F16 Profecia Biblica Erev 2019

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PROFECÍA

BÍBLICA

EVIDENCIA CONVINCENTE
DE QUE DIOS EXISTE

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PROFECÍA BÍBLICA
EVIDENCIA CONVINCENTE DE QUE DIOS EXISTE

La Biblia es el libro más extraordinario que exista. Sus relatos acerca del
origen del mal; la historia incomparable de los tratos de Dios con la nación de
Israel; el mensaje penetrante de los profetas; las “buenas nuevas” proclamadas por
Jesucristo y los apóstoles; sobre todo, su análisis inequívoco de las debilidades de
la naturaleza humana y su contrastante descripción de la santidad, fidelidad y
misericordia de Dios, reveladas de manera especialmente clara en la persona de su
Hijo. Todas éstas características sobresalientes no se encuentran en ningún otro
libro del mundo. Ellas motivaron al autor Henry Rogers a declarar: “La Biblia no es
un libro que el hombre hubiera escrito si pudiera, ni podría haberlo escrito aunque
quisiera.” En otras palabras, necesitamos a Dios para explicar la existencia de la
Biblia.
En este breve estudio vamos a considerar una de las características únicas de
la Biblia: las profecías que contiene. La profecía en sentido estricto no es
solamente una predicción del futuro. Un profeta es alguien que habla por Dios, es
decir, un portavoz. Profecía es el mensaje que el profeta habla en nombre de Dios.
Pero, puesto que la profecía bíblica contiene muchas predicciones de eventos
futuros, tomaremos el término en este sentido para los propósitos de este folleto.

¿QUIÉN TIENE EL PODER DE PROFECÍA?


Primero vamos a resolver un interrogante importante: ¿Declara la Biblia que el
poder de la profecía pertenece sólo a Dios y es evidencia de su autoridad?
Hay una respuesta decisiva en la profecía de Isaías. En el capítulo 41 Dios
reta a los ídolos y a los adoradores de ídolos de la época a que demuestren que
poseen poderes divinos. He aquí cómo lo hace:
“Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras
pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anúnciennos lo que ha de
venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos
nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y
hacednos entender lo que ha de venir ” (Isaías 41:21,22)

La base de este reto es clara: los adoradores paganos sostenían que sus
ídolos eran dioses. Muy bien; que presenten la evidencia. La evidencia exigida por
Dios consistía en que los ídolos anunciaran eventos futuros y también declararan
“lo que ha pasado desde el principio,” es decir, que explicaran cómo se realizó la
creación en el principio. Este punto se vuelve absolutamente claro en el siguiente
versículo:
“Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos
que vosotros sois dioses” (Isaías 41:23)

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Aquí Dios mismo está afirmando que la capacidad de predecir el futuro sería
una prueba de poder divino. Dios declara más de una vez, en esta parte de la
profecía de Isaías que él es el único que tiene este poder, porque solamente él es
Dios; no hay otro.
“Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos;
porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a
mí” (Isaías 46:9)

El Dios de Israel está declarando aquí que no hay otro objeto digno de
adoración, excepto él mismo, y continúa confirmando las señales de su poder en
estos términos:
“ que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la
antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo
permanecerá, y haré todo lo que quiero.” (Isaías 46:10)

Pensemos en esto: ¿quién se atrevería jamás a decir, “mi consejo


permanecerá,” excepto Dios? ¿Qué hombre hay en todo el mundo que pudiera
decir semejante cosa? Para llevar a cabo esto se necesita de que alguien que no
sólo conoce los sucesos futuros antes de que ocurran, sino que tiene el poder de
asegurarse que se lleven a cabo como él mismo lo ha decretado. En otras
palabras, para expresar una profecía que inevitablemente se volverá realidad, se
necesita a Dios. Ninguna otra razón puede explicarlo.
El Nuevo Testamento sostiene lo mismo. Cuando Jesús estaba a punto de
dejar a sus discípulos, les prometió la ayuda del Espíritu Santo en su tarea de
predicar el evangelio en el mundo. Uno de los efectos de este don sería: “Os hará
saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13). En otras palabras, los
discípulos recibirían un conocimiento de sucesos futuros. Esto verdaderamente
implicaba que sin el don especial no pudieron haber hecho esto. Su habilidad de
declarar el futuro sería una evidencia del poder divino que les había sido otorgado.
Otra vez, en el último libro de la Biblia, capítulo 1, versículo 1, se declara que
Dios le dio a Jesucristo una revelación, “para manifestar a sus siervos las cosas
que deben suceder pronto” (Apocalipsis 1:1). El conocimiento del futuro vino de
Dios por medio de Jesús; sin esa revelación, sus siervos no podrían haber sabido
nada.
La conclusión es clara: la Biblia dice definitivamente que el poder de predecir
el futuro pertenece solamente a Dios.

¿PREDICE LA BIBLIA EL FUTURO?


Solamente tenemos que examinar la historia y nuestra propia experiencia
para darnos cuenta de que los hombres no tienen de sí mismos ningún
conocimiento del futuro. No sabemos ni siquiera qué nos sucederá esta noche, o
mañana en nuestro camino al trabajo, sin hablar del año próximo; o qué sucederá
al mundo en cien años, sin mencionar en 2000 años. Si los hombres hubieran
tenido el más pequeño conocimiento del futuro, ¡cuántas decisiones podrían haber
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sido diferentes! ¡Cuántos accidentes podrían haber sido evitados! ¡Cuántos
desastres nunca habrían tenido lugar! ¡Cuántas guerras nunca hubieran
comenzado! La experiencia de nuestras propias vidas y la historia de los hombres
nos convencen de que la humanidad no tiene el menor conocimiento de lo que aún
ha de ser.
Pero supóngase que el futuro ha sido predicho, no una sino muchas veces.
Siempre en el mismo libro, la Biblia, y en ningún otro libro del mundo. ¿No debería
eso hacer que reflexionemos? Esa es la razón por la que decimos que las profecías
de la Biblia son muy importantes: merecen ser examinadas cuidadosamente,
porque mucho depende de ellas. Son una señal impresionante de que existe en el
mundo un Poder más grande que la humanidad.

“SI, PERO”
Quienes no creen que la Biblia sea la palabra de Dios no aprecian su profecía
de ningún modo. Reconocer que la Biblia ha predicho correctamente el futuro casi
equivaldría a reconocer la existencia de Dios. Así es que tratan de restarle
importancia al tema explicando: “Las profecías no fueron realmente predicciones
del futuro en lo absoluto; fueron escritas después de los eventos aludidos.”
Ahora bien, este argumento sólo puede tener fuerza, si se puede demostrar
que los documentos bíblicos, especialmente los del Antiguo Testamento, fueron
escritos después del evento que pretenden predecir. Debe señalarse claramente
que nadie tiene evidencia directa de esto; la conclusión es el resultado de
interpretar la evidencia para apoyar su propia teoría. De hecho, todas las
investigaciones de los últimos 100 años tienden a demostrar que los documentos
de la Biblia son auténticos: realmente pertenecen a la época en la cual dicen haber
sido escritos.
Pero se puede llegar al grano en este asunto de una manera muy adecuada
para nuestro propósito actual. Nadie puede negar que los documentos del Antiguo
Testamento existieran cerca de 200 años A.C., pues para entonces estaban siendo
traducidos al griego [en la versión del Antiguo Testamento que se llama la
Septuaginta], y no puede traducirse lo que no existe.
Otra objeción es decir: “Bien, estas profecías bíblicas no son más que
brillantes predicciones políticas de personas capaces de interpretar los sucesos en
sus días y sus probables consecuencias.”
¿“Brillantes predicciones políticas,” expresadas en los siglos que precedieron
a Cristo y que se han realizado durante casi 2,000 años hasta el presente? ¿Qué
clase de magos se imaginan que eran los profetas de la Biblia para poder lograr
tales hazañas? El mero hecho de expresar el asunto de ese modo es demostrar
cuán poco probable sería tal explicación de las profecías bíblicas.
Pero la respuesta más segura para esta objeción, como para todas las otras,
es leer algunas de las mismas profecías. Así que comenzaremos con

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PROFECÍAS REFERENTES A BABILONIA
En los días de los profetas de Israel (850-560 A.C., aproximadamente) dos
grandes potencias militares se levantaron en el territorio alrededor de los ríos
Éufrates y Tigris, ahora conocido como Iraq. El primero fue el imperio de Asiria, con
Nínive como su capital. Durante dos siglos los asirios llevaron a cabo invasiones
del territorio de las naciones circundantes: hacia el sur dominaron a los caldeos y
su capital Babilonia; al oeste invadieron Siria, luego descendieron por la costa
mediterránea a través de Israel, llegando hasta Egipto. Su política era el terror. Su
propósito era aterrorizar las poblaciones locales para que se sometieran y pagaran
tributo anual. Con este fin saquearon y quemaron pueblos, devastaron la campiña,
masacraron los habitantes y llevaron miles de cautivos a Asiria.
La segunda mitad del siglo VII A.C. vio la declinación del poder asirio y el
ascenso del babilonio. En 612 A.C. Nínive fue conquistada. Nabucodonosor, rey de
los caldeos, rápidamente creó un nuevo imperio. Las naciones más pequeñas del
Oriente Medio, alegrándose por su liberación de Asiria, pronto se vieron invadidas
por los ejércitos de Babilonia. En particular, Nabucodonosor invadió Israel, saqueó
Jerusalén, quemó su templo y se llevó miles de cautivos a Babilonia. Luego
continuó hacia el sur e invadió Egipto. El Imperio Babilónico fue la segunda fase de
la dominación militar que surgía del área del Éufrates.
En particular, Nabucodonosor, su más grande rey, hizo de la ciudad de
Babilonia una maravilla en el mundo del Cercano Oriente. Construyó enormes
templos y palacios y rodeó la ciudad con un inmenso muro protector. Babilonia se
volvió la gloria y orgullo tanto de Nabucodonosor mismo como de su pueblo caldeo.
Es difícil para nosotros en estos días darnos cuenta del impacto que tan
despiadado poder y extravagante riqueza ejerció sobre los habitantes de las
naciones más pequeñas. Para ellos los imperios de Asiria y Babilonia deben haber
parecido terroríficos e invencibles.

COMPLETAMENTE DESTRUIDA
100 años antes de que Babilonia llegara al apogeo de su poderío, el profeta
Isaías predijo su destrucción en términos muy específicos. En un capítulo titulado
“Profecía contra Babilonia,” esto es lo que él dijo:
“Cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del
Todopoderoso He aquí que yo despierto contra ellos a los
medos Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la
grandeza de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, a las que
trastornó Dios. Nunca más será habitada  ni levantará allí tienda
el árabe, ni pastores tendrán allí majada; sino que dormirán allí las
fieras del desierto.” (Isaías 13:6, 17, 19-21)

El destino de Babilonia es claro: los atacantes serían los medos (una nación al
este de Babilonia); la ciudad se volvería una desolación, donde no habitarían
hombres ni bestias. Recordemos que esta clara profecía fue pronunciada 100 años
antes de que Babilonia se levantara hasta la cumbre de su poder y gloria.
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Otro profeta, Jeremías, escribiendo 100 años más tarde, cuando
Nabucodonosor estaba a punto de atacar Jerusalén, agregó a las predicciones de
la caída de Babilonia:
“He aquí que yo levanto un viento destruidor contra Babilonia En
un momento cayó Babilonia, y se despedazó Preparad contra
ella naciones; los reyes de Media Y será Babilonia montones de
ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador El
muro ancho de Babilonia será derribado enteramente, y sus altas
puertas serán quemadas a fuego Oh, Jehová, tú has dicho
contra este lugar que lo habías de destruir, hasta no quedar en él
morador, ni hombre ni animal, sino que para siempre ha de ser
asolado”

Y finalmente al profeta se le manda atar una piedra al rollo de la profecía y


echarlo en el río Éufrates, declarando:
“Así se hundirá Babilonia, y no se levantará ” (Jeremías 51:1, 8,
28, 37, 58, 62-64)

La harmonía entre la profecía de Isaías, escrita 100 años antes de que


Babilonia accediera al poder, y de Jeremías, escrita cuando el imperio y la ciudad
estaban en la cumbre de su gloria, es completa. Para la gente de aquellos días
debe haber parecido lo mismo que para nosotros si se profetizara que una gran
ciudad como Londres, Nueva York o Sydney sería destruida y condenada a
permanecer en desolación para siempre. En esta era de armas nucleares tal
presagio no sería inconcebible; pero los profetas de Israel pronunciaron sus
predicciones hace como 2,500 años, mucho antes de que nadie soñara que tal
destrucción sería posible.
La historia revela que las profecías acerca del destino de Babilonia fueron
cumplidas progresivamente. Los primeros saqueadores fueron los medos y los
persas en el siglo VI A.C. Desde entonces la gloria de Babilonia comenzó a
desvanecerse. Luego vinieron los griegos bajo Alejandro el Grande; después los
romanos, y tras estos, varias tribus guerreras como los partos, los árabes y los
tártaros. Durante muchos siglos el actual sitio de la antigua ciudad de Babilonia fue
un montón de ruinas, esquivadas, tal como lo cuentan los viajeros, por los nómadas
errantes. No fue sino hasta que los arqueólogos comenzaron a explorar el sitio en
la primera mitad del siglo XIX que las ruinas de las grandes murallas, los poderosos
templos y puertas y las inmensas estatuas revelaron a un mundo sorprendido cómo
la antigua magnificencia de Babilonia debe haber parecido en su día.
Así la historia revela cómo Babilonia, “la gloria de los reinos,” se convirtió en
ruina y desierto, tal como los profetas de Israel dijeron que sucedería.
Volvemos ahora a un segundo y completamente diferente ejemplo de la
verdad de la profecía bíblica en el destino de Egipto.

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EL DESTINO DE EGIPTO
Egipto también fue una gran potencia en el Medio Oriente. El período de su
grandeza fue alrededor de 1600 A.C., cuando los ejércitos de los faraones
conquistadores presionaron hacia el sur hasta el Sudán; hacia el oeste a lo largo de
la costa norafricana y hacia el norte a través de la tierra de Canaán (más tarde
Israel) hasta Siria. El descubrimiento de algunos de los antiguos templos,
monumentos y tumbas de Egipto ha revelado la gloria de los faraones en la cima de
su poder.
Pero desde más o menos 1400 A.C., el poder egipcio comenzó a declinar,
debido a la guerra civil y al ascenso de Asiria y más tarde de Babilonia. Sin
embargo, durante el período de ocupación de la tierra de Canaán por Israel (1400-
600 A.C.) los egipcios interfirieron periódicamente en la política del Medio Oriente
con éxitos variados. Los israelitas, temiendo la invasión de asirios y babilonios,
frecuentemente se vieron tentados a buscar el apoyo de Egipto en vez de confiar
en su Dios.
Los profetas de Israel tuvieron algo muy definido que decir acerca del destino
de los egipcios. El profeta Ezequiel, cuyos pronunciamientos fueron hechos en los
días de Nabucodonosor, rey de Babilonia, desde más o menos 600 A.C., declaró
que como resultado del juicio de Dios, Egipto sería desolado por 40 años. Luego
habría una restauración, pero no con la anterior gloria y poder:
“Porque así ha dicho Jehová el Señor: Al fin de cuarenta años
recogeré a Egipto de entre los pueblos entre los cuales fueron
esparcidos y los llevaré a la tierra de Patros, a la tierra de su
origen; y allí serán un reino despreciable. En comparación con los
otros reinos será humilde; nunca más se alzará sobre las naciones;
porque yo los disminuiré, para que no vuelvan a tener dominio
sobre las naciones Así ha dicho Jehová el Señor: Destruiré
también las imágenes, y destruiré los ídolos de Menfis; y no habrá
más príncipe de la tierra de Egipto” (Ezequiel 29:13-15; 30:13)

De nuevo el sentido de la profecía es claro: Egipto sufriría las calamidades de


la invasión y la deportación de sus ciudadanos. Aunque no ha sobrevivido un
registro histórico preciso de estos acontecimientos, estos deben haber sido el
resultado de la invasión de Egipto por los babilonios, como Ezequiel mismo lo
profetizara (véase Ezequiel 30:17-20). Pero eso no sería el fin de Egipto. Después
de 40 años lo cautivos retornarían a su propia tierra. Egipto, como reino, no sería
destruido: sobreviviría con poder grandemente reducido, “un reino despreciable,”
que nunca más pretendería ejercer poder sobre las naciones de alrededor.
UN REINO HUMILDE
Y así sucedió. Desde más o menos 600 A.C. Egipto cayó bajo la dominación
de una serie de invasores que lo conquistaron: primero los babilonios en el siglo VI
A.C.; luego los persas desde el siglo VI hasta el IV: después los griegos en el siglo
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IV; en seguida los romanos desde el siglo I A.C. hasta el siglo V D.C. Tras los
romanos vinieron los árabes y los turcos desde el siglo VII D.C. en adelante. Hasta
los británicos gobernaron a Egipto en el siglo XIX. Durante 2,500 años Egipto ha
sido, tal como Ezequiel lo profetizó, un reino “humilde,” siempre dominado por
otros. Pero Egipto no desapareció. Aún existe, y hasta ha recobrado cierta indepen-
dencia en tiempos recientes, gracias al apoyo financiero masivo de Estados Unidos
y Arabia Saudita.
Tengamos en mente el caso de Egipto mientras consideramos un tercer
ejemplo de la predicción bíblica de futuros eventos en

PROFECÍAS CONCERNIENTES A ISRAEL


Estas son las más ricas de todas, tanto en los detalles de sus predicciones
como en la abundancia de la confirmación histórica de su verdad. Vamos a
limitarnos a los simples hechos referentes al destino extraordinario de Israel.
El Antiguo Testamento nos informa que Dios hizo distintas promesas a
Abraham (1900 A.C., aproximadamente), las cuales significaban, entre otras cosas,
que sus descendientes llegarían a ser una nación grande (Israel), la cual tomaría
posesión de la tierra de Canaán, más tarde llamada Palestina. Cerca de 1400 A.C.
el pueblo de Israel fue sacado de Egipto en el Éxodo bajo el mando de Moisés, y
40 años después comenzó a tomar posesión de la tierra prometida a ellos. Pero
mientras ellos aún estaban en el desierto, antes de que entraran en la tierra, fueron
solemnemente prevenidos por Dios por medio de Moisés de la suerte que les
sobrevendría si se apartaban de su Dios para adorar ídolos, imitando las prácticas
de los paganos cananeos. El capítulo 28 de Deuteronomio es la profecía más
notable, y fue una terrible advertencia de las calamidades que vendrían sobre los
israelitas si eran desobedientes. Se recomienda de manera personal leer todo el
capítulo. Aquí tenemos espacio sólo para esbozar los principales aspectos:
“Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para
procurar cumplir todos sus mandamientos  Jehová te llevará a ti,
y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni
tú ni tus padres Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y
de burla a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová 
Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la
tierra hasta el otro extremo Y ni aun entre estas naciones
descansarás” (Deuteronomio 28:15, 36, 37, 64, 65)

De nuevo la profecía es completamente clara. Israel iba a ser esparcido entre


las naciones para vivir en circunstancias muy incómodas, siendo objeto de
desprecio y burla. ¡Cuán violentamente su historia ha demostrado la verdad de
estas palabras! La dispersión de los judíos por toda la tierra comenzó en los días
de los asirios en el siglo VIII A.C. El proceso continuo por medio de los babilonios
en el siglo VI. Después de un retorno parcial de Babilonia en los días de los reyes
persas, una comunidad de israelitas vivió en su tierra desde aproximadamente 500

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A.C. hasta los días de Cristo, dominados sucesivamente por los persas, los griegos
y sus sucesores, y finalmente por los romanos. En el 70 D.C., 40 años después de
la crucifixión de Cristo, ocurrió allí la más terrible devastación de todas. La ciudad
de Jerusalén fue saqueada por el ejército romano a causa de su rebeldía. El templo
fue quemado y los judíos fueron esparcidos como esclavos en todo el mundo
romano. Allí se encuentran desde entonces, literalmente “desde un extremo de la
tierra hasta el otro.”
Hasta tiempos muy recientes, los israelitas en realidad no habían encontrado
reposo. Sufriendo persecución y a veces exterminación (los pogromos en Rusia en
el siglo XIX y la política de genocidio de Hitler en el siglo XX, son algunos de los
ejemplos más recientes) los judíos han estado en todas partes sujetos a difamación
y burla, tanto que su supervivencia como raza reconocible es una de las maravillas
de la historia. De nuevo notamos el hecho de que esta profecía del destino de
Israel ha permanecido cierta por más de 2500 años. ¿Quién pudo haber previsto
que, a pesar de la dispersión y las persecuciones, los judíos permanecerían por
siglos como un pueblo visiblemente distinto hasta el día de hoy?

PERO HAY MÁS


La característica más increíble de las profecías sobre el destino de Israel aún
no se ha mencionado; porque los profetas también predicen claramente un
inesperado cambio en la suerte de Israel. Considere, por ejemplo, estas
predicciones por medio del profeta Jeremías expresadas cerca de 600 años antes
de Cristo:
“Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a
los cautivos de mi pueblo Israel y Judá  y los traeré a la tierra que
di a sus padres, y la disfrutarán.” (Jeremías 30:3)

“Ahora así dice Jehová Dios de Israel He aquí que yo los reuniré
de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor  y los haré
volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por
pueblo, y yo seré a ellos por Dios.” (Jeremías 32:36-38)

“Y haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel, y los


restableceré como al principio. Y los limpiaré de toda su maldad”
(Jeremías 33:7,8)

Otra vez no hay duda acerca de lo que la profecía está diciendo. El proceso
de dispersión y persecución de Israel sería revertido. Los judíos retornarían a la
misma tierra de la que fueron expulsados hace más o menos 1,900 años para vivir
allí en una paz relativa. Las tres breves citas de Jeremías que vimos anteriormente,
podrían ser multiplicadas muchas veces por declaraciones similares de Isaías y
Ezequiel.
De todos es sabido con qué exactitud estas profecías de la restauración de
Israel han sido cumplidas. El movimiento sionista moderno se inició entre los judíos
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dispersos en muchos países a fines del siglo XIX. El establecimiento de Palestina
como hogar nacional para los judíos en 1917, condujo a un rápido crecimiento de
su número en la tierra prometida. Cuando esto provocó la hostilidad de los árabes,
los judíos rechazaron un intento de eliminarlos en 1948 y establecieron su propio
estado judío. Este fue engrandecido en 1967 en la Guerra de los Seis Días. Como
resultado Israel recobró una gran parte de su territorio histórico antiguo, y Jerusalén
se volvió a convertir en la capital de la nación judía, bajo su propio gobierno, por
primera vez en 2,500 años. Dicho brevemente, la emergencia de un estado judío
independiente en el Oriente Medio ha sido el acontecimiento más inesperado de la
historia humana. Hace menos de 100 años ningún observador político lo habría
considerado posible.
Pero nosotros no estamos interesados en la política de la situación.
Solamente nos concentramos en la profecía bíblica. Hay otras cosas que la Biblia
tiene que decir sobre los judíos. Los profetas nos dicen, por ejemplo, que habrá
una gran crisis en el Oriente Medio y que Israel será llevado al arrepentimiento
delante de su Dios. Sólo entonces llegarán a cumplirse las profecías de
restauración y paz definitiva. Aquí solamente deseamos enfatizar que los profetas
predijeron el retorno de Israel a su tierra, y que nosotros hemos visto el comienzo
del cumplimiento de sus profecías.

TRES PROFECÍAS, TRES DESTINOS


Será útil resumir ahora lo que hemos revisado.

BABILONIA, el gran poder del Oriente Medio habría de perder su imperio, y su


magnifica ciudad capital se convertiría en un sitio de ruinas desoladas evitadas por
hombres y bestias. Y así sucedió.

EGIPTO, también un gran imperio, habría de permanecer como un reino reconocible.


Los egipcios continuarían habitando su propia tierra; pero ellos serían
constantemente dominados por otras potencias, permaneciendo como “un reino
despreciable.” Y así lo ha sido.

ISRAEL no tendría un destino como el de estas naciones. Habiendo sido expulsados


de su propia tierra hacia otros países y sufrido severas persecuciones y constante
burla, retornarían a su propia tierra, de la cual habían sido esparcidos, y se
establecerían allí una vez más.
Notemos cuidadosamente los siguientes hechos:
Las profecías concernientes a estas naciones fueron pronunciadas hace más de
2,500 años.
Su cumplimiento ha sido demostrado en la historia hasta el día actual.
Los tres casos citados se refieren a tres naciones diferentes con tres destinos
enteramente diferentes. Una iba a desaparecer en el olvido; la segunda
permanecería pero estaría sujeta a otras naciones; la tercera sería destruida, su

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gente expulsada y dispersa por toda la tierra, y sin embargo, finalmente sería
restaurada en su tierra original.
Estas no son “predicciones políticas” de observadores políticos brillantes, sino
predicciones exactas.

¿QUIÉN PUDO HABER SABIDO?


¿Cómo se pudieron hacer profecías tan exactas a tan largo plazo? Sólo hay
una respuesta razonable: alguien debe haber sabido de antemano lo que
sucedería. Pero ¿quién pudo haberlo sabido? En realidad, ningún ser humano de
hace 2,500 años, o desde entonces, pudo haberlo sabido. Desde un punto de vista
puramente humano estas profecías son inexplicables. Pero los profetas del Antiguo
Testamento no pretendían profetizar con poder humano. Decían que hablaban
palabras inspiradas por Dios. “Así ha dicho Jehová” es la forma constante en la
que presentan sus mensajes. Si Dios estaba detrás de lo que decían, es obvio
quién era el que sabía lo que sucedería. No hay otra explicación razonable. Las
profecías que hemos considerado requieren de la existencia de Dios como su
Autor. Eso tiene sentido.
Los tres ejemplos ya citados fueron intencionalmente escogidos para ilustrar
la variedad de las profecías bíblicas. Pero hay muchos otros ejemplos. Por ejemplo,
podríamos examinar las que conciernen a Jesucristo: él había de ser del linaje de
Abraham y de David; nacería en Belén; sería rechazado por su propio pueblo y
hasta moriría en una muerte expiatoria por ellos; y muchos otros detalles, todos
pronunciados siglos antes de que naciera. Todos se cumplieron de manera impre-
sionante en el nacimiento, ministerio, muerte y resurrección de Jesús.
Pero concluiremos nuestro breve estudio con dos ejemplos más que traerán el
programa profético hasta nuestros días.

LA BIBLIA Y LAS NACIONES


La profecía de Daniel contiene un impresionante esbozo del levantamiento y
caída de imperios y del estado de las naciones en lo que se llamaba “el mundo
civilizado,” es decir, las naciones de Europa, el Medio Oriente, Egipto y la costa de
África del Norte, todas las cuales rodeaban el mar Mediterráneo. La profecía fue
pronunciada cuando Daniel estaba cautivo en la corte de Babilonia, en el siglo VI
A.C. Su verdad ha sido demostrada en la historia desde ese día hasta el tiempo
presente.
Nabucodonosor, Rey de Babilonia, lleno de orgullo y gloria, vio en un sueño
una gran imagen de un hombre formada de cinco partes:
La cabeza de la imagen era de oro.
Su pecho y sus brazos eran de plata.
Su vientre y sus muslos eran de bronce.
Sus dos piernas eran de hierro.
Pero los pies y estaban compuestos de una mezcla de hierro y arcilla.

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Entonces “una piedra fue cortada, no con mano.” Cayó sobre los pies de la imagen,
la derribó en tierra y convirtió en polvo todos sus elementos, a tal grado que “se los
llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno.” La piedra entonces se volvió
una gran montaña que llenó toda la tierra.

Nabucodonosor quedó muy turbado por el destino de esta imagen, pues


ninguno de sus hombres sabios pudo decirle qué significaba. Pero Daniel, el
profeta de Israel, declaró:
“Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha
hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los
postreros días.” (Daniel 2:28)

Así que Daniel explicó el significado de la imagen. La cabeza de oro


representaba el dominio mismo de Nabucodonosor. Sería sucedido por otro reino
inferior (el pecho y brazos de plata); en turno seguiría un tercero (de bronce); luego
el cuarto reino (las piernas de hierro) iba a ser fuerte y violento, pero los pies y
dedos representaban reinos divididos, “en parte fuerte y en parte frágil” (Daniel
2:37-42).
Una cosa es clara: esta imagen representaba una sucesión de reinos
poderosos, y no es difícil identificarlos. Ya conocemos el primero, fue el imperio de
Babilonia. Se nos dice en Daniel 8:20,21 que los sucesores serían Persia y Grecia.
La cuarta potencia, “espantosa y terrible,” no se nombra explícitamente en la
profecía de Daniel. Pero la historia verifica abundantemente estas predicciones. Por
530 A.C. el poder babilónico fue derribado por los medos y persas, quienes
finalmente establecieron el Imperio Persa. Duró 200 años y fue entonces derribado
alrededor de 330 A.C. por Alejandro Magno, quien estableció el imperio de Grecia.
¿Qué gran poder sucedió a los reinos de los sucesores Alejandro? No puede
haber duda sobre la respuesta: fue el imperio de Roma. Los romanos invadieron los
territorios del antiguo Imperio Griego desde el siglo II A.C. en adelante y Roma se
convirtió en la potencia más grande de la tierra. Su imperio cubrió prácticamente
todos los territorios de los primeros tres, y se extendió a lo largo y ancho de
Europa, el Medio Oriente y todos los países que circundaban el Mediterráneo. Sus
conquistas fueron realizadas con eficiencia despiadada, bien simbolizada por la
descripción “fuerte como hierro.” En los últimos dos siglos de su existencia se
dividió en dos partes: el Imperio Occidental, basado en Roma, y el Oriental, basado
en Constantinopla, las dos “piernas” de la imagen.

UN DIOS QUE REVELA SECRETOS


Pero ¿qué pasó después del rompimiento del Imperio Romano en el siglo V
DC y posteriormente? No fue reemplazado por otro gran imperio, de hecho nunca
ha existido en ese territorio un quinto imperio de dominio comparable, a pesar de
los esfuerzos de hombres ambiciosos por establecer uno. El territorio del Imperio
Romano se dividió bajo el ataque de las tribus bárbaras de los hunos, godos,
visigodos y vándalos, quienes formaron sus propios reinos independientes. Las
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naciones actuales de Europa son las sucesoras de estos reinos. A través de su
historia de 1,500 años hasta el presente esas naciones han permanecido en un
estado dividido, bien simbolizado por los pies de la imagen, parte de hierro y parte
de arcilla: “en parte fuerte y en parte frágil pero no se unirán el uno con el
otro” (Daniel 2:42,43).

¿Cómo pudo Daniel haber sabido que el gran dominio de Nabucodonosor


sería seguido por otros tres, siendo el cuarto excepcionalmente fuerte, pero que
nunca sería seguido de un quinto? ¿Cómo pudo haber sabido que el cuarto imperio
se desintegraría en estados divididos con poca unidad entre ellos? Por supuesto,
de sí mismo no pudo saber tal cosa, como tampoco ningún otro hombre. Pero
Daniel no nos deja sin una explicación:
“Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios El gran
Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el
sueño es verdadero, y fiel su interpretación.” (Daniel 2:28,45)

¿De qué otro modo se puede explicar que la profecía de Daniel capítulo 2
estuviera en existencia varios siglos antes de Cristo, y sin embargo contuviera una
predicción de la suerte de los imperios y naciones con exactitud hasta el día actual,
o sea durante más o menos 2,000 años? Si realmente “hay un Dios en los cielos,”
podemos entenderlo. Sin él no hay explicación razonable.
Comentaremos en la sección final la última fase de la visión de la imagen,
cuando la piedra golpea la imagen y la derriba totalmente. Pero para nuestro
ejemplo profético final nos volvemos a

NUESTRO PROPIO TIEMPO


Aunque el cumplimiento de ellas se extiende hasta el día actual, las profecías
consideradas hasta ahora tienen que ver principalmente con eventos que
sucedieron hace mucho tiempo (con excepción del reciente regreso de Israel a su
antigua tierra). ¿Tiene algo qué decir la profecía bíblica acerca de los tiempos
modernos, como guía para nosotros en estos días?
En realidad tiene: ¡y qué contraste hace con las confiadas expectativas del
pensamiento humano! El siglo XIX fue una época de optimismo. Se realizaron
grandes descubrimientos científicos. El incrementado conocimiento científico
condujo a progresos técnicos rápidos que trajeron una mayor producción industrial.
Esto a su vez significó más riqueza (aunque no para la gente más pobre). La
educación se ponía al alcance de todos los sectores de la sociedad, y se esperaba
que los resultados fueran beneficiosos para la sociedad humana. Se pensaba que
gente mejor educada tendría mayor interés en las artes como literatura, música y
pintura. La moral general de la sociedad sería mejorada. Los políticos prometían un
nuevo orden social de justicia e igualdad para todos. Como las personas mejorarían
moralmente cesarían de envidiarse unos a otros. “Si erradicamos la pobreza
erradicaremos la delincuencia,” se decía. Al desarrollarse los poderes más
elevados de la mente humana, la paz sería establecida entre las naciones. Los
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líderes religiosos esperaban confiadamente la propagación del evangelio por todo
el mundo. El progreso y el mejoramiento humano, tanto en individuos como en la
sociedad, fueron considerados cosa segura. El futuro de la humanidad sería
magnífico.

¿PAZ Y PROGRESO?
Pero, ¡qué tragedia han venido a ser los eventos del siglo XX! El sueño de
progreso y paz se ha desvanecido. Dos terribles guerras mundiales, con millones
de muertos y una cantidad indecible de daños y sufrimiento, han sido seguidas por
la creación de las armas más terriblemente destructivas jamás inventadas. Todas
las variadas soluciones en las cuales los “hombres sabios” del siglo XIX pusieron su
confianza han resultado ser falsas. Una educación más difundida no ha producido
normas morales más elevadas sino de un crecimiento en deshonestidad, avaricia,
violencia y crimen. La religión cristiana, lejos de convertir a las naciones, está
declinando en toda la tierra. La democracia política no ha resultado ser la cura
mágica que se esperaba para los males sociales. Finalmente, como el más cruel de
todos los golpes, la ciencia ha resultado ser una aterradora espada de dos filos.
Lejos de ser una era de paz, el “civilizado” siglo XX se convirtió en una época de
conflictos y violencia. No es extraño que la actitud de mucha gente sea de
pesimista resignación. Parece ser muy poco lo que uno puede hacer.
¿Qué tiene qué decir la profecía bíblica acerca de todo esto?
Tiene una clara predicción acerca de “los últimos días,” es decir, “el tiempo del
fin,” cuando la historia de la humanidad en la tierra llegará a un punto crítico. No es
una profecía de progreso y paz continuos, sino de un mundo problemático y
miedoso. El ejemplo más claro e impresionante de esto se encuentra en lo que dijo
Jesús a sus discípulos, cuando ellos le preguntaron cuál sería la señal de su
retorno a la tierra y “del fin del mundo.” Él les habló primero de la suerte del pueblo
judío:
“Y caerán [los judíos] a filo de espada, y serán llevados cautivos a
todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta
que los tiempos de los gentiles se cumplan.” (Lucas 21:24)

Esta es una breve descripción de lo que ya vimos en la profecía que se refiere


a Israel. Los judíos serían llevados cautivos a todas las naciones. Jerusalén estaría
sometida a las potencias gentiles. Notemos que Jesús da a entender que esta
situación tiene un límite: “hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Hemos
visto el comienzo de esto en nuestros días: Jerusalén ya no está dominada por
potencias extranjeras, sino bajo el control mismo de Israel.

ANGUSTIA Y TEMOR EN EL MUNDO


Así que lo que él dijo después se refiere a los mismos días (los días de la
restauración de Israel a su propia tierra). Esto es lo que él predice:
“Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en
la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido
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del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la
expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las
potencias de los cielos serán conmovidas.” (Lucas 21:25, 26)

Este no es un mundo de paz y progreso. Es un mundo de angustia y


perplejidad, de temor que se apodera de los corazones de los hombres cuando
contemplan los sucesos que tienen lugar en “la tierra habitada” (éste es el
significado literal de la palabra que Jesús emplea).
El apóstol Pablo, escribiendo cerca de 35 años después del tiempo de la
profecía de Jesús, dice esto acerca del carácter de los últimos días:
“ en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores,
impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios,
que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de
ella” (2 Timoteo 3:1-5)

Ese es un cuadro asombroso de una civilización; la humanidad se está


entregando al desenfreno y consintiendo todos sus deseos sin preocuparse por las
consecuencias. Su extraña similitud con los acontecimientos de nuestro propio
mundo no puede ser negada.
Así que ésta es la situación: mientras que los “hombres sabios” de hace sólo
100 años confiadamente anticipaban una era de progreso y paz para las naciones
del mundo, la Biblia, en las palabras de Jesús y Pablo, estaba prediciendo un
mundo de angustia, temor y perplejidad, una era de violencia, autocomplacencia y
odio. Nuestros filósofos humanos estaban equivocados: Jesús y Pablo estaban en
lo correcto. ¡Pero ellos hablaron y escribieron hace casi 2,000 años! ¿Cómo
pudieron haberlo sabido ellos? Solamente porque ninguno de ellos habló sus
propias palabras, sino las palabras de Dios mismo. Era Dios quien sabía, e inspiró
a su Hijo y a sus apóstoles para que revelaran el carácter de los últimos días.

CONCLUSIONES
Hay ciertas conclusiones importantes que podemos extraer de nuestro estudio
sobre estas profecías bíblicas.
Si la Biblia ha resultado ser tan segura en sus predicciones acerca de los
sucesos pasados la historia humana (los destinos de Babilonia, Egipto e Israel,
como también la caída y surgimiento de imperios, y el estado del mundo moderno)
¿no es probable que también sean correctas sus predicciones de sucesos que
todavía no han transcurrido?
Tomemos, por ejemplo, la visión de la imagen en Daniel. Hasta aquí no
hemos comentado su desenlace final:

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“del monte fue cortada una piedra, no con mano” e hirió a la
imagen en los pies, destruyéndole, y luego ella misma “fue hecha
un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:35).

El sentido general de estas palabras es claro: un nuevo elemento, el cual no


es parte de los imperios y reinos de la imagen, los destruye y toma su lugar en la
tierra. Puesto que “no con mano” debe significar “sin manos humanas,” la piedra no
debe representar un poder humano ordinario.

Pero Daniel mismo nos dice lo que significa:


“En los días de estos reyes [es decir los reinos que siguieron al
Imperio Romano] el Dios del cielo levantará un reino que no será
jamás destruido desmenuzará y consumirá a todos estos reinos,
pero él permanecerá para siempre.” (Daniel 2:44)

Los gobiernos y potencias actuales del mundo son removidos, en un evento


dramático y repentino, cuando Dios interviene y establece su propio gobierno. Con
el fin de evitar malentendidos debe decirse que no son los pueblos de la tierra
quienes serán destruidos: es el poder y autoridad de sus gobiernos humanos el que
será reemplazado por el nuevo reino de Dios. Muchas otras profecías nos hablan
de la naturaleza de este reino; la justicia de su gobierno, la verdad de su
enseñanza y la paz que al fin traerá a la humanidad por medio de su
reconocimiento del “Dios del cielo.” Léase por ejemplo, Isaías 2:1-4 para un claro e
impresionante cuadro de las naciones en esa época venidera.
Pero ¿cómo exactamente será realizado este gran cambio en la tierra? El
Nuevo Testamento nos lo dice. De hecho el mismo Jesús nos habla en esta
profecía del tiempo de angustia y temor en todas las naciones. Sus siguientes
palabras son estas:
“Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con
poder y gran gloria.” (Lucas 21:27)

Jesús está diciendo que él mismo vendrá de nuevo. El regreso de Cristo a la


tierra es un tema frecuente en las enseñanzas de Jesús y de los apóstoles en el
Nuevo Testamento. Ellos concuerdan completamente con los profetas. Léase
Salmos 72 para una descripción de su reino.
Esto es lo que debe preocuparnos a nosotros: si las profecías de la Biblia
sobre naciones e imperios han resultado ser verdaderas durante más de 2,000
años, ¿no es probable que las otras cosas que ellos predijeron también habrán de
suceder? ¿No es irrazonable decir, “Bueno, yo acepto que los profetas fueron
correctos en sus predicciones en estos asuntos históricos, pero no puedo creer que
digan algo del futuro nuestro”? ¿Por qué no? Ellos han proporcionado evidencia de
que no revelaban sus propias ideas sino los propósitos mismos de Dios. Cualquier
otra cosa que digan seguramente merece nuestra más cuidadosa atención.

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EL ELEMENTO VITAL
Por supuesto que hay más. Estas notables profecías se encuentran en la
Biblia, y en ninguna otra parte del mundo. No hay otros escritos, ni otros libros,
como tampoco otros pronunciamientos humanos que puedan siquiera compararse
con la Biblia. Pero la Biblia nos dice que Jesús es el Hijo de Dios; las cosas que él
dijo están preservadas para nosotros en el Nuevo Testamento. Junto a las
enseñanzas de sus apóstoles inspirados, Pedro, Juan y Pablo, nos revela verdades
que de otro modo no podemos conocer. Nos previenen de la realidad de la muerte;
nos explican por qué el evangelio es “buenas nuevas” y “poder de Dios para
salvación” (Romanos 1:16). Nos animan con la promesa de vida eterna en el nuevo
mundo que Cristo establecerá cuando venga. Esto es por lo que debemos leer la
Biblia. Puede hacer la diferencia vital para nosotros entre la desesperanza de la
muerte y la esperanza segura de vida eterna.
La lectura cuidadosa de la Biblia nos convencerá de que Dios existe, que él creó y
gobierna el mundo y que él nos llama a ser discípulos de su Hijo. La Biblia es el
libro para nosotros. Haremos bien en poner atención a lo que ella dice.
FRED PEARCE

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Los cristadelfianos, o como el nombre indica, “Hermanos en Cristo,” son personas
unidas por su creencia en “el evangelio del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo”
(Hechos 8:12). Se han bautizado en Cristo (Gálatas 3:27) para la remisión de los pecados
(Hechos 2:38) y para obtener una parte en la resurrección de entre los muertos (Romanos
6:5).
No creen haber recibido nuevas revelaciones de Dios. Sostienen en su lugar que sólo
las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento pueden hacernos sabios para la salvación (2
Timoteo 3:15-17). Creyendo que la Biblia ha sido inspirada por Dios, la escudriñan
diariamente para descubrir los testimonios y verdades que Dios ha revelado a la raza
humana para su salvación (Hechos 17:11). Consideran que la Biblia es la única fuente de
conocimiento de Dios y que por consiguiente toda doctrina y enseñanza cristiana debe ser
basada en ella solamente.

Hechos 17:11 Y éstos eran más nobles que los que estaban en
Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud,
escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran
así.

No importa cuál sea su creencia religiosa, mándenos sus datos y


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Estudios Bíblicos Cristadelfianos México


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