Cuentos de Superacion
Cuentos de Superacion
Cuentos de Superacion
Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.
El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque
no podía florecer como la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta,
una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.
El rey preguntó:
No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras
querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser
Fresia de la mejor manera que pueda".
Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a vos mismo.
Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia
condena...
ANIMARSE A VOLAR
-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que
sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar
profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente
intento –contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado
toda su vida.
-¿Estás loco?
-¿Para qué?
-¿Será cierto?
Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son
de adorno... – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las
alas se desplieguen.
Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.
EL BUSCADOR
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa
alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso
riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y
partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un
poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba
tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La
rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de
bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación
de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar
lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó
que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella
inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al
darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al
pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el
hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla
decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente
conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían
inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó
con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba
por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún
familiar.
- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay
en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible
maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí
tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan
una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a
partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la
izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a su novia y
se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una
semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?,
¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del
primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con
el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?…
¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es
nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su
tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
EL OSO
Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.
El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado
tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y
ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.
Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y
arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí
su muerte.
Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre revolvió el plato de
comida con la cuchara y mirando al guardiacárcel dijo – Pobre del zar.
- El guardiacárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu cabeza quedará
separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.
- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un sastre, el zar perderá la
posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo su propio oso aprenda a hablar.
Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su
descubrimiento:
-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a
hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y lamentablemente, tiempo es lo que menos
tengo...
-Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo... que el
aprendizaje duraría... duraría... no menos de...... DOS AÑOS.
- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana
empezarás!
- Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estarán
muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, yo
tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi
familia.
- Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán bajo
la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados con el dinero de la corte y nada que
necesiten o deseen, les será negado... Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te
arrepentirás de haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo...
¿Entiendes, verdad?.
- Sí, alteza.
- Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte, denle
dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. Ya... ¡¡Fuera!!.
- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no habla...
– Alteza... -
...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el hombre
pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos.
La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado
al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante...
- Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso
de cerca, ¡Estás, loco!
- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, ahora... ahora tengo
dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en dos años.
En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir yo... y lo más
importante... por ahí el ¡¡oso habla!!
EL TEMIDO ENEMIGO
La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, partir de
allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje y otro sentido. Así como
está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.
Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su
deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran
por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también
él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.
-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él
conoce el futuro.
El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy
bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él
existiera y viviera allí.
Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y
mucho menos bondadoso.
Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por
esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:
Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de
todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto
que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la
admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro
de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el
mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese
mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de
un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el
mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se
acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...
...Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le
preguntó:
- ¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el futuro?
- ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes
darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes
más eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?
- No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...
Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.
El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que
no se animó a matar al mago.
- Me siento mal - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.
El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.
Estaba aturdido
Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.
El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones
de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara...
Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el
mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la
noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.
Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en
cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.
Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.
El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se
quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara).
El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...
Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del
mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor
eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las
decisiones.
Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.
Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello
dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera
más sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.
El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para
compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser
excelentes amigos.
Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.
Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado
enemigo
Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.
El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:
- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad
saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería
que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos
te amaban... Estoy tan avergonzado...
- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos,
me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.
Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.
- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra
que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me
hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que
no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su
mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te
mentí... Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para
darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más
importante cosa que yo te haya enseñado nunca.
Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que
creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo,
terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un
momento rechazamos.
Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es
importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna
razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han
ligado, no nuestras muertes.
El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta
relación que habían sabido construir juntos...
Cuenta la leyenda... que misteriosamente... esa misma noche... el mago... murió durante el sueño.
¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche
anterior a su muerte?.
Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto
para quitarle su fantasía de morirse un día después.
Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una
tumba para su amigo, el mago.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se
llora ante la pérdida de los seres queridos.
Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el
rey murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para
confirmar la última enseñanza del maestro.
OBSTÁCULOS
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta
de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas
mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que
quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que
intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de
andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme
zanja me impide mi paso. Temo... dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja.
Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro
hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me
detengo. Imposible saltarlo
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para
construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta que
deseo... y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo
cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la
ciudad de mis sueños...
Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está
tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del
camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi
objetivo y yo?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.
SUEÑOS DE SEMILLA
En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla, de alguna
manera pequeña e insignificante pero también pletórica de potencialidades.
...Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso de
desarrollo.
En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada semilla sabe
cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan,
expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de flores y de frutos, para poder dar lo que tienen
que dar.
Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los sueños secretos.
Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse a
luz, morir como semillas... para convertirse en árboles.
Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra voz
interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.
Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en cada
momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los triunfos y en
los fracasos. Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos
cuenta.
Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos... Y un día, mientras transitamos este eterno
presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y
desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo trazo
nuestro pasado y nuestro futuro.
Nada hay que temer,... una sabiduría interior las acompaña... porque cada semilla sabe... cómo
llegar a ser árbol...
EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO
- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me
dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar
maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas.
Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y
después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus
necesidades postergadas-.
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda
y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado.
Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma
posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más
rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo
miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven
mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan
amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para
entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven
tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y
abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado
al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó
3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del
anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber
primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para
saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que
ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó
y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de
oro por su anillo.
- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero
no sé... Si la venta es urgente...
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y
valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida
pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
EL MAESTRO SUFI
El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre
entendían el sentido de la misma...
- Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su
significado...
- Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te
convide con un rico durazno.
- ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más
cómodo?...
- Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada.
CODICIA
A mi no me interesó por la riqueza, me interesó por lo extraño del hallazgo, nunca he sido
ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales, pero igual desenterré el cofre.
Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres...
Constituían en sí mismas una verdadera fortuna. Solo por pasar el tiempo, empecé a imaginar
todas las cosas que se podrían comprar con ellas.
Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro. Por suerte,
por suerte...no era mi caso...
Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener en un miserable que
las monedas las había enterrado su abuelo, y que por lo tanto le pertenecían a él.
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a
mí no me importa son las cosas que se compran con dinero, eso sí, no soporto la gente codiciosa...