1958-07-10 La Direction de La Cure Et Les Principes de Son Pouvoir Español PDF
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Intervención en el coloquio internacional de Royaumont (10-13 de julio de 1958) y reelaborado en Pascua de 1960 para su
publicación en La psychanalyse, 1961, n° 6, " Perspectives structurales ", pp. 149-206.
(149)
I.- ¿QUIÉN ANALIZA HOY EN DÍA?
1. Si un análisis tiene los rasgos de la persona analizada, hablamos de ello como algo que
no hace falta decir. Pero creemos que somos lo suficientemente audaces para interesarnos
en los efectos que la persona del analista tendría. Esto es al menos lo que justifica el
temblor que recorre nuestras observaciones de moda sobre la contratransferencia,
contribuyendo sin duda a enmascarar su impropiedad conceptual: piense en lo alto del alma
que nos mostramos en nuestra arcilla estando hechos de lo mismo que los que amasamos.
Escribí una nota desagradable allí. Es ligero para aquellos a los que apunta, cuando uno
ni siquiera pone más forma hoy en día para admitir que bajo el nombre de psicoanálisis se
trabaja en un
"la rehabilitación emocional del paciente" [22]1.
Situar la acción del analista en este nivel conlleva una posición de principio, a la luz de la
cual todo lo que pueda decirse sobre la contratransferencia, aunque no sea en vano, actuará
como una desviación. Porque es más allá de esto que se encuentra la impostura que
queremos desalojar2.
Sin embargo, no denunciamos lo que el psicoanálisis actual tiene de naturaleza
antifranquista. Porque en esto debemos agradecerle (150) el haber dejado la máscara, ya que se
enorgullece de haber ido más allá de lo que, por otra parte, ignora, habiendo retenido de la
doctrina de Freud sólo lo suficiente para sentir cuánto disonante es en ella lo que viene a
estado de su experiencia.
Pretendemos mostrar cómo la impotencia para sostener auténticamente una praxis está,
como en la historia del hombre común, basada en el ejercicio del poder.
2. El psicoanalista ciertamente dirige la cura. El primer principio de esta cura, el que se
le explica primero, que encuentra en todas partes en su formación hasta el punto de que se
impregna de ella, es que no debe dirigir al paciente. La dirección de la conciencia, en el
sentido de la guía moral que un fiel del catolicismo puede encontrar en ella, está aquí
radicalmente excluida. Si el psicoanálisis plantea problemas para la teología moral, no son
los de la dirección de la conciencia, en la que recordamos que la dirección de la conciencia
también plantea problemas.
La dirección de la cura es otra cosa. Consiste, en primer lugar, en hacer que el sujeto
aplique la regla analítica, es decir, las directivas cuya presencia en el principio de lo que se
llama "la situación analítica" no puede ser ignorada, con el pretexto de que el sujeto las
aplicaría en el mejor de los casos sin pensarlo.
Estas directivas se encuentran en una comunicación inicial establecida en forma de
instrucciones que, por poco que el analista las comente, puede considerarse que, incluso en
las inflexiones de su declaración, estas instrucciones transmitirán la doctrina que el analista
haga de ellas hasta el punto de que le llegue la consecuencia. Esto no le hace menos
simpático a la enormidad de los prejuicios que esperan al paciente en este mismo lugar:
según la idea de que la difusión cultural le ha permitido formarse del proceso y el fin de la
empresa.
Esto ya es suficiente para mostrarnos que el problema de la gestión no puede formularse
en una línea de comunicación clara desde el principio, lo que nos obliga a dejarlo en este
punto para aclarar lo que debe seguir.
Sólo planteemos que para reducirlo a su verdad, esta vez consiste en hacer olvidar al
paciente que sólo es cuestión de palabras, pero que esto no excusa al analista de olvidarlo él
mismo [16].
1
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1.Los números entre corchetes se refieren a las referencias que figuran al final del presente informe.
2.Poner en contra del espíritu de una sociedad un término al precio del cual uno puede apreciarlo, cuando la frase donde
Freud iguala a los presocráticos: Wo es war soll Ich werden, es traducida allí unánimemente al uso francés, por : El ego debe
desalojar el id.
2
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3. Además, hemos anunciado que es a través de la parte del analista que tenemos la
intención de abordar nuestro tema.
(151)Digamos
que en el desembolso de capital de la Empresa Común, el paciente no está solo.
con sus dificultades para hacerla verde. El analista también tiene que pagar:
– pagar las palabras sin duda, si la transmutación que sufren de la operación analítica,
las eleva a su efecto interpretativo ;
– sino también para pagar por su persona, ya que, tenga lo que tenga, lo presta como
apoyo a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia;
– Olvidaremos que debe pagar por lo que es esencial en su juicio más íntimo, para
inmiscuirse en una acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wesens, escribe
Freud [6]): ¿se quedaría allí solo fuera del juego?
Que aquellos cuyos deseos vayan a nuestros brazos, no se preocupen por mí al pensar
que me ofrezco aquí de nuevo a los adversarios siempre felices de remitirme a mi
metafísica.
Porque es dentro de su pretensión de suficiencia de eficacia que surge una afirmación
como ésta: que el analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es [22]. Nadie
parece pedir al autor de tal discurso que lo justifique, ni se le recuerda con modestia,
cuando, con una sonrisa cansada en la dirección de la burla que hace, es a la bondad, a la
suya propia (hay que ser bueno, no hay trascendencia en el contexto), a la que recurre para
poner fin a un debate sin salida sobre la neurosis de la transferencia3. 3 Pero, ¿quién tendría
la crueldad de cuestionar al que se dobla bajo el fax de la maleta, cuando su porte sugiere
claramente que está lleno de ladrillos?
Sin embargo, el ser es el ser, quien lo invoca, y tenemos derecho a preguntar qué hace
aquí.
4. Por lo tanto, volveré a poner al analista en el banquillo de los acusados, como yo
mismo, para que se dé cuenta de que está tanto menos seguro de su acción como más
interesado en ella en su ser.
Intérprete de lo que se me presenta en palabras o hechos, me decido por mi oráculo y lo
articulo como quiero, el único maestro en mi (152) tablero después de Dios, y por supuesto lejos
de poder medir todo el efecto de mis palabras, pero en esto estoy precisamente advertido y
trato de pararlo, por lo demás libre siempre del momento y del número, así como de la
elección de mis intervenciones, hasta el punto de que parece que la regla ha sido ordenada
en su totalidad para no obstaculizar en modo alguno mi actuación como intérprete, a lo que
es correlativo el aspecto de "material", bajo el cual mi acción aquí toma lo que ha
producido.
5. En cuanto al manejo de la transferencia, mi libertad está allí alienada de la
duplicación que sufre mi persona, y nadie ignora que es allí donde debe buscarse el secreto
del análisis. Esto no nos impide creer que estamos progresando en esta declaración
doctoral: que el psicoanálisis debe ser estudiado como una situación para dos.
Indudablemente se ponen condiciones que restringen sus movimientos, pero queda que la
situación así concebida sirve para articular (y sin más artificio que la reeducación emocional
antes mencionada) los principios de un entrenamiento del llamado Ego débil, y por un Ego
que nos gusta creer que está obligado a cumplir este proyecto, porque es fuerte. Que no se
pronuncie sin vergüenza, así lo demuestran los arrepentimientos cuya torpeza es
sorprendente, como el que especifica no ceder a la demanda de "curación desde el interior"
[22]. 22]4 Pero es aún más significativo observar que el asentimiento del sujeto, por su
recuerdo en este pasaje, viene sólo en la segunda etapa de un efecto que se impuso en un
principio.
3. "Comment terminer le traitement analytique " Revue franç. de Psychanalyse 1954, IV, p. 519 y passim. Para medir la
influencia de tal formación, leer: Ch.-H. Nodet, " Le psychanalyste ", In L'évolution psychiatrique 1957, n° IV, pp. 689- 691.
4. Prometemos a nuestros lectores que no los cansaremos en lo que venga, de tan tontas fórmulas, que aquí no tienen otro
uso que el de mostrar a dónde ha llegado el discurso analítico. Hemos pedido disculpas a nuestros oyentes extranjeros,
3
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que sin duda tenían tanto que ofrecer en su propio idioma, pero tal vez no con la misma perogrullada.
4
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No es para nuestro placer que difundimos estas desviaciones, sino para que sus escollos
marquen nuestra ruta.
De hecho, todo analista (incluso los que se desvían de este camino) siempre siente la
transferencia con asombro del efecto menos esperado de una relación entre dos personas
que son como las otras. Se dice a sí mismo que se trata de un fenómeno del que no es
responsable, y conocemos la insistencia que Freud puso en destacar su espontaneidad en el
paciente.
Desde hace algún tiempo, los analistas, en las desgarradoras revisiones que nos regala,
han estado dispuestos a insinuar (153) que esta insistencia, contra la que se habían guardado
durante mucho tiempo, era un signo de la evasión de Freud del compromiso que implica la
noción de situación. Estamos, ya ves, en la página.
Pero es más bien la fácil exaltación de su gesto de arrojar los sentimientos, puestos bajo
el título de su contratransferencia, en el platillo de una balanza donde la situación se
equilibraría con su pesaje, lo que para nosotros testimonia una desgracia de la conciencia
correlativa de una resignación para concebir la verdadera naturaleza de la transferencia.
No se puede razonar sobre lo que el analista hace que la persona del analista apoye con
sus fantasías, así como sobre lo que un jugador ideal asume de las intenciones de su
oponente. No hay duda de que también aquí hay una estrategia, pero no nos equivoquemos
con la metáfora del espejo, siempre y cuando se ajuste a la superficie unida que el analista
presenta al paciente. La cara y la boca cerradas no tienen el mismo propósito aquí que en el
puente. Es más bien para sacar al cuarto, que será el socio del analizando, y cuya mano el
analista tratará de hacerle adivinar por sus trazos: tal es el vínculo, digamos de abnegación,
que la apuesta del juego en el análisis impone al analista.
Se podría continuar la metáfora deduciendo de ésta su juego según se coloque "a la
derecha" o "a la izquierda" del paciente, es decir, en la postura de jugar después o antes del
cuarto, es decir, jugando antes o después del cuarto con el muerto.
Pero lo que es seguro es que los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en
este juego, el de los muertos; y que cuando es revivido, el juego continúa sin que nadie sepa
quién lo está dirigiendo.
Por eso el analista es menos libre en su estrategia que en su táctica.
6. Vayamos más lejos. El analista es aún menos libre en lo que domina la estrategia y la
táctica: a saber, su política, donde haría mejor en orientarse en su falta de ser que en su ser.
Dicho de otra manera: su acción sobre el paciente se le escapa con la idea que tiene de
ella, si no la retoma en lo posible, si no conserva la paradoja de lo que le ha quitado, para
revisar en principio la estructura por la que toda acción interviene en la realidad.
(154)
Para los psicoanalistas de hoy en día, esta relación con la realidad es evidente. Lo
miden
deserciones en el paciente sobre el principio autoritario de los educadores de toda la vida.
Sólo se basan en el análisis didáctico para garantizar su mantenimiento a un ritmo suficiente
entre los analistas, a quienes no se les permite sentir que, para hacer frente a los problemas
de la humanidad que los aborda, sus puntos de vista serán a veces algo locales. Esto es
simplemente empujar el problema de vuelta a un nivel individual.
Y uno apenas se tranquiliza, cuando trazan el proceso de análisis en la reducción del
tema de las desviaciones, atribuidas a su traslado y su resistencia, pero identificadas en
relación con la realidad, al oírlos recriminarse sobre la "situación muy simple" que el análisis
ofrecería para tomar la medida de la misma. ¡Vamos! El educador no está cerca de ser
educado, si puede juzgar tan a la ligera una experiencia que él mismo ha tenido que pasar.
Se presume que estos analistas habrían dado a esta experiencia otros sesgos, si hubieran
tenido que confiar en su sentido de la realidad para inventarla ellos mismos: una prioridad
escabrosa de imaginar. Tienen cierta sospecha de esto, por lo que son tan cuidadosos de
preservar sus formas.
5
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Es concebible que para apoyar una concepción tan obviamente precaria, algunos países
de ultramar hayan sentido la necesidad de introducir un valor estable, un estándar para la
medición de la realidad: el ego autónomo. Es el conjunto supuestamente organizado de las
funciones más dispares para apoyar el sentimiento de innaturalidad del sujeto. Se considera
que es autónomo, de lo que estaría al abrigo de los conflictos de la persona (esfera no
conflictiva) [14].
Este es un espejismo anticuado que la psicología más académica de la introspección ya
había rechazado como insostenible. Sin embargo, esta regresión se celebra como un regreso
al pliegue de la "psicología general".
En cualquier caso, resuelve la cuestión del ser del analista5. Un equipo de egos menos
igualitarios que los autónomos (¿pero qué sello de origen se reconocieron por la suficiencia
de su autonomía?), se ofrece a los americanos (155) para guiarlos hacia la felicidad sin perturbar las
autonomías, egoístas o no, que allanan el camino americano para lograrlo desde sus esferas sin
conflictos.
7. A ver si lo entiendo. Si el analista sólo se ocupara de la resistencia, miraría dos veces
antes de hacer una interpretación, como es su caso, pero se quedaría con esta precaución.
Sólo esta interpretación, si la da, será recibida como procedente de la persona a la que la
transferencia le imputa ser. ¿Aceptará beneficiarse de este error en la persona? La moralidad
del análisis no la contradice, siempre que interprete este efecto, de lo contrario el análisis
seguiría siendo una sugerencia burda.
Esta es una posición incontestable, excepto que es como viniendo del Otro de la
transferencia que la palabra del analista todavía será escuchada y que la salida del sujeto de
la transferencia es así retrocedida ad infinitum.
Por lo tanto, es para lo que el sujeto, para el analista, imputa ser (ser quien está en otra
parte), que es posible que una interpretación regrese al lugar desde el que puede
relacionarse con la distribución de las respuestas.
Pero entonces, ¿quién dirá lo que es, el analista, y lo que queda al pie del muro de la
tarea de interpretación? Que se atreva a decirlo él mismo, sí, que sea un hombre, es todo lo
que tiene para respondernos. Si tiene o no tiene, entonces, sería todo el asunto: es, sin
embargo, allí donde está corriendo una cuerda floja, no sólo por la impudicia del misterio,
sino porque en este tener, es el ser lo que está en juego, y cómo. Veremos más adelante que
el cómo no es conveniente.
Por lo tanto, prefiere recurrir a su Ser, y a la realidad de la que conoce una parte. Pero
luego está conmigo y yo con su paciente. ¿Cómo puedes hacer eso si se están peleando? Es
aquí donde confiamos inteligentemente en las inteligencias que debemos tener en el lugar,
llamado en ocasiones la parte sana del yo, la que piensa como nosotros.
C.Q.N.R.P.D., podemos concluir, lo que nos devuelve al problema de partida, que es
reinventar el análisis.
O hacerlo de nuevo: tratando la transferencia como una forma particular de resistencia.
Muchos lo profesan. Es a ellos a quienes hacemos la (156)pregunta que da derecho a este
capítulo: ¿Quién es el analista? ¿El que interpreta mientras se aprovecha de la transferencia?
¿El que lo analiza como resistencia? ¿O el que impone su idea de la realidad?
Una pregunta que puede pellizcar más cerca de los destinatarios y ser menos fácil de
esquivar que la pregunta: ¿quién habla? que uno de mis alumnos se estaba volando las
orejas por culpa del paciente. Por su respuesta de impaciente; un animal de nuestra especie,
a la pregunta cambiada sería más molesto tautológicamente, tener que decir: yo.
Cruda.
5. En Francia, la doctrina del ser, citada anteriormente, ha acertado con esta solución: el ser del psicoanalista es innato (cf.
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La P.D.A., I, p. 136).
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a partir de la combinación de la vida con el átomo 0 del signo6, del signo, en la medida en
que connota en primer lugar la presencia o la ausencia, trayendo esencialmente el y que los
une, ya que para connotar la presencia o la ausencia, instituye la presencia sobre el fondo de
la ausencia, ya que constituye la ausencia en la presencia.
Uno recordará que con la seguridad de su andar en su campo, Freud, buscando el
modelo del automatismo de repetición, se detiene en la encrucijada de un juego de
ocultación y una exploración alternativa de dos fonemas, cuya conjugación en un niño le
golpea.
Es también que el valor del objeto como insignificante (lo que el niño hace aparecer y
desaparecer), y el carácter accesorio de la perfección fonética a la distinción fonética, que
nadie discute a Freud que tiene derecho a traducirlo inmediatamente por el Loud! ¡Da! del
alemán hablado por él como adulto [9].
Punto de inseminación de un orden simbólico que preexiste al sujeto niño y según el
cual tendrá que estructurarse.
4. Nos abstendremos de dar las reglas de interpretación. No es que no puedan ser
formuladas, pero sus fórmulas presuponen desarrollos que no podemos dar por sentado,
por no poder condensarlas aquí.
Notemos que cuando leemos los clásicos comentarios sobre la interpretación, siempre
lamentamos ver lo poco que sabemos cómo aprovechar los mismos datos que estamos
avanzando.
Para dar un ejemplo de esto, cada uno de nosotros testifica a su manera que, para
confirmar la validez de una interpretación, no es la convicción que trae consigo lo que
cuenta, ya que el criterio se reconocerá en el material que saldrá a la luz como resultado de
la misma.
159)
Pero la superstición psicológica es tan poderosa en las mentes que uno puede
solicitará siempre el fenómeno en el sentido de un asentimiento del sujeto, omitiendo por
completo lo que resulta de las observaciones de Freud sobre Verneinung como una forma de
confesión, que, como mínimo, no puede equipararse a una col blanca.
Así es como la teoría traduce cómo se genera la resistencia en la práctica. Esto es
también lo que queremos decir cuando decimos que no hay resistencia al análisis más que la
del propio analista.
5. Lo grave es que con los autores de hoy, la secuencia de efectos analíticos parece estar
invertida. Seguir sus palabras sería interpretarlas como un guiño a la apertura de una
relación más amplia en la que finalmente nos entendemos ("desde dentro", sin duda).
La interpretación aquí se convierte en un requisito de la debilidad que debemos ayudar.
También es algo muy difícil hacerla tragar sin que ella lo rechace. Es ambas cosas a la vez,
es decir, un medio muy inconveniente.
Pero esto es sólo el efecto de las pasiones del analista: su miedo que no es de error, sino
de ignorancia, su gusto que no es para satisfacer, sino para no decepcionar, su necesidad
que no es para gobernar, sino para mantener la ventaja. No se trata de una contra-
transferencia en esto o aquello; se trata de las consecuencias de la relación dual, si el
terapeuta no la supera, y cómo la superaría si la convierte en el ideal de su acción.
Primum vivere no hay duda: la ruptura debe ser evitada. Aquel clasifica bajo el nombre de
técnica la civilidad infantil y honesta que se debe enseñar para este fin, aún pasa. Pero que
se confunda esta necesidad física, desde la presencia del paciente hasta la cita, con la
relación analítica, se confunde y se engaña al novato durante mucho tiempo.
6. 0, que más que ser vocalizado como la letra simbólica del oxígeno, evocada por la metáfora que se persigue, puede
leerse: cero, en la medida en que este número simboliza la función esencial del lugar en la estructura del significante.
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está acostumbrado a ser sostenido por un hombre muerto, y que en este caso no podría ser
sostenido mejor que por el padre, ya que, muerto de hecho, se ha unido a la posición que
Freud reconoció como la del Padre Absoluto.
8. Que los que nos lean y los que sigan nuestras enseñanzas nos perdonen si encuentran
aquí ejemplos que les haya golpeado un poco en los oídos.
No sólo porque no puedo informar de mis propios análisis para demostrar el plano de la
interpretación, sino porque la interpretación, al ser coextensiva con la historia, no puede
comunicarse en el entorno comunicativo en el que tienen lugar muchos de nuestros
análisis, sin el riesgo de descubrir el anonimato del caso. Porque he logrado en tales
ocasiones decir lo suficiente sin decir demasiado, es decir, hacer oír mi ejemplo, sin que
nadie fuera de la persona en cuestión lo reconociera.
(162) Tampoco
estoy reteniendo al hombre rata por un caso que Freud curó,
Porque si yo añadiera que no creo que el análisis sea en vano en la trágica conclusión de su
historia por su muerte en el campo de batalla, ¿qué ofrecería a los que piensan mal de ella?
Digo que es en una dirección de la cura que se ordena, como acabo de demostrar, según
un proceso que va desde la rectificación de la relación del sujeto con la realidad, al
desarrollo de la transferencia, luego a la interpretación, que se sitúa el horizonte donde en
Freud se hicieron los descubrimientos fundamentales, en los que todavía estamos viviendo,
sobre la dinámica y la estructura de la neurosis obsesiva. Nada más, pero también nada
menos.
La pregunta que se hace ahora es si no es invirtiendo este orden que hemos perdido este
horizonte.
9. Lo que se puede decir es que las nuevas formas en que se ha afirmado que el
descubridor ha legalizado el paseo abierto por el descubridor, demuestran una confusión en
los términos que toma la singularidad para revelar. Retomaremos, pues, un ejemplo que ya
ha contribuido a nuestra enseñanza; se trata, por supuesto, de un autor de calidad,
especialmente sensible, por su trayectoria, a la dimensión de la interpretación. Es Ernst
Kris y un caso que no nos oculta, habiendo retomado de Melitta Schmideberg [15].
Es un sujeto inhibido en su vida intelectual y especialmente incapaz de llevar a cabo
ninguna publicación de su investigación, - esto debido a un impulso de plagio que no
parece ser capaz de controlar. Tal es el drama subjetivo.
Melitta Schmideberg lo había entendido como la recurrencia de la delincuencia infantil;
el tema era el robo de dulces y libros, y fue a través de esto que ella emprendió el análisis
del conflicto inconsciente.
Ernst Kris se quita los guantes para abordar el caso con una interpretación más
metódica, que va de la superficie a la profundidad, dice. Que lo ponga bajo el patrocinio de
la psicología del ego, según Hartmann, que pensó que tenía que soportar, es incidental para
apreciar lo que va a suceder. Ernst Kris cambia la perspectiva del caso y pretende dar al
sujeto la visión de un nuevo comienzo a partir de un hecho que no es más que una
repetición de su compulsión, pero en el que Kris (163)muy loablemente no se contenta con
las declaraciones del paciente; y cuando éste afirma haber tomado a pesar suyo las ideas de
un trabajo que acaba de terminar en una obra que, habiendo vuelto a su memoria, le
permitió controlarlo después, va a las habitaciones y descubre que nada supera
aparentemente lo que la comunidad del campo de la investigación tiene para ofrecer. En
resumen, habiéndose asegurado de que su paciente no es un plagiario cuando cree que lo
es, pretende mostrarle que quiere serlo para evitar serlo realmente, - lo que se llama analizar
la defensa ante el impulso, que aquí se manifiesta en la atracción por las ideas de los demás.
Se puede presumir que esta intervención es errónea, por el mero hecho de que asume
que la defensa y el impulso son concéntricos y, por así decirlo, uno sobre el otro reparto.
Lo que prueba que es así, es lo que Kris encuentra confirmado, es decir, que en este
momento cree que puede preguntarle al paciente qué piensa de la chaqueta así
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Cuando regresa, sueña un momento y le dice que desde hace algún tiempo, al final de la
sesión, ha estado merodeando en una calle llena de pequeños y atractivos restaurantes,
donde puede ver el anuncio de su plato favorito en el menú: cerebros frescos.
Una confesión que, más que ser considerada como una sanción a la felicidad de la
intervención del material que trae, nos parece más bien tener el valor correctivo de la
actuación, en la misma relación que hace de ella.
Esa mostaza de sobremesa que el paciente respira, me parece que le dice al anfiteatro
que ha fallado en la sala. No importa cuán compulsivo sea al olerlo, es una indirecta; un
síntoma transitorio sin duda, advierte al analista: estás al lado.
Usted está, en efecto, al lado", resumiré, dirigiéndome a la memoria de Ernst Kris
cuando vuelva a mí desde el Congreso de Marienbad, donde al día siguiente de mi
comunicación en el Estadio de los Espejos, me despedí, ansioso por ir a tomar un respiro
de aire fresco, un tiempo cargado de promesas, en la Olimpiada de Berlín. Me objetó
gentilmente: "¡Eso no está hecho! "(esta frase en francés), ya se ha ganado a esta inclinación
por la respetabilidad que quizás aquí está influyendo en su enfoque.
¿Es eso lo que te está llevando por mal camino, Ernst Kris, o es sólo que tus intenciones
son correctas, porque tu juicio también es sin duda correcto, pero las cosas están en
disputa.
No es que tu paciente no robe, eso es importante aquí . Es que él no... no lo hace:
es que no roba nada. Y eso es lo que deberíamos haberle dejado oír.
Contrariamente a lo que se puede pensar, no es su defensa contra la idea de robar lo que
le hace pensar que está robando. Es que puede tener una idea propia que no se le ocurre, o
que apenas se le ocurre.
Es por lo tanto inútil involucrarlo en esta prueba para hacer la parte, donde Dios mismo
no puede reconocerse, de lo que su amigo hace con él más o menos original cuando discute
con él el final gordo.
¿No puede este deseo de cerebros frescos refrescar sus propios conceptos, y recordarle
en los comentarios de Roman Jakobson la función de la metonimia, volveremos a eso más
tarde.
Hablas de Melitta Schmideberg como si confundiera la delincuencia con la
identificación. No estoy tan seguro, y, refiriéndome al artículo en el que cita este caso, la
redacción de su título me sugiere una metáfora.
Tratas al paciente como un obsesivo, pero él te da el eje con su fantasía de
comestibilidad: darte la oportunidad de estar un cuarto de hora por delante de la nosología
de tu tiempo diagnosticando: anorexia nerviosa. Al mismo tiempo, lo refrescará
devolviéndole en su propio sentido este par de términos que su uso común ha reducido al
dudoso aloi de una indicación etiológica.
La anorexia, en este caso, en cuanto a la mente, en cuanto al deseo de que la idea
perdure, y esto nos lleva al escorbuto que reina en la balsa donde la llevo con las vírgenes
flacas.
Su rechazo simbólico me parece que tiene mucho que ver con la aversión del paciente a
lo que está pensando. Para tener ideas, su padre ya, nos dices, no tenía el recurso. ¿No le
habría disgustado el abuelo que se había ilustrado allí? ¿Cómo sabemos eso? Seguramente
tiene razón en hacer el significante: grande, incluido en el término parentesco, el origen, sin
más, de la rivalidad que se juega con el padre por el mayor pez capturado en la pesca. Pero
este desafío de la forma pura me inspira más que el significado: nada que freír.
Así que no hay nada en común entre su procesión, dicha desde la superficie, y la
rectificación subjetiva, que aparece (165) arriba en el método de Freud, donde no está
motivada por ninguna prioridad tópica.
También es que esta rectificación en Freud es dialéctica, y parte de las propias palabras
del sujeto, para volver a ella, lo que significa que una interpretación sólo puede ser exacta si
es... una interpretación.
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Tomar partido aquí en el objetivo es un abuso, aunque sólo sea porque el plagio está
relacionado con la moral en uso7.
Pero la idea de que la superficie es el nivel de la superficie es en sí misma peligrosa.
Es necesaria otra topología para no equivocarse sobre el lugar del deseo.
Borrar el deseo del mapa cuando ya está cubierto en el paisaje del paciente, no es la
mejor continuación de la lección de Freud.
Ni la forma de terminar la profundidad, ya que es en la superficie donde se ve a sí mismo
como tártaro en los días de fiesta que florecen en la cara.
1. Es a la obra de nuestro colega Daniel Lagache a la que tenemos que recurrir para
hacer una historia exacta de la obra que, alrededor de Freud continuando su trabajo y desde
que nos lo legó, se ha dedicado a la transferencia, por él descubierta. El objeto de este
trabajo va mucho más allá, al poner en función del fenómeno distinciones de estructura,
esenciales para su crítica. Basta recordar la alternativa tan pertinente que plantea, en cuanto
a su naturaleza última, entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesidad.
Si creemos en nuestra enseñanza que hemos sido capaces de sacar las consecuencias que
conlleva, tal obra, si creemos en nuestra enseñanza que hemos sido capaces de sacar las
consecuencias que conlleva, muestra claramente, por la prescripción que introduce, hasta
qué punto los aspectos en los que se concentran los debates son a menudo parciales, y en
particular hasta qué punto el uso ordinario del término, en el propio análisis (166), sigue
siendo adherente a su enfoque más discutible si es el más vulgar: hacer de él la sucesión o la
suma de los sentimientos positivos o negativos que el paciente aporta a su analista.
Para medir dónde estamos en nuestra comunidad científica, ¿podemos decir que no se
ha llegado a ningún acuerdo ni se ha arrojado luz sobre los siguientes puntos en los que
parece que se deben: es el mismo efecto de la relación con el analista, que se manifiesta en
el esmalte primario observado al principio del tratamiento y en la red de satisfacciones lo
que hace que esta relación sea tan difícil de romper, cuando la neurosis de transferencia
parece ir más allá de los medios estrictamente analíticos? ¿Sigue siendo la relación con el
analista y su frustración fundamental la que, en el segundo período de análisis, apoya la
exploración: frustración, agresión, regresión, dónde se producirían los efectos más
fructíferos del análisis? ¿Cómo es posible concebir la subordinación de los fenómenos,
cuando su movimiento está atravesado por fantasías que involucran abiertamente la figura
del analista?
De estas oscuridades persistentes, la razón ha sido formulada en un estudio excepcional
por su perspicacia: en cada una de las etapas en que se ha intentado revisar los problemas
de la transferencia, las divergencias técnicas que motivaron su urgencia no han dejado lugar
a una verdadera crítica de su noción [20].
2. Es una noción tan central para la acción analítica a la que queremos llegar aquí, que
puede servir de medida para la parcialidad de las teorías en las que se piensa. En otras
palabras, no nos equivocaremos al juzgarlo por la forma en que manejan la transferencia
que llevan. Este pragmatismo está justificado. Porque esta manera de manejar la
transferencia es una con su noción, y por poco elaborada que sea en la práctica, sólo puede
estar en línea con los sesgos de la teoría.
Por otra parte, la existencia simultánea de estos sesgos no significa que se
complementen entre sí. ¿De qué manera se confirma que sufren de un defecto central.
7.Un ejemplo: en los Estados Unidos, donde Kris terminó, la publicación vale un título, y una enseñanza como la mía
debería cada semana tomar su garantía de prioridad contra el saqueo que no dejaría de ser la ocasión. En Francia, es bajo
un modo de infiltración que mis ideas penetran en un grupo, donde se obedecen las órdenes que prohíben mi enseñanza.
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Para ser maldecidos allí, estas ideas sólo pueden servir de adorno a unos pocos dandies. No importa: el vacío que crean,
me citen o no, hace que se escuche otra voz.
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Para poner algo de orden ya, reduciremos a tres estos sesgos de la teoría, tendremos que
sacrificarnos a algún sesgo, menos grave para ser sólo expuestos.
3. Vincularemos la genética, en cuanto tiende a basar los fenómenos analíticos en los
momentos de desarrollo (167) que le conciernen y a nutrirse de la llamada observación directa del
niño, a una técnica particular: la que hace que la parte esencial de su proceso se centre en el
análisis de las defensas.
Este vínculo es históricamente evidente. Incluso se puede decir que no tiene otro
fundamento, ya que este vínculo se constituye sólo por el fracaso de la solidaridad que
implica.
Podemos mostrar el comienzo de ello en la reivindicación legítima, hecha a la noción de
un "yo" inconsciente donde Freud reorientó su doctrina. Pasando de ahí a la hipótesis de
que los mecanismos de defensa que se agruparon bajo su función, deberían ser capaces por
sí mismos de traicionar una ley de apariencia comparable, incluso correspondiente a la
sucesión de fases a través de las cuales Freud había tratado de unir la emergencia impulsiva
a la fisiología, - este es el paso que Anna Freud, en su libro sobre Los Mecanismos de Defensa,
se propone dar para ponerlo a prueba de la experiencia.
Podría haber sido la ocasión para una fructífera crítica de la relación entre el desarrollo y
las estructuras obviamente más complejas que Freud introdujo en la psicología. Pero la
operación se deslizó más abajo, tanto más tentador fue el intento de insertar en las etapas
observables del desarrollo sensoriomotor y las capacidades progresivas del comportamiento
inteligente, esos mecanismos, supuestamente separados de su progreso.
Puede decirse que las esperanzas que Anna Freud había puesto en tal exploración, se
vieron defraudadas: nada se reveló de esta manera para iluminar la técnica, si los detalles
que una observación del niño iluminado por el análisis, permitió vislumbrar, son a veces
muy sugestivos.
La noción de patrón, que funciona aquí como coartada para la tipología que ha sido
derrotada, apoya una técnica que, al perseguir la detección de un patrón inexacto, se inclina
voluntariamente a juzgar su desviación de un patrón que encuentra en su conformismo las
garantías de su conformidad. No evocaremos descaradamente los criterios de éxito a los
que conduce este trabajo: el paso al escalón superior de la renta, la salida de emergencia del
enlace con el secretario, la regulación de la fuga de las fuerzas estrictamente esclavizadas en
el conjunto, la profesión y la comunidad política, no nos parecen de una dignidad para
exigir la llamada, articulada en el horario del analista, incluso en su interpretación, a la
Discordia de los instintos de vida y muerte, - incluso para adornar sus observaciones con el
calificativo pretencioso (168) de "económico", para continuarlo, completamente contrario al
pensamiento de Freud, como el juego de un par de fuerzas homólogas en oposición a la
otra.
4. Menos degradado en su relieve analítico, nos aparece el segundo lado, donde aparece
lo que se escapa de la transferencia: el eje tomado de la relación de objetos.
Esta teoría, por mucho que haya sido revivida recientemente en Francia, tiene, como la
genética, su noble origen. Fue Abraham quien abrió su registro, y la noción de objeto
parcial es su contribución original. Este no es el lugar para demostrar su valor. Nos interesa
más señalar su vinculación con la parcialidad del aspecto que Abraham desprende de la
transferencia, para promoverla en su opacidad como capacidad de amar: ya sea como si
fuera un dato constitucional en el paciente, donde se puede leer el grado de su curabilidad,
y sobre todo el único en el que fracasaría el tratamiento de las psicosis.
Tenemos dos ecuaciones aquí. La transferencia calificada como sexual (Sexualübertragung)
es al principio del amor, que desde entonces se ha llamado objetual en inglés (en alemán:
Objektliebe). La capacidad de transferencia mide el acceso a la realidad. Nunca se insistirá lo
suficiente en que hay una petición de principios aquí.
En contraste con los supuestos del genetismo, que pretende basarse en un orden de
surgimientos formales en el sujeto, la perspectiva Abrahamiana puede explicarse en una
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finalidad,
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La sublimación actúa sin duda en esta oblación que irradia amor, pero que se esfuerza
por ir un poco más allá en la estructura de lo sublime, y que no se confunde, a lo que Freud
se opone en todo caso, con el orgasmo perfecto.
Lo peor es que las almas que se abren en la más natural ternura llegan a preguntarse si
están satisfaciendo el moralismo delirante de la relación genital, - una carga sin precedentes
que, como las maldecidas por el evangelista, hemos atado a los hombros de los inocentes.
Sin embargo, si leemos esto, si llegamos a un momento en el que ya no conocemos la
respuesta práctica a estas observaciones efervescentes, podemos imaginar que nuestro arte
estaba destinado a reavivar el hambre sexual en los retrasados, a cuya fisiología no hemos
contribuido en nada, y de hecho sabemos muy poco al respecto.
7. Una pirámide necesita al menos tres caras, aunque sea una herejía. El que cierra el
diedro descrito aquí en el hueco en el diseño del traslado, intenta, por así decirlo, unir los
bordes.
Si la transferencia adquiere la virtud de ser devuelta a la realidad de la cual el analista es
el representante, y si se trata de hacer madurar el Objeto en el invernadero caliente de una
situación de confinamiento, el analista se queda con un solo Objeto, si se nos permite la
expresión, para ponerse bajo el diente, y ese es el analista.
De ahí la noción de introyección intersubjetiva, que es nuestro tercer error, de
establecerse desgraciadamente en una relación dual.
(171)
Porque es, en efecto, un camino unitivo cuyas diversas salsas teóricas que
sólo puede retener la metáfora, variándola según el nivel de la operación considerada grave:
introyección en Ferenczi, identificación con el superyó del analista en Strachey, trance
narcisista terminal en Balint.
Pretendemos llamar la atención sobre la sustancia de este consumo místico, y si una vez
más tenemos que tomar a la tarea lo que está sucediendo a nuestra puerta, es porque
sabemos que la experiencia analítica toma su fuerza de lo particular.
Es así como la importancia dada en el tratamiento a la fantasía de la devoción fálica, de
la que es víctima la imagen del analista, nos parece digna de mención, en su coherencia con
una dirección del tratamiento que hace que se sostenga enteramente en la disposición de la
distancia entre el paciente y el analista como objeto de la doble relación.
Porque a pesar de la debilidad de la teoría de la cual un autor sistematiza su técnica, el
hecho es que él realmente analiza, y que la coherencia revelada en el error es aquí el garante
del camino falso realmente practicado.
Es la función privilegiada del falo significante en el modo de presencia del sujeto al
deseo lo que se ilustra aquí, pero en una experiencia que puede decirse que es ciega: esto se
debe a la falta de orientación sobre las verdaderas relaciones de la situación analítica, que,
como cualquier otra situación en la que se habla, sólo puede ser aplastada por querer
inscribirla en una relación dual.
Como se desconoce la naturaleza de la incorporación simbólica, y por buenas razones, y
se excluye de ser consumida por cualquier cosa real en el análisis, parecerá, en los puntos de
referencia elementales de mi enseñanza, que nada puede reconocerse más que imaginario
en lo que sucede. No es necesario conocer el plano de una casa para golpear la cabeza
contra sus paredes: para hacerlo, se puede incluso prescindir de ella bastante bien.
Nosotros mismos señalamos a este autor, en un momento en que debatíamos entre
nosotros, que para mantener una relación imaginaria entre los objetos, sólo quedaba la
dimensión de la distancia para poder ordenarla. No estaba en el objetivo que abundaba.
Hacer de la distancia la única dimensión en la que se juegan las relaciones (172) del
neurótico con el neurótico.
el objeto, engendra contradicciones insuperables, que se pueden leer bastante, tanto dentro
del sistema como en la dirección opuesta que diferentes autores sacarán de la misma
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metáfora para organizar sus impresiones. Demasiada o muy poca distancia del objeto a
veces parecerá que se fusiona hasta el punto de la confusión. Y no es la distancia del objeto,
sino su demasiado grande intimidad con el sujeto lo que le pareció a Ferenczi para
caracterizar al neurótico.
Lo que decide lo que cada uno significa es su uso técnico, y la técnica de aproximación, por
muy valioso que sea el efecto del término no traducido en una presentación inglesa, revela en
la práctica una tendencia que roza la obsesión.
Es difícil de creer que el ideal prescrito en la reducción de esta distancia a cero (nil en
inglés), no deje ver a su autor que su paradoja teórica se concentra allí.
En cualquier caso, no hay duda de que esta distancia se toma como parámetro universal,
regulando las variaciones de la técnica (por muy chino que parezca el debate sobre su
magnitud) para el desmantelamiento de la neurosis.
Lo que tal diseño debe a las condiciones especiales de la neurosis obsesiva, es que no se
debe poner completamente de lado del objeto.
No le parece ni siquiera un privilegio observar los resultados que obtendría en la
neurosis obsesiva. Porque si se nos permite, como a Kris, informar de un análisis,
retomado en segundo lugar, podemos atestiguar que tal técnica, donde el talento no debe
ser cuestionado, llevó a provocar en un caso clínico de pura obsesión en un hombre, la
irrupción de un enamoramiento que no fue menos frenético para ser platónico, y que
resultó no menos irreductible al haber sido hecho en primer lugar al alcance de objetos del
mismo sexo en el entorno.
Hablar de perversión transitoria puede satisfacer a un optimista activo aquí, pero al
precio de reconocer, en esta restauración atípica del tercio excesivamente descuidado de la
relación, que no es apropiado tirar demasiado fuerte del resorte de proximidad en la
relación con el objeto.
8. No hay límite a las aberraciones de la técnica por su descentralización. Ya nos hemos
referido a los resultados de un análisis tan salvaje, y fue nuestro doloroso asombro (173) que
ningún control se alarmara. Para poder sentirse analista, apareció en una obra una
realización a tomar al pie de la letra, para marcar el feliz resultado de la transferencia.
Uno puede ver aquí una especie de humor involuntario que es el precio de este ejemplo.
Le habría gustado a Jarry. En resumen, esto es sólo la continuación de lo que podemos
esperar tomar de la realidad el desarrollo de la situación analítica: y es cierto que, aparte de
la degustación, el olfato es la única dimensión que nos permite reducir la distancia a cero
(nulo), esta vez en la realidad. La pista que se encuentra allí para la dirección de la cura y los
principios de su poder es más dudosa.
Pero que el olor de una jaula se desvíe hacia una técnica que lleva al piffómetro, como se
dice, no es sólo un rasgo de burla. Los estudiantes de mi seminario recuerdan el olor de la
orina como el punto de inflexión en un caso de perversión transitoria, en el que nos
detuvimos para criticar esta técnica. No puede decirse que no haya tenido relación con el
accidente que motivó la observación, ya que fue mientras espiaba a un meón a través de la
grieta de un tabique de agua que el paciente transpuso repentinamente su libido, sin que nada,
al parecer, lo predestinara a ello: las emociones infantiles vinculadas a la fantasía de la
madre fálica habían tomado hasta entonces el turno de la fobia [23].
Sin embargo, no es un vínculo directo, ni sería correcto ver en este voyeurismo una
inversión de la exhibición involucrada en la fobia atípica con el diagnóstico acertado: bajo
la angustia de que se burlen del paciente por su tamaño demasiado grande.
Como hemos dicho, la analista a quien debemos esta notable publicación, muestra una
rara perspicacia al volver, hasta el punto del tormento, a la interpretación que dio de cierta
armadura que apareció en un sueño, en la posición de un perseguidor y además armado con
un inyector de moscas, como un símbolo de la madre fálica.
¿No debería haber hablado del padre en su lugar, se preguntó? Y para justificar su
alejamiento por la falta de un padre real en la historia del paciente.
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1958-07-10/13 LA DIRECCIÓN DE LA CURA Y LOS PRINCIPIOS DE SU PODER
Mis alumnos sabrán aquí deplorar que la enseñanza de mi seminario no haya podido
ayudarles, ya que saben sobre qué principios les enseñé a distinguir el objeto fóbico como
significante haciendo todo lo posible para compensar la falta del Otro, y el fetiche
fundamental de cualquier perversión como objeto visto en el corte del significante .
Por su culpa, ¿esta talentosa novata no recordó el diálogo de la armadura en el Discurso
de la Pequeña Realidad de André Breton? Eso la habría puesto en el camino correcto.
¿Pero cómo se podía esperar esto cuando este análisis estaba bajo control, con una
dirección que lo inclinaba a un acoso constante para devolver al paciente a la situación real?
¿Cómo podemos sorprendernos de que, a diferencia de la Reina de España, la analista
tenga piernas, cuando ella misma lo subraya en la dureza de sus recordatorios del orden
actual?
Por supuesto, este proceso no es en vano en el resultado benigno del acting out que aquí
se examina: ya que el analista, que es consciente de ello, se ha encontrado en una situación
permanente de intervención castradora.
¿Pero por qué entonces atribuir este papel a la madre, cuya anamnesis de esta
observación indica que siempre ha operado más como casamentera?
El Edipo fracasado fue compensado, pero siempre en la forma, aquí desarmantemente
ingenua, de una invocación completamente forzada, si no arbitraria, de la persona del
marido del analista, aquí favorecido por el hecho de que, como psiquiatra él mismo, es
quien se encontró el proveedor de este paciente.
Esta no es una circunstancia común. En cualquier caso, debe ser descalificado por estar
fuera de la situación analítica.
Los desvíos sin gracia de la cura no son en sí mismos lo que deja a uno reservado sobre
su resultado, y el humor, probablemente no sin malicia, de los honorarios de la última
sesión desviados como precio de la estupidez, no augura nada malo para el futuro.
La cuestión que puede plantearse es la del límite entre el análisis y la reeducación,
cuando su propio ensayo está guiado por una solicitud frecuente de su impacto real. Lo que
vemos al comparar en esta observación los datos de la biografía con las formaciones
transferenciales: la contribución del desciframiento del inconsciente es realmente mínima.
Tanto es así que uno se pregunta si la mayor parte no permanece intacta en el encierro del
enigma que, bajo el rótulo de perversión transitoria, es objeto de esta instructiva
comunicación.
9. Que el lector no analítico no se equivoque: no hay nada aquí (175) para depreciar una
obra que el epíteto virgiliano "improbus" califica con razón.
No tenemos otra intención que la de advertir a los analistas del cambio que está
experimentando su técnica, para malinterpretar el lugar real donde se están produciendo
sus efectos.
Tratando incansablemente de definirlo, sólo se puede decir que recurrir a posiciones de
modestia, o incluso dejarse guiar por ficciones, la experiencia que desarrollan, es siempre
infructuoso.
La investigación genética y la observación directa están lejos de estar separadas de una
animación estrictamente analítica. Y por haber abordado nosotros mismos los temas de la
relación de los objetos en un año de nuestro seminario, hemos mostrado el precio de una
concepción en la que la observación del niño se nutre del reexamen más preciso de la
función de la maternidad en la génesis del objeto: nos referimos a la noción de objeto
transicional, introducida por D. W. Winnicott, punto clave para la explicación de la génesis
del fetichismo [27].
El hecho es que las flagrantes incertidumbres en la lectura de los grandes conceptos
freudianos son correlativas a las debilidades que pesan sobre el trabajo práctico.
Queremos dejar claro que es en la medida de los impasses que se han experimentado al
captar su acción en su autenticidad que los investigadores y grupos por igual llegan a
forzarla en la dirección del ejercicio del poder.
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Sustituyen este poder por la relación con el ser en el que se produce esta acción,
privando así a sus medios, a saber, los de la palabra, de su verdadera eminencia. Es...
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por qué se trata en efecto de una especie de retorno de lo reprimido, por extraño que sea,
que, desde las pretensiones menos dispuestas a avergonzarse de la dignidad de estos
medios, plantea este patequès de un recurso al ser en cuanto a un dato de lo real, cuando el
discurso que reina en él, rechaza toda cuestión que un soberbio tópico no habría
reconocido ya.
1. Es muy temprano en la historia del análisis que aparece la cuestión del ser del analista.
No nos sorprende que sea el más atormentado por el problema de la acción analítica. En
efecto, podemos decir que el artículo de Ferenczi de 1909, "Introducción y transferencia", [3] es
aquí inaugural y que anticipa con mucho todos los temas posteriores.
Si Ferenczi concibe la transferencia como la introyección de la persona del médico en la
economía subjetiva, ya no se trata de esta persona como soporte de una compulsión
repetitiva, de un comportamiento inapropiado o como una figura de fantasía. Con esto se
refiere a la absorción en la economía del sujeto de todo lo que él mismo presenta como una
problemática encarnada. ¿No llega este autor al extremo de articular que la finalización de la
cura sólo puede alcanzarse en la confesión que el médico hace al paciente del abandono
que él mismo está en condiciones de sufrir?
2. ¿Qué significa esto, si no reconocer la falta de ser del sujeto como el corazón de la
experiencia analítica, como el campo mismo donde se despliega la pasión del neurótico?
Fuera de esta casa de la escuela húngara con sus ya dispersas y pronto cenizas, sólo los
ingleses en su fría objetividad han sido capaces de articular este hueco abierto del que da
testimonio el neurótico que busca justificar su existencia, y así distinguir implícitamente de
la relación interhumana, su calidez y sus ilusiones, esta relación con el Otro donde el ser
encuentra su estatus.
Basta con citar a Ella Sharpe y sus pertinentes observaciones para seguir las verdaderas
preocupaciones del neurótico [24]. 24] Su fuerza radica en una especie de ingenuidad que se
refleja en la justamente famosa brusquedad de su estilo de terapeuta y escritora. No es un
rasgo ordinario que llegue a glorificar la exigencia que impone al analista de una
omnisciencia para leer correctamente las intenciones de los discursos de los analizados.
Debemos agradecerle que haya puesto en primer lugar una cultura literaria en las
escuelas de los practicantes, aunque no parece darse cuenta de que en la lista de lecturas
mínimas que les propone predominan las obras de la imaginación, en las que el significante
del falo desempeña un papel central bajo un velo transparente. Esto simplemente prueba
que la elección no está menos guiada por la experiencia que por la indicación del principio.
3. Aborigen o no, el final del análisis se definió de nuevo de manera más categórica por
la identificación del sujeto al analista. Ciertamente, las opiniones varían en cuanto a si (177) es
su Yo o su Superego. No dominamos tan fácilmente la estructura que Freud ha identificado
en el sujeto, por falta de distinción entre lo simbólico, lo imaginario y lo real.
Digamos solamente que tales observaciones, hechas para ofender, no se forjan sin que
nada presione a quienes las hacen avanzar. La dialéctica de los objetos de fantasía
promovida en la práctica por Melanie Klein tiende a traducirse en teoría en términos de
identificación.
Para estos objetos, parciales o no, pero ciertamente significantes, el seno, el excremento,
el falo, el sujeto los gana o los pierde, los destruye o los conserva, pero sobre todo él es
estos objetos, según el lugar donde funcionan en su fantasía fundamental, y este modo de
identificación sólo muestra la patología de la pendiente donde el sujeto es empujado a un
mundo donde sus necesidades se reducen a valores de intercambio, esta pendiente misma
encontrando su posibilidad radical sólo a partir de la mortificación que el significante
impone a su vida al numerarlo.
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4. Parecería que el psicoanalista, sólo para ayudar al sujeto, debería ser rescatado de esta
patología que, como podemos ver, se basa nada menos que en una ley de hierro.
Por eso uno se imagina que el psicoanalista debe ser un hombre feliz. ¿No es de otra
manera que uno viene a pedirle la felicidad, y cómo podría dársela si no la tiene un poco,
dice el sentido común?
Es un hecho que no nos abstenemos de prometer la felicidad en una época en la que la
cuestión de su medida se ha complicado: ante todo en que la felicidad, como decía San
Justo, se ha convertido en un factor de la política.
Seamos justos, el progreso humanístico de Aristóteles a San Francisco (de Sales) no
había llenado las aporías de la felicidad.
Uno pierde el tiempo, como sabemos, buscando la camisa de un hombre feliz, y lo que
se llama una sombra feliz debe evitarse por los males que propaga.
Es en efecto en la relación con el ser que el analista tiene que tomar su nivel operativo, y
las posibilidades que el análisis didáctico le ofrece para este fin no se calculan solamente en
función del problema supuestamente ya resuelto para el analista que lo guía.
Es una de las desgracias del ser que la prudencia de los colegios y esta falsa vergüenza
que asegura la dominación, no se atreven a cortarse.
(178)Se formulará
una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para
traer a la vanguardia la cuestión del deseo del analista.
5. La decadencia que marca la especulación analítica especialmente en este orden no
puede dejar de golpear, sólo para ser sensible a la resonancia de las obras antiguas.
A fuerza de entender muchas cosas, los analistas en su conjunto imaginan que la
comprensión tiene un fin en sí misma y que sólo puede ser un final feliz. El ejemplo de la
ciencia física, sin embargo, puede mostrarles que los mayores éxitos no implican que uno
sepa hacia dónde va.
A menudo es mejor no entender para pensar, y uno puede galopar para entender en
leguas y leguas sin que el más mínimo pensamiento resulte de ello.
Fue incluso la salida de los conductistas: renunciar a la comprensión. Pero a falta de
cualquier otro pensamiento en un asunto, el nuestro, que es la antiphysis, tomaron el camino
de usar, sin entenderlo, lo que entendemos: oportunidades para que recuperemos el
orgullo.
La muestra de lo que somos capaces de producir en términos de moralidad viene dada
por la noción de oblatividad. Es una fantasía de obsesión, de un yo incomprendido: todo
para el Otro, mi prójimo, se pronuncia allí, sin reconocer la angustia que el Otro (con A
mayúscula) inspira al no ser un prójimo.
6. No pretendemos enseñar a los psicoanalistas lo que es pensar. Ellos lo saben. Pero no
es que ellos mismos lo hayan entendido. Lo han aprendido de los psicólogos. El
pensamiento es una prueba de acción, repiten suavemente. (Freud mismo da en este
godant, lo que no le impide ser un pensador duro cuya acción termina en el pensamiento).
La verdad es que el pensamiento del analista es una acción que se deshace. Deja alguna
esperanza de que si se les hace pensar en ello, que se retracten, vendrán a repensarlo.
7. El analista es el hombre al que se le habla y al que se le habla libremente. Para eso está
ahí. ¿Qué significa eso?
Todo lo que se puede decir de la asociación de ideas es sólo un aderezo psicológico. Los
juegos de palabras inducidos están muy lejos; además, por su protocolo, nada es menos
libre.
(179)
El tema invitado a hablar en el análisis no muestra en lo que dice, de hecho, un
gran libertad. No es que esté encadenado por el rigor de sus asociaciones: sin duda le
oprimen, pero es más bien que le llevan a la libertad de expresión, a la plena expresión lo
que sería doloroso para él.
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No hay nada más terrible que decir algo que podría ser verdad. Porque sería muy cierto,
si lo fuera, y Dios sabe lo que pasa cuando algo, para ser cierto, ya no se puede dudar.
¿Es este el proceso de análisis: un progreso de la verdad? Ya puedo oír a los gurús
susurrando de mis análisis intelectualistas: cuando estoy volando, por lo que sé, para
preservar lo indecible.
Sé mejor que nadie que está más allá del discurso al que está acostumbrado nuestro
oído, si sólo tomo el camino del oído, y no de la auscultación. Sí, ciertamente, no para
auscultar la resistencia, la tensión, los opistótonos, la palidez, la descarga de adrenalina (sic)
donde un "yo" más fuerte (resic) se reformaría: lo que escucho es de comprensión.
La comprensión no me obliga a entender. Lo que oigo es, sin embargo, un discurso,
aunque no sea tan discursivo como una interjección. Porque una interjección es una
cuestión de lenguaje, no de gritos expresivos. Es una parte del discurso que no cede a
ninguna otra por los efectos de la sintaxis en un idioma determinado.
Por lo que probablemente escuche, no tengo nada de qué quejarme, si no lo entiendo, o
si no entiendo algo, estoy seguro de que me equivoco. Esto no me impediría responder.
Eso es lo que se hace fuera del análisis en estos casos. Me callaré. Todos están de acuerdo
en que yo frustro al orador, y él frusta al orador, y yo lo frustro a él. ¿Por qué?
Si lo frustro, es porque me está pidiendo algo. Para responderle. Pero él sabe que sólo
serían palabras. Como tiene algo de lo que quiere. Ni siquiera está seguro de que me
agradecería si fueran buenas palabras, y mucho menos malas. No me pide esas palabras. Me
pregunta..., porque habla: su petición es intransitiva, no lleva ningún objeto.
Por supuesto, su demanda se desarrolla en el campo de una demanda implícita, aquella
para la que está allí: curarlo, revelarlo (180) a sí mismo, hacer que el psicoanálisis le sea conocido,
hacer que se califique como analista. Pero esta demanda, él sabe, puede esperar. Su petición
actual no tiene nada que ver con eso, ni siquiera es suya, porque después de todo, fui yo
quien se ofreció a hablar con él. (El tema en sí es transitorio aquí.)
En resumen, he logrado lo que en el campo del comercio ordinario uno quisiera poder
lograr con la misma facilidad: con la oferta he creado la demanda.
8. Pero es una petición radical, si quieres decirlo suavemente, radical.
Sin duda la Sra. Macalpine tiene razón al querer buscar en la única regla analítica para el
motor de transferencia. Se extravía de nuevo señalando, en ausencia de cualquier objeto, la
puerta abierta a la regresión infantil [24]. 24] Sería más bien un obstáculo, porque todo el
mundo sabe, y los psicoanalistas de niños son los primeros, que se necesitan bastantes
objetos pequeños para mantener una relación con el niño.
A través de la solicitud, se abre todo el pasado hasta el final del fondo para la primera
infancia. Preguntando, el sujeto nunca ha hecho nada más, sólo ha podido vivir de ello, y
nosotros damos el siguiente paso.
Es por este medio que la regresión analítica puede y tiene lugar. Hablamos de ello como
si el sujeto comenzara a actuar como un niño. Sin duda esto sucede, y esta situación
simulada no es el mejor presagio. En cualquier caso, se observa fuera de lo común en lo
que se considera una regresión. Porque la regresión no muestra nada más que un retorno al
presente, a los significantes utilizados en las demandas para las que existe un estatuto de
limitaciones.
9. Para empezar de nuevo, esta situación explica la transferencia primaria, y el amor
donde a veces se declara.
Porque si el amor significa dar lo que uno no tiene, es muy cierto que el sujeto puede
esperar a que se le dé, ya que el psicoanalista no tiene nada más que darle. Pero incluso este
nada, no se lo da, y eso es mejor: y es por eso que este nada, se le paga, y en gran medida
preferentemente, para mostrar que de otra manera no valdría mucho.
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1. Un sueño, después de todo, es sólo un sueño, como escuchamos decir a la gente hoy
en día [22]. ¿No es nada que Freud haya reconocido el deseo en ella?
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Deseo, no tendencias. Porque hay que leer el Traumdeutung para saber lo que Freud llama
deseo.
Debemos detenernos en estas palabras de Wunsch, y del deseo que lo hace en inglés, para
distinguirlas del deseo, cuando el sonido de un petardo mojado donde vuelan, evoca nada
menos que la concupiscencia. Son deseos.
Estos deseos pueden ser piadosos, nostálgicos, molestos, bromistas. Una dama puede
tener un sueño, que no tiene otro deseo que el de proporcionar a Freud, que planteó la
teoría de que el sueño es un deseo, la prueba de que no lo es. El punto a recordar es que
este deseo se articula en un discurso muy inteligente. Pero no es menos importante ver las
consecuencias de que Freud se contente con reconocer el deseo del sueño y la
confirmación de su ley, por lo que el deseo significa en su pensamiento.
(183)
Porque extiende su excentricidad más allá, ya que un sueño de castigo puede a
voluntad
significan un deseo de lo que el castigo reprime.
No nos detengamos en las etiquetas de los cajones, aunque muchos las confunden con
el fruto de la ciencia. Leamos los textos; sigamos el pensamiento de Freud en estos desvíos
que nos impone, y no olvidemos que al deplorarlos él mismo en relación con un ideal de
discurso científico, afirma que fue obligado a hacerlo por su objeto11.
Vemos pues que este objeto es idéntico a estos desvíos, ya que en el primer punto de
inflexión de su obra, conduce, tocando el sueño de una mujer histérica, al hecho de que se
satisface por desplazamiento, precisamente aquí por alusión al deseo de otro, un deseo del
día anterior, que se apoya en su posición eminente en un deseo que es de otro orden, ya
que Freud lo ordena como el deseo de tener un deseo insatisfecho [7]12.
Contemos el número de referencias cruzadas que se ejercen aquí para llevar el deseo a
un poder geométricamente creciente. Un solo índice no sería suficiente para caracterizar el
grado de esto. Pues habría que distinguir dos dimensiones de estas referencias: un deseo de
deseo, es decir, un deseo significado por un deseo (el deseo de la persona histérica de tener
un deseo insatisfecho está significado por su deseo de caviar: el deseo de caviar es su
significante), está en el registro diferente de un deseo sustituido por un deseo (en el sueño,
el deseo de salmón ahumado del amigo se sustituye por el deseo de caviar del paciente, lo
que constituye la sustitución de un significante por un significante )13.
2. No hay nada microscópico en lo que encontramos de esta manera, ni se necesitan
instrumentos especiales para reconocer que la hoja tiene las características estructurales de
la planta de la que se desprende. Incluso si uno nunca ha visto una planta (184) antes, uno se
daría cuenta inmediatamente de que una hoja es más probable que sea una parte de la
planta que un pedazo de piel.
El deseo del sueño histérico, pero también cualquier pedazo de nada en su lugar en este
texto de Freud, resume lo que todo el libro explica de los llamados mecanismos
inconscientes, condensación, deslizamiento, etc., al atestiguar su estructura común: ya sea la
relación del deseo con esta marca del lenguaje, que especifica el inconsciente freudiano y
decanta nuestra concepción del sujeto.
Creo que mis alumnos apreciarán el acceso que doy aquí a la oposición fundamental del
significante al significado, donde les demuestro que los poderes del lenguaje comienzan, no
sin concebir el ejercicio de los mismos, les dejo una lucha.
Recuerdo el automatismo de las leyes por las que se articulan en la cadena de significado:
a) la sustitución de un término por otro para producir el efecto metafórico;
b) la combinación de un término con otro para producir el efecto de metonimia [17].
11. Cf. Carta 118(11-IX-1899) a Fliess en: Aus den Anfängen, Imago pub, Londres.
12. 12. Este sueño está registrado en el relato del paciente en la página 152 de G.W., II-III: "Quiero dar una cena. Pero
todo lo que me queda es un poco de salmón ahumado. Empiezo a pensar en ir al mercado, cuando recuerdo que es
domingo por la tarde y todas las tiendas están cerradas. Creo que llamaré a algunos proveedores por teléfono. Pero el
teléfono no funciona. Así que tengo que renunciar a mi deseo de dar una cena".
13. Cómo Freud motiva la identificación histérica, para especificar que el salmón ahumado juega para el amigo el mismo
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Pero resumamos; la elaboración del sueño se alimenta del deseo; ¿por qué no se
completa nuestra voz, de reconocimiento, como si se extinguiera la segunda palabra que, de
golpe, es la única que se puede entender?
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de buen grado: aquí la imitación querida por Tarde. Hay que hacer que la clavija esencial
que da allí de la identificación histérica juegue en el particular. Si nuestra paciente se
identifica con ella
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Amigo, es de lo que es inimitable en este deseo insatisfecho de este salmón, ¡maldita sea! si
no de Aquel que lo fuma.
Así, el sueño de la paciente es una respuesta a la petición de su amiga de ir a su casa a
cenar. Y no sabemos qué podría empujarla a hacerlo, aparte del hecho de que cenamos allí,
si no el hecho de que nuestro carnicero no pierde la soga: es que su marido siempre habla
de ello con ventaja. Y sin embargo, delgada como es, no está hecha para complacerlo, a
quien sólo le gustan las curvas.
¿No tiene también un deseo que se interpone en el camino, cuando todo en él está
satisfecho? Es la misma primavera que, en el sueño, pasa del deseo de su amigo al fracaso
de su petición. Por muy precisamente simbolizada que esté la petición por el accesorio del
teléfono recién nacido, no sirve para nada. La llamada del paciente no tiene éxito; sería
bueno ver que
la otra está engordando para que su marido pueda disfrutarlo.
Pero, ¿cómo puede ser amada otra persona (¿no basta con que la paciente lo piense, que
su marido la considere?) por un hombre que no puede estar satisfecho (él, el hombre del
cuarto trasero)? Esta es la cuestión que se ha desarrollado, que es muy generalmente la de la
identificación histérica.
8. Es esta pregunta la que se convierte en el sujeto mismo. ¿De qué manera la mujer se
identifica con el hombre, y la rebanada de salmón ahumado viene en lugar del deseo del
Otro.
Este deseo no basta para nada (¿cómo con esta sola loncha de salmón ahumado para
recibir a toda esta gente?), debo al final de los fines (y del sueño) renunciar a mi deseo de
dar la cena (es decir mi búsqueda del deseo del Otro, que es el secreto de la mía). Todo ha
fallado, y dices que el sueño es la realización de un deseo. ¿Cómo lo arreglas, profesor?
Interrogados de esta manera, los psicoanalistas hace tiempo que dejaron de interrogarse
sobre los deseos de sus pacientes: los reducen a sus propias exigencias, lo que simplifica la
tarea de convertirlos en suyos. ¿No es este el camino de lo razonable, y lo han adoptado.
Pero sucede que el deseo no desaparece tan fácilmente para ser demasiado visible,
plantado en el centro de la escena en la mesa de (189)agape como aquí, bajo el aspecto de un
salmón, un bonito pez por fortuna, y que basta con presentar, como se hace en los
restaurantes, bajo un fino lienzo, para que el levantamiento de este velo sea igual al que se
hizo al final de los antiguos misterios.
Ser el falo, aunque fuera un poco flaco. ¿No es esa la última identificación con el
significante del deseo?
No parece que sea algo obvio para una mujer, y hay algunos entre nosotros que
preferirían no tener nada más que ver con ese logogrip. ¿Vamos a tener que deletrear el
papel del significante para encontrarnos con el complejo de castración en nuestras manos, y
este deseo de un pene por el que Dios nos pueda sujetar, cuando Freud llegó a esa cruz y ya
no supo a dónde ir, viendo más allá sólo el desierto del análisis?
Sí, pero los llevó allí, y era un lugar menos infestado que la neurosis de transferencia, lo
que te reduce a ahuyentar al paciente, rogándole que vaya despacio para quitarle las moscas.
9. Sin embargo, vamos a articular lo que las estructuras desean.
El deseo es lo que se manifiesta en el intervalo que la demanda excava debajo de sí
misma, en la medida en que el sujeto, al articular la cadena de significación, saca a la luz la
falta de ser con la llamada a recibir el complemento del Otro, si el Otro, el lugar de la
palabra, es también el lugar de esta falta.
Lo que se le da así al Otro para que lo llene y que es propiamente lo que no tiene, ya que
él también carece del ser, es lo que se llama amor, pero también es odio e ignorancia.
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Es también, pasiones del ser, lo que cada petición evoca más allá de la necesidad
articulada en ella, y es lo que el sujeto permanece tanto más propiamente privado cuanto
más se satisface la necesidad articulada en la petición.
Además, la satisfacción de la necesidad sólo aparece allí como el señuelo donde se
aplasta la petición de amor, enviando al sujeto de vuelta al sueño donde persigue el limbo
del ser, dejándole hablar con él. Porque el ser del lenguaje es el no ser de los objetos, y el
hecho de que el deseo haya sido descubierto por Freud en su lugar en el sueño, y haya sido
siempre el escándalo de todos los esfuerzos del pensamiento por situarse en la realidad, es
suficiente para instruirnos.
Ser o no ser, dormir, soñar quizás, los llamados (190)sueños más simples del niño
("simples" como la situación analítica sin duda), simplemente muestran objetos milagrosos
o prohibidos.
10. Pero el niño no siempre se duerme así en el seno materno, sobre todo si el Otro,
que tiene sus propias ideas sobre sus necesidades, interfiere, y en lugar de lo que no tiene, le
da la papilla sofocante de lo que tiene, es decir, confunde su cuidado con el don de su
amor.
Es el niño más amorosamente alimentado el que rechaza la comida y juega con su
rechazo como un deseo (anorexia nerviosa).
Confina donde se entiende como en ninguna otra parte que el odio es la moneda del
amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona.
Al final, al negarse a satisfacer la petición de la madre, ¿no exige el niño que la madre
tenga un deseo fuera de él, porque ese es el camino que falta al deseo?
11. De hecho, uno de los principios que fluyen de estas premisas es que:
– si el deseo es un efecto en el sujeto de esta condición que le impone la existencia de
un discurso para hacer pasar su necesidad por los desfiles del significante ;
– si, por otra parte, como hemos sugerido anteriormente, al abrir la dialéctica de la
transferencia, la noción del Otro debe fundarse con una A mayúscula, como el lugar
donde se despliega la palabra (la otra escena, eine andere Schauplatz, de la que habla
Freud en el Traumdeutung);
– Debemos plantear que, hecho de un animal presa del lenguaje, el deseo del hombre
es el deseo del Otro.
Esto tiene una función completamente diferente de la de la identificación primaria antes
mencionada, ya que no se trata de que el sujeto asuma la insignia del Otro, sino de la
condición de que el sujeto tenga que encontrar la estructura constitutiva de su deseo en la
misma brecha abierta por el efecto de los significantes en los que vienen a representar al
Otro, en la medida en que su demanda está sujeta a ellos.
Tal vez aquí podamos vislumbrar de pasada la razón de este efecto oculto que nos ha
frenado en el reconocimiento del (191)deseo del sueño. El deseo del sueño no es asumido
por el sujeto que dice "yo" en su palabra. Articulado, sin embargo, en lugar del Otro, es un
discurso, un discurso cuya gramática Freud comenzó a enunciar como tal. Así es como los
votos que constituye no tienen una flexión optativa para modificar el indicativo de su
fórmula.
¿De qué manera veríamos desde una referencia lingüística que lo que llamamos el
aspecto del verbo aquí es el de lo logrado (verdadero significado de la Wunscherfüllung).
Es esta ex-sistencia (Entstellung)14 del deseo en el sueño lo que explica por qué el
significado del sueño enmascara el deseo, mientras que su motivo se desvanece de ser
meramente problemático.
14.De lo cual no hay que olvidar: que el término se utiliza por primera vez en el Traumdeutung sobre el tema del sueño, - que
este uso da su sentido y al mismo tiempo el del término: una distorsión que lo traduce cuando los ingleses lo aplican al
Ego. Observación que permite juzgar el uso que se hace en Francia del término distorsión del Ego, por el cual los
aficionados al refuerzo del Ego, mal advertidos de desconfiar de estos "falsos amigos" que son las palabras inglesas (las
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palabras, no, tienen tan poca importancia) simplemente escuchan... un Ego retorcido.
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12. El deseo se produce en el más allá de la petición, en que al articular la vida del sujeto
a sus condiciones, se le poda la necesidad, pero también se ahueca en su parte inferior, en
que, como petición incondicional de presencia y ausencia, evoca la falta de estar bajo las
tres figuras de la nada que constituye la base de la petición de amor, del odio que va a
negar el ser del otro, y de lo indecible de lo que se ignora en su petición. En esta aporía
encarnada, cuya imagen puede decirse que toma prestada su alma pesada de la perenne
descendencia de la tendencia herida, y su cuerpo sutil de la muerte actualizado en la
secuencia significativa, el deseo se afirma como una condición absoluta.
Menos aún que la nada que pasa en la ronda de significados que agitan a los hombres, es
la estela inscrita de la carrera, y como la marca de hierro del significante en el hombro del
sujeto que habla. Es menos la pasión pura del significado que la acción pura del
significante, que se detiene, en el momento en que lo vivo se convierte en signo, haciéndolo
insignificante.
Este momento cortante está obsesionado por la forma de una aleta sangrienta: la libra
de carne que la vida paga para convertirla en el significante de los significantes, como tal
imposible de restaurar al cuerpo imaginario; es el falo perdido de Osiris embalsamado.
(192)
13. La función de este significante como tal en la búsqueda del deseo, es bien, como
Freud lo ha descubierto, la clave para completar sus análisis: y ningún truco lo hará.
Para dar una idea de esto, describiremos un incidente que ocurrió al final del análisis de
un obsesivo, es decir, después de un largo trabajo en el que uno no se contentó con
"analizar la agresividad del sujeto" (en otras palabras: jugar a la codorniz de búfalo con sus
agresiones imaginarias), sino que se le hizo reconocer el lugar que había ocupado en el
juego de destrucción ejercido por uno de sus padres sobre el deseo del otro. Adivina la
impotencia en la que se encuentra para desear sin destruir al Otro, y por lo tanto su deseo
en sí mismo como es deseo del Otro.
Para llegar allí, descubrimos su constante maniobra para proteger al Otro, agotando en
el trabajo de transferencia (Durcharbeitung) todos los artificios de una verbalización que
distingue al Otro del Otro (la a pequeña y la a grande) y que hace que la logia reservada al
aburrimiento del Otro (la a grande) disponga los juegos de circo entre los dos otros (la a
pequeña y el Ego, su sombra).
Ciertamente, no basta con girar en una rotonda en un rincón bien explorado de la
neurosis obsesiva para llevarle a esta rotonda, ni conocerla para llevarle allí por un camino
que nunca será el más directo. No sólo requiere el plano de un laberinto reconstruido, o
incluso un conjunto de planos ya tomados. Hay que poseer en primer lugar el sistema
combinatorio general que preside su variedad, sin duda, pero que, más útil aún, nos da
cuenta del trampantojo, o mejor, de los cambios en el laberinto de un vistazo. Porque no
faltan ambas cosas en esta neurosis obsesiva, una arquitectura de contrastes, aún no
suficientemente notoria, y que no basta con atribuir a las formas de las fachadas. En medio
de tantas actitudes seductoras, insurgentes, impasibles, hay que captar las ansiedades ligadas
a las actuaciones, los rencores que no impiden las generosidades (¡sostengan que los
obsesivos carecen de oblatividad!), la inconstancia mental que sostiene lealtades
inexpugnables. Todo esto se mueve en solidaridad en un análisis, no sin el marchitamiento
local; sin embargo, el gran carro permanece.
Et voici donc notre sujet au bout de son rouleau, venu au (193)point de nous jouer un
tour de bonneteau assez particulier ; pour ce qu’il révèle d’une structure du désir.
Disons que d’âge mûr, comme on dit comiquement, et d’esprit désabusé, il nous
leurrerait volontiers d’une sienne ménopause pour s’excuser d’une impuissance survenue, et
accuser la nôtre.
En fait les redistributions de la libido ne vont pas sans coûter à certains objets leur poste,
même s’il est inamovible.
Bref, il est impuissant avec sa maîtresse, et s’avisant d’user de ses trouvailles sur la
fonction du tiers en puissance dans le couple, il lui propose de coucher avec un autre
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Or si elle reste à la place où l’a installée la névrose et si l’analyse l’y touche, c’est pour
l’accord qu’elle a dès longtemps réalisé sans doute aux désirs du patient, mais plus encore
aux postulats inconscients qu’ils maintiennent.
Aussi ne s’étonnera-t-on pas que sans désemparer, à savoir la nuit même, elle fait ce
rêve, que frais émoulu elle rapporte à notre déconfit.
Elle a un phallus, elle en sent la forme sous son vêtement, ce qui ne l’empêche pas
d’avoir aussi un vagin, ni surtout de désirer que ce phallus y vienne.
Notre patient à cette audition retrouve sur-le-champ ses moyens et le démontre
brillamment à sa commère.
Quelle interprétation s’indique-t-elle ici ?
On a deviné à la demande que notre patient a faite à sa maîtresse qu’il nous sollicite
depuis longtemps d’entériner son homosexualité refoulée.
Effet très vite prévu par Freud de sa découverte de l’inconscient : parmi les demandes
régressives, une de fables s’abreuvera des vérités répandues par l’analyse. L’analyse retour
d’Amérique a dépassé son attente.
Mais nous sommes restés, on le pense, plutôt revêche sur ce point.
Observons que la rêveuse n’y est pas plus complaisante, puisque son scénario écarte tout
coadjuteur. Ce qui guiderait même un novice à seulement se fier au texte, s’il est formé à
nos principes.
Nous n’analysons pas son rêve pourtant, mais son effet sur notre patient.
Nous changerions notre conduite à lui faire y lire cette vérité, (194)moins répandue d’être
en l’histoire, de notre apport : que le refus de la castration, si quelque chose lui ressemble,
est d’abord refus de la castration de l’Autre (de la mère premièrement).
Opinion vraie n’est pas science, et conscience sans science n’est que complicité
d’ignorance. Notre science ne se transmet qu’à articuler dans l’occasion le particulier.
Ici l’occasion est unique à montrer la figure que nous énonçons en ces termes : que le
désir inconscient est le désir de l’Autre – puisque le rêve est fait pour satisfaire au désir du
patient au-delà de sa demande, comme le suggère qu’il y réussisse. De n’être pas un rêve du
patient, il peut n’avoir pas moins de prix pour nous, si de ne pas s’adresser à nous comme il
se fait de l’analysé, il s’adresse à lui aussi bien que puisse le faire l’analyste.
C’est l’occasion de faire saisir au patient la fonction de signifiant qu’a le phallus dans son
désir. Car c’est comme tel qu’opère le phallus dans le rêve pour lui faire retrouver l’usage de
l’organe qu’il représente, comme nous allons le démontrer par la place que vise le rêve dans
la structure où son désir est pris.
Outre ce que la femme a rêvé, il y a qu’elle lui en parle. Si dans ce discours elle se
présente comme ayant un phallus, est-ce là tout ce par quoi lui est rendue sa valeur érotique
? D’avoir un phallus en effet ne suffit pas à lui restituer une position d’objet qui l’approprie
à un fantasme, d’où notre patient comme obsessionnel puisse maintenir son désir dans un
impossible qui préserve ses conditions de métonymie. Celles-ci commandent en ses choix
un jeu d’échappe que l’analyse a dérangé, mais que la femme ici restaure d’une ruse, dont la
rudesse cache un raffinement bien fait pour illustrer la science incluse dans l’inconscient.
Car pour notre patient, ce phallus, rien ne sert de l’avoir, puisque son désir est de l’être.
Et le désir de la femme ici le cède au sien, en lui montrant ce qu’elle n’a pas.
L’observation tout-venant fera toujours grand cas de l’annonce d’une mère castratrice,
pour peu qu’y prête l’anamnèse. Elle s’étale ici comme de juste.
On croit dès lors avoir tout dit. Mais nous n’avons rien à en faire dans l’interprétation,
où l’invoquer ne mènerait pas loin, sauf à remettre le patient au point même où il se faufIle
entre un désir et son mépris : assurément le mépris de sa mère (195)acariâtre à décrier le désir
trop ardent dont son père lui a légué l’image.
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Mais ce serait moins lui en apprendre que ce que lui dit sa maîtresse : que dans son rêve
ce phallus, de l’avoir ne l’en laissait pas moins le désirer. En quoi c’est son propre manque à
être qui s’est trouvé touché.
Manque qui provient d’un exode : son être est toujours ailleurs. Il l’a « mis à gauche »,
peut-on dire. Le disons-nous pour motiver la difficulté du désir ? – Plutôt, que le désir soit
de difficulté.
Ne nous laissons donc pas tromper à cette garantie que le sujet reçoit de ce que la
rêveuse ait un phallus, qu’elle n’aura pas à le lui prendre, – fût-ce pour y pointer doctement
que c’est là une garantie trop forte pour n’être pas fragile.
Car c’est justement méconnaître que cette garantie n’exigerait pas tant de poids, si elle ne
devait s’imprimer dans un signe, et que c’est à montrer ce signe comme tel, de le faire
apparaître là où il ne peut être, qu’elle prend son effet.
La condition du désir qui retient éminemment l’obsessionnel, c’est la marque même
dont il le trouve gâté, de l’origine de son objet : la contrebande.
Mode de la grâce singulier de ne se figurer que du déni de la nature. Une faveur s’y cache
qui chez notre sujet fait toujours antichambre. Et c’est à la congédier qu’il la laissera un jour
entrer.
14. L’importance de préserver la place du désir dans la direction de la cure nécessite
qu’on oriente cette place par rapport aux effets de la demande, seuls conçus actuellement
au principe du pouvoir de la cure.
Que l’acte génital en effet ait à trouver sa place dans l’articulation inconsciente du désir,
c’est là la découverte de l’analyse, et c’est précisément en quoi on n’a jamais songé à y céder
à l’illusion du patient que facIliter sa demande pour la satisfaction du besoin, arrangerait en
rien son affaire. (Encore moins de l’autoriser du classique : coïtus normalis dosim repetatur).
Pourquoi pense-t-on différemment à croire plus essentiel pour le progrès de la cure,
d’opérer en quoi que ce soit sur d’autres demandes, sous le prétexte que celles-ci seraient
régressives ?
Repartons une fois de plus de ceci que c’est d’abord pour le sujet que sa parole est un
message, parce qu’elle se produit au lieu de l’Autre. Que de ce fait sa demande même en
provienne (196)et soit libellée comme telle, ce n’est pas seulement qu’elle soit soumise au
code de l’Autre. C’est que c’est de ce lieu de l’Autre (voire de son temps) qu’elle est datée.
Comme il se lit clairement dans la parole la plus librement donnée par le sujet. À sa
femme ou à son maître, pour qu’ils reçoivent sa foi, c’est d’un tu es… (l’une ou bien l’autre)
qu’il les invoque, sans déclarer ce qu’il est, lui, autrement qu’à murmurer contre lui-même
un ordre de meurtre que l’équivoque du français porte à l’oreille.
Le désir, pour transparaître toujours comme on le voit ici dans la demande, n’en est pas
moins au delà. Il est aussi en deçà d’une autre demande où le sujet, se répercutant au lieu de
l’autre, effacerait moins sa dépendance par un accord de retour qu’il ne fixerait l’être même
qu’il vient y proposer.
Ceci veut dire que c’est d’une parole qui lèverait la marque que le sujet reçoit de son
propos, que seulement pourrait être reçue l’absolution qui le rendrait à son désir.
Mais le désir n’est rien d’autre que l’impossibilité de cette parole, qui de répondre à la
première ne peut que redoubler sa marque en consommant cette refente (Spaltung) que le
sujet subit de n’être sujet qu’en tant qu’il parle.
(Ce que symbolise la barre oblique de noble bâtardise dont nous affectons l’S du sujet
pour le noter d’être ce sujet-là : S) 15
15. Cf. le (S <>D) <sic> et le (S<>a) <sic> de notre graphe, paru en extrait de notre séminaire, dans le Bulletin de psychologie
171-XIII-5 du 5 janvier 1960, par les soins de J.-B. LEFEVRE-PONTALIS. Le signe <> consigne les relations
enveloppement-développement-conjonction-disjonction. Les liaisons qu’il signifie en ces deux parenthèses permettent de
lire l’S barré : S en fading dans la coupure de la demande ; S en fading devant l’objet du désir. Soit nommément la pulsion et
le fantasme.
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La régression qu’on met au premier plan dans l’analyse (régression temporelle sans
doute, mais à condition de préciser qu’il s’agit du temps de la remémoration), ne porte que
sur les signifiants (oraux, anaux, etc.) de la demande et n’intéresse la pulsion
correspondante qu’à travers eux.
Réduire cette demande à sa place, peut opérer sur le désir une apparence de réduction
par l’allègement du besoin.
Mais ce n’est là plutôt qu’effet de la lourdeur de l’analyste. Car si les signifiants de la
demande ont soutenu les frustrations où le désir s’est fixé (Fixierung de Freud), ce n’est qu’à
leur place que le désir est assujettissant.
Qu’elle se veuille frustrante ou gratifiante, toute réponse à (197)la demande dans l’analyse,
y ramène le transfert à la suggestion.
Il y a entre transfert et suggestion, c’est là la découverte de Freud, un rapport, c’est que
le transfert est aussi une suggestion, mais une suggestion qui ne s’exerce qu’à partir de la
demande d’amour, qui n’est demande d’aucun besoin. Que cette demande ne se constitue
comme telle qu’en tant que le sujet est le sujet du signifiant, c’est là ce qui permet d’en
mésuser en la ramenant aux besoins auxquels ces signifiants sont empruntés, ce à quoi les
psychanalystes, nous le voyons, ne manquent pas.
Mais il ne faut pas confondre l’identification au signifiant tout-puissant de la demande,
dont nous avons déjà parlé, et l’identification à l’objet de la demande d’amour. Celle-ci est
bien aussi une régression, Freud y insiste, quand il en fait le deuxième mode
d’identification, qu’il distingue dans sa deuxième topique en écrivant : Psychologie des masses et
analyse du Moi. Mais c’est une autre régression.
Là est l’exit qui permet qu’on sorte de la suggestion. L’identification à l’objet comme
régression, parce qu’elle part de la demande d’amour, ouvre la séquence du transfert
(l’ouvre, et non pas la ferme), soit la voie où pourront être dénoncées les identifications qui
en stoppant cette régression, la scandent.
Mais cette régression ne dépend pas plus du besoin dans la demande que le désir sadique
n’est expliqué par la demande anale, car croire que le scybale est un objet nocif en lui-
même, est seulement un leurre ordinaire de la compréhension. (J’entends ici
compréhension au sens néfaste où il a pris sa cote de Jaspers. « Vous comprenez : – »,
exorde par où croit en imposer à qui ne comprend rien, celui qui n’a rien à lui donner à
comprendre). Mais la demande d’être une merde, voilà qui rend préférable qu’on se mette
un peu de biais, quand le sujet s’y découvre. Malheur de l’être, évoqué plus haut.
Qui ne sait pas pousser ses analyses didactiques jusqu’à ce virage où s’avère avec
tremblement que toutes les demandes qui se sont articulées dans l’analyse, et plus que tout
autre celle qui fut à son principe, de devenir analyste, et qui vient alors à échéance, n’étaient
que transferts destinés à maintenir en place un désir instable ou douteux en sa
problématique, – celui-là ne sait rien de ce qu’il faut obtenir du sujet pour qu’il puisse
assurer la direction d’une analyse, ou seulement y faire une interprétation à bon escient.
(198)
Ces considérations nous confirment qu’il est naturel d’analyser le transfert. Car le
transfert en lui-même est déjà analyse de la suggestion, en tant qu’il place le sujet à l’endroit
de sa demande dans une position qu’il ne tient que de son désir.
C’est seulement pour le maintien de ce cadre du transfert que la frustration doit
prévaloir sur la gratification.
La résistance du sujet quand elle s’oppose à la suggestion, n’est que désir de maintenir
son désir. Comme telle, il faudrait la mettre au rang du transfert positif, puisque c’est le
désir qui maintient la direction de l’analyse, hors des effets de la demande.
Ces propositions, on le voit, changent quelque chose aux opinions reçues en la matière.
Qu’elles donnent à penser qu’il n’y a maldonne quelque part, et nous aurons atteint notre
but.
16. Ici se placent quelques remarques sur la formation des symptômes.
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Freud, depuis son étude démonstrative des phénomènes subjectifs : rêves, lapsus et
mots d’esprit, dont il nous a dit formellement qu’ils leur sont structuralement identiques
(mais bien entendu tout cela est pour nos savants trop au-dessous de l’expérience qu’ils ont
acquise – dans quelles voies ! – pour qu’ils songent même à y revenir) –, Freud donc l’a
souligné cent fois : les symptômes sont surdéterminés. Pour le palotin, employé au
quotidien battage qui nous promet pour demain la réduction de l’analyse à ses bases
biologiques, ceci va tout seul ; c’est si commode à proférer. qu’il ne l’entend même pas.
Mais encore ?
Laissons de côté mes remarques sur le fait que la surdétermination n’est strictement
concevable que dans la structure du langage. Dans les symptômes névrotiques, qu’est-ce à
dire ?
Cela veut dire qu’aux effets qui répondent chez un sujet à une demande déterminée,
vont interférer ceux d’une position par rapport à l’autre (à l’autre, ici son semblable) qu’il
soutient en tant que sujet.
« Qu’il soutient en tant que sujet », veut dire que le langage lui permet de se considérer
comme le machiniste, voire le metteur en scène de toute la capture imaginaire dont il ne
serait autrement que la marionnette vivante.
Le fantasme est l’illustration même de cette possibilité originale. C’est pourquoi toute
tentation de le réduire à l’imagination (199)faute d’avouer son échec, est un contresens
permanent, contresens dont l’école kleinienne qui a poussé ici fort loin les choses, ne sort
pas, faute d’entrevoir même la catégorie du signifiant.
Cependant, une fois définie comme image mise en fonction dans la structure signifiante,
la notion de fantasme inconscient ne fait plus de difficulté.
Disons que le fantasme, dans son usage fondamental, est ce par quoi le sujet se soutient
au niveau de son désir évanouissant, évanouissant pour autant que la satisfaction même de
la demande lui dérobe son objet.
Oh ! mais ces névrosés, quels délicats et comment faire ? Ils sont incompréhensibles, ces
gens-là, parole de père de famille.
C’est justement ce qu’on a dit depuis longtemps, depuis toujours, et les analystes en sont
encore là. Le benêt appelle cela l’irrationnel, ne s’étant même pas aperçu que la découverte
de Freud s’homologue à tenir d’abord pour certain, ce qui jette bas d’emblée notre exégèse,
que le réel est rationnel, et puis à constater que le rationnel est réel. Moyennant quoi il peut
articuler que ce qui se présente de peu raisonnable dans le désir est un effet du passage du
rationnel en tant que réel, c’est-à-dire du langage, dans le réel, en tant que le rationnel y a
déjà tracé sa circonvallation.
Car le paradoxe du désir n’est pas le privilège du névrosé, mais c’est plutôt qu’il tienne
compte de l’existence du paradoxe dans sa façon de l’affronter. Ceci ne le classe pas si mal
dans l’ordre de la dignité humaine, et ne fait pas honneur aux analystes médiocres (ceci
n’est pas une appréciation, mais un idéal formulé dans un vœu formel des intéressés), qui
sur ce point n’atteignent pas à cette dignité : surprenante distance qu’ont toujours notée à
mots couverts les analystes… autres, sans qu’on sache comment distinguer ceux-ci,
puisqu’eux n’auraient jamais songé à le faire d’eux-mêmes, s’ils n’avaient eu d’abord à
s’opposer au dévoiement des premiers.
17. C’est donc la position du névrosé à l’endroit du désir, disons pour abréger le
fantasme, qui vient marquer de sa présence la réponse du sujet à la demande, autrement dit
la signification de son besoin.
Mais ce fantasme n’a rien à faire avec la signification dans laquelle il interfère. Cette
signification en effet provient de (200)l’Autre en tant que de lui dépend que la demande soit
exaucée. Mais le fantasme n’arrive là que de se trouver sur la voie de retour d’un circuit plus
large, celui qui portant la demande jusqu’aux limites de l’être, fait s’interroger le sujet sur le
manque où il s’apparaît comme désir.
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Il est incroyable que certains traits pourtant criants depuis toujours de l’action de
l’homme comme telle, n’aient pas été ici mis en lumière par l’analyse. Nous voulons parler
de ce par quoi cette action de l’homme est la geste qui prend appui sur sa chanson. Cette
face d’exploit, de performance, d’issue étranglée par le symbole, ce qui la fait donc
symbolique (mais non pas au sens aliénant que ce terme dénote vulgairement), ce pour quoi
enfin l’on parle de passage à l’acte, ce Rubicon dont le désir propre est toujours camouflé
dans l’histoire au bénéfice de son succès, tout cela auquel l’expérience de ce que l’analyste
appelle l’acting out, lui donne un accès quasi expérimental, puisqu’il en tient tout l’artifice,
l’analyste le rabaisse au mieux à une rechute du sujet, au pire à une faute du thérapeute.
On est stupéfait de cette fausse honte de l’analyste devant l’action, où se dissimule sans
doute une vraie : celle qu’il a d’une action, la sienne, l’une parmi les plus hautes, quand elle
descend à l’abjection.
Car enfin qu’est-ce d’autre, quand l’analyste s’interpose pour dégrader le message de
transfert qu’il est là pour interpréter, en une fallacieuse signification du réel qui n’est que
mystification.
Car le point où l’analyste d’aujourd’hui prétend saisir le transfert, est cet écart qu’il
définit entre le fantasme et la réponse dite adaptée. Adaptée à quoi sinon à la demande de
l’Autre, et en quoi cette demande aurait-elle plus ou moins de consistance que la réponse
obtenue, s’il ne se croyait autorisé à dénier toute valeur au fantasme dans la mesure qu’il
prend de sa propre réalité ?
Ici la voie même par où il procède, le trahit, quand il lui faut par cette voie s’introduire
dans le fantasme et s’offrir en hostie imaginaire à des fictions où prolifère un désir abruti,
Ulysse inattendu qui se donne en pâture pour que prospère la porcherie de Circé.
Et qu’on ne dise pas qu’ici je diffame quiconque, car c’est (201)le point précis où ceux qui
ne peuvent autrement articuler leur pratique, s’inquiètent eux-mêmes et s’interrogent : les
fantasmes, n’est-ce pas là où nous fournissons au sujet la gratification où s’enlise l’analyse ?
Voilà la question qu’ils se répètent avec l’insistance sans issue d’un tourment de
l’inconscient.
18. C’est ainsi qu’au mieux l’analyste d’aujourd’hui laisse son patient au point
d’identification purement imaginaire dont l’hystérique reste captif, pour ce que son
fantasme en implique l’engluement.
Soit ce point même dont Freud dans toute la première partie de sa carrière, voulait le
tirer trop vite en forçant l’appel de l’amour sur l’objet de l’identification (pour Élisabeth
von R…, son beau-frère [5] ; pour Dora, M. K… ; pour la jeune homosexuelle du cas
d’homosexualité féminine, il voit mieux, mais achoppe à se tenir pour visé dans le réel par
le transfert négatif).
Il faut le chapitre de Psychologie des masses et analyse du Moi sur « l’identification », pour que
Freud distingue nettement ce troisième mode d’identification que conditionne sa fonction
de soutien du désir et que spécifie donc l’indifférence de son objet.
Mais nos psychanalystes insistent : cet objet indifférent, c’est la substance de l’objet,
mangez mon corps, buvez mon sang (l’évocation profanante est de leur plume). Le mystère
de la rédemption de l’analysé, est dans cette effusion imaginaire, dont l’analyste est l’oblat.
Comment le Moi dont ils prétendent ici s’aider, ne tomberait-il pas en effet sous le coup
de l’aliénation renforcée à laquelle ils induisent le sujet ? Les psychologues ont toujours su
dès avant Freud, s’ils ne l’ont pas dit en ces termes, que si le désir est la métonymie du
manque à être, le Moi est la métonymie du désir.
C’est ainsi que s’opère l’identification terminale dont les analystes se font gloire.
Si c’est du Moi ou du Surmoi de leur patient qu’il s’agit, ils hésitent ou bien plutôt, c’est
le cas de le dire, ils n’en ont cure, mais ce à quoi le patient s’identifie, c’est leur Moi fort.
Freud a fort bien prévu ce résultat dans l’article à l’instant cité, en montrant le rôle
d’idéal que peut prendre l’objet le plus insignifiant dans la genèse du meneur.
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(202)
Ce n’est pas en vain que la psychologie analytique s’oriente de plus en plus vers la
psychologie du groupe, voire vers la psychothérapie du même nom.
Observons-en les effets dans le groupe analytique lui-même. Il n’est pas vrai que les
analysés au titre didactique se conforment à l’image de leur analyste, à quelque niveau qu’on
veuille la saisir. C’est bien plutôt entre eux que les analysés d’un même analyste sont liés par
un trait qui peut être tout à fait secondaire dans l’économie de chacun, mais où se signe
l’insuffisance de l’analyste au regard de son travail.
C’est ainsi que celui pour qui le problème du désir se réduit à la levée du voile de la peur,
laisse enveloppés dans ce linceul, tous ceux qu’il a conduits.
19. Nous voici donc au principe malin de ce pouvoir toujours ouvert à une direction
aveugle. C’est le pouvoir de faire le bien, aucun pouvoir n’a d’autre fin, et c’est pourquoi le
pouvoir n’a pas de fin. Mais ici il s’agit d’autre chose, il s’agit de la vérité, de la seule, de la
vérité sur les effets de la vérité. Dès qu’Œdipe s’est engagé dans cette voie, il a déjà renoncé
au pouvoir.
Où va donc la direction de la cure ? Peut-être suffirait-il d’interroger ses moyens pour la
définir dans sa rectitude.
Remarquons :
Propositions dont il se trouvera peut-être encore certains, et même dans mon audience
ordinaire, pour s’étonner de les trouver dans mon discours.
(203)
On sent ici la tentation brûlante que doit être pour l’analyste de répondre si peu que
ce soit à la demande.
Bien plus, comment empêcher le sujet de ne pas lui attribuer cette réponse, sous la
forme de la demande de guérir, et conformément à l’horizon d’un discours qu’il lui impute
avec d’autant plus de droit que notre autorité l’a assumé à tort et à travers.
Qui nous débarrassera désormais de cette tunique de Nessus que nous nous sommes à
nous-mêmes tissée : l’analyse répond à tous les desiderata de la demande, et par des normes
diffusées ? Qui balaiera cet énorme fumier des écuries d’Augias, la littérature analytique ?
À quel silence doit s’obliger maintenant l’analyste pour dégager au-dessus de ce
marécage le doigt levé du Saint Jean de Léonard, pour que l’interprétation retrouve l’horizon
déshabité de l’être où doit se déployer sa vertu allusive ?
20. Puisqu’il s’agit de prendre le désir, et qu’il ne peut se prendre qu’à la lettre, puisque
ce sont les rets de la lettre qui déterminent, surdéterminent sa place d’oiseau céleste,
comment ne pas exiger de l’oiseleur qu’il soit d’abord un lettré ?
La part « littéraire » dans l’œuvre de Freud, pour un professeur de littérature à Zurich
qui a commencé de l’épeler, qui a parmi nous tenté d’en articuler l’importance ?
Ceci n’est qu’indication. Allons plus loin. Questionnons ce qu’il doit en être de l’analyste
(de « l’être » de l’analyste), quant à son propre désir.
Qui aura la naïveté encore de s’en tenir, quant à Freud, à cette figure de bourgeois rangé
de Vienne, qui stupéfia son visiteur André Breton de ne s’auréoler d’aucune hantise de
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Ménades ? Maintenant que nous n’en avons plus que l’œuvre, n’y reconnaîtrons-nous pas
un fleuve de feu, qui ne doit rien à la rivière artificielle de François Mauriac ?
Qui mieux que lui avouant ses rêves, a su filer la corde où glisse l’anneau qui nous unit à
l’être, et faire luire entre les mains fermées qui se le passent au jeu du furet de la passion
humaine, son bref éclat ?
Qui a grondé comme cet homme de cabinet contre l’accaparement de la jouissance par
ceux qui accumulent sur les épaules des autres les charges du besoin ?
Qui a interrogé aussi intrépidement que ce clinicien attaché au terre-à-terre de la
souffrance, la vie sur son sens, et non pour (201)dire qu’elle n’en a pas, façon commode de
s’en laver les mains, mais qu’elle n’en a qu’un, où le désir est porté par la mort ?
Homme de désir, d’un désir qu’il a suivi contre son gré dans les chemins où il se mire
dans le sentir, le dominer et le savoir, mais dont il a su dévoiler, lui seul, comme un initié
aux défunts mystères, le signifiant sans pair : ce phallus dont le recevoir et le donner sont
pour le névrosé également impossibles, soit qu’il sache que l’Autre ne l’a pas, ou bien qu’il
l’a, parce que dans les deux cas son désir est ailleurs : c’est de l’être, et qu’il faut que
l’homme, mâle ou femelle, accepte de l’avoir et de ne pas l’avoir, à partir de la découverte
qu’il ne l’est pas.
Ici s’inscrit cette Spaltung dernière par où le sujet s’articule au Logos, et sur quoi Freud
commençant d’écrire [12], nous donnait à la pointe ultime d’une œuvre aux dimensions de
l’être, la solution de l’analyse « infinie », quand sa mort y mit le mot Rien.
AVERTISSEMENT ET REFERENCES
[1] Abraham (Karl) – Die psychosexuellen Differenzen der Hysterie und der Dementia praecox (1 er Cong.
inter. de Psychanalyse, Salzburg. (205)26 avril 1908), in Centralblatt für Nervenheilkunde und Psychiatrie, 2e cah. de
juIllet 1908, Neue Folge, Bd. 19, pp. 521-533, et in Klinische Beiträge zur Psychoanalyse (Int. Psych. Verlag,
Leipzig-Wien-Zurich 1921). – The psycho-sexual différences between Hysteria und dementia praecox, in
Selected Papers, de Hogarth Press, pp. 64-79.
[2] Devereux (Georges) – Some criteria for the timing of confrontations and interpretations, avr. 1950, in
I.J.P., XXXII, (Janv. 1951), pp. 19-24.
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[3] Ferenczi (Sandor) – Introjektion und Ubertragung, 1909, in Jahrbuch für psychoanalytische Forschungen, I,
pp. 422-457. – Introjection and transference, in Sex in psychoanalysis, de Basic Books, N.Y., pp. 35-93.
[4] Freud (Anna) – Das Ich und die Abwehrmechanismen, 1936, in chap. IV : Die Abwehrmechanismen.
Cf. Versuch einer Chronologie, pp. 60-63 (Intern. psychoanal. Verlag, Wien, 1936).
[5] Freud (Sigmund) – Studien über Hysterie, 1895, G.W., I, Fall Elisabeth von R…, pp. 196-251, sp. pp.
125-127. – Studies on Hysterla, S.E., II, 158-160.
[6] Freud (Sigmund) – Die Traumdeutung, G. W., II-III. Cf. in chap. IV : Die Traumentstellung, pp. 152-
156, p. 157 et pp. 163-168. Kern unseres Wesens, p. 609. – The interpretation of dreams, S.E., IV, chap. IV :
Distortion in dreams pp. 146-150, p. 151 et pp. 157-162 et p. 603.
[7] Freud (Sigmund) – Bruchstück einer Hysterie-Analyse (Dora), fini le 24 janv. 1901 (cf. la lettre 140 de
Aus den Anfängen, la correspondance avec Fliess publiée à Londres) : G. W., V, cf. pp. 194-195. – A case of
hysteria, S.E., VII, pp. 35-36.
[8] Freud (Sigmund) – Bemerkungen über einen Fall von Zwangsneurose, 1909, G.W., VIl. Cf. in I. d) Die
Einführung ins Verständnis der Kur (L’introduction à l’intelligence de la cure), pp. 402-404, et la note des pp.
404-405, puis : I. ƒ) Die Krankheitsveranlassung, soit : l’interprétation de Freud décisive, sur ce que nous
traduirions par : le sujet de la maladie, et I. g) Der Vaterkomplex und die Lösung der Rattenidee, soit pp. 417-
438. – Notes upon a case of obsessional neurosis, S.E., X. Cf. in I. d) Initiation into the nature of the
treatment, pp. 178-181 et la note p. 181. uis : I. ƒ) The precipitating cause of the illness, et g) The father
complex and the solution of the rat idea, pp. 195-220.
[9) Freud (Sigmund) – Jenseits des Lustprinzips, 1920, G. W., XIII : cf. s’il en est encore besoin, les pp. 11-
14 du chap. II – Beyond the pleasure principle, S.E., v. XVIII, pp. 14-16.
[10] Freud (Sigmund) – Massenpsychologie und Ich-Analyse, 1921, G.W., XIII. Le chap. VII : « Die
Identifizierung », sp. p. 116-118. – Group psychology and the analysis of the ego, S.E., XVIII, pp. 106-108.
[11] Freud (Sigmund) – Die endliche und die unendliche Analyse, 1937. G.W., XVI, pp. 59-99, traduit
sous le titre de : Analyse terminée (!) et analyse interminable (!! – les points d’exclamation de nous visent les
standards pratiqués dans la traduction en français des œuvres de Freud. Nous signalons celle-ci parce que,
pour l’édition des G.W., XVIe volume paru en 1950, elle n’existe pas, cf. p. 280), in Rev. franc. Psychan., XI,
1939, n° 1, pp. 3-38.
(206)[I2] Freud (Sigmund) – Die Ichspaltung im Abwehrvorgang, G. W., XVII, Schriften aus dem Nachlass,
pp. 58-62. Date du manuscrit : 2 janv. 1938 (inachevé). – Splitting of the ego in the defensive process, Collected
papers, V, 32, pp. 372-375.
[13] Glover (Edward) – The therapeutic effect of inexact interpretation : a contribution to the theory of
suggestion in I.J.P., XII, 4 (Oct. 1931) : pp. 399-411.
[14] – Hartmann, Kris and Loewenstein – Leurs publications en team, in The psychoanalytic study of the child,
depuis 1946.
[15] – Kris (Ernst) – Ego psychology and interpretation in psychoanalytic therapy, the P.Q., XX, n° 1,
janv. 1951, pp. 21-25.
[16] – Lacan (Jacques) – Notre rapport de Rome, 26-27 sept. 1953 : Fonction et champ de la parole et du
langage en psychanalyse, in La psychanalyse, vol. 1 (P.U.F.).
[17] – Lacan (Jacques) – L’instance de la lettre dans l’inconscient ou la raison depuis Freud, 9 mai 1957, in
La psychanalyse, vol. 3, pp. 47-81 (P.U.F.).
[18] Lagache (Daniel) – Le problème. du transfert (Rapport de la XIVe Conférence des Psychanalystes de
Langue française,1er nov. 1951), in Rev. Franç. Psychan., t. XVI, 1952, n° 1-2, pp. 5-115
[19] – Leclaire (Serge) – À la recherche des principes d’une psychothérapie des psychoses (Congrès de
Bonneval, 15 avril 1957), in L’évolution psychiatrique, 1958, fasc. 2, pp. 377-419.
[20] – Macalpine (Ida) – The development of the transference., in The P.Q., XIX, n° 4, oct. 1950., pp. 500-
539, spécialement pp. 502-508 et pp. 522-528.
[21] – La P.D.A., pp. 51-52 (sur « prégénitaux » et « génitaux »), passim (sur le renforcement du Moi et sa
méthode), p. 102 (sur la distance à l’objet, principe de la méthode d’une cure).
[22] – La P.D.A. Cf. Successivement p. 133 (rééducation émotionnelle), p. 133 (opposition de la P.D.A. à
Freud sur l’importance primordiale de la relation à deux), p. 132 (la guérison « par le dedans »), p. 135 (ce qui
importe… ce n’est pas tant ce que l’analyste dit ou fait que ce qu’il est), et p.136, etc., passim, et encore p. 162
(sur le congé de la fin du traitement), p. 149 (sur le rêve).
[23] – R L. – Perversion sexuelle transitoire au cours d’un traitement psychanalytique, in Bulletin d’activités
de l’Association des Psychanalystes de Belgique, n° 25, pp.1-17 – 118, rue Froissart, Bruxelles.
[24] – Sharpe (Ella) – Technique of psychoanalysis, in Coll. Papers, de Hogarth Press. Cf. p. 81 (sur le
besoin de justifier son existence) ; pp. 12-14 (sur les connaissances et les techniques exigibles de l’analyste).
[25] – Schmideberg (Melitta) – Intellektuelle Hemmung und Ess-störung. Zeitschrift für psa. Pädagogik.
VIII,1934.
[26] – Williams (J.D.) – The compleat strategyst, The Rand Series, McGraw-Hill Book Company,Inc.,
New-York ; Toronto, London.
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[27] – Winnicott.(D.W.) – Transitional object and transitional phenomena, 15 juin 1951, in I.J.P.,v.
XXXIV, 1953, p. 11, pp. 29-97. Traduit dans La psychanalyse, vol. 5, pp. 21-41, P.U.F.
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