Las 4 A Criterios para Identificar Las Buenas Prácticas

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Las 4 A como criterios para identificar "buenas prácticas" en

educación
Rosa María Torres
Identificar, documentar y difundir buenas prácticas - también llamadas ‘exitosas’,
‘efectivas’, ‘ejemplares’, ‘destacadas’, ‘inspiradoras’, etc. - es un pedido
generalizado en el campo de la educación.

Educadores, tomadores de decisiones, agencias internacionales, coinciden a


menudo en la ilusión de 'modelos' capaces de dar pistas para el buen hacer en
diferentes contextos. A esa demanda vienen respondiendo los organismos
internacionales vinculados al campo educativo. Existen numerosos inventarios de
buenas prácticas recopiladas en publicaciones impresas y en internet, organizadas
por temas y por países o regiones.

Algunas experiencias se repiten en todos lados; son también las que suelen ocupar
los boxes (recuadros insertos) en informes nacionales e internacionales. Al inicio
eran sobre todo experiencias vinculadas a la educación formal; cada vez más, los
bancos de buenas prácticas se amplían a la educación no-formal y a la de jóvenes
y adultos.

No obstante, persiste una grave limitación: en la mayoría de casos no se explica


cómo y con qué criterios se han definido como 'buenas' las prácticas elegidas. En
general, dicha elección se basa en las categorías convencionales (matrícula,
cobertura, número de participantes, culminación del curso o programa, acreditación,
etc.) y en aspectos subjetivos que no son fácilmente verificables. No siempre las
'buenas prácticas' aparecen sustentadas en alguna evaluación, cuantitativa o
cualitativa.

Frente a este vacío y a esta necesidad, vengo planteando usar las 4 As propuestas
para verificar el cumplimiento del derecho a la educación - asequibilidad
(disponibilidad), accesibilidad, adaptabilidad y aceptabilidad - como criterios que
ayuden a identificar si estamos frente a una buena práctica educativa. (Los términos
originales en inglés son availability, accessibility, adaptability, acceptability.
Traducimos availability como disponibilidad, un término más corriente y
comprensible que asequibilidad, que es el que se viene usando en muchas
traducciones al español a fin de mantener las ‘4 A’).

Las ‘4 A’ fueron adoptadas en 1966 en el Pacto Internacional de Derechos


Económicos, Sociales y Culturales como categorías universales para establecer el
cumplimiento del derecho a la educación; posteriormente fueron adoptadas y
desarrolladas por Katarina Tomasevski, Relatora Especial de Naciones Unidas para
el Derecho a la Educación 1998-2004, quien contribuyó a darles amplia difusión.
Las 4 A se han centrado en la educación de niños/niñas y en sistema escolar. No
obstante, la Aplicación del Pacto expresamente establecía que “la educación en
todas sus formas y en todos los niveles debe tener estas cuatro características
interrelacionadas” (Naciones Unidas, 1999).

Sostengo que las 4 A pueden ser criterios útiles para identificar y desarrollar buenas
prácticas educativas tanto en el ámbito escolar como fuera de éste. Permiten ir más
allá de la información usual centrada en la oferta - presupuesto, costos, matrícula,
retención, infraestructura, distribución de materiales y equipos, introducción de
innovaciones, uso de tecnologías, aplicación de pruebas, etc. - y tener en cuenta el
indispensable punto de vista de la demanda: los educandos, sus expectativas, sus
condiciones, sus contextos.

En definitiva: frente a una práctica educativa, y antes de sacar conclusiones sobre


sus bondades o eficacia, es necesario preguntarse acerca de su disponibilidad,
accesibilidad, adaptabilidad y aceptabilidad. Las mismas preguntas cabe hacerse
respecto de las políticas.

(Asequibilidad) Disponibilidad

La disponibilidad es el nivel más básico y con el que a menudo se dan por


satisfechos los responsables gubernamentales. Se refiere a la existencia efectiva
del programa, el centro o el servicio, y a las condiciones mínimas para que éste
pueda operar.

Muchas veces, está la necesidad y hasta la demanda pero no la oferta educativa


que correspondería a dicha necesidad. No existe la guardería, el centro infantil, la
escuela, el colegio, el centro comunitario, el taller, la biblioteca para satisfacer la
demanda de la población que vive en determinada zona o región. Muchos
programas tienen coberturas pequeñas, atienden sólo ciertas áreas, edades o
grupos, o bien operan solamente en ciertas épocas del año, dejando afuera a las
poblaciones más vulnerables y peor servidas, en el campo o en la ciudad. A
menudo, asimismo, la oferta educativa se piensa únicamente como oferta para
niños y jóvenes, ignorando las necesidades educativas de la primera infancia y de
las personas adultas. Es preciso recordar que el derecho a la educación se aplica a
todas las personas y a todas las edades, y a lo largo de la vida.

Accesibilidad

Una vez que la oferta está disponible, es preciso preguntarse acerca de su


accesibilidad. No todo lo que está disponible es accesible. Consideremos varias
dimensiones:

(a) accesibilidad económica: el derecho a la educación implica gratuidad, ausencia


de pagos y cuotas, materiales de aprendizaje gratuitos, subsidios para cubrir otros
costos asociados al programa (por ejemplo: transporte, alimentación, etc.)
(b) accesibilidad física: horarios adecuados así como la posibilidad de acceder al
lugar donde se realiza la actividad (distancia del hogar o del lugar de trabajo,
caminos transitables, condiciones de seguridad, previsiones para personas con
movilidad restringida, etc.) y a los medios necesarios cuando se trata de una oferta
de educación a distancia o de aprendizaje informal (radio, televisión, computadora,
etc.)

(c) accesibilidad curricular y pedagógica: los participantes deben poder comprender


y manejar los contenidos y métodos propuestos, los instrumentos de evaluación, las
tecnologías, etc. utilizados en la enseñanza.

Muchas ofertas educativas no pueden ser aprovechadas porque sus condiciones de


acceso no lo permiten. El pago de cuotas o el uso obligatorio de uniformes excluye
a quienes no pueden financiarlos. La distancia puede ser un obstáculo insalvable
para niños, personas mayores o personas con problemas de movilidad.

Ejemplos modernos de ofertas educativas disponibles pero no accesibles son a


menudo las modernas tecnologías. Equipos informáticos se compran y distribuyen
pero quedan sin uso o son desaprovechados porque nadie sabe operarlos o
repararlos, no se ha sensibilizado ni capacitado a los docentes, e incluso no existen
condiciones de funcionamiento como energía eléctrica o conexión a internet. Por
eso, antes de definirlas como 'buenas prácticas', es indispensable cerciorarse de
que las innovaciones tecnológicas son realmente tales y que están operando dentro
de procesos pedagógicos reales.

Adaptabilidad

No todo lo que está disponible y es accesible es relevante o pertinente para quienes


está destinado. La oferta educativa (currículo, metodologías, horarios, sistemas de
evaluación, infraestructura, mobiliario, etc.) debe adaptarse a las realidades,
expectativas y posibilidades de los educandos en cada caso. La mayoría de
personas y familias se contenta con que la educación esté disponible y sea
accesible, sin asumir que el derecho a la educación incluye el derecho a una buena
educación, pertinente, relevante, de calidad.

Lenguas, culturas, horarios, contenidos, medios, tecnologías, metodologías,


instrumentos y procedimientos de evaluación, deben adaptarse a cada contexto
específico: zona geográfica, estación o período del año, clima, edad, género,
trayectoria y nivel educativo de los educandos, disponibilidad de tiempo,
motivaciones, ritmos y estilos de aprendizaje, necesidades especiales, etc. Esto
supone empatía con la gente, conocimiento de las realidades locales, capacidad
para anticipar y rectificar oportunamente, así como consulta y participación de los
directamente involucrados.

La adaptabilidad tiene que ver tanto con la diferencia como con la desigualdad.
Responder a la diversidad implica una oferta flexible y diversificada, que responde
a las diferencias individuales y colectivas, lo que es condición para la eficacia de
cualquier intervención educativa. Responder a la desigualdad implica
adicionalmente el desafío de la equidad, dando más y mejor a quienes menos tienen
a fin de compensar las desventajas de su situación de partida. Políticas, programas,
estrategias y metas homogéneas, iguales para todos, refuerzan la inequidad en
lugar de reducirla.

Los desafíos más grandes de adaptabilidad suelen darse en las zonas rurales
(dispersión de la población, distancias, pobreza, precariedad, trabajo extenuante, a
menudo falta de servicios básicos como agua potable o energía eléctrica, etc.), los
grupos indígenas (lenguas y culturas no-hegemónicas, fuerte subordinación de la
mujer en muchas comunidades y culturas, etc.), poblaciones móviles (trabajadores
migrantes, sin tierra, sin casa; población desplazada por conflictos armados o
desastres naturales, etc.), grupos altamente heterogéneos (en términos de edad,
nivel educativo, lenguas, culturas, etc.) y grupos con necesidades especiales,
quienes requieren condiciones, estrategias y materiales específicos. La
combinación de varias de estas características hace tanto más complicada la
atención diferenciada.

Aceptabilidad

La aceptabilidad se ubica del lado de las personas y grupos a quienes está dirigida
la oferta educativa y tiene que ver fundamentalmente con su satisfacción. Aquí
radica la prueba de fuego de políticas y programas. Tanto la relevancia (‘para qué’)
como la pertinencia (‘para quién’) de la oferta educativa constituyen aspectos
centrales de la calidad de la educación y de su potencial transformador.

La satisfacción tiene que ver con muchas dimensiones y factores - no todos


vinculados directamente al aprendizaje - tales como la autoestima, la dignidad, el
respeto, la superación de la soledad y el aislamiento, la socialización y la interacción
con pares, el llano disfrute.

La mejor indicación de que un centro o un programa educativo funciona y es


adecuado a las necesidades de los educandos es que estos van y se sientan allí
contentos. Niños y niñas dan muestras claras de lo que les gusta y de lo que les
disgusta; no obstante, en el campo de la educación este hecho a menudo ni siquiera
se tiene en cuenta como aspecto central de la "calidad" educativa. Si los niños no
se sienten cómodos, si en el lugar se respira miedo, desconfianza, autoritarismo,
maltrato... no estamos frente a un buen centro o una buena práctica educativa,
aunque otras señales (por ejemplo, infraestructura moderna o buenos puntajes en
pruebas) puedan indicar lo contrario.

Para muchas mujeres, sobre todo amas de casa, el tiempo de la clase significa la
posibilidad de escapar por un rato del hogar y de la rutina cotidiana. Para muchos
jóvenes, el centro educativo puede constituir una experiencia rehabilitadora
después de haber pasado por una experiencia escolar maltratante y traumática.
Para muchos participantes, especialmente hombres, ir a una escuela a estudiar es
algo que les incomoda, pues se sienten tratados como niños y expuestos
públicamente, por lo que prefieren a menudo aprender en sus propias casas o en
lugares menos visibles.

Idealmente, todo programa debería incorporar mecanismos confiables para evaluar


la satisfacción de los/las participantes, más allá de indicadores clásicos como
retención y completación de las lecciones o los módulos, o incluso la aplicación de
una prueba o la aprobación del programa o del nivel. La alta deserción que
prevalece en muchos sistemas escolares y en muchos programas de educación de
jóvenes y adultos, puede ser indicativo de problemas combinados de disponibilidad,
accesibilidad, adaptabilidad y aceptabilidad.

Una clave tanto de la adaptabilidad como de la aceptabilidad de la oferta educativa


radica en la profundidad y la calidad de la participación de los potenciales
‘beneficiarios’, sólo de este modo convertidos en ‘participantes’ del proceso, desde
el diseño de políticas y programas, hasta su ejecución, seguimiento y evaluación.
Antes que políticas y programas para, se trata de construir políticas y programas
desde y con la gente: niños, jóvenes, adultos, familias, comunidades,
organizaciones sociales.

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