertad que la de dar su
consentimiento o rechazar el contrato. Las más de las veces, esta libertad de
decisión final será solamente teórica. La persona que necesita ser transportada

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de un lugar a otro y no puede hacerlo por sus propios medios, está obligada
a aceptar las condiciones y el precio fijado unilateralmente por la empresa de
transportes; el que necesite luz, teléfono, gas, aceptará las condiciones estable-
cidas por la compañía. Otras veces, claro está, la libertad de decisión es mayor.
Así, por ejemplo, una persona puede asegurarse o no; pero si lo hace debe
aceptar las condiciones impuestas en la póliza.

Esta inferioridad en que se encuentra una de las partes, ha puesto en cuestión


inclusive la naturaleza contractual de estas relaciones.

Elementos de los Contratos

Elementos Esenciales y Accidentales

Existen elementos esenciales, naturales y accidentales. Los elementos esencia-


les son aquellos sin los cuales el contrato no puede existir, a saber: a) Capacidad
y Consentimiento (que se entiende a la primera subsumida en la segunda pues
no puede existir consentimiento válido sin capacidad al efecto); b) Causa y c)
Objeto.

Elementos naturales son aquellas consecuencias que se siguen ipso facto de


tipo de contrato (la gratuidad es un elemento natural de la Donación, las garan-
tías por evicción y vicios redhibitorios un elemento natural de los contratos a
título oneroso).

Elementos accidentales, son aquellos que pueden o no estar pero no afectan la


validez del contrato sino que influyen en sus efectos, como el Cargo, la Condi-
ción y el Plazo.-

Elementos Esenciales. El consentimiento.

El consentimiento supone una voluntad declarada, exteriorizante de la voluntad


del sujeto de celebrar el acto jurídico. Supone una coincidencia entre la intención
(elemento interno de la voluntad) y la declaración, entendida esta última como
toda conducta o proceder que de acuerdo con las circunstancias y apreciada de
buena fe, permita inferir la existencia de una voluntad de obligarse. El consenti-
miento puede ser expreso, es decir manifestado por escrito, verbalmente o por
cualquier medio inequívoco. El consentimiento tácito es el que resulta de hechos
o actos que lo presupongan o autoricen a presumir el consentimiento (Art.1145,
916 y conc. del CC).

Elementos Esenciales. La Causa.

La voluntad de los otorgantes del acto jurídico no es suficiente para hacer nacer
las obligaciones allí contenidas. La voluntad que es merecedora de tutela jurí-
dica es la que tiene un contenido socialmente valioso. El acto volitivo debe estar
orientado a una finalidad digna de protección jurídica, es decir: debe tener una
causa o razón suficiente.

Causa es el fin inmediato y determinante que han tenido en miras las partes al
contratar, es la razón directa y concreta de la celebración del acto, invariable
para cada clase de contrato y que no puede ser desconocida para el co-con-
tratante. Por caso en los contratos onerosos la contraprestación de una de las
partes es la causa fin de la otra (recibir el precio en la compraventa). Mientras
que los motivos, en cambio, son fines secundarios, mediatos (responden al para

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qué). En una compraventa el precio es la causa determinante, la causa fin inme-
diata para aquel que vendió la cosa, mientras que el destino prefijado al dinero
que recibirá por la venta es el móvil o motivo subjetivo que lo llevó a realizar el
acto. Es claro que si ese motivo interno ha trascendido a la otra parte, con el
valor preponderante dado por la parte contratante de modo tal que sin ella el
contrato no se habría realizado, en tal caso ese móvil será categorizado como
causa fin del contrato.

Elementos Esenciales. El Objeto.

El objeto de los contratos es la prestación prometida por las partes, la cosa o


el hecho sobre los que recae la obligación contraída. De la correlación de los
Arts.953 y 1167 del Código Civil, resulta que el objeto de los contratos debe ser:
a) determinado; b) posible; c) lícito y d) conforme a la moral y buenas costum-
bres.

El objeto debe ser determinado o determinable (ej. Art.1171, CC), posible física
y jurídicamente (ej. tocar el cielo con la mano o prendar un inmueble); lícito es
decir conforme a la ley (ej. contratos estipulados con condiciones prohibidas.
Art.531, CC).

El Art.1169 del CC, trata del objeto como susceptible de apreciación pecuniaria.
La prestación u objeto debe tener contenido patrimonial, mientras que el interés
jurídico válido puede o no tener un fin patrimonial pero sí es suficiente que sea
digno de protección jurídica, de tutela (cultural, científico, moral, etc.).

Las fuerza naturales y la energía pueden ser objeto de los contratos (art.2311,
CC), como las cosas futuras (art.1173, CC), litigiosas o sujetas a gravámenes
(art.1174) e incluso las cosas ajenas (art.1177 del CC).

3. Efectos de los Contratos

De la lectura de los Arts.503 y 1195, CC, se colige que los contratos obligan a
las partes, es decir a quienes ejercen la prerrogativa jurídica en particular y se
extiende a sus sucesores universales, salvo se tratare de obligaciones intuitu
personae, convención contraria o casos de aceptación de la herencia con bene-
ficio de inventario.
Los terceros, aquellos que no son parte en el contrato, no por ello dejan en cier-
tas situaciones de alcanzarles los efectos del contrato (Art.3266, CC).-

4. Forma y prueba de los Contratos

FORMA

Aplicación de los principios generales


Lo dispuesto en cuanto a las formas de los actos jurídicos, debe observarse en
los contratos (art. 1182).

Omisión de la escritura pública. Efectos


Las consecuencias de la omisión de la escritura pública dependen de que ella
sea exigida ad solemnitatem o ad probationem: en el primer caso, el acto care-
cerá de todo efecto; en el segundo, la parte interesada tendrá derecho a exigir
el otorgamiento de la escritura. Con relación a este último caso dice el art. 1185

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que los contratos que debiendo ser hechos en escritura pública, fuesen hechos
por instrumento particular, firmado por las partes, no quedan concluidos como
contratos definitivos sino como contratos en que las partes se han obligado a
hacer la escritura pública. En otras palabras: mientras la escritura pública no
esté suscripta, las partes no pueden exigirse el cumplimiento de las obligaciones
derivadas del contrato definitivo, pero pueden exigir la escrituración, cumplido lo
cual el contrato producirá todos sus efectos.

Pero si las partes han convenido en sus contratos que ellos no tendrán efecto sin
la escritura pública, el instrumento privado no permitirá reclamar la escrituración
aunque, conforme a la ley, ésta sólo sea exigida ad probationem (art. 1186). Este
sería un supuesto en que la voluntad de las partes ha convertido en solemne una
formalidad que la ley sólo había establecido con fines probatorios. Claro está
que debe ser indudable la intención de las partes de conferirle carácter solemne
a la formalidad convenida; de lo contrario, debe presumirse que sólo fue acor-
dada ad probationem.

Debe agregarse que el principio, en nuestro derecho, es que las formas de los
contratos sean exigidas sólo ad probationem. De toda la enumeración del art.
1184 sólo deben considerarse solemnes las donaciones enumeradas en el art.
1810 y la transacción de derechos litigiosos.

En el supuesto normal de formalidad ad probationem, ¿qué ocurre si condenada


una parte a escriturar se negase a hacerlo? ¿Puede firmar el juez la escritura
en su lugar o, por el contrario, la potestad judicial se limita en este supuesto a
condenar al remiso al pago de los daños y perjuicios? Esta cuestión dio lugar
en nuestro país a una larga controversia que hoy puede considerarse definiti-
vamente decidida en el sentido de que el juez puede firmar la escritura por el
enajenante remiso a hacerlo.

PRUEBA

Concepto y método
La prueba no constituye un elemento de los contratos, y en este sentido sería
objetable la inclusión de su estudio en esta sección. Sin embargo, se encuentra
tan estrechamente vinculada con la forma, que se ha hecho clásico tratar una
después de la otra. Son, claro está, conceptos distintos. La forma hace a la mani-
festación de la voluntad, es un requisito de la formación del contrato. La prueba
se vincula, en cambio, con los medios de demostrar la existencia del contrato,
cualquiera haya sido su forma. La vinculación tan estrecha de ambas deriva
sobre todo de la circunstancia de que las formas en el derecho moderno están
principalmente instituidas con el objeto de facilitar la prueba, sea a las partes,
sea a terceros.

Hay dos sistemas probatorios: el de la prueba legal y el de la libre convicción.


Según el primero, sólo puede admitirse como prueba suficiente la que indica
la ley; de acuerdo al segundo, el juez puede admitir todo género de pruebas y
tendrá como suficientes aquellas que, según su ciencia y conciencia, sean satis-
factorias como para tener por acreditados los hechos. En el derecho moderno,
el sistema imperante es el de la libre convicción; las limitaciones al libre arbi-
trio judicial para la apreciación de la prueba tienen carácter excepcional. Sin
embargo, debe decirse que las excepciones son importantes y numerosas. Tales
son, por ejemplo, las formalidades exigidas por el art. 1184; la ley no admite otra
prueba que la escritura pública, si bien a falta de ella y probado el contrato por

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otros medios, brinda un recurso para demandar el otorgamiento de la escritura
(art. 1185). Hay también una importante restricción al sistema de la libre convic-
ción en el art. 1193, que prohíbe la prueba de testigos para los contratos cuyo
valor exceda de diez mil pesos.

Enumeración legal de los medios de prueba


Según el art. 1190, los contratos pueden probarse:

a) Por instrumentos públicos, es decir, por aquellos instrumentos que gozan de


autenticidad, ya sea porque han sido otorgados ante un oficial público o porque
se han llenado ciertas exigencias formales establecidas en la ley. Para un desa-
rrollo de este concepto.

b) Por instrumentos particulares firmados o no firmados; en principio el instru-


mento privado debe llevar la firma de las partes; pero por excepción puede admi-
tirse la validez probatoria de algunos no firmados, tal como ocurre con las cartas
misivas (véase Tratado de Derecho Civil, Parte General, t. 2, nº 956), con los
asientos de los libros de comercio, con los suscriptos con la impresión digital

c) Por confesión de partes, judicial o extrajudicial. La confesión judicial es la


forma típica; por lo general se la provoca, llamando a la parte contraria a absolver
posiciones bajo juramento de decir verdad, pero puede ser también espontánea.
La confesión extrajudicial tiene el mismo valor que la judicial siempre que se la
pruebe fehacientemente; pero no se admitirá la prueba testimonial de ella, salvo
que hubiere principio de prueba por escrito

d) Por juramento judicial. No se trata ya de la prueba de confesión que cuando


es provocada (absolución de posiciones) debe prestarse bajo juramento, sino
del juramento al cual se defiere la solución de un pleito. En la doctrina clásica se
lo divide en decisorio y estimatorio o supletorio. En el primero, una de las partes
solicita el llamamiento de la otra a una audiencia para que jure decir verdad a
lo que se le preguntará y sometiéndose la ponente de las preguntas a lo que
resulte de ese juramento. Es un juramento desaparecido de las prácticas judicia-
les modernas. El supletorio tiende a completar una prueba deficiente; así, el art.
220 del Código de Procedimientos de la Capital disponía que cuando estuviese
probada la existencia de daños, pero no su importe, el juez deferirá la fijación del
monto al juramento estimatorio del deudor, dentro de los límites que el mismo
juez determine. En los hechos, el demandado juraba siempre la cantidad menor,
por lo que la ley 14237 reformó aquel precepto suprimiendo el juramento esti-
matorio y reconociendo al juez la potestad de fijar directamente el monto de
los daños; el nuevo Código Procesal para la Justicia Nacional ha mantenido la
solución de la ley 14237.

e) Por presunciones legales o judiciales. Las presunciones son indicios que per-
miten inferir, con un cierto grado de certeza, la verdad de un hecho o de un
contrato.

Las presunciones pueden ser legales o judiciales. Las primeras consisten en que
la ley, dados ciertos hechos, infiere consecuencias también determinadas. Así,
por ejemplo, se presumen legítimos los hijos nacidos durante el matrimonio (art.
240); el máximo del embarazo se presume en trescientos días y el mínimo en
ciento ochenta (art. 77). Estas presunciones pueden admitir prueba en contrario
(presunciones juris tantum), como ocurre en el primer ejemplo; o no admitirla
(presunciones juris et de jure), como ocurre en el segundo.

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Las presunciones judiciales constituyen indicios que, apreciados libremente por
el juez, forman su convencimiento de la verdad de un hecho o de un acto jurí-
dico. Por lo general, no basta un solo indicio (a menos que concurra con otras
pruebas); deben ser varios y coincidentes. Una vieja regla quiere que las presun-
ciones sean graves, precisas y concordantes. Pero en definitiva el valor probato-
rio de las presunciones es cuestión que queda librada a la apreciación judicial.

Estrictamente, sólo las presunciones judiciales merecen ser calificadas como


medios de prueba; las llamadas presunciones legales no son sino reglas que o
bien invierten el cargo de la prueba (presunciones juris tantum) o bien imputan
a ciertos hechos determinadas consecuencias legales (presunciones juris et de
jure), sin admitir la prueba de que la realidad es distinta de como la supone la ley.

La enumeración del art. 1190 no es taxativa; existen también otros medios de


prueba tales como la inspección ocular, es decir el examen directo hecho por
el juez de ciertos hechos o del lugar en que se desarrollaron; la prueba pericial,
consistente en el dictamen de peritos o expertos; los tickets, que prueban la
compra de mercaderías; las entradas a un espectáculo público, etcétera.

Toda esta materia es propia del derecho procesal, razón por la cual nos hemos
limitado a dar los conceptos más generales y básicos.

Prueba de los contratos formales


En principio, los contratos formales sólo pueden probarse con el instrumento
que acredite el cumplimiento de la formalidad legal (art. 1191). Este principio
tiene, sin embargo, importantes excepciones que limitan sustancialmente el
alcance práctico de la regla:

a) No será necesaria la prueba por la forma legal cuando hubiese imposibilidad


de obtenerla. Esa imposibilidad puede ser de carácter moral o material. Habrá
imposibilidad moral cuando razones de decoro hayan impedido a las partes
reclamar el otorgamiento de la prueba exigida por la ley La habrá de carác-
ter material cuando circunstancias de hecho hayan impedido el otorgamiento
del instrumento requerido por la ley. El mismo art. 1192 cita como ejemplos de
imposibilidad el caso de depósito necesario y el supuesto de que la obligación
hubiese sido contraída por incidentes imprevistos en que hubiese sido imposible
formarla por escrito.

El temor reverencial, la amistad íntima o el parentesco estrecho ¿deben consi-


derarse motivos suficientes de imposibilidad moral para pedir el cumplimiento
de la forma exigida por la ley? La cuestión es dudosa y pensamos que debe ser
resuelta con criterio circunstancial; ello explica que la jurisprudencia aparezca
como contradictoria.

También habrá imposibilidad de presentar el documento cuando se pruebe que


éste se hubiera perdido, robado o destruido.

b) Tampoco será necesaria la prueba legal cuando mediara principio de prueba


por escrito (art. 1191). Sobre este concepto véase nº 1259.

c) Ni cuando la cuestión versare sobre los vicios de error, dolo, violencia, fraude,
simulación o falsedad de los instrumentos en que constaren (art. 1191). Era inne-
cesario decirlo, porque aquí no se trata de la prueba de un contrato sino de
hechos que, por su misma naturaleza, casi nunca están documentados.

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d) Finalmente, tampoco será necesaria la prueba ordenada por la ley cuando
una de las partes haya recibido alguna prestación y se negase a cumplir el con-
trato (art. 1191).

En todos estos casos se admite cualquier género de prueba (art. 1191).

Principio de prueba por escrito


Se considera principio de prueba por escrito cualquier documento público o
privado, que emane del adversario, de su causante o de parte interesada en el
asunto o que tendría interés si viviera, que haga verosímil el hecho litigioso (art.
1192).

Para que haya principio de prueba por escrito es, por lo tanto, necesario:

a) Que exista un instrumento público o privado. Aunque normalmente debe tra-


tarse de documentos firmados, ésta no es una condición indispensable; así, por
ejemplo, puede tener el carácter de principio de prueba por escrito una carta no
firmada o firmada con un sobrenombre, un borrador de contrato escrito de puño
y letra de la parte a la que se opone, las anotaciones de los libros comerciales
o de un cuaderno particular hecho de puño y letra de la persona a quien se atri-
buye, el instrumento suscripto con impresión digital

Cabe preguntarse si puede acreditarse la existencia de un principio de prueba


por escrito por otro medio que no sea la presentación del mismo documento.
La respuesta debe ser en principio negativa. Sólo podría admitirse la prueba
de confesión. Pero todo otro medio de prueba y particularmente la de testigos,
debe desestimarse, porque ello sería desvirtuar el llamado principio de prueba
por escrito.

b) Que el documento emane del adversario, de su causante o de parte intere-


sada en el asunto o que tendría interés si viviera.

c) Que haga verosímil el hecho litigioso. No se trata ya de la prueba concreta y


definitiva del hecho; basta que lo que se dice en el instrumento brinde un indicio
serio de su verosimilitud.

Es suficiente que confluyan estos requisitos para hacer viable cualquier medio
de prueba, inclusive la de testigos.

Se ha declarado que constituye principio de prueba por escrito el ejemplar único


de un contrato que por ser bilateral debe redactarse en doble ejemplar , el borra-
dor de contrato no firmado si está escrito de puño y letra de la parte a quien se
opone , el documento privado sin firma, emanado del adversario, el reconoci-
miento de la existencia de una deuda hecha ante la policía, aunque no indique su
origen ni monto , la manifestación hecha al otorgar un poder para suscribir una
escritura de compraventa en el sentido de que se había recibido el precio de ésta

Pacto Comisorio

El pacto comisorio en el código civil


Se llama pacto comisorio la cláusula que permite a los contratantes reclamar la
resolución del contrato cuando una de ellas no ha cumplido con las obligaciones
a su cargo. En el derecho romano el principio era que las partes sólo podían
reclamar el cumplimiento del contrato; sólo cuando las partes pactaban la lex
commissoria podían pedir la resolución

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Régimen legal
El nuevo art. 1204 prevé dos situaciones que legisla separadamente: que el pacto
comisorio no haya sido establecido en el contrato y que lo haya sido. Ahora nos
ocuparemos del primer caso, o sea, del supuesto de pacto comisorio tácito.

Ocurrido el incumplimiento, la otra parte debe requerir el cumplimiento en un


plazo no inferior a quince días, salvo que los usos o pacto expreso establecieran
uno menor, con los daños y perjuicios derivados de la demora; transcurrido el
plazo sin que la prestación haya sido cumplimentada, quedarán resueltas sin
más las obligaciones emergentes del contrato con derecho para el acreedor al
resarcimiento de los daños y perjuicios (art. 1204, 2do. párrafo).

Pacto comisorio tácito


Cuando el pacto comisorio no ha sido pactado expresamente, es necesario el
requerimiento; es decir, se brinda al deudor una ocasión más de cumplir. Ven-
cido el plazo fijado en el requerimiento, la obligación se resuelve sin más, es
decir, por el mero cumplimiento del plazo y sin necesidad de otra actividad ulte-
rior del acreedor.

Pero aquí hay que hacer una observación. El acreedor tiene el derecho de optar
entre el cumplimiento y la resolución. Por consiguiente, es posible que requiera
el cumplimiento con ánimo de exigirlo y no de resolver el contrato. Por lo tanto,
la expresión sin más contenida en la ley, de modo alguno significa que la reso-
lución se produce automáticamente, aun en contra de la voluntad del acreedor.
Creemos que esta conclusión, que obedece a una lógica elemental, está ratifi-
cada por el último párrafo del art. 1204., según el cual debe pedirse la resolu-
ción aunque se hubiera demandado el cumplimiento. Lo que en otras palabras
significa que quien demanda el cumplimiento puede requerir luego la resolución.
Si la ley dice que puede, ello significa que conserva también la otra posibilidad,
es decir, la de reclamar el cumplimiento. Una interpretación distinta llevaría a la
absurda conclusión de que no se puede demandar el cumplimiento, lo que es
contrario a la esencia de los contratos, que se otorgan para ser cumplidos.

Distinto sería si hace el requerimiento bajo apercibimiento de resolver el con-


trato: en tal caso el vencimiento del término produce la extinción ipso iure de
las obligaciones recíprocas y el acreedor carece ya de derecho a reclamar el
cumplimiento.

El plazo concedido al deudor no debe ser menor de quince días, salvo que los
usos o un pacto expreso, fijen uno menor (art. 1204, 2do. párrafo). Creemos que
también la naturaleza y circunstancias del contrato pueden justificar un término
más breve.

Aclaraciones: ¿Está obligado en ciertos casos el acreedor a conceder un plazo


mayor de quince días? Es obvio que hay obligaciones que, por su naturaleza,
no pueden cumplirse en ese plazo, como ocurre, por ejemplo, con la construc-
ción de un edificio. En tal supuesto, la concesión de un plazo de sólo quince
días parece una amarga burla. Pero hay que tener en cuenta que el deudor ha
contado ya, por el contrato, con un plazo suficiente para cumplir y no podría
obligarse al acreedor a conceder nuevamente otro plazo igual sin grave perjuicio
de sus intereses y sin abierta violación de lo pactado. En tales casos, el plazo
de quince días es nada más que una prevención al deudor de las consecuencias
que se seguirán de su incumplimiento.

Pero puede ocurrir que la obligación pueda cumplirse no ya en quince días, pero
sí en veinte o treinta ¿Está obligado el acreedor a conceder este plazo? La pauta

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que ha de seguirse en esta hipótesis es la siguiente: el término que debe fijarse
es el que razonablemente permita al deudor cumplir, siempre que la extensión
del plazo más allá de los quince días no perjudique el interés del acreedor .

Una vez fijado el término, no puede ser abreviado por el acreedor, pues el deudor
tiene derecho a que se le respete lo que ya le ha sido concedido, aunque fuere
más de los quince días fijados en la ley.

En cambio, no hay inconveniente en que el acreedor extienda el plazo ya que


esta extensión supone un beneficio para el deudor que el acreedor tiene derecho
a conceder.

Si el plazo ha sido esencial, es obvio que el requerimiento de pago carece de


sentido. En tal supuesto, el acreedor, sin más, podrá reclamar los daños y per-
juicios.

No será necesario esperar los quince días si ante el requerimiento de pago,


el deudor contesta que no pagará, cualquiera sea la razón invocada para no
cumplir. En ese caso, el acreedor podrá tener por resuelto el contrato desde el
momento en que reciba la comunicación del deudor.

¿Qué ocurre si la intimación tiene un plazo menor? ¿Debe considerársela invá-


lida? Pensamos que sería una sanción excesiva; a nuestro juicio, la intimación
debe ser tenida por válida, aunque el deudor tendrá siempre el plazo de ley.

Forma de requerimiento
La ley no establece ningún requisito formal para el requerimiento que, por lo
tanto, podrá hacerse incluso verbalmente. Pero será siempre aconsejable hacerlo
por un medio fehaciente, para evitar luego los inconvenientes de la dificultad de
la prueba.

Cabe preguntarse si para hacer el requerimiento es necesario que el deudor


haya sido previamente constituido en mora. En caso de obligaciones a plazo en
que la mora es automática ninguna duda cabe de que, vencido el plazo, puede
hacerse el requerimiento. Pero la duda puede presentarse en caso de que sea
necesaria la interpelación. Pensamos que no es indispensable la interpelación
previa y que el requerimiento del art. 1204 basta para colocar en mora al deudor.

Situación del requerido


Puede ocurrir que el requerido sostenga que no ha existido incumplimiento, sea
porque no estaba obligado a cumplir (lo que puede ocurrir si todavía tenía plazo
contractual, si su incumplimiento deriva del incumplimiento del requirente, etc.),
sea porque considera haber cumplido suficientemente.

En tales casos, ¿en qué situación se encuentra el requerido, cuáles son sus
derechos? Algunos autores hablan de una acción de oposición a la resolución,
que tendría que instaurarse dentro del término del requerimiento. Nosotros pen-
samos que esa acción es extraña a nuestro Derecho. En verdad, la situación del
deudor es simple: o bien está de acuerdo con la resolución del contrato, aunque
atribuyendo la culpa al requirente, en cuyo caso el contrato quedará sin efecto
y sólo quedará pendiente la cuestión de los daños y perjuicios y en este juicio
se dilucidará quién tiene la culpa y quién tiene que indemnizar a quien ; o bien
acciona por cumplimiento, en cuyo caso el juez examinará también el problema
de la culpa y declarará resuelto el contrato con daños y perjuicios si ella era del

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requerido o condenará al requirente a cumplir con daños y perjuicios, si suya
era la culpa.

En otras palabras: frente a la desavenencia de las partes sobre el incumpli-


miento, el juez indagará quién ha sido responsable de él. Si lo ha sido el reque-
rido, el contrato queda resuelto desde que venció el término del requerimiento;
si ha sido el requirente, debe cumplir (a menos que la otra parte pida también la
resolución) con daños y perjuicios.

En algún caso se ha resuelto que para que el demandado pueda alegar la culpa
del requirente, debe reconvenir. Es un criterio a todas luces erróneo. El deman-
dado debe reconvenir si también él quiere la resolución; pero si pretende el
cumplimiento, a él le basta con pedir el rechazo de la demanda, rechazo que
será procedente si demuestra la culpa del actor.

Demanda directa por resolución


Según lo hemos explicado, para que se produzca ex lege la resolución del con-
trato es preciso, pues, conceder al deudor un plazo de quince días. Pero cabe
preguntarse si el acreedor, antes de vencido ese plazo y desde el momento
mismo de la mora del deudor, puede demandar por resolución. Aclaremos el
concepto. Producido el incumplimiento, el acreedor tiene derecho a interpelar al
deudor para que cumpla dentro del plazo de quince días; si vencido ese plazo
el deudor no ha cumplido, el contrato se resuelve ipso iure, lo que permite al
acreedor obrar sobre la base de que ya no está ligado a la otra parte por ninguna
obligación contractual. La cuestión es si el acreedor, sin interpelar al deudor ni
esperar el término aludido, puede demandar judicialmente la resolución.

Este problema fue bien resuelto en un importante fallo de la Cámara Civil de la


Capital, Sala A, que sentando una jurisprudencia que luego ha tenido una adhe-
sión prácticamente unánime, admitió el derecho del acreedor a demandar la
resolución del contrato desde el momento mismo de la mora y sin necesidad de
interpelar ni conceder un nuevo plazo de quince días. Los fundamentos de esta
decisión fueron los siguientes: a) desde el momento de la mora, el deudor incu-
rre en incumplimiento con todas las consecuencias inherentes a ello, incluido el
derecho del acreedor de pedir la resolución del contrato; b) puede ocurrir que
vencido el plazo contractual, el acreedor no tenga ya interés en recibir la pres-
tación del deudor; sería injusto obligarlo a recibirla (lo que ocurriría si el deudor
intimado cumple) si se piensa que ya el deudor había incurrido en mora; c) el
apartado cuarto del art. 1204, refiriéndose al ius variandi dice que la resolución
podrá pedirse, lo que indica claramente que al lado de la resolución que resulta
ipso iure de la interpelación (o del vencimiento del plazo si el pacto comisorio se
ha convenido expresamente) hay otra que puede pedirse, es decir, demandarse
judicialmente. Agregó el Tribunal, para explicitar mejor su doctrina, que a la par
de la resolución “por autoridad del acreedor”, que requiere la interpelación pre-
vista en el art. 1204, existe otra resolución que resulta de una decisión judicial.

A estos argumentos, de por sí suficientes para decidir la cuestión, podríamos


agregar otro. Puede ocurrir que la interpelación produzca daños irreparables al
acreedor. Supongamos que éste tenga derecho a pedir una medida precautoria
en garantía del pago de la indemnización por incumplimiento. Si interpela al
deudor para que cumpla en el plazo de quince días, éste tiene tiempo más que
suficiente para ocultar sus bienes y burlar al acreedor en sus legítimos dere-
chos. En cambio, la demanda por resolución, todavía no notificada, permite
hacer efectivas esas medidas precautorias sin las cuales el acreedor sufrirá un
perjuicio irreparable.

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Pacto comisorio expreso

Régimen legal
Puede ocurrir que las partes hayan previsto expresamente en el contrato el pacto
comisorio. No obstante que ya la ley da el derecho a resolver el contrato en caso
de incumplimiento, tal estipulación no es inútil. En efecto, el art. 1204, tercer
párrafo, dispone que en este supuesto la resolución se produzca de pleno dere-
cho y surtirá efectos desde que la parte interesada comunique a la incumplidora,
en forma fehaciente, su voluntad de resolver.

La diferencia con el pacto comisorio tácito es, pues, importante. Si el pacto no


hubiere sido previsto en el contrato, éste igualmente puede resolverse, pero la
parte interesada en la resolución debe darle al deudor una última oportunidad de
cumplir y si el pacto fuera expreso, el cumplidor se limita a comunicar al incum-
plidor su voluntad de resolver.

Adviértase que la ley dice que en este caso la resolución se produce de pleno
derecho, pero no desde el momento del incumplimiento o de la mora, sino desde
que se comunica al incumplidor la voluntad de resolver. La solución es lógica.
La resolución no podrá ser automática, pues el acreedor puede tener interés en
exigir el cumplimiento. Bien entendido que la comunicación sólo tiene efecto si
previamente el deudor ha quedado constituido en mora.

Dentro de las obligaciones que pesan sobre el vendedor se encuentra la de


prestar garantía de evicción al comprador, por cuya virtud debe garantizar la
legitimidad del derecho que se trasmitió, el cual nadie debería poder perturbar
alegando un derecho mejor y que resulte anterior o contemporáneo a su adqui-
sición a título oneroso.

Evicción y vicios redhibitorios



Redhibición y evicción
Mientras la redhibición deviene de circunstancias fácticas, la evicción es una
afectación jurídica del título que habilita para tener una cosa.

Evicción: El vocablo “evicción” refiere a la privación o desposesión que sufre el


adquirente de un derecho, a consecuencia de una sentencia judicial que hizo
lugar al reclamo de un tercero. Es toda especie de pérdida, turbación o perjuicio
que sufre el adquirente del bien.

Efectos: Con la garantía de evicción se asegura la legitimidad del título sobre la


cosa objeto del acto jurídico y, producida la evicción, deviene la responsabilidad
del transmitente por el pago correspondiente a la privación habida, tanto en su
adquisición como en su uso y goce; además de la obligación de defensa debida
al adquirente.

Supuestos: En el caso de una resolución de contrato, fundada en la evicción pro-


ducida por el incumplimiento del vendedor de la prestación esencial de entregar
la cosa en condiciones de regularidad jurídica, la cuestión debe ser apreciada
objetivamente, y no sobre la base de la imputación de culpas; si quien pretende
resolver el contrato recibió un vehículo de origen incierto, y en situación irregular,
la demanda debe prosperar.

No se podrá decir que se ha producido una evicción si el comprador no ha


sufrido una verdadera turbación de derechos en la propiedad, goce o posesión

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de la cosa adquirida; debiendo, para ello, mediar un ataque a su derecho que se
funde en la negación de la existencia o legitimidad de él.

La garantía de evicción es debida a los compradores o sus sucesores, más no a


una tercera persona.

Garantía de evicción: carácter objetivo: La responsabilidad por evicción o sanea-


miento es de carácter objetivo, impuesta por la ley a todo aquel que trasmite un
derecho, y con independencia de su conducta. La garantía de evicción la debe el
vendedor por el solo hecho de la desposesión que sufre el adquirente, estando
a su cargo la demostración de la existencia de alguno de los supuestos de cesa-
ción de responsabilidad que marca la ley o que la causa determinante de la
privación fuera posterior a la transmisión de la cosa. La responsabilidad legal del
vendedor por evicción, nace sin condicionamiento, o sea que no corresponde
signar la suerte o admisibilidad de la acción a la mala fe del vendedor ni del
adquirente. Tal cuestión debe ser apreciada objetivamente, y no sobre la base
de la imputación de culpas.

Vicios redhibitorios: concepto: Configura vicio redhibitorio el defecto oculto


de la cosa existente al tiempo de la adquisición, que la haga impropia para su
destino, si de tal modo disminuye el uso de ella, que, de haberlo conocido, el
adquirente no la habría adquirido o habría dado menos por ella.

Vicio Oculto: El vicio puede ser reputado oculto si a pesar de la atención puesta
por el comprador en el examen de la cosa vendida no lo ha podido descubrir;
sirve como pauta en el caso el principio que informan los arts. 512, 902, 909 y
929 del CC.

Diligencia requerida: Tratándose de vicios redhibitorios, sería una exageración


exigir que el adquirente se valga del asesoramiento de un experto, pues lo que
se requiere es que aquél, mediante un examen cuidadoso y atento, en la forma
en la cual normalmente se practica, se haya podido dar cuenta de la existencia
del vicio.

Supuestos prácticos:
a) En consonancia con ello, se ha resuelto que si la compradora no pudo des-
cubrir los vicios en las pocas oportunidades que visitó la propiedad antes de
adquirirla, no se le ha de imputar negligencia por ello, si el propietario tampoco
los advirtió, no obstante que los deterioros causados por polillas en la estruc-
tura de madera del techado del inmueble databan de bastante tiempo antes de
concretarse la operación. Pero no es exigible que un comprador diligente trepe
parapetos, tanques de reserva, y se inmiscuya en distintas unidades para com-
probar la inexistencia de defectos en la construcción.

b) Cuando las personas contratan respecto de una cosa que puede ser vista y
apreciada por el comprador, no podrá luego quejarse éste de los defectos noto-
rios, aunque ellos no hayan sido mencionados en el contrato.

c) No puede invocar vicios ocultos de la cosa -en autos una casa- el comprador
que se hizo asesorar por personas de la profesión u oficio -arquitecto- antes de
celebrar el acto.

d) Ante la dificultad de acreditar el momento en el cual el vicio, oculto al tiempo


de la venta, se hizo más tarde aparente o se manifestó, y la duda sobre si la
actora había conocido antes, en la medida necesaria, las fallas o defectos en la

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construcción, se debe resolver en favor de quien invoca el derecho, y no para
determinar su extinción.

Objeto sobre el que recae


El vicio redhibitorio es vicio de las “cosas”, y cosas son los objetos materiales
que se pueden valorar; los objetos inmateriales no son cosas y por consiguiente
no pueden tener vicios redhibitorios. Un método o sistema de fabricación, en
cuanto técnica, en cuanto idea o creación de la mente, no es una cosa y por
ello no puede tener vicios ocultos y torna improcedente la acción redhibitoria.
No existe vicio redhibitorio cuando se trata de la ineficacia de un sistema, o de
la deficiente transmisión de conocimientos, ya que éste sólo podría existir en los
materiales o instrumentos de trabajo.

Requisitos
Los vicios redhibitorios, definidos por el art. 2164 del CC, necesitan, para consti-
tuirse como tales, de ciertas condiciones: no sólo que sean “ocultos” y existentes
“al tiempo de la adquisición” del bien, sino que sean de suficiente “gravedad”;
en este último aspecto esta norma del Código Civil hace notar que la entidad de
los vicios debe ser tal, que hagan a la cosa “impropia para su destino, si de tal
modo disminuyen el uso de ellas que de haberlos conocido el adquirente, no la
habría adquirido o habría dado menos por ella”.

No todo defecto en la cosa constituye un vicio redhibitorio.

Actividad 1: Consentimiento del contrato

Para resolver esta actividad usted debe tener presente que los contratos son una
especie de Acto Jurídico y, como tal, reúnen elementos esenciales e imprescin-
dibles para que se conforme el acto o negocio jurídico. Ellos son: el consenti-
miento que debe existir en todo sujeto, el objeto y la forma. Ciertamente, también
existen elementos de validez tales como una voluntad sana, exenta de vicios que
afecten al titular de la manifestación de esa voluntad.

Precisamente, consideramos prudente atenernos a resolver una actividad que


involucre esta temática por su particular importancia ya que, como expusimos
recién, resulta dirimente en la existencia del acto como tal.

Eduardo pretende acordar con Juan la compra de una casa que es propiedad
de este último. Para ello, y siendo que viven en distintas provincias, le envía un
correo con aviso de recibo a Juan proponiéndole la compra del inmueble. Sin
embargo, antes de que fuere aceptada la oferta, Eduardo se arrepiente y es su
deseo retractarse de la misma.

Ante esta situación, le solicitamos que explique si Eduardo puede retractarse y,


en tal caso, cuáles son, en general, los supuestos en los que el proponente de la
oferta no podrá retractarse de ella.

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M5 Contenidos

Contrato de compraventa

Contrato de Compraventa. Concepto. Diferencia con la compraventa mercantil.


Elementos esenciales. Derechos y obligaciones de las partes. Forma y prueba:
Instrumentos públicos y privados: concepto y caracteres de una y otra figura.
Compraventa de inmuebles: I) Noción. II) Cláusulas modales típicas. III) Trans-
ferencia de dominio: perfeccionamiento y boleto de compraventa. IV) Escritura
Pública: concepto. Valor probatorio de sus distintas cláusulas.
1.2. Venta en subasta pública: Perfeccionamiento y particularidades (distintos
supuestos de suspensión, impugnaciones, postor que desiste y postor que
incumple).
1.3. Venta en lotes y mensualidades (Ley 14.005)

Concepto e importancia
Según el art. 1323, Código Civil, Habrá compra y venta cuando una de las partes
se obligue a transferir a la otra la propiedad de una cosa, y ésta se obligue a reci-
birla y a pagar por ella un precio cierto en dinero. Aunque ya volveremos sobre el
tema, conviene destacar ab initio que este contrato no supone transferencia de
la propiedad ni la entrega efectiva del precio, sino la obligación de hacerlo. Esta
afirmación es válida aun en la llamada compraventa manual o al contado que se
consuma y concluye en forma instantánea con la entrega simultánea de la cosa
y el precio. A primera vista parecería que en la hipótesis, las partes no contraen
obligación alguna y que todo se reduce a un trueque o, más exactamente, a dos
tradiciones simultáneas. Pero no es así, porque en ese trueque no se agotan las
obligaciones de las partes. Así, por ejemplo, el vendedor tiene que responder por
evicción; y si la moneda pagada es falsa, el comprador podrá ser demandado
por cobro de pesos. Las necesidades del tráfico tienen su protección adecuada
sólo cuando se considera que las prestaciones recíprocas de la compraventa
manual responden al cumplimiento de la obligación contraída al contratar

La compraventa tiene una inmensa importancia en las relaciones económicas y


jurídicas de los hombres. La circulación de bienes obedece en su casi totalidad
a este dispositivo legal. Con frecuencia traspasa las fronteras y adquiere interés
internacional, haciendo a la par más complejo su régimen legal.

Caracteres
El contrato de compraventa tiene los siguientes caracteres:
a) Es bilateral porque implica obligaciones para ambas partes; b) es consensual
porque produce todos sus efectos por el solo hecho del consentimiento y sin
necesidad de la entrega de la cosa o del precio; c) no es formal; aun en el caso
de que tenga por objeto la transmisión de inmuebles, la escritura pública exigida
por el art. 1184, inc. 1º es un requisito de la transferencia del dominio pero no
del contrato en sí que puede ser válidamente celebrado en instrumento privado,
y aun verbalmente (véase núms. 454 y 458); d) es oneroso; e) es conmutativo
porque es de su naturaleza que los valores intercambiados (cosa y precio) sean
aproximadamente equivalentes; sólo por excepción suele ser aleatorio lo que
ocurre cuando se compra una cosa que puede o no existir.

Compraventa civil y comercial


Desde el punto de vista de su estructura jurídica, la compraventa civil y comercial
son contratos idénticos. Sin embargo, por razón de la distinta función económica

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que ambos desempeñan, hay alguna diferencia en su regulación legal; pero
como hemos de verlo, se trata de diferencias que no tienen mayor importancia
y es el caso preguntarse si en verdad se justifica una distinta regulación para
ambos.

Como base para la distinción debemos sentar el siguiente principio: es com-


praventa civil toda aquella a la cual el Código de Comercio no le haya atribuido
naturaleza comercial. Para expresarnos con mayor precisión: todo contrato de
compraventa está regido por el Código Civil a menos que lo contrario esté dis-
puesto en el de Comercio. Nuestra tarea debe, por tanto, orientarse a precisar
qué es una compraventa comercial. Según el art. 450, Código Comercio, la hay
cuando alguien compra una cosa para revenderla o alquilar su uso. En otras
palabras, es necesario un propósito de lucro. Pero basta con que este propósito
de lucrar exista en el vendedor o en el comprador, aunque la otra parte de la
relación jurídica no lo tenga. Así por ejemplo, quien adquiere comestibles en
un almacén para su propio consumo, no tiene desde luego intención de lucrar,
no obstante lo cual el acto es de comercio, porque el vendedor sí la ha tenido.
No se concebirá, en efecto, que el mismo acto fuere comercial para una de las
partes y civil para la otra, que pudieran escindirse la competencia, las normas
sobre prescripción, etcétera. Desde el momento que la ley comercial dispone
que por un motivo cualquiera un acto es comercial, esta calificación tiene efec-
tos jurídicos en todo lo relativo a ese acto y con atinencia a ambas partes. Es la
solución consagrada expresamente por el art. 7º del Código de Comercio según
el cual si un acto es comercial para una sola de las partes, todos los contrayentes
quedan, por razón de él, sujetos a la ley mercantil.

En el art. 452, el Código de Comercio precisa y a veces limita el concepto de


compraventa comercial enunciado en el art. 450. Según la disposición que
comentamos, no se consideran mercantiles:

a) Las compras de bienes raíces y muebles accesorios; sin embargo, serán


comerciales las compras de cosas accesorias al comercio, para prepararlo o
facilitarlo, aunque sean accesorias a un bien raíz. Esta regla por la cual la com-
praventa de inmuebles tiene siempre carácter civil obedece a una tradición histó-
rica fundada en el deseo de proteger la propiedad inmobiliaria; se deseaba que
estas enajenaciones estuviesen rodeadas de formalidades que no se avienen
con la agilidad y fluidez propias del comercio. Estas razones no han parecido
suficientes a la doctrina moderna para negar el carácter comercial a operaciones
que tienen un evidente propósito de lucro (por ejemplo, la compra de un inmue-
ble para levantar un edificio de propiedad horizontal o para lotearlo), tanto más
cuanto que la circunstancia de tratarse de una compraventa comercial no exclui-
ría el cumplimiento de las formalidades que se estimen necesarias para la pro-
tección de esta propiedad. Se explica pues que en las legislaciones modernas
se advierta una definida tendencia a atribuir carácter comercial a toda compra-
venta realizada con propósito de lucro, trátese de cosas muebles o inmuebles
(Cód. Com. italiano, art. 4º, inc. 6º; alemán, art. 346; mexicano, art. 7º, etc.).

b) Las de objetos destinados al consumo del comprador o de la persona por


cuyo encargo se haga la adquisición. Siempre, claro está, que el vendedor no
hubiere hecho la venta con ánimo especulativo (véase nº 4 anterior).

c) Las ventas que hacen los labradores y hacendados de los frutos de sus cose-
chas y ganados. Aunque aquí hay propósito de ganancia no está configurada esa
actividad típicamente comercial que es comprar para revender. Naturalmente, si
la venta se hubiese hecho a un cerealista o acopiador de granos o frutos, el acto
será comercial porque el comprador lo hace con ánimo de lucrar; pero no habrá

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acto comercial si los frutos se venden directamente al consumidor o al Estado.
También es comercial la actividad de quien compra ganado para revenderlo en
otra plaza o para faenarlo y vender la carne.

d) Las que hacen los propietarios y cualquier clase de personas, de los frutos
y efectos que perciban por razón de su renta, donación, salario, emolumento o
cualquier otro título remuneratorio o gratuito.

e) La reventa que hace cualquier persona del resto de los acopios que hizo para
su consumo particular. Sin embargo, si fuere mayor cantidad la que vende que la
que hubiese consumido, se presume que obró en la compra con ánimo de vender
y se reputan mercantiles la compra y la venta.

Es necesario puntualizar que lo que confiere carácter de comercial al acto es


el ánimo de lucro, la intención de especular con la cosa, de beneficiarse con la
reventa o la locación. Por consiguiente, no importa que luego no se consume ese
propósito; es decir, que por un motivo posterior a la compra el comprador decida
no revender o no locar. Es claro que al Derecho no le interesan los puros esta-
dos de ánimo, las intenciones que no se han exteriorizado de manera alguna. El
propósito de revender o locar de que la ley habla es aquel que puede inferirse
de la propia declaración de la voluntad del que otorgó el acto o de su conducta.
Así, por ejemplo, se presumen actos de comercio todos los realizados por los
comerciantes, salvo prueba en contrario (art. 5º, Cód. Com.). Pero esa presun-
ción se limita a la órbita de las actividades del comerciante. Si, por ejemplo, un
farmacéutico compra muebles para su casa particular, el acto no tendrá por qué
presumirse comercial.

Las consecuencias jurídicas de la distinción entre compraventa civil y comercial


son las siguientes:

a) En lo que atañe a la competencia, dependerá del carácter de la compraventa


que entiendan los tribunales civiles o comerciales.

b) En lo que atañe a la prescripción, la compraventa mercantil tiene algunos


plazos especiales: 1) Se prescribe por dos años la acción para demandar el
pago de mercaderías fiadas, sin documento escrito (art. 849). 2) Se prescriben
por cuatro años las deudas justificadas por cuentas de venta aceptadas, liqui-
dadas o que se presumen liquidadas (art. 847, inc. 1º, Cód. Com.). A nuestro
juicio, estas disposiciones derogan el art. 4035, inc. 4º, Código Civil, según el
cual se prescribe por un año la obligación de pagar a los mercaderes, tenderos
o almaceneros el precio de los efectos que venden a otros que no lo son o que
aun siéndolo, no hacen el mismo tráfico. Pues ya se ha dicho que siendo el acto
comercial para una de las partes, lo es para las dos; por tanto, la hipótesis del
art. 4035, inc. 4º, debe ser regulada por las normas específicas y posteriores
del Código de Comercio. Cabe agregar que en la compraventa civil común, el
plazo de prescripción es el de 10 años (art. 4023), trátese de exigir el precio o
la entrega de la cosa. 3) Se prescriben por cuatro años las acciones de nulidad
o rescisión de la compraventa comercial (art. 847, inc. 3º, Cód. Com.), en tanto
que dichas acciones civiles tienen el plazo común de prescripción salvo las que
derivan de violencia, dolo o falsa causa, que prescriben a los dos años (art. 4030,
Cód. Civ.).

c) Según el art. 1329, Código Civil, las cosas ajenas no pueden venderse en
tanto que el Código de Comercio dispone precisamente lo contrario (art. 453).
Pero esta diferencia es puramente aparente, según hemos de verlo al tratar este
tema (nº 72).

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De lo dicho se desprende que la regulación jurídica de ambas especies de
compraventa no presenta sustanciales diferencias. Sería, pues, más práctico y
simple someterlas a un régimen idéntico. Un paso en ese sentido se ha dado al
regular el pacto comisorio. La ley 17711 de reformas al Código Civil reprodujo
textualmente la redacción del art. 216 del Código de Comercio (ref. por decreto-
ley 4777/63). Además se advierte una clara tendencia en la jurisprudencia a
reducir en lo posible las diferencias.

Contrato de Compraventa: Elementos Esenciales

A más de los elementos propios de cada contrato, la compraventa tiene otros


dos elementos que le son propios y característicos: la cosa y el precio.

Cosa
Debe ser una cosa en sentido propio (Cnf. Art.2311, CC), cuya venta no esté
prohibida por la ley (Art.1327, CC), ya que las cosas pueden ser absoluta o rela-
tivamente inenajenables (arts.2337 y 2338, CC); debe ser determinada o deter-
minable (Cnf. Art.1333 y 1170,CC) y tener existencia real o posible (art.1328,CC).

La venta de cosa ajena es válida cuando se trata de cosas fungibles ya que


resulta irrelevante quien ostente la titularidad de la cosa al firmarse el contrato
en el caso de las cosas que se designan por su género pues estas se determi-
nan en el momento de su entrega.

Precio
Para que el contrato de compraventa quede legalmente configurado debe reunir
el precio las siguientes condiciones: a) ser en dinero; b) determinado o deter-
minable; c) ser serio.

Si lo que se da a cambio de una cosa es un servicio o trabajo, habrá dación en


pago; si se cambia una cosa por otra, habrá permuta. Si se paga parte en dinero
y parte en otra cosa, será compraventa si el precio es de mayor valor que la cosa
y permuta en caso contrario. Si ambos son de valor equivalente, se considera
permuta (Art.1356 y nota al Art.1485, CC).

Si se paga en dinero no importa que sea moneda nacional o extranjera ni su


modalidad (contado o a plazo).

Debe ser determinado o determinable (Cnf. Art.1355, 1349, CC).

Derechos y Obligaciones de las partes


Las principales obligaciones del vendedor son dos: a) entregar la cosa vendida
y b) garantizar de evicción y vicios ocultos.

Deviene implícita la obligación de conservar la cosa hasta su entrega. Es tam-


bién su obligación recibir el precio de venta.

Las principales obligaciones del comprador son: a) pagar el precio de venta; b)


recibir la cosa; c) pagar el instrumento del contrato y los gastos de recepción de
la cosa (art.1424 y s.s. CC)

Forma: instrumentos públicos y privados.


Nos referimos ahora a los dos instrumentos que se adoptan como forma en la
celebración de este contrato. El Art. 978, CC, refiere las dos formas de instru-
mentos conocidos.

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Instrumento Público
Si bien el instrumento público, generalmente, es distinguido por la plena fuerza
probatoria y autenticidad que le transmite la intervención de un oficial o funciona-
rio público, no menos cierto es que existen instrumentos públicos que ostentan
esa condición sin que intervenga en el ningún funcionario. En este último caso
es la norma la que le da fuerza de autenticidad.

El Art.979, CC, en modo enunciativo ejemplifica supuestos de instrumentos


públicos, cuya lectura recomendamos.

La fe pública del instrumento alude a la autoridad del oficial que interviene en el


instrumento.

La autenticidad del instrumento alude a la existencia, legitimidad o veracidad


del contenido del documento, que se prueba a sí mismo y solo puede ser des-
calificado por una sentencia que condene la falsedad del instrumento (mediante
querella de falsedad).

Instrumento Privado
El Instrumento privado, a su vez, es una declaración escrita de la voluntad que
ha sido suscripta con el fin de hacer constar un acto o negocio que interesa al
derecho pero que no tiene fuerza probatoria por sí mismo.

Si bien rige la libertad de las formas, la firma es un elemento esencial de su exis-


tencia, en cualquiera de sus modalidades.

1.1. Compraventa de Inmuebles

Noción. Cláusulas modales típicas

La compraventa de inmueble se perfecciona mediante un acuerdo de voluntades


en que vendedor y comprador se comprometen a la transferencia de la propie-
dad a cambio de un precio cierto en dinero. Diferente es el perfeccionamiento del
contrato al perfeccionamiento de la propiedad sobre la cosa objeto del contrato.

Modalidades de la compraventa inmobiliaria. El Art. 1344, CC, dispone que la


venta de un inmueble puede hacerse:

“Venta ad corpus”, sin indicación del área, frecuente en operaciones de terre-


nos urbanos (el lote ubicado en Mendoza 454…), no ocupando las medidas
rol preponderante, sin que puedan formularse reclamaciones por diferencias de
superficies.

También se contempla la venta sin indicación de área, a un precio por medida.


En tal caso lo que se tiene en cuenta es el valor de la medida (por ej. $ 8000 la
hectárea y no la superficie total).

Venta con indicación de área que se tomará de otra mayor. En este supuesto
se indica la superficie a vender y la individualización del campo de mayor super-
ficie sobre la que se tomará. En la práctica se determina el lugar que ocupa
la fracción a vender pero en el caso hipotético de su omisión, corresponde al
vendedor sin que elija la fracción de menor calidad si esta fuere notoriamente
inferior ni elegir fracciones separadas a menos que el contrato así lo disponga
(Cnf. Art.601, 602, CC).

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 72


Venta con indicación de área y precio por medida. En este caso el problema
se suscita cuando la superficie real difiere de la contractual. En tal caso las solu-
ciones están contempladas en el art. 1345, CC.-

Venta con indicación de área por un precio único.. En este supuesto la ley
presume que las partes no se han preocupado tanto de la superficie o medidas,
cuanto de la cosa en su conjunto y sólo si el exceso o faltante del área alcanza
al vigésimo, producirá distintos efectos: el comprador puede exigir disminución
proporcional del precio y resolución contractual cuando la cosa resulta impropia
a su destino: Si el área es superior en un vigésimo, el comprador puede mante-
ner el contrato abonando proporcionalmente el precio en función al exceso de
superficie o dejar sin efecto el contrato (art.1347,CC). El vendedor tiene derecho
a exigir el pago del excedente pero no a reclamar la nulidad.

Venta de varios inmuebles por un solo precio. Contempla el supuesto de


ventas hechas en conjunto, por un solo precio y con indicación del área en cada
uno de ellos, encontrándose menos área en uno y más en otro, se compensa-
rán las diferencias hasta la cantidad concurrente. Hecha la compensación de
los valores más que de las superficies, tendrán lugar las reglas referenciadas
(Arts.1345/7/8,CC).

Compraventa de Inmuebles:

Transferencia de dominio: perfeccionamiento y boleto de compraventa


Si nos atenemos a la lectura de los Arts.1184 y 1185 del CC, la escritura traslativa
de dominio es uno de los requisitos de la transmisión de la propiedad. Cumplida
la escritura e inscripta en el Registro de la Propiedad, se perfecciona la adquisi-
ción dominial, posesión mediante.

En cambio, siendo la compraventa una promesa de transferir a otro la propiedad


de una cosa a cambio de la promesa de pagarla y generando el derecho a exigir
el contrato de venta pudiendo incluso judicialmente otorgarse la escritura tras-
lativa de dominio, es claro que la compraventa es un contrato definitivo que se
instrumenta por documento privado.

El Boleto de Compraventa, a más de situar al comprador en la facultad de exigir


del vendedor la transferencia del dominio, tiene los siguientes efectos: a) con-
vierte la posesión en legítima (art.2355,CC); b) permite al comprador oponer al
concurso del vendedor la compra del inmueble cuando ha pagado el 25% del
precio y pedir la escrituración (Art.1185, bis,CC), quedando obligado a constituir
hipoteca de primer grado sobre el bien, en garantía del saldo de precio (art.146,
Ley 24.522).

Boleto de Compraventa

Principio general. Efectos.


Hemos dicho ya que el boleto de compraventa, refiérase a muebles o inmuebles,
importa un contrato de compraventa perfecto, desde que están reunidos los ele-
mentos esenciales de éste: determinación de la cosa y el precio.

Después de dictada la ley 17711, el boleto de compraventa confiere a la pose-


sión de buena fe, el carácter de posesión legítima (art. 2355), regla de importan-
tes proyecciones que estudiamos en el Tratado de Derechos Reales.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 73


Permite además al comprador oponer la compra al concurso del vendedor
cuando se ha pagado el 25% del precio (art. 1185 bis, Cód. Civ.) cualquiera sea
el destino del inmueble. Sobre si el mismo derecho lo tiene el comprador que ha
recibido la posesión aunque no hubiera pagado el 25% del precio

1.1. Compraventa de Inmuebles: Escritura Pública: concepto. Valor proba-


torio de sus distintas cláusulas

Las obligaciones esenciales impuestas al vendedor de un inmueble son las de


otorgar la escrituración y hacer la tradición del bien. Ahora nos ocuparemos de
la primera de esas obligaciones.

La Escritura Pública es una de las clases de instrumentos públicos más impor-


tante pues no sólo permiten dar plena fuerza probatoria a gran número de actos,
sino que la ley en diversas disposiciones exige dichas escrituras como formali-
dad exclusiva o como formalidad relativa.

Normalmente las escrituras públicas se otorgan ante los escribanos de registro,


nombrados para ser depositarios de la fe pública y poder dar autenticidad a los
instrumentos otorgados ante ellos y redactados en los protocolos.

El Protocolo es el documento notarial original en que se asientan las escrituras


por los escribanos. Esos protocolos quedan luego encuadernados en libros, que
son los registros notariales de las escrituras: Las hojas sueltas o folios serán, por
tanto, encuadernados hasta constituir volúmenes y tomos. Los protocolos son
las hojas y no los libros.

La escritura matriz es la asentada en el protocolo, mientras que las copias auten-


ticadas de esos protocolos, sus testimonios y certificaciones derivadas de él, no
son dichas escrituras matrices, aunque también tengan el valor de instrumentos
públicos (Art.1010,CC). En caso que hubiere diferencias sustanciales o formales
entre la matriz y estas últimas, prevalecen las primeras sobre las segundas y a
ellas hay que atenerse (Art.1009,CC).-

La Escritura Pública tiene distinta composición. Posee un contenido que pasa


en presencia del escribano quien como fedatario confiere plena prueba entre
partes y frente a terceros de lo que acontece en su presencia (de visus et audi-
tus, Art.1193,CC) y para desvirtuar su contenido habrá que logar exitosamente
la querella de falsedad a intentar en contra del escribano autorizante e intervi-
niente. Pero también existen cláusulas que integran el acto escriturario, cuya
eficacia probatoria es más endeble y que podemos distinguir: a) Dispositivas son
las que enmarcan el contenido sustancial del acto (por ej. en una compraventa,
las cláusulas que tratan de la obligación de entrega y pago de precio, etc.); b)
Enunciativas, son aquellas indirectamente relacionadas con el objeto principal
del acto (por ej. que el precio de venta se abonó mediante un préstamos confe-
rido por determinada institución bancaria).

Las dispositivas hacen plena prueba pero para impugnar su contenido habrá
que demostrar la insinceridad de su contenido (mediante juicio de simulación,
por ejemplo), pero en este caso, el escribano –depositario de la fe pública- solo
da fe que las partes manifestaron comprar y vender pero no que ello sea cierto.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 74


1.2. Venta en subasta pública

Subasta Judicial. Concepto.

Si bien el Art.1324, inc. 4, del Código Civil, refiere a la obligación de vender


“cuando los bienes del propietario de la cosa hubieren de ser rematados en
virtud de ejecución judicial”, no menos cierto es que la relación entre el adjudi-
catario y el ejecutado no conforma un clásico contrato de compraventa, por ser
obvia la ausencia de consentifmiento de una de las partes. Además el acto con-
serva un origen jurisdiccional realizado por el juez en nombre propio.

Resulta, sin embargo, una contratación necesaria. Tanto la subasta judicial como
la nueva forma de subasta extrajudicial (en ejecución especial para hipotecas,
según la Ley 24.441), son modos de provocar la transmisión del bien que pre-
suponen la conformidad del dueño o su implícito consentimiento al momento
mismo de contraer la deuda, pues desde allí retringe su libertad y los bienes
pasan a ser la garantía del crédito quedando afectados a sus acreedores y
cuanto más en las hipotecas.

Naturaleza Jurídica

La subasta judicial es una venta forzada en que el Organo judicial, más que
representar, sustituye al deudor para vender en su nombre ya que este antici-
padamente, se ha colocado en la situación de tener que vender de este modo
especial.

Denominación (subasta o remate)

Cabe aclarar que la diferencia entre los términos remate y subasta no existe de
modo dirimente. En todo caso, el remate sería la culminación de toda subasta al
consistir en la última postura y la adjudicación a esa postura más alta.

Precisamente, nuestro código civil no diferencia entre una y otra acepción, como
resulta de los artículos 1184, 3196, 3223 y 1395, todos del Código Civil.

La mecánica de la subasta

En la subasta el martillero judicial interviene en nombre y representación del


juez, quien delega en ese profesional la realización de la misma. Este comienza
el acto dando lectura al edicto para luego pasar a recibir ofertas o posturas que
deben hacerse en forma clara y de viva voz por los interesados. Las posturas
por signos no debe ser admitidas por el rematador. El mejor postor resultará el
adjudicatario del bien (la apertura del acto importa el principio de ejecución del
contrato de compraventa y el adjudicatario es el comprador. El consentimiento
se perfecciona en el momento que el martillero adjudica la cosa al mejor postor
por tratarse la venta forzada del Art. 1324, inc. 4, del CC, de un acto consensual
(aunque, cabe aclarar, como acto procesal requiere luego de su homologación
judicial). Ahora bien, distinto es el perfeccionamiento de la transmisión de la pro-
piedad que requiere de la inscripción registral y toma de posesión por tradición
hecha al comprador en la subasta.

1.3. Venta en lotes y mensualidades

El propietario que desea vender un inmueble en lotes y por cuentas periódicas


debe anotar en el Registro de la Propiedad su declaración de voluntad de proce-

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 75


der a la venta en tal forma, acompañando un certificado de escribano de registro
sobre la legitimidad extrínseca del título y un plano de subdivisión con los recau-
dos que establezcan las reglamentaciones respectivas (Art.2, Ley 14.005).

La inscripción puede también ser requerida por el comprador a costa del vende-
dor (Art.3).

La anotación en el Registro el titular queda inhibido de enajenarlo de modo dis-


tinto al previsto en la ley, salvo el caso de desistimiento escrito presentado ante
el Registro de la Propiedad (Art.5).

El comprador podrá reclamar la escrituración después de haber sufragado el


veinticinco por ciento del precio de venta. Esta facultad es irrenunciable y nula
toda cláusula que la contradiga (art.7). El vendedor podrá exigir garantía hipo-
tecaria por el saldo del precio impago. El pacto comisorio por falta de pago no
podrá hacerse valer después que el adquirente haya abonado el mencionado
porcentaje del 25% o realizado construcciones equivalentes al cincuenta por
ciento del precio de compra (art.8).

Los acreedores del vendedor solo podrán ejecutar el crédito por el saldo impago
del precio de venta del lote y no podrán dirigirse contra el lote mismo.
En caso de controversia entre distintos compradores del lote, tendrá prioridad
el comprador que hubiere inscripto primero el lote sin atenerse a la fecha del
contrato. (art.6)

Actividad 1: Compraventa de inmuebles; señal o arras y boleto de compra-


venta

Roberto González vive en un pueblo del interior de la provincia de La Rioja y es


propietario de un comercio minorista y padre de familia.

Debido a que la mayor de sus hijas desea migrar a la ciudad de Córdoba Capital
a los fines de iniciar sus estudios universitarios, Roberto decide hacer el esfuerzo
de adquirir un departamento en la mencionada ciudad, para que ella pueda vivir
durante el cursado de su carrera.

Con este objetivo, consulta los avisos clasificados de un importante diario de


la zona y encuentra un inmueble que le interesa por su precio y ubicación. Se
contacta entonces con el titular de una Inmobiliaria de la ciudad, que administra
el mencionado inmueble, y juntos acuerdan una fecha para conversar acerca de
la operación.

Una vez reunidos, aquél le comenta a Roberto que, para asegurarse de la serie-
dad de su interés en la compraventa le requerirá una seña que percibirá al
momento de firmarse el Boleto de Compraventa, y que además será a cuenta del
precio y como principio de cumplimiento del contrato.

Roberto nunca ha intervenido en una operación inmobiliaria y se preocupa ante


este requerimiento del vendedor, puesto que no pensó que fuera necesario señar
el inmueble, y además siempre había creído que para una compraventa de estas
características las partes deben concurrir a una Escribanía de confianza y escri-
turarlo allí, sin necesidad de la firma de otro instrumento previo.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 76


A los fines de evacuar sus dudas, Roberto posterga el acuerdo para una semana
después, y decide consultarle a Ud., Corredor Inmobiliario de su pueblo natal,
acerca de lo conversado y requerido en la Inmobiliaria de la ciudad de Córdoba.

A los fines de tranquilizar a Roberto, es necesario que Ud. le explique con fun-
damentos:

1) ¿Qué es la señal o arras? ¿Qué diferencias existen entre la Seña Confirmatoria


y la Seña Penitencial? ¿Qué derechos le otorga esta última a la parte que cum-
plió ante el incumplimiento de la contraria?

2) ¿Qué es el Boleto de Compraventa? ¿Cuál es su importancia práctica en el


tráfico jurídico? ¿Cuáles son sus efectos en orden a: 1) la posesión de buena fe;
2) el concurso del vendedor;

3) la posibilidad de exigir la escrituración al juez ante la negativa del vendedor?


¿Es conveniente entonces la suscripción del mismo, tal como se le ha requerido
a Roberto?

M6 Contenidos

Contrato de cesión de créditos y Permuta

Contrato de cesión de créditos: Concepto. Clases (cesión venta; cesión permuta;


cesión donación). Forma. Perfeccionamiento del contrato de cesión. Prueba.
Efectos. Notificación al deudor cedido.

Nociones generales
El art. 1434 del CC señala que habrá cesión de crédito cuando una de las partes
se obligue a transferir a la otra parte el derecho que le compete contra su deudor,
entregándole el título de crédito, si existiese.

Esta definición se hace susceptible de críticas:

a) ante todo, se refiere sólo a la cesión de créditos cuando, en realidad, lo dis-


puesto en este Título alude también a la cesión de derechos no creditorios, tales
como los reales o los intelectuales; eso es lo que se desprende de los arts. 1444
a 1449 y 1453, y es lo natural, dado que no tiene por qué reducirse la institución
al campo de los derechos creditorios. Por ello, nosotros hemos adoptado, para
los fines de esta asignatura, la denominación de cesión de derechos;

b) en su párrafo final, esta disposición dice entregándole el título de crédito, si


existiese; ello parecería indicar que la entrega del título es esencial para la for-
mación del contrato, pero no es así, según resulta de lo dispuesto expresamente
por el art. 1467.

Hechas estas aclaraciones, podemos definir a la cesión de derechos como el


contrato en virtud del cual una persona enajena a otra un derecho del que es
titular, para que ésta lo ejerza a nombre propio.

Interés práctico
La cesión de derechos desempeña un papel importante en la vida de los nego-
cios. Muchas veces el titular de un crédito sujeto a plazo tiene necesidad de
dinero, negocia su crédito y con esto resuelve su problema. El cesionario, por

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su parte, hace una inversión ventajosa, pues naturalmente recibirá una compen-
sación por haber adquirido un crédito que está sometido a plazo y que corre el
albur de la insolvencia del deudor o, sin llegar a ese extremo, de su resistencia
a pagarlo y de las eventuales molestias de tener que perseguir el cobro judicial-
mente.

La cesión de derechos hereditarios permite al heredero entrar de inmediato en


posesión de un patrimonio aproximadamente equivalente al que le corresponde
en la herencia y del que sólo podría disponer una vez concluidos los largos
trámites del sucesorio. Otras veces, la cesión permite consolidar derechos con-
fusos o litigiosos. Es también una manera rápida de llevar a la práctica ciertos
negocios, cuya formalización, de otra manera, exigiría el cumplimiento de solem-
nidades complejas y lentas.

Finalmente, permite realizar numerosos negocios por cuenta de otro cuando no


se tienen poderes suficientes para actuar en su nombre; una cesión de derechos
y acciones posterior al acto, permite a la persona en cuyo beneficio se ha hecho
la operación de ocupar el lugar de quien contrató para él.

Caracteres del contrato


La cesión de derechos presenta los siguientes caracteres:

a) Es un contrato consensual; se perfecciona con el simple acuerdo de volun-


tades y no requiere como condición ineludible la entrega del título. Aunque la
última frase del art. 1434 parecería indicar lo contrario, el carácter consensual ha
sido expresamente establecido en los arts. 1454 y 1467

b) Es formal, pues requiere la forma escrita bajo pena de nulidad (art. 1454) y
aun a veces es necesaria la escritura pública (véase nº 528). Sólo en la cesión
de títulos al portador la forma escrita ha sido sustituida por la entrega del título
(art. 1455).

c) Puede ser onerosa o gratuita; en el primer caso (venta, permuta) será bilateral
y conmutativa porque las prestaciones son recíprocas y se presumen equivalen-
tes; en el segundo (donación), será unilateral.

Objeto de la cesión
a) regla general (art. 1444)
El principio general es que todo derecho puede ser cedido, a menos que medie
prohibición expresa o implícita de la ley, o lo impida la voluntad de las partes
expresada en el título de la obligación (art. 1444). Dentro de la amplitud de esta
regla, quedan comprendidos todos los derechos personales, reales o intelectua-
les y, desde luego, las acciones derivadas de esos derechos. Aunque común-
mente se ceden derechos sobre las cosas y principalmente sumas de dinero,
no hay inconveniente de principio en que se cedan otras clases de derechos
creditorios, tales como las obligaciones de hacer o no hacer puestas a cargo de
terceros, dentro de ciertos límites que veremos más adelante.

En rigor hubiera bastado con la enunciación de la regla general establecida


en el art. 1444 y con la mención de las excepciones para definir con precisión
el campo de aplicación de este contrato. Pero el codificador creyó necesario
enumerar también algunos casos que podrían originar dudas y en los cuales
la cesión es lícita. De cualquier modo, se mantiene siempre el principio del art.
1444; todo caso de duda debe ser resuelto por consiguiente en el sentido de la
licitud de la cesión.

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Derechos que pueden cederse

Enumeración legal
En conformidad con los arts. 1446 y siguientes, pueden cederse los siguientes
derechos:

a) Los créditos condicionales o eventuales.


Se trata de conceptos próximos pero no idénticos. En los derechos condiciona-
les hay una causa jurídica actualmente existente (el acto jurídico) si bien el naci-
miento del derecho depende de un acontecimiento futuro e incierto; por ejemplo,
la compañía de seguros pagará una indemnización si se produce el siniestro
previsto en la póliza. Tal derecho puede indiscutiblemente cederse conforme con
el art. 1446. Pero el concepto de eventualidad no es tan preciso. Al autorizar la
cesión de los créditos eventuales, el Código, a nuestro entender, ha aludido a
aquellas hipótesis en las que podría dudarse si está configurado rigurosamente
un crédito condicional; por ejemplo, la cesión del saldo favorable que eventual-
mente resulte para el tutor o curador de la liquidación de las cuentas de la tutela
o curatela; la comisión que eventualmente resulte a un intermediario, de la venta
u operación que se le ha encargado; el precio que resulte de una venta ordenada
por el propietario, etcétera. En todos estos casos, el derecho cedido, aunque
eventual y azaroso, tiene un fundamento objetivo serio. Pero a veces se trata
de una pura eventualidad, de un derecho que no tiene ni siquiera un germen de
existencia, sino solamente una posibilidad jurídica de nacer. Así por ejemplo,
cabe preguntarse si pueden cederse los alquileres de un inmueble todavía no
arrendado, los derechos de autor sobre una obra aún no compuesta, el crédito
derivado de un trabajo que todavía no se le ha encargado al cedente. Pensamos
que el principio de que los derechos eventuales pueden cederse no debe llevarse
a extremos tan ilógicos. Un contrato jurídico no puede tener por objeto una mera
ilusión, un humo, una nada. Por este motivo, la jurisprudencia francesa, con el
apoyo de la opinión casi unánime de los más autorizados tratadistas, ha resuelto
que los derechos de autor sobre una obra no compuesta no pueden cederse a
menos que haya un contrato entre el autor y el editor y el primero haya asumido
el compromiso de realizarla; que un contratista no puede ceder el crédito por un
trabajo a realizar, mientras el trabajo no se le haya todavía encargado. PLANIOL
y RIPERT sostienen que aun en estos casos debería admitirse la posibilidad de
una cesión, pues se trata de derechos futuros cuyo nacimiento no es mucho más
azaroso que el de un crédito condicional. Pero a nuestro juicio, la jurisprudencia
y doctrina predominante es sensata, pues tales negocios carecen de seriedad;
el alea asumida por las partes llega a extremos tales que el acto deja de ser un
negocio jurídico para convertirse en una aventura, en que las personas de buena
fe corren el riesgo de ser víctimas de las inescrupulosas.

b) Los créditos exigibles (art. 1446)


Era innecesario decirlo pues si se puede ceder un crédito condicional o eventual,
con tanta mayor razón podrá cederse uno de esta naturaleza, cualquiera sea la
solvencia del deudor cedido. Es claro que si se cediese dolosamente un crédito
exigible contra un insolvente, el acto será nulo por dolo, pero no por la natura-
leza del objeto de la cesión.

c) Los créditos aleatorios (art. 1446)


Tal como el que resultaría de un contrato de renta vitalicia. También cabe dentro
del concepto de aleatorio, aunque no se trata de un crédito propiamente dicho,
la cesión de la clientela, sea de un establecimiento comercial o industrial o de un
profesional; particularmente se ha considerado lícita la realizada por los médi-
cos, siempre que la hagan ellos y no sus herederos, restricción esta última que
se explica porque la cesión de la clientela significa la recomendación o por lo

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menos la presentación de los clientes al médico cesionario, acto para el cual el
cedente necesita de la confianza de sus enfermos, confianza que siendo perso-
nal, no pasa a los herederos. En otras palabras, éstos no pueden ceder algo de
que no disponen.

d) Los créditos a plazos (art. 1446)


Era inútil decirlo, pues si se pueden ceder los condicionales, con tanta mayor
razón será lícito ceder éstos.

e) Los créditos litigiosos (art. 1446)


Por tales deben entenderse no solamente los propiamente litigiosos, vale decir,
los que están en discusión en un litigio actual, sino también los simplemente
dudosos, pues el principio es que todo derecho puede ser objeto de cesión. Se
tratará tanto en la cesión de derechos litigiosos como simplemente dudosos de
un contrato aleatorio.

f) Los derechos sobre cosas futuras


Como los frutos naturales o civiles de un inmueble (art. 1447) o los intereses
futuros de un préstamo o de otra deuda de dinero.

g) Los derechos que resultan de convenciones concluidas y aun los que


pudieren resultar de las que todavía no están concluidas (art. 1448).
La primera hipótesis no ofrece dificultades, pues es obvio el derecho a ceder los
créditos que resulten de un contrato. Menos simple es la segunda hipótesis. La
ley autoriza la cesión de créditos que podría resultar de convenciones aún no
concluidas; a nuestro entender, se alude a aquellas tratativas que aunque no han
llegado todavía al acuerdo definitivo, suministran una base seria al crédito que se
pretende ceder. Tal sería el caso de que el cedente tuviera en su poder una pro-
mesa unilateral del dueño de una cosa de vendérsela o arrendársela. Inclusive
podrían cederse los derechos que resulten de una tratativa formal y que tenga un
grado tal de adelanto que la cesión puede considerarse seria y no simplemente
una venta de humo.

Otros supuestos no enumerados en la ley


Pueden también cederse: a) los créditos provenientes de una obligación natural
; b) la acción reivindicatoria, que puede ser ejercida por el cesionario aun antes
de entrar en posesión del inmueble; c) la acción hipotecaria, pero naturalmente
esa cesión importa también la del crédito del cual el derecho real de hipoteca
es un accesorio; d) la acción prendaria, con la misma salvedad formulada en el
caso anterior; e) el ejercicio del derecho real del usufructo, aunque no el derecho
mismo, porque el usufructuario es personalmente responsable ante el propieta-
rio por los menoscabos que tengan los bienes por culpa o negligencia de la per-
sona que lo sustituye (art. 2870); f) los créditos provenientes de una obligación
propter rem, siempre que se trate de créditos ya nacidos y no futuros, que no
pueden desglosarse del derecho real al que acceden.

En cambio, no pueden cederse las acciones confesorias o negatorias, porque


ello importaría tanto como ceder una defensa esencial e inseparable del derecho
de propiedad; pero pueden cederse las indemnizaciones derivadas de los actos
de violación o desconocimiento del derecho del dueño.

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Forma

Principio general
La regla general es que toda cesión debe ser hecha en forma escrita, bajo pena
de nulidad, cualquiera sea el valor del derecho cedido y aunque él no conste en
instrumento público o privado (art. 1454).

La ley sólo exige la forma escrita; basta pues el instrumento privado. Ésta es la
regla general, aunque en algunos casos se exigirá la escritura pública (núms.
528 y sigs.) y en otros aun el instrumento privado será innecesario (nº 532).

La forma escrita es indispensable aunque la obligación originaria no la tuviere,


como puede ocurrir con una deuda asumida verbalmente.

La forma escrita es exigida ad probationem y no ad solemnitatem, de tal modo


que la cesión puede ser acreditada, entre cedente y cesionario, por otros medios
de prueba.

En cuanto a la aceptación de la cesión, ella no requiere formalidad alguna,


pudiendo inclusive ser tácita.

Casos en que se requiere escritura pública


Por excepción a la regla general de que basta el instrumento privado, se requiere
escritura pública:

a) Cuando se trata de derechos litigiosos (art. 1455); debe agregarse que la


misma disposición legal autoriza a sustituir la escritura pública por acta judicial
hecha en el mismo expediente.

Por derechos litigiosos, a los efectos de la aplicación de esta norma, debe enten-
derse todo derecho que está sujeto a controversia judicial, sea respecto de su
existencia, posibilidad de hacerlo valer en juicio, extensión, cantidad, etcétera;
pero no basta que se trate de un derecho dudoso, mientras no haya acción
iniciada, pues aquí no hay litigio. Por otra parte, se trata de precisar el signifi-
cado de un precepto legal que impone el cumplimiento de requisitos formales de
carácter excepcional que por ello mismo debe ser interpretado restrictivamente.
Por aplicación de tales principios se ha declarado que no es litigioso el crédito
por honorarios ya regulados, las cuotas por alimentos ya vencidos y fijados por
sentencia firme, el legado cuya validez no está en discusión. ¿Son litigiosos los
créditos ya verificados de los acreedores de un concurso o quiebra? La cuestión
ha sido objeto de pronunciamientos contradictorios; consecuentes con nuestro
punto de vista de que este concepto debe interpretarse restrictivamente, pensa-
mos que no tienen carácter litigioso, pues en verdad no hay controversia judi-
cial alguna sobre su existencia o monto; hay simplemente una incertidumbre
respecto de la cantidad que será posible cubrir con los bienes de la masa, lo
que no importa un litigio. En cambio, mientras el crédito no haya sido verificado,
consideramos que debe reconocérsele carácter litigioso.

Según el art. 1455, la cesión de créditos litigiosos puede hacerse por escritura
pública o por acta judicial. Una vieja y reiterada jurisprudencia tiene resuelto
que esta acta puede ser suplida por un escrito presentado y ratificado en los
autos por cedente y cesionario. El acta de ratificación viene a llenar el requisito
establecido en este artículo. Algunos fallos han ido más allá y han declarado que
la cesión es válido entre las partes desde que se ha presentado el escrito, haya
o no ratificación ulterior, solución que aprobamos no sólo porque nadie puede
invocar la nulidad del acto cuando lo ejecutó sabiendo o debiendo saber el vicio

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que lo invalidaba (art. 1047), sino también porque la formalidad del acta es sólo
exigida ad probationem. Empero, la cesión no será oponible a terceros mientras
no se haya hecho la ratificación. Desde luego, es innecesaria la aprobación judi-
cial de la cesión, porque se trata de un contrato que las partes pueden concertar
libremente sin intervención judicial.

b) Cuando se trata de la cesión de derechos o acciones procedentes de actos


consignados en escritura pública (art. 1184, inc. 9º). Cabe preguntarse si la exi-
gencia legal se refiere a los derechos que deben, por disposición de la ley, ser
instituidos en escritura pública o si también alude a aquellos que, no requirién-
dola, han sido constituidos voluntariamente en esa forma por las partes contra-
tantes. Nos parece preferible (aunque el significado gramatical del texto sea otro)
la opinión prevaleciente en la doctrina, que se inclina por la primera solución; la
exigencia de la escritura pública sólo parece razonable referida a los derechos y
acciones que la ley quiere que se constituyan en esa forma.

Como ejemplo notable de la aplicación de este inciso, podemos citar los dere-
chos relativos a bienes inmuebles (art. 1184, inc. 1º).

c) La cesión de derechos hereditarios (art. 1184, inc. 6º). En lo que atañe al


alcance de esta exigencia formal, remitimos a lo que tenemos dicho en Tratado
de Derecho Civil, Sucesiones, t. I, números 760 y 761.

Caso en que no es necesaria la forma escrita


Los títulos al portador pueden ser cedidos por la simple tradición de ellos (art.
1455). Es, desde luego, la forma usual de hacerlo.

Efectos de la Cesión

Enumeración
La cesión de derechos produce los siguientes efectos sustanciales: a) se opera
la transmisión del crédito o derecho (arts. 1457, 1458 y 1475); b) el cedente
debe la garantía de evicción (arts. 1476 y sgts.); c) el cesionario debe, a su vez,
el precio o derecho o cosa prometida en cambio, cuando se trata de una cesión
onerosa. Esta última obligación está regida por los principios generales acerca
del pago del precio en la compraventa y a ellos nos remitimos; en este capítulo
nos ocuparemos, por tanto, de las restantes obligaciones surgidas de este con-
trato.

Transmisión del derecho

a) Momento en que se opera

Entre las partes


Principio general
Según el art. 1457, la propiedad de un crédito pasa al cesionario por el solo
efecto de la cesión, con la entrega del título, si existiere. Este texto ha dado lugar
a dificultades interpretativas. Se discute si la entrega del título es indispensable
para que se opere la transmisión del derecho. Bien entendido que no está en
cuestión el perfeccionamiento y la obligatoriedad del contrato; para ello basta
con el simple acuerdo, expresado en la forma dispuesta por la ley. El problema
es si ese contrato válido opera por sí mismo la transmisión del derecho o si para
que se produzca este efecto es indispensable la entrega del título, si existiere. El
texto del art. 1457 autoriza a pensar que efectivamente ése es un requisito inelu-

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 82


dible y todavía se agrega, en apoyo de ese punto de vista que como el cedente
puede liberar al deudor con la devolución del documento en que constare la obli-
gación (art. 877), es natural afirmar que mientras el cedente conserva consigo
dicho documento, no se ha desprendido de la titularidad del derecho pues de lo
contrario no podría liberar al deudor.

Aunque tales argumentos son importantes, adherimos al punto de vista de quie-


nes piensan que la transmisión se opera ipso iure por el perfeccionamiento del
contrato y sin necesidad de hacer entrega del documento. La circunstancia de
que el cedente pueda desobligar al deudor cedido se explica porque respecto
de éste, el contrato no produce efecto alguno mientras no le sea notificado; por
ello, el deudor queda desobligado pagando al cedente, aunque éste hubiera ya
cedido el crédito y entregado al cesionario el título; por otra parte, aun conser-
vando el cedente el título en su poder, no podrá ya hacer remisión de deuda ni
desobligar por otro medio al deudor si éste hubiera sido ya notificado del con-
trato. Todo lo cual demuestra que la entrega del título no es esencial para que
se operen plenamente todos los efectos del contrato; la ley obliga a entregarlo
porque con ello se facilita la acción del cesionario que quiere hacer valer el cré-
dito adquirido y se dificultan maniobras encaminadas a burlar los derechos del
cesionario o de terceros.

Respecto de terceros, particularmente el deudor cedido

Necesidad de notificación del deudor


Respecto de terceros que tengan un interés legítimo en contestar la cesión, el
derecho no se transmite al cesionario sino por la notificación del traspaso al
deudor cedido o por la aceptación de la transferencia por parte de éste (art.
1459). Hubiera bastado con aludir a la notificación; la aceptación del deudor
cedido no tiene relevancia jurídica sino como prueba de que tenía conocimiento
de la cesión, pues no está en su poder aceptar o rechazar la cesión ni impedir la
producción de todos sus efectos.

Sin la notificación la cesión carece de efectos respecto del deudor cedido y res-
pecto de cualquier otro tercero que tenga interés legítimo en contestar la acción
(art. citado). Estos terceros a que alude la ley son los siguientes: a) los acreedo-
res del cedente que hayan embargado el crédito: si el embargo se ha trabado
con anterioridad a la notificación de deudor, la medida precautoria se mantiene
firme, en tanto que si lo ha sido con posterioridad a esa fecha carece de efec-
tos; b) los otros cesionarios del mismo crédito; puede ocurrir, en efecto, que el
mismo crédito haya sido cedido de mala fe a distintas personas: el cesionario
que primero notifica al deudor cedido es quien tiene prioridad.

La exigencia de la notificación se justifica fácilmente respecto del deudor cedido,


pues le permite saber a quién debe realizar el pago. Si bastara la sola cesión,
podría ocurrir que el cedente, de mala fe, le aceptara el pago después de haber
cedido el crédito y como él ya no es el acreedor, el deudor no quedaría liberado
y tendría que pagar nuevamente al cesionario.

Más difícil es justificar esta exigencia respecto de las otros terceros (acreedo-
res embargantes y otros cesionarios); la mayor parte de los autores ve en este
requisito una forma elemental de publicidad. Pero esto es una mera ficción. La
notificación hecha al deudor cedido no es conocida por los otros terceros. Quizá
podría justificársela afirmando que el contrato de cesión recién queda en con-
diciones de producir todos sus efectos desde el momento en que ha sido noti-
ficado el deudor cedido; sólo entonces queda clara la situación de las partes y

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son definitivos los derechos que ellas adquieren. Parece razonable, por tanto,
que recién a partir de ese momento se produzcan efectos respecto de terceros.

La solución legislativa de este problema no es pacífica. Nuestro Código admite


el sistema tradicional, que ha pasado a la mayor parte de la legislación contem-
poránea por influencia del Código Napoleón (art. 1690). Otros Códigos dispo-
nen que la cesión produce todos sus efectos desde el mismo momento de la
celebración del contrato, pero el deudor cedido de buena fe, que ha pagado
al cedente ignorando la cesión, queda liberado, correspondiendo al cesionario
probar la mala fe del deudor; igualmente queda éste liberado si pagó de buena
fe a otro cesionario posterior (CC alemán, arts. 393, 407 y sigs.; CC suizo de las
obligaciones, art. 167). Finalmente, otros Códigos han organizado la protección
de los terceros contra las posibles maniobras del cedente sobre la base de un
sistema de publicidad, con inscripción de las cesiones en registros públicos (CC
brasileño, art. 1067; CC mexicano, art. 2034).

Quiénes pueden hacer la notificación


La notificación puede ser hecha por cualquiera de las partes; lo más frecuente
es que la haga el propio escribano ante quien pasó el contrato de cesión o el
cesionario, que es el más interesado en que la diligencia se cumpla. Inclusive
podría hacerla el acreedor del cesionario en ejercicio de la acción subrogatoria.

A quién debe dirigirse la notificación


La notificación debe dirigirse al propio deudor o a su representante legal, si se
trata de un incapaz; tratándose de una persona jurídica, pública o privada, a su
representante legal. Creemos que también es válida la hecha en la persona de
quien tiene un poder general de administración y disposición de bienes.

Dónde debe hacerse la notificación


La notificación debe hacerse en el domicilio real del deudor; no es válida la que
se practica en el domicilio constituido por éste en el contrato originario con el
cedente, porque la cesión no es uno de los efectos propios de ese contrato. Pero
si se trata de una cesión que se hace conocer en un expediente judicial en que
el deudor es parte, basta con que él quede notificado por cédula diligenciada en
el domicilio constituido en el juicio o que de las actuaciones posteriores resulte
que el deudor tomó conocimiento de la cesión.

Contenido de la notificación
La notificación no precisa la transcripción íntegra del instrumento de cesión;
basta con que se hicieran conocer sus partes sustanciales y, sobre todo, que
contenga la individualización precisa del crédito que se cede (art. 1460). Es sufi-
ciente con ello, porque lo que en definitiva interesa es que el deudor cedido
sepa con precisión quién es su acreedor, y a quién debe realizar el pago para
liberarse. Las demás circunstancias de la cesión (si es onerosa o gratuita, precio
pactado, forma de pago, etc.) le son ajenas e indiferentes.

En caso de que la notificación no sea hecha por el cedente, sino por el cesio-
nario o el escribano público, debe acompañarse de un instrumento auténtico
emanado del cedente, en el que conste la cesión (véase nº 539, a).

Forma de la aceptación
En lo que atañe a los efectos de la aceptación con relación al deudor cedido,
ninguna duda cabe de que no es dable exigir ningún requisito formal: basta que
sea hecha por instrumento público o privado o aun verbalmente; inclusive es

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válida la aceptación tácita, que resulta del pago hecho por el deudor al cesio-
nario o del reconocimiento del crédito del cesionario hecho por el síndico de
un concurso.

Pero se discute si respecto de los demás terceros basta con una aceptación
informal o si, por el contrario, es preciso un instrumento público. Esta última opi-
nión se apoya en el texto del art. 1467 según el cual la notificación debe hacerse
por acto público, lo que por analogía debe extenderse a la aceptación. Estamos
en desacuerdo. Los preceptos formales deben interpretarse restrictivamente,
puesto que las formas tienen carácter excepcional, ya que el principio es la
libertad y la falta de formas; por consiguiente, si la ley no se expresa claramente,
el intérprete debe decidirse en contra de la acumulación de requisitos formales
materialmente inútiles. Hemos dicho ya que la exigencia del instrumento público
no significa la menor garantía de publicidad para los terceros; no es posible, por
consiguiente, mantener este requisito a todas luces inútil, cuando la ley no lo
exige expresamente. Basta pues con el instrumento privado, siempre claro está
que haya adquirido fecha cierta, requisito sin el cual es inoponible a los terceros.

Conocimiento indirecto de la cesión por el deudor


Supongamos que el deudor no haya sido notificado de la cesión ni la haya acep-
tado, pero que tenga conocimiento indirecto de ella, sea por un tercero o por
cualquier circunstancia accidental. ¿Suple este conocimiento la notificación?
La cuestión había dado lugar a divergencias en la doctrina francesa; VÉLEZ
SARSFIELD siguió en este punto las ideas de AUBRY y RAU, que concretó en
las siguientes reglas: 1) el conocimiento indirecto de la cesión no equivale a la
notificación o aceptación y le permite al deudor obrar como si no existiera tal
cesión (art. 1461); 2) pero si las circunstancias del caso demuestran que exis-
tió una colusión dolosa entre deudor y cedente o una imprudencia grave del
deudor, la cesión del crédito surtirá respecto de él todos sus efectos, aunque
no medie notificación ni aceptación (art. 1462); 3) de igual modo, la cesión no
notificada ni aceptada es oponible al segundo cesionario culpable de mala fe o
de imprudencia grave (art. 1463).

Contrato de Permuta

Permuta

Concepto y régimen legal


Permuta es el trueque de una cosa por otra; desde el punto de vista jurídico, el
contrato queda configurado desde que las partes se han prometido transferirse
recíprocamente la propiedad de dos cosas (art. 1485). Es la forma primitiva del
intercambio entre los hombres; históricamente, es el antecedente de la com-
praventa que supone la existencia de moneda y por consiguiente un grado de
organización social más avanzado. Actualmente el papel económico de este
contrato es muy modesto, aunque no ha desaparecido. Subsisten todavía algu-
nas permutas manuales y también se dan casos de trueque de inmuebles (sobre
todo entre coherederos); pero desde luego, el gran instrumento moderno de
intercambio es la compraventa.

Al considerar la naturaleza jurídica de este contrato, resalta de inmediato su


analogía con la compraventa, que en el fondo no es otra cosa que el trueque de
una cosa por un precio en dinero. Ello explica la disposición del art. 1492, según
el cual la permuta se rige por las disposiciones concernientes a la compraventa,
en todo lo que no tenga una relación especial. Estas reglas especiales y propias
de nuestro contrato son contadísimas (arts. 1486 a 1489 y 2128 a 2131) y bien

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pudo prescindirse de ellas. Tanto BBILONI (art. 1505) como el Proyecto de 1936
(art. 947) tratan de la permuta en un solo artículo que remite al régimen de la
compraventa.

Cabe agregar que los arts. 1490 y 1491 establecen dos reglas perfectamente
sobreabundantes e inútiles. El primero dispone que no puedan permutarse las
cosas que no pueden venderse. Es innecesario decirlo, pues ya el art. 1492
remite al régimen de la compraventa para todo lo que no esté regulado especial-
mente de otro modo.

En lo que atañe a las cosas que pueden ser objeto de este contrato y no obs-
tante ser tan claros y terminantes los arts. 1491 y 1492, SALVAT sostiene que
debe considerarse permuta el cambio de dos derechos o de una cosa por un
derecho. No es éste, sin embargo, el sistema de nuestro Código que ha man-
tenido rigurosamente el principio de que sólo las cosas pueden ser objeto de
estos contratos.

Si, por tanto, una o ambas prestaciones consisten en un derecho, estaremos


en presencia de un contrato innominado al cual se aplicarán las reglas de la
compraventa o de la cesión de créditos, según los casos. Si una de las contra-
prestaciones fuera parte en dinero y parte en especie, el contrato será calificado
como compraventa o permuta según el caso.

Caracteres
Son los mismos de la compraventa: a) la permuta es consensual, porque pro-
duce efectos por el solo acuerdo de voluntades; b) no es formal; en el caso de
los inmuebles, la escritura pública exigida por el art. 1184, inc. 1º, es un requi-
sito de la transferencia del dominio pero no del contrato en sí, que puede ser
válidamente celebrado en instrumento privado (véase nº 454); c) es bilateral,
porque engendra obligaciones para ambas partes; d) es oneroso pues las con-
traprestaciones son recíprocas; e) es conmutativo porque las contraprestaciones
recíprocas son por naturaleza equivalentes.

Actividad 1: Cesión de derechos y efectos respecto del deudor cedido

Ignacio Artasa es el proveedor de leche en polvo de varias heladerías de esta


ciudad. Se ha vinculado comercialmente con Eduardo Perri, propietario de la
cadena “Helados Sabor S.A.”, de quien Ignacio es actualmente acreedor de la
suma de pesos trescientos mil ($300.000) por una entrega de leche del mes de
marzo que Eduardo no ha abonado.

A su vez, Ignacio le adeuda actualmente a Felipe Mussa, propietario de una


empresa empaquetadora de alimentos, la suma de pesos $400.000.

No contando a la fecha Ignacio con todo el dinero en efectivo necesario para


hacerle frente a la deuda que mantiene con Felipe, le propone a este transferirle
el crédito que tiene contra Eduardo, a los fines de que Felipe se cobre de allí
los pesos trescientos mil ($300.000), y a la diferencia se la abonará en cuotas él
mismo en los próximos meses.

Felipe acepta la propuesta, y celebran un Contrato de Cesión de Derechos.

Sin embargo, cuando Felipe quiere hacer efectivo el cobro de la deuda de


Eduardo, presentándose en su domicilio comercial, este se niega a cancelarla,
aduciendo que no ha sido debidamente notificado de la cesión efectuada. Asi-

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mismo, al presentarle Felipe a Eduardo el instrumento privado de Cesión de
Derechos, aduce además que éste no es válido, por no haberse instrumentado
a través de Escritura Pública.

Señale: De acuerdo a la regulación que el Código Civil efectúa del Contrato de


Cesión de Derechos, ¿son válidos los argumentos que esgrime Eduardo para
no hacer efectivo el pago de su deuda? ¿Por qué? Fundamente sus respuestas.

Llegados a este punto, usted está en condiciones de resolver la ter-


cera actividad de la evaluación.

M7 Contenidos

Contrato de mandato

Contrato de Mandato: Concepto. Autorización de venta: distintas situaciones


contempladas (mandato expreso, tácito, representación, autorización conferida
a martillero: mandato y boleto de compraventa).

El mandato (Art. 1869)

Para comenzar, decimos que el mandato es una institución distinta a la repre-


sentación: puede existir mandato sin representación y, a su vez, representación
sin mandato.

Por su parte, el mandato es un negocio jurídico de confianza, concerniente a una


relación personalísima. 

A su vez, la representación directa o propia se da cuando el sujeto de la decla-


ración de voluntad, al celebrar el negocio con el tercero, emite la declaración en
nombre del sujeto del interés, haciendo, de ese modo, conocer a su contratante
que los efectos jurídicos y económicos del negocio recaerán directamente en
su representado. Como consecuencia de tal declaración, o del conocimiento de
esa circunstancia por los terceros en los supuestos de representación tácita, el
negocio produce directa e inmediatamente efectos entre el tercero contratante
y el sujeto del interés (representado), los cuales tienen acciones directas y recí-
procas para exigirse el cumplimiento de lo pactado o el resarcimiento de los
perjuicios, en su defecto.

Para la existencia de representación es un requisito necesario la denomi-


nada  contemplatio domini, es decir, la exigencia de que el representante haga
saber a los terceros con quienes trata, que el negocio lo celebra en nombre de
otro o, en otros términos, que su declaración de voluntad tiende a satisfacer un
interés ajeno. Este conocimiento debe ser simultáneo o anterior al momento de
celebrar el negocio representativo; si fuese posterior, carecería de eficacia, pues
el acto quedó perfeccionado entre el tercero contratante y el representante, pero
no como negocio representativo, sino como realizado por este último en nombre
propio. La representación se confiere mediante la procura, es decir mediante una
declaración unilateral de voluntad que el representado dirige a los terceros que
eventualmente hayan de celebrar negocios con el representante, en cuya virtud
el otorgante manifiesta que hará suyos los efectos activos y pasivos del negocio
concluido por el apoderado en nombre de aquél, dentro de los límites de los
poderes conferidos. Esta procura, que sirve para acreditar al representante ante

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los terceros, puede ir unida al acto mismo en el cual el representante concluye el
negocio representativo, o bien puede ser materia de un acto separado.

La representación puede ser tanto necesaria como voluntaria y ambas producen


el mismo efecto, consistente en que las consecuencias del negocio concluido
por el representante con el tercero recaen directamente sobre el representado.

Frente a una relación de representación, lo único que debe importar es el vínculo


directo que se forma entre el representado y el tercero, no teniendo por qué
preocuparse de las relaciones internas entre el representante y el representado,
relaciones que son completamente distintas e independientes de la relación de
representación.

Mandato y locación de servicios o de obra

El abogado, el médico, el ingeniero o el arquitecto son locadores de obra o de


servicios, según se trate de un contrato de locación de obra o de servicios, pero
no mandatarios, sin perjuicio de que pueda existir también mandato, no como
contrato mixto sino como dos figuras jurídicas combinadas. El acto del apodera-
miento puede ser el medio necesario para que el locador de obra o de servicios
se pueda desempeñar, como sucede con el abogado al otorgársele el poder.  

Mandato y consignación

El contrato de comisión o consignación es un mandato, donde el mandatario


obra en su propio nombre, pero por cuenta del mandante, es decir, es un man-
dato sin representación. 

Mandato y corretaje

El acto por el cual un propietario encomienda a otra persona que venda un


inmueble suyo, indicándole precio y condiciones de pago y facultándolo para
que firme el boleto y perciba la seña, no caracteriza a una función de corretaje
para quienes reciben el encargo, sino que se trata de un mandato.

Al mandatario, conforme lo dispuesto por el art. 1869 CC, se le encomienda la


realización de un acto jurídico en nombre y representación del mandante, con
lo cual queda patente la distinción con la comisión, en la cual la persona que
desempeña el negocio por otro, obra en nombre propio, y con el corretaje, en
el cual el corredor, a diferencia del mandatario que concluye el acto jurídico por
cuenta ajena, se limita a prepararlo, poniendo en contacto a quienes han de
intervenir como partes involucradas.

Mandato en blanco

El mandato en blanco permite al mandante una elección que aún no ha hecho. El


tema de los poderes en blanco, ha sido abordado por la doctrina nacional conec-
tándolo con el de los documentos en blanco  y con encargo dado a una persona
conocida con facultad de sustituir por otra a designar por ella. En un importante
decisorio, la Corte mendocina consideró que la validez en el caso del apodera-
miento en blanco es de razonable aceptación por las siguientes razones: 

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a) El acto de designación de los abogados auxiliares de la Asesoría de Gobierno
se instrumenta en documentos públicos que gozan de publicidad suficiente a
través del Boletín Oficial; 

b) Se respeta el carácter personalísimo del apoderamiento, desde que al otro


sujeto de la relación representativa lo individualiza el propio mandante (el gober-
nador de la Provincia), mediante el acto de designación; es aplicable a fortiori la
doctrina europea y nacional que admite la validez, aún cuando la individualiza-
ción proviene del mandatario;

c) Tampoco se vulnera la regla de la determinabilidad de los sujetos, pues la inde-


terminación inicial no es absoluta ya que el mandatario se designa dentro de un
círculo determinado (el de los abogados auxiliares de la Asesoría de Gobierno) 

d) No se viola el derecho de defensa en juicio ni el de igualdad de los litigantes


desde que el Estado acompaña a juicio la escritura pública impuesta por el art.
1184, inc. 7, CC, la cual completa otro instrumento que goza de suficiente publi-
cidad.

Procuración judicial (art. 1870)

Conforme al art. 1870, inc. 6 del CC., las disposiciones sobre el mandato allí con-
tenidas son aplicables a las procuraciones judiciales en todo lo que no opongan
a las disposiciones del Código de Procedimiento; de donde estas últimas tienen
preeminencia respecto de las primeras.

Representantes legales de sociedades

El representante legal de cualquier persona jurídica, cuando otorga mandato por ella,
lo debe complementar con la documentación pertinente al carácter que dice investir.

Presunción de gratuidad (Art. 1871)

El mandato es un contrato gratuito, por ser de su naturaleza y, cuando nada se


establece en contrario, este principio se erige en regla; la calidad de oneroso
puede resultar de una convención expresa que destruya la naturaleza general
del contrato, o de una situación tal que autorice a presumir que el propósito
de retribuir ha estado en la inteligencia de las partes al celebrar la convención,
interpretando de esta manera la voluntad presunta de los interesados. La juris-
prudencia ha admitido con gran liberalidad la posibilidad de demostrar el carác-
ter de oneroso del mandato civil, inclusive ha admitido las presunciones y fijado
algunos parámetros. Entre otros, podríamos mencionar la amplitud de las tareas
encomendadas, la duración de ellas, el valor de los mismos objetos de adminis-
tración.

Mandato comercial

Mientras el mandato comercial tiene por objeto actos de comercio, el civil, actos
civiles. Por su parte, el mandato comercial no se presume gratuito y el civil se
presume gratuito u oneroso, en los supuestos que contempla el art. 1871 del
CC. Fuera de estas dos diferencias, las reglas que rigen a una y otra especie
de mandato son las mismas, por lo cual resultan aplicables las disposiciones
respectivas del Código Civil.

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No obstante, como el mandato comercial y la comisión constituyen un contrato
idéntico en lo que respecta a las relaciones entre el dueño del negocio y quien
lo realiza por su cuenta, se deben aplicar en primer término, en los puntos omiti-
dos al legislar el mandato comercial, las disposiciones de la comisión, y sólo en
segundo término, las del CC sobre mandato.

Modo de vivir del mandatario 

A) Cuando una persona acostumbra a vivir del ejercicio de esa clase de rela-
ciones de derecho -desempeño de mandatos- como si a un administrador de
propiedades se le confiere poder para percibir alquileres, se debe suponer que
el mandato es asalariado.

Cuándo se debe la remuneración

El mandarín no es responsable del desenlace de la gestión; él realiza cuanto


está a su alcance a los fines de la consecución del objeto de la procura, y tal
actividad resulta suficiente para generar su derecho al honorario. La retribución
proporcional en el mandato en caso de cumplimiento parcial, se debe aunque el
propio mandatario sea culpable de la revocación, porque de todas maneras hay
un trabajo útil que debe ser remunerado, sin lo cual se sancionaría un enrique-
cimiento sin causa.

Forma (Art. 1873)

El mandato en principio no está sujeto a formalidades de ninguna clase ni se


requieren para ello el empleo de fórmulas sacramentales, por excepción debe
ser otorgado por escritura pública si se tratase de un poder para presentar en
juicio, lo cual no implica exigencia de autonomía material respecto de otro u
otros actos (art. 1184 inc. 7 del CC).

Como principio general el mandato carece de formalidades especiales y se trata


de un contrato que queda concluido por el solo consentimiento. El mandato no
sólo puede ser tácito (aquel que resulta de hechos positivos del mandante, o
de su inacción o silencio, o no impidiendo, pudiendo hacerlo, cuando sabe que
alguien está haciendo algo en su nombre), sino que, aun siendo expreso, puede
ser dado verbalmente.

Sin desconocer que el mandato verbal al cual hace referencia el art. 1873 del CC,
pueda alcanzar incluso los supuestos en los cuales la ley exige poder especial,
como lo demuestra el art. 3330 del CC, analizado en concordancia con el art.
1881, inc. 16, sin embargo tal posibilidad debe quedar circunscrita a los supues-
tos en los cuales la aceptación deba ser invocada fuera del proceso judicial, en
cuyo caso la prueba se regirá por los principios establecidos para los contratos.

Art. 1874.

Mandato tácito: silencio

La inacción y el silencio ante lo obrado por otro en calidad de administrador, que


el administrador pudo impedir y no lo hizo, importa mandato tácito. Conforme
lo dicta el art. 1874, Cód. Civ., el mandato tácito resulta no sólo de los hechos
positivos del mandante, sino también de su inacción o silencio, o de no haberlo
impedido, pudiendo hacerlo, cuando sabe que alguien está haciendo algo en su

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nombre; y la decisión sobre la existencia o no de un mandato tácito constituye
una cuestión de hecho que depende de las circunstancias y antecedentes de
cada caso. El mandato otorgado indirecta o tácitamente, no surge verbalmente
o por escrito, sino “virtualmente de ciertos hechos, de ciertos actos, de ciertas
posiciones, de ciertas circunstancias”; sólo hay que preocuparse de que el con-
sentimiento exista y sea cierto, positivo, indubitable, sin hacerlo depender, para
establecer su legitimidad, de ciertas manifestaciones privilegiadas.

Se ha juzgado que el silencio importa mandato, en casos como éstos:

Importa mandato tácito el hecho de que el escribano interviniente en la cons-


titución de una hipoteca percibiera las sumas adeudadas sin que el acreedor
formulara ninguna objeción. Si el causante realizaba habitualmente operaciones
de préstamo con garantía hipotecaria por medio de la escribanía actora, la cual
se encargaba de percibir los servicios de intereses y la restitución del capital al
vencimiento de las obligaciones para luego liquidarlas al acreedor, esta autoriza-
ción para recibir pagos importa la existencia de un mandato tácito a ese efecto,
en los términos del art. 1874, CC, que resulta no sólo de los hechos positivos
del mandante, sino también de su inacción o silencio, o de no impedir, pudiendo
hacerlo, cuando se sabe que alguien está haciendo algo en su nombre .

El silencio guardado ante la actividad de una persona que administraba, con


conocimiento del administrado, los bienes de éste, importa un mandato tácito.
La existencia del mandato tácito para recibir el pago deberá ser tenida por acre-
ditada, cuando de la conducta obrada por el acreedor se puede inducir “con
certidumbre la existencia de la voluntad” de autorizar a otro para ese cometido.

Importa mandato tácito el hecho de que el vendedor de mercadería admitiera


comúnmente que los pagos de las mercaderías se hicieran al corredor.

Lo que caracteriza al mandato tácito, distinguiéndolo de la gestión de negocios,


es en verdad el silencio o la inacción, pudiendo impedir los actos del mandata-
rio, para cuya posibilidad de oponerse, obviamente, se requiera la adquisición
de noticias sobre la actuación sujeta a aprobación o desaprobación. El cono-
cimiento por el dueño del negocio, que es indispensable para poder inducir
un mandato tácito, debe ser, además, contemporáneo al acto ejecutado por el
pretendido mandatario, desde que lo que se ha de investigar es si aquél se pudo
oponer a lo que éste hizo en su nombre; en consecuencia, el tiempo trascurrido
con posterioridad al negocio celebrado solamente sería relevante para estimar
una ratificación tácita al acto de disposición, sin apoderamiento, es decir a la
enajenación de cosa parcialmente ajena. Para apreciar si existe o no mandato
tácito, hay que tener en cuenta el momento en el cual se inician las gestiones: si
en ese momento el mandante tiene conocimiento de ellas, y guarda inacción o
silencio sin impedirlas, el mandato tácito existe.

No se puede sostener la existencia de un mandato tácito si no se perfilan la o


las conductas de las cuales se pueda extraer que el silencio del presunto man-
dante tuviera significación jurídica como manifestación de voluntad, ni tampoco
cuáles podrían ser los hechos positivos que configurarían la existencia de tal
apoderamiento.

Prueba entre partes

Aunque el mandato puede ser tácito, su prueba está a cargo de quien lo invoca;
su demostración debe ser concluyente, pudiendo en su caso apoyarse en
hechos positivos del mandante y también en su silencio o inacción. Para que

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exista mandato tácito, es menester que se acrediten hechos positivos del pre-
sunto mandante e inacción computable, tolerancia de los presuntos mandatarios
al tener conocimiento de las gestiones que habrían sido hechas en su nombre, o,
dicho de otro modo, cuando el dueño del negocio, pudiendo impedir lo que otro
está haciendo por él, guarda silencio. Por ello, la simple aseveración realizada
por quien se autotitula mandatario, en virtud de un mandato expresado en forma
verbal, no es suficiente para considerar existente dicho contrato.

Mandato aparente

Existe poder aparente cuando una persona, sin tener en realidad facultades sufi-
cientes, actúa en nombre del mandante, si las circunstancias del caso hacen
suponer razonablemente que lo hace conforme a ellas, en cuyo caso, el man-
dante queda obligado no obstante la real extralimitación del mandatario.

El mandato aparente se configura cuando se permite que una persona actúe


de tal manera que induce a creer que lo hacía en nombre de otro, siendo este
último reputado como mandante frente a los terceros, que, sin culpa y de buena
fe, contrataron con el mandatario aparente. Ello se da, por ejemplo, cuando se
permite que alguien utilice las oficinas de otra persona, dedicadas a operacio-
nes inmobiliarias, teniendo acceso a sus archivos y documentación, y emplee la
papelería con membretes y sellos de aquél. Y la duda en cuanto a la existencia
del mandato se debe resolver por la afirmativa, si se ha creado una apariencia
favorable en ese sentido. Aun cuando el mandatario tuviere poderes aparentes,
sin tener en realidad facultades suficientes, actúa en nombre del mandante si las
circunstancias del caso permiten suponer razonablemente que lo hace conforme
a ellas, en cuyo caso el mandante queda obligado no obstante la extralimitación
del mandatario. El mandante está obligado frente al tercero de buena fe cuando
por culpa del mandatario ha creado una apariencia de mandato, cuando se ha
permitido actuar de tal manera que induzca razonablemente a pensar que lo
hace en representación de los propietarios. En el conflicto entre el interés de
quien no dio poderes suficientes y el tercero de buena fe que creyó por razones
serias que había mandato, la ley se inclina frecuentemente por éste, protegiendo
de este modo la seguridad jurídica. El mandato aparente ha tenido amplia recep-
ción tanto en la doctrina y jurisprudencia nacional como extranjera, y así, la per-
sona que permitió que otra actuase de tal manera que razonablemente indujo a
pensar que lo hizo en su representación debe ser tenida como mandante frente
a los terceros que, sin culpa y de buena fe, contrataron con el mandatario apa-
rente. Si se evidencia un sedimento culposo en el actuar del mandante, se jus-
tifica el sacrificio de su derecho en el altar de la apariencia. Cuando por culpa
del mandante se ha creado una apariencia de mandato, como ocurre cuando el
mandato se ha redactado en términos ambiguos o equívocos que han podido
inducir a error al tercero, cuando ha permitido que el mandatario se extralimite
reiteradamente en sus poderes, creando la impresión de que son más extensos
de lo que en verdad son, cuando le ha permitido actuar de tal manera que induce
razonablemente a pensar que lo hace en su representación, resulta aplicable la
teoría de la apariencia.

Mandato tácito y mandato aparente

Corresponde hacer un distingo entre mandato tácito y mandato aparente. El


mandato tácito se refiere más a la forma de otorgamiento (con sus efectos, natu-
ralmente). El mandato aparente se dirige con mayor intensidad a la apreciación
que hacen los demás respecto de la existencia del mandato. Por supuesto que
esa apreciación -en la cual se debe exigir razonabilidad- se conecta con lo tácito
que está inserto en la gestación o nacimiento del mandato. Toda la complexión

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de circunstancias crea una apariencia como aspecto de verdad, y no como ocul-
tación de lo que sucede y no se advierte. Debe ser reconocida la existencia de
mandato aparente cuando una persona obra en nombre de otra sin poderes
suficientes, y sin embargo las circunstancias que rodean su gestión hacen supo-
ner, razonablemente, que obra en ejercicio de un mandato, lo cual hace que el
aparente mandante quede obligado frente al tercero de buena fe.

Art. 1876.

Aceptación tácita

El otorgamiento de un poder a varios profesionales no significa que el contrato


de mandato esté perfeccionado por esa sola circunstancia, hace falta la acep-
tación del mandatario, que bien puede ser tácita, ejerciendo la representación
conferida.

Para considerar aceptada la procuración judicial es necesaria la presentación


del poder por el mandatario, y la admisión de la personería por el juzgado.

Art. 1879.

Mandato especial

El poder especial puede ser genérico (otorgado en abstracto) o específico (otor-


gado nominativamente), siendo el primero aquel en el cual no se individualiza
determinado acto jurídico, limitándose a establecer una categoría de acto sin
indicar a cuáles bienes o derechos patrimoniales se aplicará. El poder especial
con facultades específicas -en los términos del art. 1879, CC, limitado a los actos
para los cuales ha sido dado, es de interpretación restrictiva, sin que pueda ser
extendido a otros análogos, aunque éstos pudieran ser considerados como con-
secuencia natural de los que el mandante ha encargado hacer.

Mandato general y mandato especial

De conformidad con la extensión se distingue el poder especial y el poder gene-


ral; aquél se otorga para llevar a cabo negocios concretos, determinados; éste
para llevar a cabo toda clase de negocios jurídicos o un grupo determinado. Es
decir, resumiendo, que la extensión del poder es la nota característica para dis-
tinguir el poder especial y el general. Dicha extensión se determina por el conte-
nido que él tenga en cada caso, por lo cual será decisivo, entonces, el análisis
de la declaración que ha realizado el poderdante.

Mandato especial: clases

Hay dos clases de mandatos especiales: aquellos que se confieren para el cum-
plimiento de un negocio cierto, individualizado, y los que comprenden una espe-
cie determinada de negocios; en uno y otro caso la especialidad del poder se
determina por la voluntad del mandante, satisfaciendo la exigencia del art. 1881,
CC, en cuanto expresa en forma inequívoca que las restricciones que la ley pre-
sume han sido deliberadamente superadas.

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Art. 1880

1. Interpretación del mandato

El criterio de interpretación restrictiva sobre extensión del mandato tiene como


fundamento la necesidad de defender la voluntad del mandante contra todo
abuso de la interpretación, que no puede ir más allá del contenido expreso del
mandato, pero es ese mismo principio tutelador de la voluntad el que obliga a no
prescindir de circunstancias que evidencian el alcance de esa voluntad.

Interpretación de la norma

La fórmula del art. 1880, CC, no es del todo exacta porque lo que ha querido
significar es que para los actos que ella enumera se requiere que el mandatario
haya sido expresamente autorizado, es decir, se requieren facultades o poderes
expresos para realizarlos; pero esas facultades o poderes pueden estar acorda-
dos, sin dificultad alguna, dentro de un poder concebido en términos generales.
Aunque es cierto que la ley impone que el poderdante precise la obligación
que confiere en forma especial, no se impone un poder para cada obligación,
siempre que contenga la facultad de asumir obligaciones cambiarias, pudiendo
correr en el mandato general.

Actos de disposición y administración

D) La gestión de cobro de una deuda del mandante constituye un típico acto de


administración, ya que sólo persigue mantener la integridad del patrimonio res-
pecto del cual se facultó al mandatario.

Art. 1881. Son necesarios poderes especiales:

1) para hacer pagos que no sean los ordinarios de la administración;

2) para hacer novaciones que extingan obligaciones ya existentes al tiempo del


mandato;

3) para transigir, comprometer en árbitros, prorrogar jurisdicciones, renunciar al


derecho de apelar, o a prescripciones adquiridas;

4) para cualquier renuncia gratuita, o remisión, o quita de deudas, a no ser en


caso de falencia del deudor;

5) [derogado por ley 23515, art. 9 9];

6) para el reconocimiento de hijos naturales;

7) para cualquier contrato que tenga por objeto transferir o adquirir el dominio de
bienes raíces, por título oneroso o gratuito;

8) para hacer donaciones, que no sean gratificaciones de pequeñas sumas, a los


empleados o personas del servicio de la administración;

9) para prestar dinero, o tomar prestado, a no ser que la administración consista


en dar y tomar dinero a intereses, o que los empréstitos sean una consecuencia
de la administración, o que sea enteramente necesario tomar dinero para con-
servar las cosas que se administran;

10) para dar en arrendamiento por más de seis años inmuebles que estén a su
cargo;

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11) para constituir al mandante en depositario, a no ser que el mandato consista
en recibir depósitos o consignaciones; o que el depósito sea una consecuencia
de la administración;

12) para constituir al mandante en la obligación de prestar cualquier servicio,


como locador, o gratuitamente;

13) para formar sociedad;

14) para constituir al mandante en fiador;

15) para constituir o ceder derechos reales sobre inmuebles;

16) para aceptar herencias;

17) para reconocer o confesar obligaciones anteriores al mandato.

1. Poder especial

El poder judicial ad litem es un poder especial que puede ser especial genérico
(para todos los asuntos judiciales presentes o futuros del mandante) o un poder
especial específico (para determinado juicio iniciado o a iniciar).

Carácter de la enumeración

El art. 1881 del CC no tiene carácter taxativo, y el art. 1880 de este dispositivo


es claro al disponer que el mandato general sólo comprende actos de adminis-
tración, por cuya razón cualquier acto jurídico, como el de reconvenir, debe ser
motivo de facultades expresas .

Procuraciones judiciales

Los poderes especiales para representar en juicio deben contener una enu-
meración lo suficientemente determinada, y, por ende, inequívoca, respecto al
documento acreditativo del carácter jurídico invocado por el otorgante, que per-
mita su individualización o que él ha sido exhibido al funcionario autorizante del
mandato, quien ha comprobado la existencia y da fe de la calidad invocada por
el otorgante. El solo hecho de otorgar poder especial faculta al mandatario a
realizar todos los actos de la ley rituaria, máxime cuando no se lo ha despojado
de atributos en forma expresa. Deben ser interpretadas restrictivamente la exten-
sión y facultades que se otorgan por el mandante para actuar en juicio.

Renuncia

El desistimiento del derecho comporta una renuncia gratuita, en los términos del
art. 1881, inc. 4 del CC., por lo cual si se lleva a cabo por medio de mandatario,
es menester una facultad especial al respecto, que sólo resulta de un poder
especial específico; no basta un poder especial genérico.

Adquisición y enajenación de inmuebles; constitución o cesión de derechos


reales sobre ellos

El apoderamiento para enajenar bienes inmuebles, aunque no contenga más pre-


cisiones, es suficiente mandato especial para realizar esta especie de negocios

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jurídicos. Si la otorgante del mandato invistió a su apoderada en forma precisa
-es decir especial-, de los poderes necesarios para enajenar bienes inmuebles,
no es necesaria la indicación específica de cuáles eran ellos.

Aceptación de herencias 

La ley exige poder especial para aceptar herencias, habiéndose interpretado


que, por ende, esa clase de mandato se debe exigir para iniciar el sucesorio,
doctrina que podría ser compartida si la promoción del proceso, a la vez, impor-
tara aceptación de la herencia; no significa ello, sin embargo, que para todas
las otras peticiones, dentro de un sucesorio, sea insuficiente el poder general.
Si el recurrente pretende aceptar la herencia -dentro del proceso- en ejercicio
del poder que le otorgara su mandante, debe demostrar tal extremo mediante el
poder especial, otorgado ante escribano público. Sin embargo, en otra causa se
dijo que si el mandato da a los representantes poder total y autoridad para hacer
y llevar a cabo todos y cada uno de los actos y cosas, cualesquiera sean nece-
sarias y requeridas de hacer en y sobre una propiedad, otorgando incluso facul-
tades para firmar documentos públicos y privados relacionados con el objeto del
poder, se puede interpretar que él lleva implícita la facultad de pedir partición de
la herencia.

Obligar cambiariamente al mandante

Resulta imprescindible que el mandatario haya sido expresamente autorizado a


contraer obligaciones cambiarias; este facultamiento no se puede desprender
por extensión de otras cláusulas que sí fueron expresadas y especificadas con
claridad, pues el art. 1881, inc. 9, Cód.Civ., exige para estos casos la especia-
lidad o individualización concreta del tipo de actos para los cuales se confiere
poder.

Art. 1884.

Mandato especial para ciertos actos; alcance; distintos casos 

La extensión del mandato debe resultar de los propios términos en los cuales
está concebido, y, en caso de duda, es una cuestión de interpretación librada a
la apreciación y decisión de los jueces y tribunales en cada caso en particular. El
objeto para el cual se ha otorgado el mandato determina las facultades que se
han conferido al mandatario, conforme lo usual y según las reglas de la buena
fe, aunque tales facultades no se hallen explícitamente mencionadas en cuanto
ellas sean necesarias para lograr la finalidad perseguida o sean inseparables de
ésta.

No es posible extender la facultad expresa de reconocer obligaciones anteriores


al mandato inserta en el contexto de un poder general, de modo que esta facul-
tad comprenda aquella que habilita a renunciar a prescripciones adquiridas, ya
que resolver lo contrario importa extender ilegalmente y forzando criterios de
interpretación analógica una facultad que, por su propia naturaleza y objeto, no
coincide ni se aproxima a aquella que, se pretende, poseía el mandatario. En
similar sentido, se ha juzgado que el poder que autoriza para “hacer, aceptar o
impugnar consignaciones y daciones en pago” no suple la falta de facultades
especiales para transigir.

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Mandato especial para ciertos actos: alcance. - Nuestra jurisprudencia ha
determinado que:

a) El mandato especial para intervenir en una querella criminal contra el autor


de unas lesiones emergentes del hecho, autoriza al mandatario para actuar en el
respectivo juicio civil por indemnización, aunque el proceso criminal haya termi-
nado por sobreseimiento definitivo.

b) El poder extendido para “asuntos judiciales” y para “practicar cuantos más


actos, gestiones, trámites y diligencias estimen conducentes y sean necesarias
al mejor desempeño del presente mandato”, resulta apto para el procedimiento
administrativo, ya que a los fines de promoción de la acción contencioso-admi-
nistrativa es imprescindible la tramitación del reclamo previo. 

c) El facultamiento para demandar judicialmente faculta para intervenir en todos


los incidentes del juicio.

Imposibilidad de cumplir el mandato (Art. 1886)


Si el mandante no entregó al mandatario la cosa que se debía dar en pago, de
ninguna manera este último pudo efectuar la tradición al adquirente. El “mejor
desempeño” del mandato involucra el deber de poner en práctica los medios
que, a juicio del mandatario resulten los más idóneos y oportunos, para su cabal
cumplimentación. Lo contrario colocaría a éste ante la perspectiva de responder
por los daños y perjuicios que su mandante sufriera como consecuencia de la
imperfecta selección de ellos, o de su inconsistente implementación. 

Actividad 1: Mandato y obligaciones del mandatario

Mario Pérez ha celebrado un Contrato mediante el cual aceptó la calidad de


mandatario de Ernesto Estévez, un acaudalado empresario gastronómico de la
ciudad turística en la que ambos residen. En virtud del contrato celebrado, Mario
asume el encargo de ocuparse de que la cadena de restaurantes, de la cual
Ernesto es propietario, esté continuamente provista de los productos alimenti-
cios necesarios para la preparación de los exclusivos platos que allí se sirven.

Durante los primeros meses de vigencia del contrato, Mario cumple acabada-
mente con sus obligaciones, adquiriendo los productos con el dinero que todos
los meses Ernesto le deposita en su Caja de Ahorros, (que ambos acordaron
abrir a tales fines) aunque esta previsión no se estipuló en el contrato.

Sin embargo, transcurrido un tiempo, y en pleno mes de enero, Mario se encuen-


tra con que los fondos no han sido debidamente depositados por Ernesto y
decide hacer frente a los gastos que implica la ejecución del encargo con su
propio dinero, a los fines de no perjudicar los intereses de su mandante.

Esta situación se repite luego durante 3 meses más, lapso durante el cual Mario
le solicitó oralmente a Ernesto que depositara los fondos pero él no se dio por
aludido. Frente a ello, Mario, cansado ya de adelantar dinero de su propio pecu-
lio, deja de comprar los productos mencionados y esto comienza a generarle
pérdidas a la cadena de restaurantes.

Cuando esto se produce, Ernesto demanda a Mario por inejecución del contrato
y le reclama los el pago de los daños y perjuicios ocasionados.

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Mario le consulta a Ud. cuáles son sus derechos en esta situación, por lo cual
Ud. deberá explicarle fundamentando sus conclusiones:

1. ¿Es obligación del mandante proporcionar los medios para la ejecución cor-
recta y temporánea del mandato? Recuerde aquí argumentar su postura.

2. ¿Es obligación del mandatario constituir en mora al mandante frente a la
no anticipación de los fondos? ¿Tiene alguna relevancia en la solución del
caso el hecho de que la demora en la ejecución de sus obligaciones por el
mandatario, aún sin contar con los fondos mencionados y frente a la imposi-
bilidad de recurrir al mandante, pudiere ocasionar un peligro inminente para
los intereses de éste?

3. ¿Debe Ernesto reintegrar a Mario el dinero que éste utilizó de su propio
peculio aún cuando el negocio no le hubiera resultado favorable? ¿Debe
hacerlo aún cuando los gastos hubieran sido excesivos? ¿Por qué?

M8 Contenidos

Contrato de locación
Contrato de locación: Concepto. Caracteres. Diferencias con otras figuras. Loca-
ción de inmuebles. Derechos y obligaciones de las partes.

Contrato de locación, fianza y depósito

1. Contrato de Locación. Conceptos generales


Hay locación de cosa cuando una persona (locador) se obliga a entregar el uso
y goce de una cosa durante un cierto tiempo a otra (locatario) que a su vez se
obliga a pagar un precio en dinero.

Cabe anotar que nuestro Código define a la locación en un precepto general, el


art. 1493, que comprende la locación de cosas, de servicios y de obra: Habrá
locación cuando dos partes se obliguen recíprocamente, la una a conceder el
uso o goce de una cosas o a ejecutar una obra o prestar un servicio; y la otra a
pagar por este uso, goce, obra o servicio un precio determinado en dinero. Ya
explicaremos en otro lugar las razones históricas que movieron a nuestro codi-
ficador a definir conjuntamente estos contratos y a denominarlos de la misma
manera; nos limitamos por ahora a decir que es un método a todas luces incon-
veniente, pues se trata de contratos sustancialmente diferentes. Igualmente es
objetable el art. 1493 en cuanto no hace referencia al tiempo determinado que es
de la esencia del contrato de locación de cosas y que forma parte de la definición
en casi todos los Códigos extranjeros (Cód. Civ. francés, art. 1709; alemán, art.
535; español, art. 1543; italiano, art. 1571; brasileño, art. 1188; venezolano, art.
1579; peruano, art. 1666; etc.).

Importancia social

La locación es uno de los temas más vivos del derecho civil contemporáneo.
Las sociedades modernas tienen una sensibilidad muy aguda en todo cuanto se
refiere a la vivienda y el trabajo. La locación urbana se vincula con el primer pro-
blema, los arrendamientos rurales con el segundo. La “rebelión de las masas”

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ha puesto en un primer plano estos problemas esenciales, ligados a las necesi-
dades más inmediatas y vitales del hombre.

Las personas cuyos bienes de fortuna no les han permitido el acceso a la propie-
dad de su vivienda forman la parte más numerosa y necesitada de la población
urbana; no es de extrañar, por tanto, la notoria tendencia legislativa a proteger
al locatario en desmedro del dueño, tendencia que se acentuó vigorosamente
con motivo de la escasez de viviendas originada en procesos económicos com-
plejos, principalmente el encarecimiento de la construcción y el éxodo de la
población campesina a las ciudades. En los arrendamientos rurales, el interven-
cionismo estatal ha tenido su origen en otros motivos, no por ello menos pode-
rosos: los arrendatarios forman la clase productora frente al dueño que posee
la tierra como un mero instrumento de renta; uno de los ideales democráticos
contemporáneos es el de que la tierra pertenezca a quien la trabaja; parece razo-
nable, por lo tanto, una legislación protectora de los arrendatarios.

Los nuevos tiempos están golpeando sobre este contrato más vigorosamente
que sobre ningún otro, exceptuando quizás el de trabajo; lo “social” ha hecho
irrupción en los rígidos moldes individualistas de la locación románica.

CARACTERES.- El contrato de locación tiene los siguientes caracteres:


a) Es bilateral, desde que origina obligaciones recíprocas para el locador y loca-
tario.
b) Es oneroso y conmutativo; se supone que las contraprestaciones guardan
equivalencia, es decir, que el alquiler pactado es el justo precio del uso y goce.
c) Es consensual porque se concluye por el mero consentimiento, sin necesidad
de entregar la cosa (art. 1494).
d) Es un contrato de tracto sucesivo, es decir, que su cumplimiento se prolonga
necesariamente a través de un tiempo más o menos dilatado.
e) Es, como regla, no formal, sin embargo, los contratos de locaciones urba-
nas, sus modificaciones y prórrogas, deben formalizarse por escrito (art. 1º, ley
23091) al igual que los contratos de arrendamientos y aparcerías rurales (art. 40,
ley 13246).

Disposiciones especiales relativas a las locaciones urbanas destinadas a


viviendas

LA LEY 23091
La ley 23091 contiene diversas disposiciones tendientes a proteger a los inqui-
linos de vivienda contra los posibles abusos que puedan cometer los locadores
que, dada la escasez de viviendas, son la parte más fuerte del contrato de loca-
ción. Ellas son las siguientes:

a) Períodos de pago. El precio del arrendamiento será fijado por períodos men-
suales (art. 6º).
b) Pagos anticipados. No podrá requerirse del locatario: 1) el pago de alquileres
anticipados por períodos mayores de un mes; 2) depósitos de garantía o exi-
gencias asimilables, por cantidad mayor del importe equivalente a un mes de
alquiler por cada año de locación contratado; 3) el pago del valor llave o equi-
valentes (art. 7º). Reiteramos que estas disposiciones sólo rigen para las loca-
ciones destinadas a viviendas. En las destinadas a comercio o industria sigue
siendo práctica frecuente pactar períodos de pago mayores de un mes y exigir
el pago de un valor llave.
El art. 7º agrega que la violación de cualquiera de sus disposiciones facultará
al locatario a solicitar el reintegro de las sumas anticipadas en exceso, debida-

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mente actualizadas; y que de requerirse actuaciones judiciales por tal motivo, las
costas serán soportadas por el locador.
c) Resolución anticipada. El locatario podrá, transcurridos los seis primeros
meses de vigencia de la relación locativa, resolver la locación, debiendo notificar
en forma fehaciente al locador su decisión con una antelación mínima de sesenta
días de la fecha en que reintegrará la vivienda arrendada. De hacer uso de esta
opción durante el primer año de vigencia del contrato, el locatario deberá abonar
al locador en concepto de indemnización, la suma equivalente a un mes y medio
de alquiler al momento de desocupar la vivienda y la de un solo mes si la opción
se ejercita después de transcurrido dicho lapso (art. 8º). Este derecho resulta
aplicable a los restantes destinos locativos previstos en la ley 23091 (art. 29 bis,
conf. ley 24808).
d) Continuadores del locatario. En caso de abandono de la locación o del falleci-
miento del locatario, el arrendamiento podrá ser continuado en las condiciones
pactadas y hasta el vencimiento del plazo contractual, por quienes acrediten
haber convivido y recibido del locatario ostensible trato familiar (art. 9º).
La norma está dirigida principalmente a proteger al concubino o concubina, pero
también ampara a quien sin ser heredero, haya convivido con el locatario y reci-
bido de él trato familiar.

OBLIGACIONES DEL LOCADOR

ENUMERACIÓN
Pesan sobre el locador las siguientes obligaciones: a) entregar la cosa arren-
dada con sus accesorios (art. 1514); b) conservarla en buen estado mientras
dura la locación (arts. 1515 y sigs.); c) mantener al locatario en el uso y goce
pacífico de la cosa (obligación de garantía) (arts. 1515 y 1523 y sigs.); d) pagar
al locatario las mejoras que éste hubiera introducido para hacer posible el uso
normal de la cosa (arts. 1533 y sigs.); e) pagar las contribuciones y cargas que
gravan la cosa (art. 1553).

Se trata de obligaciones establecidas por la ley para el caso de que las partes no
hubieran convenido otra cosa. Reina aquí el principio de libertad contractual, de
modo tal que las partes pueden restringir o ampliar tanto las obligaciones que la
ley pone a cargo del locador como del locatario.

Obligación de entregar la cosa

Cosas comprendidas en la obligación de entrega


El locador está obligado a entregar la cosa al locatario con todos los accesorios
que dependan de ella al tiempo del contrato (art. 1514). Hubiera sido más apro-
piado decir accesorios que se encuentren en la cosa al tiempo de la formación
del contrato. Dentro de este concepto de accesorios deben reputarse compren-
didos:

a) Las llaves de la cosa ya sea inmueble o mueble (automóvil, caja fuerte, escri-
torios, etc.).
b) Las servidumbres activas del inmueble (art. 1495).
c) Los frutos y productos ordinarios de la cosa (art. 1495). La ley alude solamente
a los frutos pendientes; los ya percibidos no entran en la locación. Hay que
advertir que en este caso el locatario está facultado a consumir los frutos, pues
ésta es la forma de gozarlos.
d) También están comprendidos en la locación ciertos servicios accesorios,
como el de portería, calefacción, agua caliente, etcétera; el locador no podrá
excusarse de prestarlos aduciendo que no los estipula el contrato, cuando la

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 100
existencia de cañerías, calderas y otras instalaciones indicaban que ellos esta-
ban implícitamente contenidos en la locación.
e) En la locación para comercio e industria debe considerarse accesorio la
utilización de la fachada para la colocación de carteles y anuncios relativos al
negocio; pero ni en la locación para negocios ni para casa habitación podrá
considerarse incluida la utilización del frente para propaganda general de otros
productos comerciales o industriales, a menos que lo contrario sea acordado
expresamente o pueda considerarse comprendido en el acuerdo de voluntades.

Estado en que debe entregarse


El locador está obligado a entregar la cosa y sus accesorios en buen estado de
conservación (de reparación, dice impropiamente el Código) para ser propia
para el uso para el cual ha sido contratada (art. 1514). Adviértase una diferencia
importante con respecto a la compraventa: el vendedor cumple entregando la
cosa en el estado en que se encontraba en el momento de celebrarse el acto
(art. 1408); en tanto que en nuestro caso el locador debe entregarla en buen
estado de conservación, lo que es natural, puesto que el contrato ha sido reali-
zado con el propósito de asegurar al locatario el uso y goce de la cosa.

Ya veremos que durante el curso de la ejecución del contrato, habrá que dis-
tinguir entre las reparaciones ordinarias de simple mantenimiento, que corres-
ponden al locatario, y las reparaciones mayores, que incumben al locador; pero
antes de la entrega de la cosa, todas estas reparaciones, cualquiera sea su
carácter, estarán a cargo del locador. El problema de si la cosa ha sido entregada
en buen estado es una cuestión de hecho, sometida a la prudente apreciación
de los tribunales y que depende del destino de la cosa. Así, si se trata de una
casa o departamento para vivienda, el locatario puede exigir que se le entregue
en estado decoroso para habitarla, con las pinturas y papeles en buenas condi-
ciones, con los servicios sanitarios, de ascensor, calefacción, etcétera, en buen
estado de funcionamiento.

Cabe preguntarse si cuando se alquila un local con un destino declarado en el


contrato, el propietario está obligado a entregárselo en las condiciones exigidas
por las autoridades municipales para su habilitación. La antigua Cámara Civil 1ª
de la Capital hizo una distinción que se nos antoja algo sutil: declaró que cuando
el destino de la cosa surge de la estructura fundamental de su construcción (por
ej., un teatro) el locador tiene la obligación de entregarlo en condiciones de ser
habilitado; pero si el destino no resulta de la estructura misma del local, sino
que el locatario se proponía instalar en él una fábrica de muebles, como hubiera
podido instalar otra industria, los trabajos de la habilitación corren por su cuenta
. Nos inclinamos por hacer pesar sobre el dueño esa obligación siempre que el
destino de la cosa haya sido establecido expresamente en el contrato, pues es
evidente que si la cosa se alquiló para un objeto determinado, el dueño debe
entregarla en condiciones que le permitan al locatario gozar de la cosa conforme
a lo contratado; y si el local no puede habilitarse, no hay posibilidad de goce del
inmueble.

No tendrá el locador obligación de entregar la cosa en buen estado si las partes


acordaron entregarla en el estado en que se halle (art. 1514). Este convenio se
presume cuando se arriendan edificios arruinados y cuando se entra en pose-
sión de la cosa sin exigir reparaciones (art. 1514). La conducta del locatario que
acepta sin reservas la cosa tal como se le entrega, indica que eso fue lo acor-
dado o que renuncia a todo reclamo.

Dos observaciones es necesario formular: a) Que aunque la ley sólo alude a dos
hechos que permiten presumir la renuncia a exigir las reparaciones debidas, ello

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 101
no obsta a que tal presunción pueda también desprenderse de otros hechos que
fueran igualmente expresivos de tal voluntad del locatario como, por ejemplo,
mandar hacer las reparaciones por su cuenta antes de entrar en posesión de la
cosa. b) Que la presunción que se desprende de los actos aludidos por el art.
1514 sólo tiene carácter iuris tantum y debe reconocerse al locatario el derecho
de demostrar que la intención común fue que las reparaciones estuvieran a cargo
del locador . En el caso de la locación de edificios arruinados, será necesario
demostrar que el locador asumió la obligación de repararlos; en el supuesto de
que el locatario haya entrado en posesión de la cosa sin exigir reparaciones,
bastará con demostrar que el locatario no entendió darle a tal acto el significado
de una renuncia; así ocurriría, por ejemplo, si se viera obligado a tomar posesión
urgente de la cosa, por haber sido desalojado de su anterior vivienda y comunica
en forma fehaciente al locador que tal conducta no importa abandonar su dere-
cho a reclamar las reparaciones. Por análogas razones, la toma de posesión le
impide al locatario reclamar por las deficiencias ocultas.

Cuando se conviene entregar la cosa en el estado en que se encuentra, no sólo


el locador no está obligado a hacer reparaciones en ella, sino que carece de toda
responsabilidad por los daños ulteriores que para el locatario puedan resultar de
su mal estado.

Lugar de entrega
Puesto que el Código no contiene sobre este punto reglas especiales para la
locación, rige lo dispuesto por el art. 747; a) Si hubiere lugar convenido en el
contrato, la cosa debe entregarse allí; esta solución no sólo es aplicable a los
muebles, sino también a los inmuebles, pues es perfectamente posible hacer
la tradición simbólica mediante la entrega de las llaves, lo que puede ocurrir en
otro lugar que no sea el de la ubicación. b) Si no hubiere lugar convenido, la
entrega debe hacerse en el lugar en donde se encontraba la cosa al tiempo de
la celebración del contrato.

Tiempo de la entrega
Si el contrato estipula el plazo, no hay problema: debe cumplirse con lo pactado.
Si no lo estipula, debe entenderse que el locador tiene obligación de entregarla
de inmediato a menos que los usos o costumbres reconocieran algún plazo.

Gastos de entrega
Los gastos de la entrega, salvo pacto en contrario, son a cargo del locador. Es lo
que surge de las disposiciones relativas al contrato de compraventa (art. 1415),
que son aplicables supletoriamente a la locación, así como también de lo dis-
puesto por el art. 765 para el pago en general

Obligación de mantener la cosa en buen estado

A. Deterioros no derivados de caso fortuito o fuerza mayor

Alcances de la obligación
El locador está obligado a mantener la cosa en buen estado de conservación, y
a hacer todas las reparaciones que fueren necesarias para permitir al locatario
el uso y goce de la cosa conforme a lo convenido (art. 1515). Esa obligación
se extiende a la reparación de todos los deterioros derivados de las siguientes
circunstancias: a) de caso fortuito o fuerza mayor (art. 1516), como puede ser un
incendio, un ciclón, una guerra, un hecho del príncipe; b) de la calidad propia de
la cosa y de sus vicios o defectos (art. 1516), tal como serían las deficiencias en
las instalaciones sanitarias; c) del efecto natural del uso o goce estipulado (art.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 102
1516), problema del que nos ocuparemos en seguida (núms. 680 y sigs.); d) de
la culpa del locador, sus agentes o dependientes (art. 1516); era innecesario
este último apartado, pues bastaba con la regla general de los arts. 1109 y 1113;
e) del hecho de terceros aunque sea por motivos de enemistad u odio al locata-
rio (art. 1517). Es lógico que el locatario no cargue con las consecuencias del
hecho ilícito de un tercero. Pero cabe formular dos observaciones: 1) El art. 1517
dice que las reparaciones serán a cargo del locador, pero esto sólo es exacto en
la hipótesis de que él reúna también la calidad de propietario; es éste, en efecto,
quien debe cargar con los deterioros, ya que la ley atribuye al hecho del tercero
el carácter del caso fortuito (art. 1517) y es obvio que los daños causados por
este motivo afectan sólo al dueño, según el principio de que las cosas se dete-
rioran o pierden para él. Salvo, claro está, su acción de reparación contra el
autor del hecho ilícito. 2) El locatario será responsable, no obstante lo dispuesto
en el art. 1517, cuando el hecho del tercero se ha debido a su culpa o dolo; por
ejemplo, si el daño ha sido hecho por quien repelía una agresión del inquilino.
En tal caso, es de aplicación la regla general del art. 1109

SUPUESTO DEL DETERIORO CAUSADO POR EL USO DE LA COSA.- De todas


las hipótesis anteriormente aludidas, la relativa a los deterioros provenientes del
uso o goce natural de la cosa es la que da lugar a mayores dificultades. Esas
dificultades surgen de que el Código impone la obligación de mantener la cosa
en buen estado tanto al locador (Arts. 1515 y 1516) como al locatario (Arts.
1556 y 1561). Para explicar esta aparente contradicción, hay que tener en cuenta
las fuentes del Código, que en este punto han sido principalmente el Código
Napoleón y sus comentaristas. En ese Código se distingue entre las reparacio-
nes importantes y las ordinarias, llamadas locativas o de menu entretien (art.
1754); las primeras están a cargo del locador y las segundas son soportadas
por el locatario. Éste es el pensamiento que inspiró a VÉLEZ SARSFIELD (art.
1573) y que permite conciliar textos que de otra manera aparecerían en una
contradicción irreductible. Es equitativo que el locatario cargue con los gastos
de pequeño mantenimiento y así ocurre en la realidad de la vida, en que nor-
malmente los asume sin pretender nunca o casi nunca hacerlos pesar sobre el
locador. Bueno es agregar que la mayor parte de los Códigos modernos consa-
gran esta distinción entre reparaciones mayores, a cargo del locador, y menores,
locativas o de pequeño mantenimiento, a cargo del locatario (Cód. Civ. italiano,
art. 1566; peruano, arts. 1680, inc. 1º y 1681, inc. 6º; brasileño, art. 1206; chi-
leno, art. 1940; colombiano, art. 1998; uruguayo, art. 1818; etc.) y que éste es
también el criterio postulado por los proyectos de reformas (Proyecto de 1936,
art. 1033, inc. 4º; Anteproyecto de 1954, art. 1206).

Aunque el concepto en que se basa la separación de responsabilidades es claro,


la línea separativa dista mucho de ser precisa. Se ha preferido una solución
flexible, adaptable a las circunstancias de tiempo y lugar. En la mayor parte de
los casos, será decisiva la costumbre. No habrá problema cuando la gravedad
de los deterioros (por ej., la ruina parcial de un edificio) o por el contrario, su
relativa insignificancia (por ej., el arreglo de una cerradura, la rotura de un vidrio,
los retoques a la pintura, etc.), demuestran claramente que su reparación pesa
sobre el locador o el locatario. Pero hay una zona intermedia, en que la solución
se hace dudosa. ¿A quién corresponde el repintado general de la casa, el arre-
glo de los techos, la reparación de los revoques?

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 103
Obligación de garantía

Concepto y fundamentos
El contrato de locación supone la cesión de uso y goce de una cosa o cambio
de un determinado precio. Es natural pues que el locador tenga a su cargo la
obligación de garantizar al locatario que podrá hacer uso de la cosa conforme
a su destino. Por ello debe abstenerse de todo acto que perturbe el goce de la
cosa por el inquilino, defenderlo contra las turbaciones de terceros y, finalmente,
hacer las reparaciones que se deriven de los vicios o defectos de la cosa o del
uso normal al que el inquilino la haya sometido. Esta obligación de garantía llena
una función jurídica semejante a la evicción y los vicios redhibitorios en la com-
praventa; en el fondo, no hay entre ellas una diferencia esencial, pero la regla-
mentación legal difiere sensiblemente porque en un caso media la transmisión
del dominio y en otro sólo del uso y goce de la cosa, lo que tiene una influencia
notoria en el contenido de las obligaciones.

Consideraremos por separado la garantía por el hecho personal del locador, por
el hecho de terceros y por los vicios redhibitorios de la cosa.

Obligación de pagar mejoras

Minuciosidad de la reglamentación legal; método a seguir.


El Código reglamenta con extraordinaria y excesiva minuciosidad la obligación
del locador de pagar mejoras (arts. 1533 a 1538), incluyendo algunas normas
relativas a las mejoras que está autorizado a realizar el locatario (no todas las
cuales están a cargo del arrendador). Estudiaremos en primer término cuáles
son las atribuciones del locatario, para luego precisar los alcances y límites de la
obligación impuesta al locador

Obligación de pagar las cargas y contribuciones

Gravámenes sobre la cosa


Pesan sobre el locador las cargas y contribuciones que graviten sobre la cosa
arrendada (art. 1553), tales como la contribución territorial, el impuesto de alum-
brado, barrido y limpieza y los servicios normales de obras sanitarias. En cambio,
son a cargo del locatario los impuestos o patentes que se impusieran a su activi-
dad, comercio o industria, tales como el impuesto de actividades lucrativas, los
de habilitación de locales o negocios, de inspecciones, el impuesto a los studs,
etcétera. Inclusive se ha declarado a costa del locatario los recargos de la contri-
bución de obras sanitarias por exceso de agua consumida o si el gravamen se
aplicó como consecuencia de modificaciones o ampliaciones introducidas por el
locatario en su provecho.

Nada se opone, empero, a que el locatario tome a su cargo contribuciones que


corresponden al locador o viceversa; pero estas convenciones sólo tienen vali-
dez entre las partes y no afectan el derecho de la Administración Pública a diri-
girse contra quien es el sujeto pasivo de la obligación impositiva (art. 1531).

EXPENSAS COMUNES EN LA PROPIEDAD HORIZONTAL.


Las expensas comunes en la propiedad horizontal, son cargas que gravan el
dominio y que los copropietarios deben pagar en su calidad de tales. Nada obsta,
sin embargo, a que el contrato de locación ponga esos gastos a cargo del inqui-
lino; pero este acuerdo sólo tiene efectos entre locador y locatario. Respecto del

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 104
consorcio, el obligado es el copropietario, de tal modo que si el locatario que ha
asumido la obligación de pagar las expensas, no las pagare, el consorcio tiene
acción contra el copropietario locador. Contra el inquilino sólo podría accionar
por vía de acción subrogatoria.

Obligación de restituir el depósito de garantía

EL PRINCIPIO.
Al término del contrato el locador está obligado a devolver el depósito de garan-
tía si la cosa locada se restituyera sin otros desperfectos que los provenientes
de un uso normal.

La ley 23091 ha establecido expresamente una solución que ya antes había sido
consagrada por la jurisprudencia: el depósito de garantía debe ser devuelto al
finalizar el contrato, ajustando su importe de acuerdo al mismo índice que se
tomó para actualizar los alquileres, tomando en consideración el último alquiler
(art. 4º).

Obligaciones del locatario

ENUMERACIÓN
Las obligaciones esenciales del locatario son: a) usar y gozar de la cosa con-
forme a lo pactado, o, en defecto de pacto, de acuerdo con la naturaleza y
destino de la cosa; b) conservarla en buen estado; c) pagar el alquiler o arrenda-
miento; restituir la cosa al término de la locación. Tiene, además, otras obligacio-
nes ocasionales, tales como la de permitir la entrada del locador al inmueble, en
las circunstancias a que hemos aludido anteriormente (nº 694) y la de avisar al
locador de toda usurpación o turbación por un tercero de la cosa locada (véase
núms. 709 y sigs.).

Actividad 1: Contrato de locación

Ud. es el propietario de una conocida Inmobiliaria de la localidad de San Pedro y,


en su cartera de propiedades, usted tiene un local comercial de grandes dimen-
siones, ubicado en pleno centro de la ciudad, que su dueño le ha confiado para
librarlo al alquiler. Una mañana se presenta en su oficina Margarita Perotti, dise-
ñadora de modas de una ciudad próxima, y le solicita que le muestre el men-
cionado local comercial, puesto que desea instalar una sucursal de su firma en
San Pedro. Margarita queda encantada con el inmueble, y le formula la siguiente
oferta: Se compromete a alquilarlo por el término de dos años, y propone pagar
el precio total de la locación por adelantado, haciendo constar este monto total
como un pago único en el contrato.

Ud. advierte que es necesario asesorar a Margarita acerca de las prescripciones


de la Ley de Locaciones Urbanas, y corregir su oferta en base a sus reglas. Para
ello, deberá señalar fundadamente:

1) ¿Cuáles son los plazos mínimos que establece la mencionada ley para los
contratos de locación en el radio urbano? ¿Este plazo es igual para el caso
de viviendas urbanas que para el caso de locales comerciales? ¿Es posible
entonces aceptar la oferta de Margarita?

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2) ¿Hay algún obstáculo al hecho de que el precio se pague de una sola vez,
por adelantado? ¿Puede hacerse al vencimiento del contrato? ¿Es posible
que el precio se estipule de esa manera en el contrato? ¿Sucedería lo mismo
si se tratara de una vivienda urbana?

M9 Contenidos

Contrato de Fianza y Contrato de Depósito

Contrato de fianza. Concepto. Caracteres. Forma y prueba. Fianza civil y comer-


cial. Derechos y obligaciones del fiador. Extensión de la fianza.
Contrato de depósito: concepto. Clases de depósito. Forma y prueba. Derechos
y obligaciones del depositante y del depositario. Derecho de retención de la
cosa depositada.

Art. 1986, Accesoriedad de la fianza


La fianza simple genera una obligación subsidiaria que sólo se puede hacer efec-
tiva cuando se ha hecho infructuosamente excusión de los bienes del deudor
principal. La obligación del fiador es siempre condicional; sólo puede ser perse-
guido por el acreedor cuando el deudor no pague.

Fianza civil y fianza comercial


La fianza puede ser civil o comercial, según lo sea la obligación principal. Lo que
distingue a la fianza civil de la comercial está en la calidad del acto o de la obli-
gación principal a la cual garantiza, por tanto, basta que tenga por objeto asegu-
rar el cumplimiento de un acto o contrato de comercio, aunque el fiador no sea
comerciante, para que adquiera la calidad de fianza comercial, y se regirá por los
principios especiales del Código de Comercio y los generales del Código Civil.

Art. 1988, obligación futura


A) El art. 1988 del CC, al prescribir que la fianza se puede referir al importe de las
obligaciones que contrajere el deudor en el futuro, autoriza a que ella sea otor-
gada respecto de todas las obligaciones que el afianzado contraiga con deter-
minada persona, no resultando, tal proceder, violatorio de lo normado por el art.
1989, CC, pues tal universalidad satisface la determinación del objeto requerida
por dicha norma, pues precisamente, el objeto de ella estará constituido por
todas las obligaciones que contraiga el afianzado con respecto a tal acreedor. La
fianza puede ser otorgada con respecto de todas las obligaciones que el afian-
zado contraiga con determinada persona, no resultando tal proceder violatorio
de la regla del art. 1930, CC, pues tal universidad satisface la determinación del
objeto requerido por la norma, dado que, precisamente el objeto de ella estará
constituido por todas las obligaciones que asuma el afianzado con respecto a
tal acreedor. Por otra parte, es legalmente inobjetable que el principal pagador
garantice obligaciones futuras y aun indeterminadas en su monto. La indetermi-
nación pecuniaria del afianzado está autorizada expresamente por el art. 1988,
Cód. Civ., en tanto aquélla queda suplida con la remisión “al importe de las obli-
gaciones que contrajere el deudor”.

B) La fianza constituida puede garantizar créditos futuros, pero debe tener objeto
determinado, aunque el crédito sea incierto y su cifra indeterminada. La fianza
de una obligación futura debe tener siempre un objeto determinado, aunque el
crédito futuro sea incierto, y su cifra indeterminada, enunciándose con toda pre-
cisión y claridad cuál es la obligación que se garantiza.

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C) Las exigencias de la fianza de futuro enunciadas en el Código Civil no pueden
ser dejadas de lado por prácticas o usos bancarios.

Determinación de la fianza
Sea en la fianza convencional, o en la legal o judicial, y aun en la fianza de una
obligación futura, se trata de una garantía personal constituida para asegurar el
pago de una obligación concreta y en favor de un determinado acreedor, que
tiene como presupuesto necesario la voluntad del fiador expresada con relación
a esa concreta obligación. Las normas establecidas en los Art. 1988 y 1989, CC,
obligan a que en la fianza permanente se determinen las obligaciones que se
afianzan, al menos con especificación de las operaciones comprendidas, por
lo cual es observable la fianza que pretende amparar operaciones futuras no
individualizadas.

Art. 1991, prescripción de la fianza


La obligación del fiador, sea simple fiador, fiador solidario o principal pagador,
se rige, en cuanto a la prescripción, por los mismos plazos que la ley señala
para la obligación garantizada, corriendo tal plazo de prescripción tanto para el
fiador como para el deudor, desde que la obligación afianzada se hace exigible;
no puede correr para el fiador desde el otorgamiento de la fianza, cuando ésta
precede a la obligación afianzada, ya que por ese solo hecho no existe acción
contra el fiador, y la acción que no ha nacido no puede prescribir.

Art. 1992, fianza en el contrato de locación


El fiador solidario y principal que se obliga contractualmente, aun vencido el tér-
mino del contrato, responde por todas las obligaciones contraídas por el inqui-
lino, no sólo por los alquileres, sino también por los daños y perjuicios que
pudiera ocasionar aquél, honorarios y gastos de los juicios respectivos.

Art. 1995, extensión de la fianza


La fianza no puede tener por objeto una interpretación diferente de la que forma
la materia de la obligación principal, pero, en cuanto a su extensión, el fiador se
puede obligar a menos que el deudor principal; dada su naturaleza y finalidad,
el alcance de la fianza debe ser interpretado restrictivamente, ya que nuestro
Código Civil no contiene una disposición expresa en ese sentido. Esa regla de
interpretación debe ser admitida como una derivación del principio aplicable en
la interpretación de todos los contratos: en caso de duda, se debe estar a favor
del deudor; el fiador no sólo es un deudor, sino que realiza un acto de generosi-
dad, y, en consecuencia, no parece justo extender su obligación más allá de los
limites en los cuales él ha querido obligarse.

Excepción en el supuesto de la locación de cosas


La fianza, en materia locativa, debe ser interpretada en forma amplia y no res-
trictiva a la luz de lo dispuesto por los arts. 1582, 1955, in fine, y conos del CC.
Si en la especie se debe juzgar que continuó la locación concluida, y, conse-
cuentemente, las obligaciones del locatario continuaron igualmente siendo la
fiadora solidaria de “todas las obligaciones del locatario” no se puede enten-
der extinguida la fianza cuando el contrato principal permanece vigente, y no
existe cláusula contractual alguna que autorice, siquiera, a inferir la posibilidad
de haberse convenido la fianza que se trata por un plazo determinado, sino hasta
el cumplimiento efectivo de “todas las obligaciones” del inquilino.

Si el contrato de locación establece simplemente la fianza, sin más agregado,


no hay duda de que las obligaciones de fiador concluyen al término del contrato
originario, por más que luego las partes lo prorroguen; pero lo habitual es que
el fiador se obligue como principal pagador “hasta la desocupación de la casa”,

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“hasta la entrega de las llaves”, o, como en el caso en estudio, “aun vencido el
término del contrato” y hasta tanto el locatario permanezca en la propiedad; en
estos supuestos ninguna duda hay de que las obligaciones del fiador continúan
hasta la desocupación efectiva de la casa.

Fianza judicial: límite


La fianza judicial ratificada por el fiador hasta una suma determinada, no obliga
más allá de ese monto, de conformidad con lo dispuesto por los arts. 1995, 1996,
1997 y 2013, inc. 8, Cód.Civ.

Refinanciación de la deuda
El convenio de refinanciación de deuda entre el acreedor y el deudor principal
no resulta para el fiador res inter alios acta. Pero si al iniciarse la ejecución de la
obligación posteriormente refinanciada, el deudor principal se hallaba en mora,
aquélla debe continuar contra los fiadores hasta hallarse en estado de sentencia,
puesto que dicho convenio de refinanciación sólo tiene por virtualidad consagrar
una espera para el pago que puede caer ante su incumplimiento.

Art. 1997, gastos judiciales


El art. 1997, CC, es aplicable por vía analógica a las costas del juicio .Corres-
ponde imponer las costas en un proceso de desalojo a quien, en un contrato
de locación, se constituyó en fiador solidario y principal pagador de todas las
obligaciones contraídas por el locatario, garantizando igualmente el pago de
los honorarios y gastos del juicio que se promuevan contra éste, pues la obli-
gación asumida se rige por el art. 2005, Cód. Civ., estando su responsabilidad
en el mismo rango que la del deudor principal; por tanto, si fue notificado de la
demanda incoada, debe hacer frente a las costas que se deriven de su respon-
sabilidad contractual.

Art. 1998, fianza personal: suficiencia


La fianza personal de un tercero, ofrecida para garantizar los derechos del even-
tual tenedor de los títulos cuya cancelación se persigue, será suficiente si se
trata de una persona de reconocida y acreditada solvencia.

Art. 2003, beneficio de excusión


El beneficio de excusión puede ser opuesto por el fiador sin necesidad de indicar
los bienes del deudor que pueden ser embargados.

Beneficio de excusión: renuncia


La renuncia al beneficio de excusión y división exige una declaración de voluntad
directa, ya que el negocio de la fianza es riesgoso, y, por eso, la ley quiere llamar
la atención al fiador simple para que no renuncie a la prerrogativa de exigir la
previa excusión de los bienes del deudor principal; por ello en nuestro derecho
no procede la doctrina de que la renuncia del fiador al beneficio de excusión
pueda ocurrir en forma indirecta o tácita, lo cual es muy conforme a la naturaleza
subsidiaria de la fianza .

Art. 2004, fianza solidaria: alcance


La solidaridad a la cual el fiador puede ser sometido no le quita a la fianza su
carácter de obligación accesoria, y no hace al fiador deudor directo de la obliga-
ción principal; la fianza solidaria queda regida por las reglas de la simple fianza,
con excepción de la privación del beneficio de excusión y del de división. El
hecho de que la fianza sea solidaria no le quita el carácter de obligación acce-
soria, pero esta calidad debe ser necesariamente referenciada con la compro-
bación de la validez de la obligación a la cual accede (art. 1994, CC). El fiador
solidario no responde a más de lo que se hubiera obligado contractualmente el

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deudor principal, aunque la garantía sea indeterminada en cuanto a su monto, si
es que hay un objeto determinado.

Concurso del obligado principal

A) La situación de concurso preventivo del obligado principal no importa modi-


ficación de la situación de los fiadores del concursado, tanto en el supuesto
del art. 2004 como en el del art. 2005, CC, dados los efectos personales y no
reales del acuerdo homologado, que no pueden ser extendidos a los fiadores
que no gozan de la quita o espera concedida exclusivamente a aquél; tal con-
clusión resulta de toda lógica, ya que de lo contrario no tendría sentido procurar
garantizar el cobro de una deuda mediante fianzas de terceros, si éstos pudieran
quedar exonerados ante la cesación de pagos del obligado principal. La posi-
ción jurídica del fiador que garantiza el cumplimiento de la obligación contraída
no sufre modificaciones por la quiebra del deudor.

B) Si el deudor se halla concursado no rige el derecho del fiador a requerir la


prueba previa de haberse interpelado al deudor principal.

Art. 2005, constitución del fiador como “principal pagador”


Es sabido que por oposición a la fianza simple -que goza de los beneficios de
la excusión y división- las partes pueden estipular que la fianza tenga carácter
solidario o bien que el fiador renuncie a aquellos beneficios; trátase, en defi-
nitiva, de una solidaridad imperfecta que la distingue de la solidaridad pasiva,
tratándose de codeudores u obligación solidaria, en tanto, el principal pagador
o liso y llano pagador es un codeudor solidario, y su obligación no es atinente al
contrato de fianza, pues no asume ninguna obligación accesoria o subsidiaria,
sino las relativas al codeudor solidario. La obligación de quien se obliga como
fiador liso y llano, principal pagador de todas y cada una de las obligaciones del
contrato, deja de ser accesoria para establecer un vínculo directo entre acreedor
y fiador, con entera independencia del que vinculara a éste con el deudor princi-
pal, que sí se mantiene, en este aspecto, dentro del régimen propio de la fianza.
El fiador solidario, liso, llano y principal pagador es en realidad codeudor en los
términos del art. 2005, CC, correspondiendo aplicarle las disposiciones sobre
codeudores solidarios y no las relativas a la fianza. El negocio jurídico de la
fianza con la modalidad de obligación solidaria -liso, llano y principal pagador-,
tiene un doble carácter: es obligación solidaria frente al acreedor, y al fiador se le
aplican las disposiciones relativas a los codeudores solidarios; y es fianza en la
relación interna entre el fiador y el fiado. Si una persona se obliga como principal
pagador de las obligaciones derivadas de un contrato, aunque en éste se habla
de fianza y fiador, se presume que la persona que toma a su cargo la deuda de
otro queda obligada en forma directa, y le son aplicables las normas relativas a
los deudores solidarios.

El fiador que se obliga como principal pagador se constituye en obligado princi-


pal y no accesorio. Si los accionados se constituyeron en “fiadores lisos y llanos,
pagadores y obligados solidariamente”, lo cual supone la ampliación de la res-
ponsabilidad, constituyéndolos en obligados directos y en calidad de codeudo-
res solidarios, en orden a lo estatuido por los arts. 699 y 2005, CC, es correcto el
reclamo del cumplimiento de la obligación, independientemente de la situación
del obligado directo concursado, sin perjuicio de la acción que la ley le acuerda
para el reembolso de lo pagado, o su presentación ante el juez del concurso de
la afianzada en calidad de acreedores de ésta.

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El fiador solidario, liso, llano y principal pagador, puede garantizar obligaciones
futuras y aún indeterminadas en su monto.

Acción contra el principal pagador


La obligación asumida por el fiador -único pagador- exige un trato diferencial con
la situación del simple fiador y del fiador solidario, en la perspectiva de lo nor-
mado por los arts. 2005, 699 y 705, CC. Resultan aplicables las normas referen-
tes a los codeudores solidarios a la situación de quien se obliga como fiador liso
y llano, principal pagador de todas y cada una de las obligaciones del contrato
de locación, solidariamente y renunciando al beneficio de excusión, de manera
que el acreedor está legalmente facultado a requerir el cobro total del crédito a
todos los deudores o a cualesquiera de ellos.

En caso de constituirse una persona en fiador de las obligaciones que otra


asume con un tercero, en los términos del art. 2005, CC, resultando el pagaré
acompañado la mera instrumentación de la deuda entre el afianzado y el tercero
con respecto al cual se dio la garantía, dicha parte responde ante la falta de
cumplimiento en el pago del título, y, en consecuencia, puede ser demandado
ejecutivamente para obtener su cobro.

Mora del deudor principal


La mora del fiador que se ha obligado como principal pagador no se configura
cuando se le intima el pago de lo adeudado sino en el momento en el cual queda
constituido en mora el deudor de la obligación principal; ello en virtud del carác-
ter de deudor solidario que reviste aquél. La interpelación efectuada a la deudora
principal se proyecta, o surte efectos, sobre él, propagándose el estado de mora,
sin que sea menester un nuevo reclamo a su respecto.

La extensión de la obligación del fiador, cuando es solidario, no depende de


una diligencia personalísima constitutiva del estado de mora. Por aplicación de
las reglas de la solidaridad, cuando el deudor principal se halla en situación de
mora, la obligación del fiador comprende las accesorias sin necesidad de nueva
interpelación. De conformidad con el art. 2005, CC, a quien se obliga como prin-
cipal pagador se les deben aplicar las disposiciones referidas a los codeudores
solidarios; por ello, la mora del demandado compromete su responsabilidad en
la medida en la cual el solo vencimiento del plazo hace procedentes las medidas
cautelares y el juicio ejecutivo.

Alcance de la obligación del fiador


Dice el art. 2005, CC, que “cuando alguien se obligare como principal pagador,
aunque sea con la calificación de fiador, será deudor solidario, y se le aplica-
rán las disposiciones sobre los codeudores solidarios”; en consecuencia, con
respecto a las costas del proceso de desalojo el fiador es codeudor solidario.
Si de la convención se desprende que los fiadores eran deudores solidarios
del cumplimiento del contrato de locación, sus obligaciones no se contraen al
pago de los alquileres, sino a todas las demás obligaciones del contrato, lo cual
implica, obviamente, una excepción al principio de la interpretación restrictiva
de la fianza.

3. Contrato de Depósito

1. Nociones generales
Muchos son los contratos que obligan a una de las partes a guardar y conservar
la cosa de otro. El mandatario debe guardar las cosas cuya administración le
ha sido confiada; el empresario las cosas que se ha comprometido a reparar;

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el comodatario la que se le ha prestado; el transportador las que lleva de un
lugar a otro. Pero en todos estos casos la obligación de guarda es accesoria de
otra principal, que constituye el verdadero objeto del contrato. En el contrato
de depósito, en cambio, la finalidad esencial es precisamente la guarda de la
cosa. Habrá, por tanto, depósito cuando una de las partes entrega a la otra una
cosa con la sola finalidad de custodiarla hasta que aquélla la reclame (ver nota
al Art.2182, CC).

En nuestro Derecho, la cosa objeto del depósito puede ser mueble o inmue-
ble (art. 2182). Esta solución importa una anomalía en el derecho comparado;
salvo contadas excepciones, las restantes legislaciones sólo permiten el depó-
sito de cosas muebles. VÉLEZ SARSFIELD defendió su solución en la nota al
art. 2182, diciendo que no se encuentra razón para decir que una persona que
cierra su casa y deposita en otra las llave, no efectúa un depósito sino una
locación de servicios, pues el objeto del acto ha sido depositar la cosa, aunque
subsidiariamente se exija algún servicio; y agrega que el secuestro judicial no
es sino un depósito (aunque no contractual) y nadie niega que puede ser de
cosas inmuebles. A pesar de la indudable fuerza de la argumentación, parece
preferible limitar la esfera de acción del contrato de depósito a las cosas mue-
bles. Dice PUIG BRUTAU, con razón, que lo que en definitiva interesa es decidir
si el cumplimiento de la obligación de custodiar una cosa inmueble queda mejor
determinado con referencia a las reglas del contrato de depósito o de otra figura
jurídica. Un rápido análisis de los supuestos de “depósito” de inmuebles prueba,
en efecto, que las relaciones entre las partes encuadran mejor dentro de otros
contratos. Supongamos que se trata del cuidado de un inmueble y que el cuida-
dor está obligado a administrarlo, percibir sus frutos, etcétera. Es obvio que tales
relaciones encuadran mejor dentro del concepto de mandato de administración.
Si se trata de un simple casero, cuya obligación se reduce al cuidado y conser-
vación del inmueble, parece preferible regular las obligaciones de acuerdo con
el contrato de trabajo. Es indudablemente este contrato el que ha estado en el
espíritu de las partes: la falta de solvencia económica de los caseros (que en la
práctica son siempre de modesta condición) prueba que el dueño de casa no
ha pensado en su responsabilidad como garantía de restitución de la cosa; el
casero es casi siempre remunerado y se le paga un sueldo de la manera que es
habitual para los obreros o empleados.

La limitación, hoy aceptada generalmente, del depósito a las cosas muebles,


obedece a la estructura especial de este contrato, cuyas reglas tienen como
finalidad asegurar la restitución de las cosas que serían susceptibles de desapa-
rición.

CARACTERES

El contrato de depósito tiene los siguientes caracteres:

a) Es en principio gratuito (art. 2183), pero puede ser oneroso si las partes lo
acuerdan así. Según el art. 2183, una remuneración espontáneamente ofrecida
por el depositante al depositario, o la concesión a éste del uso de la cosa al
celebrar el contrato, o después de celebrarlo, no quita al depósito el carácter de
gratuito. No es posible tomar esta disposición en sentido absolutamente literal,
porque no tendría razón de ser; desde el momento en que el depositante pro-
mete una remuneración, el contrato deja de ser gratuito. Lo que se ha querido
significar es que el contrato no pierde por ello su carácter de depósito. Tampoco
hay que atribuir importancia al requisito que pareciera imponerse al exigir que
la retribución deba ser espontáneamente ofrecida. Tal como el contrato ha que-

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dado concluido (es decir, tal como lo examina el juez que debe resolver el caso
que se le presenta) contiene una cláusula por la cual el depositario tiene derecho
a una remuneración. Que esa cláusula se haya incluido en el contrato como un
gesto espontáneo del depositante o como una condición impuesta por el deposi-
tario para hacerse cargo del depósito, es totalmente irrelevante. Lo cierto es que
la obligación existe y que el depositante debe cumplir con ella.

Sin duda alguna, lo que el codificador quiso destacar es que el depósito es por
naturaleza gratuito y que las obligaciones del depositario no varían (lo que no
es totalmente exacto) porque se le haya prometido alguna remuneración. La
postura asumida por VÉLEZ en este punto revela cómo sobreviven en las leyes
algunas instituciones que ya han perdido su razón de ser. En el derecho romano
clásico, el depósito era necesariamente gratuito; como la entrega del depósito
era un acto de confianza y el recibirlo de amistad, chocaba al sentimiento común
que pudiera ponerse precio a tales servicios; si había remuneración, dejaba de
ser depósito. Pero al cambiar las costumbres, varió también el concepto. Ya en
el derecho justinianeo se admitía el depósito remunerado. Y es necesario reco-
nocer que en nuestros días nadie piensa en el depósito como en un contrato
esencial o necesariamente gratuito; la enorme mayoría de los depósitos (y, por lo
tanto, todos los de carácter comercial: art. 573, Cód. de Com.) son remunerados.
Cabe, pues, poner en duda inclusive el principio de que salvo pacto en contra-
rio, el depósito debe considerarse gratuito; con todo, esta regla obedece a una
larga tradición jurídica y tiene la ventaja de definir la solución en caso de que el
contrato guardara silencio o mediare duda sobre el punto.

b) Siendo gratuito, es también unilateral, ya que las obligaciones recaen sola-


mente sobre el depositario, que debe cuidar de la cosa y luego restituirla al
depositante. Es verdad que el depositante estará obligado a reintegrarle los
gastos, si los hubo; pero esta obligación no es otra cosa que una responsabili-
dad eventual, que puede nacer o no, según se haya o no incurrido en gastos y
que sólo tiene como finalidad hacer menos gravosa la carga que asume el depo-
sitario. Pero será bilateral si tiene carácter oneroso.

c) Es un contrato real, que no queda concluido sino con la entrega de la cosa


(art. 2190); entrega que puede ser real o ficta (como ocurre si la cosa está ya
en poder del depositario por un título distinto). Sin perjuicio de la validez de la
promesa del depósito de que nos ocuparemos en el número 2015.

d) Es un acto de confianza del depositante en el depositario. Esta confianza está


en la raíz del contrato y, según hemos de verlo, gobierna sus efectos de una
manera permanente.

Promesa de depósito
Según el art. 2190, el depósito es un contrato real, que no queda concluido sino
con la entrega de la cosa. Nada de ello impide, sin embargo, la validez del con-
venio por el que una de las partes promete la realización de un depósito y la otra
lo acepta, ya que de acuerdo con el principio de la autonomía de la voluntad,
son válidos todos los contratos realizados por personas capaces que no tengan
una causa ilícita. Pero no debe olvidarse que el depósito importa un acto de
confianza; si quien lo prometió la ha perdido en el futuro depositario, no puede
ser obligado a entregar la cosa. Esta consideración tiene particular importancia
en todo lo que atañe al incumplimiento por el depositante de la promesa de
depósito. En primer término, como ya lo dijimos, el depositario no podría exigir
la entrega de la cosa (por vía de embargo y secuestro judicial). Esta solución
resulta clara en el caso del depósito típico, en el que el depositario no tiene el

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uso de la cosa; su interés en el contrato queda satisfecho con la indemnización
de los daños y perjuicios que le ocasiona el incumplimiento. La solución no
varía porque el depositario se haya asegurado por el contrato el uso de la cosa
y pueda demostrar que tiene un interés efectivo en el cumplimiento del contrato,
puesto que el depósito se hace siempre teniendo principalmente en mira el inte-
rés del depositante, y es un acto de confianza; ello explica que el depositante
pueda en cualquier momento exigir la restitución de la cosa depositada (art.
2217) y, con tanta mayor razón, podrá negarse a entregar la prometida.

El incumplimiento de la promesa de depósito sólo da lugar, por tanto, a una


acción de daños y perjuicios; pero pensamos que precisamente porque el depó-
sito es un acto de confianza y se ha acordado principalmente en interés del
depositante, el incumplimiento de éste sólo permite al depositario reclamar la
indemnización del interés negativo. Así, el depositante estará obligado a pagar
los gastos que el depositario hizo para hallarse en condiciones de recibir el
depósito prometido, pero no podrá reclamar las ganancias que esperaba obte-
ner, supuesto que fuera remunerado.

En cuanto al incumplimiento del depositario, creemos que hay que distinguir


entre el depósito remunerado y el gratuito. En éste parece justo hacer responsa-
ble al depositario, sólo por el interés negativo: en primer lugar, porque se trata
de una liberalidad y no es razonable ser demasiado severo con quien la ha pro-
metido; en segundo término, porque así las dos partes reciben un tratamiento
igualitario, lo que es equitativo. Pero si el depósito es oneroso, entonces no
vemos razón alguna para apartarse de las reglas generales sobre la indemniza-
ción debida por incumplimiento contractual, que debe ser plena.

Distintas categorías de depósito


Según nuestro Código, el depósito puede ser voluntario o forzoso. El primero
es el que resulta del libre convenio de las partes; el segundo es el que se hace
en ocasión de algún desastre como incendio, ruina, saqueo, naufragio u otros
semejantes y el de los equipajes introducidos por los viajeros en los hoteles,
casas de hospedaje, etcétera (art. 2187).

A su vez el depósito voluntario puede ser regular o irregular. Es regular el que


se hace de cosas que pueden individualizarse; irregular el de cosas fungibles o
consumibles que una vez entregadas no pueden individualizarse. Esta distinción
tiene la mayor importancia porque el depositario irregular adquiere la propiedad
de la cosa y puede disponer de ella a diferencia de lo que ocurre en el depósito
regular o típico (art. 2191).

Por ello mismo el codificador creyó conveniente precisar rigurosamente los


supuestos de uno y otro.

Según el art. 2188, el depósito es regular:

1) Cuando la cosa depositada fuere inmueble, o mueble no consumible, aunque


el depositante hubiera concedido al depositario el uso de ella; es decir, que si
bien en su forma típica el depositario no puede usar de la cosa, la circunstancia
de que el depositante se lo permita, no altera el carácter regular del depósito.

2) Cuando fuere dinero, o una cantidad de cosas consumibles, si el depositante


las entregó al depositario en saco o caja cerrada con llave, no entregándole ésta;
o fuere algún bulto sellado, o con algún signo que lo distinga; porque en todos
estos casos, aunque la cosa que se entrega es fungible, está individualizada

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por el saco o caja que lo encierra. Creemos que también habría depósito regu-
lar si se entrega una suma de dinero en billetes de banco de cuya numeración
ha quedado constancia en el contrato y con prohibición para el depositario de
disponer del dinero; también aquí la cosa aunque consumible, ha dejado de ser
fungible, porque desde el momento en que se han individualizado los billetes por
su numeración y se ha prohibido al depositario disponer de ellos, quiere decir
que el depositante tiene algún interés especial en que se le devuelvan ésos y no
otros. Tampoco sería depósito irregular el de monedas antiguas, porque no son
bienes fungibles.

3) Cuando representase el título de un crédito de dinero, o de cantidad de cosas


consumibles, si el depositante no hubiere autorizado al depositario para la
cobranza; porque si lo hubiere autorizado, el dinero que el depositario recibe en
pago es un bien típicamente fungible y consumible.

4) Cuando representase el título de un derecho real o de un crédito que no sea


en dinero.

Según el art. 2189, el depósito será irregular:

1) Cuando la cosa depositada fuere dinero, o una cantidad de cosas consumi-


bles, si el depositante concede al depositario el uso de ellas o se las entrega sin
las precauciones del artículo anterior, nº 2, aunque no le concediere tal uso o se
lo prohibiere. Como las cosas consumibles son aquellas que se pierden para el
que las posee con el primer uso, la autorización a usarlas equivale a la de des-
truirlas o perderlas. Por consiguiente, si el contrato contiene la facultad de uso,
el depósito es irregular, aunque se haya entregado en cajas o bultos cerrados
con llave o lacrados. Pero si el depositante no ha tomado la precaución de indivi-
dualizar las cosas consumibles entregadas al depositario, éste queda autorizado
a consumirlas aunque el contrato se lo prohíba. La disposición es razonable
porque al depositante lo único que le interesa es que se le entreguen otras cosas
en igual cantidad y calidad.

2) Cuando representare crédito de dinero o de cantidad de cosas consumibles, si


el depositante autorizó al depositario para su cobranza; porque el dinero cobrado
es consumible.

FORMA Y PRUEBA

FORMA. La celebración del contrato de depósito no exige el cumplimiento de


formalidad alguna (art. 2200). En consecuencia, puede hacerse aun verbalmente.

PRUEBA. El contrato de depósito no puede ser probado por testigos, a menos


que el valor de la cosa depositada no exceda de doscientos pesos (art. 2201).
Adviértase que en este caso, la ley 17711 ha conservado el límite de doscientos
pesos, no obstante haberlo elevado en la regla general del art. 1193 a diez mil
pesos. Más aún, en el caso del depósito no juega el principio general del art.
1191, según el cual, ejecutado el contrato, puede admitirse la prueba de testigos
cualquiera sea el valor de la prestación. Si se aplicara esa regla a nuestro caso,
todo depósito, una vez entregado, debería poder probarse por testigos. Pero el
art. 2201 ha seguido un sistema más severo, destinado a impedir reclamaciones
de supuestos depósitos intentados sobre la base de testigos complacientes o
dudosos.

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En la práctica, por consiguiente, el depositante que quiera asegurarse la prueba
de su depósito, deberá munirse de un instrumento escrito. No se requiere el
doble ejemplar cuando el depósito es gratuito, pues aquella exigencia no se
aplica a los contratos unilaterales (art. 1021). Y si fuera oneroso, el ejemplar
único sirve de principio de prueba por escrito que hace viable la prueba testi-
monial.

Se ha considerado, con razón, que el ticket que se entrega en los guardarro-


pas sirve de principio de prueba por escrito; el que lo presenta en juicio puede
probar libremente (incluso por testigos) en qué consistía el depósito.

Sin embargo, no ha de creerse que sólo la prueba escrita es viable. También


lo es la confesional, sólo que en tal caso habrá que estar a la declaración del
depositario, tanto en lo que se refiere al hecho del depósito como a la identidad
de la cosa y a su restitución (art. 2201). Es decir, que si el demandado reconoce
el depósito pero se excepciona aduciendo que lo ha restituido, hay que estar a
su declaración, sin exigirle la prueba de la devolución, pues sus manifestaciones
son indivisibles.

¿La entrega de la cosa -no ya el contrato- puede probarse por cualquier medio?
Así lo resolvió la antigua Cámara Civil 1ª de la Capital, juzgando que se trata de
un hecho cuya prueba puede hacerse sin ninguna limitación. Pero la solución del
problema es delicada y exige distinguir diferentes supuestos. Por lo pronto, no
bastan los testigos cuando se trata de cosas cuyo valor excede de doscientos
pesos y con la prueba de la entrega se pretende acreditar la existencia de un
depósito (art. 2201). Pero puede ocurrir que el contrato esté ya acreditado por
otros medios y se trate sólo de probar que la cosa ha sido realmente entregada.
Si la existencia del contrato ha sido admitida por confesión del demandado,
habrá que estar al art. 2201: la sola prueba de testigos será ineficaz. En cambio,
la creemos viable cuando el contrato ha sido probado por otros medios y particu-
larmente por el instrumento mismo de su celebración; la cuestión tiene particular
interés en caso de que el instrumento documente una promesa de depósito en
la que no hay entrega actual de la cosa; la entrega ulterior podrá ser acreditada
por cualquier medio.

El depósito necesario puede probarse por todo género de pruebas incluso testi-
gos y presunciones (art. 2238).

Aplicación subsidiaria: Los depósitos que tienen su origen en resoluciones judi-


ciales (caso que involucra a la actividad de los martilleros), están reglados por
las normas que los autorizan. Sin embargo, con relación a sus efectos, las dispo-
siciones del depósito convencional se aplican subsidiariamente al supuesto de
depósito judicial en virtud de embargo y secuestro (art.2185, CC).

Obligaciones del depositario en el depósito regular

Enumeración
El depositario tiene las siguientes obligaciones: a) guardar y conservar la cosa
que se le entrega; b) respetar y guardar secreto respecto de las cosas deposi-
tadas en cajas o bultos cerrados; c) abstenerse de usar la cosa depositada; d)
restituirla al término del contrato o cuando el depositante lo exija.

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1. Obligación de guarda

Alcance y contenido
La obligación esencial del depositario, aquella que constituye el objeto principal
del contrato, es la guarda de la cosa. El depositario está obligado a poner en ella
la misma diligencia que en el cuidado de las suyas propias (art. 2202). En este
caso, la ley se aparta del criterio objetivo de culpa, para apreciarla en forma más
benévola; para eximirse de responsabilidad, no es necesario que el depositario
demuestre que obró como lo haría una persona diligente o un buen padre de
familia: le basta con demostrar que no pone más esmero en el cuidado de sus
propias cosas. La solución se explica porque no es justo ser demasiado exigente
con el autor de la liberalidad. Pero suponiendo que el contrato sea retribuido o
que el depositario tenga interés en él porque se le permite el uso de la cosa,
¿es también aplicable el criterio subjetivo de culpa establecido por el art. 2202?
Los autores nacionales se limitan a destacar que en la hipótesis de depósito
oneroso queda sin justificación esta norma, sin decidirse, empero, a sostener
una solución distinta. Por nuestra parte, pensamos que siendo el art. 2202 una
excepción al sistema general de apreciación de la culpa, basado en un criterio
objetivo, debe aplicarse estrictamente a la hipótesis evidentemente contemplada
por el codificador, que es el depósito gratuito. Ésa es la solución del Código
francés (art. 1928) que le sirvió de fuente, y la de la mayor parte de los Códigos
modernos (alemán, arts. 690 y 691; italiano, art. 1768; venezolano, arts. 1756 y
157; chileno, art. 2222, paraguayo, art. 1245, etc.). Concluimos, pues, que si el
depósito es retribuido o se autoriza el uso de la cosa, el depositario responde de
toda culpa, apreciada con criterio objetivo.

El contrato puede modificar la responsabilidad del depositario, sea para agra-


varla o atenuarla, para excluir ciertos riesgos, etcétera.

El depositario no está obligado a asegurar la cosa a menos que el contrato se


lo imponga.

El cuidado de la cosa debe ser personal, puesto que el depósito es una relación
de confianza. El depositario no puede delegar en otro dicho cuidado, es decir,
no puede depositar la cosa en un tercero, a menos de estar autorizado a hacerlo.
Pero puede poner la cosa bajo la vigilancia de un dependiente directo del depo-
sitario. En cualquier caso el depositario es responsable de la culpa del delegado
no dependiente o dependiente, a menos que el contrato al autorizarlo a designar
un sustituto, indique también la persona de éste, pues entonces el propio depo-
sitante será culpable de la elección.

El depositante tiene, contra el sustituto, acción reivindicatoria y acción directa


nacida del contrato de depósito

Caso fortuito o fuerza mayor


Como todo deudor de cuerpo cierto, el depositario que no lo restituye o lo res-
tituye deteriorado, se presume culposo si no demostrare lo contrario. La fuerza
mayor lo exime de responsabilidad a menos que la haya tomado a su cargo en
el contrato o que el acontecimiento haya sucedido por su culpa o que haya ocu-
rrido después de constituido en mora para restituir la cosa (art. 2203); empero,
en este último caso no responderá si demuestra que la cosa se habría perdido
también en poder del depositante (art. 892).

Un tribunal ha declarado que la presunción de que el incendio se debe a caso


fortuito, establecida en favor del locatario por el art. 1572, es aplicable por exten-

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sión al depósito gratuito. La solución nos parece justa, limitada estrictamente
a este supuesto; en cambio, en el depósito oneroso el depositario tendrá que
demostrar que el incendio originado en la misma casa donde se guardaba la
cosa no fue debido a su culpa o la de sus empleados; esta prueba será inne-
cesaria si el incendio se ha comunicado de otras casas vecinas; pero no podrá
excusar su responsabilidad el depositario que no tiene elementos para combatir
el incendio, tanto más si existe el peligro derivado de una instalación eléctrica
deficiente.

El robo o hurto de las cosas depositadas no constituye fuerza mayor, a menos


que fuera a mano armada o con empleo de violencia irresistible.

Ocurrido un caso fortuito que ponga en peligro las cosas depositadas al propio
tiempo que otras de propiedad del depositario, éste no tiene obligación de salvar
en primer término las depositadas; en otras palabras, la circunstancia de que pri-
mero procediera a salvar las suyas no lo hace responsable por la imposibilidad
que luego sobrevino de hacer lo propio con las depositadas. Cabe preguntarse
si esta solución debe mantenerse aun en la hipótesis de que las cosas deposita-
das sean de mayor valor que las suyas; se ha sostenido que no, porque si la ley
impone al depositario cuidar del depósito con la misma diligencia que pondría
en sus propias cosas (art. 2202), es obvio que tratándose de éstas hubiera prefe-
rido salvar la de mayor valor. No estamos de acuerdo con esta solución, que atri-
buye a la norma del art. 2202 un alcance que no tiene. Este artículo no contiene
otra cosa que una pauta general de apreciación de la diligencia con que debe
actuar el depositario, pero no ha pretendido resolver el conflicto muy especial
que se plantea en la hipótesis que ahora consideramos. Está bien reclamar del
depositario cuidado y diligencia, pero no debe exigírsele heroicidad a punto de
obligarlo a perder sus propias cosas para poner a salvo las que se le confiaron
en depósito; y tanto más si fue gratuito, porque al autor de una liberalidad no han
de pedírsele sacrificios excesivos. Pensamos, pues, que el depositario puede
siempre salvar en primer término sus propias cosas; a menos que la despropor-
ción de los valores fuera tan notable que la conducta del depositario que dejó
perder un depósito valioso resultara repugnante al sentido común y al deber de
lealtad.

Gastos de conservación
El depositario está obligado a hacer los gastos urgentes que demande la con-
servación de la cosa, sin perjuicio de su derecho de exigir luego su reintegro
(art. 2204). En cuanto a los gastos urgentes, su obligación se limita a dar aviso
de su necesidad al depositante (art. citado); y si avisado éste no los adelantara,
el depositario quedará libre de responsabilidad. Pero no tendrá obligación de
hacer ningún aviso si el peligro para la cosa resultara de un hecho propio del
depositante.

Como el depositario no está obligado a asegurar la cosa, el depositante no res-


ponde por las primas del seguro, a menos que ocurrido el siniestro, aquél le
entregue (como es su obligación, nº 2044), la indemnización recibida. En este
caso, en efecto, sería contrario a toda noción de equidad que el depositante se
beneficie con el acto de previsión del depositario y no afronte el pago de las
primas.

El depositario que no cumple con la obligación de avisar ni hace los gastos nece-
sarios, debe indemnizar al depositante de los daños y perjuicios que le resulten
(art. 2204).

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Obligación de guardar secreto

Alcance
Cuando el depósito consiste en una caja o bulto cerrado, el depositario debe
abstenerse de abrirlo salvo que estuviera autorizado por el depositante (art.
2205). Esta autorización se presume: 1) si el depositante ha entregado las llaves
de la caja al depositario (art. 2206), a menos que, no obstante esa circunstancia,
le hubiera prohibido abrirla; 2) si las órdenes del depositante no pudieran cum-
plirse sin abrir la caja o bulto (art. citado).

Pero el depositario no sólo debe respetar el secreto del depósito entregado en


caja cerrada; está también obligado a no divulgarlo si por cualquier aconteci-
miento (apertura de la caja con o sin autorización del depositante, sea por hecho
del depositante, del depositario o por caso fortuito) llegase a conocer su conte-
nido (art. 2207). Aunque esta disposición parece especialmente referida al caso
de depósito entregado en bulto cerrado pensamos que la obligación de no divul-
gar el contenido del depósito existe siempre que de las circunstancias del caso
(o de lo prevenido en el contrato) resulte que el depositante pueda tener interés
en conservar el secreto. Es una obligación que se desprende del deber de res-
ponder legalmente a la confianza puesta en el depositario.

La violación de esta obligación, hace pasible al depositario de los daños y per-


juicios (art. 2207); pero no será responsable si la conservación del secreto lo
expone a penas o multas (art. citado), como ocurriría si el depósito contiene
el cuerpo de un delito (por ej., el cadáver de un occiso) que el depositante no
puede ocultar sin hacerse pasible de encubrimiento.

Obligación de no hacer uso de la cosa

Alcance
El depositario no puede usar la cosa depositada, a menos que el depositante lo
hubiera autorizado expresa o implícitamente (art. 2208). Si, violando sus obliga-
ciones legales, el depositario la usare, debe los daños y perjuicios consiguien-
tes, que se calcularán de la siguiente manera: a) si la cosa fuere inmueble o
mueble no fungible, pagará el alquiler de ella desde el día del contrato, como si
fuere locatario; b) si fuere dinero pagará los intereses corrientes también desde
el momento del contrato, como si fuera mutuario (art. 2209). Como el depósito
de dinero supone la transferencia del dominio de la cosa (art. 2191), el deposi-
tario queda autorizado a usarlo y a disponer de él como le plazca, aunque se lo
prohíba el contrato (art. 2189 inc. 1º); por lo tanto, esta norma sólo puede tener
aplicación en el caso de que el dinero se haya entregado en caja o bulto cerrado,
que el depositario hubiera abierto. El art. 2209 no prevé el caso de las cosas fun-
gibles que no sean dinero (que no pueden ser locadas, art. 1499, ni devengan
intereses), porque ellas sólo pueden ser objeto de un depósito irregular, que
como tal puede ser libremente usado por el depositario.

Si la cosa se perdió por caso fortuito ocurrido con ocasión del uso indebido,
el depositario es responsable, a menos que pruebe que la cosa igualmente se
hubiera perdido si no la hubiere usado.

Finalmente, diremos que la autorización de usar la cosa no transforma el con-


trato en comodato en tanto el objeto principal sea la guarda de la cosa.

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Obligación de restitución

Cómo debe hacerse la restitución


La restitución debe hacerse en especie; debe restituirse la misma e idéntica cosa
(art. 2182) con todas sus accesiones y frutos y como ella se encuentre sin que
el depositario sea responsable de los daños o deterioros que hubiera sufrido sin
su culpa (art. 2210).

En lo que atañe a los frutos el depositario sólo debe los percibidos pues en su
calidad de simple custodio no está obligado a cultivar la cosa.

Cuando la restitución en especie se ha hecho imposible por culpa del deposi-


tario (que la ha destruido o enajenado), está obligado al pago de los daños y
perjuicios consiguientes. Como todo deudor de cuerpo cierto, su culpabilidad
se presume mientras no demostrare lo contrario -El caso fortuito le exime de
responsabilidad, pero si hubiese asegurado la cosa, debe reintegrar la indemni-
zación al depositante, que naturalmente debe cargar con el pago de las primas

A quién debe hacerse la restitución


La cosa depositada debe restituirse al depositante o al mandatario de éste; si el
depósito ha sido hecho por un mandatario a nombre del mandante, debe res-
tituirse al mandante a menos que el mandatario tuviere también poderes para
recibirlo; en caso de muerte del depositante, a sus herederos (art. 2211).

Si el depósito ha sido hecho por un tutor o curador o un administrador de bienes


ajenos, acabada la administración, el depósito debe ser devuelto a la persona
representada (art. 2213). Si el depositante hubiera perdido la administración de
sus propios bienes, la restitución debe hacerse a la persona a la cual hubiere
pasado la administración (art. 2214).

Puede ocurrir que quienes deban recibir el depósito sean varios, porque fueron
múltiples los depositantes o porque fallecido el depositante, lo sucedieron varios
herederos. Si los interesados se ponen de acuerdo sobre quién ha de recibir el
depósito, el depositario cumple entregándolo a dicha persona: pero si no hay
acuerdo la cosa debe consignarse judicialmente (art. 2211).

¿Qué ocurre si el contrato designa una persona para recibir el depósito y muere
el depositante? ¿La cosa debe ser entregada a los herederos de éste o a la per-
sona designada? Hoy se admite generalmente que la designación de un tercero
para recibir la cosa importa un mandato y como éste concluye con la muerte del
mandante, la cosa debe ser entregada a sus herederos; a menos que resulte
claro que la intención del depositante fue hacer una donación en favor del ter-
cero designado.

El depositante no tiene necesidad de justificar su derecho de propiedad sobre


la cosa para exigir su devolución (art. 2215), porque su acción de restitución no
surge del dominio sino del contrato. Pero el art. 2215 agrega a continuación que
si el depositario llega, sin embargo, a descubrir que la cosa ha sido hurtada, y
quién es su dueño, debe hacer saber a éste el depósito para que lo reclame en
un corto término. Si el dueño no lo hiciere así, el depositario debe entregar el
depósito al depositante.

¿Qué ocurre si el depositario llega a descubrir que la cosa ha sido robada o


hurtada y no sabe quién es el dueño? Desde luego, no podrá ya notificarlo del
depósito, como lo quiere este artículo, ni incurrirá en responsabilidad civil si

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 119
guarda silencio; pero deberá dar aviso a las autoridades si no quiere hacerse
pasible del delito de encubrimiento.

Para que la negativa del depositario a devolver la cosa al depositante se justi-


fique, basta con que el primero llegue a descubrir que la cosa ha sido hurtada.
No interesa por qué conducto ha tenido noticia del delito; al dueño le basta con
probar que el depositario lo conocía y sabía quién era el dueño, para hacerlo
responsable. Es claro que no es suficiente con un mero rumor o noticia más o
menos infundada; la resistencia del depositario a devolver el depósito a quien se
lo hizo no se justifica sino por motivos serios. De cualquier modo, al propietario
de la cosa le basta con notificarle que le pertenece y que le ha sido robada o
hurtada, para que el depositario deba abstenerse de entregarla al depositante.

¿El art. 2215 se aplica sólo a las cosas robadas o hurtadas o también a las
perdidas? Algunos autores sostienen no sin razón, que frente a numerosas dis-
posiciones legales que equiparan las cosas robadas a las perdidas (arts. 1612,
2277, 2279, 2412 y 2539), sería justo aplicarlo también a éstas. Será muy difícil,
sin embargo, que los jueces lo hagan, porque frente a una norma que no ha
previsto expresamente el caso y cuya interpretación es por lo menos discutible,
parece demasiado fuerte hacer responsable al depositario por haber restituido
la cosa al depositante.

Desde que el depositario sabe que la cosa es robada o perdida y quién es su


dueño, debe notificar a éste, para que la reclame dentro de un corto término;
y si el dueño omitiera la reclamación, el depositario debe devolver la cosa al
depositante (art. 2215). La ley no ha establecido, como hubiera sido de desear,
el plazo en el cual el dueño debe hacer la reclamación. Entendemos que basta
un término aproximado a los quince días, suficiente para iniciar la acción judicial.

La acción del dueño debe dirigirse contra el depositante con notificación de la


litis al depositario; éste se liberará de responsabilidad consignando la cosa a la
orden del juez que entiende en el pleito.

Si el depositante no tiene obligación de justificar su derecho de propiedad sobre


la cosa debe, en cambio, acreditar su calidad de depositante o de heredero de
éste o de mandatario. En las guardarropías se supone que quien presenta el
ticket tiene derecho a retirar la cosa; se admite generalmente que el ticket ha de
considerarse como un documento al portador y que el depositario queda libre de
la obligación de cerciorarse acerca de la identidad del que lo presenta.

Lugar y gastos de la restitución


El depósito debe restituirse en el lugar en que se lo hizo, salvo que en el contrato
se designare otro; en este caso, el depositario está obligado a transportar la
cosa al lugar indicado, siendo de cuenta del depositante los gastos del traslado
(art. 2216).

Tiempo de la restitución
El depósito debe restituirse en el lugar en que se lo hizo, salvo que en el contrato
se designare otro; en este caso, el depositario está obligado a transportar la
cosa al lugar indicado, siendo de cuenta del depositante los gastos del traslado
(art. 2216).

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Tiempo de la restitución

El problema del tiempo de la restitución debe ser analizado con relación a dos
hipótesis distintas:

a) El contrato fija el término. El plazo se supone fijado en favor del depositante,


de modo que él puede exigir la restitución en cualquier momento (art. 2217). ¿Se
aplica esta disposición a cualquier depósito, aunque sea remunerado? Pensa-
mos que, en este caso, el plazo ha sido establecido en favor de ambas partes,
pues no cabe duda que el depositario también tiene interés en él. Sin embargo,
como el depósito se funda siempre en una relación de confianza, cuando el
depositante la ha perdido en el depositario no es justo obligarlo a que mantenga
la cosa en poder de éste; debe pues reconocérsele el derecho de reclamarla,
pero tendrá que pagar íntegramente el precio convenido, excepto que se haya
reservado el derecho de requerir la restitución anticipada de la cosa o que tenga
fundados motivos para desconfiar del depositario.

¿Se aplica el art. 2217 al depósito irregular? Algunos autores sostienen que no,
porque en el depósito irregular tiene también interés el depositario. Sin embargo,
de lo dicho precedentemente resulta que el interés que eventualmente pueda
tener el depositario en el contrato no autoriza a apartarse de la solución de este
artículo, porque cualquiera sea la naturaleza del depósito, el principal interés -y
el que la ley protege en primer término- es siempre el del depositante.

Sin embargo, nada se opone a la validez de las cláusulas contractuales que


dispusieran lo contrario; vale decir, es lícito que el contrato establezca que el
depositante no podrá reclamar la restitución hasta el término convenido, pues
no hallándose comprometido un interés de orden público, los contratos tienen
plena validez entre las partes, conforme al principio de la autonomía de la volun-
tad.

Cabe preguntarse si el depositario puede devolver la cosa antes del término


fijado. En principio, la respuesta debe ser negativa; pero esta solución, aplicada
rígidamente, no sería equitativa. En el contrato de depósito gratuito típico, debe
reconocerse al depositario el derecho de devolver la cosa cuando demuestre
que han sobrevenido motivos que hacen demasiado onerosa o perjudicial la
guarda. Pues si, en definitiva, la aceptación del depósito ha importado un acto
de liberalidad y de buena voluntad hacia el depositante, no es justo exagerar el
rigor para apreciar las obligaciones asumidas por el depositario. En cambio, tra-
tándose de un depósito remunerado, el plazo lo obliga rigurosamente.

Aun sin demostrar que el depósito ha devenido demasiado oneroso o perjudicial,


puede el depositario devolver la cosa si demuestra que padeció error en la per-
sona del depositante o si descubre que la guarda de la cosa era peligrosa (art.
2184). Nos parece que el error en la persona del depositante sólo debe autorizar
la devolución de la cosa cuando se trata del depósito gratuito; nos remitimos
sobre el tema a lo que tenemos dicho en el número 2024. Por el contrario, el
depositario que descubre que la cosa que creía inocua es peligrosa, está facul-
tado para devolverla, sea el depósito gratuito u oneroso; la lealtad en los nego-
cios impone esa solución (véase nº 2024).

b) El contrato no fija término.- Cualquiera de las partes puede ponerle fin cuando
quiera (art. 2226, inc. 1º). Pero el depositario no puede ejercer este derecho en
forma intempestiva o arbitraria, como ocurriría si el depositante está en el extran-
jero y no se encuentra en condiciones de cuidar de la cosa.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 121
Si puesto en mora el depositante para recibir el depósito, retardare la recepción
de la cosa, es responsable de los daños y perjuicios.

Prescripción de la acción de restitución


La acción de restitución del depósito no tiene plazo especial; rige por tanto el
común de 10 años; pero si el depositante es a la vez propietario, su acción rei-
vindicatoria es imprescriptible, sin perjuicio de la adquisición del dominio de la
cosa por usucapión, sea por el depositario o por un tercero.

Compensación
En el depósito irregular, la obligación de restituir puede compensarse con crédi-
tos que tenga el depositario contra el depositante; en cambio, tal compensación
no tiene lugar en el depósito regular (art. 2219), porque en éste el objeto debe
ser siempre una cosa no fungible y la naturaleza de ésta no es compatible con
la compensación.

Derecho de retención del depositario


El depositario tiene derecho a retener la cosa depositada hasta el entero pago
de lo que se le debe en razón del depósito. Hasta aquí lo dispuesto por el art.
2218 es razonable; pero luego agrega una disposición sorprendente: el derecho
de retención no puede ejercerse por el pago de la remuneración ofrecida ni por
los perjuicios que el depósito le hubiere causado al depositante. Puesto que se
trata de deudas originadas en el depósito, no hay razón alguna para excluirlas
del ámbito de aplicación del derecho de retención. Según el artículo comentado,
los únicos créditos que permitirían al depositario ejercer este derecho, son los
derivados de los gastos de conservación de la cosa y los de su traslado al lugar
indicado por el depositante.

De más está decir que el derecho de retención no puede ejercerse por créditos
ajenos al depósito (art. 2218).

Actividad 1: Fianza y Extensión

Adrián Minetti es el mejor amigo de Juan Solda, dueño de un comercio mino-


rista que vende artículos de cotillón en el centro de esta ciudad. Adrián y Juan
nunca han mezclado su relación de amistad con cuestiones de negocios, pero
en una oportunidad este último le pide al primero que le haga el favor de asumir
el carácter de fiador en una compraventa de mercadería que debe efectuarle a
un mayorista de la zona, porque ha tenido inconvenientes con la persona que
antes se desempeñaba este rol en los contratos que celebraba, ya que frente a la
necesidad de responder por sus obligaciones en una oportunidad se insolventó.
Adrián no ve con buenos ojos esta propuesta, pero como su amigo se lo soli-
cita encarecidamente, y le promete además que será solo por esta vez, acepta,
y firman ambos el Contrato de Compraventa, haciéndolo Adrián en el carácter
de fiador. Sin embargo, luego del pago y posterior recepción de una carga de
500 bonetes, 600 cornetas y 1500 velitas de cumpleaños, Juan le encarga al
comerciante mayorista 700 paquetes de globos, 1000 servilletas de papel y otros
artículos varios que recibe días después en su comercio, pero que nunca paga.
A consecuencia de la falta de pago, el comerciante mayorista decide ejecutar la
fianza constituida originariamente, reclamando también los intereses por la mora
del deudor.

EDUBP | MARTILLERO, CORREDOR PUBLICO Y CORREDOR INMOBILIARIO | Derecho Civil I - pág. 122
Responda fundadamente:

- ¿Qué es la fianza?
- ¿Cuál es el límite de la obligación del fiador?
- ¿Qué se debe interpretar en caso de duda sobre la extensión de la Fianza?
¿Deberá responder Andrés por el pedido ulterior de mercadería no abo-
nada por Juan?
- ¿Qué solución cabe darle al reclamo por intereses?

Actividad 2: Depósito

María Laura es la propietaria de un galpón que momentáneamente se encuentra


en desuso y desocupado, y decide publicar en los Avisos Clasificados su inten-
ción de utilizarlo como depósito de objetos de gran porte.

Esther, por su parte, se domicilia en la misma ciudad que María Laura y acaba de
adquirir una lancha que pretende utilizar en sus próximas vacaciones de verano
en una laguna cercana, pero en su domicilio no hay espacio suficiente para
guardarla. Por esta razón se contacta con María Laura, y celebran un Contrato de
Depósito regular, en virtud del cual la primera de las nombradas se compromete
a guardar la lancha durante los meses de Marzo a Diciembre, fecha esta última
en la cual Esther retirará el vehículo náutico del galpón para llevarlo a la laguna
durante el verano, y a cambio de ello le abonará a María Laura la suma de pesos
seiscientos ($600) mensuales.

Sin embargo, transcurrido un mes de la vigencia del contrato, y estando la


lancha a resguardo en el mencionado galpón, se desata un gran incendio en
el inmueble, y cuando Esther concurre al día siguiente pagar el canon pactado,
se encuentra con que la lancha está completamente deteriorada por haber sido
también alcanzada por las llamas.

Muy molesta con María Laura porque no le avisó acerca de lo sucedido la tarde
anterior, Esther decide resolver el contrato inmediatamente y reclamarle el pago
del valor total de la lancha, más los daños y perjuicios ocasionados.

Responda, fundamentando sus conclusiones:

- ¿Cuál obligación pesa sobre el depositario cuando no restituye el cuerpo


cierto objeto del contrato, o lo restituye deteriorado? ¿Existe alguna pre-
sunción legal en su contra? ¿Como se contrarresta?

- ¿Tiene alguna relevancia para la solución del caso el hecho de poder esta-
blecer que el incendio haya podido suceder por culpa de María Laura?
¿Qué sucede si se demuestra que ha sido un acontecimiento de fuerza
mayor?

Ahora usted está en condiciones de realizar la última actividad de la


evaluación.

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