Bentham, J - Introducción A Los Principios de La Moral y La Legislación

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Ficha de cátedra Ética

ISFT Nro. 8 Prof.: Lucero

Bentham, Jeremy. Una introducción a los principios de la moral y la legislación,


1781. (trad. de la cátedra)

Capítulo 1: sobre el principio de utilidad

I. La naturaleza ha ubicado al hombre bajo el gobierno de dos maestros soberanos, el


dolor y el placer. Es sólo por ellos que hay que señalar lo que debería hacerse, así como
determinar lo que haremos. Por un lado, el estándar de lo correcto y lo incorrecto; por el
otro, la cadena de causas y efectos, se sujetan a su trono. Ellos nos gobiernan en todo lo
que hacemos, decimos y pensamos: cada esfuerzo que podamos hacer para escapar de
su sujeción, no servirá sino para demostrarlo y confirmarlo. Un hombre puede pretender
abjurar su imperio: pero en realidad ellos permanecerán. El principio de utilidad
reconoce esta sujeción, y la asume para la fundación de ese sistema, pues esta sujeción
es el objeto del que se erige el material de la felicidad por las manos de la razón y la ley.
Los sistemas que intentan preguntar por ello tratan con ruidos en lugar de sentido, con
caprichos en lugar de razón, con oscuridad en lugar de luz.
Pero ya es suficiente de metáforas y declamación: no es por tales significamos que la
ciencia moral puede mejorarse.
II. El principio de utilidad es la fundación del presente trabajo. Por lo tanto, será
propicio para el comienzo justificar explícita y concretamente lo que queremos decir
con ello. Por principio de utilidad se entiende aquel principio que aprueba o desaprueba
cualquier acción de acuerdo a la tendencia que parece tener para aumentar o disminuir
la felicidad del grupo cuyo interés está en cuestión; o, lo que es lo mismo en otras
palabras, para promover u oponer esta felicidad. Digo cualquier acción, y por tanto, no
sólo toda acción individual, sino también de cada medida de gobierno.
III. Por utilidad entiendo la propiedad de cualquier objeto según él tienda a producir
beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad (todo ello en este caso es la misma cosa), o,
lo que también es lo mismo, para prevenir el suceso del daño, el dolor, el mal o la
infelicidad para el grupo cuyo interés es considerado: si este grupo fuera la comunidad
en general, entonces la felicidad de la comunidad; si fuera un individuo particular,
entonces la felicidad del mismo.
IV. “El interés de la comunidad” es una de las expresiones generales que pueden ocurrir
en la fraseología de las morales, sin importar que el significado habitualmente se pierda.
Cuando tiene un significado, es esto. La comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto de
personas individuales que son consideradas tan importantes como si fueran sus
miembros. El interés de la comunidad, entonces, ¿cuál es? –La suma de los intereses de
varios miembros que la componen.
V. Es vano hablar del interés de la comunidad sin entender lo que es el interés del
individuo. Decir algo promueve el interés, o es para el interés de un individuo, cuando
tienen a adicionarse a la suma total de sus placeres, o lo que es lo mismo, a disminuir la
suma total de sus dolores.
VI. Una acción, entonces, puede decirse conforme al principio de utilidad, o, para ser
breve, para la utilidad (orientándose respecto a la comunidad en general) cuando la
tendencia de aumentar la felicidad de la comunidad es más grande que cualquier que la
disminuya.
VII. Una medida de gobierno (que no es sino un tipo particular de acción, realizada por
una persona o personas) es conforme o dictada por el principio de utilidad, cuando, de la

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misma manera, la tendencia que aumenta la felicidad de la comunidad es más grande


que la que la disminuye.
VIII. Cuando un hombre supone que una acción, o en particular una medida de
gobierno, es conforme al principio de utilidad, puede ser conveniente, para los
propósitos del discurso, imaginar un tipo de ley o dictado denominado ley o dictado de
utilidad: y hablar de la acción en cuestión como conforme a tal ley o dictado.
IX. Un hombre se dice defensor del principio de utilidad cuando la aprobación o
desaprobación que se anexa a cualquier acción o medida es determinada por y en
proporción a la tendencia la cual él concibe como debiendo aumentar o disminuir la
felicidad de la comunidad: en otras palabras, para su conformidad o disconformidad con
las leyes o dictados de la utilidad.
X. De una acción que es conforme al principio de utilidad, uno puede decir siempre si
eso es lo que debería hacerse, o al menos si eso es algo que no debería hacerse. Uno
también puede decir que es correcto y que es aconsejable hacerlo, que es una acción
correcta, o al menos que es una acción equivocada. Cuando son así interpretadas, las
palabras deber, correcto e incorrecto y otras de ese tipo, tiene un sentido: cuando se lo
hace de otro modo, no tienen ninguno.
XI. ¿La rectitud de este principio ha sido alguna vez formalmente contestada? Parecería
que sí se ha hecho por aquellos que no han conocido lo que han querido decir. ¿Es
susceptible el principio de una prueba directa? Parecería que no. Lo que es usado para
probar todo no puede ser probado en sí mismo: una cadena de pruebas debe tener su
comienzo en algún lugar. Dar tales pruebas es tan imposible como innecesario.
XII. No es de aquél modo que ocurre u ocurrió que la creatura humana viva, aunque
estúpida o perversa, no haya diferido el principio en muchas o quizás la mayoría de las
ocasiones de su vida. Por la constitución natural de la estructura humana, en la mayoría
de las ocasiones de sus vidas los hombres, en general, abrazan este principio sin pensar
en él: si no lo hacen para ordenar sus propias acciones, lo hacen para ordenar su
intención así como la de los otros hombres. Hubo, al mismo tiempo, no muchos quizás,
incluso en los más inteligentes, quienes estuvieron dispuestos a abrazarlo puramente sin
reservas. Hay incluso algunos pocos que no han tenido la oportunidad de pelear con él,
o bien a cuenta de su constante no entendimiento sobre cómo aplicarlo, o bien a cuenta
de algún prejuicio u otros los cuales hayan temido examinar, o que no podrían soportar
deshacerse. Tal es la esencia de la que el hombre está hecho: en principio y en práctica,
en curso correcto o en el equivocado, la cualidad más rara de todos los humanos es la
consistencia.
XIV. Desaprobar la propiedad del principio por argumentos es imposible; pero, a partir
de las causas mencionadas, o de algunas confusas y parciales visiones de éste, un
hombre puede estar dispuesto a no saborearlo. Cuando este es el caso, si piensa la
resolución de sus opiniones en un tema que vale la pena, guiémoslo por los siguientes
pasos, y finalmente, quizás, pueda reconciliarse con él.
1. Hagamos que se sienta cómodo, si quisiera descartar este principio por
completo, si es así, dejémoslo considerar qué es lo que todos sus razonamientos
(especialmente en temas de política) pueden sumar.
2. Si él se siente cómodo, preguntemos si el juzgaría un acto sin ningún principio,
o si hay alguno con el que él juzgaría.
3. Si hay uno, hagamos que examine y se satisfaga consigo mismo si el principio
que piensa haber descubierto es realmente algún principio inteligible separado; o
si no es un mero principio en la letra, una especie de frase que en el fondo no
expresa ni más ni menos que el mero desvío (avertment) de sus propios

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sentimientos infundados; esto es: ¿qué de este principio en otra persona él


llamaría capricho?
4. Si se inclina a pensar que su propia aprobación o desaprobación, anexada a la
idea de un acto sin ninguna consideración en sus consecuencias, es un
fundamento suficiente para juzgar y obedecer, hagamos que se pregunte si su
sentimiento se orienta a un estándar de correcto e incorrecto respecto a cualquier
otro hombre, o el sentimiento de todo hombre tiene el mismo privilegio para ser
estándar en sí mismo.
5. En el primer caso, hagamos que se pregunte si su principio no es despótico y
hostil para con el resto de la raza humana.
6. En el segundo caso, si no es anárquico, y si a este paso no hay tantos diferentes
estándares de correcto e incorrecto como hay hombres; y si incluso en el mismo
hombre, la misma cosa que es correcta hoy (sin el mínimo cambio en su
naturaleza) puede no serlo mañana; y si la misma cosa no es correcta e
incorrecta en el mismo lugar al mismo tiempo; y en cualquier caso, si todos los
argumentos no llegan a esto; y si, cuando dos hombres han dicho “esto me
agrada” y “esto no me agrada”, pueden (sobre tal principio) tener algo más que
decir.
7. Si él se hubiera dicho a sí mismo, No: por eso el sentimiento que propone como
estándar debe ser fundado en la reflexión, hagamos que diga en qué
circunstancias particulares la reflexión aparece. Si aparece en circunstancias
particulares que tiene relación con la utilidad de un acto, entonces que diga si
esto no es abandonar su propio principio y tomar prestado asistencia de otro en
oposición con el cual él se había establecido: o si no es en dichas circunstancias,
¿bajo qué otras?
8. Si él empeora las cosas y adopta parcialmente su propio principio y parcialmente
el principio de utilidad, que diga cuán lejos lo adoptaría.
9. Cuando haya acordado consigo cuándo se detendría, entonces que se pregunte a
sí mismo cómo justifica para sí mismo adoptarlo hasta ese punto, y por qué no lo
llevaría más lejos.
10. Al admitir cualquier otro principio que el principio de utilidad como un buen
principio, un principio que es bueno para el hombre perseguir; al admitir (lo que
no es verdad) que la palabra correcto puede tener significado sin referencia a la
utilidad, hagamos que si si hay algo como un motivo por el que un hombre
pueda obedecer sus dictados: si lo hay, hagamos que diga qué motivo es, y cómo
se lo distingue de aquellos que impone el dictado de la utilidad: si no, entonces,
finalmente, hagamos que diga para qué este otro principio puede ser bueno.

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