Juan Carlos Godenzzi - Politica Linguística y Educación en El Contexto Latinoamericano - El Caso Del Perú
Juan Carlos Godenzzi - Politica Linguística y Educación en El Contexto Latinoamericano - El Caso Del Perú
Juan Carlos Godenzzi - Politica Linguística y Educación en El Contexto Latinoamericano - El Caso Del Perú
El Salvador 2,3
Guatemala 59,7
Honduras 3,2
México 7,5
Nicaragua 8
Panamá 6,8
Paraguay 2,3
Perú 36,8
Venezuela 1,5
Cuadro 1: Porcentaje de población indígena según paísesa (a partir de Zimmerman 1995: 68-69;
Gleich 1989 y Adelaar 1991).
Estos datos, sin embargo, no deben llevarnos a olvidar que hay regiones donde se
concentra la población vernáculo hablante y donde, por consiguiente, alcanza altos
porcentajes. En el estado de Chiapas, por ejemplo, llega al 50 o 60%; en la sierra sur
andina peruana o el altiplano boliviano, al 80 o 90%.
(Brasil), hay gente que habla dos lenguas indígenas, además del portugués. Lo mismo
sucede en Ciudad del Este (Paraguay), con personas que hablan guaraní, castellano y
portugués; o en los Andes, con hablantes del quechua, aimara y castellano, o entre los
jíbaros del Ecuador, con hablantes del shuar o achuar, quechua y castellano.
La Constitución de 1917 de México entendía que la nación debía estar conformada por
mexicanos de una sola lengua y cultura. Sin embargo, setenta y cinco años después, el 28
de enero de 1992, se promulga la adición al artículo 4º de la Constitución Política, en la
cual se dispone: «La nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada
originalmente en sus pueblos indígenas. La Ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus
lenguas, culturas, usos, costumbres, recursos y formas específicas de organización social, y
garantizará a sus integrantes el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado».
La Constitución Política del Perú, promulgada en 1993, establece que toda persona tiene
derecho «a su identidad étnica y cultural. El Estado reconoce y protege la pluralidad étnica
y cultural de la nación. Todo peruano tiene derecho a usar su propio idioma ante cualquier
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autoridad mediante intérprete» (art. 2, inciso 19). Establece, igualmente, que el Estado
«fomenta la educación bilingüe e intercultural, según las características de cada zona.
Preserva las diversas manifestaciones culturales y lingüísticas del país. Promueve la
integración nacional» (art. 17). Además, se declara que «son idiomas oficiales el castellano
y, en las zonas donde predominen, también lo son el quechua, el aimara y las demás
lenguas aborígenes, según Ley» (art. 48).
Ahora bien, este tipo de dispositivos jurídicos no suele corresponder a una política
lingüística real, sea porque no hay leyes y reglamentos que los hagan operativos, sea
porque entran en colisión con la práctica social cotidiana del lenguaje. Se hace, pues,
imprescindible prestar atención a la realidad multilingüe de las sociedades
latinoamericanas y descubrir los mecanismos de organización social de las diferencias del
lenguaje, marcados a menudo por el sustrato colonial.
El sentido primordial y último de una política lingüística es hacer que los hablantes lleguen
a desarrollarse como seres humanos que hablan, capaces de interpretar el mundo y de
crearlo en su discurso, sin afectar el desarrollo lingüístico de quienes hablan lenguas
diferentes en el mismo ámbito nacional. Hacer que cada hablante habite plenamente su
lenguaje y emprenda la aventura de encontrarse con el otro, con el mundo y consigo
mismo, constituye un derecho fundamental que toda política lingüística debiera garantizar.
Tal política no acarrea el empobrecimiento idiomático de los ciudadanos, sino, por el
contrario, el despliegue del lenguaje en toda su riqueza y posibilidad.
Toda intervención política sobre el lenguaje, en una atmósfera democrática, debiera tender
a evitar la intolerancia. La lengua no es arma para homogeneizar o camisa de fuerza para
oprimir, sino un instrumento que ayuda a crecer en capacidades y derechos, en
entendimientos y convivencia social. Se hace imprescindible, hoy más que nunca, repensar
la diversidad en una perspectiva democrática e intercultural. Sobre esa base, una política
sobre el lenguaje, el bilingüismo y la educación intercultural bilingüe será más consistente
en la medida en que se sepa a qué fines se apunta y se cuente con una conjunción de
voluntades.
Una política sobre lenguas debería contribuir a afrontar y resolver los conflictos culturales,
para permitir el conocimiento y la comunicación fluida entre los pueblos y comunidades
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Una política lingüística, además, debería garantizar a los ciudadanos el derecho de acceder
a la información y el conocimiento necesarios que los lleve a la aceptación positiva de la
riqueza lingüística y cultural que caracteriza a las sociedades latinoamericanas y que, al
mismo tiempo, creen las condiciones que permitan —en una situación de mayor equidad—
el desarrollo libre y creativo de las lenguas y culturas nacionales.
A pesar del escepticismo y las resistencias que genera en algunos sectores, la educación
intercultural bilingüe se va consolidando en el discurso y la práctica educativa
latinoamericana. Hay razones pedagógicas que fundamentan que un niño inicie sus
aprendizajes a partir de la lengua materna y la propia experiencia cultural. Y hay también
razones éticas y políticas, pues la EIB apunta, en buena cuenta —a través de una educación
de calidad y promotora de equidad— a reducir las profundas brechas educativas, sociales y
culturales que separan a los pueblos y comunidades de las sociedades latinoamericanas.
Aún hace falta desarrollar las condiciones para garantizar una efectiva educación bilingüe
intercultural. Hay limitaciones en las concepciones y diseños de la EIB, en la formación y
capacitación de los recursos humanos, en los materiales educativos, en la gestión y
monitoreo. Pero todas esas dificultades pueden ser superadas con el esfuerzo del conjunto
de los países latinoamericanos. A eso apuntan, por ejemplo, los cuatro congresos
latinoamericanos de educación intercultural bilingüe que ya se han celebrado en
Guatemala, Bolivia, Ecuador y Paraguay. El próximo se realizará en el Perú, en agosto de
2002, y se denominará «Realidad multilingüe y desafío intercultural: política, ciudadanía y
educación».
Junto a las carencias, hay también logros y lecciones aprendidas de las diversas
experiencias de EIB en América Latina 3. Y, en mi opinión, la EIB ha puesto en la agenda
del debate educativo actual dos asuntos gravitantes, capaces de dinamizar y renovar todo
desempeño educativo:
Entre 1997 y 2000, la educación bilingüe intercultural en el Perú ha ido ganando espacios
tanto al interior del sistema educativo como de diversos sectores de la sociedad. Estos
avances, sin embargo, se enfrentan a resistencias y prejuicios que aún deben ser superados.
De parte de algunos sectores del Estado y la sociedad, se requiere un cambio de mentalidad
que lleve a considerar la diversidad como recurso y ganancia para todos.
Una forma de responder, por parte del Estado, a estos múltiples requerimientos ha sido —
vía Decreto Supremo n.º 018-2001-ED del 5 de abril— la conversión de la Unidad de
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En ese mismo sentido, y como resultado de debates, mesas de trabajo y dos reuniones
nacionales, se cuenta ahora con el documento Política Nacional sobre Lenguas y Culturas
en la Educación (Ministerio de Educación 2001a). Los objetivos que persigue esta política
son los siguientes:
Bibliografía
Notas