Sol, Lunas y Planetas - Erhard Keppler

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Sol, lunas

y planetas
Erhard Keppler

SALVAT
Versión española de la nueva edición alemana de la obra Sonne,
Monde und Planeten, publicada por R. Piper & Co. Verlag de
Munich

Traducción: DIORKI Traductores


Artur Klein (para la nueva edición)
Diseño de cubierta: Ferran Cartes / Montse Plass

Escaneado: thedoctorwho1967.blogspot.com
Edición digital: Sargont (2018)

© 1994 Salvat Editores, S.A., Barcelona


© R. Piper & Co. Verlag, Munich
ISBN: 84-345-8880-3 (Obra completa)
ISBN: 84-345-8909-5 (Volumen 29)
Depósito Legal: B-1552-1994
Publicada por Salvat Editores, S.A., Barcelona
Impresa por Printer, i.g.s.a.. Enero 1994
Printed in Spain
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

ÍNDICE

I. PREFACIO
II. HOMBRE Y OPINIONES
EVOLUCIÓN DE NUESTROS CONOCIMIENTOS SOBRE EL
SISTEMA PLANETARIO
III. EL SISTEMA SOLAR: CONSIDERACIONES ASTRONÓMICAS
IV. MERCURIO, VENUS, LA TIERRA, MARTE: LOS PLANETAS
INTERIORES
V. LA TIERRA, EL SOL, EL HOMBRE Y EL CLIMA
VI. JÚPITER, SATURNO, URANO, NEPTUNO, PLUTÓN: LOS
PLANETAS EXTERIORES
VII. OTROS MATERIALES: ASTEROIDES, COMETAS,
METEORITOS, GAS Y POLVO
VIII. LAS LUNAS DE LOS PLANETAS
LÁMINAS
IX. EL ORIGEN DEL SISTEMA SOLAR. SU FINAL
X. CÓMO ES EL INTERIOR DE UN PLANETA Y CÓMO SE CONOCE
XI. EL MAGNETISMO DE LOS PLANETAS
XII. LAS ATMÓSFERAS DE LOS PLANETAS
XIII. PARTÍCULAS CON CARGAS ELÉCTRICAS EN LOS CAMPOS
MAGNÉTICOS: LAS MAGNETOSFERAS DE LOS PLANETAS
XIV. LA HELIOSFERA: LA FÍSICA DEL PLASMA CÓSMICO
XV. CONCLUSIÓN
APÉNDICE I
LAS DISTANCIAS EN EL SISTEMA SOLAR Y FUERA DE ÉL.
NUESTRO ENTORNO EN EL COSMOS
APÉNDICE 2
LA PRESIÓN DE RADIACIÓN DE LA LUZ

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APÉNDICE 3
LA LEY DE TITIUS-BODE
APÉNDICE 4
EL MOVIMIENTO DE LOS PLANETAS
APÉNDICE 5
LOS PUNTOS DE LIBRACIÓN: LA SITUACIÓN DE LOS
«TROYANOS»
APÉNDICE 6
FUERZAS SOBRE CUERPOS EN ROTACIÓN
APÉNDICE 7
DESINTEGRACIÓN RADIACTIVA Y MÉTODOS DE
DATACIÓN

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

I. PREFACIO

La astronomía o la astrofísica son temas relativamente po-


pulares que han sido estudiados a menudo en libros fácilmente
inteligibles. Sin embargo, durante mucho tiempo los planetas
han estado en cierto modo marginados porque desde el punto
de vista astronómico no existía nada nuevo que contar. La reali-
dad es que la física de los planetas sólo se ha desarrollado en
los últimos veinte años y que, por tanto, apenas existe biblio-
grafía para recomendar a quien desee obtener una visión gene-
ral sobre el estado actual de nuestros conocimientos acerca de
los planetas, del espacio más próximo que nos rodea y de nues-
tro entorno más lejano. Éste es el motivo que me ha llevado a
escribir este libro.
Pero no sólo falta una bibliografía fácilmente inteligible so-
bre la materia. Carecemos también de una monografía que
sirva de manual. Por ello he ido un poco más allá en la confec-
ción del libro y me he ocupado de algunos aspectos más deta-
lladamente de lo que cabría esperar. Las tablas 3-2 y 8-1. por
ejemplo, recogen todas las cifras que conocemos en la actuali-
dad sobre las lunas y los planetas; estos datos corresponden a
los conocimientos existentes a finales de 1989.
También he pretendido, especialmente en la descripción de
nuestro planeta, mostrar relaciones, explicar causas, llamar la
atención sobre la sensibilidad de los procesos, dejar ver que los
conocimientos sobre otros planetas nos ayudan a conocer me-
jor la Tierra. Todo ello resulta válido al hablar tanto de la física
de los planetas como al referirse a la del Sistema Solar. Para
comprender los múltiples peligros que acechan a nuestro medio
ambiente hay que conocer la física de ese medio ambiente. Por
desgracia, los jóvenes salen de nuestras escuelas con unos ru-
dimentarios conocimientos de matemáticas, y con nociones
casi nulas de física. No es de extrañar, pues, que los debates
sobre el medio ambiente, y en especial los relacionados con la

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utilización de la energía nuclear, tengan casi siempre un carác-


ter predominantemente emocional y sólo en contadas ocasio-
nes alcancen una dimensión técnica.
Este libro sobre nuestro mundo está escrito en el lenguaje
de las ciencias naturales. He preferido mantener un lenguaje
fácilmente inteligible, por lo que he prescindido de las fórmu-
las matemáticas. Mi intención es que el libro sea comprensible
para cualquier tipo de lector; por otra parte, se pueden pasar
por alto algunos puntos, ya que apenas se hace referencia a ca-
pítulos anteriores. Por todo ello confío en que esta obra sea
tanto un libro de lectura como de consulta. También pretende
hacer reflexionar, en la medida en que se ocupa de la historia
de los planetas, de sus orígenes... y de su final. Refleja el nivel
de nuestros conocimientos.
Me gustaría mostrar mi agradecimiento a todos aquellos
que me han ayudado a escribir este libro. Especial reconoci-
miento merecen la doctora R. Lüst, los profesores Kippenhahn
y Pfotzer y el doctor Musmann por la revisión crítica del ma-
nuscrito y por sus numerosas correcciones y comentarios. I.
Schrader se ha hecho cargo del manuscrito y de las correccio-
nes correspondientes; a ella y a todos los colaboradores de la
editorial Piper, mi más profundo agradecimiento por sus con-
sejos y ayuda.
ERHARD KEPPLER

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II. HOMBRE Y OPINIONES

EVOLUCIÓN DE NUESTROS CONOCIMIENTOS SOBRE EL


SISTEMA PLANETARIO

2.1. LOS PRIMEROS TIEMPOS

Durante el neolítico se desarrollaron culturas de gran re-


lieve en diversos lugares de la Tierra en los que reinaban unas
condiciones climáticas favorables, el suelo era fértil y había
agua, como en los ríos Éufrates, Tigris, Nilo, Indo, Hoang-ho
y en América Central. La desecación de amplias zonas y la for-
mación de un cinturón desértico obligaron al hombre a convivir
en los fértiles oasis que constituían los ríos; la proximidad es-
pacial determinó la adaptación social. A consecuencia de ello
se desarrolló la técnica como medio de ayuda en el trabajo; sur-
gieron ideas (religión) y formas de expresión comunes (lengua,
arte). Pronto se alcanzó una superproducción de alimentos, de
modo que algunos miembros de aquellos grupos sociales pu-
dieron dedicarse a actividades que no estaban destinadas a la
producción de tales alimentos: la sociedad se diferenció.
Ya en esta primera fase de la evolución de la cultura hu-
mana surgió un interés por el Sol, la Luna y las estrellas: por
un lado vieron la luz las primeras ideas —generalmente espe-
culativas— acerca del «mundo»; por otro, se desarrolló una
descripción exacta basada en la observación, que tomó la forma
de la matemática y la astronomía. Los conocimientos geomé-
tricos empezaron a transmitirse a partir del año 5000 a.C., y
curiosamente lo hicieron en casi todas las culturas a la vez (de
la americana es bien poco lo que sabemos). El supuesto carác-
ter supraterrenal llevó desde un principio a la astronomía al
ámbito de lo religioso y la dejó, con ello, bajo el control de los
sacerdotes.

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Por aquella época aparecieron en Mesopotamia los sume-


rios, sobre cuyo origen no tenemos más datos; un poco más
tarde también encontramos sus huellas en Egipto. Bajo su in-
fluencia, la cultura de aquellas zonas adquirió un rápido y va-
riado desarrollo. Una importante condición para este floreci-
miento cultural fue la invención de la escritura, que debe si-
tuarse en tomo al año 3000 a.C. En seguida se extendió a las
gentes del Indo y a Egipto.
Igual importancia revistió la extraordinaria invención de un
sistema de numeración que recuerda a nuestro sistema decimal.
Mientras que el sistema decimal, tal como apuntó Aristóteles,
se halla en relación con los 10 dedos de nuestras manos, los
babilonios —como se denominó más tarde al producto de la
mezcla de los sumerios y de los otros pueblos— apreciaron las
ventajas de un número base divisible entre muchos números
sin resto y utilizaron el 12, y más tarde el 60, como número
base (el 60 es divisible entre diez números sin resto, mientras
que el 10 sólo es divisible entre dos de ellos). Los babilonios
trabajaron con este sistema numérico, y la matemática y la as-
tronomía conocieron un gran auge. Establecieron la duración
del año (los egipcios conocían ya el concepto de «año» en el
4000 a.C.), que todavía no se había fijado con exactitud, en 360
días, agrupados en 12 meses de 30 días, de acuerdo con los 360
grados del círculo. El número 60 se introdujo, así, tanto en la
medición de los ángulos como en la del tiempo, y se ha mante-
nido hasta nuestros días. Dado que los fenómenos naturales no
coincidían con el calendario, más tarde se añadieron 5 días y se
alargó el año a 365 días.
Los egipcios, que fijaban el comienzo del año en la apari-
ción de la estrella Sirio, en la constelación del Perro Mayor
porque al principio coincidía con el desbordamiento anual del
Nilo, apreciaron a lo largo de su historia que, a pesar del año
de 365 días, los fenómenos naturales y el calendario seguían
sin coincidir. Por ello, unos dos siglos antes de nuestra era y
después de más de un milenio de observación (!), añadieron
cada cuatro años un día más, con lo que fijaron la duración del

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año en 365,25 días. Esta práctica se ha mantenido porque Cé-


sar, en su reforma del calendario, se dejó aconsejar por un as-
trónomo egipcio.
Alrededor del año 2000 a.C. hicieron su aparición en la his-
toria los griegos, cuyo origen, del que, al igual que en el caso
de los sumerios, no existen huellas, fue probablemente indo-
germano. Hacia el 1440 a.C. habían conquistado Creta y la ex-
tinción del Imperio hitita alrededor del año 1200 a.C. les per-
mitió colonizar la costa occidental del Asia Menor.
Lo que les diferenciaba de los babilonios y los egipcios era
su distinta actitud ante los hechos de la naturaleza y ante los
conocimientos adquiridos. Aunque entre los primeros los sa-
cerdotes recogían informaciones (y las evaluaban con ciertas
limitaciones), en esencia describían de un modo contemplativo
los fenómenos del mundo (lo que en el extremo oriente ha pre-
dominado hasta los tiempos modernos en la filosofía y la cien-
cia); los griegos, en cambio, comenzaron a interesarse por
cómo podían entenderse las observaciones realizadas. Eran un
pueblo distinto, más libre, más imparcial que sus vecinos; con
los griegos comenzó lo que hoy entendemos por «actuación
científica». En la actualidad solemos relacionar el surgimiento
de esta nueva actitud con la figura de Tales de Mileto, que na-
ció alrededor del 640 a.C. y vivió 78 años.
Mileto se convirtió en seguida en una próspera ciudad co-
mercial (se estima que en aquellos tiempos vivían en Grecia
tres millones de personas) que mantenía relación con los luga-
res más importantes de Oriente. No es extraño que, con los bie-
nes comerciales, llegaran también los bienes culturales de otros
pueblos. Los griegos adoptaron la escritura fenicia (que en un
principio constaba sólo de 22 letras) hacia el año 1100 a.C.,
transformando en vocales algunas consonantes superfluas. De
este modo surgió la primera escritura fonética (a partir del al-
fabeto griego se desarrollaría más tarde el latino). Pero los grie-
gos adoptaron también el sistema decimal: en este hecho hay
que ver el motivo más importante del desarrollo de nuestra cul-
tura occidental. Los jonios tuvieron acceso a los papiros egip-
cios hacia el año 600 a.C., con lo que les fue posible desarrollar
una escritura. Sin embargo, no nos ha llegado ningún texto de

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los primeros filósofos jonios. Aristóteles fue, sin duda, el pri-


mer escritor que ocasionalmente hizo referencia a los trabajos
de filósofos anteriores.
En esta próspera ciudad de la costa occidental del Asia Me-
nor, Mileto, comenzaron a destacar por primera vez en la his-
toria personalidades individuales. Tales, una de esas personali-
dades, tomó el camino de las especulaciones —naturalmente—
cosmológicas. El agua del océano es «el principio y origen de
todas las cosas». Introdujo el concepto de los «primeros prin-
cipios», sobre los que se podía basar el pensamiento. Los pri-
meros principios no se pueden explicar: son evidentes por sí
mismos. En sus viajes a Egipto, el pensador de Mileto tuvo
probablemente acceso a los conocimientos astronómicos de los
egipcios. Esto y sus posteriores aportaciones a la geometría le
convirtieron en una destacada figura de los primeros momentos
del pensamiento griego. Según narra Herodoto, predijo con
toda exactitud el eclipse de Sol del año 585 a.C. ¿Cómo fue
posible?
De las descripciones que Homero; hace de los primeros
tiempos de Grecia (1000 a.C. aproximadamente) se desprende
la idea de que la Tierra es un plato liso que flota en el «okea-
nos». Pitágoras (nacido en el 580 a.C.) sabía ya que la Tierra
era una esfera; Tales debía saberlo también, pues de lo contra-
rio no habría podido predecir el eclipse de Sol. Probablemente
llegara por sí mismo a tal conclusión.
Leucipo (450 a.C.) consideró que el Sol y la Luna eran
cuerpos sólidos y qué la luz de la Vía Láctea estaba constituida
en realidad por la luz de muchas estrellas lejanas. Hacia el año
350 a.C. Heráclito explicó correctamente la alternancia día-no-
che por la rotación de la Tierra en torno a su eje en 24 horas.
Consideró a los planetas como cuerpos similares a la Tierra,
pero dio un carácter infinito al cosmos. Así, a la descripción
astronómica de egipcios y babilonios se añadió en el pensa-
miento griego la especulación cosmológica que, aunque sur-
gida de los mitos, consiguió liberarse de las limitaciones mito-
lógicas y adquirió un carácter original. Los griegos no ofrecie-
ron ninguna interpretación del origen del mundo, pero sí lo hi-
cieron los egipcios, que pensaban que había habido un tiempo

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en el que no existían el cielo y la tierra, sino sólo el agua origi-


nal infinita, el Nû. Esta idea, que quizá fuera de origen babilo-
nio pasó al Antiguo Testamento.
El florecimiento de las ciencias en Mileto finalizó con el
comienzo de la dominación persa. Los filósofos jonios emigra-
ron a Italia y tras la expulsión de los persas (guerras médicas,
500-479 a.C.) el impulso científico se centró en Atenas en los
filósofos Socrates, Platón y Aristóteles (384-322 a.C.). Poste-
riormente se produjo la fundación de Alejandría (332 a.C.) por
Alejandro Magno (356-323 a.C.) y el increíble apogeo de esta
ciudad en tiempos de los Tolomeos.

2.2. LA ÉPOCA DE TRANSICIÓN

La gran tradición astronómica de los griegos se cierra con


Aristarco de Sarnosa (310-230 a.C.) considerado el último gran
astrónomo de Grecia. Según Arquímedes entendió el mundo
como un sistema heliocéntrico. Tras él surge en Alejandría una
nueva tradición astronómica en la que, destacan tres grandes
nombres muy distanciados en el tiempo: Apolonio (230 a.C.),
Hiparco (130 a.C.) y Claudio Tolomeo) (85-160 a.C.). Hiparco
construyo un observatorio en Rodas, donde realizó mediciones
de la posición de los astros, elaboró un catálogo de casi 800
estrellas y fijó la precesión de los equinoccios de la Tierra en
45" por año (hoy lo fijamos en 50,2"). Se le considera el fun-
dador de la trigonometría. Fue el primero que intentó clasificar
las estrellas por su luminosidad al dividirlas en seis «categorías
de magnitud».
Alejandro Magno quiso hacer de Alejandría el centro espi-
ritual de su Imperio. Por ello, sus sucesores, los Tolomeos, fun-
daron el «Museo», al que podemos considerar como la forma
primitiva de nuestra actual universidad. A ello hay que sumar
la constitución por Tolomeo II (283-246 a.C.) de la grandiosa
biblioteca de Alejandría que desde un principio tuvo unas di-
mensiones desproporcionadas para aquellos tiempos.

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Se convirtió en el modelo de la posterior biblioteca de Pér-


gamo, en Misia. La gran biblioteca contaba con 700.000 volú-
menes de literatura, matemáticas, astronomía y medicina. Fue
destruida por un incendio en el año 47 a.C. Dado que los cono-
cimientos astronómicos de los griegos no eran lo suficiente-
mente precisos como para explicar las desviaciones del calen-
dario, se intentó mejorar la observación astronómica. De este
modo surgió en Alejandría una respetable escuela y la astrono-
mía se convirtió en una ciencia.
Tolomeo tenía a su disposición una extraordinaria base: to-
dos los conocimientos del ámbito mediterráneo. Por ello gozó
de la oportunidad de recoger en un libro, la Μεγιστη ύνταξιζ
(Svntaxis Mathematica), el conocido Almagesto, los conoci-
mientos de astronomía de su tiempo, no sin realizar ciertas
aportaciones propias. Ésta no dejó de ser una circunstancia
venturosa, pues los cristianos destruyeron en el año 391 d.C.
los restos de la biblioteca, que por aquel entonces contaba con
más de 40.000 volúmenes (probablemente lo hicieron por indi-
cación del arzobispo Teófilo de Alejandría).
Tolomeo recoge en su libro las principales hipótesis de la
astronomía de su época: la esfera celeste que gira en torno a su
eje, la Tierra redonda en el centro de la esfera celeste. Descri-
bió como un problema geométrico el movimiento del Sol, la
Luna y los planetas, a los que denominó «estrellas errantes»
para diferenciarlos de las demás (Mercurio, Venus, Marte, Jú-
piter, Saturno). Agregó más de mil estrellas al catálogo de Hi-
parco y desarrolló una explicación del movimiento de la Luna,
recogiendo y perfeccionando la teoría del movimiento de los
planetas: por primera vez relacionó su movimiento con el plano
de la eclíptica. El denominado «sistema de Tolomeo» mantuvo
su importancia durante milenio y medio. Las obras de Tolomeo
se enseñaban en las escuelas; en el siglo IX se tradujo el Alma-
gesto-al árabe (Kitab Al-magisti) de ahí se derivó el nombre
Almagesto, en un claro ejemplo de abandono lingüístico) y en
el XII se realizó la traducción del árabe al latín.
Como se observa, sólo se ha hecho una breve referencia a
Aristóteles. Si bien es cierto que siempre se valora y destaca su

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importancia y la de Platón para la filosofía de Occidente, a me-


nudo se olvida que durante milenio v media-este auge de la fi-
losofía griega constituyó un obstáculo para el desarrollo de las
ciencias. Platón, que no era matemático, tenía una buena opi-
nión de esta ciencia. La fachada de la Academia estaba ador-
nada por la frase: «No entrará quien no sea matemático». Pero
Platón se refería a la matemática «pura»; dudaba de su aplica-
ción a la «physis», a la naturaleza del entorno. Aristóteles, en
cambio, trató un número singularmente notable de cuestiones
físicas, intentando aplicar siempre el método deductivo. Como
muchos de los supuestos de los que partía eran falsos, llegó
también a conclusiones erróneas que, sin embargo, fueron con-
sideradas como intocables en Europa durante casi un milenio.
El «aristotelismo» constituyó para la. Iglesia una coartada per-
fecta: el hombre como coronación de la creación podía dedu-
cirle su pensamiento cómo era el mundo. (El dogmatismo de la
Iglesia tiene sus raíces en este hecho.) Sólo Copérnico, Kepler,
Galileo y Newton abrieron el camino de las ciencias naturales
modernas.

2.3. LA ÉPOCA DE LA OSCURIDAD

Curiosamente, el Islam no asumió nunca las ideas aristoté-


licas que durante tanto tiempo influyeron en el pensamiento
cristiano. El cristianismo siguió a Aristóteles y condenó las
ciencias exactas; en cambio, en el mundo musulmán se con-
servó la tradición científica El Islam no combatió ninguna idea
sobre el mundo. De este modo, en la cultura islámica se man-
tuvo vivo el espíritu de los griegos. Con la llegada de los árabes
a España se extendieron a Italia y Europa central los conoci-
mientos de los griegos y de las matemáticas y la astronomía
alejandrinas; en Europa el griego había caído en el olvido y en
el Imperio romano, que dominó el espacio mediterráneo tras
Alejandro Magno, se había introducido un sistema de numera-
ción que hacía casi imposible el cálculo matemático. Por eso
no conocemos a ningún matemático ni a ningún naturalista ro-

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mano de relieve. Los etruscos, que habían transmitido la cul-


tura griega a los latinos (dioses, mitos), extendieron la escritura
fonética de los griegos a los pueblos de Europa. Hacia el año
400 a.C. el avance celta dispersó a los etruscos, que se mantu-
vieron en algunos valles de los Alpes como portadores de la
cultura rética.
La «noche» cayó sobre Europa (como se dice a menudo de
modo exagerado) cuando en el año 642 d.C. se destruyeron los
restos de la biblioteca de Alejandría. En aquel momento la geo-
metría parecía tener una base axiomática debido, ante todo, a
Euclides (de hecho era deducible en el sentido de Aristóteles).
No existía todavía el álgebra y la física no había sido impulsada
desde los tiempos de los griegos. Por otra parte, después de
Aristarco la astronomía había entrado, con Hiparco, en el ca-
llejón sin salida del «sólo observar y describir»; se había per-
dido el interés por las ciencias naturales exactas. En el siglo V
de nuestra era apareció de nuevo en la India un sistema de nu-
meración similar al de los babilonios. Más tarde sería adoptado
por los árabes y llegaría a Europa en la época de la escolástica
a través de la conquista árabe de España.
En los comienzos de la era cristiana existían importantes
matemáticos en el mundo islámico (al-Hazen. al-Kwarzimi,
fundador del álgebra. Ibu-Ymas y al-Biruni) Por iniciativa del
gran califa Harun al Raschid se tradujeron al árabe las obras de
los científicos griegos. Esta época dejó también sus huellas en
la astronomía, tal como lo demuestran los nombres de algunas
estrellas (Aldebarán, Betelgeuse).
En el siglo XII se tradujeron sobre todo en España textos
del árabe al latín: es el caso de los Elementos de Euclides, cuya
versión se realizó en Córdoba, y del Almagesto de Tolomeo,
traducido por Gerardo de Cremona (1114-1187). Posterior-
mente fueron principalmente los escolásticos quienes se encar-
garon de la difusión del pensamiento griego, y fundamental-
mente de Aristóteles, en Europa.
Un hecho importante para el desarrollo de Occidente fue la
propuesta del matemático italiano Leonardo de Pisa, quien re-
comendó la introducción del sistema de numeración árabe en
lugar del romano.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Este sistema fue utilizado por primera vez por John de


Holywood en un libro de texto de aritmética y astronomía. Por
encargó del rey Alfonso X el Sabio, en el año 1252 unos judíos
elaboraron en Toledo unas nuevas tablas astronómicas y pro-
cedieron a emplear este sistema (labias alfonsíes)) Al final del
siglo XIII los signos árabes eran bastante conocidos y acepta-
dos. Así pues, el Islam conservó los conocimientos de los grie-
gos y los trasladó a Europa central; de este modo llegó hasta
nosotros el práctico sistema de numeración que hoy usamos.
Un camino largo y complejo, pero de gran importancia para la
evolución de Occidente. El modo griego de preguntarse por las
características de la naturaleza, la escritura griega, el sistema
de numeración árabe, todo ello hizo posible la «cultura occi-
dental», que se basa, ante todo, en las ciencias naturales. Aun-
que todos los pueblos han desarrollado la poesía, la filosofía,
el arte, sólo Occidente aportó la tarea de crear las ciencias na-
turales, que modificaron el conocimiento sobre la Tierra e in-
fluyeron en nuestra vida de manera decisiva.

2.4. LA LIBERACIÓN: COPÉRNICO, KEPLER, GALILEO,


NEWTON

Con la escolástica se despertó en Europa, y sobre todo en


Alemania, el interés por la astronomía coadyuvado por la fun-
dación de muchas universidades; entre tanto, Francia e Ingla-
terra sufrían todavía las consecuencias de la Guerra de los Cien
Años. Nikolaus von Kues (1401-1464), Georg Peuerbach
(1423-1461), Johannes Müller (Regiomontano) (1436-1476) y,
por ultimo, Nicolás Copérnico, Michael Mästlin y Johannes
Kepler fueron los hombres más importantes de aquella época e
hicieron posible la liberación del pensamiento científico, con
el nacimiento de las ciencias naturales modernas.
Pero la rápida evolución de las ciencias naturales resulta
impensable sin un avance técnico que modificó radicalmente
las condiciones necesarias para el cultivo de las ciencias: la in-
vención de la imprenta por Gutenberg hacia 1450. El libro im-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

preso, más fácil de conseguir, fue ocupando el lugar del traba-


joso estudio de los pergaminos en monasterios y bibliotecas.
De nuevo fue una simplificación técnica, que hacía más fácil el
trabajo, la que marcó el comienzo de una nueva época en las
ciencias naturales. Y este nuevo punto de partida también es-
tuvo representado por una persona: Copérnico hizo su entrada
en la escena histórica.
Niklas Koppernigk nació el 14 de febrero de 1473 en To-
rún. Estudió en la Universidad de Cracovia y, más tarde, en la
de Bolonia. Allí aprendió el griego y leyó las obras de Platón.
Mantuvo una estrecha relación con el astrónomo Domenico
Maria da Novara, quien introdujo a Copernicus (como se escri-
bió su nombre en forma latinizada) en la astronomía. De nuevo
en su país natal, en 1497 fue nombrado canónigo de Frauen-
burg, y en ese mismo año marchó de nuevo a Padua, donde
quería estudiar derecho y medicina. Tras nueve años de estan-
cia en Italia, en 1506 regresó a Polonia, primero a Heilsberg
como consejero de su tío, arzobispo de Ermland, pasando en
1512 a Frauenburg, donde vivió hasta su muerte en 1543. Co-
pérnico apenas ha explicado cómo llegó al sistema heliocén-
trico. En su obra De Revolutionibus describe la teoría del mo-
vimiento de los planetas vigente hasta entonces, sus dificulta-
des, sus errores, y llega a la conclusión de que en ella se debía
haber pasado por alto algo importante. Había leído un gran nú-
mero de obras filosóficas. En las obras de Cicerón y Plutarco
encontró referencias a filósofos que pensaban que la Tierra se
movía. Fue entonces cuando comenzó a pensar que tales mo-
vimientos se podían aplicar también a los planetas. Del resto
no dice nada más. Pero es de suponer que la notable simplifi-
cación matemática que consiguió le llevara por el camino ade-
cuado. Sus antecesores griegos sólo le proporcionaron el im-
pulso. Conocía las ideas de Aristarco, y es probable que antes
de 1514 estuviera convencido de la necesidad de recurrir a un
sistema heliocéntrico.
El historiador de Cracovia Mathias von Miechow incluyó
en 1514 en un índice de sus libros la obra Theorice asserentis
terram moveri, solem vero quiescere. (Sobre la teoría de los
planetas de una Tierra en movimiento, pero un Sol quieto.) Es

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

probable que Copérnico escribiera el Commentariolus poco


después de su regreso de Italia, esto es, después de 1507 (con
el título completo de Nicolai Copernici de hypothesibus
motuum coelestium a se constituís commentariolus). Más tarde
redactaría su obra principal, De Reuolutionibus Orbium
Coelestium Libri Sex, en la que trabajó durante unos treinta
años. El Commentariolus debió escribirlo como un breve resu-
men cediendo a los ruegos de los amigos y dejando circular el
manuscrito. Finalmente, éste cayó en manos del joven Georg
Joachim Rheticus, de Wittenberg, quien publicó un resumen
(Narrado Prima) que fue impreso en Danzig en 1540.
Como era de esperar, tuvo gran eco. Contento por ello, Co-
pérnico accedió a la publicación de su obra, que apareció en
1543, editada por el teólogo Andreas Osiander, en Nuremberg;
Copérnico recibió una copia de ella el mismo día de su muerte,
el 24 de mayo de 1543.
El Commentariolus contiene de forma axiomática siete hi-
pótesis («petitiones») que describen de un modo breve y claro
el «sistema copernicano». A continuación citamos las cuatro
primeras hipótesis según la traducción alemana de F. Ross-
mann.1
Primera hipótesis: no existe un único punto central de las
esferas celestes.
Segunda hipótesis: el centro de la Tierra no es el centro del
mundo, sino sólo el de la gravedad y el de la órbita de la Luna.
Tercera hipótesis: todas las órbitas rodean al Sol, como si
éste estuviera en el centro de todas; por ello el centro del
mundo se halla cerca del Sol.
Cuarta hipótesis: la proporción entre la distancia Sol-Tierra
y la altura de la esfera celeste es menor que la existente entre
el radio de la Tierra y la distancia al Sol, de modo que ésta es
imperceptible frente a la altura del cielo.

1F. Rossmann: Nikolaus Kopernikus-Erster Entwurf seines Weltsystems. Ed.


H. Rinn. Munich. 1948.

― 18 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

De este modo tan claro y sencillo describe su sistema. En


De Revolutionibus están incorporadas las «hipótesis» en distin-
tos capítulos, acompañadas de deducciones sacadas de las mis-
mas. La obra contiene además la teoría astronómica con la que
intenta explicar, entre otras cosas, las pequeñas desviaciones
de las órbitas observadas. Aquí introduce hipótesis ad hoc, y
«sólo» necesita 34 órbitas para ilustrar el funcionamiento del
universo. Kepler se encargaría más tarde de perfeccionar la teo-
ría astronómica.
La aportación de Copérnico queda expresada en sus tres
primeras hipótesis: lo que más le molestaba era el hecho de que
en el sistema de Tolomeo los movimientos de los planetas fue-
ran irregulares. La perfección de un sistema tal como lo defi-
nían la filosofía y la teología exigía un movimiento uniforme.
Para conseguirlo había que modificar un principio del sistema
antiguo: lo hace en la primera hipótesis, en la que introduce una
matización al hablar de esferas celestes. Su idea de que un nú-
mero, el menor posible, de tales esferas debe reflejar las obser-
vaciones empresa un principio que aparece de nuevo en la fí-
sica de los tiempos modernos y que con frecuencia se encontró
en la base de la ampliación de la imagen del mundo: entre las
posibles descripciones de un sistema la más sencilla es proba-
blemente la más acertada.
En una segunda hipótesis Copérnico no dejó ya ninguna
duda sobre la importancia de esta idea: renuncia al «centro del
mundo»; por otra parte, en la tercera admite el movimiento de
la Tierra. Desde el punto de vista físico, esto era lógico. Pero
desde el punto de vista filosófico significó el comienzo de una
nueva época, la liberación del dogma de lo establecido: el igual
trato de todos los posibles sistemas con una valoración objetiva
de su calidad.
El resto del siglo XVI fue un período de transición. De Re-
volutionibus ocupó el lugar del Almagesto y Erasmus Reinhold
publicó la Tabula Prutenicae, con un conjunto de tablas basa-
das en el sistema de Copérnico, que sustituyeron a las «tablas
alfonsíes» y que le serían de gran utilidad al primer gran astró-
nomo de la edad moderna, Tycho Brahe.

― 19 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El francés Petrus Ramus se reunió hacia mediados de siglo


con el danés Tycho Brahe (1546-1601) en Augsburgo, tal como
se desprende de los apuntes del segundo. Ramus admiraba a
Copérnico porque había rechazado todas las hipótesis antiguas
y había introducido otras prácticamente nuevas. Opinaba que
había que considerar como órbitas aquellas que mejor refleja-
ran un gran número de posiciones observadas en un planeta.
Brahe no apreció el principio básico en las ideas de Ramus,
pero se dio cuenta de que era preciso contar con una larga serie
de observaciones y se mostró de acuerdo en que la astronomía
debía estar basada en la observación. El astrónomo danés tomó
este camino con gran talento y paciencia.
En 1597 Brahe abandonó Dinamarca y se estableció en
Bohemia. Allí llegó en el año 1600 Johannes Kepler, que había
sido expulsado de Graz a causa de sus ideas religiosas. Ambos
se conocían por haber tenido con anterioridad contactos epis-
tolares; el primer libro de Kepler se había publicado en 1596,
después de haber sido introducido su autor en la astronomía por
Mästlin.
Johannes Kepler nació el 27 de diciembre de 1571 en Weil
der Stadt. En seguida dio a su nombre la forma latinizada de
Keplerus. Cuando Brahe murió en 1601, le dejó a Kepler el
gran tesoro de sus observaciones. Realizando trabajosos cálcu-
los, Kepler satisfizo la exigencia de Ramus en el sentido de
abordar las observaciones sin suposiciones previas. De este
modo descubrió que los movimientos orbitales de los planetas,
que durante dos milenios habían sido un enigma, se podían ex-
plicar fácilmente si se aceptaba que se trataba de órbitas elípti-
cas, uno de cuyos focos estaba ocupado por el Sol; el radio vec-
tor barre áreas iguales en tiempos iguales (ley de las áreas) y,
por otra parte, la proporción entre los cuadrados de los períodos
de revolución y los cubos de las distancias medias es constante.
No hay que ocultar un pequeño detalle: la ley de las áreas (co-
rrecta) la dedujo de dos teoremas falsos cuyos errores se com-
pensaban.
Con ello, Kepler —a diferencia de todos sus antecesores—
no formuló una hipótesis nueva con cuya ayuda se podía cal-
cular la posición de los planetas; se limitó a definir la órbita

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

real de los planetas y cultivó por primera vez la física. El único


argumento que Copérnico pudo presentar para su teoría del sis-
tema heliocéntrico era que estaba en condiciones de sustituir
de un modo sencillo el complicado sistema de esferas, epici-
clos, etc. No podía demostrar la veracidad de su sistema. Los
cálculos de Kepler describían por primera vez las órbitas
reales. Lo que no podía explicar era por qué las órbitas son
elipses y por qué giran los planetas alrededor del Sol. Su in-
tento de introducir la idea de una fuerza magnética demuestra
que desde el punto de vista físico estaba en el camino ade-
cuado. Aunque Galileo tampoco pudo añadir nada, sus obser-
vaciones permitieron llegar a la verdad. En los últimos años de
su vida, Kepler se interesó por el «magnetismo de los planetas»
e intentó localizar el polo magnético de la Tierra mediante me-
diciones. Suponía que todos los planetas tenían un eje magné-
tico: consideraba que la fuerza magnética era la que movía el
sistema planetario, y en consecuencia no conocía todavía la
gravitación. Buscaba una fuerza constante que pudiera mante-
ner el movimiento de los planetas y estaba seguro de que no
hacía falta nada más. No llegó a conocer que la gravitación era
esa fuerza, a pesar de que relacionó las mareas con la existencia
del Sol y la Luna. Cuando murió, el 15 de noviembre de 1630,
dejó tras sí la descripción matemática del sistema de Copér-
nico, libre de hipótesis. Se habían sentado las bases de la física
del Sistema Solar.
Los trabajos científicos de Kepler están enmarcados en una
serie de especulaciones místicas. Por otro lado, resulta sorpren-
dente lo claros que son sus argumentos cuando se trata de te-
mas astronómicos. Pero cuando entra en el terreno de filosofía
resulta difícil seguirle: estaba muy arraigado en la tradición
medieval. Quizás enturbiara él mismo estas partes de sus escri-
tos para defenderse; en la Austria católica fue perseguido como
protestante y en realidad no se podía esperar menos de un autor
como él. Kepler era por naturaleza un teórico matemático, en-
contrándose al final de una época que él mismo cerró con la
correcta descripción cinemática del Sistema Solar. Albert Ein-
stein (Aus meinen späten Jahren, DVA, Stuttgart, 1953) escri-
bió lo siguiente sobre Kepler: «Estaba obligado a abandonar el

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

método de investigación animista, un modo de pensar que ha-


cía referencia a los fines últimos. Tuvo que reconocer primero
que ni siquiera la teoría matemática más lógica, más clara, ofre-
cía garantía alguna de la verdad, careciendo de importancia
mientras no resistiera a las más exactas observaciones de las
ciencias naturales. La obra de Kepler no habría sido posible sin
esta orientación filosófica »
En contraposición a Kepler. Galileo Galilei, que vivió en la
misma época, fue lo que denominaríamos un físico experimen-
tal. Y esto se puede ilustrar con una breve historia: el fabricante
de lentes holandés Jan Lippershey había construido un telesco-
pio. Cuando Galileo se enteró de la noticia, quiso hacerse con
uno de aquellos aparatos, sin importarle cómo funcionaban.
Kepler, en cambio, trabajó en la teoría óptica del telescopio y
en 1604 publicó su obra Astronomía pars optica, a la que siguió
en 1610, en la Dioptrice, una teoría de las lentes que hizo po-
sible el posterior desarrollo sistemático de los telescopios.
Nunca construyó un telescopio. Por el contrario, Galileo fa-
bricó más tarde sus propios telescopios siguiendo las indica-
ciones de Kepler y con ellos encontró las cuatro grandes lunas
de Júpiter, a las que denominó «lunas mediceas». Más tarde
recibieron en su honor el nombre de Lunas de Galileo. Descu-
brió las fases de Venus, observó las manchas solares, calculó
—cuando estuvo seguro de que las manchas estaban en el Sol
y no en un punto del espacio situado entre la Tierra y el Sol—
los períodos de rotación del Sol y verificó que las manchas sólo
son oscuras en comparación con la zona de su alrededor, que
su existencia es muy limitada en las proximidades del ecuador
y que el eje de rotación del Sol no se halla exactamente vertical
con respecto al plano de la órbita terrestre. Observó la superfi-
cie de la Luna, descubrió valles y montañas y calculó la altura
de éstas. Por último, interpretó las «nubecitas y agrupaciones
nebulosas» de la Vía Láctea como aglomeraciones de estrellas.
Galileo apenas se ocupó de la teoría de los planetas. Ni si-
quiera aceptó la órbita elíptica; consideró a los cometas —
Tycho Brahe y Kepler habían demostrado que no tenían un ori-
gen terrestre— como vapores de la Tierra que reflejaban la luz.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Galileo fue muy contradictorio también en otros muchos as-


pectos. Si por un lado no conocía la teoría de los planetas, por
el otro podía describir las alteraciones mutuas de sus órbitas
(en Dialogo sopra i due massimi sistemi del Mondo, Tolemaico
e Copemicaus).
Galileo Galilei nació el 15 de febrero de 1564 en Pisa y fa-
lleció el 8 de enero de 1642 en Florencia. Su gran aportación
fueron sus estudios sobre los movimientos de caída y de lanza-
miento, con lo que introdujo la cinemática en la física. Percibió
la relatividad del movimiento uniforme, y en sus experimentos
sobre la caída observó que cuerpos de distinto peso caen a igual
velocidad en el campo de gravitación —prescindiendo de la re-
sistencia al aire—. De la observación del péndulo pasó a la afir-
mación de que el efecto de una fuerza sobre un cuerpo hay que
buscarlo en la modificación de su estado dinámico. A él se le
atribuye la iniciación del método científico: su tarea consiste
en formular hipótesis generales que explican determinados fe-
nómenos y que, una vez verificadas, permiten descubrir las le-
yes de la naturaleza. Con ello estaba en clara contradicción con
el «aristotelismo» deductivo, aceptado por la Iglesia. Aristóte-
les había dicho que los cuerpos pesados caían más deprisa que
los más ligeros y que bajo el efecto constante de una fuerza un
cuerpo se movía con arreglo a una velocidad constante. En el
ejemplo de la trayectoria de un cuerpo Galileo demostró la im-
portancia de la definición matemática, con cuya ayuda pudo
hacer predicciones sobre el transcurso de los procesos. Sus ob-
servaciones apoyaban el sistema de Copérnico, y la Iglesia re-
conoció que no se trataba de una opinión minoritaria. Los filó-
sofos escolásticos de Pisa combatieron sus ideas porque se
oponían a la autoridad de Aristóteles, al «aristotelismo» deduc-
tivo característico del dogma eclesial.
En 1615/16 se celebró el primer proceso de la Inquisición
contra él, en el que Galileo fue obligado a guardar silencio. En
1632 volvió a defender sus ideas en una obra sobre los sistemas
tolomeico y copernicano, siendo sometido el año siguiente a un
segundo proceso, durante el cual fue obligado a abjurar bajo
amenaza de tortura. A partir de entonces permaneció bajo vi-
gilancia de la Inquisición, quedó ciego en 1637 y murió cinco

― 23 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

años después. Sus obras no fueron borradas del índice hasta


1835 (!).
El hecho de que la Iglesia católica preparara en 1981 una
«reanudación» del proceso contra Galileo —como una rehabi-
litación tardía, por así decirlo— produce una extraña impresión
en un mundo marcado por la ciencia. Las cuestiones por las que
se sometió a Galileo al proceso quedaron resueltas hace mucho,
y el pensador italiano ocupa desde hace tiempo su lugar como
una de las grandes personalidades de la historia de la humani-
dad.
Los teólogos, católicos y luteranos, no aceptaron las ideas
de Copérnico. Por ello, el teólogo Osiander —el editor— aña-
dió anónimamente a De Revolutionibus un prólogo en el que
rebajaba las ideas expuestas a la calidad de hipótesis. Giordano
Bruno había sido quemado vivo en el 1600, como hereje, a
causa de sus ideas y de su reconocimiento del sistema coperni-
cano. En tales circunstancias, ¿qué consecuencias iba a tener el
descubrimiento de las lunas de Júpiter por Galileo? Con él se
hizo evidente por primera vez que la idea de que la Tierra ocu-
paba una posición especial era insostenible: no se trataba sino
de un planeta más entre otros muchos. El descubrimiento de las
manchas solares y de su variabilidad, realizado por Galileo
poco después, tuvo consecuencias similares: se había rebatido
el dogma aristotélico de la invariabilidad de los cuerpos celes-
tes. En 1616 la Inquisición romana declaró herejía a la «doc-
trina» del movimiento de la Tierra. Había que «limpiar» el li-
bro de Copérnico; el Diálogo de Galileo se incluyó en el índice
junto con el Epítome de Kepler. Por fortuna, las ideas de Co-
pérnico no fueron perseguidas en los países protestantes y de
ahí que la resistencia de la Iglesia no lograra impedir que aca-
baran imponiéndose.
Por último, Isaac Newton demostró que la segunda ley de
Kepler era una consecuencia de la gravitación. Si los filósofos
anteriores habían mezclado siempre las observaciones con
ideas filosóficas y habían impuesto una serie de extrañas limi-
taciones a la astronomía, Kepler, siguiendo las recomendacio-
nes de Ramus, libre de prejuicios y basándose en los extraordi-
narios trabajos de Tycho Brahe, reconoció la importancia de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

las observaciones y confirió al sistema de Copérnico una exis-


tencia propia al margen de la filosofía. Newton puso fin a todas
las controversias al demostrar que el sistema descrito por Co-
pérnico y Kepler no sólo coincidía con la realidad, sino que
además era el único posible.
Isaac Newton nació el 4 de enero de 1643, el mismo año en
que murió Galileo, en Woolsthorpe. Resolvió el problema de
qué fuerza (F) mueve a un planeta (m1) a una distancia r alre-
dedor del Sol (m2) y demostró que la constante K de su ley de
gravitación
𝑚1 𝑚2
𝐹=𝐾
𝑟2
tiene un carácter universal, esto es, que la ley describe tanto la
caída de un cuerpo sobre la Tierra como el movimiento de la
Luna alrededor de la Tierra o el de la Tierra alrededor del Sol.
Con ello quedaba claro que un cuerpo tenía que moverse alre-
dedor del Sol en una órbita elíptica (el círculo es una elipse
especial) o, con muy elevada velocidad, en una hipérbola, de
ahí se deriva el teorema de las áreas (la segunda ley de Kepler).
También demostró que la tercera ley de Kepler, según la cual
los cuadrados de los tiempos de recorrido de los planetas se
comportan como las terceras potencias de su distancia media,
sólo era relativamente válida. A partir de la analogía de la caída
libre sobre la Tierra con el movimiento de los planetas, Newton
llegó a la conclusión de que la dirección de la fuerza tenía que
ser radial, no tangencial, como había especulado Kepler. De-
mostró, por último, que, dado que nuestro planeta es una esfera
achatada por los polos, la gravitación del Sol y la Luna influye
sobre la Tierra en rotación y ejerce sobre ella un momento de
giro que determina un movimiento de precesión en el eje, cuyo
período casi calculó correctamente.
Según su propio testimonio, en 1665/66 descubrió la ley de
la gravitación, de la que pudo derivar sin problemas las leyes
de Kepler. La publicó, a instancias de sus amigos, en su libro
Philosophiae Naturalis Principia Mathematica —de forma
abreviada, Principia—, que no apareció hasta 1687.

― 25 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Con la formulación de la ley de la gravitación quedaba re-


suelto el problema astronómico de la exploración del Sistema
Solar. Con anterioridad ya se habían hecho numerosas referen-
cias a la gravitación: Plutarco escribió que el movimiento im-
pedía que la Luna se cayera, del mismo modo que no se caen
los objetos que giran en el aire atados a una cuerda. Kepler
consideró que dos piedras se atraerían en el espacio. Robert
Hooke (1635-1703) postuló que si la fuerza de atracción F
fuera F = 1/r2, los planetas se moverían en órbitas elípticas.
Christian Huygens explicó la fuerza centrífuga y René Descar-
tes la ley de la aceleración que Galileo demostró pero no reco-
noció como principio. Newton recogió todas estas ideas y for-
muló la ley de la gravitación.

2.5. LA ÉPOCA MODERNA: DESPUÉS DE NEWTON

Con la conquista de Bizancio por los turcos en el año 1453


se inició una nueva etapa. En los años siguientes se difundió
por Europa el vasto tesoro de las bibliotecas bizantinas y por
fin se pudieron conocer las obras originales de los griegos que
los escolásticos habían traducido del árabe al latín (así. p. ej.,
en 1475 vio la luz la Geografía y en 1515 el Almagesto de To-
lomeo). Europa comenzó a inclinarse hacia el helenismo, espe-
cialmente en el terreno de las ciencias «no naturales», que te-
nían un carácter marcadamente individual, partían de imagina-
ciones y se aferraban a ellas. Sin embargo, el redescubrimiento
del saber griego —el modo griego de plantearse problemas—
ayudó a las ciencias naturales a liberarse de las limitaciones
impuestas por el dogma cristiano. Bien es verdad que, dado que
las ciencias naturales son acumulativas, en seguida superaron
los principios y los métodos de los griegos. Si a la era de Co-
pérnico, Kepler y Galileo se la puede considerar todavía como
la de la «liberación de las ciencias naturales», con Isaac New-
ton comenzó la física moderna.
Después de Newton se abrió un largo período en el que la
astronomía del Sistema Solar apenas se desarrolló; fueron

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

como las últimas pinceladas de un cuadro casi terminado. Me-


diante la triangulación, en 1672 los astrónomos Giovanni Do-
menico Cassini y Jean Richter midieron por primera vez de un
modo absoluto y exacto la distancia de Marte; en 1676 Olaf
Römer calculó por vez primera la velocidad de la luz obser-
vando las lunas de Júpiter y la diferencia de tiempo que se daba
cuando la Tierra se encontraba en su órbita entre el Sol y Júpi-
ter y cuando se encontraba al otro lado del Sol (v. fig. 2-1).
Pierre Simon Laplace observó la rotación perihelial de Mercu-
rio2. Joseph Louis Lagrange se ocupó del complejo problema
de los tres cuerpos, con la determinación cinemática de la ór-
bita de tres masas en movimiento que se influyen recíproca-
mente. Sólo tiene solución el problema de los tres cuerpos «li-
mitado»; cuando se puede suponer que una de las tres masas es
mucho más reducida que las otras dos es posible prescindir de
su efecto sobre las grandes.

Fig. 2-1. Cálculo de la velocidad de la luz por Olaf Römer en 1676.


Cuando la Tierra se encuentra en la posición (1), está más cerca de Júpiter
que en las posiciones (2) o (3). El periodo de revolución de la luna de
Júpiter lo se utiliza como reloj: los eclipses de Ío se observan antes cuando
disminuye la distancia y tardan más en aparecer cuando ésta aumenta (pos.
1-pos. 2). Römer estableció la velocidad de la luz en 214.300 km/seg.

James Bradley descubrió la aberración de la luz (v. apén-


dice 1) y el ciclo de 18,6 años de la «nutación» del eje terrestre
(v. fig. 2-2). En 1761 Edmund Halley observó el paso de Venus
ante el disco solar —un acontecimiento poco frecuente, pues el
plano de la órbita de Venus está inclinado con respecto al de la

2 De esta cuestión nos ocuparemos con más detalle al final del capítulo 3

― 27 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Tierra— desde diversos puntos de la Tierra y ello le permitió


determinar la magnitud absoluta de los parámetros de la órbita
venusiana, que hasta entonces sólo se conocían en términos re-
lativos. En aquellos años se estudió la masa de los planetas a
partir de los períodos de revolución de sus lunas: la masa de
Venus se calculó a partir de las alteraciones de la órbita terres-
tre. La masa de Mercurio fue la única que no pudo determinarse
correctamente, problema sobre el cual volveremos más ade-
lante.

Fig. 2-2. Precesión del eje terrestre alrededor de la perpendicular a la


eclíptica bajo el efecto de las fuerzas de gravitación del Sol y la Luna. El
periodo de precesión se sitúa en torno a 25.700 años. El periodo de nuta-
ción, que hay que atribuir a la diferente magnitud de las fuerzas en la órbita
terrestre, es de 18,61 años. En el dibujo se ha exagerado el ensanchamiento
ecuatorial de la Tierra.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En 1772 Johann Elert Bode dio a conocer la regla, basada


en las ideas de Kepler (Mysterium Cosmographicum), que Jo-
hann Daniel Titius formulara en 1766 e hizo referencia a la
existencia de una órbita —por así decirlo— sin ocupar entre las
de Marte y Júpiter. El 1 de enero de 1801 el italiano Giuseppe
Piazzi localizaría en ese mismo punto el asteroide Ceres, Se
conoce con el nombre de asteroides a los cuerpos con diáme-
tros inferiores a 1.000 km que no son «lunas». Este hecho pro-
dujo una gran sensación en aquel momento, sobre todo después
de que, en 1781, el descubrimiento del planeta Urano por el
astrónomo William Herschel (1738-1822) hubiera causado ya
una gran sorpresa entre los astrónomos. Siempre se había con-
siderado al Sistema Solar como un sistema «cerrado». G. F. W.
Hegel, el filósofo, publicó en 1801 su trabajo de habilitación
como catedrático «sobre las órbitas de los planetas»; en él de-
mostraba de un modo lógico (!) que no podía haber más de siete
planetas... A la vista de los grandes avances de la física después
de Newton, entre los científicos de aquel momento reinaba la
eufórica idea de que por fin se habían descubierto y analizado
todos los hechos importantes.
En 1846 se descubrió el planeta Neptuno y en 1930 pudo
comprobarse la existencia de Plutón. El descubrimiento de
Neptuno fue una especie de juego de detectives: a partir de las
perturbaciones de la órbita de Urano, los astrónomos John C.
Adams y Urbain J. Leverrier llegaron —cada uno por su
cuenta— a la conclusión de que tenía que existir un planeta
más. Cuando Johann Gottfried Galle exploró el lugar indicado
desde el observatorio astronómico de Berlín, encontró ense-
guida el planeta en cuestión. Gracias, eso sí, a la afortunada
circunstancia de que Neptuno era visible en aquel momento.
En el siglo XIX los físicos y los astrónomos disponían ya
de instrumentos de medida muy perfeccionados y de unos re-
cursos matemáticos bastante importantes. En 1823 J. Herschel
consiguió conocer los espectros de las estrellas. Suponía —y
estaba en lo cierto— que a partir del estudio de tales espectros
se podría determinar la composición química de los astros. Éste
fue el nacimiento de la astrofísica: a partir de entonces resultó

― 29 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

posible describir otros cuerpos celestes desde el punto de vista


físico.
También se manifestó un gran interés por el origen del Sis-
tema Solar. Laplace y Kant expresaron su idea de que el Sis-
tema Solar tenía que haber surgido de una nube de gas por un
colapso gravitacional. Hermann von Helmholt se ocupó en
1857 del origen de la energía solar. Partiendo de la idea del
colapso gravitacional, calculó una tasa de contracción del Sol
según la cual éste sólo podría haber producido energía durante
22 millones de años. Era imposible. Aunque ahora este pro-
blema es resoluble gracias a la fusión nuclear, entonces no se
podía abordar con perspectivas de éxito. Tampoco era fácil
avanzar en el estudio de los procesos físicos de otros planetas,
ya que el nivel de conocimientos en este terreno seguía siendo
más bien bajo.
El interés por el sistema planetario disminuyó a lo largo del
siglo XIX. Se aprovecharon los conocimientos ya existentes,
pero no se añadieron otros nuevos. Durante casi un siglo sólo
los astrónomos aficionados se dedicaron a observar los plane-
tas. La mayoría de los astrónomos se habían dedicado desde
hacía tiempo al estudio de las estrellas. La verdadera explora-
ción de los planetas no comenzó hasta la era de los viajes es-
paciales, especialmente a partir de 1970, con ocasión del lan-
zamiento de sondas. Desde entonces han aumentado en gran
medida los conocimientos sobre los planetas. Son tantos los
científicos de diversos países que han participado y participan
en estos programas de investigación que por motivos de espa-
cio resulta imposible citar sus nombres. Por ello ponemos aquí
punto final a esta breve ojeada sobre la época histórica de la
evolución de las ciencias naturales para centrarnos en la física
de los planetas y mencionar sólo ocasionalmente a algunas fi-
guras.

― 30 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

III. EL SISTEMA SOLAR: CONSIDERACIONES


ASTRONÓMICAS

El astro central de nuestro sistema, el Sol, es una estrella:


denominamos así a los cuerpos en cuyo interior se libera tanta
energía que una parte considerable de ella sale al exterior. La
producción y la emisión de esta energía están perfectamente
dosificadas, aunque también puede ocurrir que la estrella ex-
plote (hablamos entonces de una estrella «nova» o «super-
nova»). De esta energía vivimos nosotros. Cae en forma de ra-
diación electromagnética sobre la atmósfera terrestre, la ca-
lienta, provoca y mantiene su circulación, y calienta también la
superficie de la Tierra, haciéndola habitable. Una parte de la
energía sufre una serie de transformaciones químicas: se pro-
duce así el crecimiento de las plantas y toda la vida es posible
gracias a la energía que nos llega desde el Sol.
Los hombres se dieron cuenta de esto en seguida y por eso
encontramos tan a menudo al Sol en el ámbito de la religión los
egipcios adoraban al dios del Sol Ra, los súmenos le daban el
nombre de Utu, los indios hablaban de Gamda y los japoneses
veneraban a la diosa del Sol Amaterasu En las edades antigua
y media no se tenían apenas conocimientos acerca del Sol, y
las nociones al respecto sólo empezaron a evolucionar hacia
1800 a partir del descubrimiento de las líneas de Fraunhofer en
el espectro solar. Pronto se formularon las primeras teorías: en
el siglo XIX se calculó la temperatura de la superficie solar a
partir de su luminosidad Por el efecto gravitacional se conocía
la masa del Sol, así como su distancia de la Tierra, con lo que
se podía calcular también su volumen De esta manera se ob-
tuvo el valor de su densidad media (v. tabla 3-1) y se dedujo
que el Sol es una bola gaseosa de hidrógeno a muy alta tempe-
ratura, con pequeñas cantidades de otros elementos (sobre todo

― 31 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

helio, que fue descubierto por sus líneas espectrales en el es-


pectro solar antes de que el químico inglés William Ramsay
pudiera encontrarlo en el laboratorio).
Tabla 3-1. Principales datos del Sol
Radio _ 6,96×1010 cm = 109 RT * _ Velocidad de rotación _ 1,93 km/s
en el ecuador
Masa 1,966×1033 g
Densidad media 1,409 g/cm3 Periodo de rotación 25,03 días
Aceleración de la 2,74×104 cm s‒2 A mayor latitud 27,62 días
gravedad en la su-
perficie
Constante solar 1,36×106 erg cm‒2 s–1 Inclinación del eje de 7o 15'
(flujo de energía en = 0,14 vatios/cm2 rotación respecto de
1 UA.) (= 1,96 cal/min/cm2) la eclíptica
Producción energé- 3,90×1033 erg/s Espesor (fotosfera) 110 km
tica
Temperatura de la 5.780 ±10°K Tipo espectral G-2
superficie (enana amarilla)
* RT: radio de la Tierra.

Por diversas fuentes sabemos (v. cap. 9) que el Sol se formó


hace unos 4.600 millones de años y que desde entonces ha
mantenido siempre la misma producción de energía con muy
pequeñas oscilaciones. En consecuencia, la fuente de energía
del Sol no ha de ser sólo gravitacional, y no puede tener un
origen químico. Hoy estamos convencidos de que la produc-
ción de energía en el Sol responde a un proceso termonuclear:
cuatro núcleos de hidrógeno se funden en un núcleo de helio
en virtud de una serie de choques, liberándose por cada núcleo
de helio formado una energía de 26,21 MeV o 4,2×105 ergios.
Este proceso —del que no nos vamos a ocupar aquí con más
detalle— transcurre en el núcleo interno del Sol. La energía de
1033 ergios/seg producida sale hacia el exterior, primero por ra-
diación, y en las capas externas por convección Al observar la
superficie solar, las estructuras que reflejan el flujo convectivo
de energía aparecen como una red de células de convección en
la «granulación» (fig. 3-1). El flujo convectivo podemos des-
cribirlo como una burbuja de gas de baja densidad pero elevada
temperatura que asciende en un material más frío (se habla de
una «inestabilidad convectiva»). De esta zona de convección

― 32 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

pasan a la fotosfera —la superficie visible del Sol— ondas so-


noras que, debido a la rápida disminución de la densidad, se
convierten en ondas de choque y calientan las capas superiores.
Pero la disminución de la densidad determina también una re-
ducción relativa de la energía cinética del flujo de gas con res-
pecto a la energía ahora dominante acumulada en campos mag-
néticos locales.

Fig. 3-1. La convección en las capas más profundas del Sol provoca el
ascenso de burbujas de gas a mayor temperatura. Durante su rápido as-
censo, estas burbujas no ceden calor al exterior. Cuando la diferencia de
temperatura es muy grande, el flujo se hace inestable y se rompe. Las «cé-
lulas de convección» se aprecian al observar estas capas longitudinal-
mente. Forman la «granulación» de la superficie solar, similar a la parte
superior de las formaciones nubosas. Las estructuras oscuras son manchas
solares que en ocasiones se aprecian a simple vista en el Sol. (Fotografía:
Sacramento Peak Observatory.)

― 33 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La temperatura ha descendido a 6.000 grados. La fotosfera


es gaseosa y podemos observarla gracias a que la «atmósfera»
del Sol es muy transparente. No podemos hacer otro tanto, en
cambio, con las capas interiores. De ahí que todas las medidas
dimensionales se refieran a esta superficie visible. A nuestros
ojos el Sol es como un disco brillante con un radio de 16' 17",82
3
en el perihelio de la Tierra y de 15' 45",67 en el afelio de
nuestro planeta4.
En la órbita terrestre un cuerpo de 1 cm2 de superficie re-
cibe una energía de 0,14 vatios, la llamada «constante solar»
(tabla 3-1). De ella, un 47% llega a la superficie de la Tierra,
una parte se irradia al espacio y un 17% permanece en la at-
mósfera e influye en nuestro clima. La cantidad de energía re-
cibida es muy importante: 1,4 kW por metro cuadrado,
1,8×1014 kW aproximadamente en toda la superficie terrestre
(radio medio de la Tierra R, = 6.378 km).
La temperatura de la superficie de un cuerpo se calcula a
partir de la distribución de la radiación electromagnética emi-
tida por ese cuerpo. El máximo de la emisión solar se localiza
en una longitud de onda de 4.680 Å. Con ello se obtiene una
temperatura de la superficie solar de 5.780°K. Acerca de la es-
tructura interna del Sol nada sabemos por vía directa. Sólo co-
nocemos la masa, la densidad media y la temperatura de la su-
perficie. Sin embargo, con la ayuda de argumentos teóricos se
pueden construir algunos modelos que hacen referencia a la es-
tructura interna. Existe cierta seguridad de que los modelos di-
señados se ajustan bastante bien a la realidad.
A estos modelos se llega cuando se equilibran las fuerzas
siguientes (los cuerpos son estables): presión del gas, presión
de radiación y fuerza de gravitación. Junto al equilibrio de las
fuerzas debe existir también un equilibrio de la radiación. Con
ello se obtiene el gradiente de la presión y la temperatura como

3 16 minutos y 17,82 seg: 60 seg son 1 min, 60 min = 1 grado y 360 grados la
circunferencia.
4Afelio: punto de la órbita más alejado del Sol. Perihelio: punto de la órbita
más próximo al Sol.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

función de la distancia con respecto al centro del Sol. Con una


presión de 221.000 millones de atmósferas y una densidad de
134 g/cm3 la temperatura alcanza valores próximos a los 15
millones de grados. Con temperaturas tales todos los átomos
están ionizados. En esta zona se realiza la producción de ener-
gía termonuclear que ha permitido que los valores se manten-
gan prácticamente inalterados desde que se formó el Sol. Por
ello, en el interior de nuestra estrella es menor la proporción de
hidrógeno (49% H, 49% He, 2% otros elementos), no en vano
éste se «consume».
La zona de convección se encuentra justo debajo de la fo-
tosfera, de 400 km de espesor. Se caracteriza por un cambio
brusco de temperatura: la zona de convección mantiene la parte
inferior de la fotosfera a una temperatura constante de unos
9.000°, mientras que la parte superior se enfría progresiva-
mente hasta alcanzar los valores medios indicados más arriba,
el borde exterior de la fotosfera tiene una temperatura de
4.300°.
En la fotosfera se localizan también las manchas solares
(fig. 3-1), que generalmente aparecen en grupos. Estas man-
chas presentan una menor temperatura que su entorno, por lo
que se ven más oscuras que la zona caliente y brillante de su
alrededor. Su radiación se reduce al 30% de la del resto de la
superficie solar. Las manchas solares aparecen y desaparecen:
aparecen a altas latitudes (~30') al comienzo de un ciclo de ac-
tividad solar, al final del cual se encuentran ya próximas al
ecuador (v. fig. 3-2). Este desplazamiento está en relación con
la «rotación diferencial» del Sol: la región ecuatorial gira a ma-
yor velocidad que las latitudes más altas (v. tabla 3-1). El nú-
mero de manchas solares que se observan en el disco solar se
utiliza como medida de la «actividad» del Sol. Muchas man-
chas indican la existencia de un sol activo: pocas, la presencia
de un sol «tranquilo». Las regiones «activas» del Sol duran ge-
neralmente unos días, a veces algunos meses. Por ello, para
medir el grado de actividad solar se utiliza el «número relativo
de manchas solares» R, calculado a diario en Zurich hasta el
año 1980 basándose en observaciones realizadas en todo el pla-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

neta. En 1980 se interrumpió esta empresa por motivos finan-


cieros. Es posible que un instituto belga continúe calculando el
número relativo de manchas solares. También se está inten-
tando hallar con métodos radioastronómicos una magnitud me-
dida relacionada con la aparición de manchas.

Fig. 3-2. Formación de las manchas solares: al principio del ciclo aparecen
manchas en altas latitudes (‒30°), mientras que al final se localizan en
zonas más próximas al ecuador. Los datos corresponden a los años 1874
a 1913 y han sido tomados del libro Geomagnetism, de Chapman y Bar-
tels. Oxford. Oxford Press, 1951.

El número relativo de manchas solares constituye una serie


temporal (la única de este tipo) que se remonta sin interrupción
hasta el año 1750. En la figura 3-3 se observa cómo el número
relativo de manchas solares ha oscilado, al menos en los últi-
mos tiempos, en ciclos de aproximadamente 11 años. Pero cada
11 años cambia también la polaridad del campo magnético vin-
culado a las manchas (hasta 100 gauss = 0,01 tesla), de modo
que el ciclo dura en realidad 22 años. Las manchas solares
constituyen un fenómeno hidromagnético, dinámico, suma-
mente complejo, que todavía hoy está sin describir de modo
detallado desde el punto de vista físico. Es probable que el
campo magnético local impida el calentamiento de la región de
la mancha y la haga aparecer con una tonalidad más oscura.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 3-3. Número relativo de manchas solares de Zurich: número de man-


chas que aparecen en el disco solar calculado a diario en el observatorio
astronómico de Zurich a partir de observaciones practicadas en todo el
planeta (la cifra es relativa porque se realiza una ponderación con arreglo
a las distintas observaciones). Este número indica el grado de actividad
del Sol. John A. Eddy prolongó la serie hasta el año 1600 basándose en el
número de manchas solares calculado con posterioridad.

La capa gaseosa que envuelve a la fotosfera se denomina


cromosfera. Desde el punto de vista físico se caracteriza por
una rápida disminución de su densidad a medida que se apro-
xima al exterior. Tiene un espesor de unos 8.000 km y en caso
de eclipse total de Sol rodea al disco solar formando una bri-
llante corona de color rojo, de ahí su nombre. Recubriendo la
cromosfera se encuentra la corona (fig. 3-4), en la que la tem-
peratura asciende de nuevo y puede alcanzar valores próximos
a los 6 millones de grados. La corona se puede observar en el
curso de los eclipses de Sol (pues brilla mucho menos que la
fotosfera): durante el mínimo de actividad solar como una es-
tructura brillante más destacada en la zona del ecuador; durante
el máximo como una corona simétrica que rodea al Sol. Debido
a la elevada temperatura, en la corona los átomos están ioniza-
dos, es decir, han perdido más de un electrón: el hierro, por
ejemplo, ha perdido entre 9 y 16 electrones, el oxígeno 6, etc.
El Sol es una radiofuente extraordinariamente intensa. In-
cluso el «Sol tranquilo» emite radiaciones, simplemente como
consecuencia de la elevada temperatura de su superficie (radia-
ción térmica). Pero también existe una radiación relacionada
con la actividad solar («radiotempestades»). Conocemos una
serie de fenómenos que se dan en la Tierra (p. ej., las tempes-
tades magnéticas) y cuya aparición está vinculada con la acti-
vidad del Sol. Éste emite continuamente gas ionizado y un
plasma, que recibe el nombre de «viento solar» (cap. 14) y que
alcanza velocidades que pueden oscilar entre los 200 y los

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

1.000 km/seg. Este viento llega a la magnetosfera terrestre des-


pués de haber recorrido en unos 4 días los 150 millones de km
que separan al Sol de la Tierra. El campo magnético terrestre,
que queda confinado en la «magnetosfera» protegiendo a la
Tierra como un paraguas contra el viento solar, reacciona
frente a las modificaciones que se producen en este viento so-
lar; de este modo resulta comprensible que las oscilaciones
magnéticas que se pueden registrar en la superficie terrestre —
cuando son muy intensas se denominan tempestades magnéti-
cas— aparezcan con este retraso con respecto al Sol (fig. 3-5).

Fig. 3-4. La corona del Sol en un momento de alta (arriba) y baja (debajo)
actividad solar

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 3-5. Representación temporal de la aparición de agujeros en la co-


rona, de la velocidad del viento solar y de un índice que muestra la activi-
dad del campo magnético terrestre Las zonas oscuras corresponden a los
valores más bajos y las claras a los más altos. Cada línea horizontal refleja
un periodo de 27 días —una rotación del Sol—. La coincidencia de las
zonas claras deja ver la estrecha relación existente entre las corrientes rá-
pidas del viento solar y los agujeros en la corona, por un lado, y la activi-
dad geomagnética, por otro.

A simple vista no se aprecian estas modificaciones: afortu-


nadamente, pues esta parte del espectro procede de la fotosfera
y es muy estable. En cambio, de la cromosfera y de la corona,
situadas por encima, proceden las partes fuertemente variables
del espectro electromagnético en la zona de los rayos X y en la
de radioondas de mayor longitud de onda. La primera aumenta
la conductividad de la ionosfera de los planetas a través, por
ejemplo, de la ionización. La actividad solar se refleja también
en las protuberancias que se pueden observar en los bordes del
Sol: allí el gas brillante es lanzado a lo largo de líneas de fuerza
magnéticas hasta alturas que pueden superar los 10.000 km.
Vistas longitudinalmente, estas erupciones aparecen como «fi-
lamentos» oscuros que destacan sobre la fotosfera, más clara

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La actividad solar es un fenómeno cuyas raíces tienen que estar


en las capas más profundas del Sol. Una serie de hechos res-
paldan esta idea: las nuevas regiones activas aparecen prefe-
rentemente en zonas de campos magnéticos locales débiles o
de grupos de manchas jóvenes. Estas regiones activas no sur-
gen por casualidad: se forman en las latitudes en las que suelen
aparecer las manchas y se agrupan en «latitudes activas» que
pueden extenderse 30-60°.
Eventualmente la actividad solar se refleja en potentes
erupciones queen la actualidad suelen denominarse con el
nombre inglés de «flare» Estas fulguraciones aparecen en las
proximidades de las manchas solares. En momentos de alta ac-
tividad pueden producirse fulguraciones cada dos horas. Las
fulguraciones más grandes proceden de zonas cuya superficie
supera a veces los 5×1020 cm2. En estas zonas el campo mag-
nético puede alcanzar intensidades superiores a los 1.000 gauss
antes de la fulguración. Las fulguraciones menos intensas du-
ran, por lo general, unos minutos, mientras que las más nota-
bles se prolongan durante dos o tres horas. Se desarrollan en el
plazo de 100-1.000 segundos y emiten radiación electromag-
nética con longitudes de onda de 10‒10 cm (rayos gamma) a 106
cm (radioondas) así como partículas ionizadas.
La energía que se transforma en la fulguración alcanza un
cierto porcentaje de la energía almacenada en el campo mag-
nético del grupo de manchas (más de 1032 ergios). Durante una
fulguración las partículas con carga eléctrica son aceleradas
hasta alcanzar energías muy elevadas. Los electrones que se
mueven en el campo magnético emiten radiación sincrotrón en
la zona de radioondas; al entrar en la atmósfera del Sol, más
densa, se produce una radiación de frenado, rica en energía.
Los iones cargados positivamente pueden ser acelerados por
las ondas de choque hasta alcanzar energías de varios miles de
millones de electronvoltios. Estas partículas se mueven en ór-
bitas en espiral a lo largo del campo magnético interplanetario
y pueden llegar a la Tierra 30 min después del máximo de la
fulguración: las que tienen más energía se hallan en condicio-
nes de alcanzar incluso la superficie terrestre. En una fulgura-
ción se pone en movimiento materia solar con una masa de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

10l6-1017 g. La figura 3-6 muestra cómo se expande en el espa-


cio interplanetario una onda provocada por una erupción de
este tipo. La fuente de la emisión óptica en la fulguración se
localiza en la cromosfera y, en parte, en la corona inferior. En
los casos de fulguraciones muy intensas se pueden ver afecta-
das también algunas zonas de la fotosfera. Las fulguraciones se
clasifican según las dimensiones de la zona afectada y según
su luminosidad. Las menos intensas reciben en inglés el hom-
bre de subflares.

Fig. 3-6. Una simulación realizada por computador muestra cómo se ex-
pande en el espacio una onda de choque a partir de una fulguración en el
Sol.

En 1859, el astrónomo inglés R. C. Carrington observó por


primera vez, de manera casual, una fulguración. Unos días des-
pués de la observación se produjo una fuerte tempestad mag-
nética en la Tierra, al tiempo que se podía ver la aurora boreal
en el sur de Inglaterra —lo que no es nada frecuente—. En una
reunión de la Royal Society en Londres. Carrington expuso la
posibilidad de que existiera una conexión entre ambos hechos,
pero Lord Kelvin, uno de los más prestigiosos científicos del
momento, negó esta posibilidad con argumentos aparente-
mente convincentes. Hasta el descubrimiento de la «ultrarra-
diación del Sol» en el año 1942 por A. Ehmert. W. Lange y S.
Forbush no existió una prueba experimental de que las partícu-
las solares ionizadas podían llegar a la Tierra. Fue la hipótesis

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

del viento solar de Ludwig Biermann, a la que E. Parker pro-


curó una base teórica sólida, la que permitió ver la relación
«correcta».

Fig. 3-7. Imagen de la cara de Tritón orientada hacia Neptuno, tomada por
la sonda interplanetaria Voyager 2, que muestra cráteres mucho más pe-
queños, motivo por el cual se sospecha que su edad es de mil millones de
años. El casquete del polo sur, iluminado desde hace 30 años por el Sol,
está todavía cubierto por nitrógeno helado. La estructura incluye otros ti-
pos de hielos (p. ej., de metano y etano). No se ha detectado hielo de agua.
De las grietas de la superficie puede emanar de manera explosiva material
de zonas de alta presión (transición de fase del N 2), con velocidades de
250 m/s, hasta altitudes de 40 km. Dicho material es arrastrado horizon-
talmente por vientos que llegan a alcanzar velocidades de hasta 150 m/s.
La atmósfera está formada por nitrógeno con trazas de metano, y hasta
etano. Debido a la precesión de la órbita (23° respecto del ecuador de Nep-
tuno), Tritón presenta una secuencia compleja de estaciones.

Mercurio. Venus, la Tierra. Marte. Júpiter. Saturno, Urano.


Neptuno y Plutón son los planetas del Sistema Solar: en la fi-
gura 3-7 se muestran sus órbitas de modo esquemático. Estos
planetas se pueden dividir en tres categorías: 1) el grupo de
planetas terrestre, que está compuesto fundamentalmente por
elementos pesados: 2) Júpiter y Saturno, en los que predominan

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

el helio y el hidrógeno, pero que pueden tener igualmente nú-


cleos de material pesado, y 3) Urano y Neptuno, que se supone
tienen un núcleo mayor y más pesado, pero que parecen estar
envueltos por una densa cubierta gaseosa. Es posible que Plu-
tón se incluya también en este grupo, pero sabemos tan poco
acerca de él que por el momento será suficiente con mencio-
narlo.
En la tabla 3-2 se recogen los principales datos acerca de
los planetas. Según pueden apreciarse, el más pequeño es Mer-
curio. Un tamaño inferior presentan los asteroides (también de-
nominados pequeños planetas o planetoides), cuyo diámetro
puede ser inferior a los 1.000 km. Se calcula que existen unos
40.000 en el Sistema Solar, si bien sólo se conocen la órbita y
la masa aproximada de 1.750. A los cuerpos de dimensiones
aún más reducidas se les denomina meteoritos que en caso de
llegar a la zona de atracción de la Tierra, suelen extinguirse en
la atmósfera. La estela luminosa que se forma en estos casos
recibe el nombre de meteoro. Al material de dimensiones más
reducidas se le denomina sencillamente «polvos y de él tam-
bién existe una gran cantidad en el Sistema Solar, probable-
mente procedente de las estrellas (v. cap. IX). En el Sistema
Solar hay también gas (gas neutro) de diferentes orígenes y
plasma que fluye desde el Sol (viento solar), que llena el sis-
tema planetario de átomos ionizados; de este modo se forma la
«heliosfera», de la que nos ocuparemos en el capítulo XIV. Por
último, hay que hacer mención de los cuerpos más exóticos del
Sistema Solar: los cometas.
Se trata de cuerpos con un diámetro de tan sólo algunos ki-
lómetros: sus órbitas son muy excéntricas y al acercarse al Sol
pierden grandes cantidades de gas y polvo. Muchos de ellos
presentan largos períodos de revolución alrededor del Sol: los
que muestran períodos más cortos han debido ser llevados a
tales órbitas por perturbaciones provocadas por las estrellas y/o
los planetas. Existen varios ejemplos de ello, como el del co-
meta «Brooks 2», que en 1886 redujo su período de revolución
de más de 31 años a unos 7 años después de haber pasado por
las proximidades de Júpiter.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Tabla 3-2. Características de los planetas

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 3-8. Estructura del sistema planetario. Las órbitas se han dibujado
más o menos a escala. Las líneas de trazos se encuentran por debajo del
plano de la eclíptica.

En este «inventario» del Sistema Solar hay que mencionar


también las lunas de los diferentes planetas. Comencemos por
el planeta más próximo al Sol: por lo que se sabe, Mercurio no
tiene ninguna luna; Venus tampoco. La Tierra cuenta con una:
la Luna por antonomasia. Marte posee dos lunas. Júpiter ha au-
mentado hace poco tiempo en dos el número de las suyas, lo
que hace un total de 15; las dos últimas fueron descubiertas en
las imágenes tomadas por la sonda norteamericana «Voyager»
en su aproximación al planeta. Saturno cuenta al menos con 15
lunas. Urano con 5 y Neptuno con 2. Plutón tiene también una
luna, que ha sido descubierta recientemente. Júpiter. Saturno y
Urano están rodeados por anillos de polvo: es probable que la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Tierra haya tenido hace tiempo un anillo y que Neptuno lo


tenga en la actualidad.

Fig. 3-9. Las densidades medias de los planetas como función de sus ma-
sas (se representa el logaritmo del coeficiente de las masas de los planetas
por la masa de la Tierra). Se aprecian tres grupos: los planetas interiores,
Júpiter y Saturno, y los planetas exteriores.

Los planetas se mueven alrededor del Sol describiendo ór-


bitas elípticas que, con la excepción de Mercurio y Plutón, se
encuentran en el plano de la eclíptica —el plano definido por
la órbita terrestre—. La excentricidad de las elipses es, excepto
en los casos de Mercurio y Plutón, muy pequeña: la mayoría
de las órbitas de los planetas son prácticamente circulares. Éste
es precisamente el motivo por el que se ha tardado tanto en
descubrir que las órbitas son elípticas.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La densidad media de los planetas disminuye a medida que


aumenta la distancia entre éstos y el Sol (fig. 3-9). Los planetas
terrestres son cuerpos sólidos; los exteriores, en cambio, se pa-
recen al Sol en lo relativo a su densidad (1,44 g/cm3). Ello nos
lleva a pensar que el hidrógeno es el principal elemento de es-
tos planetas. Pero tras este hecho se oculta de nuevo una intere-
sante historia que comentaremos al hablar del origen del Sis-
tema Solar.
Mercurio ha llamado la atención a los físicos por un motivo
diferente: su órbita no quedaba completamente explicada con
la mecánica de Newton. Con su ley de la gravitación Newton
justificó las leyes de Kepler y resolvió el problema de los dos
cuerpos, nombre que recibe el problema matemático del movi-
miento de dos cuerpos en su campo de gravedad común. Pero,
dado que en el espacio hay más de dos cuerpos con efectos gra-
vitacionales recíprocos, hay que resolver el problema para n
cuerpos. Desde el punto de vista matemático esto significa que
es necesario encontrar una fórmula o un conjunto de fórmulas
que definan para todos los tiempos de qué modo se van a mover
los n (3, 4, 5 o más) cuerpos. Pero este problema es tan com-
plejo que todavía hoy está sin resolver y es probable que no se
resuelva nunca. En tales casos, los matemáticos suelen buscar
soluciones aproximadas. Esto se consigue cuando se pueden
demostrar las causas físicas que explican, por ejemplo, que una
fuerza sea mucho menor que otra. En el caso del movimiento
de la Luna alrededor de la Tierra habría que resolver un pro-
blema de tres cuerpos, pues la influencia de los demás planetas
es muy pequeña en comparación con la del Sol, la Luna y la
Tierra. Pero dado que la masa de la Luna es muy pequeña en
comparación con las de la Tierra y el Sol, la cuestión se reduce
a un «problema de los tres cuerpos reducido». Otro tanto ocurre
con el movimiento de los satélites terrestres alrededor de la
Tierra, pudiéndose considerar el satélite artificial como un
punto de masa. De este modo se han calculado todas las órbitas,
al considerar como pequeñas perturbaciones las fuerzas ejerci-
das por los demás planetas. Con ello se han descrito de modo
exacto y satisfactorio las órbitas de todos los planetas excepto
Mercurio.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 3-10. Rotación perihelial de Mercurio.

En pocas palabras: la influencia de los demás planetas de-


termina que la elipse de la órbita de uno de ellos gire alrededor
del astro central, esto es, que no esté totalmente fija en el espa-
cio. Este movimiento es muy lento, pero se puede medir. Tam-
bién es posible expresarlo de otro modo: un planeta no se
mueve describiendo exactamente una elipse, debido a las fuer-
zas perturbadoras de los demás. Así, por ejemplo (fig. 3-10),
un planeta que abandona un determinado punto en el espacio
el día 1 de enero, transcurrido un año no se encontrará de nuevo
en este mismo punto, sino muy cerca, en un lugar que después
de girar la órbita elíptica alrededor del Sol en un determinado
ángulo se puede considerar como si fuera de nuevo el punto
inicial de la elipse. Si se trazara una línea recta que uniera el
Sol y el punto de la órbita más próxima al Sol y se volviera a
trazar una línea similar un año después, se podría ver que am-
bas líneas forman un ángulo entre sí. Esto es lo que se deno-
mina una rotación perihelial, que no se daría si no existieran
los demás planetas. En una órbita circular no tendrá lugar tal

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

rotación, que es tanto mayor cuanto más excéntrica se muestra


la elipse. Dado que la órbita elíptica de Mercurio es la segunda
más excéntrica de todas las de los planetas5, su rotación perihe-
lial resulta ser la más marcada y la que permitió realizar este
descubrimiento: el semieje mayor de la órbita de Mercurio se
desplaza hacia el este (observando la eclíptica en sentido lon-
gitudinal desde el norte, en el sentido de las agujas del reloj)
~5.5 seg por año. El astrónomo francés Leverrier señaló a me-
diados del siglo pasado que este movimiento era en realidad
unos 0,5 seg mayor de lo que se pensaba en teoría. Debido a la
extraordinaria exactitud de las observaciones había que consi-
derar esta pequeña diferencia como significativa, y precisa-
mente por ello despertó el interés de físicos y astrónomos:
¿cómo podía resultar de pronto insuficiente la importante teoría
de la gravitación de Newton? Se buscó un planeta dentro de la
órbita de Mercurio, pero no se halló ninguno. El problema de
Mercurio quedó sin resolver.
A comienzos de este siglo se pusieron de manifiesto otras
contradicciones en las distintas disciplinas físicas y la mecá-
nica de Newton, aparentemente tan sólida, tampoco pudo re-
solverlas: es el caso, por ejemplo, del fenómeno de la velocidad
de la luz, o del de la radiación térmica de los cuerpos. La física
del siglo XX estuvo marcada en su origen por estas contradic-
ciones. La rotación perihelial de Mercurio no fue correcta-
mente explicada hasta la publicación, en 1916, de la «teoría de
la relatividad general» de Einstein. Esta incluía la mecánica de
Newton (y por tanto, también su ley de la gravitación) como un
caso especial. La primera vez que se puso a prueba la teoría de
Einstein fue con ocasión del cálculo del movimiento de un
cuerpo pequeño alrededor de una estrella; lo hizo Karl
Schwarzschild, de la Universidad de Gotinga, en 1917. Su apli-
cación a Mercurio proporcionó el valor total de la rotación pe-
rihelial. La desviación de la geometría en campos de gravita-
ción fuertes respecto de la plana, euclidiana, determina la ace-
leración de la rotación perihelial, que, aunque en el Sistema

5 La excentricidad de Plutón es mayor, pero más difícil de observar.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Solar es muy pequeña, r resulta decisiva en las proximidades


de estrellas de gran masa. La moderna astrofísica resulta im-
pensable sin la aplicación de la teoría de la relatividad general.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

IV. MERCURIO, VENUS, LA TIERRA, MARTE: LOS


PLANETAS INTERIORES

Mercurio (fig. 4-1), el planeta más próximo al Sol, es casi


tan luminoso como Sirio. Desde la Tierra se le ve muy oscuro
debido al deslumbramiento producido por el Sol. Por eso, sólo
se puede observar poco antes de la salida del Sol (cuando se
encuentra al oeste de éste) o poco después de la puesta (cuando
se encuentra al este): esto aparte, no se separa más de 28º del
Sol (desde nuestra perspectiva) Los griegos le denominaron,
como estrella de la tarde. Hermes, y como estrella de la ma-
ñana. Apolo: los romanos «abreviaron» y le dieron el nombre
de Mercurio. Durante mucho tiempo se ha sabido muy poco
acerca de sus características Su período de rotación («spin»),
de 58,65 días, sólo se ha podido determinar recientemente con
la ayuda de los modernos métodos de radar. Se trata exacta-
mente de las dos terceras partes de su período de revolución
alrededor del Sol (88 días). Esto se explica por un acopla-
miento del «spin» y la órbita que, a través del rozamiento de
las mareas (v cap. 8), suprimió el impulso de giro original y
provocó una resonancia. Con la ayuda de la sonda norteameri-
cana Mariner 10, que en 1974 pasó a unos cientos de kilóme-
tros de Mercurio, se pudieron conocer más detalles sobre este
planeta. Sus cámaras consiguieron imágenes de la superficie
—se fotografió aproximadamente el 40% de la misma— con
una resolución cinco mil veces mayor. Mercurio recibe del Sol
unas diez veces más energía que la Tierra, lo que determina que
de día se alcance una temperatura de 700ºK (grados Kelvin),
que por la noche desciende a 100ºK. Debido a la lenta rotación
del planeta, la velocidad angular del movimiento orbital en el
perihelio es mayor que la de rotación, por lo que el planeta se
mueve primero de este a oeste del Sol, luego, y durante un
cierto tiempo, de oeste a este y a continuación de nuevo de este
a oeste. La resonancia del «spin» y la órbita determinan que

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

esto suceda siempre a la misma longitud, a 0º y a 180º. Estas


longitudes reciben, por tanto, dos veces y media más energía
que el resto del planeta. Un observador situado en Mercurio
vería en el perihelio cómo el Sol se mueve en el cielo durante
una semana de un modo muy singular. Debajo de la superficie
en el ecuador se hallan temperaturas siempre por encima de los
0°C; en los polos, por el contrario, las temperaturas nunca al-
canzan esos 0º.

Fig. 4-1. El planeta Mercurio. Fotografía realizada durante el viaje de la


sonda Mariner 10.

La superficie de Mercurio se parece mucho a la de la Luna.


Este planeta, al igual que los demás, está recubierto de una del-
gada capa de silicatos de color oscuro. No se han encontrado
indicios de que exista agua. Como la Luna, tiene muchos crá-
teres, y es posible que sufriera un bombardeo tan prolongado
como el de nuestro satélite. Todos los objetos del Sistema Solar
debieron estar sometidos a los mismos flujos. En el caso de la
Tierra sabemos que su densidad media es mayor que la del ma-
terial de la superficie, de lo que se deduce que posee un núcleo
de material relativamente pesado que está sometido a una gran
presión. Mercurio, que es más pequeño y tiene una densidad
media comparable a la de la Tierra (5,43 g/cm3), ha de albergar

― 53 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en su interior un «pesado» núcleo de mayor tamaño. Es proba-


ble que el planeta esté compuesto de hierro en un 60-70%. No
se sabe si el núcleo es líquido En cualquier caso. Mercurio no
tiene casi atmósfera, y es posible que no la haya tenido nunca.
Es sumamente probable que Mercurio esté «diferenciado»,
es decir, que se fundiera tras su formación Al enfriarse, el ma-
terial fundido muestra el conocido efecto de la cristalización
fraccionada. Se supone que el planeta vivió un período volcá-
nico una vez finalizado el bombardeo de los meteoritos; es
quizá por eso por lo que su superficie no está «plagada» de crá-
teres. Sin embargo, mientras no se disponga de mediciones sís-
micas o de datos electromagnéticos no se puede asegurar nada
sobre la estructura interna de Mercurio. De momento se sabe
que el planeta está compuesto por materiales que condensan
cerca de la temperatura del hierro metálico. La rotación cua-
sirresonante se debe, sin duda, al rozamiento de las mareas. Por
lo demás, Mercurio no muestra indicios de tectónica.
Quién no conoce la estrella más brillante del firmamento,
la estrella de la tarde, la estrella de la mañana: Venus (fig. 4-
2). Al igual que en el caso de Mercurio, los griegos dieron dos
nombres diferentes a este planeta: como estrella de la mañana
Phospherus, y como estrella de la tarde Hesperus. La órbita de
Venus es casi circular; su semieje mayor, el más próximo a la
Tierra, mide 0,723 UA. y presenta una inclinación de 3,4 gra-
dos con respecto a la eclíptica. El período de revolución (sidé-
reo) alrededor del Sol es de 224,7 días y el de rotación de 243
días. La rotación es «retrógrada»: en un sistema de coordena-
das centrado en el Sol, Venus se mueve «al revés» que los de-
más planetas (rotación «directa» en éstos, ya que se produce en
el mismo sentido que el movimiento orbital: vistos longitudi-
nales desde el norte ambos movimientos tienen lugar en sen-
tido contrario al de las agujas del reloj). Los restantes datos
astronómicos de Venus son muy parecidos a los de la Tierra.
El eje de rotación tiene una posición casi vertical respecto al
plano de la órbita (87°). De acuerdo con ello, el Sol sale por el
oeste y se pone por el este: pero un «día» de Venus dura casi
todo un «año». Desde hace más de 300 años se observa en la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cara no iluminada del planeta un débil resplandor variable, de-


nominado «luz cenicienta», cuya naturaleza debe ser similar a
la de la aurora boreal, pues su aparición coincide con tempes-
tades magnéticas en la Tierra, lo que indica una causa solar co-
mún.

Fig. 4-2. El planeta Venus. Fotografía realizada desde la sonda Mariner


10.

El planeta está siempre cubierto de nubes, lo que ha impe-


dido durante mucho tiempo conocer de cerca sus característi-
cas. Esto sólo se ha conseguido cuando las sondas espaciales 6
han volado a su alrededor y, traspasando su cubierta de nubes,

6El primer vuelo en las proximidades de Venus lo realizó la sonda soviética


Venera 1 en febrero de 1961 Le sucedió la sonda norteamericana Mariner 2,
que el 14 de diciembre de 1962 pasó a 41.000 km del planeta. Venera 3 fue, el
1 de marzo de 1966, la primera sonda que penetró en la atmósfera de Venus El
día 15 de diciembre de 1970 la sonda Venera 7 se posó por primera vez suave-
mente en la superficie.

― 55 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

han llegado a su superficie y cuando las técnicas de observa-


ción radioastronómica nos han proporcionado datos acerca de
las capas más profundas, que permanecen ocultas a nuestra
vista. La sonda Pioneer-Venus de la NASA ha reproducido du-
rante su vida activa una gran parte (casi el 93%) de la superficie
del planeta en «luz radar» (fig. 4-3). La Unión Soviética ha en-
viado en total ocho sondas Venera a Venus y Estados Unidos
dos sondas Mariner (sondas espaciales estabilizadas en tres
ejes) y dos Pioneer (de un solo eje) equipadas con 5 sondas de
lanzamiento, vehículos de aterrizaje y estaciones orbitales.

Fig. 4-3. Ishtar Terra: imagen de radar de la superficie de Venus. Dado


que el planeta está siempre cubierto de nubes, la radiación electromagné-
tica de onda corta (como la luz) no puede llegar a la superficie, aunque sí
puedan hacerlo las radioondas de mayor longitud de onda del radar del
Pioneer (1980). La imagen muestra una reconstrucción según las medicio-
nes del radar. A título de comparación, se ha dibujado a escala el contorno
de Estados Unidos.

La superficie de Venus resulta interesante porque es, en


cierto modo, totalmente diferente de la de otros planetas. Lige-
ramente ondulada (±500 m) en amplias zonas (60% de la su-
perficie), en ocasiones presenta grandes cadenas montañosas

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que, naciendo en valles que se encuentran casi a 3 km por de-


bajo de la superficie media, se elevan hasta alcanzar los 11 km
de altura. El 16% de la superficie se halla por debajo de la al-
tura de referencia y el 24% por encima, pero sólo el 8% se
puede considerar realmente como alta montaña.
La corteza de Venus tiene mayor espesor que la de la Tie-
rra, pero no tanto como las de la Luna o Marte; en cualquier
caso, es lo suficientemente potente como para hacer imposible
cualquier tectónica de placas. Dispersos por toda la superficie
existen numerosos cráteres similares a los de Marte y la Luna,
algunos de ellos con diámetros superiores a los 75 km. La zona
montañosa del norte del planeta recibe el nombre de «Ishtar
Terra» y cuenta con varias cadenas montañosas. El conjunto
tiene aproximadamente la extensión de Australia. A la montaña
más alta se le ha dado el nombre de «Maxwell Mons». Ocupa
el extremo oriental de Ishtar Terra y tiene una altura de 11.800
m sobre el nivel de referencia. Esta zona parece ser una de las
más accidentadas de todo el planeta. Según los datos propor-
cionados por el Pioneer, en la cara este del Maxwell Mons se
abre un agujero circular de más de 1.000 m de profundidad,
probablemente se trata de un cráter volcánico.
En las proximidades del ecuador se extiende una amplia
zona montañosa, del tamaño de un continente, que recibe el
nombre de «Aphrodite Terra». En esta región las montañas al-
canzan «sólo» los 8.000 m de altura, pero no parecen existir
volcanes. En total se han encontrado cuatro regiones montaño-
sas (las dos restantes se denominan Alpha y Beta Regio), que
no presentan particularidades importantes. Las sondas soviéti-
cas Venera 9 y 10 se posaron en «Beta Regio» y, basándose en
la radiactividad del suelo, encontraron indicios de estructuras
basálticas (esto es, indicios de actividad volcánica).
En las grandes zonas onduladas, que ocupan el 60% de la
superficie del planeta, se ha observado la existencia de grandes
cráteres de unos 500 km de diámetro y entre 200 y 700 m de
profundidad. La mayor parte de las zonas bajas se localiza al
oeste de Ishtar Terra, a 70° de latitud norte. Su punto más bajo
se halla a una altura inferior en unos 3.000 m a la de las regio-
nes llanas. Desde el punto de vista geológico esta zona parece

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ser más reciente y es posible que esté en parte rellena de lava


basáltica. A partir de estas observaciones por radar se ha dedu-
cido que las llanuras medias de Venus presentan una gran si-
militud con los fondos marinos de la Tierra. Todas estas com-
paraciones indican que Venus, al igual que nuestro planeta, se
solidificó en un período de evolución tectónica.
La densidad media de Venus es de 5,25 g/cm 3 y hace pensar
en un núcleo muy rico en hierro. Se trata también de un planeta
diferenciado, con una evidente semejanza con la Tierra. Sin
embargo, y al igual que ocurre con Mercurio, sin disponer de
datos sísmicos no se puede afirmar nada definitivo acerca de la
estructura interna.
Para conseguir la «resonancia sinódica»7 con la Tierra, el
período de rotación de Venus debería ser de 243,16 días. Sin
embargo, recientes mediciones realizadas por radar indican que
el período actual es inferior al valor de la resonancia. Las ma-
reas gravitacionales deberían poder prolongar el período de ro-
tación hasta que fuera igual al de revolución orbital. En cual-
quier caso, las mareas atmosféricas inducidas térmicamente
podrían ejercer un efecto contrario al de las mareas gravitacio-
nales y estabilizar la resonancia sinódica.
Como es lógico, el tercer planeta, la Tierra (fig. 4-4), es el
que mejor conocemos. Pero dado que algunas afirmaciones no
se pueden hacer con total precisión, para comprender la física
terrestre —la geofísica— es importante realizar observaciones
en otros planetas con el fin de comprobar la validez de los da-
tos. Por eso hablamos hoy de física de los planetas, porque al
físico le interesa saber cómo se formaron y por qué son como
son y no de otro modo. Sólo cuando se puedan explicar las cau-
sas precisas de todo ello será lícito afirmar que se ha compren-
dido la física de los planetas. Y hoy todavía estamos un poco
lejos de ese momento.

7La llamada «rotación sinódica» hace referencia al tiempo entre dos determi-
nadas posiciones consecutivas de dos planetas.

― 58 ―
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Fig. 4-4. La Tierra, fotografiada desde el satélite meteorológico europeo


Meteosat, en tres zonas del espectro en el centro, en la luz visible; a la
izquierda. 5-7 μm en la longitud de onda de la absorción del vapor de agua;
a la derecha, en una longitud de onda entre 10,5 y 12,5 μm.

Nuestro planeta es un cuerpo en rotación achatado, un elip-


soide de revolución cuyo achatamiento se debe a la rotación,
que ha determinado la formación de un abombamiento (v.
apéndice 6) en el ecuador. Se trata del tercer planeta más pró-
ximo al Sol y del único planeta del Sistema Solar en el que
aparece agua en su superficie: el 70% de ésta se halla ocupada
por los océanos. El resto lo ocupan los continentes, en una pe-
queña parte de los cuales vivimos nosotros, los hombres. A la
superficie y a nuestro ámbito de vida les damos, por lo general,
el nombre de biosfera. La corteza terrestre se denomina litos-
fera, y tiene tan sólo unos 30 km de espesor, profundidad en la
cual cambian de pronto las características (discontinuidad de
Mohoroviĉić). Por debajo se encuentra el «manto». La atmós-
fera —las partes gaseosas de la Tierra— está compuesta en un
78% de nitrógeno y en un 20% de oxígeno; el resto es vapor de
agua, anhídrido carbónico y gases nobles.
En el interior de la Tierra encontramos, como sería de es-
perar en una esfera, una estructura por capas, de las que ya he-
mos mencionado la litosfera y el manto. El manto rodea al nú-
cleo, en el que se distinguen un núcleo externo, líquido, y uno
interno, sólido. La figura 4-5 muestra las dimensiones de las
diferentes partes. En las figuras 9-4 y 9-5 se establece una com-
paración con la estructura interna de otros planetas. Sólo se
tiene una información detallada acerca de la corteza. De las ca-
pas más profundas únicamente se conocen algunos aspectos

― 59 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

gracias a métodos indirectos de medición de los que nos ocu-


paremos en el capítulo 10.

Fig. 4-5. Estructura del globo terrestre.

El núcleo interno de la Tierra tiene 1.250 km de radio. Lo


recubre una capa de transición que, de 140 km de espesor, da
paso al núcleo externo, que se extiende hasta los 3.486 km
(0,55 radios de la Tierra). Éste se halla rodeado por el manto
inferior, que posee unos 1.900 km de espesor; a continuación

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

se encuentra el manto superior, sobre el que reposa la corteza.


Ésta, a su vez, forma bajo los continentes una capa de granito
y gabro de ⁓33 km de espesor, mientras que bajo los océanos
(donde falta la capa de granito) sólo mide 12 km. Sin embargo,
hay una serie de variaciones regionales y locales: las fosas ma-
rinas, las dorsales oceánicas, las zonas de hundimiento tectó-
nico continentales y las montañas.
Todas estas variadas manifestaciones están ligadas a fenó-
menos geofísicos acaecidos durante la evolución de la Tierra:
vulcanismo, tectónica horizontal (deriva de los continentes) y
vertical (formación de montañas), impacto de meteoritos.
Como es lógico, tenemos que pensar que la Tierra, al igual que
el resto de los planetas y la Luna, fue «perforada» a lo largo de
su historia por los impactos de los meteoritos. Sin embargo, y
a diferencia de los demás planetas, la erosión del agua y del
viento ha modelado continuamente su superficie. En el caso de
la Luna, por ejemplo, a partir de la correlación existente entre
el número de cráteres y el momento de formación de la super-
ficie afectada (edad de las rocas), se ha podido determinar la
evolución de la superficie a lo largo del tiempo y compararla
con la de otros planetas (Mercurio, Marte). Esto ya no se puede
realizar en el caso de la Tierra, y son muchos los datos que
tenemos sobre su evolución que proceden del conocimiento de
otros planetas.
Más allá de la órbita terrestre encontramos el planeta Marte
(lámina 1), fácil de reconocer por su aspecto rojizo. Su atmós-
fera (compuesta principalmente de anhídrido carbónico) es
transparente, lo que nos permite ver la superficie. Las regiones
medias presentan una tonalidad amarillenta; probablemente se
trate de zonas desérticas. En la superficie no hay agua y es pro-
bable que el color amarillo rojizo del planeta se deba al óxido
de hierro. La superficie de Marte es muy fría (150ºK por la no-
che y 250°K durante el día) y seca.
Marte tiene un período de rotación similar al de la Tierra:
24 horas. 37 minutos. Una vuelta alrededor del Sol dura 687
días (año de Marte) Posee dos lunas: Deimos y Phobos. En la
famosa obra de Jonathan Swift (1667-1745) Los viajes de Gu-
lliver ya se encuentran sorprendentes referencias a la existencia

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de dos lunas en Marte: Gulliver visita la isla de Laputa, cuyos


habitantes se interesan por la astronomía. Han descubierto, se-
gún pone Swift en boca de Gulliver, dos satélites de Marte.
¿Cómo es ello posible? La historia se remonta a Kepler, quien
tras el descubrimiento de las cuatro lunas de Júpiter por Galileo
pensó: la Tierra tiene una, Júpiter cuatro; entonces Marte ha de
tener dos. Saturno ocho, etc. En relación con Phobos el astro-
físico ruso J. S. Shklovsky expresó en 1960 la sospecha de que
se trataba de un satélite artificial. Para ello se basó en la inex-
plicablemente irregular órbita de esta luna. Phobos se mueve
alrededor de Marte cerca de la «órbita de Roche»8. Es probable
que en el campo de gravedad pierda polvo debido a este efecto
y que este polvo le frene en cierta medida.
Dado que con un telescopio puede verse desde la Tierra la
superficie de Marte, aun cuando no se distingan muchos deta-
lles —a excepción de los «canales de Marte», descubiertos en
1888 por el astrónomo italiano Schiaparelli—, este planeta ha
sido durante mucho tiempo objeto de múltiples especulaciones.
G. V. Schiaparelli denominó a la estructura descubierta «ca-
nali», lo que significa ranuras, estrías. Sin embargo, en muchos
idiomas se tradujo el término por «canales», con un significado
que no corresponde a la idea original de Schiaparelli. De este
modo surgió la leyenda de los «canales de Marte». El astró-
nomo Percival Lowell dedicó parte de su vida a demostrar que
los canales eran obra de los marcianos (escribió tres libros so-
bre este tema; A. R. Wallace publicó una obra a modo de ré-
plica). En 1892 y 1909 se publicaron las obras de Flammarion,

8 Cuando una luna se mueve en el campo gravitacional de un planeta de


acuerdo, por ejemplo, con la ley de la gravitación (cap. 2), las partes de la luna
que miran hacia el planeta serán más atraídas que las que no lo hacen, así pues,
las partes de la luna tienden a separarse. Pero al mismo tiempo se atraen Por
ello existe cierta distancia de un planeta, la llamada «órbita de Roche» (recibe
el nombre del matemático francés Edouard Roche), en la que la diferente
fuerza de atracción de las partes de la luna es igual a la diferencia de fuerza
que el planeta crea en ella: fuera de esta órbita predomina la cohesión, dentro
de ella la luna se separa en dos.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que no se diferenciaban mucho de las anteriores. El último li-


bro de este tipo vio la luz en 1963 en México. Los marcianos
habían cobrado tal vida en la fantasía de los hombres que el
propio Carl Friedrich Gauss, el famoso matemático de Gotinga.
propuso el envío de señales a comienzos del siglo pasado Su
propuesta consistía en que había que preparar en la tundra si-
beriana tres gigantescos cuadrados rodeados de pinos y sem-
brar las superficies con trigo o con una hierba adecuada, de
modo que de ellos se pudiera deducir el teorema de Pitágoras.
En su opinión, los marcianos, una vez que hubieran compren-
dido el mensaje, podrían enviamos señales reflejando la luz so-
lar hacia nosotros, pues Marte se encontraba fuera de la órbita
terrestre, por lo que resultaba fácil...
En 1964 despegó rumbo a Marte la sonda norteamericana
Mariner 4, y en 1971/72 la Mariner 9. Con ello se acabaron
todas las especulaciones, con una sola excepción: ¿existe o ha
existido vida en Marte? Según sabemos desde que la sonda
Mariner 4 sobrevolara el planeta el 14 de julio de 1965, la su-
perficie presenta un gran número de cráteres (más de 10.000),
igual que la Luna o Mercurio. Nadie esperaba tal cosa. Ade-
más. Marte apenas tiene campo magnético La sonda Mariner 4
sobrevoló también la cara no iluminada del planeta De este
modo pudieron recibirse las señales de la sonda después de que
traspasaran la atmósfera de Marte. Esto permitió conocer la
presión atmosférica en la superficie: ¡150 veces inferior a la de
la Tierra!
En 1969 las sondas Mariner 6 y 7, que pasaron a «sólo»
3.500 km de Marte, repitieron y mejoraron las mediciones.
Luego se concibió el programa «Viking» (en el que la NASA
invirtió casi dos mil millones de dólares). Este programa, que
ha tenido gran éxito, ha proporcionado una increíble cantidad
de información. Desde entonces es Marte el planeta que mejor
conocemos, aparte, naturalmente, de la Tierra.
Marte es un planeta muy variado desde el punto de vista
geológico. Tiene dos hemisferios morfológicamente diferen-
tes, con llanuras en el norte y un terreno cubierto de cráteres en
el sur. Ambas regiones quedan separadas por un círculo má-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

ximo inclinado 35° con respecto al ecuador. Junto a las regio-


nes polares cubiertas de hielo, las grandes montañas (unos 20
escudos volcánicos) constituyen los paisajes más impresionan-
tes. El mayor de estos volcanes es el Olympus Mons. cuya es-
tructura recuerda a la del volcán hawaiano Mauna Kea, pero
cuya cima alcanza la gran altura de 27 km sobre el nivel de
referencia de Marte. Su diámetro, de 550 km, no es menos im-
presionante. En las fotografías realizadas durante el programa
Viking se aprecian perfectamente los ríos de lava. En las suce-
sivas erupciones, la lava ha debido ir formando capas concén-
tricas que rodean al volcán. La superficie cubierta de lava tiene
varios millones de kilómetros cuadrados y en ella no hay nin-
gún cráter. Pero en Marte existen otros muchos volcanes, aun-
que sólo se haya dado nombre a los más grandes. Es posible
que el planeta tenga incluso volcanes activos. En la gran canti-
dad de fotografías de que se dispone en la actualidad se aprecia
que el volcanismo ha tenido una gran importancia en la evolu-
ción geológica de la Luna. Por consiguiente, si se comparan la
superficie de Marte y la de nuestro satélite se puede deducir
algo —con gran imprecisión, naturalmente— acerca de la edad
de los cráteres a partir del número de éstos existentes en la lava.
Según este método, los volcanes de las zonas del sur tendrían
más de 3.500 millones de años. Otras zonas, en cambio —
como la caldera del volcán Asia Mons— presentan menor nú-
mero de cráteres, lo que hace pensar que se remontan a menos
de 300 millones de años. Se argumenta que la lava cubre sólo
los cráteres más antiguos, por lo que únicamente son visibles
aquellos que se han formado tras la última erupción volcánica.
En las imágenes enviadas por los Viking a la Tierra, en cinco
de los grandes volcanes se observan estructuras radiales, de co-
lor oscuro, que los vientos modifican con gran rapidez, pero
que en ocasiones vuelven a formarse de nuevo. Se ha querido
ver en este hecho una prueba de la existencia de volcanismo
activo en Marte, tanto más habida cuenta de que estas estruc-
turas no se aprecian en otras grandes montañas.
Otro fenómeno interesante es la región de Tharsis, de la
cual 2,6 millones de kilómetros cuadrados se encuentran a unos

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

9 km de altura sobre el nivel de referencia. Esto se puede con-


siderar como la prueba de la existencia de un importante mo-
vimiento tectónico que posiblemente se iniciara hace 4.000 mi-
llones de años. En cambio, Helias Planitia, el mayor valle cir-
cular, está a más de 6 km por debajo del nivel de referencia, en
la zona alta del hemisferio sur, profusamente cubierta de cráte-
res. A pesar de todo ello, más del 40% de la superficie de Marte
se puede considerar como llanura.
Otra estructura de la superficie son los ya mencionados «ca-
nales». Su aspecto es el de valles surgidos por la acción de cur-
sos de agua. Pero como en la actualidad no se detecta agua —
y no existe ningún otro líquido—, se ha pensado que podrían
estar relacionados con capas de permafrost, esto es, de hielo
bajo la superficie. Los «canales» se habrían formado en mo-
mentos en los que en Marte reinaba un clima totalmente dife-
rente al actual, sobre todo más cálido, lo que permitía la exis-
tencia de cursos de agua.
Los vientos también han provocado cambios importantes
en la superficie de Marte a lo largo de los tiempos geológicos.
En la actualidad se producen todavía tempestades de polvo o
arena. En 1971 el Mariner 9 entró en órbita alrededor de Marte
y las sondas soviéticas Mars 2 y 3 lanzaron sondas de medición
Mientras las sondas se acercaban se desató una fuerte tempes-
tad de polvo que prácticamente impedía ver la superficie del
planeta. La sonda que se posó trabajó sólo durante 20 seg; pro-
bablemente la volcó el viento.
Los casquetes de hielo de los polos de Marte se componen,
probablemente, de anhídrido carbónico congelado y agua, do-
minando el primero. Las temperaturas de esas superficies osci-
lan en invierno en tomo a los 150° K. Es probable que el CO 2
se sublime a mayor temperatura, pues uno de los Viking regis-
tró en verano una temperatura de 205ºK. con lo que hay que
destacar definitivamente que el hielo de anhídrido carbónico
pudiera estar en contacto directo con la atmósfera.
Tal y como se puede apreciar en muchas imágenes, la su-
perficie de Marte está cubierta de rocas (lámina 2). Durante el
programa Viking, a través de la fluorescencia de rayos X se
analizó la composición química del suelo, lo que permitió sacar

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

algunas conclusiones sobre los minerales existentes. Así, se


comprobó que el material está compuesto de un 45% de óxido
de silicio y en un 19% de óxido de hierro (Fe2O3). Además, se
encontraron magnesio, calcio, azufre, aluminio, cloro y titanio,
resultando sorprendentemente alta la proporción de azufre:
más de cien veces superior a la de la Tierra.
La proporción de hierro con respecto al silicio es más baja
que, por ejemplo, en los condritos, material rico en carbono que
se encuentra a menudo en los meteoritos (v. cap. 7) y que se
considera como parte del material primitivo del Sistema Solar;
sin embargo, esta proporción se mantiene más alta que en la
mayoría de los materiales más diferenciados, y entre ellos tam-
bién los de la Tierra. Como es lógico, estos datos proceden sólo
de los dos puntos donde se posaron los Viking-Lander y se ig-
nora cuál es su grado de representatividad. A pesar de ello, el
conjunto de todos los demás datos obtenidos nos permite llegar
a la conclusión de que sí tienen un carácter «medio», esto es, sí
son representativos.
Otra de las misiones de los Viking-Lander consistió en rea-
lizar mediciones sísmicas en Marte, sin embargo, sólo un ins-
trumento (el Viking II) trabajó sin problemas entre el 4 de sep-
tiembre de 1976 y el 2 de abril de 1978. El Viking II se posó
en Utopia Planitia De los 20 meses analizados sólo 3 fueron
realmente «tranquilos». Los datos sísmicos de Marte son, en
general, similares a los de la Tierra, lo que indica que en la
corteza hay también agua (que amortigua las ondas sísmicas);
también se probó la existencia de agua en la atmósfera. Sobre
la estructura interna hoy sabemos que a 15 km de profundidad
parece haber una zona de cambio brusco bajo la cual se encuen-
tra la litosfera, de 200-300 km de espesor. La densidad media
de 3,933 g/cm3, el momento de inercia, el campo de gravitación
(que presenta varias anomalías) y las observaciones realizadas
en la superficie nos llevan a la conclusión de que la diferencia-
ción del planeta ha tenido que conducir a la formación de una
«corteza», un «manto» y un núcleo rico en hierro (hierro o sul-
furo de hierro) de 1.300-2.000 km de radio. De la gran altura
de los volcanes se puede deducir también que la corteza pre-
senta un gran espesor. El manto debe ser más frío y más espeso

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que el de la Tierra. La última fuente importante de información


sobre el interior de Marte, el campo magnético, no se puede
valorar de un modo unívoco debido a la variabilidad de los
campos exteriores (campo magnético interplanetario. corrien-
tes inducidas, etc.). Por ello, no es posible asegurar que el nú-
cleo sea líquido (tal circunstancia debería producirse si el pla-
neta tuviera un campo magnético dinámico). La densidad me-
dia es bastante inferior a la de la Tierra y esto significa o bien
que Marte contiene menos hierro que nuestro planeta o bien
que el hierro ha pasado a óxido de hierro (o ambas cosas a la
vez). Todos estos problemas han obligado a revisar los anti-
guos modelos sobre la estructura de Marte.

― 67 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

V. LA TIERRA: EL SOL, EL HOMBRE Y EL CLIMA

El Sol envía tal cantidad de energía a los planetas interiores


que sus atmósferas, cuando existen, se ven muy influidas por
él; en los planetas exteriores, en cambio, pueden dominar fuen-
tes de energía internas (como Júpiter). Por ello vamos a hablar
ahora de la variabilidad de algunos fenómenos en el Sol y de
su influencia sobre el clima de la Tierra, con la consiguiente
peculiaridad de la atmósfera terrestre desde que ésta existe.
Aunque otro tanto se podría decir en los casos de Venus o
Marte, no disponemos de una serie de observaciones que nos
permita hacer las mismas afirmaciones.
Se denomina clima a un conjunto de características de la
atmósfera durante un largo período de tiempo, definido por los
datos recogidos a lo largo de muchos años. Disponemos de da-
tos climáticos de los últimos 20.000 años: a partir del siglo
XVII se realizaron observaciones con instrumentos; el resto
está constituido por informaciones indirectas sobre tempera-
tura, precipitaciones, vientos, etc.
El clima de nuestro planeta no ha sido siempre el mismo.
Cabe suponer que los dos polos han estado libres de hielo du-
rante más del 90% del tiempo transcurrido desde el origen de
la vida. En este tiempo se han experimentado al menos cuatro,
quizás incluso seis, períodos de hielo en las latitudes medias
(hasta 38°). Por consiguiente, el clima de la Tierra ha variado
mucho, oscilando entre períodos fríos y períodos cálidos. Pero
entre uno y otro extremo transcurren muchos miles de años,
por lo que tales cambios carecen de importancia para los hom-
bres actuales. Los cambios climáticos se reflejan en una redis-
tribución del calor y el agua sobre el globo. ¿Cuál es la causa
de tales cambios?
Para dar una respuesta hay que hablar de la constancia de
la fuerza luminosa del Sol. Con objeto de analizarla se han

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

puesto en marcha recientemente algunos programas. Los pri-


meros resultados, obtenidos con métodos radiométricos desde
las naves espaciales, han demostrado que en 1978 el conjunto
de la radiación solar era un 0,4% mayor que en 1976.
Hasta hace algunos años se pensaba que la variabilidad del
Sol, manifestada en los ciclos de 11 o 22 años de las manchas
solares (fig. 3-3), era un fenómeno totalmente regular. Pero
esta idea ha entrado en crisis desde que el astrónomo norteame-
ricano John A. Eddy comenzó a estudiar el pasado «histórico»
del Sol, remontándose a los últimos milenios, en los que los
hombres han observado el Sol y han dejado de algún modo
constancia de sus observaciones.
Todos sabemos que el Sol influye sobre nuestro clima. Así,
si cambia la emisión de energía por parte del Sol, cambia tam-
bién nuestro clima. La simple oscilación de la temperatura me-
dia de una región en tan sólo 1ºC en la media anual repercute
de un modo visible, por ejemplo, en las reservas de agua, en la
vegetación, etc. Una alteración de la radiación solar podría ha-
cer que las temperaturas medias se alteraran en varios grados,
lo que a su vez significaría una nueva glaciación o el deshielo
de los casquetes polares. No sabemos cuál fue la causa de las
glaciaciones. Tampoco sabemos si el ciclo solar de 11 años
tiene algún efecto sobre nuestro clima. Aunque hay una serie
de indicios que hacen pensar que existe una relación, no se dis-
pone de ningún tipo de prueba estadística.
En el intento de descubrir tales relaciones se han desarro-
llado en los últimos años distintos métodos que permiten bus-
car al menos alguna conexión en el pasado. Uno de los princi-
pales es el «método del carbono 14». El carbono (C) de número
másico 14 es un isótopo poco frecuente del carbono ordinario
de número másico 12. En el apéndice 7 se describe este mé-
todo. Para estudiar la historia más reciente de la Tierra resulta
muy adecuada la dendrocronología. El 14C se produce en la at-
mósfera. Las plantas toman CO2 en el curso del proceso de la
fotosíntesis, y de esta manera los árboles absorben 14C durante
su crecimiento anual. Dado que el crecimiento en grosor se rea-
liza por capas, analizando la proporción de 14C y 12C en los
diferentes anillos es posible conocer las oscilaciones anuales

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

del contenido de 14C de la atmósfera. Esto refleja también di-


rectamente la tasa de producción. Bajo unas mismas condicio-
nes geomagnéticas se conocería la variación de la actividad so-
lar. Pero no hay que olvidar que se pueden producir alteracio-
nes si el campo magnético de la Tierra cambia o incluso se in-
vierte, lo que, tal y como sabemos, ha ocurrido ya en el pasado.
No es preciso limitarse a los árboles que fueron cortados es-
tando vivos. El método del carbono 14 se puede aplicar tam-
bién a restos de árboles (incluso fosilizados). Con este método
se han realizado dataciones hasta el 5000 a.C. Pero al interpre-
tar las mediciones hay que tener en cuenta la diferencia de
tiempo existente entre la producción de 14C en la atmósfera, el
transporte de este 14C hasta la biosfera y su incorporación al
CO2, 20 años aproximadamente. Este retraso «oculta» al
mismo tiempo las oscilaciones que se producen en períodos de
tiempo cortos, como el ciclo de los 11 años, y traslada en el
tiempo importantes modificaciones en la producción de 14C.
Un grupo de científicos norteamericanos recogió y elaboró
hace algunos años todos los datos obtenidos por medio del mé-
todo del carbono 14. En la figura 5-1 se ha representado el in-
cremento de la producción de 14C en sentido positivo hacia
abajo, de modo que el cambio de sentido coincide con el au-
mento de la actividad solar, representado hacia arriba. Se ha
trazado una sinusoide (curva plana) ajustada a los datos obser-
vados. Esta curva abarca un período de 10.000 años, lo que
coincide perfectamente con el período de cambios en el mo-
mento magnético de la Tierra conocido a través de las medi-
ciones paleomagnéticas9. El momento dipolar magnético de la
Tierra alcanzó un máximo hacia el año 200 d.C.
Pero en la figura se aprecian muchas más cosas. Empece-
mos por la derecha, esto es, por la era moderna. El importante
descenso de la concentración de 14C al final de la figura se de-
nomina «efecto Suess»: la industrialización trajo consigo un

9 Paleomagnetismo: mediciones del magnetismo en las rocas; en especial, de-


terminación de la dirección del campo magnético de la Tierra.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

fuerte aumento de la combustión de carbón, con lo que se au-


mentó dramáticamente el contenido de CO2 en la atmósfera.
Con ello descendió la proporción relativa de 14C en el CO2
ahora existente. En los últimos tiempos se ha acentuado aún
más este proceso, de modo que en la actualidad el ciclo solar
ya no influye en la materia que se forma en lo que a la propor-
ción de 14C se refiere.

Fig. 5-1. Variaciones del contenido de 14C isótopo del carbono, en diver-
sos materiales en el pasado (el aumento se representa hacia abajo). El
fuerte descenso registrado a la derecha de la figura representa la revolu-
ción industrial del siglo XIX, con el comienzo de una espectacular com-
bustión de carbono. Los períodos señalados con S y M son los mínimos
de Sporer y Maunder, respectivamente.

Si avanzamos hacia atrás en el tiempo nos encontramos con


dos importantes períodos designados con las letras «S» y «M»,
que coinciden con momentos de baja actividad solar. Aparece
en primer lugar el «mínimo de Maunder» (M). Este período
(1645-1715), descrito por el astrónomo inglés E. W. Maunder
como un «período de mínimo prolongado», constituye en opi-
nión de John A. Eddy un importante y extraordinario aconteci-
miento en la relación Tierra-Sol. Recogiendo de un modo sis-
temático las más diversas observaciones relacionadas con la

― 71 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

actividad solar (observación de las manchas solares, de la au-


rora boreal, registros geomagnéticos, observación de la corona
solar durante los eclipses de Sol), este astrónomo ha podido
constatar que durante estos 70 años (!) apenas se apreció la
existencia de manchas solares.
Una valiosa fuente histórica es la constituida por las obser-
vaciones de la actividad solar realizadas en China durante
4.000 años que, sin embargo, no han sido explotadas hasta los
últimos tiempos. El astrónomo chino Chu recogió 916 obser-
vaciones de eclipses solares, entre el 2137 a.C. y el 1785 d.C.
Los astrónomos chinos registraron los eclipses de Sol, fenóme-
nos en virtud de los cuales podían comprobar la exactitud del
calendario Describieron estos eclipses con palabras tan poéti-
cas como «cuando el Sol y la Luna no querían convivir pacífi-
camente en el firmamento...». Un astrónomo de la corte impe-
rial murió decapitado por no haber previsto el eclipse de Sol
del año 2137 a.C. En relación con la materia que nos ocupa
resulta muy interesante la forma de la corona solar durante los
eclipses, no en vano varía totalmente en los mínimos y los má-
ximos de manchas solares, tal como se aprecia en la figura 3-
4. Recogiendo sistemáticamente tales observaciones se pueden
conocer períodos anteriores a 1600: así, es posible saber si en
aquellos tiempos se produjo un ciclo de actividad solar similar
al actual. El resultado, el número relativo de manchas solares,
aparece representado en la figura 3-3 y ha sido prolongado
hasta el año 1600. El ciclo de 11 años no se observó entre 1650
y 1700. A partir de 1700, y con mayor seguridad a partir de
1750, sí se dispone de pruebas de la existencia del ciclo. De los
tiempos anteriores nada sabemos, ni siquiera si existió real-
mente este ciclo. Probablemente Galileo tuvo mucha suerte al
observar el Sol en 1611 con su telescopio, pues unos años más
tarde no habría podido ver las manchas
El período señalado en la figura 5-1 con «S», el mínimo de
Sporer en el siglo XV (1400-1510), fue muy similar al mínimo
de Maunder. Como es lógico, la reconstrucción resulta más di-
fícil en este caso, pese a lo cual existen suficientes pruebas que
no dejan lugar a duda, se trata de otro período en el que prácti-
camente no se observaron manchas solares. Los mínimos en la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

producción de 14C permiten deducir la existencia de períodos


de actividad solar muy elevada: así, por ejemplo, disponemos
de relatos que hacen referencia a una importante actividad de
la aurora boreal hacia el año 1200. Si nos remontamos más
atrás en el tiempo nos encontramos con el mínimo de los años
640-710, el «máximo romano» del 20 a.C. al 80 d.C., el «mí-
nimo griego» del 440 al 360 a.C., el «mínimo homérico» en
torno al 700 a.C., el «mínimo egipcio» en torno al 1300 a.C. y
el «mínimo sumerio» en tomo al año 2700 a.C. Las grandes
desviaciones con respecto a la situación media en estos prime-
ros años son en parte oscilaciones estadísticas: el momento
magnético de la Tierra pasó por un mínimo, de modo que la
influencia del Sol sobre la atmósfera y la producción de 14C
fueron mayores que en la actualidad. Se puede decir que no
existe ningún indicio de un comportamiento periódico del Sol.
Eddy ha planteado recientemente otra importante cuestión.
Ha recogido todas las observaciones relacionadas de algún
modo con el diámetro del Sol —de Christof Scheiner (en tomo
a 1630) y Johannes Hevelius (en torno a 1647), fundamental-
mente— y ha llegado a la conclusión de que el Sol se contrae
2 seg de arco por año. Con objeto de probar esta tesis, Irwin
Shapiro ha estudiado los pasos de Mercurio por delante del Sol,
para lo que ha contado con observaciones realizadas desde
1750 hasta la actualidad El resultado es que el diámetro solar
ha podido variar a lo sumo 0,3 seg de arco por año. De cual-
quier modo, existe otra hipótesis que parece más plausible: es
la que sugiere que estos cambios son periódicos. Este hecho se
podría relacionar con una serie de referencias recientemente
publicadas a una modificación de la velocidad de rotación del
Sol. Puede suponerse que existe una relación entre la actividad
solar y la velocidad de rotación, una hipótesis teóricamente
aceptable, pues la inestabilidad convectiva en la zona de con-
vección, situada bajo la fotosfera, se contrarresta con una velo-
cidad de rotación creciente. Según el astrónomo Eddy, en la
primera mitad del siglo XVII aumentó continuamente la velo-
cidad de rotación, hasta que en el mínimo de Maunder no se
pudieron formar manchas. La velocidad de rotación es hoy

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

muy inferior a la establecida para el siglo XVII a partir de ob-


servaciones de aquellos tiempos.
Hay que destacar el hecho de que existe un paralelismo
temporal entre el mínimo de Maunder, el mínimo de Sporer, el
máximo medieval y los cambios climáticos. Los períodos en
los que disminuye la actividad solar coinciden con aquellos en
los que desciende la temperatura media en la Tierra (durante la
«pequeña edad del hielo» la temperatura media descendió casi
un grado por debajo de la media anual). Del mismo modo, el
máximo parece coincidir también con una «época cálida». El
avance y el retroceso de los glaciares podrían estar relaciona-
dos con cambios bruscos de la actividad solar.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados, no se ha
encontrado todavía ningún mecanismo con cuya ayuda se
pueda probar la influencia directa de la variación de la activi-
dad solar sobre el clima. La intensidad de la radiación electro-
magnética del Sol es, por término medio, constante y no refleja
la variación del número relativo de manchas solares. Eddy ha
planteado que tales efectos podrían producirse a través de una
modificación de la constante solar.
Esta idea resulta muy interesante. La reacción termonuclear
que se produce en el interior del Sol, y en la que el hidrógeno
se transforma en helio, transcurre en dos etapas. En un primer
paso, dos protones se unen formando un deuterón. Dicho de un
modo más exacto, de un protón se forma un neutrón con la emi-
sión simultánea de un electrón con carga positiva (positrón) y
un neutrino; el protón y el neutrón constituyen juntos un núcleo
de deuterio estable (D. 2H). En pasos sucesivos se forma helio
a partir del deuterio, pero no se libera ya ningún neutrino. Un
neutrino (partícula así denominada por el físico norteameri-
cano Enrico Fermi) no tiene ni carga ni masa que se pueda me-
dir, como un fotón. El neutrino casi no reacciona con la materia
y por ello resulta muy difícil comprobar su existencia. Pero,
por otro lado, esto mismo le permite infiltrar las estrellas. En
la Tierra se debería poder comprobar, por ello, la existencia de
neutrinos procedentes del «homo de fusión nuclear» del Sol.
Tienen mucha energía porque surgen de la energía de transfor-

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mación del protón (la energía térmica del Sol procede de la li-
berada en la formación de deuterio y helio). Un gigantesco cen-
tellómetro situado 1.500 m bajo la superficie de una mina de
sal abandonada en Estados Unidos permite identificarlos. En
esta instalación, llena de C2Cl4, se mide el centelleo producido
por la reacción de un núcleo de cloro de número másico 37 con
un neutrino, transformándose el núcleo de cloro en un núcleo
de argón de igual número másico. Pero sólo se ha detectado la
tercera parte de la cantidad de neutrinos procedentes del Sol
que se esperaba encontrar.
Este punto es sumamente interesante Podría ser tal y como
se describe Pero también se presentan otras posibles explica-
ciones totalmente diferentes: quizá se transformen algunos
neutrinos en antineutrinos, en su antipartícula (como se plantea
en la actualidad en la «gran teoría de la fusión» de la física de
las partículas elementales): quizá los neutrinos tengan una
masa limitada (como parecen demostrar algunos trabajos so-
viéticos) La imposibilidad de explicar el flujo de neutrinos so-
lares podría también abrir una puerta que permitiera avanzar en
la comprensión de la teoría de las partículas elementales.
¿Cómo hay que interpretar esto? ¿Se interrumpe a interva-
los la producción de energía en el Sol? ¿Qué falla en las ideas
acerca de la producción de energía solar? Una sencilla solución
a este dilema es la hipótesis que sostiene que la producción de
energía termonuclear en el interior del Sol es menor de lo que
se pensaba hasta ahora y que el Sol se contrae según una deter-
minada constante temporal, de modo que una parte de la ener-
gía solar (un pequeño porcentaje) procede de la contracción
gravitacional. Esto podría llevar a un complejo estado de equi-
librio. Según esta explicación el Sol se contrae y luego se dilata
por el aumento de la presión de radiación, con lo que se enfría
y se contrae de nuevo, Por consiguiente, tal como supuso Eddy,
se trata de cambios periódicos superpuestos a la emisión cons-
tante de energía. Sea como fuere, se sospecha que los fenóme-
nos que observamos son sólo manifestaciones secundarias de
procesos más importantes que transcurren en el interior del Sol
y de los que no sabemos lo suficiente como para describirlos
con detalle.

― 75 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Si bien nada conocemos con seguridad acerca de la influen-


cia del Sol sobre nuestro clima, sí contamos con un buen nú-
mero de datos acerca de la influencia que sobre éste ejerce el
hombre. Se han talado bosques para ganar superficie cultiva-
ble. Esto ha determinado un aumento de la velocidad del viento
en la superficie de la Tierra, cambios en la temperatura y la
humedad del aire en las capas bajas de la atmósfera y modifi-
caciones en el régimen de humedad del suelo y evaporación.
Otra consecuencia de la actividad humana es la irrigación arti-
ficial, que en algunas zonas se utiliza desde hace siglos. El co-
rrespondiente aumento de la evaporación ha provocado des-
censos regionales de la temperatura y un incremento de la hu-
medad relativa.
En los últimos tiempos se está confirmando la sospecha de
que el hombre puede influir sobre el clima de un modo total-
mente diferente. Año tras año se queman miles de millones de
toneladas de carbón y petróleo, que pasan a la atmósfera en
forma de anhídrido carbónico (CO2). Si el CO2 se quedara en
la atmósfera, aumentaría gravemente su concentración. Por
fortuna, esto no resulta tan dramático: el continuo intercambio
de CO2 entre la atmósfera y los océanos hace que una gran parte
se disuelva en el agua (19 mol/m2/año) y que en la atmósfera
sólo permanezca una fracción del CO2 antropógeno. A pesar de
todo, la proporción de CO2 en la atmósfera ha aumentado en
un 10-15% en el último siglo. En la actualidad, el contenido de
CO2 crece con un ritmo de un 0,2% por año. Así pues, los océa-
nos se comportan como reguladores de la producción de CO2,
y siempre han actuado como tales. Pero la producción de CO2
es superior a la velocidad con la que los carbonatos se sedimen-
tan en el fondo marino, esto es, a la velocidad con la que el CO2
se retira del agua. Se estima que los océanos contienen cin-
cuenta veces más CO2 que la atmósfera. Esto tiene un efecto
desestabilizador sobre el clima. Cuando el agua se calienta,
cede CO2 a la atmósfera. Al mismo tiempo, se evapora más
agua. Tanto ésta como el anhídrido carbónico aumentan el
efecto de invernadero de la atmósfera (v. más adelante), con lo
que los océanos se calientan, etc. Sólo el incremento de la nu-
bosidad regula este efecto al reducir la llegada de radiación.

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La paleoclimatología estudia el clima de la Tierra en el pa-


sado lejano. Aunque esta disciplina surgió hace más de cien
años, recientemente se han producido grandes avances gracias
a los nuevos métodos de investigación. En los últimos cinco
años se ha dado a conocer una «historia» bastante satisfactoria
de los cambios climáticos acaecidos en los últimos 18.000 años
(desde la última glaciación): la temperatura en la superficie te-
rrestre, la distribución de las grandes masas de hielo, el albedo
de la superficie de la Tierra. Gracias a estos parámetros se han
elaborado modelos climáticos con cuya ayuda ha sido posible
conocer detalles meteorológicos (p. ej., el tiempo). Los análisis
del suelo realizados en diversos puntos de Europa demuestran
que en los últimos dos millones de años se han producido 17
ciclos interglaciales. Las glaciaciones comenzaron hace dos
millones y medio de años. Otros datos sobre el clima se obtie-
nen, por ejemplo, a través del estudio de los anillos de creci-
miento de los troncos de los árboles mediante los métodos de
los isótopos radiactivos (los anillos más gruesos corresponden
a años cálidos y húmedos), a través del estudio del polen reco-
gido en los sedimentos, del estudio de las turberas, del plancton
marino, etc.
La paleoatmósfera —esto es, la atmósfera que se formó tras
el enfriamiento de la Tierra— estaba formada por agua, anhí-
drido carbónico y nitrógeno molecular. Los procesos biológi-
cos (fotosíntesis, metabolismo) añadieron con posterioridad
oxígeno, amoniaco, metano y otros gases. La principal fuente
de oxígeno fue la fotolisis del agua y el anhídrido carbónico
(esto es, la descomposición de las moléculas en átomos bajo la
acción de la luz). Pero el contenido en oxígeno aumentó drás-
ticamente como consecuencia de la fotosíntesis, es decir, de la
aparición de la vida. El mismo proceso determinó la formación
de ozono. En este sentido hay que destacar que en aquellos pri-
meros tiempos la superficie terrestre estaba expuesta a la radia-
ción ultravioleta del Sol, de la que no se vio protegida hasta la
formación de ozono.
La climatología ha avanzado mucho en los últimos años de-
bido a que las graves alteraciones producidas han llevado a po-
ner más recursos a su disposición, que se cuenta con métodos

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de investigación que permiten abordar problemas más comple-


jos y a que los modernos ordenadores hacen posible un mayor
rendimiento. Todo ello nos permite estudiar mejor el clima.
Al hablar del clima hay que hacer también al menos una
breve mención al tiempo, que es un factor que experimentamos
directamente. Pero nos vamos a limitar a hablar de la previsión
o pronóstico del tiempo. Hay una serie de refranes populares
cuyo pronóstico del tiempo, sin estar basado en unos conoci-
mientos específicos, se cumple en un número importante de ca-
sos. A los meteorólogos el trabajo no les resulta fácil, pues el
aumento de la probabilidad de acierto en el pronóstico va li-
gado a una inversión considerable. Existen fundamentalmente
dos formas de pronosticar el tiempo: lo ideal sería conocer lo
suficientemente bien el sistema climático con todos sus meca-
nismos, hasta el punto de poder elaborar un modelo físico, de-
terminista, que refleje las principales características de los cli-
mas regionales y permita hacer pronósticos, correctos en el
tiempo y en el espacio, de acontecimientos climáticos futuros.
Todavía no existen tales modelos. Se trabaja con instrumentos
más sencillos que, aunque cuentan con un 50% de probabilidad
de acierto, en las previsiones para dos días aciertan en un 75%
de las ocasiones en el mejor de los casos. La probabilidad de
acierto es mayor en los pronósticos para espacios de tiempo
más cortos, disminuyendo a medida que se alargan tales espa-
cios.
El segundo método para pronosticar el tiempo es estadís-
tico. Hace mucho que se aplicó la estadística a la evolución del
tiempo, lo que permite asignar probabilidades a determinados
procesos. La figura 5-2 muestra un mapa del tiempo previsto y
otro del tiempo observado. Se representan las temperaturas y
precipitaciones del verano de 1979. Las iniciales significan lo
siguiente: B = por debajo de lo normal, N = normal, A = por
encima de lo normal, L = ligeras, M = moderadas, H = fuertes.
Este pronóstico se basó en los datos disponibles hasta finales
de mayo de 1979. Los expertos consideran que un resultado
como éste es un «buen pronóstico».
Un nuevo procedimiento está despertando gran interés en
los últimos tiempos debido a su elevada probabilidad de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

acierto. Ha sido desarrollado en Estados Unidos y se basa fun-


damentalmente en el empleo de ordenadores. Se introducen los
datos actuales en la máquina, que los compara con los mapas
del tiempo que tiene en la memoria. Antes se han tipificado e
introducido en el ordenador las evoluciones del tiempo obser-
vadas en una región a lo largo de varios años. El pronóstico
resulta muy sencillo: el ordenador selecciona en su memoria el
proceso cuya situación inicial coincida mejor con los datos ac-
tuales. Con este método se ha conseguido la mayor probabili-
dad de acierto nunca alcanzada. Llama la atención el hecho de
que este método es casi totalmente empírico y, en realidad, ape-
nas requiere conocimientos de meteorología.

Fig. 5-2. Ejemplo de pronóstico del tiempo (columna de la izquierda) en


Estados Unidos: temperatura (arriba) y precipitaciones (abajo). La com-
paración con la situación observada (columna de la derecha) muestra el
problema de las desviaciones locales. La tendencia general estaba bien
prevista. El de este ejemplo es considerado un excelente pronóstico.

El CO2 tiene —junto con el vapor de agua y todos los gases


poliatómicos de los que hay rastros en la atmósfera, tales como
el ozono, el nitrógeno, el dióxido de azufre, los hidrocarburos

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

halogenados, entre otros— una importancia decisiva para el ca-


lentamiento de la atmósfera. La luz de onda corta no se ve in-
fluida por el CO2, pero absorbe mucho CO2 en la zona de onda
más larga. El máximo de la energía emitida por el Sol se en-
cuentra en la parte visible del espectro electromagnético. La
superficie terrestre emite, de acuerdo con su baja temperatura,
en el infrarrojo, de mayor longitud de onda, donde absorbe
CO2.
El efecto resultante de ello es que el equilibrio de la radia-
ción se ve alterado por el hecho de que la radiación infrarroja
que la Tierra devuelve normalmente al espacio es reabsorbida
en la atmósfera, que se ve calentada. Un jardinero hace lo
mismo en el invernadero, por lo que este efecto se llama
«efecto invernadero». El rápido aumento de los «gases respon-
sables del efecto-invernadero» durante los últimos 40 años pro-
ducirá un incremento medio de la temperatura de la atmósfera,
a principios del próximo siglo, de aproximadamente 2-3 gra-
dos.
El físico sueco Svante Arrhenius manifestó en 1896 que el
aumento del contenido de CO2 en la atmósfera podía producir
alteraciones en el clima global, advertencia que repetiría el in-
glés T. C. Chamberlin en 1899. Hasta aquí no se trata de nada
nuevo. Pero lo que ellos temían era que esos cambios se iban a
producir a finales del siglo pasado. Como no ocurrió nada apre-
ciable, durante los 50 años siguientes no se tomó en serio esta
cuestión. En los últimos tiempos ha crecido el interés por la
materia, y no por casualidad. Hoy se habla, y con motivo, del
«problema» del dióxido de carbono.
Sabemos que el contenido de CO2 en la atmósfera está au-
mentando en todo el mundo. Pero existe también una fuerte in-
teracción entre el contenido de CO2 en la atmósfera y en la
biosfera (absorción del CO2 a través de la asimilación), con un
marcado carácter estacional (v. figura 5-3). Junto a este efecto
hay otros como, por ejemplo, la interacción con las superficies
de los océanos, en los que se disuelve gran cantidad de CO2.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 5-3. Variación del contenido de CO2 en la atmósfera según medicio-


nes del observatorio de Mauna Loa, en Hawái. Se aprecia el ciclo verano-
invierno de la fotosíntesis y la tendencia ascendente.

En la biosfera de la Tierra también se produce CO2, que


pasa a la atmósfera (p. ej., por nuestra respiración); los propios
océanos hacen otro tanto. Pero como sea que la producción na-
tural de CO2 se halla en equilibrio con la atmósfera, el aumento
observado tiene que estar causado por la combustión provo-
cada por el hombre y los procesos industriales (p. ej., la fabri-
cación de cemento). La concentración de CO2 (y de otros gases
responsables del efecto invernadero como el metano), así como
la temperatura que reinaba antes de la combustión forzada del
carbón, se puede establecer en 270... 290 ppm mediante el aná-
lisis de inclusiones de aire en probetas de hielo procedentes de
Groenlandia y la Antártida. Resulta difícil realizar estos cálcu-
los, pues no se puede cuantificar con exactitud el contenido de
CO2 en la atmósfera. Aunque siempre es posible realizar esti-
maciones (calculando, p. ej., la reducción de la superficie ocu-
pada por los bosques o analizando qué abonos ceden CO2 a la
atmósfera), existen grandes probabilidades de que resulten
erróneas. Según ellas, el aumento del contenido de CO2 en la
atmósfera provocado por el hombre podría ser de hasta un

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

25%10. Al efecto invernadero contribuyen también los hidro-


carburos halogenados (con un crecimiento del 5% anual), el
metano (cuya tasa de crecimiento es aproximadamente de un
2% anual). Estos gases, si no se frena su aumento, tendrán den-
tro de 30 años una contribución al efecto invernadero mayor
que el CO2.
Podemos hacer una comparación con nuestros planetas ve-
cinos, Venus y Marte. Ambos tienen una atmósfera de CO2 en
la que se produce un considerable efecto invernadero, pero sin
rastro alguno de vida. La Tierra se encuentra entre los dos. Si
tuviera una atmósfera de CO2, en su superficie la temperatura
sería bastante superior a la actual; probablemente se situaría en
torno a los 50°. Aunque es posible que en tales circunstancias
no desapareciera totalmente la vida, sí se reduciría a unas cuan-
tas especies, como sabemos por los desiertos. Podríamos j crear
una atmósfera así si cediéramos el carbono de la Tierra a la
atmósfera (y produjéramos al misino tiempo CO2)
Dos terceras partes de la producción actual de CO2 a partir
de combustibles fósiles se localizan en las naciones industria-
lizadas (Estados Unidos, Unión Soviética. Europa. Japón).
Pero esta situación va a cambiar, pues el denominado Tercer
Mundo ha empezado a producir energía, y por tanto, también
CO2. En comparación con Europa, la industrialización de los
países en vías de desarrollo sigue un ritmo acelerado.
En la fotosíntesis, las plantas toman hidrógeno del agua y
forman compuestos orgánicos (el oxígeno de la atmósfera pro-
cede del agua, no del CO2), prefiriendo el protón a su isótopo
el deuterio. Por eso los hidrocarburos fósiles son pobres en
deuterio. Sin embargo, una gran parte del petróleo y del gas
natural muestra la proporción D/H natural, por lo que es muy
probable que no proceda del material biológico. Así pues, dis-
ponemos de mucho más carbono del que la naturaleza ha reti-
rado de la atmósfera con ayuda de la fotosíntesis. Es posible
que la Tierra, al igual que los meteoritos, haya recibido una

10Éste es el motivo por el que son tan variables los datos sobre el aumento del
contenido de CO2 en la atmósfera.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

parte de «su» carbono en la condensación en forma de comple-


jos compuestos cíclicos. Esto hace que no resulte fuera de lugar
la tesis de que en la actualidad se siguen liberando hidrocarbu-
ros en el interior de la Tierra (p. ej., metano). Suelen salir al
exterior por grietas, esto es, allí donde hay actividad tectónica.
Es curiosamente en estos lugares donde se encuentran los ya-
cimientos de gas y petróleo más importantes. El gas del interior
de la Tierra podría acrecentar así continuamente los yacimien-
tos biológicos. Un apoyo de esta tesis es la actividad tectónica
existente en las grandes profundidades. Con las temperaturas
allí reinantes habría que esperar que, como reacción a las ten-
siones, se produjera una deformación plástica del material.
Cuando existe un foco sísmico a tales profundidades, sólo se
puede pensar que ha habido un escape de gas, con el derrumbe
de una cavidad.
Otro de los efectos del hombre sobre el clima está relacio-
nado con la producción de calor, que determina también un au-
mento global de la temperatura de la atmósfera. Entre todas las
transformaciones de energía que realizamos, sólo hay dos que
no alteran el complicado equilibrio térmico de la Tierra: el
aprovechamiento hidráulico y la transformación de la energía
solar en materia vegetal. Según cálculos aproximativos, la pro-
ducción de calor actual hace aumentar 0,01°C la temperatura
media del aire. Aunque insignificante, este valor tiene una gran
importancia local. La temperatura puede aumentar hasta 10°C
en los lugares donde se ponen trabas a la circulación atmosfé-
rica —por ejemplo, en algunas ciudades—. Con el actual in-
cremento mundial del consumo de energía en un 5% anual cabe
esperar que la temperatura media del aire ascienda varios gra-
dos. Por otro lado, las regiones cubiertas de nieve y hielo refle-
jan una gran parte de la luz solar, con lo que la atmósfera se
encuentra más fría en ellas. Si bien el descenso de las tempera-
turas crea regiones cubiertas de nieve, en el caso de las zonas
polares ocurre lo contrario. Así pues, el aumento de la tempe-
ratura media como consecuencia de la actividad humana lleva
inevitablemente a una reducción de las zonas cubiertas de
nieve, con lo que el aire se enfría en una zona más pequeña que
antes, el calentamiento es mayor, etc.

― 83 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Diversas mediciones realizadas en Escandinavia y Alaska


en los últimos años han demostrado que existe un eficaz meca-
nismo de transporte desde las latitudes medias hasta las altas.
A través de la combustión de materias fósiles se forma también
abundante dióxido de azufre, que se deposita en las regiones
polares y convierte los mares en charcos de ácido sulfúrico. Se
ha comprobado que procede de Europa y Norteamérica. A estas
regiones también llega aerosol —un polvo fino producido por
la actividad humana—, que se deposita sobre las superficies
nevadas. Quien haya esparcido cenizas sobre la nieve en un día
soleado de invierno conoce la rapidez con que aquélla puede
desaparecer. A este hecho se añade un factor no menos peli-
groso: la fusión del hielo polar. Junto con el aerosol, llega tam-
bién CO2 a las regiones árticas.
Como hemos visto, nuestro clima es muy sensible a las va-
riaciones de la radiación que llega a la Tierra. Los modelos de
cálculo predicen que una reducción de tan sólo el 2% en la in-
tensidad de la radiación del Sol determinaría ya que el planeta
se cubriera totalmente de hielo y que, por otro lado, un aumento
mínimo de la misma provocaría la fusión de los casquetes po-
lares.
El polvo suspendido en la atmósfera ejerce, sin duda, una
evidente influencia sobre nuestro clima. Las grandes erupcio-
nes volcánicas, como la del Krakatoa el 27 de agosto de 1883
11
o la de El Cichon en abril de 1982, han tenido efectos consi-
derables. En diferentes ocasiones se ha discutido el impacto so-
bre la Tierra de gigantescos meteoritos de varios kilómetros de
diámetro. La caída de uno de estos meteoritos en el océano ha-
bría podido provocar su penetración en el fondo marino, de
modo que el magma, al salir, habría dado origen a una situación
comparable a una gigantesca erupción volcánica. Las cenizas

11 Según un informe de la revista norteamericana «Science» (12, 1888, pág.


27), tras la erupción una onda atmosférica dio siete veces la vuelta al globo a
lo largo del meridiano casi a la velocidad del sonido. El estruendo se pudo oír
a una distancia de 2.000 millas (más de 3.200 km). F.I velo de polvo (con par-
tículas de 1.6 pm), que se formó a grandes alturas, provocó fenómenos crepus-
culares observables en todo el planeta (bordes coloreados de las nubes, etc.).

― 84 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

volcánicas permanecen en la estratosfera durante muchos años;


un fenómeno de esta dimensión podría haber determinado una
fuerte reducción de la energía solar que llega a la Tierra y cons-
tituye probablemente otra explicación de la aparición de las
glaciaciones.
La variación del contenido de polvo en la atmósfera pro-
voca oscilaciones de algunas décimas en la temperatura media.
En ocasiones se ha discutido la posible existencia temporal de
un anillo de polvo alrededor de la Tierra (como en Saturno o
Júpiter). Su origen podría ser el material de los meteoritos. Po-
dría haber existido un anillo de este tipo durante muchos mi-
llones de años. En relación con este hecho quizá se haya pro-
ducido una dramática reducción de la radiación solar en el he-
misferio norte, unida a descensos de hasta 20°C en la tempera-
tura. Esto explicaría el período glacial del terciario, así como
la diversidad de los procesos glaciales en los hemisferios norte
y sur en el pleistoceno.
El enturbiamiento de la atmósfera por las partículas de ae-
rosol (se trata, como ya hemos mencionado, de partículas de
polvo suspendidas en la atmósfera durante largos períodos de
tiempo) alcanza en las grandes ciudades valores de hasta el
50%. Otras fuentes antropógenas son los grandes incendios fo-
restales que se repiten todos los años y la quema de campos de
cultivo en grandes extensiones, y también de sabanas. En las
zonas de estepa cultivadas, la concentración de polvo es supe-
rior al enturbiamiento atmosférico de las grandes ciudades. El
efecto del aerosol con partículas de diámetros inferiores a 0,5
pm tiene una importancia decisiva, pues debido a la dispersión
casi isótropa de la luz puede provocar un enfriamiento neto. La
concentración de polvo en la alta atmósfera alcanza unas di-
mensiones que apenas se han registrado en el pasado como
consecuencia de catástrofes naturales (erupciones volcánicas,
impacto de meteoritos). Sin embargo, erupciones volcánicas
como la de Krakatoa en el año 1883 sí han tenido efectos visi-
bles sobre el clima.
A todo ello se une la producción de energía por el ser hu-
mano, que en zonas de grandes aglomeraciones alcanza, con 1
vatio/m2, un determinado porcentaje del balance de radiación

― 85 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

natural. A lo largo de la historia se ha ido poniendo en cultivo


cada vez más superficie continental. Se ha destruido casi una
tercera parte de los bosques existentes en un principio, y esta
alteración de la vegetación natural ha tenido graves consecuen-
cias sobre el calor de la Tierra: han variado el albedo y la ru-
gosidad de la superficie, se ha reducido el calentamiento de ra-
diación, ha aumentado el enfriamiento a causa de los vientos.
El hecho de que la superficie desértica aumente casi 1 km por
año (zona del Sahel) no se debe a alteraciones climáticas: es
una consecuencia directa de las actividades humanas. A ello se
une la alteración del equilibrio hidráulico debida, fundamental-
mente, al «aprovechamiento» de las aguas subterráneas fósiles.
Los expertos prevén que el aumento mundial de la evaporación
va a conducir en un futuro próximo a un dramático agrava-
miento del problema del agua, que sería al menos tan crucial
como el de la energía.

― 86 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

VI. JÚPITER, SATURNO, URANO, NEPTUNO, PLUTÓN:


LOS PLANETAS EXTERIORES

El planeta de mayor tamaño del Sistema Solar es Júpiter


(lámina 3). Su masa es dos veces mayor que la de todos los
demás planetas juntos. El Sol y Júpiter tienen el 99,9% de la
masa del Sistema Solar. El tamaño de este planeta constituye
por sí solo un motivo para hablar de él. Como veremos más
adelante, se podría pensar que Júpiter y el Sol deberían haber
constituido un sistema de estrellas dobles. En realidad, Júpiter
es sólo un poco más pequeño de lo que debe ser una «estrella»;
según la definición, un objeto se considera una estrella si en su
interior la fusión nuclear determina una emisión de energía. En
este sentido, Júpiter es una «cuasi-estrella» y en él se observan
algunos fenómenos típicos de las estrellas. Debido a su gran
velocidad de rotación, en diferentes ocasiones se ha conside-
rado que su magnetosfera es un posible modelo de los alrede-
dores de una estrella de neutrones.
Júpiter se mueve con una velocidad media de 13,03 km/s
en su órbita, que se halla cinco veces más lejos del Sol que la
de la Tierra; tarda unos 12 años en dar una vuelta alrededor del
Sol. La órbita es casi circular y muestra una inclinación de casi
un grado con respecto a la eclíptica. La distancia entre Júpiter
y la Tierra varía entre 4 y 6,4 UA., según la situación relativa
de ambos planetas. Júpiter y Saturno tienen períodos de revo-
lución de ⁓12 y ⁓30 años respectivamente, lo que da una pro-
porción aproximada de 2:5. Esta «casi-conmensurabilidad» de
los períodos provoca alteraciones en las órbitas de ambos pla-
netas. En consecuencia, sus velocidades de revolución aumen-
tan y disminuyen alternativamente, en períodos que duran unos
900 años. P. S. Laplace explicó en 1784 este fenómeno por vez
primera. Las desviaciones con respecto al movimiento regular
en una órbita elíptica pueden alcanzar hasta 0,3° en Júpiter y
0,8° en Saturno. Debido a su gran masa (casi una milésima

― 87 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

parte de la masa solar), Júpiter provoca notables alteraciones


en las órbitas del resto de los planetas del Sistema Solar, y so-
bre todo en sus vecinos Marte y Saturno, en los asteroides y en
los cometas.
El estudio de Júpiter es, desde hace tiempo, un importante
objetivo de la investigación espacial. Esta empresa ha sido po-
sible gracias a los avances técnicos. Estados Unidos envió a
Júpiter en 1972 y 1973 las sondas Pioneer 10 y 11, que pasaron
por las proximidades del planeta los días 4 de diciembre de
1973 y 3 de diciembre de 1974. Los datos que estas sondas re-
cogieron y enviaron a la Tierra fueron tan sorprendentes que se
decidió proseguir el estudio de Júpiter con dos nuevas sondas,
que recibieron los nombres de Voyager 1 y 2, y con un satélite
(Orbiter), el «Galileo», destinado a girar alrededor del planeta.
También se proyectaron pruebas para el estudio de la atmós-
fera. Si las sondas Pioneer eran del tipo «Spinner» —esto es,
satélites que rotan en torno a un eje—, para el programa Voy-
ager se eligió el tipo «Mariner» —satélites con tres ejes—. Es
evidente que con este sistema se pueden obtener fotografías
mucho mejores. Bien es verdad que otras mediciones resultan
más difíciles. Con el programa Voyager también se aumentó el
número de datos transmitidos (banda S en lugar de VHF12). De
este modo, las sondas Voyager, que pasaron por Júpiter los días
5 de marzo y 9 de julio de 1979, consiguieron una gran canti-
dad de fotografías del planeta y de sus lunas. Es difícil decir
qué resulta más asombroso: la perfección técnica de las foto-
grafías o el mundo desconocido, tan diferente, de ese planeta,
del que las imágenes nos ofrecen una visión fascinante. Esto
nos ha llevado a seleccionar para este libro una serie de foto-
grafías tomadas desde los Voyager. En noviembre de 1980 y
en agosto de 1981 las sondas Voyager pasaron por las proxi-
midades de Saturno, en enero de 1986 por las cercanías de
Urano y en agosto de 1989 junto a Neptuno.

12 Banda S = 1-3 GHz; VHF = 30-300 MHz.

― 88 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El tamaño de Júpiter ya se conocía antes de los vuelos de


los satélites gracias a las mediciones realizadas con instrumen-
tos ópticos desde la Tierra. Se puede determinar a partir del
paso del planeta por delante de una estrella situada a gran dis-
tancia. Este «eclipse estelar» se repite en casi todos los plane-
tas. Se mide el tiempo que dura el eclipse y, con la ayuda de la
velocidad orbital, ya conocida, se calcula el diámetro. La masa
se conoce ya por la ley de la gravitación, por lo que se puede
calcular también la densidad media. Las dimensiones de Plutón
se determinaron de este modo durante un eclipse estelar en el
año 1965 y en 1968 se presentó una gran oportunidad para rea-
lizar la medición en el caso de Neptuno. Por lo que respecta a
Saturno, no ha resultado posible realizar tales mediciones. A
partir de la observación de las lunas de un planeta se calcula, a
través del potencial de gravitación, la distribución de las masas.
Con ayuda de las teorías físicas, y aunque se disponga de muy
pocos parámetros, de este modo se consigue elaborar un mo-
delo (probablemente bastante exacto) de la estructura interna
de un planeta.
Los pasos de las sondas espaciales por Júpiter y Saturno nos
permiten prescindir de tales observaciones en el caso de estos
dos planetas: hoy se conocen sus dimensiones con una casi to-
tal exactitud. El achatamiento de Júpiter es de aproximada-
mente 1/16: la distancia desde el punto central al polo es menor
que la del centro al ecuador (67.232 y 71.714 km de radio).
Esto es lo que se denomina achatamiento «dinámico», pues
está relacionado con la gran velocidad de rotación del planeta.
También existe una gran fuerza centrífuga, que es más fuerte
en el ecuador. De este modo adquieren los planetas la forma de
elipsoides de rotación. El período de rotación de Júpiter, de
apenas 10 horas, es más corto que el de todos los demás plane-
tas. También son muy intensas las fuerzas que actúan en la su-
perficie y en la atmósfera. La velocidad de rotación no se puede
medir ópticamente, calculando el tiempo que transcurre entre
el paso de dos estructuras «fijas» (en el caso de Júpiter, p. ej.,
la Gran Mancha Roja), ni tampoco estimando el efecto Doppler
de las señales radioeléctricas (o señales ópticas) en los bordes
izquierdo y derecho del disco del planeta.

― 89 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Para poder orientarse hay que establecer un sistema de


coordenadas fijo en los planetas. En Júpiter existen tres, que se
denominan sistemas I, II y III. Los dos primeros (más antiguos)
se establecieron ópticamente; el tercero, con técnicas radio-
eléctricas.
El sistema I se emplea para caracterizar todos los fenóme-
nos de la zona ecuatorial. Cuando fue delimitado (Oh T.U., v.
tabla 6-1), el meridiano central tenía una longitud Ω1 = 47,31°.
El sistema II se utiliza para los fenómenos que transcurren más
allá del cinturón ecuatorial, de ± 10 grados de latitud de an-
chura. El meridiano central tenía en el momento de la fijación
la longitud Ω2 = 96,58°. El sistema III se basa en las modernas
observaciones da radioondas y se emplea exclusivamente para
el reconocimiento de la magnetosfera de los planetas. Se
asienta en observaciones realizadas con radioondas de 18
MHz. La Unión Astronómica Internacional (UAI) aceptó este
sistema en el año 1962.
Tabla 6-1. Sistemas de coordenadas de Júpiter
Período de Tasa de rotación
Sistema _ Época _ rotación _ grados/día
I 14.7.1897 Oh T.U. 9h 50'30",003 877,90
h
II 14.7.1897 O T.U. 9h 55’40",632 870,27
III 1.1.1957 Oh T.U. 9h 55'29",370 870,544

Los períodos de rotación observados se mantuvieron cons-


tantes hasta el año 1961. En los años siguientes se observó de
pronto una alteración (10°/año), que correspondía a una varia-
ción del período de rotación de Júpiter en algo más de un se-
gundo. Las irregularidades en el período de rotación de la Tie-
rra se miden en milisegundos. Esta variación resulta enorme en
comparación con las 10 horas que dura el periodo de rotación
de Júpiter. El modo más sencillo de explicar una variación ob-
servada en el sistema III es relacionarla con una variación en el
campo magnético, que a su vez está determinada por una alte-
ración en el núcleo. Esto podría relacionarse a su vez con una
alteración, observada casi al mismo tiempo, del período óptico
de la Gran Mancha Roja en casi 1 segundo.

― 90 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El eje de rotación del planeta está inclinado unos 87 grados


respecto de la eclíptica. La densidad media de Júpiter —calcu-
lada para un esferoide achatado con una masa de M =
1.901×1030 g y un radio en el ecuador de R = 71.714 km— es
de 1,33 g/cm3; la aceleración de la gravedad en la superficie
alcanza el valor de 2,6 g, siendo g la aceleración de la gravedad
en la superficie terrestre (g = 980,6 cm/s2). Si se evalúan los
rasgos presentes en los modelos de planetas y se comparan con
las características observables, se aprecia que un modelo con
una fuerte concentración de masa en el núcleo del planeta re-
produce casi exactamente los valores de la aceleración de la
gravedad-obtenidos experimentalmente, aceptándose la hipó-
tesis del equilibrio hidrostático. Esta hipótesis no está en con-
tradicción con las mediciones gravitacionales realizadas con
las sondas Voyager en 1979. Su paso por Júpiter permitió cal-
cular con bastante exactitud el potencial gravitacional del pla-
neta.
De ésta y de otras maneras se intenta forjar una idea acerca
de la estructura interna del planeta. Así, se toman en conside-
ración los parámetros conocidos —masa, radio, campo de gra-
vitación—, las ecuaciones de estado para el material y los ar-
gumentos cosmogónicos en relación con la composición quí-
mica de Júpiter. El hecho de que las densidades de los planetas
disminuyan a medida que aumenta la distancia con respecto al
Sol (fig. 3-9) y las teorías sobre el origen del Sistema Solar
apoyan la idea de que Júpiter se compone fundamentalmente
de hidrógeno. E. P. Wigner y H. B. Huntington estudiaron en
1935 las características del hidrógeno a gran presión, con sus
propiedades metálicas. Esto permitió elaborar interesantes mo-
delos para Júpiter, apreciándose que este planeta sólo se podía
«hacer» si al menos un 75% de su masa era hidrógeno.
El modelo del planeta aceptado en la actualidad es el si-
guiente: el núcleo (de radio desconocido) se compone de ma-
terial rocoso (en su mayoría hierro y silicatos), cuya tempera-
tura alcanza probablemente los 30.000°K (no más). La masa de
este núcleo podría ser diez veces superior a la de la Tierra. Ro-
deando al núcleo se encuentra una espesa capa de hidrógeno
metálico (que se extiende hasta unos 46.000 km), en la cual

― 91 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

podría haber una presión de un millón de atmósferas y una tem-


peratura de más de 10.000 grados. En estado fluidometálico,
las moléculas de hidrógeno están disociadas en átomos, y el
fluido es conductor de la electricidad. Las condiciones para la
formación de una dinamo están dadas, de modo que el modelo
puede explicar también el fuerte campo magnético del planeta.
A continuación, y hasta los 70.000 km de radio, aparece el hi-
drógeno en forma molecular y se extiende hasta el borde supe-
rior de las nubes en la atmósfera. En este modelo se establece
que el calor que Júpiter emite hacia el exterior procede todavía
hoy del calor de la contracción debida al colapso gravitacional
y no tanto de la desintegración radiactiva (que desempeña, sin
duda, un papel importante, v. tabla 6-2).
Al comenzar este capítulo hablamos de la semejanza entre
Júpiter y una estrella. ¿No podría haber en el núcleo del planeta
al menos un pequeño «horno nuclear»? Como ya hemos dicho
antes, la masa de Júpiter es mil veces inferior a la del Sol. Pero
de la teoría del origen de las estrellas se desprende que para que
se produzca la fusión nuclear deben darse temperaturas de al
menos 15 millones de grados, que en una estrella que sufre un
colapso gravitacional sólo se pueden alcanzar cuando su masa
es al menos cien veces inferior a la del Sol. Por tanto, queda
descartada la posibilidad de que exista fusión nuclear en el in-
terior de Júpiter.
La radiación térmica emitida por el planeta (T = 125°K) es
casi dos veces superior a la energía que le llega desde el Sol
(1/27 de la constante solar de la Tierra). Debido al elevado al-
bedo de Júpiter (0,45), sólo llega a la atmósfera del planeta el
58% de la energía emitida por el Sol (por eso está tan claro por
la noche). Dado que el flujo térmico es independiente de la la-
titud, es de suponer que el transporte del calor se realice en el
interior del planeta, no en la atmósfera. Este es uno de los as-
pectos sin resolver de este modelo, pues de Júpiter sólo pode-
mos ver la parte superior de su atmósfera, y no las capas situa-
das por debajo.

― 92 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Tabla 6-2. Características de los planetas exteriores


_ Temperatura de _ _ Flujo de calor
la superficie por la superficie
Planeta grados Kelvin Albedo erg/cm2 s
Júpiter 125 ± 4 _ 0,42 7.600 _
Saturno 94 ±7 0,36 2.800
Urano 58 ±2 0,37 <180
Neptuno 55 ± 2 0,33 285
Según W. B. Hubbardj. Rev. Geophys. Space Sci., 18, 1980, 1-9,

La temperatura de un planeta está determinada por la ener-


gía solar que recibe y por el consumo que hace de ella. Júpiter
sólo aprovecha una mínima parte de la energía solar, por lo que
tiene una temperatura muy baja. Las primeras estimaciones es-
tablecieron el valor en torno a 100°K. Donald H. Menzel
realizó en 1926 las primeras mediciones radiométricas en el in-
frarrojo y estableció, ante el asombro general, la temperatura
de 130° K, equivalente a la de un cuerpo negro. Las mediciones
realizadas con las sondas Voyager han confirmado este resul-
tado (125 ± 3oK). Junto a esta emisión térmica existe una ra-
diación no térmica, esto es, una radiación relacionada con la
propia dinámica del planeta. De ella hablaremos en el capítulo
XIII al ocuparnos de su magnetosfera.
Prescindiendo de su núcleo, Júpiter debe ser semejante a un
fluido bien mezclado. Su composición se parece a la del Sol y
quizá también a la de la primitiva nebulosa solar.
Júpiter es, con excepción de la Tierra, el único planeta de
cuyas propiedades electrodinámicas hemos tenido conoci-
miento antes de la era de los viajes espaciales. Esto ocurrió en
1955 tras el descubrimiento de la emisión radioeléctrica de Jú-
piter, que al principio se consideró como una radiación ciclo-
trón de iones, por lo que en un primer momento se estableció
un campo magnético demasiado intenso (10 teslas). Cuando
dos físicos norteamericanos (D. B. Chang y L. Davis Jr.) inter-
pretaron en 1962 la radiación como radiación sincrotrón 13 de

13 Toda aceleración de una carga eléctrica lleva a la emisión de radiación elec-


tromagnética. Si en el campo magnético una partícula con carga es desviada

― 93 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

electrodes (lo que en un principio se consideró absurdo), se fi-


jaron valores plausibles: 10 militeslas en las proximidades del
polo, un momento magnético de 1,55×1026 teslas cm3. Al igual
que en la Tierra, el mejor modo de describir el campo fue su-
poner la existencia de un dipolo excéntrico desplazado 0,1 del
centro del planeta e inclinado con respecto al eje de rotación.
Saturno (lámina 4) ha sido considerado durante mucho
tiempo como el más exterior de los planetas. No lo es, pero sí
sigue siendo el segundo más grande, después de su «primo»
Júpiter, al que se parece en muchos sentidos. Tiene la densidad
más baja (0,674 g/cm3) de todos los cuerpos existentes en el
Sistema Solar. Rodeado de anillos de polvo, circundado por
más de 17 lunas (entre las cuales Titán es la segunda más
grande del Sistema Solar), ha sido considerado durante mucho
tiempo como un planeta exótico, un sistema solar en miniatura
con su propio cinturón de asteroides (anillos). Tarda 29,5 años
en dar una vuelta alrededor del Sol y a nuestros ojos ofrece un
color amarillento, más brillante que el del resto de las estrellas
a causa de su elevado albedo. Con una masa 95 veces superior
a la de la Tierra (5,69×1029 g), cabe pensar que tiene un núcleo
quince veces mayor que el terrestre, formado por elementos
muy pesados que constituyen una mezcla de roca y hielo.
Saturno tiene ionosfera, como se sabe desde las mediciones
de radioocultación realizadas con el Pioneer 11. Las radioon-
das traspasaron la ionosfera que recubre al planeta poco antes
de que la sonda desapareciera tras él. Una onda electromagné-
tica linealmente polarizada gira su plano de polarización
cuando pasa por medio que contiene electrones libres. Esta ro-
tación, denominada efecto Faraday, se puede medir, lo que per-
mite determinar la concentración de electrones a lo largo del
rayo de luz. Se ha descubierto que la densidad de electrones

de su trayectoria, se habla de radiación de frenado magnética o «radiación sin-


crotrón».
Dado que la energía contenida en una partícula (m0c2) aparece en el denomi-
nador de la expresión de la energía emitida, esto representa la emisión, por
parte de los electrones, de una radiación que se puede medir.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

tiene sus máximos en 9.400 y 7.000 electrones/cm3 a 2.800 y


2.200 km de altitud sobre la superficie de Saturno.
El período de rotación del planeta, que resulta muy difícil
de determinar desde la Tierra, se ha conocido gracias a las me-
diciones de las sondas Voyager y se sitúa en 10 horas, 39 min
y 24 s. Este período de rotación es sólo un poco más largo que
el de Júpiter, por lo que se pensó que Saturno debía mostrar las
mismas características que Júpiter debe a su gran velocidad de
rotación. Y esta hipótesis se ha confirmado: la estructura de la
atmósfera presenta también zonas y bandas, si bien sus colores
no son tan intensos como en Júpiter. La magnetosfera muestra,
al igual que en este último, características determinadas por la
rotación (hablaremos de ello en el capítulo dedicado a la mag-
netosfera). Esta rápida rotación hace que el planeta esté muy
«achatado»: tiene un ensanchamiento en el ecuador, con lo que
existe una diferencia de casi 6.006 km entre los radios polar y
ecuatorial.
También Saturno emite al espacio una mayor cantidad de
energía que la que recibe del Sol (v. tabla 6-2). En su superficie
hay una temperatura de 94°K. y casi toda la energía se produce
en longitudes de onda superiores a 10 μm (por lo que resultan
especialmente importantes las mediciones encesta parte del es-
pectro).
Al igual que en el caso de Júpiter, se considera que la única
fuente posible es la energía gravitacional. Existen tres vías di-
ferentes por las que la energía gravitacional se puede convertir
en radiación: en primer lugar, una rápida contracción en la pri-
mera fase de formación del planeta podría haber determinado
la aparición de una gran cantidad de energía interna (en forma,
p. ej., de una temperatura más alta), que se desprende desde
entonces. En segundo lugar. Saturno podría contraerse todavía
hoy lo suficientemente deprisa como para producir la energía
necesaria (que observamos). A este respecto se ha comprobado
que en el interior del planeta no se manifiesta cambio alguno.
Sin embargo, y en tercer lugar, la energía química que se libera
lentamente podría mantener el abastecimiento de energía a tra-
vés, por ejemplo, de procesos de mezcla. Como es lógico, re-
sulta difícil encontrar en los alrededores de un planeta huellas

― 95 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de su anterior luminosidad. Y la duración de la vida humana no


permite tampoco valorar las modificaciones de la cantidad de
energía. La determinación de la proporción de helio e hidró-
geno es, una vez más, la primera referencia para poder reducir
el número de modelos.
Saturno tiene también atmósfera, pero no se conoce con
exactitud su extensión. En la actualidad se hace referencia fun-
damentalmente a las mediciones de la intensidad de la línea
alfa de la serie de Lyman del espectro del hidrógeno, con cuya
ayuda se puede determinar la densidad del hidrógeno como
función del radio. La atmósfera de Saturno debe extenderse
hasta unos 600 km de altura y se halla compuesta principal-
mente de nitrógeno (N2) y metano. Las mediciones del campo
magnético han dado como resultado un valor de 20 microteslas
en el ecuador, lo que corresponde a un momento magnético de
4,6×1024 teslas cm3. La polaridad se corresponde con la de Jú-
piter, por lo que es opuesta a la de la Tierra, aun cuando el pla-
neta que nos ocupa tiene también un carácter dipolar. Curiosa-
mente, el dipolo sólo está inclinado 0,7° con respecto al eje de
rotación (⁓10° en la Tierra, casi 20° en Júpiter). Esto nos lleva
a un modelo del interior de Saturno formado por un núcleo ro-
coso de 0,2 RS, recubierto por una capa de hidrógeno no metá-
lico. Esta se extendería hasta aproximadamente 0,5 RS y estaría
igualmente envuelta por una capa líquida de hidrógeno y helio.
La capa de hidrógeno metálico es bastante más potente en Jú-
piter (0,75/RS).
Urano se encuentra, al igual que los demás planetas, en la
curva obtenida empíricamente relacionando el impulso de giro
y la masa. La existencia de esta curva se interpreta de modo
que resulta de la rotación del planeta antes de que sea frenado
por las mareas. De ello se deduce que en el caso de Urano la
rotación actual no es muy diferente de la primitiva.
Descubierto en 1781, Urano se convirtió en la sensación as-
tronómica del siglo. Tarda 84 años en dar la vuelta al Sol y su
órbita sólo está inclinada medio grado con respecto a la eclíp-
tica. Pero, a diferencia de otros planetas, el eje de rotación de
Urano se encuentra casi en la eclíptica: tiene una inclinación
de 8o con respecto al plano de la órbita, situándose el polo norte

― 96 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

por debajo de éste. Urano posee un mínimo de 15 lunas y está


rodeado por 18 anillos. Está muy achatado y su período de ro-
tación (retrógrado) se calcula en 17,5h (v. tabla 3-2). La densi-
dad media es de 1,24 g/cm3.Tiene un campo magnético de gran
intensidad, cuyo eje dipolar está inclinado 60° respecto del eje
de rotación; el dipolo está desplazado 0,3RU respecto del cen-
tro, de modo que la intensidad del campo magnético en la su-
perficie varía entre 0,001 y 0,011 teslas. Durante el movi-
miento del planeta alrededor del Sol su eje de rotación apunta
alternativamente hacia el Sol o se encuentra en posición per-
pendicular respecto de la línea que une el planeta con el Sol.
Por este motivo Urano presenta una magnetosfera extraordina-
riamente variable. Presumiblemente, su campo magnético se
mantiene gracias a una dinamo. Se supone que posee un núcleo
de metal y silicato, rodeado por una capa de agua, metano y
amoníaco, que a su vez lo está por una atmósfera formada por
vapor de agua, metano, hidrógeno y helio. Alternativamente se
discute un modelo de capas en el cual el núcleo está rodeado
por una atmósfera densa que contiene hielo y gas que se trans-
forma hacia el exterior en un envoltorio de hidrógeno (con algo
de helio). Presumiblemente, el planeta se formó a partir de ma-
terial rico en hielo.
Urano está también rodeado de una importante corona de
hidrógeno, al igual que todos los planetas (salvo Mercurio),
porque las moléculas de hidrógeno son las que más fácilmente
se pueden elevar hasta altas trayectorias parabólicas por en-
cima de la densa atmósfera. El envoltorio de hidrógeno alcanza
hasta los anillos, de modo que las partículas que forman los
anillos pueden dar lugar a efectos de frenado debidos a colisio-
nes con el gas (en el anillo ε aprox. hasta 100 cm‒3, v. fig. 8-8).
A altitudes de entre 2.000 y 3.500 km sobre la superficie de
100 mbar encontramos una ionosfera estratificada.
La atmósfera del planeta Urano contiene fundamental-
mente hidrógeno así como un 15% de helio, aprox. un 2% de
metano y etano (30% del contenido en metano). En la zona de
presiones entre 300 y 1.300 mbar existen nubes de metano que,
para presiones de 1,3 bar y a una temperatura de 810°K, están
formadas por partículas de hielo de metano. En ellas no hay ya

― 97 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

presumiblemente metano. El contenido de metano presente en


la atmósfera hace que el planeta presente un aspecto verde azu-
lado.
La temperatura en el polo y el ecuador es aproximadamente
igual, en el nivel de 100 mbar es de 52 ± 2oK. La temperatura
de la exosfera alcanza los 750° K. Al igual que en los casos de
Júpiter y Saturno, en Urano la energía térmica emitida es supe-
rior a la recibida del Sol. Aproximadamente el 30% de esta
energía es probable que proceda del calor de condensación ge-
nerado durante la formación del planeta, mientras que el resto
se libera, al parecer, cuando se disuelve helio en hidrógeno me-
tálico.
Una cuestión que sigue abierta es por qué el eje de rotación
se encuentra en el plano de la órbita. Al parecer esto se debe a
una colisión con un gran objeto.
Neptuno fue descubierto en 1846, cuando los astrónomos
buscaban las causas de las desviaciones observadas en la órbita
de Urano respecto de una órbita de tipo kepleriano. Galileo ob-
servó el planeta Neptuno hacia 1612, como se ha podido re-
construir a partir de sus detallados dibujos. Neptuno presenta
una gran semejanza con Urano, tiene al menos ocho lunas, en-
tre ellas Tritón y Nereida, conocidas desde hace tiempo. En las
imágenes de Tritón (fig. 3-7) tomadas por la sonda Voyager se
han descubierto recientemente columnas de humo, semejantes
a las de los volcanes, formadas por polvo muy fino, que alcan-
zan alturas de hasta 8 km y que se extienden hasta 150 km en
la dirección del viento, en el seno de la débil atmósfera de esta
luna. Dado que Tritón es muy frío, es posible que la energía
solar, absorbida en hielo de metano oscurecido, pueda dar lugar
a la evaporación del hielo de nitrógeno situado debajo y gene-
rar de este modo la columna de humo lanzada a la altura, al
igual que las emisiones de polvo de los cometas calentados.
La velocidad de rotación de Neptuno es mayor de lo que se
había supuesto inicialmente. Esto hace que se parezca a Urano
también en este aspecto. Sorprendió sobre todo que, en Nep-
tuno, el eje dipolar del campo magnético estuviese muy incli-
nado (47°) respecto del eje de rotación. Además, el dipolo está
desplazado aproximadamente 0,55 radios planetarios respecto

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

del centro. Al igual que los demás planetas exteriores. Neptuno


está rodeado también por un gran número de pequeñas lunas
oscuras y anillos de polvo.
La temperatura media de la atmósfera es de ‒213,7°C. Al
igual que en los casos de la Tierra y de Urano, pero de forma
distinta a como se observa en las atmósferas de Júpiter y Sa-
turno dominadas por la rotación, en las regiones ecuatoriales
existen vientos orientados hacia el oeste (es decir, retrógrados).
Las velocidades de los vientos son mayores que en la Tierra y
en Urano, o sea, de hasta 300 m/s, y ello a pesar de que la ener-
gía solar recibida es mucho menor (tan sólo un 5% de la dispo-
nible en Júpiter).
Urano y Neptuno forman, por lo tanto, un tercer grupo entre
los planetas del Sistema Solar, junto con el de los terrestres y
el formado por Júpiter y Saturno. Se diferencian de manera
realmente significativa de estos últimos.
Plutón fue descubierto en 1930. Tiene aproximadamente el
tamaño de Mercurio y posee al menos una luna. La excentrici-
dad de su órbita es mucho mayor que la de otros planetas. Su
perihelio se encuentra dentro de la órbita de Neptuno. Sin em-
bargo, debido a la gran inclinación (17°) de la órbita respecto
de la eclíptica, no es probable que ambos lleguen a chocar al-
gún día. En 1989 Plutón se encontraba en su perihelio, y per-
manecerá durante el resto del siglo dentro de la órbita de Nep-
tuno. Debido a estas notables características, no es seguro que
se pueda considerar a Plutón como planeta en este sentido. Po-
dría tratarse en principio de un asteroide lanzado a la actual
trayectoria a causa de una perturbación de su órbita.
La luna de Plutón, Caronte, descubierta en época reciente,
órbita el planeta a una distancia de 17.500 km con un período
de 6,4 días —probablemente igual a la rotación del planeta—
y una masa de 0,1 la masa del planeta. La densidad de Plutón
se estima que es de 1-2 g/cm3.
Plutón posee una atmósfera, constituida presumiblemente
por hidrógeno y metano. La superficie clara cercana al polo de
Plutón podría estar formada por hielo de metano; su región
ecuatorial es más oscura. Plutón alcanzó en 1989 el perihelio
de su órbita y estuvo tan cerca de la Tierra como no lo volverá

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

a estar hasta dentro de 248 años. Esta circunstancia se aprove-


chó para llevar a cabo observaciones especialmente intensas.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

VII. OTROS MATERIALES: ASTEROIDES, COMETAS,


METEORITOS, GAS Y POLVO

7.1 ASTEROIDES Y METEORITOS

La descripción del Sistema Solar quedaría incompleta si no


se hablara también de sus cuerpos más pequeños. A los más
grandes de entre éstos se les denomina planetoides (lo que en
griego significa tanto como «parecidos a planetas»)-o asteroi-
des, o sencillamente pequeños planetas. Se diferencian de los
cometas por el tamaño: éstos últimos tienen un núcleo con un
diámetro de unos pocos kilómetros y son muy activos cuando
se aproximan al Sol. El diámetro de los asteroides, que son bas-
tante más grandes, puede llegar a alcanzar, en cambio, los
1.000 km. Sin embargo, no tienen el tamaño suficiente como
para ser visibles a simple vista. El asteroide más grande. Ceres,
de 1.000 km de diámetro, fue el primero que se descubrió; fue
visto por vez primera en 1801 (v. capítulo II). Hoy conocemos
más de dos mil de ellos, aunque se calcula que existen más de
cien mil.
Se denomina «meteoritos» a los cuerpos sólidos más pe-
queños que, cuando penetran en el campo de atracción de la
Tierra, al entrar en contacto con la atmósfera dan lugar a fenó-
menos luminosos como las «estrellas fugaces». En casos aisla-
dos puede llegar algún fragmento a la superficie terrestre. El
fenómeno luminoso que provoca un meteorito en la atmósfera
recibe el nombre de meteoro. Los meteoros muy luminosos se
denominan «bolas de fuego» o también, «bólidos».
Los meteoritos se observan con más frecuencia después de
medianoche, ya que el observador se encuentra entonces en la
parte anterior de la Tierra en su trayectoria alrededor del Sol.
La inclinación del eje terrestre con respecto al plano de su ór-
bita introduce una variación estacional. En el hemisferio norte
la mayoría de los meteoritos se observan en otoño. En ocasio-
nes, la Tierra atraviesa una «lluvia de meteoritos». Estas lluvias

― 101 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

reciben el nombre de las constelaciones en donde se localiza el


«radiante» (punto de radiación): las órbitas de los meteoritos
correspondientes a una lluvia se cortan, si se prolongan hacia
atrás en un mapa celeste, en un determinado punto de la bóveda
celeste, el «radiante». Esto se debe al movimiento propio de la
Tierra (y es comparable a la impresión que tiene un automovi-
lista durante una nevada: los copos de nieve parecen proceder
de un punto). Corrientes de este tipo por las que la Tierra atra-
viesa en determinados puntos de su órbita, esto es, que se repi-
ten todos los años, son las Líridas (20/21 de Abril), las Acuári-
das (2-6 de Mayo), las Perseidas (2-22 de Agosto), las Orióni-
das (6-26 de Octubre), las Leónidas (14-18 de Noviembre) y
las Gemínidas (10-16 de Diciembre). Las Líridas se han rela-
cionado ocasionalmente con el cometa 1861 I y las Perseidas
con el 1862 II; las Acuáridas y las Oriónidas con el cometa de
Halley y las Leónidas con el Tempel 2.
Los cometas constituyen una fuente de polvo interplaneta-
rio y, en consecuencia, también de meteoritos. Sin embargo,
sólo se pueden identificar claramente como material de cometa
tres meteoritos hallados en el suelo (los de Pribam, Lost City e
Imisfree). Recientes investigaciones hacen suponer que el gran
meteorito que cayó en 1908 en Siberia, cerca del río Tunguska
pudo haber sido un cometa.
Aunque no es posible relacionar los meteoritos con deter-
minados asteroides, es probable que una parte de aquéllos pro-
ceda de éstos.
Los asteroides tienen un especial interés para astrónomos y
cosmólogos. Constituyen una «ventana» por la cual, podemos
echar una mirada retrospectiva sobre la evolución del Sistema
Solar. Si bien es probable que algunos asteroides sean restos de
planetoides, ante todo y en primer lugar son restos de los pro-
cesos químicos y físicos en virtud de los cuales los planetas se
formaron a partir de la nebulosa solar; contienen material quí-
micamente primitivo, característico de los productos de con-
densación de la nebulosa solar, pues probablemente los aste-
roides no quedaron expuestos a los cambios térmicos y quími-
cos («diferenciación») que afectaron los planetas y sus satéli-
tes.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La gran mayoría de los planetoides se mueven en órbitas


situadas en la eclíptica (con muy pocas excepciones), entre las
de Marte y Júpiter. Algunos tienen perihelios que se encuentran
dentro de la órbita de Marte (p. ej., Eros) o incluso dentro de la
órbita terrestre (asteroides Apolo). Sus períodos de revolución
oscilan entre 2 y 12 años y en conjunto su masa no es superior
a 1/2.000 de la masa terrestre. Se numeran según el orden en
que son descubiertos, y a este número se le añade un nombre
que elige el descubridor (p. ej., 1 Ceres). En un principio se
eligieron nombres femeninos de la mitología griega. Los pla-
netoides con órbitas anormales recibieron, por su parte, nom-
bres masculinos: es el caso de «Ícaro», planetoide cuyo plano
de la órbita muestra una inclinación de 21° con respecto a la
eclíptica.
Todos los planetoides se mueven alrededor del Sol en órbi-
tas «directas», es decir, en sentido contrario al de las agujas del
reloj (mirando la eclíptica longitudinalmente desde el norte),
como los planetas. Las órbitas se rigen a primera vista por leyes
muy singulares, no tanto en relación con los semiejes y perío-
dos de revolución apreciados, como en comparación con los
períodos no apreciados. Estas zonas «prohibidas» son las de-
nominadas «resonancias gravitacionales» de Júpiter. Por ello
no existen planetoides con períodos de revolución de 1/2, 1/3,
1/4, etc., del período de Júpiter, de 11,86 años.
El conocido problema de los tres cuerpos, formulado por
primera vez por el matemático francés Joseph Louis Lagrange,
(1736-1813), sitúa en los puntos libres de fuerzas los denomi-
nados puntos de libración. Se hace referencia con ello al hecho
de que en el sistema Sol-planeta un cuerpo de masa pequeña
puede permanecer libre de fuerzas en cinco-puntos señalados
(v. apéndice 5): En el sistema Sol-Júpiter los puntos de libra-
ción, situados en la órbita de Júpiter, están ocupados por dos
grupos de planetoides, los «Troyanos». Un grupo ocupa el
punto de libración situado 60º por delante del planeta y el otro
el emplazado 60° por detrás (medición heliocéntrica).
Los planetas terrestres son bombardeados todavía hoy por
pequeños cuerpos interplanetarios de masa superior a 10‒15 g
(v. fig. 7-1). Según estimaciones de diversos autores se parte

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de un flujo de masa de 100 g/km2/año. Uno de cada diez «me-


teoritos» que alcanzan a la Tierra (masas superiores a 100 g)
resiste el viaje a través de la atmósfera y llega hasta la superfi-
cie. Son las únicas pruebas con que contamos acerca de este
interesante material interplanetario.

Fig. 7-1. Distribución de la masa en el Sistema Solar: el número de cuerpos


aparece en relación con el logaritmo de la masa (escala de la derecha) En la
mitad izquierda de la figura se ha representado para las masas más pequeñas el
flujo de partículas en lugar del número de cuerpos La igual inclinación de am-
bas curvas indica que una misma ley rige la formación de los cuerpos más
grandes y los más pequeños En la parte superior aparece la medida aproximada
correspondiente a la masa indicada en la parte inferior.

― 104 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Un químico inglés llamado E. C. Howard publicó en 1802


un artículo titulado «Observaciones sobre ciertas sustancias pé-
treas y metálicas que han caído sobre la Tierra en diferentes
tiempos». Howard fue el primero en realizar un estudio quí-
mico de los meteoritos, si bien éstos se conocían desde hacía
tiempo. En un libro aparecido en 1794, el físico francés E. F.
F. Chladni, conocido por sus figuras, que permiten., visualizar
sonidos, identificó como meteoritos las bolas de fuego obser-
vables ocasionalmente en el cielo, lo cual fue motivo de burla.
H. W. Brandes y J. F. Benzenberg demostraron en 1798, en
Gotinga, el indudable origen extraterrestre de los meteoritos.
Pero no se les creyó hasta que en 1803 una auténtica lluvia de
piedras cayó sobre el pueblo francés de L’Aigle (100 km al
oeste de París), agujereando los tejados; se recogieron más de
2.000 «piedras». A pesar de todo, en fecha tan tardía como'
1845 (!) Alexander von Humboldt tenía dudas sobre su origen.
Hacia 1800 existía en Viena un gran interés por los meteoritos,
que incluso se coleccionaban. Cuando en 1812 Chladni con-
templó la colección acoplada por C. V. Schreibers, ésta se com-
ponía ya de 29 piedras y 9 meteoritos de hierro. En la colección
de Viena —la más importante de su género— están represen-
tados en la actualidad casi 700 lugares donde han caído estos
elementos. En total se conocen unos 1.500 lugares de caída.
Los meteoritos pétreos aparecen con una frecuencia veinte ve-
ces mayor que la de los metálicos.
Las velocidades que pueden alcanzar los meteoritos en el
espacio interplanetario llegan hasta la velocidad de escape que
debe tener un cuerpo para abandonar el campo de gravedad del
Sol, y que en las proximidades de la órbita terrestre se sitúa en
tomo a 70 km/seg. Así pues, los meteoritos alcanzan eventual-
mente la Tierra con velocidades relativas de esta magnitud,
pero también con velocidades menores, según el tipo de órbita.
Sólo pueden llegar a la Tierra con velocidades relativas mayo-
res los meteoros con órbitas hiperbólicas, cuyo origen no está
en el Sistema Solar. Pero no se dispone de observaciones fia-
bles a este respecto.
Tomemos como ejemplo los objetos Apolo-Amor, cuerpos
con diámetros de entre 1 y 30 km, cuyos afelios se encuentran

― 105 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en el cinturón de asteroides y que tienen órbitas muy excéntri-


cas y dinámicamente inestables, pero con constantes tempora-
les de la magnitud de la edad del Sistema Solar. Podrían llegar
a las proximidades de la órbita terrestre en virtud de perturba-
ciones en su órbita y acrecentar, de este modo, el flujo de me-
teoritos en las proximidades de nuestro planeta. Pero no hay
que desechar la idea de que una corriente de meteoritos nada
despreciable procede de objetos desconocidos.
Cuando los meteoritos entran en el campo de atracción de
la Tierra, son desviados de su órbita y dirigidos hacia nuestro
planeta. Si se aproximan lo suficiente llegan a la atmósfera más
densa, donde sufren un brusco calentamiento en cuanto alcan-
zan alturas inferiores a 150 km. Todos conocemos el fenómeno
luminoso que se observa desde el suelo: las estrellas fugaces.
Los meteoritos más pequeños se vuelven incandescentes y se
volatilizan; los de tamaño medio, con masas de hasta 1.000 kg,
pierden una parte de su material y caen sobre la Tierra como
piedras más o menos grandes. Los objetos de mayor tamaño —
pueden tener masas de hasta mil toneladas— pierden relativa-
mente poco material en la atmósfera, no se frenan mucho y
caen sobre el suelo con gran fuerza. La figura 7-2 ilustra la
caída de un meteorito en la atmósfera.

Fig. 7-2. Esquema de la caída de meteoritos en la atmósfera (según Gent-


ner).

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Conociendo la frecuencia del «paso» de meteoritos por


nuestras proximidades y la distribución de las masas se puede
calcular el tiempo medio que transcurre entre dos impactos de
cuerpos de gran masa. Así, se ha obtenido un tiempo medio de
200 millones de años entre dos impactos de tal violencia. En la
actualidad existen unos 700 asteroides con diámetros superio-
res a 1 km (objetos Apolo), cuyas órbitas cruzan la órbita te-
rrestre. Éstos serían los candidatos para formar en el futuro so-
bre la Tierra grandes cráteres, como por ejemplo el de Arizona
o el Nördlinger Ries. Mercurio, Venus, la Luna y Marte pre-
sentan un gran número de cráteres. Un impacto de este tipo
constituye, sin duda, una violenta catástrofe natural para los
habitantes de un planeta. Aunque un meteorito se volatiliza en
parte durante su viaje a través de la atmósfera, en caso de llegar
al suelo explota produciendo un gran cráter que en ocasiones
alcanza los 200 km de diámetro. El material desplazado del
suelo puede ser lanzado hasta grandes-alturas y la situación es
comparable a la de una violenta erupción volcánica.
Tomemos como ejemplo la erupción del Krakatoa, volcán
de una isla situada en el estrecho de la Sonda, entre Java y Su-
matra. Este volcán entró en erupción los días 26 y 27 de agosto
de 1883 con violentas explosiones, en el transcurso de las cua-
les se lanzaron unos 18 km3 de material a la atmósfera, de los
cuales 4 km3 alcanzaron la estratosfera, donde permanecieron
durante aproximadamente dos años y medio. El polvo de esta
explosión se dispersó por todo el mundo, formando en la alta
atmósfera un considerable velo, cuya densidad media fue de
10‒3 g/cm3. Las puestas de Sol fueron en aquellos años autén-
ticos espectáculos de colores, y se redujo la llegada de radia-
ción solar. Semejantes, o aún más dramáticos, han sido nume-
rosos impactos de meteoritos en el pasado, el último hace va-
rios millones de años. Y pueden repetirse en cualquier mo-
mento.
Gustav Rose, minerólogo alemán, clasificó los meteoritos
hallados y dio el nombre de condritos a los que mostraban las
bolitas ya descritas antes de Howard (del griego «chondros» =
semilla). Los meteoritos tienen una composición química y mi-
neralógica muy variable, y es muy probable que no procedan

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de un mismo cuerpo de gran masa. En cualquier caso, pueden


dividirse en dos clases: meteoritos diferenciados y no diferen-
ciados. A los indiferenciados se les denomina condritos porque
a menudo contienen pequeñas bolitas (de 0,1 a 1 mm de diá-
metro) llamadas cóndrulos, compuestas de silicatos. En estos
meteoritos no diferenciados las frecuencias relativas con que
aparecen elementos como el magnesio, el hierro y el silicio son
muy parecidas a las comprobadas en el Sol, hecho descubierto
en 1929 por H. N. Russell en el Mount Wilson Qbservatorium
mediante métodos espectroscópicos. Los condritos son pobres
en materiales fácilmente volátiles (como el carbono, el nitró-
geno, el azufre, etc.), y sólo se encuentra una mayor proporción
de éstos en aquellos que contienen carbono. Aparte de eso, se
supone que en los condritos está contenida la composición de
la nebulosa solar. Todo el material terrestre estaba fundido, y
durante el enfriamiento la cristalización fraccionada determinó
la formación de rocas muy distintas en su composición quí-
mica. Esto ha supuesto una importante base experimental para
la cosmogonía, esto es, para la ciencia que se, pregunta por el
origen del mundo.
Los meteoritos diferenciados también muestran un fraccio-
namiento químico bastante avanzado. Entre ellos existen obje-
tos compuestos casi exclusivamente de níquel-hierro y objetos
compuestos de silicatos que, de forma similar a los basaltos te-
rrestres, se han formado en el curso de procesos de fusión par-
cial.
Así pues, tiene un gran interés el estudio del origen de los
meteoritos. Los estudios petrológicos y metalográficos indican
que deben proceder de las capas superiores de los planetas o de
los asteroides, donde también se han enfriado. La profundidad
a que ha ocurrido esto se deduce habitualmente estableciendo
una comparación con las estructuras terrestres: el mismo pro-
ceso se verifica en las rocas volcánicas cristalizadas en corrien-
tes superficiales. Por otra parte, todos los minerales contenidos
en los meteoritos se han formado en un marco de grandes pre-
siones.
El origen de los meteoritos pétreos se puede deducir a partir
del contenido de gas del viento solar. Los iones de este viento

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

tienen energías muy bajas y penetran muy poco en el material


(100 Å). Por tanto, sólo se encuentran en los fragmentos de
piedra que han estado cerca de la superficie de rocas de mayor
tamaño. Pero en los choques con otras rocas el material de la
superficie puede llegar también al interior de la masa de piedra.
Este tipo de rocas ha sido encontrado en la Luna, circunstancia
que ha permitido reconstruir su historia. Por consiguiente, los
meteoritos ricos en gas han debido formarse en la regolita (esto
es. la capa de polvo de la superficie lunar). La comparación con
la Luna se realiza del modo que se expone a continuación.
El contenido de gas solar en la masa mineral de un cuerpo
depende de dos parámetros: la corriente de viento solar, que es
inversamente proporcional al cuadrado de la distancia respecto
del Sol, y la permanencia media en la superficie. Esta última es
aproximadamente proporcional al valor inverso de la «tasa de
cráteres», es decir, a la frecuencia con la que las piedras llegan
a la superficie. Estableciendo una comparación con las rocas
lunares se puede determinar (con bastante seguridad) la distan-
cia del Sol a la que se ha mantenido el cuerpo estudiado. Como
«gases de contraste» se utilizan ante todo el neón y el xenón,
gases nobles que no reaccionan con el material meteórico y
apenas se difunden. En la figura 7-3 se presenta el contenido
de neón hallado en los meteoritos y en las rocas lunares en re-
lación con el tiempo de exposición de la roca a la radiación
cósmica galáctica. Esta radiación llega por todos lados, es muy
rica en energía y, por tanto, puede penetrar mucho en la mate-
ria. El tiempo de exposición se calcula determinando la fre-
cuencia relativa de isótopos de determinados elementos. Las
líneas oblicuas dibujadas en el diagrama corresponden a las
distancias 1 UA (la órbita de la Luna) y 10 UA. Se observa que
los meteoritos se han tenido que mantener entre ambas en algún
punto, probablemente entre 2 y 4 UA, que es la distancia en la
cual situamos el cinturón de asteroides (2,5 UA).
Desde el descubrimiento de los asteroides hasta finales de
los años sesenta de nuestro siglo, los científicos interesados por
los cuerpos celestes «más pequeños» se ocuparon de buscar
nuevos objetos y de determinar los elementos orbitales de los
2.297 asteroides conocidos por entonces; hoy todos ellos tienen

― 109 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

nombre y están numerados. A partir de los primeros años se-


tenta, nuestros conocimientos sobre los asteroides comenzaron
a aumentar gracias a la aplicación de nuevos métodos de me-
dición.

Fig. 7-3. Relación entre el contenido de gas solar (del viento solar) y el
tiempo de exposición como función de la distancia del Sol. Las rocas lu-
nares tienen, por lo general, un mayor contenido de gas que los meteoritos.
En consecuencia, éstos deben haberse mantenido preferentemente en una
región en la que la corriente del viento solar era menor, y por tanto se
hallaba a mayor distancia, probablemente entre 10 y 2.5 UA.

― 110 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Al ordenar los asteroides por su distancia media con res-


pecto al Sol se obtiene la distribución representada en la figura
7-4.
Los grandes descensos en las resonancias principales indi-
can lo fuerte que es la influencia de Júpiter sobre los asteroides.
Las zonas afectadas reciben el nombre de lagunas de Kirwood.
En los últimos años se han conocido interesantes detalles
acerca de algunos grupos de asteroides.
(a) Los «Troyanos », que son 21, se encuentran en los puntos
de Lagrange de Júpiter (así pues, en la órbita de este pla-
neta)
(b) Los 27 «Hildas» están cerca de la resonancia 2/3 a 3,96 UA.
(c) Los «Húngaros» (16) tienen órbitas muy inclinadas cerca
de la resonancia 1/4 a 3,5 UA.
(d) Las órbitas de los objetos Apolo-Amor (aproximadamente
700, de los que se conoce la órbita de 48 de ellos) cruzan
las de Marte o la Tierra.
Sólo (a), (b) y (c) podrían haberse formado en su localiza-
ción actual. Los objetos Apolo-Amor han tenido que recibir
«refuerzos» del cinturón principal o de las «reservas de come-
tas». Los asteroides «Hirayama» pueden ser considerados (de-
bido a la similitud de sus elementos orbitales) como los restos,
del choque entre dos cuerpos de mayor tamaño. Sin embargo
los choques no tienen que provocar necesariamente la destruc-
ción de los objetos. Además, los asteroides también pueden
chocar entre sí, formándose polvo y piedras de distintos tama-
ños que salen lanzados con fuerza. Esto podría explicar el ori-
gen de una parte de la materia interplanetaria observada. Es
muy probable que de ahí procedan los meteoritos más diferen-
ciados del cinturón de asteroides, En cambio, a los cometas se
les considera más bien como fuente de meteoritos condríticos.
El asteroide «Héctor», elemento n.º 624 del grupo de los
Troyanos, ha llamado la atención recientemente por un hecho
curioso: al igual que Japeto, una luna de Saturno, presenta un
hemisferio más claro y otro más oscuro. Por otra parte, tiene
una forma más bien alargada: su mayor diámetro (300 km

― 111 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

aprox.) es tres veces más grande que el menor. Estos dos he-
chos son extraordinarios y han inducido a dos astrónomos nor-
teamericanos (H. Hartmann y D. P. Cruikshank) a sustentar la
idea de que Héctor podría haber surgido del «suave» choque
entre dos objetos del mismo tamaño aproximadamente. De he-
cho, las velocidades relativas del grupo de los Troyanos son,
con 1-2 km/seg, inferiores a las de otros grupos de asteroides.
Hoy se piensa que éste pudo haber sido también el origen de
los planetas exteriores.

Fig. 7-4. Número de asteroides en relación con la distancia con respecto


al Sol. Los grandes descensos de la frecuencia entre 2,2 y 3,2 UA reciben
el nombre de «lagunas de Kirkwood». Se relacionan con las resonancias
gravitacionales de Júpiter.

El asteroide Pallas, de 550 km de diámetro, tiene posible-


mente una luna de 175 km de diámetro, que gira alrededor de
él a una distancia de 750 ± 100 km. Es probable que también
posea una luna el asteroide «Victoria».

7.2. LOS COMETAS

Los cometas son cuerpos pequeños que generalmente tie-


nen pocos kilómetros de diámetro. La figura 7-5 muestra es-
quemáticamente un cometa en las proximidades del Sol.
Cuando se encuentra a gran distancia de este último, el cometa
está inactivo. Su pequeño núcleo sólo refleja la luz; éste es el
motivo por el que los cometas se suelen ver relativamente
tarde. En las proximidades del Sol, el núcleo (que entonces no
se puede distinguir) se halla rodeado de una «cabeza», la coma
(fig. 7-6), cuyo radio puede medir 104 km e incluso más. La
coma se compone de gas, surgido del núcleo por sublimación,

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

y de polvo; su producción aumenta drásticamente a medida que


disminuye la distancia con respecto al Sol. El polvo es acele-
rado por la presión de radiación solar, y de este modo se forma
en el plano de la órbita una cola de polvo sin estructura, cur-
vada, que sale del cometa. La «cola de plasma» (muy estructu-
rada), que sigue una dirección radial con respecto al Sol y
puede ser visible en una longitud de más de 100 millones de
kilómetros, condujo en 1952 al astrofísico alemán Ludwig
Biermann a la suposición de que del Sol fluía continuamente
plasma. Este «viento solar», que posteriormente se midió di-
rectamente y hoy se sigue estudiando con intensidad, es res-
ponsable de la cola de plasma de los cometas.

Fig. 7-5. Esquema de la estructura de un cometa en las proximidades del


Sol. El cometa se mueve casi perpendicularmente a la dirección cometa-
Sol. La línea de trazos indica la gigantesca corona de hidrógeno que se
desarrolla alrededor del cometa. Rodeando al núcleo está la coma, proba-
blemente una onda de choque. La cola de plasma sigue una dirección ra-
dial con respecto al Sol, mientras que la de polvo está curvada.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 7-6. Esquema en detalle de un cometa en las proximidades del Sol

Durante mucho tiempo se ha relacionado la aparición de los


cometas con todo tipo de infortunios. Así, Aristóteles y To-
lomeo los consideraron «seres malignos». Para muchos, la apa-
rición del cometa de Halley en el año 12 a.C. anunció en Roma
la muerte de Agripa, en tanto que su presencia en el 66 d.C. se
interpretó como un aviso de la inminente destrucción de Jeru-
salén. En el año 1066 los ingleses pensaron que este cometa
supondría un peligro para su rey, Harold (que moriría en Has-
tings). El Halley se pudo ver cuando Aecio venció en el año
451 a Atila, rey de los hunos, y cuando los turcos sitiaron Bel-
grado en 1456. En 1910 la Tierra cruzó la cola del cometa, lo

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que dio lugar a numerosas especulaciones y temores. La pri-


mera observación del Halley se realizó en el año 467 a.C. en
China.
Los cometas se designan con una letra siguiendo el orden
de su aparición en un determinado año: por ejemplo, 1979b.
Cuando se trata de cometas recién descubiertos, se antepone el
nombre de su descubridor. Se registran en el Instituto Astronó-
mico de la Universidad de Cambridge/Massachusetts y su de-
nominación definitiva sigue el orden de su paso por el perihelio
con cifras romanas: 1973 XII fue, por ejemplo, el cometa
Kohoŭtek.
Hasta el momento se han observado unos 700 cometas di-
ferentes; cada año se descubren hasta 10 nuevos. Existen cuatro
grupos de cometas clasificados en función de sus órbitas. Los
de período corto, que son unos 80, muestran períodos de 3-25
años; los más conocidos son los cometas de Encke (período de
3,3 años, observado en 52 ocasiones) y Tempel 2 (período de
5,3 años, observado 16 veces). Sus órbitas están casi en el
plano de la eclíptica. Los cometas de período corto son consi-
derados cómo «viejos», pues debido a sus repetidas aproxima-
ciones al Sol han perdido mucho material, sobre todo gases fá-
cilmente volátiles. Su superficie debería de estar muy enrique-
cida con fragmentos de polvo de gran tamaño. Su destino po-
dría ser convertirse en asteroides, sin mostrar, por tanto, varia-
ciones de actividad; éste será quizás el caso de Chiron, que se
mueve entre Saturno y Urano, Hidalgo, Thule, y probable-
mente también el de algunos «troyanos» y los objetos Apolo y
Amor. Se sabe que, a lo sumo, pueden convertirse en asteroides
el 5% de los cometas de período corto. La mayoría de los co-
metas se descomponen en gas y polvo, como se comprobó hace
algunos años con el cometa West, que se desintegró en muchos
fragmentos.
En el grupo de los períodos medios (de 25 a 200 años) se
incluyen 20 cometas, el más conocido de los cuales es el co-
meta Halley (período de 76 años). Las órbitas de los cometas
de este grupo muestran una mayor inclinación con respecto a
la eclíptica. El grupo más numeroso es el de los cometas de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

período largo (de 200 a 1 millón de años), cuyos afelios alcan-


zan hasta 10.000 UA. En sus órbitas se observan casi todas las
inclinaciones.
El cuarto grupo, con órbitas cuasiparabólicas (80 observa-
ciones), comprende los cometas cuyos afelios origínales (antes
de que fueran desviados hacia el Sistema Solar) se encontraban
a 50.000 UA de distancia del Sol. Dado que esto no puede de-
berse a la casualidad, se piensa que existe una «nube de come-
tas» (nube de Oort/Öpik) simétrica al Sol, que se mueve con el
sistema solar y de la que en ocasiones llega un cometa al inte-
rior de éste en virtud de alteraciones de la órbita provocadas
por las estrellas. Curiosamente, los núcleos de estos cometas
«nuevos» suelen tener pocos kilómetros de diámetro. Esto hace
que a menudo se les identifique con aquellos cuerpos para los
que se presupone tal diámetro en las teorías de la inestabilidad
gravitacional de la nebulosa solar. Se piensa que los núcleos de
los cometas son los cuerpos más antiguos del Sistema Solar y
que podrían constituir también el material de los planetas exte-
riores Urano y Neptuno.
La masa de un cometa parece situarse entre 10 15 y 1018 g.
La fuerza de gravitación es pequeña (~10‒4 de la aceleración de
la gravedad terrestre) y como sea que la velocidad de escape
no suele rebasar los 5 m/s, los gases se alejan fácilmente del
cometa. Al aproximarse al Sol, éste cambia rápidamente, pues
el calentamiento de su superficie hace que comience la subli-
mación: primero CO2 a unas 3 UA de distancia del Sol, luego
agua, a partir de 1,5 UA Los gases que se subliman abandonan
la superficie aproximadamente a la velocidad del sonido, de
acuerdo con la temperatura. El gas se expande radialmente ha-
cia todos los lados y forma la atmósfera del cometa, denomi-
nada «coma». Las moléculas sublimadas se ionizan y disocian
en la luz del Sol, proceso al que no es ajeno el choque con las
partículas del viento solar. Más allá de unos 1.000 km por en-
cima del núcleo, las moléculas sublimadas se descomponen en
radicales libres o átomos (fig. 7-6).
El hidrógeno formado en la coma por fotodisociación (en
la energía liberada se dividen los fragmentos) inicia en seguida
un intercambio de carga con los iones hidrógeno (protones del

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

viento solar cuya energía es de 1 keV aproximadamente). De


este modo se forman en la coma átomos de hidrógeno neutros
relativamente rápidos y protones lentos. Los átomos de hidró-
geno que se marchan, se ionizan en parte de nuevo a gran dis-
tancia del cometa. Esto determina la formación de una gigan-
tesca corona de hidrógeno, que es uno de los objetos más gran-
des que podemos observar en el cielo (en la línea alfa de la serie
de Lyman del espectro del hidrógeno).

Fig. 7-7. El cometa Kohoŭtek.

La interacción entre el viento solar y el cometa es un pro-


ceso del plasma sumamente complejo en el que también
desempeña un papel importante el campo magnético interpla-
netario. Aproximadamente a un millón de kilómetros delante
del cometa se forma una onda de choque de aproximadamente
105 km de profundidad. Se forma debido a la interacción entre
el viento solar y el «obstáculo»: se produce el calentamiento
del plasma y la aceleración de las partículas cargadas. El gas
que escapa es ionizado por la luz y, debido a las colisiones con
las partículas que forman el viento solar, «llena» entonces el
campo magnético arrastrado por el viento, es decir, es acele-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

rado y «recarga» de este modo el campo magnético interplane-


tario. Gracias a esto, el viento se ve frenado, formándose una
«barrera magnética» de aproximadamente 60 nT a 100.000 km
delante del cometa. A una distancia de 4.700 km se localizó la
«superficie de contacto», que corresponde aproximadamente a
la ionopausa de un planeta, fuera de la cual el viento solar res-
bala a lo largo de esta superficie variable en forma de parabo-
loide de rotación. En el interior de dicha superficie se forman
corrientes cuyos campos mantienen en equilibrio la presión ex-
terior junto con la presión interior del gas. En el interior de esta
atmósfera se verifican una serie de reacciones químicas, gra-
cias a las cuales se forman, a partir de las «moléculas madres»
evaporadas del núcleo cometario, múltiples moléculas deriva-
das, incluso complejas. Esto permitió que se detectase un 80%
de H2O, un 10% de CO, un 2% de CH4, un 1,5% de CO2 y un
2% de N2, así como formaldehído y ácido cianhídrico.
El núcleo del cometa Halley es negro, tiene una longitud
aproximada de 15 km, presenta forma de cacahuete y tiene un
grosor de unos 8 km. Hay que abandonar la concepción ante-
rior, según la cual el núcleo estaba formado por una mezcla de
polvo y hielo, es decir, era una especie de «bola de nieve su-
cia». El núcleo está formado por silicatos, rodeados por un en-
voltorio negro, posiblemente carbono polimerizado. Su densi-
dad está comprendida entre 0,2 y 0,5 g/cm3, es decir, presenta
muchas cavidades huecas. La luz solar calienta, al parecer, su
superficie, que le confiere un buen aislamiento, hasta unos
100°C. En estas zonas el hielo se evapora de forma explosiva
arrancando polvo; de este modo es como se forman los «jets»
(«chorros») proyectados hacia el Sol. Estos chorros son desvia-
dos y forman la cola de polvo del cometa (fig. 7-6). Los granos
de polvo tienen masas comprendidas entre 10‒10 y 10‒16 g. Exis-
ten diversos motivos que hacen plausible la hipótesis de que el
núcleo esté constituido por una matriz de silicatos, que con-
tiene un material líquido más ligero, es decir, que tenga una
cierta similitud con los arrecifes de coral.
Los enjambres de meteoritos que observamos con periodi-
cidad anual se deben a que la Tierra atraviesa las estelas de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

polvo que dejan a su paso los cometas. Algunas de ellas se pue-


den asignar directamente a ciertos cometas. Las nubes lumino-
sas nocturnas observadas en ocasiones en la alta atmósfera se
relacionan con la evaporación de material cometario, ya que
los iones metálicos que se observan en ellas (Ca, Al, K, Si, Fe,
Mg) presentan frecuencias relativas comparables a las de los
meteoritos condríticos.
También se puede suponer que el material cometario repre-
sente granos de origen presolar, formados, por ejemplo, du-
rante explosiones de supernovas. Además, en el material de los
cometas se encuentran moléculas como las que se detectan en
las nubes o nebulosas interestelares. La formación de molécu-
las en los cometas es una consecuencia natural del calenta-
miento de su superficie. Con la formación de la atmósfera de
la coma mediante sublimación, la fotodisociación y la ioniza-
ción dan lugar además a la descomposición de las «moléculas
primigenias» sublimadas directamente. Gracias a la colisión
con otras moléculas e iones se producen entonces reacciones
químicas de gran complejidad que causan la formación de nue-
vos complejos moleculares, en parte muy estables, entre ellos
una serie de moléculas orgánicas (v. tabla 7-1). Gracias al em-
pleo de métodos radioastronómicos se han conseguido detectar
HCN, CH3CN y H2O, que se supone que son «moléculas pri-
migenias» (es decir, moléculas que se han sublimado directa-
mente).
Tabla 7-1. Elementos constituyentes observados en la atmósfera
de los cometas
Materia H, H2O, O, OH, NH, NH2, N2+, OH+, H2O+, NH+
inorgánica (en las proximidades del Sol: Na, Ca, Cr, Co, Mn, Fe, Ni,
Cu, V)
Materia C, C2, C3, CH, CN, CO, CH3CN, HCN, CS, CH+, CO+, CO2
orgánica
Comprobados mediante métodos ópticos en la luz visible ultravioleta e
infrarroja así como por medio de observaciones radioastronómicas.

A éstas cabe añadir también el CO2. Los métodos ópticos


abarcan evidentemente sólo átomos, moléculas e iones proce-
dentes de las capas más externas de la atmósfera del cometa.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Naturalmente, sólo para los cometas «nuevos» como tales,


que acceden por primera vez al interior del Sistema Solar, te-
nemos la «garantía» de que están formados por un material que
presenta una superficie que no ha experimentado modificacio-
nes. Estos cometas son muy fríos; a partir de la luminosidad
observada se pueden determinar, cuando se considera un deter-
minado modelo, la temperatura que reina en la superficie de un
cometa (en tanto en cuanto se encuentra a gran distancia del
Sol). De este modo se han deducido para los «nuevos» cometas
temperaturas superficiales típicas de 110°K. En el interior de
los cometas las temperaturas deberían de ser incluso inferiores.
Desde el paso de la sonda interplanetaria ISEE-3 a través
de la cola del cometa Encke y los pasos de las sondas espaciales
Vega-l y Vega-2, Sakigake, Suisei, Planet-A y Giotto junto al
cometa Halley, se ha dado respuesta a muchos interrogantes.
Gracias al análisis del polvo. Mediante técnicas de espectros-
copía de masas, fue posible identificar las moléculas presentes
en la atmósfera cometaria y determinar sus -abundancias. Ade-
más de muchas otras conclusiones derivadas de este conoci-
miento detallado, mencionaremos aquí únicamente las referi-
das a la formación del cometa. Las mediciones dieron como
resultado que las relaciones de abundancias de carbono y oxí-
geno respecto del silicio equivalen aproximadamente a las del
Sol. Por el contrario, el nitrógeno es notablemente más raro, si
bien más frecuente que en ciertos meteoritos (condritas carbó-
nicas). Las mediciones llevadas a cabo por la sonda Giotto die-
ron como resultado que este déficit de nitrógeno se puede de-
tectar tanto en el gas como en el polvo eyectado. En cuanto a
la formación del cometa, esto significa que el carbono y el oxí-
geno están contenidos condensados en el núcleo cometario en
forma de H2O, CO2 y CO, pero que, sin embargo, el nitrógeno
no se condensó como N2 (con mayor frecuencia como NH2),
sino que pudo escapar en forma gaseosa. Esto indica que la
temperatura de la región en la que se formaron los cometas es-
taba por encima de la temperatura de condensación del N 2.
Dado que para una clase de partículas de polvo presentes
en la atmósfera terrestre no cabe duda de su origen cometario,
se puede deducir de su contenido en metano y sus correlaciones

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

isotópicas que se trata de granos de polvo procedente de la ne-


bulosa presolar, que suponen, por lo tanto, un componente im-
portante del núcleo de un cometa. La rápida desintegración ob-
servada de los granos de mayor tamaño en el cometa Halley,
después de haber sido irradiados durante un cierto tiempo por
el Sol, confirma en cierto modo la sospecha de que los cometas
se formaron a gran distancia del Sol y a temperaturas relativa-
mente bajas (Nube de Oort) hace 4.600 millones de años.
Sin embargo, sería posible encontrar respuestas sorpren-
dentes incluso para un campo aparentemente tan alejado como
el del origen de la vida. Diferentes autores han expuesto la po-
sibilidad de que durante la fase T-Tauri del Sol (las estrellas
sufren una evolución explicada en el capítulo IX. cuyos estados
característicos se han bautizado con diferentes nombres) pu-
diese haber existido un viento solar mucho más intenso, tan in-
tenso que podría haber arrastrado las atmósferas-de los plane-
tas terrestres. Estás podrían haberse formado con posterioridad
nuevamente a partir de material cometario.

7.3. GAS Y POLVO EN EL SISTEMA SOLAR

Después de la puesta del Sol y en el lugar donde la eclíptica


esto es, el plano definido por la órbita terrestre) corta el plano
del horizonte, con buenas condiciones de visibilidad se puede
observar un resplandor de forma triangular simétrico a la eclíp-
tica. Otro tanto sucede antes de la salida del Sol en el este. Se-
mejante fenómeno luminoso recibe el nombre de «luz zodia-
cal» y donde mejor se observa es en los trópicos. Fue descu-
bierta- en 1683 por J. D. Cassini y N. Fatio. En el punto de la
esfera celeste opuesto al Sol se aprecia también un débil fenó-
meno luminoso al que se denomina «Gegenschein» o luz anti-
solar. Este resplandor se explica por la dispersión de la luz en
las pequeñas partículas de polvo interplanetario. La polariza-
ción de esta luz zodiacal constituye un indicio de la existencia
de electrones libres. Estas observaciones fueron los primeros
pasos hacia la idea, hoy generalmente aceptada de que el espa-
cio interplanetario no está «vacío».

― 121 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Este fenómeno se explica a través de una nube de polvo


interplanetario en forma de disco y muy concentrada en la
eclíptica (mediciones realizadas recientemente demuestran la
existencia de un plano de simetría con 3o de inclinación con
respecto a la eclíptica), cuya densidad espacial es muy redu-
cida: en la órbita terrestre sólo algunas partículas de polvo por
km3. El interés por el polvo del Sistema Solar ha crecido con-
siderablemente desde que se comprobó que en las nubes de
polvo se pueden estudiar, directamente in situ procesos tan im-
portantes para la astrofísica como el efecto de la presión de ra-
diación sobre las partículas de polvo, la desintegración de estas
partículas, sus variaciones térmicas, el impacto de los iones en
la superficie del polvo, el ««sputtering» —es decir, la expul-
sión de átomos por el choque de los iones en la superficie del
polvo— y los efectos magnéticos. A partir del estudio de la luz
zodiacal se pueden sacar conclusiones sobre partículas de
polvo más grandes (micrometeoritos, dimensiones superiores a
10 μm), que son atraídas hacia el interior del Sistema Solar por
la fuerza de gravitación del Sol. En las proximidades de éste,
la fuerza de gravitación ejerce un efecto contrario a la presión
de radiación solar (v. apéndice 2). En las partículas muy pe-
queñas (por debajo de 1 μm) la presión de radiación prevalece
sobre la atracción de la gravitación, con lo que se expulsan del
Sistema Solar moléculas (formadas, p. ej., por evaporación en
las proximidades del Sol) y pequeñas partículas de polvo.
Como se explica en el apéndice 2, las partículas de polvo tienen
una vida de a lo sumo algunos millones de años. Esto significa
que el polvo del Sistema Solar es todavía «joven».
Con esto se plantea una interesante pregunta: ¿de dónde
procede el polvo? En el caso de los meteoritos «recogidos» por
la Tierra, que con velocidades relativas entre 11 km/seg (la ve-
locidad orbital de la Tierra) y 72 km/seg (la velocidad de es-
cape del Sistema Solar) dejan rastros luminosos en las capas
altas de la atmósfera, se pueden calcular los elementos orbita-
les. Tras realizar estos cálculos en cientos de meteoritos, se ha
comprobado que se mueven en órbitas elípticas alrededor del
Sol, por lo que no son de origen interestelar. Por tanto, debe-
mos partir de la base de que la mayor parte del polvo procede

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

del Sistema Solar. Merced a diversas mediciones realizadas en


satélites se sabe que el número de micrometeoritos de radio R
disminuye según R‒4: así pues, las partículas más pequeñas son
mucho más frecuentes que las de mayor tamaño.
El polvo puede proceder del espacio interestelar. Debido al
movimiento del Sistema Solar con respecto a su entorno (v.
apéndice 1), el polvo interestelar se mueve aparentemente
desde una zona limitada hacia el Sistema Solar. En el campo
gravitatorio del Sol este polvo se «enfoca», de modo que «de-
trás» de nuestra estrella (desde el punto de vista de la dirección
del movimiento galáctico) se aglomera formando una especie
de línea de flujo. Las mediciones realizadas en el Sistema Solar
no han podido confirmar este efecto señalado por dos físicos
franceses (Blamont y Bertaux), lo que desde la perspectiva ac-
tual puede deberse a diversas causas: menor densidad de la su-
puesta en el polvo interestelar, efecto de la presión de radiación
del Sol o carga eléctrica de las partículas de polvo (como con-
secuencia de la interacción con el viento solar). El polvo ha-
llado en Júpiter sólo se explica por este enfoque gravitacional
del polvo procedente del cinturón de asteroides. Por otra parte,
las sondas espaciales han demostrado que el cinturón de aste-
roides apenas contiene «polvo».
Hasta el momento no se han encontrado unas direcciones
preferentes del flujo de micrometeoritos en el espacio interpla-
netario. Por ello se ha fijado el valor de 6×10‒5 partículas de
polvo por m2 y seg como límite superior del flujo de polvo de
origen interestelar para las partículas cuyas masas superan los
10‒14 g. En la actualidad, el polvo interestelar no es, por tanto,
una fuente importante del polvo interplanetario. Pero la situa-
ción ha podido ser diferente en otros tiempos, según pasara o
no el Sol con sus satélites por una nube de polvo interestelar.
Las mediciones realizadas en la luz zodiacal han permitido
comprobar que las principales fuentes del polvo se encuentran
incluso dentro de la órbita de Marte y que, además, deben estar
concentradas en la eclíptica. El polvo interestelar es, como he-
mos visto, escaso. Bien es verdad que tampoco se encuentra
polvo en la zona del cinturón de asteroides, tal como lo han
demostrado las misiones Pioneer 10 y 11, por lo que no se

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

puede considerar a los asteroides como una fuente importante.


Quedan los cometas, que producen también meteoritos. Pero
en este terreno abundan las dificultades: los cometas de período
corto producen demasiado poco polvo como para explicar la
cantidad existente. Quedan los de período largo, pero su pro-
ducción de polvo no resulta suficiente, ya que la presión de ra-
diación —al menos en teoría— expulsa mucho polvo hacia
afuera. En las proximidades de los planetas se han descubierto
recientemente dos efectos que se deben a su interacción con los
meteoritos. En las cercanías de Júpiter se detectó un aumento
de la corriente de polvo, que se ha explicado con el «enfoque»
gravitacional (al igual que en el Sol, como hemos mencionado
arriba). En las proximidades de la Tierra se han descubierto los
denominados «cluster» de polvo, masas compactas formadas
por muchas pequeñas partículas sueltas y «aglutinadas» entre
sí. Se pudo comprobar, en consecuencia, que el polvo también
se forma por la destrucción de partículas de mayor tamaño,
merced a la carga eléctrica existente en el campo magnético de
un planeta bajo el efecto de fuerzas eléctricas. Así pues, es in-
dudable que son fuentes de polvo interplanetario.
No se conoce demasiado bien la composición química de
los micrometeoritos. Sobre la base de determinadas mediciones
ópticas (luz dispersa) se han elaborado modelos de meteoritos
que, compuestos de carbono y silicio, podrían explicar lo ob-
servado. Los condritos con contenido en carbono tienen una
composición similar, por lo que como posible fuente no hay
que descartar a los asteroides —los que se encuentran en la
parte interior del Sistema Solar— dentro de la órbita de Marte,
tal y como se ha indicado anteriormente. Pero también hay que
tener en cuenta a los cometas. La tasa de producción del cometa
Arend-Roland, por ejemplo, es, en el perihelio, de 7,5×107
g/seg; en el cometa Benett se sitúa en 2×107 g/seg. A través de
mediciones fotométricas realizadas en la cola de polvo de co-
metas «viejos», como el D’Arrest o el de Encke, se ha compro-
bado recientemente que este último, por citar un ejemplo, sólo
produce 400 g/seg. Si esto es cierto, los cometas no pueden
mantener por sí solos la producción de polvo interplanetario.
Los estudios realizados en la luz zodiacal han demostrado que

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

existen dos clases de polvo: uno de partículas gruesas (por en-


cima de 2 μm), probablemente silicatos, que describe órbitas
casi circulares alrededor del Sol (cuyas pérdidas son de tan sólo
3×104 g/seg), y otro de pequeñas partículas de mayor densidad
que describe órbitas hiperbólicas (esto es, que puede abandonar
el Sistema Solar). Sólo la primera clase procede del paso de
cometas de período corto: bastarían 70 cometas para mantener
el equilibrio de polvo. No se conoce ninguna fuente que pueda
producir las partículas de polvo más pequeñas.
Con todo ello se llega a la conclusión de que no todos los
meteoritos se han formado del mismo modo. Por otro lado, el
análisis químico confirma lo que se había deducido indirecta-
mente a partir de otras mediciones: los agregados porosos de
partículas amorfas y cristalinas de entre 0,1 y 10 pm y de den-
sidades en torno a 1 tienen probablemente su origen en los co-
metas. Pero también hay meteoritos cuya composición corres-
ponde a la de los condritos con contenido en carbono. Así pues,
se puede explicar la procedencia de una parte del polvo, pero
de momento no se conoce ninguna fuente para el resto.
A través de las mediciones astronómicas se sabe que las
nubes oscuras de la Vía Láctea se deben a la absorción de la
luz de las estrellas por el polvo situado delante. En las proxi-
midades de estrellas muy calientes y luminosas se encuentran
unas zonas claras difusas que hay que interpretar como nebu-
losas de reflexión: esta última se produce en las partículas de
polvo. En el caso de los objetos infrarrojos lejanos, que en la
luz visible brillan poco, se supone que se trata de estrellas ro-
deadas de una capa de polvo: dado que la dispersión de la luz
depende de la longitud de onda, se puede obtener una curva de
debilitamiento de la luz como función de la longitud mencio-
nada. Por efecto del polvo se produce una coloración rojiza de
la luz estelar. Así pues, existe polvo en la Vía Láctea y también
en otras galaxias. Aunque de momento tampoco se conoce el
origen del polvo interestelar: con las densidades reinantes re-
sulta difícil explicar su formación en el espacio interestelar a
partir de moléculas en espacios de tiempo cosmológicos (miles
de millones de años). Resulta más sencillo que esto ocurra en
la atmósfera de estrellas frías (p. ej., gigantes viejas). Dado que

― 125 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en ellas hay suficiente carbono, se puede pensar en la forma-


ción de partículas de polvo químicamente similares a las carac-
terísticas del modelo antes mencionado. Durante la formación
de las estrellas (condensación), el polvo podría haber sido ex-
pulsado del sistema en rotación. Pero esto son sólo hipótesis,
por lo que la cuestión queda todavía sin resolver.
El espacio interplanetario no está vacío, como tampoco lo
está el espacio interestelar, en el que se halla incluido el Sis-
tema Solar. Ya hemos hablado de los planetas, los planetoides,
los cometas y el polvo. Todos ellos son, al igual que el Sol,
fuentes de gas, que sale al espacio. El Sol es la fuente más im-
portante. De él se desprende casi continuamente el «viento so-
lar», del que hablaremos con más detalle en el capítulo XIV,
dedicado a la «heliosfera». Se trata de un plasma, compuesto
de átomos ionizados cargados positivamente, a los que se de-
nomina iones, y de electrones. La mayor parte de este plasma
está compuesta de iones hidrógeno, protones. Pero en él se en-
cuentran todos los demás elementos con la misma frecuencia
relativa que en el Sol y en los condritos. Una pequeña parte de
los átomos puede pasar como gas neutro (rápido) a través de
las partes calientes de la atmósfera solar exterior y, de este
modo, llegar al espacio interplanetario.
Los planetas pierden gas en sus atmósferas y en el material
de su superficie, siempre que los átomos o las moléculas alcan-
cen velocidades que les permitan salir del campo gravitatorio.
Pero los planetas también pierden plasma de sus magnetosfe-
ras, al menos de sus amplias colas magnetosféricas, en ocasio-
nes en relación con procesos de aceleración que se pueden
desarrollar en el interior de esas magnetosferas. En el espacio
interplanetario —pero también en las magnetosferas—, las par-
tículas ionizadas intercambian su carga con partículas neutras.
De este modo se pueden formar partículas neutras muy rápidas.
Este proceso determina que la energía térmica del gas neutro
pase al plasma del viento solar, con lo que este plasma se puede
calentar.
En las proximidades de la Tierra, el plasma tiene una den-
sidad aproximada de 5 iones/cm3. La densidad del gas neutro
es considerablemente menor. También podemos encontrar

― 126 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

plasma y gas neutro —procedentes de otras fuentes— en el es-


pacio interestelar. Hay que partir de la idea de que allí el gas
forma gigantescas nubes muy distantes entre sí. El Sistema So-
lar se encuentra actualmente en un «agujero» del gas intereste-
lar, en el que la densidad es tan sólo de 0,02-0,04 por cm3 (en
otros lugares puede alcanzar 1 cm‒3).
Así pues, debemos considerar también las fuentes exterio-
res, el gas neutro —de nuevo principalmente hidrógeno—, que
en relación con el Sistema Solar se mueve con velocidades re-
lativas de unos 20 km/s y puede penetrar en nuestro Sistema.
Ya hemos mencionado antes que, en las proximidades de su
perihelio, los meteoritos y los cometas realizan una considera-
ble aportación al gas neutro interplanetario.

― 127 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

VIII. LAS LUNAS DE LOS PLANETAS

Muchas expresiones «románticas» no se habrían pronun-


ciado o escrito si no existiera la Luna: «luna de miel», «luna
plateada», etc. Desde tiempos inmemoriales se ha considerado
a nuestro satélite como la compañera del cálido Sol, pues am-
bos nos han parecido siempre igual de grandes, mientras que
todas las estrellas son, en cambio, igual de pequeñas. Natural-
mente, pueden percibirse en ello significados más profundos.
La forma circular casi perfecta de la Luna la convierte además
en un objeto estéticamente agradable; pensemos si no en las
toscas rocas de las lunas de Marte, en la posibilidad de que
diera vueltas a la Tierra más cerca de ella, ofreciendo entonces
un aspecto terrible en su inmensidad. Sea como fuere, nos en-
contramos en una situación ideal y podemos estar satisfechos
con este adorno de nuestro planeta.
Nos gustaría saberlo todo acerca de la Luna: sus caracterís-
ticas y su historia. Porque es indudable que tiene también una
historia, ya que se trata, al igual que la Tierra, de un objeto
histórico, esto es, de un objeto que tuvo un principio, ha evo-
lucionado y alcanzará, posiblemente, su final. ¿Por qué tiene
un planeta lunas? A decir verdad, de momento no podemos dar
una respuesta razonable a esta pregunta que tantas veces se
plantea.
El número de lunas existentes en el Sistema Solar es muy
elevado. En la tabla 8-1 se recogen todas las lunas conocidas
hasta el momento (esto es, hasta finales de 1989; de vez en
cuando se descubre alguna nueva), así como sus datos más im-
portantes. No conocemos ninguna luna de Mercurio ni de Ve-
nus, por lo que hoy podemos decir casi definitivamente que es-
tos dos planetas carecen de satélites. Tampoco se conoce nin-
guna «luna de una luna». La Tierra es el primer planeta —avan-
zando desde el interior hacia el exterior del Sistema Solar—
que tiene un satélite. Marte, nuestro vecino hacia el exterior,

― 128 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cuenta con dos lunas. A partir de ahí comienza a aumentar el


número: 15 lunas rodean a Júpiter, 15 giran también en tomo a
Saturno, 15 se observan en Urano, 8 en Neptuno, y hace algu-
nos años se descubrió la existencia de una luna en Plutón.
Como veremos más adelante, las lunas pueden haber lle-
gado de tres modos al lugar en que actualmente se encuentran:
pueden haberse formado allí, esto es, haberse condensado du-
rante la formación del planeta a partir de la nebulosa solar: pue-
den haberse desprendido del planeta a lo largo de su evolución,
o pueden haber sido «capturadas». Esto último quiere decir
que, por ejemplo, un asteroide se halla en condiciones de entrar
en el campo gravitatorio de un planeta y mantenerse en una
órbita estable.
Las lunas que se mueven alrededor de un planeta están so-
metidas a diversas fuerzas. Si los planetas fueran esferas per-
fectas, las lunas se moverían en órbitas elípticas. Pero, debido
a su propia rotación, los planetas están achatados, esto es,
muestran un abombamiento ecuatorial. El Sol también desem-
peña un papel, el mismo que las otras lunas —cuando existen
en el mismo planeta—, y tampoco hay que olvidar la influencia
(generalmente pequeña) de los demás planetas. El efecto con-
junto de estas fuerzas varía en función de la situación del pla-
neta y de la distancia del satélite. En términos generales, sin
embargo, se puede atribuir al achatamiento el movimiento de
la luna en el plano de su órbita y la precesión de la perpendicu-
lar de la órbita alrededor del polo del planeta. Cuanto más cerca
esté la luna de éste, más rápida será su precesión. Como con-
secuencia del achatamiento de la Tierra, el Sol también ejerce
un efecto similar sobre ella, actuando en torno a los polos de la
órbita, La influencia de ambos efectos determina un complejo
movimiento: se habla entonces de las «perturbaciones» de la
órbita periódica de una luna. A partir del conocimiento de estas
perturbaciones es posible hacer ciertas afirmaciones sobre la
distribución de las masas en el planeta o en la luna (momento
de inercia). Una importante consecuencia de la influencia mu-
tua de los satélites en el campo de gravitación de un planeta
son las «resonancias de la órbita»: los períodos de revolución

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de las lunas mantienen entre sí una proporción de números en-


teros (p. ej., 2:1, 3:2).
Hay que partir de la base de que todo cuerpo celeste ha sido
dotado en su origen de un impulso de giro («spin»): gira de un
modo adecuado. La cuestión es: ¿han tenido las lunas siempre
el eje de rotación que poseen hoy? En caso de que éste haya
cambiado, esto es, de que las lunas hayan perdido energía, ¿qué
ha ocurrido con esa energía? Como es natural, a las lunas se les
puede aplicar también todo lo que resulta válido para los pla-
netas y lo que se ha averiguado sobre ellos. Urano es el único
planeta cuyo eje de rotación se halla en el plano de la órbita.
No obstante, hoy se piensa que su frecuencia de rotación no ha
cambiado nunca. Por otro lado, Venus tiene un período de ro-
tación casi igual a su periodo de revolución, y por lo que parece
el «spin» ha cambiado considerablemente desde su origen.
En el caso de una luna hay que partir de la idea de que in-
tenta adoptar, con respecto al planeta, una «configuración de
mínima energía», a la que se adapta también su impulso de
giro. La pérdida de energía se produce en el curso de una acción
recíproca entre luna y planeta. Al ceder este proceso de pérdida
de energía (para la luna), el satélite se encontraría en un estado
de suave rotación en torno a su «eje de inercia» (en torno al
cual tiene su máximo momento de inercia, esto es, su máxima
energía de rotación, «girando» de un modo más estable). Pero
la luna pierde también impulso de giro en su órbita («acopla-
miento del spin y la órbita»). El campo de gravitación del pla-
neta deforma a la luna convirtiéndola en una especie de «ciga-
rro» que señala hacia el planeta, y el satélite adopta esta confi-
guración en mayor o menor medida según su elasticidad. Si el
período de rotación de una luna difiere mucho de su período de
revolución, el satélite será fuertemente «castigado» por estos
cambios continuos de forma, que corresponden a las mareas
del mar. Con ello se produce calor y se pierde energía del mo-
vimiento de rotación. Si la luna describe una órbita circular y
los impulsos de rotación y revolución son vectores paralelos,
la transferencia del impulso de giro se mantiene hasta que se
igualan los períodos de rotación y revolución: el satélite mues-
tra entonces siempre la misma cara, circunstancia o fenómeno

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

semejante que ocurre con nuestra Luna que ha llegado ya al


final de su proceso evolutivo y ya no se calienta por el «efecto
de marea» (como se denomina este mecanismo productor de
energía). La energía térmica que poseía se difunde lentamente
hacia su superficie y el satélite se enfría poco a poco. En algu-
nas lunas con una permanente asimetría en torno a su eje de
rotación el efecto así provocado, unido al «efecto de marea»,
puede determinar que el período de rotación no tenga un valor
absoluto en números enteros. Mercurio, por ejemplo, muestra
una resonancia de 3/2 (también ha llegado al final de su evolu-
ción).
En todos los planetas exteriores encontramos resonancias
entre lunas próximas. Todas las lunas grandes se hallan relati-
vamente (es decir, si se expresan las distancias en radios del
planeta) más cerca del planeta que la Luna de la Tierra (v. tabla
8-1). Por otro lado, todas las lunas se mueven alrededor de los
planetas más allá de la órbita sincrónica (la órbita en la que la
luna rota «sincrónicamente» con el planeta) y fuera de la deno-
minada órbita de Roche (2,44 × radio del planeta). Dentro de
la «órbita de Roche» no puede existir ninguna luna, ya que se-
ría destruida por las mareas. Si un sistema de satélites tiene un
determinado período de configuración, las perturbaciones recí-
procas muestran también ese mismo período, y por consi-
guiente se ven intensificadas. Esto determina la aparición de
resonancias, y en consecuencia los períodos de revolución
mantienen entre sí una proporción de números enteros (2:1,
3:2, etc.). Las lunas de Saturno —Titán e Hiperión— presentan
períodos de revolución que muestran una proporción de 3:4.
Los períodos de Encelado y Dione, otros satélites de Saturno,
guardan una relación de 1:2.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 8-1. La luna terrestre. Se aprecian claramente las zonas de «mare»,


más oscuras, y las zonas de ««terra», más claras.

La quinta luna (según las dimensiones del diámetro) del


Sistema Solar es «nuestro» satélite (fig. 8-1). Con un tamaño
de apenas la cuarta parte del de la Tierra, su fuerza de atracción
representa tan sólo la sexta parte del valor terrestre; por eso
daban saltos tan cómicos los astronautas de la misión Apolo.
El despegue de las naves espaciales resulta más fácil en la
Luna, ya que la velocidad de escape, que en la Tierra es de 11,2
km/s, se sitúa en nuestro satélite en tan sólo 2,38 km/s. La Luna
nos muestra siempre la misma cara, apareciendo el 59% de su
superficie, ya que se balancea un poco y el eje de rotación tiene
una inclinación de 5,9° con respecto a la perpendicular de la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

eclíptica: se puede ver un poco más allá de los polos. La estruc-


tura de su superficie se percibe por medio del telescopio. Desde
que los hombres han llegado a la Luna la conocemos casi tan
bien como a nuestro propio planeta; no se olvide que se han
traído 380 kg de rocas lunares a la Tierra. Lo primero que llama
la atención son unas superficies claras y otras oscuras. Se trata
de dos tipos de áreas diferentes: zonas de «terra» o tierra más
claras, que ocupan el 80% de la superficie y son muy acciden-
tadas, y zonas de «mare» o mar, consideradas como mares de
lava debidos a una antigua actividad volcánica. También hay
montañas que han sido activas como volcanes. La Luna pre-
senta numerosísimos cráteres meteóricos; en realidad los mares
no son otra cosa que eso. El cráter más reciente es el Mare
Orientale, de 900 km de diámetro, que, situado en el borde oc-
cidental de la Luna, apenas resulta visible desde la Tierra.
Otros cráteres de este tipo son el Mare Imbrium (1.200 km de
diámetro) y el Mare Serenitatis. Los peculiares nombres que
reciben estos paisajes lunares se deben a la antigua convención
de dar a los cráteres los nombres de grandes naturalistas (cráter
Tycho, cráter Copérnico). Las zonas de «mare» (mar) tienen
denominaciones más literarias: Oceanus Procellarum, el
Océano de las Tempestades, o Mare Tranquillitatis, el Mar de
la Tranquilidad. A las montañas se les han dado nombres te-
rrestres, como «Alpes» o «Apeninos». Alrededor de los cráte-
res se elevan alineaciones montañosas circulares que alcanzan
alturas de entre 2 y 7 km. Estas montañas descienden con una
fuerte pendiente hacia el cráter, mientras que hacia el exterior
presentan una ladera más suave. Esto apoya la idea de que se
trata de cráteres meteóricos.
El mecanismo de la caída de un meteorito sobre un cuerpo
celeste hay que imaginarlo del siguiente modo: la energía ciné-
tica del cuerpo que cae se transforma en una pequeña parte en
calor, y en una gran medida de energía cinética del material
desplazado por el impacto. Este material describe una parábola
y cae de nuevo sobre el cuerpo celeste, donde puede formar un
cráter secundario. En un cuerpo pequeño como la Luna, el ma-
terial se puede esparcir por una zona muy amplia debido a la
escasa fuerza gravitatoria. En un cuerpo de mayor tamaño, en

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cambio, el material se concentra en un área más pequeña de-


bido a la mayor aceleración de la gravedad. El impacto de un
meteorito como el que formó el «Mare Imbrium» constituye
una auténtica catástrofe. Hay quien relaciona las montañas for-
madas en la parte opuesta a estos cráteres con el efecto de la
onda de choque que penetra en la Luna tras el impacto.
Los cráteres más antiguos han sido rellenados en parte por
ríos de lava, que a su vez han sido «perforados» por impactos
de menor importancia. Dado que esto no ocurre en el «Mare
Oriéntale», se piensa que el número de impactos de meteoritos
ha variado con el tiempo; en opinión de algunos autores incluso
ha descendido exponencialmente en los últimos 4.000 millones
de años. Por otro lado, en los cráteres meteóricos se ha descu-
bierto el denominado «mascón»14, término que designa a zonas
de mayor densidad que se interpretan como anomalías en el
campo de gravitación. También se ha comprobado que los crá-
teres más antiguos «flotan» sobre un material más denso que el
de los más recientes. Todo ello aporta importantes datos sobre
el origen de la Luna y su evolución «geológica».
La fase volcánica fue, sin duda, la última fase de la evolu-
ción de nuestro satélite. El material que rellena los mares es
lava basáltica, que en las zonas más antiguas presenta un alto
contenido en titanio. Esta lava tiene que proceder de zonas muy
profundas (más de 150 km). Con el progresivo enfriamiento, la
corteza de la Luna se formó hace 4.400-4.600 millones de años
por la cristalización fraccionada de una zona exterior de varios
cientos de kilómetros, avanzando la solidificación hacia pro-
fundidades cada vez mayores. Esta solidificación de fuera ha-
cia dentro también está condicionada por el calor que se libera
en el interior de la Luna merced a la desintegración de elemen-
tos radiactivos. Así pues, la temperatura máxima ha debido irse
desplazando hacia el interior a lo largo de la evolución del sa-
télite. Como consecuencia de este calentamiento se produjo un
ascenso de los silicatos fundidos, lo que dio lugar a los ríos de
lava basáltica que se hallan en la superficie. De este modo se

14 De «mass concentrations».

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

rellenó una parte de los cráteres formados por meteoritos en


épocas anteriores. Si el número de impactos se redujo brusca-
mente, es posible que prácticamente dejaran de formarse cráte-
res. Los cráteres meteóricos rellenos constituyen las actual-
mente tan conocidas zonas de «mare» de la superficie lunar.
Conviene recordar que en la Luna no existe actividad volcánica
o tectónica desde hace unos 3.000 millones de años y que sólo
se registran suaves seísmos, cuyo origen podría estar en tensio-
nes, que cambian periódicamente por el efecto de las mareas
en la roca lunar.
La erosión de la superficie lunar está condicionada por el
bombardeo de los meteoritos, ya que, debido a la ausencia de
atmósfera, también llegan al suelo lunar los meteoritos más pe-
queños y el polvo interplanetario. Esto explicaría la formación
de la profunda capa de polvo (regolita) que tanto asombró a los
astronautas cuando pisaron el satélite.
Hoy la Luna está fría y quieta. No tiene una verdadera at-
mósfera y se halla rodeada de gas en equilibrio con gases no-
bles absorbidos en su superficie (helio, neón, argón), con una
presión de 2×10‒14 bar. La Luna tampoco posee un campo mag-
nético propio. Era de esperar, ya que la existencia de campos
magnéticos planetarios está ligada a la presencia de un núcleo
fluido, pues sólo en él pueden fluir las corrientes necesarias
para el «efecto de dinamo». La mayor velocidad de rotación en
torno a su eje que la Luna tuvo anteriormente se redujo como
consecuencia del «efecto de marea». Por ello no hay que des-
cartar la posibilidad de que la Luna tuviera alguna vez un
campo magnético. Esta idea la apoya también la imanación re-
manente descubierta en las rocas lunares. Las mediciones mag-
néticas realizadas en órbitas alrededor de la Luna han dado
como resultado, debido a los campos magnéticos interplaneta-
rios, fluctuantes y traídos por el viento solar, un límite superior
del momento magnético de la Luna de una millonésima parte
del valor terrestre. El núcleo fluido más grande posible corres-
pondiente a este valor tendría 500 km de radio. Por lo demás,
al estudiar la imanación de la corteza de la Luna parece como
si se hubiera formado en un campo magnético cuyo momento

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

estuviera muy inclinado con respecto al eje de rotación. No se


conocen las causas de este fenómeno.
La densidad de la Luna es bastante inferior a la de los pla-
netas terrestres. Éstos contienen aproximadamente un 30% de
hierro, al igual que los meteoritos pétreos. Esta proporción de-
bió existir también en la nebulosa solar preplanetaria, hecho
que nos lleva a la conclusión de que la Luna ha perdido (al
menos) hierro. A través de pruebas realizadas en las rocas lu-
nares se sabe que en ellas escasean los compuestos que son más
volátiles que el hierro. Calcio, titanio y aluminio son los ele-
mentos que participaron fundamentalmente en los procesos de
condensación acaecidos en la nebulosa solar a altas temperatu-
ras; menos frecuentes son el bario, el estroncio, el uranio, el
torio y las tierras raras. Las rocas lunares son ricas en los ele-
mentos mencionados en primer lugar. El titanio, por ejemplo,
que es poco frecuente en la Tierra, ha aparecido en grandes
cantidades en las primeras pruebas de rocas lunares, que con-
tenían un 10% de compuestos ricos en este elemento. El ha-
llazgo resulta muy importante, por cuanto explica fácilmente la
densidad media de la Luna.
A partir de los datos dinámicos de nuestro satélite se deduce
que éste tiene una corteza cuyo espesor oscila entre los 40 km
de los polos y los 150 de la cara oculta, siendo muy irregular;
también se sabe que el centro de gravedad está desplazado unos
2 km hacia la Tierra respecto del centro del satélite. Asimetrías
de este tipo son frecuentes en los planetas. Es probable que en
la Tierra y la Luna esta asimetría física tenga una causa común,
y a ello nos referiremos en el próximo capítulo.
Las mediciones sísmicas han proporcionado más informa-
ción sobre el interior de la Luna. Las naves Apolo trasladaron
hasta ella los aparatos pertinentes y sus tripulantes los instala-
ron sobre la superficie. Los datos obtenidos confirman que la
Luna es un cuerpo inactivo: no se ha I detectado actividad tec-
tónica alguna. No parece existir nada parecido a la actividad
sísmica de la Tierra, que está provocada fundamentalmente por
el desplazamiento de grandes placas (tectónica) cerca de la su-
perficie.

― 140 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 8-2. Fobos, la luna interior de Marte (izquierda); Deimos, la luna ex-
terior de Marte (derecha).

Al igual que en la Tierra, la propagación de las ondas sís-


micas aporta datos sobre la estructura interna de la Luna. Para
conseguir tales datos se dejó caer sobre la superficie lunar un
cohete Saturno de una misión Apolo. De este modo se com-
probó que en la corteza hay una zona homogénea de unos 60
km de espesor que probablemente esté compuesta de gabro.
Las señales sísmicas penetraron hasta 150 km, que es la pro-
fundidad máxima que se piensa tiene la corteza.
La Luna registra ciertos movimientos sísmicos cinco días
antes y tres días después del perigeo. Estos seísmos están pro-
vocados por el efecto de marea. Es posible que la emisión oca-
sional de argón y neón de la superficie lunar esté relacionada
con estos movimientos. En cualquier caso, la escasa amorti-
guación de tales seísmos indica que la Luna está fría y, sobre
todo, que no tiene un núcleo fluido.
Lo mismo se puede decir con toda seguridad de las lunas
de Marte. Descubiertas en 1877, llevan un siglo sin ofrecer nin-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

gún dato interesante. La sonda norteamericana Mariner 7 foto-


grafió los dos satélites por primera vez, y la Mariner 9 lo hizo
con posterioridad. El Viking-Orbiter 1 paso a 100 km de Fobos
el 27 de febrero de 1977 y en mayo de 1980 lo hizo a 300 km;
en octubre de 1977 el Orbiter 2 llegó a estar a 30 km de distan-
cia (!) de Deimos. Las fotografías de Fobos (fig. 8-2, izquierda)
tienen una resolución de las estructuras superficiales de 10 m;
las de Deimos (fig. 8-2, derecha) de 3 m (!). El proyecto sovié-
tico de situar dos sondas interplanetarias sobre la superficie de
Fobos fracasó en abril de 1989, debido a que se perdió el con-
trol sobre la sonda «Phobos» a causa de un fallo en el programa
de control.
Estas dos lunas son muy oscuras, presentan un gran número
de cráteres y probablemente tienen más de 1.500 millones de
años. Se supone que se formaron al mismo tiempo que el Sis-
tema Solar y están cubiertas de polvo (regolita). Las medicio-
nes de la luz dispersa de Fobos coinciden con las de los con-
dritos, así como con las de los asteroides Ceres y Pallas, por lo
que a menudo éstos se consideran asteroides captados por
Marte.
En torno a su eje más corto, Fobos rota sincrónicamente con
su período de revolución, de 7,65 horas. Los ejes longitudinales
de ambas lunas señalan hacia el planeta. La revolución de Fo-
bos alrededor de Marte parece ser algo más rápida (10‒3 grados
por año). Fobos se aproximará a lo largo de algunos millones
de años hasta el límite de Roche, lo que hará que se fragmente
y más tarde caiga sobre el planeta Marte. Los cráteres que re-
cubren la superficie de las lunas son, sin duda, cráteres de im-
pacto producidos por meteoritos, pues hay que descartar la po-
sibilidad de una actividad volcánica. El mayor cráter de Fobos,
el Stickney, tiene un diámetro de 10 km. El impacto debió ser
tremendo en una luna, que apenas mide el doble (6,5×1018 ju-
lios), hasta el punto de que puede decirse que es un milagro que
siga existiendo. Fobos presenta además otra interesante estruc-
tura en su superficie: estrías de hasta 30 km de longitud, más
de 20 m de profundidad y entre 100 y 200 m de anchura. Dado
que estas estrías son más marcadas en las proximidades del crá-
ter Stickney, su formación puede estar relacionada con éste: la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

energía liberada alcanzó valores que casi habrían destruido la


Luna (lo que al mismo tiempo indica que Fobos no es una es-
tructura inconsistente, sino una roca estable). Las estrías po-
drían ser restos de fallas.

Fig. 8-3. El satélite más interior de Júpiter, Amaltea. La imagen fue to-
mada el 4 de marzo de 1979 desde la sonda Voyager 1, a una distancia de
425.000 km.

Fig. 8-4. Calisto, luna de Júpiter, fotografiada desde una distancia de 1,2
millones de km desde el Voyager 1, el día 5 de marzo de 1979.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Las sondas espaciales que operaron más allá de la órbita de


Marte trajeron noticias de los satélites de Júpiter, Saturno,
Urano y Neptuno, que, en comparación con los de Marte, re-
sultan casi ostentosos. La simple observación de las fotografías
de las lunas de Júpiter realizadas durante la misión Voyager
nos da una idea de la fascinación de este extraño mundo.
Apenas merece la pena hablar de Amaltea (fig. 8-3), una
insignificante roca, cuando se tiene a la vista a Ío (lámina 5),
cubierta de lava y azufre. A continuación está la luna Europa
(lámina 6), que, atravesada por una red de grietas, parece una
bola de cristal casi perfectamente redonda. Ganimedes (lámina
7), la más grande, se parece a la Luna de la Tierra en las formas
de sus paisajes. Por último, Calisto (fig. 8-4) presenta una su-
perficie cubierta de cráteres que parecen cicatrices.
Los planetas exteriores tienen en su conjunto un número
mayor de lunas que los interiores. En Júpiter se distinguen tres
grupos: el interior se compone de 7 lunas que giran en torno al
planeta a distancias que oscilan entre 1,81 y 26,8 radios de Jú-
piter. La órbita de la luna más interior (J15) se encuentra justo
fuera del anillo de polvo de Júpiter (v. más adelante). Es la más
rápida, ya que su velocidad alcanza los 30 km/seg. Mucho más
allá, a unos 160 radios de Júpiter, encontramos un grupo de 4
lunas, cuyos radios son notablemente más pequeños (10-30
km) que los de las lunas interiores (lunas de Galileo). Se mue-
ven alrededor de Júpiter en órbitas relativamente excéntricas
con 28° de inclinación con respecto al plano ecuatorial del pla-
neta. El tercer grupo, compuesto también por cuatro lunas, se
encuentra casi al doble de distancia, a unos 310 radios del pla-
neta. Estas lunas son también muy pequeñas (radios de entre
10 y 20 km), pero, a diferencia de las demás, giran en torno a
Júpiter en «órbitas retrógradas» (unos 150° de inclinación),
esto es, en sentido opuesto. Es fácil suponer que las lunas de
estos dos grupos exteriores, debido a que sus órbitas son muy
parecidas (dentro de cada grupo), tienen un origen común y se
trata en realidad de asteroides capturados por el planeta. Re-
sulta difícil imaginar cómo se fueron reuniendo los cuerpos
uno tras otro en órbitas comparables. Siguiendo la idea del fí-
sico soviético V. Aitekeva, es más fácil considerar a ambos

― 144 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

grupos como los restos de cuerpos de mayor tamaño destrui-


dos, por ejemplo, en el choque con otros asteroides o con un
cometa. Estas colisiones fueron muy frecuentes en los primeros
tiempos del Sistema Solar, y buena prueba de ello lo son las
superficies cubiertas de cráteres de las lunas más grandes. Por
otro lado, la captura de tales objetos determina, por regla gene-
ral, un fuerte calentamiento, con lo que resulta fácil imaginar
su destrucción sólo por esta causa.
El grupo más interesante es el de las lunas interiores. Amal-
tea y las lunas sin nombre J14 y J15 son pequeños cuerpos ro-
cosos acerca de los cuales no es mucho lo que se sabe. Esto
resulta comprensible si se considera que los primeros vuelos de
aproximación a Júpiter se centraron en los cuatro satélites de
Galileo: Ío, Europa, Ganimedes y Calisto. Las lunas J14 y J15
se conocen sólo desde la misión Voyager, y únicamente se tie-
nen datos sobre sus órbitas y sus dimensiones aproximadas. La
órbita de J14 transcurre junto al borde exterior del anillo de
polvo, y es posible que lo delimite. Amaltea fue descubierta en
1892 y resulta muy difícil de observar desde la Tierra. La su-
perficie de esta luna es oscura, más bien rojiza. Se trata de un
cuerpo alargado que señala con su eje mayor hacia el planeta.
Llama la atención el hecho de que el sistema de las lunas
de Júpiter muestra una configuración similar a la del Sistema
Solar: las lunas de mayor densidad son las más interiores. Es
posible que estas lunas interiores perdieran los elementos lige-
ros debido al calor de la «estrella central», lo que ocurre con
los planetas interiores y el Sol. En cualquier caso, existen indi-
cios de que la superficie de Júpiter estuvo muy caliente en el
pasado.
Ío es, en todos los sentidos, el cuerpo más interesante del
Sistema Solar, y a ello no son ajenas sus fascinantes propieda-
des eléctricas, de las que nos ocuparemos más detenidamente
en el capítulo XIII dedicado a las magnetosferas.
Las imágenes de Ío nos muestran un cuerpo de tonos ama-
rillos y rojizos (lámina 5), en el que existen zonas negras y
blancas. Ya a comienzos del siglo observó E. E. Barnard unos
casquetes rojizos en los polos de lo. Posteriormente se com-

― 145 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

probó que siempre que Ío salía de la sombra de Júpiter su lu-


minosidad era, durante unos 15 minutos, mucho mayor que an-
tes de entrar en la sombra del planeta. A partir de este hecho se
dedujo que el satélite debía tener una atmósfera de la que se
desprendían condensados con ocasión del paso por la sombra
o se formaban nubes que poco después de salir de ésta elevaban
el albedo. Se pensó que la superficie de Ío podía estar cubierta
de azufre, cuyo color varía al enfriarse. En 1974 se descubrió
que el satélite está rodeado por una zona de emisión amarilla:
la línea D del sodio es responsable de ello. La emisión indica
que existe un anillo a lo largo de la órbita.
La explicación de este hecho se ha encontrado, de un modo
espectacular, gracias a las sondas Voyager: primero se com-
probó que realmente existen sodio y azufre, con lo que la colo-
ración de la superficie de la luna se explicó a través de los dos
estados físicos del azufre. En estado sólido hay azufre mono-
clínico de color rojo y azufre rómbico, amarillo. Las manchas
blancas se deben al hielo de dióxido de azufre (v. lámina 5).
Durante el paso de la sonda Voyager por Júpiter se publicó
un trabajo científico en el que se estudiaba el efecto de marea
en Ío. El autor del trabajo en cuestión estimó que el interior del
satélite tenía que ser fluido, por lo que podían existir volcanes.
Ese mismo día, una colaboradora del Jet Propulsion Laboratory
de Pasadena, examinando las imágenes de Ío recién llegadas de
la sonda, descubrió en el borde de la imagen algo que parecía
una erupción (lámina 9). Tras realizar un análisis más detallado
se comprobó que se trataba realmente de volcanes. Gracias a la
misión Voyager se identificaron 8 volcanes activos que lanza-
ban material hasta alturas próximas a 320 km Estas erupciones
volcánicas son más violentas que las del Vesubio, el Etna o el
Krakatoa. Esto indica también que existe una especie de atmós-
fera de Ío que, de acuerdo con las mediciones de la misión Pio-
neer, tiene en la superficie del planeta una presión de 10‒10 bar.
Con ello quedó explicada la existencia de una superficie
cubierta de azufre en Ío y cómo pueden llegar el sodio y el azu-
fre al toro a Ío largo de la órbita (cuyo diámetro es equivalente
a un radio de Júpiter). Los volcanes también expulsan cenizas.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

A partir de la altura alcanzada por estas partículas se han cal-


culado velocidades en torno a 1 km/seg, por lo que no es tan
sencillo que las cenizas puedan abandonar la luna (velocidad
de liberación: 2,5 km/s). Pero dado que Ío se encuentra en la
magnetosfera de Júpiter, resulta fácil suponer que las partículas
de polvo también adquieren una carga eléctrica y escapan del
campo gravitacional gracias a las fuerzas eléctricas. De este
modo, a lo largo de la órbita de Ío se puede formar también un
toro de polvo, que dentro de la magnetosfera se difunde en sen-
tido radial hacia dentro y puede determinar la formación del
anillo de polvo de Júpiter, que constituiría una característica
cuasipermanente del sistema de este planeta determinada por
la actividad volcánica de Ío.
Ío podría estar formado por material condrítico (v. cap.
VII), de 3,7 g/cm3 de densidad, que la desintegración radiactiva
de nucleídos de corta vida fundió poco después de su forma-
ción junto con el calor de condensación, reforzado por la ac-
ción de las mareas. De este modo pudo constituirse un núcleo
rico en hierro, que contenía también sulfuro de este mismo me-
tal. Alrededor de él se formó un manto de silicatos y todas las
sustancias volátiles se vaporizaron en seguida. Se calcula que
el espesor de la corteza es de tan sólo 18 km y que durante el
movimiento a lo largo de su órbita, ligeramente excéntrica,
puede sufrir una deformación de casi 200 m con respecto a la
forma media de Ío. El volcanismo también aporta elementos a
la atmósfera, en la que se supone existen dióxido de azufre y
sulfuro de hidrógeno (producto del bombardeo de protones),
que determinan la existencia de una presión de 10‒10 bar en la
superficie. Donde hay aerosol (polvo fino), no están lejos los
rayos, y como se sabe gracias a los experimentos realizados en
el laboratorio, se forma también S2O, cuyo color rojo anaran-
jado contribuye a asemejar la impresión óptica a la producida
por la superficie de la Luna. Según esta idea, la superficie de
Ío se habría formado posteriormente, es decir, sería más «jo-
ven», lo que concuerda perfectamente con la ausencia de crá-
teres de impacto.
La luna Europa tiene aproximadamente el mismo tamaño y
la misma densidad que la terrestre; es la luna más luminosa de

― 147 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

las de Galileo. Su superficie muestra una compleja estructura


de líneas, probablemente líneas de falla, que indican que la cor-
teza está muy fracturada. En contraposición a Ganimedes y Ca-
listo, Europa presenta muy pocos cráteres de impacto. Este he-
cho indica que la superficie, al igual que la de lo, es joven y
que probablemente haya calor a poca profundidad por debajo
de la corteza, debido de nuevo a la desintegración radiactiva y
al efecto de marea. Sin embargo, este último representa menos
del 10% de la energía transformada en Ío. Es posible que la
luna esté recubierta por una delgada corteza de hielo de sólo 24
km de espesor, bajo la cual se encontraría material fluido. Las
líneas, que a menudo tienen varios miles de kilómetros de lon-
gitud, recuerdan a las grietas que se forman en el hielo de los
lagos helados. La temperatura de la superficie es de tan sólo
93°K.
Ganimedes es la mayor de las lunas de Júpiter, con un ta-
maño casi una vez y media superior al de la nuestra. La super-
ficie, tal como podemos apreciarla en las fotografías, es una
mezcla de diversas estructuras: zonas relativamente oscuras,
cubiertas de cráteres, en las que se aprecian estructuras lineales
(formadas por ondas de choque provocadas por el impacto de
los meteoritos), y zonas más claras en las que existen indicios
de plegamientos similares a los de la Tierra. Esto significa que
esta luna ha seguido una interesante evolución en lo que se re-
fiere a los movimientos tectónicos en su corteza de hielo (pro-
bablemente hielo de agua). Recientemente se ha estudiado Ga-
nimedes por medio de impulsos de radar, en 3,5 cm de longitud
de onda, con ayuda del radiotelescopio de 64 m que la NASA
posee en Goldstone (California). Al intentar interpretar las se-
ñales devueltas a la Tierra se pudo apreciar que se trataba de
superficies orientadas unas contra otras sin orden alguno, como
en la banquisa, que está compuesta por trozos de hielo revuel-
tos y amontonados los unos sobre los otros. Este tipo de estruc-
turas provoca muchos reflejos, circunstancia que permite ex-
plicar el gran número de «estrellas» (los puntos luminosos que
aparecen en las fotografías). Al igual que otras lunas, Ganime-
des ha sufrido también el bombardeo de los meteoritos, prueba
de lo cual es la existencia de algunos cráteres gigantescos.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Europa, Calisto y Ganimedes muestran una variación de la


luminosidad a lo largo de su órbita, de modo que en la parte
oriental son más luminosas que en la occidental (10-30%). Esto
se interpreta como un efecto del albedo: las superficies de la
luna que se encuentran delante en el movimiento orbital refle-
jan más luz. Hoy no está claro todavía a qué se debe este fenó-
meno. En cualquier caso, debe existir un importante proceso
que es preciso conocer.

Fig. 8-5. La superficie de Calisto desde 200.000 km de distancia. Las es-


tructuras circulares se parecen a las descubiertas alrededor de los cráteres
de impacto en la Luna y en Mercurio. Posiblemente se trate de ondas «con-
geladas» que, tras el choque de un meteorito, se expandieron a partir del
punto de impacto.

Calisto (fig. 8-4), la luna más exterior de Galileo, sólo un


poco más pequeña que Ganimedes, es la que menor densidad

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

tiene. En su aspecto exterior se parece a Ganimedes, y también


está recubierta de cráteres de impacto. Su superficie —más os-
cura que la de las demás lunas— es probablemente la más an-
tigua de las cuatro, ya que el origen del satélite se sitúa poco
después de la formación del Sistema Solar. En una de las foto-
grafías (fig. 8-5) se observa un gigantesco cráter de impacto de
unos 600 km de diámetro, alrededor del cual se disponen ani-
llos prácticamente concéntricos, como las ondas que se forman
alrededor de una piedra lanzada al agua. Es probable que el
cuerpo que chocó contra la luna provocara un reblandecimiento
ocasional del material del entorno, de modo que las ondas se
«congelaron» en el material ya endurecido. Al igual que en las
demás lunas de Galileo, la superficie está compuesta de hielo
«ensuciado» por material meteórico. Sin embargo, en contra-
posición a Ganimedes, no existe ningún indicio de movimien-
tos de la corteza o actividad interna. Es muy probable que en
la superficie de Calisto haya dióxido de azufre.
Calisto y Japeto también muestran en su órbita cambios de
luminosidad que —si se deben, como parece, a la variación del
albedo— se podrían explicar por el hecho de que ambos saté-
lites se mueven en un «entorno polvoriento». Dado que su ro-
tación es (como sucede en todas las lunas exteriores) sincró-
nica, el polvo se amontona en su parte delantera, lo que las hace
aparecer más oscuras. Desde la Tierra se ven más luminosas en
la parte occidental de su órbita alrededor del planeta.
En el Sistema Solar conocemos cuatro planetas con satéli-
tes «regulares», nombre que reciben aquéllos que giran alrede-
dor del planeta en el plano ecuatorial describiendo órbitas apro-
ximadamente circulares; se trata de Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno. Los cuatro tienen, además, sistemas de anillos (fig.
8-8). En Saturno, sólo Japeto, Febe e Hiperión no son satélites
regulares; en Júpiter, las lunas exteriores. Las lunas de hielo de
Saturno tienen densidades que oscilan entre 1 y 2 g/cm 3, y a
excepción de Titán no poseen atmósfera; todas son claras (su
albedo se sitúa en tomo a 0,4) y se supone que están cubiertas
de hielo de agua o escarcha.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Sólo Titán alcanza un tamaño respetable. Menos Febe y


Japeto, los satélites se mueven prácticamente en el plano ecua-
torial del planeta y, con la excepción de Hiperión y Febe, des-
criben órbitas casi circulares. Febe es la única luna con rotación
retrógrada, por lo que ocupa una posición especial; además esta
luna se mueve a gran distancia de Saturno (por lo que sufre la
perturbación del Sol). Desde el punto de vista de las caracterís-
ticas ópticas, Febe muestra un gran parecido con las lunas ex-
teriores de Júpiter, de cuya semejanza con los asteroides ya he-
mos hablado anteriormente. Entre la órbita de Febe y las órbi-
tas de las demás lunas existe un gigantesco espacio «vacío». El
sistema de Saturno es muy diferente del de Júpiter. Entre los
satélites del primero se cuenta todo un grupo de pequeños cuer-
pos que, en número desconocido, se mueven en el borde de los
anillos. La revolución de Hiperión (fig. 8-6) se halla muy pró-
xima a la resonancia 4:3 con la luna Titán. La mayoría de las
lunas de Saturno giran sincrónicamente al período de revolu-
ción, y en consecuencia muestran siempre la misma cara al pla-
neta. Febe tiene un período de rotación de 9-10 horas, pero
tarda550 días en dar la vuelta a Saturno. Dado que su órbita se
encuentra en la eclíptica, y no en el ecuador, es muy probable
que se trate de un asteroide capturado. A continuación vamos a
exponer con más detalle lo que en la actualidad se sabe sobre
las lunas de Saturno. Las láminas 10 y 11 muestran fotografías,
tomadas durante la misión Voyager, de Titán, Dione, Rea y
Japeto.
Mimas (fig. 8-6), el satélite regular interior más alejado de
Saturno, se caracteriza por la presencia de un gigantesco cráter
de 130 km de diámetro, cuyos bordes alcanzan más de 5 km de
altura pero cuyo fondo se encuentra casi 18 km por debajo de
la superficie del entorno. Sobre el fondo del cráter se eleva una
gran montaña central que mide unos 6 km de altura y que tiene
una base de 30 km, aproximadamente, de diámetro.
Este cráter, formado quizá por el impacto de un meteorito,
tuvo que destruir prácticamente la luna. En sus proximidades
hay otros cráteres de menor tamaño, repartidos por la superficie
de un modo más o menos regular. En su mayoría tienen forma

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de «plato» y todos son más profundos que los cráteres de nues-


tra Luna o de las lunas de Júpiter.

Fig. 8-6. Fotografía de la luna de Saturno, Hiperión, realizada por el Vo-


yager 2, el 24 de agosto de 1981, desde 500.000 km de distancia (iz-
quierda); fotografía de la luna Mimas realizada por el Voyager 1, el 12 de
noviembre de 1980, desde 425.000 km de distancia (izquierda).

Esto puede ser una consecuencia de la escasa fuerza de gra-


vitación. Además de los cráteres se observan en la superficie
estrías de 1-2 km de profundidad, casi 100 km de longitud y
más de 10 km de anchura. Es probable que estas estrías guarden
relación con el impacto en virtud del cual se formó el cráter
mencionado. La luminosidad de la superficie se puede entender
fácilmente si se piensa que el suelo está cubierto de escarcha.
Con 500 km de diámetro, Encélado es sólo un poco mayor
que Mimas, del que se encuentra próximo. Tiene una superficie
más llana que éste, pero sobre todo llama la atención el hecho
de que no presente cráteres. Posee un albedo superior al del
resto de los satélites cubiertos de hielo, por lo que su superficie
presenta unas características poco comunes. Dado que su órbita
está muy influida por el efecto gravitacional de Dione, el efecto
de marea en el interior de la luna podría provocar un calenta-
miento (como en la luna de Júpiter, Ío). En tal caso habría que

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

pensar que el cuerpo de la luna es fluido y está cubierto sólo


por una delgada capa de hielo. Como el anillo «E» muestra un
aumento de su luminosidad cuando Encélado está en sus pro-
ximidades, se puede suponer que los trozos de hielo de Encé-
lado lo «alimentan» con majadal.
De Tetis se había pensado siempre que era una luna con una
densidad muy baja. Las mediciones del Voyager 1 —si bien de
escasa resolución para esta luna— dieron un valor de 1, con lo
que se puede suponer que el satélite está compuesto de hielo.
Es muy poco conocida la estructura de su superficie, pero exis-
ten cráteres y una especie de valle cerca del terminador. El crá-
ter más grande tiene un diámetro de 460 km.
Dione, (lámina 10), que no es tan grande como Tetis, tiene,
sin embargo una densidad más alta (v. tabla 8-1) y presenta un
aspecto totalmente diferente. Los cráteres son menos profun-
dos que los de Tetis y el albedo varía mucho más en la super-
ficie. Se observa claramente una estructura de 240 km de diá-
metro, que podría ser un cráter. Se supone que el material claro
de la superficie es hielo o escarcha. La mitad de la luna situada
delante en la órbita muestra dos estructuras topográficas dife-
rentes: una zona más antigua, cubierta de cráteres de hasta 165
km de diámetro, y una zona llana con pocos cráteres. Esta úl-
tima se halla cubierta por una capa más reciente lo suficiente-
mente profunda como para tapar los cráteres ya existentes. Po-
dría tratarse de material procedente del interior o del expulsado
como consecuencia del impacto de un cuerpo. En la zona polar
del sur de Dione existe una gran fosa de unos (.500 km de lon-
gitud: en la zona polar septentrional se observa, en cambio, una
tupida red de valles. No se ha ofrecido todavía ninguna expli-
cación sobre la naturaleza de estas estructuras.
La sonda Voyager 1 sobrevoló la mitad septentrional de la
luna Rea (lámina 11) a una distancia de tan sólo 59.000 km. lo
que nos permite disponer de informaciones muy detalladas so-
bre esta luna. La superficie presenta un gran número de cráteres
de impacto y se parece mucho a las zonas de terra de la Luna.
La escasa fuerza de gravitación de Rea hizo posible un rápido
enfriamiento de este satélite. Por lo que su corteza pudo «con-
servar» los cráteres.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Las zonas claras y oscuras de Dione y Rea son presumible-


mente eyecciones de hielo de cráteres de impacto recientes.
Hay, por lo demás, una nítida línea de separación entre ambas
zonas, lo que no resulta fácil de entender. Es posible que las
superficies tengan edades diferentes y que las oscuras se for-
maran con material procedente del interior, de modo que que-
daran ocultas las estructuras ya existentes. La temperatura de
la superficie de Rea es de 99°K. valor que en los polos des-
ciende a 93°K. A partir del perfil de emisión se puede deducir
que en la superficie aparecen unos materiales más fríos que
otros. Podría tratarse de hielo y escarcha (el hielo tendría un
espesor de 10 km. esto es, igual al registrado en Europa y Ga-
nimedes).
Lo que más llama la atención en la luna Japeto (lámina 11)
es la diferencia del albedo entre la cara anterior y la posterior
(en el sentido del movimiento de revolución). El límite entre
los hemisferios claro y oscuro no es nítido, sino, más bien, re-
lativamente impreciso: en el hemisferio oscuro no se encuen-
tran zonas «claras»: en cambio, en el claro se aprecia un círculo
oscuro de unos 400 km de diámetro. Los datos de que se dis-
pone permiten deducir que la superficie clara está compuesta
de hielo. El hemisferio oscuro es rojizo, como el material os-
curo de la luna de Júpiter, Calisto, y la superficie se muestra
similar a los condritos con contenido en carbono. Sin embargo,
en el infrarrojo Japeto se diferencia claramente de Calisto.
Hoy se barajan tres posibles explicaciones de este hecho: 1)
el hielo puede estar erosionado en la cara anterior de la luna,
con lo que quedan a la vista estructuras rocosas de tono más
oscuro: 2) el hielo se ha concentrado preferentemente en las
partes posteriores de las estructuras, y 3) puede haber salido
material del interior. En el estado actual de nuestros conoci-
mientos no se puede descartar ninguna de estas tres posibilida-
des. Finalmente, la luna Febe podría ser un asteroide capturado.
Desde el vuelo del Voyager 1 se conocen cinco lunas pe-
queñas dentro de la órbita de Mimas. Las dos exteriores, que
se denominan de manera provisional 1980 S1 y 1980 S3, ya
habían sido descubiertas en 1966 por A. Dollfus, pero se pensó
que se trataba de una sola luna (Jano) con unas características

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

muy peculiares. Este problema quedó resuelto cuando se com-


probó que había dos lunas cuyas órbitas están separadas por
sólo 50 km de distancia. Estas lunas presentan una forma muy
irregular: podrían ser las dos mitades de un cuerpo dividido por
el impacto de un gran meteorito, lo que quizá también haya
sucedido en Mimas. A las lunas interiores se les dio en 1980 la
denominación de S13, S14 y S15 (todas ellas serán «bautiza-
das» por la Unión Astronómica Internacional). Las dos más
grandes mencionadas en primer lugar, se mueven a ambos la-
dos del anillo F. mientras que S15 lo hace por fuera del anillo
A. limitando el sistema de anillos por el lado exterior. Todas
ellas son cuerpos muy irregulares que señalan hacia Saturno
con su parte más larga.
Por último, en el punto de libración «principal» (v. apén-
dice 5) de Dione se descubrió otra luna pequeña, a la que se ha
denominado 1980 S6. Dione, que parece influir en la emisión
radioeléctrica de Saturno —al igual que lo influye en la de Jú-
piter—, es probable que tenga una especie de ionosfera.
La luna Titán (lámina 10) ha resultado ser bastante más pe-
queña de lo que antes se pensaba: su radio mide tan sólo 2.575
km. Es la luna más grande del sistema de Saturno, y la segunda
en tamaño dentro del Sistema Solar, después de Ganimedes. El
efecto de marea la ha llevado a un periodo de rotación igual a
su período de revolución, que dura unos 16 días de la Tierra.
El eje de rotación es perpendicular al plano de la órbita (con un
error de ±5 grados). Las primeras mediciones de su diámetro
resultaron erróneas, pues no consideraron por separado una
capa de polvo de 40 km de espesor que rodea al satélite a una
altura de 245 km (lámina 13).
Las nubes, que ocultan la superficie, son de color rojizo: si
en el hemisferio meridional presentan una luminosidad uni-
forme, en el septentrional, en cambio, están ligeramente estruc-
turadas (se aprecian estructuras zonales). Las fotografías reali-
zadas por la sonda Voyager, con una resolución de 3 km, no
muestran «agujeros» en las nubes, que son muy espesas en to-
das partes.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La presión atmosférica es de 1,5 atmósferas en la superficie


lunar, esto es, un 50% superior a la que se presenta en la super-
ficie de la Tierra. El paso de la sonda Voyager por Titán se
produjo poco después del comienzo de la primavera en esta
luna. Es fácil pensar que una atmósfera como la de Titán reac-
ciona con un cierto retraso ante los cambios externos. Esto nos
ha llevado a la conclusión de que durante el vuelo era todavía
invierno en las capas inferiores de la atmósfera, lo que explica-
ría la diferencia entre ambos hemisferios.
Titán se mueve dentro de la magnetosfera de Saturno.
Cuando la presión del viento solar es muy fuerte, la magneto-
pausa se puede desplazar más hacia el interior, lo que deja a
Titán expuesta al viento solar. Para analizar los fenómenos que
tienen lugar entonces hay que saber si Titán posee un campo
magnético. Tras el paso del Voyager 1 por Saturno se redujo el
límite superior de su momento magnético a 5×1017 teslas cm3.
De ello se deduce que la luna puede tener un núcleo conductor,
pero que su radio es de 700 km como máximo. Por ello no es
probable que cuente con un campo magnético propio.
Sin embargo, dentro de la magnetosfera de Saturno existe
en Titán un campo magnético inducido, pues el plasma mag-
netosférico se mueve alrededor de la luna. De este modo se crea
un potencial eléctrico de 6.000 voltios, que pone en funciona-
miento un sistema de corrientes cuyo campo magnético desfi-
gura tanto el de fondo que aquél llega a rodear a la luna como
una burbuja. Debido a la ausencia de un campo magnético pro-
pio, debemos imaginar que la influencia mutua entre luna y
plasma ha de ser semejante a la característica en Venus (v. cap.
XIII) o en un cometa. Es probable que Titán sea una importante
fuente de plasma en la magnetosfera de Saturno.
Las fotografías de Saturno y sus lunas realizadas por la
sonda Voyager han supuesto el mayor avance en nuestros co-
nocimientos sobre el sistema de este planeta desde el siglo
XVII, cuando Huygens y Cassini descubrieron las lunas y el
sistema de anillos. El número de cráteres de la superficie de las
lunas aporta valiosas informaciones que permiten conocer la
historia del planeta, y posiblemente también su origen.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Aunque los cráteres de impacto de las lunas pueden haber


sido originados por material del sistema de Saturno (p. ej., ma-
terial de los anillos), también es posible que hayan surgido de
resultas de material llegado desde el exterior. En la actualidad
se acepta que la cantidad de material procedente de los restos
de cometas es más de diez mil veces superior a la que tiene su
origen en los fragmentos de asteroides.
En el sistema de Saturno se «esconden» dos hechos dignos
de mención: la densidad de las lunas interiores aumenta con la
distancia respecto al planeta (en contraposición al sistema pla-
netario, al de Júpiter o al sistema exterior de Saturno), y un
buen número de los cráteres de impacto en Mimas y Dione
muestran diámetros de unos 10 km, mientras que en Rea el nú-
mero de cráteres con más de 100 km de diámetro es muy supe-
rior al de los de menor tamaño. Por ello se supone que los cuer-
pos que originaron los cráteres pertenecen a dos «familiar» di-
ferentes. Las regiones de cráteres más recientes han sido for-
madas, sin duda, por la familia que mayor número de cuerpos
pequeños contenía. Por el contrario, las regiones con muchos
cráteres grandes podrían proceder de una fase muy temprana,
como las zonas altas de la Luna (terra), de Marte o de Mercurio,
que se formaron hace 4.000 millones de años. En aquel mo-
mento disminuyó drásticamente el número de rocas errantes
por el Sistema Solar, ya que con el paso del tiempo habían sido
«recogidas» por los planetas y las lunas. En otras partes del
Sistema Solar se ha comprobado que el número de partículas
secundarias —esto es, aquellas que son expulsadas como con-
secuencia del choque de un cuerpo— aumenta con la cuarta
potencia del valor inverso del radio. Por consiguiente estas par-
tículas dan lugar a cráteres muy pequeños, como se observa en
la segunda familia de cuerpos antes mencionada. Pero de lunas
tan pequeñas como las de Saturno escapa un gran número de
estos cuerpos debido a la escasa fuerza de gravedad. La super-
ficie de Dione y Rea se cubrió con material que llegó incluso a
tapar parcialmente los grandes cráteres. Los fragmentos lanza-
dos antes, así como los meteoritos, los cometas y el material
perteneciente al sistema de Saturno que llegaron después, for-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

maron en la superficie del sistema de cráteres aquéllos que he-


mos incluido arriba en la segunda «familia». Con este modelo
se intenta explicar los numerosos detalles descubiertos durante
el vuelo del Voyager y englobarlos en el marco de la historia
del origen del Sistema Solar.
Si se comparan las densidades de las lunas con los modelos
sobre su estructura, se aprecia que Tetis podría estar totalmente
compuesta de hielo (hielo de agua y de metano), mientras que
Titán y Dione, al igual que Ganimedes y Calisto, parecen estar
formadas en un 40% de material rocoso y en un 60% de hielo.
En el resto de las lunas de Saturno la proporción de roca es
menor, pese a lo cual estos satélites no están compuestos sólo
de hielo. El aumento de la densidad desde Mimas hasta Titán
refleja, sin duda, las especiales circunstancias de la formación
del sistema de Saturno. Los modelos sobre el origen de Júpiter
o Saturno muestran claramente que estos planetas debieron ser
varios cientos de veces más grandes antes de contraerse lenta-
mente: en algún momento sufrieron un colapso gravitacional y
continuaron contrayéndose con una menor velocidad. En la pri-
mera fase fueron también más luminosos que hoy, de modo que
el estado físico de su entorno estaba determinado fundamental-
mente por el flujo térmico procedente de estos planetas gigan-
tescos. En consecuencia, se piensa que en Júpiter el agua y el
metano no pudieron condensarse cerca del planeta, por lo que
Ío y Europa son lunas «rocosas», en contraposición a Ganime-
des y Calisto, que tienen una gran proporción de hielo. La masa
de Saturno es sólo una tercera parte de la de Júpiter, por lo que
su luminosidad debió de ser diez veces inferior a la de éste, de
modo que el vapor de agua podía condensarse más cerca del
planeta: todos los modelos de Saturno muestran densidades de
1 2 g/cm3. Pero es posible que, en el momento de la formación
de la luna. Saturno llegara hasta más allá de la órbita de Tetis.
Entonces —se piensa— las partículas de silicatos fueron ex-
pulsadas hacia fuera por la presión del gas, situándose en las
proximidades de las órbitas de Dione, Rea y Titán. Las lunas y
los anillos que se formaron de este modo dentro del planeta
Saturno tienen que estar compuestos casi totalmente de hielo,

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

con pocos elementos rocosos (silicatos). Las distintas densida-


des de las lunas interiores podrían deberse —a la vista de las
reducidas masas— a la variación estadística que puede resultar
de la condensación de materia en diversos puntos.
Esta exposición corresponde a la interpretación de las ob-
servaciones del equipo Voyager, por lo que tiene un carácter
especulativo y es posible que no responda a la realidad. Pero
de momento es la única descripción detallada del sistema de
Saturno, y pasarán muchos años antes de que se elaboren mo-
delos plenamente satisfactorios.
Las teorías acerca de las lunas de los planetas exteriores han
mejorado bastante tras el paso de las sondas interplanetarias
por las proximidades de éstos. Todas se mueven a lo largo de
órbitas circulares en el plano del ecuador, se encuentran en ro-
tación sinódica (es decir, presentan al planeta siempre la misma
cara) y el sentido en que recorren la órbita es, en casi todas
ellas, en la dirección del movimiento del planeta.
Las cinco mayores lunas de Urano son claramente más bri-
llantes que las pequeñas. Al igual que la mayoría de las lunas
del Sistema Solar, las lunas de Urano presentan innumerables
huellas de impactos. Mientras que en las fases iniciales «im-
pactaban» en parte cuerpos de gran tamaño —que los planetas
no habían «recogido» todavía—, los cráteres correspondientes
a las fases posteriores se deben al impacto de cuerpos mucho
menores. Como se discute más arriba, esto permite llegar a
conclusiones acerca de la antigüedad de las superficies.
Oberón y Titania (fig. 8-14) son las mayores lunas de
Urano. Oberón está cubierta por cráteres antiguos y en ella no
se pueden reconocer rastros de actividad tectónica. Titania (fig.
8-13) presenta grandes cráteres de impacto. Fosas y dislocacio-
nes con señales de actividad tectónica que deben de haber ta-
pado los cráteres. El enfriamiento de la luna podría haber sido
la causa de la aparición de las grietas en su superficie a causa
del agua congelada. Si este proceso se hubiese iniciado relati-
vamente tarde, este hecho podría explicar la baja densidad de
cráteres que presenta su superficie. Otra hipótesis contempla la
posibilidad de que la luna se fragmentase por el impacto de un

― 159 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cuerpo de gran tamaño y sus fragmentos se volviesen a unir


más tarde para dar lugar a una nueva superficie.
Las masas de Oberón y Titania se han podido determinar y
han permitido obtener sus densidades (tabla 8-1). Según estos
datos, ambas deberían contener entre un 40 y un 65% de mate-
rial rocoso.

Fig. 8-7. En esta figura se recogen los conocimientos actuales sobre la


estructura interna de las lunas del Sistema Solar. La estructura de las lunas
se parece a la de los planetas por su división en núcleo, manto y corteza.
Sin embargo, la constitución química de las lunas es muy diversa, sobre
todo en las zonas externas. En las lunas del Sistema Solar exterior predo-
minan las cortezas de hielo.

Las lunas interiores. Ariel y Umbriel, se diferencian por su


albedo. Umbriel es la más oscura y Ariel es la más clara de las
cinco grandes lunas del planeta (tabla 8-1). La superficie de
Umbriel, oscura y sembrada de cráteres, parece «antigua»,
mientras que la de Ariel parece más joven (menos cráteres de

― 160 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

impacto), originada posiblemente como consecuencia de un


proceso volcánico. Una masa viscosa de roca y hielo podría
haberse extendido, desde el punto en que surgió, sobre la su-
perficie antigua de la luna cubriéndola.
Miranda (lámina 8-13), la menor de las cinco grandes lu-
nas, es en realidad el objeto más interesante. En su superficie
encontramos llanuras cubiertas por cráteres, sobre las que se
elevan tres imponentes montañas de poca densidad y con diá-
metros de entre 200 y 300 km, que son presumiblemente más
recientes. Miranda podría haberse fragmentado y reconstituido
también en diversas ocasiones. La diferenciación, es decir, la
existencia de calor interno, sería otra posible explicación. El
material más pesado se hundió hacia su interior mientras que
el hielo, más ligero, era expulsado hacia el exterior. Cuando la
pérdida de calor había hecho que aumentase la viscosidad, este
proceso podría haberse detenido, lo que habría dado lugar a la
formación de las montañas (fig. 8-14).
Los rastros de la actividad tectónica constituyeron la gran
sorpresa del paso de las sondas interplanetarias Voyager. La
desintegración radiactiva de los átomos en su interior y la fric-
ción debida a los, fenómenos de marea son posibles fuentes de
calor para este tipo de procesos.
Otra cosa que sorprende es la alta densidad de las lunas de
Urano, ya que se habían esperado densidades inferiores (una
mayor proporción de hielo). Este punto está pendiente todavía
de aclaración, es decir, se está tratando de incorporar estas ob-
servaciones en la teoría acerca de la formación de los planetas.
Dos de las nuevas lunas de pequeño tamaño descubiertas
son, al igual que en el caso de Saturno «satélites pastores»,
mientras que las ocho restantes se mueven entre los anillos y
Miranda. De ellas, siete tienen radios comprendidos entre 40 y
80 km y todas tienen superficies oscuras, mientras que ninguna
presenta atmósfera.
Presumiblemente, las lunas de Urano y Neptuno están for-
madas por un material que conocemos ya por las condritas car-
bonosas; el núcleo del cometa Halley también es negro. Es ló-
gico pensar que las superficies oscuras están formadas por car-
bono polimerizado, generado a partir del bombardeo constante

― 161 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

con partículas cargadas. El hielo de metano se vuelve negro


sometido a la acción de una radiación de este tipo, como se ha
verificado experimentalmente en el laboratorio.

Fig. 8-8. Los sistemas de anillos de los planetas exteriores y sus lunas
interiores (v. también la tab. 8-1). La proximidad de algunas lunas res-
pecto de los anillos hace que actúen como «satélites pastores», que deter-
minan la estructura de los anillos (en el caso de Saturno 1980 S26 y S27,
en el Urano U7 y U8).

Con anterioridad al paso de la sonda Voyager se conocían


únicamente dos lunas de Neptuno: Tritón y Nereida. Para poder
observar Tritón (fig. 3-7), la sonda interplanetaria tuvo que lle-
var a cabo una serie de complejas maniobras de desviación y
orientación. Sin embargo, esto permitió que la sonda descu-
briese además seis pequeñas lunas oscuras, si bien se supone
que existen más. Estas maniobras permitieron la recepción de

― 162 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

señales de radio que habían atravesado la atmósfera de Tritón,


lo que posibilitó determinar la presión y la temperatura que
reinan en ella. Con anterioridad se sabía bastante poco acerca
de Tritón: en 1978 se detectó la presencia de metano y en 1983
la de nitrógeno. Tritón es más pequeña de lo que se suponía y
es comparable con Plutón, en cuanto a su tamaño y distancia
respecto del Sol. Su superficie está cubierta por fracturas, que
indican la presencia de actividad volcánica. Las montañas que-
daron cubiertas por repetidas erupciones. Esta luna presenta, a
causa de la precesión de su órbita, estaciones debidas presumi-
blemente a que el nitrógeno líquido es cubierto periódicamente
por hielo de metano.
Tritón se mueve, al igual que Febe, a lo largo de una órbita
retrógrada, es decir, en sentido contrario a la rotación del pla-
neta, por lo que se sospecha que fue capturada por éste. La ór-
bita, inicialmente elíptica, se fue degradando como consecuen-
cia de la fricción debida a los fenómenos de marea, lo que pudo
posibilitar la aparición de la actividad volcánica. La figura 8-
12 nos ofrece pistas acerca de ello.
La temperatura superficial de Tritón es de tan sólo 33°K. lo
que hace que sea una de las lunas más frías del Sistema Solar.
La presión atmosférica en la superficie del planeta es de tan
sólo 10 μbar. La densidad de Tritón indica que tiene un alto
contenido en roca, por lo que debió de formarse en una fase
muy temprana de la historia del Sistema Solar.
La luna de Plutón, Caronte, rota alrededor del planeta con
el mismo período con el que éste gira alrededor de su eje (6,4d),
por lo que ambos cuerpos se dan siempre la misma cara uno a
otro. Caronte es «gris» y carece probablemente de atmósfera.
Nuestra exposición quedaría incompleta si no habláramos
de los anillos de los planetas. Al mencionar este fenómeno to-
dos pensamos en los anillos de Saturno, que ya llamaron la
atención en las primeras observaciones realizadas con telesco-
pio. En 1655 Christian Huygens habló por primera vez de los
anillos. En un principio se les designó con las letras A y B. En
el siglo XIX se descubrió un anillo más delgado, al que se de-
nominó C, y en 1969 se añadió el anillo D. Entre los anillos se

― 163 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

descubrieron agujeros, a los que se dio el nombre de sus des-


cubridores, hablándose entonces de división de Cassini (entre
A y B), división de Encke (dentro del anillo A), etc. Su exis-
tencia se relacionó con las resonancias orbitales con la luna Mi-
mas. Los anillos se encuentran en el plano ecuatorial y, en di-
rección norte-sur, presentan un grosor de apenas 3 km. Tras la
misión Voyager se comprobó que todas las estructuras basadas
en las observaciones realizadas desde la Tierra eran poco rele-
vantes. Las imágenes enviadas por las sondas espaciales mos-
traron100.000 estructuras anulares concéntricas dentro de cada
uno de los anillos «clásicos», como si se tratara de los surcos
de un disco (lámina 12). Por lo demás, los espacios que hay
entre los anillos tampoco están vacíos.

Fig. 8-9. Descubrimiento de los anillos de Urano durante el paso del pla-
neta por delante de una estrella. Arriba, a la derecha, se representa esque-
máticamente el registro de la luminosidad estelar durante el paso del pla-
neta. Dado que se observó el mismo fenómeno antes y después del eclipse,
la única explicación es la existencia de un sistema de anillos de polvo.

― 164 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 8-10. Sistema de anillos de Júpiter, descubierto durante la misión


Voyager. El Voyager 2 estaba a 1,45 millones de km de Júpiter, en el cono
de sombra del planeta, un poco por debajo del plano del anillo. Delante
del planeta el anillo no se puede ver en la sombra de Júpiter. La fotografía
se realizó con un tiempo de exposición muy largo, por lo que el borde del
planeta no resulta nítido.

El sistema de anillos tiene un diámetro exterior de 280.000


km y se encuentra en el plano ecuatorial del planeta. El anillo
más próximo a éste, el D, se extiende hasta la capa de nubes
del planeta y se ha comprobado su existencia a 66.500 km de

― 165 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

distancia del centro. El material que compone el anillo D es


parecido al polvo.
El anillo C (fig. 8-7), que rodea al D, presenta el aspecto de
una serie de anillos anchos, ópticamente delgados, separados
por zonas gruesas. Los fragmentos que componen el anillo C
puedan alcanzar dimensiones de hasta 2 m. La estructura está
muy ordenada, pero de momento no se puede explicar con las
resonancias gravitacionales.
El anillo B abarca la mayor parte del sistema de anillos;
tiene una anchura de más de 25.000 km y es la zona más bri-
llante. Observado más de cerca, se divide en numerosas estruc-
turas anulares brillantes y agujeros oscuros, que pueden tener
hasta 100 km de extensión. Se halla nítidamente delimitado con
el anillo C. El «agujero» que se abre en la parte exterior, deno-
minado división de Cassini, no está vacío. En él se han encon-
trado cinco bandas menos brillantes. Las partículas del anillo
C y de la división mencionada son bastante más oscuras que
las de los anillos A y B. Por otra parte, el borde interno de la
división parece corresponder al lugar donde se localiza la reso-
nancia gravitacional 2:1 con la luna Mimas.
En la parte exterior se encuentra el anillo A, en cuyo inte-
rior se localiza la división de Encke. A pesar de que el anillo A
parece más uniforme, existen también estructuras finas y frag-
mentos de hasta 8 m de diámetro. La división de Encke tam-
poco está «vacía».
Más allá del anillo A se halla otra estructura muy intere-
sante. El anillo F, descubierto por la sonda Pioneer 11, está en-
tre las órbitas de las lunas S14 y S13 (v. tabla 8-1), esto es, a
unos 3.600 km del borde exterior del anillo A. Estas dos lunas
tienen órbitas ligeramente excéntricas: la distancia de S13 con
respecto al anillo varía entre 500 y 2.000 km. S14 se mueve a
500 km del anillo F por su parte interior. El propio anillo F
parece tener también una cierta excentricidad (su posición os-
cila en unos 400 km). En realidad, parece estar compuesto de
tres anillos, de los cuales los dos exteriores se hallan «retorci-
dos». Se distinguen cinco puntos de intersección separados
unos 700 km entre sí. Aparte de eso, cada 630 km se aprecia
una especie de «nudos». Todas estas estructuras se ponen en

― 166 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

relación con la influencia de la fuerza de gravitación de ambos


satélites. Así, una luna que se encuentra a gran distancia del
planeta se moverá más despacio que otra que se halle cerca del
mismo. Una partícula cuya velocidad se acelera se moverá en
una órbita más baja y una luna que se mueve dentro de un anillo
atraerá las partículas de éste, las frenará y, por ello, las situará
en una órbita superior. Por el contrario, una luna que se mueve
fuera del anillo acelerará las partículas que quieren escapar ha-
cia el exterior y las situará en una órbita más baja. Así pues,
estas lunas «cuidan» de las partículas de polvo como el perro
pastor cuida del rebaño.
Más hacia el exterior (a 170.000 km de radio) se encuentra
el anillo G, que en las fotografías aparece como una delgada
estructura apenas visible. Parece tratarse de un anillo muy del-
gado. Entre 210.000 y 300.000 km de radio hallamos el anillo
E, que se supone está compuesto de material muy fino. En las
proximidades de la órbita de Encelado, el anillo tiene su mayor
densidad: presumiblemente Encelado es la fuente del polvo
más fino. Se podría pensar en efectos de marea producidos por
la interacción gravitatoria con la luna Dione.
Por último, se observan también unas estructuras radiales
denominadas «radios». Se trata de estructuras del anillo B ob-
servadas en su mitad exterior. No son variaciones de densidad,
sino zonas más claras que siguen una dirección radial. Por ello
se las ha relacionado con el efecto de los campos magnéticos,
y en los numerosos detalles difíciles de explicar por las reso-
nancias gravitacionales se ha recurrido también al efecto de las
fuerzas electromagnéticas. Esto resulta evidente, pues se ha
comprobado la existencia de emisiones electromagnéticas en la
zona del anillo (anillo B) que podrían proceder, por ejemplo,
de las descargas de partículas cargadas eléctricamente (por fo-
toionización o por efecto del plasma).
La temperatura de color de los anillos se calculó con un es-
pectrómetro de infrarrojos a bordo de la sonda Voyager. En el
lado iluminado del sistema de anillos se obtuvo una tempera-
tura de 70-75°K, mientras que la parte no iluminada del anillo
A tiene 50-60°K, el anillo B 50°K y el anillo C 85°K.

― 167 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Desde el paso por las proximidades de Júpiter se sabe de la


existencia de un anillo de polvo alrededor de este planeta (v.
fig. 8-10); alrededor de Urano se han detectado once anillos, e
incluso alrededor de Neptuno se han encontrado dos anillos.
Estos anillos son oscuros; el material fino (de aprox. μm) indica
que se trata de un material de poca antigüedad (6 millones de
años).

Fig. 8-11. La anchura y la profundidad óptica varían a lo largo de los ani-


llos de Urano. Las partículas que forman los anillos tienen un albedo bajo,
lo que hace suponer que posiblemente se trate de pequeños granos de
polvo (de aprox. pm). Sin embargo, esto significa que tienen una vida
corta y, por tanto, implica la existencia de una fuente local.

La primera teoría sobre la formación de un sistema de ani-


llos la desarrolló el matemático francés E. Roche en 1847. De-
mostró que a una determinada distancia radial del planeta, de-
nominada «radio de Roche», una luna (poco compacta) se de-
sintegra por el efecto de marea. Este radio de Roche se obtiene
como producto del radio del planeta con un factor (2,44) y la

― 168 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

raíz cúbica de la producción de las densidades del planeta y el


satélite. La densidad de Saturno es de 0,7 g/cm 3 y la de un con-
glomerado de polvo y hielo de 1 g/cm3, por lo que cabría espe-
rar que los anillos de Saturno estuvieran dentro de 2,3 radios
de Saturno (RS). Y así es: el anillo exterior F se encuentra a
2,35 RS (v. también pág. 50).
Se calcula que la masa de los anillos de Saturno es de 3×10–
6
la masa del planeta. El espesor de los anillos en sentido per-
pendicular al plano de los mismos oscila entre 0,8 y 2,8 km.
Las partículas se componen probablemente de hielo de agua
con núcleos que quizá procedan de material meteórico y que
presentan unas dimensiones de algunas mieras hasta 20 m de
radio (no mayores).

Fig. 8-12. Imagen en perspectiva de un accidente de la superficie de Tri-


tón, semejante a una caldera, generada por ordenador gracias a técnicas de
«fotoclinometría» (determinación de las estructuras a partir de la geome-
tría de las sombras). En este caso se aumentó mucho la dimensión vertical.
El relieve tiene, en realidad, una altura de 1 km, el diámetro del cráter de
impacto en el centro de la imagen es de 13 km, mientras que el diámetro
de toda la zona, muy llana, que se formó presumiblemente durante una
erupción volcánica, es de 200 km. La lava de hielo eyectada debió de ser
muy viscosa.

― 169 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 8-13. Miranda, la luna más pequeña y más cercana al planeta Urano,
sorprende a causa de la gran variedad de su actividad tectónica, aunque su
temperatura superficial sea de tan sólo 86°K. La fricción debida a los fe-
nómenos de marea tiene que haber hecho aumentar su temperatura inte-
rior. Existe una zona antigua, que presenta un gran número de cráteres de
impacto, y un terreno muy joven, atravesado por bandas oscuras. Las tra-
yectorias de las lunas de Urano (v. tabla 8-1 para las excentricidades e
inclinaciones) hacen pensar en complejos procesos de evolución de las
órbitas, incluida la fricción debida a los efectos de marea.

En 1980 se observó desde el «Kuiper-Airborne-Observa-


tory» el paso de Urano por delante de una estrella (v. fig. 8-9).
Se apreció un debilitamiento de la luz de la estrella antes de
que el disco del planeta la ocultara, lo que permitió deducir la
existencia de nueve anillos. El paso de la sonda Voyager per-
mitió confirmar la existencia de los nueve anillos y descubrir
la de dos más, todos ellos de tan sólo 10-100 km de anchura (v.
fig. 8-11). Las estimaciones dieron como resultado una masa
de 5×1018 g y una densidad de aproximadamente 3 g/cm 3. De-
bido a su reducido albedo (de aprox. 0,05) se las considera par-
tículas de polvo condrítico sin revestimiento de hielo (lo que

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

hace que los anillos de Saturno sean más brillantes). Estos ani-
llos se encuentran dentro del radio de Roche. Sin embargo, de-
bido a que las resonancias gravitatorias con las lunas se en-
cuentran fuera del radio de Roche, este efecto no permite ex-
plicar la existencia de los huecos que hay entre los anillos. Por
esta razón se considera que existen motivos para poner en cues-
tión el efecto de las resonancias gravitatorias en el caso de los
anillos de Saturno.

Fig. 8-14. La superficie de Titania muestra, al igual que la de Ariel, cráte-


res no muy antiguos y se parece extraordinariamente a la de Oberón. La
superficie está atravesada por innumerables pliegues, cuya anchura oscila
entre 20 y 50 km, y cuyas profundidades van desde los 2 a los 5 km. Dichas
estructuras aparecieron presumiblemente por calentamiento debido a los
choques con fragmentos rocosos en la órbita alrededor del planeta.

Por el borde exterior del anillo de Júpiter (fig. 8-10) discu-


rre una luna que limita evidentemente el anillo hacia el exte-
rior. En Saturno se encontraron también estos «satélites pasto-
res» dentro y fuera de algunos anillos, igual que sucede en

― 171 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Urano (fig. 8-8). Al parecer, existen pequeños «satélites pasto-


res» allí donde hay anillos con contornos muy claros, si bien
no siempre se pueden ver debido a que son o muy pequeños o
muy oscuros, o ambas cosas a la vez. El anillo de Júpiter (fig.
8-10), observado por así decirlo desde la cercanía por la sonda
Voyager, está formado muy probablemente por polvo fino, cu-
yos granos tienen un diámetro medio de 4 pm, si bien entre
ellos pueden aparecer también fragmentos mayores. Alrededor
de Neptuno se descubrieron cuatro anillos estrechos formados
por material muy fino (v. fig. 8-8).
La luna descubierta en el borde exterior del anillo hizo su-
poner que, en Júpiter, éste podría haberse formado gracias a un
proceso de «sputtering», es decir, debido al desprendimiento
de polvo procedente de la propia luna. W. H. Ip, del Instituto
Max Planck de Lindau/Harz, predijo la existencia del anillo de
Júpiter, antes de que fuera descubierto, debido a que el flujo de
partículas cargadas del cinturón de radiación presentaba en este
punto un comportamiento que sólo podía explicarse supo-
niendo la presencia de un anillo (absorbente).
Los anillos pueden surgir y desaparecer de diferentes mo-
dos. Comencemos por el final: los choques de las partículas de
polvo del anillo determinan eventualmente la formación de
fragmentos o la salida de las partículas. Los micrometeoritos
que bombardean continuamente las partículas de polvo pueden,
por un lado, crear nuevas partículas, pero, por otro, también
contribuyen al acortamiento de la vida del sistema de anillos;
ello depende del proceso que prevalezca. Por eso no hay que
descartar tan fácilmente la posibilidad de que la Tierra haya
tenido un anillo de polvo. La formación de los anillos resulta
más difícil de explicar. Existen varias hipótesis al respecto.
Unas hablan del efecto de marea de cuerpos poco compactos,
otras del polvo procedente de la formación de la Luna, de la
fase de gas. Desde el punto de vista dinámico los anillos sólo
pueden ver la luz cuando existen partículas. En relación con su
teoría sobre el origen de los planetas (v. cap. IX), Hannes
Alfvén ha discutido también la formación de los anillos, par-
tiendo- de la base de que el gas ionizado se puede condensar en
polvo. Este polvo, cargado eléctricamente, es atraído luego por

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

el campo magnético de un planeta, en consecuencia, los anillos


serían acumulaciones de material formado a gran distancia.
Alfvén puso en duda desde un principio la explicación de las
«divisiones» por la resonancia gravitacional.
Como se explicará con mayor detalle en el próximo capí-
tulo, la simple cuestión acerca de la formación de los anillos
oculta consecuencias de gran calado que afectan el origen de
las lunas, de los planetas y del propio Sistema Solar.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 1. Imagen del planeta Marte tomada desde la sonda Viking 1 el


día 18 de junio de 1976. Es el resultado de superponer tres imágenes to-
madas con filtros rojo, verde y violeta a intervalos de 9 s. Cerca del centro
de la imagen se observa en el terminador el cráter Argyre. Las zonas más
claras de los polos corresponden a los casquetes de hielo. Las estructuras
alargadas conforman el Vallis Marineris, el «Gran Cañón» de Marte.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 2. Imagen tomada en el lugar de aterrizaje del Víking-Lander 1


en Marte, el día 21 de agosto de 1976. El Sol está bajo un ángulo de ele-
vación de 3-4 grados sobre el horizonte. Las rocas tienen dimensiones de
30 cm (media). Las sombras difusas se deben a la dispersión de la luz en
la polvorienta atmósfera de Marte.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 3. Júpiter. Fotografía realizada el 5 de febrero de 1979 por la


sonda estadounidense Voyager 1 desde una distancia de 28,4 millones de
km. Se observan la Gran Mancha Roja y dos de las cuatro lunas de Galileo:
Ío está delante del disco del planeta, Europa a la derecha de la imagen.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lamina 4. Saturno. Fotografía realizada por la sonda estadounidense


Voyager 1 desde una distancia de 1,75 millones de km, el 11 de noviembre
de 1980. Al igual que en el caso de Júpiter, las nubes determinan una es-
tructura de bandas. Las manchas que se aprecian en la parte superior de la
fotografía fueron visibles durante varias semanas. Los vientos alcanzan en
las capas nubosas velocidades de hasta 60 m/s (216 km/hora). En el borde
inferior se aprecia el sistema de anillos visto longitudinalmente.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 5. La luna Ío, fotografiada desde el Voyager 1 a una distancia de


862.000 km.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 6. Europa, la más pequeña de las lunas de Galileo, fotografiada


desde el Voyager 1 a una distancia de 2 millones de km.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 7. Ganimedes, la luna más grande de Júpiter, 1,5 veces mayor


que nuestra Luna, fotografiada desde el Voyager 1 a una distancia de 2,6
millones de km.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 8. La superficie de Ío enfocada a 377.000 km de distancia. Las


zonas rojizas, blancas y negras son, probablemente, precipitaciones de sa-
les y azufre, y es muy posible que tengan un origen volcánico. Dado que
la superficie no presenta cráteres de impacto, el satélite debe ser relativa-
mente «joven».

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 9. Fotografía de Ío realizada el 9 de julio de 1979 desde el Voy-


ager 2 a una distancia de 1,2 millones de km. En el borde del disco de la
luna se observan, en tonos azulados, las columnas de material lanzado por
dos erupciones volcánicas. Estos volcanes fueron observados ya por el
Voyager 1, por lo que mantuvieron su actividad durante al menos 4 meses.
En total se han registrado 8 erupciones volcánicas.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 10. Fotografías de las lunas de Saturno realizadas desde las son-
das Voyager. De izquierda a derecha: Titán (9-11-1980), desde 4,5 millo-
nes de km de distancia; Dione (9-11-1980), desde 4,2 millones de km de
distancia.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 11. Fotografías de las lunas de Saturno realizadas desde las son-
das Voyager. De izquierda a derecha: Rea (11-11-1980), desde 1,196 mi-
llones de km de distancia; Japeto, fotografiada por el Voyager 2 (22-8-
1981) desde 1,1 millones de km de distancia.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 12. Los anillos de Saturno. La fotografía se realizó el 6 de no-


viembre de 1980 desde el Voyager 1 a una distancia de 8 millones de ki-
lómetros. Se pueden observar casi 1.000 estructuras concéntricas distintas.
Las denominadas «divisiones» (es decir, los espacios entre los anillos)
tampoco están vacías, ya que se hallan llenas de materia. En la parte su-
perior de la imagen se observa a la izquierda el anillo F, de 150 km de
extensión, descubierto por la sonda Pioneer 11.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 13. Fotografía de Titán realizada el 12 de noviembre de 1980


desde 22.000 km de distancia. Las estructuras azules son velos de polvo
localizados a altitudes de 200, 375 y 500 km. La parte superior del grueso
aerosol del borde de la luna aparece rojiza.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 14. La fotografía de la atmósfera de Júpiter, realizada por la sonda


Voyager 2 desde una distancia de 6 millones de km, muestra el entorno de
la Gran Mancha Roja. Al sur de ella se había formado una nueva estructura
nubosa de color blanco. Esta estructura nubosa impide que los pequeños
remolinos que se aprecian a la izquierda de la imagen rodeen la GMR.
Hay que imaginar estas estructuras en un espacio tridimensional: las es-
tructuras oscuras se encuentran más profundas que las claras.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 15. Fotografía de la capa de nubes de Saturno en el hemisferio


norte, entre 40 y 60° de latitud, realizada desde una distancia de 7,5 mi-
llones de km por la sonda Voyager 1, el día 7 de noviembre de 1980. Los
óvalos marrones son estructuras turbulentas similares a la Gran Mancha
Roja de Júpiter.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Lámina 16. Imagen compuesta a partir de 6 fotografías tomadas en marzo


de 1986 desde una distancia de entre 14.420 y 2.730 km del cometa con
la cámara instalada a bordo de la sonda cometaria Giotto. La máxima re-
solución es de 60 m por pixel. El Sol se encuentra a 29° por encima de la
horizontal en la parte izquierda de la imagen y 12° por debajo del plano
de la imagen. Se reforzó la visibilidad de las partes oscuras del núcleo
gracias a la aplicación de la técnica de enmascaramiento.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

IX. EL ORIGEN DEL SISTEMA SOLAR. SU FINAL

Una vez que hemos visto cómo «funciona» el Sistema Solar


y cómo son los cuerpos que lo integran, es preciso preguntarse
por su origen.
Comencemos con una breve introducción histórica. Todas
estas cuestiones han dado lugar a una serie de teorías con un
carácter generalmente especulativo. También en lo que se re-
fiere al origen del Sistema Solar. Las más conocidas son las de
Immanuel Kant (1755) y Pierre Simon Laplace (1796) (v. tam-
bién apéndice 1). Laplace consideró que los dibujos de galaxias
que el astrónomo William Herschel había realizado basándose
en sus observaciones correspondían a sistemas solares. A pesar
de partir de una base errónea, la teoría sigue todavía vigente y
ha sido completada, por ejemplo, con las explicaciones sobre
el colapso gravitacional. Las teorías modernas presentan tam-
bién este carácter especulativo, circunstancia que el premio
Nobel sueco Hannes Alfvén no se cansa de mencionar.
Por ello vamos a centramos en lo sucesivo en hechos y ob-
servaciones y especialmente en los relacionados con la cosmo-
química, disciplina que permite abordar directamente estas
cuestiones.
Todas las teorías tienen que explicar algunas características
elementales del Sistema Solar, como las siguientes:
1. Las órbitas de los planetas se encuentran casi todas en el
plano de simetría del sistema.
2. Las órbitas de los planetas son casi circulares.
3. La dirección del movimiento de todos los planetas en su ór-
bita es «directa» (mirando en sentido longitudinal desde el
norte, en el sentido contrario al de las agujas del reloj), como
el sentido de rotación del Sol.
4. El sentido de la rotación de (casi) todos los planetas en torno
a su eje de rotación es también directo.

― 190 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

5. Las densidades de los planetas disminuyen desde el interior


hacia el exterior (fig. 3-8), lo mismo que en las lunas de los
sistemas de Júpiter, Saturno y Urano.
Los puntos 1-4 sirven de base a las hipótesis de la conden-
sación. No existe ningún otro fenómeno físico que pueda de-
terminar estas características sin la influencia del exterior. Uno
de los principales problemas planteados a la hora de compren-
der la naturaleza del Sistema Solar es el hecho de que el Sol
representa el 99,9% de la masa del sistema, pero sólo el 2% del
impulso de giro global. La rotación solar es característica de
las «estrellas de la secuencia principal» (v. más adelante), por
lo que la «separación» de masa e impulso de giro en la forma-
ción de un sistema de este tipo tiene que basarse en un impor-
tante proceso físico.
Además hay que explicar otros seis aspectos importantes.
1. Si se compara la frecuencia de los isótopos 15 de algunos ele-
mentos en diversas regiones cósmicas —en el espacio inter-
estelar, en el Sol, en los planetas— se obtiene como propor-
ción de las frecuencias de deuterio e hidrógeno en los pla-
netas y en el espacio interestelar 3×10‒5, pero en el Sol sólo
3×10‒7. La proporción entre litio y silicio en el espacio in-
terestelar y en los planetas es de 3×10‒5, siendo en el Sol
unas cien veces menor, aun cuando la frecuencia relativa de
hierro y silicio sea igual en los tres ámbitos.
2. La edad de los planetas se calcula, con un margen de error
de 100 millones de años, en 4.600 millones de años (la edad
del Sol no se puede calcular directamente). Este hecho ex-
cluye definitivamente los modelos sobre el origen del Sis-
tema Solar que se basan en una misma composición del Sol
y los planetas, así como los modelos que sostienen que los

15 Los isótopos de un elemento químico se diferencian por el número de neu-


trones en el núcleo. Esto no altera las características químicas del elemento.
Sin embargo, algunos de estos isótopos no son estables y experimentan una
desintegración radiactiva. Estos núcleos pueden sufrir alteraciones químicas
por la emisión de componentes del núcleo (protones, partículas alfa).

― 191 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

planetas surgen del Sol en virtud de la presencia de una es-


trella que pasa «cerca», siendo «arrancados» por una vio-
lenta marea (hipótesis de Jean Buffon).
3. Con ello se sitúa en el centro de todas las consideraciones la
hipótesis de la condensación, discutiéndose al respecto en la
actualidad numerosos detalles. Si consideramos las nubes de
gas interestelar llegamos al tercer punto que hay que expli-
car: las nubes están demasiado calientes como para conden-
sarse. Por ello se precisa un eficaz proceso de enfriamiento.
4. El campo magnético presenta en el espacio intergaláctico
una intensidad de 3 micro-gauss Una nube de gas en con-
tracción «se lleva el campo magnético»: con ello aumenta la
intensidad del campo y se hace más lenta la contracción, de
tal forma que la nube de gas se vuelve «elástica». Por tanto,
las nubes de gas no pueden condensarse si no se «liberan»
de su campo magnético. La cuestión es cómo ocurre esto.
Una nube de gas toma parte en la rotación diferencial del
Sistema Solar, por lo que cuenta con un impulso de giro.
5. Si se independizara, esto es, si se aislara del exterior, el im-
pulso de giro se mantendría constante según una ley física.
La cantidad de movimiento en línea recta es el producto de
la masa y la velocidad. En el movimiento de rotación corres-
ponde al impulso de giro, definido como el producto del mo-
mento de inercia de un cuerpo y su velocidad angular. Si una
nube se contrae, su momento de inercia disminuye (como el
patinador sobre hielo que al hacer una pirueta acerca poco a
poco los brazos al cuerpo): por consiguiente, con un impulso
de giro constante aumenta la velocidad angular y la rotación
es más rápida. Las nubes de gas galácticas tienen un impulso
de giro tan alto que no pueden condensarse. Así pues, hay
que preguntarse: ¿cómo se suprime el impulso de giro?
6. En último lugar, hay que explicar la ley de Titius-Bode (v.
apéndice 3), que se puede predicar tanto del sistema plane-
tario como de los sistemas de lunas de Júpiter, Saturno y
Urano. Se trata de una serie geométrica con el factor 1,73
que está modulada con una función periódica. Si se divide
la formación del Sistema Solar en tres períodos —período
del disco (cuando la nube de gas adoptó una forma aplanada,

― 192 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de disco), períodos de la agregación (cuando se constituye-


ron el Sol y quizás algunos cuerpos planetesimales) y pe-
ríodo de los planetas (cuando se formaron los planetas)— se
puede pensar que la serie geométrica tiene su origen en el
primer período (la teoría de las turbulencias de Weizsäcker
contempla también una serie de este tipo) y que la función
periódica es una consecuencia de los efectos gravitacionales
que aparecieron en el tercero.
Hemos visto que la «nube de gas» es no sólo el principio
más plausible, sino también el más correcto desde el punto de
vista físico, para explicar el origen del Sistema Solar Pero antes
de profundizar en este proceso vamos a hacer unas breves con-
sideraciones sobre sus antecedentes. La hipótesis del «Bing
bang» o «estallido primario» ocupa en la actualidad un lugar
muy importante en la cosmología Se basa, por un lado, en el
descubrimiento del cosmos en expansión (V. H. Slipher, 1913)
—ley de Hubble—, que está en consonancia con una solución
de las ecuaciones que definen la teoría de la gravitación general
de Einstein (De Sitter). Por otro lado, los norteamericanos Amo
Penzias y Robert Wilson, de los laboratorios Bell, descubrieron
en 1965 la «radiación térmica de fondo», cuya temperatura de
3ºK corresponde a una longitud de onda (en el máximo de in-
tensidad) de aproximadamente 1 mm: se considera, que esta
radiación es la radiación residual del estallido primario que se
enfrió en el cosmos en expansión, tal como predijo George Ga-
mow. Esta observación se relaciona directamente con el origen
del Cosmos, el estallido primario, la creación de la nada. Tanto
la una (expansión) como el otro (estallido primario) están por
encima de nuestra imaginación. El carácter especulativo de
esta teoría radica en la extrapolación, en la aplicación de con-
ceptos conocidos en terrenos se encuentran más allá de nuestra
experiencia. La física de las últimas décadas no ha ignorado
este método. Así, el modelo atómico de Bohr (1913) es una
extrapolación (genial) de este tipo. Sus precursores —los mo-
delos atómicos de J. J. Thomson (1898), P. Lenard (1903), H.
Nagaoka (1904) y E. Rutherford (1911)— eran todos erróneos.
Trataron de modificar «correctamente» los conceptos e ideas

― 193 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

tradicionales, con lo que los resultados experimentales adqui-


rieron un significado muy diferente. Por consiguiente en la ac-
tualidad hay que contemplar con escepticismo las tesis cosmo-
lógicas. Por lo demás, es necesario analizar la isotropía de esta
radiación (que incide en todas direcciones con la misma inten-
sidad). En esto podría consistir un test crítico de la hipótesis
del estallido primario. Hay que imaginar que todas las estrellas
se mueven en un mar de fotones, cien millones de veces más
numerosos que los nucleones, las partículas elementales del
átomo. Habrá de suprimirse nuestro movimiento en relación
con el mar de fotones para comprobar si la radiación, valorada
desde los demás sistemas de referencia, es realmente isótropa.
Esta tarea resulta sumamente difícil desde el punto de vista téc-
nico. La NASA proyecta lanzar en la década de los ochenta un
satélite para estudiar esta radiación de fondo («Cosmic-Back-
ground-Explorer»), Nuestras ideas sobre el origen de las estre-
llas son también hipotéticas. La astrofísica sólo nos da una vi-
sión directa de la evolución, y por lo que parece se han descu-
bierto posibles «lugares de nacimiento de las estrellas», como
la nebulosa Orión.
La vida de una estrella se desarrolla en gran parte de un
modo ordenado: las reacciones nucleares garantizan el abaste-
cimiento de energía. La evolución depende de la masa, de tal
forma que las estrellas con mucha masa viven de una manera
en cierto modo más intensa, por lo que duran menos (sólo al-
gunos millones de años), mientras que las más pequeñas se
mantienen durante más tiempo (varios miles de millones). A lo
largo de su evolución las estrellas pierden una parte considera-
ble de su masa en forma de radiación, de vientos estelares o de
explosiones. Por eso se piensa en la actualidad que el polvo
interestelar procede de las estrellas y no se condensó a partir
del gas. Al final de la evolución se produce una crisis de ener-
gía: la energía nuclear se ha consumido, y la estrella no puede
liberar más energía por contracción gravitacional Se convierte
entonces —según su masa— en una enana blanca (como la
acompañante de Sirio) o en una estrella de neutrones (como el
pulsar en la nebulosa de Cáncer). Es posible que las estrellas
con más masa acaben como «agujeros negros».

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Las estrellas se forman a partir del material existente en el


lugar en el que surgen. Por consiguiente, una nube de gas co-
lapsada tendría que mostrar la misma composición química que
la materia del lugar en donde se encuentra. Si la composición
química del material del Sistema Solar es el resultado de su
evolución, las primeras estrellas tuvieron que estar formadas
de hidrógeno y helio («progenitores»). Probablemente tuvieron
tanta masa que se «extinguieron» en seguida y explotaron, con
lo que su materia se mezcló con la del entorno Las estrellas
posteriores se han tenido que formar con material que antes ya
había pertenecido a una estrella. Al repetirse este proceso au-
menta progresivamente el contenido de materia estelar «anti-
gua» en el gas y el polvo interestelar Con ello, las estrellas
cambian continuamente, despacio, pero de modo sistemático.
Se piensa que las estrellas jóvenes que se forman en la actuali-
dad en un cúmulo estelar presentan características distintas que
las que nacieron hace 10.000 millones de años. (Un estudio de
este tipo podría convertirse también en un test de la hipótesis
del estallido primario.) En consecuencia, no se puede esperar
que la composición de la materia interestelar sea la misma en
todos sitios: presenta variaciones locales.
¿Cómo es el material que ya era antes materia estelar? La
física moderna ofrece una respuesta que, por su importancia,
vamos a resumir a continuación Dado que en las estrellas la
producción de energía se alimenta de la desintegración de nú-
cleos atómicos, la composición química de una estrella está en
función del tiempo las más jóvenes tienen una composición
química distinta de la de las más viejas Las observaciones rea-
lizadas han confirmado este hecho. Consideremos los elemen-
tos químicos que nos son conocidos. Sus núcleos atómicos es-
tán compuestos de Z protones con carga eléctrica y N neutrones
eléctricamente neutros, ambos aproximadamente de la misma
masa. Si se designa con la letra A a la masa del núcleo (peso
atómico), entonces A = N + Z. En la figura 9-1 se representan
N y Z en un eje de coordenadas. La línea diagonal corresponde
a los elementos químicos cuyos núcleos están compuestos de
igual número de protones y neutrones. El sombreado repre-
senta la zona donde se encuentran los núcleos que aparecen en

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

la naturaleza. Se aprecia claramente que según aumenta el peso


atómico se vuelven más estables los núcleos que tienen un ex-
ceso de neutrones. En cambio, con pesos atómicos reducidos,
en los núcleos estables existe el mismo número de protones y
neutrones. La zona sombreada tiene una determinada anchura
porque siempre existen núcleos con número másico par e impar
AI formarse núcleos por captura de neutrones (proceso s. se
verá más adelante) se reducen los núcleos con número másico
impar, no en vano su promedio de captura de neutrones es bas-
tante mayor. El perfil de diente de sierra de la figura 9-2 indica
que este proceso ha tenido que influir de modo persistente en
la materia del Sistema Solar. A ello se une la estabilidad gene-
ral de los núcleos En el apéndice 7 se explica todo esto con más
detalle.

Fig. 9-1. Los elementos químicos. Z: número de protones en el núcleo,


numero atómico o numero ordinal. N: número de neutrones en el núcleo.
En la zona sombreada se encuentran los elementos estables. La línea a
trazos corresponde a núcleos que, tras su formación, pueden pasar a la
zona estable por captura de electrones.

― 196 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 9-2. Frecuencia de los elementos en el Sistema Solar (según Cam-


eron). Estas frecuencias se establecieron a partir de material meteórico. En
sentido horizontal se representa el número ordinal Las frecuencias están
normalizadas, estableciéndose arbitrariamente la frecuencia del silicio =
106.

El hidrógeno y el helio son mucho más frecuentes que todos


los demás elementos, como se aprecia en la figura 9-2. Esto
hace suponer que el mecanismo de formación de los dos ele-
mentos más ligeros tiene que ser totalmente diferente del de los

― 197 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

demás. Al observar la figura 9-2 llama la atención la ausencia


casi total de litio, berilio y boro. La tesis más plausible es que
estos elementos se forman realmente de modo diferente a los
demás, en el curso de procesos muy poco frecuentes. El dia-
grama muestra también la existencia de grupos de elementos
con frecuencias similares. Parece indicado considerar este
comportamiento como una especie de «parentesco» en el que
los elementos de cada grupo tendrían en común su origen. El
carbono y el oxígeno ocupan una posición especial. Sigue a
continuación el grupo de los elementos con número másico in-
ferior a 40 (calcio, argón), el grupo del hierro y, por último, el
de los núcleos pesados.
¿De qué tipo son estos procesos en los que se sintetizan los
elementos? Los científicos E. M. Burbidge, G. R. Burbidge, W.
A. Fowler y F. Hoyle trataron .esta cuestión por primera vez en
un artículo publicado en 1957 en la prestigiosa revista «Review
of Modem Physics». La síntesis es posible cuando se dan ocho
procesos diferentes.
1 La «combustión del hidrógeno» («fusión») se produce, por
ejemplo, en el Sol. A partir de protones y en reacciones li-
beradoras de energía, a una temperatura de 15 millones de
grados se forman, en un espacio de tiempo de 106 ... 1010
años, helio, carbono, nitrógeno, oxígeno, flúor, neón y so-
dio.
2. A partir de la «combustión del helio», que tiene lugar a 100
millones de grados, con densidades de 105 g/cm3 y con cons-
tantes temporales de 10 a 100 millones de años, se forman
carbono, oxígeno, neón y magnesio (números másicos 12,
16, 20, 24). Se supone que este proceso se desarrolla cuando
una estrella ha llegado a la «rama de las gigantes» (v. más
adelante).
3. Masas de hasta 44 o 48 (titanio 48) se producen en el «pro-
ceso α», esto es, en reacciones desencadenadas por partícu-
las α; se supone que estas partículas se forman a partir del
neón, con un número másico 20 por fotodesintegración
(temperatura: mil millones de grados; duración: 102-104
años).

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

4. El grupo del hierro (masa 50-60) se sintetiza en el «proceso


e» (equilibrio) con altas temperaturas (más de mil millones
de grados) y densidades elevadas. Las constantes tempora-
les para estos procesos son ~min; el proceso tiene lugar poco
antes de la explosión de una supernova.
5. A partir del grupo de elementos formado en (4) se producen
núcleos más pesados en el «proceso p» por captura de pro-
tones o salida de neutrones. Las escalas temporales son
como en el «proceso r» (7).
6. La captura de neutrones se puede producir de modo que la
distancia entre ambas reacciones resulte grande en compa-
ración con el período de semidesintegración de la mayoría
de los núcleos radiactivos, con lo que generalmente se pro-
duce antes la desintegración p (esto es, la eliminación de
electrones). Como resultado de estos «procesos s»
(s:«slow», despacio) pueden formarse núcleos de número
másico 63 hasta bismuto, de número másico 209, todos ellos
en la «zona de estabilidad» (zona sombreada de la figura 9-
1), así como núcleos con número másico entre 23 y 46. Este
proceso se espera que se verifique en las estrellas gigantes
rojas y debería durar aproximadamente 10 7 años.
7. La captura de neutrones también se produce de un modo ex-
tremadamente rápido cuando existen tantos neutrones que
los núcleos pueden capturar cuantos «deseen». Incluso los
núcleos inestables, que se forman como una fase intermedia,
pueden estabilizarse de nuevo. Este «proceso r» (r: «rapid»,
rápido) transcurre con escalas temporales de 0,01 ... 10 seg,
con densidades de neutrones de 1024 por cm3, que se dan en
la envoltura de una supernova.
8. El «proceso x» es responsable de la síntesis del deuterio, el
litio, el berilio y el boro. Tal como sabemos por el Sol, estos
elementos se destruyen en el interior de las estrellas por su
elevado índice de captura de neutrones. Su formación re-
quiere un entorno de baja densidad y temperatura, y se pro-
duce por la fisión de núcleos de carbono, nitrógeno, oxígeno
o hierro, iniciada por partículas con mucha energía.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Estos ocho procesos hacen posible la constitución de todos


los elementos. Los tres primeros tienen lugar en todas las es-
trellas. En el caso del proceso s existen tres argumentos: a) La
distribución de frecuencias de los elementos presenta un má-
ximo en los núcleos con capas cerradas (peso atómico 90, 120,
140 y 208), que pueden haberse formado fácilmente en el pro-
ceso s. b) El tecnecio, elemento que sólo se forma en el proceso
s. no tiene ningún isótopo estable. El máximo período de semi-
desintegración de uno de sus isótopos es de varios millones de
años, por lo que tiene que ser producido de nuevo continua-
mente. c) Hay una serie de isótopos relativamente frecuentes
que sólo se pueden formar en el proceso s. Por ello se piensa
que este proceso transcurre en las estrellas gigantes. Los neu-
trones necesarios se forman en determinadas reacciones limi-
tadas por el hecho de que como producto final no debe surgir
nitrógeno, menos frecuente.
Las supernovas se encuentran al final de la vida de una es-
trella de mucha masa y vienen definidas por el estado de esa
estrella en el momento de su destrucción, cuando desaparece la
capa exterior y el núcleo se convierte en una estrella de neutro-
nes. Se trata de una violenta explosión en la que se liberan más
de 1050 julios (1 kilovatio-hora equivale a 3,6 millones de ju-
lios, por lo que la energía de una supernova equivale a 2,8×1043
kWh; con 1 kWh se podrían calentar 8,5 l de agua de 0o a
100°C).
En los últimos años se han identificado en muchos casos las
ondas de choque provocadas por estas explosiones. Algunas de
estas ondas se encuentran muy cerca de grupos de estrellas jó-
venes. La astrofísica ha identificado también zonas en las que
el medio interestelar ha sido comprimido y calentado.
No se conoce muy bien todavía el mecanismo en virtud del
cual se forma una supernova. Se supone que, una vez que el
hidrógeno ha pasado por «combustión» a helio, las estrellas
con mucha masa se colapsan, con lo que se produce calor hasta
que la temperatura es suficiente para que el helio pase por
«combustión» a carbono. Cuando esto ha ocurrido, la estrella
puede seguir colapsándose. La temperatura sigue aumentando
hasta que los núcleos de carbono se han sintetizado en núcleos

― 200 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

pesados. Éste es el momento en que surge una supernova como


consecuencia de la combustión explosiva del carbono.
En nuestra galaxia podemos partir de la base de que se ob-
serva una supernova cada 50 años. Así pues, no es un fenómeno
poco frecuente, aparte de que los efectos sobre el medio inter-
estelar del entorno son muy notables. Conviene tener bien pre-
sente que se pueden observar los restos de estas explosiones
durante más de 100.000 años. Al principio se lanza el material
con velocidades en tomo a 10.000 km/seg. En una de las super-
novas más antiguas que se conocen se ha apreciado que la capa
exterior en expansión ha alcanzado ya un diámetro de 200 años
luz y que sigue expandiéndose con una velocidad de 50 km/s.
Esto nos lleva a pensar que la onda de choque provocada
por una supernova es responsable del comienzo de la conden-
sación de la nube de gas presolar. En principio este proceso se
puede comparar con un cristal a bajo cero en el que se encuen-
tra agua fría; ésta se hiela cuando se golpea el cristal, con lo
que una especie de «onda de choque» penetra en el líquido.
Otro aspecto que apunta hacia este mecanismo es el hecho de
que la mayoría de las estrellas parecen haberse formado en gru-
pos; en las nubes de polvo interestelar existen intensas fuentes
de infrarrojo —lo que hace referencia de nuevo a una región
calentándose—, con la consiguiente formación de estrellas.
Volviendo de un objeto lejano desde el punto de vista as-
trofísico a nuestro Sistema Solar nos encontramos en una situa-
ción bastante incómoda: aquí no se puede interpretar un hecho
determinado con hipótesis plausibles en el marco de un modelo
sostenible desde el punto de vista físico, sino que hay que re-
coger una serie de observaciones en un modelo de este tipo.
Para ello es necesario presentar una prueba cuantitativa de que
esta idea no se halla en contradicción con la experiencia, y ésta
es, en realidad, una tarea absurda. Por lo tanto, vamos a seguir
el curso de los acontecimientos sin entrar en pequeños detalles,
y vamos a imaginar que tenemos una nube de gas presolar, cu-
yas dimensiones son plausibles desde el punto de vista astro-
nómico: 2,1018 cm de diámetro, 1.000 átomos por cm3 de den-
sidad. Calculamos la masa de esta nube de gas en 2,1033 g, su-
poniendo que tiene un 90% de hidrógeno y un 10% de helio:

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

los períodos de rotación son más cortos que en la Vía Láctea


(200 millones de años). Si se comprimiera esta nube de gas, el
«Sol» tendría que alcanzar en el ecuador velocidades de rota-
ción de 2.400 km/seg. Pero se sabe que un sistema mecánico
es inestable con velocidades de 400 km/s (el Sol tiene hoy una
velocidad de tan sólo 2 km/seg). El astrónomo Fred Hoyle ha
sacado de todo ello la conclusión de que la nebulosa solar se
hizo inestable con un radio de 2,5×1012 cm (2/5 del radio de la
órbita de Mercurio).
El impulso de giro de la bola de gas sólo se encuentra par-
cialmente en el Sol. La mayor parte se concentra en los plane-
tas, especialmente los exteriores, una porción está en el gas y
en el polvo y el resto ha debido ser expulsado junto con polvo,
gas y plasma durante la constitución del sistema planetario. Se
supone que esto es así porque los planetas sólo se podrían haber
formado de un material bastante más denso del que se obtiene
cuando se imagina al material existente en la actualidad y dis-
tribuido en la eclíptica. Debía haber entre diez y cien veces más
material y no se sabe a dónde ha ido a parar la enorme cantidad
sobrante. No puede haber «caído» hacia el Sol, ya que tendría
que haber girado con la velocidad angular de los planetas; si
hubiera llegado a aquél, nuestra estrella habría visto aumentada
cinco mil veces su velocidad angular. Por consiguiente, el ma-
terial tiene que haber sido lanzado al exterior.
La pérdida de impulso de giro desde el interior hacia el ex-
terior del Sistema Solar parece explicarse, según H. Alfvén, por
diversos procesos: existencia de un campo magnético, ioniza-
ción del gas por la creciente luminosidad de la condensación
central (3.500°K con 2,3×1012 cm de radio, como se ha com-
probado con ocasión del estudio de estrellas gigantes), que
tiene que haber sido unas 150 veces inferior a la luminosidad
actual del Sol, y presencia de corrientes paralelas a las líneas
de campo (magnéticas), en virtud de las cuales se pudo trans-
mitir el impulso de giro a las partes exteriores del Sistema So-
lar. (Hay que imaginar una configuración similar a la represen-
tada en la fig. 13-4 para Júpiter.) La posterior contracción
desde el radio de 2,3×1012 cm hasta la dimensión actual del Sol
duró varios miles de años. Así pues, la pérdida de impulso de

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

giro debió tener lugar en este momento, por lo que el campo


magnético alcanzaría en la nebulosa una intensidad superior a
10 militeslas.
A medida que continúa la contracción disminuye la lumi-
nosidad de la estrella. En esta fase el Sol había comenzado la
vida «normal» de una estrella y se había situado en la secuencia
principal en el denominado «diagrama de Hertzsprung-Rus-
sell».

Fig. 9-3. Diagrama Hertzsprung-Russell (DHR) de las estrellas de los al-


rededores del Sol.

Dos físicos, el danés Ejnar Hertzsprung y el norteamericano


Henry Norris Russel, clasificaron los espectros de las estrellas
en un diagrama, representando en el eje vertical la luminosidad
absoluta y en el horizontal la temperatura de la superficie (fig.
9-3). Este diagrama recibe en la actualidad el nombre de Her-
tzsprung-Russell (DHR). Sorprendentemente, en un diagrama
de este tipo las estrellas de un grupo se ordenan en ramas y no

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

están distribuidas de un modo arbitrario. En seguida se pensó


que toda estrella tiene una historia y sigue una evolución cuyo
transcurso depende de su masa.
Por lo que parece, el DHR representa el «status» de la Vía
Láctea en la actualidad. Una estrella, por decirlo de un modo
sencillo, permanece en un punto de la serie principal de
acuerdo con su masa. Al final de la combustión del hidrógeno
se inicia la del helio; entonces la estrella comienza a separarse
lentamente de la serie principal y «se mueve» hacia la rama de
las gigantes. Con el inicio del proceso a alcanza el estado de
gigante roja, en el que también tiene lugar el proceso s.
Llegados a este punto conviene recordar lo que conocemos
sobre el Sistema Solar. Para poder describir su origen debemos
tomar en consideración las características del material del que
tenemos motivos para pensar que se trata de material original,
invariado, condensado a partir de la nube de gas presolar. Sa-
bemos con seguridad que es un material condrítico que pode-
mos encontrar, por ejemplo, en los meteoritos; las dataciones
realizadas (v. apéndice 7) han dado como resultado una edad
de 4.600 millones de años. La composición química de este
material es unitaria y corresponde a la representada en la figura
9-2.
Por lo que respecta a la composición de isótopos, permite
sacar nuevas consecuencias. Hasta hace pocos años los estu-
dios de la composición de isótopos hacían posible la formula-
ción de dos importantes conclusiones: 1. El Sistema Solar es
homogéneo en lo que a la composición de isótopos se refiere.
2. Utilizando diversos núcleos radiactivos se pueden determi-
nar procesos temporales. Empleando nucleídos de larga vida
con períodos de semidesintegración de más de mil millones de
años se obtiene el resultado de que en la Vía Láctea existían,
más de 7.000 millones de años antes del origen del Sistema
Solar, estrellas que producían elementos pesados. Llama la
atención la homogeneidad de la composición de isótopos de
diferentes elementos en muy diversas pruebas (Tierra, Luna,
meteoritos). Así, por ejemplo, sea cual sea el lugar donde se
realice la medición, el bario 135 guarda una proporción de me-
nos del 0,01% con respecto al bario 136 (la exactitud de las

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

mediciones es, hoy en día, muy elevada). Pero el bario 135 se


forma en un proceso r y el 136 en un proceso s. Así pues, lo
más probable es que ambos se hayan originado en lugares muy
diferentes. Por consiguiente, estos elementos han tenido que
ser muy bien mezclados. En el caso del neón y el xenón se han
detectado ciertas desviaciones, pese a lo cual no se les ha con-
cedido gran importancia debido a su escasa frecuencia.
A partir de 1973 se han multiplicado los descubrimientos,
que han llevado, finalmente, a una revisión de los conceptos.
Primero se detectaron anomalías isotópicas en el oxígeno, uno
de los elementos más frecuentes. Así, se descubrió que el oxí-
geno no está distribuido de un modo homogéneo en el Sistema
Solar. También se apreciaron anomalías en el magnesio que
señalaban al (entre tanto desintegrado) isótopo 26 del aluminio
(período de semidesintegración de 730.000 años). Su existen-
cia significa que tuvo que haber una nucleosíntesis en un espa-
cio de tiempo de 3 millones de años durante la fase de forma-
ción del Sistema Solar. El descubrimiento del isótopo de la
plata con masa 107, producto de la desintegración del paladio,
apunta en la misma dirección. Por último, se verificó la presen-
cia de una clase de cuerpos en los que aparecían anomalías en
casi todos los constituyentes. Todos estos nuevos conocimien-
tos fueron posibles gracias al meteorito «Allende».
Este condrito con contenido en carbono, de 2 toneladas de
peso, cayó el 8 de febrero de 1969 en las proximidades de
Chihuahua, en Pueblito de Allende, México. Su hallazgo tuvo
lugar en un momento muy oportuno: en aquellos días se prepa-
raban los alunizajes de la misión Apolo. Muchos laboratorios
se habían equipado en todo el mundo con los aparatos más mo-
dernos para realizar análisis petrográficos (en la actualidad tra-
bajan en tales análisis 150 laboratorios). Pocos días después del
impacto del meteorito ya habían llegado los científicos, que
consiguieron rescatar varios cientos de kilos de material, impi-
diendo con ello que se realizara un tratamiento inadecuado o se
ejerciera una influencia química. Cuando se analizó el material
comenzaron las sorpresas. Se cortaron discos de los fragmentos
más grandes, lo que permitió ver por primera vez grandes su-

― 205 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

perficies condríticas, que resultaron ser una mezcla heterogé-


nea de inclusiones de todo tipo, lo que es característico de todos
los condritos, desde óxidos hasta silicatos.
Se encontraron indicios de que el meteorito se tenía que ha-
ber formado en un campo magnético de unos 80 amperios/m.
Pero algunos cóndrulos (v. cap. 7) tienen que haberse consti-
tuido en un campo magnético diez veces más intenso. Dado
que durante el calentamiento se pierde información magnética,
el meteorito no ha podido ser calentado después con más
fuerza.
La existencia de oligoelementos en la composición de las
inclusiones grandes lleva a la conclusión de que el meteorito se
ha formado en el curso de un proceso de fraccionamiento de
una fase de gas, lo que ha durado unos 8 millones de años. En
1973^8. N. Clayton y sus colaboradores descubrieron en todas
las inclusiones del meteorito Allende anomalías en la propor-
ción de los isótopos del oxígeno con masa 17 y 18: Allende
tiene un componente muy rico en 16O que no es «normal», esto
es, que posiblemente tenga otro origen. Además, se ha encon-
trado en Allende material de más de 5.000 millones de años de
edad. Por consiguiente, el meteorito ha tenido que formarse
fuera del Sistema Solar.
De todo ello podemos sacar la importante conclusión de
que durante la formación del Sistema Solar tuvo lugar en las
proximidades de la nube protosolar un proceso de nucleosínte-
sis (p. ej., la explosión de una supernova). Como es natural.
Allende no es el único ejemplo Cuando se supo lo que había
que buscar se encontraron otros muchos. Este proceso hipoté-
tico tiene que haber formado sobre todo elementos ligeros (A
< 30). Si esto fuera así realmente, tendríamos dos tipos de ma-
terial en el Sistema Solar: el existente originariamente, que pro-
cedía de numerosas explosiones de estrellas y estaba muy mez-
clado, y un segundo componente que no se pudo mezclar con
el material presente con anterioridad.
Por otro lado, a partir del plutonio 244 (período de semide-
sintegración de 80 millones de años) y del yodo 129 (período
de semidesintegración de 16 millones de años), de resultas de
la medición del producto de desintegración xenón se deduce

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que el proceso de condensación pudo comenzar 100 millones


de años después de la aparición de la fuente que añadió mate-
rial al Sistema Solar antes del comienzo de la condensación. La
existencia de aluminio 26, de corta vida, conduce a un período
de tiempo no superior a 3 millones de años. Esta contradicción
sólo se puede resolver si se acepta que se produjeron dos acon-
tecimientos independientes entre sí. Tal circunstancia índica
que durante la formación de los planetas existieron materiales
diferentes. Así pues, es posible que el Sol y los planetas tengan
una composición distinta. A pesar de que no se ha dado una
respuesta definitiva a esta cuestión, en la actualidad se puede
aceptar como modelo del origen del Sistema Solar la hipótesis
de que la onda de choque de una supernova inició la condensa-
ción, explotando una segunda supernova en el sistema de con-
densación.
La presión de radiación de las estrellas de alrededor pudo
determinar una condensación de la nebulosa presolar, que en
un principio se hizo elíptica, pero que luego, bajo la influencia
de una creciente velocidad de rotación, adquirió forma de disco
y en algún momento alcanzó una densidad que hizo posible el
colapso gravitacional. Estos procesos se han simulado ya en el
ordenador y se ha descubierto que se obtiene un sistema de es-
trellas dobles cuando no se elimina e impulso, pero que a partir
de un disco surge una estrella central si se permite que el im-
pulso de giro se retire hacia el exterior a través, por ejemplo,
del proceso electrodinámico de Alfvén. A medida que avanza
la condensación el material se calienta, emite radiación y se
ioniza. Por tanto, en la última parte del colapso tuvo que influir
de un modo decisivo el plasma. La condensación, y por tanto
el calentamiento, se aceleraron cada vez más en la nube de gas,
al igual que la piedra que rueda por una montaña hacia el valle
adquiere una velocidad cada vez mayor hasta que llega al valle
y se detiene.
Así pues, la condensación de nuestra nube de gas continúa
—en adelante hablaremos de «colapso gravitacional»—. La
temperatura aumenta en el interior de la nube de gas y alcanza
valores próximos a los 100.000 grados, con lo que cada vez es
mayor el número de átomos que pierden de pronto electrones

― 207 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de su capa exterior —decimos que el gas está ionizado—, y las


fuerzas eléctricas comienzan a oponerse a las gravitatorias.
Pero las primeras todavía no son lo suficientemente intensas y
predomina la fuerza de gravitación. La temperatura sigue as-
cendiendo y cuando en el interior ha alcanzado valores en tomo
a 15 millones de grados, comienzan las reacciones nucleares,
pues, con esta temperatura, los núcleos de hidrógeno que están
chocando entre sí se unen en núcleos de deuterio y, al final de
una cadena de reacciones, forman núcleos de helio. En estos
procesos se libera una gran cantidad de energía: la temperatura
puede seguir aumentando y la presión del gas también; la
fuerza de gravitación queda superada. Se produce un equilibrio
entre la fuerza de gravitación dirigida hacia dentro, la fuerza
neta de la presión del gas dirigida hacia fuera, la fuerza centrí-
fuga y la presión de radiación. Cada fotón tiene una determi-
nada energía, y con ello una masa equivalente. Comparándolo
con las partículas, participará como un átomo ejerciendo una
presión, con una componente dirigida hacia fuera (v. apéndice
2).
En estas circunstancias existe un equilibrio entre las fuerzas
centrífugas y centrípetas, con lo que cesa la contracción y, en
la medida en que es constante la producción de energía en el
interior de la estrella, se forma un astro de dimensiones cons-
tantes. Sabemos por diferentes fuentes —por ejemplo, estudios
sobre las rocas lunares— que la radiación solar no ha variado
en una parte importante de la vida del Sol. Por tanto, tenemos
motivos para suponer que nuestra estrella no ha cambiado tam-
poco desde que se inició la «combustión nuclear» (como se
dice en ocasiones haciendo referencia a las reacciones nuclea-
res).
Aunque está claro que los planetas se formaron cuando ya
existía el Sol, en la actualidad no se ha llegado todavía a un
acuerdo sobre los mecanismos implicados en este proceso.
El modelo de la condensación permite entender por qué el
Sistema Solar muestra una «simetría de disco». También pa-
rece evidente por qué las órbitas de todos los planetas están en
el mismo plano y por qué los planetas se mueven en la misma
dirección. Plutón es una excepción, pero podría tratarse de una

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

luna de Neptuno «descarriada» o de un asteroide que se ha sa-


lido de su órbita. Primero se debieron formar Júpiter y Saturno
a partir de helio e hidrógeno; luego surgirían Urano, Neptuno
y los cometas. Estos últimos nacieron en unas condiciones ex-
tremas, a tan sólo 100ºK. lejos del calor del Sol. Se supone que
están compuestos de hielo de agua, hielo de metano y hielo de
amoniaco y de partículas de polvo entremezcladas
En las proximidades del Sol, a temperaturas mucho más
elevadas, los elementos ligeros se vaporizaron de los núcleos
de condensación y fueron expulsados hacia el exterior por la
presión solar de radiación. Sólo quedaron varios elementos pe-
sados, lo que explicaría la diferente composición de Mercurio.
Venus, la Tierra y Marte. Esta significativa diferencia se refleja
en las densidades medias de los planetas (v. fig. 3-9), que son
más o menos iguales en Mercurio. Venus y la Tierra. La den-
sidad de Marte es algo menor, pero se aprecia claramente el
salto a los planetas exteriores, que muestran valores muy simi-
lares.
Si realizáramos una toma acelerada de, por ejemplo, la for-
mación de la Tierra, tendríamos la siguiente película: una vez
que el protosol se hubo contraído hasta tener el diámetro actual,
se formaron núcleos de materia en las órbitas de los planetas
actuales. En una de las órbitas, uno de ellos creció de pronto
por encima de los demás. Debido a su fuerza de gravitación
llegaron hasta él fragmentos rocosos de todos los tamaños a
velocidades bastante considerables. Esto determinó un fuerte
calentamiento de la superficie, y la Tierra se convirtió en se-
guida en un cuerpo de rocas fundidas. Al mismo tiempo, del
interior de nuestro planeta escaparon, a través de violentas
erupciones volcánicas, gases que formaron la primera atmós-
fera del planeta.
Nuestra atmósfera actual es muy diferente de aquella. La
vida influye mucho sobre su composición. Las atmósferas de
Marte y Venus, planetas «muertos», son más parecidas a la at-
mósfera primitiva de la Tierra. Las huellas de los primeros su-
cesos acontecidos en nuestro planeta han sido eliminadas en
gran medida de la superficie: el viento y las precipitaciones bo-
rraron hace tiempo las cicatrices dejadas por los impactos y la

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

formación de montañas (tectónica) ha dado un nuevo aspecto a


la Tierra.
Es probable que una parte de la energía necesaria para la
fusión de la superficie terrestre recién solidificada se liberara
por desintegración radiactiva en el interior del planeta, al igual
que la contracción de la Tierra debida a la gravitación liberó
calor. Durante la fusión descendió material pesado hacia el in-
terior, con lo que el material ligero quedó en la superficie; de
este modo se formaron el núcleo, el manto y la corteza. Durante
el enfriamiento se condensó el agua y rellenó las fosas y las
depresiones existentes entre los continentes. En algún mo-
mento, no mucho después de la solidificación de la superficie,
se formaron moléculas orgánicas que —quizá por casualidad—
de pronto tuvieron la capacidad de reproducirse. Así, o de un
modo parecido, es como nos imaginamos que se formó todo
nuestro entorno... y nosotros mismos.
Todos los cuerpos del Sistema Solar han seguido, en prin-
cipio, una misma evolución: tras la condensación, que tuvo lu-
gar a temperaturas bastante bajas, la energía gravitacional libe-
rada y la radiactividad del interior de estos cuernos determina-
ron un calentamiento. Esto modificó en gran medida las estruc-
turas originales, y especialmente las características químicas.
En el caso de los planetas terrestres se formaron núcleos ricos
en hierro, recubiertos por cortezas de silicatos y mantos de si-
licatos ferromagnésicos. Estos procesos han cesado en los pla-
netas más pequeños, en algunas lunas y en los asteroides, pero
se desarrollan todavía en la Tierra y probablemente también en
Venus y Marte. Han formado las estructuras de la superficie de
los planetas, pero también su estructura interna. La fusión y la
posterior solidificación determinaron una cristalización frac-
cionada (se dice que el material está «diferenciado») y, al
mismo tiempo, desplazamientos verticales. El volcanismo y la
tectónica tienen su origen en estos procesos: surgen tensiones
y se equilibran a través de los seísmos, los volcanes entran en
erupción, las cavidades interiores se desploman. La deriva de
los continentes es otra consecuencia de estos procesos.
Así pues, la forma de la superficie de los planetas es el re-
sultado de la actuación de fuerzas procedentes de su interior (p.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

ej., formación de montañas, volcanismo), de la acción de los


agentes atmosféricos (erosión) y de los impactos de los meteo-
ritos. Resulta interesante analizar la frecuencia de estos impac-
tos. Las sondas espaciales nos han proporcionado en los últi-
mos años fascinantes imágenes de la Luna y de los planetas
interiores. Estas fotografías nos han permitido conocer la va-
riación de las frecuencias de los cráteres meteóricos. Desde el
origen del Sistema Solar, el número de cráteres ha descendido
en todos los planetas de forma exponencial.
Nuestro conocimiento de todas estas relaciones ha estado
dificultado durante muchos años por el hecho de que en la Tie-
rra no existen indicios reveladores de los fenómenos acaecidos
durante los primeros cientos de millones de años del Sistema
Solar. En nuestro planeta apenas se encuentran rocas que ten-
gan más de 2.800 millones de años. Los minerales más anti-
guos que se han hallado (al oeste de Groenlandia) tienen unos
3.800 millones de años. ¿Por qué no hay en la Tierra rocas más
antiguas? Hasta la llegada del hombre a la Luna no se pudo dar
una respuesta a esta pregunta. En las zonas oscuras de mare se
encuentran abundantes rocas lunares que tienen entre 3.300 y
3.800 millones de años. En las regiones claras, más elevadas,
se hallan presentes rocas más antiguas, de entre 3.900 y 4.000
millones de años; la roca de mayor edad que se conoce tiene
4.200 millones de años. Los datos sobre la edad son datos «ra-
diógenos» y expresan el tiempo que ha transcurrido desde el
último depósito o calentamiento de rocas y minerales. Si tras
la primera condensación del material se hubiera producido un
posterior calentamiento con licuefacción, el «reloj radiactivo»
habría partido de nuevo de cero. Así pues, las rocas más anti-
guas indican el momento de la última solidificación del mate-
rial. Ello nos hace suponer que en los primeros 200-300 millo-
nes de años tras su formación la Luna estuvo relativamente
«blanda» antes de solidificarse. La Tierra no presenta ningún
indicio de sus primeros 800 millones de años: hasta entonces
fue tan sólo una bola de fuego.
En cambio, el material condrítico no ha podido ser «calen-
tado» tras su formación: no se encuentra yodo radiactivo (yodo
129), que se desintegra con un período de semidesintegración

― 211 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de 16,4 millones de años en xenón 129, un gas noble. A partir


de la cantidad de xenón se puede calcular la cantidad de yodo
que existía anteriormente, lo que permite saber el tiempo que
transcurrió hasta que el cuerpo analizado se aisló de su entorno
al solidificarse: 100 millones de años.
Así pues, los condritos constituyen un material terrestre
«antiguo» porque se solidificaron muy pronto. El material con-
drítico se encuentra con mucha frecuencia en los meteoritos.
Su contenido en gas, bastante inferior al descubierto en las ro-
cas lunares, es una consecuencia del bombardeo de rocas con
núcleos de hidrógeno y helio característico del viento solar. Por
consiguiente, los meteoritos se han mantenido desde su solidi-
ficación en distancias de pocas unidades astronómicas; esto se
representa también en la figura 7-3 y hace suponer que proce-
den fundamentalmente del cinturón de asteroides (2,6 UA).
El resto de los planetas interiores se formó, en principio, de
la misma manera que la Tierra. Como ya hemos mencionado,
es muy probable que primero se constituyeran «núcleos»: frag-
mentos de roca de algunos centímetros que llegaron al plano
de simetría del sistema, la eclíptica, y chocaron allí entre sí, con
lo que algunos se destruyeron y otros se unieron formando un
cuerpo de mayor tamaño. Luego todo sucedió como en el fa-
moso juego del «monopoly»: los cuerpos grandes crecieron
cada vez más deprisa. En la figura 9-4 se comparan los tamaños
de los planetas interiores y Júpiter.
La composición de isótopos de las rocas lunares más anti-
guas (halladas en las zonas de terra) indica también que estas
rocas llegaron de fuera durante un bombardeo intenso, que dio
forma a las zonas altas de la Luna, cubiertas de cráteres. La
lluvia de rocas cesó de pronto hace 3.900 millones de años. Las
zonas de mare son más recientes, por lo que en ellas se encuen-
tran menos huellas de tales impactos.
La Tierra también sufrió este bombardeo. Recordemos la
roca más antigua: cuando se solidificó la corteza terrestre había
pocos meteoritos, por lo que nuestro planeta apenas tiene crá-
teres. Mercurio y Marte se parecen a la Luna. Por ello es pro-
bablemente acertado suponer que todos los planetas terrestres
sufrieron esta lluvia de piedras, pero que la Tierra se solidificó

― 212 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

más tarde que los demás. Marte y Venus tenían volcanes como
la Tierra y en consecuencia su estructura interna debe ser simi-
lar. Tras la solidificación comenzó la salida de gases y de este
modo se formaron las atmósferas de los tres planetas.
La formación de la Luna todavía no ha sido explicada por
completo. La densidad media de nuestro satélite es similar a la
del manto superior de la Tierra (v. tablas 8-1 y 3-2). Sólo por
esto —y también por otros motivos— resulta hoy insostenible
la hipótesis de que la Luna ha sido «capturada» en un momento
dado, esto es, que se formó en algún otro lugar (si se hubiera
formado independientemente de la órbita terrestre tendría que
ser más rica en hierro).
Debido a la semejanza de su densidad con la del manto te-
rrestre, muchos científicos apoyan hoy la hipótesis de que la
Luna se separó de algún modo de la Tierra. Esta explicación se
basa en muy diversos hechos. El impulso de giro específico del
sistema Tierra-Luna, por ejemplo, se encuentra próximo a una
curva que parece ser el límite superior de este impulso de giro
(referido a la unidad de masa) de los cuerpos sólidos. El efecto
de marea ha transmitido sin duda energía de rotación de la Tie-
rra a la Luna. El impulso de giro de la Tierra y la Luna mantiene
una proporción de 2:1. Hace 4.500 millones de años la Tierra
y su satélite estaban más «cerca» que hoy. De hecho, la fre-
cuencia de los elementos en las rocas lunares, y sobre todo la
de elementos poco volátiles, es muy parecida a la que se regis-
tra en la corteza terrestre (así. p. ej., en lo que al contenido de
hierro se refiere, aproximadamente un 7%). Los isótopos del
oxígeno muestran casi la misma proporción en ambos materia-
les. Tras la separación de los dos sistemas (no existe un acuerdo
sobre cuál fue el mecanismo correspondiente) cada cuerpo tuvo
una evolución térmica diferente.

― 213 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 9-4. Comparación del tamaño de los planetas y sus estructuras inter-
nas. En la parte inferior se comparan la Tierra y Júpiter.

Existe la evidencia de que se han producido intensos calen-


tamientos en el Sistema Solar. Los meteoritos de hierro estaban
«derretidos» y se han ido enfriando lentamente. En todos los
planetas hay indicios de que las superficies se hallaban en es-
tado fluido. El calor puede proceder de la energía gravitacional
liberada en la contracción, o bien ser consecuencia del calenta-
miento radiactivo. También es posible que en el origen del ca-
lor estén corrientes inducidas por el campo magnético solar en
los planetas en rotación. En el caso del calentamiento de la
Luna se descarta prácticamente la energía gravitacional.
No hace mucho tiempo que tenemos información sobre la
edad de la Tierra. Antes del descubrimiento de la radiactividad

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

por Antoine Becquerel (1896) se calculaba que nuestro planeta


tenía algunos miles de años, basando por lo general los cálcu-
los, en argumentos bíblicos, el arzobispo Usher, por su parte,
situó la creación en el año 4004 a.C. Los geólogos comenzaron
a realizar dataciones relativas (tabla 9-1) cuando descubrieron
que ciertos fósiles aparecían sólo en determinadas formaciones
geológicas. Las dataciones con métodos radiactivos se inicia-
ron en 1907.
Tabla 9-1. Formaciones geológicas
Duración Comienzo
(millones de (hace millo- Fósiles
Era Periodo Formación años) nes de años) principales
Neozoico Cuaternario Aluvial 0,01
Diluvial 2,5 2,5 Ser humano
Terciario Plioceno 4,5 7
Mioceno 19 26
Oligoceno 12 38
Eoceno 16 54
Paleoceno 11 65
Mesozoico Cretácico Cretácico
inferior 71 136 Plantas con flores
y superior
Malm
Dogger 54 190 Aves
Lías
Triásico Keuper 225 Mamíferos
Muschelkalk 36 Dinosaurios
Buntsandstein
Paleozoico Pérmico Zechstein 55 280 Moluscos,
Rotliegendes cefalópodos, insectos.
peces, anfibios
Carbonífero Carbonífero
superior 65 345 Reptiles, anfibios.
Carbonífero licopodios,
inferior gimnospermas
Devónico Devónico
superior, 45 400 Anfibios, vertebrados
medio e terrestres
inferior
Silúrico Gotlandiense 35 430 Plantas y animales
terrestres, conchas
de quitina, invertebrados
Ordovícico 70 500 Invertebrados, graftolitos
Cámbrico Cámbrico
superior, 70 570 Vertebrados (peces),
medio e crustáceos, algas*
inferior
Precámbrico Algónquico Precámbrico 1.500 Pocas algas azules
Arcaico (superior)
Formación de Precámbrio 2.500 Estromatolitos
la corteza (inferior)
terrestre
4.600
* Protozoos y acalefos (se conocen más de 3.000 especies). El 50% de las
especies son trilobites.

― 215 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El primer indicio de vida en la Tierra se ha encontrado en


Australia, en una roca que se calcula tiene 3.400 millones de
años. Así pues, se puede partir de la base de que la vida surgió
casi inmediatamente después de la formación de la corteza te-
rrestre. La atmósfera de la Tierra tenía entonces una composi-
ción diferente: hidrógeno, metano, vapor de agua, amoniaco y
anhídrido carbónico. Había asimismo aerosol, esto es, un polvo
fino cuyo movimiento relativo en la atmósfera determinaba
procesos de carga y tenía como consecuencia descargas eléc-
tricas. Se sabe que también existen rayos en las atmósferas de
Venus y Júpiter. En estas condiciones se pueden formar ami-
noácidos, tal como se ha demostrado en el laboratorio. Desde
el punto de vista químico esta atmósfera era reductora, no oxi-
dante. El oxígeno llegó a ella como consecuencia de la evolu-
ción de la vida, que hace 3.000 millones de años debió tener un
desarrollo tan intenso que todavía hoy podemos obtener prue-
bas de ello. Los sistemas vivos se desarrollaron a partir de estas
primeras formas en una especie de evolución química cuyo re-
sultado fueron las moléculas capaces de dividirse. El oxígeno
se formó deprisa. En cualquier caso, existen pruebas de que en
los últimos 350 millones de años el contenido de oxígeno de la
atmósfera no ha descendido nunca por debajo del 6%.
Tres materiales forman la estructura del Sistema Solar: gas,
hielo y roca. El hidrógeno y los gases nobles prácticamente no
se condensan; el carbono, el oxígeno y el nitrógeno son los
principales elementos que dan lugar a la formación de hielo
(agua, metano y amoniaco). El resto de los elementos más fre-
cuentes (silicio, magnesio, hierro) forman las rocas. La princi-
pal diferencia entre los planetas exteriores y los terrestres ra-
dica en que los de mayor tamaño, esto es, los exteriores, con-
tienen al menos una gran parte de los gases volátiles que los
planetas interiores han perdido.
La presión en el interior de un planeta está determinada por
la relación entre masa y radio. Si la presión no es muy alta, la
materia se comporta como si estuviera sometida a presiones
«normales», y el radio es proporcional a la raíz cúbica de la
masa. Pero cuando la presión es tan alta que los átomos dege-
neran, cambian las condiciones. La masa y el radio de Júpiter

― 216 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

y Saturno sólo se pueden explicar si ambos planetas están com-


puestos fundamentalmente de hidrógeno. El caso de Urano y
Neptuno no se puede concebir tan fácilmente.
La masa de Júpiter y Saturno es tan grande que durante su
formación se produjo una especie de colapso gravitacional. En
cambio. Urano y Neptuno podrían ser el producto de una con-
densación más lenta. Probablemente surgieron en el plano
ecuatorial discos gaseosos, a partir de los cuales se condensa-
ron las lunas. En la figura 9-5 se recogen los conocimientos
actuales sobre la estructura interna de los planetas.
Estas diferencias podrían explicar por qué los grandes pla-
netas tienen tantas lunas, mientras que los planetas interiores
carecen de ellas. No hay que olvidar que es probable que la
Luna terrestre se formara debido a una situación muy especial,
y que las lunas de Marte parecen asteroides (también en rela-
ción con su «curva de luz»). La proximidad espacial de Marte
y Júpiter, unida a su potencial de gravitación, que ha sacado de
su órbita a varios asteroides, hacen que esta hipótesis resulte
muy plausible. Venus y Mercurio no poseen ninguna luna, he-
cho que parece lógico. Urano, en cambio, plantea algunas difi-
cultades: tiene en común con Venus la rotación retrógrada.
Pero mientras que Venus ha perdido su «spin» original debido
al efecto de marea, Urano no ha tenido en ningún momento un
«spin». Antes de que se formaran sus lunas debió colisionar
con un cuerpo (se ha calculado que basta que tuviera un 7% de
la masa de Urano) que inclinó 90° el eje de rotación. Sólo des-
pués pudieron formarse los satélites, que se mueven alrededor
de los planetas en el sentido de su rotación, con órbitas que
fueron desplazadas hacia el plano ecuatorial por el efecto de
marea, y quizá también por fenómenos electrodinámicos. En
cambio, la estructura interna de Urano y Neptuno es muy dis-
tinta: contiene menos hidrógeno que Júpiter y Saturno, pero
tampoco puede estar compuesta de una sola sustancia. Se su-
pone que tiene un núcleo de silicatos envuelto por una capa de
hidrógeno y otra de hielo de metano y amoniaco. Esta estruc-
tura hace posible una conductividad eléctrica suficientemente
alta y, con ello, la existencia de una dinamo y de un campo

― 217 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

magnético planetario. En esta hipótesis se basa también la mag-


netosfera de Urano, de la que hablaremos en el capítulo XIII.

Fig. 9-5. La estructura interna de los planetas. Se han igualado los radios
de todos ellos, de modo que se expresa la extensión relativa de las estruc-
turas internas, como núcleo, manto, etc.

Para poner fin a este capítulo vamos a hacer algunas consi-


deraciones sobre el futuro. Pienso que, a partir de lo aquí ex-
puesto está claro que el Sol se convertirá, en un día todavía
muy lejano, en una «enana blanca» de algunos kilómetros de
diámetro que se enfriará lentamente. Alrededor de esta enana
blanca sólo se moverán planetas iluminados por la luz de las
estrellas, con una temperatura que se igualará lentamente a la
de radiación del entorno (muy pocos grados por encima del

― 218 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cero absoluto). En tales condiciones no existirá ya vida. El «ho-


gar» de la humanidad no será habitable dentro de unos 10.000
millones de años (como mucho).
A continuación vamos a ocuparnos de nuevo de nuestro en-
torno, del interior (cap. X) y del exterior de los planetas.

― 219 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

X. CÓMO ES EL INTERIOR DE UN PLANETA Y CÓMO


SE CONOCE

Los seísmos se producen como consecuencia de derrumba-


mientos en el interior de la Tierra o de erupciones volcánicas,
pero lo más frecuente es que se deban al equilibrio de las ten-
siones en la corteza terrestre. Al igual que una piedra lanzada
al agua crea ondas en la superficie de ésta, un seísmo provoca
también unas ondulaciones en la Tierra que se expanden a par-
tir del foco sísmico. La propagación de estas ondas se puede
describir matemáticamente. En esta teoría hay varias magnitu-
des relacionadas con las características del cuerpo terrestre.
Las ondas se propagan con una velocidad determinada y la Tie-
rra se comporta como un medio elástico; a partir de la veloci-
dad de propagación de las ondas es posible conocer la com-
prensibilidad y la elasticidad del material. Se trata de magnitu-
des fenomenológicas que describen determinadas característi-
cas de aquél. La física contempla otras magnitudes fundamen-
tales. Los fenómenos macroscópicos se producen por la actua-
ción conjunta de muchos átomos como sucede, por ejemplo, en
la formación de cristales. De este modo, las magnitudes feno-
menológicas proporcionan información sobre la densidad del
material y sobre su composición química o su estratificación.
Una onda elástica (longitudinal o transversal) se puede pro-
pagar en una esfera bien a lo largo de la superficie, bien a través
del interior del cuerpo. La onda llegará a un lugar determinado
en un tiempo diferente según el camino que haya seguido. La
propagación por el interior del cuerpo sufre diversas influen-
cias: las ondas, al igual que ocurre en la luz, pueden romperse
o reflejarse al chocar contra una superficie de separación entre
dos medios. En este caso no se trata de ondas electromagnéti-
cas, sino de ondas elásticas, que pueden ser de tipo longitudinal
(como las ondas sonoras) o transversal (donde el sentido de la
oscilación es perpendicular al sentido de la propagación).

― 220 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Las ondas (longitudinales) se propagan también a través del


núcleo de la Tierra. Disponiendo de registros procedentes de
todo el mundo se puede reconstruir la propagación de estas on-
das en el interior de la Tierra. Al igual que los rayos luminosos,
se intensifican en determinadas zonas, mientras que en otras se
debilitan (zonas de sombra). Las ondas transversales sólo se
pueden propagar en medios sólidos, no en líquidos. Por lo ge-
neral, las ondas que se propagan a través del núcleo son las
primeras en llegar al observador situado a gran distancia del
foco. Por eso se les denomina ondas primarias, recibiendo las
que llegan con posterioridad el nombre de ondas secundarias.
Los «sismógrafos» permiten conocer estas ondas. Se trata de
aparatos muy sensibles que registran los movimientos del suelo
y están construidos de modo que se puede conocer el movi-
miento relativo del suelo en relación con su masa. Dado que en
las estaciones que, mirando desde el foco, se encuentran «de-
trás» del núcleo no se registran ondas transversales, se puede
pensar que a partir de 5.100 km de profundidad el núcleo de la
Tierra es fluido (fig. 4-5).
Para estudiar la corteza terrestre se utiliza, además de los
seísmos naturales, explosiones provocadas artificialmente. En
el caso de la explotación de yacimientos, por citar un ejemplo,
se recurre con mucha frecuencia a este procedimiento (sismo-
logía). La intensidad de la explosión desempeña un papel im-
portante cuando se analiza la estructura de las capas más pro-
fundas, pues todos los sismógrafos registran cierto «murmullo»
debido a los movimientos de su entorno. Por consiguiente, para
poder registrar una onda ésta debe tener una intensidad mí-
nima. A ello se debe que en la geofísica desempeñen un papel
especial las «explosiones» muy intensas, como la erupción de
volcán Krakatoa el 23-26 de agosto de 1883 o el impacto del
gigantesco meteorito siberiano el 30 de junio de 1908.
Las bases del método sísmico las sentó Emil Wiechert,
quien en el año 1898 ocupó, en Gotinga, la primera cátedra de
geofísica creada en una universidad alemana. Los estudios sis-
mológicos nos han permitido conocer las características de la
corteza y de las capas más profundas de la Tierra.

― 221 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 10-1. Esquema del relieve de la superficie terrestre. Junto a la estruc-


tura real de la superficie se ha representado el elipsoide de referencia geo-
métrico y el geoide determinado por las mediciones de la gravedad, que
desempeña un papel importante en la geofísica.

El campo de gravedad terrestre en el espacio exterior cons-


tituye otra fuente de información sobre la estructura del interior
de nuestro planeta. Informaciones sobre el campo de gravedad
se obtienen, por ejemplo, a partir de la observación del movi-
miento de los satélites lanzados por el hombre: la desviación
del movimiento respecto del caso ideal de una esfera de masa
homogénea determina notables modificaciones en la distribu-
ción de la masa y en la configuración de la Tierra. La superficie
no es una figura fácil de describir desde el punto de vista ma-
temático. Por ello se intenta sustituir la forma real (v. fig. 10-
1) por una que se aproxime a la realidad, el «geoide» 16 que es
una superficie cerrada equipotencial que pasa por el nivel me-
dio de los mares. Las variaciones locales de la gravedad —en
las proximidades, por ejemplo, de montañas o yacimientos mi-
nerales— sólo tienen un efecto significativo cerca de las masas
que provocan la anomalía. A mayor distancia estas desviacio-
nes desaparecen, teniendo efecto tan sólo la distribución global

16 El geoide está basado en las mediciones de la gravedad. Desde el punto de


vista geográfico, por ejemplo, resulta muy útil disponer de esta superficie de
referencia. Empíricamente se puede determinar por triangulación un poliedro
constituido por muchos elementos superficiales. Con la ayuda de los satélites
terrestres resulta posible en la actualidad la unión de las diferentes partes del
poliedro terrestre hasta unos pocos metros. Sin embargo, en ocasiones resulta
más cómodo utilizar un elipsoide de referencia. Internacionalmente es muy
empleado el elipsoide de revolución achatado, cuyos semiejes mayor y menor
miden 6.378,2 y 6.356,8 km, respectivamente.

― 222 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de las masas. Una masa menos pesada en su entorno «flota» en


el material que la rodea. Así, la masa rocosa de los Alpes se
hunde 50 km en las masas rocosas menos densas de su alrede-
dor.
Para conocer la distribución de las densidades en el interior
de la Tierra se parte de la distribución de la presión hidrostá-
tica.17 La densidad media de la Tierra, conocida a partir de me-
diciones astronómicas, es de 5,52 g/cm3. También se conoce el
momento de inercia en tomo al eje de rotación. Con estos datos
se calculan los cambios de densidad a medida que aumenta la
profundidad, obteniéndose valores de entre 3,3 y 5,9 g/cm 3
para el manto y entre 9,8 y 12,8 g/cm3 para el núcleo terrestre.
En cuanto a la presión en el interior de la Tierra, este cálculo
arroja un valor de 1.400 kbar en el límite entre manto y núcleo
y de 3.400 kbar en el centro de nuestro planeta. La temperatura
del interior de la Tierra aumenta en la corteza unos 30°C por
cada km de profundidad («gradiente geotérmico»), pero es pro-
bable que a mayor profundidad su valor ascienda más despacio
y alcance en el centro del planeta entre 3.000 y 6.000°C. Esta
temperatura se mantiene por la energía gravitacional liberada
como consecuencia de la continua contracción del cuerpo te-
rrestre, por la desintegración de sustancias radiactivas, o por
ambos motivos a la vez. Pero descenderá. Hoy se admite que
el 70% del calor de la Tierra procede de la desintegración ra-
diactiva
Las anomalías del campo de gravedad terrestre proporcio-
nan también nuevas informaciones sobre la estructura de la
corteza de nuestro planeta. Los conocimientos adquiridos a tra-
vés del estudio del campo de gravedad y los procedentes de la
investigación de los seísmos nos permiten tener una idea bas-
tante exacta de la estructura interna. A ello se unen, como ter-
cera fuente de información, las mediciones del campo magné-
tico. Nuestro planeta tiene un campo magnético dipolar que
presenta ciertas variaciones locales.

17Es la distribución de la presión en un fluido bajo la influencia única de la


gravedad.

― 223 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 10-2. El dipolo magnético de la Tierra está inclinado unos 11,5 grados
con respecto al eje de rotación terrestre. El polo magnético del norte es un
«polo sur» magnético (se trata de una convención, sin mayor importancia).

En la superficie del planeta y en su entorno más próximo


domina la parte dipolar del campo magnético (v. fig. 10-2). El
campo tiene en los polos una intensidad de 60 microteslas, con
30 microteslas en el ecuador (el «gauss», unidad antes habitual
en geofísica, ha sido sustituido hace poco por el «tesla»: 10.000
gauss equivalen a un tesla). El dipolo magnético muestra una
inclinación de 11 grados con respecto al eje de rotación de la
Tierra. En la superficie, las rocas que contienen material mag-
nético o magnetizable determinan la existencia de variaciones
locales del campo magnético general. Las comentes de las ca-
pas conductivas de la atmósfera terrestre también modifican el

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

campo magnético exterior, repercutiendo al mismo tiempo so-


bre el interior debido al efecto de inducción. También hay co-
rrientes en las capas conductoras del interior del planeta, así
como en la superficie (corrientes telúricas).
Estos cambios locales varían en el tiempo con períodos ca-
racterísticos de aproximadamente 1.000 años. Todos muestran
un desplazamiento hacia el oeste de 9,5 km/año. El campo te-
rrestre «se ha dado la vuelta» en períodos típicos de un millón
de años, pudiendo durar un milenio una reversión de esta natu-
raleza. Entre medias el campo ha mostrado aproximadamente
la intensidad que tiene hoy, y la Tierra hace ya 3.000 millones
de años que mantiene el mismo campo magnético. De mo-
mento no se puede demostrar que estas inversiones del campo
—durante las cuales fue sin duda más intensa la radiación cós-
mica incidente sobre el suelo terrestre (en el ecuador alcanzó
el valor que tiene hoy en la región polar)— estuvieran acom-
pañadas de variaciones biológicas (ésta es, en cualquier caso,
una cuestión muy debatida).
Si prescindiéramos de la atmósfera y del viento solar el
campo dipolar de la Tierra sería tal y como se representa en la
figura 10-2. Se aprecia que este campo tiene un eje alrededor
del cual el campo es simétrico. Curiosamente, en ninguno de
los planetas que poseen campo magnético coincide este eje con
el de rotación, mostrándose siempre inclinado con respecto a
él. El eje dipolar también está desplazado con respecto al cen-
tro de la Tierra (dipolo excéntrico) y no se halla fijo, sino que
se mueve. Esto se puede apreciar, por ejemplo, midiendo la in-
tensidad y el ángulo de inclinación del campo magnético local
en un determinado lugar y en intervalos de tiempo regulares.
De este modo se observa lo que los geofísicos denominan va-
riación secular del campo magnético terrestre, un fenómeno re-
gional que en un continente alcanza valores considerables. La
variación secular del campo magnético de otros continentes
puede ser muy diferente. Así pues, se trata de uno de esos fe-
nómenos no del todo explicados por el momento.
El campo magnético es un instrumento excelente para son-
dear las profundidades del cuerpo terrestre. La variación secu-
lar revela cambios producidos en las capas más profundas del

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

interior de la Tierra. La existencia de este campo está ligada sin


duda a la de un núcleo terrestre fluido. Por consiguiente, sus
variaciones pueden relacionarse con cambios producidos en las
profundidades de nuestro planeta. Volveremos sobre esta cues-
tión en el capítulo 11.
Pero también existen oscilaciones de la rotación terrestre
que nos pueden aportar datos sobre el interior de nuestro pla-
neta. La dirección del eje terrestre cambia en el espacio como
consecuencia de la fuerza de gravitación del Sol y la Luna (v.
fig. 2-2). La Tierra (todos los planetas) es como una peonza y
la física nos enseña que cuando se ejerce una fuerza sobre una
peonza el momento de giro que actúa en el eje de rotación
obliga a éste a desplazarse en sentido perpendicular. Así pues,
una fuerza que actúa constantemente desde el exterior obliga al
eje de la Tierra a moverse en una superficie cónica en tomo a
la posición normal. Este movimiento se denomina «precesión».
Dado que la Tierra presenta una distribución irregular de las
masas, la fuerza de gravitación varía también ligeramente, con
lo que el movimiento de precesión no dará como resultado una
superficie cónica lisa, sino más bien «rugosa». A partir de este
movimiento se puede conocer la proporción del momento de
inercia de la Tierra en torno a diversos ejes. Sería posible ela-
borar un modelo partiendo de la base de un cuerpo terrestre
homogéneo, esto es, un cuerpo terrestre cuyo material tuviera
la misma densidad en todas partes, estableciendo estratificacio-
nes, etc. De este modo los científicos se hallan en condiciones
de hacer afirmaciones globales sobre modelos que son seme-
jantes a la estructura real de la Tierra.
Pero ya que nuestro planeta no es un cuerpo rígido, como
se sabe por las observaciones sismológicas, no siempre corres-
ponderá a la imagen ideal de estos modelos. Por tanto, las me-
diciones geofísicas deben completarse con otras realizadas en
el laboratorio, pues en las grandes profundidades la materia
está sometida a una fuerte presión con elevadas temperaturas,
de modo que la química y la mineralogía se hallan condiciona-
das por regularidades diferentes a las que conocemos en zonas
más próximas a la superficie. En contraposición con la investi-
gación de la atmósfera y la magnetosfera, donde las mediciones

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

in situ permiten conocer directamente las características físi-


cas, en la actualidad casi carecemos de instrumentos para rea-
lizar mediciones en las profundidades del planeta.
El estudio de la Tierra se basa fundamentalmente en las in-
formaciones que proporcionan las mediciones sísmicas, las
mediciones del potencial de gravitación y sus anomalías, así
como las mediciones magnéticas y geoeléctricas. A ello se
unen los estudios de las oscilaciones propias del cuerpo terres-
tre, de las mareas y de la geotermia. El geofísico compara estas
informaciones con teorías físicas sobre la variación de la den-
sidad, la temperatura y la presión en el interior de la Tierra en
función de la distancia con respecto de su centro. A partir de
ahí es posible elaborar hipótesis y llegar a modelos sobre cuya
realidad se pueden hacer afirmaciones al comparar los datos
obtenidos en los estudios.
Sabemos que la rotación terrestre sufre un retardamiento
secular: el día se alarga 1 milisegundo por siglo. Esta circuns-
tancia se halla determinada fundamentalmente por el efecto de
marea. Conocemos, además, variaciones irregulares que pue-
den manifestarse en retardamientos o adelantos de hasta 30 seg
en el tránsito por un meridiano. Se deben a desplazamientos de
masa en el cuerpo terrestre; tanto en las capas profundas como
en la superficie (p. ej., la fusión del hielo en la Europa central
al final de la «edad del hielo» fue un proceso de este tipo). Pero
los efectos electrodinámicos también pueden actuar del mismo
modo: las tempestades magnéticas fuertes determinan a veces
que la duración del día varíe en varios milisegundos. El re-
ajuste del valor normal puede prolongarse durante varios me-
ses. También existen las variaciones periódicas ya menciona-
das. Entre ellas se cuentan un retardamiento anual en la prima-
vera y el verano septentrionales y una variación contraria en
otoño e invierno, provocada por las mareas, las corrientes ma-
rítimas, el viento y el desplazamiento de masas de aire. Por úl-
timo, tenemos el período de Chandler, cuya causa hay que bus-
carla en la elasticidad del cuerpo terrestre. Su manifestación
más conocida es el movimiento del eje dentro de un círculo de
10 m de radio. Todas las informaciones obtenidas con la ayuda

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de los métodos expuestos conducen al modelo de la estructura


de la Tierra representado en la figura 4-5.
La Tierra es el único planeta sobre el que disponemos de
información tan detallada. Pero desde el programa Apolo se
encuentran también sismógrafos en la Luna. Esto nos ha per-
mitido obtener algunos datos acerca del interior de nuestro sa-
télite. Así, a través de mediciones con rayos láser, realizadas
con la ayuda de reflectores, se conoce la distancia exacta entre
la Tierra y la Luna. Se han detectado anomalías gravitacionales
y magnéticas en esta última, y la trasposición de los conoci-
mientos obtenidos en la Tierra —considerando las característi-
cas lunares— también han hecho posible un conocimiento re-
lativamente detallado de la estructura del satélite. De este modo
han ido avanzando poco a poco nuestros conocimientos sobre
la estructura de los planetas.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

XI. EL MAGNETISMO DE LOS PLANETAS

Antiguamente se pensaba que el «magnetismo continuo de


los planetas» —según Christian Morgenstem— era más bien
un truco de la naturaleza. Los chinos descubrieron el campo
magnético en el primer milenio de nuestra era y el físico inglés
William Gilbert percibió su carácter espacial. Por último, Carl
Friedrich Gauss descubrió los métodos que permiten medir la
intensidad y la dirección del campo magnético, promoviendo
además un programa internacional de elaboración de mapas
magnéticos de la superficie terrestre. La provechosa caracterís-
tica de nuestro campo magnético en el sentido de desviar una
aguja imantada permitió desarrollar un sencillo método para
orientarse en la Tierra.
Antes de este siglo no se disponía de información segura
sobre los campos magnéticos de otras estrellas o planetas. Na-
turalmente, el campo magnético que mejor conocemos es el de
la Tierra. Muchas de las ideas que los geofísicos han desarro-
llado sobre el campo magnético terrestre en los últimos cin-
cuenta años se han aplicado con éxito a otros planetas, y tam-
bién al Sol. Con las sondas espaciales se ha estudiado el campo
magnético terrestre y su desarrollo exterior; del mismo modo,
también se han adquirido conocimientos sobre los campos
magnéticos de la Luna, de los planetas interiores, de Marte, de
Júpiter y de Saturno; pronto conoceremos también el de Urano.
Un campo magnético se puede definir como una «magnitud
vectorial»: el campo tiene en cada lugar un determinado valor
y una determinada dirección. Dos ángulos definen esta direc-
ción: la inclinación es el ángulo del vector del campo magné-
tico con el plano horizontal, en tanto que la declinación-es la
diferencia angular, medida en el plano del horizonte, entre el
norte geográfico y el norte-magnético. Para representar un
campo magnético se emplean mapas con líneas de igual inten-
sidad del campo o igual inclinación o declinación.

― 229 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El dipolo (fig. 10-2) de la Tierra se puede imaginar —para


describir el campo magnético terrestre en el espacio exterior—
suponiendo la existencia de una barra magnética en las proxi-
midades del centro del planeta (para 1955): se halla desplazado
436 km con respecto del centro de la Tierra en una dirección
que señala a un punto situado en la superficie terrestre a 15,7°
de latitud norte y 150,8° de longitud este e inclinado unos 11,4°
con respecto al eje de rotación; el polo sur señala en esa direc-
ción 79° de latitud norte y 70° de longitud oeste. 18 Este imán
debería tener un momento magnético19 M = 8,06×1025 Gauss
cm3 (8,06×1021 teslas cm3) y determinaría en la superficie te-
rrestre intensidades del campo de 30 microteslas en el ecuador
y de unos 60 microteslas, aproximadamente, en el polo.
En el campo magnético terrestre, al igual que en el gravita-
torio, existen anomalías. Éstas pueden estar causadas por de-
pósitos de material magnético (p. ej., yacimientos de mineral
de hierro en las proximidades de Kiruna, en el norte de Suecia).
El campo creado por estos depósitos sólo alcanza en muy pocos
casos las dimensiones del campo dipolar. La anomalía más in-
tensa se encuentra en Kursk, a 400 km al sur de Moscú. Una
anomalía regional es la denominada anomalía de Sudamérica,
donde el campo magnético superficial sólo alcanza 25 micro-
teslas. Estas alteraciones regionales son una consecuencia de
los sistemas de corrientes del núcleo exterior de la Tierra, y
tienen mayor extensión espacial que las anomalías locales.
También existen variaciones temporales del campo magné-
tico terrestre. Las variaciones de pocas horas de duración se
producen como consecuencia de las tempestades magnetosfé-
ricas parciales, sobre las que hablaremos más detalladamente

18En 1965 los polos se encontraban en las siguientes posiciones polo sur
100,75ºO-75,6ºN; polo norte 140ºE-66,5ºS.
19 Para caracterizar el campo magnético de un cuerpo se emplea el concepto de
«momento magnético» A partir de él se obtiene, por ejemplo, la intensidad del
campo magnético en la superficie de un planeta en el ecuador dividiéndolo por
la tercera potencia de la distancia del centro del planeta.

― 230 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

al describir la magnetosfera (cap. 13). Las tempestades magné-


ticas determinan variaciones de varios días de duración.
Los sistemas de corrientes de la ionosfera dan lugar a una
variación diurna del campo magnético en días que, de lo con-
trario, son «tranquilos». El Sol también es responsable de ello:
los cambios provocados a lo largo del día en la ionización de
la ionosfera por la llegada de rayos X y la luz ultravioleta sola-
res forman corrientes por un efecto de dinamo. El calenta-
miento y las mareas producidas por el Sol y la Luna ponen ma-
sas de aire en movimiento. Estas cargas eléctricas en movi-
miento en relación con el campo magnético corresponden a una
corriente eléctrica que, a su vez, ejerce también su influencia
(a través del campo magnético que la acompaña y de otros pro-
ducidos por corrientes inducidas). El sistema de corrientes que
determina esta variación diurna se encuentra entre 100 y 150
km de altitud; está fijo con respecto a la dirección Tierra-Sol y
la Tierra gira bajo él.
Las variaciones seculares (con períodos mucho más largos)
transcurren en el campo magnético terrestre más rápidamente
que en el potencial de gravitación o en la rotación de la Tierra.
El desplazamiento del eje dipolar unos 0,5 de latitud por año,
que corresponde a un período de rotación propia del campo di-
polar de ⁓600 años, es, posiblemente, una expresión de este
período. A partir de la orientación de las rocas magnetizables
en la corteza terrestre se sabe que la dirección del campo mag-
nético de la Tierra no sólo no ha sido siempre la misma, sino
que incluso se ha invertido en repetidas ocasiones.
El componente mineral más importante para el magnetismo
de las rocas es la magnetita (Fe3O4). La magnetización rema-
nente es principalmente una magnetización «congelada»:
cuando las rocas se enfrían en el campo magnético terrestre,
los cristales del material se ordenan según el campo magnético
dominante. Con temperaturas mucho más bajas se mantiene la
dirección de la magnetización, y ello incluso cuando varía pos-
teriormente el campo exterior. Esto puede haber ocurrido en la
solidificación de la corteza terrestre o de la lava tras las erup-
ciones volcánicas e incluso en las rocas sedimentarias. En tales
casos las partículas minerales se orientan en la dirección del

― 231 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

campo magnético exterior. Determinando la edad de estas ro-


cas (empleando, p. ej., el método de la desintegración radiac-
tiva) se puede conocer también el momento en que se ha inver-
tido el campo magnético terrestre.
En la actualidad se distinguen cuatro épocas, cada una, de
las cuales duró aproximadamente un millón de años y en cada
una de ellas probablemente se invirtiera el campo magnético
terrestre. La inversión afectó no sólo a la parte dipolar del
campo magnético, sino también a la no dipolar. Estas épocas
estuvieron separadas por períodos de tiempo más cortos en los
que el campo sufrió variaciones breves antes de permanecer de
nuevo en una posición de casi total estabilidad durante más
tiempo. Pero existen también indicios de variaciones del
campo con escalas temporales de ⁓100 millones de años. A
partir del estudio de las direcciones del campo magnético «con-
geladas» en las rocas de diversos continentes se pueden obtener
indicios sobre las desviaciones continentales que, conocidas a
través de mediciones magnéticas, fueron considerables en el
hemisferio sur.
En el caso de la Luna se ha pensado también en un enfria-
miento en el campo magnético exterior para explicar la ausen-
cia de un campo magnético propio y, al mismo tiempo, la fuerte
magnetización local en el enigmático mascon. Pero dado que
el campo magnético terrestre no era mucho más intenso que
hoy y que tampoco existen indicios de la existencia de un
campo magnético solar extremadamente intenso, tenemos que
descartar esta posibilidad.
¿Cómo se explica el origen del campo magnético terrestre?
«La Tierra como imán permanente»: esta explicación, la más
sencilla, queda descartada, pues a tan sólo 50 km de profundi-
dad la temperatura del material es ya superior al denominado
«punto de Curie» (temperatura por encima de la cual todos los
materiales ferromagnéticos —también el hierro— pierden sus
características magnéticas). Así pues, el campo magnético
tiene que estar producido por corrientes eléctricas. Una co-
rriente eléctrica que fluye por un alambré crea un campo mag-
nético que rodea a éste de forma circular. Si existieran muchos
alambres juntos, todos ellos recorridos por una corriente en la

― 232 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

misma dirección, se compensarían los campos magnéticos;


bien es verdad que por encima y por debajo de la capa de alam-
bres («capa de corriente») se forman campos magnéticos «ho-
mogéneos» de dirección opuesta. Si el material conductor se
mueve en relación con un campo magnético, comienza a fluir
corriente (es «inducida»), que a su vez crea un nuevo campo
magnético opuesto al primario. Este sistema está organizado de
modo que, una vez en movimiento, se pararía por sí solo si no
existiera una fuerza motriz que mantuviera ese estado.
La única fuerza capaz de producir este efecto estabilizador
en el campo magnético terrestre es la rotación de la Tierra. Fi-
jémonos por un momento en la rotación terrestre: el momento
de inercia (principal) de la Tierra es de 8,118×1044 g cm3; para
la energía acumulada en la rotación se obtiene con ello un valor
de 2,2×1036 ergios o 6,1×1022 kWh, El mismo valor se presenta
en el impulso de giro de la Tierra La física nos enseña que el
impulso de giro de los sistemas cerrados (la Tierra es, en este
sentido, un sistema cerrado) tiene un carácter constante (el pa-
tinador sobre hielo que, al realizar una pirueta, hace más lento
su giro al extender los brazos, esto es, al aumentar su momento
de inercia, actúa según este principio). Sin embargo, el impulso
de giro puede ser modificado por una fuerza externa (p. ej., la
fuerza de gravitación del Sol) o por el impacto de un meteorito.
Con todo, para determinar una variación apreciable de la situa-
ción del eje de rotación tiene que tratarse de un cuerpo muy
grande (de muchos kilómetros de diámetro).
El núcleo terrestre fluido tiene una conductividad eléctrica
específica muy elevada (2×105 siemens/m). Una corriente que
fluya por un conductor de este tipo disminuirá con un período
de semidesintegración de aproximadamente 30.000 años: en el
material en cuestión la energía eléctrica se transforma en calor
como consecuencia de su resistencia. En el límite exterior del
núcleo, el campo magnético tiene una intensidad de 0,5 micro-
teslas; en el núcleo posiblemente sea superior. Según estima-
ciones recientemente realizadas se calcula que en el interior de
la Tierra la energía magnética es de 4×1021 julios. Con el pe-
ríodo de semidesintegración de 30.000 años (~1012 s) antes
mencionado tiene que producirse continuamente nueva energía

― 233 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

magnética, y ha de hacerse a un ritmo de 4×109 julios/s, lo que


equivale a un rendimiento de 4 millones de kilovatios Así pues,
en el interior de la Tierra se utiliza continuamente el rendi-
miento de una gran central eléctrica para producir la energía
con que se mantiene el campo magnético. Por otro lado, en la
corteza terrestre el flujo térmico presenta un valor de 50
mW/m2. Esto equivale a una pérdida de energía térmica de 1013
julios/s. De ello se deduce que en la actualidad sólo se emplea
para producir energía magnética una pequeña parte de las pér-
didas térmicas que experimenta la Tierra. Las corrientes del
núcleo pueden estar impulsadas por convección térmica al
tiempo que la fuerza de Coriolis —determinada por la rotación
de la Tierra (v. apéndice 6)— limita las fuerzas hidrodinámicas
(y con ello la intensidad del campo magnético).
El eje de rotación de nuestro planeta no es totalmente per-
pendicular a la eclíptica. Sobre la Tierra achatada influyen tam-
bién las fuerzas de gravitación del Sol y de la Luna, lo que de-
termina el ya mencionado movimiento de precesión del eje te-
rrestre. La Tierra se deforma continuamente debido a su elasti-
cidad. Las variaciones del momento de inercia provocan inevi-
tablemente, como en el patinador sobre hielo, pequeñas oscila-
ciones del período de rotación.
Estas desviaciones con respecto a la simetría y la regulari-
dad son importantes condiciones para el mantenimiento del
campo magnético terrestre. Por otro lado, esta circunstancia
hace que la rotación de la Tierra no resulte especialmente indi-
cada para medir el tiempo.
El núcleo terrestre se comporta mecánicamente como un
fluido, y en él la convección es una causa necesaria para los
movimientos de masas, sobre los cuales la rotación terrestre
influye a través de la fuerza de Coriolis. Pero la convención
térmica del material del núcleo puede tener efectos inductivos.
En un conocido teorema, T. G. Cowling, físico norteameri-
cano, demostró en 1934 que los campos magnéticos con sime-
tría axial no pueden ser inducidos por un movimiento con esta
simetría por parte de los fluidos conductores de la electricidad.
En consecuencia hay que suponer que en el núcleo existe un
intenso campo acimutal organizado por la fuerza de Coriolis

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

—ésta influye sobre las corrientes de convección— y que no


puede existir fuera del núcleo conductor. El físico norteameri-
cano W. M. Elsasser demostró en 1946 que la energía magné-
tica está efectivamente relacionada con este campo acimutal,
lo que, debido a la rotación irregular del planeta, unida a una
convección irregular, forma el campo dipolar, que domina en
el exterior debido a su lenta disminución. Este proceso hidro-
dinámico cuenta con una buena base teórica y desempeña un
papel importante como proceso parcial en modelos de estrellas,
galaxias, etc. (también es verdad que algunos «detalles» preci-
san una explicación).
Hasta ahora sólo hemos hablado de que se precisa un nú-
cleo fluido, conductor de la electricidad, así como un planeta
en rotación.
A continuación vamos a ver cómo los períodos de extinción
de los campos magnéticos de todos los planetas son más cortos
que la edad de estos planetas. La consecuencia es que el campo
magnético no puede haber llegado del exterior y no puede ser
un campo magnético «primordial» (existente, por tanto, en el
entorno) capturado durante un colapso gravitacional. Como he-
mos visto, el campo tiene que producirse continuamente y sus
pérdidas deben ser equilibradas sin cesar. Los núcleos de otros
planetas no pueden estar permanentemente magnetizados, pues
las temperaturas superan el punto de Curie.
¿Qué ocurre en otros planetas?
Es evidente que en el campo magnético de un planeta
desempeñan un papel importante la rotación y la conductividad
eléctrica del núcleo y, por consiguiente, también su composi-
ción química. Esto nos hace pensar que los planetas interiores
(o terrestres, esto es, similares a la Tierra) presentan caracterís-
ticas comparables. Hoy se parte de la consideración de que to-
dos los planetas terrestres tienen núcleo.
Estos núcleos deben ser ricos en hierro y contener níquel y
algunos elementos ligeros. Pese a todo, la incertidumbre en re-
lación con la composición química del núcleo constituye uno
de los motivos por los que resulta difícil perfeccionar los mo-
delos. El núcleo de Júpiter podría ser hidrógeno metálico, que
llena entre 0,71 y 0,75 radios de Júpiter del volumen total del

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

planeta y cuya conductividad eléctrica podría situarse en 2×105


siemens/m. Su radio de 7×104 km y su momento magnético de
1,55×1026 teslas/cm3 dan como resultado un campo superficial
de 0,3-0,4 militeslas en el ecuador. El eje dipolar muestra una
inclinación de unos 10° con respecto al eje de rotación. La
constante del tiempo de disipación del núcleo podría ser supe-
rior a la de la Tierra. Si, aplicando valores análogos a los te-
rrestres, establecemos una intensidad del campo magnético de
0,05 teslas en el borde del núcleo, obtenemos una energía mag-
nética global del planeta de 2×1026 julios. Comparada con el
calor disipado hacia fuera de 6,4×1017 julios/s, la energía nece-
saria para mantener el campo magnético sería bastante menor.
Curiosamente, la radiación térmica de Júpiter es superior a la
energía recibida del Sol.
El campo magnético de Júpiter tiene considerables compo-
nentes no dipolares, como han demostrado las mediciones rea-
lizadas por las sondas espaciales estadounidenses Pioneer 10
(4.12.1973) y 11 (3.12.1974) y Voyager 1 (5.3.1979) y 2
(9.7.1979). Es posible que esta circunstancia se halle relacio-
nada con la localización del núcleo a escasa profundidad por
debajo de la superficie del planeta.
Dado que Saturno es, al igual que Júpiter, una radiofuente
muy intensa, podemos hacer una estimación de su campo mag-
nético. Sin embargo, las mediciones realizadas por la sonda
Pioneer 11 el 1 de septiembre de 1979 dieron como resultado
un valor algo inferior, que un año después fue confirmado por
la sonda Voyager: el momento magnético es de 4.6×1024 tes-
las/cm3, y el campo superficial de 22 microteslas. Si compara-
mos esta situación con la de Júpiter, hay que fijar para el núcleo
un valor del 54% del núcleo de este último, lo que corresponde
a un radio del núcleo de ~28.000 km. El campo magnético de
Saturno es más parecido a un dipolo que el de Júpiter (lo que
no resulta sorprendente tras lo antes dicho: los componentes no
dipolares han desaparecido en seguida de un núcleo poco pro-
fundo). La mayor sorpresa fue, sin embargo, comprobar que el
eje magnético apenas está inclinado con respecto al eje de ro-
tación (0,7 ±0,35 grados). El centro magnético tiene que estar

― 236 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

desplazado 0,02 radios de Saturno con respecto al centro de la


masa.
Urano y Neptuno poseen campos magnéticos, cuyos mo-
mentos se determinaron durante el paso de las sondas Voyager
(1986 y 1989) y cuyos valores son de 3,86×1023 y 2,02×1023
teslas/cm3. En ambos planetas sorprendió el gran ángulo entre
el eje magnético y el eje de rotación (60° o 47°), así como el
gran desplazamiento de los dipolos magnéticos equivalentes
respecto del centro del planeta. Respectivamente varía el
campo en la superficie de ambos planetas (p. ej., en la superfi-
cie de presión constante de 1 bar) entre los valores de 0,2 y 12
militeslas.
Desde la misión de las sondas soviéticas Fobos alrededor
de Marte, en la primavera de 1989, se cree que el planeta posee
un campo magnético propio. Al campo interno está super-
puesto un campo inducido de intensidad comparable. La topo-
logía del campo magnético de Marte es por ello realmente com-
pleja. El momento magnético interno se estima en aproxima-
damente 8×1018 teslas/cm3.
La densidad media de Marte supone el 72% de la de la Tie-
rra (5,52 g por cm3) y su período de rotación es casi igual al
terrestre. Todo ello nos lleva a la conclusión de que Marte tiene
un pequeño núcleo fluido (aun cuando no se puede descartar la
posibilidad de que exista un núcleo sólido). Si Marte poseyera
un campo magnético propio, debería tener un núcleo fluido,
pues de lo contrario no se podría crear campo alguno. Sin em-
bargo, el tiempo de disipación sería menor que el del campo
terrestre y alcanzaría un valor de aproximadamente 3.000 años
(1011 s). A partir del campo superficial se deduce el valor de 1
gauss en el límite del núcleo; de la teoría se infiere, con el in-
tenso campo acimutal en el núcleo, una energía magnética glo-
bal de 2×1016 julios. Esto aboca en un índice de disipación de
unos 105 julios/s, lo que equivale a un rendimiento de varios
cientos de kW. Por ello, se puede suponer que la energía nece-
saria para mantener el campo magnético es pequeña para los
recursos térmicos del planeta Marte. De cualquier modo, es po-
sible que la ausencia de un campo dipolar intenso en Marte y

― 237 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Venus haya que atribuirla a que su resistencia mecánica es ma-


yor, por lo que la rotación es más regular, con lo que resulta
más reducida la creación de un dipolo en un proceso dinámico.
Las mediciones del campo magnético realizadas durante los
pasos por Venus (Mariner 2 en diciembre de 1962, Mariner 5
el 19 de octubre de 1967, Venus 4, Venera 9 y 10 el 22 y el 25
de octubre de 1975) y por el Pioneer Venus Orbiter (a partir del
4 de diciembre de 1978) establecen para el campo en la super-
ficie del planeta un límite superior de 1.000 nT, por lo que el
momento magnético debe ser inferior a 1018 teslas/cm3. Si Ve-
nus tuviera la misma estructura que la Tierra, cabría esperar
que poseyera un campo considerablemente más grande. La ro-
tación más baja no explica por sí sola el hecho. Por ello, hay
que deducir que la convección del núcleo en el interior no es
suficiente para impulsar la dinamo, que la conductividad eléc-
trica del material es diferente (posiblemente también lo sea la
composición química) o que, como ya se ha dicho, la mayor
regularidad de la rotación «desacopla» menos campo dipolar.
Debido a su bajo índice de rotación, la Luna no puede tener
un campo magnético intenso. Pero como además es muy posi-
ble que no posea un núcleo fluido, ni siquiera cuenta con un
campo magnético, tal como lo han confirmado las investiga-
ciones. Así pues, la Luna parece estática: hoy está muerta y
nunca ha estado especialmente «viva». La magnetización de
las rocas lunares existe, probablemente, desde hace 4.000 mi-
llones de años y no procede de una dinamo antes activa.
Mercurio, en cambio, sí tiene campo magnético, como ha
demostrado la sonda espacial Mariner 10 (marzo 1974-marzo
1975). Su momento dipolar es de 3,3×1018 teslas/cm3, está des-
plazado 0,47 radios de Mercurio con respecto al centro y mues-
tra la misma orientación que el de la Tierra, estando también
inclinado con respecto al eje de rotación. Es de suponer que en
el ecuador existe, por tanto, un campo superficial de 0,3 micro-
teslas. A diferencia de nuestro planeta, cuya densidad media es
prácticamente igual a la de Mercurio, su radio más pequeño nos
hace deducir la existencia de un núcleo metálico relativamente
grande (⁓1.800 km de radio), para cuya conductividad se cal-

― 238 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cula el mismo valor que en la Tierra, con lo que se llega a tiem-


pos de extinción comparables (10.000 años). Su energía mag-
nética se ha estimado en 6×1021 ergios, con lo que se obtiene
una pérdida magnética de unos 3 kW.
Así pues, en los planetas sobre los que disponemos de in-
formación hemos visto que las constantes del tiempo de extin-
ción son claramente inferiores a la edad del astro correspon-
diente y que la energía de los campos magnéticos es inferior a
la energía acumulada en la rotación de los planetas, de la que
se alimentan.

― 239 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

XII. LAS ATMÓSFERAS DE LOS PLANETAS

La materia en estado gaseoso que rodea a un cuerpo celeste


recibe el nombre de atmósfera (En el caso del Sol se utiliza en
los últimos tiempos el término «atmósfera» para designar la
capa gaseosa situada por encima de la fotosfera, aunque ésta es
también gaseosa.) Las atmósferas pueden haberse formado de
diferentes modos: en primer lugar, durante la condensación del
planeta existe la posibilidad de que se haya «capturado» gas de
la nebulosa solar. En segundo lugar, es factible que durante la
condensación escapara poco a poco gas del interior del cuerpo
sólido. En tercer lugar, un planeta «desnudo» ha podido captu-
rar en un momento dado un cometa de tamaño considerable
que, al calentarse, se evaporizó y se transformó en la atmósfera.
En la actualidad no podemos descartar definitivamente nin-
guna de estas tres hipótesis, todas plausibles, si bien algunas en
mayor medida que otras (v. cap. IX).
La composición de la atmósfera determina notablemente su
estructura térmica (fig. 12-1) y su dinámica. La energía que se
transforma en la atmósfera procede de lo que el Sol envía al
planeta y de lo que éste cede a su atmósfera. A ello se une la
energía «derivada» de la energía de rotación del planeta (ma-
reas de la atmósfera) y lo que —directa o indirectamente—
añade el viento solar.
El estudio de las atmósferas de los planetas comienza con
la recogida de informaciones básicas: composición, presión y
variación de la temperatura con la altitud, sistemas de vientos.
El paso siguiente, más complejo, consiste en explicar la ciné-
tica química, el transporte del calor, la dinámica, la historia y
la evolución. Para resolver estas cuestiones es preciso emplear
un amplio espectro de métodos, con el fin de llegar a afirma-
ciones seguras. La atmósfera que mejor conocemos es, natural-
mente, la de la Tierra, si bien en los últimos años se han expli-

― 240 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

cado numerosos detalles en relación con Venus, Marte y Júpi-


ter (Mercurio y la Luna no poseen auténticas atmósferas), así
como en relación con los planetas Urano y Saturno (con la
ayuda de la sonda Pioneer 11 y las dos sondas Voyager). A
continuación vamos a ocuparnos con más detalle de la atmós-
fera terrestre, para estudiar al final brevemente las de otros pla-
netas.

Fig. 12-1. Izquierda, temperatura de la atmósfera La atmósfera se divide


en diferentes capas de acuerdo con la variación de la temperatura: tropos-
fera, estratosfera, mesosfera y termosfera. Para designar a las zonas en las
que la temperatura alcanza valores extremos se habla, en la terminología
geofísica, de tropopausa, estratopausa, turbopausa (o mesopausa). La zona
situada por encima de 500 km se denomina a menudo exosfera. Derecha:
densidad de electrones libres en la atmósfera; la estructura de la ionosfera.

El modelo más sencillo de una atmósfera se obtiene cuando


se supone la existencia de un equilibrio hidrostático (v. nota al
pie 17). Tal suposición no se ajusta a la realidad, pues una at-
mósfera está constituida por un complejo sistema de procesos
físicos y químicos en equilibrio dinámico. Estos procesos ad-
quieren una importancia diferente según la densidad (esto es.
según la altitud). La composición en las capas próximas al
suelo es la siguiente: 78% N2 (nitrógeno). 21% O2 (oxígeno),

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

apenas 1% de argón, así como vestigios de hidrógeno (H2),


neón (Ne), xenón (Xe), criptón (Kr) y helio (He). A estos com-
ponentes se unen un contenido en anhídrido carbónico (CO2)
que oscila en un 0,3% y un contenido en vapor de agua (H2O)
que varía entre un 0 y un 4% en el tiempo y el espacio.
La idea del equilibrio hidrostático nos lleva a una disminu-
ción exponencial de la densidad con la altura. Esta disminución
se describe con la ayuda de la escala de altitudes, que repre-
senta al mismo tiempo la relación entre la gravedad y la energía
térmica. De este modo se llega a una división de la atmósfera
en capas, dominando los gases pesados en las inferiores y los
ligeros en las superiores. Sin embargo, en la parte inferior la
turbulencia se encarga de mezclar de un modo regular la at-
mósfera, viéndose activada por la energía solar: la radiación
del Sol determina un calentamiento local del suelo, con lo que
se produce una convección. Las masas de aire que ascienden
no intercambian calor con su entorno, por lo que llegan calien-
tes a una zona fría.
El sistema —masa de aire ascendente y entorno— se vuelve
en un momento dado inestable y suele acabar en unos movi-
mientos irregulares (turbulencia). Esta mezcla turbulenta de la
atmósfera tiene su límite a unos 100 km de altitud (turbopausa,
fig. 12-1). Éstos y otros movimientos de la atmósfera son acti-
vados por numerosos procesos de transformación de la energía
(fig. 12-2). La energía primaria es aquélla que ha sido emitida
por el Sol; tiene 0,136 vatio/cm2 (constante solar) y oscila
±3,4% con carácter estacional debido a la excentricidad de la
órbita terrestre (perihelio: 2 de enero; afelio: 2 de julio). En la
actualidad se discute a menudo hasta qué punto es realmente
«constante» la constante solar, sugiriéndose que bien puede va-
riar con el tiempo (v. capítulo V). La energía existente en la
atmósfera de un hemisferio es, según estimaciones de A. H.
Oort, de 1,5×1017 kWh (!). En un ciclón se transforma una
energía de 5×1012 kWh; en un huracán, de 5×1011 kWh. El con-
sumo de energía mundial es de unos 1012 kWh por año (una
cifra alarmante) y la bomba de hidrógeno más potente que se
ha activado desarrolló una de 5×1016 kWh. En una buena me-
dida, la energía transformada por el hombre se convierte en

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

energía térmica, esto es, pasa fundamentalmente a la atmós-


fera.

Fig. 12-2. Balance de energía de la atmósfera: la energía solar en parle se


absorbe y en parte se dispersa. Por su parte, la radiación que llega a la
superficie terrestre se absorbe parcialmente o bien se refleja. Una porción
de la radiación reflejada también se absorbe. De este modo se constituye
un complejo sistema de equilibrio, cuyo balance se modifica por la varia-
ción de la radiación, por la variación de la composición o por la alteración
de la transparencia

La atmósfera se divide en diversas zonas de acuerdo con la


variación de la temperatura determinada por la altitud (fig. 12-
1). La región inferior se denomina troposfera y según aumenta
la altitud desciende la temperatura hasta llegar a la denominada
«tropopausa», en la que aquélla baja a ‒50°C. Luego vuelve a
aumentar en la estratosfera (mesosfera), hasta alcanzar +10°C
a unos 50 km de altitud. Este aumento de la temperatura se
debe, ante todo, a la absorción de la radiación solar ultravioleta
por el ozono, O3. A mayor altitud vuelve a descender de nuevo
la temperatura hasta la turbopausa (⁓100 km), para luego as-
cender otra vez como consecuencia de la absorción de la luz
solar de onda corta, sobre todo por el oxígeno en la termosfera

― 243 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

hasta alcanzar la temperatura de la «exosfera». A esta altitud el


«recorrido libre medio» de las moléculas (camino que recorren
hasta chocar con otras partículas) es de 100 km. Así pues, las
moléculas no tienen ya por encima más átomos o moléculas
que les impidan ver el espacio exterior. Esta altitud «crítica» se
sitúa en torno a los 400 km. Un átomo puede ser eventualmente
empujado desde abajo y si su velocidad es suficientemente ele-
vada, salir al espacio exterior. A esta velocidad, una molécula
de masa m tiene que salvar el campo de gravitación terrestre
(su energía cinética ha de superar la energía gravitacional: 1/2
mv2 > KmM/r, siendo K la constante gravitacional y M la masa
de la Tierra). En la superficie de nuestro planeta esta velocidad
es de 11,2 km/s, y a 400 km de altitud de «sólo» 10,8 km/s.
La absorción se produce fundamentalmente a través del va-
por de agua, el anhídrido carbónico, el oxígeno, el nitrógeno y
el ozono. Aquélla que se realiza por el suelo terrestre presenta
oscilaciones locales y temporales (verano/invierno). El 96% de
la energía de la luz solar tiene una longitud de onda entre 0,3 y
3 μm, de tal forma que el infrarrojo y los rayos X contribuyen
poco al flujo de energía. El albedo de la Tierra —la parte de la
radiación reflejada por el planeta— es, por término medio, del
30%; en el polo sur alcanza el 65%, en el polo norte el 50% y
en las altitudes bajas es más reducido. Sólo el 16% de la radia-
ción solar se absorbe y se dispersa directamente en la atmós-
fera. El resto llega a la superficie terrestre que, sin embargo,
refleja también una parte de la luz. La dispersión se produce en
los átomos y en las moléculas, pero también en las gotitas de
agua de las nubes o en los cristales de hielo y en el polvo. La
dispersión en las moléculas es inversamente proporcional a la
cuarta potencia de la longitud de onda de la radiación (ley de
Rayleigh). Por ello se difunde más el componente azul de la
luz, de onda corta, lo que hace que desde la Tierra veamos el
cielo siempre azul.
A altitudes superiores a 160 km, la parte ultravioleta de la
luz solar (longitudes de onda inferiores a 2.000 Å) «disocia» el
oxígeno, de tal manera que, la «molécula» de oxígeno O2 se
descompone en dos «átomos» de oxígeno, O. La energía libe-
rada de los productos de disociación contribuye al movimiento

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

térmico de los átomos (así se define allí la «temperatura»: mo-


vimiento desordenado, irregular, de átomos y moléculas con
velocidad «térmica»).
En la termosfera (fig. 12-1), la temperatura aumenta con la
altitud hasta que se alcanza un estado de equilibrio. La radia-
ción térmica de la molécula y del átomo de oxígeno dominante
es muy reducida, y también lo es la conductividad térmica del
gas; como no existen otros procesos para conseguir un equili-
brio térmico, la temperatura aumenta hasta que son efectivos
los procesos de pérdida, pues, por un lado, la radiación au-
menta con la temperatura y, por el otro, la conducción del calor
es más efectiva cuanto mayor resulta el gradiente de la tempe-
ratura con la altitud. En consecuencia, la temperatura alcanza
en la termosfera, a varios cientos de kilómetros de altitud, va-
lores en torno a 1.000°K.
Resulta extremadamente difícil tratar teóricamente las ca-
pas altas de la atmósfera, pues hay que resolver un complejo
sistema de ecuaciones: la del balance de energía, la del balance
del impulso y la del balance de las masas, para todos los cons-
tituyentes, los neutros y los ionizados. También interviene la
complicada química de las capas altas de la atmósfera, en la
que desempeñan un importante papel las reacciones que en el
suelo sólo podemos desarrollar en parte, como los pasos de ra-
diación «prohibidos» en los átomos estimulados o los choques
reactivos entre partículas con carga eléctrica y partículas neu-
tras.
Nos gustaría resolver estas ecuaciones, pero, dado que a
ello se suma la variabilidad temporal, lo máximo a lo que se
puede aspirar es a describir el estado de la atmósfera bajo de-
terminadas condiciones. Sin embargo, esta esperanza resulta
modesta, pues las primeras magnitudes —esto es, el flujo de
energía del Sol— sólo se pueden medir con costosos aparatos
desde los satélites terrestres. La radiación de radio del Sol de
10,7 cm de longitud de onda, utilizada en ocasiones como me-
dida para el flujo de energía, constituye, como se sabe hoy en
día, sólo una vaga aproximación.
Como hemos visto anteriormente, los gases pueden escapar
del campo de atracción de un planeta: los planetas son (o han

― 245 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

sido) fuentes del gas neutro que existe en el espacio interpla-


netario. El escape resulta posible cuando la molécula supera la
velocidad característica de su altitud (y se mueve en sentido
ascendente). Aunque no todas las moléculas tienen la misma
velocidad, ésta no presenta valores caprichosos. Dado que los
átomos y las moléculas chocan entre sí, los rápidos pierden ve-
locidad traspasándola a los lentos, de modo que las velocidades
se distribuyen en un determinado ámbito. Cuanto más alta es
la temperatura, más extenso es el ámbito. En física se define
este reparto de la velocidad mediante una «distribución de
Maxwell»» (recibe el nombre del gran físico inglés J. Clerk
Maxwell), en la que una función exponencial es el término más
importante (en el exponente para los gases atmosféricos se en-
cuentra la relación entre la energía gravitacional y la térmica).
De este modo se puede saber cuál va a ser el índice de pér-
dida de gases con una distribución dada de la densidad y la
temperatura. Esto nos permite demostrar que en espacios de
tiempo geológico (esto es, millones de años) con temperaturas
de 500°K, de las capas altas de la atmósfera sólo puede escapar
hidrógeno, mientras que el nitrógeno y el oxígeno sólo escapan
a 6.000°K. Con ello se obtienen las condiciones generales para
las temperaturas máximas que han podido reinar en las atmós-
feras de los planetas. La atmósfera terrestre se vaporizaría si la
temperatura de la superficie del Sol superara los 10.000°K. Por
otra parte, la temperatura de la superficie solar no ha debido
rebasar nunca el valor actual, pues en tal caso hoy no tendrían
atmósfera ni Venus, ni la Tierra, ni Marte. Con todo, tampoco
ha podido situarse muy por debajo del valor actual, ya que en-
tonces nuestra atmósfera tendría un mayor contenido de hidró-
geno. Así pues, estas condiciones nos proporcionan puntos de
referencia sobre el comportamiento de los planetas y del Sol en
tiempos pasados.
Existen moléculas, principalmente hidrógeno, que pasan de
las capas altas de la atmósfera al espacio exterior describiendo
órbitas balísticas, como los cohetes, y que posteriormente re-
gresan de nuevo a la Tierra. En estas órbitas, las partículas pue-
den alcanzar altitudes de 10.000 km. Ello nos lleva a la idea de
que la Tierra está envuelta por una importante capa de gas,

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

compuesta sobre todo de hidrógeno neutro —no en vano el


tiempo de permanencia de los átomos en esta capa es menor
que el tiempo medio necesario para que los átomos se ioni-
cen—. Esta capa recibe el nombre de geocorona. A 500 km de
altitud, la densidad de los átomos de hidrógeno en la geocorona
varía con la actividad solar, hasta en un factor dos, disminu-
yendo bruscamente con la altitud (de 100 a 1.000 km lo hace
en un factor 108). Debido a la estimulación de los átomos de
hidrógeno, éstos brillan en la luz de la línea alfa de la serie de
Lyman del espectro del hidrógeno. Este brillo es débil, pero se
observa perfectamente desde, por ejemplo, los satélites. La
Tierra con su atmósfera constituye para la luz solar un disco de
radio R. Todo cuerpo emite un espectro de radiación electro-
magnética cuyo reparto de la energía está determinado por su
temperatura. En el caso del planeta Tierra, la temperatura es,
por término medio, de 255° K. El máximo de radiación se halla,
por tanto, en el infrarrojo lejano. La longitud de onda con la
que se produce el máximo de la radiación se obtiene a través
de la «ley de Wien»:
λmáx × T = 0,289 (cm grado), debiéndose indicar T en la
escala absoluta (grados Kelvin). El máximo de la emisión de la
Tierra se encuentra de este modo para una longitud de onda de
11,3 μm, que corresponde al rango del infrarrojo. La radiación
es proporcional a la superficie de la esfera de radio R.
Mientras que en la superficie terrestre la energía de la ra-
diación absorbida es superior a la emitida en el campo del in-
frarrojo, en la atmósfera ocurre lo contrario. El exceso de ener-
gía en el suelo es evacuado a través de la evaporación del agua
y de la conducción del calor; el calor de la evaporación se libera
durante la formación de las nubes como calor de condensación
y, de este modo, es devuelto a la atmósfera.
Las mediciones realizadas con la ayuda de los satélites te-
rrestres en los últimos años nos han permitido conocer nume-
rosos detalles acerca de este complejo sistema de radiaciones
de la atmósfera. En las regiones próximas a los polos, por en-
cima de 35 grados de latitud, el sistema Tierra + atmósfera
emite en infrarrojo más energía de la que absorbe del Sol (fig.
12-3), mientras que en las zonas próximas al ecuador ocurre lo

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

contrario. Esto significa que debe existir un continuo transporte


de energía desde el ecuador a los polos; ésta sería la causa prin-
cipal del dinamismo de la atmósfera. Los océanos también par-
ticipan en este transporte de energía (corriente del Golfo). En
la atmósfera, el transporte sigue una dirección meridiana im-
pulsado por el gradiente térmico que existe entre el ecuador y
los polos. De cualquier modo, de todos es sabido que la activi-
dad humana ha determinado en los últimos veinte años altera-
ciones en el contenido de CO2 y ozono de la atmósfera. En el
capítulo V nos ocupamos ya del problema del CO2.

Fig. 12-3. La intensa absorción que tiene lugar en las latitudes bajas es
muy importante para el balance de la radicación atmosférica. Dado que en
las latitudes altas predomina la irradiación, existe un transporte de energía
de las latitudes bajas a las altas en forma de un importante sistema de co-
rriente meridional.

Ahora vamos a tratar lo que llamaremos el «problema del


ozono». El ozono (O3) se forma por la fotodisociación del oxí-
geno, es decir, por la disgregación de las moléculas de oxígeno
bajo la influencia de la luz con una longitud de onda inferior a
0,232 pm. La densidad del ozono alcanza un máximo a 25 km
de altitud: 1013 moléculas de ozono por cm3. Esta «pizca» de
ozono absorbe el 99% de la luz solar ultravioleta en longitudes
de onda inferiores a 0,32 μm. Una parte (25%) es degradada de
nuevo de forma natural por el N2O (óxido nitroso) producido
por las bacterias del suelo, que se oxida formando óxido nítrico

― 248 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

(NO) y actúa como catalizador. Así pues, existe un equilibrio


entre los procesos de producción y destrucción del ozono.
Al principio de la década de los setenta se empezaron a es-
cuchar las primeras voces de alarma referidas al hecho de que
los gases «inertes» (es decir, gases de poca reactividad química
y que. por tanto, no dan lugar a ningún efecto fisiológico sobre
el ser humano), cuyo uso se ha generalizado, entre otros, en los
pulverizadores («spray»), se difunden hacia las capas altas de
la atmósfera y que son capaces de destruir el ozono de la estra-
tosfera. Estos hidrocarburos halogenados son destruidos por
los rayos UV solares por encima de la tropopausa, de modo
que, p. ej., se genera cloro libre (halógeno). En la estratosfera
se destruye de este modo ozono debido a reacciones catalíticas
con los halógenos y el monóxido de nitrógeno. Los aviones a
reacción que cubren rutas que pasan por los polos transportan
además monóxido de nitrógeno y vapor de agua directamente
hasta la sensible estratosfera (la tropopausa desciende en las
latitudes altas hasta aproximadamente 6 km de altitud). Por este
motivo habría que prohibir este tipo de vuelos en todo el
mundo.
Los gases inertes mencionados se conocen con el nombre
de hidrocarburos clorofluorados (CFC), comercializados, entre
otros, con los nombres de freón y kaltrón. Estos compuestos,
que no se pueden destruir químicamente, son presa fácil de la
«fotodisociación»: de la descomposición de las moléculas en
sus componentes, sobre todo bajo la influencia de la luz ultra-
violeta. El átomo de cloro liberado en este proceso es oxidado
a óxido de cloro por parte del ozono, con lo que la molécula de
ozono queda destruida. Las moléculas de ozono se disocian
también de forma natural a causa de la acción de la luz (longi-
tud de onda inferior a 1.140 nanómetros). En este proceso se
genera oxígeno atómico que es suficientemente agresivo como
para arrancar el oxígeno del óxido de cloro, con lo que puede
transformarse en una molécula de oxígeno. Finalmente, la des-
trucción de dos moléculas de ozono da lugar nuevamente al
átomo de cloro libre inicial. Sin embargo, entre tanto, se sabe
que en la estratosfera se verifica una serie de reacciones «cata-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

líticas», en las cuales el «catalizador» no aumenta ni dismi-


nuye, al igual que el cloro en la reacción descrita arriba. En
lugar de cloro se puede poner el monóxido de nitrógeno NO o
bromo, o el radical hidroxilo OH; éstas son las reacciones que
se producen. Por lo tanto, no debe considerarse sólo a los gases
inertes responsables del proceso, ni tiene tampoco que asignár-
sele un efecto tan grande como se había temido en un principio.
Las trazas de otros reactivos están presentes en cantidades mu-
cho mayores. Por consiguiente, su efecto es mucho mayor. Si
se continúa e incluso se incrementa el consumo de CFC, au-
mentará su concentración en la estratosfera. La destrucción que
experimenta el ozono a causa de ello supone globalmente en la
actualidad un 1-2%. El «agujero de la capa de ozono» descu-
bierto en la Antártida es una consecuencia más de dichas emi-
siones. La fabricación de estos gases debería prohibirse inme-
diatamente en todo el mundo. Un primer paso en este sentido
se dio mediante el llamado «Protocolo de Montreal», que prevé
una reducción escalonada de su producción, si bien el ritmo
actual de la reducción es todavía insuficiente.
Cuando entran en la atmósfera, los protones lanzados por
el Sol en las fulguraciones producen óxidos de nitrógeno. La
mayor fulguración observada determinó en agosto de 1972, un
aumento enorme de los óxidos de nitrógeno en la estratosfera
y, con ello, una reducción de casi el 20% en la concentración
de ozono en la región polar a altitudes inferiores a 45 km. La
actividad humana también crea óxidos de nitrógeno que pasan
a la atmósfera. Junto a los aviones cabe mencionar también las
explosiones de bombas atómicas y la utilización de abonos quí-
micos que ceden óxidos de nitrógeno a la atmósfera. Existen
también reacciones que reducen la destrucción del ozono,
como el paso del NO a NO2 por oxidación dando un rodeo por
el OH oxidado, esto es, H2O, fenómeno que se produce sobre
todo a escasa altitud. Todo ello deja ver lo complejos que son
los procesos químicos que transcurren en las capas altas de la
atmósfera, por lo que results muy difícil realizar previsiones
fiables sobre el efecto de los elementos incorporados a ésta por
la actividad humana.

― 250 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

A medida que aumenta la altitud se incrementa también el


recorrido libre medio de las moléculas, y es mayor el tiempo
que transcurre entre los choques. La radiación de onda corta y
rica en energía solar ioniza átomos de tal forma que, debido a
la vida más larga obtenida de este modo, pueden existir al
mismo tiempo iones libres (esto es. átomos con carga eléctrica)
y electrones libres. Con una mayor densidad de estos iones se
recombinarían más deprisa con electrones. La estructura así
formada adquiere unas características diferentes a las hasta
ahora mencionadas: las partículas con carga ya no se mueven
en línea recta, sino en órbitas circulares alrededor del campo
magnético de la Tierra. Si se mueve el gas neutro, se «lleva
consigo» el componente ionizado (y viceversa), y fluye una co-
rriente (o sopla el viento). La radiación electromagnética cuya
frecuencia se encuentra por debajo de la «girofrecuencia» (nú-
mero de vueltas por seg de las partículas cargadas que se mue-
ven alrededor del campo magnético) es reflejada por esta capa,
que precisamente por ello ha recibido el nombre de ionosfera.
Como la capa en cuestión refleja las ondas electromagnéticas,
su existencia pudo descubrirse en los años veinte, recibiendo
en un principio el nombre de su descubridor. Heavyside. La
influencia de la ionosfera sobre las ondas electromagnéticas
permitió realizar con estas ondas un estudio detallado de la es-
tructura de la zona (mediciones con sondas acústicas, estima-
ciones de la absorción, reflexiones parciales, etc.): se mide la
concentración de los electrones para, a partir de ella, deducir la
de los iones.
La concentración de electrones aumenta con la altitud (v.
fig. 12-1). La zona comprendida entre 50 y 90 km de altitud se
denomina por motivos históricos región D. Una estructura en
la que un parámetro alcanza un máximo puede ser considerada,
por regla general, como una «capa». Así, a la capa situada por
encima de la región D. en torno a 100 km de altitud, se la de-
nomina la capa E; justo por debajo de los 200 km de altitud se
encuentra la capa F, y por encima de 250 km la capa F2. ¿Cómo
se forman estas capas?
Uno de los geofísicos más importantes de la edad moderna.
Sidney Chapman explicó en 1931 esta cuestión de un modo

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

sencillo. Consideró la ionización del gas por la radiación ioni-


zante, incluyendo la variación de la distancia del cénit del Sol
a lo largo del día. De este modo se obtiene una intensidad de la
radiación ionizante que dependiente del ángulo del cénit dis-
minuye de forma exponencial a medida que aumenta la «pro-
fundidad atmosférica»; por otro lado, se halla una densidad del
gas que disminuye de forma exponencial de abajo arriba. En
principio hay que multiplicar entre sí estas dos funciones
opuestas dependientes de la altitud. Entonces se observa que la
ionización muestra un máximo a una determinada altitud por-
que tiene que reducirse hacia arriba (debido a la disminución
de la densidad) y hacia abajo (debido a la disminución de la
intensidad de la radiación). Esta capa «Chapman» varía tam-
bién a lo largo del día.
En principio, debemos imaginar la situación del siguiente
modo: en la zona comprendida entre 12 y 60 km de altitud el
oxígeno molecular forma ozono en el proceso de la reacción de
triple choque20. Por encima de esta zona ya no se forma ozono
debido a la escasa probabilidad de que se produzcan choques
triples con una menor densidad: allí domina el oxígeno atómico
disociado. Por encima de la zona en la que se forma ozono pue-
den aparecer oxígeno molecular ionizado, O2, y óxido de nitró-
geno, NO+ (región D). Estos, junto con el oxígeno atómico O+,
son responsables de la capa E. mientras que el oxígeno atómico
ionizado y el nitrógeno molecular N2+ «hacen» la capa F2.
La densidad de electrones alcanza en la zona de la capa D
un valor de 103 por cm3, y en la zona de la capa F se sitúa en
2×106 por cm3. Es evidente que una capa con una densidad tan
grande de electrones libres actúa como un reflector de las ondas
electromagnéticas de no muy alta frecuencia (menos de 40
MHz) y, en consecuencia, refleja las ondas. La ionosfera
desempeña un papel importante como «reflector» para conse-
guir una mayor distancia en la transmisión de informaciones.
Por ello la investigación sobre esta capa ha estado vinculada a

20 Proceso de choque en el que entran en colisión tres elementos al mismo


tiempo.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

los intereses de la radiodifusión (que en parte tenían también


un carácter militar). Los radioaficionados que trabajan en onda
corta (longitudes de onda entre 10 y 80 m) saben muy bien que
la capacidad de reflexión de la ionosfera depende del momento
del día, de la estación del año y, naturalmente, también de la
actividad solar. Por ello, algunos países son especialmente ade-
cuados para realizar una emisión radiofónica en determinadas
horas del día. Una fulguración en el Sol suele estar acompañada
de la emisión de rayos X, que determina en la ionosfera un au-
mento espontáneo de la densidad de electrones, una variación
de la capacidad de absorción de las radioondas y una alteración
de la conductividad. Este efecto fue observado antes de que se
comprendiera su verdadera naturaleza (efecto Mögel-Dellin-
ger). Los rasgos de la ionosfera constituyen una especie de
tiempo meteorológico para la propagación de las ondas. Por
ello, a la revisión de las características de la ionosfera se le de-
nominó «pronóstico radiometeorológico». Con la autorización
de frecuencias más altas, que pueden pasar por la ionosfera sin
sufrir apenas influencia, ha perdido importancia práctica el co-
nocimiento de las características de esta capa. El estudio de la
ionosfera ya no constituye hoy una disciplina independiente,
sino que conforma un aspecto parcial de la física de la atmós-
fera: por debajo de la tropopausa se denomina meteorología;
por encima, aeronomía.
Muchos de los procesos más importantes de las capas altas
y la ionosfera de la Tierra se pueden trasladar a las capas de
gas de los demás planetas. Las capas de equilibrio fotoquímico,
como las regiones D, E y F, existen también en Marte y Venus,
e incluso en Júpiter, en cualquier lugar donde haya iones mo-
leculares. Sin embargo, y debido a la gran estabilidad del CO2,
en Marte y en Venus no se encuentran estructuras comparables
a la capa F2. La Tierra y Venus tienen en común el hecho de
que el paso de una atmósfera molecular a una estructura ató-
mica se produce en la termosfera.

― 253 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 12-4. La composición de las atmósferas de los planetas.

Cuando, como en la Tierra, no existe un campo magnético


que proteja a la atmósfera de la influencia del viento solar, se
produce —es el caso de Marte y Venus— un efecto directo so-
bre la ionosfera, cuyo límite (ionopausa) se encuentra entonces
más cerca del planeta (por debajo de 500 km de altitud). La
plasmapausa de la Tierra se encuentra a 4 radios terrestres de
distancia. Los descubrimientos en parte sorprendentes realiza-
dos en la atmósfera de otros planetas —Mercurio y la Luna

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

prácticamente carecen de atmósfera— nos han permitido ad-


quirir importantes conocimientos sobre ciertos procesos físicos
que, a su vez, han hecho posible que comprendamos mejor las
condiciones terrestres. La composición (v. fig. 12-4) de las at-
mósferas de los planetas constituye un dato muy importante
para conocer la historia de la formación de éstos a partir de la
nebulosa solar.
La atmósfera inferior de Venus se compone en un 95% de
CO2; el resto es en su mayoría nitrógeno molecular. Se encuen-
tran también cantidades muy pequeñas de vapor de agua (50
ppm)21, dióxido de azufre SO2 (200 ppm), monóxido de car-
bono CO, oxígeno atómico y nitrógeno atómico, argón y neón.
A partir de mediciones realizadas por las sondas soviéticas Ve-
nera 11 y 12 se conocen algunas composiciones de isótopos de
los gases nobles neón y argón. Esto es importante, pues a partir
de estas composiciones se pueden esbozar ciertas explicacio-
nes sobre la formación de las correspondientes moléculas o
átomos. Los isótopos 20Ne, 36Ar y 35Ar son casi cien veces más
frecuentes que en la Tierra. De ello se deduce que en la forma-
ción de los planetas la nebulosa solar mostraba una composi-
ción diferente en las zonas de Venus y la Tierra. En cambio,
las frecuencias de N2 y 40Ar son similares a las terrestres, de tal
forma que, si se considera asimismo el CO2 de los sedimentos
de nuestro planeta, también es igual la proporción de CO2. No
se comprende por qué en la atmósfera de Venus hay una canti-
dad de agua mil veces menor que en la terrestre. La atmósfera
de Venus fue descubierta en 1761 por el ruso M V. Lomono-
sov.
La temperatura que en la superficie de venus es de 482°C,
a 35 km de altitud alcanza todavía un valor de 160°C. En la
superficie, la presión es de 91 bar y en la zona comprendida
entre 35 y 49 km de altitud se extiende una capa de polvo de
partículas de 1 μm (1 por cm3). A mayor altitud aparece el sis-
tema de nubes que cubre permanentemente el planeta, con den-
sidades de hasta 100 partículas/cm3. El principal componente

21 ppm = «parts per million» = partes por millón.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de la capa superior de nubes está constituido por gotitas esféri-


cas, probablemente de ácido sulfuroso, mientras que en la capa
inferior se han encontrado partículas sólidas compuestas, posi-
blemente, de cloro, azufre y oxígeno.
En los intensos movimientos observados en las capas supe-
riores de nubes, la existencia de aerosol en la atmósfera tiene
que haber determinado procesos de carga electrostáticos y, en
consecuencia, la aparición de rayos. Las sondas soviéticas Ve-
nera 11 y 12 han comprobado la existencia de estos rayos indi-
rectamente a través de la radiación electromagnética formada
en tales descargas. Pero los rayos no son más frecuentes en la
atmósfera de Venus que en la de la Tierra. La capa de polvo de
la atmósfera de Venus es tan densa en los polos que impide ver
el sistema de nubes próximo al suelo. El aerosol estabiliza la
temperatura del planeta en el elevado valor observado.
La alta temperatura de la superficie de Venus se debe al ya
mencionado efecto de invernadero, provocado fundamental-
mente por el anhídrido carbónico. La radiación solar determina
un fuerte calentamiento de la superficie, que no puede emitir
en infrarrojo, pues en estas longitudes de onda la atmósfera es
opaca por debajo de 50 km de altitud. La mayor parte de la
«ventana de radiación» se halla cubierta por CO2, y el resto son
moléculas de H2O y SO2 existentes en muy pequeñas cantida-
des (0,01-0,5%). Si Venus tuviera una atmósfera como la de la
Tierra, la temperatura en su superficie se situaría en torno a
38°C a pesar de que su órbita recibe una cantidad considera-
blemente mayor de energía solar. La cara no iluminada de este
planeta no es totalmente oscura, ya que recibe la llamada «luz
cenicienta». Se trata de una luminosidad atmosférica que, si-
milar a la terrestre, se conoce con el nombre de luminosidad
nocturna o «airglow».
Hace tiempo que se conocen los movimientos turbulentos
de la atmósfera de Venus; el aspecto mejor estudiado es la cir-
culación zonal retrógrada (dirigida de este a oeste), de cuatro
días de duración, de la atmósfera superior, en la que se alcan-
zan velocidades de hasta 100 m/s.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En la atmósfera de Venus encontramos dos sistemas de


vientos diferentes. La «corriente en chorro» alcanza en el ecua-
dor, a 65 km de altitud, velocidades de hasta 350 km/hora; a 50
km de altitud se han obtenido valores de 200 km/hora y a 20
km de 80 km/hora. A pesar de estas grandes velocidades, que
hacen que una masa de aire tarde tan sólo 4 días en dar la vuelta
al planeta, la espesa atmósfera de las proximidades de la super-
ficie de Venus permanece casi inmóvil: hasta 10 km de altitud
los vientos alcanzan velocidades máximas de 20 km por hora.
Pero este sistema de vientos cambia lentamente. En 1974, por
ejemplo, se formaron a 45 grados de latitud corrientes en cho-
rro con una velocidad de 400 km/hora, mientras que en el ecua-
dor la velocidad del viento era de «sólo» 360 km/hora.
A este sistema de vientos se une el llamado sistema de vien-
tos meridional, que desplaza masas de gas caliente desde el
ecuador hasta la región polar, alcanzando velocidades de hasta
25 km/hora.
La gran velocidad de los sistemas de vientos se debe a la
transmisión de impulso de la atmósfera inferior, más densa.
La ausencia de un campo magnético determina que la iono-
pausa se encuentre a apenas 500 km de altitud. El perfil de la
densidad de electrones de la ionosfera lleva a la formación de
una «capa de Chapman» (v. pág. 252) a 140 km de altitud, con
densidades de electrones de 105 por cm3, los iones de CO2 y O2
parecen ser los más importantes. Del efecto del viento solar nos
ocuparemos en el capítulo dedicado a las magnetosferas de los
planetas.
El astrónomo W. Herschel sospechó por primera vez en
1784 que Marte tenía «atmósfera». Pero solo a partir de 1964
hemos sabido algo más al respecto, como, por ejemplo, que la
atmósfera de Marte, al igual que la de Venus, está compuesta
fundamentalmente de anhídrido carbónico (CO2) (95%). La
proporción de nitrógeno es de tan sólo un 2,7%, la de argón de
un 1,6%, y el resto son otros gases, como nitrógeno, monóxido
de carbono (CO), neón, xenón, criptón. El contenido en vapor
de agua de la atmósfera varía considerablemente: en invierno
se mantiene muy por debajo del 1%, mientras que en verano
alcanza, en equilibrio con el hielo polar, valores más elevados.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Inmediatamente por encima de 250 km de altitud domina el


nitrógeno como consecuencia del escalonamiento gravitacio-
nal; más allá abunda el oxígeno molecular ionizado. La ionos-
fera de Marte presenta un máximo en la densidad de electrones
(capa de «Chapman»), con 105 electrones por cm3, a 130 km
de altitud. Siendo la densidad de electrones e iones comparable
a la de Venus, se supone que en Marte la ionopausa (por efecto
de la debilidad del campo magnético) se sitúa a 500 km de al-
titud, protegiendo a la atmósfera del viento solar.
El contenido en anhídrido carbónico de la atmósfera está
controlado por los casquetes de hielo polares. La presión at-
mosférica es muy baja en la superficie y se sitúa en tan sólo 7
mb, a lo sumo 10 (en invierno). Los cambios de presión están
provocados por la condensación y la sublimación de CO2 en
los polos y se calcula que el intercambio de CO2 entre la at-
mósfera y los casquetes de hielo es de aproximadamente
7×1018 g.
Dado que en Marte no existe vida, el tiempo meteorológico
está más influenciado por la estructura de la superficie que en
la Tierra: también ejercen influencia sobre él la radiación su-
perficial y el polvo agitado durante las ocasionales tormentas,
que guardan una estrecha relación con el enturbiamiento de la
atmósfera. Esto determina asimismo descensos considerables
de la temperatura en la superficie (10 grados). Las temperaturas
que reinan en la superficie oscilan, a lo largo del año marciano,
entre 0 y ‒80°C, mientras que la temperatura media es de ‒
60°C.
En la atmósfera marciana la ionosfera se encuentra a muy
poca altitud: entre 110 y 150 km la densidad de electrones al-
canza valores comparables a los que se dan en la capa F2 de la
Tierra a 300 km de la superficie. Pero la ionosfera de Marte es
más bien del tipo de la capa F1. La temperatura atmosférica
oscila con el ciclo solar entre 200 y 400° K. Las proporciones
de isótopos de los distintos elementos son parecidas a las exis-
tentes en la Tierra; las del nitrógeno con masas de 14 y 15 su-
ponen únicamente el 60% de las proporciones terrestres. El ni-
trógeno de masa 14 pudo, al parecer, escapar del campo gravi-
tatorio gracias a la energía liberada durante la fotodisociación,

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de modo que la relación del escape más ligero en pequeños pla-


netas es menor, mientras que el inventario inicial de ambos pla-
netas permanece igual. Si se trasladan estas relaciones de fre-
cuencias relativas terrestres, correspondientes al nitrógeno, ar-
gón, dióxido de carbono y agua, al planeta Marte, cabría espe-
rar allí una densidad de columna de 200 g/cm2 de dióxido de
carbono y 1.000 g/cm2 para el agua. Esta cantidad de agua de-
bería haberse fijado en parte mediante oxidación del hierro,
mediante liberación de hidrógeno, y/o en las regolitas situadas
debajo de la superficie, en forma de un subsuelo helado de
forma permanente.
Las atmósferas de los planetas exteriores se han podido co-
nocer a través de observaciones espectrales del espectro de ab-
sorción y de emisión (se trata de mediciones extremadamente
difíciles de realizar). Se utiliza, por un lado, la variación espec-
tral de la luz solar reflejada por la atmósfera de los planetas, y
por otro, la modificación de la luz de una estrella durante un
eclipse estelar, cuando la luz de aquélla atraviesa la atmósfera
del planeta justo por el borde de éste. A partir de ello se puede
deducir la frecuencia relativa de distintos gases en una atmós-
fera. Los espectros de emisión proporcionan información sobre
la estructura térmica del planeta y sobre su atmósfera (debido
a las bajas temperaturas aquéllos se encuentran fundamental-
mente en el infrarrojo lejano, esto es, a grandes longitudes de
onda). Si resultó difícil encontrar los planetas exteriores, aún
lo fue más estudiar sus características físicas. Las mediciones
in situ realizadas por las sondas interplanetarias permitieron
aclarar diversos puntos. Pero, como sucede con frecuencia, las
nuevas certidumbres dan lugar a nuevas preguntas.
Las observaciones ópticas realizadas desde la Tierra están
muy limitadas por las atmósferas de otros cuerpos celestes. Por
ello se intenta superar las barreras impuestas por la opacidad
de nuestra atmósfera montando telescopios en globos que al-
canzan alturas de 40 km. De este modo se ha observado la cu-
bierta de nubes de Júpiter y se ha descubierto que Saturno tam-
bién posee su correspondiente cubierta. Las imágenes de Urano
permitieron apreciar algunas estructuras, lo que no ha ocurrido
en el caso de Neptuno. Con respecto a este último planeta se

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

sabe que tiene atmósfera porque su luminosidad apenas varía,


fenómeno habitual en las atmósferas de los planetas en rotación
(las superficies «desnudas» que no ponen de manifiesto una es-
tructura homogénea muestran variaciones de la luminosidad
con la rotación). Como sea que Plutón presenta variaciones se-
mejantes de la luminosidad, es posible que también tenga at-
mósfera. Las variaciones se deben a la rotación, cuyo período
es de 6,39 días.
Los cuatro grandes planetas exteriores han mantenido su
composición original gracias a la fuerte atracción de la gravi-
tación. La composición de sus atmósferas es similar a la del
Sol, tal como se ha comprobado en Júpiter. La fotoquímica de
estas atmósferas resulta ser más compleja que la de la Tierra
debido a la existencia de un gran número de gases distintos en-
tre sí.
Comencemos por Júpiter. En él resulta difícil establecer un
límite entre «planeta» y «atmósfera»; es posible que el paso del
estado fluido al gaseoso sea difuso. El hecho cierto es que las
espesas nubes nos impiden ver las capas más profundas de la
atmósfera. Con el concurso de métodos espectroscópicos se ha
detectado la presencia de hidrógeno, metano, amoniaco, agua,
fosgeno, germanio-hidrógeno, monóxido de carbono, acetileno
y otros elementos. Desde los vuelos realizados por las sondas
en las proximidades del planeta se sabe que también existe he-
lio (cuya presencia no se detecta ópticamente). Para conseguir
una escala de altitudes se elige arbitrariamente como superficie
de referencia (altitud cero) la correspondiente a una presión de
20 barias (naturalmente, se trata de una superficie invisible).
Allí la temperatura es de 400°K, y con la altitud desciende
hasta alcanzar 100°K en la tropopausa, con una presión de 0,1
barias. En la estratosfera la temperatura vuelve a aumentar de-
bido a la radiación solar, en la mesosfera se mantiene en 160°K
y en la termosfera alcanza de nuevo valores muy elevados
como consecuencia de la interacción con la magnetosfera.
En las fotografías de Júpiter (lámina 3) se observa, como
estructura nubosa, un sistema de rayas claras y oscuras parale-
las al ecuador. A las rayas más claras, amarillentas, se las de-

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

nomina «zonas», recibiendo las oscuras, de color marrón ro-


jizo, el nombre de «bandas». Cinco zonas y cuatro bandas si-
tuadas en la región media del disco del planeta parecen formar
una estructura atmosférica permanente que apenas se ha modi-
ficado con el paso del tiempo y que es menos regular en las
regiones próximas a los polos. Las zonas claras presentan tem-
peraturas más bajas, de donde se deduce que están a mayor al-
titud que las oscuras. Esto nos hace pensar que en las «zonas»
asciende gas hacia arriba, mientras que en las «bandas» des-
ciende. La estructura de las nubes permite suponer que en las
latitudes altas se forman células de convección. A la hora de
interpretar este hecho se ha señalado que en las células fluye
gas ascendente en parte hacia el ecuador, en parte hacia el polo.
La fuerza de Coriolis (v. apéndice 6), muy intensa debido a
la rápida rotación del planeta, integra esta corriente en una cir-
culación este-oeste (del mismo modo que se forman los alisios
en la Tierra). En el régimen de nubes correspondiente se han
medido velocidades del viento de más de 100 km/hora. Esto
aparte, en el límite entre zonas y bandas se forman corrientes
en chorro, como consecuencia de las cuales aparecen también
torbellinos.
Hoy se acepta por lo general que la «Gran Mancha Roja»
(GMR), observada por vez primera por Cassini en 1665, es en
realidad un ciclón, si bien de dimensiones gigantescas. La
GMR se encuentra en la zona tropical meridional a unos 35° de
latitud sur. Muestra un pequeño movimiento y su tamaño se
mantiene invariable (22.000 × 11.000 km2), mientras que su
color cambia ocasionalmente (se hace más pálido). En los años
1888, 1912, 1916, 1938 y 1944 desapareció temporalmente.
Sin embargo, antiguos dibujos de los planetas demuestran que
la GMR existe desde hace al menos 400 años y que apenas se
ha desplazado (Fig. 12-5). Dado que Júpiter no tiene una su-
perficie sólida, esto es, carece de montañas, resulta fácil ima-
ginar la existencia de un ciclón tropical o huracán (en la Tierra
estos ciclones sólo pueden mantenerse durante mucho tiempo
sobre superficies marítimas). En 1972 se formó un ciclón simi-
lar en el hemisferio norte. La lámina 14 muestra una de las fo-
tografías de la región de nubes, realizada por la sonda Voyager.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 12-5. El «desplazamiento» de la Gran Mancha Roja en la atmósfera


de Júpiter.

Bajo esta turbulenta exhibición de colores se esconden tres


capas de nubes. La capa superior podría estar constituida por
amoníaco incoloro; el azufre y los compuestos del azufre da-
rían color a la segunda, mientras que la tercera se formaría con
hielo de agua. Los cumulonimbos de la atmósfera terrestre son

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

nubes de hielo de agua. Al caer en forma de lluvia, el agua de-


termina la separación de las cargas eléctricas (como en las cas-
cadas), de tal manera que las partículas y las gotas pequeñas se
suelen cargar positivamente, por lo que ascienden con facili-
dad. Algo similar ocurre en la atmósfera de Júpiter: la separa-
ción de cargas determina la aparición de rayos, que, en buena
lógica, deben observarse también en Júpiter.
En el Max Planck Institut de Lindau/Harz se construyó un
instrumento capaz de registrar y analizar los rayos; fue lanzado
a la atmósfera de Júpiter desde la sonda espacial «Galileo». La
cámara de la sonda Voyager ha registrado iluminaciones mo-
mentáneas de las nubes que han sido interpretadas como rayos.
El polvo (aerosol) favorece la aparición de rayos en la at-
mósfera. La sonda Voyager ha descubierto en las capas altas
de ésta un extenso velo de polvo que llegaba hasta el nivel de
presión 3,5 mbar en la mesosfera (!).
El descubrimiento de la ionosfera de Júpiter con la sonda
Pioneer 10 constituyó el primer paso hacia el estudio sistemá-
tico de la atmósfera superior de los planetas exteriores que se
han realizado en los últimos años. La siguiente etapa en esta
dirección fue la comprobación de la existencia de una ionosfera
en la luna lo.
¿Cómo se puede formar una ionosfera? Dado que los pla-
netas exteriores están tan alejados del Sol, las intensidades de
la luz solar de onda corta no son suficientes para, por ejemplo,
ionizar hidrógeno molecular, hidrógeno atómico o incluso he-
lio en grandes cantidades (sólo pueden hacerlo los fotones del
espectro solar cuya longitud de onda es respectivamente infe-
rior a 80,4, 50,4 y 91,2 nanómetros). Esto nos lleva a la con-
clusión de que la fuente más probable de ionización es la «fo-
toionización disociativa» de hidrógeno molecular, esto es, su
división en un átomo de hidrógeno y un protón. Por otra parte,
se ha detectado la existencia de radiación ultravioleta liberada
en este proceso. La frecuencia relativa de las moléculas en de-
terminadas altitudes está condicionada por el peso molecular
—las moléculas más pesadas predominan en las altitudes ba-
jas—; por tanto, es de suponer que, al igual que en la ionosfera
terrestre, según la concentración de constituyentes fácilmente

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

ionizables se formen diversos máximos relativos de densidad


de electrones a diferentes altitudes. A la ionización contribuye
también la radiación cósmica, que en los planetas exteriores
tiene mayor importancia debido a la escasa intensidad de la luz
solar. La estructura de las ionosferas de los planetas exteriores
se ve también modificada por los iones expulsados de las su-
perficies de las lunas de estos planetas como consecuencia de
la acción de los iones ricos en energía del cinturón de radiación
(«sputtering»). La magnetosfera de Júpiter también está abas-
tecida de iones por los volcanes de la luna Ío (el azufre es allí
un ion dominante). Estos iones pesados, producidos en las ca-
pas profundas de la magnetosfera, pueden desplazarse hacia el
interior por efecto de campos eléctricos variables en el tiempo
y llegar, así, a la atmósfera del planeta. Al hacerlo ceden calor
a ésta: se calcula que en Júpiter llegan de este modo a la atmós-
fera exterior varios ergios/cm2 seg. Esta energía podría ser in-
cluso superior a la que se produce en la atmósfera superior por
la disipación de las ondas gravitatorias.
Ío tiene una ionosfera que a 100 km de altitud presenta una
densidad de electrones de 6×104 electrones/cm3, y se extiende
hasta 750 km de altitud. La atmósfera de Ío se nutre de los ga-
ses lanzados a gran altura durante las erupciones volcánicas.
La ionización es el resultado del bombardeo de esta atmósfera
con las partículas cargadas que, muy energéticas, pueblan la
magnetosfera de Júpiter. En la cara iluminada del satélite la
densidad de la atmósfera es, en la superficie (se supone que se
trata en su mayor parte de dióxido de azufre), de 1011-1013 mo-
léculas/cm3. Los átomos y las moléculas de poco peso pueden
escapar fácilmente debido a la escasa aceleración de la grave-
dad. Ello nos hace suponer que en la atmósfera predominan las
moléculas ligeras.
Ganimedes también podría tener atmósfera: seria de natu-
raleza «exosférica», esto es, estaría en equilibrio difusivo con
los gases que son absorbidos en la superficie. En tal caso hay
que pensar que también existe una especie de ionosfera en
torno a Ganimedes. Sigamos con las lunas: en el caso de Titán,
la luna más grande de Saturno, hace mucho tiempo que se sabe

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que posee «atmósfera»; G. Kuiper demostró por primera vez


en 1944 que en este satélite había metano (v. tabla 12).
El peso molecular medio de la atmósfera de Titán es 28.
Dado que no se ha encontrado monóxido de carbono, pero sí
muchos indicios de la existencia de nitrógeno, es posible que
el nitrógeno molecular sea el principal componente (v. fig. 12-
4). La sonda Voyager ha identificado además las siguientes
moléculas a través de la espectroscopia de infrarrojo (entre pa-
réntesis aparecen las frecuencias relativas): metano (10 ‒2),
etano (2×10‒5), acetileno (3×10‒6), etileno (10‒6), ácido cianhí-
drico (2×10‒7), así como propano y metiletileno y, presumible-
mente, también argón.
La temperatura más baja de la atmósfera de Titán es de 70°
K, situándose la temperatura media en 86° K. Se supone que
los hidrocarburos proceden de la propia luna. Dado que Titán
se mueve en la magnetosfera de Saturno, la atmósfera es bom-
bardeada con electrones ricos en energía, de modo que se for-
man también iones de nitrógeno que pueden escapar de la mag-
netosfera de Saturno; además, de esta forma, se produce tam-
bién ácido cianhídrico y otros productos de la fotoquímica del
metano. La baja temperatura de 70°K actúa como trampa de
frío para la mayoría de gases y limita su cantidad. Las nubes
observadas cerca de la tropopausa (127 mbar, 71°K) no pueden
ser gotitas de metano, debido a que las concentraciones (2%)
están por debajo de la relación de saturación/mezcla. La poli-
merización de hidrocarburos podría dar lugar a la formación de
aerosol, de modo que también se pueden formar gotas de lí-
quido, que llueven sobre la superficie de la luna y hacen que
aparezca en ella el océano de metano-etano cuya existencia se
presume. En su órbita alrededor de Saturno, Titán pierde cons-
tantemente hidrógeno, posiblemente también nitrógeno, que
toman la energía necesaria para ello de la energía de disocia-
ción. El gas se acumula en forma de toro, de 6 radios de Saturno
de espesor, a lo largo de la órbita de Titán y a 20 RS. La presión
de la atmósfera alcanza en la superficie de Titán 1,6 bar, y la
temperatura es de 93°K. La fracción de metano es en ella del
10%.

― 265 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Titán también posee ionosfera y, dado que se puede mante-


ner ocasionalmente fuera de la magnetosfera de Saturno, se su-
pone que su atmósfera presenta estados muy diferentes. Titán
no posee campo magnético; se formó en la zona relativamente
fría de la nebulosa de acreción y puede haberse formado, por
lo tanto, a partir de rocas y hielo, cuyos gases contribuyeron a
la formación de la atmósfera. Dicha atmósfera sufrió una ero-
sión menor que, por ejemplo, las lunas de Júpiter, debido a que
el cinturón de radiación de Saturno tiene una intensidad menor.
Sin embargo. Titán podría haber formado su atmósfera de ni-
trógeno a partir de nitrógeno procedente de la nebulosa de Sa-
turno o mediante fotolisis del amoníaco en la fase de acreción.
Sabemos con seguridad que Titán no posee un núcleo metálico.
Los estudios sobre Tritón apenas acaban de iniciarse, de-
bido a que es ahora cuando disponemos de más información.
La temperatura de su superficie y de su atmósfera es de 33°K.
A causa de la fricción constante debida a los fenómenos de ma-
rea, se fraccionará en algún momento o también es posible que
caiga, dentro de 10-100 millones de años, sobre la superficie
del planeta Neptuno.
Saturno, Urano y Neptuno también tienen atmósfera. La
temperatura efectiva de la superficie de Saturno es de 94,4 ±3o
K. De ello se deduce que Saturno emite tres veces más radia-
ción que la que recibe del Sol. Esto nos hace pensar que su
atmósfera presenta una estructura muy similar a la de Júpiter.
Predomina el hidrógeno, como se ha comprobado con la sonda
Pioneer 11: el 85% de la atmósfera es hidrógeno. Sin embargo,
hay algunos problemas por resolver; así, son seis los modelos
diferentes de atmósfera que se han propuesto desde que se ela-
boró el primero en 1967. Las mediciones realizadas en el
campo del infrarrojo hacen pensar que en la atmósfera está pre-
sente una capa inversora en la que la temperatura se sitúa en un
nivel mínimo.
Esta capa —supuestamente idéntica a la tropopausa— in-
fluye sobre los procesos de intercambio entre las capas altas y
bajas de la atmósfera. En la troposfera parece predominar el
amoníaco, en tanto que en la atmósfera existe también una capa

― 266 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de polvo —posiblemente cristales de amoníaco—. La atmós-


fera de Saturno contiene, además de hidrógeno y amoníaco,
metano, etano, fosgeno, helio y otros elementos, mostrando,
por consiguiente, una composición similar a la de la atmósfera
de Júpiter. Dado que la presencia de helio no se puede detectar
desde el suelo, esta conclusión tiene ante todo una importancia
cosmogónica. Saturno presenta un color amarillento y es más
luminoso que la mayoría de las estrellas —por lo que resulta
fácil de localizar en el cielo—. Esto se debe a su albedo relati-
vamente alto. Como su aceleración de la gravedad es menor
que la de Júpiter y su temperatura más baja, una determinada
zona térmica de su atmósfera soporta mayor presión que en Jú-
piter y, por tanto, se encuentra también más baja. La conden-
sación del amoníaco, que en el último planeta mencionado de-
termina la coloración llena de contrastes de las capas superio-
res de la atmósfera, se produce en Saturno en regiones más ba-
jas, por lo que la visión desde el exterior no es tan buena. La
escasa iluminación por el Sol determina que las fotografías del
planeta enviadas por la sonda Voyager sean algo pálidas.
Observando con mayor detalle las fotografías (lámina 15)
se descubren «zonas» y «bandas» como en Júpiter. Hay que
suponer que en las zonas (de Hadley, más claras) asciende gas
caliente, que éste se enfría y que tras formar cirros de amoníaco
desciende a las bandas (más oscuras). En éstas se aprecian ca-
pas de nubes bajas. El movimiento del gas es ciclónico en las
bandas y anticiclónico en las zonas. Si las grandes estructuras
son más frecuentes que en Júpiter, no puede decirse lo mismo
de las manchas, menos frecuentes y más pequeñas.
En las regiones ecuatoriales, los vientos alcanzan velocida-
des de hasta cuatro veces los valores registrados en Júpiter, ex-
tendiéndose hasta una latitud de ±40° (en Júpiter ±15°). En el
ecuador, la corriente en chorro dirigida hacia el este alcanza
velocidades de 480 m/s, dos terceras partes de la velocidad del
sonido a temperaturas en torno a 100ºK. A 38° de latitud norte,
una corriente dirigida hacia el oeste presenta velocidades de
«tan sólo» 30 m/s (estas corrientes no tienen mucho que ver
con la estructura de bandas). Mientras que en Júpiter la energía
recibida del Sol es superior a la interna del planeta contenida

― 267 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en la atmósfera, en Saturno ésta es dos veces mayor que la ener-


gía solar.
Al igual que en Júpiter, la tropopausa se encuentra en Sa-
turno a una presión de 0,1 bar, pese a lo cual su atmósfera con-
tiene menos polvo. Las reacciones químicas son más lentas que
en Júpiter, por lo que se piensa que la atmósfera de Saturno es
más homogénea. La existencia de aerosol se ha deducido a par-
tir de la aparición de rayos, cuya presencia se descubrió a través
de determinadas ondas electromagnéticas (Whistler) registra-
das por la sonda Voyager. Curiosamente, la atmósfera se ex-
tiende hasta más allá del sistema de anillos y es posible que
éstos constituyan una fuente del hidrógeno exosférico encon-
trado en densidades de 600 átomos/cm 3.
Urano y Neptuno irradian también una mayor cantidad de
energía que la que reciben del Sol (v. tabla 6-2), en contra de
lo esperado. Mientras que la atmósfera de Urano está relativa-
mente desestructurada, la de Neptuno está mucho más estruc-
turada. Su «mancha oscura» (situada a 22° al sur) —una zona
que abarca una longitud de 30.000 km— gira como la Mancha
Roja de Júpiter en sentido antihorario, si bien más despacio que
el fluido que se encuentra debajo de ella. (Los vientos soplan
en la atmósfera de Urano del este al oeste con velocidades de
hasta 300 m/s. Esto se verifica también en el caso de Urano
[aprox. 200 m/s].) Por lo tanto, la atmósfera rota en las zonas
más altas (por encima de los 20°) más despacio que el planeta.
Urano recibe en los polos más energía que en el ecuador; a pe-
sar de ello domina la rotación zonal simétrica respecto del eje
de rotación. El dominio zonal es también característico para los
otros planetas, si bien se ha considerado siempre una conse-
cuencia del calentamiento de la atmósfera.
Las atmósferas de Neptuno y Urano están formadas en un
85% de hidrógeno, en un 13% de helio y en un 2% de metano,
así como de trazas de etano. Al igual que todos los planetas
exteriores, sus hemisferios iluminados por el Sol emiten tam-
bién una débil emisión de la raya alfa de Lyman para el hidró-
geno (Electroglow), que es, sin embargo, más débil que las
emisiones de la aurora de ambos.

― 268 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

XIII. PARTÍCULAS CON CARGAS ELÉCTRICAS EN


LOS CAMPOS MAGNÉTICOS: LAS MAGNETOSFERAS
DE LOS PLANETAS

Antes de la era de los viajes espaciales se pensaba que, más


allá de la atmósfera y de la ionosfera, en la «exosfera», conti-
nuaban disminuyendo la densidad del gas y la intensidad del
campo magnético en la escasamente interesante amplitud del
espacio interplanetario; un espacio en el que los planetas des-
criben majestuosamente sus órbitas, por las de que de vez en
cuando pasa un meteorito, luego un cometa...
Hace no muchos años que conocemos la existencia del
viento solar, del que hablaremos con más detalle en el próximo
capítulo. Pero no vamos a ignorar a los planetas. De ahí que
nos preguntemos: ¿qué ocurre cuando un planeta constituye un
obstáculo para el viento solar? Este último es una corriente de
plasma que, compuesta fundamentalmente de hidrógeno ioni-
zado (protones) y eléctricamente neutra (de modo que en den-
sidades medias comparables los electrones rodean a los iones
pesados), arrastra consigo al campo magnético solar.
Debido a la conductividad del plasma del viento solar nos
parece que es importante el hecho de que un planeta tenga
campo magnético o no. Así pues, tenemos dos tipos de regiones
de interacción: el de Venus, Marte, la Luna (Titán) e Ío, por
una parte, y el del resto de los planetas, por la otra. Porque, a
pesar de que estos planetas y estas lunas no tienen un auténtico
campo magnético planetario, el plasma que los rodea induce
corrientes que crean campos magnéticos. En función de la con-
ductividad del cuerpo, el plasma llegará a su superficie o fluirá
a su alrededor. Sólo en el segundo caso se forma una especie
de magnetosfera. Comencemos por el grupo de planetas y lunas
con campo magnético y veamos el ejemplo de la magnetosfera
terrestre.

― 269 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En el vacío, el campo magnético de un planeta —campo


dipolar— tendría la forma representada en la figura 10-2. La
intensidad de un campo magnético de este tipo disminuye con
la tercera potencia de la distancia del centro del planeta, y por
consiguiente es muy débil en la parte exterior. Cualquier per-
sona que haya manejado un pequeño imán habrá podido com-
probar que hay que hacer un poco de fuerza para retirar un
trozo de hierro de un campo magnético o para aproximar dos
polos del mismo signo de, por ejemplo, dos imanes diferentes:
se dice que en sentido transversal al campo magnético reina
una presión (B2/8π) que hace que los medios inmersos en el
campo sólo se puedan acercar aplicando cierta energía. Imagi-
nemos que en el espacio interplanetario «desconectamos» por
un momento el viento solar, con lo que el campo magnético
terrestre se comporta como el dipolo arriba mencionado. A
continuación conectamos de nuevo el «viento»: las partículas
con carga se mantienen en el campo magnético, y por ello se
ven obligadas a seguir las líneas de campo en órbitas circulares.
Tienen «impulso» (masa por velocidad) e intentan comprimir
el campo magnético hacia dentro. Esto es posible hasta que la
presión dinámica de las partículas (número de partículas por
impulso por partícula) es igual a la presión (contraria) magné-
tica del campo. La situación de equilibrio se altera con la pre-
sión del viento solar, pero se halla más próxima al planeta que
las líneas de campo no deformadas, situándose a 10 radios te-
rrestres en el punto subsolar de la magnetosfera de nuestro pla-
neta. Así se denomina a la «cavidad» que el campo magnético
crea en el viento solar (fig. 13-1). En la superficie de contacto
entre las partículas del viento y el campo magnético fluyen co-
rrientes impulsadas por las partículas eléctricas del propio
viento. Así, en la parte interna de esta superficie —basándose
en la terminología meteorológica la superficie recibe el nombre
de «magnetopausa»—, se encuentra el campo dipolar de la Tie-
rra, al margen del viento solar; en la parte externa está el campo
magnético interplanetario, mientras que en la magnetopausa se
manifiesta con brusquedad la transición entre ambas zonas. El
campo dipolar se halla muy deformado en sus partes externas
debido a las corrientes que fluyen en la magnetopausa.

― 270 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 13-1. La magnetosfera de la Tierra.

La magnetosfera actúa en la corriente del viento solar como


un obstáculo elástico. La corriente tiene un carácter supersó-
nico. Al igual que en la atmósfera, donde el movimiento super-
sónico está ligado a una onda de choque, delante de la magne-
tosfera se forma en analogía magnetohidrodinámica una «onda
de choque permanente libre de choques», denominada «onda
de choque delantera». Cuando se dice que está libre de choques
quiere significarse que la formación de la onda no se debe a los
choques entre átomos o iones, sino a la interacción electromag-
nética. Al pasar por esta onda, similar a un gigantesco parabo-
loide de revolución, el viento solar pierde su carácter supersó-
nico y fluye a lo largo de la magnetopausa alrededor de la mag-
netosfera. Las ondas formadas por la desviación de la corriente
en la capa intermedia situada entre la onda de choque y la mag-
netopausa se mueven en sentido contrario a la corriente y cons-
tituyen un obstáculo para la corriente de iones: de este modo se

― 271 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

forma la onda de choque, como resultado de la interacción en-


tre las ondas que se mueven contra la corriente y la propia co-
rriente. El plasma del viento solar y el campo magnético inter-
planetario se mueven juntos. Considerándolo desde la Tierra,
un campo eléctrico determina esta situación. El denominado
«campo de convección» es «perceptible» para la Tierra y está
orientado de oeste a este, cruzando la magnetosfera. Aquí ocu-
rre lo mismo que al observar una pintura al óleo desde lejos.
Aunque se aprecian los contornos de lo representado, si nos
acercamos al lienzo sólo vemos manchas de pintura; lo que an-
tes parecía nítido se vuelve ahora difuso. Pues bien, otro tanto
ocurre aquí. La magnetopausa presenta profundas inflexiones
locales y, debido a las variaciones de presión del viento solar,
se mueve de un lado para otro como si se tratara de ropa tendida
en una cuerda. Con una geometría complicada, las corrientes
superficiales evitan a veces las zonas en las que las líneas de
fuerza magnéticas pueden pasar por la superficie de contacto.
De cualquier modo, las partículas cargadas se pueden mover a
lo largo de estas líneas de campo, con lo que es posible produ-
cir localmente un intercambio de partículas en el interior y en
el exterior de la magnetosfera.
La variabilidad del viento solar origina algo parecido a un
«tiempo» interplanetario que está en condiciones de ejercer una
gran influencia sobre la magnetosfera terrestre. El interior de
ésta se halla lleno de partículas con carga eléctrica que propor-
cionan a esta compleja estructura una vida propia tan compli-
cada como interesante. Realicemos, pues, un breve viaje por la
magnetosfera dé la Tierra.
Cruzamos la atmósfera y la ionosfera y apreciamos campos
magnéticos provocados por sistemas de corrientes horizonta-
les. Nos damos cuenta de que, aproximadamente al mediodía,
la radiación ionizante aumenta de un modo considerable la
conductividad de la ionosfera. La Tierra en rotación determina
que se forme un sistema de corrientes cuyo campo magnético
también resulta perceptible en la superficie terrestre. Así pues,
la ionosfera es buena conductora de la electricidad; el campo
magnético la atraviesa. Las corrientes eléctricas que fluyen a
lo largo del campo magnético pueden cerrarse por encima de

― 272 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

la ionosfera, siendo éste un proceso muy importante en la zona


de la luz polar. Fuera de la ionosfera el campo magnético de
nuestro planeta sigue siendo todavía tan intenso que los distin-
tos sistemas de corrientes no pueden alterar mucho su forma;
en esta zona que, todavía próxima a la Tierra, recibe el nombre
de «magnetosfera interior», el campo magnético tiene en gran
medida un carácter dipolar. Si en un campo magnético las par-
tículas con carga eléctrica son llevadas a una órbita en espiral
alrededor del campo (fig. 13-2), en uno dipolar una partícula se
mueve, una vez que ha pasado el mínimo del campo en el ecua-
dor, a lo largo de una línea de fuerza en zonas con una creciente
intensidad del campo (pues se acerca a la Tierra).

Fig. 13-2. El movimiento de las partículas con carga eléctrica en el campo


magnético dipolar de la Tierra: el campo magnético obliga a las partículas
a rodear las líneas de campo. Dado que su velocidad no es necesariamente
perpendicular al campo, se mueven en órbitas en espiral. Al aproximarse
a la Tierra el campo se estrecha y su intensidad aumenta. Como conse-
cuencia de ello, la espiral se hace más plana y estrecha, hasta que el mo-
vimiento de las partículas se invierte a lo largo de la línea de campo. Se
dice entonces que la partícula ha sido «reflejada». Con arreglo al mismo
principio de la «botella magnética» se intenta, en experimentos de fusión,
encerrar plasma en campos magnéticos y mantenerlo alejado de las pare-
des del recipiente.

Transcurrido cierto tiempo, esta configuración del campo


se encarga de que la partícula no pueda penetrar más y de que
se refleje como en un espejo magnético. La partícula en cues-
tión se mueve de un lado para otro en una línea de fuerza entre
los puntos de reflexión meridional y septentrional, y está, por

― 273 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

consiguiente, «atrapada». Es en esta zona en donde se sitúa el


cinturón de radiación, que en honor de su descubridor recibe el
nombre de «cinturón de Van Allen». Tal configuración se pa-
rece, en principio, a la denominada «botella magnética» que se
emplea en la física del plasma para encerrar a éste. Debido a la
curvatura y a la intensidad dependiente del radio del campo, las
partículas soportan además otras fuerzas que las obligan a des-
plazarse alrededor del globo. Así pues, una partícula describe
una órbita, en la que permanece —sin considerar las desviacio-
nes derivadas del carácter no ideal del campo—. La vida de una
partícula cargada en el interior del cinturón de radiación puede
prolongarse muchos años.
Los cinturones de radiación fueron descubiertos en
1957/1958 con los primeros satélites terrestres norteamerica-
nos de tipo Explorer. Nada más descubrirlos se recordó que un
ingeniero griego llamado N. C. Christofilos (que realizó impor-
tantes trabajos sobré el principio de la bomba de hidrógeno) ya
había previsto este hecho. Siguiendo sus pronósticos, los días
27 y 30 de agosto y el 6 de septiembre de 1958 los Estados
Unidos hicieron estallar tres bombas atómicas a 480 km de al-
titud (proyecto Argus). Los electrones producidos hicieron lo
que se esperaba de ellos: se movieron a lo largo de las líneas
de fuerza magnéticas y dieron lugar a fenómenos de luz polar.
En 1962 se repitió el experimento en otro lugar con el proyecto
«Starfish»: esta vez los electrones llenaron el cinturón de ra-
diación interior. Lo inesperado fue que sólo cuando pasaron
más de diez años (!) la «población» artificial disminuyó de
nuevo hasta el punto de que a esta altitud decreció también la
alteración de la radiación de los satélites. Durante el espacio de
tiempo intermedio se interrumpió el estudio de la población na-
tural de esa región porque no era posible diferenciarla de la ar-
tificial.
Pero, ¿cómo llegan a esa zona las partículas cargadas de
forma natural? Existen varias posibilidades naturales. Los nú-
cleos de átomos de la radiación cósmica chocan en la atmósfera
con otros átomos. Dado que los núcleos implicados son muy
ricos en energía, pueden salir neutrones de los núcleos de los
átomos afectados. Los neutrones tienen una vida limitada antes

― 274 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de desintegrarse en un protón y un electrón Mientras son neu-


trones, esto es, neutros, pueden expandirse sin limitación al-
guna, pero en cuanto se desintegran son atrapados de inmediato
por el campo magnético. Los protones de las fulguraciones so-
lares, ricos en energía, se hallan en condiciones de hacer otro
tanto.
Del mismo modo, puede tratarse de protones de las zonas
exteriores de la magnetosfera «camuflados» transitoriamente
como átomos de hidrógeno neutros. Estos protones «toman»
ocasionalmente un electrón de otra partícula y, de este modo,
se neutralizan. Tras este «intercambio de carga» se mueven li-
bremente por la magnetosfera hasta que son ionizados de
nuevo de resultas, por ejemplo, de la intensa radiación alfa pro-
ducida por la serie de Lyman del espectro del hidrógeno de la
geocorona o de la luz solar ultravioleta. Así pueden llegar tam-
bién a la parte interior del cinturón de radiación. Por último, las
tempestades magnéticas «bombean» partículas cargadas de las
zonas externas de la magnetosfera a las internas, con lo que las
partículas ganan energía.
A una distancia de tres radios de la Tierra (fig. 13-1) cruza-
mos una «superficie» cuya existencia deducimos de la dismi-
nución repentina de la densidad del plasma en un factor cien.
Junto al «cinturón de radiación de partículas ricas en energía»,
esta misma región de las líneas cerradas del campo dipolar está
llena de plasma que sale de la ionosfera hacia la región interior
conocida con el nombre de «plasmafera». Dado que en las ca-
pas altas de la atmósfera predomina el oxígeno atómico, no re-
sulta sorprendente encontrar en la plasmafera, junto a hidró-
geno y helio, una gran cantidad de iones de hidrógeno. Al lí-
mite exterior de la plasmafera lo denominamos «plasma-
pausa». La situación es distinta en las latitudes altas, pues el
campo magnético ya no tiene allí un carácter dipolar. En las
bajas, hasta el borde más próximo al ecuador de la zona de luz
polar, sí existe, en cambio, la plasmafera. La plasmapausa pre-
senta además la característica de que marca el límite de la «co-
rotación»: más allá, el plasma se desplaza bajo la influencia de
la fuerza centrífuga y de los campos eléctricos hacia la magne-

― 275 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

topausa en su parte de día, donde puede abandonar la magne-


tosfera. Dentro de la plasmapausa, por el contrario, el plasma
gira con el campo magnético, pues el gas neutro que co-gira,
por un lado, y la interacción similar a un rozamiento entre iones
y electrones, por el otro, obligan al plasma a co-girar en la io-
nosfera. Este régimen desaparece allí donde predominan otras
fuerzas: en esta región encontramos la plasmapausa. Si avan-
zamos más hacia el exterior en el lado de día, a una distancia
de 10 radios de la Tierra llegamos a la magnetopausa. Esto no
ocurre en el lado de noche: más allá de las líneas de campo que
proceden de la zona de luz polar llegamos a zonas donde el
campo magnético ya no es dipolar, sino abierto. En una repre-
sentación «materializada» podemos imaginar la situación
como una cabeza con una larga cabellera al viento. El cabello
se mueve hacia atrás formando mechones que ondean más o
menos paralelos en el viento: a esta región la denominamos
cola magnetosférica. Dado que los campos magnéticos tienen
una dirección, apreciamos que en la zona central entre la mitad
norte y la mitad sur las líneas de fuerza muestran signos opues-
tos. La intensidad neta del campo magnético es allí cero; esta-
mos en lo que se llama capa neutra. Está incluida en la capa de
plasma, cuyo espesor varía entre 1 y 3 radios de la Tierra. En
las proximidades de nuestro planeta esta capa se divide en dos
brazos que desembocan sobre los casquetes polares meridional
y septentrional. Allí se configura de nuevo el campo magné-
tico: una corriente de plasma denominada «viento polar» con-
duce plasma ionosférico frío a la región de la cola.
En el meridiano de mediodía, a unos 60 grados de latitud
(geomagnética), se forma en ambos hemisferios, en el lado de
día, una zona en forma de embudo: en el borde de este embudo
que se halla más próximo al ecuador las líneas de campo están
cerradas, al tiempo que las demás son arrastradas hacia atrás
por encima de los polos hacia la cola magnetosférica. A través
del embudo puede llegar a la magnetosfera plasma del viento
solar. Alrededor de la cola magnetosférica, que se extiende en
el espacio hasta muchos cientos de radios terrestres de distan-
cia y está rodeada por el viento solar, se forma una zona, deno-
minada manto de plasma, de la que eventualmente se traslada

― 276 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

aún más plasma solar a la región de la cola En esta zona se


acumula energía, que se «descarga» con intervalos irregulares:
el resultado es una tempestad magnetosférica parcial, como
consecuencia de la cual las partículas se aceleran hasta alcanzar
energías muy altas. Al moverse fuera de la región de la cola en
dirección a la Tierra, estas partículas llegan a la zona de luz
polar. Así pues, la luz polar es la expresión visible de este pro-
ceso de transformación de energía alimentado por el viento so-
lar.
Así pues, la magnetosfera es una región «ahuecada» por el
campo magnético terrestre en el viento solar (y, por ello, inac-
cesible para las partículas de éste). Está «abierta» en una deter-
minada parte, teniendo gran importancia procesos como la «fu-
sión» de dos líneas de fuerza magnéticas que antes no estaban
unidas, una surgida en la magnetosfera, la otra en el plasma del
viento solar (es el denominado «merging» o «reconnection»).
Pero hay que tener cierto cuidado. Faraday introdujo el con-
cepto de las líneas de campo, lo que permite ilustrar los campos
y su efecto. Pero hay que procurar no malinterpretar esta idea
de Faraday. Los campos sólo son perceptibles en relación con
la materia sobre la que actúan. En el espacio interplanetario lo
que podemos observar realmente es el plasma y el vector del
campo magnético local. Por ello hoy se prefiere hablar de «tu-
bos de flujo», esto es, de regiones del campo tubulares que con-
tienen un determinado «flujo magnético» y en las que se en-
cuentra plasma. Esta imagen tiene una relación definitiva con
la materia y en consecuencia resulta más útil para representar
los procesos de interacción.
Una vez que hemos analizado las condiciones terrestres, va-
mos a centrarnos en las de los demás planetas. Sus magnetos-
feras se han representado esquemáticamente en la figura 13-3.
Un estudio de Mercurio dejará ver la importancia de la ro-
tación del planeta para la estructura de la magnetosfera. La es-
casa intensidad del campo magnético hace que se trate de una
versión en miniatura de una magnetosfera. Dado que Mercurio
no tiene atmósfera, y por tanto tampoco posee ionosfera, exis-
ten diferencias sustanciales. La intensidad del campo superfi-
cial es tan sólo 350 nanoteslas, esto es, menos del 1% del

― 277 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

campo ecuatorial de la Tierra. La magnetopausa se encuentra


en el punto subsolar sólo a medio radio del planeta por encima
de la superficie, donde se halla un frente de la corriente. En el
lado de noche existe una cola magnetosférica, y en su interior
una capa neutra. Pero es probable que las corrientes de la capa
neutra y las de la magnetopausa sean tan fuertes en compara-
ción con el campo planetario que no se pueda formar un cintu-
rón de radiación. Tampoco debe existir una fuente interna de
plasma, ni un campo eléctrico vinculado a la rotación, ni, por
tanto, una plasmafera. Las descargas de energía similares a una
tempestad parcial se producen con constantes temporales de al-
gunos minutos (1-2 horas en la Tierra).

Fig. 13-3. Las magnetosferas del Sistema Solar (esquemas). En Venus y


Marte se trata más bien de zonas que se han aislado del campo general a
causa de la interacción entre el viento solar y el campo magnético inter-
planetario (v. texto).

― 278 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Una menor intensidad del campo magnético permitiría al


viento solar llegar a la superficie del planeta cuando la conduc-
tividad del cuerpo es reducida, con lo que sólo fluirán corrien-
tes pequeñas. Por eso el viento solar puede llegar a la superficie
de nuestra Luna, excepto en aquellos casos en los que ésta atra-
viesa la cola magnetosférica de la Tierra. En consecuencia, el
satélite terrestre carece de magnetosfera. Venus, en cambio, sí
posee atmósfera e ionosfera. Su conductividad permite a las
corrientes inducidas crear un campo magnético tan extenso que
el viento solar no pasa la ionopausa (a 500 km de altitud). En
Marte ocurre algo similar, semejante por lo demás a lo que su-
cede en los cometas. Delante del obstáculo se puede formar un
frente de choque en función de que las partículas del viento
solar sean desviadas o absorbidas. La ionopausa se halla a 400
km de altitud, y dado que allí la presión atmosférica no resisti-
ría a la del viento solar, los campos inducidos tienen que crear
una presión magnética considerable. En la cara de noche, en
cambio, se forma una zona de sombra similar a una región de
cola. La magnetosfera de Júpiter presenta unas grandes dimen-
siones. Si luciera, sería para nosotros el mayor objeto del cielo;
tiene casi 20 millones de kilómetros de diámetro, por lo que a
nuestros ojos sería algo mayor que el disco del Sol. También
es verdad que esta gigantesca burbuja varía mucho en función
de la presión del viento solar.
Las lunas de Galileo de Júpiter se mueven dentro de esta
inmensa magnetósfera, modificándola en una pequeña medida.
Pero la rápida rotación del planeta determina una estructura
muy diferente. Ello hace que se considere a la magnetosfera
como «condicionada por la rotación», lo que la asemeja a los
pulsares. En éste sentido, los modelos de la magnetosfera de
Júpiter han servido de patrón para los modelos de los pulsares.
Las intensas fuerzas centrífugas cargan de plasma el campo
magnético, principalmente en la región ecuatorial, con lo que
el campo se estira en el plano ecuatorial. Como consecuencia,
la magnetosfera presenta una estructura muy achatada. Al igual
que en la cola magnetosférica de la Tierra, en regiones próxi-
mas encontramos campos magnéticos de signo opuesto, con
capas neutras en los que pueden fluir corrientes.

― 279 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Las sondas Voyager han aportado datos decisivos para el


conocimiento de la constitución de la magnetosfera de Júpiter.
'Ésta presenta dos tipos de plasma, uno frío, más denso, que se
queda a unos 17 radios de Júpiter tras la rotación del planeta y
no aparece más allá de 40 RJ, y otro caliente que gira con el
campo magnético del planeta hasta la magnetopausa. En con-
traposición a otras magnetosferas, el número de iones pesados
(sobre todo helio, oxígeno, azufre) en el plasma es aproxima-
damente igual al de iones hidrógeno (protones) que predomina
en el resto del Sistema Solar.
Tabla 13-1. Comparación de las magnetosferas de los planetas
_ Onda de choque _ _ Plasmapausa/
Planeta delantera Magnetopausa Ionopausa
Mercurio 1,8 1,5 —
Venus 1,3 — 1,2
La Tierra 12 10 3
Marte 1,5 1,3 1,12
Júpiter 110 100 ?
Saturno 20...25 20...24 10...15
Urano 23 18 ?
Neptuno ‒30 ‒20 ?
Plutón ? ? ?
— Significa: no existe.
? Significa: no se conoce.
Distancias en radios del planeta, medidas desde el centro de éste, en el
meridiano del mediodía.

Hasta 15 radios de Júpiter (RJ) domina el campo dipolar del


planeta. Se encuentran allí partículas estables de alta energía,
cuya intensidad aumenta fuertemente hacia el interior. Mien-
tras se mueven a lo largo de las líneas de campo, los electrones
con energías de millones de electronvoltios emiten la radiación
sincrotrón descubierta desde la Tierra en 1955. Las lunas que
se mueven en estas regiones absorben estas partículas, de modo
que a lo largo de sus órbitas se halla disminuida la intensidad
del flujo de partículas en determinadas zonas de energía. Esto
coincide con otros hallazgos: la velocidad de Alfvén local, que
en la física del plasma tiene la misma importancia que la del
sonido en la hidrodinámica, es inferior a la velocidad relativa

― 280 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de las lunas con respecto al plasma. Dado que no se ha com-


probado que ninguna de las lunas tenga un campo magnético,
la interacción con las partículas del cinturón de radiación es
igual a la de la luna con el viento solar: en consecuencia, las
partículas llegan a la superficie directamente, no son desviadas.
Estas superficies podrían cargarse hasta potenciales que corres-
ponden a la energía de los electrones del plasma, excepto
cuando existe un plasma frío, denso, que se ocupa, por así de-
cirlo, de la descarga. Amaltea, Ío, Europa, Ganimedes y Calisto
se mueven en la magnetosfera de Júpiter e influyen sobre su
estructura. Esto no sucede en las lunas exteriores, que, como la
nuestra, se mueven en el espacio interplanetario.
En el caso de Ío existe además otro efecto (fig. 13-4): el
período de revolución de ⁓42,5 horas, es mucho más largo que
el de rotación de Júpiter (9,84 horas). Dada la distancia de la
órbita de Ío con respecto al planeta, su campo magnético co-
gira de un modo fijo y existe un efecto de inducción previsto
en 1957 por J. H. Piddington, en virtud leí cual se crea a través
del satélite un alto potencial. Por ello, a lo largo de las líneas
de fuerza de campo magnético de Júpiter fluyen corrientes que
desde la ionosfera del planeta se dirigen a Ío y no se cierran ni
por encima del interior de éste ni por encima de su ionosfera,
con lo que las partículas se aceleran, A través de un complejo
proceso del plasma, la interacción entre Ío y la ionosfera de
Júpiter es más fuerte cuando el dipolo excéntrico del segundo
está inclinado hacia Ío, siendo preferencial la parte norte. Este
efecto se utiliza para explicar la estimulación, dependiente de
la posición de Ío, de la emisión de radioondas con longitudes
de onda de decímetros. Los volcanes del satélite configuran su
atmósfera. La ionización es responsable de la existencia de un
toroide de plasma alrededor de la órbita: si en su parte interna
el toroide está nítidamente delimitado, en la externa se extiende
hasta la magnetosfera de Júpiter. Esto hace posible que el azu-
fre, elemento expulsado por los volcanes, se convierta en la
magnetosfera en un ion dominante junto con el hidrógeno y el
oxígeno.

― 281 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Saturno es, al igual que Júpiter, una radiofuente intensa,


pero no presenta ninguna radiación no térmica. El campo mag-
nético es menos intenso y crea una magnetosfera que, medida
en radios del planeta, corresponde aproximadamente a la de la
Tierra, siendo en consecuencia mucho más pequeña que la de
Júpiter (fig. 13-3). La onda de choque situada delante de la
magnetosfera se encuentra a una distancia de 24 radios del pla-
neta, y la magnetopausa a 22 radios. La magnetosfera de Sa-
turno es similar a la de la Tierra, hasta el punto de que su ta-
maño y su forma están determinados por el equilibrio de la pre-
sión dinámica del viento solar y la del campo magnético. Así
pues, no está tan «hinchada» como la de Júpiter. Por lo general
se distinguen en ella cuatro partes con distintas características.

Fig. 13-4. Debido a la rápida rotación de Júpiter, la luna Ío está continua-


mente «adelantada» por el campo magnético del planeta. Como cons e-
cuencia del efecto de dinamo así producido se forma un campo magnético
que atraviesa el satélite Gracias a la conductividad eléctrica de la luna
fluye una corriente que se cierra sobre la ionosfera de Júpiter y que influye
de un modo continuo en el régimen del plasma de la magnetosfera.

La magnetosfera exterior contiene un plasma que co-gira


con Saturno, y cuya mayor densidad aparece a una distancia de
6 radios del planeta. En ella se han identificado, además de pro-
tones, iones de nitrógeno y oxígeno e iones hidroxilos (OH‒).

― 282 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En contraposición a Júpiter, no se han encontrado iones H3‒. Se


supone que una parte «del plasma procede también del material
de los anillos. Tal como se esperaba, se han hallado partículas
«atrapadas» en el campo magnético Los flujos medidos varían
en el tiempo, pero también lo hacen en relación con su distri-
bución angular respecto al campo magnético. Al igual que en
Júpiter, se ha encontrado una capa de corriente ecuatorial que
rodea a Saturno a una distancia entre 8 y 16 radios, con un es-
pesor de 4 radios saturnianos (perpendicular al plano ecuato-
rial), así como una capa de corriente en la cola magnetosférica.
La región magnetosférica más próxima hacia el interior se ca-
racteriza por una disminución del flujo de partículas como con-
secuencia de la absorción por las lunas Dione, Tetis y Ence-
lado. Esta región se extiende hasta una distancia de entre 4 y
7,5 radios del planeta.
Dentro de esta zona y hasta los anillos vuelven a aumentar
los flujos, apareciendo partículas de mayor energía: los espec-
tros se hacen más duros, como en la Tierra y Júpiter. En la ór-
bita de Mimas, a 3,1 radios, las partículas son absorbidas de
nuevo con gran intensidad, de modo que vuelven a disminuir
los flujos. En la zona de los anillos, la cuarta región, las partí-
culas con cargas ricas en energía desaparecen casi por com-
pleto.
Así pues. Saturno se parece a la Tierra en la intensidad de
su campo magnético y en su magnetosfera interior. La exterior,
en cambio, se halla determinada por la rotación, como en Júpi-
ter (capa de corriente). Pero la presión iónica es pequeña, por
lo que probablemente no exista una corriente anular como en
la Tierra. En contraposición a Júpiter, el hidrógeno predomina
claramente sobre los iones pesados. Las lunas Mimas, Encé-
lado, Tetis, Dione y Rea se mueven constantemente dentro de
la magnetosfera de Saturno; Titán e Hiperión, por su parte, lo
hacen a veces. Japeto y el resto de las lunas no penetran en la
magnetosfera. En los casos en que los satélites se hallan dentro
de una magnetosfera hay que esperar que se produzcan fenó-
menos ligados a estas lunas. En amplias zonas de su órbita, Ti-
tán se mueve en el interior de la magnetosfera de Saturno, in-

― 283 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

fluyendo, sin duda, en su estructura. Las observaciones reali-


zadas han demostrado que esta luna «pierde» una nube de gas
parecida a un toroide, cuyo diámetro es, en sentido perpendi-
cular al plano de su órbita, de unos 2 radios de Saturno, mien-
tras que en el plano de la órbita se extiende entre 7 y 23 radios
del planeta. Esta nube, compuesta fundamentalmente de hidró-
geno neutro, debería existir en teoría hasta que a lo largo de
toda la órbita de Titán se pudiera formar un toroide cerrado. Su
densidad alcanza el valor de 10 partículas/cm3.
Entre la magnetosfera y la atmósfera de un planeta se pro-
duce un estrecho acoplamiento; en Saturno también existe luz
polar. La zona de luz polar se sitúa a 80° de latitud, más cerca
del polo que, por ejemplo, en la Tierra, donde se encuentra a
⁓70°. Todavía no se sabe con certeza si a través del «sputter-
ing», esto es, de la expulsión de material de las partículas de
polvo de los anillos por los iones ricos en energía presentes en
la magnetósfera, llega a esta última material en cantidades no-
tables, lo que podría determinar un aumento del número de
ciertos iones pesados —del mismo modo que en Ío el volca-
nismo determina que el azufre sea uno de los iones más fre-
cuentes en la magnetosfera de Júpiter—. Resulta interesante el
hecho de que la proporción entre hidrógeno y helio arroja un
valor muy elevado; dado que en el viento solar esta proporción
es de aproximadamente 10 a 1, estamos ante un indicio de que
una gran parte del hidrógeno ionizado procede de fuentes «in-
ternas».
Titán no se encuentra sólo dentro de la magnetosfera de Sa-
turno: se halla parcialmente en la «magnetosheath», la región
turbulenta, situada directamente delante, o incluso en el medio
interplanetario, en contraposición a lo que se pensaba en un
principio. Hay que tener en cuenta que esta luna sufre ocasio-
nalmente la influencia del viento solar y que durante estos pe-
ríodos debería mostrar una cierta similitud con Venus, donde
la atmósfera también padece la influencia directa del viento so-
lar. Cuando Titán se encuentra dentro de la magnetosfera
(como sucedió durante el paso de la sonda Voyager), no se ob-
serva ninguna onda de choque, aun cuando en la magnetosfera

― 284 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

exterior el plasma co-gire con el planeta a unos 200 km/s. De-


bido a las corrientes inducidas, el campo magnético de Saturno
se deforma en las proximidades de Titán hasta el punto de que
envuelve a la luna como un pliegue de un vestido.
Por lo demás, Titán es una fuente importante del plasma
que llena la magnetosfera exterior de Saturno, lo mismo que la
luna Dione, que también parece estar relacionada con la emi-
sión de radioondas por parte del planeta.
La proporción entre las masas Júpiter/Saturno/Urano es de
22,0 por 6,5/1,0. De ello se deduce que en el interior de Urano
la presión es menor que en el interior de los otros dos planetas.
Los valores de las densidades medias, en cambio, son de
1,33/0,7/1,31 g/cm3, pudiendo observarse claramente que
Urano no mantiene la proporción. Por consiguiente, tiene que
ser muy diferente. El hecho de que el eje de rotación esté incli-
nado 98° con respecto a la perpendicular del plano de su órbita
convierte a Urano en un objeto sumamente interesante, y aun-
que no existen pruebas directas de que tenga campo magnético,
sí hay indicios de que así es. Si no tuviese campo magnético,
ello no sería menos interesante debido a que, durante la forma-
ción de los planetas, hay que considerar una serie de procesos
en una secuencia físicamente plausible, que en el caso de Urano
debería haber conducido en realidad a la formación de un
campo magnético.
Dado que, en función del punto de la órbita alrededor del
Sol en que se encuentra el planeta, el eje de rotación se mueve
aparentemente en relación con la estrella (unas veces señala
hacia ésta, otras se halla perpendicular a la línea Sol-planeta),
y dado que el momento magnético debería estar orientado
aproximadamente a lo largo del eje, la magnetosfera no es es-
tacionaria, sino extremadamente variable. Cuando el eje se
muestra perpendicular a la línea Urano-Sol (fig. 13-3, abajo),
las condiciones son similares a las de la Tierra: onda de choque,
magnetopausa y cola magnetosférica, todo ello con un giro de
90°.
Pero si el eje señala hacia el Sol, el viento solar sopla de
lleno en el polo. Sin embargo, cuando la sonda interplanetaria
se aproximaba a Urano no se descubrió nada de esto, debido a

― 285 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que, como se observó pronto, el eje del campo magnético está


inclinado asombrosamente 60 grados respecto del eje de rota-
ción. Esto sorprendió en un principio y desató las especulacio-
nes. Al aproximarse a Neptuno, la sonda Voyager permitió des-
cubrir que también su eje magnético está inclinado unos 47 gra-
dos respecto del eje de rotación. La sonda se aproximó al pla-
neta prácticamente de la manera que se había esperado para
Urano. Esta sorprendente semejanza de las condiciones mag-
néticas para ambos planetas no puede ser una casualidad, sino
que debe de estar relacionada seguramente con el modo en que
actúa la dinamo en el interior de ambos planetas. Esto, a su vez,
debe de relacionarse con su estructura interna y su estado. Los
momentos magnéticos de ambos planetas son muy parecidos
entre sí: 2×1025 y 3,8×1025 teslas × cm3 para Neptuno o Urano,
aunque el flujo de energía procedente del interior del planeta
Neptuno es mucho mayor que el que procede de Urano. A este
respecto se espera realizar investigaciones y obtener resultados
muy interesantes en los próximos años.
Se supone que la estructura y la configuración de la mag-
netosfera de Urano y Neptuno son similares a las de la terrestre,
utilizándose para los distintos parámetros las correspondientes
transformaciones de la escala. Así, delante de la magnetosfera
debería formarse una onda de choque estacionaria. La estruc-
tura interna está determinada también por el período de rota-
ción del planeta, pues las fuerzas centrífugas son decisivas para
el desarrollo de determinados procesos. Se supone, en el caso
de Urano, que en la configuración en que el eje de rotación se-
ñala hacia el Sol existe una continua mezcla de líneas de campo
entre los campos planetario e interplanetario. En este proceso
magnetohidrodinámico la energía magnética se transforma en
energía cinética de las partículas con carga, lo que equivale a
una aceleración de dichas partículas. Se supone que en sentido
transversal a la magnetosfera existe un campo de convección
eléctrico de unos miles de voltios. La cola magnetosférica de
Urano puede extenderse hasta muchos cientos de radios del
planeta. A la distancia de 15-20° las zonas de las auroras bo-
reales rodean los polos magnéticos; su emisión alcanza, en el

― 286 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

caso de Urano, los 9.000 Rayleigh, lo que equivale a una po-


tencia emitida de 1010 vatios. La cola de la magnetosfera está
dividida en dos partes como la de la Tierra, partes que tienen
signos opuestos en cuanto a la intensidad del campo magnético.
Allí donde ambas están próximas, el campo magnético desapa-
rece y se forma una capa neutra, rellena con plasma, cuyo es-
pesor alcanza los 10 radios planetarios (fig. 13-3). A una cierta
distancia del planeta, la cola de la magnetosfera se orienta pa-
ralelamente respecto de la corriente del viento solar. Debido a
la rotación del planeta, esta estructura es agitada con fuerza,
dado que está ligada al eje magnético y no al eje de rotación.
Todas las lunas de Urano y todas las lunas de Neptuno,
salvo Nereida, se mueven dentro de la magnetósfera. En un
principio cabría esperar en la zona interior de la magnetósfera,
correspondiendo con el campo dipolar magnético que actúa ha-
cia abajo, la presencia de una zona de almacenamiento estable
para partículas con carga eléctrica: es decir, un cinturón de ra-
diación. A causa de la gran inclinación del eje magnético res-
pecto del eje de rotación, las lunas rozan extensas zonas de la-
titudes magnéticas en las cuales son absorbidas las partículas
cargadas, que en caso contrario poblarían el cinturón de radia-
ción. Por este motivo se encuentran partículas muy energéticas
únicamente en las zonas rozadas por las lunas. Las magnetos-
feras están «rellenas» con plasma igual que las demás magne-
tosferas. Existe una población «caliente» (energías de aproxi-
madamente 10 eV) y una componente «muy caliente» supra-
térmica (50-100 eV).
El dipolo magnético «equivalente» está desplazado res-
pecto del centro en ambos casos. Por ello varía notablemente
la intensidad del campo magnético sobre una superficie con-
céntrica situada alrededor del planeta. La luna más cercana a
Urano, o sea. Miranda, «nota» estas variaciones del campo
magnético durante su órbita alrededor del planeta, de modo que
en su interior se inducen corrientes eléctricas de gran intensi-
dad que contribuyen a calentar este cuerpo.
El bombardeo de las lunas con partículas cargadas produce
la liberación de material de la superficie (una especie de gases
de emisión); estos átomos pueden llegar a la magnetósfera y

― 287 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

convertirse allí, después de su ionización, en parte del plasma,


con lo cual la composición de éste estaría también determinada
por el material de la luna.

― 288 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

XIV. LA HELIOSFERA: LA FÍSICA DEL PLASMA


CÓSMICO

Denominamos «Sistema Solar» al conjunto de materia


compuesto por el Sol, los planetas, sus lunas, los asteroides, los
cometas, los meteoritos, el polvo y el gas, situada en uno de los
brazos de la espiral de la Vía Láctea. Es el sistema en que no-
sotros vivimos y se formó hace 4.600 millones de años, man-
teniéndose desde entonces sin haber sufrido grandes transfor-
maciones —dejando de lado una «breve» y turbulenta fase ini-
cial—. Esta definición del sistema estacionario es incompleta,
pues no considera un componente dinámico muy importante:
el plasma del Sistema Solar va ligado al concepto de «helios-
fera», que a su vez no toma en consideración los planetas por
estimar que son anomalías locales. Esta concepción se mani-
festó por primera vez en la literatura a principios de los años
setenta. Al describir la heliosfera se empieza, como es natural,
por el Sol. Nosotros nos vamos a limitar al estudio de unos po-
cos aspectos, ocupándonos del viento solar y de sus caracterís-
ticas sobre todo a gran distancia del Sol, para llegar a la zona
donde el viento no puede continuar fluyendo debido a las in-
fluencias procedentes del exterior.
Así pues, en nuestra exposición podemos imaginar que sólo
existen el Sol y el plasma que fluye de él, que transporta el
campo magnético solar hacia el exterior.
Pero dado que el Sol es una de las muchas estrellas de la
Vía Láctea, muy alejada del centro galáctico, se supone que en
las proximidades del Sistema Solar existe también un campo
magnético galáctico, junto con polvo, gas neutro y, quizá,
«viento galáctico». El Sistema Solar se mueve precisamente en
este entorno galáctico.
Al igual que en las magnetosferas de los planetas, supone-
mos que existe un límite entre la región solar y el espacio in-
terestelar; se trata de la heliosfera, definida como el espacio

― 289 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

natural donde queda limitado el campo magnético interplane-


tario.
La temperatura de la atmósfera solar alcanza en la corona
valores de más de un millón de grados. En los años cincuenta,
cuando se comprobó que estos valores térmicos eran correctos.
S. Chapman elaboró una teoría en la que partía de la idea de un
equilibrio hidrostático en la atmosfera solar De ello se dedujo
una prolongación de la corona en el espacio interplanetario. Sin
embargo, la teoría no contemplaba los bajos valores previstos
en la densidad y la temperatura a gran distancia del Sol.
En aquel momento despertó gran interés una hipótesis de
L. Biermann. Cuando se dio cuenta de que la cola de plasma
de los cometas, que sigue una dirección radial opuesta al Sol,
no se podía describir por medio de la presión de radiación del
Sol, este investigador explicó el hecho como un efecto recí-
proco entre una corriente de iones continua y el material del
cometa. Biermann otorgó a la densidad del flujo un valor de
1010 iones/cm2 s. Los astrónomos alemanes A. Behr y H. Sie-
dentopf ya habían apreciado a comienzos de los años cincuenta
que la luz zodiacal, fenómeno luminoso visible en la eclíptica
en los alrededores del Sol, está muy polarizada y que este he-
cho sólo se podía comprender si en estas zonas existían elec-
trones libres en una concentración de 103 cm‒3. Todas estas
ideas estaban en clara contraposición con la concepción hasta
entonces generalizada, de un espacio interplanetario «vacío»,
en el que, en todo caso, «revoloteaban» algunas rocas. Combi-
nando ambas observaciones se llegó a una velocidad de propa-
gación del flujo de iones de Biermann de más de 100 km/s.
Hacía mucho tiempo que se conocían ciertos indicios de pro-
cesos no estáticos en la región solar exterior Como ocurre en
todo el Cosmos, los campos magnéticos están ligados a proce-
sos dinámicos muy intensos: la materia se pone en movimiento
y la energía se transforma en espacios de tiempo extremada-
mente cortos. Un ejemplo de ello son las erupciones cromosfé-
ricas del Sol, que hoy reciben el nombre de fulguraciones, y en
las que la energía del campo magnético se transforma en pocos
minutos en energía cinética de las partículas cargadas. Las
manchas solares asociadas a los campos magnéticos aparecen

― 290 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

periódicamente en gran número y ya hace mucho tiempo que


se conoce el ciclo de 11 años En la figura 3-3 se representa el
«número relativo de manchas solares» como función del
tiempo. Periódicamente, la actividad solar llega casi a cesar (y
con ella también la frecuencia de las fulguraciones). A media-
dos del siglo XVII el Sol no mostró ninguna mancha solar du-
rante casi 40 años (minimo de Maunder).
A partir de todo esto E. N. Parker llegó en 1958 a la con-
clusión de que la existencia de la corona solar sólo se podía
entender dinámicamente. Solucionó el problema del modelo de
Chapman situando a mayor distancia la igualdad con las con-
diciones galácticas. Esto no se puede explicar hidrostática-
mente, pero sí dinámicamente. A partir de la idea de Biermann,
Parker llegó a la genial conclusión de que la corona se expande
continuamente. Comprobó que el efecto del campo gravitacio-
nal del Sol, la baja presión del medio interplanetario y la pro-
pagación esférica de la corriente debían determinar la existen-
cia de una corriente supersónica de plasma en el espacio inter-
planetario, y la denominó «solar wind», viento solar. La co-
rriente de energía que pasa del interior del Sol a la corona es de
unos 10‒2 julios/cm2s; apenas 10‒3 julios/cm2s son irradiados
por la corona, y 9,5×10‒3 julios por cm2s son transportados por
el viento solar hacia el exterior. Visto de este modo, el viento
solar constituye el regulador que permite mantener relativa-
mente constante la temperatura de la corona.
Las corrientes hidrodinámicas en expansión constituyen un
problema astrofísico general. El plasma se expande de un modo
similar en el halo galáctico, y se piensa que en las proximidades
de los pulsares existen incluso vientos estelares con velocida-
des relativistas. La velocidad de expansión de la corona solar
baja en las proximidades del Sol, pero aumenta con la altura.
En el «radio crítico» (fig. 14-1) se equiparan la energía térmica
y la energía cinética del plasma en expansión la velocidad es
igual a la del sonido en el plasma. Más hacia el exterior la Co-
mente adquiere un carácter supersónico. Este radio crítico no
se conoce con mucha exactitud; podría situarse a una distancia
de entre 15 y 30 radios del Sol. Más allá de 20 radios solares el
viento solar apenas puede fluir libremente.

― 291 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. 14-1. A cierta distancia del Sol el viento solar adquiere un carácter
«supersónico» en el «radio crítico» (a una distancia de 10-20 radios del
Sol). Dentro de este radio el viento solar está impulsado por el gradiente
térmico y es calentado por las ondas

Una pequeña aberración (v. apéndice 1) se debe al impulso


de giro que ha tomado al desprenderse de la atmósfera en co-
rotación del Sol Aunque el campo magnético solar impide que
el viento pueda expandirse a velocidades inferiores a 100 km/s,
el calentamiento de la corona determina la existencia de ese
viento, velocidades que se sitúan necesariamente por encima
de 100 km/s. Debido a la elevada densidad de la energía ciné-
tica del plasma, el campo magnético solar es arrastrado hacia
fuera con el viento, pero permanece ligado al Sol. En la zona

― 292 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de co-rotación tiene una estructura radial fuera de ella el campo


magnético interplanetario solar forma una especie de espiral de
Arquímedes (fig. 14-2). Este efecto es similar al «efecto de Ra-
sensprenger» en el que las líneas de corriente forman una espi-
ral de Arquímedes, mientras que las gotas de agua escapan en
dirección radial Estas gotas equivalen al plasma, y las líneas de
corriente al campo magnético. El campo magnético interplane-
tario responde a la fórmula
r = V/Ω (Φ ‒ Φ0)
siendo V la velocidad del viento solar. Ω la velocidad angular
del Sol, r la distancia y Φ ‒ Φ0 la distancia angular entre un
punto del Sol y una longitud de referencia. Cuanto más se
avanza hacia el exterior, más se aproxima esta espiral a un
círculo. Fuera del plano de la eclíptica el campo describe su-
perficies cónicas hacia el exterior. En el centro, el viento solar
es eléctricamente neutro y el número de partículas con carga
positiva resulta ser igual al de partículas con carga negativa en
un volumen no muy pequeño. La situación puede ser distinta
localmente (esto es. en pequeña escala), existiendo entre las
zonas con una carga dominante campos eléctricos que tienden
a equilibrar las diferencias. Estos campos tienen todas las di-
recciones posibles y pueden presentarse durante períodos de
tiempo de distinta duración; en otras palabras, en el viento solar
hay campos electrostáticos turbulentos y ondas electrostáticas
que se propagan. Pero hay también algo más: ondas electro-
magnéticas, magnéticas y acústicas Las ondas están ligadas a
un transporte y un intercambio de energía y a una aceleración
de las partículas cargadas.
El viento solar fue medido directamente por primera vez
durante el vuelo de la sonda espacial soviética Lunik II, en sep-
tiembre de 1959, por Gringauz y sus colaboradores. Estas ob-
servaciones fueron completadas con las de otras sondas sovié-
ticas (Lunik III y Venus I). Las primeras mediciones dieron un
resultado de una densidad de la corriente de protones de 108-
109 cm‒2 s‒1, lo que coincidía con la previsión teórica de una
corriente supérsónica, si bien no constituía una prueba directa

― 293 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de la existencia de una corriente orientada en una sola direc-


ción. La primera medición exacta realizada por científicos nor-
teamericanos la obtuvo, en el año 1961, un grupo de trabajo del
Massachusetts Institute of Technology (MIT), de Boston, con
el satélite Explorer 10; se estimó para la velocidad un valor de
⁓300 km/seg y una temperatura de los protones entre 105 y 106.

Fig. 14-2. El «campo magnético interplanetary» tiene su origen en el Sol.


Debido a la elevada conductividad eléctrica del plasma del viento solar, el
campo magnético solar contenido en un determinado elemento de volu-
men en las proximidades del Sol es arrastrado en sentido radial hacia el
exterior con este elemento de volumen. Gráficamente lo podemos imagi-
nar como si el campo magnético se retirara del elemento siguiente («occi-
dental») en el sentido de rotación del Sol y fuera «traspasado» al elemento
anterior en el sentido de rotación. Mientras el elemento anterior se halla
más hacia el exterior y el siguiente más hacia el interior, se forma un
campo magnético inclinado con respecto al radio. En términos más preci-
sos, se extiende en forma de una espiral de Arquímedes hacia el exterior.
Las fluctuaciones del viento solar se transmiten directamente al campo, de
modo que la estructura representada tiene un carácter medio. Localmente
y en intervalos de tiempo cortos el campo puede desviarse notablemente
de la situación media.

― 294 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

La primera medición extensiva de las características del


viento solar durante un espacio de tiempo prolongado se
realizó con la sonda norteamericana Mariner II en 1962-1963.
Estas mediciones permitieron conocer por primera vez la fuerte
variabilidad del viento solar. En la figura 14-3 se muestra la
variación de la velocidad del viento durante vanos períodos de
rotación solar Se ha representado la velocidad del viento solar
en función del tiempo Dado que la longitud de una línea equi-
vale a un período de rotación del Sol, en la serie de líneas con-
secutivas se aprecia la persistencia de ciertas características de
la comente a lo largo de varias rotaciones solares Las medicio-
nes se realizaron con los instrumentos del Max Planck Institut
für Aeronomie de Lindau instalados en la sonda espacial ger-
mano-norteamericana «Helios». La composición del viento so-
lar coincide, tal como se esperaba, con la de las capas exterio-
res del Sol.
En nuestra estrella existen zonas cuya temperatura y densi-
dad son especialmente bajas; de ellas proceden campos mag-
néticos abiertos, unipolares, y un viento solar muy veloz (V >
400 km/seg). Estas zonas se denominan agujeros coronarios.
El hecho fue apreciado por vez primera en 1957 por el astró-
nomo suizo M. Waldmeier, quien también hizo referencia a su
tendencia a repetirse cada 27 días y a su posible relación con
las tempestades geomagnéticas que se repiten cada 27 días —
postuladas en 1934 por el geofísico de Gotinga J. Bartels— y
con los hipotéticos «centros M». Pero sólo los estudios realiza-
dos con el «Orbiting Solar Observatory», el satélite OSO de la
NASA, y el «Skylab», permitieron obtener datos definitivos.
En, 1973, estas mediciones demostraron la relación directa
existente entre los agujeros coronarios y las corrientes de alta
velocidad del viento solar. Con ello se probó que en las proxi-
midades del ecuador solar los agujeros coronarios son idénticos
a los «centros M» de Bartels, que en los períodos de máxima
actividad solar son escasos y que no duran mucho tiempo. En
la figura 14-3 se representa este hecho: el viento solar rápido
no es frecuente en los períodos de alta actividad solar. En cam-
bio, con una baja actividad se encuentran sobre los polos del

― 295 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Sol extensos y estables agujeros coronarios de polaridad mag-


nética opuesta, en lo que constituye una manifestación del
campo magnético dipolar del Sol.

Fig. 14-3. Las velocidades del


viento solar, medidas con la
sonda espacial Helios 1 entre
1974 y 1978 en el espacio inter-
planetario, prácticamente en el
plano de la eclíptica. Las zonas
sombreadas indican velocidades
superiores a 500 km/s. Las velo-
cidades más bajas se sitúan en
torno a 200 km/seg. Los puntos
indican el momento en que He-
lios se encontraba en el perihelio
(0,3 UA). Cada línea horizontal
abarca 27 días (una rotación so-
lar) y las curvas representadas
unas debajo de otras correspon-
den a rotaciones solares consecu-
tivas (esto es, cada una a un «día
solar»).

― 296 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En los períodos de alta actividad solar este campo es defor-


mado por intensos campos magnéticos locales en la zona de las
manchas solares. A mayor distancia domina siempre una bipo-
laridad del campo magnético. Las líneas de éste, casi abiertas,
de los agujeros coronarios polares son compensadas o. dicho
de un modo más expresivo, separadas, por una capa de co-
rriente en una superficie magnéticamente neutra (fig. 14-4). En
los períodos de mínima actividad solar los agujeros coronarios
pueden extenderse desde las zonas polares hasta el ecuador.
Del mismo modo, la capa de corriente transcurre eventual-
mente en una superficie muy irregularmente ondulada.

Fig. 14-4. Representación esquemática de la capa de corriente en el Sis-


tema Solar. La órbita terrestre puede situarse por encima o por debajo de
ella Si el campo magnético solar (interplanetario) que transcurre al norte
de la capa está orientado hacia el exterior, el campo que transcurre por
debajo se orientara hacia el interior Por consiguiente, una sonda espacial
observa el campo dirigido hacia el interior o hacia el exterior en función
del lado de la capa de corriente en que se encuentre.

Un observador situado en la eclíptica vería alternativa-


mente su cara superior y su cara inferior, esto es, apreciaría la
polaridad del campo magnético interplanetario dirigida hacia

― 297 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

dentro y hacia fuera. La figura 14-4 ofrece un esquema de una


situación de este tipo. Así se explica hoy la durante tanto
tiempo enigmática «estructura sectorial» del campo magnético
interplanetario (fig. 14-5) que aprecia un observador en la
eclíptica.

Fig. 14-5. La «estructura


sectorial» del campo
magnético interplanetario.
El campo magnético se
observa dirigido hacia el
interior o hacia el exterior
en función del lado de la
capa de corriente desde
donde se observe.

El viento solar fluye en sentido radial hacia el exterior hasta


que se lo impiden las fuerzas externas. Para saber de qué tipo
son estas fuerzas y cómo es la región límite debemos tener una
idea acerca de la naturaleza del entorno del Sistema Solar. El
Sol se encuentra en uno de los brazos de la espiral de la Vía
Láctea, relativamente distante del centro galáctico. Allí se pro-
duce una gran acumulación de estrellas que generan un viento
estelar similar al viento solar. Suponemos que en el espacio in-
terestelar hay campos magnéticos arrastrados hacia el espacio
exterior con el viento solar. Asimismo, existe plasma cuya den-
sidad de electrones podemos fijar, basándonos en diversas me-
diciones, en 0,05 electrones/cm3, con una temperatura que no
debe ser superior a 104 °K y con un campo magnético22 supues-
tamente «congelado» que presenta intensidades en tomo a 0,35

22Cuando el plasma y el campo magnético no se mueven en sentido opuesto


es lo que ocurre en los casos en los que la densidad de energía del plasma en
movimiento es muy superior a la del campo magnético Éste es «arrastrado»

― 298 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

nanoteslas. Esto aparte, en el espacio interestelar se ha podido


verificar la existencia de polvo y gas neutro, principalmente
hidrógeno y helio. A partir de observaciones fotométricas de la
radiación a de la serie de Lyman del espectro del hidrógeno
sabemos que el gas neutro se traslada, en relación con el Sis-
tema Solar, a una velocidad de ~20 km/s.
El plasma y el gas neutro se mueven debido a los choques
ocasionales entre ambos grupos de partículas, por lo que la ve-
locidad con respecto al plasma presenta el mismo valor.
El gas neutro puede penetrar sin dificultad en las estructuras
del Sistema Solar determinadas por el campo magnético y el
viento solar. Existen dos «lectora través de los cuales el plasma
y el gas neutro intercambian energía: la ionización v el inter-
cambio de carga. El primer efecto es más probable cuanto más
se acerca al Sol una partícula neutra. En el momento de la io-
nización la partícula ya cargada experimenta una aceleración
que se transmite a través del campo magnético llevado hacia
fuera: en el momento de la ionización la partícula ya cargada
comienza a moverse alrededor del campo magnético. Si el
campo se traslada bajo un ángulo distinto a cero en dirección
opuesta a la del movimiento de la partícula, éste alcanzará la
velocidad del plasma tras unos pocos períodos de revolución.
De este modo se forman en alguna parte del Sistema Solar par-
tículas con carga que son llevadas de nuevo hacia afuera con el
viento solar y que pueden ser aceleradas de diversos modos (p.
ej., por ondas de choque), pero que debido a su mayor «rigidez
magnética» (impulso por carga) pueden difundirse de nuevo en
el interior del Sistema. Los átomos que precisan una gran ener-
gía para ionizarse —es el caso de los gases nobles helio o
neón— penetran a veces profundamente en el Sistema Solar, y
eventualmente presentan una mayor aceleración. Al realizar
mediciones de la radiación cósmica se ha detectado en estos
elementos una anomalía de las frecuencias relativas en energías
situadas entre 20 y 100 MeV por núcleo. Se supone que este

por el plasma, fenómeno habitual en los plasmas cósmicos debido a la relati-


vamente alta conductividad eléctrica de éstos.

― 299 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

«componente anómalo» no se puede atribuir a la radiación pro-


cedente del Cosmos, sino que ha surgido del gas interestelar
neutro original a través del proceso descrito.
El intercambio de carga entre un átomo de hidrógeno neutro
(frío) lento y un protón del viento solar («caliente») determina
una transformación directa de las características del viento: se
forman un protón del viento solar «frío» y un átomo de hidró-
geno neutro rápido, que ya no necesita preocuparse por el
campo magnético. Si esto ocurre en la zona del viento solar
supersónico, el átomo de hidrógeno neutro escapa del Sol a la
velocidad del viento solar. Debemos esperar como consecuen-
cia directa un gas neutro rápido que escapa del Sistema Solar.
Sin embargo, además de su energía de flujo, el nuevo protón
del viento solar tiene ahora «energía térmica», que equivale a
su velocidad original como partícula neutra de aproximada-
mente 20 km/s, manifiestamente superior a la característica de
los «viejos» iones del viento. Por consiguiente, el intercambio
de carga y la fotoionización determinan una pérdida de energía
de flujo del viento solar y un aumento de la energía térmica, lo
que supone un retardamiento y un calentamiento de la co-
rriente. Por otra parte, en la región de la corriente supersónica
predomina el calentamiento del plasma.
En las regiones exteriores del Sistema Solar disminuye la
presión dinámica del gas del viento. Este último, cuyo campo
magnético arrastrado es más allá prácticamente perpendicular
a la dirección de la corriente (fig. 14-2), se encuentra ahora con
el plasma interestelar. Si su presión dinámica alcanza el valor
de la presión global del gas interestelar, el viento solar, al igual
que ocurre cuando choca con el campo magnético terrestre,
tiene que liberarse del carácter supersónico de su corriente me-
diante una transición de ondas de choque. Detrás de esta onda
de choque el viento sigue difundiéndose como una corriente
subsónica. Debido al plasma interestelar que fluye hacia esta
región, en esta zona de transición se invierte la dirección de la
corriente del viento y el «cuerpo» así formado en la dirección
del viento estelar se rodea con una simetría axial. Con ello se
obtiene la configuración que se ha esquematizado en la figura

― 300 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

14-6. A la zona en la que, como se ha descrito, quedan limita-


dos el viento solar y el campo magnético interplanetario la de-
nominamos «heliosfera». A partir del plasma que fluye, a su
alrededor se desarrolla una especie de cola, la cola heliosférica.
El tamaño de la heliosfera es muy variable, y no por causa de
la actividad solar —el efecto no sería dramático—, sino de las
características (densidad del gas) del espacio interestelar.

Fig. 14-6. Esquema de la heliosfera. Perfil en el plano de la eclíptica.


«Des- plegado» por el viento solar vemos en la heliopausa el límite entre
el campo magnético heliosférico y el campo interestelar. Se aprecia como
una zona que cubre en el Sol casi 180° de longitud a gran distancia y se
convierte en una estructura muy delgada en sentido radial debido a la di-
rección casi acimutal del campo magnético. En el texto se incluyen más
detalles.

A partir del balance entre la presión dinámica del viento


solar tras la onda de choque, por un lado, y la presión ejercida
en sentido contrario por el medio interestelar, por otro, se
puede deducir la distancia de esta región con respecto al Sol.
La onda de choque debe situarse a una distancia entre 50 y 100
UA.
La interacción con el gas neutro interestelar a través del in-
tercambio de carga contribuye también a la desviación del
viento solar tras la onda de choque. En contraposición a la in-
teracción, antes comentada, con la corriente supersónica del
viento solar, en la turbulenta zona subsónica del viento solar

― 301 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

desviado —cuyos iones encuentran por fin su dirección de


flujo en órbitas a veces muy sinuosas— se produce una emisión
de gas neutro producido en el intercambio de carga práctica-
mente en todas direcciones, esto es, también hacia el interior
de la heliosfera. La velocidad de este gas se sitúa en tomo a 100
km/s y es superior a la del gas que llega directamente del espa-
cio interestelar con velocidades relativas de unos 20 km/s. Este
gas, y en especial la componente más rápida, continúa calen-
tando y retardando el viento en la parte externa de la heliosfera.
Nos encontramos, pues, ante un complejo proceso de interac-
ción a través del cual la densidad del gas neutro interestelar
influye continuamente en la configuración, las dimensiones y
las características de la heliosfera. Una densidad elevada puede
determinar que la transición a la corriente subsónica no se pro-
duzca en una onda de choque, sino de modo continuo. Por otra
parte, con los actuales parámetros del entorno no es probable
que se forme una onda de choque en el medio interestelar de-
lante de la heliosfera. Esto sí es posible, en cambio, en zonas
con otra densidad del gas neutro. Dado que en su camino por
la Vía Láctea el Sistema Solar se mueve por regiones de dife-
rente densidad, no pensamos que exista una heliosfera cons-
tante desde el punto de vista temporal. En la actualidad nos
movemos por un «agujero», esto es, por una región en la que
el gas presenta una densidad muy baja.
El campo magnético interplanetario, prácticamente circu-
lar, define también una limitación magnética que lo separa del
campo galáctico. Este límite se denomina, en analogía con los
conceptos de magnetósfera terrestre, «heliopausa».
Suponemos que la anterior descripción de la heliosfera en
las proximidades del plano de la eclíptica se acerca mucho a la
realidad. Las dimensiones derivadas de la teoría del plasma
coinciden con las que se han estimado en otros ámbitos. La
sonda espacial norteamericana Pioneer 10, que ha alcanzado
las órbitas de los planetas exteriores (⁓25 UA), ha confirmado
que allí la estructura del campo magnético es prácticamente
circular.

― 302 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Los tiempos de propagación de las partículas solares ricas


en energía a lo largo de estas líneas de campo confirman tam-
bién el origen de los campos en el Sol (en contraposición con
la idea de las «burbujas magnéticas» desprendidas). Hasta el
momento las sondas no han llegado ni a la onda de choque ni a
la heliopausa. Estamos convencidos de que las ideas arriba ex-
puestas acerca de las características de la heliosfera son correc-
tas. Lo que no sabemos con tanta seguridad es cómo nos debe-
mos imaginar la tercera dimensión. Probablemente tengamos
que imaginar las partículas exteriores no en una rotación simé-
trica, sino más bien en una rotación achatada. Los científicos
esperan obtener una respuesta experimental a estas cuestiones
con el programa «International Solar Polar Mission», actual-
mente en preparación, del que hablaremos en el próximo capí-
tulo Sólo entonces se podrá examinar experimentalmente este
escenario físico.

― 303 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

XV. CONCLUSIÓN

Las mediciones realizadas con la ayuda de las sondas espa-


ciales y las fotografías por ellas tomadas nos han permitido co-
nocer mejor los detalles físicos de los planetas, desde Mercurio
hasta Saturno. La mayoría de estas mediciones se realizaron en
la última década, e igual de recientes son muchos de los cono-
cimientos presentados en este libro. Pero las difíciles condicio-
nes económicas que atraviesan la mayoría de los países que han
participado hasta el momento en la investigación espacial de-
terminan cara al futuro una clara limitación de estos trabajos
científicos. Una de las sondas Pioneer sigue todavía activa, de
modo que las grandes antenas de la NASA pueden recibir aún
sus señales. Hasta el momento se ha alejado 40 UA del Sol, lo
que equivale a 25 veces la distancia Tierra-Sol. Es la mayor
distancia desde la que hemos recibido mediciones directas del
plasma interplanetario, el campo magnético y la radiación cós-
mica. Ello nos ha proporcionado la importante información de
que la extrapolación que los físicos han realizado para explicar
la estructura del espacio interplanetario es correcta en el plano
de la eclíptica. Ante todo, se ha visto confirmada la realidad de
la estructura en espiral del campo magnético interplanetario
que, tal como se suponía, tiene su origen en el Sol y es arras-
trado por el viento solar hasta el límite de la heliosfera. ¿Puede
existir una confirmación más hermosa de una grandiosa con-
cepción física?
Una de las sondas interplanetarias Voyager, gracias a la
cual disponemos de maravillosas imágenes del sistema de Jú-
piter y de Saturno, voló en enero de 1986 cerca de Urano, pasó
en agosto de 1989 por las proximidades de Neptuno y envió
mediciones e imágenes de extraordinaria calidad de estos pla-
netas exteriores a la Tierra. La sonda continúa ahora su camino
hacia las profundidades del espacio.

― 304 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Probablemente no se envíe de inmediato otra sonda con


destino a los planetas exteriores. En la actualidad se está pla-
neando el lanzamiento de una sonda con destino a Saturno: se
ha previsto una sonda que orbite la luna Titán, que posible-
mente será capaz de enviar una sonda para que se sumerja en
la atmósfera de esta luna. El proyecto se ha bautizado con el
nombre de «Cassini», descubridor de varias lunas de Saturno.
Como consecuencia de la catástrofe de Challenger se han
retrasado varios años dos grandes proyectos de sondas inter-
planetarias, como, por ejemplo, la sonda «Galileo», lanzada en
1989 camino de Júpiter, si bien siguiendo una trayectoria indi-
recta. Para poder disponer de la necesaria energía, la sonda
debe ganar una parte de ésta pasando por las proximidades de
Venus: el resto de la energía la obtiene pasando dos veces por
las proximidades de la Tierra (a 300 km de altitud). Gracias a
esta última maniobra, la sonda posee finalmente la suficiente
velocidad como para poder llegar a Júpiter y entrar allí en ór-
bita alrededor del planeta. Poco antes de llegar al planeta, se
lanzará una sonda que se adentrará en la atmósfera de Júpiter,
desde donde enviará datos durante un breve tiempo para acabar
quemándose finalmente.
Mucho antes de que «Galileo» llegue a Júpiter, la sonda in-
terplanetaria «Ulysses», lanzada un año más tarde (en octubre
de 1990) habrá alcanzado el planeta. Se aproximará de tal ma-
nera al planeta que su trayectoria saldrá del plano de la eclíptica
para elevarse por encima del polo solar. Orbitará alrededor del
Sol, siguiendo una trayectoria elíptica, situada casi perpendi-
cularmente respecto del plano de la eclíptica, cuyo punto más
alejado del Sol estará sobre la órbita de Júpiter y cuyo punto
más próximo al Sol se encontrará sobre la órbita terrestre. El
sobrevuelo de la interesante región polar del Sol durará apro-
ximadamente 200 días. Mientras que la sonda «Galileo» nació
como producto de la cooperación entre EE.UU. y la República
Federal de Alemania. «Ulysses» es el resultado de la coopera-
ción entre la Agencia Espacial Europea (ESA) y la estadouni-
dense (NASA). Dado que podemos observar el Sol simultánea-
mente desde la Tierra, podremos observar por primera vez una
estrella en tres dimensiones.

― 305 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Esto no debería tomarse demasiado en serio debido a que


la «observación» se refiere en parte únicamente a la banda es-
pectral estrecha accesible a nuestros sentidos. No menos im-
portante, desde el punto de vista físico, es el estudio del campo
magnético terrestre, el viento solar, las partículas cargadas de
gran energía emitidas por el Sol, la radiación cósmica que, pro-
cedente de la galaxia, penetra en el Sistema Solar y las emisio-
nes de fotones del Sol, desde la banda de los rayos X. pasando
por el infrarrojo, hasta llegar a la banda de las ondas radio.
Esta misión penetrará también en regiones desconocidas.
Naturalmente los físicos hace tiempo que han formulado teo-
rías acerca de la estructura tridimensional del espacio interpla-
netario, en especial del campo magnético y de la corriente de
plasma. Sin embargo, se trata únicamente de extrapolaciones,
extraídas de las experiencias bidimensionales, es decir, en el
plano de la eclíptica, y proyectadas en tres dimensiones, si bien
ampliadas con argumentos de carácter físico, pero que incluyen
también algunas suposiciones. Siempre que la física emplea
modelos, se ve forzada a hacer este tipo de suposiciones. El
siguiente paso consiste en descubrir, mediante hábiles medi-
ciones, si la concepción propuesta por el modelo coincide
siempre con dicha «experiencia». Si no es así, hay que cambiar
el modelo o modificar las suposiciones, o ambas cosas a la vez.
La ESA situará en 1994, en el marco de otro programa de
exploración espacial, la sonda de observación solar «Soho»,
que se situará en una órbita alrededor del punto de libración
entre la Tierra y el Sol. Ese mismo año se pondrá en cierta me-
dida punto final al estudio de la magnetósfera con la misión
«Cluster», formada por cuatro satélites que volarán muy próxi-
mos unos a otros. A principios de 1989, la NASA envió, ca-
mino de Venus, la sonda «Magallanes», cuya misión es enviar
imágenes de alta resolución de la superficie del planeta. En ju-
lio de 1988, la URSS lanzó dos sondas espaciales. «Fobos I» y
«Fobos II», con destino a Marte, de las cuales una alcanzó el
planeta. A pesar del fracaso de la misión de acercamiento a la
luna de Marte. Fobos, en los meses de febrero y marzo de 1989
se pudieron recoger, durante las órbitas alrededor del planeta

― 306 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

que precedieron a la maniobra, múltiples informaciones acerca


del campo magnético y el plasma del planeta.
Estas son las misiones más importantes referidas al estudio
del Sistema Solar que forman parte del programa de explora-
ción del espacio. Como puede apreciarse, nos encontramos
ante una especie de punto crucial en el que disponemos de una
idea general acerca de las propiedades esenciales del Sistema
y poseemos suficientes conocimientos acerca de los cuerpos
que lo forman, lo que impide que cometamos errores importan-
tes en cuanto a la descripción global de! mismo. Por ello me
pareció adecuado recopilar los conocimientos actuales en un
libro del que se puede suponer que describirá el Sistema Solar
de manera esencialmente «correcta» hasta finales del presente
siglo. Estoy seguro de que los grandes rasgos de este cuadro
acerca de nuestro entorno cósmico no habrán sufrido modifi-
caciones esenciales antes de esa fecha.

― 307 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 1

LAS DISTANCIAS EN EL SISTEMA SOLAR Y FUERA DE ÉL

NUESTRO ENTORNO EN EL COSMOS

El cielo estrellado ha dado siempre alas a la fantasía del


hombre, y ello no sólo desde Immanuel Kant. Pero durante mu-
cho tiempo se ha considerado como un enigma la banda de es-
trellas que se extiende en el cielo de noche: la Vía Láctea. Si
bien Kant señaló que la «nebulosa» debía ser considerada
como una multiplicidad de estrellas, la explicación de nuestro
entorno no se produjo hasta mucho tiempo después.
El estudio del espacio situado más allá del Sistema Solar no
fue posible en tanto no se dispuso de telescopios adecuados.
Johannes Kepler, que descubrió que las estrellas están mucho
más lejos que los planetas, pensaba, sin embargo, que todas las
estrellas se hallaban igual de lejos. Hoy sabemos que no es así
y en este capítulo vamos a explicar cómo se miden las distan-
cias. La respuesta es muy sencilla: mediante mediciones para-
lájicas. Pero, ¿qué significa esto?
Supongamos que nos sentamos en una silla y miramos un
objeto situado, por ejemplo, a un metro de distancia. Si cerra-
mos el ojo izquierdo, el objeto aparecerá en un determinado
punto de la pared. Pero si cerramos el derecho, el objeto se pre-
sentará en otro punto de la pared. Esto es lo que se representa
en la figura A-l. Los ojos están separados por una distancia D,
el objeto se encuentra a una distancia a del ojo, y b es la distan-
cia entre el objeto y la pared. Al ángulo α lo llamamos la «pa-
ralaje» del objeto. Ésta es tanto menor cuanto más alejado se
halla el objeto y tanto mayor cuanto más separados están los
ojos entre sí Para medir distancias, en el ámbito militar se ha
utilizado desde hace mucho tiempo un tubo en el que un espejo

― 308 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

desvía hacia el centro los rayos de luz que penetran por dos
agujeros situados a una distancia de unos dos metros, siendo
luego reflejados hacia los ojos por otro espejo.

Fig. A-1. (a) Visión espacial: un objeto aparece ante un fondo diferente si
lo miramos primero con el ojo izquierdo y luego con el derecho. Este prin-
cipio del desplazamiento paralájico también se utiliza a menudo en astro-
nomía (b) para calcular distancias.

Tal como se aprecia en la parte b de la figura, este método


también se puede aplicar en estrellas muy lejanas; basta con
tener una base D suficientemente grande. Mientras que la pa-
ralaje de los planetas se determina con bastante exactitud rea-
lizando la observación desde dos puntos de la superficie terres-
tre (de este modo calculó Halley, en 1761, la distancia entre
Venus y el Sol), para calcular las distancias de las estrellas es
necesario conocer al menos la órbita terrestre. Se determina así

― 309 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

la posición de una estrella en la «esfera celeste», que está defi-


nida por las estrellas que no presentan una paralaje que se
pueda medir desde la órbita terrestre (esto es, que son objetos
situados a gran distancia). Conociendo la base D y el ángulo
paralájico ex se puede calcular la distancia a con arreglo a la
fórmula siguiente:
𝐷
𝑎=
2/(𝛼⁄2)
Pero al calcular distancias con ayuda del método de la pa-
ralaje hay que tener cuidado. Existe un efecto que debe tomarse
en consideración de forma adecuada: tanto la estrella como el
observador se pueden mover. Con un movimiento relativo de
la estrella y el observador la luz procederá aparentemente de
otra dirección, en el fenómeno que denominamos «aberra-
ción». Este efecto fue descubierto por el astrónomo inglés J.
Bradley, quien quiso mejorar la exactitud de sus mediciones y
se vio obligado a reflexionar mediadamente en lo que hacía.
Así pues, partimos de la base de que la luz de una estrella llega
a un telescopio compuesto de abertura de entrada y ocular. Si
el telescopio se mueve en sentido perpendicular a la dirección
de la estrella y está ajustado «geométricamente» —el ocular, el
objetivo y la estrella se encuentran en línea recta—, la luz que
entra por el objetivo no llegará ni siquiera al ocular, pues éste
se habrá movido ya hasta otro punto. Por consiguiente, en caso
de que se mueva el observador hay que considerar un ángulo
que viene dado por la relación entre la velocidad del movi-
miento y la velocidad de la luz. Esté efecto recibe el nombre de
«aberración» (del latín, desviarse) de la luz. Si se consideran el
movimiento del observador y el de la fuente, la determinación
de la paralaje se convierte en un útil y sencillo instrumento para
la medición de distancias en el Universo.
El griego Aristarco realizó de este modo por vez primera la
medición exacta de la distancia entre la Tierra y la Luna (v.
cap. 1). Hiparco mejoró la medición con posterioridad deter-
minando la posición de la Luna al mismo tiempo en dos lugares
muy distantes entre sí. De este modo pudo calcular también la

― 310 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

dimensión de nuestro satélite y —si bien no con mucha exacti-


tud— la distancia entre la Tierra y el Sol (20 veces la distancia
entre la Tierra y la Luna). En 1838, el matemático alemán (F.
W. Bessel aplicó estas ideas a las distancias estelares. Para ello
eligió momentos de observación separados entre sí exacta-
mente medio año, pues entonces la Tierra se encuentra justo en
dos puntos opuestos de su órbita elíptica alrededor del Sol. La
base para la medición paralájica es en este caso el diámetro de
la órbita terrestre, es decir, 2 UA. Por fin descubrió una estrella
cuyo desplazamiento paralájico se podía medir desde esa base
y con los instrumentos disponibles; esta estrella se incluyó en
las tablas astronómicas con el nombre de 61 Cygnus (en la
constelación del Cisne). El desplazamiento paralájico descu-
bierto por Bessel era de 0”,6 de arco. A partir de ahí calculó
que la estrella se encontraba a una distancia de 1,03×1014 km,
suponiendo que no se moviera durante el intervalo de observa-
ción de 6 meses. Dado que estas cifras son muy elevadas, los
astrónomos acostumbran a expresar las distancias con la ayuda
de la velocidad de la luz, no en vano ésta es una constante na-
tural (c ≈ 300.000 km/s).
Si la luz del Sol tarda unos 8 min en llegar hasta nosotros,
la de la estrella 61 Cygnus nos llega después de unos 11 años,
y por ello decimos que se encuentra a 11 años luz. Esta estrella
es una de nuestras vecinas más cercanas en el cosmos y, según
la observación de Bessel, apenas es un poco más pequeña que
nuestro Sol. Existen algunas estrellas que están más próximas
a nosotros que la 61 Cygnus; la más «cercana» es Alfa-Cen-
tauri, que se encuentra a sólo 4,3 años luz (v. tabla A-l) y tam-
bién se asemeja mucho al Sol.
Ésta fue la primera prueba experimental de que entre el Sol
y los planetas las distancias no van más allá de algunas UA,
pero que alrededor del Sistema Solar existen años luz de espa-
cio «vacío»; también constituyó una prueba de que hay otros
sistemas solares y de que nuestra existencia terrestre no es ne-
cesariamente única.
En la actualidad, los astrónomos calculan que en nuestra
galaxia (la Vía Láctea) existen unas 4×1010 estrellas de carac-
terísticas comparables a las de nuestro Sol. Como hemos visto

― 311 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en el capítulo, hoy se relaciona el origen de una estrella con el


colapso gravitacional de una nube de gas o polvo. Por tanto, es
natural que fuera de la estrella central se puedan condensar
cuerpos a los que, en analogía con el Sistema Solar, denomina-
ríamos «planetas». A través de observaciones radioastronómi-
cas se han descubierto líneas de emisión de moléculas orgáni-
cas especialmente en las zonas en las que podemos apreciar la
presencia de polvo y gas interestelar. Sabemos, por tanto, que
la formación de tales moléculas es un proceso normal en el es-
pacio interestelar. Así pues, no hay que considerar el origen de
la vida un acontecimiento extraordinario. Yo consideraría más
bien como un golpe de suerte el hecho de que la Tierra se haya
formado precisamente a esa distancia del Sol, lo que consti-
tuyó, sin duda, una condición favorable para el desarrollo de la
vida. Ésta no hizo su aparición en Venus ni en Marte, a pesar
de que la historia de ambos se asemeja mucho a la de la Tierra.
Tal circunstancia está relacionada, sin duda, con la radiación
solar que llega a su superficie. Una hipótesis satisfactoria es la
que señala que siempre que alrededor de una estrella de clase
espectral similar gira un planeta a una distancia que permita
que a la superficie de este último llegue una intensidad de ra-
diación comparable a la que recibe la Tierra, en principio ten-
dría que ser posible la vida. Estos planetas no se podrían ver
directamente y habría que deducir su existencia de manera in-
directa, estudiando, por ejemplo, las peculiaridades de su ór-
bita. Este tipo de estudios se ha realizado en diversas ocasiones.
Mrs. S. L. Lippincott, del Swarthmore College, en Filadelfia
(USA), ha demostrado por vez primera que alrededor de la es-
trella de Barnard (más pequeña y más fría que el Sol) se mue-
ven uno o dos satélites del tamaño de Júpiter. Las observacio-
nes demuestran que existen otras cinco estrellas más lejanas
que tienen planetas; es el caso de la estrella Stein 2.051, situada
a 18 años luz, o de CC 1.228, a 30 años luz. Por lo que parece,
en la estrella Lalande 21.185 se ha descubierto un planeta que
cuenta con una masa diez veces superior a la de Júpiter, en
tanto que en 61 Cygni hay otro ocho veces mayor que el más
grande de los planetas del Sistema Solar.

― 312 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

El astrónomo Friedrich Wilhelm Herschel observó toda una


serie de cúmulos estelares (de los que realizó dibujos), que en
principio fueron considerados como soles achatados por la ro-
tación. Immanuel Kant consideró al respecto (en su obra
Naturlehre und Theorie des Himmels, aparecida en 1755) que
era natural suponer que se trataba de sistemas compuestos por
muchos soles, esto es, de sistemas de «Vías Lácteas». La Vía
Láctea es, en realidad, un aspecto de nuestra galaxia (fig. A-2).

Fig. A-2. Esquema de nuestra galaxia con la posición del Sol.

La evidente «concentración» de estrellas en su banda es un


efecto geométrico relacionado con la posición relativa de nues-
tro Sistema Solar en la galaxia: se encuentra bastante al borde
de uno de los brazos de la espiral, en el Brazo de Orión, que
también comprende las constelaciones de Perro y Quilla de
Barco. En el Brazo de Orión el Sol se halla cerca del borde
interior, mientras que las restantes estrellas de la constelación
de Orión están en el borde exterior. La observación de un cen-
tro galáctico lleno de estrellas despierta en nosotros la idea de
una banda: la Vía Láctea. Repartidos de un modo más regular
por el cielo encontramos otros grupos de estrellas de caracte-
rísticas similares a las de nuestra galaxia, pero muy alejados de
nosotros. El grupo más próximo, la nebulosa de Andrómeda,
se encuentra a una distancia de 1,7 millones de años luz y es
algo más pequeña que la Vía Láctea. Las estrellas de ésta giran
en tomo a su centro, cuya visión nos está vetada por una nube

― 313 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de gas interestelar («nube oscura»). La Vía Láctea parece divi-


dirse en este punto (en la constelación de Sagitario). El Sol se
encuentra a unos 30.000 años luz del centro de la galaxia, lo
que constituye unas dos terceras partes de la máxima distancia
que presentan las estrellas a ella pertenecientes. El período de
traslación del Sol alrededor del centro galáctico es de aproxi-
madamente 200 millones de años. Esto aparte, la velocidad de
traslación aumenta en las proximidades del centro. Las estre-
llas exteriores se mueven alrededor de este centro en órbitas de
Kepler, mientras que las estrellas próximas giran casi «en
unión».
Merced a observaciones radioastronómicas hoy sabemos
que en el «núcleo» (de varios años luz de diámetro) de la gala-
xia se emite una intensa radiación de radio, como si allí se en-
contrara una estrella gigantesca. Alrededor de este núcleo se
agrupa un halo de estrellas, más numerosas cuanto más cerca
nos hallamos del núcleo mencionado. En este halo se encuen-
tran las más antiguas de las estrellas conocidas, todas ellas gi-
gantes rojas. Los brazos de la espiral, en cambio, contienen
fundamentalmente estrellas jóvenes, rodeadas de gas y polvo.
En relación con sus estrellas vecinas el Sol se mueve a una
velocidad de 19,4 km/s (movimiento peculiar), lo que se ha
confirmado también a través de la medición del efecto Doppler
de la radiación de 21 cm de hidrógeno neutro interestelar.
La Vía Láctea tiene aproximadamente 12.000 millones de
años. El Sistema Solar, que cuenta con 4.600 millones de años,
ha dado desde su origen 23 vueltas en tomo al centro galáctico;
la velocidad orbital del Sol es de aproximadamente 230
km/seg. En los brazos de la espiral se aprecia —como se sabe
gracias a la observación de otras galaxias— un tipo espectral
de estrellas que no se encuentra en el centro de las galaxias.
Son las gigantes azules, estrellas luminosas muy calientes o. en
otros términos, estrellas «jóvenes». Ello nos hace suponer que
en las regiones exteriores de las galaxias todavía hoy se están
formando estrellas. Entre las galaxias observables unas presen-
tan una forma circular y elíptica, otras tienen forma de disco y
otras, por último, presentan brazos de espiral. Estas formas se

― 314 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

interpretan como diferentes fases de desarrollo: una galaxia cir-


cular se considera como un sistema joven que, poco a poco y
debido al mantenimiento del impulso de giro del sistema, se
achata cada vez más y adquiere forma de disco, con lo que el
gas del plano del disco en formación fluye hacia el exterior.
Este gas «primordial» sería el «material de construcción» de
las estrellas.
Tabla A-1. Distancia y situación de algunas de las estrellas más
próximas
Distancia
Nombre de la estrella _ (años luz) _ En la constelación
Alfa Centauri 4.3 _ Centauro
Estrella de Barnard 5.97 Ofiuco
Wolf 359 7.74 Leo
Luyten 726-8 7.9 Ballena
Lalandé 21.185 8.2 Osa Mayor
Sirio 8,7 Can Mayor
61 Cygnus 11.1 Cisne
Altair 15,7 Águila
(1 año luz = 9,5×1012 km).

Otras galaxias (a menudo reunidas en cúmulos nebulares):


Distancia en millones
Nombre _ de años luz
Nebulosa de Andrómeda (M31) 2,25 _
Virgo 36
Hércules 340
Osa Mayor II 1.240

El astrónomo norteamericano E. P. Hubble ha intentado


calcular las distancias entre las galaxias y ha descubierto que
éstas se hallan repartidas en el espacio de un modo más o me-
nos regular (isótropo), si bien también existen cúmulos galác-
ticos. La Vía Láctea parece formar uno de estos grupos («clus-
ter») junto con la nebulosa de Andrómeda, una galaxia en es-
piral, seis nebulosas elípticas y cuatro irregulares (entre las que
se cuentan las dos Nubes de Magallanes). Se calcula que en el
Universo existen 75 millones de galaxias de hasta un tamaño
de 21m. ¿Por qué no van a repetirse miles de veces entre tantas
estrellas unas condiciones similares a las de la Tierra y el Sol
y, por tanto, también la vida? Por lo demás, la formación de

― 315 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

estrellas es un proceso que tiene lugar continuamente en nues-


tra galaxia y en otras. Nuestro Sol es una estrella con unas ca-
racterísticas medias de tamaño, radio, masa y luminosidad, y
podemos encontrar sistemas solares en todas las fases de desa-
rrollo: si en unos los planetas se acaban de formar y en otros se
encuentran en una fase de evolución similar a la nuestra, no
faltan tampoco aquéllos cuya estrella central o «Sol» se ha con-
vertido ya en una enana blanca o en una estrella de neutrones,
y en consecuencia la vida ha desaparecido por efecto de un
cambio de las «condiciones ambientales».

― 316 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 2

LA PRESIÓN DE RADIACIÓN DE LA LUZ

Cuando la luz solar incide sobre un prisma aparece un es-


pectro de colores que abarca desde el rojo hasta el azul; a partir
de ellos se forma la luz «blanca». Esto se puede explicar y en-
tender si se considera a la luz como una onda electromagnética
con una determinada longitud de onda λ, que se propaga a la
velocidad de la luz c. El vector del campo eléctrico que forma
esta onda oscila de un lado para otro con una frecuencia v, re-
sultando válida la fórmula c = vλ. Vamos a explicarlo del si-
guiente modo: v indica el número de oscilaciones por seg. Una
onda se compone de numerosas oscilaciones sucesivas, cada
una de ellas con una determinada longitud λ × v que indica, por
tanto, la distancia a que se ha movido la onda en un segundo.
Ésta es la velocidad de propagación de esa onda.
En una prisma cuyo índice de refracción n es superior a 1
(n = 1 se da en el vacío) la luz es desviada de su dirección de
incidencia con más fuerza cuanto mayor es λ. De este modo se
obtiene el espectro.
Para explicar la difracción de la luz Isaac Newton partió de
la base —en aquel momento no se había formulado todavía
ninguna teoría de las ondas— de que existen partículas de luz.
Esta conclusión resulta casi inevitable para explicar el efecto
fotoeléctrico: la velocidad del electrón liberado del material
por la incidencia de la luz aumenta con la energía de la luz in-
cidente. Por tanto, cuanto menor sea la longitud de onda de la
luz, más rápido será el electrón. En relación con las ondas se
pensaría ingenuamente en una conexión con la intensidad de la
luz.
Así pues, el concepto de energía tiene que ir ligado a un
fotón, y dado que los rayos X son más ricos en energía que las
radioondas, la primera ha de ser proporcional a la frecuencia

― 317 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

de la luz. Max Planck formuló la igualdad E = hv. La constante


h que Planck introdujo en la física es la que conocemos con el
nombre de cuanto de acción de Planck, con un valor numérico
h = 6,624×10‒27 ergios/s. Se trata de una constante natural uni-
versal, como la velocidad de la luz.
Einstein relacionó con esta idea su vinculación de energía
y masa derivada de la teoría de la relatividad: E = mc2. Combi-
nando ambas fórmulas podemos atribuir a un fotón la masa
ℎ𝑣
𝑚=
𝑐2
o, considerando que λv = c, también m = h/cλ. Si se expresa h
en ergios/cm, c en cm/s y λ en cm, se aprecia que un fotón
«azul» de 400 nm de longitud de onda tiene una masa m =
5,5×10‒33 g, y uno «rojo» de 800 nm de longitud de onda una
masa m = 2,7×10‒33 g (1 nm = 1 nanómetro = 10‒9 m). La masa
de un átomo de hidrógeno es, en comparación, de 1,7×10‒24 g.
Por consiguiente, la presión de radiación de la luz no resulta
apreciable para nuestra percepción sensorial.
La presión P de un gas ejercida, por ejemplo, contra una
pared se debe a los choques de los átomos de gas contra esa
pared. El impulso transmitido g (el producto de la masa m por
la velocidad v, g = mv) permite calcular directamente la presión
correspondiente. Del mismo modo podemos estimar la presión
de radiación ejercida por los fotones sobre los cuerpos (p. ej.,
partículas de polvo) según la fórmula P = mc = hv/c.
Pensemos en una partícula de polvo en el espacio interpla-
netario; está sometida, por un lado, a la atracción de la gravita-
ción del Sol y, por otro, a la fuerza ejercida por la presión de
radiación de la luz, que intenta alejarla del Sol. La presión de
radiación que soporta una partícula de polvo depende del perfil,
de la longitud de onda de la luz y de las características del ma-
terial. Esto aparte, la intensidad de la luz, al igual que la fuerza
de gravitación, aumenta con el cuadrado de la distancia con
respecto del Sol. Por tanto, las partículas de polvo pequeñas se
comportan como si la masa del Sol estuviera «rebajada» en la
ley de la gravitación. A la presión de radiación se une además

― 318 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

la de las partículas transmitida por el viento solar e igualmente


dirigida hacia el exterior. En las proximidades de la órbita te-
rrestre la fuerza transmitida por el viento solar puede superar a
la de gravitación en las partículas que cuentan con un diámetro
inferior a 0,1 nm.
Las partículas de polvo se mueven en órbitas elípticas, esto
es, en una primera aproximación, casi en sentido perpendicular
a la línea de conexión con el Sol También a ellas les afecta la
aberración de la luz comentada en el apéndice 1: las partículas
del viento solar, como los fotones, proceden aparentemente «en
diagonal de delante» En consecuencia, estas partículas sopor-
tan una fuerza opuesta al sentido de su movimiento, que con el
tiempo determina una disminución de su velocidad. Debido a
este efecto de frenado, denominado efecto Poyntig-Robertson
en honor a su descubridor, las partículas de polvo se mueven
hacia el Sol formando espirales. La vida de las partículas muy
pequeñas (0,1 μm de diámetro) se reduce así a unos cientos de
años y la de las de varios centímetros de tamaño a varios mi-
llones (las partículas se vaporizan al aproximarse al Sol). Por
otra parte, las de menores dimensiones (y las moléculas) son
llevadas hacia el exterior por la presión de radiación. Cuando
las partículas tienen además una carga eléctrica, son traslada-
das por el viento solar al exterior de nuestro sistema como con-
secuencia de la acción de las fuerzas eléctricas. Los efectos de
erosión reducen también la vida de las partículas: los protones
del viento solar que chocan contra la superficie expulsan con-
tinuamente átomos de estas superficies (en el denominado
«sputtering», término inglés que significa algo así como expul-
sar) y contribuyen a la reducción constante de las partículas de
polvo (típico ~μm/año).
La presión de radiación también ha sido objeto de discusión
en relación con su aplicación en el ámbito de la astronáutica.
Cuando se expone una superficie grande la radiación solar se
ve acelerada, del mismo modo que la vela puede poner en mo-
vimiento un barco. Por tanto, una nave espacial que dispusiera
de una gran «vela» de este tipo podría maniobrar («cruzar») en
el espacio interplanetario. El «viento» estaría constituido en
este caso por la luz y el viento solares, que «empujan» en la

― 319 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

eclíptica en la misma dirección. Estas naves espaciales con pro-


pulsión «solar sailing» han sido objeto de debate y es posible
que se utilicen en un futuro no muy lejano.

― 320 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 3

LA LEY DE TITIUS-BODE

Si en un sistema de coordenadas ponemos en un sentido


números enteros (0, 1, 2, 3, etc.) y en el otro el logaritmo de las
distancias medias de los planetas al Sol o el de las distancias
medias de las lunas a los planetas en una unidad cualquiera, se
obtienen siempre, sorprendentemente, líneas rectas, ya se trate
del Sistema Solar, de Júpiter, de Saturno, de Urano o de Nep-
tuno. Esto resulta especialmente interesante porque hasta el
momento no se ha ofrecido una explicación válida de este he-
cho. Ello se debe a que existen numerosas teorías sobre los de-
talles del origen del Sistema Solar y no hay pruebas experimen-
tales para decidirse por una o por otra (o incluso por una ter-
cera).
Johann Daniel Titius (1729-1796) fue el primero en apre-
ciar esta regularidad. Se toma, según él indica, la serie de nú-
meros 0, 3, 6, 12, 24, etc. (caracterizada porque todos ellos —
a excepción de los dos primeros— se obtienen multiplicando
por dos el número anterior) y se suma 4 a cada cifra así obte-
nida. Se obtiene entonces el número D'. Si aceptamos que D' =
10D y describimos la serie anterior algebraicamente a través de
D' = 10D = 4 + 3 × 2n para n > 1, números enteros
o
D' = 10D = 4 para n = 1.
entonces D' equivale exactamente a la distancia de los planetas
con respecto al Sol (medida en distancias Tierra-Sol, esto es.
en unidades astronómicas), como se observa en la tabla.
Titius, profesor de física en Wittenberg, añadió a su traduc-
ción de la obra Contemplation de la Nature, de Charles Bonnet,

― 321 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

algunos de sus conocimientos, incluyendo la regla mencionada


en el capítulo 4. Pero al principio su apreciación no despertó
mucho interés. Johann Elert Bode (1747-1826), astrónomo real
que recibió las mayores condecoraciones, dio a conocer la regla
en su libro Anleitung zur Kenntnis des gestimten Himmels. En
un principio ocultó el origen del procedimiento, si bien en pos-
teriores ediciones mencionó que procedía de la traducción del
libro de Bonnet realizada por Titius en 1772. En lo sucesivo
incluyó la regla en muchos de sus escritos, citándola a menudo
como «regla de Bode» (Bode eligió el nombre del planeta, en-
tonces recién descubierto, Urano).
Tabla A-2
Planeta - Mercurio - Venus - Tierra - Marte - Ceres - Jupiter - Saturno - Urano - Neptuno - Plutón
n ‒∞ 0 1 2 3 4 5 6 -7 ―
Observado 0,39 0,72 1,0 1,52 2,77 5,2 9,54 19,18 30,06 39,4
Regla de 0,4 0,7 1,0 1,60 2,80 5,2 10,0 19,6 38,8 77,2
Titius

Históricamente la regla tiene sus raíces en la obra de Kepler


Mysterium Cosmographicum, en la que el autor intenta descri-
bir las órbitas de los planetas mediante polígonos regulares que
podían inscribirse en las esferas delimitadas por las órbitas. En
otras palabras, Kepler hizo uso de los números enteros para
describir el sistema planetario, al tiempo que llamó la atención
sobre el gran espacio existente entre Marte y Júpiter.
La regla adquirió mayor interés al descubrirse Urano.
Cuando la búsqueda de un planeta a una distancia de 2,8 UA
desembocó en el descubrimiento del planetoide Ceres, el pro-
cedimiento se empleó de manera sistemática en la búsqueda de
Neptuno y adquirió una gran fama. Entre tanto fue perfeccio-
nado en diversos aspectos. El astrónomo Wurm descubrió que
la previsión de la regla se mejoraba si en lugar del multipli-
cando 3 se empleaba el número 2,93 y en lugar del 4 el número
3,87. Poco después W. Gilbert sustituyó en las potencias el nú-
mero 2 por 2,08.

― 322 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fig. A-3. La regla de Titius-Bode.

En la figura A-3 se aprecia otra peculiaridad. La curva que


une los puntos asignados a los distintos planetas serpentea pe-
riódicamente alrededor de la línea recta obtenida. En 1912 este
hecho indujo a Miss Mary Adela Blagg (1858-1944) a introdu-
cir funciones periódicas. Miss Blagg escribió la relación de la
siguiente forma:
Dn = A × (1,7275)n × [B + f (α + nβ)].

― 323 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

En este contexto f representa una función periódica, al


tiempo que A, B, α y β son constantes. Si en el sistema plane-
tario se expresan las distancias en UA y en el sistema de lunas
de radios del planeta, los mejores valores son, según Miss
Blagg, los representados en la tabla siguiente:
_ A _ B _ α _ β
Planetas 0,4162 2,025 112º,4 56º,6
Jupiter 0,4523 1,852 113°,0 36°,0
Saturno 3,074 0,0071 118º,0 10°,0
Urano 2,98 0,0805 125°,7 12°,5

En 1945 D. E. Richardson realizó la siguiente simplifica-


ción:
Dn = (1,728)n ϱn (Θn),
siendo ϱn una función periódica.
Sin embargo, el motivo físico de la existencia de una regla
de este tipo permaneció oculto durante mucho tiempo. La cir-
cunstancia de que una regla como ésta sea válida no sólo para
los planetas, sino también para los sistemas de lunas, debe tener
una causa física más profunda. Sus raíces han de buscarse sin
duda en el origen del sistema planetario, cuestión de la que nos
ocupamos en el capítulo 9.

― 324 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 4

EL MOVIMIENTO DE LOS PLANETAS

Mientras que Kepler llegó empíricamente, por así decirlo,


a su deducción de las leyes que describen el movimiento de los
planetas, conociendo la ley de la gravedad (la fuerza de la gra-
vitación), estas leyes se infieren prácticamente por sí mismas.
Si se forma el producto vectorial de la fuerza por el radio
vector, se obtiene × = 0, Pero como la fuerza representa al
mismo tiempo la variación temporal del momento del impulso
G alrededor del Sol, entonces
× = constante.
Éste es precisamente el «principio de las áreas»: el radio vector
cubre en tiempos iguales áreas iguales. Se trata de la segunda
ley de Kepler (v. fig. A-4).
Para llegar a la primera ley habría que inscribir la ecuación
en las coordenadas polares y se obtendría en la forma
𝑎(1−𝜀 2)
𝑟= ,
1+𝜀 𝑐𝑜𝑠𝜑

siendo ε la excentricidad numérica de la elipse, a el semieje


mayor y φ el ángulo acimutal. El área de la elipse es A = π ab
= π a2 √(1 ‒ ε2), y aquélla se moverá con un periodo de revolu-
ción T. Por consiguiente, con la segunda ley podemos escribir
inmediatamente
c × T = π a2 √(1 ‒ ε2),
Si se expresa además la constante superficial C a través de la
ley de la gravitación, C2 = γ Ma (1 ‒ ε2), siendo M la masa del
Sol y γ la constante gravitacional, entonces se obtiene

― 325 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

𝑇 4𝜋 2
𝑎3
= 𝛾𝑀
,

esto es, la tercera ley de Kepler Pero dado que los planetas no
se mueven alrededor del Sol, sino que Sol y planeta giran jun-
tos en tomo al centro de gravedad común localizado en el foco
de la elipse, hay que considerar exactamente el movimiento
conjunto del Sol. Con ello se obtiene la forma correcta
𝑇 4𝜋 2
= .
𝑎3 𝛾(𝑀+𝑚)

Por tanto. T2/a3 no es una constante universal, y presenta


valores diferentes en cada planeta.

Fig. A-4. Órbita elíptica de un planeta. F1, F2: focos. Las zonas sombreadas
constituyen áreas iguales, que son cubiertas por el radio vector del planeta
en tiempos iguales. Se ha representado la posición de la Tierra en su órbita
en los momentos de comienzo del verano, del invierno y en los equinoc-
cios (para hemisferio norte).

La división zodiacal del año se realiza desde antiguo (Acua-


rio. Piscis. Aries. etc.). A lo largo del año el plano ecuatorial
de la Tierra se encuentra en dos ocasiones de modo que pasa
por el centro del Sol. Por consiguiente, en esos momentos el
Sol se halla —prescindiendo de la Tierra— en los puntos de
intersección del ecuador celeste y la eclíptica, esto es, en el

― 326 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

punto de primavera (21 de marzo) o en el de otoño (23 de sep-


tiembre). En ellos tiene el Sol la declinación 0°; es el momento
de los equinoccios.
La velocidad orbital resulta ser menor en el afelio (fig. A-
4) que en el perihelio, circunstancia que determina que en el
hemisferio norte el semestre de verano sea 7,5 días más largo
que el de invierno.

― 327 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 5

LOS PUNTOS DE LIBRACIÓN: LA SITUACIÓN DE LOS


«TROYANOS»

Los puntos de libración constituyen la solución específica


al «problema de los tres cuerpos reducidos». Fueron descubier-
tos por Lagrange en 1792 y en el pasado despertaron gran inte-
rés como problema de la mecánica celeste. En la actualidad se
ha reavivado de nuevo este interés en relación con la cuestión
de la localización de los satélites artificiales.
El lugar geométrico de estos puntos de libración en un sis-
tema compuesto por dos cuerpos Ml y M2 que giran en torno a
un centro de gravedad común es, en lo esencial, constante (en
unas coordenadas en co-rotación): tres puntos de libración se
encuentran en la línea recta que une los dos cuerpos (L1, L2 y
L3 en la fig. A-5), y otros dos forman un triángulo isósceles
con los dos cuerpos. Si se coloca un punto de masa (p. ej., un
satélite) en uno de estos cuerpos con la velocidad adecuada, se
mantiene en un estado de equilibrio, pues la aceleración de la
gravitación y la centrífuga se compensan.
Para resolver el problema se considera el movimiento de un
punto de masa en el campo de gravitación de dos cuerpos de
igual masa (M1, M2, p. ej., el Sol y la Tierra o la Tierra y la
Luna) que se hallan a una distancia R y que se mueven en ór-
bitas elípticas alrededor de un centro de gravedad común S (fig.
A-5).
Calculando la energía cinética y potencial de este punto de
masa en unas coordenadas en co-rotación, se pueden formular
según el método de Lagrange tres ecuaciones diferenciales de
segundo orden, cuyá solución nos permite encontrar los puntos
de libración. Desde el punto de vista físico, estas soluciones
son estacionarias en el caso de órbitas circulares, mientras que
en el de órbitas elípticas varían periódicamente las distancias

― 328 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

entre los puntos de libración y las masas M1 y M2, mantenién-


dose, sin embargo, la colinealidad (L1, L2, L3) y el carácter
equilátero de los triángulos (L4, L5). Gráficamente podemos
imaginar del siguiente modo el campo potencial modificado en
las coordenadas en co-rotación: los dos puntos de masa M1 y
M2 son «valles» del campo potencial, mientras que los puntos
de libración L4 y L5 constituyen «cúspides» en este campo.
Por lo que se refiere a los puntos de libración L1, L2 y L3, se
trata de «puntos de paso», similares a puertos de alta montaña:
el terreno desciende en dos sentidos opuestos, mientras que as-
ciende en sentido perpendicular a ellos. Una masa que se
mueve en las direcciones mencionadas volverá a caer siempre
en su punto de partida (equilibrio estable), pero si se mueve en
sentido perpendicular a ellas, rodará hacia los valles M1 y M2
(equilibrio inestable).

Fig. A-5. La situación de los puntos de libración

Por consiguiente, el punto de masa no se encuentra en una


posición «absolutamente» estable, sino más bien en una esta-
bilidad «relativa». Por este motivo, si hay que situar un satélite

― 329 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en un punto de libración no se le puede abandonar. Es necesario


hacer algo para mantener su posición, realizando maniobras de
corrección de la órbita («station-keeping»), habida cuenta de
las alteraciones orbitales determinadas por otros planetas, por
la Luna, la presión de radiación del Sol. etc.
Pero también se puede situar un satélite en una órbita cuasi
periódica alrededor de un punto de libración. Así, por ejemplo,
un satélite emplazado en un punto de libración entre la Tierra
y el Sol no debe estar directamente delante del Sol, ya que la
radiación de radio de éste taparía sus señales radioeléctricas.
Debe describir una órbita que, por así decirlo, «evite» el disco
solar. Por conveniencia, el plano de su órbita no se coloca en
el del movimiento de las masas M1 y M2. En el plano perpen-
dicular a él su movimiento es periódico, debiendo estar orien-
tado en la dirección de las «montañas» ascendentes. De este
modo se llega a órbitas periódicas que, de relativa estabilidad
en tomo al punto de libración, no tienen el carácter de figuras
de Lissajou ni son del tipo de las órbitas de «halo» (de acuerdo
con dos clases de solución del problema).
A mediados de 1978 se realizó una primera aplicación prác-
tica del «anclaje de un satélite en un punto de libración» con el
ISEE-C. Se trata del tercer satélite del programa «International
Sun-Earth-Explorer», organizado en común por las organiza-
ciones espaciales norteamericana y europea (NASA y ESA).
Aparte de ésta, se ha formulado ya un buen número de propues-
tas diferentes para aprovechar prácticamente estos «nichos de
la naturaleza», debido ante todo a que el gasto de combustible
en el «station-keeping» en el punto de libración es considera-
blemente menor que el que supone, por ejemplo, el manteni-
miento de la posición de un satélite geoestacionario (satélite de
comunicaciones). Una de estas ideas consistía en anclar satéli-
tes en un punto de libración del sistema Tierra-Luna mediante
«solar sailing», es decir, manteniendo la posición del satélite
con la ayuda de la presión de radiación del Sol En el caso de
que se instalen bases en la Luna la comunicación se puede man-
tener también con puntos de la cara oculta del satélite gracias a
la ayuda de un satélite situado en el punto de libración L2 del
sistema Tierra-Luna. Para las misiones interplanetarias alguien

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

pensó —en la época del Shuttle— en situar, en los puntos de


libración del sistema Sol-planetas, depósitos entre los cuales
pudiera circular un Shuttle (con poca propulsión).

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APÉNDICE 6

FUERZAS SOBRE CUERPOS EN ROTACIÓN

Si consideramos a un planeta como una esfera rígida —lo


que en una primera aproximación resulta exacto—, podemos
imaginar, como observadores también en rotación, las fuerzas
a que vamos a ser expuestos. En este terreno tenemos que uti-
lizar algunas fórmulas y recurrir a las matemáticas. Lo primero
que experimentamos es la fuerza de la gravedad, que viene
dada por
𝑚𝑀
𝐹=𝐾 .
𝑟2

(K = 6,67×10‒8 cm3 g‒1 s‒2, constante gravitacional). Por otra


parte, la fuerza que actúa sobre un cuerpo de masa m es igual
al producto de esa masa por la aceleración experimentada: F =
mg. Aplicando esto a la fórmula anterior podemos calcular la
aceleración de la gravedad de la Tierra (masa M) ejerce sobre
nosotros en g = KM/r2.
Por otro lado, todos sabemos que en la rotación de un
cuerpo en tomo a un eje se forma una fuerza centrífuga que
podemos comprobar, por ejemplo, con un hilo tenso y un
cuerpo fijo a él. Como se observa en la figura A-6, la fuerza
centrífuga actúa en sentido perpendicular al eje de rotación con
un ángulo φ con respecto a la vertical en el punto P, en el que
nos encontramos nosotros (φ es la latitud geográfica). La fuerza
centrífuga es el producto de la masa m de un cuerpo por la ace-
leración centrífuga b. Esta última se calcula mediante la fór-
mula b = v2/r, siendo v la velocidad en el punto P. La distancia
respecto del eje de rotación es r = R cos φ, y la velocidad an-
gular de la rotación de la Tierra Ω viene dada por Ω = 2π/(1 día
estelar) = 7,29×10‒5 s‒1, por consiguiente, v = rΩ = RQ cos φ,
calculándose, por fin, la fuerza centrífuga

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Fc = m Ω2 R cos Φ.
La fuerza centrífuga tiene una componente en el sentido de
la vertical y una componente tangencial a la superficie terrestre
en dirección al ecuador (fig. A-6)
Fc = m Ω2 R cos Φ sen Φ
Esta fuerza actúa también sobre los elementos de la corteza
terrestre; a lo largo de la historia de la Tierra ha desplazado
trozos de corteza hacia él ecuador, determinando la formación
del abombamiento de la región ecuatorial. Los radios polar y
ecuatorial de la Tierra presentan en la actualidad una diferencia
de 21,4 km.
Si un cuerpo se mueve sobre la superficie de una esfera en
rotación experimenta además otra fuerza: la fuerza de. Coriolis.
Supongamos que se mueve a lo largo de un meridiano a la ve-
locidad v2.
Aparecen entonces dos componentes de la fuerza centrí-
fuga: una orientada en sentido radial F1 = m R μ2 y la fuerza ya
mencionada perpendicular al eje terrestre F2 = m R Ω2 cos φ.
En la superficie aparece otra fuerza adicional que se puede de-
nominar «fuerza centrífuga compuesta», pero que general-
mente recibe el nombre de fuerza de Coriolis. Se calcula según
la fórmula
C = 2 mvr Ω sen Φ,
siendo vr la velocidad relativa de un punto de masa con respecto
al sistema de referencia en rotación. La dirección de la fuerza
de Coriolis de- pende de la situación sobre la esfera terrestre.
C es perpendicular a la dirección del movimiento, por lo que
no altera la energía de éste. En los ríos del hemisferio norte,
por ejemplo, esta fuerza determina una presión sobre la orilla
derecha (en el sentido de la corriente), en tanto que en el he-
misferio sur la presión se ejerce sobre la orilla izquierda. Esto
provoca una mayor erosión de la orilla correspondiente y; en
espacios de tiempo geológico, un desplazamiento del río. La

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

corriente del Golfo también está sometida a la fuerza de Corio-


lis, por lo que es desviada, en el hemisferio norte, hacia su de-
recha. Las corrientes atmosféricas cambian de dirección bajo
el efecto de esta fuerza: las desviaciones hacia la derecha en el
hemisferio norte determinan, por el paso del aire de una zona
de alta presión a otra de baja, la constitución de ciclones: en el
hemisferio sur se forman de un modo semejante los anticiclo-
nes. En la caída libre de un cuerpo sobre la Tierra apreciamos
no sólo una desviación hacia el este (debido a la mayor veloci-
dad de rotación del cuerpo mantenido sobre la superficie te-
rrestre), sino también una desviación hacia la derecha o hacia
la izquierda según el hemisferio.

Fig. A-6. El movimiento relativo: la fuerza centrífuga que actúa en sentido


perpendicular al eje de rotación divide las componentes en dos: paralela
al radio vector y paralela a la superficie terrestre. Mientras que la primera
es opuesta a la fuerza de gravedad, a la segunda sólo se opone la rigidez
del material. La fuerza centrífuga determina la formación del abomb a-
miento ecuatorial del planeta.

La fuerza de Coriolis resulta muy fácil de comprender: si


se avanza desde el ecuador hacia el polo, dado que la distancia
al eje de rotación disminuye en dirección polar hasta llegar a
cero, siempre se tiene una velocidad de rotación (de la Tierra)
superior a la que existe en el propio polo, produciéndose una
desviación hacia el este de la dirección meridiana. Si se avan-
zara en sentido paralelo al eje de la Tierra, la fuerza de Coriolis
sería nula. Orientándose en dirección vertical hacia arriba, la
acción de la fuerza de Coriolis se produce en sentido opuesto.

― 334 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

APÉNDICE 7

DESINTEGRACIÓN RADIACTIVA Y MÉTODOS DE


DATACIÓN

Los núcleos atómicos están compuestos de protones y neu-


trones. Los protones con carga eléctrica determinan el número
atómico del núcleo atómico en cuestión; los protones y los neu-
trones en conjunto definen su masa Sólo son estables en el
tiempo los núcleos atómicos cuyo número de protones y neu-
trones se encuentra en la zona sombreada del diagrama repre-
sentado en la figura 9-1. En él se ha representado en sentido
horizontal el número de neutrones (N) de los núcleos atómicos
y en sentido vertical el de protones (Z). Z = N corresponde a
los núcleos que contienen igual número de protones y neutro-
nes. En los núcleos con poca masa (N + Z = A: peso atómico)
la línea Z = N es idéntica a la línea N = Z. En los números
músicos superiores (p. ej., por encima del silicio) la zona esta-
ble cambia de modo apreciable en dirección a un mayor nú-
mero de neutrones. La causa de este hecho radica en que en el
núcleo atómico actúan dos tipos de fuerzas, las que están rela-
cionadas con un término simétrico e intentan conseguir que N
= Z. y una fuerza de Coulomb, que aspira a mantener Z lo más
bajo posible. La composición de los núcleos atómicos man-
tiene la regularidad señalada por la curva sombreada. Las di-
mensiones del núcleo son del orden de 10‒13 cm, y un valor
semejante presentan las fuerzas activas y la energía necesaria
para que un núcleo atómico se desintegre o se modifique por la
inclusión de otros elementos Esto aparte, en determinadas
transformaciones de los núcleos atómicos es posible liberar
grandes cantidades de energía No son sólo los hombres los que
determinan tales transformaciones de los núcleos atómicos: la
naturaleza también las realiza, y en dimensiones cósmicas. En
calidad de núcleos que chocan dispone de la radiación cósmica,

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

en la que se manifiestan energías de las partículas de hasta 1020


eV (la energía de un eV —electronvoltio— corresponde a una
partícula que tiene una carga elemental y que ha atravesado una
diferencia de potencial de 1 voltio). Si un núcleo choca con otro
núcleo con energía suficientemente alta, pueden ser expulsados
protones, neutrones, núcleos de helio y otros. Queda un núcleo
que no se ha modificado químicamente (esto es. que se ha con-
vertido en isótopo de otro elemento porque ha cambiado el nú-
mero atómico) o que se ha convertido en un isótopo del mismo
elemento (ha cambiado el número de neutrones del núcleo).
Por regla general, los isótopos formados de este modo no son
estables y se desintegran espontáneamente en otros elementos
u otros isótopos, emitiendo componentes nucleares ricos en
energía: son, por tanto, radiactivos Esta desintegración radiac-
tiva presenta regularidades sencillas, pues la probabilidad de la
desintegración espontánea de un determinado isótopo es la
constante λ, característica del núcleo en cuestión e indepen-
diente de influencias externas. Al valor inverso de la constante
de desintegración se le denomina tiempo de semidesintegra-
ción T. Por consiguiente, si tenemos N núcleos, el índice de
desintegración por intervalo de tiempo será Δt: N × λ × (Δt). Si
en el momento cero existen N0 núcleos atómicos, en un mo-
mento posterior t habrá N = N0 × e‒λt de tales núcleos atómicos:
en un material en el que en el momento de su formación había
N0 núcleos de un elemento radiactivo de larga vida que se de-
sintegran en N1 de otros núcleos, que a su vez siguen desinte-
grándose, la proporción de números de núcleos en el equilibrio
radiactivo será N1/N0 = T1/T0; en consecuencia, los números de
núcleos mantienen entre sí la misma proporción que los tiem-
pos de desintegración. Equilibrio radiactivo significa que de
cada parte de la serie de desintegración se forma y desintegra
un número siempre igual de átomos. Conociendo ambos esque-
mas de desintegración se puede calcular la edad de un material
midiendo la concentración de la sustancia primaria (N0) y de la
sustancia secundaria (N1). Así pues, en este método de datación
radiactivo se mide la edad del material en unidades de las cons-
tantes del tiempo de desintegración. Hace ya mucho tiempo
que-se utilizan estos métodos. En la datación de minerales se

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

emplean a menudo los métodos del uranio-plomo y el uranio-


helio. Dado que en un principio existían, sin duda, uranio y
plomo, midiendo la concentración de ambos se puede fijar un
límite superior de la edad del mineral. El uranio 23823 se desin-
tegra con un período de semidesintegración de 4,56 millones
de años, atravesando numerosas fases intermedias, hasta pasar
a plomo 206 estable El uranio 235 se desintegra, con un pe-
ríodo de semidesintegración de 713 millones de años, en plomo
207. A través de la desintegración α, bastante frecuente, se
forma también helio (las partículas a son núcleos de helio), una
parte del cual puede haber escapado del material. Por ello, el
método uranio-helio fija un límite inferior para la edad del ma-
terial Por otra parte, se puede determinar la proporción entre
plomo 207 y plomo 206 Dado que la proporción de isótopos
U235/U238 = 1 : 137,8 es muy constante en el uranio natural, a
partir de la proporción V entre ambos isótopos del plomo se
puede calcular la edad del mineral en t = ln (137,8 × V) ×
0,845×109 años.
Para realizar dataciones más recientes se emplea ante todo
el método del «carbono radiactivo» —generalmente denomi-
nado método del carbono 14—, descubierto por el químico nor-
teamericano W. F. Libby. La radiación cósmica crea en el ni-
trógeno (14N) de la atmósfera el isótopo radiactivo del carbono
14, que se sigue desintegrando con un período de semidesinte-
gración de 5.720 años a través de la desintegración beta por la
emisión de un electrón. En las reacciones químicas de la at-
mósfera también se oxida 14C formando CO2. Por tanto, los se-
res vivos incorporan a la materia orgánica carbono radiactivo
en su concentración natural en el aire y mantienen un intercam-
bio continuo con la atmósfera, tomando 14C. Con su muerte co-
mienza la desintegración de éste último sin que se produzca al
mismo tiempo un nuevo aporte de este isótopo. Calculando la
proporción entre 12C y 14C en los restos de organismos se puede
determinar su edad: a partir del tiempo de semidesintegración

23El número másico del isótopo se indica generalmente con la forma U 238.La
escala se basa en el oxígeno, cuya masa es de 16.00.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

T de 1,804×l011 seg se obtiene un índice de desintegración de


5,5×10‒12 átomos por seg (o 1,75×10‒4 por año). Así pues, de
una tonelada de carbono 14 sólo se desintegran 175 g al año.
Casi todo el 14C se forma en la atmósfera por la captura de neu-
trones de nitrógeno 14N. Estos neutrones surgen en virtud de
reacciones nucleares de la radiación cósmica primaria con nú-
cleos atómicos atmosféricos Pierden energía en los choques
con átomos del aire y, como neutrones lentos, pueden ser atra-
pados fácilmente por núcleos de nitrógeno a altitudes en tomo
a 100 mb de presión atmosférica (lo que equivale a unos 20
km). Dado que el campo magnético terrestre forma una especie
de pantalla contra la radiación cósmica, más fuerte en el ecua-
dor que en los polos, la producción de 14C varía con la latitud
(es superior en las latitudes altas). La actividad del Sol también
influye sobre la radiación cósmica: en el máximo de actividad
la intensidad de ésta es menor y en el mínimo alcanza sus va-
lores más elevados En una columna de aire de 1 cm2, la pro-
ducción de 14C oscila, por término medio, entre 2,1 y 2,6 áto-
mos por seg en el máximo y en el mínimo de manchas solares.
A lo largo de 10 ciclos de manchas solares se ha podido
calcular una producción de 14C de ~2.5 átomos de 14C por seg
en una columna de aire de 1 cm2 de superficie. El Sol también
emite en ocasiones partículas cargadas muy ricas en energía
que están en condiciones de producir neutrones en la atmósfera
terrestre Esto puede determinar un aumento de la producción
de 14C en la atmósfera de 0,1 átomos por cm2 y seg. El cálculo
resulta sencillo: en la atmósfera terrestre se producen —con las
intensidades antes mencionadas— 15,4 g de 14C por día. Si las
pérdidas fueran superiores a la producción, no existiría 14C en
la atmósfera. De ocurrir lo contrario, habría un exceso Por con-
siguiente, debemos partir de la base de que existe un equilibrio
natural y calcular la masa total de 14C de la atmósfera en 15,4
× 365/175 × 10‒4 g = 3,2×104 kg. Este carbono radiactivo des-
ciende lentamente de la estratosfera a la biosfera, en donde una
parte pasa a los organismos.

― 338 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

GLOSARIO

Acoplamiento órbita-spin: Acoplamiento del período de ro-


tación de un cuerpo y el período de revolución alrededor de
un cuerpo central. Así, por ejemplo, el rozamiento de las
mareas ha determinado que el período de rotación de la
Luna sea igual a su período de revolución alrededor de la
Tierra, de modo que nos muestra siempre la misma cara.
Cuando los momentos de inercia de un cuerpo no son igua-
les, y este último presenta una distribución asimétrica de las
masas en torno a su eje de rotación, el resultado puede ser
contrario al efecto de marea, con lo que al final no se esta-
blece el movimiento sincrónico, sino un múltiplo de la ve-
locidad orbital (efecto de resonancia). En Mercurio, por
ejemplo, existe una resonancia de 3/2 entre el período de
rotación y el de revolución.
Aerosol: Partícula de polvo muy pequeña suspendida en el
aire.
Afelio: Punto más alejado del Sol en la órbita elíptica de un
cuerpo que gira alrededor de aquél.
Agujero negro: Final de la evolución de una estrella de mucha
masa. Se supone que en un agujero negro la fuerza de gra-
vitación es tan intensa que ni siquiera puede escapar la ra-
diación electromagnética.
Año luz: Distancia recorrida por la luz en un año, igual a 9,46
billones de km (9,46×1012 km).
Basalto: Grupo de rocas volcánicas más extendido. La colora-
ción oscura se debe a la magnetita, la ilmenita y el piroxeno.
Biosfera: Zona próxima a la superficie caracterizada por la
existencia de vida.
Calor de condensación: Calor liberado durante la condensa-
ción del vapor.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Centellómetro: Cuando las partículas rápidas pierden energía


en el material adecuado (a causa, p ej., de los choques),
aquélla puede servir de energía de estimulación para ciertos
átomos y ser emitida de nuevo como luz por éstos. Mi-
diendo la luz emitida es posible determinar la energía de las
partículas cedida al material
Colapso gravitacional: Derrumbamiento de materia produ-
cido cuando la presión interior desciende bruscamente
hasta cero (durante, p. ej., la combustión de una estrella).
La duración del colapso depende sólo de la densidad media,
no del tamaño del objeto.
Cometa: Cuerpo pequeño, de 1-10 km de diámetro, que, com-
puesto probablemente de polvo y helio (“bola de nieve” su-
cia), al aproximarse al Sol pierde gas y polvo debido al ca-
lentamiento que experimenta.
Convección: El gas caliente asciende en el campo de gravedad
debido a su menor densidad; el calor determina un movi-
miento de convección en los gases o fluidos.
Corona: Capa externa del Sol, casi circular durante el mínimo
de manchas solares, con largas prolongaciones en el ecua-
dor durante el máximo de manchas solares, momento en el
que presenta además un sistema radial en los polos.
Corteza: Capa sólida externa de los planetas interiores, de
Marte y de numerosas lunas. La corteza terrestre presenta
un espesor de aproximadamente 33 km.
Cosmogonía: Teoría sobre la formación del Universo.
Cosmología: Descripción del Cosmos, del Universo. En la ac-
tualidad la hipótesis más interesante es la del “estallido pri-
mario”, que describe la evolución del Cosmos desde el mo-
mento cero.
Cosmoquímica: Estudio de las propiedades químicas y la
composición de la “materia cósmica”, es decir, de los me-
teoritos o. por ejemplo, de las rocas lunares.
Cristalización fraccionada: Separación de tipos de cristales
distintos, en una mezcla.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Cromosfera: Capa de unos 8.000 km de espesor que se en-


cuentra a continuación de la fotosfera del Sol hacia el exte-
rior y en la que la densidad del gas disminuye bruscamente,
pero la temperatura aumenta de nuevo.
Cuerpos negros: Cuerpos que absorben cualquier radiación
(idealizado). Un cuerpo negro de una determinada tempe-
ratura emite más radiación que otro cuerpo diferente pero
de igual temperatura.
Declinación: Distancia angular entre un astro y el ecuador ce-
leste.
Desintegración radiactiva: Emisión espontánea de partículas
del núcleo atómico. Pueden variar la masa y/o el número
atómico, con lo que el núcleo se convierte o en un isómero
(elemento distinto con la misma masa) o en un isótopo (nú-
cleo con igual número atómico pero diferente masa) del nú-
cleo original
Diferenciación: Durante un proceso de solidificación cambia
constantemente el fluido, no en vano pierde materiales a
causa de la cristalización, con lo que a medida que avanza
el proceso de solidificación se hace imposible la formación
de minerales
Dinamo: Las comentes mecánicas en el núcleo de un cuerpo
celeste pueden determinar intensas corrientes eléctricas,
que crean un campo magnético apreciable hacia el exterior.
Dipolo (dipolo eléctrico) o imán elemental (dipolo magnético):
Estructura con las cargas positivas y negativas separadas en
el espacio.
Disociación: Desintegración de las moléculas en determinados
componentes (átomos y/u otras moléculas).
Eclíptica: Plano de la órbita terrestre alrededor del Sol. Equi-
vale a la órbita aparente del Sol en la “bóveda celeste”.
Efecto de invernadero: El máximo de emisión del Sol (5.780
grados) se encuentra en la parte amarilla del espectro. Si un
cuerpo absorbe energía, se calienta y emite radiación de
acuerdo con su temperatura. Las temperaturas que se dan

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

habitualmente en la superficie terrestre corresponden a una


emisión de radiación en la zona del infrarrojo. Cuando en
la atmósfera hay gases que absorben en esta zona del espec-
tro, aquélla será opaca para esta radiación. La superficie no
puede irradiar, ya que calienta la atmósfera del entorno, con
lo que también se calienta ella misma. No hace falta impe-
dir la entrada de radiación; como todos sabemos, los gases
—por ejemplo el vapor de agua o el anhídrido carbónico—
son transparentes en la luz visible.
Efecto de marea: Durante el movimiento de una luna alrede-
dor de un planeta la fuerza de atracción del planeta actúa
con mayor intensidad sobre la cara de la luna dirigida hacia
él. Si la luna fuera “blanda”, se deformaría hasta convertirse
en una especie de “cigarro”. En caso de que rotara, se for-
maría una montaña en la cara dirigida hacia el planeta, esto
es, se formaría una especie de marea en sentido opuesto a
la rotación de la luna La energía necesaria para la deforma-
ción se transforma, a través del rozamiento, en calor. La
energía procede del movimiento de rotación y la velocidad
de ésta disminuye hasta que la luna muestra siempre la
misma cara al planeta, con lo que ya no se producen más
deformaciones.
Efecto Doppler: Un observador que se mueve respecto a una
fuente de oscilación percibe una elevación o una disminu-
ción de la frecuencia de una onda según se acerque o se
aleje de dicha fuente.
Equilibrio de radiación: Cuando los cuerpos sólo pueden va-
riar su temperatura por un intercambio de radiación, el más
caliente se enfría, en tanto que el más frío se calienta hasta
que la energía emitida es igual a la recibida en ambos.
Equinoccios: Momentos de igualdad entre el día y la noche, el
21 de marzo y el 23 de septiembre. El Sol se encuentra en
estos días en el plano ecuatorial, por lo que en todos los
puntos de la Tierra sale por la mañana a las 6 horas y se
pone por la tarde a las 18 horas locales.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Escala de temperatura: Para medir la temperatura se emplea


una escala que se divide en cien partes desde el punto de
fusión del hielo y el punto de ebullición del agua (en con-
diciones normales). Se habla entonces de la escala de “gra-
dos Celsius". Otra escala semejante, pero cuyo punto cero
es el cero absoluto (‒273,2 grados Celsius), es la consti-
tuida por los “grados Kelvin”, la denominada escala termo-
dinámica, habitualmente utilizada en física.
Estratosfera: Capa de la atmósfera situada entre la tropopausa
y unos 50 km de altitud.
Estrella de neutrones: Estado final de una estrella de tamaño
medio.
Estrellas gigantes: Estrellas de gran luminosidad y grandes di-
mensiones.
Excentricidad: Proporción entre la distancia del foco y el cen-
tro de una elipse y el semieje mayor.
Fotosfera: Capa del Sol de unos 400 km de espesor que, lumi-
nosa en la luz visible, en el borde superior alcanza una tem-
peratura de 4.300 grados y en el inferior de 9.000.
Fusión nuclear: Formación de núcleos atómicos a partir de sus
componentes más ligeros (a partir, p. ej., de núcleos de he-
lio e hidrógeno). Debido a las intensas fuerzas de enlace
que ejercen los núcleos entre sí, durante este proceso se li-
bera una gran cantidad de energía. Las estrellas reciben su
energía de estos procesos.
Gabro: Roca plutónica básica (v. Granito).
Gradiente: Medida del aumento de una función.
Granito: Durante la solidificación de los silicatos también se
forma, con un enfriamiento lento, granito, que es una roca
plutónica típica.
Impulso: Producto de la masa por la velocidad. En un sistema
cerrado existe un principio de la conservación para el im-
pulso.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Impulso de giro: Producto del momento de giro por el mo-


mento de inercia. En un sistema cerrado se puede aplicar un
principio de la conservación al impulso de giro.
Inclinación: Ángulo entre el plano de la órbita de un satélite y
el plano ecuatorial.
Inducción (eléctrica): Modificando el flujo magnético se
forma en un conductor una diferencia de potencial (ley de
la inducción de Faraday, 1831).
Inestabilidad: Alteración de un estado debido a una modifica-
ción de las condiciones externas.
Infrarrojo: Longitud de onda situada más allá del rojo de la
luz visible, en la zona de onda larga.
Ionización: Pérdida de uno o varios electrones por parte de un
átomo o molécula, con lo que éste queda con una o varias
cargas positivas.
Ionopausa: Zona altitudinal en la que la densidad de electro-
nes disminuye bruscamente.
Ionosfera: Zona situada entre 100 y 400 km de altitud carac-
terizada por su elevada conductividad eléctrica.
Isótopo: Los diversos isótopos de un elemento se diferencian
entre sí en la masa, y no en la carga del núcleo, que deter-
mina la configuración de electrones de la capa del átomo.
Por consiguiente, las propiedades químicas de los isótopos
de un elemento son iguales.
Lagunas de Kirkwood: Los cuerpos tienen períodos de revo-
lución alrededor del Sol que mantienen con el de Júpiter
una relación de números enteros. Las resonancias así for-
madas determinan la aparición de fuerzas perturbadoras
que, por ejemplo, pueden sacar a un asteroide de su órbita.
En la zona de 2-3 UA de distancia del Sol se encuentran las
resonancias 1/4, 2/7, 1/3, 2/5, 3/7 y 1/2, que no están ocu-
padas por asteroides.
Luz polar: Fenómeno luminoso de las capas altas de la atmós-
fera producido como consecuencia del bombardeo con
electrones; aparece durante las tempestades magnéticas en

― 344 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

las zonas polares, y en el curso de las alteraciones magné-


ticas intensas es visible también en las latitudes más bajas.
Luz zodiacal: Fenómeno luminoso cuyo plano de simetría es
la eclíptica y que se produce por la dispersión de la luz solar
en el polvo y en los electrones que se hallan en las proximi-
dades del Sol.
Magnetopausa: Capa que rodea a la magnetosfera, y en la que
el campo magnético terrestre desciende hasta alcanzar el
valor del campo magnético interplanetario.
Magnetosfera: “Cavidad" producida por el campo magnético
terrestre en el viento solar; su estructura está determinada
por las características del campo magnético terrestre.
Manchas solares: Zonas de la fotosfera más frías y, por tanto,
más oscuras que su entorno. Al comienzo del ciclo apare-
cen en las latitudes altas, en tanto que, a lo largo de los 11
años del mismo se van formando más cerca del ecuador. Su
duración oscila entre unos días y varias semanas.
Manto: Capa intermedia entre el núcleo y la corteza.
Mesosfera: Capa que, situada por encima de la estratosfera, se
extiende hasta la mesopausa (también denominada turbo-
pausa), a 90 km de altitud.
Momento de giro: Una fuerza K que actúa a una distancia L
de un eje ejerce sobre éste un momento de giro M = K × L.
siendo K la componente de la fuerza en el sentido del giro.
Momento de inercia: Paso en el movimiento de rotación en el
lugar de la masa.
Momento dipolar: Producto de la carga, o intensidad de los
polos, por la distancia entre ambos.
Neutrón: Partícula elemental con la masa de un núcleo de hi-
drógeno y sin carga eléctrica.
Nova: Estrella cuya luminosidad aumenta bruscamente en po-
cos segundos. Es probable que durante una “explosión" de
este tipo se desprenda la capa de gas de una estrella. Se pro-
duce como consecuencia de reacciones nucleares que, ini-
ciadas repentinamente, producen inestabilidad.

― 345 ―
ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Núcleo: El centro de un planeta. Tras la condensación, algunos


cuerpos se volvieron a fundir a causa del calor liberado por
la contracción gravitacional y de la desintegración radiac-
tiva, por lo que se formaron núcleos de una densidad muy
elevada.
Nutación: Una peonza apoyada en un centro de gravedad que
no está sometida a ninguna otra fuerza tiene un determinado
impulso de giro; el eje de simetría del cuerpo describe un
cono de nutación en torno al eje del impulso de giro. En
geofísica, las oscilaciones de período corto del movimiento
de precesión (debidas a fuerzas que varían en el tiempo) se
llaman nutaciones del movimiento de precesión.
Onda de choque: Región que se forma delante de un cuerpo
que avanza a velocidad supersónica. En ella cambian brus-
camente los parámetros del entorno (densidad, presión,
temperatura, campo magnético). También se forma una
onda de choque cuando una comente supersónica entra en
otro medio.
Órbita retrógrada: Todos los planetas se mueven alrededor
del Sol en el mismo sentido. Sin embargo, observados
desde la Tierra describen epiciclos, por lo que en ocasiones
se mueven aparentemente en el sentido opuesto.
Parsec: Unidad de longitud habitual en astronomía Corres-
ponde a la distancia desde la cual el radio de la órbita de la
Tierra aparece con un ángulo de 1 seg de arco (1 parsec =
3,26 años luz).
Perihelio: El punto más próximo al Sol en la órbita elíptica de
un cuerpo que gira alrededor de éste.
Período de rotación sideral: Duración de la rotación del eje
de un cuerpo en relación con las estrellas fijas.
Período de rotación sinódico: Duración de la rotación del eje
de un cuerpo en relación con el cuerpo central.
Período de semidesintegración: Tiempo que tarda en redu-
cirse a la mitad una magnitud que disminuye de forma ex-
ponencial.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Polímeros: Sustancias compuestas de numerosas moléculas


sencillas, ligadas entre sí por valencias principales obteni-
das sintéticamente.
Precesión: El eje de una peonza en rotación describe un movi-
miento de precesión cuando sobre el cuerpo actúa una
fuerza, ya que a través del momento de giro se incorpora al
sistema un impulso de giro. Por regla general, un planeta (o
una luna) se halla achatado: es por eso por lo que no está
libre de fuerzas en el campo de gravedad del Sol (de los
planetas) y tiene un movimiento de precesión. El eje de la
Tierra describe en 25.700 años un cono con un ángulo de
abertura de 23,5 grados con respecto a su propio eje (des-
cubierto por Hiparco en el año 150 a.C.).
Presión de radiación: Un cuerpo que absorbe luz experimenta
una fuerza, la presión de radiación (v. Apéndice 2).
Protón: Núcleo de hidrógeno con carga eléctrica uno.
Pulsar: Radiofuente cósmica que emite con gran regularidad
impulsos de radiación. En la actualidad se conocen 150 pul-
sares. Es probable que los pulsares sean fragmentos de es-
trellas que han sufrido una explosión de tipo supernova. Se
piensa que los pulsares son idénticos a las estrellas de neu-
trones.
Puntos de libración: Puntos libres de fuerza en el campo de
gravitación de dos cuerpos (v. Apéndice 5), denominados
también puntos de Lagrange, en honor de J. L. Lagrange, el
matemático francés que en el siglo XVIII trató por primera
vez el problema de los dos cuerpos.
Radiación cósmica: Núcleos atómicos ionizados cuya energía
alcanza hasta 1021 electronvoltios (eV). A modo de compa-
ración, en el gran acelerador del CERN, en Ginebra, se pue-
den alcanzar 1010 eV. La composición química de la radia-
ción cósmica equivale a la del Sol o a la detectada en el
material no diferenciado.
Radiación sincrotrón: Radiación electromagnética emitida
por los electrones que se mueven en los campos magnéti-
cos.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Radiación térmica de fondo: Cuando se formó el Universo en


el “estallido primario”, apareció también la radiación elec-
tromagnética, cuya densidad de energía disminuyó a lo
largo del tiempo con la expansión del Cosmos Esta radia-
ción, cuya temperatura equivalente sería de unos 3 grados
Kelvin, ha sido medida por Penzias y Wilson, lo que se con-
sidera como la primera prueba experimental de la hipótesis
del estallido primario.
Radical: Parte de la molécula compuesta por más de un átomo.
Regolita: Capa de rocas que se halla, por ejemplo, en la super-
ficie lunar.
Resonancias: Cuando las órbitas de los planetas que giran al-
rededor del Sol o de las lunas que lo hacen alrededor de los
planetas tienen entre sí una relación de números enteros
(son conmensurables) se habla de resonancia El efecto a
veces amplificador, a veces debilitador, de las fuerzas de
gravitación determina perturbaciones en la revolución Los
períodos de revolución de Júpiter y Saturno mantienen una
proporción de 2:5 y la resonancia muestra un período de
883 años (en la longitud eclíptica conocida como “Gran
Irregularidad”. Algunas lunas de Júpiter y Saturno presen-
tan una resonancia similar.
Sublimación: Paso directo de una sustancia del estado sólido
al gaseoso, y viceversa
Supernova: Nova extremadamente intensa.
Tectónica: Desplazamientos de partes de la corteza de un pla-
neta.
Termosfera: Capa de la atmósfera que se extiende desde la
mesopausa hacia el exterior.
Tropopausa: Límite entre la estratosfera y la troposfera, si-
tuado a unos 10 km de altitud (18 km en el ecuador, 8 km
en las proximidades de los polos): en él la temperatura al-
canza un mínimo (‒40 hasta ‒60 grados).
Troposfera: Capa de la atmósfera situada entre la superficie y
la tropopausa.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

Turbopausa: Límite superior de la zona de la atmósfera de un


planeta, en el que pueden aparecer turbulencias. En la at-
mósfera terrestre se sitúa entre los 100 y los 110 km de al-
titud. Por encima de la turbo- pausa (en la termosfera) el
rozamiento interno de los gases aumenta tanto que sólo re-
sulta posible una corriente laminar.
Unidad astronómica (UA): Distancia media entre la Tierra y
el Sol (149,5 millones de kilómetros).
Vector: Magnitud definida por un valor numérico y una direc-
ción espacial.
Velocidad de escape: Velocidad mínima necesaria para esca-
par de un campo de gravedad.
Viento solar: Plasma que fluye del Sol.

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ERHARD KEPPLER SOL, LUNAS Y PLANETAS

PROCEDENCIA DE LAS ILUSTRACIONES

Las ilustraciones indicadas a continuación han sido ama-


blemente cedidas por:
Figura 3-1: Association of Universities for Research in Astronomy,
Inc Sacramento Peak Observatoy, n.º 03100.
Figura 3-4: The Kitt Peak National Observatoy, n.º 02100.
Figura 3-5: N. R. Sheely Jr.. J. W Harvey, W. C. Feldman. Solar Phys-
ics 49, 271, figura 1, 1976.
Figura 3-6: Y. Uchida. M. D Altschuler. G. Newkirk Jr Solar Physics.
28, 495, figura 11, 1973.
Figuras 4-1, 4-2, 4-3, 4-6, 4-7, 6-1, 6-2, 6-4, 8-1, 8-2, 8-3, 8-4, 8-5, 8-
6, 8-7, 8 8, 8-9, 8-10, 8-12, 12-7, amablemente cedidas por las
autoridades de la NASA.
Figura 4-4: cedida por el Deutsches Bodenbetnebssystem GSOC de
DFVLR de Oberpfaffenhofen. Imagen Meteosat.
Figura 5-1 Long Term Modulation of Cosmic Rav Intensity and Solar
Activity Cycle, en 14. Intern. Cosmic Ray conference, 1975. Mu-
nich, vol. 3, página 995 de Y. C. Lin. C. Y. Fam. P E Damon. E.
I. Wallick
Figura 5-2: EOS. Transactions. American Geophysical Union 61, n º
19, página 449, 1980.
Figura 5-3: «Die Bedeutung von Wasserstoff als zukunftiger umwelt-
freundlicher Se- kundárenergietráger in der Energie- und An-
triebstechnik», de W. Peschka. DFVLR Nachrichten 30, página
25, figura 1, jumo 1980.
Figura 12-5: Manual de la NASA «Júpiter». NASA SP3031, página
81, 1967.
Figura 14-3: Dr. R Schwenn, Max Planck Instituí für Aeronomie.
Katlenburg Lidau 3.
Figura 14-4: Dr. T. A Potemra. The Johns Hopkins University, Laurel.
Md. EE.UU.
Tabla XV: Dr. H. U. Keller. Max Planck Institut für Aeronomie.
Katlenburg-Lindau.

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