El Profetismo

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SÍNTESIS TEOLÓGICA

Tesis 3:
EL PROFETISMO

INTRODUCCIÓN

La palabra profeta tiene origen griego ( ) que significa “hablar en vez


de”, “ser portavoz de” o “hablar ante alguien”, “hablar en voz alta. Es una
expresión muy usada en la versión griega del AT y en el NT. En el texto hebreo
del AT se corresponde normalmente con la palabra nabi, pero también traduce
a otros vocablos como hozeh –vidente- (2 Sam 24,11), roeh –vidente- (1 Sam
9,9.11). Se usan además otras denominaciones como hombre de Dios (1 Sam
9,6), soñador o hombre de sueños (Dt 13,2), pero el vocablo más usado es
nabí.

El término para designar al profeta es nabí que significa "el que ha sido llamado
por Dios". Su actuación profética se produce en el contexto social, económico y
religioso que vive el pueblo de Israel en las diferentes situaciones históricas.
Los profetas tienen dos características importantes: una experiencia de Dios
que les convierte en portavoces de sus designios de salvación para sus
conciudadanos; y comparten con los demás la situación por la que pasa el
pueblo, así como su necesidad de liberación. Son testigos de que los planes de
Dios no coinciden con los caminos de los hombres (Is 55, 8-9), y expresan
abiertamente lo que Dios les sugiere para destruir y edificar, para sostener y
consolar, para denunciar y anunciar (Jer 1,10). El profeta es consciente de su
pequeñez, limitación e impureza (Is 6,5), pero al mismo tiempo siente que su
vocación y misión les viene de Dios. Intercede constantemente en favor del
pueblo (1 Sam 12, 19-23; Am 7, 2-5) y ora para que las situaciones sean más
acordes con la justicia y el derecho. “En el cara a cara con Dios, los profetas
extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo
infiel, sino una escucha de la palabra de Dios; es, a veces, un debatirse o una
queja, y siempre, una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios
salvador, Señor de la historia (cf. Am 7, 2.5; Is. 6,5. 8.11; Jn. 1,6; 15, 15-18; 20,
7-18)" (CEC 2584)

Algunos rasgos o características del profeta bíblico pueden ser:

 Hombre de palabra: No es un adivino ni un visionario, aunque la


palabra pueda venir de una visión. Es ante todo un hombre llamado por
Dios para transmitir su Palabra de manera que ilumine el presente con
todos sus problemas concretos: injusticias sociales, política interior y
exterior, corrupción religiosa, desesperanza y escepticismo. Por tanto, el
único apoyo del profeta es la Palabra del Señor que Él le comunica
personalmente cuando quiere, y sin que el profeta pueda negarse a
proclamarla.

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 Portavoz de Dios: Como la Palabra no es suya, el profeta es el


mensajero que comunica la voluntad de alguien más grande. Señala el
mal y, sobre todo, desenmascara. También es el hombre que da
esperanza, que anuncia la salvación y a través del cual, llega al pueblo
la mano de Dios que va conduciendo con la esperanza hacia la
salvación.
 Hombre elegido: El verdadero profeta no se elige, es elegido, es
vocacionado. La llamada viene de otro y, en ocasiones, se resisten con
uñas y dientes contra una vocación que les hacía vivir en contra
corriente de su pueblo (Jeremías)
 Hombre público: Para transmitir la palabra ha de estar en contacto con
los demás en la calle, en la plaza pública o donde el mensaje es más
necesario y la problemática más acuciante. Ningún sector le resulta
indiferente porque nada es indiferente para Dios.
 Hombre amenazado: en primer lugar por Dios que le cambia la
orientación de su vida y le saca de su actividad normal. Y en segundo
lugar, por sus mismos contemporáneos que lo persiguen y lo
encarcelan, incluso es perseguido por reyes, poderosos, sacerdotes y
falsos profetas.

Profetismo israelita

A través del uso que se da en la Sagrada Escritura al término nabi, se pueden


descubrir los rasgos principales de la historia del profetismo israelita:

 El fenómeno carismático, signo de la presencia de la divinidad en la vida


de los hombres, que se encuentra en casi todos los pueblos, se hace
presente también en el primitivo Israel por medio de los jefes de familia
en la época nómada. Por medio de visiones, sueños, y otros fenómenos
paralelos conocían el deseo o la voluntad de la divinidad. La palabra del
patriarca era en tales casos determinante.
 Los grupos de nebiim, que los primeros israelitas encontraron en la tierra
de Canaán, fueron relacionándose poco a poco con ese fenómeno, que
se había ido manifestando en personalidades especiales como Josué o
los denominados jueces. La evolución de estos grupos, en donde
comenzó a destacar la figura de un jefe que hablaba en nombre de la
divinidad, favoreció la aplicación del término nabí, en singular, a toda
persona que alegara hablar en nombre de Dios.
 Al institucionalizarse la forma de gobierno monárquica, cobró realce la
figura del perito en cuestiones divinas. El rey le consulta todas las
decisiones graves de gobierno, así como las empresas militares. Con el
pasar del tiempo la figura del nabí encarnará el contrapunto crítico de la
monarquía.

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 Ese personaje fue acostumbrándose a ver la realidad desde palacio y


perdió su carácter de contraste respecto a las decisiones del rey. Esta
característica siguió en aquellos espíritus clarividentes y decididos que
optaron por salir de la corte. Vivían pobremente, a veces perseguidos y,
al tiempo que denunciaban los abusos que se podían cometer,
respondían a las consultas de todas las gentes que se les acercaban,
fueran éstos israelitas o extranjeros.
 El último y definitivo paso en este proceso es la aparición de las figuras
de los grandes profetas posteriores, que, si bien ocasionalmente
dialogaban con los reyes o con las gentes individuales, se caracterizan
por predicar a todo el pueblo, exigiendo la conversión ante el juicio
inminente de Dios que anuncian. Estos son los que posteriormente
serán llamados con el nombre de profetas.

a. PROFETISMO PRECLÁSICO EN ISRAEL: ORÍGENES Y EVOLUCIÓN

Como profetismo preclásico en Israel, podemos entender el profetismo antes


del surgimiento de los profetas escritores. La distinción principal entre los
profetas clásicos y los preclásicos es, en primer lugar, el legado en las obras
escritas que han dejado y, en segundo lugar, son los profetas preclásicos los
que aparecen en las narraciones históricas y no como obras propiamente
escritas. En estos siglos que van desde la instauración de la monarquía hasta
la aparición de Amós podemos detectar tres etapas, muy relacionadas con la
actitud que el profeta adopta ante el rey.

La primera podemos definirla de cercanía física y distanciamiento crítico


respecto al monarca. Los representantes más famosos de esta primera época
son Gad y Natán. Gad desempeña una función de consejero militar, una
función judicial y una función cultual. Es importante advertir que nunca se dirige
al pueblo; siempre está en relación directa con David. Natán tiene más
importancia. Es el profeta principal de la corte al estar presente en los
momentos decisivos de la vida de David. Considerarlos profetas de la corte no
es acusarlos de servilismo, ya que nunca se vendieron al rey. Por eso podemos
definir su postura de cercanía física y distanciamiento crítico.

La segunda etapa se caracteriza por la lejanía física que se va estableciendo


entre el profeta y el rey, aunque aquél sólo interviene en asuntos relacionados
con éste. Un ejemplo significativo es el de Ajías de Siló (1 Re 11,29-39 y 14, 1-
8) quien, con su actuación demuestra que el compromiso del profeta no es con
el rey, sino con la palabra de Dios. A diferencia de la etapa anterior, Ajías no
vive en la corte ni cerca del rey.

La tercera etapa concilia la lejanía progresiva de la corte con el


acercamiento cada vez mayor al pueblo. El ejemplo más patente es el de
Elías que nunca pisa el palacio del rey Ajab y nadie puede obligarlo, ni siquiera

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por la fuerza, a presentarse ante el rey; él lo hará voluntariamente (2 Re 1). Por


otra parte, Elías se acerca a la gente, como lo demuestra el episodio de la
viuda de Sarepta (1 Re 17, 9-24) y el juicio en el monte Carmelo (1 Re 18).
Estos tímidos pasos serán continuados por Eliseo, el profeta más «popular» del
Antiguo Testamento. A partir de ahora, los profetas se dirigirán
predominantemente al pueblo. No dejan de hablar al rey, ya que éste ocupa un
puesto capital en la sociedad y la religión de Israel, y de su conducta dependen
numerosas cuestiones. Pero se ha establecido un punto de contacto entre el
movimiento profético y el pueblo, y ambos irán estrechando sus lazos cada vez
más.

En esta tercera etapa son Elías y Eliseo los profetas que merecen más
atención. Elías desarrolla su actividad durante los reinados de Ajab y Ocozías,
(874-852) en el Reino del Norte. Es el tipo de profeta itinerante, sin vinculación
a un santuario, que aparece y desaparece de forma imprevisible. En cierto
modo, Elías es un nuevo Moisés. Y su vida repite en parte el itinerario de aquel
gran hombre: huida al desierto, refugio en país extranjero, signos y prodigios,
viaje al Horeb (Sinaí), que culmina en la manifestación de Dios. Igual que
Moisés, Elías desaparece en Transjordania. Sin duda, hay una intención
premeditada por parte de los narradores al presentarlo de esta forma. Si
Moisés fue el fundador de la religión yahvista, Elías será su mayor defensor en
momentos de peligro.

De hecho, la política de Omrí y de Ajab (885-853 en Reino del Norte),


especialmente la alianza con Tiro, provocó una difusión anormal de la religión
cananea. De este modo, los israelitas se acostumbraron a dar culto a Yahvé y
a Baal. Esta actitud sincretista había comenzado muchos siglos antes, tal y
como lo cuenta la historia de Gedeón (Jue 6,25ss). Pero es ahora cuando se
convierte en un serio peligro. La misión principal de Elías consistirá en defender
el yahvismo en toda su pureza, con la confesión de que sólo Yahvé es el Dios
de Israel. Y esta confesión tiene repercusiones no sólo en el ámbito del culto,
sino también en el social.

No se puede dudar de dos cosas: Elías fue una personalidad extraordinaria, de


gran influjo en el pueblo (al menos en los círculos proféticos posteriores), y
salvó el yahvismo en un momento crítico, llevando a la vida el contenido
programático de su nombre: “mi Dios es Yahvé”

Por su parte, Eliseo, discípulo y continuador de Elías, se presenta con dos


rasgos dominantes: uno es el santo milagrero, especializado en milagros de
agua; el otro es el del profeta que dirige los movimientos políticos, cambiando
dinastías. Su cantidad de milagros, que supera incluso a Elías y a cualquier
otro personaje del Antiguo Testamento, no engrandece su figura sino que
distrae. Tal acumulación minuciosa puede deberse a los círculos proféticos

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donde actuó. Al margen de la política internacional, transcurre un anecdotario


pintoresco, que exalta los poderes de Eliseo sin delinear su figura.

Su ciclo se encuentra en 2 Re 2; 3, 4-27; 4, 1-8, 15; 9, 1-10; 13, 14-21


comenzando con un relato que habla de Elías y Elíseo (2 Re 2), cuyo tema
principal es el paso del espíritu de Elías a su discípulo.

b. PROFETISMO CLÁSICO: LOS RELATOS DE VOCACIÓN


PROFÉTICA

En el siglo VIII llega a su cumbre el desarrollo del movimiento profético en


Israel. Es un tiempo de esplendor, que durará hasta la caída del reino de Judá
y su exilio en el siglo VI. Algunas características comunes a todo este período
son:

 Por primera vez, se encuentran libros independientes dedicados al


ministerio particular de los profetas, lo cual hace que se les conozca
como profetas escritores, si bien no significa, necesariamente, que
fueran ellos los autores de sus libros. Emplean un lenguaje sencillo y
directo, toman prestadas de otros ámbitos (litúrgico, sapiencial, jurídico)
fórmulas con las que expresar mejor sus anuncios. Su profecía está
cargada de sentimientos, los suyos y los de Dios. Se produce una
auténtica simpatía entre Dios y sus profetas.

 En torno a ellos hemos de suponer un grupo de discípulos, quizá algo


diferente de lo que encontramos en el período preclásico. Estos serían
los que habrían mantenido vivas, a lo largo del tiempo, las profecías
originales de sus maestros, adaptándolas a las nuevas situaciones y
reelaborándolas en todo momento; haciendo tradición viva lo que fue, en
vida del profeta, una desbordante e inabarcable intuición. Aun cuando el
anuncio se hubiese cumplido ya, la palabra de Dios seguía viva y activa
en la historia, y había que seguir transmitiéndola, pues el verdadero
cumplimiento es inagotable.

Relatos de vocación profética

Los relatos de vocación pueden ser biográficos o autobiográficos. Son


narraciones que ponen de manifiesto que la actividad profética no es mero
capricho, sino fruto de un impulso superior que los sujetos atribuyen al mismo
Dios. Dichos relatos suelen datarse en un momento determinado del profeta,
previo al comienzo de su misión, porque explican la misma. Bien se sabe que
estas experiencias corresponden más a un proceso vital que a un punto de la
historia.

Aunque más que las partes del relato, lo que interesa es el dinamismo que esta
encierra, se constata que la mayoría de los relatos de vocación profética suelen

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coincidir en sus partes y describen la vocación como proceso dinámico,


descrito en un momento puntual. La manifestación divina (1) expresa que
Dios irrumpe en la vida del profeta, pues no se trata de su presencia habitual.
La palabra introductoria (2) recoge el aspecto personal de la comunicación
establecida ya que no se trata de algo anónimo o casual. En la vocación se
recibe un encargo (3) que se expresa como imperativo, por lo que no se la
puede adjudicar nadie a sí mismo, viene de otro y se experimenta como
perentoria. Siempre hay una objeción (4) que no se trata de falsa humildad,
sino que expresa en primer lugar la libertad del enviado; es también un grito de
desahogo no tanto ante la dificultad prevista, cuanto ante la dificultad
experimentada. Finalmente, la confirmación (5) y el signo que la acompaña
(6) constituyen la respuesta de Dios a la objeción real; la confirmación vale sólo
para el profeta y es importante la fórmula “Yo estoy contigo”; el signo que a
veces se ofrece no trata de satisfacer la curiosidad personal ni del profeta ni de
su público, sino que en sí mismo constituye la credencial pública del profeta.
Sólo quien acepta que Dios ha hablado es capaz de comprenderlo.

a. Amós (Am 7, 15)

Su vocación, un poco misteriosa, es conocida casi por casualidad, al estar


insertada en el relato del conflicto que sostiene con Amasías, sumo sacerdote
de Betel (Am 7,10-17). La breve alusión solo deja entrever cómo un hombre
dedicado a la actividad agrícola y ganadera se siente un día arrancado de su
trabajo y enviado por Dios a predicar en el Reino del Norte. No se sabe cómo
sintió Amos esta llamada ni si tuvo la certeza de que era el Señor el que le
enviaba.

b. Isaías (Is 6, 1-13)

Con una introducción histórica se inicia el relato de la vocación de Isaías, cuya


primera característica consiste en ser presentada en el contexto de una visión.
En ella se destaca la majestuosidad de Dios, sentado en el trono, rodeado de
sus ministros y cubriendo el templo con la orla de su manto. Los serafines
cantan su majestad y su gloria, que llena la tierra. La objeción que pone basado
en su impureza, pone en mayor relieve la santidad de Dios y su poder de
purificación.

Este capítulo de la vocación, es uno de los más interesantes para comprender


el modo de actuar de Dios en la historia y la teología de Isaías. En él se
encuentra sintetizado el núcleo de su mensaje y tiene como principales
protagonistas a Dios, Isaías y el pueblo. Abarca el pasado y el futuro. Y nos
dice que, en ese período de tiempo, se va a dar una intervención especial de
Dios que cambiará el rumbo de la historia de Israel. Pero Dios utiliza a un
hombre para llevar a cabo sus planes: llama a Isaías y lo envía a una misión.

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Se divide el capítulo en tres partes: visión (1-5); purificación (6-7); y misión (8-
13). En la primera parte domina el elemento visual, en la segunda la acción, en
la tercera la audición.

La visión inicial (1-5): subraya la majestad y soberanía de Dios y sirve de


ambientación a todo lo que sigue. Se subraya la supremacía de Dios mediante
tres contrastes: el primero, con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa el rey
inmortal. El segundo, con los serafines, a los que se describe detenidamente, y,
el tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Son, por tanto, tres
binomios los que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-
visibilidad, santidad-impureza). Esta majestad sublime queda sintetizada en
ese título típico del libro de Isaías, el Santo.

Isaías utiliza en esta primera parte, los elementos literarios típicos de las
teofanías (temblor, voz, humo) y muestra gran habilidad para conseguir un
ambiente totalmente penetrado por Dios sin llegar a describirlo. Aunque no se
puede afirmar que Isaías no conocía a Dios, este momento representó para él
una experiencia nueva, distinta, del Señor.

Purificación (6-7): Tras la queja de Isaías “soy un hombre de labios impuros”,


un serafín purifica sus labios, como símbolo de purificación de toda la persona,
con lo cual, no es que Isaías ya tenga los labios puros, sino que “ha
desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Esta escena sirve de
transición y prepara a Isaías para ser elegido por Dios.

Misión (8-13): Estos versos centran de nuevo la atención en la corte divina.


Utilizando el género literario de encargo de una misión difícil, deja percibir un
detalle importante: Isaías se ofrece sin saber a qué se ofrece ni a dónde lo van
a mandar. Es la disponibilidad absoluta al servicio de Dios. Es interesante el
hecho de que Isaías reconozca la necesidad de ser enviado, por ello su
respuesta no es voy, sino envíame. Dios acepta al punto el ofrecimiento y le
indica cuál será su misión, muy extraña por cierto. Debe proclamar una orden
perentoria y realizar una serie de acciones que provoquen el endurecimiento
del pueblo, para que no se convierta y se le cure.

Hay algunas lecciones a partir de este relato. Ante todo, supone una
experiencia nueva de Dios, que provoca una forma distinta de verse Isaías a sí
mismo como hombre de labios impuros en medio de un pueblo pecador. Será
el contacto con Dios, tan personal y misterioso, el que lo introduce en los
planes desconcertantes del Señor con respecto a su pueblo.

Aquí está la clave para entender ese mundo misterioso de los libros proféticos.
Lo importante no es la persona elegida, su vida o su destino, sino la palabra de
Dios, la misión que Dios encomienda. Eso es lo que debe quedar claro y ser
proclamado.

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c. Jeremías (Jer 1, 4-10)

Se trata de un relato dominado por el signo de la palabra que es más que puro
sonido con significado, es un acontecimiento. A Jeremías, la palabra le elige, le
consagra y le nombra. Es una palabra de elección que precede a la existencia
y a la historia (vv. 4-5); una palabra de consagración que le aparta, se adueña
del profeta e identifica su hablar y hacer con los de Dios, por lo que le
acompaña una promesa de presencia divina: “Yo estaré contigo” (vv. 7-8). Con
la Palabra, única arma de la profecía, arrancará y destruirá, edificará y plantará.

El relato de la vocación sigue el esquema del de Gedeón en el que se perciben


seis elementos: encuentro con Dios (Jue 6,11b-12a); discurso introductorio (vv.
12b-13); orden (verbos ir y enviar); objeción del enviado (v. 15); palabras de
aliento “yo estaré contigo” (v. 16); y signo de la elección divina (v. 17).En el
caso de la vocación de Jeremías, se introduce una pequeña variante y es que
la objeción precede a la orden, lo cual se comprende al ver que la orden
aparece implícitamente en el discurso introductorio al decir Dios: “te nombraré
profeta de las naciones”.

Encuentro con Dios (v. 4): Hay un carácter tan distinto con respecto a las
vocaciones de Isaías y Ezequiel, pues Jeremías se limita a decir: “recibí la
Palabra del Señor”. Ella es lo único decisivo para toda su vida. Tanto el lugar
como el modo, son secundarios. Todo el peso recae en esta palabra que se
comunica al hombre.

Discurso introductorio (v. 5): “Te nombraré profeta de las naciones”. Esta
decisión de Dios es muy antigua, no se produce en un momento ni se basa en
un ofrecimiento personal del hombre, como ocurre en Isaías. Dios piensa en
Jeremías antes de que nazca. El texto precisamente subraya la acción de Dios
(tres verbos en primera persona: te he formado, elegido, consagrado) y el
sujeto que se beneficia de esa acción de Dios. Sin embargo, al final se rompe
la relación yo-tú para abrirse a los otros, a todos los pueblos. Jeremías,
definido frecuentemente como el profeta de la intimidad, no ha sido elegido
para gozar de Dios, sino para entregarse a los demás como profeta, como
persona que habla en nombre de Dios.

Objeción (v. 6): A la acción divina sigue la reacción humana. Jeremías siente
miedo, no por hallarse ante el Dios Santo, como Isaías, sino por la grandeza de
su misión, para la que se considera inadecuado, aduciendo que no sabe hablar
y, añade, su edad tan joven.

Orden (v. 7): Dios no acepta su objeción porque no le preocupan los valores o
cualidades de sus mensajeros. La orden incluye cuatro verbos fundamentales
para la concepción del profeta: enviar y confiar una orden por parte de Dios; ir y
hablar por parte del hombre. Esta experiencia básica en Jeremías es la que le

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SÍNTESIS TEOLÓGICA

llevará a acusar repetidamente a los falsos profetas ya que Dios no los ha


enviado ni les ha dado una orden (cf. 14,14).

Palabras de aliento (v. 8): con la fórmula típica “yo estaré contigo”. El
problema de Jeremías no radicaba en sus cualidades oratorias ni en su
juventud, sino en su miedo, no al mensaje, sino a las personas. El resto del
libro demuestra que éste fue uno de los grandes problemas del profeta durante
toda su vida.

Signo (vv. 9-10): Todo lo anterior está centrado en el tema de la palabra y del
hablar, por eso Dios toca la boca y pone sus palabras en ella. Con esta última
expresión se refrenda la autoridad del profeta, al subrayar que su mensaje no
es invención humana, sino palabra del Señor. El v.10 se expresan las
consecuencias de la actividad de Jeremías con seis verbos: extirpar y arrasar,
destruir y derrocar, reconstruir y plantar. En efecto, la misión de Jeremías
implica la destrucción de lo antiguo y la creación de algo nuevo. No es una
vocación para el inmovilismo, para conservar lo anterior. En una época de
crisis, Dios va a pronunciar una palabra importante, que no cabe en moldes
antiguos.

Hay diferencias notables con el relato de Isaías. El conjunto parece totalmente


diferente. Se acentúa más el concepto de intimidad que el de servicio, típico de
Isaías. Sin embargo, hay también coincidencias fundamentales. Todo está en
función de la palabra que se debe transmitir al pueblo, palabra de condena y de
esperanza, que chocará inevitablemente con las expectativas de los
contemporáneos. Por otra parte, Jeremías también descubre aspectos nuevos
de Dios, inesperados quizá para él, que condicionarán toda su vida. Sobre
todo, ese aspecto del Dios que lo obliga a aceptar un destino que no le atrae.

d. Ezequiel (Ez 1- 3)

El texto de la vocación de Ezequiel está muy retocado por intérpretes sucesivos


del profeta (especialmente en la visión del c.1), que han pretendido explicar
aspectos misteriosos. En el fondo, la estructura es sencilla: La primera parte
está formada por una visión (c.1) y la segunda, por el discurso de Dios (c.2-3).
La visión sigue en la línea de la de Isaías, aunque con características
peculiares, ya que Ezequiel describe la apariencia visible de la Gloria de Dios
(1, 28) como algo grandioso, que hace que el elegido caiga rostro en tierra.
Tras ser levantado por el espíritu (2, 1-2), comienza el discurso divino. El hecho
de que se repita siete veces la fórmula hijo de Adán podría llevar a dividir el
relato en siete secciones, sin embargo, resultan muy desproporcionadas por lo
que resulta más homogéneo si se mantiene como episodio central la acción
simbólica de comer el volumen lleno de elegías, lamentos y ayes. Se tienen, en
efecto, cinco secciones (2,3-5; 6-7; 2,8-3,3; 3,4-9; 10-11).

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La primera (2,3-5): Sitúa a los protagonistas típicos de la vocación profética:


Dios, el elegido, el pueblo. La acción de Dios se concreta en el verbo enviar, y
la del profeta en proclamar: “esto dice el Señor”. Pero la fuerza recae en el
pueblo, presentado como rebelde desde antiguo y hasta ahora. La palabra de
Dios deberá llegar a él, “te escuchen o no te escuchen”, lo cual no denota un
comienzo muy prometedor para Ezequiel.

Precisamente por eso, la segunda sección (2,6-7) procura ahuyentar del


profeta el sentimiento de miedo, por lo que tres veces se repite la fórmula “no
tengas miedo” y “no te acobardes”. Reaparece la idea de Israel como casa
Rebelde.

A diferencia del pueblo, Ezequiel no debe rebelarse ante la palabra de Dios,


sino aceptarla, comerla, devorarla. Es el tema de la sección central (2,8-3,3),
en la que el profeta come el volumen lleno de elegías, lamentos y ayes. Lo que
parecía claro en las secciones anteriores se convierte ahora en evidencia. El
mensaje de Ezequiel será duro, amargo, pero a él, compenetrado con la
voluntad de Dios, le sabe en la boca “dulce como la miel”.

La cuarta sección (3, 4-9) desarrolla los temas de las dos primeras: la rebeldía
de Israel y la fortaleza que Dios concede al profeta para que no tenga miedo a
sus oyentes.

Y la última (3,10-11) contiene un curioso encargo de escuchar atentamente y


aprender de memoria todas las palabras que Dios le diga, como el discípulo
que está atento a lo que dice su maestro para poder repetirlo. Formando una
inclusión con la primera sección, reaparece la frase: “diles: esto dice el Señor,
te escuchen o no te escuchen”.

Como final del relato (3,12-15) Ezequiel es arrebatado por el espíritu mientras
oye a sus espaldas el estruendo que forma al elevarse de su sitio la Gloria de
Dios. Ezequiel, en pocas líneas, ha conseguido transmitir incluso el desgaste
físico y psíquico producido por la tremenda experiencia de Dios.

Es evidente que el relato no se centra en aspectos psicológicos ni biográficos.


Hay por medio algo más importante: la palabra de Dios tiene que llegar a Israel,
aunque nunca ha tenido ni tiene voluntad de escucharla. El contenido de esa
palabra es secundario, lo importante es que Dios habla. La primera y última
acentúan que la misión capital del profeta consiste en decir: “esto dice el
Señor”, sin explicitar lo que seguirá a esa fórmula. El libro demostrará que esa
palabra divina tiene también, más adelante, un inmenso contenido de consuelo
y esperanza.

Cabe resaltar, que nadie como Ezequiel expone el absurdo de la vocación


profética: “La casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quiere hacerme
caso a mí” (3,7) con la que se deja entrever que no es una misión difícil, sino

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una misión absurda, condenada al fracaso de antemano. ¿Qué sentido tiene la


vocación de estos hombres? Aunque no les hagan caso y los consideren
copleros de amoríos, de bonita voz (33,32), a través de él Dios ha seguido en
contacto con su pueblo, proclamando su palabra.

Conclusión: El momento de la vocación supone una experiencia de Dios, un


descubrimiento que marca la existencia del profeta pues en ellos ocurre algo
nuevo. Su talla gigantesca no se explica como simple resultado de unos
elementos previos. Pero Dios no irrumpe en su vida sólo al principio, sino que
lo va descubriendo día a día, y así se completa esa imagen inabarcable del
Santo o de la Gloria de Dios.

APÉNDICE

Antecedentes de la profecía bíblica

El fenómeno profético no es algo totalmente propio de Israel pues se constata


su existencia en las distintas culturas del Antiguo Oriente, lo cual no implica
que los profetas bíblicos carezcan de inspiración, y tampoco les resta
originalidad. Es de admitir que la profecía de Israel, en sus remotos orígenes
de los siglos XI y X, ofrece puntos de contacto con Mari 1 y Canaán; incluso es
probable que se pueda tener allí su punto de partida. Sin embargo, los profetas
hebreos se distancian más tarde de este mundo con un abismo que empieza a
ser más grande a partir del s. VIII, cuando la profecía llega a su época de
mayor esplendor (Amós, Isaías, Oseas y Miqueas). Incluso a partir de este
momento, los profetas bíblicos pudieron utilizar recursos literarios difundidos
por otros países, lo cual no resta originalidad a su mensaje ni a su actuación.
Básicamente la diferencia esencial que se va introduciendo en la profecía de
Israel es que de un oráculo solicitado por la gente se pasa a un oráculo dado
espontáneamente por Dios, una palabra que abarca los ámbitos más distintos
de la vida. Sólo en Israel, el profetismo alcanza un relieve sin igual.

Esquema de clasificación de los libros proféticos:

 Siglo de oro de la profecía: Amos y Oseas, Isaías y Miqueas (segunda


mitad del s. VIII)
 Silencio y apogeo: a finales del s. VII se conocen Sofonías, Habacuc y
Jeremías.
 Junto a los canales de Babilonia (Destierro): Ezequiel y Deutero
Isaías
 Años de la restauración: Ageo, Zacarías, Tritoisaías, (Joel, Jonás)
 Marcha hacia el silencio (fin profecía israelita): Joel y Jonás

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Mari fue una ciudad antigua situada al oeste del Éufrates en la actual Tell Hariri (Siria). En la Biblia,
Abraham pasó a través de Mari en su viaje desde Ur a Harán.

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BIBLIOGRAFÍA:

Apuntes Escritos proféticos. José Ignacio Blanco. CRETA

ABREGO, J.M., Los libros proféticos, Ed. Verbo Divino, Estella 1993

SICRÉ, J.L., Profetismo en Israel. El profeta. Los profetas. El mensaje, Ed.


Verbo Divino, Estella 1998

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