Topofilia 65 A 78
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TOPOFILLA TOPOFILIA Y ENTORNO
Topofilia mientras los sentidos tienen tiempo para recuperarse. Clark cree
que a medida que él recuerda la vida del pintor y trata de situar el
La palabra «topofilia» es un neologismo, útil en la medida en que cuadro que examina en su época con respecto al desarrollo del ar-
puede definirse con amplitud para incluir todos los vínculos afecti- tista, sus poderes de receptividad tienden a renovarse de forma
vos del ser humano con el entorno material. Dichos lazos difieren gradual. De repente, tales poderes le hacen ver un hermoso deta-
mucho en intensidad, sutileza y modo de expresión. La reacción lle de dibujo o de color que se le habría escapado si no hubiese te-
al entorno puede ser principalmente estética y puede variar desde el nido una razón intelectual para mantener su ojo inconsciente-
placer fugaz que uno obtiene de un panorama a la sensación igual- mente involucrado en la obra.
mente fugaz, pero mucho más intensa, de la belleza que se revela de Lo que Kenneth Clark dice sobre la apreciación artística puede
improviso. La respuesta puede ser táctil: el deleite de sentir el aire, el aplicarse a la apreciación del paisaje. Por intensa que sea, la impre-
agua o la tierra. Más permanente —pero menos fácil de expresar- sión será fugaz a menos que uno mantenga los ojos en él por alguna
es el sentir que uno tiene hacia un lugar porque es nuestro hogar, el otra razón, como la reminiscencia de acontecimientos históricos que
asiento de nuestras memorias o el sitio donde nos ganamos la vida. consagraron cierto lugar sagrado, o la evocación de su subyacente
La topofilia no es la más fuerte de las emociones humanas. Cuan- realidad geológica o estructural. Sobre la importancia de la asocia-
do Ilega a serlo, podemos estar seguros de que el lugar o el entorno ción histórica, F.L. Lucas escribió:
se han transformado en portadores de acontecimientos de gran car-
ga emocional, o que se perciben como un símbolo. Eurípides, autor La primera vez que contemplé desde el Adriático las crestas coronadas de
de grandes tragedias griegas, propone un orden de prioridades para nubes de los montes del Epiro, o el promontorio de Leuca, blanqueado de
los afectos humanos que probablemente es aún compartido por la Sol y tempestades o, desde el golfo de Salónica, el monte Himeto teriido
mayoría de los hombres: «a la esposa, cara en esta luz del Sol, y a la de violeta por la puesta del Sol, fue para mí algo aún más intenso que la
apacible pleamar amable al ojo; y a la tierra en la eclosión de prima- poesía. Pero estas formas y colores no me habrían causado la misma im-
vera, y a las aguas anchurosas y a las muchas vistas gratas podría yo presión en Nueva Zelanda o en las Montañas Rocosas. La mitad de su
cantar aquí la alabanza. Pero para los sin prole y para los enfermos transfigurado esplendor provenía de dos mil arios de poesía o de la memo-
de nostalgia, nada es más sereno y hermoso a la mirada que la visión de ria de aquella otra puesta de sol en el Himeto, cuando a Sócrates le Ileva-
ron la cicuta.3
la luz que los recién nacidos traen a sus casas».'
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una noche desde la aldea de Grasmere para encontrar la posta del hubo un día en que el Sol apareció por fin detrás de las nubes y bri-
- correo que, por lo general, Ilegaba con nuevas de la guerra en el con- lló sobre los picos de los Himalayas. McGovem tuvo que admitir
tinente. Ansiosos de recibir noticias, esperaron en vano al borde del que eso «fue, sin duda alguna, el espectáculo más bello que he visto
camino durante más de una hora. Pero ningún sonido llegaba hasta jamás; incluso una persona tan impasible y rutinaria como yo tuvo
el sinuoso camino. A intervalos, Wordsworth se tendía y pegaba la razón para brindar por su magnificencia».5
oreja al suelo, con la esperanza de escuchar el chirrido de las ruedas El placer visual de la naturaleza varía en categoría y en intensi-
a lo lejos. Más tarde le dijo a De Quincey: dad. Incluso, puede que no sea más que la aceptación de una con-
vención social. Gran parte del turismo moderno parece motivado
En el mismo instante en que alcé la cabeza del suelo, abandonando final- por el simple deseo de reunir tantas pegatinas de los Parques Nacio-
mente toda esperanza por esa noche; en el mismo instante en que, todos a nales como sea posible. La cámara fotográfica es imprescindible
un tiempo, los órganos de la atención estaban aflojando la tensión, la bri- para el turista, porque con ella puede demostrarse a sí mismo y a sus
llante estrella que pendía en el aire por encima de esos perfiles de maciza vecinos que realmente estuvo en el lago Crater. Una fotografía falli-
negrura del Helvellyn se presentó de repente ante mis ojos, irrumpiendo da es lamentada tanto como si al lago mismo le hubiese sido negada
en mi capacidad de percepción con una carga de patetismo y sensación de su existencia. Sin duda, estos escarceos con la naturaleza no tienen
infinito que me conmovieron profundamente.4 autenticidad. El turismo es de utilidad social y produce beneficios
económicos, pero no une al hombre con la naturaleza. 6 La aprecia-
Revelaciones repentinas de la belleza natural se encuentran en ción del paisaje resulta más personal y perdurable cuando se combi-
abundancia en los diarios de los exploradores. Como ejemplo se na con la memoria de acontecimientos humanos. Asimismo, si se
puede citar la descripción que hace Clarence King del valle Yosemi- combina con la curiosidad científica, habrá de subsistir más allá del
te durante un momento de calma en medio de una tempestad de fugaz placer estético. No obstante, la percepción trascendental de la
nieve, o la que ofrece sir Francis Younghusband de su visión del belleza del entorno se produce normalmente como una revelación
Monte Kinchinjunga, de intensidad casi mística: en un momento inesperada. Esta clase de impresión es la que se ve menos afectada
en que las nieblas que usualmente envuelven ese pico de los Hima- por las opiniones aceptadas y al parecer es en gran parte indepen-
layas se desvanecieron inesperadamente para revelar su remoto y diente de la naturaleza misma del entorno. Escenas domésticas e in-
etéreo esplendor. Esta clase de experiencia le ocurre incluso a perso- cluso anodinas, pueden revelar aspectos que antes pasaron inadver-
nas que ni siquiera pretenden sentir amor alguno por la naturaleza. tidos, y esta nueva imagen de la realidad se experimenta muchas
El académico William McGovern pensaba —y en esto seguramen- veces como belleza.7
te no está solo-- que demasiado paisaje, sea en la literatura o en la
vida real, resulta cansino y soporífero. Durante la década de 1920,
McGovern era conferenciante en la Escuela de Estudios Orientales Contacto fisico
de Londres y deseaba visitar el Tibet para estudiar las escrituras
budistas en Lhasa. Pero en la India le denegaron el permiso para En la vida moderna, el contacto físico con nuestro entorno natural
continuar hasta Lhasa. Sin desanimarse, el docto explorador prosi- es cada vez más indirecto y a la vez más limitado a ocasiones espe-
guió su camino bajo un disfraz y estuvo a punto de perder la vida en ciales. Dejando a un lado la decreciente población rural, la relación
la aventura. Sin duda, para él valía más acometer el desafío físico del hombre tecnológico con la naturaleza es recreativa más que vo-
que el placer de contemplar el paisaje. Aun así, en su peligroso viaje cacional. El turismo tras los cristales tintados de un autocar separa
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al hombre de la naturaleza. Por otro lado, deportes tales como el es- nos, duros o suaves; el calor del Sol, atemperado por la brisa; el cos-
quí acuático y el alpinismo ponen a hombre y naturaleza en violen- quilleo de una hormiga que le sube por la pantorrilla; las sombras
to contacto. Lo que a las personas de sociedades avanzadas les falta del movimiento de las hojas que juegan en su cara; el sonido del
(y que los grupos de la contracultura parecen buscar) es esa comu- agua sobre las rocas y los guijarros; el canto de las cigarras o el ruido
nión apacible y natural con el mundo físico que reinaba en el pasa- del tráfico lejano. Un ambiente así rompe todas las reglas formales
do, cuando el ritmo de vida era más lento; algo que hoy sólo los ni- mediante las cuales la eufonía y la estética sustituyen a la confusión
rios pequerios son capaces de gozar. Chaucer expresa la simplicidad por el orden, y a pesar de ello, nos brinda la más completa satis-
de esa actitud en líneas como éstas: facción.
El apego que siente el granjero o el campesino por la tierra es
Y de verdad, me puse de profundo. Conocemos la naturaleza a través de la necesidad de ga-
y como mejor pude saludé a la flor lozana narnos el sustento. Los obreros franceses, cuando el cuerpo les due-
siempre de hinojos, hasta envolverla, le de fatiga, dicen que su oficio «se les ha métido en el cuerpo». Al
sobre la fina, suave y dulce hierba. que trabaja la tierra se le ha metido la naturaleza, y también la
lleza, en la medida en que se encarnan en ella la sustancia y los pro-
(Prólogo a la «Leyenda de las buenas mujeres») cesos de la naturaleza. 8 Que la naturaleza se nos mete en el cuerpo
no es una mera metáfora: el desarrollo muscular y las cicatrices ates-
El placer infantil por la naturaleza tiene poco que ver con lo pin- tiguan la intimidad física de tal contacto. La topofilia del granjero se
toresco. Sabemos poco acerca de cómo un nirio pequerio percibe los acrecienta con esta intimidad; también por su dependencia material
columpios, el parque o la playa cuando se le lleva a esos lugares. Con y por el hecho de que la tierra es almacén de su memoria y sostén de
seguridad, para él la visión del todo tiene menos importancia que su esperanza. En él, la apreciación estética está presente aunque rara
los objetos o sensaciones físicas en particular A.A. Milne, el creador vez pueda expresarla.
del popular Winnie the Pooh, ha podido revelar con su talento el El propietario de una pequeña granja del sureste de Estados Uni-
mundo placentero e inmediato que percibe un nirio pequerio. La dos le dijo a Robert Coles: «Para mí, la tierra que poseo está siempre
apreciación visual sabia y reflexiva crea una distancia estética. Para allí, esperándome; forma parte de mí, la siento muy dentro de mí; es
un nirio pequerio la distancia estética es mínima. Cuando Christo- tan mía como mis brazos o mis piernas». Y ariadió: «La tierra, es mi
pher Robin se acerca al «mar vocinglero» siente la arena en el pelo o amiga y mi enemiga; es ambas cosas. La tierra rige mi vida y mi áni-
entre los dedos de los pies. La felicidad consiste en ponerse un im- mo; si las cosechas van bien, me siento bien, y si hay problemas con
permeable nuevo y estar de pie bajo la lluvia. los cultivos, soy yo quien tiene problemas». El que trabaja la tierra
Debido a su falta de ideas preconcebidas, por su despreocupa- no ve la naturaleza como un bello cuadro, pero puede ser profunda-
ción personal e indiferencia por los preceptos aceptados de belleza, mente consciente de su belleza. Un joven aparcero, entrevistado por
la naturaleza puede producir sensaciones deleitables en el nirio. Un Robert Coles, no mostró ningún deseo de emigrar al norte a pesar de
adulto debe aprender a ser maleable y libre como un chico si desea la dureza de su vida: «Echaría en falta la granja», explicó. En la ciu-
gozar de manera polimorfa de la naturaleza. Necesita ponerse ropas dad, uno no puede mirar el Sol del atardecer, «titilando como una
viejas para sentirse libre y poder tumbarse sobre la hierba junto al vela que, agotada su cera, se extingue y desaparece».9
arroyo y sumergirse en una amalgama de sensaciones físicas: el olor El sentimiento topofílico entre la gente del campo difiere am-
del heno y la bosta de los caballos; la tibieza del suelo y sus contor- pliamente de acuerdo con su estatus socioeconómico. Los jornaleros
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to: «Me recuerdo todavía bajando por la calle principal de Notting crianza y crecimiento (el tema de la madre tierra), ora recurren a la
Hill, observando el [extremadamente sórdido] paisaje con alegría y historia. Theodor G.H. Strehlow, un etnólogo que conoce íntima-
asombro. Hasta el movimiento del tráfico parecía revelar algo uni- mente a los aborígenes australianos, dice que los aranda «se aferran a
versal y sublime». su tierra nativa con cada fibra de su ser Aún hoy sus ojos se llenan
de lágrimas cuando se menciona el sitio donde un lugar ancestral ha
sido, a veces sin querer, profanado por blancos que han usurpado el
Familiaridad y vínculo territorio de su etnia. El amor por el suelo patrio y el anhelo por
él son motivos dominantes que aparecen constantemente en los mi-
La familiaridad origina afectos, cuando no engendra desprecio. Sabe- tos de antepasados totémicos». El amor por el suelo natal tiene una
mos bien cómo hay quien puede llegar a tener un profundo apego a explicación histórica. Para el aranda, montarias, riachuelos, manan-
una viejas pantuflas que a cualquier persona ajena le parecerían inser- tiales y pozos son mucho más que rasgos bellos o interesantes del pai-
vibles. Hay varias razones para este apego. Nuestras pertenencias son saje: son la obra de sus propios antepasados. «Registrada en el paisa-
una extensión de nuestra personalidad; cuando se nos priva de ellas je que le rodea, él ve la antigua historia de las vidas y los actos de los
disminuye subjetivamente nuestro valor como seres humanos. La in- seres inmortales a quienes reverencia y que, por un tiempo breve,
dumentaria es lo más personal de nuestras pertenencias. Es raro el pueden retomar la forma humana una vez más; seres, muchos de los
adulto cuya percepción de sí mismo no se sienta vulnerada por la des- cuales ha conocido en su propia vida como padres, abuelos y herma-
nudez de su cuerpo, o cuya identidad no se sienta amenazada cuando nos, o como madres y hermanas. El campo entero es su árbol genea-
tiene que vestir ropas ajenas. Más allá de la vestimenta, a lo largo del lógico, antiguo como las edades, pero vivo.»'2
tiempo una persona invierte fragmentos de vida emocional en su ho-
gar, y más allá de éste, en su vecindario. Ser expulsado forzosamente
del hogar y del barrio es ser despojado de una envoltura que, por su Patriotismo
familiaridad, nos protege de las perplejidades del mundo exterior. Así
como algunas personas son reacias a deshacerse de un viejo abrigo ya Desde el nacimiento del Estado moderno en Europa, el patriotismo
sin forma y reemplazarlo por uno nuevo, así otros, especialmente los como emoción ha estado raramente ligado a una localidad específi-
ancianos, se muestran reacios a abandonar su antiguo vecindario ca; se lo evoca, por un lado, con categorías abstractas de orgullo y
para trasladarse a una urbanización nueva. poder y, por el otro, a través de ciertos símbolos como, por ejemplo,
La conciencia del pasado es un elemento importante del amor al la bandera. El Estado moderno es demasiado grande, tiene fronteras
terrurio. La retórica patríótica ha enfatizado siempre las raíces de los demasiado arbitrarias y su superficie es demasiado heterogénea como
pueblos. Para aumentar el fervor por la patria, la historia se materia- para inspirar esa clase de amor que surge de la experiencia personal
liza en monumentos que se ariaden al paisaje, y las batallas pasadas se y del conocimiento íntimo. El hombre moderno ha conquistado la
narran una y otra vez con la convicción de que el suelo ha sído santi- distancia pero no el tiempo. En el espacio de una vida, el hombre de
ficado por la sangre de los héroes. Los pueblos no alfabetizados tam- hoy puede —como el del pasado— establecer raíces profundas sólo
bién pueden tener un profundo apego a su lugar natal. Podrán carecer en un pequerio rincón del mundo.
de ese sentido cronológico de acontecimientos pasados inmutables Patriotismo significa amor a la terra patria o suelo natal. En tiem-
que posee el hombre occidental de nuestros días, pero cuando tratan pos antiguos se trataba de un sentimiento estrictamente local. Los
de explicar la lealtad que sienten por su tierra, ora serialan vínculos de griegos no profesaron su patriotismo de forma indiscriminada hacia
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todas las tierras donde se hablaba griego, sino a pequerios fragmentos Inglaterra, en cambio, es un ejemplo de una nación moderna lo
como Atenas, Esparta, Corinto o Esmirna. Los fenicios eran patrió- bastante pequeria como para ser vulnerable y para despertar en sus
ticos con respecto a Tiros, Sidón o Cartago, pero no a la Fenicia en súbditos ansiedades instintivas cuando se ve amenazada. Shakespe-
general. Era la ciudad la que despertaba profundas emociones, es- are ha expresado magníficamente esta clase de patriotismo local.
pecialmente si era atacada. Cuando los romanos quisieron castigar Nótese en los siguientes versos de Ricardo II (Acto II, Escena I), las
a los cartagineses por stidesobediencia echando por tierra su ciudad, evocadoras palabras de Gante: «raza de hombres», «pequerio mun-
los ciudadanos de Cartago les rogaban a sus amos que respetaran la do», «bendita parcela».
ciudad física, sus piedras y sus templos, que no podían tener culpa
alguna, y que a cambio exterminaran a toda la población si fuese ne- Esta felíz raza de hombres, ese pequeño mundo,
cesario. En la Edad Media, se debía lealtad al serior o a la ciudad, o a esta gema engastada en mar de plata,
ambos, y por extensión, a un territorio. Este sentimiento cubría ex- que hace en su servicio las veces de muralla
tensiones variables, pero no necesariamente una tierra de límites pre- o foso defensor que circunda un castillo
cisos más allá de los cuales debía transformarse en indiferencia u contra envidia de vecinos menos venturosos,
odio. A la nación moderna, por ser un vasto espacio limitado, no es esta bendíta parcela, esta tierra, este reíno, esta Inglaterra.
fácil experimentarla de manera directa; para el individuo, su realidad
depende de la adquisición de ciertos conocimientos. Décadas o aún [Trad. de Juan Fernando Merino]
siglos después de que la elite educada haya aceptado la idea de «na-
ción», puede quedar todavía un remanente sustancial de gente de la Así como la pretensión de «amor por la humaandad» despierta
calle que nunca haya oído hablar de ella. Por ejemplo, la inmensa nuestras sospechas, la topofilia suena falsa cuando se proclama para
mayoría de los campesinos de la Rusia zarista del siglo xix ignoraba un gran territorio. La topofilia requiere un tamario compacto, redu-
por completo el supuesto hecho de pertenecer a la sociedad rusa, a la cido a una escala determinada por las necesidades biológicas y las ca-
que estaban unidos por una cultura común. pacidades sensoriales del hombre. Además, un pueblo se identifica
Hay dos clases de patriotismo, el local y el imperial. El patriotis- mejor con un área geográfica si ésta parece constituir una unidad na-
mo local descansa en una íntima experiencia de lugar y en la impre- tural. El amor no puede extenderse al imperio, porque a menudo es
sión de que lo bueno es frágil, es decir, que la perdurabilidad de lo un conglomerado de partes heterogéneas unidas por la fuerza. Por el
que amamos no está garantizada. El patriotismo imperial se alimen- contrario, la tierra natal (pays) tiene continuidad histórica y puede ser
ta del egoísmo y orgullo colectivos. Ese sentir es proclamado con una unidad fisiográfica (un valle, una costa o una elevación de piedra
enorme vigor en tiempos de ambiciones imperiales emergentes, caliza) lo bastante pequeria como para conocerla personalmente. En
como en la Roma del siglo i a. de C., en la Gran Bretaria del siglo xix una posición intermedia está el Estado moderno, que posee una cier-
o en la Alemania del siglo xx. Tal sentimiento no está ligado a nada ta continuidad histórica y en donde el poder es más difuso que en el
concretamente geográfico. El verso de Kipling: «No amo a los ene- imperio y no constituye su nexo de unión más conspicuo. Con todo,
migos de mi imperio» suena falso, porque nadie puede sentir amor el Estado moderno es demasiado grande como para conocerlo perso-
por ese vasto sistema de poder impersonal que es un imperio: nin- nalmente y su forma es demasiado artificial como para percibirla
guna mente lúcida puede concebir al imperio como una víctima, como una unidad natural. No sólo por razones defensivas sino tam-
como una imagen de lo bueno que es frágil, algo que puede ser des- bién para sostener la ilusión de una unidad orgánica, los líderes han
truido y necesita de nuestra compasión.'3 procurado extender las fronteras del país hasta un río, una montaria o
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el mar. Ahora bien, si el imperio o el Estado son demasiado grandes Y en verano, probablemente me encontraréis sentado bajo un árbol con un
para el ejercicio de una genuina topofilia, ¿no resultaría paradójico libro en la mano, o caminando pensativo en agradable soledad.
que al final sea la tierra misma, el planeta, la que inspirara tal lazo
afectivo? Esta posibilidad existe porque la tierra es claramente una El primer extracto comunica los sentimientos de Horacio
unidad natural y tiene una historia común. Las palabras de Shakespe- (65-8 a. de C.); el segundo, los de Tao Yuan-ming, poeta chino del
are «esta bendita parcela» o «esta gema engastada en mar de plata» siglo iv d. de C.; y el tercero, los del inglés Henry Needier, quien es-
pueden ser aplicadas con acierto al planeta mismo. Quizás, en algún cribió a principios del siglo xvm. El paralelismo de emociones de
futuro ideal brindemos nuestra lealtad a la tierra natal de nuestras ín- tres poetas que pertenecieron a mundos y tiempos diferentes resul-
timas memorias y, en el otro extremo de la escala, a toda la tierra. ta instructivo. Tuvieron una experiencia en común: todos conocie-
ron las tentaciones y las distracciones de la vida de la ciudad y bus-
caron la apacible vida del campo.
Urbanización y actitud hacia el campo Una vez que la sociedad alcanzó un cierto nivel de artificio y
complejidad, las personas comenzaron a notar y a apreciar la sim-
La lealtad al hogar, la ciudad y la nación es una emoción poderosa. plicidad relativa de la naturaleza. La ruptura inicial entre los valores
Se derrama sangre en su defensa. En contraste, el campo provoca urbanos y los de la naturaleza apareció por primera vez en la epo-
sentimientos de ternura más difusos. Para entender esta forma par- peya de Gilgamesh, originada en Sumeria a finales del tercer mile-
ticular de topofilia, hay que ser consciente de que un valor me- nio a. de C. Gilgamesh era el señor de la rica y poderosa ciudad de
dioambiental requiere de su antítesis para ser definido. «El agua se Uruk. Gozaba de todas las ventajas de la civilización, pero ninguna
aprende por la sed. La tierra, por los océanos cruzados» (Emily Dic- le brindaba felicidad plena. En lugar de buscar consuelo entre los
kinson). «Hogar» carece de sentido si no se lo contrapone a «viaje» nobles, trabó amistad con Enkidu, un hombre salvaje que vivía con
o a «país extranjero»; la claustrofobia implica agorafilia. Así, para las gacelas y se alimentaba de hierbas en las colinas, que rivalizaba
enfocar nuestro análisis, las virtudes del campo requieren de su con- con las fieras en los abrevaderos y no sabía nada del cultivo de la tie-
trario, la ciudad, y viceversa. He aquí una muestra de sentimientos rra. No hay descripción del paisaje en la epopeya de Gilgamesh. Las
hacia lo rural, según los han expresado tres poetas: virtudes de la naturaleza silvestre están encarnadas en una persona:
Enkidu. El tipo de sentimientos respecto al campo que sugieren las
Esta fue una de mis plegarias: una pequeña parcela, con un jardín; cerca de citas anteriores pudo aparecer sólo con el surgimiento de las gran-
la casa, un manantial de agua fresca, y junto a él, un boscaje. El cielo la ha des ciudades, cuando las complejidades de la vida política y buro-
colmado, mejor y con mayor abundancia de lo que esperaba. Esto es bue- crática hicieron atractiva la paz rural. El sentimiento es romántico,
no. Ahora sólo pido una cosa más: hado mío siempre. en el sentido que está muy alejado de una comprensión real de la
naturaleza. También, está impregnado de melancolía: los ilustrados
A princzpios del verano los bosques y las hierbas prosperan. se retiran durante una temporada al campo, para vivir en una co-
Alrededor de mi cabaña, pesadas se mecen las ramas y las sombras. modidad indolente, conscientes de la vanidad intrínseca de sus an-
Innumerables pá jaros disfrutan de sus santuarios. tiguas ocupaciones, pero sin detenerse a pensar en cómo se han de
Y yo también amo mi cabaña. alimentar.
Después de arar y de sembrar, Detrás de la apreciación romántica de la naturaleza se hallan el
vuelvo a ella retomar mis libros. privilegio y la riqueza de la ciudad. En épocas arcaicas, el gusto
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del hombre por la naturaleza era más directo y vigoroso. La lectu- tir El Camino o estudiar algún libro y así discurrir por la vida con tran-
ra del Shih Ching, o Libro de las Odas, sugiere que en la China quilidad, contemplando tan sólo el cielo y la tierra y todo lo que yace en-
antigua existía una conciencia de la belleza de la tierra, pero no del tre ambos, libre de la censura de mis contemporáneos."
campo como panorama separado y antitético a la ciudad. Lo que
encontramos con más frecuencia en esa antología de canciones y Los burócratas ilustrados que administraron el imperio chino du-
poemas son alusiones a las actividades rurales, como el despeje de rante dos milenios se debatían entre los atractivos de la ciudad y los
herbajes o la poda de bosques, la labranza de la tierra o la construc- del campo. En la ciudad, el intelectual podía satisfacer su ambición
ción de diques. Con toda probabilidad, constituyen bosquejos apro- política, pero al precio de someterse al rígido sistema confuciano y
piados de las prácticas agrícolas de mediados del período Chou a los riesgos de la censura. En el campo perdía los privilegios del
(800-500 a. de C.). Más tarde, en los siglos iv y iii a. de C., se cons- cargo, pero en compensación podía disfrutar de las delicias del estu-
truyeron ciudades de tamaño impresionante. La muralla de un po- dio: los plácidos encantos de una vida consagrada a la comprensión
blamiento encerraba una superficie de unos dieciséis kilómetros de El Camino (Tao). En China, las clases privilegiadas tenían sólidas
cuadrados, mientras que otro, Lin-tzu, albergaba probablemente raíces en el campo. Desde el campo, sus miembros más lúcidos y exi-
unas 70.000 familias. Fue ésta también una época de guerras recu- tosos se mudaban a la ciudad donde se consagraban a la gratificante
rrentes. Parecería que las condiciones eran tales que a los funciona- aunque incierta vida del fiincionario. Wolfram Eberhard observa
rios de la corte no les habría dolido dejar atrás las discordias urbanas cómo a veces preferían vivir fuera de la ciudad en una lujosa casita
y retirarse al campo. El destierro de la capital no pudo haber sido un campestre que ellos llamaban poéticamente «choza de hierba». Allí se
gran sufrimiento. No obstante, así era percibido, quizá porque en volvían taoístas, como reacción psicológica a toda una vida constre-
China, incluso en la cuenca del Yangtze, existían todavía vastas ex- riida por la camisa de fuerza del confucianismo. Más a menudo, se
tensiones de tierras vírgenes que ofrecían muy poca seguridad y nin- retiraban temporalmente «cuando la situación política en la ciudad
gún deleite. Chu Yuan, desterrado en 303 a. de C. por oponerse a las se tornaba desfavorable o peligrosa. Una vez que las cosas cambiaban,
tácticas bélicas del rey Huai, erró por la región del lago Tung-t'ing nuestros "taoístas" con frecuencia volvían a la ciudad y de nuevo se
en la zona norte de Ho-nan, donde encontró «florestas oscuras e in- hacían "confucianos".»I6
terminables, morada de monos y otros simios. Y montarias mojadas En Europa, la preferencia por el campo en vez de la ciudad encon-
de lluvias y nieblas, tan altas que tapaban el Sol».4 tró elocuente expresión literaria en tres períodos: el helenista o alejan-
Hacia finales de la dinastía Han (25-220 d. de C), un determinado drino en Grecia, el romano de Augusto y el del Romanticismo mo-
tipo de apreciación por el campo fue, para la elite, un lugar común derno, que empezó en el siglo xviii. Incluso antes de los tiempos de
con respecto a la emoción por la naturaleza. T'ung Cheng-chang Alejandro, existía ya un sentimiento nostálgico hacia el campo. Los
(180-220 d. de C.), que vivió en una época de grandes trastornos po- atenienses, por ejemplo, sintieron nostalgia por la sencilla vida rural
líticos y rebeliones que terminaron con la caída de la dinastía, escri- cuando se vieron separados de sus haciendas durante la prolongada
bió con nostalgia: Guerra del Peloponeso (431-404 a. de C.). Sin embargo, en la . litera-
tura griega el ideal rural jugó un papel muy discreto. Fue necesario
Lo único que pido son buenas tierras y una casa espaciosa, con colinas por que surgiesen las grandes ciudades de la era alejandrina para que se
detrás y un arroyo que fluya al frente, rodeada de remansos o de lagunas, produjera un fuerte rechazo hacia la sofisticación urbana y, a la par, el
con plantíos de bambúes y de árboles, una huerta al sur, un jardín al nor- anhelo de rusticidad. Los poemas pastoriles de Teócrito recuerdan
te... Entonces, con dos o tres camaradas de inclinaciones filosóficas discu- el sosiego de la campiria. Un poema que recoge una experiencia per-
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El ideal edénico El «paisaje intermedio» de los granjeros rurales se ve amenazado por la ciudad,
de un lado, y por la naturaleza salvaje, del otro. De hecho, en aquel tiempo la ciudad
NEOLíTICO EJEMPLOS HISTÓRICOS y el paisaje intermedio crecían a expensas del desierto. De ahl que:
C1UDADES NUEVAS
4. El ideal aPaisaje Intennedio» (Ideal de Jefferson: desde finales del siglo
mediados del siglo xix)
xvoi hasta
o
EDÉNICO EDÉNICO
"DESIERTO"
1DEAL ECOLÓGICO
Cludad
I 1
PROFANO EDÉNICO
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sonal de un festival de la siega, describe una escena en la isla de Cos, de la época de Augusto, y no representaba el desarrollo de un verdade-
en pleno verano. Nótese el énfasis en los sonidos del campo: ro interés por la naturaleza. Como dijera Samuel Johnson en 1751: «De
verdad, son escasos los escritores que no han celebrado la felicidad del
Muchos álamos y olmos murmuraban sobre nuestras cabezas y, al alcance recogimiento rural». Los intelectuales de ese tiempo estaban «metropo-
de la mano, el agua sagrada de la cueva de las ninfas salpicaba en su caída. lizados» porque fue en la gran ciudad (y en particular, en Londres)
En las umbrías ramas, las cigarras del atardecer se enfrascaban en parlote-
donde se daban toclas las oportunidades políticas y pecuniarias. Pero al
os, y a lo lejos, entre las densas zarzas, croaba la calamite. Las alondras y los
pinzones cantaban, la paloma arrullaba y, sobre los manantiales, las abejas
parecer, reaccionaron contra esa situación. En los poemas neodásicos,
revoloteaban zumbando. Todo olía a tiempos de abundante cosecha y fru- escritos en la primera mitad del siglo xvm, abunda el tema del retiro. Se
tos. Las peras a nuestros pies y las manzanas a nuestro lado rodaban a mon- canta el anhelo de huir de la «alegre ciudad donde reina el placer culpa-
tones; y las cargadas ramas se inclinaban hasta el suelo con el peso de las ble» para refugiarse en los «humildes llanos». Los caballeros se retiran al
endrinas.17 campo en busca de la soledad, que los impulsa al estudio y a la contem-
plación. William Shenstone quiso «frecuentar esta sombra, apacible»
En su poesía, Virgilio y Horacio describieron con elocuencia el para poder liberarse del aguijón de la ambición.i 9 Henry Needier,
idilio rural, en contraste con el esplendor de la Roma de Augusto. La como ya vimos, fue al campo a leer libros más que a leer la naturaleza.
comarca de Virgilio era la próspera llanura del Po, cerca de Mantua. A pesar de que los sentimientos por lo rural eran genuinos, a menudo
Sus poemas evocan imágenes de antiguas hayas y robles oscuros que parecían macerados en la nostalgia. Los poetas describían cómo uno
se levantan en prados donde retozan pequerias manadas de ovejas y era llevado «de la soledad a la melancolía; y encontraba el lúgubre pla-
cabras. Esos poemas bucólicos retratan una vida idealmente feliz en cer de los tenues colores del atardecer, la oscuridad y misterio de la no-
una tierra hermosa, pero cada uno de ellos muestra, mezclado con su che, el sombrío patio de la iglesia, las desoladas ruinas la insignifi-
encanto, un trasfondo de tristeza. La Arcadia virgiliana estaba ame- cancia del hombre y lo inevitable de la muerte». 2° Sin embargo, hacia
nazada por un lado por la sombra de la Roma imperial y, por el otro, mediados del siglo xvin, ya se advierten daros signos de una aprecia-
por inhóspitas marismas y desnudas rocas. Horacio encontró con- ción más vigorosa de la naturaleza, que se extiende más allá del campo
suelo e inspiración en su granja, situada fuera de Roma, no lejos de para alcanzar las montarias, el desierto y el océano.
Tívoli. Allí se retiró en parte por razones de salud y en parte porque En Norteamérica, el tema de la corrupción urbana y la virtud ru-
su preferencia por el recogimiento y la vida sencilla fue aumentando ral es lo bastante popular como para entrar en la categoría de folklo-
a medida que pasaban los arios. Horacio alabó el campo en oposición re. El tópico se ha expresado de forma repetida, primero como una
a la ciudad; comparó la pacífica vida de su apartado valle no sólo con antítesis reconfortante: la decadente Europa enfrentada a una Nor-
el aire contaminado de Roma, sino también con la ostentosa riqueza, teamérica anterior a la Caída. Más tarde, a medida que Estados Uni-
la agresividad de los negocios y los violentos placeres de la capital." dos desarrollaba su industria manufacturera y rápidamente aparecí-
Durante el siglo xvni, los ilustrados europeos deificaron la natura- an las grandes ciudades, se supuso que la oposición estaba entre la
leza. Para los filósofos y los poetas en particular, la naturaleza vino a sig- costa este industrializada, que adoraba a Mamón, y un interior vir-
nificar sabiduría, consuelo espiritual y santidad; se suponía que a través tuoso y agrario. Thomas Jefferson tuvo gran influencia en propagar
del contacto con la naturaleza las personas podían alcanzar el fervor re- lo que Leo Marx Ilama el «ideal pastoril». Jefferson estaba familiari-
ligioso, las virtudes morales y una comprensión mística del hombre y zado con la literatura pastoril, podía citar a Teócrito en griego y su
de Dios. A principios del siglo, el elogio al campo era más bien una pasión por los poetas latinos es bien conocida. En su juventud había
postura inspirada en los tiempos de Virgilio, Horacio y otros literatos leído con aplicación la poesía de James Thomson, uno de los prime-
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ros en serialar en poesía que la mano de Dios, plácida y sublime, es- moralistas, políticos e incluso sociólogos todavía tienden a ver en el
taba presente en todas las acciones de la naturaleza. Para Jefferson, espectro rural-urbano una dicotomía fundamental. Sin embargo,
«si Dios tuvo alguna vez un pueblo elegido, los que trabajan la tierra desde otra perspectiva, resulta claro que el polo opuesto a la ciudad
son los elegidos de Dios; en sus corazones, Él depositó sus peculiares totalmente creada por el hombre es la naturaleza inculta y no el cam-
verdades sustanciales y genuinas». Por el contrario, «las muchedum- po. Para usar la terminología de Leo Marx, el campo es el «paisaje in-
bres de las grandes ciudades ayudan a la formación de un gobierno termedio». En la mitología agraria, el campo es el mundo intermedio
honesto lo que las Ilagas a la salud del cuerpo humano».2' ideal del hombre que se enfrenta a la polaridad ciudad-yermo. Este
En Europa, el afecto por lo rural siguió , siendo, en gran medida, modo de dotar de una estructura al entorno mediante una oposición
un tópico literario que se materializaba de vez en cuando con la cons- binaria es análogo a la concepción del mundo que hemos visto en
trucción y la propagación de lujosas propiedades campestres. En otras tradiciones: el paisaje intermedio de Norteamérica equivale al
Estados Unidos, el suerio de las virtudes humanas que florecen en la mediapa de Indonesia. Pero, mientras que en el mundo indonesio
Arcadia Ilegó a alcanzar el grado de programa político. El tercer presi- montaña y mar son polaridades eternas, en la dinámica historia de
dente de la república estuvo dispuesto a subordinar la riqueza y el po- Occidente ciudad y yermo son antinomias cambiantes: con el tiem-
der nacionales al ideal agrario; y no se puede negar que el público de po el significado de estos dos términos podría invertirse, y en el cur-
Estados Unidos respondió favorablemente. Durante el siglo xix, la so de esta inversión tanto la ciudad como las granjas en expansión (el
imagen de un pueblo rural feliz y virtuoso llegó a ser el emblema do- paisaje intermedio) podrían percibirse como enemigos de la natura-
minante de las aspiraciones nacionales. Este ideal no detuvo, ni si- leza en su estado prístino. Revisemos, entonces, el significado del
quiera retrasó, el crecimiento de la riqueza del país ni la devoción por yermo dentro de este marco de referencia.
el progreso tecnológico, una combinación que hizo del país una gran En la Biblia el término yermo (desierto; tierras baldías o vírge-
nación manufacturera. Aun así, ese ideal estaba lejos de ser retórica nes; naturaleza salvaje, deshabitada o inhóspita) trae a la mente dos
vacía. Tales sentimientos penetraron profimdamente en la cultura es- imágenes contradictorias. Por una parte, es un lugar de desolacíón,
tadounidense. Uno lo encuentra todavía en el descuido del centro de la tierra sin sembrar frecuentada por demonios, condenada por
las ciudades y en la retirada a los suburbios, en el éxodo al campo los Dios: «están desoladas las tierras (yermas], por el incendio devasta-
fines de semana y en el movimiento conservacionista. Políticamente, dor, por el incendio de su ira» (Jeremías 25:38). Adán y Eva fueron
es evidente «en el "localismo" invocado para oponerse a un mejor sis- expulsados del Jardín del Edén al «maldito suelo», de donde brotan
tema nacional de educación; en el poder de los granjeros en el Con- cardos y espinas. En la naturaleza inhóspita, Cristo fue tentado por
gresó; en el trato económico especial que favorece a "la agricultura" el diablo. Todo ello acentúa el significado negativo —y dominan-
con subvenciones gubernamentales, y en el sistema electoral estatal, te— que el yermo tiene en la Biblia. Por otro lado, puede servir
que permite a la población rural ostentar un poder político que resul- como (a) un lugar de refugio y contemplación, o más comúnmen-
ta muy desproporcionado con respecto a su número».22 te, (b) cualquier lugar en donde el pueblo elegido es abandonado
durante un tiempo por razones de disciplina o expiación. Oseas
(2:14 y siguientes) recuerda el período nupcial en las tierras baldías
El yermo del Sinaí: «Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto
[yermo] y hablándole a su corazón Allí, me responderá como en
El campo se acepta como antítesis de la ciudad, independientemen- su juventud, como cuando salió de Egipto». En el Apocalipsis (1:9;
te de las condiciones de vida reales de estos dos entornos. Escritores, 17:3), el Espíritu sugiere que el desierto permite al cristiano con-
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templativo ver más claramente lo Divino, sin sentirse agobiado por cuando tuvo que marcharse, expresó su desgana por abandonar un
el mundo. panorama que «era muy agreste y muy agradable». Mientras Mather
La tradición ascética del cristianismo mantuvo el significado doble veía el yermo a través de sombrías gafas teológicas, Byrd lo veía a tra-
y opuesto del yermo. San Juan Casiano (m. 435) afirmaba, por una vés de los cristales tintados del romanticismo, que comenzaba a ser
parte, que los ermitarios iban a las tierras baldías para entrar en com- popular en ese entonces. Los pioneros no apreciaban los territorios
bate abierto con los demonios; y, por el otro, que en «la libertad del indómitos, puesto que significaban un obstáculo a vencer en la lucha
vasto desierto» procuraban gozar de «esa vida que sólo puede compa- por la vida y una amenaza constante a su subsistencia. Los predica-
rarse con la felicidad de los ángeles». En efecto, para los ascéticos el dores de principios del período colonial veían el yermo como una
desierto fue al mismo tiempo antro de demonios y reino de felicidad morada de demonios y sólo raramente como el entorno protector de
en armonía con el mundo de las criaturas. La actitud hacia los ani- su Iglesia. Sin embargo, en el decurso del siglo xwii, se fue ensan-
males salvajes era también ambivalente. Se los veía simultáneamente chando la brecha que separaba a los pioneros, quienes continuaban
como acólitos de Satanás y como moradores de un paraíso precaria- viendo la naturaleza como un obstáculo, de los caballeros ilustrados,
mente restaurado en los dominios de ermitarios y monjes. En los al- que la veían con los ojos del viajero farniliarizado ya con las obras de
bores de la cristiandad, la celda del monje en las tierras baldías y la los filósofos deístas y los poetas de la naturaleza europeos.
iglesia en el mundo se consideraban pequeñas réplicas del paraíso. Su A medida que la población aumentaba, los campos y los pobla-
presencia prestaba un aura de santidad a los alrededores, de modo que dos eran empujados rápidamente hacia el oeste, hacia el yermo agres-
algo de la inocencia paradisíaca podía ser perceptible en ellos.23 te. Aquellos habitantes del este que tenían inclinaciones artísticas y
En América del Norte se conservó esa ambigüedad con respecto literarias se alarmaban cada vez más por la rápida desaparición del
a la naturaleza inhóspita. Los puritanos de Nueva Inglaterra creye- entorno salvaje. John James Audubon, en sus viajes por el valle
ron que inauguraban en el Nuevo Mundo una nueva era de la Igle- de Ohio en busca de especímenes de aves, en los arios azo, tuvo
sia, y que esta Iglesia reformada debía florecer como un jardín, bajo oportunidad de observar la destrucción de los bosques. El paisajista
la protección de la naturaleza agreste. Por otro lado, como dijera Thomas Cole se lamentaba del sino fatal de la naturaleza, afirman-
John Eliot (m. 1690), ése era el lugar «donde nada se encuentra, sino do que «cada colina y cada valle se ha transformado en un altar a
el duro trabajo, las necesidades y la tentación de la naturaleza». Los Mamón», y pensó que la naturaleza silvestre iba a desaparecer en
escritos de Cotton Mather (1663-1728) muestran la misma ambiva- unos pocos arios. William Cullen Bryant se mostró igualmente pe-
lencia hacia el yermo que se encuentra en el Viejo y el Nuevo Tes- simista. Después de viajar por la región de los Grandes Lagos en
tamento. Mather pensaba que las tierras incultas eran el imperio del 1846, predijo con tristeza un futuro en el cual los bosques vírgenes y
Anticristo, lleno de espantosos peligros, demonios, dragones y fero- solitarios se verían poblados de cabarias y casas de huéspedes. Cier-
ces serpientes voladoras. Por otro lado, y con diferente talante, sos- tos individuos sensibles y elocuentes, notablemente Henry David
tuvo que la naturaleza en Norteaméríca era, por designio de la Pro- Thoreau, hicieron llamamientos a favor de la conservación. Estas
videncia, el refugio protector de la Iglesia reformada. voces tuvieron sus efectos. El Parque Nacional de Yellowstone
Mather, que era capaz de hablar en serio de demonios y dragones (1872) y la Reserva Forestal de Adirondack (1885) fueron los prime-
en los bosques, murió en 1728. Ese mismo ario, el caballero virginia- ros casos en el mundo en los que grandes áreas de territorios vírge-
no William Byrd contempló por primera vez los montes Apalaches y nes se conservaron para beneficio de todos.24
los describió con romántico fervor. Cuando la niebla bloqueaba una Hacia finales del siglo xtx, una confusa mezcla de virtudes se atri-
vista, Byrd lamentaba «la pérdida de esta silvestre perspectiva». Y buía a las tierras inexploradas de Norteamérica. Representaban lo su-
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