Abracadabra La Magia de La Palabra

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Revista No. 49 Revista


INTERACCIÓN

Abracadabra: la magia de la palabra


Tema de la Edición:
Por: Alfonso Sánchez Pilonieta (*)
[email protected]
Abracadabra,
curandera mi palabra,
todo mal pone bien,
sana del odio y vacuna también.
Abracadabra,
siga la pata en su cabra,
girasol, alhelí,
la mariposa besó al colibrí. Consultar la última
edición
(Silvio Rodríguez, 1992)
A través de la historia humana, en todos los tiempos y lugares, parece
haber existido siempre la firme creencia en el poder mágico de las
palabras; en su poder de transformar las cosas del mundo e inclusive al
hombre mismo, de convertir la noche en día, lo bueno en malo, o lo fuerte
en débil, y viceversa.
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Quizás es por eso que "Abracadabra", la palabra mágica por excelencia y
para algunos la más antigua y universal de las palabras mágicas, nos
vincula con su poder desde la raíz misma de su posible origen y Consultar números
significado, ya fuera este el "avrah kahdabra", que en Arameo significa "Yo anteriores
creo como hablo", o el "Aberah KeDabar" que en Hebreo nos enuncia que
"iré creando conforme hable". Palabra que, entonces, sugiere ser la
formula, o tal vez solo una de las formulas, inventada por nuestros
ancestros para amalgamar la compleja trama de pensamientos, acciones y
sentimientos inscritos en la experiencia humana, y servir de sortilegio
frente a la dolorosa impotencia tantas veces manifiesta en nuestras
interacciones con el mundo material y social.
Pero independientemente del origen, y de lo que hoy pudieran significar
para nosotros los enigmáticos vocablos mágicos, siempre presentes en la
órbita de nuestros imaginarios y creencias más arraigadas, lo cierto es que
las palabras, todas las palabras y cualquier palabra, posee el poder de
permitirnos ver el mundo a su manera, es decir, a la manera como con las
palabras mismas configuramos el sentido de nuestras acciones, de
nuestras relaciones y de la forma como construimos nuestros propios
juicios, deseos y fantasías.
Si bien es evidente, como tradicionalmente lo reconocemos, que las
palabras que empleamos nos permiten, a pesar de ciertas limitaciones,
reflejar nuestros sentimientos y emociones, que por medio de ellas
podemos, o al menos intentamos, expresar y dar a conocer a otros
nuestras más profunda vivencias, quizás lo que menos frecuentemente
reconocemos es que a través de las palabras también podemos
transformar nuestra emociones y sentimientos, podemos resignificar
nuestras experiencias y reconfigurar el sentido subjetivo que le damos no
solo a la comprensión de nuestro pasado y presente sino, sobre todo, a la
orientación de nuestras acciones hacia el futuro.
Si nuestras acciones son la fuente de nuestras emociones y las creencias
son la base de lo que podemos o no podemos hacer, nuestras creencias
adquieren el poder regulador de nuestras emociones en tanto definen la
orientación de nuestras acciones. En otros términos, lo que sentimos, está
asociado a las palabras con las que tejemos nuestras experiencias
presentes y pasadas. Experiencias pasadas que se hacen presentes con su
carga emocional gracias a las palabras que nos permiten evocarlas y
conectarlas con las expectativas hacia nuestras acciones por venir y su
correspondiente impacto emocional.
Desde nuestros primeros momentos del desarrollo personal, desde
nuestros primeros vínculos con los objetos y con las demás personas,
nuestras vivencias han estado asociadas, a la acción y a las emociones, y
además a las palabras que nos permiten ponerlas en el ámbito de la
construcción intersubjetiva de sus sentidos, e integrarlas al repertorio de
nuestras posibilidades de interacción y emocionalidad futuras.
Aunque las palabras, en su inmensa mayoría, proceden de un legado
cultural e histórico que antecede a nuestras propias vidas, es en el
contacto directo con nuestras vivencias concretas que su carga emocional,
patrimonio de las subjetividades sociales de cada contexto, adquieren el
poder de regular nuestras acciones y, por ende, nuestras emociones.
Los clásicos esquemas de pensamiento que nos llegan por la herencia
cultural a través de las distintas formas de creencias sociales (mitos,
doctrinas, ideologías, normas, etc.), agenciadas directa e indirectamente
por todos aquellos que participan de nuestra vida (padres, hermanos,
amigos, maestros, etc.) nos enmarcan primigeniamente como sujetos
sociales y delimitan, para bien o para mal, nuestras posibilidades
emocionales. Aprendemos a sentir como "bueno" lo que nos dicen que es
"bueno", aprendemos a "querer y ser queridos" según como nos dicen
que debemos querer y ser queridos, aprendemos a sentir rechazo por
aquello que nos dicen que debe ser rechazable, etc. etc.
Estos esquemas de pensamiento o también denominados sistemas de
cognición "crean las normas en las que el sujeto se mueve y que el sujeto
respeta y sigue? son dinámicos y se van desarrollando a medida que la
persona va creciendo física y mentalmente? están íntimamente
relacionadas con sistemas conductuales y sistemas sensoriales. Por lo
tanto, las cogniciones actúan en la conducta y en los sentidos tal como
éstos influyen en las cogniciones y entre sí? regulan la vida de las
personas" (1)
La función de la palabra, en el espacio de las interacciones humanas, e
inclusive en el espacio de la reflexión particular sobre sí mismo,
correspondiente a lo que Maturana ha denominado el "conversar", obliga
a reafirmar que "las palabras son nodos en redes de coordinación de
acciones, no representantes abstractas de una realidad independiente de
nuestro quehacer? por lo que las palabras no son inocuas y no da lo
mismo que usemos una u otra en una situación determinada. Las
palabras que usamos no solo revelan nuestro pensar sino que proyectan
el curso de nuestro quehacer? el vivir humano se da en un continuo
entrelazamiento de emociones y lenguaje como un fluir de coordinaciones
consensuales de acciones y emociones? los seres humanos vivimos en
distintas redes de conversaciones que se entrecruzan en su realización en
nuestra individualidad corporal?"(2)
Lo que implica que el dominio lingüístico y en especial la palabra, no
cumple una función meramente instrumental para los procesos de
comunicación discursiva, sino que se encarna, se incorporan en el vivir
cotidiano que compromete todas las instancias de la convivencia humana,
desde las formas de conducir y valorar nuestras experiencias más
privadas e íntimas hasta el reconocimiento de nuestras actuaciones de
dominio público.
En este sentido, quizás también, como lo afirma una de las corrientes del
pensamiento psicológico más en boga, la PNL (Programación Neuro-
Lingüística): "nuestros pensamientos están conformados de palabras, de
lenguaje (lingüística) y este lenguaje califica lo que nos rodea con palabras
y estas viajan por las neuronas para crear un programa. Cuando
repetimos ciertas palabras con frecuencia se va convirtiendo este mensaje
en un programa. Estos programas ya instalados producen emociones que
dirigen nuestras conductas y nuestras reacciones.
Esto quiere decir que a lo largo de toda nuestra vida hemos instalado
cientos de programas desde antes de nacer. Al principio de nuestra vida,
los programas fueron instalados por nuestros padres, abuelos, familiares;
más adelante por nuestros maestros, amigos y por los medios de
comunicación. Estos programas los aceptamos sin darnos cuenta si nos
favorecen o nos dañan. Simplemente allí están" (3).
Pero están allí, no solamente para ser aprendidos y ejercitados de forma
constante, sino también para servir de base a la creación de nuevas y
diversas formas de asumir nuestras experiencias vitales, personales y
sociales.
Nuestras vivencias, es decir nuestra acciones y emociones, adquieren
sentido a través de las palabras que inicialmente nos integran al mundo
social que compartimos y que garantiza nuestra supervivencia, pues el
sentido común es nuestra forma primaria de participación en la vida
común, que solo en cuanto avanzamos en el desarrollo y dominio de
nuestra capacidad reflexiva podemos llegar a diferenciar, sin separar,
hacia una subjetividad individual o de configuración de nuestra propia
personalidad, siempre inacabada, siempre en proceso, siempre entendida
como nuestra manera particular de dar sentido a nuestra singular
experiencia de vida.
Bien sabemos que las palabras pueden evocar y "revivir" experiencias
pasadas en nosotros, con su indisoluble peso emocional, "Una sola
palabra dicha con un tono de voz y una expresión determinadas puede
desencadenar en alguien imágenes mentales antiguas, asociadas con
pensamientos y emociones que a veces se pueden sentir y hasta localizar
físicamente, dependiendo del grado de intensidad con que esté asociado
ese recuerdo en la experiencia personal? Cuando una persona ha
desarrollado un miedo o una aversión, la sola mención del objeto del
miedo o la aversión dispara en el interior de la persona las
representaciones y experiencias ante las que ha respondido con temor o
aversión y automáticamente empieza a sentir los signos de miedo o
repulsión" (4).
Pero igualmente, también sabemos que las palabras pueden llevarnos a
pensar y actuar de manera diferente a la que, en ciertas circunstancias,
podríamos prever, cambiando nuestra manera de percibir las situaciones
y dándoles un significado que induzca a formas de acción y, en
consecuencia, a estados emocionales distintos. Es decir, que somos
susceptibles a la "sugestión", a actuar según la orientación dada por
ciertas palabras que, asociadas a una promesa emocional explícita o
implícita, se dirigen a modificar voluntaria y estratégicamente nuestras
formas anteriores de pensar o actuar, pues "por mucho que digan, una
sugestión ni es un hechizo, ni una fórmula mágica, ni siquiera palabras
pronunciadas con una diferencia de longitud de onda de forma que el
cerebro entre en hipnosis. Las sugestiones son palabras, que se
transmiten como palabras, que se escuchan como palabras y que se
procesan como palabras" (5)
Por lo tanto, podemos afirmar que las palabras son a su vez producto y
factor de nuestras pensamientos, acciones y emociones. Producto, porque
las hemos acuñado para dar cuenta de nuestra vivencias y poder
establecer planos de sentido compartidos y requeridos para nuestra
convivencia. Factor, porque al emplearlas hacemos emerger emociones,
pensamientos y alternativas de acción derivados de experiencias pasadas,
que a su vez actúan como preconfigurantes de nuestras posibles
experiencias futuras.
Condición esta de la palabra, la de ser producto y factor de nuestra
emociones, acciones y pensamientos, que ha llevado no pocas veces a
afirmar que lo que podemos llamar "realidad" es una construcción de la
palabra y que dicha realidad es solo lo que podamos decir de ella. Ante lo
cual, aquí es necesario aclarar que el poder transformador de la palabra
no puede entenderese como la idílica posibilidad de transformar la
"realidad" simplemente alterando lo que decimos de ella, pues aunque el
engaño y, en particular, la mentira es una forma de "cambiar la realidad"
alterando las palabras conque la referimos, y que son muchas las
realidades históricas que han sido o permanecen "cambiadas" por medio
de palabras mentirosas, la palabra misma debe ser siempre objeto de
confrontación crítica e histórica so pena de abjurar de su propio poder
transformador.
Tanto en el plano social como en el plano individual, planos de recíproca
interdependencia, el poder mágico de la palabra, su poder transformador
y emancipador radica en la condición de ser una palabra capáz de poner
al descubierto los intereses, valores y crerencias que conlleva, de asumir la
dimensión ética y política de su propia contextura, pues así como no hay
palabra vana, no hay palabra neutra. En el orden de lo social y político,
baste recordar a Foucault cuando afirma que las relaciones de poder "no
pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una
acumulación, una circulación, un funcionamiento de los discursos. No hay
ejercicio del poder posible sin una cierta economía de los discursos de
verdad que funcione en, a partir de, y a través, este círculo" (6).
En el plano individual o de las relaciones interpersonales, más cercano a la
esfera de la vida privada, habríamos de reafirmar que las palabras en su
compleja trama lingüística configuran un "mapa" que demarca territorios
y rutas, mediante el cual asignamos sentidos a nuestras acciones,
emociones y pensamientos; sentidos dinámicos, solo relativamente
estables y siempre construidos sobr la base de nuestras experiencias
subjetivas y vínculos intersubjetivos. Siendo entonces, el poder de la
palabra, el de ser coautora en la configuración de nuestras propias
subjetividades.

Notas
Notas (*) Psicólogo, docente investigador, Facultad de psicología, Pontificia
Universidad Javeriana, Bogotá. (1) Xacobe Abel Fernández García, "Sobre la
sugestión", disponible en www.cursodehipnosis.com/modules.php?
name=Downloads&d_op=getit&lid=16 (2) Humberto Maturana R. "Emociones y
lenguaje en educación y Política, Chile, Dolmen Ediciones, 1997, pp.105-107 (3) "¿Qué
es Programación Neuro-Lingüística (PNL)?", disponible en www.estrategiaspnl.com/
(4) José Daniel Puche "El lenguaje y las emociones", disponible en
www.pnlnet.com/soluciones/personal/comunicacion/lenguajeyemocion (5) Xacobe
Abel Fernández García, fuente citada. (6) Michel Foucault, segunda lección "Poder,
derecho, verdad", de Genealogía del Racismo. Madrid, Ed. Piqueta, 1992

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