Semillas de Nueva Creación. Pistas Bíblicas para Una Vida Ecológicamente Justa

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Introducción

«Salgo a caminar por la cintura cósmica del Sur... Piso en la región más vegetal del
viento y de la luz… Sol de Alto Perú, rostro Bolivia estaño y soledad, un verde Brasil,
besa mi Chile cobre y mineral...». Los versos de César Isella y Armando Tejada Gómez
han sonado con vigorosa pasión en la voz de Mercedes Sosa y en millones de voces
latinoamericanas por décadas. Sol, verde, riqueza natural, diversidad: así es nuestra
tierra. O así ansiamos celebrarla. ¡Cómo quisiéramos cantar con el poeta de antaño: «Los
cielos cuentan la gloria de Dios»! Aún hoy, cuando el sol se oculta tras velos de
contaminación, cuando nuestros verdes desaparecen bajo capas de hormigón, cuando
las riquezas naturales son extraídas sin preocupación alguna por su renovación ni por el
impacto de esa explotación sobre quienes habitan en sus cercanías, y cuando cientos de
especies vegetales y animales se encuentran al borde de la extinción. Aún hoy
quisiéramos cantar —«todas las voces todas»— las maravillas de la creación. Como ansía
hacerlo nuestro Creador —el Dios supremamente creativo y sustentador de toda vida—,
quisiéramos mirar a nuestro alrededor y declarar en efusivo canto: «¡Esto es bueno!».

Pero nuestro «progreso» codicioso, nuestro consumo irrefrenable y nuestra indiferencia


culposa ponen en riesgo la misma supervivencia de la Tierra junto con la de millones de
personas vulnerables. Y siguen debilitando la imagen de Dios en nosotras y nosotros.
Siguen robándonos la posibilidad de entablar relaciones sanas, justas, con Dios, con
otras personas y con la creación de la cual formamos parte. Siguen convirtiéndonos en
asesinos en lugar de sembradores de vida.

De esto nos hicimos aún más concientes quienes asistimos a la Cuarta Consulta Global
Trienal de la Red Miqueas con el tema «Mayordomía de la creación y cambio climático»,
en Limuru, Kenya, del 13 al 18 de julio de 2009. El pedido concreto que me hicieron los
organizadores fue presentar reflexiones relativas al tema con raíces profundas en el texto
bíblico que sirvieran de complemento al aporte de los expertos ecólogos, biólogos,
científicos y consultores y que dieran sustento para la acción comprometida y el papel
educativo de las personas, ONGs e iglesias participantes.

Fueron sagaces los amigos de la Red Miqueas y su anterior presidente, Steve Bradbury,
al invitarme a trabajar de la mano con mi amigo Zac Niringiye, obispo asistente de la
iglesia anglicana en Kampala, Uganda. Con Zac compartimos estudios de maestría hace
un par de décadas en Wheaton Graduate School —ricos años de ministerio en el mundo
estudiantil mediante la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos— y una
profunda amistad nutrida por una pasión compartida por ver evidencias del reino de
Dios y su justicia aquí y ahora. ¡No podía negarme a tal oportunidad! Las charlas que
componen este libro nacen de nuestro estudio personal de la enseñanza bíblica relativa a
la creación, y también de esa pasión común, de esa amistad y de varias horas de diálogo
transcontinental. A la serie de exposiciones bíblicas las acompaña un artículo de mi
padre, C. René Padilla, presentado en la misma Consulta. Allí explora sin tapujos la
lamentable relación entre globalización, degradación ambiental, injusticia y pobreza, e
invita a la confesión. ¡Gracias a Dios porque nos llama a servir, no como estrellas
individuales sino en equipo, como miembros de un cuerpo, con diversos dones,
perspectivas y voces!

Finalmente, incluimos la «Declaración sobre mayordomía de la creación y cambio


climático». En Limuru, y mediante un proceso altamente participativo que recogió la
reflexión de participantes de unos 38 países, arribamos a una declaración que contiene
una confesión, datos actualizados sobre la condición actual de este planeta que
habitamos, y un llamado a la acción comprometida por parte de quienes reconocemos a
Dios como dueño amoroso y sustentador de todo lo creado.

Invitamos a nuestros lectores a estudiar las exposiciones, el artículo y la Declaración, y a


reflexionar comprometidamente uniendo sus voces a otras de lamento y de confesión.
Animémonos a explorar el cuidado de la creación como dimensión ineludible de nuestra
misión y de la expresión clara de nuestro amor a Dios y al prójimo. Tomemos pasos
prácticos de mayordomía amorosa, ahorrando, reciclando, re-usando, reduciendo
nuestro consumo. Roguemos al Dios de la vida que nos permita entablar relaciones
justas entre los seres humanos y con el resto de la creación. Convirtámonos en
sembradores de semillas de nueva creación. ¡Y unamos nuestras voces para que los
cielos y la tierra en nuestra América Latina de veras cuenten la gloria de Dios!

Ruth Padilla DeBorst


Secretaria General
Fraternidad Teológica Latinoamericana

Santo Domingo de Heredia, Costa Rica


Abril de 2010
1

La tierra de Dios y el pueblo de Dios: relaciones renovadas

Ruth Padilla DeBorst

Otro día en un mundo quebrantado

Inicia otro día. Otro día de incertidumbre. Temes por tu vida y la de tus seres queridos.
Nunca sabes si te atacarán bandidos en el camino o si las pandillas amenazantes
tomarán el barrio. Las noticias diarias reflejan violencia y muerte. Todos batallan por
lograr mayor seguridad. Así es la vida estos días. Y por ello los habitantes almacenan
provisiones, construyen murallas y les alertan a los hijos que no confíen en nadie.
¿Resulta conocida esta escena? Pues ésta es la historia registrada en Génesis 6: «Al ver
el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus
pensamientos tendían siempre hacia el mal... » (Gn 6.5).

La violencia reinaba dentro y fuera del corazón humano. La gente, la tierra y hasta los
animales y las plantas sufrían. Pero el narrador afirma que Dios no estaba lejos ni de
vacaciones. Dios vio todo esto. Dios tampoco era indiferente. Su naturaleza de amor y
justicia no le permitía permanecer indiferente y alejado de este cuadro. Dios « ...se
arrepintió de haber hecho al ser humano en la tierra, y le dolió en el corazón» (Gn 6.6).

Dios entró en duelo. El corazón le pesaba de tanto dolor. El daño que estaban
provocando las personas a quienes había colocado en su tierra para que la cuidaran no
expresaba en lo más mínimo el plan de Dios al crear el mundo. En el principio, Dios
había hecho los cielos y la tierra. Dios había visto y celebrado que era bueno. En el
principio, Dios había colmado la tierra con criaturas vivientes, y había celebrado su
diversidad. En el principio, Dios había moldeado de la tierra terrícolas, hombres y
mujeres que gozarían de la intimidad con Dios, del uno con el otro y con el resto de la
creación. Y Dios había dicho «Esto es muy bueno!».

Pero los seres humanos habían arruinado los regalos generosos de Dios. Habían
decidido andar por su propio camino y ya no con Dios en el Jardín. Cuando pusimos
en tela de juicio la bondad de nuestro creador, se destruyó la armonía con Dios.
Cuando escogimos decidir por cuenta propia qué estaba bien y qué estaba mal, la
sospecha, la vergüenza, el dolor, la muerte y la violencia cavaron profundas trincheras
entre los seres humanos. Se hicieron trizas las relaciones humanas. Ya no éramos
capaces de acompañarnos mutuamente. Cuando escogimos creer las mentiras de una
criatura en lugar de ejercer el cuidado responsable del resto de la creación como
mayordomos de la propiedad de Dios, nuestro trabajo se volvió pesado y agobiante. Se
dañó la relación entre la tierra de Dios y el pueblo de Dios. Todos estos vínculos rotos
desfiguraron la imagen de Dios en el ser humano. Cuando quisimos tomar y acumular
egoístamente lo que Dios nos brindaba en forma gratuita, ¡lo perdimos todo!
Al Dios de la vida, de la plenitud y de la abundancia le resultó demasiado doloroso
sobrellevar tanta pérdida, tanto desperdicio, tal devastación. El Dios trino, esa
comunidad amorosa de Padre, Hijo y Espíritu, no podía tolerar la ruptura de la
comunidad. «Entonces dijo: “Voy a borrar de la tierra al ser humano que he creado. Y
haré lo mismo con los animales, los reptiles y las aves del cielo. ¡Me arrepiento de
haberlos creado!”» (Gn 6.7).

Quizá la única salida era comenzar de nuevo, desde cero. Quizá sencillamente Dios
debía descartar todo el asunto como un experimento fallido. La historia podría haber
terminado en Génesis 6.

Pero, gracias a Dios, no fue así. La historia continúa. Y lo hace concentrándose en un


hombre y una familia. El texto dice: «Pero Noé contaba con el favor del Señor» (Gn 6.8).

Noé y una responsabilidad descansada

Lamec eligió el nombre para su hijo. Lo llamó Noé, afirmando: «Este niño nos dará
descanso en nuestra tarea y penosos trabajos, en esta tierra que maldijo el Señor» (Gn
5.29).

En hebreo, el nombre Noé suena como la palabra «descanso». ¡Y la descripción del


hombre realmente evoca descanso cuando se lo compara con sus contemporáneos!
Mientras ellos andan matándose unos a otros, negando a Dios y abusando de la
naturaleza, «Noé era un hombre justo y honrado entre su gente. Siempre anduvo
fielmente con Dios» (Gn 6.9).

Varias veces repite el narrador: «Y Noé hizo todo según lo que Dios le había
mandado». Se destacaba por su fidelidad. El escritor de Hebreos le atribuye a esa fe su
amor por la justicia y su obediencia a Dios (Heb 11.7). Su existencia era una vida en
conexión con Dios y con sus buenos propósitos. Ése es el punto de inflexión de la
historia. Es como si Dios —aun en su justificada ira y decepción— hubiera estado
esperando una excusa para abrazar de nuevo a sus hijos descarriados, para cubrir su
desnudez. Y Noé, imperfecto como tú y yo, pero dispuesto a encarrilar su vida en
obediencia con los propósitos del Dios que da vida, fue la excusa perfecta. Tal como en
el principio, en la época de Noé la creación de un mundo nuevo fue puramente una
iniciativa del Dios soberano y amoroso. Dios simultáneamente declara sentencia y
salvación, destrucción y redención: «He decidido acabar con toda la gente, pues por
causa de ella la tierra está llena de violencia. Así que voy a destruir a la gente junto con
la tierra. Constrúyete un arca de madera resinosa... Pero contigo estableceré mi pacto, y
entrarán en el arca tú y tus hijos, tu esposa y tus nueras. Haz que entre en el arca una
pareja de todos los seres vivientes, es decir, un macho y una hembra de cada especie,
para que sobrevivan contigo...» (Gn 6.13-21).

Dios proporciona los medios para la supervivencia de la tierra y sus habitantes,


humanos y no-humanos. Porque el Dios que es comunidad ama la obra de sus manos y
anhela celebrar porque todas las cosas son buenas, como lo fueron en el principio. Así
que, en medio de esos tiempos turbulentos, Dios manda a Noé que construya un arca,
una especie de hogar, no sólo para las personas sino también para una rica diversidad
de animales. Allí estarían a salvo –¡y aprenderían a vivir juntos! Norman Wirzba
explica que, en la tradición rabínica, el arca no se concibe como una vía de escape sino
como un campo de entrenamiento donde Noé debía aprender a asumir
responsabilidad por la creación y a vivir en fidelidad con Dios. A Noé le tocaba no sólo
encontrar una salida de la crisis para los miembros de su familia. ¡Debía también
almacenar alimento y proveer condiciones adecuadas para la subsistencia de tantas
especies! Debía administrar la casa de modo tal que todos se llevaran bien. La suya era
una tarea tanto ecológica —relacionada con el manejo de la casa (oikos=eco/tierra)—
como económica —relacionada con las normas para la vida en conjunto dentro de la
casa (oikos=eco/tierra; nomos=reglas)—. Este «hogar» compartido con otras personas y
con todas las criaturas se convirtió en una «escuela de compasión y cuidado», según las
palabras de Wirzba (Wirzba: 141). En efecto, el texto dice que después de que Noé,
Sem, Cam, Jafet y sus esposas habían abordado junto a todos los animales, «el Señor
cerró la puerta del arca» (Gn 7.16). Dios sumergió a Noé en un hogar-escuela de
relaciones intensas, inevitables e íntimas. No había salida: Noé necesitaba aprender a
relacionarse de una manera renovada con los habitantes de ese microcosmos y a
asumir la responsabilidad por ellos.

Cuidado responsable, sí, y también descansado. Noé es llamado a practicar una


responsabilidad descansada. El sustento y la supervivencia de los habitantes del arca
no dependían exclusivamente de él. Sus vidas no estaban en sus manos. Ninguna
cantidad de estrés, ingenio o tecnología podía garantizar el éxito. Dios había detallado
las disposiciones, y eran de la buena voluntad y el aliento de Dios los que sostenían la
vida de todos. La nueva vida en la tierra era un obsequio que sólo les tocaba recibir, y
un regalo que Noé debía aprender a esperar. Las aguas llegaron, las aguas arrasaron
con todo, las aguas bajaron. Pero Noé sólo debía esperar. La tierra se secó y Noé
todavía debía esperar la orden de Dios para salir del arca.

Las clases por fin terminaron cuando Dios le dijo a Noé que saliera del arca, con
palabras que nos remiten a la historia de la creación, reiterando la intención de Dios
para la humanidad y para todo el orden creado: «Sal del arca junto con tus hijos, tu
esposa y tus nueras. Saca también a todos los seres vivientes que están contigo: las
aves, el ganado y todos los animales que se arrastran por el suelo. ¡Qué sean fecundos!
¡Qué se multipliquen y llenen la tierra!» (Gn 8.16-17)

En el principio, de la nada, Dios creó un mundo rebosante de vida y espléndido en su


diversidad. Ahora, una vez lavada la violencia humana de la tierra, Dios otorga una
nueva oportunidad para una abundancia saludable en la tierra de Dios: «Nunca más
volveré a maldecir la tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir a todos los
seres vivientes, como acabo de hacerlo. Mientras la tierra exista, habrá siembra y
cosecha, frío y calor, verano e invierno, y días y noches» (Gn 8.21-22)

Más allá de la supervivencia: relaciones renovadas


Los planes de Dios no se orientan meramente a la supervivencia y la multiplicación. La
vida en la tierra purificada exige y depende de buenas relaciones. Por todos ellos Dios
seguramente les pedirá cuentas: «Por cierto, de la sangre de ustedes yo habré de
pedirles cuentas. A todos los animales y a todos los seres humanos les pediré cuentas
de la vida de sus semejantes» (Gn 9.5).

El pueblo de Dios es responsable por todas las formas de vida en la tierra de Dios.
Responsable, sí, pero descansadamente responsable. Porque los vínculos establecidos
entre los nuevos habitantes de la tierra —tanto humanos como no humanos— forman
parte de una red que incluye otra relación esencial: la relación entre Dios y el orden
creado. Si esa relación no es restaurada, vanos serán los esfuerzos de la humanidad por
cuidar de manera responsable del resto de la creación. A pesar de que este vínculo
también ha sido roto por la violencia y la irresponsabilidad humana, Dios, en su
misericordia, abre la puerta para su renovación. En lo que constituye «la primer
referencia explícita a la concertación de un pacto en el texto bíblico» (Wright:435), ¡el
creador, espontáneamente y por cuenta propia promete humillarse y establecer un
acuerdo vinculante con sus criaturas! Otra vez Dios ofrece comunión con Dios mismo
como un obsequio a ser recibido. «Pero contigo estableceré mi pacto...» (Gn 6.18).

Una vez que Dios da la luz verde para que los habitantes del arca salgan a la tierra
seca, «Dios les habló otra vez a Noé y a sus hijos, y les dijo: “Yo establezco mi pacto con
ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes, es
decir, con todos los seres vivientes de la tierra que salieron del arca: la aves y los
animales domésticos y salvajes. Éste es mi pacto con ustedes: Nunca más serán
exterminados los seres humanos por un diluvio; nunca más habrá un diluvio que
destruya la tierra”» (Gn 9.8-11).

Luego Dios pinta en el cielo un precioso arco multicolor como señal del pacto entre
Dios y la tierra. Aunque Dios le habla directamente a Noé, quien en su papel sacerdotal
ha construido un altar y ha ofrecido animales en holocausto como agradecimiento a
Dios en nombre de los demás seres humanos y de todos los animales a quienes
aprendió a cuidar, Dios establece el pacto con todos los seres vivos: «Cada vez que
aparezca el arco iris entre las nubes, yo lo veré y me acordaré del pacto que establecí
para siempre con todos los seres vivientes que hay sobre la tierra» (Gn 9.16).

Llamados a ver y recordar

Dios promete ver y recordar. A Noé y a sus descendientes se los llama a que vean y
recuerden. Al pueblo de Dios –en efecto, a la misma tierra de Dios—se le llama a ver y
recordar.

Como familia nos mudamos a Costa Rica hace seis meses. Era el pico de la temporada
de los arco iris. Dos, y a veces tres, arcos multicolores abrazaban el cielo en una
exposición cotidiana de belleza y de la promesa. Somos bien afortunados de estar
alquilando una casa rodeada de árboles y con vistas espectaculares de las montañas
aledañas. Los pájaros nos despiertan con su canto y los atardeceres iluminan el cielo
con tonos violáceos y rosados: declaraciones atrevidas de la gloria de Dios en lo
pequeño y en lo majestuoso. Cuando tomo en cuenta estas cosas, mi corazón canta con
el salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de
sus manos» (Sal 19.1).

Sin embargo, lamentablemente, para la mayoría de la gente el canto de los pájaros es


ahogado por el ruido incesante, y los atardeceres sólo aparecen en las postales. Y peor
aún, los pájaros mismos se ahogan en derrames de aceite y nubes de smog esconden el
sol. En los plenarios y talleres durante estos días estaremos obligados a considerar el
sombrío panorama de la tierra de Dios estropeada y lastimada por la negligencia y la
codicia humanas. Aún así, también debemos recordar que la creación, como obra
buena de nuestro Dios bondadoso, es buena en sí misma. No es divina —merecedora
de la adoración que sólo le pertenece al creador— pero sí sagrada. A pesar de su estado
reprimido y maltratado, la creación todavía apunta hacia su creador y revela la gloria
de Dios. Empeñarse contra viento y marea a recordar cómo suena el canto de un pájaro
y a rememorar la asombrosa luz y el colorido de un atardecer son en sí mismos actos
creacionales para el pueblo de Dios hoy. Ver y recordar juntos nos faculta y empodera
para actuar responsablemente en el cuidado de la tierra de Dios. Cuando protegemos,
preservamos y conservamos la naturaleza, la liberamos de la esclavitud de nuestro
propio pecado y permitimos que viva su vocación: hacemos posible que cante las
alabanzas de su creador. Cuando dejamos de consumir desenfrenadamente y, por el
contrario, cuidamos responsablemente la tierra, el aire, el agua y todos sus habitantes,
contribuimos a que Dios disfrute de su propia creación. Cuando amamos aquellas
cosas que ama nuestro hacedor, nos unimos al canto y nos acercamos más a nuestro
Padre. A Noé se lo recuerda en Génesis 9.20 como el primero que «se dedicó a cultivar
la tierra» porque, como propone Wirzba, «él se comprometió con la creación con
cuidado y compasión... Noé es la persona auténtica porque restaura la conexión entre
adán y adamah, la conexión entre la humanidad y el suelo que-da-vida» (Wirzba:142).

Nosotros también podemos vivir nuestro propósito creacional, articulado por Dios a
Adán y Eva, y reiterado a Noé, por más sombrío que parezca el panorama. Ésta es una
dimensión intrínseca de nuestra misión mientras vivamos en la tierra de Dios. En
palabras de Wright, «cuidar la creación es de hecho la primera declaración positiva que
se hace acerca de la especie humana; es nuestra misión fundamental en el planeta»
(Wright:436). Los asuntos ecológicos y económicos siempre han sido y siguen siendo
partes integrantes de la misión reconciliadora de Dios y, por lo tanto, del pueblo de
Dios.

Llamados a esperar con anticipación esperanzada

Nuestra identidad original mixta —como terrícolas hechos a imagen de Dios— y


nuestra vocación inicial —como jardineros del resto de la creación— son reforzadas al
mirar hacia atrás y recordar como también al mirar hacia adelante y esperar el
cumplimiento de los propósitos creacionales de Dios. Como en la época de Noé,
también hoy la imagen de Dios ha sido tan distorsionada en la humanidad, en los
océanos y las selvas, los glaciares y las llanuras; sin embargo, Dios no se da por
vencido. Wright nos recuerda: «Aun cuando vivimos en una tierra maldita, a la vez
vivimos en una tierra que está bajo el pacto» (Wright:435). Vivimos en una tierra a la
cual Dios amó tanto que envió a su único Hijo a nacer en ella, a vivir, enseñar, sanar y
morir en ella, a resucitar de ella y a establecer en ella su reinado reconciliador. El
reinado justo de Dios se ha instalado a través de Cristo en la misma tierra que
pisoteamos, en el aire que respiramos, en el agua que bebemos. Y Dios está renovando
toda la creación, convirtiéndola en un cielo nuevo y una tierra nueva (Isaías 65).

Contrariamente a muchos escenarios escatológicos que habrían aniquilado a este


mundo, la enseñanza bíblica afirma que esta tierra acabará en el basural, desechada
como material inútil. En efecto, en la época de Noé, las aguas del juicio arrasaron la
maldad de manera tal que la creación pudiera ser renovada. Así otra vez, en el día del
juicio final, todas las cosas quedarán expuestas como afirma 2 Pedro 3.10. Sin embargo,
como explica Wright: «El propósito de la conflagración que se describe en este pasaje
no es la devastación del cosmos en sí mismo, sino más bien la purificación del orden
pecaminoso del mundo en que vivimos, por medio de la destrucción de todo lo malo
que hay en la creación, para establecer la nueva creación» (Wright: 544).

Por la gracia de Dios todos seremos reciclados para parecernos a la única imagen fiel y
verdadera de Dios, Jesucristo. Entonces, ya liberados del poder destructor del pecado
humano, nosotros y toda la creación de la cual formamos parte celebraremos
nuevamente porque Dios, nuestro creador, morará plenamente entre nosotros (Ap
21.3).

Nuestra misión, al enfrentar otro día en un mundo quebrantado, es ver y recordar,


esperar con anticipación esperanzada y vivir día a día con responsabilidad descansada.
Que esta conferencia sirva un poco como el arca en la cual Noé se vio obligado a
aprender a relacionarse de nuevo con los habitantes de ese microcosmos y a asumir la
responsabilidad por ellos. Que el Espíritu de Dios se mueva entre nosotros esta
semana, renueve las relaciones, restaure la imagen de Dios, siembre semillas de
anticipación esperanzada en nosotras y nosotros para que podamos vivir más
fielmente la misión de Dios como pueblo de Dios en la tierra de Dios. ¡Salgamos de
aquí y recibamos los regalos generosos de Dios!

Bibliografía

Norman Wirzba, «Care for the Plot of God’s Earth given to us» in Rutba, House, ed.
School(s) for Conversion: 12 Marks of a New Monasticism, Cascade Books, Wipf & Stock
Publishers, Eugene, 2005.

Christopher Wright, La misión de Dios: descubriendo el gran mensaje de la Biblia, Ediciones


Certeza Unida, Barcelona-Buenos Aires-La Paz-Lima, 2009.
2

En el jardín del Edén: la creación y la comunidad

Zac Niringiye

¿Qué anduvo mal? ¿Hay esperanza?

Titular en el periódico de Uganda del viernes 10 de julio de 2009: «Más de dos millones
de personas en el norte, este y oeste del Nilo están en riesgo de sufrir o morir de
hambre», anunció la Cruz Roja de Uganda.

«Ayer la agencia afirmó que Kitgum, Katakwi, Bukedea, Kumi, Soroti, Amuria,
Koboko, Adjumani, Nebbi, Arua y zonas de Kibale son las áreas [distritos de la zona
norte y este de Uganda] más golpeadas» (The New Vision,1 Kampala, sábado 11 de julio
de 2009).

La zona descripta en el relato del periódico cubre alrededor de un sexto de la superficie


de Uganda. ¿Cómo puede ser esto cierto en un país conocido por su buena provisión
de agua, con cerca del 17% o 51.000 km2 de su superficie cubierta con pantanos o aguas
abiertas, un país ubicado en la región interlacustre (entre los lagos) de África, una
región que recibe abundantes precipitaciones y rica en tierras arables?

El relato de The New Vision continúa: «Ayer Michael Nataka, secretario general de la
Cruz Roja de Uganda, atribuía el hambre a una sequía prolongada, a las plantaciones
fuera de época, a los efectos colaterales de las inundaciones de 2007 que destruyeron
Uganda del Este y a los cambios en los patrones del clima. La siguiente afirmación fue
después de una visita de evaluación a las zonas afectadas. “En algunas zonas donde los
campesinos sembraron tempranamente, los cultivos anduvieron bien. Pero en el mismo
pueblo se pueden encontrar cultivos que se están marchitando porque la gente sembró
tarde”, afirmó Nataka. “La región nunca se recuperó después de las inundaciones, las
cuales afectaron el ciclo de acopio de las semillas. También existe una falta de
información adecuada acerca del clima. La gente se confía de estaciones que han
cambiado desde entonces”».

Hambre de esta magnitud en un país con buena provisión de agua, con abundantes
precipitaciones y tierras arables es una contradicción en sí misma. Nos preguntamos:
¿qué anduvo mal? La respuesta es corta y sencilla: las alteraciones en los patrones
climáticos. En breve: ¡dos millones de personas en Uganda se enfrentan al hambre
como resultado del cambio climático!

El asunto del cambio climático da lugar a diversos temas de discusión y preguntas


críticas, ¡cuestiones de vida o muerte para muchos en nuestro mundo hoy! Millones y
millones de personas en el mundo, no sólo en Uganda, se enfrentan al sufrimiento y la
muerte a causa del hambre como resultado de patrones climáticos impredecibles que
son consecuencia de abusar de la naturaleza y el ambiente, causa principal del cambio

1 New Vision es el periódico nacional de mayor venta en Uganda.


climático. Hay muy pocas cosas sobre las cuales existe un consenso global, pero el
mundo entero está de acuerdo sobre esta cuestión: la humanidad enfrenta una crisis
ambiental sin precedentes en la historia del ser humano.

Sin embargo, estos temas y estas preguntas son cuestiones divinas, no sólo porque Dios
se preocupa por la humanidad sino también —y principalmente— porque «del Señor
es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos la habitan; porque él la
afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos» (Sal 24.1-2).

Entonces, cuando nos preguntamos qué anduvo mal, estamos indagando sobre qué
anduvo mal con la propiedad de Dios, sobre la cual él reclama el derecho absoluto. La
narración bíblica comienza con Dios: «Dios, en el principio...» (Gn 1.1). Dios es el único
actor en la escena de la creación. En ese momento él está solo; todo lo demás fue creado
y formado de la nada porque «la tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el
abismo» (Gn 1.2). Dios hizo que existiera eso que no era por su mandato: «Que exista...
y llegó a existir» (Gn 1.3); y una y otra vez: «Que exista...» o «Que haya...», «Y así
sucedió» (Gn 1.6-7; 1.9-10; 1.11-12; 1.14-15).

Dios estaba complacido con la calidad de su obra: cada vez «Dios consideró que esto
era bueno» (Gn 1.10, 12, 18, 21, 25). Pero, ¿cómo puede ser que éste no sea el cuadro
que vemos nosotros? ¿Qué anduvo mal? Ciertamente no es con la misma satisfacción
que Dios mira hoy «la tierra y todo cuanto hay en ella». Las alteraciones en los
patrones climáticos y las consecuentes catástrofes en la naturaleza y la vida sólo
pueden traerle tristeza a Dios.

Hay otras preguntas importantes que acompañan la pregunta sobre qué anduvo mal:
¿dónde está Dios? ¿Dios es simplemente un espectador mientras su creación sufre estas
alteraciones y catástrofes? ¿Hay otro relato —aparte de aquél de la devastación—
desde la creación? ¿Hay esperanza? ¿Hay otra historia, la historia de Dios sobre la
redención y la restauración de su creación? ¿Y dónde entramos nosotros en ambas
narraciones, tanto la de la devastación como la de la restauración? ¿Que papel jugamos
nosotros en la restauración del cuadro pintado en el relato de Génesis 1 y 2? Éstas son
las preguntas fundamentales de nuestra ponencia sobre el tema del cambio climático.

El punto de partida bíblico para abordar estas preguntas debe ser la historia misma de
la creación. Sólo podemos dimensionar la gravedad de lo que anduvo mal si
entendemos «lo que era» antes de que anduviera mal. Sin embargo, al volver a ese
relato, nos enfrentamos con el desafío de entender su mensaje. El lenguaje de la
narración de Génesis es extraño para las mentes de quienes vivimos en el siglo 21, en la
selva de cemento de las ciudades modernas. Es peor para las mentes occidentales que,
por más de tres siglos de civilización occidental, hemos estado programados a
desconfiar de la historia. Sin embargo, la historia es el lenguaje más poderoso para
explicar un misterio.

Yo me crié en la zona rural de Uganda y todavía recuerdo estar sentado con mi padre
junto al fogón y pedirle que me explicara los misterios de la vida. Siempre me
contestaba con una historia. De la misma manera, hoy nos volvemos a esa historia que
Moisés le contó a Israel, buscando explicarle al pueblo de Dios el misterio de Dios, de
la naturaleza y de la vida.
La creación: comunidad en Dios y con él

La primera realidad que nos golpea al leer la historia de Génesis, es simplemente esto:
que el cosmos entero le debe su existencia a Dios. De esta manera comienza la historia.
«Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra» (Gn 1.1). El principio de todo es Dios
mismo. Dios no sólo está en el principio, él es el principio. El principio mismo se
origina en él. Dios es tanto el origen como el originador de todo. Es Dios quien
establece qué es y qué será, convierte la nada en algo, el desorden en orden y la da
forma a algo sin forma.

Esta verdad es una marca. Es el primer fundamento para el compromiso cristiano con
cuestiones relacionadas con el cambio climático. Es la primera premisa sobre la cual
basamos la acción cristiana para la conservación de la naturaleza y el ambiente.
Diferencia a quienes se aferran a una fe en Dios de quienes, de la misma manera, son
apasionados por el cuidado de la naturaleza y el ambiente pero no creen que fue hecho.
Tristemente, y hablando en términos generales, los cristianos y la iglesia cristiana —
especialmente el ala evangélica— se han demorado en formar parte del movimiento
por el cuidado del ambiente. Esto debería avergonzarnos. Sin embargo, dejando a un
lado la vergüenza, me pregunto si no debemos indagar acerca de las bases mismas que
han nutrido nuestra fe. Por un lado, podemos creer tanto en el creador que damos por
sentada su creación, lo cual es absurdo. Un punto ciego del cristianismo evangélico es
haber descuidado la centralidad y el significado de los relatos de la creación de Génesis
para entender a Dios, su reino y sus propósitos hoy. Por otro lado, como los israelitas
de antaño, hemos reducido a Dios simplemente a una deidad étnica o provincial, cuyas
preocupaciones son sólo «evangélicas» y nada más. Sencillamente hemos reducido el
evangelio a la salvación de la humanidad y hemos dejado a un lado el hecho de que él,
que salva la humanidad, es quien creó los cielos y la tierra y también tiene un
propósito para ellos.

Debemos prestar atención al llamado del profeta Isaías, para pensar en Dios y ser
confrontados por él, quien «reina sobre la bóveda de la tierra, cuyos habitantes son
como langostas. Él extiende los cielos como un toldo, y los despliega como carpa para
ser habitada» (Is 40.22). Al levantar nuestros ojos para contemplar la maravilla y la
majestuosidad —y aún la devastación— de la naturaleza, debemos inclinarnos ante «el
que ordena la multitud de estrellas una por una, y llama a cada una por su nombre. ¡Es
tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza, que no falta ninguna de ellas!» (Is
40.26).

La segunda verdad que debemos afrontar a partir de las páginas de Génesis 1 y 2 es


que todo existe por un proceso que se dio durante un período de tiempo. El propósito
de la narración no es darnos los detalles científicos de cómo comenzó a existir todo.
Nos lo cuenta con grandes pinceladas. En primer lugar, el proceso de la creación trajo
aparejado el orden y la forma a partir del caos y las cosas sin forma (Gn 1.2). Sólo para
que no demos por sentado el proceso, se nos dice sencillamente que es Dios, por su
Espíritu, que caviló sobre el caos y las cosas sin forma, y se generaron el orden y las
formas. El hecho de un universo ordenado, definido y predecible no se debe dar por
sentado; es la obra del Arquitecto. En segundo lugar, Dios simplemente le ordenó al
universo que fuera: «¡Qué exista... y llegó a existir» (Gn 1.3); y una y otra vez: «¡Qué
haya... Y así sucedió...» (Gn 1.6-7; 1.9-10; 1.11-12; 1.14-15). La palabra de Dios es poder
de creación. En tercer lugar, hay una productividad y una interdependencia intrínsecas
en las cosas creadas. El principio de «uno y muchos» está arraigado en la creación: un
origen y un proceso que producen muchos seres vivos y no vivos. Dice: «¡Qué rebosen
de seres vivientes las aguas, y que vuelen las aves sobre la tierra a lo largo del
firmamento!» (Gn 1.20) y «¡Qué produzca la tierra seres vivientes: animales
domésticos, animales salvajes, reptiles, según su especie!» (Gn 1.24).

Los procesos de las acciones de Dios en la creación activan procesos naturales. La


naturaleza tiene incorporados procesos que la mantienen y sustentan, donde cada
proceso trabaja de manera combinada con los otros procesos. Los ecosistemas son un
conjunto de procesos que permiten mantener el equilibrio ecológico y la salud de la
naturaleza. Esto es lo que hace posible cualquier estudio de la naturaleza y el universo
en su inmensidad y pequeñez. El universo es comprensible. Aquí no hay distinción
entre procesos naturales o espirituales porque todos se originan en Dios.

En tercer lugar, Dios se siente satisfecho con la calidad de su obra, ya que cada vez vio
«consideró que esto era bueno» (Gn 1.10, 12, 18, 21, 25). El proceso y el producto le
dieron gloria al creador, alegría y satisfacción en sí mismo. Sin lugar a dudas, el clímax
de la gloria está en la creación del ser humano, hecho a imagen de Dios, reflejando la
gloria de Dios de manera que ningún otro ser lo había hecho antes. No es ninguna
sorpresa que, con la creación del ser humano, «Dios miró todo lo que había hecho, y
consideró que era muy bueno» (Gn 1.31). Había una armonía total, y eso era
satisfactorio a sus ojos. Misión cumplida: ¡logró su satisfacción y gloria! Totalmente
satisfecho, Dios —que no necesita descanso ya que no se cansa como el ser humano—
«descansó de toda su obra creadora» (Gn 2.3).

El propósito de la creación es la alabanza y la gloria de Dios. Cualquier pasión


auténtica por Dios se debe reflejar en una pasión por su creación, de la misma manera
que el salmista descubrió en su búsqueda de Dios que «los cielos cuentan la gloria de
Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos» (Sal 19.1). Esta verdad es otra
marca para el involucramiento apasionado de un cristiano en el cuidado de la
naturaleza y de nuestro ambiente. La alabanza y la gloria de Dios deben ser la
motivación principal.

Debemos notar que Dios no se siente satisfecho a la distancia. Él está presente con lo
que creó. No es simplemente que él está presente durante la creación sino más bien que
la creación está presente en él. Ésta es la esencia del jardín del Edén: un cuadro que
muestra la intención de Dios para la vida, de armonía total de la creación en Dios, la
comunidad en Dios. El jardín no es todo el cuadro sino una representación donde se
expone la esencia del todo. Es un cuadro de la tierra, donde la vida y la comunidad
prosperan como lo ordenó Dios; una representación de la armonía, el crecimiento y la
reproducción (Gn 2.4-14). En el jardín vemos el papel de quien es el portador de la
imagen de Dios.

El ser humano, mayordomía en comunidad

Cuando leemos la historia de la creación en Génesis 1 y llegamos al acto de la creación


del ser humano, hay un cambio radical en el escenario. Es el único acto de toda la obra
de la creación que requiere una acción comunitaria. Mientras el resto de la creación
llega a existir mediante una orden: «¡Que exista...», la creación del ser humano necesitó
de una llamada en conferencia. En este acto Dios se convoca a sí mismo: «hagamos» (lo
que nosotros llamaríamos el Dios-comunidad) «al ser humano a nuestra imagen y
semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar... y sobre todos los reptiles que
se arrastran por el suelo» (Gn 1.26). La humanidad es el resultado de una acción del
Dios-comunidad. A diferencia del llamado impersonal de «¡Qué exista...» seguido por
«y así sucedió», en la creación del ser humano vemos no sólo la convocatoria al Dios-
comunidad sino que también se dirige al hombre y a la mujer en forma personal para
darles su bendición: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran
por el suelo» (Gn 1.28).

Notemos también que, mientras las demás criaturas fueron creadas «según su especie»
(Gn 1.21, 24, 25), el ser humano es hecho «a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1.26). El
ser humano es elegido entre toda la creación como único en cuanto a la relación con
Dios: «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y
mujer los creó» (Gn 1.27). El ser humano tenía algo del ser divino. En la narración de
Génesis 2 queda reflejada la singularidad de la creación del ser humano. Atkinson ha
notado que, en el acto de la creación del ser humano, hasta a Dios se le da un nombre
más profundo e íntimo: en el capítulo 1 es Dios; en el versículo 2.4b es «Dios el Señor»,
donde «Señor» representa el nombre del Dios del pacto: Yaveh. Nuestro foco ya no es
la perspectiva cósmica de quien hizo las estrellas. Es la intimidad de la comunión con
quien llama al ser humano por su nombre.2

Y como continúa el relato, Dios «sopló en su nariz hálito de vida» (Gn 2.7). Esto no es
simplemente una relación de entidades separadas sino más bien una relación de tipo
genético. En lenguaje común podríamos decir que el ser humano lleva un poco de los
«genes del Dios-comunidad». El ser humano, a diferencia de otros seres, disfrutó de
una relación en la cual había comunicación. El «ser humano» se comunica con el «ser
Dios» debido a un «ser» compartido en comunidad. La comunidad es la realidad social
—la entidad— creada por la comunión. Y como el ser divino es en comunidad, sólo «en
comunidad» el ser-humano puede parecerse a Dios. El ser humano no es completo
hasta que haya «otro». El hecho de que Dios reconoce que «no es bueno que el hombre
esté solo» (Gn 12.18) implica el estado incompleto del ser humano en ese momento de
la obra de la creación. Con razón, sólo cuando hay hombre y mujer, se celebra el hecho
de «ser»: «[El hombre] exclamó: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se
llamará ‘mujer’ porque del hombre fue sacada”» (Gn 2.23).

La identidad del ser humano se da en comunidad. John Mbiti, uno de los teólogos
pioneros de África, expresó muy bien esta verdad. Al reflexionar sobre la importancia
del tema de la comunidad para definir la identidad humana en las sociedades africanas
originarias, Mbite afirma que, para los africanos, la identidad humana se sintetiza en el
axioma: «Yo soy porque somos; y ya que somos, por lo tanto yo soy».3 El ser-humano es
en comunidad de la misma manera que el ser-Dios es en comunidad.

Así, confiadamente, Dios transmite la continuación de su obra de creación con el


mandato de que «llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves
del cielo...» (Gn 1.28). Otra vez, el relato de Génesis 2 expresa la misma verdad pero de

2 David Atkinson, The Message of Genesis 1-11, Inter-Varsity Press, Leicester, 1990, p. 54.
3 John Mbiti, African Traditional Religions and Philosophy, Heineman, Londres, 1969, pp. 108-109.
otra manera. Es el cuadro del jardín que plantó Dios, después de lo cual «Dios el Señor
tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Gn
2.15). La obra creadora de Dios debía continuar en sociedad con el ser humano, ahora
como co-obrero, explotando todo su potencial y cuidando de él. Dios se dirige al ser
humano en forma personal y dice «sean fructíferos...», lo cual da por sentado la
posibilidad de reaccionar o responder. Una respuesta trae aparejada una elección. Una
elección es posible donde hay libertad. La elección es el ejercicio de la responsabilidad
de la libertad. «Dios el Señor hizo que creciera toda clase de árboles hermosos, los
cuales daban frutos buenos y apetecibles», pero también le pone límites al ser humano:
«Dios el Señor... le dio este mandato: “Puedes comer de todos los árboles del jardín,
pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él
comas, ciertamente morirás”» (Gn 2.15-17).

Se puede decir también que la libertad es la celebración de una relación y de la


responsabilidad. La celebración de la comunión y de la comunidad se da dentro de
ciertos límites. La libertad es el regalo de Dios y es su invitación a tener una relación de
socios y a la comunión. La obediencia es la respuesta del ser humano que expresa el
agradecimiento constante y el reconocimiento continuo de que «todas las cosas vienen
de Dios». Así, el orden ecológico, la vida, la armonía, el crecimiento y la reproducción
del orden creado se mantendrían a través del ejercicio de una mayordomía responsable
por parte del ser humano en el contexto del «ser en unión» (comunión) con Dios. La
comunión de la creación-comunidad sólo podría continuar disfrutándose en
obediencia. La alabanza y la gloria de Dios por parte de la creación continuarían por la
obediencia del ser humano.

La analogía de la relación de los padres con sus hijos podría derramar más luz sobre la
naturaleza de la relación entre Dios-comunidad y el ser humano. En primer lugar, la
semejanza se da a nivel biológico: los hijos llevan algunos genes de sus padres. Esto es
un hecho, de la misma manera se da en el ser humano la semejanza a Dios. Pero si los
hijos, una vez adultos, adoptan los valores y la manera de ser de sus padres, ya es
cuestión de su elección. Si los hijos eligen valores que se contraponen a los modos y las
costumbres de sus padres, no dejarán de ser sus hijos, pero se resentirá la relación.

El jardín del Edén es el lugar donde el ser humano debe ejercer esta responsabilidad.
Es la arena donde se experimenta la comunión entre Dios, su creación y la humanidad.
En ese jardín, «Dios el Señor formó... toda ave del cielo y todo animal del campo, y se
los llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre les puso nombre a
todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce» (Gn 2. 19). La acción de «poner
nombre» es el ejercicio de co-crear; también establece una relación de dominio o
posesión. El jardín era el lugar donde el ser humano debía ejercer la mayordomía. Así,
la tierra es el lugar no sólo donde prospera la relación del ser humano con Dios;
también es el lugar donde prospera la relación con el resto de la creación. El jardín del
Edén es el cuadro donde queda plasmada la idea de Dios con respecto a la comunidad:
el ser humano en unión con Dios; la comunión de la creación en Dios; la armonía, la
comunión y la celebración de la creación en comunidad; y el ser humano cumpliendo
su raison d´etre: un mayordomo, trabajando por el jardín y cuidando de él.

Una visión de la restauración de la creación-comunidad

La devastación que sufren los campesinos de Uganda como resultado del impacto del
cambio climático no se da únicamente en África. Uno puede escribir acerca de los ríos
de Asia que crecen y producen inundaciones, devastando así poblados y comunidades
enteras; o de los huracanes en América, cuya venganza actual no tiene paralelo en la
historia; o los glaciares que se derriten en el Ártico y en la Antártida. Uno podría
esperar que con esto toda la raza humana se despertaría y así se daría cuenta del hecho
de que vivimos en un único jardín y gracias a él, y que el mandato de «cultivarlo y
cuidarlo» es para toda la humanidad. No es que algunos lo trabajan, explotan todo su
potencial y maximizan el consumo, mientras que otros lo cuidan, preservando los
mamíferos, las aves, los reptiles, los peces y los anfibios, como también sus hábitats: las
aguas, la fauna y la flora. La historia del jardín del Edén nos recuerda a todos que el
jardín actual no es lo que debería ser.

Pero el cuadro que se pinta del jardín del Edén también nos deja con la expectativa y la
esperanza de algo parecido. ¿No es ésta la visión del reinado mesiánico que proclamó
el profeta Isaías?: «El Espíritu del Señor reposará sobre él: espíritu de sabiduría y de
entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del
Señor. Él se deleitará en el temor del Señor» (Is 11.2). Bajo su reinado justo, «El lobo
vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito y juntos andarán el ternero y
el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías
se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a
la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. No
harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el
conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas (Is 11.6-9).

El profeta es claro en cuanto a que únicamente Dios hará de esto una realidad, a través
de él sobre quien reposa su Espíritu. Éste es un recordatorio importante para nosotros:
que ningún esfuerzo humano solo podrá restaurar el universo. Es el correctivo
necesario de cualquier esperanza utópica basada en la visión del progreso humano.
También debería servir como correctivo de las perspectivas teológicas del mandato de
mayordomía, que parecen sugerir que la restauración depende de la iniciativa humana.
Es fundamental entender el mandato de la mayordomía en el contexto de Dios-
creación-comunidad. La iniciativa humana —hoy, a igual que en ese momento— debe
ser una acción en respuesta obediente a Dios.
3

En el jardín del Edén: la creación-comunidad alterada, desgarrada

Zac Niringiye

Un cuadro que nos asombra y deja perplejos

Comparemos el cuadro del jardín del Edén y el jardín actual, la Tierra. En aquel
momento Dios lo miró y consideró que era muy bueno: los sistemas de luces y
los ecosistemas; las aguas de la tierra y sus habitantes; la vegetación con su
diversidad y dispersión; los reinos animal y vegetal; y la humanidad. Todos en
armonía. La creación-comunidad en Dios. Todo era del agrado de Dios.

¿Qué ve Dios hoy? Si lo que ve Dios es lo mismo que vemos nosotros (¡y
seguramente él debe ver más!) es un jardín hecho un desastre, dañado y
alterado. En lugar de armonía y comunión, hay enajenamiento, hostilidad y
rivalidad; en lugar de crecimiento sano y reproducción, hay degradación de la
vegetación, los bosques y los sistemas de agua; en lugar de dignidad humana
caracterizada por la productividad y el cuidado de la creación (trabajo),
comunión y obediencia (adoración al creador), hay pobreza, conflictos y
guerras. Se parece más al caos, el vacío, la oscuridad y las cosas sin forma del
principio. Sólo que ahora no podemos decir que «el Espíritu de Dios va y viene
sobre la superficie de las aguas»; más bien parece que es el espíritu de las
tinieblas y la desesperación que va y viene sobre los cielos del globo,
amenazado por la extinción que resulta del cambio climático. Es verdad que la
humanidad se ha multiplicado y ha llenado la tierra; lo que Dios ve es un
consumo irresponsable, irracional y desenfrenado, que conduce al agotamiento
y la destrucción de los ecosistemas. ¿No escucharon que el progreso en el jardín
actual se mide en una escala de índices de consumo?

¿Qué anduvo mal? ¿Cómo fue que un jardín tan hermoso en donde reinaba la
armonía —verdaderamente un paraíso— se convirtiera en el jardín que
conocemos hoy?

Uno no puede comparar y contrastar los dos jardines —el Edén de aquel tiempo
y la Tierra de hoy— y no quedar asombrado y perplejo. Lo más llamativo es
que muchos en nuestro mundo actual viven como si todo estuviera bien y
consideran que las cosas siempre fueron así. La preocupación de quienes les
golpeó la crisis financiera actual —la minoría de la humanidad— es restablecer
sus fortunas y volver a los elevados índices de consumo de los años pasados.
Mientras tanto, la mayoría de la raza humana, que chapaleó como pudo en la
pobreza durante los años previos a la crisis crediticia, teme que los días post-
crisis serán peores para ellos.

Debe ser esta sensación de perplejidad y asombro la que tuvo Moisés cuando
desempeñó su trabajo como pastor del rebaño de Jetro en Madián. Ya habían
pasado cuarenta años desde que había huido de Egipto temiendo por su vida.
Pero el recuerdo de sus primeros cuarenta años debe haberlo hecho sentir que
fue ayer. Se había criado en la casa del rey de Egipto, el faraón, mientras sus
hermanos de sangre, los israelitas, se lamentaban y sufrían como esclavos bajo
la mano dura de los egipcios. Ocasionalmente debe haberse escapado de las
comodidades del palacio para visitar a sus hermanos hebreos en los campos de
trabajo. Debe haberles preguntado a los ancianos cómo fue que el pueblo de
Dios llegó a estar esclavo. Ellos le deben haber contado la historia de cómo sus
antecesores migraron a Egipto buscando comida y luego «tuvieron muchos
hijos, y a tal grado se multiplicaron que fueron haciéndose más y más
poderosos. El país se fue llenando de ellos» (Éx 1.7).

En el corazón de esta historia estaba Yaveh, su Dios, y su esperanza de que un


día él traería el fin a su esclavitud, recordando uno de los mensajes de
despedida de José: «sin duda Dios vendrá a ayudarlos, y los llevará de este país
a la tierra que prometió a Abraham, Isaac y Jacob» (Gn 50.24). Es una historia
que pasó de generación en generación, a lo largo de un período de cuatrocientos
años. Moisés estaba irritado y angustiado por los relatos y la miseria de su
pueblo. Así que, un día, cuando vio un egipcio golpeando a uno de sus
hermanos, actuó en defensa del hebreo y mató al egipcio. Luego Moisés se dio
cuenta de que su vida estaba en peligro; de hecho, el faraón trató de matarlo.
Así que huyó. De esta manera encuentra su camino a Madián. Allí goza del
favor de la familia de un hombre pudiente, Jetro, un sacerdote de Madián. Se
casa con una de sus hijas y se hace pastor de su rebaño.

Y ahora, en las planicies y montañas del desierto de Sinaí, pasa sus días como
«un extranjero en tierra extraña» (Éx 2.22). Me pregunto si, al recordar su vida
en el palacio del faraón y la miseria de los hebreos, sus hermanos de sangre, no
estaba sorprendido y a la vez extrañado por cómo el Dios de sus antepasados
podía permitir que le sucediera esto a su pueblo. ¿Por qué Yaveh no había
cumplido su promesa? Y entonces, justamente envuelto en estos pensamientos,
al pastorear en el monte Horeb, tiene un encuentro con Dios. Moisés debe haber
pensado que era un sueño cuando Dios le anuncia su intención de usarlo como
instrumento para sacar a Israel de la esclavitud en Egipto. ¿Qué anduvo mal?
¿Cómo podía ser esto? Habían pasado cuatrocientos años de esclavitud y
cautiverio para el pueblo hebreo. ¿Dónde estaba este «Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob» (Éx 3.6)? Muchas generaciones habían llegado y pasado, y la
era patriarcal había quedado tan distante en el tiempo que el conocimiento y la
adoración del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob seguramente habían
perdido significado. Así que le pregunta más a Dios: «Supongamos que me
presento ante los israelitas y le digo: “El Dios de sus antepasados me ha
enviado a ustedes”. ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”»
(Éx 3.14). Moisés le estaba preguntado a Dios: ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
¿Dónde has estado?

«YO SOY EL QUE SOY —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes
que decirles a los israelitas: “YO SOY me ha enviada a ustedes”. Además, Dios
le dijo a Moisés: Diles esto a los israelitas: “El SEÑOR, el Dios de sus
antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes.
Éste es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones”» (Éx
3.14-15).
La narración de Génesis es la respuesta de Dios a Moisés. Dios fue enfático con
Moisés. Yaveh, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es el Creador del
universo. Y entonces, Dios le mostró el cuadro del jardín: la armonía, la belleza,
la plenitud y la gloria: una representación de lo que era antes de que anduviera
mal. Y luego, la explicación: el sufrimiento del pueblo hebreo como esclavos en
Egipto tenía sus raíces en lo que anduvo drásticamente mal en el jardín del
Edén.

El ser humano: la gran decepción y desilusión

El jardín del Edén era el lugar donde celebrar la creación-comunidad; donde el


ser humano ejercía su libertad y, en obediencia a Dios, lo cultivaba y cuidaba
(Gn 2.15). No puede haber obediencia donde no hay libertad; y no puede haber
libertad, donde no se puede elegir. La historia de la serpiente en Génesis 3 nos
cuenta cómo se malgastó la oportunidad que tuvo el ser humano para ejercer la
libertad de obedecer al Creador, y así mantener el jardín como lo había
diseñado Dios, y de darle la satisfacción y la gloria a él.

La serpiente no hace ningún mal al mostrarle al ser humano que él tiene la


libertad de obedecer. Lo que no tiene límites es la tentación de traspasar los
límites de Dios y, al hacer esto, de parecerse a Dios. La decisión fue sencilla:
vivir de acuerdo al designio de Dios, dentro de los límites de la libertad, o
traspasar los límites, y de esa manera rebelarse contra Dios y su designio. La
primera era la elección de complacer al creador y traerle gloria y satisfacción. La
segunda era una elección de obedecer a otro, aparte del creador, y complacer al
propio ser humano. En lugar de que Dios reciba la gloria reservada sólo para él,
el ser humano es tentado a compartirla: «llegarán a ser como Dios, conocedores
del bien y del mal» (Gn. 3.5). La tentación no es parecerse a Dios porque el ser
humano ya compartía el parecido con Dios; la tentación es que «se les abrirán
los ojos y llegarán a ser... conocedores del bien y del mal», satisfacción y gloria
para el ser humano que debían ser únicamente para Dios. La elección era entre
la satisfacción propia y la obediencia, o entre la codicia y la idolatría. Idolatría
sencillamente es atribuirle a otro la gloria que se merece el creador. Y como el
único «otro» aparte del creador es la criatura, la idolatría es atribuirle la criatura
la gloria que se merece el creador.

El ser humano eligió la segunda opción: traspasó los límites de la libertad para
su propia gloria. El perjuicio fue inmediato, como Dios lo había advertido (Gn
2.17). Era muerte en todo el derredor. A pesar de que «se les abrieron los ojos»
(Gn 3.7) y tenían «conocimiento del bien y del mal» (Gn 3.22), también
«tomaron conciencia de su desnudez» (Gn 3.7). La inocencia del ser humano
murió. En lugar de la gloria prometida, fue la vergüenza; y Dios, quien hasta
aquí había sido su morada segura, ya no es segura, porque «cuando el día
comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo
el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles para que Dios no los
viera» (Gn 3.8). La respuesta del ser humano al llamado de Dios, «¿dónde
estás?”, revela la extensión del perjuicio. Adán contestó: «Escuché que andabas
por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí» (Gn
3.10) La relación se rompe. Dios se ha convertido en un extraño cuya presencia
infunde temor. El jardín ya no es el lugar donde celebrar la creación-
comunidad; se convierte en un lugar donde esconderse del creador.

El perjuicio sobre la creación-comunidad

Ya hemos hecho referencia a la primera causa de la gran decepción: el hecho de


ser «humano». Ya no es lo mismo. El «modelo» humano que hasta aquí
quedaba definido por la relación con el creador, una relación de confianza y
obediencia, ahora queda definido por el temor y la vergüenza (Gn 3.10). El
resultado inmediato es la fractura en la comunidad humana, hombre y mujer.
Niegan que cada uno sea la cara complementaria del mismo ser. El canto de
gratitud, celebración y armonía cuando se cumplió el proyecto del ser humano
se transformó en culpa y rivalidad. La mujer ya no es para el hombre «hueso de
mis huesos» sino «la mujer que me diste por compañera» (Gn 3.12). El hombre
tiene el coraje de culpar también al creador.

La historia de Caín y Abel, que sigue inmediatamente después, ilustra la


extensión del perjuicio para la humanidad. Los celos, el odio y la crueldad que
Caín siente hacia Abel son totalmente irracionales. Ambos trabajan en el campo
—Caín trabaja la tierra mientras Abel cuida del ganado— y ambos le traían
ofrendas a Dios, pero Caín está enojado con Dios porque no los trata a los dos
de la misma manera. En lugar de cuestionarlo a Dios, para lo cual parece que
Dios estaba abierto, Caín transfiere a Abel su enojo con Dios. Lo mata. Entonces
Dios le pide a Caín que asuma la responsabilidad por su acción y le pregunta
qué hizo con su hermano. La respuesta de Caín da miedo, teniendo en cuenta
quién le habla: «No lo sé. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?» (Gn
4.9). ¡Tan insensible y frío! Ésta es la extensión del alejamiento entre Dios y el
ser humano y entre los seres humanos.

La armonía de la humanidad con el resto de la creación, y dentro de la misma


creación, también se fracturó. El juego de echarle la culpa al otro continúa. En
lugar de asumir la responsabilidad por actuar fuera de los límites de Dios, Eva
le echó la culpa a la serpiente. En cuanto al resto de la creación, sólo una
palabra describe la consecuencia: maldición. Todo está maldito porque Dios, la
fuente de bendición, ya no es el centro y base de la creación-comunidad. Y
como Dios no se siente satisfecho ni es glorificado por lo que ve, no puede
haber bendición. El trabajo y la reproducción también son malditos. De aquí en
adelante, serán con sudor y dolor para la humanidad, y ya no con alegría y
placer como antes. La tierra también es maldita (Gn 3.17). Ya no cooperará con
el ser humano. Ya no producirá sólo alimento cuando se la trabaja: también
crecerán cardos y espinas.

La narración del jardín del Edén termina con Dios expulsando al ser humano
del jardín del Edén, con guardas ubicados en la entrada del jardín para evitar
que vuelva a entrar y para «custodiar el camino que lleva al árbol de la vida».
Aunque el juicio en sí mismo es duro y riguroso, es justamente lo que da
esperanza. En primer lugar, el jardín no fue destruido; todavía está allí. En
segundo lugar, Dios no quería que el ser humano viviera para siempre en
estado de rebelión: «no vaya a ser que [el ser humano] extienda su mano y
también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre» (Gn
3.22). La rebelión del ser humano, la muerte, el daño, la perversión y la fractura
que produjo como consecuencias en la creación-comunidad de Dios no fue la
última palabra.

La creación-comunidad desgarrada por la idolatría y la codicia

Continuando con la metáfora del jardín, el cuadro hoy es más complicado. Hay
dos movimientos en acción dentro de la creación-comunidad: uno, como
resultante de la expulsión del jardín del Edén, la vida en el frío y la oscuridad
de la perversión humana; y el otro, que resulta de la acción de Dios en Cristo,
que garantiza el acceso al árbol de la vida: un reflejo de la vida como era en el
jardín del Edén. Y así como en el jardín del Edén el ser humano tenía la libertad
de elegir, de la misma manera es hoy. El ser humano tiene la libertad de elegir a
qué movimiento se unirá: al movimiento de perversión y muerte o al
movimiento del evangelio y la vida eterna.

Hoy es como era entonces. Ahora que hay acceso al árbol de la vida, la
decepción y el engaño del jardín del Edén prohíben el reingreso a la experiencia
de la creación-comunidad como era la intención de Dios. El apóstol Pablo
expuso esto en Romanos 1.18-32. En primer lugar, continúa el mismo juicio
«contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos» (Ro 1.18). En segundo
lugar, la «impiedad e injusticia» se manifiesta en la idolatría y la codicia. Pablo
escribe acerca de la idolatría: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo
glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus
inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque
afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios
inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los
cuadrúpedos y de los reptiles» (Ro 1.21-23).

La idolatría cambia la gloria del creador por la creación, ya sea animada o


inanimada. Cambia «la verdad de Dios por la mentira», y la adoración y el
servicio «a los seres creados antes que al creador, quien es bendito por siempre»
(Ro 1.25). Lo que ocurre es que los seres humanos eligen primero complacerse a
sí mismos, atribuyéndose el placer, la alabanza y la gloria que se merece el
creador.

La consecuencia de la idolatría es la codicia. La codicia es lo contrario a ejercer


la libertad responsablemente, dentro de los límites puestos por el creador.
Implica alimentar los placeres y la gloria del ser humano. Como estos placeres y
la gloria que buscan están fuera de los límites establecidos por Dios, se los llama
lujuria. También se los llama deseos pecaminosos, porque el objetivo de la
pasión no es el placer y la gloria de Dios sino el placer y la gloria del ser
humano. Pablo escribe que «Dios los entregó a pasiones vergonzosas» (Ro 1.26),
y «se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros» (Ro 1.27). El
resultado es una comunidad fracturada y desgarrada, una comunidad llena «de
toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación», «están repletos de
envidia, homicidios, disensiones, engaño y malicia. Son chismosos,
calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios y arrogantes; se
ingenian maldades; se rebelan contra sus padres; son insensatos, desleales,
insensibles, despiadados» (Ro 1.29, 30, 31).
¡Qué descripción tan pertinente de la sociedad contemporánea moderna! Una
sociedad idólatra y codiciosa; una sociedad que ha perdido el sentido de
agradar a Dios y se está degenerando y alcanzando niveles impensables de
placer propio; una sociedad que ha perdido el sentido y la conexión con el otro,
el prójimo; una sociedad que ha perdido el sentido de un jardín, al cual nos
mandaron a todos que lo trabajáramos y cuidáramos. La manera en que los
ricos continúan consumiendo mientras los pobres chapalean en la pobreza sólo
puede ser descripta como cruel e insensible. Los pobres son quienes pagan el
precio más alto por el cambio climático y, sin embargo, el cambio climático es
un resultado directo de los hábitos de consumo de los ricos. Los economistas
nos dicen que el flujo neto de recursos en la economía global no es de los ricos
hacia los pobres sino ¡de los pobres hacia los ricos!

Desafortunadamente, varios esfuerzos bien intencionados de restaurar la


armonía y la comunión global muchas veces han sido orientados erróneamente.
Por ejemplo, durante los últimos 20 años ha habido un fuerte movimiento
mundial para «Que la pobreza sea historia», ¡como si el mal de nuestro mundo
fuera la pobreza! No nos sorprende que no se hayan dado cuenta de cuáles eran
nuestras expectativas. ¡Lo que se necesita abordar y tratar es el tema de la
codicia! ¡El desafío de la humanidad es hacer que la codicia sea historia! No
estoy tan seguro de que si se hiciera esto, la pobreza material se volvería
historia. Una cosa es segura: al hacerlo, se agradaría a Dios y se defendería la
dignidad humana. Para entonces nuestro foco estará puesto en garantizar que
los codiciosos y corruptos no le nieguen el trabajo a ningún ser humano; que la
naturaleza y el ambiente no sean sobreexplotados para alimentar la codicia
humana.

Pero el mayor mal ni siquiera es la codicia, como hemos visto. Es el ateísmo y la


idolatría. La idolatría es tan insidiosa que se ha metido hasta en nuestras
iglesias. Las iglesias actuales se han vuelto parte del sistema de eco-consumo de
nuestra sociedad. El desafío y la oportunidad que se nos presenta, a quienes nos
asociamos al movimiento que resulta de la acción de Dios por medio de Cristo,
es reenfocar nuestras energías hacia la búsqueda de la satisfacción y la gloria de
Dios. Repudiemos los esfuerzos de servirnos, glorificarnos y agradarnos a
nosotros mismos, aún en causas justas como puede ser el cuidado de la
creación. Es hora de dejar de apartarnos del discurso teológico en los medios
públicos. Nos creímos la mentira de que debemos limitar cualquier discusión
acerca del creador a un espacio religioso, como puede ser el templo. Es increíble
que podamos hablar acerca de la creación, el cosmos, la naturaleza y el
ambiente sin hablar del creador. El mundo necesita saber que la creación podrá
encontrar el sentido de comunidad que perdió si se vuelve a buscar y agradar a
Dios. Confiadamente debemos afirmar, como Jesús le enseñó a sus discípulos,
que es buscando a Dios, su reino (gloria) y su justicia que todas las cosas,
incluyendo el restablecimiento de los patrones climáticos, serán añadidas (Mt
6.33).
RPDB – July 16

Cielo nuevo y tierra nueva: una comunidad restaurada

Ruth Padilla DeBorst

El lugar del nunca más

Todos los días pasé por ese lugar camino al colegio en el centro de Buenos Aires, sin
sospechar los horrores que se escondían más allá de los prolijos parques, detrás de las
paredes blancas del imponente edificio. Durante la dictadura militar (1976-1983), casi
5000 personas fueron detenidas ilegalmente y torturadas en la Escuela Superior de
Mecánica de la Armada. Después fueron fusiladas, cremadas, arrojadas vivas desde
aviones al Río de la Plata o enterradas en fosas comunes. Un lugar de muerte. Una tierra
arruinada por la codicia y la violencia humanas.

Similar era para los antiguos israelitas el lugar que sus ancestros habían llamado el valle
de Acor, el valle de la desgracia. Fue allí donde el pecado de Acán, su codicia y engaño,
había amenazado destruir la relación de Dios con su pueblo. Allí Acán y toda su familia
habían sido apedreados a muerte junto con la plata que había robado del Señor (Jos
7.24-26). Un lugar de muerte. Una tierra arruinada por la codicia y la violencia
humanas.

El clamor de la gente, el clamor de la tierra

La muerte tiene muchas caras para los sufridos exiliados que recientemente han
regresado a su tierra después de años de cautividad en Babilonia. Se han derrumbado
sus altas expectativas. La tierra demora en dar fruto. Los gobernantes se hacen los
sordos. Los auto-establecidos líderes religiosos sólo se sirven a sí mismos. La opresión
es más mordaz cuando es ejercida por compatriotas. Se tienden mesas para ídolos
paganos mientras los pobres sufren hambre. Las prácticas paganas ahuyentan cualquier
pensamiento sobre el Dios de sus ancestros. Su propia tierra se ve afectada: ahora es un
valle de Acor, un lugar de muerte.

Desde la desolación de este valle de muerte, algunos claman a Dios como registra Isaías
64: «¡Ojalá rasgaras los cielos, y descendieras!» (v. 1).

La gente recuerda el poder de Dios entre ellos y en la naturaleza misma: «Hiciste


portentos inesperados cuando descendiste; ante tu presencia temblaron las montañas
(v. 3).

La gente reconoce la singularidad de Dios y su participación en la historia: «Fuera de ti,


desde tiempos antiguos nadie ha escuchado ni percibido, ni ojo alguno ha visto, a un
Dios que, como tú, actúe a favor de quienes en él confían» (v. 4).

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RPDB – July 16

Al tomar conciencia de esto, la gente confiesa la magnitud de su pecado y de sus


consecuencias alienantes: «¿Cómo podremos ser salvos? Todos somos como gente
impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos
marchitamos como hojas: nuestras iniquidades nos arrastran como el viento. Nadie
invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti (vv. 5-7).

La gente señala el impacto devastador de su rebelión sobre la misma tierra que habita:
«Nuestro santo y glorioso templo... ha sido devorado por el fuego. Ha quedado en
ruinas todo lo que más queríamos» (v. 11).

Por último, la gente afirma su dependencia e invoca la gracia de Dios: «A pesar de todo,
Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra
de tu mano. No te enojes demasiado, Señor; no te acuerdes siempre de nuestras
iniquidades. ¡Considera, por favor, que todos somos tu pueblo! (vv. 8-9).

Todos somos obra de tu mano: mujeres y hombres, ancianos y jóvenes, la tierra, el cielo,
el mar y todos los seres vivos. Todos somos obra de tu mano y de ti dependemos. A
todos nos duele y gemimos de dolor cuando nos separamos de ti y los unos de los otros.
¡Por favor, míranos con misericordia!

Una respuesta asombrosa

La respuesta de Dios mediante las palabras del profeta registradas en Isaías 65 no tarda
en llegar: Dios ve y, como en los tiempos de Noé, se aflige por el estado de las cosas.
Dios extiende su mano a todas las personas —incluyendo a quienes se rebelan— todo el
día (vv. 1-2) a causa de las pocas personas fieles que buscan a Dios (vv. 8-10). Gracias a
la intervención misericordiosa de Dios, hay esperanza para los asediados israelitas. Dios
promete restauración y renovación de la misma «tierra de la desgracia»: «Para mi
pueblo que me busca, Sarón será redil de ovejas; el valle de Acor, corral de vacas» (v.
10).

¡La tierra de muerte ahora es capaz de ofrecer descanso y sostener la vida de los
animales y de las personas! Las relaciones destrozadas por el pecado ahora son
remendadas por la mano re-creativa de Dios: «Cualquiera que en el país invoque una
bendición, lo hará por el Dios de la verdad; y cualquiera que jure en esta tierra, lo hará
por el Dios de la verdad. Las angustias del pasado han quedado en el olvido, las he
borrado de mi vista» (v. 16).

Dios, el pueblo de Dios y la tierra de Dios nuevamente están entretejidos con relaciones
justas que transforman radicalmente el panorama social, económico y ecológico. Pero
esto no es simplemente un remiendo, un ensamblaje de las piezas que hay a mano. La
visión del profeta (Is 65.17-25) continúa con una descripción sorprendente de re-
creación absoluta, una transformación que no deja nada sin afectar. El Dios que en un
principio creó el cielo y la tierra, afirma: «Presten atención, que estoy por crear un cielo
nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la
memoria (v. 17).

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RPDB – July 16

El Dios que en el principio contempló la creación y celebró su bondad, exclama:


«Alégrense más bien, y regocíjense por siempre, por lo que estoy a punto de crear:
Estoy por crear una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría. Me regocijaré por
Jerusalén y me alegraré en mi pueblo» (vv. 18-19).

«Quiero regocijarme otra vez, como lo hice en el principio», dice el creador y


sustentador de toda la vida. «¡Vengan ahora, acompáñenme! ¡Les mostraré por qué!»

Nunca más

Con el paso a la democracia en Argentina, se convocó una Comisión Nacional sobre la


Desaparición de Personas (CONADEP). El informe de los hallazgos de esta comisión se
publicaron en el libro «Nunca más».1 De manera similar, el profeta enumera las
perversidades de una creación descarrilada y, con trazo claro, pinta el cuadro del
«Nunca más» en la nueva Jerusalén.

«Nunca más habrá en ella niños que vivan pocos días...»: nunca más mortalidad infantil
debido a enfermedades fácilmente prevenibles y aguas contaminadas.

«...ni ancianos que no completen sus años»: nunca más la muerte prematura ni el
abandono y el desamparo de los ancianos a una vida sin dignidad, como piezas
obsoletas de la maquinaria productiva.

«Ya no construirán casas para que otros las habiten...»: nunca más la expropiación
abusiva, ni familias enteras asentadas precariamente hoy y desalojadas mañana, ni
gente sin techo deambulando por las calles.

«...ni plantarán viñas para que otros coman... mis escogidos disfrutarán de las obras de
sus manos»: nunca más trabajará la gente para alimentar a otros mientras ellos padecen
hambre ni se fatigarán para que hijos de ajenos vivan como reyes. Nunca más será
administrada la tierra por industrias agrícolas que convierten el suelo en un objeto de
consumo y a las granjas locales en antigüedades.

«No trabajarán en vano, ni tendrán hijos para la desgracia...»: nunca más se verá la
gente forzada a trabajar por una limosna, ni en esclavitud, ni criarán a sus hijos sin
esperanza alguna para el futuro.

«El lobo y el cordero pacerán juntos; el león comerá paja como el buey... En todo mi
monte santo no habrá quien haga daño ni destruya»: nunca más la intervención
humana exterminará especies completas en detrimento de la biodiversidad que sostiene
la vida del ecosistema entero.

Un cielo nuevo y una tierra nueva: aquí y ahora, para ser vistos y saboreados, para ser

1 www.nuncamas.org/investig/articulo/nuncamas/nmas0001.htm.

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RPDB – July 16

oídos y gozados por toda la gente. Ésta es la visión esperanzadora que el profeta le
ofrece al pueblo de Israel a su retorno del exilio. Y siglos más tarde, esta misma
esperanza anima a otro pueblo asediado que sufre bajo la sombra opresora de la
hegemonía romana. El apóstol Juan avizora —en medio y más allá de la garra del
imperio que lo tiene prisionero— la vida en un cielo nuevo y una tierra nueva, en una
ciudad nueva y hermosa en la cual no hay lágrimas ni muerte, ni lamento, ni llanto, ni
dolor (Ap 21.1-5). ¡Y es por esto que Dios invita a toda su creación a unírsele en regocijo!

«¡Demasiado bueno para ser cierto!», exclamamos como auténticos representantes de


una generación sujeta por un escepticismo agobiante frente a las utopías terrenales.
Éstos son sueños ilusorios, susceptibles de ser evocados en sociedades preindustriales
con tecnología meramente rudimentaria. Hoy somos arrasados inevitablemente por un
torbellino de fuerzas y contrafuerzas globales regidas por una hegemónica economía de
mercado que gira a un ritmo tan voraz e imparable que sólo nos resta aferrarnos
tenazmente esperando no morir en el intento, molidos o pisoteados como lo son
millones de personas en todo el mundo y la misma naturaleza. Escenas bucólicas como
éstas son cosa de película, de utopías, de otro mundo o de algún futuro distante en un
reino celestial al cual sólo podemos esperar pacientemente mientras soportamos las
cargas de este mundo, hasta que Dios lo destruya por completo y comience nuevamente
de cero.

Dios con nosotros

Es obvio, entonces, que el record de los logros humanos no nos conduce más que a ese
callejón sin salida. La pobreza y la injusticia, la degradación ecológica y la extinción
gradual de muchas formas de vida denuncian que el mito del progreso humano no es
más que eso: una ilusión positivista y arrogante sin fundamento alguno en la realidad.
Debemos preguntarnos, entonces: ¿existen motivos para creer en la posibilidad de un
cielo nuevo y una tierra nueva dentro de la historia, sobre este planeta que sirve de
hogar para la humanidad? ¿Dónde está la clave —nos atrevemos a preguntar— para la
plenitud abundante que describen Isaías y Juan?

A los sufridos israelitas Dios les promete: «Antes que me llamen, yo les responderé;
todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado» (Is 65.24).

Dios está cerca y dispuesto a escuchar, a fundir las oraciones de sus criaturas con los
buenos propósitos de Dios. Y la marca más impactante de la nueva ciudad que avizora
Juan es que constituye el lugar de morada de Dios. Dios habita entre su pueblo: «¡Aquí,
entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos
serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios» (Ap 21.3).

Para la humanidad, «hogar» es donde se encuentra Dios. A lo largo de los años y


mediante las Escrituras, poetas y profetas, apóstoles y líderes de la iglesia atestiguan
que una tierra nueva es posible porque el trino Dios, su creador y único dueño, es el que
cuida de ella permanentemente y no ha renunciado al derecho amoroso y sacrificado
que ejerce sobre ella.

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RPDB – July 16

«Al Señor tu Dios le pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la tierra y todo lo
que hay en ella», enseña Moisés, según el autor de Deuteronomio (10.14).

«Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan» (Sal
24.1).

Con magnífico detalle, el Salmo 104 describe la acción del Espíritu de Dios, como
sustentador de la vida de todos los seres vivos: «Si escondes tu rostro, se aterran; si les
quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo. Pero si envías tu Espíritu, son creados y así
renuevas la faz de la tierra (29-30).

En franca incoherencia con los criterios terrenales de poder y propiedad, el acto


supremo de cuidado de la creación por parte del Dios que es comunidad, se cumple
mediante un pobre carpintero en una provincia relegada del imperio romano. A través
de Jesús, Emanuel, Dios con nosotros, el trino Dios asume el dolor y las limitaciones de
la existencia humana en una creación desgarrada por el pecado, con el fin de restaurar
las relaciones y traer la reconciliación bajo su reinado amoroso. Esto queda expresado
maravillosamente en Colosenses:

Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque


por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra,
visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha
sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por
medio de él forman un todo coherente. El es la cabeza del cuerpo, que es la
iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo
el primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por
medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la
tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que
derramó en la cruz (Col 1.15-20).

Nos habíamos preguntado si el cielo nuevo y la tierra nuevas eran posibles, aquí y
ahora. ¿No son sólo promesas para un futuro lejano una vez que este mundo cese de
existir?

Bueno, ¿recuerdan la Escuela de Mecánica de la Armada? Cuando la verdad salió a la


luz, el pueblo argentino emprendió el doloroso y arduo trabajo de afirmar y garantizar
que «nunca más». Las cicatrices son profundas y el camino por delante es largo, muy
largo. Pero en el año 2004 el Congreso argentino convirtió el lugar de tortura en museo,
el Lugar de la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.

¿Qué de nuestro mundo quebrantado? E. O. Wilson, el biólogo mundialmente conocido


y ganador del premio Pulitzer dice lo siguiente:

Por cuenta propia, estos seres bípedos de cabeza bamboleante e inestable,


hemos alterado la atmósfera y distorsionado el clima de la Tierra. Hemos

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RPDB – July 16

desparramado miles de químicos tóxicos en todo el mundo, hemos incautado


el 40 por ciento de la energía solar disponible para la fotosíntesis, hemos
transformado casi la totalidad de las tierras fácilmente arables, hemos
construido embalses en la mayoría de los ríos, hemos elevado el nivel del
mar del planeta y ahora, de una manera que seguramente atraerá la atención
de todo el mundo como nunca antes, estamos cerca de quedarnos sin agua
dulce. Un efecto colateral de esta actividad frenética es la continua extinción
de ecosistemas silvestres, junto a las especies que las integran (Wilson:29)

¿Hay esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva aquí y ahora cuando hemos
estado tan empeñados en la destrucción?

En su comentario inspirador sobre Colosenses, Walsh y Keesmaat afirman


inequívocamente:

El Shalom, la plenitud, el bienestar en todas nuestras relaciones sociales,


ecológicas, políticas, agrícolas y económicas radica en una relación
restaurada con Dios... Puede existir tal plenitud, tal Shalom a lo largo y a lo
ancho de la creación, sólo si Dios entra con iniciativas de gracia a nuestra
realidad signada por el conflicto, tergiversada, opresora y quebrantada
(Walsh y Keesmaat: 42, énfasis mío).

La buena noticia es que en Cristo, el Dios-comunidad ya ha entrado al mundo, ya ha


sido quebrado por su quebrantamiento y ya se ha levantado triunfante de él. Al hacer
su morada entre nosotros, Dios abre la puerta para que el mundo vuelva a ser nuestro
hogar. ¡El buen reinado de Dios, donde prevalecen la justicia, las obras justas, ya ha sido
inaugurado! Ya no necesitamos deambular sin hogar ni tierra, alienados y enemistados
los unos con otros y con la tierra. Al igual que los israelitas de antaño, somos llamados a
cambiar nuestra perspectiva con respecto a la tierra. Como afirma Vinoth Ramachandra:

Al pueblo de Dios del antiguo pacto se le enseñó repetidamente que eran


huéspedes en la tierra que habitaban, y sólo cuando vieron la tierra no como
un objeto de consumo para el intercambio comercial sino como una
comunidad a la cual pertenecían, estarían en condiciones de usar la tierra
correctamente (Ramachandra: 203).

No un objeto de consumo sino una comunidad. Una comunidad de la creación. Una


comunidad que precisa de riego, cuidado y sufrimiento a su favor. Una comunidad que
será perfeccionada un día, cuando toda rodilla se doble y toda lengua confiese que
Jesucristo es el dueño y Señor de toda la vida. Una comunidad nueva, un cielo nuevo y
una tierra nueva aquí y ahora, posibles porque el Dios que es comunidad ha oído y
respondido con gracia y auto-sacrificio a los clamores de la humanidad y de toda la
creación. Ahora depende de nosotros afirmar, con palabras de esperanza y actos de
compromiso: ¡Nunca más, porque ya ha comenzado!

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RPDB – July 16

Bibliografía

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Groody, Daniel G., Globalization, Spirituality and Justice: Navigating the Path to Peace,
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Padilla, C. René, Discipulado y misión. Compromiso con el reino de Dios, Ediciones Kairós,
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Ramachandra, Vinoth, Subverting Global Myths: Theology and the Public Issues Shapping
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Schumacher, E. F., Small Is Beautiful: Economics as If People Mattered, Perennial Library,:


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Center for Christian Scholarship, William B. Eerdmans Publishing Company, Grand
Rapids, 1980.

Wilson, E.O., The Creation, W. W. Norton and Company, New York – London, 2006.

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RPDB – July 17

Vivir hoy la creación-comunidad en el mundo de Dios

Ruth Padilla DeBorst

Echar raíces en una tierra quebrantada

Primera escena. La ciudad está sitiada. Ningún cese a la vista. Con el acceso a sus
campos bloqueado, las provisiones se están agotando; así también se va agotando la
esperanza de la gente atrapada dentro de los muros. Ya están gastadas las huecas
promesas de liberación pronunciadas por los falsos profetas. El fin se acerca. Así que
Jeremías, siguiendo las instrucciones de Dios, procede a hacer lo que cualquiera en
su sano juicio haría antes de que todo se esfumara en llamas y las tropas invasoras
ocuparan la ciudad: ¡compra una parcela de tierra! Sí, eso es lo que hace: separa el
dinero, firma la escritura, consigue testigos y cierra el trato. ¿Era tonto?
¿Imprudente? ¿Ingenuamente esperanzado? Jeremías, sin gran alarde, procede a
guardar la escritura en una vasija de barro y, mientras las tropas enemigas derriban
las murallas, públicamente —y sin existir ningún motivo obvio para tener
esperanza— declara: «De nuevo volverán a comprarse casas, campos y viñedos en
esta tierra» (Jer 32).

Segunda escena. Reciben una carta de su casa. Habían sido arrancados de sus
familias, sus casas y su tierra, secuestrados por las tropas de Nabucodonosor. Eran
«dones nadie» en la tierra extranjera de Babilonia, forzados a trabajar para gente
extraña cuyo idioma no comprendían y cuyas costumbres con frecuencia ofendían
su sensibilidad judía. Soñaban con el día en que volverían a casa, a sus parientes y a
su lugar. Imaginen lo atónitos que quedarían al recibir las palabras de Jeremías
(capítulo 29)

«Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel, a todos los que he deportado de
Jerusalén a Babilonia». ¿Dios nos deportó? ¡Esto es obra de Dios! Es increíble.
Estamos acá porque Nabucodonosor es poderoso. Dios no tiene nada que ver con
esto: ¡hace mucho que él se olvidó de nosotros!

Pero la carta continúa: «Construyan casas y habítenlas». Bueno, pero nuestras carpas
están buenas, muchas gracias. ¡No pretendemos quedarnos tanto tiempo! ¡Estamos
contando los meses para volver a casa!

«Planten huertos y coman de su fruto». ¡Planten huertas, y esperen que produzcan!


¿Quieres decir que echemos raíces en esta tierra extraña? ¿Quieres decir que estamos
acá para quedarnos por un buen tiempo? ¿Quieres decir que debemos hacer de este
lugar nuestro hogar?

La carta todavía no acaba: «Cásense, y tengan hijos e hijas». Parece que sí estaremos
aquí por un buen tiempo…

«Y casen a sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos». ¡Pero eso significa

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RPDB – July 17

generaciones! ¡¿Debemos esperar tener nietos en esta tierra?!

«Multiplíquense allá, y no disminuyan». Está bien; por lo menos eso quiere decir que
Dios quiere que seamos fuertes, como nuestros antepasados en Egipto. De esa
manera nos haremos poderosos y ¡los dejaremos a los babilonios en el polvo, donde
se merecen estar después de tanta opresión!

Pero la palabra de Dios se vuelve aún más desafiante a sus ideas preconcebidas:
«Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al
Señor por ella...». ¡El bienestar de Babilonia! ¿El bienestar de nuestros enemigos, la
gente que nos está esclavizando? ¿La salud de esta tierra donde nunca escogimos
vivir? ¡Pedir al Señor, orar! ¡Por supuesto! ¡Obviamente pediremos: salir de este
lugar! Es bueno saber que Dios está cerca y escucha nuestras oraciones. ¡Pero
seguramente Dios no puede esperar que roguemos por esta gente!

La frase de cierre los deja sin boquiabiertos: «Porque el bienestar de ustedes depende
del bienestar de la ciudad».

A pesar de su ilusión de ser un pueblo apartado, único y privilegiado como la nación


especial de Dios, los israelitas debían aprender que estaban inextricablemente
ligados, no sólo a quienes estaban dentro de su círculo íntimo y al Dios a quien
habían desobedecido tan descaradamente, sino también a estos «otros», y a la tierra
donde Dios los había colocado. Y justamente entre esos extranjeros y en esa tierra,
debían activamente buscar la vida y plantar hogares. Debían echar raíces profundas
en ese suelo. Solamente de esta manera sus vidas serían plenas y honrarían a su Dios
creador. Sus sueños y sus esperanzas no debían ser meramente sobre la huída en un
futuro reservado para ellos. Su condición estaba entretejida con la de otras personas
y con el lugar donde Dios los había puesto. «El bienestar de ustedes depende del
bienestar de la ciudad».

Crecer para convertirse en esperanzados sembradores de hogares

De hecho, el narrador bíblico que relata la acción simbólica de Jeremías y el desafío


que se les presenta a los israelitas exiliados no está motivado por preocupaciones
ecológicas posmodernas. En ningún lugar del texto se menciona el ambientalismo, el
el reciclaje, la reducción en el consumo y la emisión de CO2, los cultivos orgánicos ni
la investigación sobre fuentes alternativas de energía. Aún así, Dios nos habla hoy a
través de las historias de Jeremías.

Tanto Jeremías como los israelitas exiliados estaban aprendiendo, como lo había
hecho el Noé de antaño, el ABC de la creación-comunidad. El Dios-comunidad los
había diseñado para vivir en relación con Dios, con su pueblo y con su tierra. Y ellos
necesitaban aprender a valorar esas conexiones vivificantes. Cuando cualquiera de
estas relaciones se rompía, las tres se hacían trizas. En su autosuficiencia e idolatría,
se habían alejado de Dios. Eso, a su vez, los había hecho incapaces de velar
apropiadamente los unos por los otros. Los poderosos entre ellos habían usado la
tierra como propiedad privada para ser explotada en beneficio propio, sin ninguna
consideración por la salud de la tierra ni por la condición de quienes quedaban
privados de ella. Se habían vuelto incapaces de cuidar la tierra de Dios. Dios los

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RPDB – July 17

reuniría otra vez como pueblo en la tierra que les estaba confiando, sólo una vez que
ellos hubieran aprendido nuevamente dónde encajaban en la creación-comunidad.

Nosotros también necesitamos urgentemente de esta escuela. Nosotros también


necesitamos aprender a vivir como miembros de la creación-comunidad, en forma
descansadamente responsable. Nosotros también estamos llamados a comprar
tierras, construir casas, plantar huertos, tener hijos y esperar los nietos en la
bondadosa tierra de Dios. Lejos de concebir la salvación como una escapatoria de
nuestro mundo quebrantado, se nos ordena que roguemos por su bienestar y que
echemos raíces profundas en su suelo con la confianza total de que Dios está con
nosotros y de que los buenos propósitos de Dios para la creación entera serán
cumplidos.

¿Dónde comenzamos? ¿Cómo podemos convertirnos en «sembradores de hogares»


en el mundo de Dios? ¿Cómo debemos encarar esto de vivir la creación-comunidad
aquí y ahora? El desafío que Dios les presenta a los israelitas exiliados nos provee
algunas pautas.

Una conversión constante y radical engendra esperanza y una defensoría atrevida

En los círculos evangélicos se enfatiza mucho la aceptación de Jesucristo como


nuestro Señor y Salvador personal. Muchos, incluso, pueden señalar la fecha de su
conversión. Pero ampliemos un poco este concepto. La conversión implica un
cambio radical, una reorientación, una nueva dirección. Y como pueblo
quebrantado, precisamos no una sino muchas conversiones. Conversión del
individualismo a lo comunitario, de la autonomía a la interdependencia, de la
idolatría a la adoración verdadera, de arrebatar a recibir, de dominar opresivamente
la creación a cuidar de ella con amor, de la indiferencia a la acción apasionada y en
oración, de las definiciones occidentales de «desarrollo» a la co-participación
amorosa, de la competencia a la colaboración, del protagonismo al servicio.

Ahora, entre las múltiples conversiones necesarias, una de ellas requiere mayor
explicación. ¡Imaginen la reacción de los vecinos de Jeremías cuando compra tierra
en una ciudad que se desmorona! Pongámonos en el lugar de los exiliados israelitas.
Todos se habían acostumbrado a creer que lo que era, era lo que debía ser. Están
atados por la tiranía de un «presentismo» sin esperanza y se han convertido en
conspiradores resignados con la destrucción. Me atrevo a afirmar que el pueblo de
Dios muchas veces vive sujeto a la misma opresión. Los problemas son tan enormes
que perdemos toda esperanza y nos rendimos en desesperación. Pero todo realismo
político y económico que despoja a la gente de la libertad para imaginar otros
escenarios niega el poder de la resurrección de Cristo: simplemente reafirma el status
quo y excluye a mujeres y hombres de la responsabilidad necesaria para un cambio.
Como cristianos, no podemos permitir que nuestra esperanza sea coartada por tal
pesimismo. La historia de la permanente y amorosa participación de Dios con su
creación es fundamento suficiente para la esperanza. Con optimismo sobrio y
atemperado, y por la gracia de Dios, podemos participar en relaciones restauradas
unos con otros y luchar en contra de todo lo que obstaculice esas relaciones, ya sean
oportunidades desiguales, prejuicios raciales, prácticas empresariales injustas,
etnocentrismo, abuso de la creación. La esencia de cualquier esperanza de un mundo

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mejor son las relaciones leales, veraces y de cuidado mutuo. Y éstos son obsequios
de gracia que nos concede el Dios que es comunidad.

El primer paso, entonces, para vivir como creación-comunidad es la conversión. Al


igual que los israelitas de antaño necesitamos librarnos de la desesperanza, la
indiferencia y la pasiva contribución a la degradación de la tierra de Dios. Debemos
ver las cosas como son y recordar el pacto de Dios con la creación. También
necesitamos mirar hacia adelante con el anhelo vivo y esperanzador de que Dios
renovará completamente todas las cosas.

Además, la esperanza provee los cimientos para una defensoría atrevida. En


Globalization Challenged. Conviction, Conflict, Community (Un desafío a la
globalización: convicción, conflicto, comunidad) Rupp le pide a la gente que coloque
sobre la mesa sus visiones y compromisos sociales, sus convicciones más profundas,
para conversar respetuosamente y hacer una «tasación comparativa», la cual es
«inevitablemente crítica» y «autocrítica». Las personas deben estar «preparadas para
ser defensores públicos de lo que implican sus convicciones para la sociedad como
un todo» (Rupp: 7). Los cristianos no deben frenarse sino participar y contribuir a
partir de su cúmulo de fe y experiencia. Estamos llamados a salir respetuosamente y
ofrecer los recursos y dones que hemos recibido de Dios para el bien común de la
humanidad y del mundo. ¡Necesitamos una permanente conversión de esperanza
antes de que podamos comenzar a imaginar, proponer y defender alternativas
atrevidas a este desastre en el cual estamos metidos!

Pero volvamos ahora a los israelitas exiliados y cómo la recuperación de la imagen


de Dios en nosotros tiene implicancias económicas y ecológicas.

«Construyan casas y habítenlas»: una proclamación viva de la soberanía de Dios


sobre toda la tierra

Como pueblo de Dios, como los israelitas de antaño, cuando estamos tentados a
permitir que nuestras expectativas del mundo venidero nos hagan indiferentes al
mundo actual, cuando vemos nuestro lugar presente como tan temporario que no
debemos preocuparnos por su bienestar, el Dios-comunidad nos llama a construir
casas y a vivir en ellas. Estamos llamados a un compromiso enraizado. No estamos
simplemente de paso. Por el contrario, estamos llamados a proclamar con voz
enérgica y con un estilo de vida coherente que toda la tierra le pertenece a Dios.

Mi corazón: hogar de Cristo es un libro de Ediciones Certeza Unida que ha sido muy
vendido en diversos idiomas durante décadas. Guiados en un paseo simbólico por
cada habitación de su casa, se los anima a los lectores a presentar y someter cada
rincón de su vida individual a la autoridad de Cristo. El discipulado personal es una
dimensión fundamental de la vida cristiana. Jesús envió a sus seguidores a hacer
discípulos donde fuera que la vida los llevara. Pero no se detuvo allí. «Todo el
poder», dijo, «me es dado en el cielo y en la tierra». A Cristo no sólo le pertenecen
nuestras vidas personales ni tiene autoridad sólo sobre ellas. A Cristo le pertenece
toda la tierra y todo lo que hay en ella. La tierra de Dios es el hogar de Cristo.
Ninguna tierra es mi tierra; ninguna tierra es tu tierra. En todo caso, ninguna tierra le
pertenece a ninguna nación-estado: esas construcciones modernas que la sociedad

4
RPDB – July 17

espera que defendamos patrióticamente a toda costa en detrimento de la vida de sus


habitantes y de la misma tierra que reclaman como posesión soberana. Toda la tierra
le pertenece a Dios. Y nosotros, como hijas e hijos de Dios, debemos proclamar y
vivir a la luz de esta verdad. Una pregunta clave es: ¿El hecho de que Cristo vive en
nuestros corazones influye sobre nuestra manera de vivir en la tierra de Dios?

Además, los israelitas exiliados debían aprender que Dios era soberano sobre ellos
no sólo en la tierra de Judá. Como dueño de hasta el último rincón de la tierra, Dios
no está confinado a límites establecidos por los seres humanos: Dios los puede llevar
a otro lugar y reclutarlos para cumplir los buenos propósitos de Dios en esa tierra
extraña y entre aquella «otra» gente, porque esa tierra y aquella gente también le
pertenecen a Dios.

Reconocer que la tierra entera es el hogar de Cristo tiene implicaciones radicales


para el uso que hagamos de los recursos naturales. No podemos continuar como
agentes o cómplices indiferentes de la destrucción de la tierra. Debemos denunciar
todas las acciones que convierten cualquier parte del mundo en un lugar inhóspito
para las criaturas de Dios —humanas y no humanas—y, por lo tanto, para el Dueño
del hogar. Pero amar lo que Dios ama y cuidar la propiedad de Cristo puede ser un
asunto riesgoso. La larga lucha de los indígenas en la amazonía peruana, nuestros
hermanos y hermanas nazarenos, y la lucha de los sacerdotes en los bosques
tropicales de Honduras y Brasil, son testimonios del hecho de que hacerle frente a
los poderes de la explotación desenfrenada puede costarnos caro. Pero debemos
denunciar.

Entonces, ¿qué significa para el pueblo de Dios actual construir casas y habitarlas, y
así proclamar que la tierra es propiedad de Dios? ¿Estamos dispuestos a encarar las
preguntas difíciles con respecto a millones de personas que hoy se ven privadas de
tierra sobre la cual construir casas y vivir: refugiados, inmigrantes, la gente pobre
del campo y de la ciudad? ¿Para quién construimos casas en la economía global
actual? ¿Dónde las construimos? ¿Con qué las construimos? ¿Quién vive en ellas? ¿A
quién le hacemos lugar en nuestras casas, nuestros santuarios íntimos? ¿Podemos
concebir nuevas maneras de ser dueños? Todas éstas son preguntas económicas que
no podemos evitar si deseamos vivir como creación-comunidad que proclama
abiertamente que el mundo entero le pertenece a Dios.

«Planten huertos y coman de su fruto»: recuperar nuestra relación con la tierra en


la creación-comunidad

Cuando los israelitas fueron arrastrados al exilio por los babilonios, alejados a la
fuerza de su gente y su lugar, corrían el riesgo de perder un aspecto esencial de su
identidad: su relación con la tierra. Así que pronto se los exhorta a plantar huertos y
comer de su fruto. No sólo porque necesitan sustento. También necesitan afianzar
relaciones restauradas con la tierra de Dios. Creados a imagen del Dios-comunidad,
solamente podemos vivir plenamente nuestra humanidad cuando nos relacionamos
de una manera saludable con nuestro creador, con otros seres humanos y también
con la tierra. Estas tres relaciones están fuertemente ligadas. que Christopher Wright
afirma en su maravilloso libro La misión de Dios que nuestra relación con la tierra es
una medida de la calidad de las otras dos relaciones fundamentales (Wright: 76-79).

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RPDB – July 17

Y en otro libro de lectura obligatoria, Colossians Remixed, Brian Walsh y Sylvia


Keesmaat afirman:

Nuestra renovación como portadores de la imagen de Dios y cuidadores


de la tierra debe estar enraizada en una relación renovada con el creador,
que incluye recibir perdón por esa idolatría nuestra que rompe el pacto y,
quizá, en un sentido debemos buscar también el perdón de la creación
misma... La renovación y la restauración ecológica requieren una
espiritualidad de arrepentimiento por nuestra destrucción blasfema de
esta buena tierra (Walsh y Keesmaat: 195-196).

El cuidado de la tierra es un asunto espiritual, y la destrucción desenfrenada de la


misma es blasfemia, una ofensa a nuestro creador.

Entonces, ¿qué significará hoy para el pueblo de Dios plantar huertos, comer de su
fruto y, de esta manera, restaurar nuestra relación quebrantada con la tierra de Dios?
¿Cómo nos comprometemos con este aspecto ecológico de la vida en nuestro
planeta? ¿Cómo dejamos de «asesinar la creación», como dice Wendell Berry?
Reforma agrarias, agricultura, seguridad alimentaria, conservación del agua son
todas partes significativas del cuadro. También lo son todos los esfuerzos por
enseñar a los niños de la ciudad que los huevos no crecen en cajas de cartón, ni la
leche en plástico ni las verduras en bandejas. Planten huertos. Y preguntemos:
¿Quién come de su fruto? ¿Quiénes son los más afectados por el monopolio
agroindustrial de la generación de semillas? ¿Qué alternativas estamos fomentando?
Estas preguntas son fundamentales para la restauración de la creación-comunidad.

«Cásense y tengan hijos e hijas»: la familia y la iglesia como suelo fértil para
relaciones convertidas

El llamado de Dios a los israelitas exiliados apuntaba a problemas económicos y


ecológicos, cosas que tenían que ver con el oikos/casa en su expresión amplia. Pero el
llamado también incluía la esfera más reducida y a la vez enormemente significativa:
la vida familiar, el matrimonio, los hijos y los nietos. Es en la intimidad de esta
comunidad que se amoldan los valores y las actitudes, las prioridades y el estilo de
vida. Es aquí donde se siembran las semillas de consumo o sencillez, de codicia o de
suficiencia y hospitalidad, de competencia o colaboración, de inclusión o exclusión.
Las familias —nucleares, extendidas, biológicas o no— son actrices centrales en el
escenario económico y ecológico. Ron Sider nos desafía con razón:

Cuando los líderes cristianos se acercan al gobierno para pedir cambios


estructurales, tenemos más integridad y poder cuando podemos decir:
«Somos parte de las comunidades cristianas que ya están comenzando a
vivir lo que les pedimos que legislen». Nuestro pedido de cambios
profundos en la política externa hacia los dos tercios del mundo,
diseñados a fin de implementar mayor justicia económica global, sólo
tiene integridad si somos parte de congregaciones cristianas que ya están
comenzando a encarnar un estilo de vida más sencillo que apunta a un
planeta más justo y ecológicamente sustentable. Nuestro llamado al
desarme nuclear y a la paz internacional tiene integridad solamente si hay

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paz e integridad creciente en nuestras familias e iglesias.1

Podemos agregar: cuando hacemos defensoría en Copenhague, cuando oramos


pidiendo un cambio de corazón en los líderes del mundo, cuando exigimos
compromisos presupuestarios de parte de nuestros gobernantes para investigación
sobre fuentes alternativas de energía, cuando boicoteamos algunos monopolios de
alimentos o recomendamos medidas de adaptación, nuestro reclamo de justicia
tendrá integridad si, al mismo tiempo, quienes estamos incluidos entre los ricos y
poderosos de nuestro mundo pensamos dos veces antes de usar otro trozo de papel,
darnos largas duchas calientes, manejar autos que consumen mucho combustible,
comprar comida empaquetada, tirar cosas a la basura y demás. Ninguna de estas
medidas es demasiado pequeña.

Y hablando de las cosas pequeñas, permítanme destacar un pequeño y hermoso libro


de Schumacher, Lo pequeño es hermoso, donde pone en tela de juicio la presunción de
que el progreso consiste en «tamaños cada vez más grandes, velocidades cada vez
más rápidas y violencias cada vez mayores, desafiando de las leyes de la armonía
natural». Continúa diciendo que debemos hacer lo posible por redireccionar el
desarrollo tecnológico «hacia las verdaderas necesidades del hombre... al tamaño
real del hombre. El hombre es pequeño y, por lo tanto, lo pequeño es hermoso. Ir
tras el gigantismo es ir hacia la autodestrucción» (Schumacher 169). Y más aún:

La posibilidad de mitigar la tasa de agotamiento de los recursos o de traer


armonía a las relaciones entre quienes poseen riqueza y poder y quienes
no los tienen es inexistente mientras no haya ninguna idea en ningún
lugar de que lo suficiente es bueno y lo más-que-suficiente es malo
(Schumacher 315).

Las familias y las comunidades locales de fe son lugares ideales donde las nuevas
generaciones pueden aprender a distinguir entre necesidades y deseos, entre
suficiente y demasiado, antes de que se contagien con la enfermedad del
consumismo que lentamente nos está matando a todos.

«Busquen el bienestar de la ciudad»: sabático y jubileo

El último mandato a los israelitas tenía que ver no sólo con sus familias, sus parcelas
de tierra y sus casas, sino también con el bienestar de toda la ciudad y la tierra con
las cuales estaban entrelazados. La ley de Dios, las normas establecidas para la vida
de su pueblo, fijaba garantías para el bienestar de todas aquellas personas unidas ya
sea por el comercio o la guerra, por migraciones o matrimonio, y para la tierra que
habitaban y que los sostenía. Las condiciones prescritas procuraban asegurar la
subsistencia y la restauración de los más débiles –viudas, huérfanos, extranjeros y
aun criminales. En el año de jubileo, quienes habían sido hechos esclavos debían ser
liberados, y las tierras perdidas debían ser devueltas a su dueño original. De la
misma manera, el séptimo año era sabático, un año de descanso durante el cual los
israelitas no debían sembrar ni cosechar sino permitir que la tierra se recupere. Éstas
eran medidas socio-económicas y ecológicas diseñadas por Dios para garantizar


1 Sider, Ronald, «Voice of The Day» en Sojourners, septiembre 25, 2006.

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relaciones buenas y justas, no sólo entre las personas sino también entre el pueblo de
Dios y la tierra de Dios.

En nuestra precipitosa carrera por producir y consumir, por comprobar y mejorar,


por vender y sobresalir —aun como líderes cristianos, trabajadores del desarrollo,
defensores del medioambiente— tanto el jubileo como el sabático son prácticas que
hoy, más que nunca, pueden contribuir a vivir la creación-comunidad. Jubileo: el
año de ajuste de cuentas, de remediar las faltas, de re-distribuir, de renunciar por
parte de quienes tienen demasiado (imaginemos: ¡existe tal cosa como tener
demasiado!) y de recibir por parte de quienes tienen demasiado poco (¡demasiada
gente en nuestro mundo conoce esa condición!). Sabático: tiempo de quietud y
meditación durante el cual permitimos que nos nuestros acelerados corazones se
calmen, escuchen, reciban, sientan el canto de la naturaleza y el mover del Espíritu
de Dios. Nuestro regalo de descanso a la tierra, para que ella también se renueve.
Tiempo de espera —como Noé y todos los habitantes del arca, como los israelitas
exiliados— para que se complete la obra de Dios.

En el comienzo y en el fin: Dios con nosotros

Escuchamos poderosamente la historia de Génesis revelada a Moisés. La historia que


explicaba quiénes somos nosotros como parte de la creación, y quién es Dios. Y se
nos recordó que en el principio, aún antes del principio, Dios. Escuchamos la historia
de Noé de un segundo comienzo, donde otra vez, Dios. Nos unimos a Isaías en la
conciencia confiada con respecto a otro comienzo, de los cielos nuevos y la tierra
nueva, que ya han llegado pero que serán completados a buena hora por Dios. Y
cerraremos esta reflexión bíblica con las palabras finales de la carta de Jeremías, otra
vez centradas en Dios.

«Así dice el Señor: Cuando a Babilonia se le hayan cumplido los setenta años...»: ¿No
es llamativo? Dios no cuenta los años de los exiliados, sino los años en los cuales la
tierra de Babilonia, el pueblo de Babilonia, contará con la presencia del pueblo de
Dios entre ellos.

«...yo los visitaré; y haré honor a mi promesa a favor de ustedes, y los haré volver a
este lugar»: aquí aparecen la gracia y el amor sobreabundantes de Dios.

«Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—,
planes de bienestar...»: ¡planes de bienestar e integridad donde todo se había roto, de
comunidad donde ésta se había desgarrado!

«Planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza»:


alienación, separación, desunión, enajenamiento —todo este desastre— ¡no es el fin
del relato!

Lo mejor todavía está por llegar: «Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a


suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán...».

¿Recuerdan a Dios buscando a su criatura en el jardín?: «Me buscarán y me


encontrarán, cuando me busquen de todo corazón. Me dejaré encontrar —afirma el

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Señor— y los haré volver del cautiverio. Yo los reuniré de todas las naciones y de
todos los lugares adonde los haya dispersado, y los haré volver al lugar del cual los
deporté, afirma el Señor». Otra vez el tema del exilio, el destierro del jardín, esa
consecuencia natural de la rebeldía humana. ¡Pero Dios anhela traer al pueblo de
Dios de retorno a su hogar!

Y como fue en el primer comienzo, también lo es en todos los nuevos comienzos:


Dios, Dios, Dios.

¿Queremos vivir la creación-comunidad en medio de la destrucción producida por


la codicia humana y las privaciones, la degradación ambiental y el cambio climático?
En palabras de Zac Niringiye, sigamos profundamente perplejos pero no
paralizados. Continuemos siendo descansadamente responsables. Busquemos
primero a Dios, el reino de Dios, la justicia de Dios. El resto nos será concedido.

Hagamos nuestra esta oración:

De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda


a tomar una perspectiva mejor.

El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos


sino incluso más allá de nuestra visión.

Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte


de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.

Nada de lo que hacemos está acabado,


lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.

Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.


Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.

Ninguna confesión trae la perfección,


ninguna visita pastoral trae la integridad.

Ningún programa realiza la misión de la iglesia.


En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.

Esto es lo que intentamos hacer:


plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas
sabiendo que son promesa de futuro.

Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.


Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.

No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello,


sentimos una cierta liberación.

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Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.

Puede que sea incompleto, pero es un principio,


un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.

Es posible que no veamos nunca los resultados finales,


pero ésa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.

Somos albañiles, no jefes de obra; ministros, no el Mesías.


Somos profetas de un futuro que no es nuestro.

Amén.

(Éstas son reflexiones que se le atribuyen a Óscar Arnulfo Romero, arzobispo


salvadoreño asesinado por los escuadrones de la muerte en 1980, aunque fueron
escritas por el padre Ken Untener de Sagniaw y compartidas en una homilía por el
cardenal John Dearden.)

Bibliografía

Bello, Walden, «Globalization in Retreat» en Foreign Policy in Focus, Diciembre 27,


2006, http: www.fpif.org/fpiftst/3826.

Democracy Now and Amy Goodman, «How the US uses Globalization to Cheat
Poor Countries out of Trillions in World Prout Assembly»:
www.worldproutassembly.org/archives/2005/11/confessions_of.html

Easterly, William Russell, The White Man's Burden: Why the West's Efforts to Aid the
Rest Have Done So Much Ill and So Little Good, Penguin Press, Nueva York, 2006.

Novak, Michael, «The Spirit of Democratic Capitalism» en Christian Social Ethics: A


Reader, Pilgrim Press, Cleveland, 1994.

Paquin, Andrew, «Politically Driven Injustice. Fixing Global Poverty Requires More
Than Rick Warren’s PEACE plan» en Christianity Today, febrero 2006, p. 88.

Rosenstock-Huessy, Eugen, Planetary Service: A Way into the Third Millenium, Argo
Books, Norwich, 1978.

Rupp, George, Globalization Challenged: Conviction, Conflict, Community, University


Seminars/Leonard Hastings Schoff Memorial Lectures, Columbia University Press,
Nueva York, 2006.

Sachs, Jeffrey, The End of Poverty: Economic Possibilities for Our Time, Penguin Press,
Nueva York, 2005.

Sider, Ronald, «Voice of the Day» en Sojourners. septiembre 25, 2006.

10
RPDB – July 17

Stiglitz, Joseph E., Making Globalization Work, W.W. Norton & Co., Nueva York, 2006.

Suri, Sanjay, «Free trade enslaving poor countries» en World Prout Assembly:
www.worldproutassembly.org/archives/2007/03/free_trade

Wright, Christopher, La misión de Dios, Certeza Unida, Barcelona-Buenos Aires-La


Paz- Lima, 2009.

11
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Los gritos de la tierra: soja, ecología y pobreza1

C. René Padilla

La soja se ha convertido en los últimos años en un pingüe negocio en la


Argentina y otros países. Su producción y comercialización ilustran con
claridad meridiana la manera en que el sistema económico actual funciona y sus
efectos ecológicos y sociales a nivel global. Diríamos que el funcionamiento del
negocio de la soja es un síntoma de los resultados concretos que acarrea la
ideología neoliberal con su énfasis unilateral en un crecimiento económico que
no repara ni en la creciente destrucción de la naturaleza ni en el aumento
acelerado de la distancia entre ricos y pobres.

Para muestra, un botón: el caso de Anta

Es el caso del «complejo sojero» que incluye al departamento de Anta (al sur de
la provincia de Salta, Argentina), que forma parte del Chaco salteño y ha sido
objeto de un cuidadoso estudio por parte de Chris van Dam (2002). Este
departamento, el segundo más pobre del país (28-29) y ubicado en «el polo de
calor de América del Sur» (39), se constituyó —a partir de los primeros años de
la década de 1990— en una suerte de paradigma de la agricultura a gran escala,
fuertemente dependiente de capitales transnacionales, que hoy caracteriza a
extensos sectores de las zonas rurales en América Latina.

Varios factores contribuyeron al desarrollo espectacular de la producción de


soja en un territorio largamente sometido al desmonte sin medida para fines
agropecuarios y a la degradación ambiental causada principalmente por la
ganadería. Un factor fue el muy bajo valor económico de la tierra, lo que hizo
posible la adquisición de miles y miles de hectáreas a precios irrisorios. Otro
factor fue el volumen del capital invertido en maquinaria agrícola sofisticada
para todo el proceso de producción, desde la preparación del suelo hasta la
siembra y la cosecha. Un tercer factor fue la introducción de nuevas
modalidades de cultivo, incluyendo la siembra directa o labranza cero,2 que
comenzó en 1992 y se convirtió en la práctica común en pocos años, y el uso de
semillas transgénicas, es decir, modificadas genéticamente. Un factor adicional
fue la desgravación impositiva basada en una política gubernamental de
desarrollo agropecuario. Todos estos factores hicieron y hacen posible una alta
rentabilidad.

Por otro lado, sin embargo, hay que tomar muy en serio las consecuencias
negativas que tiene esta modernización agrícola tanto en el campo ecológico
como en el social. En efecto, en el campo ecológico la siembra directa requiere la

1 Publicado originalmente en la Revista Kairós, Año 8, Nº 21, Buenos Aires,


junio de 2008.
2 La Argentina es actualmente el líder mundial en el uso de este método de

cultivo. En el 70% de su superficie agrícola se hace uso de este método, en


contraste con el 6% a nivel mundial.
utilización de más herbicidas para contrarrestar la propagación de malezas
como consecuencia de la humedad presente debajo del rastrojo. Con la
alteración del ecosistema aparecen nuevas plagas y enfermedades que
requieren grandes cantidades de agroquímicos. Aunque en los cultivos de la
soja transgénica se ha reducido a dos el número de herbicidas (RoundUp y 2-4-
D), las cantidades del 2-4-D requeridas son altas y afectan tanto la salud de la
población como a mucha de la vegetación de la región, incluyendo las arboledas
y los frutales del centro poblado, Las Lajitas.

Las consecuencias sociales de la modernización en función del incremento de


las ganancias a corto plazo no son menores. Van Dam (85) sintetiza el problema
en los siguientes términos:

A principios de la década de los ´90, con las nuevas reglas de juego


que las políticas neoliberales le imponen al agro, se produce un
proceso de polarización por el cual sobreviven y se expanden los
sectores que logran modernizarse productivamente, quedando
eliminados los pequeños productores cuya debilidad en términos
financieros y tecnológicos no les permite competir con el primer
sector.

Con el crecimiento de la demanda aumenta drásticamente el precio de la tierra


y se coloca más allá del alcance de la gran mayoría de agricultores locales, que
tienen que vender o alquilar sus propios campos, contribuyendo así a la
concentración de grandes extensiones de tierra cultivable en una elite poderosa.

A esta abusiva expulsión del campo que sufren los campesinos por razones
financieras se añade la dramática reducción de mano de obra que acompaña a
la modernización tecnológica y a la siembra directa,3 lo cual resulta en un
mayor empobrecimiento de los habitantes locales en general, especialmente en
los centros urbanos. Lo que antes hacían los jornaleros, ahora lo hacen las
máquinas. Los pocos obreros especializados requeridos, primordialmente para
la siembra, la fumigación y la trilla, casi siempre vienen de afuera y su
capacitación técnica corre por cuenta de las empresas de agroquímicos y
semillas, o de las cerealeras presentes en la zona: Monsanto, Cargill, Dekalb,
Continental, Pioneer, Zeneca. Sin tierra y sin trabajo, los campesinos en general
se ven forzados a vivir de «changas» o a emigrar a zonas rurales marginales o a
los centros urbanos. Los pocos que logran sobrevivir lo consiguen a costa de
muchos sacrificios, dedicando sus minifundios a la producción agrícola y
ganadera de subsistencia, destinada al consumo propio y al consumo interno,
local o regional.

La conclusión a que llega la investigación de Van Dam es que el boom sojero en


el Chaco salteño ha dado lugar a una «economía enclave» basada mayormente
en megaempresas y capitales extranjeros y orientada conscientemente hacia los
mercados extra-regionales y externos, sin ningún interés en el desarrollo rural

3En el modelo de producción sojera que está en boga basta una sola persona
para cada 500 hectáreas. Esto redunda en la pérdida de cuatro de cada cinco
puestos de trabajo en el campo.
local. Es posible mediante el control de miles y miles de hectáreas del territorio
nacional dedicadas a un monocultivo que beneficia a los inversores, pero arroja
un saldo ecológico y social completamente negativo para toda la región.
Perpetúa tanto la degradación ambiental como la injusticia en la distribución de
la tierra y el consecuente empobrecimiento de las mayorías.

Cabe anotar que lo que sucede con el boom sojero en el Chaco salteño también
sucede en dondequiera que se dedica la tierra a la agricultura comercial y la
agroindustria, con el proceso productivo bajo el control de grandes intereses
económicos. Desaparece el cuidado de los recursos naturales —incluyendo la
tierra— y la biodiversidad, y desaparece a la vez el sentido de solidaridad
humana. Lo único que interesa es la maximización de la ganancia a corto plazo.

El papel del Gobierno en perspectiva neoliberal

¿Qué papel desempeña el Gobierno nacional desde la perspectiva de los


empresarios agropecuarios, protagonistas del boom sojero en la Argentina? Al
Gobierno nacional se lo concibe como la institución política encargada de
incentivar la inversión empresarial en aras del crecimiento económico, proteger
el derecho de propiedad privada, dinamizar la producción, asegurar que el
mercado libre funcione de manera eficiente y transparente. Así concebido, el
Gobierno no tiene por qué interferir en las relaciones económicas, las cuales
dependen del mercado. Se da por sentado que la «mano invisible» del mercado
regulará esas relaciones para beneficio de todos.

Lo que sucede en la vida real, como hemos visto en el caso del boom sojero en el
Chaco salteño, demuestra que este fundamentalismo del mercado favorece a los
que tienen de su lado el poder del dinero y reduce a la pobreza a los que no lo
tienen. La «economía enclave» no incluye en su agenda el bien común, no se
conduce de acuerdo con principios éticos que tienen que ver con las relaciones
de los seres humanos entre sí o con el ecosistema. Es la economía en la cual,
como afirma George Soros (1999:77), «la gestión del dinero requiere una
dedicación inquebrantable a la causa de ganar dinero, y todas las demás
consideraciones deben subordinarse a ella».

A la luz del fundamentalismo del mercado que hemos descrito se entiende el


actual conflicto de productores agropecuarios con el Gobierno argentino: es
primordialmente un conflicto de los protagonistas del boom sojero en defensa de
sus intereses sectoriales. El núcleo duro del diferendo son las retenciones móviles,
es decir, los impuestos que la Aduana cobra por las exportaciones del agro,
como también por la venta externa de petróleo o de oro o cobre. A pesar de las
diferencias que existen entre sí, las cuatro entidades que representan a los
productores (Sociedad Rural, Confederaciones Rurales Argentinas, Federación
Agraria y Coninagro) están de acuerdo en su rechazo de dichas retenciones, que
para ellas representan una imposición gubernamental arbitraria. Lo que está en
juego no es ni más ni menos que la autoridad del Gobierno para decidir la
política económica, en este caso en relación con la exportación de granos. En
línea con la ideología neoliberal, las retenciones son una intromisión que
expresa el autoritarismo de un gobierno «anti-desarrollo», «anti-progreso»,
«anti-crecimiento», y que atenta contra la rentabilidad del agro. ¡La única
respuesta que cabe por parte de los productores es la resistencia en forma de
paros que obliguen al Gobierno a retraerse!

El cuadro se complica si se toma en cuenta que, por detrás del conflicto, hay
actores invisibles. Por un lado, las compañías exportadoras de granos, como
Cargill,4 Monsanto,5 Syngenta, Bayer, YPF Fertilizantes y Nidera, que son las
que tienen que pagar las retenciones para luego descontarlas del precio que
pagan a los grandes productores. Por otro lado, los medios periodísticos,
especialmente La Nación y Clarín, socios sojeros en Expoagro.6 ¿Cabe
sorprenderse de que la cobertura que estos medios han hecho del «paro
agropecuario», lejos de reflejar la realidad con responsabilidad ética periodística
—como corresponde—, se reduzca a una construcción informativa que favorece
sin reparos a los empresarios del agro y proyecta una imagen totalmente
negativa de las medidas gubernamentales relativas a las retenciones? 7

El presente conflicto de los empresarios del agro con el Gobierno plantea con
mucha fuerza el interrogante sobre el papel del Estado en las relaciones
económicas. Quienes pretenden que éstas sean regidas por el mercado no
toman en cuenta lo que George Soros, un millonario exitoso, reconoce: que «el
valor dominante en el sistema capitalista global es la búsqueda de dinero» (145)
y que, en una democracia, los políticos no existen para ponerse al servicio de los
grandes intereses económicos sino, por el contrario, «deben ser receptivos a las
demandas populares» (270), es decir, a las demandas de las grandes mayorías.
Si el gobierno, cualquiera que sea, no cumple ese papel, los peces grandes se
devoran a los chicos y las demandas populares son desoídas permanentemente.

El papel del Gobierno en perspectiva bíblica

En términos bíblicos, a la tarea de los gobernantes se la denomina «hacer


justicia a los pobres», y desde esa perspectiva se entiende la oración a favor del
rey en el Salmo 72:

4 Cargill, una compañía estadounidense, es la más grande de las compañías que


exporta granos desde la Argentina. Cuenta con 3600 empleados en el país, y en
los últimos años exportó un promedio del 22% de los granos enviados al
exterior.
5 Monsanto, una compañía agroquímica transnacional, se ocupa de producir y

comercializar semillas modificadas por métodos genéticos y los insumos que se


utilizan para su cultivo, incluyendo los agrotóxicos.
6 Expoagro es una muestra agropecuaria anual que tiene el propósito de hacer

demostraciones de siembra y cultivo con maquinarias y mueve anualmente


cientos de millones de dólares. Cuenta con la participación de empresas como
Bunge Fertilizantes y Monsanto, como también de la ONG AAPRESID. Las
ventas en Expoagro 2008 llegaron a US$170 millones.
7 Ver en «Análisis de la actuación de los medios en el lockout agropecuario», un

informe emitido por la Universidad de Buenos Aires sobre la base de un punteo


para el análisis de medios realizado entre el 26 de marzo y el 3 de abril de 2008.
Según este informe, «nunca quedaron tan evidentes como en estos días los
modos de construcción [tergiversada] de la información». Tal construcción es
un buen ejemplo de lo que se ha denominado «dictadura de la información».
Oh Dios, otorga tu justicia al rey, tu rectitud al príncipe heredero. Así
juzgará con rectitud a tu pueblo y hará justicia a tus pobres.
Brindarán los montes bienestar al pueblo y fruto de justicia las
colinas. Él hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los
necesitados, ¡él aplastará a los opresores! (vv. 1-4).

La premisa fundamental de esta oración es que el Dios de Israel —el Padre del
Señor Jesucristo, para los cristianos— ama la justicia y exige que las relaciones
humanas sean regidas por la justicia. No es de sorprenderse, por lo tanto, que
en los escritos bíblicos la justicia ocupe un lugar preponderante. Tanto es así
que las principales palabras griegas para justicia (mishpat y sedeqah) en el
Antiguo Testamento y griegas (dikaiosune y krisis) en el Nuevo Testamento
aparecen más de 1.000 veces. Se da por sentado que la justicia es inherente tanto
al carácter como a la acción de Dios. Consecuentemente, dondequiera que el
fuerte abusa de su poder —sea éste político o económico, cultural o religioso,
social o racial— no sólo comete una injusticia contra el débil sino que viola la
voluntad de Dios para la vida humana. En cualquier situación de injusticia,
Dios se pone del lado de las víctimas y en contra de sus opresores, del lado de
los explotados y en contra de sus explotadores. Porque Dios es justo y ama la
justicia, él «es refugio de los oprimidos; es su baluarte en momentos de
angustia» y «no se olvidará para siempre del necesitado, ni para siempre se
perderá la esperanza del pobre» (Sal 9.9,18). «El Señor hace justicia y defiende a
todos los oprimidos» (Sal 103.6). Por otro lado, porque él es justo y ama la
justicia, «él aborrece a los aman la violencia» y «hará llover sobre los malvados
ardientes brasas y candente azufre; ¡un viento abrasador será su suerte!» (Sal
11.5-6).

Muchas personas objetan esta manera de hablar acerca de Dios. Su objeción es


la siguiente: porque Dios es justo, no se parcializa sino que trata a todos por
igual. La respuesta a esta objeción es que, aunque es cierto que, ya que Dios es
justo, cualquier forma de injusticia —sea que ésta favorezca al rico o al pobre—
le desagrada (cf. Lv 19.15), también es cierto que, ya que la justicia de Dios
excluye cualquier forma de favoritismo, ninguna persona está por encima de la
ley: no hay lugar para la impunidad sobre la base de la posición social o
económica (cf. Dt 1.16-17). La justicia retributiva de Dios es imparcial, y
consecuentemente espera que también los jueces sean imparciales y se los
exhorta sobre el peligro de los sobornos, «pues el soborno nubla los ojos del
sabio y tuerce las palabras del justo» (Dt 16.19; cf. Mi 7.3-4). A la vez, porque
Dios es imparcial, su intención es corregir cualquier desequilibrio de poder que
distorsione las relaciones entre los seres humanos y, por lo tanto, toma el lado
de los débiles.

Desde esta perspectiva, la justicia social es positivamente parcial porque busca


corregir la parcialidad destructiva —una parcialidad que refleja la pecaminosidad de la
naturaleza humana— inherente en cualquier situación de injusticia. En el análisis
final, la parcialidad no es de Dios sino nuestra, como se ve claramente en
Deuteronomio 10.17-19, entre muchos otros pasajes bíblicos que se podrían
citar: «Él defiende la causa del huérfano y la viuda, y muestra su amor por el
extranjero, proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar amor
por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto». Aparte de
destacar la relación entre la parcialidad de Dios a favor del huérfano, la viuda y
el extranjero —los pobres y los oprimidos—, este pasaje destaca lo que Dios
espera de su pueblo Israel en términos de la práctica de la justicia en relación
con los pobres. La provisión de ropa y alimentos es la provisión de Dios por
medio de su pueblo para satisfacer necesidades básicas de los necesitados. Dios
hace justicia a los pobres por medio del pueblo del pacto. Si la justicia tiene que ver
con las relaciones de poder entre las personas, la manera de ejercer justicia es
usar el poder para corregir la desigualdad e instaurar la equidad.

La justicia de Dios tiene que ver con la corrección de toda forma de abuso de
poder, toda distribución económica injusta, toda violación de derechos
humanos presente en la sociedad. La justicia que Dios desea no es sólo la de los
tribunales. Además de ésta, él desea la justicia que busca la corrección de la
injusticia, la que quiere enderezar lo que está torcido. Es justicia correctiva,
reparadora, vindicativa y, en este sentido, parcial. Como tal, provee la base para
la redistribución del poder socioeconómico y político en aras de shalom —
abundancia de vida para todo ser humano—. Da por sentado que todo
miembro de la comunidad —y, por extensión, todo grupo humano y toda
nación en el mundo— tiene el mismo valor que los demás. Consecuentemente,
debe tener igual acceso al poder en sus relaciones con los demás y a los recursos
de la creación de Dios. La justicia tiene una estrecha relación con la misericordia
—la solidaridad mutua— y con la humildad ante Dios, como se ve en Miqueas
6.8, síntesis de la ética del Antiguo Testamento: «¡Ya se te ha declarado lo que es
bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: practicar la justicia, amar
la misericordia y humillarte ante tu Dios».

Sobre esta base bíblica, Dios dispone que en el pueblo de Israel los gobernantes
ejerzan el poder para «hacer justicia a los pobres». En otras palabras, quiere que
lo usen para evitar que los fuertes se aprovechen de los débiles, para asegurar
que haya equidad en la distribución del poder y que todos por igual tengan
acceso a los bienes de la creación de Dios. Y lo que Dios dispone para el pueblo
de Israel como «luz de las naciones» es a la vez lo que él quiere para todas las
naciones de la tierra.

En línea con esta perspectiva, Alfredo Zaiat está en lo correcto cuando,


refiriéndose al conflicto de los empresarios agropecuarios con el Gobierno
argentino, afirma que

si ha habido una medida que ha buscado avanzar la redistribución


del ingreso para comenzar a construir una sociedad equitativa es la
de las retenciones móviles a las exportaciones del agro. [...] La
historia enseña que para mejorar la distribución de la renta hay que
afectar al poder económico, que hoy tiene su manifestación en la
trama multinacional sojera. Por ese motivo, la crisis es política y no
[meramente] económica.8

8Alfredo Zaiat, «El test de las retenciones», Página 12, 8 de mayo de 2008. La
aprobación de la medida del Gobierno argentino con respecto a las retenciones
no niega la urgente necesidad de políticas gubernamentales claras en cuanto al
Bibliografía

Soros, George, La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro.


Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.

Van Dam, Chris, Ocupación, degradación ambiental, cambio tecnológico y desarrollo


sostenible: los efectos de la introducción del paquete soja/siembra directa en el Chaco
salteño. Tesis de Maestría en gestión ambiental y desarrollo. Centro Bartolomé de las
Casas, Colegio Andino, Escuela Andina de Postgrado, Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), 2002, Salta.

uso del dinero de las retenciones, de una reforma agraria a fondo y de un plan
de desarrollo económico que beneficie a todos a mediano y a largo plazo.
7

Declaración sobre mayordomía de la creación y cambio climático 1

Nosotros y nosotras, miembros de la Red Miqueas procedentes de 38 países de los cinco


continentes, nos reunimos en Limuru, Kenya del 13 al 18 de julio de 2009 en la Cuarta
Consulta Global Trienal. Sobre el tema de Mayordomía de la creación y cambio climático,
buscamos la sabiduría de Dios y clamamos por la guía del Espíritu Santo al reflexionar
sobre la crisis ambiental global. Como resultado de nuestras discusiones, reflexiones y
oraciones, hacemos la siguiente declaración:

1. Creemos en Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo en comunidad—, que es creador,


sustentador y Señor de todo. Dios se deleita en su creación y está comprometido con ella
(Colosenses 1.15-16 y Romanos 11.36).

2. En el principio, Dios estableció relaciones justas entre todo lo creado. Tanto las mujeres
como los hombres, como portadores de la imagen de Dios, somos llamados a servir y amar
al resto de la creación y somos responsables de rendir cuentas a Dios como mayordomos.
Nuestro cuidado de la creación es un acto de adoración y obediencia a nuestro creador
(Génesis 1.26-30 y 2.15).

3. Sin embargo, no siempre hemos sido mayordomos-as fieles. Debido a nuestra


ignorancia, negligencia, arrogancia y codicia, hemos hecho daño a la tierra y hemos
quebrantado las relaciones de la creación (Génesis 3.13-24). Nuestro fracaso en ser
mayordomos-as fieles ha causado la actual crisis ambiental, que ha llevado al cambio
climático y ha puesto en peligro los ecosistemas de la tierra. Toda la creación ha sido sujeta
a frustración y corrupción debido a nuestra desobediencia (Romanos 8.20).

4. Sin embargo, Dios permanece fiel (Romanos 8.21). En la encarnación, vida, muerte y
resurrección de Jesucristo, Dios reconcilió todas las cosas consigo mismo (Colosenses 1.19-

1
Es posible que con el paso del tiempo la Declaración sobre mayordomía de la creación y cambio
climático, que sintetiza los hallazgos de la Cuarta Consulta Global Trienal de la Red Miqueas
realizada en Kenia del 13 al 18 de julio de 2009, llegue a ser considerada como el documento más
significativo que ha surgido de círculos evangélicos sobre un tema que hasta el momento no había
recibido la atención que merece por parte de un pueblo que confiesa al trino Dios como el Dios de
la creación. Redactado por una comisión internacional que logró organizar la diversa participación
de los grupos de discusión formados por quiénes asistieron a la Consulta, este documento es un
excelente resumen de las preocupaciones ecológicas de una red comprometida plenamente con la
misión integral de Dios, concebida como la proclamación y la demostración del evangelio. La
esperanza es que esta Declaración no sólo se constituya en una agenda para los miembros de la Red
Miqueas sino que, además, incentive a los cristianos y cristianas, en todo lugar, a tomar en serio la
crisis ambiental global producida por «la ignorancia, el descuido, la arrogancia y la codicia»; a
superar la tradicional dicotomía entre la evangelización y la responsabilidad socio-ecológica, y a
comprometerse activamente en la práctica y la promoción del cuidado de la creación de Dios.
Establecida en 1999, la Red Miqueas ha crecido hasta llegar a ser un movimiento mundial de más
de 500 agencias cristianas de servicio, desarrollo y justicia, iglesias e individuos. Cuenta
actualmente con 300 miembros activos y 230 asociados en más de ochenta países. Su objetivo
central es incentivar la práctica de aquello que, según el texto del cual la Red deriva su nombre,
Dios requiere: «Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).
C. René Padilla.
20 y Filipenses 2.6-8). Escuchamos el gemido de la creación como con dolores de parto.
Ésta es la promesa que Dios actuará y que él ya está trabajando para renovar todas las
cosas (Romanos 8.22 y Apocalipsis 21.5). Ésta es la esperanza que nos sostiene.

5. Confesamos que hemos pecado. No hemos cuidado de la Tierra con el amor sacrificial y
abnegado de Dios. En vez de esto, hemos explotado, consumido y abusado de ella para
nuestro propio beneficio. Con demasiada frecuencia hemos cedido ante la idolatría de la
codicia (Colosenses 3.5 y Mateo 6.24). Hemos abrazado falsas dicotomías de la teología y
la práctica, separando lo espiritual y lo material, lo eterno y lo temporal, lo celestial y lo
terrenal. En todas estas cosas, no hemos actuado de manera justa con nuestros semejantes
y con la creación, y no hemos honrado a Dios.

6. Reconocemos que la industrialización, la creciente deforestación, la agricultura y la


ganadería intensificadas, como también el consumo ilimitado del petróleo y sus derivados,
han roto el equilibrio de los sistemas naturales de la Tierra. El rápido incremento de las
emisiones de gases de efecto invernadero está causando el incremento de la temperatura
global promedio, con los impactos devastadores que hoy se experimentan especialmente
en las poblaciones más pobres y marginadas. El incremento proyectado de 2° C dentro de
las próximas décadas alterará sustancialmente la vida en la Tierra y acelerará la pérdida
de la biodiversidad. Aumentará el riesgo y la severidad de eventos climáticos extremos,
como sequías, inundaciones y huracanes, causando desplazamientos de poblaciones y
hambrunas. Los niveles del mar continuarán elevándose, contaminando las fuentes de
agua y sumergiendo islas y comunidades costeras. Probablemente veremos migraciones
masivas, lo cual llevará a conflictos por la escasez de recursos. Profundos cambios en la
frecuencia de lluvias y nevadas, como también el derretimiento de los glaciares,
ocasionarán una aceleración de la escasez de agua para muchos millones de personas.

7. Nos arrepentimos de nuestra teología egocéntrica de la creación y de nuestra


complicidad en las relaciones económicas injustas a nivel local y global. Nos arrepentimos
de aquellos aspectos de nuestro estilo de vida personal y social que deterioran la creación,
y de nuestra falta de acción política. Debemos cambiar radicalmente nuestra vida en
respuesta a la indignación y la tristeza de Dios por la agonía de su creación.

8. Nos comprometemos ante Dios, y llamamos a toda la familia de la fe, para dar
testimonio del propósito redentor de Dios para toda su creación. Buscaremos formas
apropiadas de restaurar y construir relaciones justas entre los seres humanos y con el resto
de la creación. Nos esforzaremos por vivir responsablemente, rechazando el consumismo
y la explotación que resulta de él (Mateo 6:24). Enseñaremos y modelaremos la
mayordomía de la creación como parte de la misión integral. Intercederemos ante Dios por
los que más sufren los efectos de la degradación ambiental y el cambio climático, y
actuaremos con justicia y misericordia entre ellos, con ellos y por ellos (Miqueas 6:8).

9. Unimos nuestra voz a la del resto de la sociedad para demandar a los líderes locales,
nacionales y globales que cumplan la responsabilidad que tienen de enfrentar la crisis del
cambio climático y la degradación ambiental, mediante los mecanismos y las convenciones
acordados a nivel intergubernamental, y de asegurar los recursos necesarios para
garantizar un desarrollo sustentable. Sus reuniones como parte del proceso del Convenio
Básico de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático deben producir acuerdos justos,
comprehensivos y adecuados. Los líderes deben apoyar los esfuerzos de las comunidades
locales para adaptarse al cambio climático, y deben actuar para proteger la vida y el
sustento de las personas más vulnerables al impacto de la degradación ambiental y el
cambio climático. Reconocemos que, entre ellos, los más afectados son las mujeres y las
niñas. Hacemos un llamado a los líderes a invertir en el desarrollo de nuevas tecnologías y
fuentes de energía, limpias y sustentables, y a proveer apoyo adecuado para que los
grupos pobres, vulnerables y marginados hagan un uso efectivo de ellas.

10. Ya no hay más tiempo para postergaciones o indiferencia. Trabajaremos con pasión,
persistencia, oración y creatividad para proteger la integridad de toda la creación y legar
un ambiente y un clima seguros para nuestros hijos y los hijos de sus hijos.

Los que tengan oídos para oír, oigan (Marcos 4.23).

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