Derecho Administrativo Avalos Libro Completo
Derecho Administrativo Avalos Libro Completo
Derecho Administrativo Avalos Libro Completo
Administrativo
Eduardo Ávalos: Abogado y Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional de Córdoba. Especialista en Derecho Público (UNC). Profesor
adjunto por concurso de la asignatura “Derecho Procesal Administrativo” (Facultad de Derecho
- UNC). Profesor titular de la asignatura “Derecho Administrativo” (carrera de abogacía -
Universidad Blas Pascal). Secretario de la Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba.
Alfonso Buteler: Abogado y Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional de Córdoba. Magíster en Derecho Administrativo por la Universidad
Austral. Docente de “Derecho Administrativo” (Facultad de Derecho -UNC) y de “Derecho
Procesal Público” (Universidad Empresarial Siglo 21). Codirector de la Sala de Derecho
Administrativo del Colegio de Abogados de Córdoba. Coordinador Nacional del Foro
Permanente de Debate y Discusión de Jóvenes Administrativistas (FORJAD) de la Asociación
Argentina de Derecho Administrativo.
EDUARDO ÁVALOS
ALFONSO BUTELER
LEONARDO MASSIMINO
DERECHO
ADMINISTRATIVO
Asesores editoriales
Manuel Cornet
Raúl E. Fernández
Guillermo P. Tinti
ISBN 978-987-643-102-6
CDD 342
ISBN 978-987
Duarte Quirós 631 - P.B., L. 1 - Tel. (0351) 4217842 (5000) Córdoba [email protected] -
[email protected] www.alveroni.com
República Argentina
A los alumnos y a los jóvenes profesionales, a quienes pretendemos acercar un planteo actual
y crítico de los principales temas de estudio del derecho administrativo en la actualidad,
procurando incentivarlos en forma permanente a la superación y mejora de las instituciones
de esta rama del derecho.
PALABRAS PREVIAS
No resulta fácil sintetizar qué motivación preside la idea de escribir un libro de Derecho.
Fundamentalmente, debe existir una arraigada vocación por la disciplina de que se trata, en
este caso, el Derecho Administrativo. También, el entusiasmo suficiente por transmitir el fruto
de las vivencias, que desde la cátedra universitaria y el ejercicio profesional, van moldeando el
conocimiento de una asignatura. Y lo que es más, la necesidad de intentar contribuir con un
pequeño aporte al abordaje, por parte de estudiantes y demás operadores jurídicos, a una
versión renovada de los clásicos temas de la materia.
En alguna circunstancial reunión de café, descubrimos que en alguna medida a todos nos
embargaban estas mismas inquietudes y aspiraciones, y que era la oportunidad de intentar
concretarlas. Fue así que luego de bosquejar el contenido posible de la obra, de formular el
esquema de los temas a tratar, y de delinear los aspectos metodológicos, decidimos separarla
en dos partes. Un primer tomo, conteniendo los aspectos sustanciales del Derecho
Administrativo y una segunda parte, destinada a la faz procedimental, adaptándolos a las
exigencias de los programas de la carrera de abogacía de la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional de Córdoba y Católica de Córdoba, como asimismo de la Universidad Blas
Pascal y Empresarial Siglo 21, instituciones en las que nos desempeñamos como docentes de la
especialidad.
Pero también se advertirá, la sistemática mención que efectuamos a los fallos de nuestra
Corte Suprema de Justicia de la Nación y en lo pertinente, de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, como una manera de afianzar el “método del caso” en la enseñanza del
Derecho y estimular el espíritu crítico y participativo en el aprendizaje de la asignatura.
Por último, cabe agregar que la redacción de los capítulos I, III, VI, VII, XIV y XV le ha
correspondido a Alfonso Buteler; la de los capítulos II, IV, V, XI y XII a Eduardo Ávalos; y la de
los capítulos VIII, IX, X y XIII a Leonardo Massimino.
I. LA DIVISIÓN DE PODERES
1. Introducción
El sistema republicano de gobierno se caracteriza por la división y control del poder estatal.
Este modelo, sin embargo, no se presenta en todos los países de la misma manera, lo que
impide trasladar sin el cuidado necesario, instituciones foráneas.
A partir de ello, debemos dejar aclarado que en este Capítulo sólo nos referiremos a la primera
dimensión de la división de poderes, esto es, a su división en diferentes estamentos. Esta idea
del Constituyente de 1853/60 quedó plasmada de manera prístina cuando en el art. 29 de la
CN se estableció que “El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas
provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder
público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de
los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza
llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a
la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria” o en la consagración expresa en
1994 de prohibiciones como las previstas en los arts. 76, 99 inc. 3 y 109 que luego
analizaremos.
La segunda aclaración que debemos efectuar es que lo que se divide no es el poder, que sigue
siendo uno solo, sino las funciones que corresponden a cada uno de los departamentos de
gobierno.
Por tal motivo, cada una de las esferas estatales tiene asignada una competencia propia y otras
que realizan conjuntamente que permite un control mutuo mediante un sistema de pesos y
contrapesos. En tal sentido, se ha dicho que “[e]s sabido que la doctrina de la división de los
poderes o la separación de funciones no implica que cada uno de los órganos del poder pueda
ejecutar únicamente actividades materialmente administrativas, legislativas o judiciales. Es
que esas actividades son consecuencia del ejercicio mismo del poder, que nuestro sistema
legal le reconoce a los tres órganos en sus determinados ámbitos de competencia. Sin
embargo cada uno de los órganos puede ejercer sus atribuciones dentro del estricto marco de
su función específica” .
2. Criterios
Se han desarrollado diversos criterios para determinar cuándo estamos en presencia de una
determinada función. Así, desde un criterio orgánico o subjetivo para la identificación de la
función debe tenerse en cuenta de quien emana la decisión. Esto es que estaremos frente a la
función jurisdiccional si emana del poder judicial, ante función legislativa si es emitida por el
Congreso y a frente a función administrativa si es producto de una decisión del poder
ejecutivo.
Desde una perspectiva material, por último, se ha indicado que no resulta relevante para la
determinación de cuándo estamos en presencia de la función administrativa indagar el poder
del que emana sino más bien analizar su sustrato o contenido. Este último es el que se ha
impuesto entre los operadores jurídicos . Sin embargo, ello no debe llevarnos a concluir que
cada uno de los poderes desarrolla solo la actividad propia de su función.
Así, el Poder Ejecutivo, además de llevar adelante la función administrativa, ejerce función
legislativa cuando dicta —aunque excepcionalmente— los decretos delegados (art. 76 CN), los
de necesidad y urgencia (art. 99, inc. 3, CN). Incluso, para algunos, desarrolla actividad
jurisdiccional a través de los denominados tribunales administrativos .
Algo similar podemos decir del Poder Judicial en cuanto a que junto con la actividad
jurisdiccional que le es propia lleva adelante actividad administrativa (celebra contratos, aplica
sanciones, etc.) y puede dictar normas generales y abstractas (Acordadas), aunque acotadas a
su ámbito de aplicación.
II. LA FUNCIÓNADMINISTRATIVA
1. Aspectos generales
Como hemos visto, para la determinación de las funciones estales se ha impuesto un criterio
material, lo que nos permite llegar a la conclusión de que existe función administrativa en los
tres poderes estatales, tal como lo ha reconocido la doctrina mayoritaria —tanto nacional
como extranjera— , la jurisprudencia e incluso algunos ordenamientos provinciales .
En este orden de ideas, se registran interesantes precedentes vinculados al ejercicio de función
administrativa por el Poder Legislativo. El primero de ellos, tuvo lugar en la causa “Persoglia” ,
en donde la Corte —al remitir al dictamen del Procurador— dejó sin efecto la sentencia de la
Corte Suprema de Buenos Aires en cuanto había considerado insusceptible de revisión judicial
el acto de cesantía dispuesto por el Vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires en
ejercicio de la Presidencia del Senado en contra de un empleado de dicho cuerpo legislativo.
Según las consideraciones efectuadas por el Alto tribunal, el acto sancionatorio constituía el
ejercicio de función administrativa y por tal razón, resultaba susceptible de contralor
jurisdiccional. Este criterio fue reiterado luego en otras causas frente al reclamo de pago de
una bonificación a los agentes del Poder Legislativo y de un suplemento salarial de legisladores
.
Sin embargo, la respuesta del Alto Tribunal fue variando de acuerdo a si atacaban actos
administrativos emanados del Poder Judicial de una provincia de aquellos otros que eran
dictados por autoridades jurisdiccionales federales. En el primer supuesto, si bien fue reticente
a admitir el control en algunos casos ,por lo general, la Corte admitió la revisión judicial de ese
tipo de decisiones15.
Como muestra de ello, puede traerse a colación la sentencia dictada en la causa “Guardia” ,
donde el Máximo Tribunal no admitió el control judicial de su propia decisión administrativa
invocando para ello su calidad de supremo tribunal, circunstancia ésta que impedía —según
los argumentos expuestos en el decisorio— que sus pronunciamientos sean revisados, más allá
que impliquen el ejercicio de función administrativa o jurisdiccional.
Este criterio negativo se mantuvo en casos posteriores . Sin embargo, esa regla recibió una
marcada atenuación cuando en la causa “Rodríguez Varela” , si bien se hizo expresa referencia
a la jurisprudencia que niega la facultad de revisar las decisiones adoptadas en materia de
Superintendencia, se consideró que quedaban exceptuados aquellos supuestos en donde se
veía afectado el derecho de defensa de quien ha visto vulnerado sus derechos. Resulta preciso
recordar, que en ese caso, se cuestionaba la resolución que había declarado cesante como
Secretario Letrado de ese tribunal al actor, omitiendo la instrumentación de un sumario
administrativo previo.
De acuerdo a lo analizado, resulta claro que la Corte al no admitir la revisión de los actos
administrativos dictados por el Poder Judicial de la Nación e, incluso, los dictados por ese
cuerpo, confundía su supremacía como Máximo tribunal federal garante del contenido de la
Constitución Nacional y del derecho federal, con su superioridad jerárquica en materia de
Superintendencia.
Amén de lo señalado hasta aquí y de lo que sea abordará más adelante, debemos apuntar que
también ejercen función administrativa las personas jurídicas públicas no estatales, como los
colegios profesionales (Consejo Profesional de Ciencias Económicas, Colegio de Ingenieros) o
ciertas obras sociales (PAMI), a pesar de no integrar la organización administrativa.
Desde otra perspectiva, puede sostenerse que la Corte ha tomado sentido contrario al señalar
que la relación usuario y concesionario es una relación de consumo regida por el derecho
privado .
III. FUNCIÓNJURISDICCIONALDELAADMINISTRACIÓN
A pesar de ello, la Corte Suprema nacional en el año 1960 admitió esa posibilidad en el la causa
“Fernández Arias” siempre que la decisión administrativa que hiciera uso de esa atribución no
fuera definitiva o irrevisable sino que debía estar sujeta al control judicial posterior, agregando
que el mismo debía ser “suficiente”, es decir, controlable en el aspecto fáctico y jurídico. Esa
doctrina fue reiterada en casos posteriores .
Más recientemente, al resolver la causa “Ángel Estrada” volvió a pronunciarse sobre esta
cuestión exigiendo la presencia de recaudos adicionales para convalidar la constitucionalidad
de la jurisdicción administrativa. Pues, en esta oportunidad requirió: 1) Que los organismos
administrativos dotados de jurisdicción hayan sido creados por ley; 2) que su independencia e
imparcialidad estén aseguradas; 3) que el objetivo económico y político tenido en cuenta por
el legislador para su creación haya sido razonable y 4) que sus decisiones estén sujetas a
control judicial amplio y suficiente.
Incluso, esta posibilidad ha encontrado reconocimiento normativo en diversas disposiciones.
Así, por ejemplo, en el art. 99 del Decreto 1952/72 (Reglamento de Procedimientos
Administrativos) se contempla expresamente esa posibilidad. También, el marco regulatorio
del sector de la energía eléctrica (art. 72 la ley 24.065) dispone que “Toda controversia que se
suscite entre generadores, transportistas, distribuidores, grandes usuarios, con motivo del
suministro o del servicio público de transporte y distribución de electricidad, deberá ser
sometida en forma previa y obligatoria a la jurisdicción del ente”.
Sobre esta alternativa cabe efectuar algunas consideraciones. En primer lugar debe señalarse
que la jurisprudencia de la Corte en este punto no propone una visión interpretativa del texto
constitucional que habilite pensar que el ejercicio de esta función por parte del Poder
Ejecutivo sea posible sino que va en contra del texto de la Carta Magna lo que la descalifica.
Ello, se refuerza al advertirse que nuestro sistema es netamente judicialista.
Segundo, no puede pasarse por alto que la discusión sobre el punto presupone adoptar una
postura sobre el concepto y alcance de la función judicial.
En tercer término, suele considerarse como función jurisdiccional a los casos en que la
administración resuelve un conflicto entre partes interesadas, como por ejemplo, un diferendo
entre un usuario y la empresa distribuidora de un servicio público que resuelve el ente
regulador. Más allá de esa nota, que no es dirimente, no se dan las atribuciones de
imparcialidad, independencia, etc. Se trata, también, de un acto administrativo que debe ser
recurrido por el administrado y que luego debe ser sometido al control judicial. Es decir, no
hay función jurisdiccional sino administrativa.
Tampoco creemos que pueda sostenerse que hay función jurisdiccional cuando la
administración pública aplica una sanción o cuando resuelve un recurso administrativo. En
ambos casos estamos frente a actos administrativos.
1. Delimitación
Esa dinámica del proceder estatal, ha sido reflejada por la Corte Nacional en un importante
precedente al expresar que “mientras en algunos supuestos el ordenamiento jurídico regula la
actividad administrativa en todos sus aspectos — reemplazando así el criterio del órgano
estatal al predeterminar qué es lo más conveniente para el interés público y reducir su
actividad a la constatación del presupuesto fáctico definido por la norma en forma completa y
la aplicación de la solución que la ley agotadoramente ha establecido (poderes reglados o de
aplicación legal automática)—, en otras ocasiones el legislador autoriza a quien debe aplicar la
norma en el caso concreto para que realice una estimación subjetiva que completará el cuadro
legal y condicionará el ejercicio para ese supuesto de la potestad atribuida previamente o de
su contenido particular al no imponerle, por anticipado, la conducta que debe necesariamente
seguir (facultades o potestades de ejercicio discrecional)” .
Efectuada la primera aproximación a este tema tan complejo y que ha dado lugar a tantas
posturas y matices , haremos algunas consideraciones personales.
Con mayor razón debemos evitar la identificación entre la discrecionalidad política con la
administrativa, habida cuenta que la primera se desenvuelve en un campo más amplio y en
donde el derecho actúa como límite constante mientas la administrativa campea
permanentemente en el derecho y nunca fuera de este. Esto que marcamos, como veremos
luego, tiene directa incidencia con la justiciabibilidad plena de la discrecionalidad
administrativa y con la proclamación de una regla (cada vez con más excepciones) que impide
el control judicial de las decisiones políticas.
Segundo, debemos dejar sentado que no hay discrecionalidad “en bloque” o “actos de pura
administración” sino que existen actos mayor o menormente reglados por el ordenamiento de
acuerdo al margen de ponderación que la norma le atribuya a la autoridad administrativa para
escoger entre las diversas alternativas.
Esta afirmación nos conduce al tercer punto que queremos remarcar. Como ha sido puesto de
resalto por CORVALÁN, cuando hablamos de actividad discrecional no nos enfrentamos,
necesariamente, a la idea de lo reglado ya que justamente esa actividad es producto de una
decisión normativa35. Esto implica que, tanto la actividad reglada como la discrecional parten
del ordenamiento y nos colocan siempre dentro del mundo jurídico y nunca fuera de él. De ello
se deriva, entonces, que la posibilidad de escoger entre las diversas alternativas, debe
sujetarse únicamente a reglas jurídicas y jamás a estándares políticos tales como el mérito, la
oportunidad o la conveniencia.
Por tal razón, no caben dudas que la valoración o la elección por parte de la administración
pública nunca puede ser efectuada por la administración pública en términos políticos o
extrajurídicos sino sólo mediante patrones vinculados a la juridicidad o legalidad y teniendo en
cuenta que el centro de escena del ordenamiento es la dignidad de la persona humana. Es que
la discrecionalidad administrativa no es una “patente de corso” otorgada a la administración
para que escoja lo que le plazca sino que debe efectuarse en bases a patrones jurídicos como
la razonabilidad, proporcionalidad, etcétera.
En esa línea se ha pronunciado recientemente la Corte federal al señalar que “hay una
garantía mínima del derecho fundamental que constituye una frontera a la discrecionalidad de
los poderes públicos” y que la “razonabilidad significa entonces que, sin perjuicio de las
decisiones políticas discrecionales, los poderes deben atender a las garantías mínimas
indispensables para que una persona sea considerada como tal en situaciones de extrema
vulnerabilidad. Esta interpretación permite hacer compatible la división de poderes, la
discrecionalidad política del Poder Ejecutivo y del Congreso, con las necesidades mínimas de
los sectores más desprotegidos cuando éstos piden el auxilio de los jueces”.
2. Control judicial
Cabe destacar que durante mucho tiempo se identificó a la discrecionalidad administrativa con
lo que no era pasible de revisión judicial. Esa visión de origen en el derecho francés que aludía
a la discrecionalidad “en bloque” o a “actos de pura administración” para excluirlos del ámbito
jurisdiccional, en nuestro sistema jurídico fue sostenida por la Corte Suprema nacional durante
un prolongado espacio temporal.
Por suerte, en las últimas décadas se abandonó esa tesitura y ya prácticamente nadie sostiene
que la discrecionalidad implica el ejercicio de un patrón extrajurídico exento de la autoridad de
los magistrados.
En la actualidad del Estado de Derecho, en donde el actuar público que se halla subordinado al
bloque de juridicidad integrado por la Constitución, los tratados internacionales , las leyes y los
reglamentos, resulta inconcebible que pueda existir porción alguna de la actividad
administrativa que pueda estar por encima del orden jurídico y que resulte indemne al control
judicial.
Superado ese estadio que impedía la revisión judicial, desde la doctrina, se evidenciaron dos
marcadas corrientes de pensamiento. La primera tesitura considera que todo lo que decide la
administración pública es pasible de ser controlado a excepción del núcleo duro de la decisión ,
mientras que para la segunda postura no existe ámbito que pueda quedar exento de escrutinio
jurisdiccional . 3. Jurisprudencia de la Corte Suprema
El análisis de la jurisprudencia del Alto Tribunal revela una tendencia generalizada a negar la
justiciabilidad de las decisiones de la administración pública adoptadas en el marco de la
discrecionalidad, aunque cabe destacar que esa regla se ha ido flexibilizando con el paso de los
años.
Así, en “Guasti” , al revocar la sentencia del inferior que había declarado la nulidad de una
resolución de la Junta de Calificaciones de la Policía Federal que dispuso el pase obligatorio a
retiro del actor, la Corte Federal consideró que el tribunal inferior había sustituido el criterio
de un órgano establecido por la ley con una finalidad específica cuya aptitud para calificar al
personal policial “comporta[ba] el ejercicio de una actividad discrecional que no era
susceptible, en principio, de justificar el control judicial”.
Similar doctrina aplicó para resolver la causa “Emisiones Platenses” , en donde la empresa
periodística actora promovió una acción de amparo en contra del Intendente de la Ciudad de
La Plata para que se dispusiera judicialmente la adquisición de espacios de publicidad oficial
del periódico de su propiedad en igualdad de condiciones a las previstas respecto del periódico
“El Día” de esa misma ciudad. Es que, en dicho precedente, la Corte Federal estimó que el acto
de la comuna por el cual se había contratado un espacio de publicidad en ese último matutino,
constituía el ejercicio de facultades discrecionales dirigidas al buen gasto de los dineros
públicos por el cual no se agraviaban las garantías constitucionales del amparista .
Empero, esta doctrina del Alto Tribunal contraria a permitir el control judicial de las decisiones
discrecionales fue suavizándose paulatinamente en los últimos años. En esa inteligencia la
Corte ha señalado que “la esfera de discrecionalidad de los entes administrativos no implica en
absoluto que éstos tengan un ámbito de actuación desvinculado del orden jurídico o que
aquélla no resulte fiscalizable [...] ni constituye una libertad de apreciación extralegal que
obste a la revisión judicial” para luego precisar en otro precedente que “el control
jurisdiccional sobre la discrecionalidad se limita a corregir una actuación administrativa ilógica,
abusiva o arbitraria pero no implica que el juez sustituya a la Administración en su facultad de
decidir en aspectos fácticos que no presenten aquellos vicios, ya que dicha competencia
jurisdiccional es revisora, no sustitutiva” .
Esa misma técnica fue utilizada en la causa “Solá” . En el caso, se trataba de una demanda por
la cual se solicitó la declaración de nulidad del decreto que dispuso el cese en sus funciones de
los actores como fiscales adjuntos de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas.
Allí, la Corte estimó que el acto de cesantía se encontraba viciado en el elemento causa. Para
arribar a ese resultado expresó que es “precisamente la legitimidad —constituida por la
legalidad y la razonabilidad— con que se ejercen tales facultades [discrecionales], el principio
que otorga validez a los actos de los órganos del Estado y que permite a los jueces, ante
planteos concretos de parte interesada, verificar el cumplimiento de dichas exigencias, sin que
ello implique la violación del principio de división de poderes que consagra la Constitución
Nacional”.
La causa “Entre Ríos” también constituye un precedente valioso sobre dicho mecanismo de
control de la discrecionalidad. Allí, el fiscal de la Provincia de Entre Ríos y el interventor del
Ente Provincial Regulador de la Energía promovieron acción de amparo cuestionando varias
resoluciones de la Secretaría de Energía de la Nación por medio de las cuales se reconocía a las
empresas de los países interconectados carácter de agentes del Mercado Eléctrico Mayorista
lo que terminaba implicando un aumento de la tarifa para los actores. El Máximo Tribunal,
decidió rechazar in limine la acción considerando —entre otras cuestiones— que en el caso no
se advertía “la configuración de una ´arbitrariedad manifiesta´ que permita continuar con la
acción promovida”. En lo que hace al punto de análisis señaló que “es dable recordar que el
control de legalidad administrativa y el control de constitucionalidad que compete a los jueces
en el ejercicio de su poder jurisdiccional, no los faculta para sustituir a la administración en la
determinación de las políticas o en la apreciación de los criterios de oportunidad [...] y mucho
menos ciertamente en la fijación o aprobación de tarifas por la prestación de servicios. Ello no
obsta al ejercicio del citado control de legalidad respecto del procedimiento seguido y las
bases normativas que deben ser tenidas en cuenta para la fijación de tarifas”.
Con relación a ello, se plantean dos aspectos de suma relevancia. La primera cuestión consiste
en preguntarse si el tema es pasible de ser encuadrado dentro de la discrecionalidad
administrativa. CASSAGNE responde a esa pregunta de manera negativa, apuntando que en la
discrecionalidad técnica no hay —como en aquella— dos opciones sino una sola “aunque en su
´halo conceptual´ pueda darse la posibilidad de elegir entre varias soluciones justas” .
SESÍN, por su lado, se ha mostrado crítico de esa categoría foránea del derecho administrativo
al señalar que la misma no existe y que según su parecer ese concepto “debe ser
descompuesto en dos partes: a) reglas técnicas tolerables o indiscutibles, que como tales son
adoptadas por el ordenamiento pasando a formar parte del bloque reglado o vinculado; b)
discrecionalidad, que se individualiza en la valoración subjetiva y en la posibilidad de elegir
dentro de la juridicidad” .
Sin embargo, desde una mirada jurisprudencial, los tribunales muestran una clara tendencia ha
rehusar su intervención en aquellas causas en donde se cuestionan decisiones técnicas de
organismos administrativos especializados.
En esta línea, se inscribe el precedente “Ojeda” en donde se atacaba la resolución del Tribunal
Administrativo de la Navegación por medio de la cual se había declarado responsable al actor
de un abordaje. El Alto Tribunal desestimó el planteo del actor resaltando, entre otras cosas,
que “la idoneidad que en materia náutica representa la calidad de los integrantes del Tribunal
Administrativo de la Navegación avala sus conclusiones acerca de las complejas situaciones
fácticas que se corresponde dilucidar, lo que coloca a los magistrados que deben ejercer el
control judicial ante un pronunciamiento de naturaleza eminentemente técnica sobre los
hechos acaecidos, del que solo cabría apartarse —en ese aspecto fáctico— mediando razones
de grave entidad que, a juicio de esta Corte, no concurren en la especie”.
c) Control de razonabilidad
La razonabilidad, no es una exigencia que sólo deba predicarse del acto administrativo, sino
que como se evidencia en el derecho comparado , es exigible a todo el actuar del Estado , con
fundamento en el art. 28 de la CN , sea que trate del ejercicio de actividad reglada o
discrecional, aunque en este último campo, el mentado recaudo, se muestra como un
mecanismo apropiado para el control de este tipo de facultades.
Como lo ha destacado GELLI , existen varios criterios para controlar la razonabilidad de los
actos estatales. El primero de ellos, implica un nivel básico y mínimo de control y consiste en
realizar un análisis de relación, entre los fines que se procuran con el dictado del acto y los
medios elegidos para alcanzarlos. Es decir, según este patrón, para que el acto administrativo
se muestre como razonable, basta con que el contenido del mismo, resulte idóneo o apto para
lograr la finalidad perseguida por el órgano del cual emana.
El segundo de ellos, evidencia mayor estrictez que el anterior, puesto que aquí se evalúa, que
entre el contenido del acto y su finalidad, exista relación de proporcionalidad, verificando, de
este modo, que el medio escogido por la autoridad no exceda —por su desproporción— al fin
público perseguido. De esta manera, como lo ha destacado la jurisprudencia la
proporcionalidad “actúa como un límite impuesto a la actividad de los poderes públicos,
consistente en mantener un nexo de adecuada proporción entre el fin perseguido y los medios
puestos en acción para su realización”73.
Por último, evidenciando un control más estricto por parte del juez, que en los supuestos
analizados, encontramos el estudio de costos y beneficios que trae aparejado el dictado de un
acto administrativo, lo cual, se acerca en la práctica al análisis de oportunidad y conveniencia,
poniendo en peligro el principio de la división de poderes pues, tal forma de proceder se
encuentra vedada al Poder Judicial, incluso en el derecho comparado76.
En este orden de cosas, se ha expresado, que el control de razonabilidad dentro de una causa,
debe realizarse a través de la aplicación de un estándar básico de razonabilidad que contemple
el caso concreto de manera tal que los jueces no excedan sus funciones específicas y acaben
valorando la oportunidad mérito o conveniencia de las medias adoptadas, lo que llevaría al
gobierno de los jueces77.
En “Industria Maderera Lanín S.R.L.”79, donde la actora reclamaba los daños provocados al
impedírsele la explotación forestal de una zona en el Parque Nacional Lanín, la Corte -al
revocar la sentencia anterior y ampliar el monto del reclamoconsideró que el contrato de
concesión en que respaldaba su reclamo la actora no se había perfeccionado por los
obstáculos creados por la Administración Nacional del Parques y por su actuar arbitrario, lo
que habilitaba al Alto Tribunal efectuar un control de razonabilidad con que fueron ejercidas
las facultades discrecionales.
dación de Derecho Administrativo, Buenos Aires, 200, p. VIII-15. Por su parte, COVIELLO señala
que “la irrazonabilidad es primariamente predicable como vicio en el objeto, respecto al cual el
elemento finalidad concurre como referencia o medida”. (COVIELLO, Pedro. J., “La causa y el
objeto del acto administrativo”, en Acto Administrativo y Reglamento, Jornadas organizadas
por la Universidad Austral, Facultad de Derecho, Buenos Aires, RAP, 2002, p. 48).
77 Cfr. LAZZARINI, José Luis, “El acto lesivo en el amparo”, LL, t. 115, p. 716, esp. p. 720.
invocando para ello razones de seguridad. Según el Máximo Tribunal, la causa del acto
impugnado se encontraba fundada en imprecisas razones de seguridad que carecían de un
andamiaje objetivo que la justifique y tampoco, se había permitido el ejercicio del derecho de
defensa de la actora a través de un sumario administrativo, afectando los derechos
constitucionales de trabajar y enseñar.
Como se sabe, éstos, han sido construidos por la doctrina alemana como una técnica de
reducción de la discrecionalidad y consisten en definiciones genéricas efectuados por el
ordenamiento que para aplicarse a un caso concreto requieren ser interpretadas por la
administración pública , dado que muchas veces se refieren a realidades extrajurídicas no
precisadas en norma alguna , pero que delimitan un supuesto específico que sólo puede ser
concretado en su aplicación práctica .
Por ello, algunos han opinado que en tales supuestos no estamos en presencia de actividad
discrecional ya que en esos casos, la labor del juez estará destinada a comprobar si la
valoración efectuada por el poder administrador se corresponde con lo establecido por la
norma y advertir —de ese modo— si la administración se ha equivocado o no en la aplicación
del concepto al caso concreto .
A esta técnica de control acudió la Corte federal, por ejemplo, para resolver la causa
“Mocchiutti”95. En este caso, el actor cuestionaba la integración de un jurado de concurso
docente universitario con un estudiante y un egresado, y el Alto Tribunal consideró que su
control recaía sobre un concepto jurídico indeterminado que en el caso consistía en establecer
si el estudiante cumplía con los requisitos de “idoneidad” que requería la normativa que
regulaba el concurso.
Luego, en la causa “Solá” , también hizo un control a través de la determinación de un
concepto jurídico indeterminado pues debió analizar si los actores habían incurrido en “mala
conducta”.
Idéntica técnica se utilizó en ir re “Maruba” , en donde la empresa actora reclamaba los daños
provocados por incumplimiento contractual de Estado Nacional en razón de la modificación de
las pautas tarifarias durante la ejecución del contrato, afectando, de ese modo, su ecuación
económico-financiera. Allí, la Corte debió determinar qué se entendía por “razonable
rentabilidad” y en virtud de ello, terminó rechazando la demanda al considerar que la
rentabilidad de la accionante había sido razonable.
Los hechos determinantes constituyen la realidad material sobre la que se apoya una
actuación administrativa y se erigen como un límite objetivo sobre el ejercicio de facultades
discrecionales . Por esa vía se fiscaliza, entonces, si la decisión de la administración encuentra
sustento fáctico en los sucesos acaecidos en la realidad.
La posibilidad del poder judicial de analizar lo relativo a los hechos determinantes en los que se
funda un acto administrativo fue admitido por la Corte en la causa “López de Reyes” . En tal
sentido, el Alto Tribunal señaló que los jueces poseen “la potestad de revocar o anular la
decisión administrativa sobre los hechos controvertidos”.
En esa misma inteligencia, ha expresado la Corte en otro precedente más cercano en el tiempo
que “La exactitud material de los hechos que motivan la decisión administrativa constituye una
condición general de legalidad de todo acto administrativo por lo que, como se ha dicho, los
jueces están facultados para verificar la materialidad de las faltas que motivan las medidas
discrecionales”101.
CAPITULO II
El Derecho Administrativo es la rama del derecho público que se ocupa del estudio de la
función administrativa del Estado, cualquiera sea el sujeto que la ejerza; ya sea una persona
pública estatal (uno de los poderes del Estado, legislativo, ejecutivo o judicial) o no estatal
(colegios profesionales, obras sociales del sector público) e incluso particulares (concesionarios
de obras y servicios públicos) e incluso particulares (concesionarios de obras y servicios
públicos), para quienes aceptan que los sujetos privados ejercen función administrativa .
Desde esta perspectiva podemos aseverar entonces que el derecho administrativo consiste en
el conjunto de normas y principios que regulan y rigen el ejercicio de la función administrativa.
Es el régimen jurídico o disciplina jurídica de la función administrativa del Estado.
El Derecho Administrativo no debe entenderse como algo abstracto, ajeno o alejado de la
realidad sino como algo de contacto cotidiano y permanente con el individuo. Cuando nos
dirigimos a la facultad o al trabajo tomamos un colectivo o un taxi y como tal somos usuarios
de un servicio público que es regido por este derecho. Si optamos por utilizar nuestro
automóvil, lo hacemos porque estamos habilitados por el municipio para conducir, a través de
una manifestación de la función policial del Estado. Igualmente, por regulaciones de esa
naturaleza es que acatamos la luz roja del semáforo y nos detenemos en la esquina. Si
estacionamos mal el vehículo nos pueden aplicar una multa o puede ser removido por la grúa
al corralón municipal, y en ese caso estaremos siendo destinatarios de una potestad
sancionatoria del Estado, de la que también se ocupa el Derecho Administrativo. Si por caso,
suena nuestro celular, volvemos a la situación de usuario de este otro servicio. Puede ser que
en el trayecto tengamos que utilizar una ruta concesionada, y al pagar el peaje estamos
formando parte como destinatario de un contrato administrativo que celebro la
Administración con una empresa para que tengamos un viaje más seguro en orden a las
condiciones del trayecto y su señalización. Puede suceder que seamos alumnos de una
universidad pública y como tal nuestra relación jurídica se regirá por este derecho; incluso el
día de mañana si una vez recibidos concursamos una cátedra, ese procedimiento de selección
es de carácter administrativo lo mismo que la relación de empleo público que se generaría si
salimos airosos del concurso a partir del respectivo acto administrativo de designación. Al
terminar la jornada, puede pasar que demoremos en llegar a nuestro hogar por existir un gran
congestionamiento de tránsito a raíz de una importante obra que encara el municipio través
de una empresa contratista para agilizar la circulación, lo que da origen a uno de los contratos
administrativos más típicos: el de obra pública. El fin de semana podemos disfrutar de un
parque emplazado en un terreno que ha sido expropiado por la Provincia para establecer un
lugar de esparcimiento. Y si tenemos sed, podemos comprar una gaseosa en un quiosco que se
encuentra en ese predio por haber obtenido un permiso de uso de dominio público. Como
vemos, aspectos cotidianos de nuestra vida están relacionados íntimamente con el Derecho
Administrativo, aunque no seamos del todo conscientes de ello. Permanentemente somos
destinatarios del ejercicio de la función administrativa del Estado que se manifiesta de diversas
formas. Hechos administrativos, actos preparatorios de decisiones administrativas como
dictámenes e informes; actos administrativos, reglamentos y la ejecución de contratos
administrativos que celebramos con el Estado o como terceros destinatarios de los mismos,
afectan diariamente nuestra vida para bien o para mal. Y cuando esto último sucede, se pone
en acto todo un mecanismo de impugnación o de reclamación en sede administrativa que
puede terminar en una contienda judicial, lo cual es objeto de estudio de un derecho procesal
especial, el Derecho Procesal Administrativo que forma parte de la ciencia que nos ocupa.
Pretendemos de este modo ilustrar al lector acerca de la importancia para nuestro día a día
que tiene el Derecho Administrativo.
A lo largo de los años y de acuerdo a la evolución que ha tenido nuestra materia, se han dado
una multiplicidad de definiciones para conceptualizar al Derecho Administrativo. Muchas de
esas definiciones son incompletas o inaceptables por carecer de algún elemento esencial. Tales
criterios pueden reducirse a los siguientes :
1) Criterio legalista: Para los que siguen este punto de vista, el Derecho Administrativo consiste
en la exposición y comentario de las leyes administrativas. Este criterio debe ser rechazado,
pues reduce al derecho administrativo a una mera “legislación”, olvidando que la legislación no
es el “derecho”, el cual no sólo comprende la ley en sentido material (Constitución, tratados,
reglamentos, etc.), sino los “principios”.
2)Criterio del Poder Ejecutivo: Según este criterio, el Derecho Administrativo es el regulador de
la actividad del Poder Ejecutivo. Entre nosotros, este criterio lo siguió SARRÍA . Esta concepción
es inexacta. En primer lugar, porque la actividad del Poder Ejecutivo no se reduce a
administrar. Aparte de su actividad administrativa, está su actividad política o de gobierno y la
de dictar reglamentos de carácter legislativo como los decretos de necesidad de urgencia y los
delegados. En segundo lugar, porque no sólo administra el Poder Ejecutivo: también lo hacen
el Legislativo y el Judicial.
4)Criterio de los servicios públicos: Según este criterio el Derecho Administrativo es el conjunto
de normas reguladoras de los servicios públicos. Se lo ha objetado diciendo que la noción de
servicio público es imprecisa, lo que a su vez torna imprecisa la noción de Derecho
Administrativo. Además, el servicio público, si bien constituye una parte importante del
derecho administrativo, no agota el objeto del mismo. BIELSA4 agregó a esta concepción —
servicio público como objeto del Derecho Administrativo— lo inherente al control
jurisdiccional de la Administración.
5) Criterio de la actividad total del Estado: Según este punto de vista, el Derecho
Administrativo es el derecho regulador de la actividad total del Estado. Fue auspiciado por
algunos juristas alemanes5, para quienes el Derecho Administrativo es el derecho regulador de
la actividad total del Estado. Este criterio es errado, puesto que además de la actividad
administrativa, el Estado desarrolla otras actividades.
Sin agotar todas las concepciones que se han dado del derecho administrativo, reiteramos que
lo importante es tener en claro que la postura que estimamos correcta consiste en considerar
al derecho administrativo como “el derecho que estudia el ejercicio de la función
administrativa”, lo cual es comprensivo de quien ejerce dicha función, cómo se lo hace, con
qué medios y con qué limitaciones.
II. CARACTERES
Se trata de un derecho “público” entendido como aquél que se ocupa de las relaciones
jurídicas entre el Estado y los particulares o entre entes estatales entre sí. Una característica
del Derecho Público es que hay a menudo una relación de subordinación porque se le confiere
al Estado una cierta superioridad jurídica sobre el particular; a diferencia del Derecho Privado
donde generalmente se dan relaciones de coordinación, ya que los sujetos se encuentran en
un plano de mayor igualdad.
Es además un derecho “local”. Es decir que el Estado Nacional, las provincias y los municipios,
como también la ciudad autónoma de Buenos Aires ejercen cada una por su cuenta y en el
ámbito de sus competencias funciones administrativas y por lo tanto, dictan sus propias
normas de derecho administrativo. Así, cada provincia regula el régimen de empleo público, la
organización estatal, los procedimientos administrativos y contencioso administrativos, las
contrataciones estatales, etc. Existe en la actualidad una discusión acerca del tema de la
responsabilidad del Estado, en el sentido que si de sancionarse un régimen legal sobre el
particular, debe serlo por cada provincia y por el Estado Nacional en forma independiente o
por el contrario si debe ser materia de la legislación de fondo.
Debemos poner de resalto que la reforma constitucional de 1994 perfiló y creó las bases de un
nuevo Derecho Administrativo sobre pilares más democráticos y participativos . Asimismo, al
margen de los nuevos institutos incorporados a la Constitución, creemos que lo más relevante
ha sido, como desarrollaremos más adelante, la modificación del sistema de jerarquía de
fuentes de nuestro derecho, al reconocerse a algunos tratados de derechos humanos jerarquía
constitucional y a otros tratados jerarquía superior a las leyes (art. 75, inc. 22, CN), lo cual ha
generado un nuevo paradigma en el derecho argentino y en particular en el Derecho
Administrativo.
Una aguda reflexión acerca de la relación del Derecho Administrativo con el Derecho
Constitucional realiza el Profesor alemán Eberhard SCHMIDT-ASSMANN al referir que el
Derecho Administrativo habrá de cimentarse sobre los principios y valores constitucionales
tanto formales como sustantivos, sin caer jamás en su vulneración; como también al aludir a la
expresión “Derecho Administrativo como Derecho Constitucional concretizado” para sintetizar
en pocas palabras la fuerza que posee la Constitución en la decisiva modelación del Derecho
Administrativo. Agrega con razón, que la mayor virtualidad o significado que hoy posee el
Derecho Constitucional reside justamente en su capacidad de fortalecer e impregnar el
sistema de Derecho Administrativo, su reforma y evolución. Asevera que el Derecho
Administrativo representa el campo de verificación y experimentación del Derecho
Constitucional, es decir el ámbito donde han de contrastarse y ponerse a prueba los nuevos
conocimientos, las reformas y los cambios; el lugar de encuentro y de confrontación de los
criterios de actuación, representando el Derecho Administrativo la base y el instrumento
fundamental para la efectividad de las garantías constitucionales. En efecto —concluye— el
Derecho Administrativo ha de establecer los procedimientos, formas y organizaciones que
resulten idóneas para su protección, los criterios de resolución de conflictos o colisión entre
los derechos fundamentales en las relaciones multilaterales y la determinación de sus límites.
Como vemos, resulta necesario destacar la relevancia del Derecho Constitucional en el ámbito
de nuestra materia y pese a que se trata de un postulado jurídicamente obvio, es —al decir de
BALBÍN9— a veces, ignorado.
También merece destacarse la vinculación del Derecho Administrativo con el Derecho Laboral,
fundamentalmente cuando una repartición pública celebra Convenio Colectivo de Trabajo (art.
2º, Ley de Contrato de Trabajo) y por ende, el derecho laboral va a regir esa relación de
empleo público, desplazando al Derecho Administrativo aún cuando no en forma total, ya que
por ejemplo la estabilidad absoluta del agente público (art. 14 bis, CN) no puede ser
flexibilizada por el hecho de celebrarse tal tipo de convenio (doctrina de la CSJN del caso
“Madorrán” ). El empleado público tiene derecho a ciertos beneficios previsionales y de la
seguridad social, como ser la jubilación o pensión, a percibir asignaciones familiares y atención
de la salud, para él y su grupo familiar. La decisión de otorgar una prestación previsional se
emite a través de un acto administrativo y como tal, debe reunir todos los requisitos de fondo
y forma para su validez. Por lo tanto, pensamos que existe una cercana relación de nuestra
asignatura con el Derecho Previsional y de la Seguridad Social.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar la relación entre el Derecho Administrativo y el
Derecho Privado. Como es sabido el derecho privado se construye sobre la base de los
principios de autonomía, igualdad y limitación de los poderes atribuidos a los individuos. Las
relaciones jurídicas emergentes del derecho privado se traducen en vínculos de coordinación.
En cambio, el Derecho Administrativo se estructura reconociendo la preeminencia del interés
público sobre el de los particulares, por lo que plantea permanentemente el conflicto entre
autoridad-libertad, siendo uno de los postulados del Derecho Administrativo contemporáneo
bregar para la existencia de un mayor equilibrio entre ambos elementos. No obstante ello, el
Derecho Administrativo mantiene importantes lazos con el derecho privado, en materias tales
como la capacidad de las personas individuales, el régimen de las personas jurídicas, la teoría
general de los actos jurídicos y de los contratos, el régimen dominial (dominio público y
privado del Estado), servidumbres y derechos reales, el régimen de los instrumentos públicos y
de la prescripción. Se verifica además un tendencia a la intromisión del Derecho Público en el
Derecho Comercial, por ejemplo en materia de sociedades de participación estatal mayoritaria,
en forma acentuada en los últimos tiempos en relación a la utilización de las formas jurídicas
mercantiles (sociedades anónimas) para crear entidades que cumplen cometidos estatales, tal
como ocurre con la creación de diversas “Agencias” en la Provincia de Córdoba .
El Poder Ejecutivo puede crear, modificar o extinguir situaciones jurídicas en perjuicio o a favor
de las personas y además ejecutar esas decisiones por sí mismo. Se trata de una autotutela
declarativa y ejecutiva en constante situación de equilibrio entre los privilegios estatales y los
derechos individuales. Sin embargo, esta característica del Derecho Administrativo no se
puede predicar hoy ya de manera absoluta a poco que se repare que el derecho fundamental a
la tutela judicial efectiva la hace resquebrajar.
Por eso, dichos privilegios deben interpretarse con criterio restrictivo y como bien lo señala
BALBÍN es un desafío para nuestra disciplina por un lado, garantizar el respeto por los
derechos e intereses de las personas y por el otro, generar, a través de políticas públicas
activas o de prestación, las condiciones necesarias para que los individuos puedan materializar
su propio plan de vida.
En un Estado Social y Democrático de Derecho el interés público tiene mucho que ver con la
promoción de las condiciones necesarias para que las personas se desarrollen libremente de
manera solidaria. Se ha sostenido con acierto que el principio de legalidad, la separación de los
poderes y el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona tienen una
proyección intensa y extensa sobre todo el conjunto del Derecho Administrativo, siendo que
éstos últimos, como ejes del ordenamiento, ocupan la centralizad del sistema jurídico .
Y ello debe acontecer en nuestro país, donde a partir de la Reforma Constitucional del ´94
contamos con un extenso catálogo de garantías con jerarquía constitucional como parte de
nuestra constitución material, lo que necesariamente habrá de generar en algún momento que
aparezca un nuevo modo de ejercicio del poder y sus prerrogativas. Por ello, no debe pensarse
al Derecho Administrativo como un derecho que está al servicio del poder, sino como
instrumento para que mejore la calidad de vida de los ciudadanos; para que su libertad sea
una realidad15.
De manera concordante, es innegable que el Estado debe partir del entendimiento de que los
derechos fundamentales son la sustancia misma que moldea el “bien común”, el “orden
público”, el “interés público” y las “finalidades públicas”, como también que la oportuna y
efectiva protección de aquellos, el acceso libre e igualitario a los mismos, la creación de las
condiciones materiales y apropiadas para su pleno goce y ejercicio, la remoción de los
obstáculos que lo impidan y la previsión de los recursos idóneos de tutela son todos aspectos
que resultan ser la guía de toda organización, procedimiento, prerrogativa o decisión estatal .
Dentro de este renovado paradigma, es indudable que una serie de nuevos principios de base
convencional han ampliado las bases del Derecho Administrativo.
La Reforma Constitucional del año 1994 constituye una bisagra en el derecho argentino. Si
bien el principal motor de dicha enmienda fue la reelección de un Presidente,
afortunadamente los convencionales constituyentes tuvieron una gran lucidez y aprovecharon
la oportunidad para incorporar a nuestro sistema jurídico importantes avances, pudiendo
afirmarse que el motor político primario de la reforma, hoy ya superado, nos ha dejado un
trascendente legado. Basta mencionar a modo de ejemplo la constitucionalización de la acción
de amparo, la protección de los derechos de incidencia colectiva, la regulación del habeas
data, de los reglamentos de necesidad y urgencia y de los delegados; la consagración del
Ministerio Público como un órgano independiente, del Defensor del Pueblo de la Nación, la
autonomía universitaria y de los municipios, para tomar conciencia de los que estamos
hablando.
Sin embargo, a nuestro juicio, la principal transformación la constituye la modificación de la
jerarquía normativa de nuestro sistema jurídico (art. 31, CN), al haberse otorgado rango
constitucional a los tratados de derechos humanos mencionados en el art. 75 inc. 22 de la CN y
reconocido a los demás tratados en general, concordatos con la Santa Sede y tratados de
integración, como también al derecho comunitario, jerarquía superior a las leyes.
Se ha dicho con razón al respecto que “este proceso ha transformado los paradigmas sobre los
cuales se asentaban nuestros ordenamientos jurídicos, nuestras instituciones, nuestra forma
de observar y resolver los problemas de nuestra ciencia. La reforma constitucional de 1994
constituye el punto de partida y de apoyo de ese proceso de internacionalización de nuestro
sistema jurídico, con consecuencias aún imprevisibles” .
De esta forma, aún cuando la Ley 24.309 (B.O. 31/12/1993) —que declaró la necesidad de la
reforma y convocó a una Convención Constituyente que sesionaría en las ciudades de Santa Fe
y Paraná en el año 1994— en su artículo 7º estableció que dicha Convención no podría
introducir modificación a la Primera Parte de la Constitución, es decir a la parte dogmática, de
hecho los arts. 75 incs. 22 y 24 han trastocado el orden de prelación de las normas establecido
en el art. 31. En efecto, a partir del nuevo texto constitucional, dicho esquema pasó a ser el
siguiente:
c) Leyes de la Nación.
El hecho que a los tratados de derechos humanos se les haya reconocido “jerarquía
constitucional” no quiere decir que “formen parte” o “estén incorporados” a la Constitución
sino que integran el bloque de constitucionalidad federal22. Señala María Angélica GELLI23
que el tema de la ubicación jerárquica de los tratados en general y de los tratados de derechos
humanos en particular suscitó mucho debate en la Convención Constituyente de 1994. Lo que
resultaba claro para los convencionales —por existir acuerdo entre ellos— era que los tratados
internacionales, cualquiera fuese su tipo y modalidad debían estar por encima de las leyes.
Sobre el punto los convencionales siguieron la línea interpretativa de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación que se había empezado a forjar antes de la reforma con el precedente
“Ekmekdjian c/ Sofovich”24 en el sentido que los tratados están por encima de la ley. En tal
oportunidad, el Alto Tribunal expresó: “[…] Que la Convención de Viena sobre Derecho de los
tratados —aprobada por ley 19.865, ratificada por el Poder Ejecutivo nacional el 5 de
diciembre de 1972 y en vigor desde el 27 de enero de 1980— confiere primacía al derecho
internacional convencional sobre el derecho interno. Ahora esta prioridad de rango integra el
ordenamiento jurídico argentino. La convención es un tratado internacional,
constitucionalmente válido, que asigna prioridad a los tratados internacionales frente a la ley
interna en el ámbito del derecho interno, esto es, un reconocimiento de la primacía del
derecho internacional por el propio derecho interno […]” […] “[…] Que en el mismo orden de
ideas debe tenerse presente que cuando la Nación ratifica un tratado que firmó con otro
Estado, se obliga internacionalmente a que sus órganos administrativos y jurisdiccionales lo
apliquen a los supuestos que ese tratado contemple, siempre que contenga descripciones lo
suficientemente concretas de tales supuestos de hecho que hagan posible su aplicación
inmediata […]”.
Igual tesitura mantuvo en el fallo recaído en los autos: “Fibraca Constructora S.C.A. c/
Comisión Técnica Mixta de Salto Grande”25 donde en relación al art. 27 de la Convención de
Viena manifestó que “[…]La necesaria aplicación de este artículo impone a los órganos del
Estado Argentino —una vez asegurados los principios de derecho público constitucionales—
asignar primacía a los tra-
tados ante un eventual conflicto con cualquier norma interna contraria […]”. En el mismo
sentido se pronunció en “Cafés La Virginia S.A.” oportunidad en que remarcó que “[…] La
derogación de un tratado internacional por una ley del congreso, o por cualquier otro acto
interno de menor jerarquía normativa constituiría un avance inconstitucional del Poder
Legislativo Nacional sobre atribuciones del Poder Ejecutivo Nacional, que es quien conduce las
relaciones exteriores de la Nación […]” (Del voto del Dr. Boggiano).
El art. 75 inc. 22 atribuye a los Tratados que allí menciona jerarquía constitucional “en las
condiciones de su vigencia”. Por un lado, debe entenderse que se trata de las condiciones que
al tiempo de entrar en vigor la reforma surgían del previo reconocimiento o ratificación que les
había deparado nuestro país. Por ende, es una pauta que indica que se deben tomar en cuenta
las reservas y aclaraciones de todo tipo que la República Argentina haya incluido en el
instrumento mediante el cual llevó a cabo la ratificación o adhesión internacional a cada uno
de los textos respectivos. También se proyecta esta expresión hacia el futuro, para el supuesto
en que alguno de los tratados a los que se les hubiera reconocido jerarquía constitucional,
fuera denunciado por nuestro país con las formalidades del derecho internacional . En tal caso,
opinamos que no podría mantenerse en el derecho interno la vigencia de una norma de fuente
internacional que fue posteriormente denunciada.
Pero lo más trascendente de la expresión “en las condiciones de su vigencia” abarca también
el alcance interpretativo dado a las cláusulas del tratado por la jurisprudencia internacional .
Así se ha expedido la Corte Suprema de Justicia de la Nación en diversas oportunidades,
señalando que “[…] la ya recordada ‘jerarquía constitucional’ de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos...ha sido establecida por voluntad expresa del constituyente, ‘en las
condiciones de su vigencia’ (artículo 75, inc.22, segundo párrafo), esto es, tal como la
Convención citada efectivamente rige en el ámbito internacional y considerando
particularmente su efectiva aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales
competentes para su interpretación y aplicación. De ahí que la aludida jurisprudencia debe
servir de guía para la interpretación de los preceptos convencionales en la medida que el
Estado Argentino reconoció la competencia de la Corte Interamericana para conocer en todos
los casos relativos a la interpretación y aplicación de la Convención Americana […]”30.
Los tratados que se incorporan con jerarquía constitucional lo hacen sin derogar artículo
alguno de la primera parte de la Constitución y deben entenderse complementarios de los
derechos y garantías por ellos reconocidos (art. 75, inc. 22, CN). La primera parte de la
Constitución es la Parte Dogmática, donde se encuentra el catálogo de derechos y garantías
que la Constitución reconoce y que la ley que habilitó la reforma prohibió modificar. Ahora
bien, ¿qué se entiende por complementarios? Descartamos que tal término pueda ser
entendido como sinónimo de subsidiariedad o supletoriedad, como si estuviéramos en
presencia de una fuente secundaria, ya que ambas gozan del mismo rango. Una coherente
interpretación aconseja entender que los artículos de la primera parte de la Constitución y los
instrumentos internacionales que gozan de jerarquía constitucional constituyen un plexo
normativo indisoluble sin que unos perturben a los otros, formando un conjunto coherente
insusceptible de ser desgajado, desarticulado o dividido31. No se evidencian ni es sencillo
hallar con-
30 CSJN, “Giroldi” Fallos: 318: 514, (1995); en igual sentido “Espósito” Fallos: 327:5668, (2004),
donde se agrega “[…] Que los ‘referidos tratados’ no se han incorporado a la Constitución
Argentina convirtiéndose en derecho interno, sino que, por voluntad del constituyente, tal
remisión lo fue ‘en las condiciones de su vigencia’ (art. 75, inc. 22). Mantienen toda la vigencia
y vigor que internacionalmente tienen y precisamente la proveniente del ordenamiento
internacional en modo tal que ‘la referencia’ que hace la Constitución es a tales tratados tal
como rigen en el derecho internacional y, por consiguiente, tal como son efectivamente
interpretados y aplicados en aquél ordenamiento... Ello implica también, por conexidad lógica
razonable, que deben ser aplicados en la Argentina tal como funcionan en el ordenamiento
internacional incluyendo, en su caso, la jurisprudencia internacional relativa a esos tratados y
las normas de derecho internacional consuetudinario reconocidas como complementarias por
la práctica internacional pertinente. La referencia a los Tratados incluye su efectiva vigencia en
el derecho internacional como un todo sistemático (causa ‘Arce’ de Fallos: 320:2145,
considerando 7º). Los estados y entre ellos la Argentina han reducido grandemente el ámbito
de su respectiva jurisdicción interna por vía de acuerdo con muchos tratados y declaraciones
sobre derechos humanos (conf. causa ‘Arancibia Clavel’ ). Ver también, ‘Simón, Julio Héctor y
otros s/ privación ilegítima de la libertad’ , Fallos: 328:2056, (2005): ‘Que la Constitución
Nacional, al conferir jerarquía constitucional a los tratados internacionales sobre derechos
humanos, tal como lo hace su art. 75, inc. 22 de la Constitución Nacional, presenta un
fenómeno jurídico que puede caracterizarse, en rigor, como referencia al derecho
internacional de los derechos humanos y al derecho internacional universal... tal referencia
significa la remisión a un tratado vigente internacionalmente del cual Argentina es Estado
Parte. Sólo a un tratado vigente, tanto internacionalmente como en la Argentina, el Congreso
puede otorgarle jerarquía constitucional. La referencia implica que el tratado se aplica tal
como rige en el derecho internacional y no porque se haya incorporado al derecho interno.
Tampoco se ha operado una recepción de los tratados por incorporación judicial a pesar de no
estar aprobados legislativamente y ratificados por el presidente de la Nación; como ha sido de
práctica en Holanda. Tampoco hay adaptación de los tratados por vía de una redacción
constitucional similar a la de los tratados sin seguirlo tal cual rige internacionalmente. Tanto la
incorporación, la recepción como la adaptación son métodos de nacionalización de los
tratados. El art. 75, inc. 22, dispone una referencia y no alguno de los citados métodos de
nacionalización. En materia de derechos humanos la reforma de 1994 ha seguido una
orientación internacionalista a fin de alcanzar la mayor uniformidad posible en las decisiones
evitando todo apego a soluciones de genius loci particularista” (Del voto del Dr. Boggiano).
Consultar además CSJN, “Casal”, Fallos: 328: 3399, (2005). 31 BIDART CAMPOS, Germán, ob.
cit., p. 561.
Sin embargo nuestro Más Alto Tribunal ha ido más allá de esta conclusión, entendiendo que el
constituyente, al otorgarle a los tratados mencionados en el art. 75 inc. 22 jerarquía
constitucional, ya ha efectuado a tal efecto un estudio de su compatibilidad y por ende no ha
encontrado contradicción alguna. Así, ha expresado que: “[…] el art. 75 inc. 22, mediante el
que se otorgó jerarquía constitucional a los tratados cuyas disposiciones se han transcripto,
establece, en su última parte, que aquéllos ‘no derogan artículo alguno de la primera parte de
esta Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos. Ello indica que los constituyentes han efectuado un juicio de comprobación, en
virtud del cual han cotejado los tratados y los artículos constitucionales y han verificado que no
se produce derogación alguna, juicio que no pueden los poderes constituidos desconocer o
contradecir. Que de ello se desprende que la armonía o concordancia entre los tratados y la
Constitución es un juicio constituyente. En efecto, así lo han juzgado al hacer referencia a los
tratados que fueron dotados de jerarquía constitucional y, por consiguiente, no pueden ni han
podido derogar la Constitución pues esto sería un contrasentido insusceptible de ser atribuido
al constituyente, cuya imprevisión no cabe presumir. Que, de tal modo, lo tratados
complementan las normas constitucionales sobre derechos y garantías, y lo mismo cabe
predicar respecto de las disposiciones contenidas en la parte orgánica de la
Constitución...aunque el constituyente no haya hecho expresa alusión a aquélla, pues no cabe
sostener que las normas contenidas en los tratados se hallen por encima de la segunda parte
de la Constitución. Por el contrario, debe interpretarse que las cláusulas constitucionales y las
de los tratados tienen la misma jerarquía, son complementarias y, por lo tanto, no pueden
desplazarse o destruirse recíprocamente […]” .
También dicho Tribunal ha señalado que “la incorporación de los tratados sobre derechos
humanos especificados en el art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional es una decisión de los
constituyentes que los poderes constituidos no pueden discutir. La función de los jueces es
claramente interpretativa, basada en un juicio de ponderación, con sustento en los principios
de armonización, complementariedad, y pleno significado de todas las disposiciones” .
Los tratados de derechos humanos tienen una particular naturaleza que se manifiesta en que
no se trata de tratados multilaterales del tipo tradicional, concluidos en función de un
intercambio recíproco de derechos para el beneficio mutuo de los estados contratantes, sino
que su objeto y fin son la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos,
independientemente de su nacionalidad, tanto frente a su propio Estado como a los otros
Estados contratantes .
Una obligación internacional puede cumplirse de varias maneras y por vía de diversos poderes
del Estado. Al derecho internacional le es indiferente que esa obligación se cumpla por vía
administrativa, judicial o legislativa; de la misma manera que la división de poderes sería
inoponible como causal de incumplimiento de una obligación solemnemente contraída. Sin
embargo, ante un incumplimiento, ya sea total o parcial, es a la justicia a quien corresponderá
arbitrar los medios para garantizar el goce del derecho, tanto porque en el derecho interno el
Poder Judicial es el garante final de los derechos de las personas, como porque es al
estamento judicial al que compete la responsabilidad por la incorporación de las normas
internacionales al derecho interno .
En los instrumentos que cristalizan los derechos humanos coexisten dos grandes clases de
disposiciones. Unas que resultan inmediatamente aplicables o autoejecutivas y pueden
hacerse valer ante un tribunal sin otro aditamento o norma que precise su contenido o
alcance. Y otras que en realidad fijan directivas para el dictado de disposiciones normativas
que permitan su aplicación. Se limitan a fijar un programa a seguir por el legislador e imponen
a éste la obligación de dictar las leyes que permitan efectivizar el derecho en cuestión. Al
tiempo de analizar si una norma entonces es operativa o programática se presume la
operatividad de una norma contenida en un Tratado sobre Derechos Humanos . En este
sentido, la CSJN ha entendido que las normas aludidas establecen derechos que —se presume
— pueden ser invocados, ejercidos y amparados sin el complemento de disposición legislativa
alguna .
Ahora bien, el hecho de encontrarnos con una norma programática no implica que la misma
carezca de ningún efecto sino que por el contrario, impide la adopción por el Estado de
normas que se opongan al mandato o plan contenido en aquella; si el mandato normativo
aparece claro, el intérprete estará obligado a seguirlo al escudriñarse el sentido de otras
normas y por último, el órgano legislativo queda emplazado a poner en marcha el plan
esbozado en la norma en un plazo razonable48.
Al interpretar cualquiera de las normas internacionales sobre derechos humanos cabe tener
presente las siguientes pautas:
Es sabido que las sentencias que emite la CIDH son obligatorias. Según lo dispone el art. 68 de
la Convención Americana de Derecho Humanos, los Estados se comprometen a cumplirlas en
todos los casos en que sean partes . Por lo tanto, no existen dudas que los pronunciamientos
del Tribunal son vinculantes para los litigantes, debiendo ser acatados en forma irrestricta.
Ahora bien, resulta interesante preguntarse qué grado de fuerza vinculante tienen los
precedentes en los que tuvo intervención un determinado Estado —en lo que respecta a la
doctrina judicial contenida en el decisorio— respecto a otros casos similares planteados en
situaciones en la que el mismo país está involucrado, e incluso frente a decisiones recaídas
respecto a otros países o ante una situación análoga en otro Estado.
Nuestra Corte Suprema en el año 1992 en la causa “Ekmekdjian”51 había reconocido que la
interpretación del Pacto de San José de Costa Rica debía guiarse por la jurisprudencia de la
CIDH. En esa misma línea se pronunció luego de la reforma constitucional de 1994 en los casos
“Giroldi”52 y “Bramajo” . Luego de algunos precedentes en que se apartó de la idea de seguir
los lineamientos de los órganos internacionales , se advierte una tendencia en los que se
inclinó progresivamente por su acatamiento . Sin embargo, volvió a renovarse el interés sobre
este tema a partir del dictamen del por entonces Procurador General de la Nación, Esteban
Righi, del 10 de marzo de 2010, en la causa «Acosta», quien se pronunció en un sentido
contrario al que la Corte venía sosteniendo en sus últimos fallos. Así, en tal oportunidad
sostuvo el Procurador General en base a lo que dispone de manera explícita el art. 68 de la
Convención Americana de Derechos Humanos que: a) los fallos de la Corte Interamericana
Derechos Humanos son obligatorios para el Estado que aceptó la competencia del tribunal
internacional y fue parte en el proceso internacional en el que resultó condenado; b) las
decisiones de la Corte Interamericana no tienen efectos generales sobre otros casos similares
existentes en el mismo u otro Estado; c) la Convención Americana no establece en ninguna
disposición el alcance general de los fallos de la Corte Interamericana, ni en cuanto al decisorio
ni en cuanto a los fundamentos. A ese alcance acotado del valor jurídico de la jurisprudencia
internacional, el Procurador agregó un requisito más para la aplicación de esos precedentes en
el derecho local: que los fallos de la Corte Interamericana no impongan una medida que
implique desconocer derechos fundamentales del orden jurídico interno. Por otra parte,
sostuvo que “es preciso poner de manifiesto que el derecho argentino no ha establecido
expresamente la obligatoriedad de las sentencias de la Corte Interamericana más allá de lo
dispuesto por el art. 68 de la Convención Americana”.
Es decir, que únicamente en todos los casos en que los Estados sean parte, están obligados a
cumplir con la decisión de la Corte Interamericana. Ello así pues, según lo interpreta el
Procurador, el término “decisión” que emplea el mentado art. 68 se refiere al “dispositivo” del
fallo y no a los “fundamentos” de la sentencia. De ese modo, y ceñido a los márgenes
señalados, el Procurador sostuvo que los jueces locales están obligados a tener en
consideración la jurisprudencia de los organismos internacionales, pero no más. “Esto incluye
un deber de examinar minuciosamente la aplicabilidad en el caso concreto, de expresarla y
discutirla razonablemente y, en su caso, de explicar las razones jurídicas por las cuales no se
sigue en el caso particular” .
Por su parte, la mayoría del Tribunal en su pronunciamiento dejó en claro que no compartía la
opinión del Procurador General en relación al valor limitado que le había asignado en su
dictamen a la jurisprudencia de la CIDH, lo que debe ser interpretado como una ratificación de
los criterios de “Simón” y “Mazzeo” ya citados. No obstante ello, el Alto Tribunal
contradictoriamente, en la práctica se apartó de los criterios que había establecido la CIDH y
de los principios deducidos de los informes de la Comisión IDH referidos al caso “Bayarri” .
La CIDH a partir de los casos “Barrios Altos vs Perú ”, “Tribunal Constitucional vs. Perú” y “La
Cantuta” , entre otros señaló el efecto erga omnes de sus fallos no sólo para el asunto
concreto, sino para todo el derecho interno de un país, aun fuera del caso juzgado . Sostuvo
que el carácter vinculante de sus fallos no se agota en su parte resolutiva, que vale para el caso
particular, sino que se extiende a los fundamentos del fallo, obligando a los tres poderes del
Estado para la generalidad de los casos similares.
Ahora bien, profundizando el análisis un poco más, cabe preguntarse si los fallos de la CIDH
originan una especie de doctrina legal para todos los casos similares, aún en cualquiera de los
Estados signatarios del Pacto. Tal respuesta emerge de un reciente decisorio del Tribunal,
recaído en el caso “Gelman vs. Uruguay - Supervisión de Cumplimiento de Sentencia” , donde
sostuvo en forma contundente que “[…] es posible observar dos manifestaciones distintas de
esa obligación de los Estados de ejercer el control de convencionalidad, dependiendo de si la
Sentencia ha sido dictada en un caso en el cual el Estado ha sido parte o no. Lo anterior debido
a que la norma convencional interpretada y aplicada adquiere distinta vinculación
dependiendo si el Estado fue parte material o no en el proceso internacional. En relación con
la primera manifestación, cuando existe una sentencia internacional dictada con carácter de
cosa juzgada respecto de un Estado que ha sido parte en el caso sometido a la jurisdicción de
la Corte Interamericana… le obliga a velar para que los efectos de las disposiciones de la
Convención y, consecuentemente, las decisiones de la Corte Interamericana no se vean
mermados por la aplicación de normas contrarias a su objeto y fin o por decisiones judiciales o
administrativas que hagan ilusorio el cumplimiento total o parcial de la sentencia. Es decir, en
este supuesto, se está en presencia de cosa juzgada internacional, en razón de lo cual el Estado
está obligado a cumplir y aplicar la sentencia […]”.“[…] Respecto de la segunda manifestación
del control de convencionalidad, en situaciones y casos en que el Estado concernido no ha sido
parte en el proceso internacional en que fue establecida determinada jurisprudencia, por el
sólo hecho de ser Parte en la Convención Americana, todas sus autoridades públicas y todos
sus órganos, incluidas las instancias democráticas, jueces y demás órganos vinculados a la
administración de justicia en todos los niveles están obligados por el tratado, por lo cual deben
ejercer, en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones procesales
correspondientes, un control de convencionalidad tanto en la emisión y aplicación de normas,
en cuanto a su validez y compatibilidad con la Convención, como en la determinación,
juzgamiento y resolución de situaciones particulares y casos concretos, teniendo en cuenta el
propio tratado y, según corresponda, los precedentes o lineamientos jurisprudenciales de la
Corte Interamericana […]”.
En conclusión, las sentencias del Tribunal Interamericano originan dos tipos de consecuencias,
a saber: uno de vinculación directa y obligatoria para el país condenado (arts. 62 y 68, CADH) y
otra de vinculación relativa —erga omnes— para todos los miembros del modelo que no
participaron del proceso. Por lo tanto, la doctrina legal o judicial de ese cuerpo jurisdiccional es
obligatoria para el conjunto de los países plegados al sistema en cuanto a la hermenéutica que
él hace de las normas regionales interpretadas, observándose de este modo una argamasa
entre la norma y la interpretación de la misma (jurisprudencia internacional) .
3. El “control de convencionalidad”
Se ha concebido el control de convencionalidad como una institución que se utiliza para aplicar
el Derecho Internacional, y dentro de éste, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Específicamente entre nosotros, ha cobrado especial importancia la Convención Americana de
Derechos Humanos y como se hizo referencia anteriormente, los precedentes de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Este órgano jurisdiccional ha sostenido reiteradas
veces que todas las autoridades estatales están en la obligación de ejercer “ex officio” un
“control de convencionalidad” entre las normas internas y la Convención Americana, en el
marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones procesales correspondientes .
Nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación, profundizando la línea jurisprudencial trazada
a partir de los casos “Mazzeo” , “Simon” y “Videla” admitió al resolver la causa: “Rodríguez
Pereyra”69, que los jueces deben efectuar un control de convencionalidad y de
constitucionalidad de oficio.
En el caso, un conscripto había reclamado una indemnización con sustento en los artículos
1109 y 1113 del Código Civil contra el Estado Nacional por las lesiones que sufrió mientras
cumplía con el servicio militar obligatorio. La ley 19.101 de personal militar (artículo 76, inc. 3,
apartado c, texto según ley 22.511) fija un tope máximo a este tipo de indemnizaciones, y
excluye por lo tanto las reglas generales establecidas en el Código Civil para determinar los
rubros indemnizatorios. Al examinar el planteo, la Corte Suprema advirtió que la aplicación del
referido régimen especial otorgaba al accidentado un resarcimiento sustancialmente inferior al
que habría sido admitido sobre la base de los parámetros establecidos en el Código Civil. Sin
embargo, en el caso, dicho sistema no había sido impugnado constitucionalmente, lo que
impedía prescindir de su texto para resolverlo. Frente a esta evidencia, el Tribunal determinó
que, dentro del marco constitucional vigente, se encuentra habilitado para declarar de oficio
—es decir, sin que la parte interesada lo haya solicitado— la inconstitucionalidad del artículo
en cuestión.
Para resolver de ese modo, la mayoría compuesta por los jueces Lorenzetti, Highton de
Nolasco, Maqueda y Zaffaroni, a la que se suma el voto concurrente del Dr. Fayt, recordó el
deber de los magistrados de efectuar el examen de constitucionalidad de las normas en la
medida en que ese mecanismo constituye una de las mayores garantías con que se ha
entendido asegurar los derechos reconocidos en la Constitución contra los posibles abusos de
los poderes públicos, según la clásica expresión de la Corte formulada en 1888 .
Expresamente sostuvo que “[…] 12) […] los órganos judiciales de los países que han ratificado
la Convención Americana sobre Derechos Humanos están obligados a ejercer, de oficio, el
control de convencionalidad, descalificando las normas internas que se opongan a dicho
tratado. Resultaría, pues, un contrasentido aceptar que la Constitución Nacional que, por un
lado, confiere rango constitucional a la mencionada Convención (art. 75, inc. 22), incorpora sus
disposiciones al derecho interno y, por consiguiente, habilita la aplicación de la regla
interpretativa —formulada por su intérprete auténtico, es decir, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos— que obliga a los tribunales nacionales a ejercer de oficio el control de
convencionalidad, impida, por otro lado, que esos mismos tribunales ejerzan similar examen
con el fin de salvaguardar su supremacía frente a normas locales de menor rango. 13) […] Es
conveniente recordar, al respecto, que la descalificación constitucional de un precepto
normativo se encuentra supeditada a que en el pleito quede palmariamente demostrado que
irroga a alguno de los contendientes un perjuicio concreto en la medida en que su aplicación
entraña un desconocimiento o una restricción manifiestos de alguna garantía, derecho, título o
prerrogativa fundados en la Constitución; es justamente la actividad probatoria de los
contendientes así como sus planteos argumentales los que debe poner de manifiesto tal
situación. En este sentido, se impone subrayar que cuanto mayor sea la claridad y el sustento
fáctico y jurídico que exhiban las argumentaciones de las partes, mayores serán las
posibilidades de que los jueces puedan decidir si el gravamen puede únicamente remediarse
mediante la declaración de inconstitucionalidad de la norma que lo genera. Como puede
apreciarse, el reconocimiento expreso de la potestad del control de constitucionalidad de
oficio no significa invalidar el conjunto de reglas elaboradas por el Tribunal a lo largo de su
actuación institucional relativas a las demás condiciones, requisitos y alcances de dicho control
[…]”.
Sin duda, con la internacionalización de los derechos humanos queda claro que ninguna norma
de derecho interno que de algún modo afecte los derechos humanos podrá resistir un control
de convencionalidad y constitucionalidad. Esto surge
71 En tal sentido, por ejemplo, en la causa “Ardanáz, Gabriela Irene c/ Provincia de Córdoba -
Plena Jurisdicción - Recurso de Apelación” (Expte Letra “A”, N° 07, con fecha 05/06/2007) que
trataba sobre la aplicación de una sanción de cesantía aplicada a un agente público y en el que
se discutía si se había o no resguardado la aplicación del principio del debido proceso adjetivo
en los términos del artículo 23, inc. 13 de la Constitución Provincial, se resolvió —con cita de
jurisprudencia de la Corte Interamericana— dejar sin efecto la sanción dispuesta por la
administración en el caso en concreto. En efecto, este precedente, luego de señalar que la
Corte Interamericana de Derechos Humanos expresamente ha decidido que las garantías
judiciales del artículo 8º de la Convención no se limitan a los recursos judiciales, sino al
conjunto de requisitos que deben observarse en las instancias procesales (Caso “Ivcher
Bronstein” del 06/02/2001), recordó que el contenido esencial de las denominadas garantías
judiciales ha sido expresamente extendido por esa Corte de Derechos Humanos al
procedimiento administrativo en el caso “Baena, Ricardo y Otros (270 Trabajadores vs.
Panamá)” de fecha 02/02/2001, al señalar que “[…] Si bien el artículo 8º de la Convención
Americana se titula ‘Garantías Judiciales’, su aplicación no se limita a los recursos judiciales en
sentido estricto, ‘sino [al] conjunto de requisitos que deben observarse en las instancias
procesales’ a efectos de que las personas estén en condiciones de defender adecuadamente
sus derechos ante cualquier tipo de acto del Estado que pueda afectarlos. Es decir, cualquier
actuación u omisión de los órganos estatales dentro de un proceso, sea administrativo
sancionatorio o jurisdiccional, debe respetar el debido proceso legal […]”. En el caso “Iglesias,
Martín y otros c/ Caja de Jubilaciones y Pensiones y Retiros de Córdoba - Plena Jurisdicción -
Recurso Directo” (Expte. Letra “I”, N° 5, con fecha 17/03/ 2009, referido a una cuestión
previsional, el Máximo Tribunal cordobés al turno de actualizar los principios sobre los que se
asienta su doctrina sobre los presupuestos de la validez constitucional del poder de policía de
la emergencia económico financiera, justificó el control de convencionalidad con sustento en
la jerarquía constitucional de los Tratados sobre Derechos Humanos del art. 75, inc. 22 de la
Constitución Nacional y de la doctrina elaborada por los órganos internacionales permanentes,
de aplicación de dichos tratados, más en temas de tan honda sensibilidad humana como es lo
referido a la situación jurídica de quienes se hallan en la ancianidad. Al respecto recordó que la
Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso “Almonacid Arellano y Otros vs. Chile”,
sentencia de 26/09/2006, declaró que el cumplimiento por parte de agentes o funcionarios del
Estado de una ley violatoria de la Convención produce responsabilidad internacional del
Estado, y es un principio básico del derecho de la responsabilidad internacional del Estado,
recogido en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, en el sentido de que todo
Estado es internacionalmente responsable por actos u omisiones de cualesquiera de sus
poderes u órganos en violación de los derechos internacionalmente consagrados, según el
artículo 1.1 de la Convención Americana. Asimismo señaló que el Poder Judicial debe tener en
cuenta no solamente el tratado, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la
Corte Interamericana, intérprete última de la Convención Americana […]” (en análogo sentido
Caso La Cantuta Vs. Perú, párrafo 173, Sent. del 29/11/2006; Caso Boyce y otros Vs. Barbados,
párrafo 78, Sent. del 20/11/2007). Recordó, además que, más recientemente, en el Caso
“Heliodoro Portugal vs. Panamá”, sentencia del 12/08/2008, la C.I.D.H. ha enfatizado que “[…]
la defensa u observancia de los derechos humanos a la luz de los compromisos internacionales
en cuanto a la labor de los operadores de justicia, debe realizarse a través de lo que se
denomina ‘control de convencionalidad’, según el cual cada juzgador debe velar por el efecto
útil de los instrumentos internacionales, de manera que no quede mermado o anulado por la
aplicación de normas o prácticas internas contrarias al objeto y fin del instrumento
internacional o del estándar internacional de protección de los derechos humanos […]”.
expresamente del fallo comentado, que implica una clara evolución sobre el tema del control
de constitucionalidad de oficio por parte del Alto Tribunal, desde una postura negatoria con el
precedente “SA Ganadera Los Lagos vs. Nación Argentina” hasta una paulatina apertura con
los casos “Juzgado de Instrucción Militar N° 50 de Rosario” , “Mill de Pereyra” , afianzada con
“Banco Comercial de Finanzas” y “Simón” entre otros, para culminar con el decisorio
comentado.
El término “fuente del derecho” alude a todo lo que contribuye o ha contribuido a crear el
conjunto de reglas jurídicas aplicables dentro de un Estado en un momento dado. A
continuación, luego de haber dado un panorama del nuevo paradigma del derecho argentino
tras la Reforma Constitucional de 1994, nos ocuparemos de las fuentes del Derecho
Administrativo en particular, es decir todos aquellos instrumentos que crean y forman el
ordenamiento jurídico administrativo.
Las leyes en nuestro sistema jurídico se clasifican en: leyes nacionales, dictadas por el
Congreso Nacional y que abarcan: las leyes nacionales comunes (art. 75, inc. 12, CN) cuya
aplicación se encuentra a cargo de los jueces locales, nacionales y federales; las leyes federales
que son aquellas que regulan todas las materias que las provincias delegaron en el Estado
Nacional y también, las que se refieren a la organización y funcionamiento de los distintos
poderes del Estado Nacional, cuya aplicación corresponde a los jueces federales; y leyes
nacionales locales, que rigen sólo en el ámbito de la Capital Federal y las que se dictan para el
cumplimiento de los fines específicos de los establecimientos de utilidad nacional en el
territorio de la República (art. 75, inc. 30, CN).
Tampoco podemos dejar de mencionar en esta oportunidad la legislación que por delegación
puede dictar el Poder Ejecutivo (reglamentos delegados) de conformidad a las condiciones
establecidas en el art. 76 de la CN y de la ley 26.122 y los llamados decretos o reglamentos de
necesidad y urgencia que con carácter excepcional puede dictar también el Poder Ejecutivo
(art. 99, inc. 3, CN y ley 26.122).
También la Constitución incluye el mecanismo de las leyes convenio entre la Nación y las
provincias para hacer factible la coparticipación (art. 75, inc. 2, CN). Además, las provincias a
través de sus respectivas legislaturas dictan leyes provinciales, sobre las materias que les
atribuyen sus propias constituciones y cuya aplicación corresponde a los jueces provinciales,
como también hace lo propio la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (arts. 129, CN y 80, 81 y 82
de la Constitución de la Ciudad).
Las Constituciones Provinciales constituyen también por cierto una importante fuente del
Derecho Administrativo local, ya que sus disposiciones se refieren a la organización
administrativa y actividades a desarrollar por la Administración y establecen su régimen
municipal. Recordemos que la Constitución Nacional dispone en su art. 123 que las provincias
deben asegurar la autonomía municipal, reglando su alcance y contenido en el orden
institucional, político, administrativo y económico financiero.
También forman parte del ordenamiento jurídico administrativo los demás reglamentos
administrativos que dicta la Administración, como los reglamentos de ejecución de las leyes y
los reglamentos autónomos o de organización; las instrucciones y circulares, que constituyen
directivas que emiten los órganos superiores para dirigir la actividad de los inferiores; los
dictámenesque constituyen consejos o pareceres que emiten los órganos consultivos dirigidos
a quien tiene que resolver o decidir una cuestión, debiendo destacarse la colección de
Dictámenes de la Procuración del Tesoro de la Nación. También, las diversas cláusulas de un
contrato administrativo son ley para las partes y por ende, son fuentes del derecho
administrativo. Finalmente, podemos mencionar los principios generales del derecho, la
jurisprudencia y los precedentes administrativos, entendidos estos últimos como la reiteración
en el tiempo de una determinada conducta por parte de la administración, ya sea al resolver
una cuestión o en un aspecto procedimental.
CAPITULO III
LA POTESTAD REGLAMENTARIA
I. INTRODUCCIÓN
Valga aclarar, que en nuestra opinión sólo pueden ser considerados reglamentos los
denominados “autónomos” o actos administrativos de alcance general que implican el
ejercicio de función administrativa ya que los decretos denecesidad y urgencia, los delegados y
los de ejecución traen aparejado el desenvolvimiento de atribuciones de tipo legislativo o
constitucional.
Dicha potestad, es de suma relevancia en nuestra organización estatal, dado su fuerte carácter
presidencialista, habida cuenta que, debe recordarse, que la Constitución en la versión de
1853/60, buscó otorgar cierta preponderancia al Poder Ejecutivo sobre los demás poderes y,
por tal razón, se le atribuyeron amplias facultades reglamentarias, luego convalidadas por la
Corte Nacional a través de sus sentencias.
No puede pasarse por alto, que en la actualidad, desde un punto de vista cuantitativo, el
reglamento es la fuente más importante del derecho administrativo , sin embargo, la
relevancia numérica de esa fuente de derechos no la exime del respeto a las leyes, a los
tratados y la propia Constitución Nacional por la sola aplicación del principio de jerarquía
normativa (art. 31, CN).
A su vez, COMADIRA , efectúa una distinción entre actos de alcance general normativo y no
normativo. Los primeros, según el aludido autor, están dirigidos a sujetos indeterminados,
pretenden su inserción en el ordenamiento y tienen vocación de permanencia. Los segundos,
en cambio, poseen carácter consuntivo ya que se consumen con su aplicación11.
En este punto, debe tenerse presente que en el marco del Decreto-ley 19.549 que regula los
procedimientos administrativos a nivel nacional, esta última distinción, carece de efectos
prácticos habida cuenta que dicho cuerpo legal hace referencia a los actos de alcance general.
Esa circunstancia, ha llevado a algunos a sostener que todos los reglamentos y demás actos de
alcance general —como los DNU—, se encuentran comprendidos dentro del mentado régimen
de impugnación .
Dicho amplio cauce de participación comienza por decisión de la autoridad pública o por
pedido expreso y fundado de alguno de los mentados sujetos. En ambos casos deberá dictarse
el acto administrativo pertinente debidamente fundado que disponga el inicio de
procedimiento o el rechazo del pedido y se notificará al interesado.
Finalizada esa etapa debe elaborarse la norma y publicarse en el Boletín Oficial por el plazo de
un día e incorporarse a la página web de la autoridad responsable.
En el marco de la LNPA, los actos de alcance general o reglamentos autónomos pueden ser
impugnados a través de las siguientes maneras: a) directa: Reclamo administrativo impropio
(RAI); b) indirecta: recursos administrativos. En este trabajo, añadiremos una tercera
posibilidad que puede ser catalogada como “excepcional” y que se concreta a través de la
interposición de la acción de amparo receptada en el art. 43 de la Ley Fundamental.
Ahora bien, como lo analizaremos a continuación, la práctica judicial evidencia que los
administrados utilizan en escasas ocasiones el RAI a la hora de cuestionar actos de alcance
general ya que, comúnmente, acuden a la acción de amparo o bien aguardan su aplicación a
través de un acto particular e impugnan luego el mismo a través de la vía recursiva.
Resulta importante señalar, que la petición del administrado frente al acto de alcance general
o individual que lo aplica, debe tener por objeto lograr la derogación o modificación parcial de
aquél y no la exclusión individual de su contenido. Pues, la petición del administrado no puede
consistir en que se lo exima del cumplimiento del reglamento, en virtud de la vigencia del
principio de inderogabilidad singular de los reglamentos. A causa de este principio, ningún
órgano administrativo puede validamente violar sus propias reglamentaciones y por ello, el
administrado, no puede quedar excluido —mediante un acto administrativo individual— de la
aplicación de un reglamento dado que la administración se encuentra vinculada por la
juridicidad. Es que como lo recuerda GORDILLO, “siempre debe prevalecer el reglamento
anterior sobre el acto individual posterior” .
Debe destacarse, que la LNPA no establece plazo para la interposición del RAI y, por ello, el
particular puede hacerlo en cualquier momento siempre y cuando respete el plazo de
prescripción que resulte aplicable al caso.
Una vez interpuesto pueden darse, al menos, tres alternativas posibles: 1) que el mismo sea
acogido favorablemente; 2) que el planteo sea rechazado expresamente y 3) que la autoridad
no resuelva el reclamo.
Si bien la normativa federal es clara al exigir la previa interposición del RAI, a los fines de poder
revisar judicialmente el contenido del reglamento, existen supuestos en donde la doctrina o la
jurisprudencia ha considerado que ello resulta innecesario. Entre tales causales pueden
enumerarse las siguientes:
Ritualismo inútil. Según el art. 32, inc. e de la LNPA quedaban exceptuados de interponer el
reclamo administrativo previo a promover la demanda judicial los casos en que “Mediara una
clara conducta del Estado que haga presumir la ineficacia cierta del procedimiento,
transformando el reclamo previo en un ritualismo inútil”.
A partir de ello, se sostuvo en la causa “Caplan” que “la exigencia de la previa interposición de
un reclamo administrativo impropio en los términos del art. 24 inc. a de la ley 19.549, no sería
imprescindible cuando ello importe un inconducente y excesivo rigor formal, dilatorio de la
defensa en juicio garantizada en el art. 18 del Constitución Nacional”.
A pesar de que esa figura fue dejada sin efecto por la Ley 25.344 , los tribunales no han
vacilado en sostener su vigencia y en continuar aplicándola.
El art. 24 de la LNPA señala que “El acto de alcance general será impugnable por vía judicial:
[...] b) cuando la autoridad de ejecución del acto de alcance general le haya dado aplicación
mediante actos definitivos y contra tales actos se hubieren agotado sin éxito las instancias
administrativas”.
Resulta imperioso, que el derecho que se dice lesionado se derive del acto de alcance general,
habida cuenta que lo que se impugna no es la invalidez del acto de aplicación sino el
reglamento que le da base, sin perjuicio de que puedan agregarse irregularidades adicionales.
Dicha impugnación administrativa puede estar motivada tanto en razones de legitimidad como
de oportunidad, mérito o conveniencia, tal como lo establece el último precepto legal citado.
Una vez interpuesto el recurso, deberá seguirse el cauce recursivo que corresponda, conforme
la ubicación jerárquica del órgano que lo dictó dentro de la organización administrativa del
Estado.
c) Excepcional: Acción de amparo
Siguiendo con el análisis de los diversos medios de impugnación que pueden utilizarse,
ingresamos al estudio del papel que puede desempeñar la acción de amparo constitucional a
la hora de cuestionar un reglamento autónomo. Así, tratándose de un acto de autoridad
pública aquellos pueden impugnarse por este cauce excepcional, siempre que se verifiquen los
requisitos estipulados para ello tanto en el art. 43 de la CN como en ley 16.986.
Resulta importante indicar, que el amparo, no se abre como una posibilidad en igualdad de
condiciones al RAI, sino que esta acción expedita y rápida, requiere el cumplimiento de ciertos
recaudos —procesales y sustanciales— que de omitirse obstan su procedencia. En tal orden,
por ejemplo, la nulidad del reglamento debe ser manifiesta u ostensible y afectar derechos
constitucionales para que proceda este medio de tutela. En cambio, esa exigencia no resulta
precisa para la procedencia del RAI habida cuenta que basta su ilegitimidad.
A los fines del cómputo del plazo para promover la acción de amparo, debe tenerse presente
que según el art. 103 del RNPA, los actos administrativos de alcance general producen efectos
desde su publicación oficial o desde el día en que en ellos se determine. Reiteramos que si en
ellos no se designa tiempo, producirán sus efectos desde los ocho días, computados desde el
día siguiente al de su publicación en medios oficiales.
Primero que todo, debe diferenciarse entre los efectos de su derogación en sede
administrativa y los correspondientes a su anulación en sede judicial, es decir, los efectos de
una sentencia que anula un reglamento.
En sede administrativa, el art. 83 del RNPA establece que los reglamentos pueden ser
derogados, de manera total o parcial y reemplazarse por otros. Dicha atribución, puede
efectuarse de oficio, ante la petición de parte interesada y mediante recursos en los casos en
que sea procedente. Cassagne, apunta que la derogación puede ser realizada tanto por
razones de mérito, oportunidad o conveniencia como por motivos de ilegitimidad . Dicha
disposición, deja a salvo los derechos adquiridos durante la vigencia del reglamento y prevé la
posibilidad de reclamar daños y perjuicios por parte del administrado.
Así, desde el plano autoral, HUTCHINSON se ha manifestado a favor de la validez inter partes
de la anulación pero, a su vez, sostiene que indirectamente se traslada sus efectos a todos los
afectados por la vigencia de la norma, agregando que una vez que el juez ha declarado
ilegítimo un reglamento la administración debe derogarlo . Para BIANCHI, en cambio, la
anulación de reglamento sólo excluye de su aplicación al que lo impugna , mientras que
Cassagne se ha pronunciado en el sentido de que la derogación del reglamento tiene efecto
erga omnes34.
V. DECRETOS DELEGADOS
1. Noción
Tal clase de decretos tiene lugar cuando existe una delegación legislativa por parte del
Congreso Nacional de facultades que le son propias. Si bien, su dictado implica el ejercicio de
actividad legislativa se diferencia de los DNU ya que en el caso de delegados no es el Poder
Ejecutivo quien se arroga funciones del Legislativo sino que es el Congreso el que se los delega
expresamente36.
2. Evolución jurisprudencial
Como muchas otras instituciones del derecho público argentino la delegación legislativa del
Congreso Nacional en el Poder Ejecutivo tuvo un origen práctico a través de su
implementación y luego reconocimiento jurisprudencial a partir de la decisión de la Corte
Suprema Nacional.
Así, en la causa “A.M. Delfino y cia” de 1927 frente a una sanción impuesta por la autoridad
portuaria a una empresa naviera sustentada en normativa delegada, el Alto Tribunal señaló
que “el Congreso no puede delegar en el Poder Ejecutivo o en otro departamento de la
administración, ninguna de las atribuciones o poderes que le han sido expresa o
implícitamente concedidos” para luego agregar que “Existe una distinción fundamental entre
la delegación de poder para hacer una ley y la de conferir cierta autoridad al Poder Ejecutivo o
a un cuerpo administrativo, a fin de reglar los pormenores y detalles necesarios para la
ejecución de aquella. Lo primero no puede hacerse, lo segundo es admitido”. En base a ello y
lo previsto en el por entonces inciso 2 del art. 86 de la CN la Corte convalidó la delegación
legislativa cuestionada en el caso.
Distinta fue la suerte del decreto delegado cuestionado en los autos “Mouviel” de 1959, pues
allí la Corte extendió que al atacarse en el caso una decisión de naturaleza penal debía
respetarse el principio de legalidad (art. 18, CN) y, por ende, consideró que la delegación había
sido inválida. En tal orden de ideas sostuvo que “el legislador no puede delegar en el Poder
Ejecutivo o en reparticiones administrativas la total configuración de los delitos ni la libre
elección de las penas pues ello importaría la delegación de facultades que son por esencia
indelegables. Tampoco puede el Poder Ejecutivo, so pretexto de facultad reglamentaria,
sustituirse al legislador y dictar, en rigor, la ley previa que requiere el art. 18 de la
Constitución”.
Por último, en el caso “Cocchia” se convalidó la decisión del Poder Ejecutivo instrumentada
mediante un decreto por medio del cual se resolvió derogar el convenio colectivo de trabajo
vigente para los trabajadores portuarios. En esa oportunidad, la Corte estimó que si bien no
existía un marco de delegación expreso la medida cuestionaba encuadraba dentro del marco
de un amplio “bloque de legalidad” formado —básicamente— por el Tratado de Asunción y
por la ley de Reforma del Estado Nº 23.696 y que, por tal motivo, debía considerarse ejercida
dentro del marco constitucional.
Cabe destacar que, en ese caso, la Corte entendió que la plataforma normativa de estos
decretos era el art. 86, inc. 2 de la CN. Allí señaló que dicha “competencia del Ejecutivo no es
autónoma, ni de ejecución adjetiva de la ley, que puede ser de necesaria implementación
aunque el legislador no la hubiese previsto. Por el contrario, precisa de la expresa decisión del
Congreso, el que quiere […] que ciertos aspectos de la cuestión tratada en la ley sea regulado
por el Poder Ejecutivo”.
La Corte consideró que la regulación del ejercicio profesional de la abogacía era una facultad
del resorte exclusivo de del Congreso Nacional y, por ende, el Presidente al dictar el decreto en
cuestión invadió la esfera legislativa. En virtud de lo expuesto se confirmó la sentencia de la
Cámara que había declarado inconstitucional esa norma.
4. La Ley 26.12242
Mediante este cuerpo normativo se reglamentó la Comisión Bicameral Permanente (CBP) que
se menciona en la letra de la CN tanto para para los decretos delegados como para los DNU.
En lo que tiene que ver con su integración se prescribe que la misma se compone por ocho
diputados y ocho senadores, designados por el presidente de sus respectivas Cámaras a
propuesta de los bloques parlamentarios respetando la proporción de las representaciones
políticas.
Asimismo, se dispone que dentro de los diez días de dictado un decreto de delegación
legislativa el Poder Ejecutivo lo debe someter a consideración de la CBP, quien tiene que
expedirse acerca de la validez o invalidez del decreto y elevar el dictamen al plenario de cada
Cámara para su expreso tratamiento. Es su obligación expresarse sobre si el decreto cumple
con los recaudos formales y materiales establecidos en la CN, especialmente sobre su
adecuación a las bases de la delegación y al plazo fijado para su ejercicio.
Es muy importante tener en cuenta que el decreto tiene vigencia desde su publicación en el
Boletín Oficial sin que sea necesaria la participación de la CBP.
Luego de producido el dictamen debe elevarse al plenario de cada una de las Cámaras. Estas,
en caso de no hacerlo el plazo fijado, se abocarán al expreso e inmediato tratamiento del
decreto de que se trate. Es importante poner de resalto que el rechazo o aprobación de los
decretos deberá ser expreso conforme lo establecido en el artículo 82 de la CN, es decir, que el
silencio no tiene valor alguno, con lo cual en caso de que el Congreso no se pronuncie sobre la
validez constitucional del decreto el mismo mantiene su vigencia.
5. Impugnación
6. Caducidad de la delegación
En el art. 76 de la CN se establece que “La caducidad resultante del transcurso del plazo
previsto en el párrafo anterior no importará revisión de las relaciones jurídicas nacidas al
amparo de las normas dictadas en consecuencia de la delegación legislativa” y en la
Disposición Transitoria Octava se dispone lo siguiente “La legislación delegada preexistente
que no contenga plazo establecido para su ejercicio caducará a los cinco años de la vigencia de
esta disposición excepto aquella que el Congreso de la Nación ratifique expresamente por una
nueva ley”.
El texto constitucional estableció que el Congreso debía revisar dentro del plazo de cinco años,
estos es antes de 1999, toda la normativa delegada dictada con anterioridad a la Reforma
Constitucional y determinar cuál de ellas ratificaba por respetar el contenido del art. 76 CN.
Ese mandato no se cumplió pues el Poder Legislativo dejó transcurrir el aludido término y unos
días antes de que se produjera su vencimiento dictó la ley 25.148 mediante la cual ratificó la
reglamentación delegada y prorrogó la revisión de la reglamentación delegada.
1. Noción
Al igual que los decretos delegados, los DNU son el producto del ejercicio extraordinario de
facultades legislativas por parte del Poder Ejecutivo pero en este caso; lo hace para solucionar
una determinada situación de urgencia .
2. Evolución
En esa causa se cuestionaba el decreto 36/90 por medio del cual se dispuso el cambio por
títulos públicos de los plazos fijos bancarios en dólares estadounidense. La Corte convalidó esa
medida y la práctica de los DNU pero la sujetó a dos condiciones fundamentales. La primera
que el Congreso Nacional, en ejercicio de poderes constitucionales propios no adopte
decisiones diferentes en los puntos de política económica involucrados y, segundo, que exista
una situación de grave riesgo social, que imponga la imperiosa necesidad de adoptar medidas
súbitas como la adoptada en el caso.
3. Reconocimiento constitucional
El constituyente de 1994 incorporó los DNU al plexo constitucional en el art. 99, inc. 3. En esa
disposición luego de reiterar la regla contenida en el art. 76 en el sentido de que el “El Poder
Ejecutivo no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir
disposiciones de carácter legislativo”, permitió su dictado cuando “circunstancias
excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución
para la sanción de las leyes”.
Asimismo, estableció un límite material al señalar que no podrán dictarse en asuntos penales,
tributarios, electorales o de régimen de los partidos políticos y que, los mismos, deben ser
decididos en acuerdo general de ministros y ser refrendados, conjuntamente con el jefe de
gabinete de ministros. Este funcionario, a su vez, tiene la obligación de someterlos dentro de
los diez días a consideración de la CBP, cuya composición y funcionamiento ya hemos
explicado.
Este precepto es completado por las prescripciones de la ley 26.122 cuando señala en el art. 10
que la CBP debe expedirse acerca de la validez o invalidez constitucional del decreto y elevar el
dictamen al plenario de cada Cámara para su expreso tratamiento. En lo demás, se aplica lo
que hemos visto para los decretos delegados.
4. Impugnación
En tal sentido se ha dicho desde la jurisprudencia que “la impugnación de esta clase particular
de reglamentos —que guardan similitud con las leyes— no requieren agotamiento de la vía
administrativa. Por el contrario, al igual que cuando se intenta obtener la declaración de
inconstitucionalidad de una ley, basta acudir directamente a la instancia judicial” para luego
agregar que “las disposiciones contenidas en el art. 24 de la ley de procedimiento
administrativos se refieren a las vías de impugnación de los actos que traducen el ejercicio de
actividad meramente reglamentaria. Y, por tanto, los mecanismos de impugnación allí
previstos no pueden ser considerados para cuestionar los decretos de necesidad y urgencia,
que emanan de una facultad conferida constitucionalmente al Poder Ejecutivo, en la reforma
de 1994, la que no pudo ser considerada por los autores de la ley 19.549” .
VII. REGLAMENTOS DE EJECUCIÓN
Resulta ilustrativo del ámbito de funcionamiento de este tipo de medidas lo resuelto por la
Corte Suprema en la causa “Mate Larenjeira Mendes S.A.” . En el caso se cuestionaba la
constitucionalidad de un decreto del PEN por medio del cual se prohibió la cosecha de yerba
mate durante el año 1966 así como el removido y transporte que de cualquier partida que no
estuviese autorizado por una guía de libre tránsito. La Corte invalidó el aludido decreto dado
que entendió que el Presidente había excedido sus facultades al incluir un supuesto no
contemplado por la ley.
Ahora bien, cabe indagarse acerca de la naturaleza jurídica de este tipo de disposiciones.
Desde la doctrina se han dado respuestas dispares a este interrogante. Pues, mientras algunos
entienden que tiene naturaleza legislativa otros consideran que se trata de actos
administrativo generales .
Por tales motivos, la vía impugnatoria que debe utilizarse variará de acuerdo a la naturaleza
que se le asigne a los mismos. Es decir, si se considera que se trata de función legislativa
deberá utilizarse la vía de la acción declarativa de inconstitucionalidad del art. 322 del CPCCN y
o de la acción de amparo. Si se entiende, en cambio, que se trata de función administrativa
deberá acudirse a los mecanismos de impugnación previstos para los reglamentos autónomos.
La Constitución local solo prevé la posibilidad del dictado de reglamentos autónomos (art. 144,
inc. 1), de ejecución (art. 144, inc. 2) y de promulgación parcial (arts. 109 y 144, inc. 5). Es
decir, que al no existir autorización de la Carta Magna el Gobernador no puede emitir
disposiciones de carácter legislativo como los DNU y los decretos delegados.
Además, con relación a estos últimos debe tenerse en cuenta que el art. 13 de la CP dispone
que “Ningún magistrado o funcionario público puede delegar sus funciones en otra persona, ni
un Poder delegar en otro sus atribuciones constitucionales, salvo en los casos previstos en esta
Constitución, y es insanablemente nulo lo que cualquiera de ellos obrase en consecuencia”.
Como podrá advertirse el contenido de esa cláusula refuerza en la Provincia de Córdoba el
principio de división de poderes ya que deja de lado la posibilidad de que el Gobernado pueda
emitir disposiciones de carácter legislativo.
En lo que tiene que ver con los reglamentos autónomos, es importante reparar en el dato de
que la legislación local no prevé un mecanismo —como vimos que existe a nivel nacional—
para impugnar directamente el contenido de este tipo de disposiciones generales, con lo cual
las posibilidades de su cuestionamiento se reducen al vía indirecta —esto es, a atacar el acto
administrativo que lo aplica mediante lo recursos administrativos reglados en la ley 6658— o la
acción de amparo en los términos de la ley 4915. También, cabe tener en cuenta las
posibilidades de acción directa de inconstitucionalidad ante el Tribunal Superior de Justicia
prevista en el art. 165 inc. a de la Constitución local.
CAPITULO IV
LA ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
I. LA ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVAENGENERAL
El Estado se manifiesta como una unidad indivisible de personas que persiguen un fin común:
el bienestar general. Esta unidad es continua y se mantiene a través del tiempo,
independientemente de sus miembros pasajeros. Es así que las leyes, los reglamentos, los
actos, los contratos, los tratados etc. sobreviven a la generación de individuos en cuyo tiempo
nacieron. El Estado es reconocido como persona jurídica, es decir como un centro de
imputación de derechos y obligaciones y tiene una única personalidad, siempre pública, aún
cuando actúe en un doble campo, público y privado. Actualmente, ya se ha abandonado la
llamada “teoría de la doble personalidad del Estado”.
La imputación al ente administrativo de los actos de sus agentes tiene lugar toda vez que lo
hagan en ejercicio de la función, con o sin competencia, se trate incluso de actos legítimos o
ilegítimos. Los actos que se le atribuyen al Estado son los que realizan los órganos individuos
que expresan su voluntad como voluntad estatal. De ahí es que deriva entonces la
responsabilidad del Estado. La Corte Suprema de Justicia de la Nación reconoció la teoría del
órgano a partir del caso “Vadell” , oportunidad en la que sostuvo que “la actividad de los
órganos o funcionarios del Estado realizada para el desenvolvimiento de los fines de las
entidades de las que dependen, ha de ser considerada propia de éstas, que deben responder
de modo principal y directo por sus consecuencias dañosas”.
La actividad interorgánica vincula a dos o más órganos de una misma persona pública (por
ejemplo un ministerio con otro, o una Dirección con la Asesoría Letrada) y da lugar a actos
internos de la Administración (v.g.: propuestas, circulares, instrucciones, dictámenes,
informes, etc.). Las relaciones jurídicas interadministrativas vinculan a dos o más personas
jurídicas públicas estatales o no estatales (Nación, Provincia, Municipios, entidades
autárquicas, colegios profesionales, etcétera). Las relaciones jurídicas interadministrativas se
traducen en actividad externa, con forma jurídica de actos administrativos o contratos
interadministrativos. 1. Los elementos de la organización administrativa
a) Competencia
No obstante ello, en términos generales podemos aseverar que la Administración sólo puede
hacer todo aquello que le está autorizado por la Constitución, las leyes y los reglamentos, a
diferencia de los individuos, que en función del art. 19 de la CN, pueden realizar todos los
actos que no estuvieran prohibidos. El Estado no puede hacer cualquier cosa sino solamente
aquello que le está permitido. Nosotros por el contrario, podemos hacer cualquier cosa, salvo
que esté prohibida.
a) 1. Clases de Competencia
La sustitución tiene lugar cuando el superior común de dos órganos dispone la transferencia de
competencia de uno a otro en procedimientos concretos y cuando las necesidades del servicio
lo hagan conveniente, salvo prohibición normativa. Cuando se sustituye una persona física
dentro de un órgano, no se modifica la competencia del órgano sino la persona del funcionario
a través de lo que se denomina subrogación o suplencia. La intervenciónes un modo de control
administrativo interno que se da cuando el funcionario interventor reemplaza al titular del
órgano intervenido. La intervención tiene lugar respecto a entidades descentralizadas cuando
incurren en graves irregularidades administrativas o ante la existencia de un conflicto
institucional insoluble dentro del ente. No obstante, una práctica antijurídica consiste en
mantener intervenidos determinados entes sine die, aún cuando no exista motivo para ello,
como una política de la administración central tendiente a tener injerencia en las decisiones de
los entes descentralizados (v.g. intervención de entes reguladores de servicios públicos).
Cuando las normas que rigen la competencia administrativa son interpretadas en forma
distinta por los encargados de aplicarlas, puede darse el caso que dos órganos se consideren
igualmente competentes o incompetentes para decidir. En tales casos, estamos en presencia
de un conflicto positivo o negativo de competencia (arts. 4º y 5º LNPA y de la Ley de
Procedimiento Administrativo de la Provincia de Córdoba) el que es resuelto por el órgano
superior común (v.g.: el Poder Ejecutivo respecto a dos Ministerios).
b) Jerarquía
En toda organización, por ello también en la organización administrativa, los distintos órganos
se encuentran en una relación de subordinación a aquél órgano que se encuentra en un rango
superior. Esta ordenación se llama jerárquica y en ella los órganos superiores disponen de la
potestad jerárquica para dirigir, ordenar y controlar la actividad de los órganos inferiores.
Dentro de la jerarquía ubicamos líneas y grados. Línea jerárquica es la conformada por el
conjunto de órganos alineados en sentido vertical; en tanto grado es la posición o situación
que cada uno de los órganos ocupa en la línea jerárquica.
Como consecuencia de la jerarquía el órgano superior ejerce ciertas potestades con respecto a
los inferiores. De este modo, puede dirigir e impulsar la acción del inferior, dictar disposiciones
tendientes a organizar el trabajo (instrucciones, circulares, órdenes y reglamentos internos),
controlar la actividad del inferior y ejercer en su caso la potestad disciplinaria. Puede designar
personal para los órganos inferiores, delegar y avocarse, etc. Así, la voluntad del jerarca sigue
las líneas jerárquicas y llega hasta los últimos grados encauzando la acción de todos los
funcionarios públicos. Se trata de una relación jurídica interna que vincula entre sí a los
órganos de la administración mediante poderes de subordinación para asegurar la unidad de
acción.
2. Centralización y descentralización
Existe centralización cuando todas las actividades son realizadas por los órganos centrales de la
Administración. En la centralización, la actividad administrativa la realiza directamente el
órgano u órganos centrales. Por su parte, hay descentralización cuando ciertas actividades
están adjudicadas a entidades con personalidad jurídica propia o cuando ciertos servicio
públicos son prestados por determinadas personas jurídicas creadas para cumplir ciertas
funciones separadas de la Administración central, con órganos propios que expresan su
voluntad. Descentralizar implica entonces la creación de nuevos sujetos de derecho, distintos a
la Administración central, a los que se les transfieren ciertos cometidos estatales. Los entes
descentralizados no están vinculados a la Administración central mediante una relación
jerárquica, sino a través del control administrativo que ejerce ésta sobre aquéllos, denominada
“tutela administrativa”.
Para ilustrar con un ejemplo podemos referir que en el ámbito de la Provincia de Córdoba, son
entes descentralizados el Banco de la Provincia de Córdoba, la Empresa Provincial de Energía
(EPEC), la Caja de Jubilaciones, el Ente Regulador de Servicios Públicos (ERSEP), entre muchos
otros. Todos reconocen una personalidad jurídica propia e independiente de la Provincia. Por
eso pueden por sí adquirir derechos y contraer obligaciones y ser actores o demandadas en
juicio, por sí mismos. El tema de la descentralización administrativa es de suma importancia
desde el punto de vista procesal, puesto que como profesionales de la abogacía debemos
saber a quien demandar frente a un determinado hecho. No es lo mismo demandar a la
Provincia o a la EPEC, a la Nación o al Anses, al Banco Central o la AFIP. Deben ser conscientes
los operadores del derecho que existe este tipo de organización administrativa —la
descentralizada— en virtud de lo cual habrá que estar muy atento a quien se demanda si no
queremos vernos sorprendidos con la oposición de una excepción de falta de legitimación
pasiva y tener que pagar las costas. Por eso se debe verificar si determinada repartición tiene
personalidad jurídica propia o por el contrario si forma parte de la Administración central, en
cuyo caso la acción deberá dirigirse en contra de esta última.
Por autarquía se entiende que un ente descentralizado tiene capacidad para administrarse a sí
mismo. La entidad autárquica no se da su propia norma de creación, sino que la recibe desde
afuera y a partir de allí se puede regir por sí misma. La autarcía es la capacidad de un ente de
bastarse económicamente a sí mismo. 3. Concentración y desconcentración
Existe concentración cuando las facultades decisorias se agrupan sólo en el órgano superior de
la Administración central o en los órganos directivos de las entidades descentralizadas. Es un
principio organizativo que se da dentro de una misma persona pública estatal, tanto en la
Administración central como en la descentralizada. Se habla de desconcentración cuando las
competencias decisorias se asignan en forma permanente a los órganos inferiores de la
Administración, ya sea centralizada o descentralizada. Hablar de desconcentración implica la
existencia de división del trabajo dentro de la persona pública. Prácticamente toda la
administración pública es desconcentrada ya que existen distintos niveles de decisión y de
responsabilidades. La única administración concentrada que podría existir sería una comuna
muy pequeña donde el Jefe Comunal tomara para sí todas las competencias y decisiones.
Puede suceder que la transferencia de facultades decisorias no lleve consigo la creación de una
entidad con personalidad jurídica propia. Por ejemplo, la creación de los Centros de
Participación Comunal (CPC) en el ámbito de la Municipalidad de Córdoba, que no tienen
personalidad jurídica propia, son la misma Municipalidad, pero actúan en distintas
jurisdicciones territoriales en el ámbito de la ciudad. Se trata de un caso de desconcentración
de base territorial y no de descentralización pues no hay creación de nuevas personas públicas.
De acuerdo al art. 30 del Código Civil (vigente al momento de escribir estas líneas) las personas
son entes susceptibles de adquirir derechos y obligaciones. Pueden ser de existencia visible o
de existencia ideal o personas jurídicas (art. 32) y a su vez el art. 33 distingue las de carácter
público (Estado Nacional, las provincias, los municipios, las entidades autárquicas y la Iglesia
Católica) y las de carácter privado (asociaciones y fundaciones, sociedades civiles y
comerciales) incluyendo el art. 34 a los estados extranjeros, que son de naturaleza pública y el
art. 75, inc. 24 de la CN a las organizaciones supraestatales.
Las personas jurídicas públicas se caracterizan por ejercer una porción del poder del Estado,
materializado en el ejercicio de función administrativa. Si bien numerosas personas privadas
tienen un fin que hace al bien común y al interés general, pudiendo en este aspecto asimilarse
a las públicas, no obstante no ejercen función administrativa.
A su vez, las personas públicas pueden ser estatales o no estatales. Las Personas Jurídicas
Públicas Estatales (v.g.: Estado Nacional, provincias, municipios, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, entidades autárquicas, etc.) se caracterizan por perseguir en su obrar un fin público
tendiente a la satisfacción del interés general. Ejercen potestades públicas, sus empleados son
empleados públicos (regidos por el derecho administrativo o por el derecho laboral en caso de
haber celebrado Convenio Colectivo de Trabajo) y su patrimonio pertenece al Estado. Las
Personas Jurídicas Públicas no Estatales (v.g.: colegios profesionales, tribunales de disciplina,
obras sociales del sector público como el INSSJP – PAMI) no integran la estructura estatal y no
pertenecen a la Administración Pública. Persiguen un fin de interés general, pero su
patrimonio no pertenece al Estado sino a los profesionales matriculados, socios o afiliados, y
celebran actos jurídicos regidos por el derecho privado, salvo cuando ejercen alguna potestad
pública, oportunidad que dictan actos administrativos. Así, el Colegio de Abogados puede
organizar cursos de postgrado, torneos de fútbol, fiestas para celebrar el día del abogado, etc.
Y todo ello se rige por el derecho privado. Pero cuando otorga a un profesional la matricula o
se la deniega, dicta un acto administrativo. Gozan de ciertas prerrogativas de poder público,
como por ejemplo, la obligación de las personas por ellas alcanzadas de afiliarse o incorporarse
a la entidad o de contribuir a la integración de su patrimonio. Quienes trabajan para ellas, no
son empleados públicos.
A mediados del siglo pasado nuestro país inició un proceso de traspaso de empresas del sector
privado al ámbito público y consecuentemente se crearon distintos regímenes jurídicos para
moldear ese propósito. Así se crearon las llamadassociedades de economía mixta y las
empresas del Estado y posteriormente, las sociedades del Estado y las sociedades anónimas
con participación estatal mayoritaria. Asimismo, en los primeros años de este siglo, se acentuó
la decisión estatal de reasumir funciones en el campo económico, a través de sociedades
anónimas que pertenecen exclusivamente al Estado.
Aparecen entonces zonas grises representadas por aquellas sociedades que tienen un pie en el
Derecho Administrativo y otro en el Derecho Privado, y que se sirven de cada uno según mejor
convenga a sus intereses. Al momento de acudir a sus prerrogativas de poder público acuden a
su naturaleza administrativa en tanto no dudan en aprovechar de sus condiciones de empresas
comerciales cuando los administrados invocan los derechos que las leyes de procedimentales
administrativas les confiere .
Las Sociedades de Economía Mixtasonla que forman el Estado y los particulares para la
explotación de actividades industriales o comerciales, servicios públicos u otra actividad de
interés general. Se encuentran reguladas por el decretoley 15.349/46, ratificado por la ley
12.962 (B.O. 27/06/47) y supletoriamente por la ley de Sociedades Comerciales N° 19.550 (B.O.
25/04/72). Se caracterizan por aportes mixtos de capital, por entes estatales (Estado Nacional,
Provincias, Municipios y entidades autárquicas) y no estatales. Cuando la sociedad de
economía mixta tiene participación estatal mayoritaria, el régimen de Derecho Público será
prevaleciente y en ciertos casos emitirá actos administrativos. Si la participación estatal es
minoritaria, en principio, los actos y contratos serán privados, aunque si desempeña la entidad
actividades o gestiones de servicios públicos, las normas de Derecho Público serán aplicables .
Las Empresas del Estadoconstituyen otra modalidad de empresa pública. Son entidades
descentralizadas que realizan actividades de índole comercial o industrial. De acuerdo con la
ley 13.653 (B.O. 31/10/49) quedan sometidas al derecho privado en todo lo que se refiere a
sus actividades específicas (comerciales o industriales) y al derecho público en lo que atañe a
sus relaciones con la Administración o al servicio público que estuviere a su cargo. Respecto
del personal de las empresas del Estado, son agentes públicos quienes cumplen funciones
directivas, mientras que el personal subalterno se rige por el derecho privado.
Las Sociedades del Estado son entes estatales descentralizados que realizan actividades de tipo
comercial o industrial, o de explotación de servicios públicos organizadas bajo un régimen
jurídico predominantemente privado. Se rigen por la ley 20.705 (B.O. 26/08/74) en cuyo art. 6°
se enfatiza su exclusión del régimen administrativo, declarando que no le serán aplicables las
leyes de contabilidad, de obras públicas y de procedimientos administrativos. Supletoriamente
se les aplica la Ley de Sociedades Comerciales. Se trata de la incorporación del Estado a una
actividad comercial o industrial sin someterla a las formas del derecho público. Se encuentra
excluida la participación de capitales privados. Además, pueden ser unipersonales, es decir de
propiedad de un solo sujeto de derecho, siempre público estatal.
Las Sociedades Anónimas con Participación Estatal Mayoritaria se encuentran previstas a partir
del art. 308 de la Ley de Sociedades Comerciales. Quedan comprendidas en esta figura
societaria las sociedades anónimas en las cuales por lo menos el 51% del capital social
pertenece al Estado Nacional, las Provincias o Municipios. En su actividad empresaria, esta
sociedad se rige por el derecho privado. No gozan de prerrogativas públicas, salvo que
teniendo a su cargo actividades de interés público les sean transferidas por medios del
contrato administrativo correspondiente. Según MATA, la figura jurídica de Derecho Privado
adoptada por el legislador hace que no puedan dictar actos administrativos o tomar decisiones
equiparables a tales actos .
En los últimos años, el Estado además de disponer en algunos casos la creación de nuevas
Sociedades del Estado en los términos de la ley 20.705 , ha creado Sociedades Anónimas
pertenecientes al Estado regidas por la Ley de Sociedades Comerciales. Señala BALBÍN que
este ropaje jurídico tuvo por objeto excluir, respecto de tales sociedades, la aplicación de las
normas de Derecho Público y así se dispuso expresamente en sus actos de creación. Como
sociedades anónimas de propiedad estatal fueron creadas “Nucleoeléctrica Argentina S.A.”
(decreto 1540/94); “Dioxitek S.A.” (decreto 1286/96); “Emprendimientos Energéticos
Binacionales S.A.” (decreto 6161/97); “Líneas Aéreas Federales S.A. (LAFSA)” (decreto 1238/03,
disuelta por decreto 1672/09 ); “Correo Oficial de la República Argentina S.A.” (decreto
721/04), “Energía Argentina S.A. (ENARSA)” (ley 25.943, B.O. 03/11/04); “Empresa Argentina
de Soluciones Satelitales S.A. (ARSAT)“ (ley 26.092, B.O. 27/04/06); “Agua y Saneamientos
Argentinos (AySA)” (decreto 304/06 ratificado por ley 26.100, B.O. 07/06/06). Asimismo, por
ley 26.466 (B.O. 24/12/08) se declararon de utilidad pública y sujetas a expropiación las
acciones de las empresas Aerolíneas Argentinas Sociedad Anónima y Austral Líneas Aéreas
Cielos del Sur Sociedad Anónima y de sus empresas controladas. También se procedió a
renacionalizar la Fábrica Militar de Aviones, dictándose la ley N° 26.501 (B.O. 27/08/09) por la
que se autorizó al Poder Ejecutivo a ejercer la opción de compra de Lockheed Martin Aircraft
S.A., dando lugar a la “Fábrica Argentina de Aviones Brig. San Martín S.A. (FAdeA)”, y mediante
la ley 26.741 (B.O. 07/05/12) se declaró de utilidad pública y sujeto a expropiación el 51% del
patrimonio de YPF S.A. y Repsol YPF Gas S.A.
Por otra parte y en relación al origen de estas formas organizativas, cabe preguntarse si el
proceso embrionario de creación de las nuevas Sociedades configura un regreso al llamado
Estado empresario tal como se verificaba con nitidez antes de la época de sanción de la ley de
reforma del Estado de 1989 o, dicho de otra manera, si este proceso importa un abandono al
Estado regulador que, de alguna manera, parece haber sido receptado en el año 1994 en la
Constitución Nacional. Al respecto, un sector de la doctrina afirma que con la reforma del
Estado se ha pasado a un “Estado subsidiario” en forma pura y, ahora, con la crisis de los
albores del siglo XXI, se abandonó por completo ese modelo parara adoptar otro radicalmente
diferente, como sería un “Estado Empresario”, que soslaya la empresa privada . Otro sector de
la doctrina afirma, en cambio, que, sin perjuicio de los importantes cambios puntuales
introducidos que marcan una diferencia ideológica, no parece que se haya planteado aún —al
menos explícitamente y en términos más o menos completos— un verdadero sistema en
reemplazo del anterior — emergente de la reforma del Estado—, en cuyo contexto se postule
o se haya postulado, la necesidad de que el Estado asuma directamente la gestión de los
medios de producción . Finalmente, hay quienes señalan que, sin perjuicio de estos cambios, lo
relevante es que se está discutiendo si la recuperación es sistemática o no, sí importa un nuevo
“método” o “sistema” . De ello, se dice, estamos ante la legitimidad de un nueva versión del
“estado empresario”, quizás basada en un “principio de subsidiariedad” que, sin desaparecer,
amplía sus fronteras lícitas permitiendo —en forma tímida e inorgánica— una “empresa
pública” selectiva y eficiente, con un nuevo perfil organizacional: pequeña, profesionalizada y
eficaz; siempre en procura existencial del bien común respetando los límites constitucionales
—principios de legalidad y razonabilidad— .
Por otra parte, la no sujeción a estas Sociedades de todas las normas administrativas es una
cuestión —opinable por cierto— pero que puede tener incidencia en la performance de la
actividad estatal, en orden al sometimiento de un régimen que les garantice agilidad y eficacia.
Es preciso mencionar sobre este punto, lo resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en la causa “La Buenos Aires Cía de Seguros. c/ Petroquímica Bahía Blanca S.A.”14 en la
que se consideró aplicable, a un trámite de licitación pública llevado a cabo por una empresa
estatal, la normativa relativa a la Ley Nacional de Procedimientos Administrativos, a pesar de la
disposición en contrario que prevé su normativa de creación.
Cabe recordar también que luego de la nacionalización de los fondos de las Administradoras
de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) que fueran transferidos al Anses en función de lo
dispuesto por la ley 26.425, las inversiones de las ex AFJP que en su oportunidad realizaron en
numerosas empresas privadas se encuentran en poder del Estado Nacional. En particular se
definió que el total de los fondos administrados por las AFJP se traspasaría en especie al FGS
(Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Sistema Integrado Previsional Argentino). Se trata
de acciones en sociedades anónimas, acciones de empresas privatizadas, fondos comunes de
inversión, títulos y valores extranjeros, títulos de deudas emitidos por sociedades extranjeras y
fideicomisos financieros . Mediante el decreto de necesidad y urgencia N° 441/2011, se
permitió que la ANSES —a través de la designación de Directores— pudiera ejercer sus
derechos accionarios en las empresas que posee participación, sin limitación alguna, de
acuerdo al capital accionario que obre en su poder, dejándose sin efecto la limitación a ejercer
sus derechos como si tuviera un porcentaje no mayor al 5%, vigente anteriormente cuando los
titulares de esas acciones eran las AFJP.
La Procuración del Tesoro de la Nación ha sostenido que “La autarquía es la más clásica de las
formas de descentralización administrativa, que implica el desprendimiento de una actividad
del Estado al tronco común y, para atenderla, se constituye una entidad separada, con ley,
autoridades, poderes y responsabilidad propias, pero unidas, sin embargo a la administración
central, por vínculos más o menos fuertes, directos o indirectos, por lo que el Estado es
responsable y beneficiario final de todo lo que se realiza. Es por tal motivo, que las entidades
autárquicas se encuentran sujetas a las políticas generales que, en materia de administración,
dicte el Presidente de la Nación, habida cuenta que la descentralización que implica la creación
de una entidad autárquica es —junto con la centralización— una de las formas de hacer
efectiva la actividad de la Administración Pública. El concepto de autarquía no encierra la
noción de independencia absoluta del ente frente al poder administrador central, limitación
que importa la sujeción del organismo, en el grado pertinente, a las medidas dispuestas por el
poder central. El vínculo de subordinación se mantiene por cuanto las entidades autárquicas
integran la Administración Pública, de manera tal que están obligadas a respetar los
lineamientos y principios de conducta y política administrativa generales que se fijen para la
administración en su conjunto, con alcance para todas las ramas de ésta” .
Para CASSAGNE , pueden ser creadas tanto por ley como por decreto del Poder Ejecutivo, por
tratarse de facultades concurrentes, salvo aquellas entidades que se encuentren relacionadas
con las atribuciones expresas que la CN pone a cargo del Congreso (art. 75, incs. 6 y 18).
Pueden tener cometidos vinculados a la más variada índole, tales como a la educación, como
las Universidades Nacionales , el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET); el Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET); a la cultura, (Fondo Nacional de
las Artes); Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), a la salud pública, como el
Servicio Nacional de Rehabilitación; el Instituto Nacional Central Único Coordinador de
Ablación e Implante (INCUCAI); a la economía, como el Banco Central de la República
Argentina; el Banco de la Nación Argentina, la Comisión Nacional de Valores; el Instituto
Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), o de fomento como el Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria (INTA); el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI); al control
de la prestación de servicios públicos, como el Ente Nacional Regulador del Gas (ENARGAS); el
Ente Regulador de la Electricidad (ENRE); o el Ente Regulador de Servicios Públicos de Córdoba
(ERSEP), o como brazo ejecutor de las políticas tributarias y aduaneras del Estado Nacional,
como la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) o de las políticas nacionales en
materia de sanidad y calidad animal y vegetal y cumplimiento de la normativa vigente en la
materia, asegurando la aplicación del Código Alimentario Argentino para aquellos productos
del área de su competencia, como el Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).
Como vemos, las incumbencias de las entidades autárquicas, de las que a título ilustrativo
hemos mencionado sólo algunas, abarcan un amplio espectro de actividades estatales por lo
que constituyen actualmente uno de los pilares en que se asienta la organización
administrativa descentralizada. Las entidades autárquicas no dependen jerárquicamente del
Poder Ejecutivo. El control que éste ejerce sobre aquéllas es un control administrativo o de
tutela, que institucionalmente se realiza a través de la Auditoría General de la Nación (art. 85,
CN). Asimismo, el Poder Ejecutivo puede dejar sin efecto los actos administrativos de las
entidades autárquicas a través del Recurso de Alzada, que se limita a un control de legitimidad
de sus actos, mientras que en caso de haber sido creadas por decreto, el control por este
medio en el orden nacional abarca además un control más amplio, de mérito, oportunidad o
conveniencia (art. 97, decreto 1759/72, Reglamento de la Ley Nacional de Procedimientos
Administrativos). Finalmente, las entidades autárquicas pueden ser intervenidas por el Poder
Ejecutivo, lo cual en principio debiera ser un remedio excepcional y transitorio frente a graves
irregularidades del ente o ante un conflicto institucional interno. Sin embargo, es frecuente
que las intervenciones de los entes autárquicos sean permanentes y aún, sin que se den las
condiciones para ello, como una manera de cooptación del ente por la Administración central.
La ley 19.983 (B.O. 05/12/72) y su Decreto Reglamentario N° 2481/93 (B.O. 13/ 12/93)
establecen un sistema de resolución en sede administrativa de conflictos generados por
reclamaciones pecuniarias de cualquier índole entre organismos administrativos del Estado
Nacional, centralizados o descentralizados, incluidas las entidades autárquicas y las empresas
del Estado, tanto entre dos entes estatales con personalidad jurídica propia (que tienen entre
sí relaciones interadministrativas), como entre dos órganos de una misma entidad estatal (que
tienen entre sí relaciones interorgánicas). Se establece la improcedencia de la reclamación por
debajo de cierto monto y por encima de éste, la competencia para resolver el conflicto es por
parte de la Procuración del Tesoro de la Nación o el Poder Ejecutivo, según la cuantía.
Lo que se ha pretendido en definitiva es sustraer del ámbito judicial los diferendos entre
diversas parcelas de la Administración Pública Nacional.
La Ley Nº 19.983 se aplica a todos los conflictos pecuniarios, cualquiera sea su causa o
naturaleza, y sólo exige que se trate de un reclamo de una deuda de dinero, sin que importe su
origen No obstante, hay una importante excepción a este principio, toda vez que quedan
fuera del procedimiento instituido por aquella ley, las contiendas derivadas de la imposición de
multas de naturaleza penal.
Quedan fuera del alcance de esta disposición las ejecuciones fiscales promovidas por la
Administración Federal de Ingresos Públicos de conformidad a lo dispuesto por el art. 92 de la
ley 11.683, como también, los conflictos con las Universidades Nacionales dado que el art. 75
inc. 19 de la Constitución Nacional las ha dotado de autonomía, desvinculándolas de su
dependencia del Poder Ejecutivo .
La“Agencia Córdoba Cultura Sociedad del Estado” fue creada por decreto 2565/2011 ratificado
por la ley 10.029 (B.O. 29/12/11). Se rige por su propio estatuto y, complementariamente, por
las disposiciones de las Leyes N° 19.550, N° 20.705 y modificatorias. Le corresponde a la
Agencia Córdoba Cultura ocuparse de la conservación, promoción, enriquecimiento, difusión y
extensión del patrimonio histórico, artístico y cultural de la Provincia de Córdoba en su
integridad.
La “Agencia Córdoba Joven” es una entidad autárquica del Estado Provincial, creada por
decreto 2565/2011 ratificado por la ley 10.029. Tiene competencia en todo lo inherente a la
planificación, diseño, ejecución, implementación, gestión y control de las políticas públicas,
programas, planes y proyectos que tengan por objeto promover la inclusión social, política,
cultural, salud, desarrollo productivo y deportiva de los jóvenes.
La caída del Estado de Bienestar significó un cambio en las políticas de Estado de muchos
países en el mundo. Ante ello surgiría un nuevo modelo, el Estado Neoliberal. Este con una
renovada concepción del rol del estado en la sociedad, impondría importantes cambios en la
realidad social. La Argentina, sin escapar a este proceso, durante la década del ´90, se vio
encaminada hacia una “Reforma del Estado”, llevando a redefinir el rol del individuo, del
mercado y del Estado. Este proceso tuvo como eje principal las privatizaciones de numerosas
empresas estatales y la descentralización administrativa. El proceso de constitución del nuevo
modelo de Estado, se inició con la ley 23.696 (B.O. 23/08/89) reglamentada por el decreto
1105/89 y la declaración de “Emergencia administrativa”, propugnando la declaración en
estado de emergencia la prestación de servicios públicos, la ejecución de los contratos a cargo
del sector público y la situación económica financiera de la Administración pública nacional
centralizada y descentralizada. El Poder Legislativo autorizó al Poder Ejecutivo a intervenir en
todos los entes y empresas del Estado y a la creación de nuevas empresas sobre la base de
escisión, fusión, extinción, o transformación de las existentes, reorganizando, redistribuyendo
y reestructurando cometidos, organizaciones y funciones u objetos sociales de las empresas y
sociedades del Estado nacional.
Asimismo se facultó al Poder Ejecutivo Nacional para proceder a la privatización total o parcial,
a la concesión total o parcial de servicios, prestaciones u obras cuya gestión se encontraba a su
cargo, o a la liquidación de las empresas, sociedades, establecimientos o haciendas
productivas cuya propiedad perteneciera total o parcialmente al Estado Nacional, que hayan
sido declaradas “sujeta a privatización” conforme con las previsiones de la ley. Para el
cumplimiento de los objetivos y fines de la ley, el Poder Ejecutivo, a través de la Autoridad de
Aplicación o en forma directa en su caso, podía : transferir la titularidad, ejercicio de derechos
societarios o administración de las empresas, sociedades, establecimientos o haciendas
productivas declaradas “sujeta a privatización”; constituir sociedades: transformar, escindir o
fusionar los entes mencionados anteriormente; reformar sus estatutos societarios; disolver los
entes jurídicos preexistentes en los casos en que por transformación, escisión, fusión o
liquidación, correspondiera; negociar retrocesiones y acordar la extinción o modificación de
contratos y concesiones formulando los arreglos necesarios para ello; efectuar las
enajenaciones aun cuando se refieran a bienes, activos o haciendas productivas en litigio, en
cuyo caso el adquirente subrogaría al Estado Nacional en las cuestiones, litigios y obligaciones;
otorgar permisos, licencias o concesiones, para la explotación de los servicios públicos o de
interés público a que estuvieren afectados los activos, empresas o establecimientos que se
privaticen, en tanto los adquirentes reunieran las condiciones exigidas por los respectivos
regímenes legales, así como las que aseguren la eficiente prestación del servicio y por el
término que convenga para facilitar la operación.
Las privatizaciones reguladas por la ley podían materializarse por alguna de las modalidades
que a continuación se señalan o por combinaciones entre ellas, sin ser esta enumeración
taxativa: 1) Venta de los activos de las empresas, como unidad o en forma separada; 2) venta
de acciones, cuotas partes del capital social o, en su caso, de establecimientos o haciendas
productivas en funcionamiento; 3) locación con o sin opción a compra, por un plazo
determinado, estableciéndose previamente el valor del precio de su venta.; 4) administración
con o sin opción a comprar por un plazo determinado estableciéndose previamente el valor
del precio de su venta; 5) concesión, licencia o permiso.
Como podemos observar, se trató de un proceso que generó una gran transformación inédita
en Argentina, puesto que implicó definir un nuevo rol del Estado, que por entonces, se
encontraba involucrado en la prestación de servicios públicos y otras actividades comerciales e
industriales a través de empresas absolutamente deficitarias, donde se facilitó el clientelismo y
la corrupción y sin capacidad de inversión y desarrollo de nuevas tecnologías; a la par que
coexistía con ello una verdadera asfixia de la economía por las numerosas regulaciones que
coartaban la iniciativa privada, el desarrollo del comercio y la generación de inversiones. Todo
este cuadro de situación, sumado a la incontenible inflación y al enorme endeudamiento
externo, generó un clima de inestabilidad económica que provocó el traspaso anticipado del
mando del presidente Raúl Alfonsín a Carlos S. Menem, seis meses antes de la fecha
correspondiente. Toda esta política económica llevada a cabo a partir de la década del ´90,
tuvo como eje la convertibilidad dispuesta por la ley 23.928 (B.O. 28/03/91) entre el peso y el
dólar a un valor “1 a 1” y la prohibición de utilización de índices o mecanismos de actualización
de bienes, servicios y salarios, lo que generó que durante muchos años no existiera inflación en
Argentina y lo que es más importante, mentalidad inflacionaria. Todo este esquema se pudo
sostener —mientras duró— por la gran cantidad de divisas que ingresaron con motivo de las
privatizaciones (gráficamente se habla de la venta de las “joyas de la abuela”).
Si bien el proceso de reforma del Estado y de desregulación económica nos trajo como
consumidores la ventaja de poder tener al alcance un avance tecnológico en la prestación de
algunos servicios (sobre todo en el área de telecomunicaciones ), viajar por el mundo como
jeque árabes por el tipo de cambio totalmente ficticio y acceder a bienes importados a bajo
costo; todo ello constituyó un espejismo que escondió la exclusión social, la desocupación, y la
falta de injerencia del Estado en cuestiones de las que nunca debió desentenderse, tales como
la educación, los servicios de salud y adecuadas prestaciones de la seguridad social.
La defensa a ultranza del régimen de convertibilidad del peso pasó de ser un instrumento
económico, para constituirse en una bandera política, también desplegada por el continuador
de Carlos Menem en la Casa Rosada, Fernando de la Rúa. Durante su breve mandato, siguió
adelante la caída del PBI y de la producción industrial, el aumento de los niveles de desempleo,
la disminución de las exportaciones (que por el bajo valor del dólar no las hacía competitivas),
el endeudamiento externo y fuga de divisas, el déficit fiscal, la imposibilidad de acceso a
créditos y financiamiento internacionales y la falta de una sustentabilidad social mínima, que
provocaron la crisis del 2001, caracterizada por un caos social y económico.
Se produjo una nueva devaluación de la moneda con una salida estrepitosa y desprolija del “1
a 1”, se instauró el llamado “corralito financiero” (decreto 1570/ 01, B.O. 03/12/01) por el cual
se restringió la extracción de dólares de los depósitos bancarios y al breve tiempo se pesificó la
economía y en particular los ahorros que los ciudadanos tenían en los bancos y los depósitos
de las empresas (decreto 214/02, B.O. 04/02/02), dictándose la ley de emergencia 25.561(B.O.
07/01/02), que entre otras cosas sentó las bases para la renegociación de contratos de obras y
servicios públicos y contratos entre particulares expresados en moneda extranjera. Surgió
como principio la teoría del “esfuerzo o sacrificio compartido” para la solución de conflictos
derivados de la problemática de la devaluación que generó una desigualdad en el equilibrio de
las prestaciones.
A partir del año 2003, con la asunción del ex Presidente Néstor Kirchner comenzó un proceso
de reconstrucción del país, que se vio favorecido por el desarrollo del comercio exterior y la
gran mejora de los términos de intercambio de los productos agrícolas en la comunidad
internacional. Se implementaron políticas de inclusión social, disminuyó sensiblemente la
desocupación y durante su mandato se vivió un clima de estabilidad y crecimiento económico
ponderable. A los fines de asegurar la accesibilidad por parte de los usuarios, comenzó a
desplegarse una política de subsidios a diversas actividades, tales como a la energía eléctrica,
el gas, el transporte y las concesiones viales Se comenzó a llevar adelante un proceso de re-
estatización de empresas prestadoras de servicios públicos y la creación de numerosas
sociedades anónimas con cometidos estatales, como además se estatizaron los fondos de las
AFJP . Su sucesora, Cristina Fernández de Kirchner continuó en líneas generales la misma
política iniciada por su esposo, se estatizaron un 51% de las acciones de YPF- Repsol, se
expropió Aerolíneas Argentinas y se nacionalizó la Fábrica Militar de Aviones. Durante su
segundo mandato se incrementaron notoriamente las regulaciones económicas, con fuertes
trabas a la importación de productos, a la compra de moneda extranjera, la fijación de precios
máximos y un fuerte déficit fiscal financiado por el Tesoro Nacional a través del Banco Central
de la República Argentina y del Anses; una fuerte emisión monetaria y una inusitada carga
tributaria. Promediando su segundo mandato, comenzó a desarrollarse un nuevo proceso
inflacionario, y a la hora de escribir estas líneas, se produjo una fuerte devaluación del dólar
oficial, por lo que haciendo una retrospectiva vemos como un péndulo imágenes ya conocidas
por todos.
Todas estas cuestiones en las que nos hemos detenido estimamos sirven para ilustrar a los
operadores del Derecho Administrativo sobre aspectos insoslayables de nuestra realidad
política, económica y social, en la que se inserta necesariamente el ejercicio de esta disciplina.
CAPITULO V
EL DERECHO ADMINISTRATIVO
I. LARELACIÓNJURÍDICO-ADMINISTRATIVA
El administrado puede ser una persona física (estudiante universitario, usuario de un servicio
público) o una persona jurídica, privada o pública (contratista de obra pública, proveedor de
alimentos, de computadoras; o bien una empresa pública que provee energía y debe respetar
las reglas del municipio sobre ocupación del espacio público y a su vez ese municipio puede
resultar usuario de esa empresa).
El derecho subjetivo puede ser perfecto o pleno o bien debilitado. Se consideran derechos
subjetivos perfectos o plenos aquellos que determinados o reconocidos por la legislación,
gozan del carácter de irrevocabilidad. En caso que mediare su privación por razones de interés
público, deberá ser siempre mediante indemnización. Por ejemplo, el derecho a la estabilidad
de un agente público; la indemnización como requisito previo de la expropiación.
Los derechos subjetivos debilitados son aquellos que mientras subsisten deben ser respetados
por la Administración y por los particulares, pero pueden ser extinguidos por la Administración
Pública en cualquier momento por razones de interés público, sin indemnización atento su
carácter precario. Por ejemplo, el permi-
El titular del derecho subjetivo puede defenderlo en sede administrativa a través de reclamos y
recursos administrativos y en sede judicial, en el orden nacional, a través de acciones
contencioso administrativas (juicio ordinario o recurso judicial) y en la Provincia de Córdoba a
través de la acción de plena jurisdicción. En ambas jurisdicciones, y bajo algunas condiciones,
también a través de la acción de amparo.
2)Interés legítimo: A diferencia de lo que sucede en el caso del derecho subjetivo, que faculta
en forma exclusiva a un particular a exigirle a la Administración una determinada conducta, en
el interés legítimo nos encontramos por lo general con una concurrencia de individuos a
quienes el ordenamiento jurídico les otorga protección especial, pero a diferencia del derecho
subjetivo, tienen una situación de expectativa de reconocimiento de un derecho y no un
derecho ya incorporado a su patrimonio. Se trata de un círculo definido y limitado de
individuos en los que cada uno tiene un interés diferenciado en que la administración respete
la legalidad. Quien defiende un interés legítimo no defiende un derecho incorporado a su
patrimonio sino defiende la legalidad del obrar administrativo. Así por ejemplo, el docente
universitario que se inscribe en un concurso para seleccionar profesores, tiene un interés
legítimo en que el concurso sea transparente y que se respete la reglamentación; lo mismo
acontece con el oferente en una licitación pública.
Desde otro punto de vista, sin que se dé el requisito de la concurrencia de sujetos, también
tiene un interés legítimo aquella persona que pretende que la Administración le reconozca un
derecho. Así por ejemplo quien tiene los años de servicio y aportes jubilatorios legalmente
exigidos, puede pretender obtener la jubilación; quien encuadra en determinadas previsiones
legales puede pretender una exención tributaria. En estos supuestos, el sujeto no es titular de
un derecho subjetivo sino que tiene un interés legítimo en que se le reconozca el status
jurídico que pretende, el que una vez reconocido, se transforma en un derecho que se
incorpora a su patrimonio; o sea en un derecho subjetivo. Los titulares de intereses legítimos
pueden interponer recursos y reclamos en sede administrativa y acciones contencioso
administrativas en sede judicial (juicios ordinarios y recursos judiciales en el orden nacional;
acciones de ilegitimidad en la Provincia de Córdoba) y eventualmente, acciones de amparo.
3)Interés simple: Es el que tiene todo ciudadano en que la ley se cumpla, a que funcionen bien
los servicios públicos, que la administración sea eficiente, que no haya corrupción, a que las
calles y rutas se conserven en forma adecuada, que la ciudad esté limpia, iluminada, etc. El
titular de un interés simple no tiene derecho a exigir una conducta a la Administración, ni
siquiera a la cesación de la irregularidad detectada. Se trata de un interés vago e impreciso, no
individualizado, perteneciente a cualquier ciudadano pero no reconocido ni tutelado en modo
directo por el ordenamiento jurídico. Quien tiene un interés simple o un mero interés sólo
puede efectuar “denuncias administrativas” , esto es, poner en conocimiento de la autoridad
lo que él entiende que se está haciendo en forma incorrecta. Puede acudir a los medios de
prensa, publicar solicitadas, pero no tiene tutela jurídica para interponer recursos en sede
administrativa o acciones judiciales. No obstante, al titular del interés simple la legislación
nacional (decreto 1172/2003, B.O. 04/12/03) le ha reconocido la posibilidad de acceso a la
información pública, a la elaboración participativa de normas y a intervenir en audiencias
públicas llevadas a cabo por los entes reguladores de servicios públicos, como también la Ley
8803 (B.O. 15/ 11/99) de la Provincia de Córdoba al llamado “conocimiento de los actos del
Estado”. La Procuración del Tesoro ha entendido que la diferenciación entre el interés legítimo
y el interés simple tiende a evitar la acción popular, que permitiría a cualquier particular
interponer recursos sobre la base de la defensa de intereses generales de la sociedad sin un
agravio personal y propio4.
A modo de ilustrar como juegan estas tres situaciones, pensemos en el siguiente ejemplo.
Como ciudadanos, tenemos un interés simple o mero interés en que un proceso licitatorio por
ejemplo, para la informatización de una repartición, o para la concesión de un corredor de
transporte público sea llevada a cabo de la forma más transparente posible, que se adjudique
la oferta más conveniente, que no haya corrupción en el procedimiento, etc. Pero si somos
una empresa que tiene intenciones de postularse en la licitación, como potenciales oferentes,
desde el momento de haber adquirido el pliego licitatorio y luego con la presentación de la
oferta, tenemos un interés legítimo, personal y directo en que en dicho procedimiento de
selección haya transparencia y se respete la legalidad, interés que es concurrente con los
demás oferentes. Finalmente, si salimos adjudicados, y dicha adjudicación queda firme,
tenemos ya un derecho subjetivo en la celebración y ejecución del contrato.
4)Derechos de incidencia colectiva: La reforma constitucional del año 1994 introdujo los
llamados “Derechos de incidencia colectiva” aludiendo a título ejemplificativo al derecho a la
no discriminación, al medio ambiente, a la competencia, al de los usuarios y consumidores y a
la defensa del patrimonio cultural. La particularidad de estos derechos es que concierne a la
colectividad en general (derecho a un ambiente sano) o a un grupo o categoría en especial
(consumidores, usuarios). Independientemente de esta distinción, en ambos casos se les
reconoce legitimación procesal a cualquiera de los afectados para interponer una acción
judicial de amparo (art. 43 segundo párrafo de la Constitución Nacional), la que tiene como
característica que sus efectos trascienden la clásica regla del efecto entre partes, para
expandirse hacia todos (erga omnes) los que se ubican en la misma situación. Además, la
Constitución Nacional le reconoce legitimación al Defensor del Pueblo de la Nación y a las
Asociaciones que tengan por finalidad la defensa de dichos intereses. Con respecto al alcance
del término “afectado” LORENZETTI expresa que no ha sido fácil la determinación del
significado de este vocablo. Explica que ya el primer párrafo del art. 43 de la CN habilita
justamente a quien ha padecido la amenaza o vulneración misma a uno de sus derechos, es
decir, el afectado particular, titular de una prerrogativa jurídica individualizada por la ley y que
es puesta en riesgo o menoscabada mediante el acto u omisión lesivos, por lo que el concepto
de «afectado» del segundo párrafo no puede aludir al mismo legitimado, ya que no se puede
presumir la inconsecuencia del legislador. Por ello, refiere el citado autor, que hubo que definir
el significado de este vocablo, frente a lo cual surgieron dos corrientes: Una restringida, que
parte de la tradicional concepción de derecho subjetivo y limita la titularidad del poder de
acción al agraviado en un derecho propio o sea el particular damnificado , y otra amplia, según
la cual se trata de un sujeto que tiene un interés compartido con otros integrantes del grupo.
Pero esta cotitularidad opuesta a la singularidad del damnificado concreto del primer párrafo
del art. 43, no obsta a que el afectado pueda acreditar un daño diferenciado que constituye
una suerte de “cuota parte” del agravio total .
En relación a la actuación del Defensor del Pueblo, su consagración a nivel constitucional (art.
86), le asegura una legitimación funcional cuyo alcance ha demostrado dificultades a la luz de
la doctrina judicial de la Corte. En particular, se ha establecido que no corresponde su
actuación respecto de reclamos patrimoniales, pues ellos pueden ser asumidos por sus
titulares y que su actuación tiene carácter adhesiva respecto a un reclamo interpuesto por
otro de los legitimados en el art. 43, segundo párrafo de la CN. Con respecto a las asociaciones
a que alude la cláusula constitucional, debe tratarse de aquellas cuyo objeto social tenga que
ver con la defensa de este tipo de derechos, registradas conforme a la ley, la que según el
constituyente, determinaría los requisitos y formas de su organización. Sin embargo, a casi 20
años de la reforma constitucional, dicha ley nunca se ha dictado, por lo que en la mayoría de
los casos, los jueces tuvieron que optar entre habilitar la legitimación a pesar de la falta de
reglamentación o incurrir en una denegación de justicia. En la mayoría de los casos, los
tribunales tuvieron un criterio amplio, pero verificando cuidadosamente que la finalidad de la
asociación fuere acorde con el objeto demandado y tuviera un esquema de organización con
alguna formalidad asociativa de la que surjan sus fines, a los efectos que le sea reconocida su
legitimación procesal .
Así por ejemplo, el Proyecto de Código en lo Contencioso Administrativo Federal elevado por
el Poder Ejecutivo Nacional al Senado de la Nación con fecha 21/12/98, en su art. 5º
estableció: “Está legitimada para deducir las pretensiones previstas en el presente Código,
toda persona que invoque una lesión, afectación o desconocimiento de sus derechos o
intereses tutelados por el ordenamiento jurídico”. Está fórmula fue asimismo adoptada por el
Código Contencioso Administrativo para la Provincia de Buenos Aires (Ley 12.008 y sus
modificatorias) al consignar su art. 13: “Legitimación activa. Está legitimada para deducir las
pretensiones previstas en el presente Código, toda persona que invoque una lesión, afectación
o desconocimiento de sus derechos o intereses tutelados por el ordenamiento jurídico”.
También el Código Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires (Ley
189) en su art. 6º indica que “Pueden interponer la demanda quienes invoquen una afectación,
lesión o desconocimiento de derechos o intereses tutelados por el ordenamiento jurídico […]”.
Como vemos, dos de los más modernos cuerpos legales de nuestro país dictados sobre la
materia contencioso administrativa prescinden de la distinción entre derecho subjetivo e
interés legítimo lo que no es un dato menor, sino que demuestra la tendencia que hemos
anunciado precedentemente. Por ello, insistimos que si alguna vez en el ámbito nacional se
llega a dictar un código contencioso administrativo federal (ya que muchos han sido los
intentos frustrados), el mismo deberá superar las añejas antinomias entre derecho subjetivo e
interés legítimo, siendo suficiente para la apertura de la jurisdicción la existencia de un caso o
controversia en los términos de los arts. 116 y 117 de la Constitución Nacional y 1º de la Ley
27, lo que se configura con la pretensión de cualquier persona que acredite la afectación
legítima de su esfera o círculo vital de intereses protegidos por el ordenamiento jurídico. La
Corte Suprema de Justicia de la Nación ha transitado por esta línea de pensamiento al señalar
que “La comprobación que existe un ‘caso’, constituye un recaudo básico e ineludible, de neta
raigambre constitucional, que reconoce su origen en la división de poderes”, como además
que “el ejercicio de la función jurisdiccional requiere que los litigantes demuestren la
existencia de un perjuicio —la afectación de un interés jurídicamente protegido— de orden
personal, particularizado, concreto y además, susceptible de tratamiento judicial” .
Repasemos las categorías de sujetos legitimados para interponer una acción de amparo
colectiva, según lo dispone el art. 43, segundo párrafo de la Constitución Nacional: el afectado,
el Defensor del Pueblo de la Nación y las asociaciones que propendan a la defensa de los
derechos de incidencia colectiva, registradas conforme los requisitos que establecerá —alguna
vez— la ley reglamentaria.
¿Basta que exista una sumatoria de derechos individuales afectados para que sea posible
iniciar una acción de amparo colectiva o por el contrario, se debe tratar de un derecho de
incidencia colectiva lo que esté en juego? ¿Hasta qué punto la posible afectación de múltiples
derechos subjetivos individuales puede subsumirse en una representación colectiva? En
verdad, han habido muchas confusiones con este tema. Así por ejemplo, en una oportunidad
el Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Córdoba accionó en representación de todos
sus matriculados promoviendo una acción de amparo a fin de que se declarara la
inconstitucionalidad de las normas que prohíben la presentación de balances ajustados por
inflación, a los efectos del pago del Impuesto a las Ganancias. Al respecto, la Cámara Federal
de Córdoba destacó la manifiesta falta de legitimación procesal activa de la actora
entendiendo que el sujeto al que está dirigida la carga patrimonial de un tributo cuyo hecho
imponible tuvo en cuenta su capacidad contributiva es el único legitimado para promover
acciones de este tipo, por ser éste el único portador de un interés personal y directo
susceptible de tutela judicial . En un sentido similar se pronunció la Corte Suprema de Justicia
de la Nación con motivo de demandas promovidas por el Colegio Público de Abogados de la
Capital Federal y por el Colegio de Fonoaudiólogos de Entre Ríos impugnando la
constitucionalidad del Régimen Simplificado para Pequeños Contribuyentes (monotributo,
creado por ley 24.977) , como además por la Cámara de Comercio e Industria y Producción de
Resistencia cuestionando la reforma fiscal introducida por la ley 25.239 , pronunciamientos
que analizaremos en el próximo acápite.
En “Prodelco” , dicha asociación de consumidores interpuso una acción de amparo a fin que se
declare la ilegitimidad de la modificación del la estructura tarifaria del servicio básico
telefónico, denominado “rebalanceo telefónico”, modificación que beneficiaba a algunos
usuarios y perjudicaba a otros, en base a su ubicación geográfica. A su vez, se sumaron a esta
acción, otros reclamos judiciales pero en sentido opuesto, como el presentado por la Unión
Industrial de Córdoba, para que se declarara legítima y constitucional la modificación tarifaria.
Con esto, se llegó al extremo de existir medidas cautelares en sentido contrario y con alcance
erga omnes, situación que puso de relieve la Corte, cuestionando en duros términos la
extralimitación de la jurisdicción de los tribunales federales más allá de los casos o
controversias concretas, en forma contradictoria y objetando también la legitimación de la
actora encuadrada como intereses generales identificados como el de todos los ciudadanos en
el ejercicio de los poderes de gobierno.
En “Asociación Benghalensis” el Alto Tribunal hizo lugar a un amparo presentado por diversas
asociaciones dedicadas a la lucha contra el SIDA, a fin que se ordene al Estado cumplir con la
asistencia, tratamiento y rehabilitación de las personas que sufrían dicha enfermedad y que se
provea medicamentos y reactivos necesarios en los distintos centros de atención. La Corte
expresamente reconoció la existencia de un derecho de incidencia colectiva a la protección de
la salud.
Sumamente esclarecedores resultaron tres pronunciamientos del máximo tribunal, donde tuvo
oportunidad de distinguir el derecho de incidencia colectiva, de la pluralidad de derechos
individuales patrimoniales invocados por una cámara empresarial o un colegio profesional. Así
en las causas “Cámara de Comercio, Industria y Producción de Resistencia” dicha entidad
inició sendas acciones de amparo cuestionando las resoluciones generales de la AFIP que
establecieron el régimen de facturación y emisión de comprobantes por medio de
“controladores fiscales” y por otro lado, la inconstitucionalidad de la reforma a la ley de
procedimiento tributario N° 11.683 a través de la ley 25.239, que dotaba de numerosas
potestades al fisco en el marco de los juicios de ejecución fiscal. A su vez en “Colegio de
Fonoaudiólogos de Entre Ríos” se cuestionó el régimen simplificado para pequeños
contribuyentes (monotributo). En los tres casos, la Corte federal revocó los decisorios de la
instancia anterior que habían hecho lugar a las demandas. Para así resolver el Tribunal tuvo en
cuenta fundamentalmente, en el primer caso la existencia de planteos genéricos, sin
particularizar en el caso específico la supuesta violación a los derechos de trabajar y ejercer
industria lícita, ni reproducirse tal perjuicio en el colectivo por el cual la entidad empresarial
actuaba; y en los otros dos, profundizó la distinción entre un derecho individual de contenido
patrimonial cuya tutela corresponde a cada uno de los afectados, de los derechos de incidencia
colectiva mencionados en el segundo párrafo del art. 43 de la CN. En suma, la supuesta lesión
de una sumatoria de derechos subjetivos patrimoniales no transforma la pretensión en
colectiva en los términos señalados, máxime cuando se trata de cuestiones de naturaleza
tributaria, donde dicha relación jurídica entre el fisco y el contribuyente es de eminente
carácter individual y personal.
En “Asociación de Esclerosis Múltiple de Salta” dicha asociación civil inició acción de amparo
solicitando la nulidad de la Resolución 1/01 del Ministerio de Salud de la Nación que
modificando el Programa Médico Obligatorio (PMO), excluyó del correspondiente tratamiento
a ciertos pacientes que sufrían esa enfermedad. A dicha demanda adhirió el Defensor del
Pueblo. La Corte rechazó la legitimación del Defensor del Pueblo entendiendo que la ley
24.284 impide su intervención cuando las personas interesadas planteen recursos
administrativos o inicien acciones judiciales. Sobre lo demás, el Tribunal aceptó la legitimación
de la asociación y confirmó el decisorio en relación a la ilegitimidad de la modificación del PMO
en perjuicio del derecho a la salud de quienes padecen esa enfermedad.
Otro importante hito fue lo decidido por la Corte en el caso “Verbitsky” oportunidad en que el
Alto Tribunal reconoció al Centro de Estudios Legales y Sociales legitimación para interponer
un habeas corpus correctivo en favor de las personas detenidas en las comisarías bonaerenses
y ordenó al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires que revirtiera las condiciones inhumanas
de confinamiento existentes. El Centro de Estudios Legales y Sociales interpuso un habeas
corpus en representación de todas las personas detenidas en prisiones y comisarías de la
Provincia de Buenos Aires. Relató que los detenidos, incluidos mujeres y menores, padecían
condiciones de superpoblación y hacinamiento porque los calabozos estaban en un estado
deplorable de conservación e higiene. El Tribunal de Casación Penal de la provincia de Buenos
Aires rechazó el hábeas corpus, al considerar que debía analizarse cada caso en concreto. A
través de un recurso extraordinario, la Corte consideró que la presencia de adolescentes y
enfermos en establecimientos policiales y/o en comisarias superpobladas de la Provincia de
Buenos Aires era susceptible de configurar un trato cruel, inhumano o degradante u otros
análogos y generar responsabilidad del Estado Nacional, con flagrante violación a los principios
generales de las Reglas Mínimas para el tratamiento de reclusos de las Naciones Unidas. Por
este motivo, sostuvo que, dado que dicha situación ponía en peligro la vida y la integridad
física del personal penitenciario y policial y generaba condiciones indignas y altamente
riesgosas de trabajo, debía instruirse a la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos
Aires y a los demás tribunales de dicha provincia para que hicieran cesar urgentemente el
agravamiento o la detención misma. Por otra parte, reconoció legitimación al Centro de
Estudios Legales y Sociales para interponer el hábeas corpus colectivo a pesar de que la
Constitución Nacional no menciona en forma expresa el hábeas corpus como instrumento
deducible en forma colectiva. En consecuencia, fijó los estándares de protección de los
derechos de los presos que los distintos poderes provinciales deben respetar para cumplir con
el mandato de la Constitución Nacional y con los pactos internacionales de derechos humanos
que tienen jerarquía constitucional. También ordenó a la justicia provincial a verificar y
remediar las condiciones indignas de detención de los presos detenidos a su disposición así
como disponer la inmediata libertad de los adolescentes y enfermos detenidos en comisarías.
Por último, exhortó a los poderes ejecutivos y legislativos provinciales a revisar la legislación
que regulaba la excarcelación y la ejecución penitenciaria y a tomar como parámetro la
legislación nacional en la materia. Para asegurar una solución efectiva y sólida a esta situación,
la Corte recomendó que se conformara una mesa de diálogo en la que intervinieran las
autoridades provinciales y las organizaciones de la sociedad civil y retuvo el poder de controlar
la adopción de las medidas ordenadas en el fallo.
Ese mismo año la Corte resolvió el caso “Mujeres por la Vida” en el que la mayoría confirmó
legitimación a la actora para interponer una demanda de amparo a fin que se ordene al
Ministerio de Salud y Acción Social de la Nación que suspenda en todo el territorio de la
Nación el “Programa Nacional de Salud Social y Procreación Responsable”. Las disidencias de
los jueces que rechazaron la legitimación (Lorenzetti y Argibay) entendieron por un lado que
no hay razón alguna para pensar que los ciudadanos de este país hayan delegado a una
asociación la definición de sus estilos de vida en la materia de que se trata, y que el
reconocimiento de la legitimación a la actora conllevaría además la vulneración del derecho de
defensa en juicio de quienes no han participado en ese proceso y serían afectados por una
decisión sin que se hubiera escuchado su opinión; por otro lado, que ninguna norma jurídica
ha colectivizado la vida sexual ni las decisiones sobre el uso de anticonceptivos de modo tal
que el grupo social como tal pueda sustituir a los individuos en esas elecciones.
Se ha dicho, que este precedente puso de manifiesto dos puntos álgidos en torno a los
procesos colectivos: a) cómo se concilia la legitimación amplia con el derecho de defensa de
quienes, de hecho, integran el “grupo” afectado, pero no han manifestado su voluntad de
consentir la representación ni la defensa del interés que se dice vulnerado o amenazado; b)
qué tipo de intereses, por íntimos, sensibles o personalísimos, quedan fuera del marco del
proceso colectivo, salvo expresa e inequívoca aceptación de su defensa masiva .
V. EL CASO “HALABI”
Al respecto y, en primer lugar, aclaró que la pretensión no se había tornado abstracta, pues la
ley cuestionada seguía vigente por el hecho de que el decreto 1563/04 que la reglamentó sólo
había sido suspendido “por tiempo indeterminado” mediante el decreto 357/05 sin que
hubiese sido “expulsado del plexo normativo vigente”. En segundo término, precisó que el
planteo articulado no era meramente consultivo sino que existía un interés jurídico concreto
en cabeza del actor como usuario de distintos servicios de telecomunicaciones y en su carácter
de abogado. En contra esa decisión, el Estado Nacional interpuso recurso extraordinario que se
dirigió exclusivamente a descalificar el efecto erga omnes que la cámara atribuyó a su
pronunciamiento.
La Corte sostuvo que en materia de legitimación procesal corresponde, como primer paso,
delimitar con precisión tres categorías de derechos: individuales, de incidencia colectiva que
tienen por objeto bienes colectivos, y de incidencia colectiva referentes a intereses
individuales homogéneos. Agregó que la regla general en materia de legitimación es que los
derechos sobre bienes jurídicos individuales son ejercidos por su titular y que ello no cambia
por la circunstancia de que existan numerosas personas involucradas, toda vez que se trata de
obligaciones con pluralidad de sujetos activos o pasivos, o supuestos en los que aparece un
litisconsorcio activo o pasivo derivado de la pluralidad de sujetos acreedores o deudores, o
bien una representación plural. En estos casos, enfatizó, no hay variación en cuanto a la
existencia de un derecho subjetivo sobre un bien individualmente disponible por su titular,
quien debe, indispensablemente, probar una lesión a ese derecho para que se configure una
cuestión justiciable. Apuntó que a esta categoría de derechos se refiere el primer párrafo del
artículo 43 de la Constitución Nacional en que encuentra cabida la tradicional acción de
amparo, instituida por vía pretoriana por esa Corte en los conocidos precedentes “Siri” y “Kot”
(Fallos: 239:459 y 241:291, respectivamente) y consagrada más tarde legislativamente. Esta
acción —manifestó el Tribunal— está destinada a obtener la protección de derechos divisibles,
no homogéneos y se caracteriza por la búsqueda de la reparación de un daño esencialmente
individual y propio de cada uno de los afectados.
En relación a los derechos de incidencia colectiva que tienen por objeto bienes colectivos (art.
43, CN) expresó que son ejercidos por el Defensor del Pueblo de la Nación, las asociaciones
que concentran el interés colectivo y el afectado. En estos supuestos, al decir de la Corte,
existen dos elementos de calificación que resultan prevalentes. En primer lugar, la petición
debe tener por objeto la tutela de un bien colectivo, lo que ocurre cuando éste pertenece a
toda la comunidad, siendo indivisible y no admitiendo exclusión alguna. Por esta razón sólo se
concede una legitimación extraordinaria para reforzar su protección, pero en ningún caso
existe un derecho de apropiación individual sobre el bien ya que no se hallan en juego
derechos subjetivos. No se trata solamente de la existencia de pluralidad de sujetos, sino de un
bien que, como el ambiente, es de naturaleza colectiva. Estos bienes no pertenecen a la esfera
individual sino social y no son divisibles en modo alguno. En segundo lugar, la pretensión debe
ser focalizada en la incidencia colectiva del derecho. De tal manera, cuando se ejercita en
forma individual una pretensión procesal para la prevención o reparación del perjuicio causado
a un bien colectivo, se obtiene una decisión cuyos efectos repercuten sobre el objeto de la
causa petendi, pero no hay beneficio directo para el individuo que ostenta la legitimación. En
este tipo de supuestos, la prueba de la causa o controversia se halla relacionada con una lesión
a derechos sobre el bien colectivo y no sobre el patrimonio del peticionante o de quienes éste
representa. Debe remarcarse que la tutela de los derechos de incidencia colectiva sobre bienes
colectivos corresponde al Defensor del Pueblo, a las asociaciones y a los afectados, y que ella
debe ser diferenciada de la protección de los bienes individuales, sean patrimoniales o no,
para los cuales hay una esfera de disponibilidad en cabeza de su titular.
Por otro lado, continúa explicando el Tribunal, la Constitución Nacional admite en el segundo
párrafo del art. 43 una tercera categoría conformada por derechos de incidencia colectiva
referentes a intereses individuales homogéneos. Tal sería el caso de los derechos personales o
patrimoniales derivados de afectaciones al ambiente y a la competencia, de los derechos de
los usuarios y consumidores como de los derechos de sujetos discriminados. En estos casos no
hay un bien colectivo, ya que se afectan derechos individuales enteramente divisibles. Sin
embargo, hay un hecho, único o continuado, que provoca la lesión a todos ellos y por lo tanto
es identificable una causa fáctica homogénea. Ese dato tiene relevancia jurídica porque en
tales casos la demostración de los presupuestos de la pretensión es común a todos esos
intereses, excepto en lo que concierne al daño que individualmente se sufre. Hay una
homogeneidad fáctica y normativa que lleva a considerar razonable la realización de un solo
juicio con efectos expansivos de la cosa juzgada que en él se dicte, salvo en lo que hace a la
prueba del daño. Observó además, que no hay en nuestro derecho una ley que reglamente el
ejercicio efectivo de las denominadas acciones de clase en el ámbito específico que es objeto
de esa litis. Este aspecto resulta de gran importancia porque debe existir una ley que
determine cuándo se da una pluralidad relevante de individuos que permita ejercer dichas
acciones, cómo se define la clase homogénea, si la legitimación corresponde exclusivamente a
un integrante de la clase o también a organismos públicos o asociaciones, cómo tramitan estos
procesos, cuáles son los efectos expansivos de la sentencia a dictar y cómo se hacen efectivos.
Sostuvo que la procedencia de este tipo de acciones requiere la verificación de una causa
fáctica común, una pretensión procesal enfocada en el aspecto colectivo de los efectos de ese
hecho y la constatación de que el ejercicio individual no aparece plenamente justificado. Sin
perjuicio de lo cual, también procederá cuando, pese a tratarse de derechos individuales,
exista un fuerte interés estatal en su protección, sea por su trascendencia social o en virtud de
las particulares características de los sectores afectados .
Finalmente, calificó la pretensión deducida por el abogado Ernesto Halabi como un supuesto
de ejercicio de derechos de incidencia colectiva referentes a los intereses individuales
homogéneos, apuntando que su pretensión no se circunscribe a procurar una tutela para sus
propios intereses sino que, por la índole de los derechos en juego, es representativa de los
intereses de todos los usuarios de los servicios de telecomunicaciones como también de todos
los abogados y existía una clara afectación del acceso a la justicia, porque no se justificaba que
cada uno de los posibles afectados de la clase de sujetos involucrados promoviera una
demanda peticionando la inconstitucionalidad de la norma.
La Corte —dando pautas sobre una futura legislación— entiende que la admisión formal de
toda acción colectiva requiere la verificación de ciertos recaudos elementales que hacen a su
viabilidad tales como la precisa identificación del grupo o colectivo afectado, la idoneidad de
quien pretenda asumir su representación y la existencia de un planteo que involucre, por
sobre los aspectos individuales, cuestiones de hecho y de derecho que sean comunes y
homogéneas a todo el colectivo. Es esencial, asimismo, que se arbitre en cada caso un
procedimiento apto para garantizar la adecuada notificación de todas aquellas personas que
pudieran tener un interés en el resultado del litigio, de manera de asegurarles tanto la
alternativa de optar por quedar fuera del pleito como la de comparecer en él como parte o
contraparte. Es menester, por lo demás, que se implementen adecuadas medidas de
publicidad orientadas a evitar la multiplicación o superposición de procesos colectivos con un
mismo objeto a fin de aventar el peligro de que se dicten sentencias disímiles o contradictorias
sobre idénticos puntos.
Después de Halabi, la Corte federaltuvo oportunidad de expedirse en otros casos donde el eje
de dichos pronunciamientos consistió en determinar si se verificaban los requisitos fijados en
aquél decisorio para tener por configurada la legitimación procesal propia de acciones
tendientes a la defensa de intereses individuales homogéneos. Así en la causa “Cavalieri”47,
habían entablado acción de amparo PROCONSUMER (Asociación Protección de Consumidores
del Mercado Común del Sur) y el referido afiliado contra Swiss Medical S.A., a fin de que
provea de equipos de ventilación mecánica y accesorios para el tratamiento del “síndrome de
apnea obstructiva severa” a todos los afiliados de la demandada que padezcan esa
enfermedad y requieran tratamiento. La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y
Comercial Federal (sala III) había rechazado in limine las pretensiones de Proconsumer y dio
curso a las del co-actor Cavalieri. Para resol-
nistro de agua potable de la ciudad. Este caso es objetivamente igual al anterior pero ocurre
que hay numerosos sujetos damnificados, dando lugar a las acciones de clase, que permiten
canalizar los daños masivos; c) algunas aves beben el agua y mueren. Eran las últimas
representantes de la especie, con lo cual se afecta un bien colectivo, del cual nadie es dueño y
no hay derechos subjetivos. Hay legitimación para obrar en defensa del bien, y por ello pueden
reclamar el afectado (interés difuso), una organización (interés colectivo) o el defensor del
pueblo (interés público) pero lo hacen por una legitimación extraordinaria que otorga la ley. 47
CSJN, Fallos: 335: 1080 (2012).
ver de tal modo, puso de manifiesto que las personas que se encuentran legitimadas por el art.
43 de la Constitución Nacional para demandar son aquellas asociaciones que propendan a la
protección de consumidores en los supuestos en que se encuentren comprometidos derechos
de incidencia colectiva, entendiendo por tales a los intereses generales o públicos de la
sociedad y no a derechos subjetivos o individuales. En ese sentido, estimaron que aquella
cláusula constitucional no resulta apta para fundar la legitimación de PROCONSUMER, toda vez
que dicha entidad perseguía en este caso la satisfacción de derechos individuales que se no se
encuentran en las categorías enunciadas en ese precepto. Por ello, consideraron que cada uno
de los afiliados (cuya identidad se ignora) —aludidos en la presentación de PROCONSUMER—
tiene un derecho subjetivo, individual y exclusivo, y consecuentemente está legitimado para
reclamar el cese de cualquier conducta de la accionada que pueda afectarlo. El Alto Tribunal,
con motivo del Recurso Extraordinario interpuesto por Proconsumer, al confirmar el
pronunciamiento señaló que no se advertía que la situación planteada en el sub lite lesionara
intereses individuales homogéneos que la asociación pudiera válidamente defender, al no
extraerse siquiera de manera indiciaria la intención de la prepaga de negarse
sistemáticamente a atender planteos de sus afiliados semejantes a los del señor Cavalieri;
como que tampoco se encontraba configurado el segundo de los requisitos exigidos en el
precedente “Halabi” toda vez que, conforme surgía de la documentación acompañada y de los
términos de la demanda, la pretensión se encontraba focalizada exclusivamente en las
particulares circunstancias del actor y no en efectos comunes de un obrar de la demandada
que pudiera extenderse a un colectivo determinado o determinable.
Hasta ahora hemos analizado la situación del administrado desde un punto de vista activo,
como titular de derechos. Pero correlativamente, el ciudadano también está sujeto a deberes y
obligaciones, en su vínculo jurídico con la Administración. El deber, nace de una prescripción
legal y no de una relación jurídica intersubjetiva; por ejemplo el deber de no ensuciar la
ciudad, no hacer ruidos molestos, cumplir con el calendario de vacunación de los hijos, votar,
etc. Los deberes de los ciudadanos se corresponden con las potestades genéricas de la
Administración, que puede exigir su cumplimiento con el fin de tutelar el interés general o el
bien común. A veces a esos deberes se los llama “carga pública” como es la de ser testigo en
un juicio o integrar una mesa electoral.
Debemos además distinguir los “deberes” de aquellas obligaciones que surgen en cabeza del
administrado como consecuencia de una relación de sujeción especial con la Administración.
Así, el propietario de un inmueble de respetar las pautas del código de edificación; el alumno
de una universidad los reglamentos de cursado y correlatividades. Otras veces, se dan en el
marco de una relación contractual. Así por ejemplo el empleado público debe llegar a horario y
desempeñar sus tareas con dedicación y eficiencia; el contratista de obra pública debe
respetar los plazos de ejecución de la obra; el concesionario de transporte urbano tener las
unidades en condiciones y respetar las frecuencias, etcétera.
CAPITULO VI
LA ACTIVIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN
I. ADMINISTRACIÓNACTIVA
Para llevar adelante sus cometidos la administración pública dicta actos administrativos y
reglamentos, realiza hechos, etc. En esta parte de la obra trataremos de conceptualizar y de
distinguir las diferentes figuras que tienen lugar dentro de la actuación administrativa.
Ya hemos visto en el capítulo III que los reglamentos autónomos son normas generales y
abstractas dictadas en ejercicio de función administrativa. De esta manera, mientras el acto
administrativo es individual y necesita ser notificado para producir efectos, el reglamento es
general y debe ser publicado para adquirir eficacia. Existe, además, supremacía jerárquica
entre reglamento y el acto lo que impide que éste se aparte del contenido de un reglamento
dando lugar a lo que se denomina como teoría de la inderogabilidad singular de los
reglamentos.
También, tenemos los actos de la administración que son aquellos que son dictados en
ejercicio de la función administrativa y que producen efectos internos en la administración
pública (dictámenes, por ejemplo). En cambio, el acto administrativo produce efectos que
trascienden la esfera de la administración.
También debemos aludir a los actos políticos, de gobierno o institucionales; son aquellos que
hacen a la relación entre los poderes, o a altos fines del gobierno, como puede ser la
declaración de guerra o el estado de sitio. La consecuencia más relevante que se pretende
derivar de esta categorización es que dichos actos no queden sometidos al control judicial .
En nuestra opinión, no puede existir —al menos como regla— resquicio de la actividad estatal
que queda fuera del control judicial, razón por la cual la categoría de cuestiones políticas no
justiciables debe ser siempre residual y de interpretación restringida .
Por último, debemos señalar que la administración pública también celebra contratos
administrativos con los particulares, cuestión que será tratada en otra parte de esta obra.
1. Dictamen
La primera aclaración que debemos efectuar es que los dictámenes si bien no son recurribles,
son impugnables por el interesado, quien de esa forma pone de resalto las irregularidades que
contiene de modo tal que sean tenidas en cuenta por quien luego debe dictar el acto
administrativo. Incluso, en algunos ámbitos esa posibilidad se encuentra expresamente
prevista, como en el caso de los concursos docentes universitarios, en donde el dictamen de
jurado académico —por lo general— puede ser impugnado debido a su relevancia técnica y a
los derechos que se encuentran en juego.
En segundo lugar, es necesario plantear el caso de los dictámenes que son notificados. La
doctrina considera que cuando se ponen en conocimiento del administrado pasan a tener la
calidad de actos administrativos .
En otros supuestos, como cuando en el ámbito federal están afectados derechos subjetivos o
intereses legítimos, es obligatorio solicitar el dictamen del servicio jurídico. El cumplimiento de
tal exigencia es tan importante que la omisión de requerirlo importa la nulidad del acto
administrativo. Así, por ejemplo, la LNPA en el art. 7º, inc. d dispone que antes de emitir un
acto administrativo “deben cumplirse los procedimientos esenciales y sustanciales previstos y
los que resulten implícitos del ordenamiento jurídico. Sin perjuicio de lo que establezcan otras
normas especiales, considérase también esencial el dictamen proveniente de los servicios
permanentes de asesoramiento jurídico cuando el acto pudiere afectar derechos subjetivos e
intereses legítimos”5.
En algunas hipótesis, como la del dictamen previsto en el art. 99, inc. 4 de la CN que el Consejo
de la Magistratura de la Nación eleva al Presidente con la terna de candidatos a jueces
federales para que proponga uno de los ternados, su efecto es vinculante. Ello quiere decir,
que la autoridad no puede apartarse del orden de mérito allí dispuesto, es decir, no tiene la
posibilidad de designar a quien no ha sido incluido en la misma.
Tal como lo describe el art. 2º de la Ley 24.156 “La administración financiera comprende el
conjunto de sistemas, órganos, normas y procedimientos administrativos que hacen posible la
obtención de los recursos públicos y su aplicación para el cumplimiento de los objetivos del
Estado”.
Está integrada por los siguientes sistemas, que deberán estar interrelacionados entre sí:
Sistema presupuestario; Sistema de crédito público; Sistema de tesorería; Sistema de
contabilidad. Cada uno de ellos estará a cargo de un órgano rector, que depende directamente
del órgano que ejerza la coordinación de todos ellos.
Los sistemas de control financiero del Estado federal, como veremos, se desarrollan tanto en el
ámbito interno como externo del sector público nacional y está asentado en la obligación de
los funcionarios de rendir cuentas de su gestión (art. 3º, de la ley 24.156).
a) Control interno
Entre sus funciones se destacan las siguientes: a) dictar y aplicar normas de control interno, las
que deberán ser coordinadas con la AGN; b) emitir y supervisar la aplicación, por parte de las
unidades correspondientes, de las normas de auditoría interna; c) realizar o coordinar la
realización por parte de estudios profesionales de auditores independientes, de auditorías
financieras, de legalidad y de gestión, investigaciones especiales, pericias de carácter
financiero o de otro tipo, así como orientar la evaluación de programas, proyectos y
operaciones; d) vigilar el cumplimiento de las normas contables, emanadas de la Contaduría
General de la Nación; e) supervisar el adecuado funcionamiento del sistema de control
interno, facilitando el desarrollo de las actividades de la Auditoria General de la Nación; f)
establecer requisitos de calidad técnica para el personal de las unidades de auditoría interna;
g) aprobar los planes anuales de trabajo de las unidades de auditoria interna, orientar y
supervisar su ejecución y resultado; h) comprobar la puesta en práctica, por los organismos
controlados, de las observaciones y recomendaciones efectuadas por las unidades de auditoria
interna y acordadas con los respectivos responsables; i) atender los pedidos de asesoría que le
formulen el PEN y las autoridades de sus jurisdicciones y entidades en materia de control y
auditoría; j) formular directamente a los órganos comprendidos en el ámbito de su
competencia, recomendaciones tendientes a asegurar el adecuado cumplimiento normativo,
la correcta aplicación de las reglas de auditoría interna y de los criterios de economía,
eficiencia y eficacia; k) poner en conocimiento del Presidente de la Nación los actos que
hubiesen acarreado o estime puedan acarrear significativos perjuicios para el patrimonio
público; l) mantener un registro central de auditores y consultores a efectos de la utilización de
sus servicios.
La SIGEN está a cargo de un síndico general de la Nación que es designado por el PEN y
depende directamente del Presidente de la Nación. Para acceder al cargo es necesario poseer
título universitario en el área de ciencias económicas o derecho y una experiencia en
Administración Financiera y Auditoría no inferior a los ocho años. Es asistido por tres síndicos
generales adjuntos, quienes sustituirán a aquél en caso de ausencia, licencia o impedimento en
el orden de prelación que el propio síndico general establezca.
En otro andarivel, se encuentran las UAI que realizan un control previo y posterior , y
funcionan en cada jurisdicción dependiendo jerárquicamente de la máxima autoridad
jerárquica, pero están coordinadas por la SIGEN . En consonancia con ello, “La auditoría
interna es un servicio a toda la organización y consiste en un examen posterior de las
actividades financieras y administrativas de las entidades a que hace referencia esta ley,
realizada por los auditores integrantes de las unidades de auditoria interna. Las funciones y
actividades de los auditores internos deberán mantenerse desligadas de las operaciones
sujetas a su examen” (art. 102, Ley 24.156).
b) Control externo
La AGN es un órgano de control externo del sector público nacional ubicado en la esfera del
Poder Legislativo Nacional con autonomía funcional (art. 85, CN) Le corresponde el control de
legalidad, gestión y auditoría de toda la actividad de la administración pública centralizada y
descentralizada, cualquiera fuera su modalidad de organización, y las demás funciones que la
ley le otorgue. Interviene necesariamente en el trámite de aprobación o rechazo de las cuentas
de percepción e inversión de los fondos públicos.
Entre sus funciones (art. 118) se destacan las siguientes: a) fiscaliza el cumplimiento de las
disposiciones normativas en relación con la utilización de los recursos del Estado, una vez
dictados los actos correspondientes; b) realiza auditorías financieras, de legalidad, de gestión,
exámenes especiales de las jurisdicciones y de las entidades bajo su control, así como las
evaluaciones de programas, proyectos y operaciones; c) audita a unidades ejecutoras de
programas y proyectos financiados por los organismos internacionales de crédito conforme
con los acuerdos que, a estos efectos, se llegue entre la Nación Argentina y dichos organismos;
d) examina y emite dictámenes sobre los estados contables financieros de los organismos de la
administración nacional, preparados al cierre de cada ejercicio; e) controla la aplicación de los
recursos provenientes de las operaciones de crédito público y efectúa los exámenes especiales
que sean necesarios para formarse opinión sobre la situación de este endeudamiento. A tales
efectos puede solicitar al Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos y al Banco
Central de la República Argentina (BCRA) la información que estime necesaria en relación a las
operaciones de endeudamiento interno y externo; f) audita y emite dictamen sobre los
estados contables financieros del BCRA independientemente de cualquier auditoría externa
que pueda ser contratada por aquélla; g) realiza exámenes especiales de actos y contratos de
significación económica, por si o por indicación de las Cámaras del Congreso o de la Comisión
Parlamentaria Mixta Revisora de Cuentas; h) audita y emite opinión sobre la memoria y los
estados contables financieros así como del grado de cumplimiento de los planes de acción y
presupuesto de las empresas y sociedades del Estado; i) fija los requisitos de idoneidad que
deberán reunir los profesionales independientes de auditoría y las normas técnicas a las que
deberá ajustarse el trabajo de éstos; j) verifica que los órganos de la Administración
mantengan el registro patrimonial de sus funcionarios públicos.
A los fines de llevar adelante sus funciones la AGN puede: a) realizar todo acto, contrato u
operación que se relacione con su competencia; b) exigir la colaboración de todas las
entidades del sector público, las que estarán obligadas a suministrar los datos, documentos,
antecedentes e informes relacionados con el ejercicio de sus funciones; c) promover las
investigaciones de contenido patrimonial en los casos que corresponda, comunicando sus
conclusiones a la Comisión Parlamentaria Mixta Revisora de Cuentas a los fines del inc. f de
este artículo; además, deberá; d) formular los criterios de control y auditoría y establecer las
normas de auditoria externa, a ser utilizadas por la entidad. Tales criterios y las normas
derivadas, deberán atender un modelo de control y auditoría externa integrada que abarque
los aspectos financieros, de legalidad y de economía, de eficiencia y eficacia; e) presentar a la
Comisión mencionada, antes del 1° de mayo la memoria de su actuación; f) dar a publicidad
todo el material señalado en el inciso anterior con excepción de aquel que por decisión de la
Comisión Parlamentaria Mixta Revisora de Cuentas, deba permanecer reservado (art. 119).
2. Control financiero en el sistema provincial
a) Control interno
Según lo establece la Const. Prov. (art. 151) la Contaduría General de la Provincia tiene como
función el registro y control interno de la gestión económica, financiera y patrimonial en la
actividad administrativa de los poderes del Estado. Realiza en forma descentralizada el control
preventivo de todos los libramientos de pago, con autorización originada en la ley general de
presupuesto o leyes que sancionen gastos, sin cuya intervención no pueden cumplirse.
Está a cargo de un Contador Público, con diez años de ejercicio en la profesión, designado y
removido por el Poder Ejecutivo.
b) Control externo
El Tribunal de Cuentas (TCP) está receptado en la Const. Prov. (art. 126), es decir que se trata
de un organismo de control que tiene jerarquía constitucional. Se encuentra integrado por tres
miembros, que pueden ser ampliados por ley siempre que sea impar y no exceda de siete. Son
elegidos por el pueblo con representación de las minorías y duran cuatro años en sus cargos.Se
exige para acceder al cargo ser argentino, abogado o contador público, con diez años de
ejercicio en la profesión, cinco años de residencia en la Provincia y haber cumplido treinta años
de edad.
Es que como lo destaca Sesín sin la intervención del TCP el acto no nace a la vida jurídica
careciendo de eficacia , pues se trata de un control externo, dado que no pertenece a la
organización administrativa ni depende de los poderes del Estado, e integral, habida cuenta
que es preventivo, concomitante y posterior21.
Entre sus atribuciones se destacan las siguientes: 1) Aprueba o desaprueba en forma originaria
la inversión de los caudales públicos efectuada por los funcionarios y provinciales, y cuando así
se establezca, su recaudación, en particular con respecto a la ley de presupuesto y en general
acorde lo determine la ley. 2) Interviene preventivamente en todos los actos administrativos
que dispongan gastos en la forma y alcances que establezca la ley. En caso de observación,
dichos actos sólo pueden cumplirse, cuando haya insistencia del Poder Ejecutivo en acuerdo de
Ministros. De mantener la observación, el tribunal pone a disposición de la Legislatura, en el
término de quince días, los antecedentes del caso. 3) Realiza auditorías externas en las
dependencias administrativas e instituciones donde el Estado tenga intereses y efectuar
investigaciones a solicitud de la Legislatura. 4) Informa a la Legislatura sobre las cuentas de
inversión del presupuesto anterior, en el cuarto mes de las sesiones ordinarias. 5) Actúa como
órgano requirente en los juicios de cuentas y responsabilidad ante los tribunales de justicia. 6)
Elabora y propone su propio presupuesto al Poder Ejecutivo; designa y remueve su personal. 3.
El control de la ética pública y de la corrupción
a) Aspectos generales
Con relación a lo primero, cabe señalar, que se ha advertido desde un tiempo a esta parte que
la corrupción —al menos desde el punto de vista político— atenta contra las bases del Estado
de Derecho en sus diversas versiones (Estado democrático, Social, Constitucional, etc.) o
regímenes comunistas , al generar inestabilidad institucional y desconfianza de los ciudadanos
que terminan socavando el ejercicio mismo del poder.
Pues, como lo señala MALEM SEÑA, la corrupción corroe los fundamentos que de la moderna
teoría de la representación que está bajo el ideal democrático . Es que, para dicho autor, el
círculo vicioso de corrupción e impunidad “produce en el ciudadano una sensación de que
‘todo vale’, un descreimiento aún mayor en el sistema judicial y un incentivo más para operar
como un free riders. Se genera de ese modo una cultura de la corrupción donde muchos
pretenden alcanzar sus metas a través de métodos ilegítimos y donde el que cumple con las
leyes pierde siempre” .
Con similar orientación Pérez HUALDE entiende, por ese motivo, que el campo de la
corrupción no solo debe involucrar la temática referida al enriquecimiento de los funcionarios
públicos sino que “se ubica en el terreno de la frustración de los fines perseguidos por la leyes
del Estado” ya que considera, como otros , que la esencia de la corrupción está en la actitud
del sujeto de colocarse por encima de la ley, de las reglas, que rigen a todos sus conciudadanos
y de manipular el orden normativo en su beneficio . Por tal razón, concluye dicho autor que la
corrupción “no es otra cosa que una manifestación moderna de la crisis que afecta al principio
de legalidad siendo un cuestionamiento abierto al Estado de Derecho”.
En este punto, Said es claro al señalar que la falta de probidad de los funcionarios públicos
pone en debate el problema capital de la lealtad democrática, pues la proliferación de
actividades corruptas indica la existencia de un problema mayor y más profundo: la tendencia
a sustituir el ideal democrático de cooperación por formas de competencia y de imposición de
los propios intereses que contradicen radicalmente ese ideal .
iii) Aproximación conceptual: Ahora bien, como ocurre con otras nociones, no resulta fácil
saber a qué nos referimos cuando hablamos de corrupción dadas las dificultades para
establecer un concepto. De hecho, amén de las diversas apreciaciones doctrinarias sobre el
punto desde diferentes disciplinas , en los mismos instrumentos internacionales que regulan la
cuestión los países firmantes no han podido consensuar ni siquiera una definición, tal como
acontece con la CICC y la CUNCC .
A pesar de las aludidas dificultades algunos autores han afrontado la difícil tarea de definir a
este fenómeno. Así, por ejemplo, MALEM SEÑA al diferenciarla de otras figuras jurídicas
señala los siguientes atributos de la corrupción: a) tiene una marca de carácter individual;
corruptor y corrompido se conocen y sellan su acuerdo de una manera indubitable; b)
constituye un modelo de influencia que va contra ciertas reglas que gobiernan la práctica
política democrática; c) la actividad es secreta o realizada en un marco de discreción que
procura ocultar la acción corrupta; d) se persigue un beneficio extraposicional en donde la
ganancia no debe ser necesariamente económica sino que también puede ser política, sexual,
laboral, etc.; e) implica la violación, activa o pasiva, de un deber posicional establecido por un
sistema normativo de referencia .
Amén de ello, entendemos en que el Derecho puede hacer una gran contribución —sobre todo
desde el punto de vista preventivo— para resolver el problema de la corrupción y de la falta de
conductas éticas, estableciendo reglas claras y precisas, tanto de actuación como de contralor
que permitan disminuir los efectos nocivos de este mal. Pues, como lo ha apuntado MAIRAL,
“cuando el Derecho está presente la corrupción disminuye; cuando el Derecho desaparece
surgen otros factores que inciden en la decisión pública. La corrupción es el más importantes
de esos otros factores” .
Tampoco, se puede desconocer, que muchas veces el derecho actúa como aliado de la
corrupción, al crear una estructura “paralela” o que ha sido creada para favorecer esas
prácticas irregulares, tal como se ha sostenido respecto de la República Argentina42. En virtud
de ello, GARZÓN VALDÉS destaca la paradoja que se presenta con la corrupción en los sistemas
democráticos ya que quien está en el poder, por un lado, rompe las reglas de juego al obtener
un beneficio extraposicional pero, por el otro, le interesa que ese sistema se mantenga para
poder seguir llevando adelante esa actividad espuria .
Por lo general, desde el punto de vista criminal, el acto corrupto genera un efecto cascada o
una «bola de nieve» dado que muchas personas físicas o jurídicas que han cometido actos de
corrupción luego se ven obligadas, por ejemplo, a manipular los asientos contables de la
empresa para que no se advierta la irregularidad o a incurrir en el delito de lavado de dinero o
en la necesidad de intentar sobornar a funcionarios judiciales para no ser descubiertos,
etcétera.
La corrupción, también, tiene íntima ligazón con el aspecto social habida cuenta que la
situación que se presenta en cuanto a los índices de corrupción difiere de acuerdo al grado de
desarrollo de una comunidad. Por lo general, en los países más avanzados, la corrupción se
presenta a través de actos aislados y se concentra en los cargos más altos (ya que allí los
controles son más difíciles, existen mayores intereses comprometidos y redes de interés que
los protegen) y es baja en los estratos públicos inferiores; hay una cultura general de respeto a
las reglas y los organismos de control actúan con eficacia detectando y castigando los actos de
corrupción . En los países en vías de desarrollado, en cambio, la corrupción impregna todo el
Estado dando lugar a un sistema de corrupción “institucionalizada”.
Asimismo, la corrupción impacta sobre lo económico en diversos frentes. Ello en virtud de que
se dificulta el desenvolvimiento del comercio internacional, se encarecen los gastos del Estado
que, en última instancia, los termina soportando el contribuyente a través de los impuestos,
impide la equitativa distribución de las riquezas y la implementación de las políticas necesarias
para la comunidad e implica la negación de servicios fundamentales que el Estado está
obligado a brindar.
Así, la inversión pública tiende a aumentar en los países con índices más altos en corrupción,
pero lo hace de una manera improductiva asignando recursos a obras innecesarias o a
proyectos que nunca entran en funcionamiento, pagando un precio mayor del que
corresponde y retrayendo recursos de sectores necesitados o más productivos .
Tampoco la cuestión moral puede pasarse por alto ya que la falta de ética trae corrupción .
Desde esta perspectiva, algunos creen que la corrupción es el producto de la degradación de
los valores morales en virtud del triunfo del materialismo exacerbado y el hedonismo. Es que,
en el mundo actual se pone el acento en lo que uno tiene y no en lo que uno es y el
relativismo extremo, por otra parte, hace que los juicios de valor siempre dependan de la vara
del juzgador, habida cuenta que de acuerdo a esta concepción, no hay nada que pueda
catalogarse de correcto de una manera apriorística y ninguna persona tiene autoridad para
hacerlo. El trasplante de esos razonamientos al campo de la ética nos impone el subjetivismo y
nos obliga a descartar teorías de tipo objetivo.
En ese marco global, muchos funcionarios o empleados públicos ven a la función estatal como
la oportunidad para beneficiarse a sí mismos, a sus familiares, a un partido político, a un grupo
económico, etc.; su actuar no está ya incardinado a alcanzar el interés de la comunidad sino el
propio. A partir de ese panorama, esas personas no se sienten como servidores que sufren
ante las carencias de los ciudadanos sino que éstas le son indiferentes ya que han perdido la
sensibilidad y, por ende, la capacidad de ver personas y problemas en los expedientes
administrativos50.
Dado ese panorama, Jaime Rodríguez ARANA MUÑOZ señala que los códigos deontológicos se
muestran como una barrera que pone coto a la corrupción. Sin embargo, admite que la vida
moral se resuelve dentro del corazón del hombre en la intención recta y en el saber y no
responde a comportamientos externos aunque admite que el cumplimiento de los parámetros
éticos responde a la obligación de transparencia .
Al analizar esta temática PÉREZ HUALDE52 propone como los pilares anticorrupción los
siguientes: a) la educación en valores; b) la transparencia; c) el acceso al empleo público
mediante concursos públicos; d) el fortalecimiento de organizaciones públicas no estatales y e)
la participación en la elaboración de las normas.
b) Organismos anticorrupción
En tal sentido la CICC: a) hace hincapié en el carácter preventivo del control; b) impone la
obligación de crear órganos de control superior con el fin de desarrollar mecanismos
modernos para prevenir detectar sancionar y erradicar las prácticas corruptas (art. III, 9) y c)
Impone a los Estados el establecimiento de sistemas adecuados para recaudación y el control
de los ingresos del Estado que impidan la corrupción (art. III, inc. 6). También, la CNUCC
contiene disposiciones específicas con relación al tema al establecer la obligación de los
Estados parte de: a) realizar una evaluación periódica para detectar si los instrumentos
jurídicos y administrativos utilizados en el país para combatir la corrupción son adecuados; b)
garantizar la existencia de órganos encargados de prevenir la corrupción y de otorgarles la
independencia necesaria, para que puedan desempeñar sus funciones de manera eficaz y sin
ninguna influencia indebida. Deben proporcionárseles los recursos materiales y el personal
especializado que sean necesarios, así como la capacitación de los empleados para el correcto
desempeño de sus funciones que tienen asignadas (art. 6º); c) adoptar las medidas que sean
necesarias, para alentar la cooperación entre, por un lado, organismos públicos de cada Estado
Parte, así como sus funcionarios públicos, y, por otro, sus organismos encargados de investigar
y enjuiciar los delitos (art. 38).
De acuerdo a la ley 25.233 que le dio nacimiento en 1999, la OA se ubica en la esfera del
Ministerio de Justicia de la Nación. Tiene a su cargo la elaboración y coordinación de
programas de lucha contra la corrupción en el Sector Público Nacional o que tenga como
principal fuente de recursos el aporte estatal. Sin embargo, carece de competencia para
realizar investigaciones en el ámbito del Poder Legislativo, del Poder Judicial o en los
organismos de las administraciones provinciales y municipales.Además, conforme lo dispone el
Decreto 102/99 es la autoridad de aplicación de la Ley de Ética Pública y de la CICC.
Entre sus competencias se destacan las siguientes: a) la facultad de recibir denuncias que
hicieran particulares o agentes públicos que se relacionen con su objeto e investigarlos si
correspondiere; b) investigar preliminarmente a toda Institución o Asociación que tenga como
principal fuente de recursos el aporte estatal, en caso de sospecha razonable sobre
irregularidades en la administración de los mencionados recursos; c) denunciar ante la justicia
competente los hechos que como consecuencia de las investigaciones practicadas, pudieren
constituir delitos; d) constituirse en parte querellante en los procesos en que se encuentre
afectado el patrimonio del Estado. Adviértase que únicamente puede intervenir en causas
penales en la calidad de querellante pero no tiene en su cabeza la posibilidad de llevar
adelante la acción penal pues, de lo contrario, habría una injerencia del Poder Ejecutivo en el
Ministerio Público, tal como lo entendió la Corte Suprema en el caso “Aslanian” ; e) llevar el
registro de las declaraciones juradas de los agentes públicos.
En lo que respecta al aspecto procedimental, una vez que detectada una supuesta trasgresión,
las actuaciones deben pasar con dictamen fundado al Ministro de Justicia, a la Procuración del
Tesoro de la Nación y al funcionario de mayor jerarquía administrativa de la repartición de que
se trate. Ese expediente servirá de cabeza del sumario que deberá ser instruido por las
autoridades correspondientes en donde la OA podrá ser tenida como parte acusadora con
facultades de ofrecer, producir o incorporar pruebas, así como la de recurrir toda resolución
adversa a sus pretensiones.
Este organismo forma parte del Ministerio Público Fiscal como órgano dependiente de la
Procuración General de la Nación (art. 120, CN). Está compuesto por el Fiscal Nacional de
Investigaciones Administrativas y los demás magistrados que establece la Ley 21.38360. En
virtud de ubicación institucional, al integrar un órgano extrapoder, tiene independencia con
relación a los tres poderes estatales lo que resulta fundamental en la medida en que su
actividad es exógena a la de los investigados .
Por su parte, el art. 45 de Ley Orgánica del Ministerio Público (LOMP) establece que dicha
autoridad de contralor tiene como funciones las siguientes:
En caso de irregularidades pasará las actuaciones con dictamen fundado a la Procuración del
Tesoro de la Nación o al funcionario de mayor jerarquía administrativa de la repartición de que
se trate, las que servirán de cabeza del sumario que deberá ser instruido por las autoridades
correspondientes y la FIA será tenida como parte acusadora, con iguales derechos a la
sumariada, en especial, las facultades de ofrecer, producir e incorporar pruebas, así como la de
recurrir toda resolución adversa a sus pretensiones.
c) Denunciar ante la justicia competente, los hechos que, como consecuenciade las
investigaciones practicadas, sean considerados delitos. En tales casos, las investigaciones de la
Fiscalía tendrán el valor de prevención sumaria. El ejercicio de la acción pública quedará a
cargo de los fiscales competentes ante el tribunal donde quede radicada la denuncia con la
intervención necesaria del FIA o de los magistrados que éste determine.
e) Asimismo, para los casos en que los fiscales del fuero no estuvieren de acuer-do con la
prosecución de la acción, podrá la FIA asumir en cualquier momento el ejercicio directo de la
acción pública.
Como puede advertirse, la FIA es un organismo que reúne muchas de las competencias y
facultades deseables para luchar en contra de la corrupción. Así, lo pone de resalto también la
labor realizada por dicho organismo durante la gestión de Manuel Garrido.
Sin embargo, a partir del dictado de la Resolución 147/08 del Procurador General de la Nación
(PGN) la situación que se presenta es diferente en tanto se han limitado notablemente las
facultades de dicho organismo en la jurisdicción penal. En dicha resolución, el PGN —dictada
según dicho funcionario para precisar funciones, prerrogativas y competencia de la FIA—
sostiene que:
1) La FIA nunca fue concebida como una fiscalía penal temática, investida dela facultad
de monopolizar la representación del Ministerio Público Fiscal en casos de corrupción. En
contra de esa postura explicitada se ha manifestado CANDA al sostener el carácter específico
de la FIA y de los magistrados que la componen por sobre los demás fiscales .
Por nuestra parte destacamos, que la inteligencia asignada a dicho precepto normativo se
opone a la jurisprudencia de la Corte Suprema Nacional, habida cuenta que, si bien ante otro
contexto normativo, en la causa “Ríos” el Alto Tribunal admitió en el ejercicio directo de la
acción pública por la FIA, aun ante la discrepancia del fiscal de la causa. Este criterio se repitió
luego en “Caciatore” en 1988 . 4) La FIA no puede intervenir en las medidas cautelares.
5) Cuando una causa haya sido iniciada por una vía distinta a la denuncia de la FIA los jueces se
encuentran obligados a comunicar a aquella todos los casos en los que se halle imputado un
funcionario público. En esos supuestos, también se debe garantizar la intervención judicial
“necesaria” de la FIA pero siempre sujeto a la decisión del fiscal de la causa.
A partir de esa decisión del PGN, el ejercicio de la acción penal directa por la FIA requiere de
manera concurrente que la causa penal sea iniciada por ésta y que el fiscal federal competente
tenga un criterio diferente al de dicho organismo de control en cuanto a seguir interviniendo
en la causa.
Esa interpretación de las atribuciones de la FIA que propone la mentada resolución, si bien
puede tener cierto respaldo normativo, violenta las prescripciones de las convenciones
internacionales en cuanto obliga a cada Estado Parte a asegurar la independencia y a otorgarle
las herramientas necesarias para que puedan hacer un eficaz control de la corrupción. No
podemos hablar de un control eficaz de la corrupción si la FIA no tiene facultades judiciales
concretas.
En contra de esta postura se ha pronunciado BIANCHI al señalar que dicha resolución del PGN
“constituye una interpretación de las facultades de la FNIA ajustada al texto de la LOMP”. Es
que según dicho autor, bajo la Ley 21.383, la FIA podía, en cualquier causa denunciada por ella:
(a) ejercer en forma directa la acción pública o (b) impartir instrucciones a los fiscales
requiriéndoles informes. Por el contrario, la LOMP limita sus funciones a una “intervención
necesaria”, y solamente le permite ejercer la acción pública cuando los fiscales competentes
tuvieran un criterio contrario a la prosecución de la acción. Por último, señala que si bien los
términos “intervención necesaria” tal como dice la Resolución 147 son “discutibles y abiertos a
debate”, lo cierto es que tal intervención no puede equiparase a la del fiscal de la causa
cuando ejerce la acción pública, ni tampoco puede suponer el desplazamiento de aquél, pues
la LOMP no lo autoriza. Se trata de una actividad, tal como establece la Resolución 147, de
colaboración y enriquecimiento de la tarea del fiscal, que debe llevarse a cabo en forma
coordinada con éste.
Su designación y remociónestá a cargo del Poder Legislativo federal y necesita del voto de las
dos terceras partes de los miembros presentes de cada una de las Cámaras. Dura en su cargo
cinco años y puede ser renovado por una sola vez.
El DPN cesa en sus funciones por alguna de las siguientes causas: a) renuncia; b) vencimiento
del plazo de su mandato; c) por incapacidad sobreviniente acreditada de modo fehaciente; d)
por haber sido condenado mediante sentencia firme por delito doloso; e) por notoria
negligencia en el cumplimiento de los deberes del cargo o por haber incurrido en la situación
de incompatibilidad prevista por esta ley.
En lo que tiene que ver con lo procedimental la queja que se presente debe hacerse por escrito
y firmada por el interesado y consignarse los datos personales. Es importante advertir, que
solo se reciben las presentaciones dentro de un año contado a partir del momento en que
ocurriere el acto, hecho u omisión motivo de la misma.
Puede dirigirse al DPN toda persona física o jurídica que se considere afectada por los actos,
hechos u omisiones. Siempre las actuaciones son gratuitas y no es necesario contar con
patrocinio letrado.
Es importante que la queja se formule contra actos y omisiones de personas que estén bajo la
competencia del DPN pues de lo contrario será derivada la presentación a la autoridad
competente. No debe darse trámite a las quejas en los siguientes casos: a) cuando advierta
mala fe, carencia de fundamentos, inexistencia de pretensión o fundamento fútil o trivial; b)
cuando, respecto de la cuestión planteada, se encuentre pendiente resolución administrativa o
judicial (art. 21).
Puede rechazar también aquellas quejas cuya tramitación irrogue perjuicio al legítimo derecho
de tercera persona.
Las decisiones que resuelvan la admisibilidad de las quejas presentadas son irrecurribles (art.
22) Cuando es admitida el DPN debe promover una investigación sumaria para el
esclarecimiento de las circunstancias denunciadas supuestos. Tiene la obligación de poner en
conocimiento del organismo objeto del reclamo para que en el plazo de treinta días remita
informe escrito. Respondido el mismo, si las razones invocadas por el organismo fueren
justificadas el DPN dará por concluida la actuación comunicando al interesado tal
circunstancia.
Todos los organismos y entes contemplados dentro del ámbito de competencia del DPN, y sus
agentes, tienen la obligación de prestar colaboración, con carácter preferente. A tales efectos
dicho órgano de control puede: a) Solicitar expedientes, informes, documentos, antecedentes
y todo otro elemento que estimen útil a los efectos de la fiscalización. No se puede oponer
disposición alguna que establezca el secreto de lo requerido. La negativa sólo es justificada
cuando ella se fundamenta en la salvaguarda de un interés atinente a la seguridad nacional. b)
Realizar inspecciones, verificaciones y, en general, determinar la producción de toda otra
medida probatoria conducente al esclarecimiento de la investigación.
La Constitución del Provincia de Córdoba dispone en el art. 124 que “La Legislatura con el voto
de los dos tercios de sus miembros reunidos en Asamblea designa al Defensor del Pueblo,
como comisionado para la defensa de los derechos colectivos o difusos, la supervisión sobre la
eficacia en la prestación de los servicios públicos y la aplicación en la administración de las
leyes y demás disposiciones, de acuerdo con lo que determina la ley. Goza de las inmunidades
y privilegios de los legisladores, dura cinco años en sus funciones y no puede ser separado de
ellas sino por las causales y el procedimiento establecido respecto al juicio político”.
En reglamentación de esa cláusula se dictó la ley 7.741 en la cual se fijó como exigencia para
ser designado en ese cargo los siguientes: a)tener treinta años de edad como; b) ser argentino
nativo o por opción; c) poseer ciudadanía en ejercicio y d) tener residencia en la Provincia
durante cuatro años anteriores inmediatos a la designación, salvo casos de ausencia motivada
por servicios a la nación o a la provincia, o en organismos internacionales.
El DPC dura cinco años en sus funciones y puede ser designado por nuevos períodos.Es
importante resaltar el contenido del art. 5º cuando dispone que el DPC “no recibirá
instrucciones, ni estará sujeto a mandato de autoridad alguna. Su actividad no se interrumpirá
por ningún motivo”.
Entre las prohibiciones se dispone queno puedeparticipar en actividades políticas, sindicales o
gremiales, ni ejercer profesión o empleo, con excepción de la docencia y la investigación; ni
ejecutar acto alguno que comprometa la imparcialidad de sus funciones. Asimismo, le
comprenden las inhabilidades, incompatibilidades y prohibiciones establecidas para los
legisladores en la Constitución Provincial.
Entre sus funciones se destacan: a) defender los derechos colectivos o difusos frente a actos,
hechos u omisiones de la Administración Provincial; b) supervisar, en la Administración, la
aplicación de las leyes y demás disposiciones; c) controlar la eficacia en la prestación de los
servicios públicos provinciales.
Entre sus facultades de reglan las siguientes: a) Solicitar informes, los que deberán ser
respondidos en un plazo de diez días hábiles. b) Requerir de las autoridades la remisión de
expedientes, informes, documentos, actuaciones, datos y elementos que estime útiles a los
fines del cumplimiento de su cometido o copia fehaciente de los mismos. c) Instar a la
Administración para que realice las investigaciones conducentes al esclarecimiento de los
hechos que motivan su actuación. A tal efecto, fijará los lineamientos que deberán tenerse en
cuenta en la realización de las mismas.
Está facultado para: a)sugerir la modificación de criterios utilizados para la producción de actos
administrativos y resoluciones; b) formular a las autoridades y funcionarios, advertencias,
recomendaciones, recordatorios de sus deberes legales y sugerencias para la adopción de
nuevas medidas; c) instar a las autoridades administrativas respectivas al ejercicio de sus
potestades de inspección y de sanción, cuando sus actuaciones se hubieren provocado con
ocasión de servicios prestados por particulares en virtud de acto administrativo habilitante; d)
sugerir al Poder Legislativo o a la Administración la modificación de normas, cuando llegase al
convencimiento de que su cumplimiento resulta perjudicial para el administrado o provoca
situaciones injustas.
Los ciudadanos están habilitados para presentar sus quejas ante el DPC quien puede
desestimarla en caso de mala fe,carencia o trivialidad del fundamento, que el asunto no sea de
su competencia y cuando haya transcurrido más de un año calendario desde que el hecho,
acto u omisión que motiva la queja o denuncia se hubiere producido o hubiere tomado
conocimiento el interesado.
VI. ADMINISTRACIÓNJURISDICCIONAL
Esta temática ha sido tratada en el capítulo I, razón por la cual remitimos a lo allí analizado en
honor a la brevedad.
CAPITULO VII
ACTO ADMINISTRATIVO
I. DEFINICIÓN
Como vimos en otra parte de esta obra (capítulo VI) en el desenvolvimiento de su actividad
administrativa, el Estado dicta decisiones que producen efectos jurídicos individuales y
concretos que se denominan actos administrativos y que surten efectos desde que son
notificados al destinatario.
La noción de acto administrativo ha dado lugar a mucho debate doctrinario por la disparidad
de enfoques pero, en general, existe cierta uniformidad en definirlo como toda declaración de
voluntad, dictada en ejercicio de función administrativa que produce efectos jurídicos
individuales.
El efecto jurídico, que repetimos se dispara desde la notificación del acto es individual y
concreto. Esto lo diferencia del reglamento que tiene efectos generales abstractos y del
contrato administrativo que produce efectos entre las partes.
II. CARACTERES
1. Presunción de legitimidad
Es importante poner de resalto que, según nuestra opinión, no se trata de una cualidad ínsita
en la noción del acto ni que tenga sustento constitucional sino que es el producto de una
decisión legislativa que decide plasmarla en el ordenamiento jurídico de un Estado.
2. Ejecutoriedad
Otra de las características que se menciona del acto administrativo es su ejecutoriedad. Esta
denominación corresponde al derecho italiano y consiste en la posibilidad que tiene atribuida
la autoridad administrativa, para poder disponer luego de la notificación de la decisión, la
ejecución de sus actos por sí y ante sí , sin que resulte necesario acudir al auxilio del Poder
Judicial empleando para ello el procedimiento de ejecución coactiva. Esa prerrogativa estatal
se explica ante la necesidad de la administración pública de contar de manera oportuna con
los instrumentos necesarios para la satisfacción eficaz de los intereses colectivos a los que está
destinada a servir11. Es decir, no es preciso, esperar la resolución acerca de su validez en el
caso de que haya sido impugnado , habida cuenta que, el acto que se presume legítimo, tiene
obligatoriedad y exigibilidad .
Dicha circunstancia, pone en cabeza del administrado la carga de impugnar la validez del acto
irregular que afecta sus derechos y adquieren relevancia los institutos procesales como la
acción de amparo o las medidas cautelares para repeler la ejecución por parte del Estado.
En nuestra opinión no se trata de una característica ínsita en el acto administrativo sino que es
resultado de una decisión estatal. La mejor demostración de que no se corresponde con la
esencia del acto es que existen sistemas en donde ella no está presente. Así, por ejemplo, en
Alemania los actos administrativos no tienen ejecutoriedad sino que los recursos
administrativos o las acciones judiciales paralizan el efecto del acto, el que no puede ser
ejecutado a menos que la administración pública, mediante otro acto administrativo, decida la
necesidad de ejecución coactiva; razón por la cual si la administración pública pretende su
ejecución deberá aguardar hasta que se encuentre firme o necesitará declarar en otra decisión
que en ello se halla comprometido el interés público.
3. Estabilidad
El acto administrativo tiene estabilidad hasta que no sea revocado por la administración
pública por razones de ilegitimidad o de mérito oportunidad o conveniencia, o declarado nulo
por el Poder Judicial. Ampliaremos esta cuestión al referirnos al ejercicio de la potestad
revocatoria.
4. Obligatoriedad
A diferencia de los particulares el Estado tiene la prerrogativa de tomar decisiones que son
obligatorias para el administrado. Esto es lo que en Francia se llamópréalabley que suele
confundirse con la ejecutoriedad. Un acto administrativo puede ser ejecutorio o no de acuerdo
a si la ley ha consagrado o vedado esa prerrogativa de la administración. Sin embargo, la
obligatoriedad es independiente de ello dado que la decisión produce efectos jurídicos aunque
el recurso administrativo o la acción judicial tenga efecto suspensivo.
5. Irretroactividad
Como regla el acto administrativo no puede tener efectos retroactivos sino para el futuro. Así,
lo estipula el art. 13 de la LNPA cuando señala que “solo podrá tener efectos retroactivos
cuando sin afectar derechos adquiridos se dictare en sustitución de otro revocado o cuando
favoreciere al administrado”.
6. Recurribilidad
Por exigencia del derecho a la tutela judicial efectiva, todo acto administrativo es recurrible y,
en consecuencia, cualquier norma que lo prohíba debe ser declarada inconstitucional.
En virtud del carácter obligatorio y, sobre todo, por la ejecutoriedad que tiene el acto
administrativo en el sistema argentino adquiere relevancia, como forma de repeler los efectos
de la decisión estatal, el instituto de la suspensión de sus efectos.
Esta posibilidad está contemplada en el art. 12 de la LNPA cuando norma que la administración
debe de oficio o a pedido de parte suspender en sede administrativa los efectos del acto “por
razones de interés público, o para evitar perjuicios graves al interesado, o cuando se alegare
fundadamente una nulidad absoluta”; siendo dichas causales indistintas, esto es que basta la
concurrencia de una de ellas para que proceda la suspensión.
La otra posibilidad es que el administrado lo solicite ante el Poder Judicial mediante una
medida cautelar autónoma, es decir, de manera previa que se produzca el agotamiento de la
vía administrativa. Para ello, ¿Es necesario haber requerido la suspensión en sede
administrativa? Con la Ley 26.854 que regula el régimen de medidas cautelares en las que el
Estado Nacional es parte se ha dado respuesta a ese interrogante. Es que el art. 13 exige que
con anterioridad se haya pedido la suspensión en sede administrativa y que la decisión sea
adversa a la petición del administrado o que la administración no se pronuncie dentro de los
cinco días.
Esa reciente legislación, además, requiere a los fines de procedencia de la medida cautelar
autónoma los siguientes recaudos: a) acreditar sumariamente que el cumplimiento o la
ejecución del acto, ocasionará perjuicios graves de imposible reparación ulterior; b) demostrar
la verosimilitud del derecho invocado; c) la verosimilitud de la ilegitimidad, por existir indicios
serios y graves al respecto; d) la no afectación del interés público; e) que la suspensión judicial
de los efectos no produzca efectos jurídicos o materiales irreversibles.
El art. 5° in fine de la ley de medidas cautelares alude a la vigencia de este tipo de despachos
cautelares prescribiendo que la medida se extenderá hasta la notificación del acto
administrativo que agotase la vía. El art 8° segundo párrafo, por su parte, establece que
“Cuando la medida cautelar se hubiera dispuesto judicialmente durante el trámite del
agotamiento de la vía administrativa, dicha medida caducará automáticamente a los diez (10)
días de la notificación al solicitante del acto que agotase la vía administrativa”.
Asimismo, la medida cautelar de suspensión de los efectos del acto puede plantearse
conjuntamente con la demanda de nulidad del acto administrativo una vez que el acto ha
causado estado por ser definitivo y haberse agotado la vía administrativa. En ese caso también
debe cumplirse con los mencionados requisitos y su vigencia es de seis meses pero que puede
renovarse si se dan los supuestos mencionados (art. 5°).
A continuación, efectuaremos un análisis de cada uno de esos elementos esenciales del acto
administrativo y de sus correlativos vicios. Por razones puramente metodológicas y de orden
estrictamente personal, abordaremos el tema separando cada uno de los elementos esenciales
del acto y los vicios que pueden traer aparejada la nulidad absoluta. Sin perjuicio de ello,
recordamos que la existencia de un defecto en alguno de ellos puede motivar el traslado de la
irregularidad hacia los restantes componentes. Es que, como lo destaca GORDILLO, ante la
concurrencia de varios vicios, “ellos tienden a ser potenciados recíprocamente” .
1. La competencia
La competencia aparece como un elemento esencial del acto administrativo que constituye la
primera condición de validez del mismo y debe ser concebido como un conjunto de poderes,
facultades y atribuciones que el ordenamiento jurídico le atribuye a un órgano o ente estatal .
En tal sentido, el art. 7°, inc. a de la LNPA prescribe como uno de los requisitos del acto
administrativo, que el mismo sea dictado por una autoridad competente.
Tales extremos, se verificaron en el caso “Loma Negra” donde, la Corte Nacional, puso de
resalto un supuesto de incompetencia territorial. Se trataba de una acción interpuesta contra
una resolución, dictada por la Dirección General del Trabajo de la Provincia de Santiago del
Estero por la cual, se había convocado a una conciliación obligatoria la que, a su vez, ya había
sido dispuesta por su par de Catamarca. La actora, sostenía la incompetencia de aquella
dirección por entender que la misma carecía de las facultades necesarias para afectar —en
ejercicio del poder de policía— a un vecino de otra provincia. El Máximo Tribunal decidió que,
a causa de que la planta industrial donde tuvo lugar el conflicto se encontraba en territorio
catamarqueño la demandada carecía de facultades para disponer la conciliación obligatoria.
Por ello, estimó que resultaba claro que la Provincia de Santiago del Estero, había excedido el
ámbito de sus atribuciones constitucionales, al inmiscuirse en un conflicto ajeno a su
jurisdicción. Luego, añadió, que la conducta de la demandada, había afectado con ilegalidad
manifiesta el derecho de propiedad de la amparista, al imponerle una sanción para cuya
aplicación no estaba facultada. Producto de los referidos fundamentos, decidió hacer lugar al
amparo deducido, declarando la incompetencia de la demandada respecto del conflicto
suscitado en el establecimiento industrial que la actora explotaba en la Provincia de
Catamarca.
También, un vicio en el elemento competencia del acto podrá dar lugar a una hipótesis de
nulidad absoluta cuando se trate de competencia colegiada y el acto no sea suscripto por
todos los integrantes.
Esta temática adquiere importancia, en el ámbito de la actividad desarrollada por los entes
reguladores de los servicios públicos creados en la década del noventa, en cuanto varios de los
marcos regulatorios de esas actividades, establecen competencia colegiada en la dirección de
tales organismos .
Dicha conclusión, surge también de lo decido por la Corte Suprema in re “Distribuidora de gas
Pampeana”29. En este caso, el Ente Nacional Regulador del Gas (ENARGAS) había aplicado una
multa a una distribuidora de gas. A los fines del dictado del acto sancionatorio, la normativa
vigente exigía al ente, la concurrencia de la firma de los tres miembros del directorio y en el
caso particular, la resolución que imponía la multa sólo había sido suscripta por dos de ellos.
Basándose en que el marco regulatorio, determinaba en forma detallada y precisa la
integración y funcionamiento del órgano, el Alto Tribunal confirmó la sentencia que había
declarado la nulidad de multa.
2. La causa
El art. 7º de la LNPA establece que el acto, debe tener como base los antecedentes de hecho y
de derecho, y el art. 14, inc. b del mismo cuerpo normativo, sanciona con nulidad absoluta el
acto que carezca de causa, sea porque la misma no exista o por ser falsos los hechos o el
derecho que se invoca.
Dicho elemento, entonces, reconoce dos especies bien marcadas. Por un lado, la causa
material; esto es, se requiere que acaezcan en el mundo material acontecimientos,
circunstancias, o que existan antecedentes que autoricen el dictado del acto. Por el otro, la
causa jurídica que impone que los hechos encuentren fundamento en el ordenamiento
jurídico30.
La base fáctica del acto administrativo puede hallarse comprometida cuando, los antecedentes
de hecho que se invocan en la resolución resulten falsos, inexistentes o existentes pero que
carezcan de sustento probatorio. Es decir, que la concurrencia de alguno de esos extremos
vicia el acto y determina la nulidad absoluta en insanable del mismo.
cuales deberá ser el presidente o quien lo reemplace y sus resoluciones se adoptarán por
mayoría simple. El presidente o quien lo reemplace tendrá doble voto en caso de empate”.
Análisis de la causa como elemento del acto administrativo”, LLLitoral, 1998-2-814. 31 Fallos,
277:205, “Hochbaum” (1970).
En lo que tiene que ver con los antecedentes de derecho, la situación es diversa a la planteada
con relación a los antecedentes de hecho pues en esta situación, debe existir al momento del
dictado del acto administrativo una correspondencia entre éste y el bloque de juridicidad. Esto
implica, a su vez, que la nulidad del acto puede surgir de la mera confrontación de su
contenido con la legalidad vigente.
3. El objeto
Existen, también otros supuestos frente a la presencia de vicios en el objeto, que habilita el
planteo de nulidad. Así, la violación del principio de igualdad ante la ley a través del dictado de
un acto administrativo o cuando el mismo es discriminatorio.
También será nulo el acto que tenga un contenido imposible por la dificultad material de
cumplirlo sea por la inexistencia de su objeto o por oponerse a leyes físicas inexorables.
En “País Ahumada” , la Corte entendió que el decreto por medio del cual se dispuso el traslado
de los actores excedía el marco de lo que razonablemente puede entenderse por reubicación
del personal afectando de esa manera, el derecho a la estabilidad del empleado público
consagrado en el art. 14 bis de la CN.
Más recientemente, la Corte Suprema en un caso en donde una persona cuestionaba por vía
de amparo el acto administrativo por medio del cual se desestimó su solicitud de participación
en un concurso convocado para el cargo de bibliotecario de ese tribunal por ser de
nacionalidad cubana cuando la reglamentación exigía ser argentino, se declaró la invalidez del
acto administrativo y la inconstitucionalidad del reglamento que le dio base a esa decisión .
4. La razonabilidad
Sin embargo, debemos remarcar que en la LNPA, la proporcionalidad —entendida como una
especie de razonabilidad y como condición ineludible que debe cumplir el acto administrativo
— ha sido receptada por dicho cuerpo legal como un componente del elemento finalidad, al
prescribirse que en el art. 7º que “las medidas que el acto involucre deben ser
proporcionalmente adecuadas a aquella finalidad”.
Pero, más allá de la ubicación dentro del texto de la ley 19.549, la razonabilidad —y con ello la
proporcionalidad—, está atada a la vinculación entre objeto y finalidad del acto administrativo,
con lo cual, la ausencia de tal recaudo determina la nulidad absoluta del mismo .
En lo que tiene que ver con la aplicación del criterio de la proporcionalidad la causa
“Demchenko” constituye un buen ejemplo. Allí, la Corte efectuó un control más intenso ya
que además de revisar la relación entre medios y fines corroboró la relación de
proporcionalidad entre ambos elementos del acto administrativo. En el caso, se trataba de la
impugnación de una multa que se le había impuesto al actor en su carácter de propietario y
armador de un buque de bandera extranjera. Allí, se convalidó la sentencia del inferior que
había considerado que la sanción era desproporcionada en tanto había implicado un exceso de
punición ya que elquantum de la multa superaba el valor del buque. Para arribar a ese
resultado, el Máximo tribunal consideró que “la facultad de graduación de la multa entre el
mínimo y el máximo previsto en la ley, no escapa al control de razonabilidad que corresponde
al Poder Judicial con respecto a los actos de la Administración Pública, incluso cuando se trata
de facultades discrecionales de la administración” agregando que “[e]n modo alguno la
discrecionalidad implica una libertad de apreciación extralegal, que obste a la revisión judicial
de la proporción o ajuste de la alternativa punitiva elegida por la autoridad, respecto de las
circunstancias comprobadas, de acuerdo con la finalidad de la ley”.
5. Finalidad
El elemento finalidad, posee recepción normativa en el inc. f del art. 7º de la LNPA en cuanto el
acto administrativo debe cumplimentar con el fin previsto por la normativa por cuyo conducto
se otorgan las facultades al órgano emisor, quedando prohibido a éste, la posibilidad de
perseguir encubiertamente otros fines, sean estos públicos o privados, distintos de los que
justifican el dictado del acto .
Como correlato de la exigencia de la integración de la decisión con ese recaudo, el art. 14, inc.
b de dicho cuerpo normativo dispone la nulidad absoluta del acto cuando fuere emitido por
violación de la finalidad que inspiró su dictado, es decir en violación del interés público .
6. La forma
Para que exista un acto administrativo, es necesario un órgano dotado de competencia que
emita su voluntad conforme a una forma preestablecida normativamente y a través de un
determinado procedimiento.
a) Procedimiento
El elemento procedimiento puede ser definido como el cauce formal que el ordenamiento ha
dispuesto para que la administración resuelva un asunto y exprese su voluntad.
En el ámbito federal, el art. 7º inc. d de la LNPA prescribe que, previo a la emisión del acto
administrativo, se deben llevar a cabo los procedimientos previstos por la normativa vigente y
los que resulten implícitos del ordenamiento jurídico. También, se regla como esencial el
cumplimiento del dictamen proveniente de los servicios jurídicos permanentes de cada
repartición pública, cuando el acto pudiere afectar derechos subjetivos e intereses legítimos.
Por su parte, el art. 14 inc. b del mismo cuerpo legal determina la nulidad absoluta e insanable
en caso de violación de las formas esenciales, entre las cuales se ubica el procedimiento.
Consideramos que la sanción de nulidad impuesta por la aludida disposición resulta acertada
pues, como lo advierte COMADIRA el debido proceso adjetivo, aparece como correlato de la
garantía de defensa constitucional del art. 18 en sede administrativa, lo que implica que debe
cumplirse inevitablemente cuando los derechos de los particulares puedan resultar afectados.
Entonces, es pertinente afirmar que del texto de la LNPA se desprende que el acto
administrativo se encuentra vacuo sin el procedimiento .
Debemos destacar que existen dos subespecies del debido procedimiento previo: pues, por un
lado, tenemos el debido procedimiento adjetivo y por el otro, el derecho defensa.
Resulta ilustrativo de esta temática, lo sentenciado por la Corte Nacional en la causa “Adidas” .
Según surge del pronunciamiento, la actora y otras empresas del rubro del calzado
promovieron amparo, en contra del Estado Nacional, solicitando la nulidad de una resolución
del Ministerio de Economía, por medio de la cual se dispuso la salvaguardia a la importación de
calzados provenientes de terceros países del Mercosur basándose en que la normativa vigente,
a los fines de tal prórroga requería, previamente, la realización de una investigación entre las
partes interesadas y la Comisión Nacional de Comercio con las audiencias públicas respectivas.
El Tribunal, remitiendo al dictamen de la Procuradora, confirmó lo decidido en las anteriores
instancias, en cuanto habían hecho lugar al pedido de declaración de nulidad del acto amparo
por encontrarse manifiestamente viciado el elemento forma, debido a la omisión en la
realización del procedimiento de audiencia pública.
Más recientemente, el Alto Tribunal in re “Defensor del Pueblo” en donde se impugnaba una
resolución de la Secretaría de Telecomunicaciones se declaró la nulidad de tal acto
administrativo en virtud de que no se había realizado la audiencia pública. En tal sentido,
señaló que la omisión infundada, por lo demás de otorgar a los usuarios la posibilidad de
participar, con carácter previo y como requisito de validez, en la elaboración de la resolución
2926/99, resulta manifiestamente “ilegal”.
En lo que tiene que ver con el derecho de defensa hay que señalar que como correlato de la
exigencia del art. 18 de la CN debe permitirse al administrado ejercer el derecho a ser oído, a
ofrecer y producir pruebas, tal como lo establece la LNPA en el art. 1º, inc. f.
Como ejemplo puede traerse a colación el caso “Russo”57 en donde la Corte confirmó la
sentencia que había declarado nula una resolución de la DGI, por cuyo objeto se había
removido al actor de sus funciones y dispuesto su traslado, con clara violación del debido
proceso adjetivo, en cuanto no se le había brindado la oportunidad de ser oído antes de la
emisión del acto, de ofrecer las pruebas pertinentes, ni tampoco de obtener una decisión
fundada.
Nuestra postura, nos obliga a descartar de plano la teoría de la subsanación; que propugna
que la indefensión del particular, en sede administrativa, no implica la nulidad del acto
administrativo si luego el interesado pudo ejercer adecuadamente su defensa ante la propia
administración, al interponer un recurso o en sede judicial a través de una acción . Este
criterio, ha sido convalidado por la Corte al señalar que “cualesquiera sean las omisiones
observables en el procedimiento administrativo, las mismas no bastan para configurar una
restricción al derecho de defensa, cuando nada obsta para que la parte afectada alegue y
pruebe lo pertinente en la instancia judicial”59.
b) La motivación
Esa es la inteligencia del inc. e del art. 7º de la LNPA cuando prescribe la motivación de todo
acto administrativo y la explicitación concreta y precisa de las razones para el dictado del acto.
En este orden de cosas, su inclusión dentro del elemento forma, implica que ante su ausencia
el acto se encuentre viciado de nulidad absoluta, conforme lo establece el art. 14 inc. b de la
LNPA .
Entonces, podemos afirmar con Sacristán65 que la obligación legal de motivar los actos
administrativos, independientemente de lo normado por la aludida normativa procedimental,
constituye no sólo una exigencia de racionalidad sino también de constitucionalidad de la
decisión administrativa y, por ello, sólo podrá prescindirse de tal obligación, en los actos
administrativos donde únicamente se constata o certifica algo y en los actos tácitos, ya que no
hay una manifestación de voluntad .
Ahora bien, resulta imprescindible determinar, en qué supuestos y bajo qué condiciones, el
vicio en la motivación puede determinar la nulidad absoluta del acto administrativo. Este
tópico fue abordado por la Cámara Nacional en lo Contencioso administrativo federal en un
pronunciamiento en donde se dejó sin efecto un acto administrativo emanado del Consejo de
la Magistratura de la Nación por falta de motivación68. Es de destacar, por su factura jurídica,
el voto del juez Coviello, quien luego de afirmar que el acto impugnado por la actora era de
naturaleza administrativa, y que las valoraciones del mentado organismo no podían ser
sustituidas por el Poder Judicial, añadió que dicha circunstancia, no lo eximían de fundamentar
adecuadamente la decisión. En tal sentido, el aludido magistrado afirmó que “toda decisión de
naturaleza administrativa que afecte derechos de los particulares debe responder a una
motivación suficiente y resultar la derivación razonada de sus antecedentes, de modo tal que
se encuentren cabalmente a resguardo las garantías constitucionales en juego”.
Además de los elementos esenciales del acto administrativo existen otros que son
denominados como accidentales o accesorios. Desde nuestro enfoque, ambos términos no
pueden englobarse dentro de una misma categoría dado que responden a situaciones
diferentes que tienen incidencia en los alcances de la nulidad que pueden sufrir el acto.
Entre ellos puede, puede mencionarse al plazo, condición y el modo. El primero se verifica en
aquellos supuestos en que el acto está condicionado al transcurso de un término, sea para
producir efectos o para dejar de producirlos.
El modo implica que el acto administrativo queda sujeto al cumplimiento de una obligación
accesoria. Así, por ejemplo, la adjudicación de un contrato se encuentra subordinada a la
efectivización de una garantía de cumplimiento.
En cambio, hay condición cuando los efectos del acto se sujetan a la producción de un hecho
futuro e incierto, el que puede ser natural o humano69. Puede ser suspensiva cuando es
necesario que se concrete para que el acto produzca sus efectos (Vg. Cuando la designación
queda sujeta a la aprobación del examen psicofísico) o resolutoria, en aquellos casos en que el
acto deja de producirlos por
la realizada al momento del constatar el informe del art. 8° de la ley de amparo no pueden
encontrar fundamento alguno en nuestro ordenamiento jurídico. (SACRISTAN, Estela B., ob.
cit., p. 79). 68 CNac.Contadm.Fed., Sala I, 20/11/03, “Mattera, Marta del Rosario c/ Consejo de
la Magistratura Nacional – resol. 399/01”.
69 ALTAMIRA GIGENA, Julio I., Lecciones de derecho administrativo, Advocatus, Córdoba,
2005, p. 226.
el acaecimiento del suceso (Vg. la designación interina cesa cuando el cargo es cubierto por
concurso).
La irregularidad del acto derivada de una cláusula accidental o accesoria como regla no
importa la nulidad de la medida, “siempre que fuere separable y no afectare la esencia del
acto emitido” (art. 16, LNPA).
En nuestra opinión, para determinar las consecuencias que deben derivarse de la irregularidad
se debe analizar cuidadosamente cómo ha sido configurado el elemento accesorio o accidental
pues a veces posee mucha importancia.
VI. NULIDAD
También, la cuestión de la nulidad del acto administrativo está regulada en la LNPA. Así, se
entiende que es nulo o de nulidad absoluta el acto que tiene un vicio grave sobre sus
elementos esenciales o que carezca de uno de ellos . Por otro lado están los actos anulables o
de nulidad relativa que son aquellos que tienen un defecto que no llega a “impedir la
existencia de alguno de sus elementos esenciales”. En ese caso dice el art. 15 de la LNPA que el
acto será anulable en sede judicial.
Es importante, tener en cuenta la Ley de Ética pública Nº 25.188 cuando prescribe que los
actos emitidos por todas las personas que se desempeñen en la función pública en todos sus
niveles y jerarquías —en forma permanente o transitoria, por elección popular, designación
directa, por concurso o por cualquier otro medio legal— , los magistrados, funcionarios y
empleados del Estado que estén alcanzado por los supuestos de incompatibilidad o de
conflicto de intereses mencionados en los arts. 13, 14 y 15 de dicha norma, serán nulos de
nulidad absoluta, sin perjuicio de los derechos de terceros de buena fe, en los términos del art.
14 de la LNPA.
2. Nulidad manifiesta
Así, el mentado tipo de nulidad tiene como particularidad que el vicio del acto surge de
manera palmaria y notoria de la decisión, de lo que se infiere que el defecto puede ser
advertido a simple vista, sin que sea imperiosa la realización de una investigación fáctica para
constatar su presencia. Pues, la mentada categoría “apunta a comprobar la violación del
ordenamiento jurídico por la visibilidad externa del vicio antes que por una falla intrínseca
relacionada con la mayor o menor gravedad de la infracción” .
Es útil recordar, que la aludida clase de nulidad administrativa, pareció haber quedado
descartada del ámbito de ésta rama del derecho público argentino después del
pronunciamiento emitido por la Corte Suprema Nacional en la renombrada causa “Los Lagos” ,
habida cuenta que, —según la doctrina que emanaba del fallo— en virtud de la presencia de la
presunción de legitimidad en el acto administrativo, siempre era necesario la realización de
una investigación de hecho, para acreditar la nulidad de aquél. De dicha conclusión, resultaba
lógicamente, que prácticamente en ningún caso la nulidad del acto podía ser manifiesta dado
que, la sanción de invalidez siempre sería el producto de una investigación judicial que
constate la presencia del vicio en la decisión.
Pero, como lo señala MAIRAL, pronunciarse sobre la inexistencia de nulidades manifiestas, por
la sola presencia de la presunción de legitimidad nos lleva hacia un razonamiento circular . Por
lo tanto, si se sigue la línea argumental propuesta por el decisorio del Alto Tribunal, y ante la
comprobación de un vicio patente, el acto sigue presumiéndose legítimo, debemos concluir en
la desaparición de dicha especie de invalidez.
Aquella regla establecida por la Corte Federal, que recibió fuertes críticas de la doctrina
especializada por su excesiva generalización , quedó de lado a partir del dictado de una nueva
sentencia, que provocó el resurgimiento de la discusión sobre la vigencia de la nulidad
manifiesta en el ámbito del derecho administrativo.
Tal recaudo, fue requerido por primera vez en el recordado caso “Kot” que dictó la Corte
Suprema en 1958 y plasmado luego en el art. 1º de la Ley de Amparo Nº 16.986 y en el art. 43
de la CN.
Es importante poner de resalto que desde el punto de vista procesal esta especie de nulidad
tiene singular importancia dado que permite la impugnación de los actos administrativos a
través de la acción de amparo, cuando concurran los recaudos para ello .
VII. EFICACIA
El acto administrativo se extingue por el cumplimiento del objeto para el que ha sido dictado.
Pensemos a modo de ejemplo en un acto porque el que se dispone el traslado de una persona
de un sector de la administración pública a otro y el mismo se concreta.
Funciona en aquellos casos en donde el acto tiene una extensión temporal limitada;
transcurrido el tiempo el acto deja de producir efectos. A modo ilustrativo puede pensarse en
el supuesto en que se efectúa una designación por un tiempo. 3. Renuncia
4. Caducidad
5. Retiro
Se produce cuando el acto administrativo es dejado sin efecto antes de ser notificado al
interesado.
Es decir, que desde ese plano, la prerrogativa de revocar actos administrativos en sede
administrativa es factible desde el punto de vista constitucional. Sin embargo, la Ley
Fundamental también pone en claro cuáles son sus límites al prescribir en el art. 17 que “La
propiedad es inviolable, y ningún habitante de la nación puede ser privado de ella, sino en
virtud de sentencia fundada en ley”.
Para establecer el alcance de ese precepto sobre la potestad revocatoria debemos indagarnos
acerca del concepto de propiedad y las implicancias de la exigencia de que exista una
“sentencia fundada en ley”.
En lo que tiene que ver con la propiedad, la Corte Suprema la ha definido en la causa “Bourdié”
dictada en 1925 en donde se discutían los alcances de un contrato administrativo indicando
que “El término propiedad comprende todos los intereses apreciables que un hombre pude
poseer fuera de sí mismo, fuera de su vida y su libertad. Todo derecho que tenga un valor
reconocido como tal por la ley, sea que se origine en las relaciones de derecho privado, sea
nazca de actos administrativos, a condición que su titular, disponga de una acción contra
cualquiera que intente interrumpirlo en su goce, integra el concepto constitucional de
propiedad”.
Como puede advertirse, los derechos que emanan de un acto administrativo quedan
comprendidos en el concepto de propiedad constitucional, cuestión que ha sido ratificada por
el Máximo Tribunal . A partir de ello, debemos colegir, inevitablemente, que cuando se ha
generado un derecho adquirido en cabeza del administrado la propiedad deviene inviolable y,
por consiguiente, la administración pública no puede revocar un acto administrativo ante sí
cuando el mismo se ha incorporado al patrimonio del administrado.
Ahora bien, es importante aclarar que ese valladar establecido por la Carta Magna es de tipo
competencial o adjetivo , en tanto la prohibición impuesta solo implica que la administración
pública se encuentra vedada de revocar el acto ante sí, habida cuenta que es una atribución
que le corresponde exclusivamente al Poder Judicial. Es que, como vimos, se exige que para
privar de ese derecho adquirido a su titular la existencia de una “sentencia fundada en ley”,
que sea resultado de un proceso de lesividad en cuyo cauce el Estado acredite la ilegitimidad
del acto cuya anulación pretende y en donde, incluso, puede adicionarse una petición de tipo
cautelar que procure la suspensión del acto irregular hasta tanto se dicte sentencia.
Con relación a ello, cabe señalar que la norma se refiere a los derechos adquiridos de buena fe
por terceros, lo que implica que quienes han participado en la actividad corrupta no podrían
aducir la presencia de un derecho adquirido a partir de la decisión estatal.
c) 1. Actos administrativos regulares. Para tal supuesto, la LNPA en el art. 18 dispone que una
vez notificado el acto no puede ser revocado en sede administrativa cuando ha generado
derechos subjetivos a favor del administrado. Se agrega luego que sin embargo “podrá ser
revocado, modificado o sustituido de oficio en sede administrativa si el interesado hubiere
conocido el vicio, si la revocación, modificación o sustitución del acto lo favorece sin causar
perjuicio a terceros y si el derecho se hubiere otorgado expresa y válidamente a título
precario”.
En primer lugar, hay que señalar que esta disposición plantea una contradicción inicial dado
que al referirse al acto regular incluye dentro de su ámbito conceptual — como dijimos— al
acto de nulidad relativa y al válido, siendo que éste último no puede ser revocado ilegitimidad
dado que se ha dictado conforme al ordenamiento jurídico. Por las mismas razones, no puede
aludirse a la necesidad de promover de acción de nulidad (lesividad) contra un acto válido.
Amén de la defectuosa técnica legislativa, esto nos lleva a la conclusión de que el art. 18 —en
su primera parte— sólo se refiere a los actos anulables o de nulidad relativa ya que los válidos
solo pueden ser revocados por razones de mérito, oportunidad o conveniencia en los términos
de la segunda parte de esa norma, esto es con el pago de una indemnización.
En segundo término, debemos que dejar sentado que la norma en cuestión dispone que es
estable, es decir, que no puede ser revocado en sede administrativa, el acto regular que ha
sido notificado y ha generado derechos subjetivos.
Empero, una de las excepciones previstas en dicho régimen en donde cede esa regla de la
estabilidad se verifica en los supuestos en que el administrado haya tenido conocimiento del
vicio . Esto implica, lógicamente, que es pasible de revocación en la esfera administrativa el
acto regular notificado del que hubieren nacido derechos subjetivos cuando se verifica esa
hipótesis. En este estado de cosas, cabe preguntarse qué ocurre si ese acto administrativo ha
generado derechos subjetivos en cumplimiento, es decir, ¿puede ser revocado el acto regular
que ha generado derechos adquiridos cuando ha existido conocimiento del vicio?
Consideramos que desde el punto de vista de la LNPA la respuesta debe ser positiva habida
cuenta que la norma no lo específica. Sin embargo, como se ha visto, esa solución normativa
no resulta tolerable desde el punto de vista de la Ley Fundamental dado que se estaría
convalidando la violación derechos adquiridos (art. 17, CN), lo que convierte en
inconstitucional a ese precepto.
Como puede advertirse, se establece como principio que los actos administrativos irregulares
deben ser revocados o sustituidos por razones de ilegitimidad aun en sede administrativa. En
tales supuestos, se ha entendido que la administración se encuentra obligada a revocar el acto
ante sí y que, incluso puede ser compelida a hacerlo . La excepción a esa regla se encuentra
constituida por aquellos supuestos en que el acto administrativo estuviere firme y consentido
y hubiere generado derechos subjetivos que se estén cumpliendo . Esto, desde la perspectiva
constitucional (art. 17), como vimos, trae aparejado que no puede revocarse —en sede
administrativa— un acto frente a la existencia de derechos adquiridos.
A modo ilustrativo del modo de funcionamiento de esta limitación puede citarse lo resuelto in
re “Hernández” . La causa tuvo su génesis en el rechazo a la actora de la inscripción en el
segundo año de la Escuela de Bellas Artes «Manuel Belgrano» por carecer de los requisitos
necesarios para ingresar a dicha escuela en la que ya había efectuado el primer año. El Alto
Tribunal al resolver consideró que la decisión poseía un vicio en tanto había sido dictada en
violación al límite al ejercicio de la potestad revocatoria habida cuenta que existían derechos
subjetivos en cumplimiento, de conformidad a lo normado por el art. 17 de la LNPA.
Pues, en palabras de la Corte Suprema, “una interpretación armónica de los preceptos citados
conduce a sostener que las excepciones a la regla de la estabilidad en sede administrativa del
acto regular previstas en el art. 18 —entre ellas, el conocimiento del vicio por el interesado—
son igualmente aplicables al supuesto contemplado en el art. 17, primera parte. De lo
contrario, el acto nulo de nulidad absoluta gozaría de mayor estabilidad que el regular, lo cual
no constituye una solución razonable ni valiosa. Una inteligencia meramente literal y aislada
de las normas antes indicadas llevaría a la conclusión de que habría más rigor para revocar un
acto nulo que uno regular cuya situación es considerada por la ley como menos grave” .
El fundamento que se invoca —desde los diferentes planos de análisis— para sostener la
aplicación del conocimiento del vicio al acto irregular es que, de otro modo, se daría más
protección al acto regular que el irregular. Pues, se razona de la siguiente manera, si el acto
regular puede ser revocado siempre que hay conocimiento del vicio esa regla también debe
aplicarse a los actos irregulares habida cuenta que si no se estaría otorgando mayor tutela al
acto irregular que al regular.
El acto administrativo puede extinguirse por la revocación que haga la administración pública
por razones de mérito, oportunidad o conveniencia, es decir, porque así lo exige el bien
común.
Es importante dejar en claro que para que un acto administrativo sea pasible de revocación
por motivos de interés público resulta condición necesaria que el acto sea válido pues, de lo
contrario, la administración debe revocarlo por ilegitimidad.
Sin perjuicio de ello, diremos que la última tendencia de la Corte Federal es que debe
indemnizarse el daño emergente y el lucro cesante debidamente acreditado . 8. Anulación
judicial
IX. SUBSANACIÓN
Los actos administrativos anulables (o de nulidad relativa) pueden ser saneados de dos
maneras: Primero, mediante la ratificación por el por el órgano superior, cuando el acto
hubiere sido emitido con incompetencia en razón de grado y siempre que la avocación,
delegación o sustitución fueren procedentes. Segundo, a través de la confirmación por el
órgano que dictó el acto subsanando el vicio que lo afecta.
En tal caso, los efectos del saneamiento se retrotraerán a la fecha de emisión del acto objeto
de ratificación o confirmación (art. 19, LNPA).
El art. 93 se refiere al elemento subjetivo del acto al indicar que este será producido “por el
órgano competente” y, en cuanto a las formas, se prescribe que debe dictarse “mediante el
procedimiento que en su caso estuviere establecido”. A su vez, dispone que el contenido se
“ajustará a lo dispuesto en el ordenamiento jurídico y será adecuado a los fines de aquellos” lo
que implica el reconocimiento de los elementos objeto y finalidad.
Luego, el art 98 hace referencia al tema de la fundamentación al indicar que “Todo acto
administrativo final deberá ser motivado, y contendrá una relación de hechos y fundamentos
de derecho, cuando: a) decida sobre derechos subjetivos; b) resuelva recursos; c) se separe del
criterio seguido en actuaciones precedentes, o del dictamen de órganos consultivos”.
CONTRATOS ADMINISTRATIVOS
El tema de los contratos administrativos es uno de los tópicos medulares del derecho
administrativo en la actualidad. En primer lugar porque mediante la técnica contractual el
Estado procura la satisfacción del interés público y, a la vez, los particulares colaboran en esa
tarea, que se erige —cada vez más— como una modalidad de participación ciudadana y
cogestión en el interés general. Por otra parte, no podemos perder de vista que la mayor parte
de los presupuestos de los Estados se ejecutan a través de los contratos que celebran con los
particulares, lo cual pone de relieve su enorme incidencia en el campo económico, ámbito en
el cual la sociedad demanda en forma creciente mayores recaudos de transparencia y ética
pública en la distribución de los fondos públicos.
Por estas razones, es cada vez más frecuente que la Administración establezca vínculos
jurídicos con otros sujetos y acuda al concurso de otras voluntades para sus diversas
actividades.
Estos actos jurídicos formados conjuntamente por la intervención de dos o más sujetos de
derecho y que establecen entre ellos un vínculo jurídico, configuran lo que se denomina la
actividad contractual de la Administración. Una primera distinción de las formas contractuales
en el actuar administrativo, se nos aparece de inmediato, y ella proviene de la consideración
de los sujetos de derecho que intervienen en la relación: si ambos contratantes son personas
jurídicas estatales, la realidad jurídica será distinta a la que se presenta si uno de los
contratantes es un particular. Se distinguen, por tanto, los contratos interadministrativos de
los contratos entre la Administración y los administrados, a los cuales nos referiremos más
adelante.
Las posturas que niegan la existencia de contratos administrativos, y que en cambio propician
hablar de “acto administrativo bilateral”, de “acto administrativo necesitado de coadyuvante”,
de “actos unilaterales coligados”, etc., se apoyan en los siguientes argumentos: 1) la
Administración actúa en una relación de supremacía respecto de los particulares; si actuara en
el mismo plano sería un contrato de derecho privado; 2) la única manera que exista contrato
es el resultado de la libre voluntad de los participantes (art. 1197, CC), lo cual no es posible
entre la Administración y los particulares pues aquélla debe actuar según el ordenamiento y
ejercer las potestades que surgen de él; 3) los actos en los que interviene la Administración
versan sobre objetos que están fuera del comercio; en cambio, el objeto de los contratos debe
estar siempre dentro del comercio (arts. 1167 y 953 C.C.) y 4) el concepto de contrato impide
distinguir entre contratos de derecho público y de derecho privado, pues se trata de una
categoría única .
Las teorías positivas, por su parte, postulan los siguientes aspectos para caracterizar esta
categoría contractual, a saber, 1) hay contrato administrativo siempre que interviene la
Administración pública como tal. A esta posición se ha criticado que no siempre que interviene
la Administración lo hace en ejercicio de función administrativa (razón por la cual es posible
hablar también de contratos privados de la Administración) o que entre privados también
puede haber contratos públicos; 2) cuando el contrato es sometido al conocimiento de la
jurisdicción contencioso administrativa se trata de contratos administrativos. Sin embargo, se
ha señalado que la jurisdicción es una consecuencia de la naturaleza del contrato y no al revés;
3) hay contrato administrativo cuando éste resulta del cumplimiento de determinadas formas
jurídicas (ej. elaboración de pliegos de condiciones, licitación pública, etc.), aunque
actualmente estos aspectos también son realizados en las contrataciones entre privados; 4)
cuando la substancia del contrato persigue un determinado fin público o ejecute un servicio
público; y 5) cuando el contrato posee determinadas cláusulas inusuales o exorbitan a las que
se utilizarían en el derecho privado.
Los aludidos criterios positivos son invocados alternativa o conjuntamente para señalar la
existencia de un contrato administrativo y han sido valorados en forma diferente por la
doctrina y la jurisprudencia, circunstancia que muestra la apertura conceptual y los diversos
aspectos que inciden en la configuración de los contornos de este concepto, según veremos en
los apartados siguientes.
Frente a esta posición, MAIRAL ha señalado que la teoría tradicional del contrato
administrativo es innecesaria e inconveniente pues esa noción, tal como concibe la doctrina
clásica, permite que aún en ausencia de toda disposición legal o contractual que lo autorice, la
parte estatal goce de prerrogativas intracontractuales, tales como disponer unilateralmente las
modificación o rescisión del contrato o imponer al contratista sanciones no previstas en norma
legal o contractual alguna y que existen aun en presencia de disposiciones contractuales que
las nieguen. Estas prerrogativas son inherentes a la misma noción de contrato administrativo y
por lo tanto extrapolables a cualquier contrato que la administración celebre, siempre que
encuadre dentro de una categoría tan imprecisa como la del contrato administrativo, lo cual
torna peligrosa a la noción .
En definitiva, sea que se trate de una visión sustancialista del contrato administrativo; o
aquélla que combate la existencia de potestades implícitas o, la teoría formal del contrato
administrativo, lo cierto es que podemos afirmar que los contornos más precisos del concepto
se encuentran en plena discusión en la doctrina iuspublicista.
Este concepto que adquirió carta de ciudadanía en el mencionado caso y fue reiterado en
otros precedentes , se completa con el requerimiento de la Corte sobre el cumplimiento de las
formas esenciales de derecho público para su celebración según viene postulando en otros
casos. En tal sentido, por ejemplo, en la causa “Lix Klett” , en la que la empresa actora que
prestaba el servicios a la Biblioteca Nacional mediante un acuerdo verbal en el que se había
omitido el recaudo de la instrumentación escrita, resultante del procedimiento de
contratación, autorización presupuestaria, entre otras omisiones, demandó al Estado por el
cobro de esos servicios. La Corte Suprema rechazó el reclamo de la actora en el entendimiento
de que no había contrato administrativo pues justamente se había inobservado tales
procedimientos esenciales propios de la contratación administrativa .
Las posturas que admiten la existencia de contratos administrativos señalan que estos
contratos presentan, al igual que los contratos civiles y comerciales, los mismos elementos
fundamentales que éstos que son: sujeto, objeto, causa, forma y finalidad . Sin perjuicio de
ello, se señalan ciertas particularidades en los contratos públicos como veremos a
continuación.
1. Sujeto
El cocontratante puede ser también otra persona pública actuando en función administrativa,
caso en el cual se conforma lo que se denomina “contratos interadministrativos”. Aunque esta
categoría es discutida por algunos autores, lo cierto es que en la práctica se configuran estos
contratos en aquellos casos de acuerdos entre sujetos de distintas administraciones, como
ocurre en los acuerdos entre el Estado provincial y nacional y/o diferentes municipios para el
logro de los intereses públicos.
2. Objeto
El objeto del contrato administrativo es, como en todos los contratos, la prestación, que
también aquí podrá consistir en una obligación de dar, hacer o no hacer. Los requisitos no
varían de aquellos establecidos para los contratos del derecho común (arts. 1167, CC y concs.),
aunque presentan ciertas particularidades.
El objeto del contrato administrativo puede ser una cosa que esté fuera del comercio, a
diferencia de lo que ocurre en el derecho común. Por ejemplo, pueden mencionarse los
contratos de derecho público que versan sobre bienes que integran el dominio público.
3. Causa
La causa es otro de los elementos de los contratos administrativos, al igual de lo que ocurre
con los de derecho privado. Sin embargo, este aspecto también tiene singular importancia en
la contratación pública.
En efecto, la satisfacción de un modo directo de una necesidad colectiva muy concreta que,
debido a una habilitación legal, constituye el hecho y el antecedente en que se sustenta el
contrato en los términos del art. 7º, inc. b, LPA La causa de un contrato de obra puede
consistir, por ejemplo, en la necesidad de construir una autopista, admitida en una partida de
la ley de presupuesto. De esta manera, el contrato deberá expresar que lo que se construye
esa autopista por un monto y en un lugar determinados por la ley y el procedimiento
administrativo que le sirve de antecedente .
4. Forma
En el campo del derecho administrativo, la ley 13.064, que regula el contrato de obra pública,
exige la forma escrita de manera obligatoria, aspecto que fue seguido por otras legislaciones
provinciales. Posteriormente, la LNPA se refiere en el artículo 8 al elemento forma del acto
administrativo disponiendo que, en general, se expresará por escrito, pudiendo adoptarse una
forma distinta por excepción — por ejemplo, la verbal— cuando «las circunstancias lo
permitieran». Es decir, los contratos administrativos están sujetos al recaudo de forma escrita,
sin perjuicio de las otras prescriptas, y sólo por excepción se podrá concertar en forma verbal,
cuando las circunstancias lo permitan.
5. Finalidad
La finalidad como elemento del contrato administrativo consiste en el fin último que él
persigue, esto es, el interés público que en concreto debe satisfacer la contratación y que varía
según el fin particular al que responde cada uno, conforme la ley. La finalidad del contrato se
define en la normativa que otorga competencia al órgano o al ente habilitado para su
celebración. Por esa razón, cualquier apartamiento de dicha finalidad importa un vicio grave
que lo invalida por desviación de poder pues del mismo modo que la finalidad es un elemento
esencial del acto administrativo (art. 7º, inc. f, LPA), también lo es del contrato.
La causa y finalidad son, como se ha dicho, dos elementos que se complementan en la teoría
del contrato administrativo, adquiriendo una trascendencia que supera la teoría de la causa en
los contratos de derecho común .
El régimen normativo a nivel nacional se integra mediante el decreto 1023/2001 y del decreto
893/2012 . Es de destacar que dado que por mucho tiempo no se dictó la reglamentación de
ese cuerpo normativo según lo dispuesto por el art. 39 de dicho decreto delegado, resultó de
aplicación el reglamento aprobado por el decreto 436/ 2000 , que fue posteriormente
reemplazado por el citado decreto 893/2012.
Asimismo en el año 2013 se dictó una nueva ley de contrataciones N° 10.155 que establece en
el ámbito provincial un nuevo régimen de compras y contrataciones, cuya vigencia según lo
establece el artículo 34 de la nueva ley, ha quedado diferida a partir del mes siguiente al de la
publicación de su reglamentación, que aún no ha sido promulgada.
La ley 10.155, cuyo capítulo II regula lo atiente a los procedimientos de selección del
contratista como la licitación pública, la subasta electrónica o remate público, la compulsa
abreviada y la contratación directa, prevé significativas novedades en torno a los principios
que deben inspirar las contrataciones públicas en el ámbito provincial.
Con respecto a estos nuevos principios se establece la utilización de medios informáticos para
las contrataciones y las llamadas contrataciones públicas sustentables.
En ese sentido el concepto de oferta más conveniente pasaría a tener un sustratum más a
analizar que el del precio, el cual es tenido en cuenta en la actualidad, conforme el régimen de
contrataciones vigente, no obstante ello la obligatoriedad o no de de la aplicación de los
criterios de sustentabilidad dependen del criterio del órgano rector, entendiendo que hubiera
sido conveniente establecer la obligatoriedad de ciertos parámetros o criterios de
sustentabilidad en la adquisición de ciertos productos cuya producción verde no genera
mayores costos y son adquiridos en grandes volúmenes por el Estado Provincial.
Por último es destacar que mantiene su vigencia en la Provincia la Ley N° 9331 , que otorga
preferencia en las contrataciones del estado a los productos o bienes de origen provincial,
siempre que se configuren similares condiciones de contratación respecto de productos,
bienes de uso, bienes de capital, y servicios producidos o elaborados fuera del territorio
cordobés. Que esta ley establece el “Compre Córdoba”, que tiene sus antecedentes en las
leyes nacionales de “Compre Nacional” y “Compre Argentino”, que establecían preferencias a
bienes producidos en el territorio nacional. En el ámbito de la Provincia de Córdoba, mediante
el dictado de la Ley N° 10.155, se establece un Nuevo Régimen de Compras y Contrataciones,
cuya vigencia según lo establece el art. 34 de la nueva ley será a partir del mes siguiente al de
la publicación de su reglamentación.
CONTRATISTA
Hemos visto que la formación de un contrato administrativo, como todo contrato, requiere
para su perfeccionamiento de la fusión de al menos dos voluntades (la de un ente público y la
de otro ente público o un particular) y que para llegar a ella deben atravesarse una serie de
etapas.
Algunos autores consideran que estas habilitaciones previas forman parte del procedimiento
de selección del cocontratante, cualquiera sea el que haya de aplicarse (licitación pública,
concurso, etc.); otros, en cambio, desde una perspectiva más restringida, consideran que ellas
constituyen una fase o etapa preparatoria del contrato, siendo singularmente identificables en
los casos en los que el método de selección ha sido la licitación pública.
2. La autorización previa de otro órgano como requisito para poder celebrarcierto tipo de
contratos —ej. autorización del Congreso o de ciertos concejos deliberantes para la
celebración del contrato de empréstito por parte de Nación o Municipios, respectivamente; o
la autorización de dicho cuerpo deliberativo local para la concesión de servicios públicos—
reviste también el carácter de habilitación previa. Entran a tallar en esta instancia el control
interno que realiza la Sindicatura General de la Nación, y el externo que lleva a cabo la
Auditoría General de la Nación en los términos de la ley 24.156 .
Luego y teniendo en cuenta lo expresado en relación a las distintas posturas sobre las llamadas
habilitaciones previas, podemos mencionar también de manera enunciativa las siguientes
etapas a saber, 4) la elaboración de los pliegos de bases y condiciones, 5) el acto administrativo
del llamado a la licitación; 6) la publicación del llamado a licitación; 7) la consulta de los pliegos
por los interesados; 8) la compra de los pliegos por parte de los interesados, 9) el pedido de
aclaraciones de los eventuales oferentes; 10) la formulación de aclaraciones por parte de la
Administración y 11) la presentación de las ofertas por los interesados (oferentes).
En cuanto a los pasos siguientes que surgen de los decretos 1023/01 y 893/12 y normas
derivadas pueden mencionarse: 1) el acto de apertura de ofertas, que generalmente coincide
con el vencimiento del plazo para la recepción de ofertas; 2) la vista de las ofertas, para poder
ser analizadas recíprocamente por los oferentes, o bien por cualquier interesado; 3) la
formulación de observaciones, las que debieran ser hechas respecto del acto de apertura
considerado en sí mismo, pero que muchas veces se refieren a las faltantes, errores u
omisiones de las ofertas; 4) el acta de apertura, que debe firmar el funcionario que presida el
acto y los oferentes que estuvieren presentes, fueren invitados a hacerlo y quisieren hacerlo.
En ella se deja constancia de la hora de cierre del plazo para la recepción de ofertas, de la
cantidad y titularidad de las ofertas recibidas, del contenido de cada sobre, etc.; 6) el cuadro
comparativo de ofertas, el cual elabora la unidad operativa de contrataciones de cada
jurisdicción o entidad. El mismo debe incluir el análisis (preliminar y meramente formal) de las
ofertas alternativas que pudieren haberse presentado; 7) el envío del cuadro comparativo a la
comisión evaluadora y recepción por parte de ésta; 8) la evaluación, que comprende el análisis
y evaluación formal y sustancial de las ofertas, abarcando las consultas que pudieren realizarse
a las autoridades en materia de contrataciones y a cualquier organismo técnico, público o
privado idóneo —INTI, IMPI, CONICET, entre otros—. En esta etapa quedan comprendidos los
pedidos de subsanación de errores formales —no sustanciales— que pudieren contener las
ofertas, así como los pedidos de aclaraciones.
En el íter de este procedimiento pueden presentarse algunas vicisitudes prácticas, entre las
que podemos mencionar las siguientes:
10- Resolución de las impugnaciones según la LNPA (y/o normativa que resulteaplicable
según la jurisdicción de que se trate).
11- Desistimiento de la oferta: Los oferentes pueden desistir de sus ofertas antes de la
notificación de la adjudicación (acto que perfecciona el contrato), siendo generalmente la
sanción la pérdida de las garantías del mantenimiento de la oferta.
12- Denuncia, enmienda y rechazo de ofertas son circunstancias también factibles y por
ende previstas.
Partimos de la premisa de que la Administración no es libre de contratar con quien desee pues
el ordenamiento jurídico le indica cuál es, de entre los varios que existen, el procedimiento o
método que aquélla deberá llevar adelante el tipo de contrato que pretenda celebrar.
En virtud de ello, como métodos más importantes la doctrina identifica: a) la licitación pública,
(que será tratado por separado debido a su importancia práctica) b) la licitación privada; c) la
licitación restringida; d) la contratación directa; e) el remate público; f) el concurso; g) la
selección por negociación; i) la selección por iniciativa privada; j) el concurso de proyectos
integrales; y k) los denominados contratos consolidados abiertos funcionales .
5- Concurso: que se define como el medio de selección del cocontratante que tiene
fundamentalmente en cuenta el factor personal, es decir, la mayor capacidad técnica,
científica, cultural o artística entre dos o más personas; y en sintonía con dichanoción el
decreto 1023/01 señala en su art. 25, inc. a) 2, que “[…] el procedimiento del concurso público
se realizará de acuerdo con el monto que fije la reglamentación y cuando el criterio de
selección del cocontratante recaiga primordialmente en factores no económicos, tales como la
capacidad tecno-científica, artística u otras, según corresponda […]”. Este método se emplea
con habitualidad a la hora de contratar personal para laborar en la Administración; por
ejemplo, la cobertura de cátedras en las universidades nacionales.
6- Selección por negociación: Bajo la condición de estar precedido por una decisión
fundada expresamente, el Proyecto de Ley de Contrataciones del Estado había previsto este
procedimiento de selección por negociación en su art. 16 para los casos en que fuere viable la
contratación directa, la licitación privada, y cuando debido a la complejidad de las prestaciones
del cocontratante no fuere posible su configuración detallada y definitiva en los pliegos de
condiciones.
7- Selección por iniciativa privada: Discutido por algunos el carácter de un verdadero
procedimiento de selección del contratista de la Administración , fue también incluido en el
Proyecto de Ley de Contrataciones del Estado para el caso en que una persona haya
presentado una iniciativa en el campo de las obras o los servicios públicos (art. 17). Por su
parte, el Decreto 1023/01 lo prevé en sus arts. 24, inc. e; 37, inc. c, 132 y 133. El art. 132
contempla el requisito de previa declaración de interés público de la iniciativa, previo
dictamen técnico, como así también, que efectuada la declaración la iniciativa será tomada
como base para la selección de ofertas de acuerdo con el procedimiento de licitación pública.
La declaración de interés público de la iniciativa no generará obligaciones a cargo del Estado;
ahora bien, si en la licitación se presentara una oferta más conveniente que la del autor, éste
tendrá derecho —juntamente con el mejor oferente— a formular una mejora de oferta.
Efectuada la mejora, si ambas ofertas fueran equivalentes, será preferida la del autor de la
iniciativa. En lo que respecta al Decreto 893/12, el art. 200, inc. a, de su Anexo II prevé la
iniciativa privada como una de las modalidades bajo la cual se pueden llevar adelante las
contrataciones, y el art. 201 exige respecto de aquélla sea novedosa u original e implicar una
innovación tecnológica o científica, debiendo contener monto estimado de la inversión,
lineamientos que permitan su identificación y comprensión, así como elementos que permitan
demostrar su viabilidad jurídica, técnica y económica. Los arts. 202 a 206 inclusive se ocupan
del procedimiento establecido para este tipo de modalidad de contratación. Viene al caso
recordar, además, la existencia del Decreto 966/0535 —Régimen Nacional de Iniciativa Privada
—, de aplicación —conf. art. 1º— “[…] a los diversos sistemas de contratación regulados por
las Leyes Nº 13.064 , Nº 17.520 y Nº 23.696 […]”, el cual dispone una serie de requisitos para
la admisibilidad del proyecto de que se trate (art. 2º) y la creación de una Comisión de
Evaluación y Desarrollo de Iniciativas Privadas (art. 4º), entre otros aspectos de interés a cuya
lectura nos remitimos brevitatis causae.
De acuerdo al art. 25 inc. a del decreto 1023/01 se configura tal modalidad de selección del
cocontratante cuando el llamado a participar está dirigido a una cantidad indeterminada de
posibles oferentes con capacidad para obligarse, y será aplicable cuando el monto estimado de
la contratación supere el mínimo que a tal efecto determine la reglamentación, sin perjuicio
del cumplimiento de los demás requisitos que exijan los diferentes pliegos. Agrega el apartado
1 del mismo inciso a, que dicho procedimiento será de aplicación cuando el criterio de
selección del cocontratante recaiga primordialmente en factores económicos.
En ese sentido, MARIENHOFF ha sostenido que la licitación pública constituye una excepción al
principio general de la libre elección del contratista; a aquel procedimiento, ha expuesto, sólo
se debe recurrir cuando una norma lo exige.
Otros autores, en cambio, proponen la licitación pública como regla general para toda
contratación administrativa con el fin de asegurar la legalidad, moralidad, conveniencia y
limitación de la discrecionalidad de los agentes públicos intervinientes (Bezzi, Bielsa).
En tal orden de ideas, la doctrina de los actos separables presenta practicidad y utilidad, dado
que cada uno de esos elementos podrá ser jurídicamente considerado en forma individual,
permitiendo desterrar en el camino eventuales vicios, por la vía que correspondiere.
Un sector de la doctrina nacional, como vimos, se inclinó en su momento por sostener que el
principio general en materia de selección de contratistas estatales debía ser el de la libre
elección, conteste con el cual, ante ausencia de norma expresa en contrario, la Administración
podía elegir discrecionalmente con quién contratar, sin más limitaciones que las válidamente
oponibles ante la actividad administrativa discrecional .
“[…] a falta de una norma expresa que exija la licitación pública para elegir cocontratante, o
sea, ante la ausencia de fundamento legal, debe estarse por la validez del acto […]”44.
Otro sector de la doctrina, en cambio, propone la licitación pública como regla general para
toda la contratación administrativa con el fin de asegurar la legalidad, moralidad, conveniencia
y limitación de la discrecionalidad de los agentes públicos intervinientes.
Teniendo en cuenta ambos criterios, COMADIRA afirma que la polaridad no se daría entre la
libre elección y la licitación pública sino entre la libre elección —que excluiría toda selección—
y la seleccionabilidad.
2. Principios jurídicos
Los principios fundamentales que rigen el procedimiento de licitación pública son los
siguientes, a saber:
c) Igualdad entre los oferentes o licitantes: contemplado este último principioen el inc. f
del mencionado decreto 1023/01, encontrará en gran medida su realización en tanto haya
riguroso y generalizado respeto a las normas del pliego, considerándose ecuánimemente todas
las ofertas, y permitiendo en todo momento la publicidad de las actuaciones. Es relevante
destacar que, tal como lo ha reconocido autorizada doctrina y jurisprudencia de nuestro
Máximo Tribunal, el principio de igualdad se proyecta, además de su etapa formativa, en el
momento de celebración o perfeccionamiento del contrato, en la etapa de ejecución y
también al momento de su extinción.
Los pliegos de bases y condiciones son definidos genéricamente como el documento elaborado
por la Administración en el que ésta regula el procedimiento de selección de su futuro
contratista y, asimismo, el régimen de ejecución del contrato de que se trate .
Este concepto genérico comprende dos especies: el pliego de bases y condiciones generales y
el pliego de condiciones particulares. El primero contiene las disposiciones relativas a los
contratos de una misma clase o categoría (p.ej. obra pública, suministro, etc.) o bien todos los
contratos que celebra la Administración. El segundo se refiere, en cambio, a un contrato
particular, cierto y determinado respecto del cual fija las condiciones específicas (p.ej. el
contrato de obra pública para la ejecución de una determinada escuela en el ámbito de la
Municipalidad de Córdoba).
Así cabe preguntarse ¿todos los pliegos de bases y condiciones tienen la misma naturaleza o es
posible realizar diferencias entre ellos?
Algunos autores sostienen el carácter normativo de todos los pliegos, tanto generales como
particulares. Otros opinan que los pliegos de bases y condiciones generales revisten naturaleza
de actos administrativos de alcance general y la calidad de acto particular a los pliegos de
condiciones particulares. Están quienes proponen una categorización compleja, variable según
el grado de desarrollo del procedimiento de selección y de ejecución del contrato de manera
que asumirán sucesivamente la calidad de actos internos (antes de su publicación), normativos
(desde su publicación) e integrativos del contrato (a partir de la adjudicación del contrato). Hay
también autores que han planteado la imposibilidad de una determinación apriorística de la
forma jurídica del pliego, la cual depende de la normativa aplicable, el pliego en concreto y la
intención de la Administración en su elaboración.
También se ha entendido, finalmente que los pliegos generales son actos de alcance general
normativo, es decir, reglamentos en tanto regulan, con vocación de permanencia, una
pluralidad de casos indeterminados y se incorporan así, al ordenamiento sin consumirse, por
ende, con su aplicación. En lo que se refiere a lospliegos de bases y condiciones particulares,
en tanto contienen cláusulas relativas a un determinado contrato, revisten la calidad de actos
generales no normativos porque sus prescripciones se aplican a destinatarios indeterminados
(los potenciales oferentes) y se consumen con su aplicación, es decir, con la sustanciación de la
selección y el desarrollo del contrato.
Finalmente resta decir que la cuestión de la naturaleza de los pliegos de bases y condiciones
posee utilidad práctica pues según se trata de actos generales o particulares —y de admitirse,
de carácter normativo o no normativo—, dependerá el régimen jurídico aplicable a cada uno
de ellos, en cuanto a la regulación de su contenido, publicación, etc. Además, la diferencia
entre pliegos, permite plantear, por un lado, el principio de la inderogabilidad singular del
reglamento y por otro justifica, distinciones significativas en materia impugnatoria según lo
previsto en las respectivas leyes de procedimiento administrativo.
Los caracteres que diferencian y resultan distintivos de los contratos administrativos hacen
que su ejecución también posee rasgos que le son propios. En efecto, el hecho de que la
Administración tenga una posición de superioridad frente a su cocontratante, lo cual le
permite modificar el contenido del contrato y/o el alcance de las prestaciones a condición de
que no se altere la posición de equilibrio que tiene su contraparte, la “ecuación económico-
financiera” , refleja la flexibilidad y singularidad de estos contratos.
En tal sentido, se menciona como ejemplo de esta flexibilidad a los contratos de concesión de
obras y servicios públicos, a los que caracteriza por ser de vida dilatada47 y que pueden ser
pasibles de distintas modificaciones o alteraciones en el transcurso del tiempo.
Ahora bien, cuál es el límite de esas modificaciones es un tema que ha despertado diferentes
opiniones. Algunos autores señalan que ese límite está dado por un criterio de prudencia, que
lo sienta el tener presente que las ofertas podrían resultar poco serias en tanto el oferente
podría especular con la posibilidad de constantes cambios en las condiciones de contratación
al poco tiempo de transitada la vida contractual. Mayoritariamente, se reconoce empero que
el límite natural a estas modificaciones reside en la necesidad del mantenimiento de la
ecuación económico financiera del contrato.
A la par del derecho de ejercer sus facultades y a la obligación de cumplir con sus deberes
como parte en la relación contractual, la Administración goza de unas prerrogativas que, en
general, se evidencian en la presencia explícita o implícita de las llamadas cláusulas
exorbitantes al derecho privado.
Estas potestades, que son de orden público, irrenunciables, improrrogables, derivadas del
régimen jurídico propio de la función administrativa y, al mismo tiempo, de ejercicio
obligatorio, son: la continuidad, la mutabilidad, la potestad sancionatoria, y la potestad
rescisoria.
a) Continuidad
Esta prerrogativa reposa en la superioridad del fin público del contrato y en la subordinación
de las partes respecto de dicho fin, afirmándose que de esta manera se evidencia el rol del
contratista como colaborador de la Administración.
Los modos de control de la continuidad contractual son de diverso orden, a saber:
Técnico: depende de la naturaleza de las prestaciones del contrato, por lo que debe ser acorde
al objeto específico de esas prestaciones (ej.: el control sobre la construcción de una represa
hidroeléctrica no es igual al control de la ejecución de una escuela).
Material: Se trata del control asociado al cumplimiento de un determinado plan de trabajo, del
plazo de obra, de las condiciones constructivas, etc. Claro está, es un tipo de control
estrechamente ligado a la obra pública.
Al respecto, recordemos que el Código Civil dispone las líneas directrices sobre el tema en sus
arts. 513 y 514, en los siguientes términos :
“Artículo 513. No hay responsabilidad del deudor por falta de cumplimiento de la obligación
cuando éste resultare de caso fortuito o fuerza mayor, a no ser que el deudor hubiera tomado
a su cargo las consecuencias del caso fortuito, o éste hubiere ocurrido por su culpa, o hubiese
sido ya constituido en mora, que no fuese motivada por caso fortuito, o fuerza mayor”.
“Artículo 514. Caso fortuito es el que no ha podido preverse, o que previsto, no ha podido
evitarse”.
Singular interés respecto del contrato de obra pública resulta la aclaración que el codificador
hace en la nota al art. 514, cuando enseña que no son configurativos de caso fortuito los
accidentes de la naturaleza que por su intensidad no salgan del orden común; es decir,
aquéllos que son el resultado del curso ordinario y regular de la naturaleza (por ejemplo, la
lluvia, el viento, la creciente ordinaria de ríos, por ej.).
La nota al art. 514 permite colegir que el codificador dio en llamar “hecho del soberano o
fuerza del príncipe” al caso fortuito o fuerza mayor derivado del hecho del hombre, para
distinguirlo del proveniente de la naturaleza (que es el caso recién mencionado).
Ambos acontecimientos son caracterizados por la doctrina como sobrevinientes, ajenos a las
personas que conforman la relación contractual (extracontractual), imprevisibles al momento
de la contratación, e irresistibles al control del sujeto obligado.
En ejercicio de la libertad contractual, las partes pueden estipular que el obligado cargue con
las consecuencias del caso fortuito o fuerza mayor, que lo haga el acreedor —alternativa
frecuente en el contrato de obra pública—, y hasta incluir supuestos que, sin configurar
aquellos extremos, resulten eximentes o atenuantes de la obligación de cumplimiento.
En el plano normativo, el art. 13 inc. c del decreto Delegado 1023/01, al referirse a las
facultades y obligaciones de los cocontratantes, dispone que éstos deben cumplir las
prestaciones por sí en todas las circunstancias, salvo caso fortuito o fuerza mayor, ambos de
carácter natural.
Por su parte, el art. 120 del decreto 893/12, ubicado en el Capítulo IV del Anexo II,
denominado “Circunstancias Accidentales”, trata al caso fortuito y fuerza mayor como
situaciones que enervan la aplicación de penalidades por incumplimiento de la obligación, en
la medida en que el caso fortuito o fuerza mayor esté “[…] debidamente documentado por el
interesado y aceptado por la jurisdicción o entidad contratante […]”.
En línea con la postura antes señalada, la noción de “hecho del príncipe” o “hecho del
soberano” hace referencia a los hechos que, emanados de la Administración (en sentido
amplio), sean configurativos de fuerza mayor; pero no lo serán aquéllos hechos o actos que,
reuniendo idéntico carácter, procedieren de una actividad humana lato sensu y no de la
actividad administrativa. Estos hechos afectan la continuidad de la ejecución del contrato,
imposibilitándola o demorándola. Por ejemplo, si la Administración no libera las tierras donde
el contratista debe hacer la obra pública, o no emite la orden de inicio de los trabajos
encontrándose en condiciones de hacerlo y habiendo sido ello requerido.
CASSAGNE, quien coincide en que no siempre el hecho del príncipe deriva de la misma
autoridad contratante, considera que el “hecho del príncipe” se trata de actos generales de
contenido normativo que inciden en el contrato afectando la continuidad en su ejecución.
Afirma que en virtud de la justicia conmutativa propia de las relaciones contractuales el hecho
del príncipe no puede afectar al contratista privado .
Otros ejemplos que pueden constituir el “hecho del príncipe” en el sentido en que lo hemos
definido, podemos mencionar leyes, reglamentos, ordenanzas y otras medidas de carácter
general adoptadas por los poderes públicos, dando lugar a indemnización a favor del
contratista por modificar o extinguir anticipadamente un contrato.
Corresponde tener presente que el “hecho del príncipe” constituye actividad lícita (actividad
normativa), y como aún así puede generar daño, da paso al consecuente deber de resarcir al
contratista damnificado. Al respecto, el art. 13 inc. c del decreto 1023/01, dispone que el
cocontratante debe cumplir las prestaciones por sí en todas las circunstancias, salvo actos o
incumplimientos de autoridades públicas nacionales o de la contraparte pública, del tal
gravedad que tornen imposible la ejecución del contrato.
Finalmente cabe apuntar que este riesgo contractual se diferencia del la potestad de variación
o modificación del contrato en que esta última opera en el ámbito específico de una relación
contractual, mientras que aquél consiste en una medida de carácter general, no dirigida a
ningún contrato administrativo en particular .
Además, el hecho del príncipe se diferencia del ius variandi por lo siguiente: (i) el hecho del
príncipe afecta indirectamente al contrato, en tanto que el ius variandi, lo hace de manera
directa; (ii) el hecho del príncipe es extracontractual, mientras que el ius variandi es
contractual; (iii) el plazo para que opere la prescripción se ajusta a dicha naturaleza; es decir, 2
años para el caso del hecho del príncipe y 10 años para el supuesto de ius variandi.
En sentido totalmente opuesto, BERÇAITZ afirma que no hay diferencias entre un instituto y
otro.
En el plano jurisprudencial, la CSJN tiene dicho en “ICFSA” y “Eduardo Chamas” que el hecho
del príncipe no se da cuando se trata de una carga pública general (en el caso se trataba del
impuesto a las actividades lucrativas). Por su parte, la CNCAF, Sala III, en “Ingalfa S.A.”
(21/10/94) señaló que la generalidad no puede ser tal que configure una carga general o
situación de sujeción general a la que todos los ciudadanos queden sometidos ya que eso sería
un hecho imprevisible.
La doctrina puntualiza las siguientes condiciones necesarias para dar lugar a la aplicación de la
“teoría de la imprevisión” , a saber (i) existencia de contrato administrativo stricto sensu; (ii)
imprevisibilidad del hecho sobreviniente; (iii) perturbación profunda en la ecuación económico
financiera del contrato; (iv) independencia del hecho respecto de la voluntad de los
contratantes —o, al menos, de la del cocontratante particular—; (v) temporaneidad /
transitoriedad del trastorno; (v) per se, el cocontratante no debe haber optado por la
suspensión de la ejecución del contrato; (vi) composición de pérdidas y perjuicios —no así de
ganancias posibles— sólo en la medida de lo necesario para asegurar la ejecución del contrato;
(vii) fijación del estado de imprevisión por la Administración Pública, como así también, del
monto de la ayuda a otorgarse.
En similar orden de ideas, la CSJN, en autos “Chediak S.A.” , resolvió el caso poniendo énfasis
en que para hacer referencia a la imprevisión debe tratarse de eventos tales que, aún en el
remoto caso de que las partes hubieren podido conocer sobre ellos, tal circunstancia los
hubiera determinado a contratar de otra manera.
Por su parte, la sentencia de la CNCAF, Sala III, en autos “Ottonello - Santoro SAC” permite
profundizar en los rasgos caracterizantes de esta noción afirmando que: (i) el quiebre de la
equivalencia contractual debe superar la aleatoriedad económica corriente; (ii) la onerosidad
debe ser extraordinaria (fuera de lo común), y (iii) el reajuste e indemnización debidos al
contratista privado se calculan desde la época en que se denunció el desequilibrio económico
a la Administración, y no desde la producción del hecho generador del desequilibrio se
produjo, siendo ello así porque el tiempo transcurrido entre el inicio del hecho y su denuncia
es un efecto ya cumplido o concluido, que queda comprendido por el artículo 1198 apartado
3º del Código Civil.
Dado que, como ha reconocido la doctrina, la reparación o compensación del afectado por el
desequilibrio del contrato no tiene carácter integral —y ello, porque el acontecimiento
perturbador no es imputable a las partes—, en el supuesto de que el cocontratante entendiere
que no ha sido debidamente compensado por la Administración, podrá recurrir a la autoridad
jurisdiccional; y hasta podrá optar por la rescisión del contrato. Esta última posibilidad también
es viable para la Administración contratante.
Por último, es pertinente referirse a la figura del denominado “sacrificio compartido” como
expresión consagrada en el art. 49 de la mencionada ley de emergencia económica Nº 23.696 .
Así todo, la emergencia que habría justificado su sanción fue tratada como causal de fuerza
mayor .
Dicho de otro modo, la inalteración del fin (público) del contrato administrativo justifica la
alteración de los medios para alcanzarlo (ej. la variación de la obra, la continuidad y
regularidad del servicio público, etc.). De allí, que puede hablarse de una mutabilidad del
contrato y una inmutabilidad del fin (siempre público).
Así como el interés público y la continuidad del contrato nutren de sentido a esta potestad de
la Administración, el límite infranqueable de su ejercicio es la naturaleza del contrato, la cual
no puede verse vulnerada. En efecto, la doctrina es unánime al señalar que la mutabilidad del
contrato administrativo debe ser limitada y estar sujeta a principios de razonabilidad (cfr. art.
28, CN).
Por su parte, en cuanto a los contratos de obras y servicios públicos y con motivo de la
situación de emergencia pública suscitada a fines del año 2001, la ley Nº 25.561, de
Emergencia Pública y Reforma del Régimen Cambiario , autorizó al Poder Ejecutivo a
renegociar dichos contratos, disponiéndose respecto de ellos además (art. 8º) que quedaba sin
efecto cualquier mecanismo indexatorio, como así también, expresamente, que los precios y
tarifas resultantes de cláusulas indexatorios que pudieren haber estado previstas en aquéllos
quedarían establecidos en pesos a la relación de cambioi un peso ($ 1) = un dólar
estadounidense (1 U$S) (cfr. artículo 9º, ley cit.)
De los varios modos que tiene la Administración para ejercer dicho control (auditorías,
inspecciones de obra, por ej.), la creación de los entes reguladores de los servicios públicos
resulta uno de los más representativos de esta potestad, entre los cabe mencionar por
ejemplo el ENRE (Ente Nacional Regulador de la Energía), el ENARGAS (Ente Nacional
Regulador del Gas), la CNRT (Comisión Nacional de Regulación del Transporte), entre otros.
Si bien los matices y alcances del control pueden puede variar en cada supuesto, en el caso de
la obra pública la facultad de control está normalmente prevista en el marco legal que rige
cada contrato, tal como analizaremos en los capítulos siguientes.
Se trata de sanciones de naturaleza contractual, a diferencia de las resultantes del ejercicio del
poder de policía (de comercio, sanitaria, de tránsito, de seguridad, etc.) del que está investido
la Administración.
La potestad sancionatoria se despliega de tres maneras, y por ello es que la doctrina distingue
sanciones pecuniarias, coercitivas y rescisorias, a saber:
Sanciones pecuniarias: siendo que algunos autores identifican la sanción fija y predeterminada
de aquélla consistente en la reparación del daño provocado (indemnización de daños y
perjuicios), hay quienes entienden que este último tipo no configura relamente un tipo de
sanción sino del resultado de la aplicación de la teoría de la reparación en virtud del
incumplimiento de obligaciones contractualmente asumidas por el contratista . Sea cual fuere
la postura que se comparta, lo cierto es que las primeras pueden adoptar la forma de multa o
de cláusula penal, y su aplicación más usual en el ámbito de los contratos administrativos es
cuando el cocontratante incurre en mora en la ejecución. Señala MARIENHOFF que tanto una
modalidad como la otra deben tener siempre por fuente al contrato o los pliegos de
condiciones, pues lo contrario implicaría una actividad evidentemente ilícita. Cabe asimismo
acotar que el propósito de la sanción no es resarcitorio sino que su única finalidad es la de
actuar coercitivamente sobre el cocontratante para que éste cumpla con el contrato.
Consecuencia de dicha afirmación es la de la proporcionalidad de la sanción respecto de la
gravedad de la falta.
Por cierto, el incumplimiento continuo que derivare en la aplicación de sucesivas multas puede
derivar en la rescisión del contrato.
Sanciones coercitivas o sustitutivas: íntimamente ligadas al interés público que está en juego,
consisten en el reemplazo provisorio del cocontratante en la ejecución del contrato, con el
objeto de procurar su continuidad. De allí que este tipo de sanciones sea funcional a los
contratos de concesión de servicios públicos, de obra pública y suministros.
Sobre las sanciones rescisorias, en el caso “Tecsa” nuestro Máximo Tribunal señaló que “[…] el
poder de rescisión —aún cuando no esté expresamente contemplado en el contrato—
constituye una prerrogativa que la Administración
Pública tiene igualmente por estar ínsita en todo contrato administrativo”; y agregó que “[…] la
estipulación expresa no resulta enteramente superabundante, pues significa que en los casos
que se determinen en los acuerdos de voluntades la rescisión debe sujetarse a lo establecido
[…]”.
Las causales que suelen preceder a la aplicación de este tipo de sanciones son el abandono de
una obra o de la concesión, siendo incluso que en estos supuestos, tanto las sanciones
coercitivas o sustitutivas como las rescisorias, pueden llevar aparejada la ocupación de las
instalaciones o bienes del concesionario o del contratista .
Por su parte, el art. 131 del Anexo del decreto 893/12, remitiéndose al mencionado art. 29 de
aquella norma, distingue tres tipos de sanciones —apercibimiento, suspensión e inhabilitación
—, describiendo respecto de cada una de ellas las causales que les dan origen.
Esta prerrogativa, que está prevista en el art. 12, inc. a, del decreto 1023/01, es entendida
también como una de las llamadas cláusulas exorbitantes del derecho privado, e inspirada
igualmente en la satisfacción del interés público. Ella se refiere a la facultad de la
Administración de que, en el caso de existir discrepancias en torno a la interpretación del
contrato, sea ella la que, per se —y no por intermedio de los tribunales—, afirme en qué
sentido debe definirse la cuestión, e imponga tal interpretación mediante un acto decisorio y
ejecutivo .
Siempre estará a salvo el derecho del contratista a hacer valer su propia visión del conflicto,
mediante el empleo de los recursos administrativos que están a su disposición; pero el
contenido de esa reclamación no tendrá por objeto el acto administrativo de interpretación
sino las pretensiones que se deduzcan como consecuencia de él .
ADMINISTRATIVOS
Los criterios apuntados han sido empleados por lo general en la jurisprudencia. Así puede
citarse la sentencia recaída en la causa “Bricons” en la que la CNCAF resolvió que la
disminución del ritmo de los trabajos sólo es admisible en la medida en que, advertida en
tiempo propio la Administración, sus atrasos en los pagos motivasen en los hechos para el
contratista una razonable imposibildiad de cumplir sus prestaciones” .
Los argumentos que en general se invocan para rechazar la aplicación de esta excepción en los
contratos administrativos son que el servicio público no puede ser interrumpido y que el
cocontratante tomó a su cargo satisfacer una necesidad pública y debe hacerlo de cualquier
manera y a costa de cualquier sacrificio. Este criterio que fue expuesto por MARIENHOFF y es
seguido por CASSAGNE afirmando que, frente al incumplimiento de la Administración y para
invocar la excepción, el cocontratante debe demostrar una razonable imposibilidad de cumplir
sus obligaciones .
MAIRAL afirma que adolece de una excesiva generalidad el criterio restrictivo expuesto y
deben distinguirse las relación tripartita en la concesión de servicios públicos entre Estado
concedente-concesionario usuario y donde la principal prestación que recibe el concesionario
(el precio del servicio proviene del usuario y no del Estado). En tal sentido, la excepción es
plenamente aplicable entre el concesionario y el usuario pues si éste no abona, no tendrá
derecho a la prestación. En cuanto a proscribir la excepción de incumplimiento entre el Estado
y el concesionario —y exigirle a éste que demuestre una razonable imposibilidad de cumplir las
prestaciones—, constituye una solución imperfecta e injusta82. Por su parte, MERTEHIKIAN
afirma que el principio de buena fe (art. 1198, CC) fundamenta la excepción en el derecho
administrativo y complementa al principio de justicia sostenido por MARIENHOFF. En
consecuencia, dice, la gravedad del incumplimiento por parte de la Administración que justifica
la aplicación de la excepción debe ser grave y trascendente lo cual debe ser evaluado en cada
caso.
El precio debe ser abonado en el lugar, tiempo y bajo la modalidad pactada por las partes en el
contrato o por acuerdo posterior, reuniendo la observancia de dichas circunstancias garantía
suficiente de la intangibilidad del acuerdo .
En relación al tema del precio se encuentra la cuestión de su revisión, dado que el referirse a
aquél supone siempre el hablar de un precio íntegro; esto es, de un precio verdaderamente
remunerativo de la prestación ejecutada .
Por otra parte, en los contratos de larga duración, de ejecución continua, o de entregas
parciales a lo largo de un lapso de importancia, se presenta la disyuntiva de tener que cumplir
con el requisito de fijar un precio cierto y determinado y, por otro lado, de prever el
advenimiento de los riesgos del mercado que podrían presentarse durante el curso de la
ejecución del acuerdo.
También fue de aplicación en nuestro país la indexación, a través de las Leyes 21.391 y
21.392 , para el caso de contrato de suministros y de obras públicas respectivamente,
tendientes a proteger el período de pago en el caso de las obras y todo el lapso contractual en
el caso del suministro.
La ley 23.928 de convertibilidad del plan austral, eliminó todo mecanismo indexatorio o de
ajuste de precios a partir del 01/04/91, prohibiendo tajantemente la aplicación de cualquier
tipo de fórmula con tal finalidad y dejando sin efecto las actualizaciones de precios de deudas
del estado a los contratistas, estableciendo en su lugar las tasas pasivas promedio conforme el
Decreto 941/91 y al fallo de la Corte Suprema en “YPF c. Prov. de Corrientes y Banco de
Corrientes s. cobro de australes” .
Así todo, y con el tiempo, mediante Decreto 1312/93 , el Poder Ejecutivo Nacional debió
introducir, para los contratos de obras públicas de más de un año de duración, una fórmula
polinómica basada en índices oficiales de precios y con una metodología bastante acotada de
aplicación .
Finalmente, cabe destacar que luego de la sanción de la ley de emergencia pública 25.561 —
que recordemos mantiene la derogación de todas las normas legales o reglamentarias que
establecen o autorizan la indexación de precios, actualización monetaria, variación de costos
que habían sido dispuestas por la ley de convertibilidad—, el Poder Ejecutivo Nacional emitió
el decreto 1295/2002 que, además de la derogación del decreto 1312/93, dispone una
metodología de redeterminación de precios de contratos de obra pública, excluyendo los otros
contratos de derecho público .
1. Modos normales
Los modos normales de extinción de los contratos administrativos son los siguientes:
2. Modos anormales
a. Rescisión convencional: las partes pueden acordar la finalización del con-trato sin
esperar la concreción del fin por el cual pactaron o aguardar la expiración del término fijado
como duración del mismo. En tal caso, no habrá en principio lugar a indemnizaciones o
eventuales compensaciones al cocontratante, salvo, claro está, que hubiere prevalecido la
voluntad rescisioria de la Administración, simplemente aceptada, pero no querida, por el
particular.
b. Desaparición del objeto del contrato. Si el contrato ha quedado privadode objeto —ej.
desaparición de una playa en las que se realizaría una obra pública—, su subsitencia carece de
sentido, pues se estaría frente a una relación jurídica carente de todo contenido. Según dicha
desaparición obedezca a un hecho totalmente ajeno a las voluntades de ambas partes o
resulte de un hecho del hombre que así todo reúna el carácter de irrestibilidad, podrán entrar
a tallar los principios que hemos examinado al tratar sobre el caso fortuito y fuerza mayor, el
hecho del príncipe, etcétera.
Por su parte, las sanciones rescisorias tienen justamente el efecto de producir la conclusión del
contrato, aún cuando nada de ello estuviere expresamente consagrado en el acuerdo,
remitiéndonos en este punto a las nociones vertidas en oportunidad de tratar los distintos
tipos de sanción que puede aplicar la Administración al cocontratante particular.
e. Ruptura definitiva de la ecuación económico financiera del contrato: dado queen este
aspecto nos hemos referido con anterioridad, nos remitimos a lo ya expuseto. Cabe agregar
aquí, cuando el deseuilibrio contractual reviste tal entidad que hace imposible, o al menos
razonablemente improbable, la ejecución del contrato, se presenta en ciernes la conclusión de
éste, y sólo resta abocarse a los efectos de tal desenlace, para lo que hay que tener en cuenta,
no existiendo previsiones legales y/ o contractuales al respecto, los principios de la
responsabilidad contractual o extracontractual de la Administración Pública, según sean
aplicables unos u otros .
Los efectos a partir de la declaración de caducidad son ex nunc —para futuro—, contando
desde que el contratista fue notificado de dicha declaración .
Aunque se ha incurrido en el error de confundir caducidad con revocación, son los caracteres
distintivos de uno y otro instituto los que arrojan luz al respecto. Así, mientras la primera está
determinada por incumplimientos en el contrato imputables al cocontratante, la revocación
puede ocurrir por causa de oportunidad o de ilegitimidad, denominándose “rescate” al
supuesto de revocación por causa de oportunidad .
Hay quienes entienden que, por la analogía, el rescate tiene respecto de la expropiación, y
habida cuenta del abuso que muchas veces se ha hecho del empleo de dicho instituto, debiera
requerirse, al igual que para llevar adelante esta última, una ley que disponga la reasunción de
la actividad por parte del Estado .
CAPITULO IX
I. OBRA PÚBLICA
1. Concepto
La expresión “obra pública” suele utilizarse en sentidos diferentes razón por la cual debemos
realizar algunas precisiones. En lo que respecta a la terminología, los autores franceses
emplean expresiones tales como “trabajos públicos” y “obra pública”, considerando que la
primera tiene un sentido amplio y comprende tres condiciones tradicionales: el objeto
inmobiliario del trabajo; su fin de utilidad general y su realización por cuenta de la persona
pública .
La obra pública puede ser financiada con fondos del tesoro público o con fondos privados,
puesto que, según este criterio, no es el origen de los fondos el que le da ese carácter, sino la
existencia de otras condiciones que contribuyen a conformarla. Sin perjuicio de ello, la ley
13.064 de obras públicas dispone en su artículo 1° que obra pública nacional es toda
construcción, trabajo o servicio de industrias que se ejecute con fondos del Tesoro de la
Nación, a excepción de los efectuados con subsidios, que se regirán por ley especial, y las
construcciones militares, que se regirán por la ley 12.737 y su reglamentación y
supletoriamente por su disposiciones.
En virtud de lo expuesto podemos decir que “obra pública” es “todo bien, inmueble o mueble,
u objeto inmaterial, que es el resultado de un trabajo público, realizado por cuenta de una
persona pública estatal, con el propósito de obtener, en forma directa e inmediata, el logro o
la satisfacción de un interés público”.
La doctrina distingue entre los sistemas de ejecución y los sistemas de contratación de las
obras públicas . En cuanto a los sistemas de ejecución, las obras públicas pueden ser llevadas a
cabo mediante dos maneras distintas, la primera es aquella modalidad en la que los trabajos
de los que resulta la obra pública son efectuados por la propia Administración; y la segunda es
aquélla en la que la Administración actúa indirectamente recurriendo a colaboración de
terceros, que son quienes se hacen cargo del cumplimiento de los trabajos que darán lugar a la
obra pública. Esa colaboración se obtiene por vía contractual, apareciendo así los contratos de
obra pública y de concesión de obra pública, cuya diferencia radica esencialmente en que,
mientras que en el contrato de obra pública el pago de ésta es efectuado directamente por el
Estado, en la concesión de obra pública la obra es pagada por los usuarios, mediante distintos
sistemas, como el peaje o la contribución de mejoras.
Por su parte, los sistemas de contratación son comunes a cualquiera de los procedimientos
que permiten la selección del contratista. Estos sistemas se agrupan en los que tienen precio
predeterminado en forma global (ajuste alzado), unidad de medida y de coste y de costas,
como veremos a continuación.
Este sistema se caracteriza porque se trata de una obra única, determinada en su totalidad y el
cocontratante particular se obliga a realizarla por un precio, también único y global, que es
inmutable, inmodificable.
Admite dos variantes: el ajuste alzado absoluto y el ajuste alzado relativo. El absoluto
representa la condición inevitable de que el precio es pactado antes de la realización de la
obra y por un monto global, siendo, repetimos, invariable. El alzado relativo, por su parte, sería
el caso en que habiéndose estipulado el precio global, el mismo sufra variaciones en aumento
o rebaja proporcional según si los trabajos realmente ejecutados superan o no una cantidad
evaluada en un presupuesto estimativo, en el cual se indica además la cantidad de trabajos,
sus condiciones y modalidades, el valor estimado y detallado de los mismos.
Cuando se cotiza el precio, por este sistema se entiende que el proponente se compromete a
ejecutar, por los precios unitarios indicados, cada ítem de la obra consignado a la vez los
importes parciales de éstos y el total de su propuesta. Se determinan los trabajos: movimiento
de tierra, excavaciones, mampostería, estructuras de maderas, etc.; la unidad: m3; m2 o
m/lineal, global, por boca; la cantidad, precio unitario y precio total para cada trabajo, cuya
suma será el total cotizado.
Este sistema es aquel en el que la Administración debe pagar el valor de los materiales y de la
mano de obra utilizados e incorporados a la obra, pagando, además, un porcentaje
determinado sobre dichos valores, que corresponde al beneficio a que tiene derecho el
cocontratante particular por su labor.
Este sistema requiere una correcta cuenta de los gastos y una precisa determinación del
momento de los pagos y de la verificación de los costos actualizados.
a) Sujetos
En el contrato de obra pública una de las partes debe ser necesariamente el Estado u otra
persona jurídica pública estatal. También deben ser considerados como contratos de obra
pública los celebrados por otras personas, físicas o jurídicas —por ejemplo, concesionarios de
servicios públicos—, si éstos efectuaren o llevaren a cabo obras públicas por cuenta del Estado
o de una persona jurídica estatal, en la medida que obrare la respectiva habilitación a esos
fines.
En general, las empresas y sociedades del Estado, cualquiera que sea la figura jurídica que
adopten, no pueden, como sujeto administrativo, celebrar contratos de obra pública ya que
son personas jurídicas que siendo públicas, no cumplen funciones del Estado sino comerciales
e industriales. Sin embargo, recordemos que la CSJN en la causa “La Buenos Aires, Compañía
de Seguros” , sentó la idea amplia de la descentralización administrativa y, por consiguiente,
de la personalidad jurídico público estatal, al incluir en ella a una sociedad anónima con
participación estatal mayoritaria.
Asimismo, recordemos que en la causa “Schiratto” la Corte Suprema consideró administrativo
un contrato celebrado por una cooperadora escolar y un empresario particular, al entender
que, en el caso, la cooperadora había actuado por delegación del Ministerio de Cultura y
Educación6.
Puede ser cocontratante particular, a su vez, cualquier persona, de existencia visible o ideal,
que cumpla las condiciones que la normativa impone a quienes deseen actuar como
contratistas de obras públicas, entre ellas —por ejemplo— la de estar inscriptos en ciertos
registros especiales para constructores de obras de esa clase, creados y habilitados a ese
efecto.
b) Objeto
El objeto del contrato administrativo de obra pública puede consistir tanto en una cosa
inmueble, mueble o, incluso, en un objeto inmaterial. Es decir, se acepta que pueden ser
objeto estos contratos en general, los “bienes”, en el sentido y con el alcance que da a esta
expresión el art. 2312 CC.
c) Causa
d) Finalidad
e) Forma
Los artículos 21 a 24 de la ley de obras públicas 13.064 se refieren a este requisito, señalando
la firma del contrato como recaudo necesario para su perfeccionamiento. De todas maneras, el
contrato de obra pública es consensual, por lo que se debe considerar concluido desde que se
produce el acuerdo de voluntades entre las partes que concurren a celebrarlo.
Una vez formalizado el contrato de obra pública, el cocontratante debe presentar dentro del
plazo contractualmente fijado, el plan de trabajos, en el que deberá prever el desarrollo y
desenvolvimiento de las etapas de la ejecución de la obra. Dicho plan debe ser aprobado por la
Administración.
El cocontratante debe solicitar a la Administración se fije día y hora para realizar el replanteo
de las obras en el propio terreno en el que éstas se ejecutarán. Si el Estado no hiciese el
replanteo en el plazo indicado en los pliegos, más un término de tolerancia de treinta días,
entonces, el cocontratante tiene derecho a rescindir el contrato según lo prevé la ley de obra
pública.
a) Continuidad en la ejecución
Una vez iniciada la ejecución de una obra pública, es deber del cocontratante particular
continuar los trabajos siguiendo el ritmo del plan y cronograma de obra aprobados por la
Administración, sin que pueda suspendérselo, salvo aquellos casos en que se produzcan
situaciones que justifiquen esas suspensiones, en virtud de la ley o del contrato.
A medida que avanza la ejecución de las obras, la Administración debe certificar los trabajos
realizados y, como consecuencia de ello, abonar la parte ejecutada según esté previsto en el
contrato y los pliegos. Dada la importancia de la certificación de los trabajos realizados y su
íntima relación con el precio en la obra pública, más adelante al tratar el tema del precio nos
referiremos a algunos aspectos relativos a los certificados de obra.
b) Dirección y control
El cocontratante debe cumplir estrictamente las órdenes de servicio que se le impartan, y ese
cumplimiento lo releva de responsabilidad por el resultado de los trabajos así ejecutados. Éste,
a su vez, puede vincularse con la Administración mediante “notas de pedido” en el marco de
las cuales realiza las peticiones, observaciones o reparos, etc. que estime necesarias.
c) Mutabilidad
Cabe considerar trabajos necesarios aquéllos que no figuraran en el contrato, pero resultan
indispensables en el curso de la ejecución de la obra; y trabajos útiles aquéllos que, sin ser
necesarios, procuran un mayor provecho para la Administración, beneficiándola realmente.
El principio de mutabilidad no es absoluto, sino que está restringido a los límites fijados por la
ley, por el contrato mismo o la voluntad presunta de las partes. Si el contratista acepta
efectuar trabajos que van más allá del límite debido (“obras imprevistas”), los trabajos así
cumplidos serán pagados sobre la base de un precio especial fijado por las partes para ese
caso.
La Corte Suprema ha resuelto en la causa “Stamei” que los arts. 30 , 379, y 38 , de la ley
13.064 tienden a cumplir el amplio margen de variaciones que puede experimentar un
proyecto de una misma obra pública, pero no fuera de ella.
d) Potestad rescisoria
Son de aplicación los principios generales expuestos en la parte correspondiente del capítulo
de contrato administrativo al cual remitimos. Cabe agregar que el Máximo Tribunal tiene
resuelto que al no prever la ley 13.064 la rescisión del contrato por la Administración sin culpa
del contratista, es aplicable supletoriamente el art. 1638 del CC, el que, después de la reforma
17.711, otorga a los jueces, cuando el dueño de la obra desiste unilateralmente de ella, la
facultad de reducir equitativamente la utilidad a reconocer si su aplicación estricta conduce a
una notoria injusticia. Siendo así, no procede, entonces, según el Alto Tribunal, aplicar
ciegamente la noción de reparación plena, cuando ello conduce a situaciones abusivas, tales
como la de locador que no ha sufrido perjuicio o lo ha padecido en menor medida que aquella
que se desprendería de una mera aplicación mecánica de la idea de daño indirecto o utilidad
no alcanzada .
e) Potestad sancionatoria
La potestad sancionatoria, a la que se le aplican los principios generales expuestos sobre esta
materia en el capítulo precedente, aparece muy amplia y se regula especialmente en la
normativa contractual pues procura, efectivamente, lograr el efectivo cumplimiento de la obra
pública.
Las sanciones pecuniarias no deben ser impuestas perdiendo de vista que su objeto es
asegurar el cumplimiento del contrato, y no generar un crédito a favor de la Administración.
Las sanciones rescisorias, siendo las más graves de todas, quedan reservadas por faltas
especialmente gravosas, y se deberá echar mano de ellas cuando ya no exista otro medio de
alcanzar la normal ejecución de las obligaciones contractuales del cocontratante.
El contratista está obligado a conocer y cumplir sin omisiones todas las cláusulas del contrato,
a su vez no puede ceder ni transferir su contrato, ni tampoco efectuarsubcontrataciones, si no
media, en cada caso, una autorización expresa de la Administración, que la concederá sobre la
base de que no perjudiquen la regular ejecución de las obras.
En los contratos de obra pública se prevé generalmente la constitución de un “fondo de
reparos de obra”, cuya finalidad es permitir a la Administración resarcirse de los daños,
defectos e impensas eventuales de la obra. Este fondo se integra con determinados
porcentajes (5% a 10%) de los importes que deban abonarse al cocontratista y que se retienen
de los certificados de obra. El fondo de reparo —o el saldo que hubiere del mismo— se
reintegra al cocontratista momento de la entrega definitiva de la obra. Este depósito puede ser
sustituido por otra garantía si así se permite en los pliegos respectivos.
Al respecto, la Corte Suprema ha señalado sin embargo que el otorgamiento permanente por
parte de las autoridades del contrato de prórrogas de los plazos no es base suficiente para
generar una obligación a cargo de la Administración Pública de continuar procediendo de la
misma manera .
En el contrato se insertan cláusulas que sirven para ampliar o restringir, según los casos, los
supuestos en que legal o doctrinalmente se entiende que existe un supuesto de fuerza mayor
o un hecho de la Administración que puedan influir en el cumplimiento en término de las
obligaciones que el contrato impone al cocontratante particular, así como para asignarles
efectos, condiciones o requisitos especiales, diferentes de los comunes.
Hay dos categorías de derechos: a) aquéllos que le dan la facultad de exigir determinadas
actitudes, acciones o cosas de la administración y b) aquéllos que le permiten no hacer
determinadas cosas o hacerlas de manera diferente.
Debe tenerse en cuenta que la obra pública aparece muy nítido el carácter de colaborador del
cocontratante, lo cual influye sobre sus derechos y obligaciones. En tal sentido, la Corte
Suprema tiene decidido que la magnitud de toda obra pública y los intereses que hay en juego
en ellas le imponen al cocontratante actuar de modo de prever cualquier eventualidad que
pueda incidir negativamente sobre sus derechos, adoptando a ese efecto las diligencias
apropiadas que exigen las circunstancias de persona, tiempo y lugar (“Astilleros Costaguta” ,
“Dos Arroyos”14, entre otros).
b) A percibir el precio
Es la obligación principal que pesa sobre la Administración Pública, correlativo derecho del
cocontratante particular.
La forma cómo se determina y calcula el precio debe estar prevista en el contrato, y los pliegos
de condiciones generales y particulares precisarán las condiciones de ese pago y el modo de
cómo tendría lugar. Al respecto, recordemos que el precio de una obra pública puede ser
establecido de diferentes maneras, reconociéndose la existencia de tres sistemas
tradicionales, reflejados en las legislaciones vigentes, a saber (i) ajuste alzado, (ii) unidad de
medida y (iii) coste y costas.
La Administración debe pagar el precio, con más los agregados que sean procedentes,
resultantes de trabajos imprevistos, necesarios o útiles, etc., en la forma y el tiempo
establecidos en el contrato, y el debe hacerlo con puntualidad, y las sumas que se paguen por
este concepto al cocontratante particular gozan del privilegio de estar exentas de embargos
judiciales, excepto cuando los acreedores sean obreros empleados en la ejecución de la obra o
personas a quienes se deban trabajos, servicios o materiales utilizados en ella.
En general se ha definido el certificado de obra pública como una declaración del comitente
sobre una relación de derecho público (contrato de obra pública) que tiene por objeto
reconocer un crédito a favor del contratista .
Se trata de un acto administrativo dictado por el Estado contratante con efectos individuales y
directos en relación al contratista. Es el reconocimiento de deuda del Estado a favor del
contratista, luego de realizadas las mediciones y verificaciones correspondientes. El importe
allí establecido reviste el carácter de suma cierta, líquida y exigible, supone que no hay
obstaculos para su pago (cfr. art. 36 ley de obras públicas).
(i) El certificado es provisorio pues no tiene efectos cancelatorios en los términosde los
arts. 724 y 725 del CC y, en consecuencia, están sujetos a las rectificaciones y variaciones hasta
el tiempo de medición final de los trabajos al momento de la recepción de la obra.
(ii) El carácter a cuenta. Como consecuencia de lo anterior, las sumas liquidadasen cada
certificado son “a cuenta” de lo que en más o menos surja del acto de liquidación final del
cierre de cuentas al momento de la recepción definitiva de la obra.
(iii) Las reservas. Se dice que no es necesario, en principio, realizar reservaspor diferencias
o reclamos, salvo que la normativa lo exija. Ello como consecuencia de la provisoriedad
apuntada. Sin embargo, es frecuente que estas reservas sean igualmente realizadas por los
concontratantes.
(iv) El caso de las reservas por intereses por mora es uno de los aspectos másdiscutidos ya
que el artículo 624 CC dispone que “el recibo del capital por el acreedor sin reserva alguna de
los intereses, extingue la obligación del deudor respecto de ello”. Al respecto, la doctrina ha
señalado como dijimos que no es necesario formular reservas en los certificados de obra dada
su provisionalidad, salvo que las normas establezcan en términos expresos. Sin perjuicio de
ello, se destaca que el reclamo por intereses debe hacerse durante el tiempo de ejecución de
las obras y antes de la firma del certificado final de cierre de cuentas .
(i) Los certificados de obra básica: es el certificado típico mediante el cual secertifica la
medición y mensura de los trabajos realizados en un período determinado (p.ej. mensual),
según el sistema de contratación implementado.
(iii) Los certificados de anticipos. En ocasiones los pliegos prevén que debeadelantarse
fondos al cocontratante para el inicio de los trabajos y mediante éste, se certifica ese anticipo
de dinero.
(iv) Los certificados de redeterminación de precios. Es aquel mediante el cualse realizan la
redeterminación provisoria y/o definitiva de los precios del contrato y deben elaborarse según
las normas del contrato y legislación aplicable.
(v) Los certificados pueden clasificarse en parciales (si pueden ser modificados o revisados
en el proceso certificatorio) y los definitivos (que no poseen esa posibilidad).
Se trata de la instancia final del contrato por lo que, la falta de cualquier reserva en este
certificado inhabilita el reclamo posterior al respecto.
Por otra parte, el certificado de obra es, al igual que otros títulos, transmisible. Los medios más
usuales de transmisión son (i) la cesión de créditos en los términos del art. 1434 y ss. del C.C.)
reparándose especialmente en la importancia de la notificación al deudor cedido (Estado
comitente); (ii) el descuento bancario a través del cual el cocontratante transfiere el certificado
a la entidad bancaria, descontándole el importe del mismo. De esta manera, el banco adelanta
el monto consignado en el certificado, permitiendo la continuidad de la obra. Luego el banco le
cobra al Estado y (iii) la prenda del certificado ya que el certificado puede ser objeto de prenda
en garantía de operaciones comerciales como el mutuo bancario, aplicándose entonces las
normas del derecho común al respecto.
Los certificados deben ser abonados en los tiempos y modos que establezcan los documentos
contractuales y pliegos de cada obra. Esta es la obligación más importante del Estado
contratante como vimos y su incumplimiento es la que acarrea importantes conflictos en el
marco de este contrato.
Una vez pronunciada judicialmente, la rescisión producirá la extinción del contrato y además
podrá originar el derecho del contratista al pago de los daños y perjuicios que haya sufrido.
Finalmente y en relación al derecho a ser resarcido por la extinción del contrato, son de directa
aplicación, en esta materia, los principios generales expuestos en la parte pertinente del
capítulo anterior, lugar al cual nos remitimos.
El cocontratante particular tiene derecho a que el Estado le compense los deterioros que sufra
en su situación económico financiera y que se deriven de las llamadas áleas administrativas y
económicas, las cuales configuran, respectivamente, situaciones que son contempladas y
resueltas, en sus efectos, por las teorías del hecho del príncipe y de la imprevisión, tal como
analizamos en el capítulo correspondiente a los contratos administrativos, al cual remitimos.
El contrato de obra pública puede concluir por cualquiera de los medios en los que concluyen
los contratos administrativos, ya sean normales o anormales. Estas causales de terminación
presentan aquí, sin embargo, ciertas particularidades como veremos a continuación.
La recepción de una obra pública se cumple en dos etapas diferentes: en primer lugar, la
llamada “recepción provisional”, posteriormente la “recepción definitiva”, que pueden ser, a
su vez, parciales —cuando están referidas a una parte o partes de la obra— o totales —cuanto
está referida a la obra en su integridad—.
Al respecto es importante tener presente que la recepción de una obra pública se cumple en
dos etapas diferentes: en primer lugar, la llamada recepción provisoria y luego la recepción
definitiva: la recepción provisoria es una comprobación hecha inmediatamente después de la
conclusión de los trabajos, en la que las partes hacen constar el estado de la obra y cualquier
otra observación relacionada con ella, y cuyo efecto esencial es hacer correr el plazo de
garantía en el contrato. La recepción definitiva es el acto por el cual la Administración toma la
obra ejecutada por el cocontratante definitivamente.
Por su parte, aunque el contrato prevea un plazo dentro del cual la obra debe ser terminada,
no es el vencimiento de ese plazo el que produce la conclusión del contrato, sino la obtención
de la obra, debidamente realizada. El cumplimiento del plazo de ejecución, en cambio, puede
tener otros efectos, si la obra no ha sido terminada dentro de él, como la imposición de multas
por retardos u otras sanciones, aún más graves, que aplicará la Administración en ejercicio de
su potestad sancionatoria.
Ahora bien, la rescisión a cargo y riesgo del cocontratante particular debe estar especialmente
pactada en el contrato respectivo. Al respecto, la ley de obras públicas 13.064 contiene
previsiones de este tipo, incluyendo entre supuestos que dan lugar a la rescisión, el fraude del
contratista, su grave negligencia, la ejecución demorada de la obra encomendada, etc., fijando,
correlativamente, los efectos de la rescisión dictada en tales casos (arts. 50 y 51).
En esta materia de muerte o quiebra del cocontratante particular son aplicables los principios
generales expuestos en el capítulo precedente, debiéndose recordar que cierta parte de la
doctrina coincide en que las garantías procedimentales que la ley impone a la Administración
para la elección de su cocontratante demuestran que el contrato administrativo se concluye
intuitu personae, de modo que la muerte o la quiebra de aquél son causales de rescisión.
En cuanto a la nulidad del contrato, la Corte Suprema en la ya citada causa “Stamei”, rechazó
el reclamo indemnizatorio sustentado en los arts. 39, 53 y concs., ley 13.064, si la empresa
contratista asumió conscientemente el riesgo de la posterior declaración de nulidad, pues
concurrió sin reserva alguna y sin que su voluntad estuviera afectada por vicio alguno de su
especialización en la materia, de las normas que rigen tales contrataciones30.
6. La resolución de conflictos
Se han establecido tradicionalmente dos sistemas para resolver los conflictos suscitados en el
marco del contrato de obra pública, previendo, en primer lugar, que tales conflictos pueden
resolverse tanto en sede administrativa, mediante el planteamiento de los recursos
administrativos que sean admisibles, como en sede judicial, donde pueden deducirse las
acciones previstas en los códigos de procedimiento aplicables.
Con referencia a la vía judicial es mayoritaria la opinión de quienes sostienen que las acciones
de ese carácter deben plantearse en la jurisdicción contencioso administrativa o, en su
defecto, en la que tenga especialmente asignada esa competencia.
Por otra parte, la aplicación de la jurisdicción arbitral en el marco de este contrato siempre ha
merecido la atención de la doctrina y jurisprendencia. En efecto, la Corte tradicionalmente
había considerado que contra las decisiones del Tribunal Arbitral de Obras Públicas de la
Nación (creado por el dec. 11.511/1947, reglamentario del art. 7º, ley 12.910, y disuelto por el
dec. 1349/2001) no cabía recurso judicial alguno .
1. Concepto
La concesión de obra pública ha sido definida como el acto por el cual la Administración
encomienda a una persona la construcción de una obra pública y la faculta temporalmente
para cobrar determinadas sumas a quienes la utilicen, como medio de financiar el coste de
aquélla. Dos elementos esenciales integran esta definición: a) construcción de una obra
pública; b) financiación a cargo de los usuarios mediante el pago de una suma, denominada
corrientemente peaje. El segundo elemento distingue claramente la concesión del contrato de
obra pública, porque en éste la retribución del contratista consiste en un precio” .
Como veremos más adelante, las formas en que se instrumenta dicho pago son el peaje y la
contribución de mejoras. La ley 17.520 admite también la posibilidad de que se realicen
subvenciones estatales (art. 2º, inc. c, ley 17.520).
Esta ley 17.520 dictada en el año 1967 facultó al Poder Ejecutivo a otorgar concesiones de obra
pública “a sociedades privadas o mixtas, o a entes públicos para la construcción, conservación
o explotación de obras públicas mediante el cobro de tarifas o peaje” por tiempo determinado.
La ley dispone también que podrán otorgarse concesiones de obra para la explotación,
administración, reparación, ampliación, conservación o mantenimiento de obras existentes,
con la finalidad de obtención de fondos para la construcción o conservación de otras obras que
tengan vinculación física, técnico o de otra naturaleza con las primeras, sin perjuicio de las
inversiones previas que deba realizar el concesionario.
La ley no establece mayores detalles sobre los términos en que deben relacionarse la obra
concesionada y las otras obras, limitándose a exigir una vinculación “física, técnica o de otra
naturaleza”. Los casos en que las obras se encuentren relacionadas materialmente no parecen
ofrecer mayores dificultades. En cuanto al supuesto de vinculación técnica, se ha dicho que
ello es así cuando las obras se entrelazan constituyendo un mismo sistema Si bien la ley
admite la posibilidad de que entre la obra preexistente y el proyecto a financiar exista una
vinculación “de otra naturaleza”, es indudable que debe existir un vínculo razonable entre
estas obras.
2. Las potestades del concesionario respecto de los usuarios. El caso del OCCOVI36
El aspecto que nos interesa analizar aquí es el poder de ordenación y regulación de los
concesionarios de las obras. Tomemos un caso puntual como por ejemplo, las concesiones de
los corredores viales y su organismo de regulación y control
(OCCOVI).
Al respecto, el decreto 87/01 creó el Órgano de Control de las Concesiones Viales (OCCOVI), a
partir de la reestructuración del Órgano de las Concesiones de la Red de Accesos a la Ciudad de
Buenos Aires (OCRABA). El art. 5º del decreto asigna al organismo los siguientes objetivos:
“Ejercer la supervisión, inspección, auditoría y seguimiento del cumplimiento de los Contratos
de Concesión de Redes Viales y de todas aquellas obras viales que en lo sucesivo sean
concesionadas, en donde el Estado Nacional sea parte, a fin de asegurar la calidad y adecuada
prestación de los servicios y la protección de los usuarios y los bienes públicos del Estado.
Actuar coordinadamente con los organismos especializados de las administraciones nacional y
provincial en la protección del ambiente, previendo los impactos ambientales que pudieran
ocasionarse con motivo de la construcción, mantenimiento y explotación de los corredores
viales bajo su control”. Ver asimismo el convenio marco celebrado entre el OCRABA y la
Gendarmería Nacional para la realización de tareas de prevención y control de tránsito (res.
3/01 de la OCCOVI).
Por otra parte, cabe señalar que el poder de ordenación y regulación sobre las rutas
interprovinciales e internacionales, en particular el tránsito y su control, es claramente
federal . Así, la Ley de Tránsito (ley 24.449) reconoce a la Gendarmería Nacional las funciones
de prevención y control del tránsito en las rutas nacionales y otros espacios del dominio
público nacional.
Un caso peculiar es el poder expropiador del concesionario. Cierto es que éste puede actuar
como sujeto expropiante en los términos de la Ley 21.499, en cuyo caso debe estar habilitado
previamente por la Autoridad de Aplicación según las pautas fijadas por la ley que autorice la
expropiación. Pero vayamos sobre los otros aspectos (regulación y control).
Más allá de estas previsiones, el contrato de concesión correspondiente a los corredores viales
establece en términos expresos que “la Concesionaria no asume la obligación de ejercer las
funciones de policía de seguridad y policía de tránsito en el corredor vial, las que serán
ejercidas por la Gendarmería Nacional, de conformidad con la ley 24.449, modificada por la ley
26.363, el decreto 516/07, y no está obligada a responder por sus consecuencias. No obstante,
ante la ausencia de agentes públicos que lleven a cabo dicha actividad, la Concesionaria
adoptará las medidas preventivas necesarias para el ordenamiento del tránsito y la circulación,
debiendo formular de inmediato, según el caso, las denuncias pertinentes ante la autoridad
competente, así como requerir su inmediata presencia. En ningún caso podrá responsabilizarse
a la Concesionaria por los hechos previstos en el artículo 1124 del Código Civil .
Cabe finalmente advertir que la falta de poder de los concesionarios de ordenar el tránsito es
interpretado por algunos autores como argumento a favor de la exclusión de su
responsabilidad por los accidentes ocurridos en las rutas concesionadas . Sin embargo, la Corte
Suprema ha responsabilizado a los concesionarios por el incumplimiento de sus obligaciones y
no por el cumplimiento irregular de las funciones presuntamente delegadas por el Estado. En
tal sentido se pronunció la Corte en los precedentes “Ferreyra” y “Bianchi” , tal como hemos
visto en el contrato de concesión de servicios públicos al cual remitimos.
El contrato de concesión de obra pública se encuentra regulado básicamente por la ley 17.520,
con las modificaciones introducidas por los artículos 57 y 58 de la ley de reforma del Estado
(ley 23.696). Dichos artículos fueron reglamentados, a su vez, por el decreto 1105/89 .
Asimismo, resulta aplicable el régimen general de las contrataciones (decreto 1023/01), toda
vez que el contrato de concesión de obra pública se encuentra expresamente alcanzado
(artículo 4º, inciso b). Finalmente, cabe recurrir a los tratados internacionales y demás normas
estudiadas en el marco de la teoría general de los contratos; entre ellos, los Códigos Civil y de
Comercio .
La ley 17.520 dispone que “en todos los casos deberán respetarse, en cuanto a la etapa de
construcción, las normas legales establecidas para el contrato de obra pública en todo lo que
sea pertinente” . Por lo tanto, las normas a las que se recurre en forma supletoria o analógica
en materia de obras públicas también son aplicables en principio al contrato de concesión.
Es decir, debemos aplicar las leyes 17.520 y 13.064 y el decreto delegado 1023/ 01. Al
respecto, cabe citar aquí el precedente “Arenera Libertador” en el cual la Corte Suprema
interpretó que la ley 17.520 es complementaria de la ley 13.064.
En este aspecto, recordemos que el Máximo Tribunal se ha expedido sobre el vínculo entre el
concesionario y el usuario principalmente en el marco de los daños sufridos en los corredores
viales (en muchos casos, ocasionados por animales sueltos) adoptando criterios algo disímiles.
En tal sentido y tal como hemos analizado, la Corte construyó ciertos precedentes (ej.
“Ferreyra” y “Bianchi”) considerando un vínculo de naturaleza contractual entre el
concesionario y usuario.
La ley 23.696 establece que en todos los casos deberá asegurarse “que la eventual rentabilidad
no exceda una relación razonable entre las inversiones efectivamente realizadas por el
concesionario y la utilidad neta obtenida por la concesión” (art. 57). A su vez, con el propósito
de establecer si existe ese nexo razonable, debe analizarse la estructura económico financiera
del contrato que puntualmente exprese la tasa de retorno de la inversión a realizar (art. 57,
decreto 1105/89).
Por su parte, la ley 17.520 (art. 3º) dice que, a efectos de definir la modalidad de la concesión
(onerosa, gratuita o subvencionada por el Estado), el Poder Ejecutivo debe considerar las
siguientes pautas, (a) que el nivel medio de las tarifas no exceda al valor económico medio del
servicio ofrecido y (b) la rentabilidad de la obra, teniendo en cuenta el trafico presunto, el
pago de la amortización de su costo y los intereses, el beneficio y los gastos de conservación y
explotación.
Además, si la concesión fuese gratuita o subvencionada por el Estado, debe precisarse cuáles
son las obligaciones de reinversión del concesionario y participación del Estado en el supuesto
de que los ingresos resulten superiores a los previstos .
En este sentido, el modelo de contrato para las concesiones de los corredores viales nacionales
cuya licitación se dispuso por medio del decreto 1615/08, prevé expresamente que “la
Concesionaria acepta el cambio de modalidad de la Concesión si tal circunstancia se tornara
necesaria por la aplicación de los ajustes de canon o subvención previstos por el
procedimiento de revisión de la rentabilidad estipulado por el capítulo VII del Pliego de
Especificaciones técnicas generales. El cambio de modalidad será aprobado por el
Concedente”49.
A su vez, en el Capítulo VII del Pliego de Especificaciones Técnicas Generales se dice que “el
Postulante deberá adjuntar un esquema de ingresos y egresos que refleje a lo largo de todo el
periodo de la Concesión, la viabilidad económicofinanciera de su propuesta, denominado Plan
Económico Financiero, según los requerimientos del Pliego Especificaciones Técnicas
Particulares, con la condición de que la Tasa Interna de Retorno (TIR) no podrá superar el
quince (15%) por ciento nominal anual […]”50.
Asimismo, en el marco del ejemplo dado, el Pliego señala que “el presente contrato es, a todos
los efectos, un contrato de riesgo, en el cual el Estado Nacional no garantiza transito ni
beneficios”51. En el mismo sentido, “si los ingresos por peaje resultaran inferiores a los de la
oferta, la concesionaria no tendrá derecho, en ningún caso, a reconocimiento alguno por la
menor rentabilidad que dicha circunstancia pudiere generar”52.
51 Ello, sin prejuicio de la revisión anual del plan económico financiero, para la cual se
consideran,entre otros parámetros, el transito real verificado por el Organo de Control (art.
93.7 del PETG). 52 Art. 93.7 del PETG.
El peaje o “tarifa” es el precio que debe pagar el usuario por el uso de las obras públicas
construidas, conservadas o explotadas por el concesionario e incluye los costos y la retribución
o ganancia de éste. El precio puede ser destinado a esas obras o, en su caso, a otras accesorias
o complementarias de aquéllas.
Por su parte, la Corte Suprema definió el peaje como la “contribución caracterizada por la
circunstancia de que el legislador la asocia con un proyecto de construcción, conservación o
mejora que identifica con particularidad claridad”.
En efecto, la Corte se expidió sobre la constitucionalidad del peaje en el fallo ya citado “Estado
Nacional c. Arenera Libertador” . En este precedente, el Estado Nacional reclamaba el pago de
derechos de peaje dispuestos por la ley 22.424 y las resoluciones 53/82 y 565/82 del
Ministerio de Economía, correspondientes al uso del Canal “Ingeniero Emilio Mitre” por parte
de buques de propiedad de Arenera El Libertador. La pretensión fue acogida en primera y
segunda instancia (solo respecto de uno de los buques, cuya pertenencia a la demanda se
juzgó acreditada). Ello motivó al recurso extraordinario de Arenera Libertador.
Como vemos, el carácter del peaje es un aspecto complejo y con consecuencias jurídicas
relevantes, su determinación repercute directamente sobre terceros, es decir, los usuarios . La
asignación de una u otra naturaleza al peaje (tributaria o precio según se entienda) traerá
aparejadas consecuencias jurídicas diferentes. En tal sentido, por ejemplo, en caso de
considerar que el peaje posee naturaleza tributaria – como ocurrió en los mentados casos
“Colavita” y “Arenera del Libertador”, se generaría responsabilidad extracontractual. En
cambio, en caso de atribuir al peaje el carácter de precio (como ocurre en los precedentes
“Bianchi” y “Ferreyra”) dicha responsabilidad sería de naturaleza contractual, con todas las
implicancias que esta diferenciación importa en el campo jurídico.
En general, este universo está integrado por los titulares de inmuebles cercanos cuyas
propiedades ven aumentado su valor por los trabajos realizados. En este caso la obra es
transferida al Estado sin explotación por el concesionario . 5. Los procedimientos de
contratación
La ley 17.520, en su artículo 4º, dispone que la concesión de obra pública puede otorgarse
mediante: (a) licitación pública, (b) contratación directa con entes públicos y sociedades de
capital estatal o (c) contratación con sociedades privadas o mixtas. En particular, en este
último caso se admite la presentación de iniciativas privadas.
Sin perjuicio de la ley 17.520, cabe aplicar las disposiciones de los decretos 1023/ 01 y 893/12
sobre el régimen general en los términos en que expusimos anteriormente.
Si bien la ley 17.520 establece tres modalidades de concesión de obra pública (onerosa,
gratuita y subvencionada) cierto es que este contrato es en sí mismo siempre “oneroso”
porque “las ventajas que procuran a una u otra de las partes no les es concedida sino por una
prestación que ella le ha hecho o que se obliga a hacerle (art. 1139, Código Civil).
Sin embargo, la ley utiliza el término oneroso para indicar que, en tal caso, se le impone al
concesionario una contribución determinada o se le reconoce al Estado concedente
participación sobre los beneficios.
Como ya señalamos, en aquellos casos en que el Estado no destina estos ingresos a gastos
propios de las obras u otras inversiones conexas, puede objetarse que el peaje abonado por el
usuario represente en parte el carácter de impuesto sobre el transito.
Es más, en ciertas ocasiones los ingresos por peaje pueden exceder la rentabilidad reconocida
a la concesionaria en el contrato porque no es posible predeterminar cual es la cantidad de
usuarios de las obras. Sin embargo, esa situación es distinta de aquella en la que ab initio se
incluye la participación del concedente (Estado).
Los ingresos que excedan la rentabilidad a la que tiene derecho el concesionario no deben
transformarse en beneficios adicionales de este.
17.50). Ello es así, por entenderse que los ingresos por peajes resultaran insuficientes para
hacer frente a la totalidad de los costos de las obras .
Por último, cualquiera sea la modalidad que se adopte, la duración de la explotación —y,
consecuentemente, de los ingresos en caso de peaje— incide fuertemente en el equilibrio
económico financiero del acuerdo. Así, el art. 7º de la ley 17.520 incluye al plazo entre los
elementos que necesariamente deben definirse en el contrato de concesión .
La participación relativa del sector público y del sector privado en la financiación de los
proyectos públicos ha variado significativamente a través del tiempo. Ello porque, por diversas
razones, se ha tornado cada vez más necesario que las obras sean ejecutadas mediante
aportes públicos y privados, en forma conjunta .
Es que en países como los nuestros con dificultades económicas, los recursos propios del
Estado suelen ser escasos por las imperfecciones e inequidades del sistema recaudatorio y el
alto grado de evasión resultante. La capacidad de estos países para recurrir al crédito nacional
o internacional también es limitada. Como contrapartida a esta escasez de recursos públicos se
observa la disponibilidad de fondos privados interesados en encontrar oportunidades de
inversiones. En ese contexto es de entender, en consecuencia, el desarrollo de diversos
mecanismos que canalizan estos recursos privados hacia obras de infraestructura, permitiendo
con ello anticipar la realización de proyectos públicos que de otra forma deberían esperar
durante largos años la asignación de recursos del Estado.
Existe una técnica adicional que no exige necesariamente la financiación privada pero que
suele darse en conjunción con ésta: “la asociación público-privada”, que incluye un grado de
involucramiento del sector privado mayor al del rol del mero constructor/proveedor aunque
sin llegar a constituir una verdadera privatización.
2. La financiación de proyectos
En nuestro país hemos receptado esta técnica, por ejemplo, a través de la concesión de obra
pública para la construcción de autopistas financiadas a través del sistema de peaje . Como ya
señalamos, una diferencia central entre este contrato y el de obra pública es el modo de
financiamiento. En efecto, en el contrato de concesión de obra pública el Estado no paga la
obra y, por tanto, los recursos deben ser anticipados por el concesionario o las entidades
financieras. Este último camino es el más frecuente porque el concesionario no ejerce
comúnmente actividades financieras y, además, estos emprendimientos exigen inversiones
significativas .
Sin embargo hay interpretaciones de doctrina que alejan de las típicas figuras de la
financiación privada de proyectos públicos. Así, Barra sostiene que el concesionario de la obra
pública actúa como delegado de la administración, la cual se convierte en el “verdadero
deudor” de la financiación que se tome .
3. El leasing público
No todas las obras de infraestructura pueden ser sufragadas con los pagos que realizan sus
usuarios. Por otra parte, cierto tipo de obras no tienen usuarios en condiciones de pagar una
tarifa por su uso o dispuestos a hacerlo (caso de hospitales, escuelas y cárceles).
Sin embargo, también en estos supuestos es posible la financiación privada, quedando a cargo
del Estado, total o principalmente, devolver los fondos invertidos y sus producidos. Ello a partir
de la puesta en uso de la obra construida, mediante el pago de un canon. Según el tipo de
obra, ésta pasará de inmediato a ser de propiedad del Estado o —excepcionalmente— recién a
la finalización del contrato. De allí que la calificación de leasing no sea siempre técnicamente
apropiada, ya que en esa figura el financista retiene la propiedad hasta que, a partir de un
cierto momento del cronograma de pagos, el tomador puede optar por adquirirla . Sin
embargo, la locución es útil pues indica una operación con aspectos financieros que exceden
tanto la mera locación como el contrato de obra pública .
El mecanismo presenta para el Estado ventajas financieras indudables: como mínimo posterga
desembolsos hasta que se comienza a utilizar la obra. Nuestro país sancionó, en los años 2000
y 2001, normas para poner en práctica ese mecanismo .
Estas asociaciones público privadas han sido definidas como “La tercerización, total o parcial,
de proyectos de infraestructura y servicios sociales que serían tradicionalmente asumidos por
el gobierno, pero que éste decide desarrollar en asociación con el sector privado con los
beneficios resultantes de incremento de la capacidad de inversión, aumento en la eficiencia y
optimización de la asignación de riesgos” .
Así las etapas que se dan son en primer lugar el concurso en el que los participantes proponen
y coticen —generalmente en forma de un canon periódico—; el Estado selecciona la propuesta
más conveniente y el contratista asume la construcción y el mantenimiento de la edificación.
Los contratos de asociación público-privada deben observar los siguientes principios, a saber,
a) eficiencia en el cumplimiento de las funciones del Estado, b) respeto a los intereses y
derechos de los destinatarios de los servicios públicos y de los entes privados comprometidos
en la ejecución de los emprendimientos públicos, c) no delegación de las funciones de
regulación y poder de policía del Estado, d) responsabilidad económica de los proyectos de
Asociación Público-Privada y g) asignación de los riesgos, de acuerdo a la capacidad de gestión
de los contratantes y criterios de mayor eficiencia .
La estructura contractual a la que debe recurrirse para llevar a cabo una obra construida con el
mecanismo de financiación privada de proyectos públicos es un entramado sistémico: se trata
de “un complejo de varios contratos que se relacionan entre sí” .
El contrato principal es celebrado entre el Estado y una sociedad constituida al efecto (a la que
llamaremos “Encargado del Proyecto” para seguir la terminología del “Régimen de
Infraestructura”) .
A su vez el Encargado del Proyecto suscribe dos series de contratos fundamentales: una serie
serán los contratos de préstamos y la otra, los contratos de compra de equipos y de locación
de obra. Por el primero los bancos se obligan a adelantar fondos necesarios para pagar la
construcción, y el Encargado del Proyecto se obliga a reembolsarles dichos adelantos. Por el
contrato de locación de obra, la empresa constructora se obliga, frente al Encargado del
Proyecto, a construir la obra, y en su caso a mantenerla y operarla, por un precio determinado
pagadero jurídicamente por éste. El Encargado del Proyecto debe adquirir, o hacer construir,
los equipos que utilizará a través de contratos de compra y/o locación de obra.
Si bien todos estos contratos son independientes, existen interrelaciones entre ellos: así como
se ha dicho, el Encargado del Proyecto generalmente cede al Financista tanto los derechos de
cobro emergentes de su contrato con el Estado, como los derechos emergentes del contrato
de locación de obra de reclamar al Constructor por la mala ejecución de la obra.
V. EL CONTRATO DE FIDEICOMISO
Sin embargo, no debe omitirse que la configuración de mecanismos de financiación como los
fideicomisos públicos debe estar también orientada a dotar de mayor transparencia genuina, y
por lo tanto de una competencia efectiva, a los procedimientos de selección del contratista
particular y consecuentemente, al de formación de los precios que el sector público abona por
los bienes y servicios que demanda, o que los propios usuarios o beneficiarios solventan
cuando las actividades de prestación están a cargo de concesionarios, en aras de asegurar los
principios de equidad, transparencia y eficiencia en la asignación de los recursos públicos que
rigen toda actuación estatal.
Como sabemos, en nuestro país la ley 24.441, que establece el régimen legal para los
fideicomisos en el ámbito privado, dispone que: “[h]abrá fideicomiso cuando una persona
(fiduciante) transmita la propiedad fiduciaria de bienes determinados a otra (fiduciario), quien
se obliga a ejercerla en beneficio de quien se designe en el contrato (beneficiario), y a
transmitirlo al cumplimiento de un plazo o condición al fiduciante, al beneficiario o al
fideicomisario”.
El fideicomiso refiere a un encargo que se le hace a una persona para que administre una
determinada propiedad en beneficio de otra, utilizando la figura de un contrato y, a su
finalización, la transmita a un beneficiario/fideicomisario o al propio fiduciante. Los
fideicomisos pueden ser clasificados según su causa o su finalidad como de administración, de
garantía y financiero, conforme está previsto en la ley 24.441.
Los sujetos del sistema son los siguientes: el fiduciante y fiduciario, como partes del contrato,
el cual establece y crea obligaciones entre el fiduciario y el beneficiario inmediato (designado
para adquirir las ventajas de la administración, los producidos o las rentas), y el beneficiario
final (sujeto a quien el fiduciario se obliga a transmitir los bienes al extinguirse el negocio y que
puede o no coincidir con la persona del fiduciante o beneficiario).
Se entiende que estamos en presencia de una contrato bilateral, conmutativo, oneroso (sin
importar que se haya pactado o no una contraprestación a favor del fiduciario por sus
servicios), de causa variable, voluntario o forzoso, este último cuando sea consecuencia de un
acto de última voluntad y no sujeto a formas específicas .
El fideicomiso público ha sido definido como: “[…] un contrato por medio del cual la
Administración, por intermedio de alguna de sus dependencias, en carácter de fiduciante,
transmite la propiedad de bienes de dominio público o privado del Estado, o afecta fondos
públicos a un fiduciario para realizar un fin de interés público” .
Las características del fideicomiso público que derivan de esta noción son (i) es el propio
Estado es el que actúa como fiduciante, para lo cual transfiere fondos públicos con el objeto de
generar beneficios. Estos beneficios pueden ser destinados a comunidades afectadas o en
provecho del propio Estado; (ii) podrán ser objetos fiduciarios bienes de dominio público o
privado del Estado, tales como dinero en efectivo, derechos derivados de la recaudación
impositiva a través de tasas, fondos provenientes de organismos internacionales de crédito,
acciones, títulos de deuda, inmuebles, etc. y que (iii) tendrá como finalidad el fomento
económico y social y la satisfacción de las necesidades generales.
Los sujetos que intervienen en un fideicomiso público son los ya señalados resaltando que: (i)
el fiduciante es el Estado nacional, provincial o municipal, directamente o a través de las
dependencias designadas y es el titular de los bienes objeto de la transmisión fiduciaria; (ii) el
fiduciario es la entidad pública o privada a quien se le transmite la propiedad fiduciaria de los
bienes y asume la obligación de cumplir con ellos una determinada gestión o administración.
Generalmente el fiduciario es una entidad financiera pública por ejemplo, el Banco Nación
Fideicomisos S.A; (iii) el comité de administración, de dirección, técnico o similar que es el
responsable del cumplimiento de los objetivos específicos del contrato, o bien de la
aprobación de lo dispuesto en la ley o el acto administrativo de creación del fideicomiso, no
estando previsto como participante del contrato en la ley 24.441. Sus facultades, obligaciones
y conformación se hallan estipuladas en el contrato de fideicomiso; (iv) los beneficiarios son
los destinatarios de la acción de interés público, es decir, los sectores económicos que
recibirán los beneficios producidos por el fideicomiso, dado que el estado considera que es
necesario apoyarlos por diferentes motivos. También puede serlo el mismo Estado provincial o
municipal y (v) el fideicomisario que es el destinatario, en el caso de existir, de los remanentes
de bienes a la fecha de extinción del contrato .
Si bien, como dijimos, no existe un régimen legal orgánico y específico para el fideicomiso
público en nuestro país, sí existen, en cambio distintas disposiciones que regulan aspectos
diversos de este instituto.
En cuanto al régimen general del fideicomiso, la ley 24.441 regula la figura en el ámbito del
derecho privado aplicándose en forma subsidiaria en materia de fideicomisos públicos.
Por su parte, la ley 25.152 de administración de los recursos públicos dispone que todo
fideicomiso público debe estar previsto o contemplado en la ley de presupuesto nacional (cfr.
art. 2º a), ley citada) y que su creación requerirá el dictado de una ley (cfr. arts. 2º, inc. a y 5º
inc. a ley cit). En tal sentido, las distintas leyes generales de presupuesto establecen
obligaciones inherentes a la figura .
Un aspecto que cabe resaltar es que el empleo de los fondos fiduciarios por parte del sector
público puede traer como valor añadido restarles, cuando no suprimir, contenido de
discrecionalidad a las decisiones de los órganos administrativos a cuyo cargo se encuentra la
ejecución del presupuesto, pues siendo que los compromisos de aportes financieros para la
constitución de tales fondos deben ser incluidos en las respectivas leyes anuales de
presupuesto, la voluntad del legislador que aprueba el presupuesto y de esa manera habilita el
ejercicio de la competencia administrativa —en tanto los recursos respectivos sean
efectivamente recaudados86— no quedará subordinada a las decisiones de los órganos
administrativos a cuyo cargo se encuentre cumplir con la voluntad del legislador.
Para que ello ocurra, sin embargo, es imprescindible que los fideicomisos públicos estén
sometidos de manera efectiva, por su parte, a todos los controles dispuestos para el sector
público nacional conforme lo establece el artículo 8° de la ley 24.156 de administración
financiera y de los sistemas de control del sector público nacional.
1. Concepto
El contrato de suministro debe versar sobre cosas muebles, es decir, a) cosas materiales que
pueden tener un valor, conforme a lo preceptuado por el art. 2311 CC y b) esos objetos
materiales deben ser de una índole tal que puedan transportarse de un lugar a otro, sea
moviéndose por sí mismos, sea que sólo se muevan por fuerza externa, tal como lo indica el
art. 2318 CC. Por cierto, que la provisión de cosas muebles es retribuida por la Administración
mediante el pago de una remuneración en dinero .
2. Régimen legal
En el ámbito de la Provincia de Córdoba rige en materia de contrato de suministro la
normativa vigente en esa Provincia para los contratos administrativos; es decir, el régimen
establecido por (i) la ley orgánica de contabilidad y presupuesto general de la Administración
N° 7631, en el capítulo “VII- Régimen de Contrataciones”, a partir del artículo 106 y ss, donde
se establecen los procedimientos de contratación y las condiciones para la realización de cada
uno de los mismos; y el capitulo “III – De las Contrataciones” de la ley N° 5901 de ejecución del
presupuesto, donde se establecen los índices y los funcionarios competentes para contratar.
Los principios del contrato de suministro son, en general, los mismos aplicables a todos los
contratos administrativos, los que aquí presentan características o particularidades como
veremos a continuación .
Es frecuente que el cocontratante, además de las personas físicas, sean personas jurídicas —
sociedades comerciales o industriales—, así como personas jurídicas públicas, estatales o no
estatales.
Las cosas muebles que pueden ser objeto del contrato se entienden de una manera amplia:
pueden ser fungibles o no, y consumibles o no consumibles, pudiendo ser también divisibles o
no, siendo indiferente que el proveedor las tenga o no en su poder, al tiempo de celebrar el
contrato, o que deba fabricarlas o producirlas por sí o un tercero.
El régimen vigente es el que establece en general los aspectos de las formas que debe revestir
el contrato, siendo frecuente que se perfeccione con una orden de compra o de provisión —o
por otros medios escritos comunes— y los sistemas de elección que resultan aplicables:
licitación pública, licitación privada y la contratación privada cuando se verifiquen las causales
para ello.
1. Noción
El Estado debe contar con todos los recursos económicos y financieros que le permitan cumplir
las funciones y actividades que le corresponden según el derecho vigente. En tal sentido debe
contar con los recursos ordinarios y permanentes, que forman el tesoro o la renta pública,
entre los que incluyen los impuestos, las tasas, las contribuciones y otros conceptos, regulados
conforme las normas establecidas por dicho ordenamiento.
Además y como puede ocurrir que en determinadas circunstancias esos recursos ordinarios
resulten exiguos, ya sea porque se han producido eventos excepcionales u otras circunstancias
no incluidas en los planes de acción existentes, el Estado se ve en la necesidad de utilizar
medios económicos y financieros extraordinarios, que le permitan afrontar y encarar
convenientemente un desarrollo adecuado de su cometido y alcanzar las soluciones más
oportunas para esas situaciones. En estos casos, uno de los medios mas empleados para
obtener tales recursos es el empréstito público.
De ahí entonces que el empréstito es una fuente de financiamiento extraordinaria; por ello el
artículo 4° CN, los limita a los casos de “urgencias” de la Nación o empresas de utilidad
nacional”, eliminando así la posibilidad de quesean contraídos para gastos corrientes de la
Administración.
Los empréstitos públicos y las operaciones de crédito constituyen, entre nosotros, una de las
fuentes de recursos prevista por el artículo 4° de la Constitución Nacional para formar el tesoro
nacional y atender a los gastos públicos, debiendo disponerse para atender necesidades
urgentes de la nación o para empresas de utilidad nacional, atribución que corresponde al
congreso nacional que es el único que puede autorizarlas (constitución nacional artículos 4° y
67 inc. 3 y 6).
Se ha señalado, como particularidad de los empréstitos públicos, que los diferencia de los
empréstitos comunes, que es frecuente que en los primeros se inserten cláusulas exorbitantes
del derecho privado como la inembargabilidad de las rentas sobre el Estado, la fijación de la
tasa de interés sin tener en cuenta lo prescrito en las leyes sobre usura, la asignación de un
plazo especial de prescripción para los intereses no reclamados, pudiendo ser concertados con
el público en general, con instituciones bancarias oficiales o privadas, o con instituciones
financieras, ya sean nacionales o del exterior.
2. Naturaleza Jurídica
Los autores que niegan la naturaleza contractual del empréstito consideran que éstos son
emitidos en virtud del poder soberano de Estado y que surgen de una autorización legislativa
que establece las condiciones del empréstito. Además, afirman que no hay acuerdo de
voluntades en el empréstito, porque los títulos se lanzan al mercado con valor establecido, y la
voluntad de los prestamistas no interviene en el proceso formativo de la obligación.
3. Caracteres
a) Sujetos
Uno de los sujetos necesarios en todo contrato de empréstito publico es el Estado que se
manifiesta y actúa por medio del Poder Ejecutivo, ya sea que este accione directamente o, lo
que es mas frecuente, mediante los organismos centralizados o descentralizados que
componen la administración pública.
Cocontratante particular, en los contratos de empréstito público, pueden serlo tanto personas
físicas como jurídicas, al igual que en todo contrato administrativo.
b) Objeto
El objeto del contrato de empréstito público es siempre la tradición de una suma de dinero
que obtiene el Estado de los particulares, con la finalidad de destinarla a atender urgencias de
la Nación o solventar empresas de interés nacional. En merito de esa tradición, el Estado se
obliga a rembolsarla, pagando además al prestamista un interés en la forma y condiciones
fijadas.
c) Causa
En caso de admitir, como dijimos, que los empréstitos públicos constituyen recursos de
carácter excepcional o extraordinario al que solo debe recurrirse en circunstancias
extraordinarias, debe concluirse que estas condiciones deben darse necesariamente como
razón determinante que lleve al Estado a emitir tales empréstitos.
d) Finalidad
Si bien los textos constitucionales pueden considerarse bastante amplios en sus enunciados,
los cierto es que los empréstitos no pueden concluirse si no para destinar los fondos que de
esa manera se obtengan a solventar urgencias de la Nación o para llevar a cabo empresas de
utilidad nacional. Sin embargo, la práctica muestra casos de ciertos empréstitos públicos que
se han ido convirtiendo en los medios comunes para atender gastos normales del tesoro, o
para cumplir otras finalidades financieras, etcétera.
e) Forma
El contrato de empréstito público es, un contrato consensual. Pero ello no quita que este
siempre sujeto al cumplimiento de formas escritas, expresamente impuestas y reguladas por
las normas legales que le son aplicables especialmente. 5. Formación del contrato y selección
del cocontratante particular
Este contrato debe ser dispuesto mediante la sanción de una ley por la cual se manifiesta la
decisión autoritativa de celebrar dicho contrato. Ahora bien, una vez dictada la ley autorizante,
tiene lugar la emisión del empréstito, tarea a cargo del Poder Ejecutivo. La emisión comprende
la confección de los títulos respectivos. Luego, corresponde la colocación o negociación del
empréstito, en la cual se produce la vinculación entre el Estado, actuando por medio de los
órganos administrativos determinados para ese fin, y los particulares que adquirirán los títulos
o valores, convirtiéndose de esa forma en cocontratantes particulares y acreedores del Estado.
La negociación del empréstito se lleva a cabo, por lo común, por medio de suscripción pública,
ofreciéndose los títulos de la adquisición del público en general, previo el cumplimiento de una
adecuada publicidad la cual se difunden las condiciones de la operación, sus ventajas, etcétera.
Finalmente, la colocación del empréstito puede realizarse mediante licitación pública o por
cualquier modalidad que establezca para optimizar su finalidad.
Siendo un préstamo de dinero que los particulares hacen al Estado, es natural que las
prerrogativas y derechos de la administración estén muy disminuidos, pero concentrándose en
ellas el objeto concreto que le es propio.
Por otro lado, los derechos del cocontratante particular se ven restringidos a situaciones muy
específicas, pues las obligaciones de la administración se limitan al pago de los intereses
pactados y a la amortización o reembolso del capital prestado, en la forma y condiciones
establecidas.
En suma, teniendo en cuenta que el contrato de empréstito público procura obtener dinero de
parte de terceros y que para ello necesita generar condiciones de certidumbre y confianza por
parte del cocontratante (particular prestamista) –—los principios de mutabilidad, las
potestades dirección y control y/o rescisión— se encuentran previstas y/o poseen un limitado
marco de acción en este contrato.
La singularidad del empréstito publico hace que estos derechos, adquieran una virtualidad
especial, puesto que el cocontratante particular cumple su obligación principal, que es la de
entregar al Estado la suma equivalente al valor de los títulos adquiridos, de una manera
instantánea y de una sola vez, al iniciarse el contrato, por lo que cumplida esa prestación, nada
tiene la administración que exigir.
También debe tenerse presente que la Administración debe cumplir las obligaciones que ha
adquirido con motivo del contrato de empréstito público, de manera leal y responsable,
respetando el sistema fijado para la amortización o el rescate de los títulos, y haciendo
efectivas las prerrogativas y exenciones que se hubieran otorgado a los particulares.
Otros derechos que son comunes a todo cocontratante, como el de suspender la ejecución del
contrato, para quienes aceptan esta interpretación, el de requerir su rescisión o el de exigir el
mantenimiento de su ecuación económico-financiera, no tienen la oportunidad de ser
ejercidos en el empréstito público dada la naturaleza y características propias del empréstito.
La forma normal como concluyen los empréstitos públicos es la que se conoce bajo la
denominación “amortización”, la cual no es sino el reembolso del capital facilitado por cada
prestamista, quien a su vez debe entregar los títulos o valores que habían sido emitidos o que
había adquirido.
Los modos anormales de conclusión del empréstito público son aquellos que no consisten en
el reembolso liso y llano del capital a cada uno de los prestamistas sino en forma que
sustituyen o compensan ese reintegro.
Entre estas últimas formas de extinción del contrato, podemos mencionar la conversión del
empréstito público que consiste en la emisión de un nuevo empréstito, que viene a reemplazar
al anterior, que queda extinguido, y cuyo objeto es, la fijación de nuevas condiciones.
La consolidación del empréstito público, por su parte, tiene lugar cuando se transforma una o
varias deudas flotantes a corto plazo en una deuda a largo plazo o a plazo incierto, mediante la
emisión de un nuevo empréstito en esas condiciones.
CAPITULO X
SERVICIO PÚBLICO
I. CONCEPTO
Los servicios públicos son actividades complejas cuya noción y régimen jurídico están
fuertemente influenciados por la necesidades e ideología de la época . Por ello, se ha dicho
que hay tantos conceptos del servicio Público como autores se han ocupado de él.
Según las posiciones clásicas que influyeron fuertemente en nuestro país, servicio público es
toda actividad estatal cuyo cumplimiento debe ser asegurado, regulado y controlado por los
gobernantes (Duguit); mientras que para otros es toda la actividad de la Administración (Jéze)
o una parte de la actividad administrativa (Hauriou) . Desde otra mirada doctrinaria se sostiene
que un servicio público es toda actividad cuyo prestador está obligado a suministrar el servicio
a quien lo solicite (según las posibilidades de sus instalaciones), lo que implica que debe
hacerlo de modo no discriminatorio. Es pues, el régimen jurídico especial al que está sometida
la actividad, lo que la convierte en servicio público, y no a la persona de su titular. En esta
posición, la nota distintiva es la obligatoriedad, siendo el resto de los caracteres generalidad,
uniformidad, etc. una consecuencia de aquélla .
Sin perjuicio de las definiciones apuntadas, debemos tener presente que actualmente la
metodología común en la moderna teoría de la regulación de los servicios públicos es la
búsqueda de los principios de la regulación óptima de tarifas y requerimientos de calidad para
empresas que operan en mercados naturalmente monopólicos, donde la competencia no
puede realizar esa tarea .
Teniendo en cuenta estos conceptos, en el presente capítulo abordaremos las principales
cuestiones que, en la actualidad, se abordan en la problemática inherente a los servicios
públicos y los aspectos más relevantes que presenta su regulación.
Uno de los aspectos más debatidos en relación al tema de este capítulo es determinar en la
praxis si el principio de iniciativa privada o libertad de empresa prevalece respecto de la
intervención del Estado en la economía, generalmente instrumentada por el poder público
mediante la técnica del servicio público o el poder de policía.
La respuesta a este interrogante, en realidad, proyecta las principales posiciones que existen
en torno a estos temas. Por un lado, la doctrina francesa, que concibe el concepto de servicio
público como aquél que alude a la actividad que es de titularidad del Estado y que éste puede
prestar por sí o delegar en concesión a particulares, se contrapone con la concepción de
aquellos sistemas como el de EEUU y otros países en los cuales, en lugar de hacer referencia a
la noción de servicio público, sostienen que las actividades comerciales e industriales que
satisfacen este tipo de necesidades de la población son de carácter privado y sujetas al
principio de libertad de empresa y que pueden estar sujetas a regulación de calidad y precio
(tarifas) por razones de interés público (utilities). Nótese que en el primer caso se parte de la
concepción de una actividad estatal que puede ser delegada a los particulares y, en el segundo,
en cambio, se concibe a estas actividades como privadas y que pueden estar sujetas a
regulación estatal.
En el derecho comunitario, por su parte, en el que conviven países con sistemas normativos
con concepciones diversas sobre el rol del Estado sobre las actividades comerciales e
industriales, el Tratado de Roma establece el principio general de la libertad de competencia
en el mercado común de la Unión. Sin perjuicio de ello, también se dispone el concepto de
actividades económicas de interés general para hacer referencia a aquellos cometidos o tareas
que aunque correspondan a los particulares y sean desarrolladas por sujetos privados o
públicos, puedan estar sometidas al mismo tiempo a una intensa regulación bajo ciertas
pautas cuando aquel marco competitivo pudiera afectar el interés económico general .
Otro ejemplo de actividad regulada por razones de interés público puede encontrarse en el
servicio de remises que se presta en la ciudad de Córdoba, al que la jurisprudencia lo asimiló al
servicio público de taxis. En estas actividades, el ingreso al servicio a través de la concesión,
autorización, la licencia, el permiso, entre otras figuras, como la extinción de las mismas,
quedan sujetos a una mixtura de vinculación jurídica pública y privada, prevaleciendo según el
caso una sobre la otra .
En el caso “Miranda c/Municipalidad de Córdoba. Amparo”, el Superior Tribunal de Justicia
Provincial sostuvo que no es inconstitucional una ordenanza municipal que exige, para la
habilitación de una agencia de remises, ser propietario o tener contrato para la prestación del
servicio en número mínimo de diez unidades, prescribiendo el cupo de un vehículo por cada
determinada cantidad de habitantes” .
Es claro entonces que si la actividad está calificada formalmente como servicio público
(publicatio), la regulación, control e intervención del Estado estará presente en todos los
aspectos de ese cometido (principalmente en materia de calidad y precio). El mismo
temperamento sucederá aunque se conciba que a esa misma actividad como privada y deba
regularse por razones de interés público. En cualquier caso, la regulación estatal se justifica en
la medida en que sea razonable, proporcional y en el marco de la juridicidad.
Finalmente, puede formularse la distinción entre las nociones de servicio público y empleo
público que, como sabemos, están sometidas a regímenes jurídicos diferentes. En cuanto al
empleo público se han esbozado distintas opiniones sobre su naturaleza prevaleciendo
actualmente la que lo consideran como un contrato administrativo cuyo elemento esencial es
la voluntariedad en la incorporación del agente público que es el lo que diferencia con otros
servicios obligatorios. Al servicio público, en cambio, lo titulariza el Estado y puede o no ser
delegado a los particulares para su prestación recayendo en el concesionario, a su riesgo y
ventura, llevar a cabo la prestación del servicio. El personal que el concesionario emplea para
llevar adelante sus obligaciones no es agente público y se encuentra sujeto a la legislación y
convenciones aplicables, cuyos conflictos —individuales o colectivos— se resuelven en el
marco de las normas del derecho del trabajo, siendo competente el tribunal del fuero
respectivo.
En una primera etapa, la constitución histórica 1853 reconoce y garantiza en su artículo 14,
entre otros derechos fundamentales, los de trabajar, comerciar y ejercer toda industria lícita,
conforme con las leyes que reglamenten su ejercicio. Es ésta una definición filosófica que
coloca, en principio, la titularidad de la actividad comercial e industrial en el ámbito privado11.
En una segunda etapa, marcada por las nacionalizaciones de los servicios públicos, el Estado,
del mismo modo que había ocurrido en Europa, asume la decisión de titularizar actividades en
las que considera comprometido el interés general, y, a la par, en varios casos otorga en
concesión la prestación de esas actividades a los privados siendo a éstos a quienes les
corresponde, en principio, cumplirlas (v.gr.: concesiones ferroviarias; de electricidad, gas,
tranvías, permisos telefónicos, etc.) . En esta etapa, el servicio público opera como título
exorbitante para la exclusión de la titularidad privada de la actividad tal como se expuso
precedentemente.
Por su parte, la Constitución de 1949 —que fue dejada sin efecto en 1956— importó un
cambio significativo pues su artículo 40 se decide, por un lado, la pertenencia originaria de los
servicios públicos al Estado y la prohibición terminante de su enajenación o concesión, y, por
otro, las trasferencias a aquél de los que estuvieren en poder de los particulares, mediante
compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley lo determinara .
Como resultado de esta época, que se caracterizó por la nacionalización de los principales
servicios públicos, a comienzos de la década del 90, el Estado se presentaba como prestador
bajo diversas formas jurídicas de actividades también distintas: correos y telégrafos; teléfonos;
transporte y distribución de gas; generación, transporte y distribución de electricidad; obras
sanitarias; transporte aéreo de cabotaje y transporte ferroviario.
La evolución reconoce una tercera etapa pues en el año 1989 se sanciona la ley 23.696,
denominada de reforma del Estado, en virtud de la cual se declaró en emergencia la prestación
de los servicios públicos y la situación económico financiera de la Administración Pública
Nacional, y se facultó, asimismo, al Poder Ejecutivo para otorgar permisos, licencias o
concesiones para la explotación de los servicios públicos o de interés público a que estuvieren
afectados los activos, empresas o establecimientos que se privatizaran, consignándose, las
empresas y activos “sujetas a privatización”.
Si bien la reforma constitucional de 1994 se refiere a los servicios públicos en el artículo 42, la
sanción de los marcos regulatorios más importantes, relativos a los servicios públicos de
provisión de agua potable y desagües cloacales15; de transporte y distribución de electricidad ;
de transporte y distribución de gas natural y de las telecomunicaciones , se produjo antes de
aquella reforma.
La Constitución reformada se refiere expresamente, en dos oportunidades, a los servicios
públicos. Primero, en el segundo párrafo del artículo 42, para imponer a las autoridades el
deber de proveer al control de la calidad y eficiencia de ellos; y después, en el párrafo tercero
del mismo artículo, para determinar que la legislación debe establecer los marcos regulatorios
de los servicios públicos de competencia nacional, previendo la necesaria participación de las
asociaciones de consumidores y usuarios y de las provincias interesadas, en los organismos de
control.
El marco institucional que regía la prestación de todos los servicios públicos en el país se vio
profundamente modificado por las disposiciones contenidas en la ley de emergencia pública y
reforma del régimen cambiario N° 25.561 (B.O. 05/01/ 2002) así como por la práctica
regulatoria posterior. En virtud de esta ley se derogaron los indicadores de precios basados en
índices extranjeros, se pesificaron las tarifas y se sujetaron los contratos de obra y servicios
públicos a un proceso de renegociación contractual, entre otras medidas.
De esta manera y con base en la delegación de facultades operadas por imperio de dicha ley, el
Poder Ejecutivo, a través de la Unidad de Renegociación , procedió a renegociar los Contratos
de Concesión de Obras y de Servicios Públicos, afectados por la emergencia y por el nuevo
régimen cambiario, en la medida de dicha afectación, con el alcance establecido en el artículo
9° de la ley.
En tal sentido, el numeral 2.1 de la Resolución ME N° 20 (BO 18/03/02), que estableció los
objetivos y alcance de la renegociación, dispuso que constituía un objetivo primario del
proceso de renegociación, procurar, en la medida de las posibilidades y con el criterio de
sacrificio compartido, adecuar de común acuerdo los contratos de concesión o de licencia,
durante el período de emergencia y hasta tanto sea superada dicha situación, “sin introducir
cambios estructurales, a efectos de preservar la vida del contrato y las condiciones
originariamente pactadas con miras a su restablecimiento futuro”.
La finalidad pública que está destinada a satisfacer el servicio público fundamenta los medios
exorbitantes de derecho común a la que está sometida la actividad así declarada; es decir, un
régimen de derecho público que asegure la generalidad, uniformidad, regularidad y
continuidad del servicio.
Lageneralidad significa que todos los habitantes tienen derecho a gozar del servicio y se
comprende en una característica que a veces se menciona aisladamente: la igualdad o
uniformidad, por imperio de la cual todos tienen derecho a exigir el servicio en igualdad de
condiciones. La regularidad importa la conformidad a las reglas y condiciones preestablecidas .
La mirada regulatoria de los servicios públicos, por su parte, centra su análisis básicamente en
el marco institucional que rige una determinada actividad y prescinde de cuestiones tales
como, por ejemplo, quién ostenta la titularidad del servicio, quiénes son los sujetos
encargados de su gestión, etcétera . Desde esta perspectiva, se mencionan entre las
características más salientes del servicio público la sustentabilidad, la eficiencia y la no
discriminación. Sustentabilidad significa que el nivel de la tarifa debe permitir la cobertura de
los costos económicos de prestación del servicio y que además sirva como señal para que
nuevos recursos sean atraídos a la industria, de manera de asegurar el mantenimiento, la
prestación futura, el crecimiento y la expansión del servicio.
En cuanto a la eficiencia, hacemos referencia a la eficiencia asignativa según el cual las tarifas
deben reflejar los costos de producción de los servicios y a la productiva que se refiere a la
necesidad de producir a un costo mínimo para cada nivel de servicio. La no discriminación
importa que a ningún usuario o grupo de usuarios un tratamiento diferente de aquél que se
brinde a otros que se encuentran en una situación similar.
Los servicios públicos pueden clasificarse según distintos criterios con mayor o menor utilidad
práctica. Tradicionalmente y según quién tenga a su cargo la prestación de la actividad, se
distingue en servicios públicos propios o impropios. Los servicios públicos propios son aquéllos
que son prestados por el Estado sea directamente o, en forma indirecta, a través de
particulares. En cambio, suele denominarse como servicio público impropio a aquellas
actividades privadas realizadas por particulares sujetas a determinada regulación estatal
encaminada a evitar abusos que perjudiquen a los particulares y/o controlar una mejor
prestación de las mismas. Ejemplos de estas pueden ser el servicio de taxis, farmacias,
panaderías, etcétera.
Se ha dicho también que los servicios públicos pueden ser clasificados en facultativos u
obligatorios considerando si el usuario tiene o no posibilidad de elección o aceptación del
mismo. Es facultativo en los casos que el usuario es quien decide si utiliza o no el servicio; por
ejemplo, el servicio de gas, telefonía, transporte, etc.; u obligatorios cuando el usuario debe
tomar el servicio independientemente de su voluntad o consentimiento dado que está de por
medio el interés público; por ejemplo, alumbrado, barrido y limpieza que se requieren para
lograr la salubridad e higiene públicas.
También pueden clasificarse en singulares (uti singulis) cuando el usuario del servicio está
determinado, por ejemplo, servicio de gas, teléfono, electricidad, etc.; o generales (uti
universi) cuando el usuario no se encuentra determinado; por ejemplo, defensa y seguridad,
bomberos, etcétera.
1. El título habilitante
En nuestro sistema jurídico resulta difícil establecer criterios para diferenciar con claridad la
figura de la concesión y la licencia, más aún después del proceso de privatizaciones . Un sector
de la doctrina se inclina a pensar que, en el ámbito de los servicios públicos, hace consistir la
concesión, en lo esencial, en el traslado a un particular del ejercicio de competencias o
facultades propias del Estado, atribuyendo, así, a aquél, un poder nuevo, pero derivado de la
titularidad de éste. El concepto de licencia, por su lado, parece conveniente referirlo al acto de
remoción de obstáculos al ejercicio de poderes preexistentes, lo cual, aplicado al servicio
público, importa suponer la titularidad privada de la actividad a desarrollar por el licenciatario.
Es la perspectiva que deriva, como ha señalado TAWIL, de los derechos francés y
norteamericano, respectivamente .
Otros autores, en cambio, afirman que la nota diferencial entre la figura de la concesión y la
licencia debe buscarse en los elementos distintivos de los regímenes jurídicos establecidos en
el proceso de privatización. Ello porque si bien los marcos regulatorios que utilizaron sendos
títulos habilitantes (concesión y licencia) resultan similares; la única diferencia sustancial que
exhiben es el régimen de bienes dispuesto en cada caso: en las concesiones (servicios de agua,
transporte y distribución de electricidad, etc.) los bienes fueron entregados al prestador en
comodato; en las licencias (transporte y distribución de gas, telefonía, etc.), en cambio, fueron
entregados en propiedad.
2. El régimen de bienes
Por su parte, en la experiencia de los Estados Unidos el principio inspirador de las Independent
Regulatory Commissions es crear una administración técnica, independiente y sustraída de las
alternativas de la vida política. El arquetipo es la Federal Reserve en materia de regulación
monetaria y bancaria y el modelo se utiliza en el control de los servicios públicos (public
utilities).
En nuestro país la política también ha sido separar la prestación del servicio y el control sobre
el mismo, encomendándose este último a autoridades o entes regulatorios que fueron creados
simultáneamente con la puesta en marcha de los procesos de privatización. Tales son los casos
del Ente Tripartito de Obras y Servicios Sanitarios, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones
(CNC), el Ente NacionalRegulador de la Electricidad (ENRE) y el Ente Nacional Regulador del
Gas (ENARGAS). En el ámbito de la Provincia de Córdoba fue creado el ERSEP para los servicios
públicos que se prestan en el ámbito provincial y sujetos a su jurisdicción .
Las características básicas de las nuevas entidades pueden resumirse del siguiente modo:
a) La mayoría de los entes fueron creados por ley del Congreso y uno pordecreto (CNC).
Esta diferencia responde a circunstancias políticas vigentes al momento de cada privatización
sectorial.
k) Las decisiones del directorio son actos administrativos recurribles por la víade la alzada
y los alcances del control —administrativo y/o judicial— son los propios de esta clase de
recursos.
Como se advierte, las regulaciones sectoriales están lejos de responder a un criterio uniforme
respecto del significado del servicio público. Por esa razón, en todos los casos deberá estarse a
los principios y soluciones legales establecidas en los diferentes regímenes jurídicos, sin
perjuicio de los aportes que surgen de la teoría de la regulación pública de esas actividades. En
el cuadro N° 1 que obra al final del capítulo puede verse una síntesis de los aspectos tratados
en este apartado.
REGULADORES
El ejercicio de funciones jurisdiccionales por parte de los entes reguladores es uno de los
temas de mayor debate en el ámbito del derecho público debido a su incidencia práctica y
sobre todo, sus implicancias en torno al principio de división de poderes propio de nuestro
Estado de Derecho. En efecto, se trata de establecer es si cualquier ente u organismo que
integra la organización administrativa puede ejercer la potestad de resolver conflictos entre las
personas y, en su caso, bajo qué circunstancias o con qué alcances.
El debate se presenta en torno a las potestades que otorgan los marcos regulatorios
sectoriales a los Entes Reguladores para resolver los conflictos que se suscite entre los sujetos
de una industria determinada (por ejemplo, entre prestadores, usuarios, terceros, etc.) con
motivo o en ocasión de la prestación del servicio público . La cuestión estriba en indagar si el
otorgamiento de estas potestades a los entes reguladores (que, como sabemos, forman parte
de la organización administrativa del Estado) resulta constitucionalmente válida frente al
principio de división de poderes; o, dicho de otra manera, si la disposición de los marcos
regulatorios que señala que
“[…] todo conflicto que se suscite entre los sujetos de la industria y que verse sobre los
servicios públicos debe ser resuelto por el Ente Regulador […]” resulta compatible frente al art.
116 de la CN que dispone que “toda causa sobre los puntos regidos por esta Constitución
(entre las que se encuentran, por cierto, las referidas a los servicios públicos según el art. 42 de
la CN) corresponde al Poder Judicial”. En definitiva, se trata de indagar si la jurisdicción que
corresponde a los jueces posee fundamento constitucional o es posible establecer ciertas
flexibilidades a ese principio con base legal, como pareciera desprenderse de algunas
interpretaciones .
Hemos visto al respecto que la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el célebre
pronunciamiento “Fernández Arias ” admitió el ejercicio de esa clase de funciones por parte de
una Autoridad administrativa en la medida en que exista posteriormente la posibilidad de un
control judicial suficiente sobre lo resuelto en esa sede. En el considerando 19 del voto de la
mayoría de este pronunciamiento se expresó que: “[…] control judicial suficiente quiere decir:
a) reconocimiento a los litigantes del derecho a interponer recurso ante los jueces ordinarios,
b) negación a los jueces administrativos de la potestad de dictar resoluciones finales en cuanto
a los hechos y al derecho controvertidos, con excepción de los supuestos en que, existiendo
opción legal, los interesados hubiesen elegido la vía administrativa privándose
voluntariamente de la judicial (doctrina de fallos t. 205; p. 17; t 245, p. 351). La mera facultad
de deducir recurso extraordinario basado en la inconstitucionalidad o arbitrariedad, no
satisface las exigencias que en la especie han de tenerse por imperativas […]” (Fallos 2247:646)
.
Más cerca en el tiempo, el Máximo Tribunal tuvo ocasión de pronunciarse nuevamente sobre
esta cuestión en el renombrado caso “Ángel Estrada” que versó sobre una controversia
suscitada en la industria eléctrica con motivo de los daños producidos a los usuarios del
servicio público como consecuencia de los prolongados cortes o suspensión de los servicios de
electricidad.
La Corte Suprema de Justicia consideró que “[…] no cualquier controversia puede ser
válidamente deferida al conocimiento de órganos administrativos con la mera condición de
que sus decisiones queden sujetas a un ulterior control judicial suficiente. Los motivos tenidos
en cuenta por el legislador para sustraer la materia de que se trate de la jurisdicción de los
jueces ordinarios deben estar razonablemente justificados pues, de lo contrario, la jurisdicción
así creada carecería de sustento constitucional, e importaría un avance indebido sobre las
atribuciones que el art. 116 de la Constitución Nacional define como propias y exclusivas del
Poder Judicial de la Nación. Admitir que el Congreso pudiera delegar en órganos de la
administración facultades judiciales sin limitación material de ninguna especie será tan
impensable como permitir que el legislador delegara la sustancia de sus propias funciones
legislativas, lo cual está expresamente vedado en el art. 76 de la Constitución Nación, con
salvedades expresas […]” (cfr. considerando 14, fallo cit).
CASSAGNE escribió sobre este fallo que “[…] mientras se mantenga esta jurisprudencia, se ha
cerrado bastante el camino que algunos pretenden abrir para crear tribunales administrativos
que entiendan, con competencia establecida como cláusula general, en los litigios
administrativos (así como parece haberse cerrado totalmente la posibilidad de habilitar a estos
tribunales de controversias entre particulares, reguladas por el derecho común […]” . Es que,
como puede cotejarse, mientras que el criterio del voto de la mayoría en el fallo “Fernández
Arias” resultaba permisivo respecto del ejercicio de funciones jurisdiccionales por parte de la
Administración pública, esa posibilidad se restringe sustancialmente en “Ángel Estrada” pues
aquí se reivindica decididamente el ejercicio de la función jurisdiccional por parte del Poder
Judicial en los términos de los arts. 109 y 116 de la CN.
El voto de la mayoría, que se inclinó por la validez constitucional del ejercicio de las funciones
por parte del Ente Regulador, señaló que, a diferencia de lo sucedido en el caso “Angel
Estrada”, en el que se había reclamado una indemnización de lucro cesante, sólo se demandó
el pago del daño emergente (reparación del objeto dañado) con fundamento en el artículo 3º,
inc. e) del Reglamento de Suministro de Energía Eléctrica, el cual conforma un tipo de reclamo
que el ente regulador viene resolviendo desde su inicio en defensa de los derechos de los
usuarios del servicio público y sin ningún tipo de apelación judicial por parte de la empresa
distribuidora.
La falta de razonabilidad de ese artefacto sería tan evidente que hace innecesario explayarse
en detalle para demostrarlo” .
La opinabilidad del tema queda puesta de relieve también por los sólidos argumentos del voto
de la minoría de este fallo plenario que integraron los Dres. Jorge E. Morán y Pablo Gallegos
Frediani quienes entendieron que el ENRE es incompetente para fijar resarcimientos por daños
y perjuicios a partir de la sentencia dictada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la
causa “Ángel Estrada”. En esta causa, afirman estos magistrados, el Alto Tribunal determinó
que el ENRE no puede fijar indemnizaciones por daños ocasionados por interrupción del
servicio eléctrico ya que no tiene competencia para dirimir reclamos de daños y perjuicios
planteados por los usuarios con sustento en el derecho común . También consideraron que si
se atribuye esa competencia al ENRE se incurre en un avasallamiento que afecta el principio de
división de poderes y que el dictamen de la PTN que invoca la mayoría realiza una distinción
que no surge del fallo del Alto Tribunal ni de las normas aplicables al caso .
Es de destacar que algunas de las regulaciones sectoriales, por ejemplo la del gas , electricidad
y telecomunicaciones , previeron algunos mecanismos tendientes a asegurar esa
representación. Sin embargo, una característica de los entes reguladores en la cuarta etapa a
la que nos referimos en el apartado anterior, consistió en que fueron intervenidos
administrativamente en forma sucesiva, lo cual aleja, en la práctica, el vigencia del principio de
representación al que aludimos.
Finalmente es importante destacar que el Poder Ejecutivo Nacional dictó el Decreto 1172/03,
relativo a la mejora de la calidad de la democracia y de sus instituciones, en virtud del cual
aprobó, entre otros reglamentos, como Anexo VIII el “Reglamento General de Reuniones
abiertas de los Entes Reguladores de los Servicios Públicos” que reconoce como objeto regular
el mecanismo de las reuniones abiertas de los Entes Reguladores de los Servicios Públicos y
establecer el marco general de su desenvolvimiento.
1. Concepto
La Real Academia española define la palabra “audiencia” como el “acto de oir a los soberanos
u otras autoridades a las personas que exponen, reclaman o solicitan alguna cosa55. El
carácter de “públicas”, se ha sostenido, se presenta en un doble sentido. En primer lugar, por
la publicidad y transparencia que conlleva todo procedimiento y, en segundo término, por la
posibilidad de acceso y participación a través de la oralidad que caracteriza el mismo, del
público en general y de todos los sectores interesados que sean reconocidos como parte .
2. Etapas. Trámite
3. Principios generales
Los principios generales que rigen el procedimiento de la audiencia pública son coincidentes
con los dispuestos en la ley 19.549 (debido proceso, informalismo, instrucción de oficio y
economía procesal, entre otros), a los que cabe agregar los de publicidad, oralidad,
contradicción, inmediatez y participación, que caracterizan este tipo de procedimientos. En
particular, se ha recalcado que las audiencias públicas importan una revalorización del
procedimiento previo.
En algunos supuestos estas audiencias pueden ser previas a la resolución de una controversia
específica; en otros, en cambio, el recaudo aparece impuesto por la conveniencia de valorar,
antes de la decisión o del dictado de un acto de alcance general, opiniones o intereses que
pueden condicionar el contenido político administrativo de éste.
De todos modos las audiencias públicas de nada sirven, como afirma J. COMADIRA, si la
autoridad competente para resolver no valora adecuadamente las opiniones en ellas
expuestas, explicando, en su caso, por qué no las toma en cuenta. Es ésta una exigencia que sí
aparece, ahora, en el Reglamento de Audiencias Públicas aprobado como anexo I por el ya
citado Decreto 1172/03.
En ese marco, a partir del año 2000 se sancionaron un conjunto de leyes que se refieren a los
servicios públicos, a saber: la ley 8835 denominada “carta del ciudadano” y la ley 8836 sobre la
“modernización del Estado”, y la ley 8837, relativa a la “incorporación del capital privado al
sector público” .
Mediante la ley provincial 8835 se regulan en el capítulo 3 los derechos de los usuarios de los
servicios públicos. Allí se prioriza la prestación de los servicios de acuerdo a niveles de calidad y
eficiencia, el control y participación de los usuarios (art. 15).
La función del ERSeP es regular y controlar los siguientes servicios públicos provinciales: agua
potable, energía eléctrica, transporte interurbano de pasajeros, concesiones edilicias la Red de
Accesos a Córdoba y aquéllos que disponga el Poder Ejecutivo Provincial. Se excluyen, por su
parte, de la órbita del ERSeP los servicios públicos de carácter nacional o municipal (artículo 22
ley citada).
El ERSeP recepta y tramita los reclamos de los usuarios de dichos servicios públicos tanto en su
sede central de Córdoba capital, como en los Centros de Atención de Usuarios situados en
distintas ciudades del interior de la Provincia de Córdoba. Las resoluciones del ERSeP causan
estado y agotan la vía administrativa.
El directorio del ERSeP está conformado por seis miembros con mandato por cinco años
pudiendo ser reelegidos por única vez. La particularidad es que dichos miembros son elegidos
por representación política de todas las fuerzas involucradas.
En coincidencia con la ley provincial 8836 de modernización del Estado, en su artículo 46 —al
tratar el tema de los servicios públicos— , dispone que los prestadores públicos y privados
estarán sometidos al contralor de ERSEP creado por la Ley de Carta del Ciudadano” en el cual,
como establece el artículo 75, deben participar los usuarios según lo establecen las leyes u
ordenanzas respectivas”. Esta misma ley 8836, acogiendo a la tendencia de fortalecer al Estado
en el control y regulación de los servicios y habilitar a los particulares su gestión, establece que
es atribución del Poder Ejecutivo con aprobación legislativa posterior, incorporar capital
privado, desregular y monopolizar y/o dar en concesión, licencia u otro título habilitante lo
servicios, funciones u obras cuya gestión se encuentre a cargo de entes u organismos públicos.
La ley 8837 sobre la “incorporación de capital privado al sector público” dispone en el título II
el cambio de los modelos de gestión, previendo disposiciones sobre la incorporación de capital
privado en forma total o parcial en las empresas, sociedades o establecimientos
pertenecientes al Estado Provincial, aún mayoritariamente.
El procedimiento de selección que podrá utilizar el Poder Ejecutivo para implementar estas
medidas consisten en: a) Licitación Pública, con base o sin ella; b) Concurso Público, con base o
sin ella, c) Concurso de Proyectos Integrales; d) Remate Público, con base o sin ella; e) Venta
de acciones en Bolsas y Mercados de Valores de Córdoba, nacionales o del exterior. Podrá
realizarse un concurso de proyectos integrales cuando el Poder Ejecutivo no haya determinado
detalladamente —en el respectivo llamado— las especificaciones del objeto contractual, o
resulte más conveniente —para la concreción de dicho objeto— autorizar a que los oferentes
procedan a formular de manera detallada los aspectos técnicos, económicos y jurídicos de
dicho objeto.
De igual modo podrá procederse cuando mediare una iniciativa privada y el Poder Ejecutivo
deseare obtener propuestas sobre los diversos medios posibles para satisfacer sus
necesidades.
Esta normativa establece que las relaciones entre los usuarios y los prestadores de los servicios
se rigen con carácter general por el citado manual y, en particular, por el título habilitante y las
normas regulatorias dictadas por el ERSeP para la prestación de los servicios. Sin perjuicio de
ello, se dispone que, en caso de discrepancias o dudas respecto de la interpretación de algunas
de las normas establecidas en el manual, prevalecerán las disposiciones de la ley de defensa
del consumidor 24.240 y la ley provincial 8835. Si las dudas en la interpretación persistieran, se
aplicará el criterio “in dubio pro usuario”, optando por la interpretación más favorable o
menos gravosa para el usuario.
Los usuarios y terceros interesados, con carácter previo a la intervención del ERSEP, deberán
formular un reclamo ante el prestador del servicio, quien deberá resolverlo en el plazo de diez
días hábiles administrativos.
Si el plazo venciere sin que medie resolución del prestador, el reclamante podrá ocurrir al
ERSEP.
Toda controversia que se suscite con motivo de la prestación de los servicios regulados por el
ERSEP será sometida, en forma previa y obligatoria, a la decisión del ente regulador, quien
luego de la sustentación deberá resolver dentro del plazo de treinta días hábiles
administrativos.
Las resoluciones del ERSeP causan estado y agotan la vía administrativa sin necesidad de
recurso alguno, pudiendo ser materia de acción contencioso administrativa en los plazos y con
los procedimientos fijados en la ley 7182.
1. Concepto
En virtud de ello, tengamos presente que a los fines de este capítulo hacemos referencia a la
concesión de servicio público en un sentido amplio, es decir, abarcativo de sendas figuras, las
“concesiones” en sentido estricto y también a las “licencias”, con las particularidades que se
expondrán en cada caso si las hubiere. La apuntada noción amplia de concesión de servicio
público presenta los siguientes elementos que la caracterizan, a saber:
a) Se trata de un acto regido por el derecho público, sin perjuicio de que pue-dan
aplicarse otras ramas del derecho, por ejemplo, del derecho civil, comercial, del consumo,
etcétera.
g) Por las partes que se obligan, es un contrato bilateral o sinalagmático, pueslas partes
que lo celebran —la Administración concedente y el concesionario— se obligan
recíprocamente la una hacia la otra.
h) Por la relación que existe entre las prestaciones, es un contrato a título one-roso,
puesto que las ventajas que reporta a una de las partes le son concedidas a ésta sobre la base
de una prestación que esa parte ha hecho o prometido a la otra.
Si bien cierto sector de la doctrina ha entendido que los usuarios también son “parte” de la
concesión, es posible señalar que en estricto derecho éstos no revisten tal calidad dado que,
en realidad, no son sujetos de la relación contractual establecida. En ese sentido, los usuarios
son considerados terceros que se benefician con la extensión en su favor de los efectos del
contrato administrativo de concesión de servicios públicos y, al mismo tiempo, también recaen
sobre él cargas y obligaciones referidas al servicio público.
b) Competencia
En cuanto a la jurisdicción que tiene competencia para otorgar concesiones, puede afirmarse
que, como principio, el otorgamiento corresponde a la jurisdicción provincial o local, conforme
a lo que resulta del art. 121 CN, ya que se trata de una potestad no delegada al gobierno
federal.
La potestad de la Nación para otorgar concesiones aparece, de tal modo, como excepcional y
debe quedar limitada a aquellos casos en que esa jurisdicción resulta procedente, como
ocurre, entre otros, en los supuestos de concesión de un servicio público internacional e
interprovincial, o cuando se trata de servicios que, habiendo comenzado por ser puramente
locales, se extienden luego a otros ámbitos, haciéndose interprovinciales en virtud de
conexiones o ampliaciones.
En cuanto a los recaudos que debe adoptar el órgano competente para el otorgamiento de la
concesión, cabe tener presente que, en virtud del carácter consensual de ésta, se establece la
necesidad, en ciertos casos, de la intervención parlamentaria, mediante leyes formales de
aprobación, sin las cuales la concesión no puede otorgarse o renegociarse . En tal sentido, la
ley 25.790 que prevé el trámite de aprobación de los contratos de derecho público sujetos a
renegociación en el marco de la ley de emergencia pública 25.561, establece que el Poder
Ejecutivo nacional debe remitir las propuestas de los acuerdos de renegociación al Honorable
Congreso de la Nación, en cumplimiento de la intervención de la Comisión Bicameral de
Seguimiento prevista por el artículo 20 de la ley N° 25.561 (artículo 4º).
c) Objeto
El contrato de concesión de servicios públicos genera distintas clases de relaciones entre los
sujetos intervinientes: concedente, concesionario y usuarios. En primer lugar, el contrato
origina un significativo cúmulo de relaciones jurídicas de carácter administrativo entre la
Administración Pública (concedente) y su cocontratante (concesionario). Los conflictos que
puedan producirse entre estos sujetos (concedente y concesionario) con motivo del contrato
de concesión, se someten a la jurisdicción judicial contencioso administrativa que tenga
competencia atribuida en esta materia.
En segundo lugar, se presentan las relaciones que se establecen entre el concesionario, por
una parte, y el usuario del servicio público, por la otra . Los conflictos suscitados entre el
concesionario y los usuarios, se someten, a la jurisdicción judicial contencioso administrativa a
la que tenga atribuida esa competencia, en la medida que el conflicto verse sobre normas y
preceptos del derecho administrativo y la justicia ordinaria, si el conflicto se trata una cuestión
puramente civil o comercial (por ejemplo, por el cobro de una factura impaga por el servicio
prestado cuyo pago podrá ser requerido en la sede respectiva).
En tal sentido, en la causa Davaro” , la Corte Suprema atribuyó la competencia para entender
en una controversia entre un usuario y una empresa prestadora, a la justicia en lo civil y
comercial federal. Y reiteró recientemente su doctrina en “Rodríguez” al considerar, en este
caso que se trataba de una relación entre particulares al no aparecer cuestionados actos de la
Administración nacional o de entes públicos estatales, y consistir la pretensión de la actora en
la obtención de un resarcimiento derivado de los perjuicios que le habría ocasionado la
instalación del electroducto de alta tensión que se encontraba ubicado en las cercanías de su
vivienda.
En otros casos, teniendo en cuenta que la cuestión debatida no estaba ceñida a una relación
contractual entre particulares ni se trataba de una mera desavenencia comercial, sino que, por
el contrario, se encontraban en tela de juicio, en forma directa, además de la inteligencia del
régimen tarifario vigente, normas vinculadas al contrato de concesión, la Corte declaró
competente para resolver el conflicto el fuero contencioso administrativo .
a) Continuidad en la ejecución
La prestación de los servicios públicos debe ser regular, sin interrupciones o suspensiones,
salvo en los casos que excepcionalmente así se disponga.
Las distintas regulaciones sectoriales establecen, en efecto, las causales de suspensión o
discontinuidad de suministro. Entre esas causales, cuya interpretación deberá ser restrictiva
privilegiando en todo caso la seguridad y continuidad en la prestación del servicio, cabe
mencionar las situaciones de caso fortuito o fuerza mayor que pudieran producirse, la
necesidad de efectuar reparaciones, modificaciones o mejoras en las instalaciones, la falta de
pago del servicio o el incumplimiento de otras obligaciones contractuales por parte del
usuario, etcétera.
En tal sentido, la ley de emergencia pública N° 25.561 dispone que la renegociación de los
contratos no permitirá a los prestadores a reducir la calidad de las prestaciones debidos al
usuario . Sin embargo, ésto no releva a la administración a mantener el equilibrio de la
ecuación económico financiera del contrato de concesión, tal como establecen las
regulaciones sectoriales y lo ha reconocido la jurisprudencia . En el mismo sentido, se ha
señalado en doctrina que la Administración no debe imponer al concesionario un
cumplimiento irrazonable de sus obligaciones, sino que debe concurrir en su auxilio, en la
medida de lo necesario y posible, para evitar la interrupción de sus prestaciones, o la
conclusión anormal de la concesión (COMADIRA).
b) Dirección y control
Recordemos que sobre el control de los servicios públicos y de la situación de los usuarios, el
art. 42 de la CN impone a las autoridades la obligación de controlar la eficiencia de los servicios
públicos y, además, que la legislación debe establecer procedimientos eficaces para la
prevención y solución de conflictos, y los marcos regulatorios de los servicios públicos de
competencia nacional, previendo la participación de las asociaciones de consumidores y
usuarios y de las provincias interesadas, en los organismos de control.
c) Mutabilidad
Así por ejemplo ante el reclamo de sendas empresas de transporte por ajustes en las tarifas no
implementados por parte del municipio concedente, el Superior Tribunal de Justicia de la
Provincia de Córdoba consideró, en los fallos “Coniferal ” y “Ciudad de Córdoba ”, que “[…] si
bien la actora (empresa prestataria) no titulariza un derecho subjetivo para solicitar la fijación
automática del quantum de la tarifa, sí tiene un derecho subjetivo administrativo al
mantenimiento de la ecuación económica financiera del Contrato” .
Las regulaciones sectoriales prevén regímenes de sanción específicos. Así, por ejemplo, las
leyes 24.065 (marco regulatorio de la electricidad) y 24.076 (marco regulatorio del gas natural)
atribuyen al ENRE y el ENARGAS respectivamente, competencia para propiciar ante el Poder
Ejecutivo la aplicación de ciertas sanciones (v. gr., la caducidad de la concesión, arts. 56, inc. h],
ley 24.065, y 52, inc. j], ley 24.076). Por su lado, el marco regulatorio vigente para la prestación
del servicio público de agua potable y desagües cloacales, aprobado por la ley 26.221, también
tiene un capítulo dedicado a los incumplimientos, la responsabilidad y las sanciones (capitulo
XII), y atribuyen al directorio del Ente Regulador de Agua y Saneamiento la facultad de aplicar
sanciones (art. 48, inc. l]).
Las sanciones que corresponde imponer al concesionario son, en principio, las mismas
admitidas en todos los contratos administrativos, es decir, sanciones pecuniarias, coercitivas y
rescisorias, si bien algunas de ellas pueden aparecer con modalidades especiales, lo que
justificaría una denominación también diferente, como ocurre en el caso del secuestro o la
caducidad.
El concesionario debe prestar el servicio en forma regular y continua, según los términos
dispuestos en el contrato de concesión, cumpliendo, además, las órdenes e instrucciones que
le imparta el concedente en el marco del mismo . El concesionario, por su parte, debe ejecutar
la prestación del servicio por sí mismo y, en consecuencia, no puede hacerse sustituir por otro.
El cumplimiento de estas prestaciones corresponde, por cierto, a partir del momento que se
establezca en el contrato y hasta la fecha estipulada para su finalización. En algunas
regulaciones sectoriales se establece la posibilidad de prórroga del contrato de concesión y
también la prohibición de abandonar la prestación del servicio hasta tanto la Administración o
un nuevo prestador se hagan cargo del mismo . En cualquier caso, el concesionario debe
continuar con la prestación del servicio hasta que le sea requerido.
Entre las causas eximentes de la responsabilidad por la inejecución en término por parte del
concesionario, por cierto, pueden computarse la situación de caso fortuito y fuerza mayor.
Pero también, es posible la invocación de hechos que, al afectar la ejecución económico
financiera del contrato, hagan imposible o razonablemente imposible el cumplimiento de las
obligaciones contractuales, presentando las condiciones y los efectos de la fuerza mayor.
a) 2. El derecho a realizar todos los controles y ejercer las potestades propias
delconcedente
El concedente puede ejercer todas las potestades de control y sanción que corresponden en su
calidad de tal para asegurar la prestación del servicio. En tal sentido, posee todas las
potestades sancionatorias y extintorias —dadas las causales previstas para ello—, según
expusimos en el apartado anterior al cual remitimos.
Como hemos visto, las potestades y atribuciones de la Administración que surgen del contrato
de concesión no se limitan a las de regulación de tarifas y calidad de servicio; sino que se
extienden a la necesidad de proteger al prestador frente a la posibilidad de entrada de
competidores que pongan en riesgo a la sustentabilidad del servicio. En virtud de ello, el
concesionario tiene derecho a ser protegido frente a la competencia ilícita o indebida en la
ejecución del servicio, o que terceros alteren la continuidad y regularidad de él, o cometan
actos que produzcan ese efecto .
El concesionario puede, además, invocar la exceptio non adimplencti contractus siempre que
se verifiquen los requisitos de ese instituto tal como hemos visto en el capítulo de servicios
públicos al cual remitimos.
En tal sentido, la tarifa puede ser definida como la lista de precios que percibe el concesionario
como remuneración por la prestación del servicio público a su cargo. Una característica es que
la tarifa no es abonada por el concedente, sino por el público que utiliza concretamente el
servicio.
La tarifa puede ser representada como el movimiento de fuerzas centrífugas del contrato de
concesión pues alrededor de ella se desarrollan y giran los intereses de todos los sujetos del
contrato: del prestador pues se trata de la remuneración por la inversión realizada (es decir, de
las inversiones de capital, gastos de operación y mantenimiento más una rentabilidad justa y
razonable); para el Estado concedente pues se trata de precios públicos que inciden en la
economía general y la sensibilidad social y pública; y, finalmente, para el usuario pues debería
tratarse de montos accesibles acorde a la calidad de servicio que recibe.
Los sistemas tarifarios han presentado en la práctica distintas fisonomías según las etapas por
los que atravesó la prestación de los servicios públicos en nuestro país al que hemos aludido
en el capítulo de los servicios públicos. En efecto, en la primera época en la que los servicios
públicos estaban en manos de sujetos privados, las tarifas o precios se fijaron libremente razón
por la cual se trataba de tarifas paccionadas, es decir fijadas de común acuerdo entre los
sujetos de la relación de servicio. En época de nacionalización de los servicios, las tarifas para
ser aplicadas debían ser aprobadas por la Autoridad pública, razón por la cual se hace al
sistema de tarifas reglamentarias. Posteriormente, en el tercer período de la privatización de
los principales servicios públicos a partir de la ley de reforma del Estado (1989) en adelante, si
bien los contratos de concesión y licencia de servicios públicos prevén fórmulas que dieron
lugar a posturas contractualistas de las tarifas, la jurisprudencia remarcó que para que éstas
tengan vigencia deben ser aprobadas por acto administrativo correspondiente es decir,
retornándose al período de tarifas reglamentadas .
Hemos dicho que las tarifas pueden ser reguladas de diferentes modos ; entre ellos, se
distinguen los clásicos sistemas de tasa de rendimiento o rate of return y el de price caps o
precio máximo, correspondiendo el primero a la tradición norteamericana y el segundo, a la
británica. También sabemos que el primero implica —como su nombre enseña— regular o
controlar la rentabilidad de la firma, y el segundo, regular o controlar el precio, que será un
precio máximo.
Con acierto, se ha señalado que el modo de regulación de las tarifas mediante price caps es, en
términos generales, el adoptado preponderantemente por el privatizador argentino en el
marco de los cuatro principales servicios públicos. En tal sentido, enseña CASSAGNE que “en el
modelo adoptado por los marcos regulatorios nacidos como consecuencia de la reforma del
Estado, entre ellos, los servicios de telecomunicaciones, agua potable, energía eléctrica y gas
natural, se ha adoptado el sistema denominado price cap” . Ello, ciertamente, sin perder de
vista el hecho de que, como explica el citado jurista, “los regímenes tarifarios combinan,
mediante formulaciones técnicas de gran diversidad, el sistema deprice cap con el de tasa de
rendimiento, y aunque en general existe una tendencia a la aplicación del primero, no se
excluye la determinación de la rentabilidad a la hora de fijar las tarifas máximas que pueden
percibir los distintos concesionarios y licenciatarios”97.
Debemos tener presente, sin embargo, que la realidad actual de estos sistemas tarifarios ha
sido profundamente modificada por la ley de emergencia pública 25.561 alterando los
parámetros tarifarios originales. Por esa razón, debería establecerse un esquema de tarifas
justas y razonables, conforme ha sido reconocido por la jurisprudencia en torno al tema.
En relación al derecho del concesionario a suspender la ejecución del contrato se rige por los
principios expuestos en el capítulo de contratos administrativos, los que tienen directa
aplicación al contrato de concesión de servicios públicos.
La celebración del contrato de concesión de servicios públicos implica, necesariamente, que las
partes han tenido en cuenta y aceptado la existencia de una determinada ecuación o equilibrio
económico financiero, expresando esa ecuación, en concreto, una relación entre los gastos de
explotación del servicio y las sumas que se recaudarán con motivo o en ocasión de él.
El contrato de concesión de servicios públicos puede concluir por cualquiera de los medios
como concluyen los contratos administrativos, ya sean normales o anormales, pero su
extinción presenta particularidades que lo singularizan, ofreciendo, incluso modos propios de
conclusión, como la renuncia y el rescate. En virtud de ello, todos los principios que hemos
examinado en el capítulo anterior, al tratar esta forma de extinción de los contratos
administrativos, se aplican igualmente y, como es natural, al contrato de concesión de
servicios públicos, con las modalidades y particularidades que son propias de esta especial
relación contractual.
Una cuestión que adquiere particular importancia es la que se refiere al destino que deben
tener los bienes afectados al servicio una vez que se extingue la concesión, los que pueden ser
de propiedad del concedente, del concesionario, o de uno y otro a la vez. Para ello debe
tenerse en cuenta lo señalado en el capítulo de servicios públicos y las diferencias apuntadas
en cuanto a que, en general, las concesiones prevén la transferencia de los bienes en
comodato al prestador y las licencias, en cambio, los bienes se transfieren en propiedad.
Los bienes que son de propiedad del Estado, afectados al servicio, continuarán siendo de su
propiedad. En cambio, los bienes que son de propiedad del prestador, es muy frecuente que
en los contratos de licencia se incluyan cláusulas (“cláusulas de reversión”), que establezcan
que los bienes de propiedad del prestador afectados al servicio, una vez concluida la
habilitación, pasen al dominio del Estado o al próximo prestador que indique el Estado,
siempre abonando una indemnización a favor del prestatario según se disponga en la
habilitación.
La concesión puede ser renovada o prorrogada por convención de partes antes o después del
vencimiento del contrato. A su vez, el contrato de concesión puede reconocer al concesionario
un” derecho de preferencia” que debe ser expreso.
La renuncia o el abandono del servicio por parte del concesionario a la concesión que le fue
otorgada no es, ni puede ser, por sí misma, un medio idóneo para extinguir una concesión,
sino que para ello es preciso que sea expresamente aceptada por la Administración
concedente, con lo que se produce, en realidad, una forma de rescisión convencional,
formalizada por ambas partes y con acuerdo de ellas, es decir, sobre la bases de un nuevo
consentimiento destinado a ese objeto.
En cuanto a la situación de quiebra del concesionario, debe tenerse en cuenta lo dispuesto por
el decreto 1834/2002 mediante el cual se disponen medidas para las empresas prestadoras de
servicios público frente a contingencias económicas o precesos judiciales.
Si bien la búsqueda de la naturaleza jurídica de las instituciones es una tarea que ha sido
objetada por autorizada doctrina , debemos destacar que se han vertido los siguientes criterios
en relación a las características de la relación que se suscita entre el concesionario y el usuario
en el marco de la concesión de servicios públicos .
Esta tesis afirma que dado que tanto el usuario como el concesionario son sujetos privados, las
relaciones que entre ellos traban son de índole jurídico-privada. Para esta doctrina, el vínculo
que une al usuario con el concesionario no es igual al que une al usuario con la Administración.
El hecho que la relación Administración-concesionario tenga carácter público en nada incide o
afecta el nexo jurídico concesionario-usuario.
Ello es así porque el concesionario no se presenta como un sujeto público, sino como un
empresario que vende el producto de su servicio y por el cual el usuario abona una
contraprestación o precio de carácter privado.
Así, MERTEHIKIAN sostiene que “en tanto nos encontramos ante un servicio público, las
relaciones entre los prestadores y usuarios estarán sometidos a idéntico régimen de derecho
público, no siendo libre la actividad de aquéllos, por cuanto estará ceñida a las reglas y
principios del servicio, esto es igualdad, uniformidad, regularidad universalidad” .
Como consecuencia de lo dicho se sostiene que la relación que vincula al usuario con el
concesionario está regida por normas y principios de derecho público105. Se agrega, además,
que el interés público prevalece sobre el mero móvil privado de lucro.
Entre los partidarios de esta posición es posible distinguir entre quienes sostienen que la
relación es de carácter estatutaria o reglamentaria regida íntegramente por el derecho
administrativo ; y aquellos que afirman que la relación del usuario con el prestador del servicio
es de carácter pública, una vinculación contractual de carácter administrativo .
c) Tesis mixta
Otros autores opinan que deben diferenciarse dos tipo de relaciones en el marco de la
vinculación de usuarios con concesionarios, como ser la de admisión y la de carácter
contractual. En tal sentido, por ejemplo, ARIÑO ORTÍZ afirma que en los grandes servicios
públicos se observa un proceso de publificación de la relación. Dicha característica se deriva
sobre todo de la existencia de una función de dirección, control y revisión por parte de la
Administración sobre el servicio y, por ende, sobre las relaciones concesionario y usuario. Ello
no obsta a que medien aspectos puramente privados en esa relación.
Esta doctrina concluye afirmando entonces que nos encontramos ante una relación jurídica de
carácter mixto (contractual - reglamentario): “una parte tiene una clara naturaleza pública, en
cuanto está sometida en todo a la reglamentación pública del servicio y, en estos aspectos está
puesta bajo la vigilancia y protección de la administración, que tiene respecto de ellos, el
“privilegio de la decisión previa” y, como consecuencia, su revisión judicial siendo atribuida a
los tribunales contencioso administrativos” . En todos los aspectos no regulados por la
situación reglamentaria la regulación será de orden civil .
En nuestra doctrina es conocida la tesis sostenida por BARRA quien afirma sobre la delegación
transestructural de cometidos según la cual el concesionario es un delegado de la
Administración que gestiona cometidos públicos . Al respecto, afirma la distinción entre el
núcleo de la delegación y las otras actividades que no integran dicho núcleo central, aunque
puedan estar vinculadas. Concluye afirmando que las relaciones entre el delegado y los
usuarios, en la medida estricta de la delegación, serán regidas por el derecho administrativo.
En cambio, las relaciones que no afecten el núcleo central de la delegación quedarán regidas
por el derecho privado .
d) Tesis de Marienhoff
Según esta autorizada doctrina la relación de concesionario y usuario depende del carácter
obligatorio o facultativo del servicio para el usuario: si el servicio es de utilización obligatoria
para el usuario la relación es de tipo reglamentario y, por ende, regidas por normas
administrativas. En cambio, si la utilización es facultativa el vínculo es de naturaleza
contractual y sometido al derecho común .
e) Las tendencias actuales. Remisión
La sociedad de consumo y las técnicas de contratación masiva han convertido el derecho del
consumo en una rama compleja, sujeta a una rápida evolución y expuesta a variadas
interpretaciones. Es compleja pues se funda en múltiples fuentes (normativas,
jurisprudenciales, etc.) que deben ser compatibilizadas pues a veces compiten o entran en
conflicto. Es de rápida evolución porque estas fuentes deben adecuarse con velocidad a las
necesidades del mercado, nuevas fronteras de la tecnología y expectativas de los
consumidores.
Por otra parte, la conceptualización de los contratos públicos, género al que corresponde la
especie de los contratos administrativos, es una cuestión controvertida en nuestra disciplina.
Sin embargo, las notas tipificantes de la noción que la jurisprudencia de la Corte Suprema de
Justicia ha venido modulando caso por caso muestran cierta superposición o puntos de
contacto entre ambos regímenes (contratos públicos y de consumo), como veremos a
continuación.
Los puntos de contacto entre el derecho público y el régimen de defensa del consumidor
pueden ser analizados desde tres perspectivas diferentes e igualmente relacionados entre sí,
como son:
El primer aspecto que nos proponemos consiste en establecer si, a efectos de determinar el
régimen de tutela de los usuarios de obras o servicios públicos, estamos en presencia de una
relación de consumo propia de la Ley de Defensa del Consumidor (LDC) o de otra índole. Es
decir, establecer si la relación que se entabla entre el concesionario y el usuario de la obra o
servicio público debe ser analizada, para determinar el ámbito de tutela del sujeto afectado,
como una relación estatutaria de derecho público o como relación de consumo. Más
específicamente, nos preguntamos si podemos hablar de relación de consumo en el ámbito del
derecho público, de los servicios y obras públicas o hay incompatibilidad entre ellas . La
respuesta a este interrogante no es ociosa pues ella se encamina a establecer la arquitectura
procesal tuitiva aplicable a este tipo de relaciones y conflictos que se suscitan en tales casos.
Cabe decir que se han esbozado tres tesis a cerca de la cuestión de la protección o tutela de los
usuarios y consumidores de servicios públicos, en sede administrativa y judicial .
a) 1. Tesis afirmativa
Esta tesis es favorable a una protección especial, específica de aquellos sujetos que se
benefician actual o potencialmente con una obra o servicio público: se los protege como
consumidores, esto es, como sujetos involucrados en una relación de consumo que los liga o
vincula con el prestador de esta especial relación de servicios. Es decir, según esta posición, la
relación de servicio público sería igual a la relación de consumo y, en consecuencia, aquélla
estaría amparada por la legislación de defensa del consumidor. Esta sería la tesis que recepta
la ley de defensa del consumidor en su redacción actual y que, como veremos, presenta ciertas
vicisitudes en su aplicación práctica.
a) 2. Tesis intermedia
Esta tesis señala que la relación de servicio público sería tan sólo similar a la relación de
consumo, con evidentes diferencias entre ambas. Afirma la consideración de ciertos límites —
subjetivos o de otra clase— a la tutela de protección, en sede administrativa o judicial, de
quienes se benefician actual o potencialmente con el servicio público como si fueran
consumidores. Se dice que, más allá del parecido o similitud entre ambas relaciones (por
ejemplo, en sendos casos existe un servicio que un sujeto brinda en favor de otro en
determinadas condiciones de calidad), existen diferencias sustanciales en cuanto al contenido
de esas prestaciones (por ejemplo, se impone un determinado deber de seguridad a favor de
quien utiliza un servicio público que no se presenta quien utiliza un servicio comercial
cualquiera).
a) 3. Tesis negativa
Esta tesis niega la posibilidad de otorgar, a quienes se benefician actual o potencialmente con
el servicio público, una tutela administrativa o judicial diferenciada propia de los
consumidores. Ello, en razón de que según esta posición habría una incompatibilidad
inconciliable, intrínseca, evidente e irreductible entre consumo y servicio público. Esta
posición, que es sostenida por autorizada doctrina en nuestro país (Gelli, Pérez Hualde,
Sacristán), señala que las diferencias derivan básicamente de los distintos tipos de mercados
en los que se desenvuelven ambas relaciones: la relación de consumo presupone presencia
actual o potencial de mercado y, por lo tanto, la posibilidad actual o potencial de elección por
parte del usuario. En cambio, el servicio público implica todo lo contrario, es decir, un
monopolio natural o legal y ninguna posibilidad de elección por pate del usuario. Los
presupuestos que deben considerarse para abordar esta última tesis serían los siguientes:
gratuidad y celeridad;
j) Reglas sobre educación, descentralización en la aplicación de la ley y fomen-
En el plano normativo debemos indagar; en primer lugar, sobre el modo en el que debe
conjugarse la integración normativa entre los regímenes de defensa del consumidor, por un
lado, y las regulaciones sectoriales de los servicios públicos, por el otro; y, en segundo lugar,
preguntarnos a cerca de las vicisitudes que se generan en torno a las múltiples autoridades de
aplicación de esos regímenes y la doble vía de reclamo.
En cuanto al primer aspecto (la integración normativa), el texto original de la ley 24.240
establecía su aplicación supletoria respecto de los servicios públicos domiciliarios, esto es,
aquellos servicios que llegan a cada frentista por medio de conexiones que requieren
instalaciones o artefactos específicos, y que se prestan bajo la órbita de órganos de control y
marcos regulatorios específicos (art. 25, segundo párrafo, LDC). Esta disposición, por cierto,
suscitó dudas respecto de su aplicación a los restantes servicios públicos y a las concesiones
viales .
Posteriormente, en el año 2008 con las modificaciones introducidas mediante la ley 26.361 , la
LDC dejó tener carácter supletorio para aplicarse en forma directa a los servicios públicos
señalados disponiéndose, además, que en caso de duda sobre la normativa que rige el caso,
será de aplicación la que resulte más favorable para el consumidor.
En tal sentido, el tercer párrafo del art. 25 establece que: “Los servicios públicos domiciliarios
con legislación específica y cuya actuación sea controlada por los organismos que ella
contempla serán regidos por esas normas y por la presente ley. En caso de duda sobre la
normativa aplicable, resultará la más favorable para el consumidor”.
LDC, ésta resulta aplicable, además a los servicios públicos domiciliarios, a los no domiciliarios
y otros vínculos de derecho público (p. ej. las concesiones viales). Al respecto y como
respuesta a ese interrogante se ha señalado que, adicionalmente al precitado art. 25 de la LDC,
las laxas nociones de “consumidor” y “proveedor” que contienen los artículos 1º y 2º
introducidos por la ley 26,361 y la igualmente amplia conceptualización de la “relación de
consumo” que aparece en el artículo 3º de la LDC, parecen alcanzar a todos los servicios
públicos, no sólo los domiciliarios, e incluso a las concesiones viales .
En cuanto al segundo aspecto (la cuestión de la Autoridad de aplicación y la doble vía para
reclamar), la LDC prevé, después de la reforma de la ley 26.361, un doble sistema de
reparación de los daños que sufran los usuarios y consumidores pues, además de la posibilidad
de reclamar el resarcimiento en el ámbito judicial, se ha incorporado la reparación de los
daños directos en sede administrativa, cuyo monto es limitado por la misma ley.
Adicionalmente, el artículo 25 de la LDC establece que “[…] Los usuarios de los servicios
podrán presentar sus reclamos ante la autoridad instituida por legislación específica o ante la
autoridad de aplicación de la presente ley”.
En consecuencia, según la LDC, el usuario de servicio público podrá formular su reclamo ante la
Autoridad administrativa en cualquiera de las jurisdicciones, sea en el ámbito nacional,
provincial o municipal . Además, tiene la posibilidad de radicar su reclamo ante el Ente creado
en la regulación sectorial del servicio público involucrado.
Ahora bien, cabe preguntarse si tal sistema reclamatorio amplio establecido por la LDC es
realmente ventajoso para el usuario de un servicio público afectado en un caso concreto. En
una primera aproximación podría conjeturarse que la presencia de varias vías reclamatorias
siempre es conveniente para el usuario pues amplía el derecho a peticionar en los términos de
los artículos 1º, 14 y 42 de la CN. Ahora bien, para el usuario que frente a un corte de
suministro o cualquier otra vicisitud inherente a la prestación del servicio público (p.ej.
facturación errónea, demoras en el envío de facturas de servicio, etc.), es decir, el usuario que
está interesado en realidad en contar con un servicio de calidad y eficiencia, podría resultar
disvaliosa la multiplicidad de vías de reclamo pues si acude a la Autoridad de la LDC, ésta no
puede disponer la reconexión del servicio ni medidas que consideren integralmente la
situación del servicio (sólo daños tarifados). En tales casos, es decir, en aquéllos supuestos en
los que el usuario acude a la autoridad de aplicación de la LDC para resolver un problema
inherente a un servicio público, aquella autoridad de defensa del consumidor remitirá los
antecedentes del caso a sede del Ente Regulador —con competencia según el marco
regulatorio sectorial— para que prosiga las actuaciones según su estado. Éste parece ser el
temperamento que se impone en la práctica; aunque también se presentan casos en los que,
frente al conflicto referido a la prestación del servicio público, la autoridad de defensa del
consumidor convoca a una reunión o audiencia entre el usuario y el representante del
prestador del servicio público para resolver amistosamente el asunto.
Así, en el artículo 40 bis se prescribe: “Daño directo. Es todo perjuicio o menoscabo al derecho
del usuario o consumidor, susceptible de apreciación pecuniaria, ocasionado de manera
inmediata sobre sus bienes o sobre su persona, como consecuencia de la acción u omisión del
proveedor de bienes o del prestador de servicios.
Las sumas que el proveedor pague al consumidor en concepto de daño directo determinado
en sede administrativa serán deducibles de otras indemnizaciones que por el mismo concepto
pudieren corresponderle a éste por acciones eventualmente incoadas en sede judicial”.
Si bien son varios los aspectos de esta norma que suscitaron la atención de la doctrina y
jurisprudencia (por ejemplo, los alcances del concepto de daño directo, los límites del tope
indemnizatorio, entre otros) , el tema de interés aquí es, como anticipamos, el referido a la
validez constitucional de la facultad de la autoridad de aplicación de la LDC para condenar a
indemnizar el daño directo en esa sede administrativa teniendo en cuenta lo resuelto por la
Corte Suprema en la causa “Ángel Estrada”.
Ahora bien, teniendo en cuenta esos antecedentes suscitados en el marco de los servicios
públicos, queda planteado el interrogante de cuál podría ser el criterio del Máximo Tribunal en
el caso que deba pronunciarse sobre el ejercicio de esa potestad, ahora, por parte de la
autoridad de defensa del consumidor en los términos de la ley 24.240 y sus modificatorias.
c) La cuestión en la jurisprudencia
Las mayores novedades a este respecto provienen del ámbito del contrato de concesión de
obra pública, en torno a la jurisprudencia vinculada a la responsabilidad que corresponde por
accidentes producidos en las rutas por la existencia de animales sueltos, y del contrato de
concesión de servicio público, en los casos de corte o insuficiencia en los servicios que
producen perjuicios a los usuarios. En ambos supuestos, a efectos de indagar a quién
corresponde el deber de responder como consecuencia de los daños producidos, la
jurisprudencia ha vertido significativos pronunciamientos sobre la naturaleza del vínculo que
se genera entre el concesionario y el usuario: ¿se trata de una relación de consumo o, por el
contrario, de una relación de derecho público que excluye las disposiciones de la LDC o, en su
caso se aplican las normas de ambos regímenes?
En respuesta a este interrogante, recordemos que la Corte Suprema de Justicia había tenido
ocasión de señalar que la relación entre el concesionario y el usuario consiste en un contrato
sometido a un régimen jurídico privado .
En fecha más reciente, el Alto Tribunal sostuvo que el vínculo que se establece entre el
concesionario de las rutas y los usuarios de éstas es calificado como una relación de consumo
en el derecho vigente. No obstante, en ese caso concreto, entendió que, sin perjuicio de
interpretar que las protección de la relación de consumo tiene sustento en el art. 33, Norma
Fundamental, lo cierto era que no resultaba posible la aplicación de la ley 24.240, pues dicha
norma se sancionó con posterioridad a la fecha del accidente (año 1991) que había originado
el reclamo. Y, en ese sentido, postuló que en el derecho vigente a la época del evento dañoso,
el vínculo era contractual, regulado por el Código Civil, ya que no cabe duda alguna que la
relación entre el concesionario y el usuario es diversa a la que el primero tiene con el Estado, y
que este último paga un precio o canon para el uso de la ruta y los servicios subsiguientes .
En la precitada causa “Ledesma” , como señalamos, la actora, al salir del vagón del
subterráneo, introdujo un pie en el espacio comprendido entre el vagón y el andén, y
demandó a la empresa concesionaria, dueña de dicho vagón, por los daños sufridos. El
dictamen de la Procuración General de la Nación consideró que, como se había invocado como
causa del accidente el gálibo del vagón el cual era aparentemente adecuado, en el caso se
había concretado un accidente por impericia o negligencia de la propia actora al salir del
coche, razón por la cual no correspondía responsabilizar a la prestadora. La Corte Suprema de
Justicia resolvió, en cambio, que cabía atribuir responsabilidad a la empresa prestataria del
servicio público de transporte ferroviario con base, en lo principal, a tres argumentos, a saber:
(i) la obligación de seguridad que recae sobre el prestador del servicio público y que, en ese
marco, debe adoptar todas las medidas para la protección de la vida y la salud de las personas
y la correlativa confianza de la persona en que el prestador se ocupó de su seguridad y de
preparar el descenso de modo tal que no sufra ningún tipo de daños ; (ii) las medidas de
gestión omitidas por prestador del servicio (en especial la obligación de disponer mayores
frecuencias en los viajes, contar con personal instruido para el ordenamiento del servicio , etc.)
y (iii) el trato digno, razonablemente entendido, del que es merecedor el pasajero, en el caso,
como viajar cómodamente mientras utiliza el servicio público.
Si repasamos los apuntados argumentos o criterios por los cuales la jurisprudencia considera la
relación de los concesionarios de obra y servicios públicos y los usuarios reviste naturaleza
contractual regida por el Código Civil (ya que, como dice la Corte Suprema, “a la fecha del
evento dañoso no se encontraba vigente la LDC”, cabe preguntarse si ellos son, en realidad,
elementos definitorios o privativos de esa relación de consumo o son compartidos por otras
ramas del derecho.
El argumento central por el cual se concluye que la relación entre el concesionario de servicio
público y el usuario es de naturaleza contractual es la obligación de seguridad que recae sobre
el concesionario. Este deber consiste, según puede leerse en los fallos referidos, en hacer
llegar sano y salvo al sujeto transportado al final de recorrido, en consonancia con el principio
de buena fe (art. 1198, CC) que integra la convención y permite interpretarla y el deber de
custodia que recae sobre aquella . Sin embargo, esta obligación de seguridad, como nota
distintiva, también está implícita y forma parte inescindible de cualquier relación jurídica
amparada o no por la LDC. Es que, el deber de seguridad es inherente al vínculo obligacional
sea de carácter público o de naturaleza privada, permanente o transitoria, pues la seguridad
conforma un derecho humano esencial y no se encuentra acotado al universo de relaciones
amparadas por la LDC.
Del mismo modo, el deber de brindar información al usuario por parte del proveedor u
oferente tampoco es privativo de la relación de consumo, pues esta obligación es inherente o
propio de cualquier relación jurídica entre una persona con un tercero que se encuentre en
una situación de subordinación o por cualquier otra razón digna de tutela jurídica. En efecto,
esta obligación de información también encuentra cabida en el derecho público pues, aún en
la relación contractual pública, corresponde su resguardo como consecuencia del principio
republicano de gobierno (cfr. art. 1º, CN). Lo mismo ocurre con el trato digno del que es
merecedor el usuario de una obra o servicio público (por ejemplo, en el trato digno que
merece en cuanto a los tiempos de espera ante un trámite administrativo, una respuesta
motivada y oportuna por parte de la Administración Pública, etc.), ya que estos deberes están
previstos, por ejemplo, en las respectivas leyes de procedimiento para la publicidad de los
actos administrativos, los modernos Códigos o Cartas de los Ciudadanos que ciertas Provincias
y Municipios adoptan en su relación con los Administrados como reflejo del Estado eficiente,
etcétera.
En suma, pareciera que las notas distintitvas utilizadas para diferenciar una relación de
consumo (“seguridad”, “trato digno”, “información”, etc.) proyectan sus efectos e implicancias
en todas las ramas del derecho e, incluso, en el ámbito del derecho público razón por la cual
no sería posible marcar ninguna diferencia “de esencia o por maturaleza” entre aquél tipo de
relación y la de derecho público. Además, cabría preguntarse si una posición contraría no
importaría en realidad reconocer una doble ética , una para los usuarios de servicios en la
relación de consumo y otra diversa para el ciudadano cuando actúa frente al Estado como
Administrado, lo cual pareciera muy opinable.
CAPITULO XI
No puede ingresar a la Administración quien haya sido condenado por delito doloso, hasta el
cumplimiento de la pena privativa de la libertad, o el término previsto para la prescripción de
la pena; el condenado por delito en perjuicio de la Administración Pública Nacional, Provincial
o Municipal; el que tenga proceso penal pendiente que pueda dar lugar a condena por los
delitos enunciados; el inhabilitado para el ejercicio de cargos públicos; el sancionado con
exoneración o cesantía en la Administración Pública Nacional, Provincial o Municipal, mientras
no sea rehabilitado; el que tenga la edad prevista en la ley previsional para acceder al beneficio
de la jubilación o el que gozare de un beneficio previsional, salvo excepciones; el que se
encuentre en infracción a las leyes electorales; el deudor moroso del Fisco mientras se
encuentre en esa situación y los que hayan incurrido en actos de fuerza contra el orden
institucional y el sistema democrático, conforme lo previsto en el artículo 36 de la Constitución
Nacional y el Título X del Código Penal, aun cuando se hubieren beneficiado por el indulto o la
condonación de la pena.
Con respecto a las prohibiciones, en general a los agentes públicos les está vedado patrocinar
trámites o gestiones administrativas referentes a asuntos de terceros que se vinculen con sus
funciones; dirigir, administrar, asesorar, patrocinar, representar o prestar servicio
remunerados o no respecto de personas de existencia visible o jurídica que gestionen o
exploten concesiones o privilegios de administración en el orden nacional, provincial
municipal, o que fueran proveedores o contratistas de las mismas; recibir directa o
indirectamente beneficios originados en contratos, concesiones o franquicias que celebre u
otorgue la administración en orden nacional, provincial o municipal; mantener vinculaciones
que le signifiquen beneficios u obligaciones con entidades directamente fiscalizadas por el
ministerio, dependencia o entidad en el que se encuentre prestando servicios; valerse directa
o indirectamente de facultades o prerrogativas inherentes a sus funciones para fines ajenos a
dicha función o para realizar proselitismo o acción política; aceptar dádivas, obsequios u otros
beneficios u obtener ventajas de cualquier índole con motivo u ocasión del desempeño de sus
funciones; representar, patrocinar a litigantes o intervenir en gestiones extrajudiciales contra
la Administración Pública; desarrollar toda acción u omisión que suponga discriminación por
razón de raza, religión, nacionalidad, opinión, sexo o cualquier otra condición o circunstancia
personal o social.; hacer uso indebido o con fines particulares del patrimonio estatal.
La relación de empleo público puede estar regida por el derecho administrativo o por el
derecho laboral. Este último caso se verifica cuando la repartición ha celebrado convenio
colectivo de trabajo, de acuerdo a lo previsto por el art. 2° de la LCT con lo que el derecho
administrativo se ve desplazado por el derecho laboral. En tal hipótesis la aplicación de uno u
otro ordenamiento no es indiferente. En efecto, el empleado regido por el derecho
administrativo deberá agotar la vía administrativa a través de los recursos administrativos
necesarios para obtener una decisión de última instancia en dicha sede como requisito de
interposición de la demanda judicial, lo que no resulta obligatorio si se trata de un empleado
público regido por el derecho laboral; los litigios en el primer caso son resorte del fuero
contencioso administrativo, en el segundo del fuero laboral; la prescripción de las acciones no
es igual ya que por regla en materia de impugnación de actos administrativos se habla más
bien de plazos de caducidad para interponer la demanda, mientras que en materia laboral la
prescripción es de dos años; los empleados regidos por el derecho laboral gozan en caso de
duda, del beneficio de la interpretación legal más favorable al trabajador, mientras que los
vinculados al derecho administrativo deben someterse al régimen exorbitante propio de los
contratos públicos.
La estabilidad también reconoce una distinción, aún cuando la misma ha sido redefinida a
causa de precedentes jurisprudenciales de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En
efecto, la Constitución Nacional en su art. 14 bis, ha distinguido la “protección contra el
despido arbitrario” propia de los sujetos privados, de la “estabilidad del empleado público”. De
esta manera, los primeros, regidos por el derecho privado, cuentan con estabilidad relativa,
pues mediante indemnización pueden ser despedidos sin causa. Por el contrario, los agentes
públicos, por tener estabilidad absoluta, no pueden ser objeto de esa medida, y sólo pueden
ser dejados cesantes por habérseles comprobado la comisión de una falta disciplinaria, previo
sumario administrativo. No obstante, en algunas épocas, se han aplicado leyes de
racionalización administrativa o regímenes de prescindibilidad que han sido convalidados por
la jurisprudencia por tratarse de circunstancias excepcionales.
Lo cierto es que pese a estas distinciones, los empleados públicos cuyas reparticiones han
celebrado convenio colectivo de trabajo, por lo general han visto modificada la pauta
constitucional, pues se ha permitido el despido sin causa mediante el pago de una
indemnización por antigüedad. Sin embargo, esta práctica generalizada ha sido descalificada
por la Corte Suprema de Justicia de la Nación a partir del caso “Madorrán” donde estableció
que aún cuando el Convenio Colectivo de Trabajo admitiera el despido sin causa, tal
estipulación resultaba contraria a la estabilidad absoluta del empleado público, y por lo tanto
inconstitucional .
Otro tema vinculado a la estabilidad y que por años ha generado un profunda distinción entre
ambos regímenes tiene que ver con la situación de empleados públicos contratados que en
violación al sentido de dicha contratación, motivada según la ley por necesidades
extraordinarias o por la especial calificación del agente, han visto prorrogados sus contratos en
forma indefinida sin adquirir estabilidad y lo que es peor, realizando las mismas actividades
que los trabajadores de planta permanente. En el ámbito laboral, tal situación tiene una
regulación específica contenida en el art. 90 de la LCT, que presume fraude a la ley cuando se
renueva sucesivamente un contrato de trabajo sin darse las condiciones que justifican una
contratación temporaria. Para los empleados sujetos al derecho administrativo, en numerosas
oportunidades se ha sostenido que “elmero transcurso del tiempo no puede trastocar la
situación de revista de quien ha ingresado como agente transitorio y no ha sido transferido a
otra categoría por acto expreso de la Administración ; además que “el carácter permanente de
las tareas asignadas al contratado tampoco importa borrar el título que dio origen a su
nombramiento como transitoria” e incluso que “la mayor o menor conveniencia de recurrir a
un sistema de incorporaciones transitorias o permanentes de personal constituye una decisión
de política administrativa no revisable en sede judicial” .
No obstante, a partir del año 2010 la CSJN comenzó a flexibilizar la rígida postura que había
tenido el Tribunal por décadas, llegando a ordenar una indemnización por violación a la
legítima expectativa de estabilidad. Así en la causa “Ramos” . Se tuvo en cuenta la prórroga de
contratos de empleo público por el lapso de veintiún años en violación al régimen legal del
actor quien realizaba las mismas tareas que los trabajadores de planta permanente Sin
embargo, ese mismo día la Corte falló la causa “Sánchez” que a nuestro juicio, la mayoría, al
rechazar la demanda, resolvió en forma contradictoria. En esta línea que ha comenzado a
transitar el Alto Tribunal se inscribe lo resuelto con posterioridad en el caso “Cerigliano” y más
recientemente en “González” , debiendo rescatarse el cambio de criterio respecto a la postura
clásica sobre la situación de los empleados contratados, aún cuando el Alto Tribunal, pareciera
que va analizando caso por caso y fijando los matices de cada uno, sin que quepan extraer
conclusiones que pudieran ser aplicables en forma general.
Para el ámbito de la Provincia de Córdoba la Ley 7233 (B.O. 07/01/85) en su art. 40 (texto
según Ley 9249 B.O. 02/09/05) ha zanjado el problema de alguna manera al establecer que el
personal contratado y transitorio, que haya prestado servicios en dicho carácter durante más
de un (1) año continuo o discontinuo, tendrá derecho a una indemnización cuando la
Administración dé por finalizada su relación laboral, la que será equivalente a medio mes de la
mejor remuneración percibida durante el último año, por cada año de servicio o fracción
superior a tres (3) meses en virtud del contrato en cuestión.
Otro avance de la CSJN ha sido la aplicación de la ley 23.592 (Actos Discriminatorios, B.O.
05/09/88) cuando como trasfondo de la ruptura del vínculo laboral subyace una práctica
discriminatoria, ya sea por militancia gremial, ideología política, sexo, raza, religión, condición
social o aspecto físico. Lo particular de este régimen jurídico consiste en que trae como
consecuencia la nulidad del acto discriminatorio, con la consiguiente reincorporación del
trabajador, con lo cual, no tiene cabida la sustitución del agravio o injuria por una
indemnización por despido. Asimismo, se produce la inversión de la carga de la prueba una vez
configurado un cuadro indiciario inherente a la posibilidad de la presencia de un acto
discriminatorio. A tal efecto resultan esclarecedores los fallos del Alto Tribunal recaídos en los
casos “Alvarez” y “Pellicori” 12 que si bien se encuentran referidos a trabajadores que se
desempeñaban en el sector privado, sus conclusiones —incluso la ley 23.592— resultan
plenamente aplicables al espectro de empleados públicos donde la discriminación es tan o más
frecuente que en el sector privado.
V. LA LIBERTAD SINDICAL
El art. 14 bis de la Constitución Nacional en consonancia con las normas emergentes de los
Tratados de Derechos Humanos garantiza la organización sindical libre y democrática,
reconocida por la simple inscripción en un registro especial. Asimismo, establece que los
representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el cumplimiento de su
gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo. En nuestro país, la ley
23.551(B.O. 22/04/88) de Asociaciones Sindicales reglamentó la directiva constitucional. En
relación a la libertad sindical, uno de los fallos más relevantes por su trascendencia en la
interpretación de la Constitución y su incidencia en el mundo de las asociaciones sindicales fue
“Asociación de Trabajadores del Estado c/ Ministerio de Trabajo” donde el Alto Tribunal
declaró la inconstitucionalidad del art 41 (a) de la ley 23.551 de Asociaciones Sindicales (B.O.
22/04/88) que exigía que para poder postularse para delegado gremial se debía pertenecer a
una asociación sindical con personería gremial. Con posterioridad, una segunda declaración de
inconstitucionalidad se refirió al art. 52 de aquella ley que sólo reconoce derechos gremiales a
quienes integran asociaciones sindicales con personería gremial y no simplemente inscriptas
Finalmente, el Alto Tribunal se pronunció en una causa en la que la Asociación de Trabajadores
del Estado (A.T.E.) y el señor Alberto Molina, empleado de la Municipalidad de la Ciudad de
Salta, promovieron la acción local de inconstitucionalidad solicitando que se declarara la
invalidez del decreto 5/2003 mediante el cual, el Intendente de dicha ciudad, invocando una
situación de emergencia general, dispuso una rebaja de las remuneraciones de los agentes
municipales. La Corte de Justicia de Salta rechazó la acción de ambos actores. Para así decidir,
por un lado, entendió que A.T.E. “carecía de legitimación para representar los intereses
colectivos” de los trabajadores del municipio salteño, por cuanto, para la fecha de promoción
de la demanda, solo actuaba en el ámbito indicado como entidad sindical simplemente
inscripta dado que otro sindicato, la Unión de Trabajadores Municipales de Salta, gozaba de la
personería gremial (art. 28, cuarto párrafo, de la ley 23.551) y, por ende, era este último,
según lo dispuesto por el arto 31 del antedicho cuerpo legal, el que tenía el derecho exclusivo
de representar los mencionados intereses colectivos. La CSJN revocó tal decisión, entendiendo
que el derecho invocado por la coactora A.T.E. de representar los intereses colectivos de los
trabajadores municipales a los efectos de promover el reclamo judicial tendiente a la
declaración de invalidez del decreto 5/2003 está inequívocamente reconocido por el art. 14 bis
de la Constitución Nacional, la Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 16), el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Convenio N° 87 de la OIT, normas con las
cuales es incompatible el precepto legal aplicado por el a quo (art. 31.a de la ley 23.551), en la
medida en que los privilegios que en esta materia otorga a las asociaciones con personería
gremial, en desmedro de las simplemente inscriptas, exceden el margen autorizado por las
primeras .
La potestad sancionatoria puede ser ejercida por la Administración de formas muy diversas, lo
cual dependerá del grado de vinculación que exista con los particulares. En líneas generales se
pueden establecer tres clases de relaciones que mantiene la Administración con los
ciudadanos, con base en la mayor o menor vinculación en la regulación y control de sus
actividades.
Así, se ha distinguido entre: 1) Relaciones contractuales, en las que tanto las obligaciones de
los particulares relativas a la ejecución del contrato como a la posibilidad de la Administración
de imponer sanciones, se encuentran reguladas y establecidasen los respectivos contratos y en
la legislación que resulta aplicable en cada caso (por ejemplo, contratos de suministro, obra
pública, servicio público, etc.). Las sanciones que pudiera aplicar la Administración en el marco
de una relación contractual se denominan sanciones contractuales. Sin embargo, en forma
específica en el ámbito del contrato o relación de empleo público las sanciones que aplica la
Administración a sus agentes se denominan sanciones disciplinarias y poseen un régimen
jurídico diferenciado. 2) Relaciones de regulación sectorial, que se manifiestan en aquellas
actividades que representan un interés público y que se encuentran reguladas por el
ordenamiento jurídico administrativo. Aquí no existe una vinculación contractual o
convencional con la Administración; a lo sumo el particular solicita una autorización o
habilitación a la autoridad competente para desarrollar una determinada actividad (por
ejemplo, prestadores postales, televisión por cable, taxis, remises, farmacias, etc.). Las
sanciones aplicables en este ámbito se las denomina sanciones de regulación sectorial. 3)
Relaciones generales o abstractas, donde no hay una regulación jurídico-administrativa en los
términos y alcances antes expuestos, surgiendo el poder sancionatorio de la Administración
como consecuencia de una violación a las disposiciones que tutelan el orden público general y
abstracto. A estas últimas se las conoce también como sanciones de policía general.
Sobre esta base y teniendo en cuenta que la Administración Pública, en su acepción objetiva y
material, es la organización a través de la cual el Estado procura, de modo directo, práctico,
concreto y permanente, satisfacer su fin específico, esto es el bien común, se concluye que el
poder disciplinario hace a la esencia misma de la Administración. Podemos definir al poder
disciplinario como aquella virtualidad jurídica o aptitud de derecho que tiene la Administración
Pública para imponer, por medio de sanciones determinadas, una regla de conducta a todos
aquellos cuya actividad compromete a la misma organización administrativa. Abarca la
conducta de los empleados públicos, y como tal se proyecta también a regímenes especiales,
tales como a las fuerzas de seguridad, al personal que presta servicios en hospitales públicos y
docentes de escuelas públicas. La responsabilidad administrativa es declarada y aplicada por la
autoridad administrativa, sin perjuicio del control judicial posterior; el procedimiento que se
utiliza es de carácter administrativo, al igual que la sanción que se aplica y no excluye la
coexistencia de un proceso penal cuando a su vez el mismo hecho puede constituir un delito.
Con acierto se ha expresado que detallar todos los comportamientos susceptibles de sanción
que alteren el correcto funcionamiento de los órganos administrativos o jurisdiccionales, razón
por la cual la norma legal puede establecer sólo genéricamente la conducta reprochable que
podrá ser explicitada por vía reglamentaria o bien durante la aplicación directa del concepto
jurídico indeterminado a la realidad de los hechos . Las normas que establecen conductas que
pueden dar origen a sanciones disciplinarias que preferentemente deben emanar del Poder
Legislativo y no pueden ser aplicadas retroactivamente salvo que se trate de disposiciones más
benignas. En el principio de irretroactividad de la ley están en juego los principios de seguridad
jurídica y de buena fe atinentes a los agentes públicos, que deben ser respetados de cara al
ejercicio de la potestad disciplinaria.
No es posible aplicar dos sanciones por el mismo hecho. Rige el principio de “non bis in idem”.
Se traduce en la obligación para la Administración de inhibirse de volver a ventilar un
contradictorio infraccional que ya estuviese resuelto . Sin embargo ello no implica que no
pueda recaer por el mismo hecho una sanción disciplinaria y una condena en sede penal, ya
que se trata de dos ámbitos distintos de responsabilidades. La Corte Suprema de Justicia de la
Nación tiene dicho que las responsabilidades penal y administrativa son de naturaleza
diferente, por lo que no configura violación al art. 18 de la Constitución Nacional el
procedimiento administrativo y el juzgamiento en sede penal por el mismo hecho41.
IX. ELSUMARIOADMINISTRATIVO
Elsumario administrativo es un procedimiento administrativo que tiene por objeto comprobar
la existencia de una falta administrativa cometida por un agente o funcionario público,
esclarecer la verdad de los hechos acontecidos, individualizando a los responsables y proponer
una sanción disciplinaria en caso de corresponder45. A diferencia del sumario, la información
sumaria procede cuando existe alguna circunstancia que puede importar una responsabilidad
patrimonial o disciplinaria, que exija una investigación preliminar para comprobar su existencia
y dar en su caso origen al sumario. También procede cuando el sumario no se puede iniciar con
la urgencia que el caso requiere e incluso para recibir una denuncia. En otras palabras, la
investigación sumaria, en caso de existir, sirve para meritar acerca de las circunstancias que
hacen procedentes la apertura de un sumario, el que debe ser ordenado por acto
administrativo expreso. Una vez iniciado el sumario, ya sea de oficio o por denuncia, se debe
designar un instructor sumariante, que llevará a cabo la investigación con imparcialidad e
independencia. A su vez, éste debe nombrar a un secretario de actuaciones quien hace las
veces de fedatario y colabora con el instructor. El instructor que hubiese sido designado puede
ser recusado por las causales que contemplan leyes de procedimiento administrativo.
En esta etapa inicial, el instructor comienza a colectar la prueba de cargo, para lo cual habrá de
recabar testimonios, informes, agregación de documentos, informes periciales y cualquier otro
medio de prueba que le permita esclarecer la verdad de lo acontecido, siendo secreto este
tramo de la instrucción. Luego, puede disponer la declaración sumarial del imputado, acto
procesal de suma trascendencia pues debe imponerlo de los hechos en forma circunstanciada,
no bastando una remisión genérica; debe hacerle saber que se puede abstener de declarar sin
que ello importe presunción alguna en su contra y que puede ser asistido por un abogado
defensor, en cuyo caso, se suspenderá la audiencia para que comparezca con su letrado.
Durante la sustanciación del sumario puede disponerse la suspensión preventiva del agente,
fundada en la presencia de un hecho grave, de modo tal que no se permita su continuación en
las funciones hasta su esclarecimiento, o bien cuando existan razones fundadas para sospechar
que su presencia en la repartición pueda entorpecer la investigación, ya sea por ocultamiento
de pruebas o coacción a testigos. Sin embargo, en la medida de lo posible antes que la
suspensión preventiva, para evitar un mayor perjuicio a quien está siendo investigado, se
puede disponer un cambio de tareas o de lugar de trabajo del sumariado, si con ello se logra el
mismo resultado en aras de preservar el éxito de la investigación .
Una vez colectadas las pruebas de cargo, presentará un primer informe donde evaluando las
mismas y la defensa material ejercida por el sumariado en el acto de su declaración, podrá
formular o no cargos. En caso de hacerlo deberá notificar fehacientemente de ello al
interesado, para que formule descargo y ofrezca las pruebas que estime pertinentes, dejando
ya de ser secretas las actuaciones. O puede suceder que no encuentre el instructor mérito para
continuar con la investigación, ya sea porque el hecho no existió, o no genera responsabilidad
administrativa o no se pudo individualizar al responsable.
En caso que el instructor haya formulado cargos, se abrirá a prueba el sumario, pudiendo
diligenciarse la ofrecida por el imputado y que se considere pertinente e incluso se pueden
practicar otras medidas de oficio. Realizado esto, se clausurará la investigación y el instructor,
previa posibilidad por parte del encartado de alegar sobre el mérito de las probanzas
producidas elevará a la superioridad un informe donde hará constar la comprobación o no de
los hechos, la responsabilidad que le cabe al o a los sujetos involucrados, y en su caso
propondrá la sanción correspondiente. También, en este informe final puede el instructor
establecer la ausencia de responsabilidad administrativa de los interesados. La autoridad
administrativa, luego de recibido el informe del instructor y previo dictamen jurídico
obligatorio, tendrá a su cargo el dictado del acto administrativo respectivo. En caso de
aplicarse alguna sanción, el interesado podrá impugnarla en sede administrativa y
eventualmente en sede judicial mediante los mecanismos propios de impugnaciones de actos
administrativos.
Puede ocurrir que el hecho investigado pudiera configurar un ilícito penal, en cuyo caso el
instructor deberá formular la correspondiente denuncia en dicha sede. No obstante existir
posiciones encontradas, entendemos que la configuración de una posible responsabilidad
penal no trae aparejada la suspensión del sumario administrativo por prejudicialidad, ya que
se trata de responsabilidades de distinta naturaleza. No obstante lo cual, si en sede
administrativa hubiera recaído una sanción y en sede penal se hubiera absuelto al imputado
por la causal consistente en que no fue partícipe del hecho, queda el remedio del recurso de
revisión en sede administrativa (art. 22, LNPA), justamente a fin de evitar decisiones
encontradas generadoras de un escándalo jurídico.
Las normas que regulan el trámite de los sumarios administrativos por lo general contienen un
plazo de duración del mismo, que es considerado meramente ordenatorio, salvo que la misma
disposición sancione con nulidad el incumplimiento de dicha pauta, en cuyo caso, se produciría
la caducidad del procedimiento y la ilegitimidad de la resolución que impusiera una sanción. En
caso que el sumario administrativo estuviere paralizado o demorado en su tramitación, se
corre el riesgo que prescriba la potestad sancionatoria, ya que aún en los casos que no se
permita hablar de caducidad del sumario no puede negarse el derecho de todo agente público
a beneficiarse con la prescripción de la potestad represiva. Si la misma tiene cabida en materia
delictual, con mayor razón en materia disciplinaria.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el fallo “Losicer” , dejó sin efecto una multa
impuesta por el Banco Central de la República Argentina, al considerar que había existido una
indebida dilación del procedimiento administrativo, incompatible con el derecho al debido
proceso amparado por el artículo 18 de la Constitución Nacional y el artículo 8 de la
Convención Americana de Derechos Humanos. En el caso, el BCRA había tramitado con
lentitud el proceso, impulsándolo solo cuando estaba por transcurrir el plazo para evitar la
prescripción. La sanción se había dictado 18 años después de ocurridas las supuestas
infracciones y tras 15 años de la apertura del sumario. El fallo tiene su origen en un sumario
llevado a cabo por el ente rector del sistema monetario y bancario —sobre la base de lo
dispuesto por el art. 41 de la Ley de Entidades Financieras— que tuvo por objeto la
investigación de diversas infracciones a la normativa financiera, y que culminó con la aplicación
de sanciones pecuniarias administrativas. Si bien inicialmente este sistema sancionatorio
carecía de una regulación del instituto de la prescripción, la ley 21.526 lo introdujo en el
artículo 42 de la Ley de Entidades Financieras donde se estableció que aquella operaría,
respecto de la acción sancionatoria, a los 6 años desde la comisión del hecho, y que tal plazo se
interrumpiría por la comisión de otra infracción y por los actos y diligencias del procedimiento
inherentes a la sustanciación del sumario.
El Tribunal señaló que los hechos reprochados se extendieron hasta el 24 de abril de 1987; que
la apertura del sumario fue dispuesta por la resolución 763 del 10 de agosto de 1990 y
notificada a los recurrentes el 17 de mayo y el 27 de agosto de 1991; que la apertura a prueba
tuvo lugar el 15 de octubre de 1993 y fue notificada el 18 de noviembre de ese año; que el
cierre de la etapa probatoria se dispuso el 10 de agosto de 1999 y fue notificada el 25 de
agosto de ese año; y, finalmente, que la resolución sancionatoria 169/05 fue dictada el 29 de
julio de 2005 y notificada en agosto de ese año. De esta reseña cronológica resulta claramente
que el trámite sumarial ha tenido una duración irrazonable. Por lo tanto, concluyó el Alto
Tribunal que la irrazonable dilación del procedimiento administrativo resulta incompatible con
el derecho al debido proceso amparado por el art. 18 de la Constitución Nacional y por el art.
8º de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, remarcando que cabe descartar que
el carácter administrativo del procedimiento sumarial pueda erigirse en un óbice para la
aplicación de tales garantías, ya que las mismas no se encuentran limitadas al Poder Judicial en
el ejercicio de su función, sino que deben ser respetadas por todo órgano o autoridad pública
al que se le hubieran asignado funciones materialmente jurisdiccionales, citando numerosos
precedentes de la CIDH.
El criterio expuesto por la Corte, fue reiterado en la causa “Bonder Aaron (Emperador
Compañía Financiera S.A.)”, del 19 de noviembre de 2013.
Finalmente, cabe advertir que la instrucción del sumario no siempre es indispensable para que
la Administración pueda legítimamente ejercer su poder disciplinario. No es necesario el
sumario en todos aquellos supuestos en que la falta sea evidente y esté suficientemente
acreditada, y que, además, no haya duda sobre la identidad de la persona responsable de la
misma. Sin embargo, aun en estos casos, como consecuencia del principio de juridicidad que
debe guiar al obrar administrativo, es imprescindible el descargo del agente público, conforme
el art. 18 de la Constitución Nacional.
Salvo que en los diversos estatutos se encuentre reglada la especie de sanción que
corresponde ante determinadas conductas, es una potestad discrecional seleccionar que tipo
de sanción se aplica y la fijación de su quantum, debiendo recordarse que tal atribución
discrecional debe insertarse en el principio de juridicidad respetando de este modo la
razonabilidad y proporcionalidad de la sanción, los principios generales del derecho, las partes
regladas del acto y la fehaciente comprobación de los hechos determinantes.
Elllamado de atención a nuestro juicio no constituye una sanción disciplinaria. Sin embargo, es
común que se deje constancia en el legajo personal del agente “un llamado de atención”,
generalmente sin respeto por el derecho de defensa, lo que constituye una sanción
encubierta. El apercibimiento constituye una advertencia o amonestación al agente,
generalmente tiene lugar cuando se trata de conductas que ya sea por acción u omisión
infrinjan levemente las obligaciones a cargo del empleado. La suspensión consiste en privar al
agente público de la obligación de prestar servicios y lógicamente la privación del sueldo
proporcional al tiempo de la suspensión. El tiempo de la suspensión no se computa a los fines
del escalafón, del beneficio de la licencia anual ordinaria ni de jubilación. La suspensión como
sanción disciplinaria se distingue de la suspensión decretada con motivo de la instrucción de
un sumario; esta última no constituye una sanción sino una medida precautoria, de naturaleza
procedimental, y como tal no trae aparejada ninguna de las consecuencias emergentes de la
suspensión sanción. Por lo general, los diversos estatutos fijan un límite máximo de
suspensiones en los doce meses anteriores, puesto que de excederse dicho límite se produce
en forma automática la cesantía del agente. En lo que respecta a la multa,tomada como una
privación parcial del sueldo con la obligación de trabajar, no es muy común respecto de los
agentes públicos, salvo en el ámbito de la justicia nacional en que los magistrados pueden ser
sancionados mediante una multa que corresponde a un determinado porcentaje del sueldo de
un juez de primera instancia. En cuanto al arresto,éste constituye una sanción ajena a los
órganos y colaboradores civiles de la organización administrativa; sólo se da respecto de los
agentes de las fuerzas militarizadas y de los alojados en unidades penitenciarias. Finalmente,
cabe consignar que la llamada retrogradación en el escalafón y la pérdida del derecho al
ascenso, no se encuentran actualmente admitidas como sanciones.
Lacesantíaconsiste en una sanción expulsiva, ya sea por la comisión de una falta grave o bien
por acumulación de faltas más bien leves, como por ejemplo determinada cantidad de
inasistencias injustificadas o de suspensiones. La cesantía también puede producirse en caso
de mediar condena por delito doloso que no se refiera a la Administración Pública, que por las
circunstancias del caso afecte el decoro o el prestigio de la función o del agente; también
procede por reiteradas calificaciones deficientes del empleado, o por haber sido inhabilitado
penalmente para ejercer cargos públicos. El procedimiento impone el sumario previo salvo en
casos de aplicación automática (por ejemplo; inasistencias injustificadas mayores a diez días
continuos en el año, abandono de servicio, o embargos injustificados); supuestos en que no
obstante, siempre es necesario darle la posibilidad al agente de realizar un descargo en forma
previa a la imposición de la sanción, a fin de garantizarle el derecho de defensa (art. 18, CN). La
exoneraciónes también una sanción expulsiva que tiene lugar ante sentencia condenatoria
firme por delito contra la Administración Pública nacional, provincial, o municipal, falta grave
que perjudique materialmente a la Administración, pérdida de la ciudadanía, imposición como
pena principal o accesoria de inhabilitación absoluta o especial para la función pública o ante
la violación a las conductas prohibidas a los agentes públicos (v.g. art. 24 de ley 25.164). A
diferencia de la cesantía, el agente exonerado debe ser dado de baja de todos los cargos
públicos de que sea titular, y además no puede reingresar a la función pública salvo que fuere
expresamente rehabilitado luego de transcurrido el plazo fijado por las distintas
reglamentaciones. La exoneración no hace perder actualmente los derechos jubilatorios.
Si bien los modos normales y anormales de conclusión comunes a todos los contratos
administrativos, son aplicables al de empleo público, adquieren en éste particularidades
propias. La extinción de la relación puede darse por expiración del términode duración del
contrato, cuando se trata de personal “contratado” propiamente dicho, o bien, por finalización
de un interinato, cuando se trata de un agente que provisoriamente reemplaza a otro en su
cargo en esa calidad. La renuncia es la forma más común de extinción de la relación de empleo
público, la que debe ser aceptada por la Administración. Si la misma acontece encontrándose
en curso un sumario administrativo, y es aceptada por la Administración, puede pensarse que
ésta —al aceptar la renuncia— está abandonando la potestad disciplinaria, ya que no se puede
aplicar una sanción de este tipo a quien ya no integra los cuadros de la Administración. No
obstante, numerosos estatutos en tal caso dejan a salvo que tal aceptación no excluye la
posibilidad de declararlo incurso en responsabilidad disciplinaria como en otras
responsabilidades del empleado o funcionario (civil, penal y administrativa patrimonial). Si
pasado un determinado tiempo, la Administración no se pronuncia por la aceptación o no de la
renuncia, los diversos ordenamientos prevén la baja automática. También se produce la
extinción de la relación de empleo, obviamente por muerte del agente o por acceder al
beneficio de la jubilación o retiro, ya sea la ordinaria o por invalidez. También la imposición de
sanciones expulsivas, como se ha visto anteriormente, provocan la finalización del vínculo
contractual. La existencia de una incompatibilidad administrativa puede producir la conclusión
de la relación, cuando un agente desempeña un cargo incompatible con otro, de acuerdo a las
diversas reglamentaciones (vg magistrado judicial y docente universitario con dedicación
exclusiva), en cuyo caso deberá optar por uno de ellos. Además la condena recaída en sede
penal consistente en la inhabilitación para ejercer cargo públicos, ya sea como pena principal o
accesoria conduce también a la finalización de la relación de empleo. Finalmente, la supresión
del cargo por razones de reorganización administrativa o ante regímenes de prescindibilidad
extinguen excepcionalmente la relación de empleo, pero en estos casos habrá que reconocerle
al agente una indemnización.
Tras la reforma constitucional de 1994, el art. 36 determinó que el Congreso sancionaría una
ley sobre ética pública para el ejercicio de la función. Esta ley que lleva el N° 25.188 (B.O.
01/11/99) fue reglamentada por el decreto 164/99 y estableció un conjunto de deberes,
prohibiciones e incompatibilidades aplicables, sin excepción, a todas las personas que se
desempeñen en la función pública en todos sus niveles y jerarquías, en forma permanente o
transitoria, por elección popular, designación directa, por concurso o por cualquier otro medio
legal, extendiéndose su aplicación a todos los magistrados, funcionarios y empleados del
Estado. Como deberes y pautas de comportamiento ético se establecieron los siguientes: a)
Cumplir y hacer cumplir estrictamente Constitución Nacional, las leyes y los reglamentos que
en su consecuencia se dicten y defender el sistema republicano y democrático de gobierno; b)
desempeñarse con la observancia y respeto de los principios y pautas éticas establecidas en la
presente ley: honestidad, probidad, rectitud, buena fe y austeridad republicana; c) velar en
todos sus actos por los intereses del Estado, orientados a la satisfacción del bienestar general,
privilegiando de esa manera el interés público sobre el particular; d) no recibir ningún
beneficio personal indebido vinculado a la realización, retardo u omisión de un acto inherente
a sus funciones, ni imponer condiciones especiales que deriven en ello; e) fundar sus actos y
mostrar la mayor transparencia en las decisiones adoptadas sin restringir información, a
menos que una norma o el interés público claramente lo exijan; f) proteger y conservar la
propiedad del Estado y sólo emplear sus bienes con los fines autorizados. Abstenerse de
utilizar información adquirida en el cumplimiento de sus funciones para realizar actividades no
relacionadas con sus tareas oficiales o de permitir su uso en beneficio de intereses privados; g)
abstenerse de usar las instalaciones y servicios del Estado para su beneficio particular o para el
de sus familiares, allegados o personas ajenas a la función oficial, a fin de avalar o promover
algún producto, servicio o empresa; h) observar en los procedimientos de contrataciones
públicas en los que intervengan los principios de publicidad, igualdad, concurrencia
razonabilidad; i) abstenerse de intervenir en todo asunto respecto al cual se encuentre
comprendido en alguna de las causas de excusación previstas en ley procesal civil. Estableció
además un régimen de presentación obligatoria de declaraciones juradas patrimoniales para
funcionarios públicos, fijó un régimen de incompatibilidades para el ejercicio de la función
pública y de obsequios a funcionarios públicos , e introdujo modificaciones al Código Penal.
Al año siguiente, el Poder Ejecutivo Nacional creó el denominado “Programa carta compromiso
con el ciudadano” a través del decreto 229/00 teniendo por objeto la “instrumentación de
compromisos de servicio por parte de los organismos públicos prestadores directos, donde se
transparenten las condiciones y modalidades operativas de las prestaciones así como los
derechos que con relación al tema, asisten a los ciudadanos” (art. 2°), estableciendo los
principios y criterios generales que propendan a la mejora de la calidad de los mismos y
reafirmando los derechos de los que goza el ciudadano frente a la Administración Pública
Nacional, a saber: a) A obtener información clara, veraz y completa sobre las actividades
desarrolladas por la Administración Pública Nacional. b) A ser asesorado sobre los trámites y
requisitos que debe cumplir en sus actuaciones ante la Administración. c) A ser tratado con el
máximo respeto y deferencia por las autoridades y por el personal al servicio de la
Administración Pública Nacional. d) A conocer el estado de tramitación de las actuaciones
administrativas en las que tenga la condición de interesado y a obtener copias de los
documentos contenidos en ellas. e) a identificar a las autoridades y personal que tramitan los
procedimientos y a responsabilizarlas cuando legalmente corresponda. f) A obtener copia
sellada de los documentos que presente y a no presentar aquellos no exigibles de acuerdo con
la normativa vigente. g) A acceder a los registros y archivos públicos con las limitaciones
legalmente establecidas. h) A hacer presentaciones administrativas en los procedimientos en
los que tenga la condición de interesado, las que deberán ser evaluadas por la administración
al dictar resolución, en los términos establecidos por la legislación vigente. i) A que la
Administración dicte resolución expresa ante sus peticiones, solicitudes o denuncias. j) A
presentar quejas por la omisión de trámites o retrasos en los procedimientos en los que sea
interesado, y a reclamar ante cualquier desatención o anomalía en el funcionamiento de los
servicios de la Administración Pública Nacional.
La ley 22460 (B.O. 06/04/81) sobre “Servicios de Consultoría” rige la promoción y contratación
de servicios de consultoría que bajo la forma de locación de obra intelectual o de servicios
requiera la Administración Pública Nacional, y su entidades descentralizadas a la empresas
consultoras privadas. La ley define como “ servicios de consultoría” a toda prestación de
servicios profesionales, científicos y técnicos de nivel universitario, cumplidos bajo la forma de
locación de obra intelectual o de servicios y realizada por firmas consultoras o consultores,
como “firma consultora” toda sociedad permanente, legalmente constituida, civil o comercial,
cuyo objeto exclusivo es la prestación de servicios de consultoría y “consultor” todo
profesional universitario altamente calificado que a título individual presta servicios de
consultoría (arts. 1º y 2º de la citada ley).
Dado que la ley plantea como alternativa una locación de obra o de servicios con una firma
consultora o con un consultor, corresponde señalar que el consultor individual contratado por
la administración bajo el régimen de locación de servicios no se encuentra regido por el
Régimen Jurídico Básico de la Función Pública, ni se convierte en empleado o funcionario
público .
CAPITULO XII
I. CONCEPTO Y DISTINCIÓN
La propiedad estatal puede ser pública o privada. Por ello, el Código Civil distinguió entre
“dominio público” y “dominio privado” del Estado, proporcionando una enumeración de cada
uno de ellos en los arts. 2339, 2340 y 2342 del C. Civil. Así, el primero de los citados artículos,
establece: “Las cosas son bienes públicos del Estado general que forma la Nación, o de los
Estados particulares de que ella se compone, según la distribución de los poderes hecha por la
Constitución Nacional; o son bienes privados del Estado general o de los Estados particulares”.
El Dominio Público es un conjunto de bienes de propiedad de una persona pública que, por los
fines de utilidad común a que responden, están sujetos a un régimen especial de derecho
público. Nuestra legislación no contiene una definición del dominio público. Sólo se limita a
mencionar qué cosas pueden tener tal carácter. El dominio público es un concepto jurídico,
cuya existencia depende de la voluntad del legislador. Sin ley que le sirva de fundamento,
ningún bien o cosa tiene carácter dominial. El dominio público es inalienable, inembargable e
imprescriptible. Las cosas que forman parte del dominio público están fuera del comercio,
pero el Estado puede conceder su uso o explotación mediante permisos de uso o concesiones
sobre esos bienes. Ningún particular las puede adquirir por prescripción por su posesión y
transcurso del tiempo. Los bienes de dominio público están destinado al uso público ya sea en
forma directa o indirecta (PTN, Dictámenes 216:1), no así los de dominio privado del Estado. El
dominio privado del Estado, está sujeto, con algunas excepciones, a las reglas del dominio
privado. Así por ejemplo, lo atinente a la enajenación de un bien de dominio privado del
Estado no puede disponerse sin el cumplimiento de los requisitos de las normas de derecho
administrativo que regulan la materia.
La distinción inherente entre los bienes de dominio público y privado del Estado es de régimen
jurídico y más bien de carácter teleológico, puesto que lo que se debe tener en cuenta es, si
esos bienes o cosas, están o no afectados a un uso público, directo o indirecto. El uso indirecto
se configura cuando su utilización, si bien no consiste en un uso general o común, implica su
afectación para el logro de finalidades que son de interés público. El uso directo por parte de
las personas se da por ejemplo, respecto a las plazas, parques, calles o ríos mientras que el
indirecto se vincula con las obras públicas, o los edificios destinados como sede de los poderes
públicos.
El derecho al uso común del bien dominial configura un derecho real administrativo de todos
los habitantes representados por el Estado. Los bienes que lo integran constituyen una
propiedad establecida y regida por el derecho público, en especial por el derecho
administrativo, que se desarrolla en forma paralela al régimen de propiedad privada y se
caracteriza por una amplia serie de limitaciones impuestas en razón del destino de los bienes,
sometidos a un régimen exorbitante de derecho privado. A diferencia del dominio público, el
dominio privado de los particulares es absoluto, exclusivo y perpetuo. Que es absoluto significa
que el propietario o titular del derecho de dominio puede hacer con su cosa lo que le plazca, o
sea conservarla, regalarla, destruirla o venderla. La exclusividad del dominio implica que no
pueden dos personas tener en la totalidad, cada una, el dominio de una cosa; pero pueden ser
propietarias en común de idéntica cosa, cada una por su parte. Este sería el caso del
condominio. El carácter de perpetuidad significa que no se extingue por el no uso. Mientras el
propietario no decida lo contrario, y la cosa subsista, continuará siendo propietario de ella,
salvo el caso de usucapión por un tercero
1)Elemento subjetivo: hacer referencia al sujeto titular de la cosa, que puede ser la Nación,
una Provincia, un Municipio y sus entes públicos estatales. Para algunos autores, también las
personas jurídicas públicas no estatales pueden ser titulares del dominio público si sus bienes
están afectados a la prestación de un servicio público o una función pública . Los bienes que
componen el dominio público no son res nullius, sino que pertenecen al Estado. Los de la
Iglesia Católica son bienes privados de ésta. No siendo la Iglesia Católica un organismo del
Estado, una persona pública estatal, va de suyo que sus bienes no pertenecen al dominio
público. Para que los bienes de la Iglesia afectados al culto sean dominicales, falta un elemento
esencial, el subjetivo, en cuyo mérito el bien debe pertenecer al Estado . Por su parte, la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en la causa “Lastra Juan c/Obispado de Venado Tuerto” en la
que se planteaba un embargo sobre un inmueble del Obispado donde se hallaban emplazadas
la sede del mismo, la vivienda del obispo y de varios clérigos de la diócesis confirmó la
inembargabilidad del bien, invocando el Acuerdo de 1966 entre la Santa Sede y la República
Argentina y el art. 2345 del Código Civil para retraer la jurisdicción estatal. En lo fundamental,
sostuvo que el reconocimiento del libre y pleno ejercicio del culto y de su jurisdicción en el
ámbito de su competencia, que la República Argentina reconoce a la Iglesia Católica Apostólica
y Romana en el art. 1º del Acuerdo celebrado con la Santa Sede en el año 1966, implica la más
plena referencia al ordenamiento jurídico canónico para regir los bienes de la Iglesia
destinados a la consecución de sus fines, en armonía con la remisión específica que efectúa el
art. 2345 del Código Civil en cuanto a la calificación y condiciones para la enajenación de los
templos y las cosas sagradas y religiosas correspondientes a las respectivas Iglesias o
parroquias.
2) Elemento objetivo: se refiere a los objetos, bienes o cosas que integran el dominio público.
Puede tratarse de bienes inmuebles, incluyendo el espacio aéreo y el subsuelo; per se o por
accesión (árboles de un parque, flores de una plaza, puentes construidos en una carretera); sin
embargo por ejemplo los peces pertenecen al dominio privado del Estado. Pueden ser bienes
muebles, (animales de un jardín zoológico, las colecciones de los museos, las armas portátiles
de las fuerzas armadas y de la policía, los libros de las bibliotecas públicas) y objetos
inmateriales (como el espacio aéreo, la fuerza hidráulica de un río, derechos intelectuales por
fallecimiento del autor sin dejar herederos o servidumbres públicas, etcétera).
El art. 2.340 del Código Civil enumera los bienes de dominio público:
“Quedan comprendidos entre los bienes públicos: 1° Los mares territoriales hasta la distancia
que determine la legislación especial, independientemente del poder jurisdiccional sobre la
zona contigua; 2° los mares interiores, bahías, ensenadas, puertos y ancladeros; 3° los ríos, sus
cauces, las demás aguas que corren por cauces naturales y toda otra agua que tenga o
adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general, comprendiéndose las aguas
subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del fundo de
extraer las aguas subterráneas en la medida de su interés y con sujeción a la reglamentación;
4° las playas del mar y las riberas internas de los ríos, entendiéndose por tales la extensión de
tierra que las aguas bañan o desocupan durante las altas mareas normales o las crecidas
medias ordinarias; 5° los lagos navegables y sus lechos; 6° las islas formadas o que se formen
en el mar territorial o en toda clase de río, o en los lagos navegables, cuando ellas no
pertenezcan a particulares; 7° las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra
obra pública construida para utilidad o comodidad común; 8° los documentos oficiales de los
poderes del Estado; 9° las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos de interés
científico. (Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/ 04/1968).Asimismo, la ley
22.351 alude a los Parques Nacionales como bienes de dominio público nacional.
Por su parte, el art. 2342 se refiere a los bienes de dominio privado del Estado: “Son bienes
privados del Estado general o de los Estados particulares: 1° Todas las tierras que estando
situadas dentro de los límites territoriales de la República, carecen de otro dueño; 2° las minas
de oro, plata, cobre, piedras preciosas y sustancias fósiles, no obstante el dominio de las
corporaciones o particulares sobre la superficie de la tierra; 3° los bienes vacantes o
mostrencos, y los de las personas que mueren sin tener herederos, según las disposiciones de
este código; 4° los muros, plazas de guerra, puentes, ferrocarriles y toda construcción hecha
por el Estado o por los Estados, y todos los bienes adquiridos por el Estado o por los Estados
por cualquier título; 5° las embarcaciones que diesen en las costas de los mares o ríos de la
República, sus fragmentos y los objetos de su cargamento, siendo de enemigos o de corsarios.
No todo lo que el inc. 4 enumera son bienes privados del Estado ya que “los muros, plazas de
guerra, puentes, ferrocarriles y toda construcción hecha por el Estado” sólo deben incluirse en
el ámbito del dominio privado del Estado cuando no están afectados a un fin de utilidad
pública, de conformidad a lo previsto en el inc. 7 in fine del art. 2340.
3)Elemento finalista: Los bienes de dominio público pueden estar destinados tanto al uso
público directo como las playas del mar o las riberas internas de los ríos o indirectos como
ocurre con las obras públicas construidas para utilidad o comodidad común (un dique o una
represa). Parte de la doctrina sostiene que sólo los bienes destinados al uso directo de la
comunidad están dentro del dominio público . Otra parte de la doctrina entiende que también
integran el dominio público los bienes o cosas destinados a un uso indirecto , o a un servicio
público, máxime cuando dicho servicio es prestado directamente por el Estado6. En relación a
los bienes de los concesionarios de servicios públicos afectados a la prestación de éstos,
MARIENHOFF y COMADIRA entienden que no integran el dominio público, sino que son bienes
privados de tales concesionarios . Más recientemente, otro autor8 ha sostenido que pese a la
titularidad privada de tales bienes, ellos pueden quedar sujetos a un régimen jurídico que
participa de los caracteres del dominio público en lo que respecta a su inalienabilidad,
imprescriptibilidad, inembargabilidad e inejecutabilidad con la finalidad de mantener la
afectación o destino específico de ellos para asegurar de este modo la calidad, continuidad
eficacia y regularidad del servicio.
4) Elemento normativo: El carácter dominial de una cosa o un bien depende de una norma
legal. El dominio público es un concepto jurídico. Depende de la ley. Corresponde a la
legislación de fondo determinar el carácter de las cosas o bienes. La declaración o atribución
del carácter público o privado de las cosas es competencia exclusiva del Congreso de la Nación.
Un acto administrativo no puede ser fuente atributiva del carácter público o privado de una
cosa. La Administración sólo puede “crear” los bienes que integran el llamado dominio público
artificial (plazas, calles, caminos monumentos, etc.) pero la condición jurídica de esos bienes
creados no deriva de acto administrativo alguno, sino de la ley. Por lo tanto, no hay que
confundirafectaciónde un bien al uso público con la atribución de carácter público o privado de
los bienes. Sólo la ley nacional es el medio jurídico idóneo para establecer qué cosas son
públicas y cuáles privadas .
1)Uso común: Es el que puede realizar toda persona en forma directa, individual o
colectivamente, por su sola condición de tal, sujetándose a la obligación de observar las
disposiciones reglamentarias (consulta de libros en bibliotecas públicas, visita de museos,
tránsito por la vía pública, contemplación de monumentos). Se trata de un uso libre, ya que no
está sujeto a ninguna autorización de carácter administrativo, salvo el que pudiera resultar del
ejercicio de la policía administrativa. Es por lo general gratuito, pero en algunos casos, de
haber mediado una concesión de obra pública para su explotación, se cobra un peaje. Otras
veces se exige una suma de dinero para acceder a algunos paseos públicos (jardín zoológico) o
para visitar un museo. Es impersonal. Cuando el usuario tiene cualquier status jurídico
personal, se estaría en presencia de un uso especial o diferenciado del dominio público.
Finalmente, es ilimitado, ya que la posibilidad de su uso persiste mientras el bien permanezca
afectado al dominio público.
2) Uso especial: Es aquél que sólo pueden realizar las personas que hayan adquirido la
respectiva facultad, de conformidad con el ordenamiento jurídico, a través de permisos o
concesiones de uso de dominio público. Se trata de un uso reglado, oneroso (pago de un
canon), personal y limitado. El permiso crea una situación jurídica individual condicionada al
cumplimiento de la ley o a ciertas condiciones predeterminadas, ya que su incumplimiento
determina su caducidad. Los permisos son precarios, se trata de actos de simple tolerancia y
por lo tanto pueden ser revocados por la Administración —por razones de interés público— sin
derecho a resarcimiento, Sin embargo, es preciso que la revocación sea dispuesta por acto
administrativo debidamente motivado. Son ejemplos de permisos los que se otorgan para la
instalación de mesas y sillas de bares en la vía pública, los kioscos de venta de diarios, los
puestos de choripanes en un paseo público o los puestos de venta de flores en la vía pública y
la cartelería que invade espacio aéreo de las veredas y calles. La concesión de uso de bienes de
dominio público puede tener lugar por acto o por contrato administrativo. Se diferencia del
permiso, porque su revocación por razones de mérito, oportunidad o conveniencia es
indemnizable, ya que la misma se otorga por un plazo determinado que debe ser respetado
por la Administración. Como ejemplo podemos mencionar las concesiones en balnearios o
paradores para instalar carpas y sombrillas, los jardines zoológicos de algunas ciudades, o las
playas de estacionamiento que funcionan en inmuebles de propiedad estatal.
El Decreto 893/2012 (B.O. 14/06/12) reglamentario del Decreto Delegado 1023/2001 (B.O.
16/08/01) en su Anexo ha regulado la “Concesión de Uso de los bienes del Dominio Público y
Privado del Estado Nacional” en sus arts. 176 a 189. Se establece que se regirán por esas
disposiciones los contratos por los que los administrados, actuando a su propia costa y riesgo,
ocupen, usen o exploten, por tiempo determinado, bienes pertenecientes al dominio público o
privado del Estado Nacional, al que pagarán un canon por dicho uso, explotación u ocupación
de los bienes puestos a su disposición en forma periódica y de acuerdo a las pautas que
establezcan los Pliegos de Bases y Condiciones Particulares. Dichos pliegos fijarán, siempre que
sea pertinente: a) Plazo de vigencia del contrato. b) Plazos y formas de pago del canon a
abonar por el concesionario, definición de las bases y procedimiento a seguir para su fijación y
su eventual reajuste. c) Presentación de certificado de visita al lugar o a las instalaciones
objeto de la concesión, por parte del oferente. d) Condiciones y plazos relativos a entrega de
los bienes y al procedimiento para su habilitación para el inicio de las actividades por parte del
concesionario. e) Cronograma y descripción de los trabajos de mantenimiento o mejoras que
deba introducir el concesionario en los bienes afectados a la concesión. f) Garantías
adicionales que podrán ser exigidas por los bienes de la Administración Nacional afectados a la
concesión, por las obras a realizar a que obligue el contrato y/o por los daños que pudieran
ocasionarse al Concedente o a terceros o, en su caso, fondo que se deberá integrar para
reparaciones o reposiciones, con retenciones porcentuales sobre los pagos pertinentes. Tales
garantías deberán comprender todo el lapso de duración del contrato y sus eventuales
prórrogas. g) Idoneidad técnica y/o experiencia requerida al concesionario y, en su caso, a sus
reemplazantes, para la atención de la concesión. h) Definición de los bienes afectados a la
concesión, incluyendo los datos de la ubicación de las mejoras si las hubiere. i) Limitación o
acumulación de adjudicaciones similares a un mismo oferente, cuando existan razones
previamente fundadas por autoridad competente. j) Condiciones que obliguen al adjudicatario
a hacerse cargo transitoriamente de otra concesión similar que por cualquier motivo se
hubiera extinguido. k) Si se otorga o no exclusividad. l) Una clara definición de la reserva de
derechos que son los que describen los alcances del servicio. m) Patrimonio mínimo a exigir al
oferente.
Si por razones de caso fortuito o fuerza mayor, no pudiera hacerse entrega de los bienes en el
plazo estipulado, el concesionario podrá desistir del contrato y obtener la devolución del total
de la garantía aportada. Esta situación no generará derecho a indemnización en concepto de
lucro cesante, sino a la indemnización del daño emergente que resulte debidamente
acreditado. La adjudicación deberá recaer en la propuesta que ofrezca el mayor canon, salvo
que en los respectivos pliegos de bases y condiciones particulares se estableciera otro criterio
de selección. El concesionario será responsable en todos los casos de los deterioros
ocasionados a los bienes de propiedad de la Administración Nacional afectados a la concesión,
que no obedezcan al uso normal de los mismos. Si en el momento de recibir las instalaciones y
bienes el adjudicatario no formulara observación, se entenderá que los recibe en perfectas
condiciones. Todas las mejoras edilicias permanentes, tecnológicas, o de cualquier tipo que el
concesionario introduzca en los bienes de la Administración Nacional afectados al
cumplimiento del contrato, quedarán incorporadas al patrimonio estatal y no darán lugar a
compensación alguna. Sin perjuicio del cumplimiento de las cláusulas del Pliego de Bases y
Condiciones Particulares, el concesionario estará obligado a: a) Cumplimentar estrictamente
las disposiciones legales que sean de aplicación, de acuerdo con la naturaleza de la concesión,
y al pago de los impuestos, tasas, contribuciones, patentes y demás obligaciones que graven a
los bienes por su explotación o actividad. b) Satisfacer en todos los casos las indemnizaciones
por despido, accidentes y demás pagos originados por la concesión. c) No destinar los bienes a
otro uso o goce que el estipulado o hacer uso indebido de los mismos. d) Mantener los bienes
en perfectas condiciones de conservación, uso y goce y, en su caso, efectuar con la
periodicidad establecida en las cláusulas particulares los trabajos de mantenimiento o mejoras
que correspondan. e) Facilitar el acceso de inspectores autorizados a todas las instalaciones,
libros de contabilidad y documentación vinculada con el cumplimiento del contrato y firmar las
actas de infracción que se labren. f) No introducir modificaciones ni efectuar obras de
cualquier naturaleza sin consentimiento escrito de la dependencia contratante. g) Proponer
con anticipación a la dependencia contratante los representantes o reemplazantes con
facultad para obligarlo. h) Entregar los bienes dentro de los diez (10) días corridos de vencido
el contrato o de comunicada su rescisión. i) Satisfacer las multas por infracciones dentro del
plazo fijado al efecto. j) No crear condiciones motivadas por el modo de prestación, que
generen riesgos a los usuarios de los servicios, mayores a las previsibles y normales de la
actividad. Serán causales de rescisión por culpa del concesionario, sin perjuicio de otras
establecidas en el Reglamento o en los Pliegos de Bases y Condiciones Particulares: a) Falta de
pago del canon acordado en el plazo establecido. b) Falta de concurrencia al acto de entrega
de los bienes o negativa a su habilitación, salvo causas justificadas a juicio de la dependencia
contratante. c) Destinar los bienes a un uso o goce distinto del estipulado. d) Infracciones
reiteradas en el cumplimiento de las demás obligaciones establecidas en este Reglamento o en
los Pliegos de Bases y Condiciones Particulares. e) Interrupciones reiteradas de las obligaciones
emergentes de la concesión. f) Cuando el contrato sea transferido en todo o parte, sin que la
misma haya sido autorizada previamente por el organismo contratante.
Debe quedar bien clara la distinción entre la calificación jurídica de los bienes por acto
legislativo del Congreso nacional, de la afectación y desafectación de un bien al dominio
público que constituye una actividad administrativa, por la cual un determinado bien cambia
de destino. Por ejemplo cuando se suprime una calle o una plaza o por el contrario, cuando se
expropia una propiedad privada para destinarla a un paseo público.
El régimen de los artículos 235 a 239 del Proyecto, que supone el deslinde entre el dominio
público y privado del Estado, sigue, en líneas generales, la regulación contenida en el Código
Civil según la reforma operada en 1968 y los principios aceptados en la materia por la doctrina
y jurisprudencia. Así el proyectado art. 235 dispone:“Bienes pertenecientes al dominio
público.Son bienes pertenecientes al dominio público, excepto lo dispuesto por leyes
especiales: a) el mar territorial hasta la distancia que determinen los tratados internacionales y
la legislación especial, sin perjuicio del poder jurisdiccional sobre la zona contigua, y la
plataforma continental. Se entiende por mar territorial el agua, el lecho y el subsuelo; b) las
bahías, ensenadas, puertos, ancladeros y las playas marítimas; se entiende por playas
marítimas la porción de tierra que las mareas bañan y desocupan durante las más altas y más
bajas mareas normales; c) los ríos y demás aguas que corren por cauces naturales, los lagos
navegables y toda otra agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés
general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del
derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su interés
y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por río el agua, las playas y el lecho por
donde corre, delimitado por la línea de ribera que fija la crecida media ordinaria en su estado
normal. El lago es el agua, sus playas y su lecho delimitado de la misma manera que los ríos; d)
las islas formadas o que se formen en el mar territorial o en toda clase de ríos, o en los lagos
navegables, excepto las que pertenecen a particulares; e) las calles, plazas, caminos, canales,
puentes y cualquier otra obra pública construida para utilidad o comodidad común; f) los
documentos oficiales del Estado; g) las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos.
El Proyecto, al igual que el Código Civil de Vélez Sársfield, no define lo que es el dominio
público, sino que se limita a realizar una enumeración de los bienes de ese carácter. El
encabezado del artículo deja en claro que dicha enumeración no es taxativa, dejando la
posibilidad que “leyes especiales” agreguen nuevas hipótesis.
Idéntica reflexión merece el art. 236, que establece: Bienes del dominio privado del Estado.
Pertenecen al Estado nacional, provincial o municipal, sin perjuicio de lo dispuesto en leyes
especiales: a) los inmuebles que carecen de dueño; b) las minas de oro, plata, cobre, piedras
preciosas, sustancias fósiles y toda otra de interés similar, según lo normado por el Código de
Minería; c) los lagos no navegables que carecen de dueño; d) las cosas muebles de dueño
desconocido que no sean abandonadas, excepto los tesoros; e) los bienes adquiridos por el
Estado nacional, provincial o municipal por cualquier título.
El siguiente artículo, a diferencia del Código vigente, contiene en forma expresa los caracteres
del dominio público que surgieron de la interpretación doctrinaria y jurisprudencial del texto
originario del código. “Artículo 237. Determinación y caracteres de las cosas del Estado. Uso y
goce. Los bienes públicos del Estado son inenajenables, inembargables e imprescriptibles. Las
personas tienen su uso y goce, sujeto a las disposiciones generales y locales. La Constitución
Nacional, la legislación federal y el derecho público local determinan el carácter nacional,
provincial o municipal de los bienes enumerados en los DOS (2) artículos precedentes.
Completan el desarrollo del instituto bajo análisis, los siguientes artículos: “Artículo 238.
Bienes de los particulares. Los bienes que no son del Estado nacional, provincial o municipal,
son bienes de los particulares sin distinción de las personas que tengan derecho sobre ellos.
Artículo 239. Aguas de los particulares. Las aguas que surgen en los terrenos de los particulares
pertenecen a sus dueños, quienes pueden usar libremente de ellas, siempre que no formen
cauce natural. Las aguas de los particulares quedan sujetas al control y a las restricciones que
en interés público establezca la autoridad de aplicación. Nadie puede usar de aguas privadas
en perjuicio de terceros ni en mayor medida de su derecho. Pertenecen al dominio público si
constituyen cursos de agua por cauces naturales. Los particulares no deben alterar esos cursos
de agua. El uso por cualquier título de aguas públicas, u obras construidas para utilidad o
comodidad común, no les hace perder el carácter de bienes públicos del Estado, inalienables e
imprescriptibles. El hecho de correr los cursos de agua por los terrenos inferiores no da a los
dueños de estos derecho alguno.
Se ocupaeste último de las aguas que surgen de los terrenos de los particulares. Este precepto
puede generar un conflicto de interpretación con lo previsto en el inc. c del art. 235 del mismo
Proyecto que incluye como integrante del dominio público “toda otra agua que tenga o
adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general”. Puede prestarse a confusión
establecer si pertenecen al titular de terreno o al dominio público las aguas que surgen de
terrenos de particulares que no forman cauce pero tienen aptitud de satisfacer usos de interés
general.
El artículo 240, que fuera modificado en su redacción originaria elaborada por la Comisión
designada en su oportunidad se refiere a los bienes con relación a los derechos de incidencia
colectiva: “Límites al ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes. El ejercicio de los
derechos individuales sobre los bienes mencionados en las Secciones anteriores debe ser
compatible con los derechos de incidencia colectiva. Debe conformarse a las normas del
derecho administrativo nacional y local dictadas en el interés público y no debe afectar el
funcionamiento ni la sustentabilidad de los ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad,
el agua, los valores culturales, el paisaje, entre otros, según los criterios previstos en la ley
especial. Artículo 241. Jurisdicción. Cualquiera sea la jurisdicción en que se ejerzan los
derechos, debe respetarse la normativa sobre presupuestos mínimos que resulte aplicable.
De gran trascendencia social y económica, el artículo 241 del Anteproyecto había consagrado
el derecho fundamental de acceso al agua potable, en los términos siguientes: “Todos los
habitantes tienen garantizado el acceso al agua potable para fines vitales”. Dicho artículo fue
simplemente suprimido en el Proyecto, dejando esta cuestión substancial librada al buen
entender de los jueces en materia constitucional. El mismo fue reemplazado por el último
párrafo del art. 240 de la versión del Anteproyecto referido a la jurisdicción, disponiéndose
que “Cualquiera sea la jurisdicción en que se ejerzan los derechos, debe respetarse la
normativa sobre presupuestos mínimos que resulte aplicable”.
Finalmente, el proyectado artículo art. 243 contempla específicamente los bienes de dominio
de los particulares afectados de manera directa a la prestación de un servicio público, los que
sin pasar a tener su condición de bienes dominiales quedan a resguardo de medidas tomadas
por los acreedores del titular privado de dichos bienes, y por lo tanto se resguarda la efectiva
prestación del servicio: “Bienes afectados directamente a un servicio público. Si se trata de los
bienes de los particulares afectados directamente a la prestación de un servicio público, el
poder de agresión de los acreedores no puede perjudicar la prestación del servicio”.
Este artículo vuelve irrelevante —en términos prácticos— la discusión acerca de si los bienes
afectados a la prestación directa de un servicio público podía considerárselos como de dominio
público.
CAPITULO XIII
Por cierto, el derecho de propiedad, como todos los derechos reconocidos por la Constitución
Nacional, no es absoluto, sino que “está sujeto a las leyes que reglamentan su ejercicio”
(artículo 14, CN).
Ahora bien, las limitaciones a la propiedad pueden ser impuestas en vista tanto del interés
privado como del público. En ambos casos, suponen dos regímenes jurídicos distintos; las
primeras se regulan por el derecho civil, las segundas por el derecho administrativo, según lo
preceptúa el art. 2611 del Código Civil: “Las restricciones impuestas al dominio privado solo en
el interés público son regidas por el derecho administrativo”.
En efecto, Las limitaciones en interés privado son propias del derecho civil y por lo tanto su
regulación corresponde al Congreso de la Nación, quien tiene a su cargo el dictado del Código
Civil conforme lo dispuesto por el artículo 75 inc. 12 CN. En cambio, las limitaciones en el
interés público son de competencia del Congreso de la Nación en concurrencia con los órganos
legislativos provinciales, pues en virtud de nuestro ordenamiento jurídico las provincias tienen
potestad propia en materia administrativa (art. 122, CN); a su vez, los órganos deliberativos
municipales también tienen competencia atribuida por delegación.
Las limitaciones al dominio de la propiedad privada con motivo del interés público son
variadas. Sin embargo, todas responden a un mismo fundamento de interés público que
delimita los contornos del régimen jurídico que resulta aplicable. En efecto, en las diferentes
situaciones que se presentan es posible identificar una razón común de necesidad pública que
los justifica, fundamenta y les otorga contenido propio.
Si bien las limitaciones al dominio responden a fundamentos similares, los caracteres del
dominio sobre los que opera cada una varían en cada caso. En tal sentido, por ejemplo, las
servidumbres administrativas constituyen una limitación al dominio de la propiedad ya que
afectan su carácter exclusivo. Las restricciones administrativas, en cambio, inciden sobre el
carácter absoluto de aquél y, finalmente, la expropiación, como categoría de incidencia
máxima, importa la ablación o extinción del derecho de propiedad. Al respecto, la Corte
Suprema ha señalado que en las limitaciones de interés público (restricciones y servidumbres
administrativas), se hace retroceder el ejercicio absoluto y exclusivo del derecho de propiedad,
hasta donde lo exija el interés público concretado en las necesidades administrativas (Bielsa,
Rafael, Derecho Administrativo, t. III, 4ª ed., N° 659, El Ateneo, 1947, p. 381) .
Por su parte, la misma Carta Magna contiene, como sabemos, disposiciones en torno a las
limitaciones a la propiedad, a saber: la expropiación (art. 17); la requisición (art. 17); y “queda
abolida la confiscación (art. 17, última parte). En ese marco, las distintas figuras jurídicas de
limitaciones administrativas por razón de utilidad pública establecidas en el ordenamiento son:
restricción, ocupación temporal, servidumbre, expropiación, requisición y decomiso .
III.RESTRICCIONESADMINISTRATIVAS
1. Concepto
2. Caracteres
(ii) pueden imponer obligaciones de hacer, no hacer y/o dejar hacer. El hacerimporta un
comportamiento positivo, de operar, dar, construir, etc., como modalidad activa y no pasiva
del titular del dominio. El no hacer (abstenerse) implica una obligación negativa; el dejar hacer
comprende una permisión o tolerancia de que hagan en su propiedad.
(iii) pueden adoptar formas y contenidos diversos. Por esa razón, son variadase ilimitadas
en número y clase. Ahora bien, toda restricción debe tener su fundamento en razones de
interés público como por ejemplo, seguridad, salubridad, moralidad, etcétera.
(v) son imprescriptibles ya que no se extinguen por “desuso” o “no uso”, porque su
imposición forma parte de las prerrogativas del Estado.
(vi) pueden estar afectados tanto bienes inmuebles como muebles. Si bien locomún es que
las restricciones recaigan sobre inmuebles, los bienes muebles también pueden ser objeto de
ellas; v.gr., limitaciones a la venta de objetos artísticos o históricos, que pueden consistir en
derechos de preferencias para adquirirlos, autorizaciones especiales, etc., que pueden afectar
parcialmente la plenitud del dominio, sin afectar su exclusividad.
Las restricciones no pueden exceder ni afectar el contenido del normal ejercicio del derecho
de propiedad. Este recaudo, que debe verificarse conforme las circunstancias fácticas y
jurídicas de cada caso, debe cumplir el requisito de razonabilidad como cualquier
reglamentación. Es decir, las restricciones deben adecuarse proporcionalmente a la necesidad
publica que debe satisfacer (arts. 14 y 28, CN).
Es relevante que el derecho de propiedad permanezca íntegro, incólume porque, si como
consecuencia de la restricción o afectación que recae sobre el inmueble, excede lo normal y/o
afecta su integridad, ésta deja de ser una restricción administrativa y podría generarse otra
clase de limitación a la propiedad (sea una servidumbre administrativa o una expropiación,
teniendo en cuanta la entidad de la afectación). En efecto, la restricción no debe alterar,
desintegrar o desmembrar la propiedad, porque sus caracteres de “exclusivo y perpetuo” no
pueden ser alcanzados, de modo alguno, por las meras restricciones administrativas. Por
ejemplo, las restricciones al dominio por la colocación de un gasoducto en espacio de dominio
público lindero a un inmueble privado, cuyo propietario no puede plantar árboles ni edificar en
la zona de seguridad que proyecta ese gasoducto, no son indemnizables. Sin embargo, si esa
limitación afecta una parte esencial de un terreno de superficie reducida lo deja inutilizable
para el propietario, corresponderá su expropiación.
4. Competencia
Las restricciones pueden ser establecidas en forma concurrente por la Nación y por las
provincias (arts. 3º, 75 inc. 12 y 30, 122 y 126, CN). La imposición de la restricción puede
hacerse por la ley nacional o provincial, reglamentos de ejecución o delegados (nacional o
provincial) o por ordenanzas municipales.
IV. SERVIDUMBRESADMINISTRATIVAS
1. Concepto. Elementos
La Corte Suprema señaló con toda claridad que tal criterio resulta inexacto toda vez que en el
caso de las servidumbres administrativas no existe transferencia de dominio. En virtud de ello,
sentenció que no puede establecerse la analogía entre esta clase de servidumbres con el
instituto de la expropiación por cuanto, en aquéllas, el superficiario conserva todas las
potestades jurídicas inherentes a su derechos de propietario. Afirmó, asimismo, que las
limitaciones al dominio que generan la obligación legal de indemnizar, tienen su origen en una
servidumbre administrativa, que aunque participa de algunas características de las de derecho
privado, tiene también connotaciones propias .
En cuanto a sus elementos, las servidumbres administrativas son constituidas por una entidad
pública. El titular por antonomasia de una servidumbre administrativa es una persona de
derecho público estatal (Estado nacional, provincial, municipal y/o entidades descentralizadas)
o no estatal. También pueden constituirse por los sujetos que tengan a su cargo la prestación
de servicios públicos o actividades de interés general.
En relación a su objeto, recaen sobre inmueble ajeno: puede constituirse sobre fundos
sirvientes “privados o públicos”. En este último caso, siempre que no perjudique el uso público
de la cosa donde se establecen o se constituya en función de un uso público distinto de aquel a
que está afectada originariamente la cosa.
Cabe señalar que la utilidad pública (uso público) justifica esta limitación administrativa del
dominio. La servidumbre administrativa está destinada a servir no a un inmueble determinado
sino al uso público, una entidad pública, representativa de la “colectividad”: el “publico”, de
allí su diferencia con las servidumbres del derecho común.
2. Caracteres
(i) son, como se dijo, “administrativas”, por cuanto tienen por objeto
satisfacerrequerimientos de interés público, de interés general. Dicho interés, posee contenido
propio que justifica todo el régimen jurídico que las regula . Se trata de un derecho real público
que recae sobre un bien ajeno en beneficio del interés público.
(ii) son perpetuas en los términos del art. 3009 del Código Civil, entendiéndosepor tal,
mientras mantengan vigentes los fines de utilidad pública para los cuales se las constituyen.
(iii) pueden ser gratuitas u onerosas. La regla es que las servidumbres seanonerosas, es
decir, corresponde una indemnización por el desmembramiento del derecho de propiedad que
debe tolerar el afectado quien, recordemos, está amparado por las previsiones del art. 17 CN.
Sin perjuicio de ello, las partes podrán convenir que la servidumbre sea gratuita cuando por
ejemplo el mismo afectado se beneficia con ella. Tal sería el caso de la constitución de una
servidumbre de electroducto sobre una red dedicada al propio usuario.
(v) Las servidumbres de infraestructura también son aparentes pues se revelan por
inequívocos signos exteriores que las tornan visibles, como por ejemplo, las instalaciones de
superficie destinadas a la prestación del servicio público (tales como los mojones de
señalamiento, etc.), la presencia de vehículos de inspección sobre la traza, etcétera.
Las servidumbres pueden ser constituidas tanto por la nación como por las provincias, dentro
de sus respectivas jurisdicciones (arts. 1º, 3 º, 5 º, 75, 122 y concs., CN), lo cual depende de la
ubicación del respectivo bien y, en el caso de las infraestructuras de servicios públicos, de la
jurisdicción que los regula11. En tal sentido, algunas servidumbres sólo pueden ser impuestas
por la Nación (por ejemplo, las de gasoducto según la ley N° 24.076) y otras en forma
concurrente por la Nación y las Provincias, según la ubicación de los bienes (por ejemplo, las
servidumbres de electroductos que atraviesan varias Provincias son constituidas por la Nación.
En cambio, las que están afectadas al servicio provincial, por las Provincias).
La creación de la servidumbre o la habilitación para constituirlas debe ser siempre por ley
formal (arts. 14 y 17, CN) y su concreción por acto administrativo de aplicación fundada en ley.
La efectiva materialización de una servidumbre administrativa es competencia de la
Administración de no existir oposición de parte interesada; en caso de existir oposición de
parte interesada a la constitución de la servidumbre, puede someterse la cuestión al órgano
judicial competente, porque la servidumbre importa un desmembramiento de la propiedad, de
la cual nadie puede ser “privado sino en virtud de sentencia fundada en ley” (art. 17, CN).
4.Algunos ejemplos
(ii) servidumbres de acueducto. El at. 3802 del Cód. Civil dispone: “Toda heredad está
sujeta a la servidumbre de acueducto en favor de otra heredad que carezca de las aguas
necesarias para el cultivo de sementeras , plantaciones o pastos, o en favor de un pueblo que
las necesite para el servicio doméstico de sus habitantes o en favor de un establecimiento
industrial, con el cargo de una justa indemnización. Esta servidumbre consiste en el derecho
real de hacer entrar las aguas en un inmueble propio viniendo por heredades ajenas”.
(vii) Servidumbre de vista (panorámica), que es aquélla que se impone al propietario del
inmueble para que permita al público contemplar una determinada vista (la belleza
panorámica).
V. OCUPACIÓNTEMPORÁNEA
1. Concepto
La ocupación temporánea, como su nombre lo indica, tiene siempre una duración limitada,
provisional, transitoria, pudiendo consistir solo en la privación total o parcial del uso y del goce
de un bien. Por su parte, la expropiación constituye perdida, extinción del dominio, el
desapoderamiento definitivo, tanto de usos, frutos, como de disponibilidad.
2. Caracteres
(ii) El titular es un ente público estatal o no estatal expresamente autorizado por ley.
(iv) Por razones de interés público que justifica toda limitación administrativa;de lo
contrario constituiría una disposición resistible por el propietario.
(vi) La limitación del dominio solo alcanza al uso y goce del bien. La privacióndel uso y goce
puede ser total o parcial. La ocupación recae sobre los mismos bienes o cosas que pueden ser
objeto de expropiación.
3.Clases
Existen dos tipos de ocupaciones temporáneas, según sean las circunstancias de hecho en las
que se origina, anormal y normal.
En cambio, la ocupación temporal normal de un bien o cosa, su utilidad pública debe ser
declarada por ley, tras lo cual la administración pública inicia el procedimiento de concertación
directa o avenimiento, a fin de acordar con el propietario del bien. Si éste no accediera, la
administración ocupante podrá iniciar el proceso judicial, similar al expropiatorio.
El resarcimiento comprende el valor del uso del bien por todo el tiempo que dure la ocupación
normal y los daños y perjuicios ocasionados al objeto ocupad. Integran —además— el monto
de indemnizatorio, el valor de los materiales que hayan debido extraerse necesaria e
indispensablemente con motivo de la ocupación. No integra la indemnización —como en la
expropiación— el lucro cesante.
El bien afectado por la ocupación normal no puede destinarse a una finalidad distinta de la que
motivo la ocupación. Tal conducta importaría una violación al orden jurídico y permitiría que el
propietario afectado acudiera a una acción judicial similar a la retrocesión.
VI. EXPROPIACIÓN
1. Concepto y fundamento
El Estado en cumplimiento de sus cometidos y razones de bien común traslada cualquier bien
del dominio particular y lo incorpora, previa indemnización, al patrimonio común, con la
finalidad de satisfacer aquélla utilidad pública.
Por su parte, el fundamento jurídico de la expropiación reside en el artículo 17 de la CN y, por
imperio de nuestro régimen federal de gobierno (art. 121, CN), en las Constituciones
Provinciales y en la ley de expropiación 21.499 .
La causa de utilidad pública de la expropiación tiene como doble implicancia: por un lado, es la
garantía constitucional para resguardar la propiedad privada; y por otro, que el “interés social”
es la razón justificativa de la expropiación.
Al respecto el artículo 1º de la ley 21.499 señala que “[L]a utilidad pública que debe servir de
fundamento legal a la expropiación, comprende todos los casos en que se procure la
satisfacción del bien común, sea éste de naturaleza material o espiritual”.
En consecuencia, el estado puede expropiar cuando lo exija la realización del bien común (p.ej.
para la realización de una autopista, una represa, una escuela, etc.), que sea conveniente para
el progreso social. También podrá aplicarse el instituto —no para hacer algo— sino para
expropiar, por ejemplo, también podrá expropiarse un invento, una patente, etcétera.
Ahora bien, hay supuestos que no configuran la utilidad pública y, por lo tanto dan derecho al
sujeto expropiado a impugnar la ley que declara el bien como de utilidad pública. A modo de
ejemplo, la referida utilidad pública está ausente cuando la expropiación se efectúa en interés
meramente privado de un particular (tal sería el caso, por ejemplo, si se expropia un bien que
cumple una determinada función económica para donarlos a otro sujeto que lo destinará a
cumplir la misma actividad), cuando el público se beneficia sólo incidentalmente con la
expropiación y el beneficiario realmente es un particular y no la colectividad (por ejemplo, si se
expropia una fracción de un inmueble para realizar un camino que es de muy escaso tránsito y,
en realidad, está dedicado por su ubicación a un particular determinado); tampoco reúnen
este recaudo los casos de expropiación que responden a un interés fiscal pues aquí la finalidad
es pecuniaria y no de utilidad pública como exige el art. 17 CN; o que la ley expropiatoria no
específica ni concretiza en qué consiste esa utilidad facultado ampliamente al Poder Ejecutivo
a utilizar el bien por razones de interés general .
En virtud de ello, si la declaración o calificación fuera arbitraria o no existiere tal utilidad, por
tratarse de alguno de los supuestos señalados o cualquier otro similar a ellos que se presente
en cada caso, la calificación de semejante utilidad pública puede ser impugnada judicialmente
por quien se considere agraviado. Así lo ha establecido la Corte Suprema de Justicia en el
renombrado caso “Municipalidad de La Capital contra Isabel A. de Elortondo” en el que el Alto
Tribunal dejó sentada la posibilidad de cuestionar la calificación legal de utilidad pública
cuanto tal utilidad no existiere” y otros posteriores.
Los sujetos de la relación expropiatoria son, por un lado, el expropiante (sujeto activo) y por el
otro, el expropiado (sujeto pasivo).
En cuanto al sujeto activo, el artículo 2º de la ley dispone que “Podrá actuar como expropiante
el Estado Nacional; también podrán actuar como tales la Municipalidad de la Ciudad de Buenos
Aires, las entidades autárquicas nacionales y las empresas del Estado Nacional, en tanto estén
expresamente facultadas para ello por sus respectivas leyes orgánicas o por leyes especiales.
Los particulares, sean personas de existencia visible o jurídicas, podrán actuar como
expropiantes cuando estuvieren autorizados por la ley o por acto administrativo fundado en
ley”.
En virtud de lo dispuesto por este artículo se ha distinguido entre sujetos activos originarios (la
nación y las provincias pues son los únicos que pueden declarar mediante ley formal la utilidad
pública de un bien determinado) y los sujetos activos derivados (que serían entes públicos no
estatales o particulares, autorizados por la ley, concesionarios de obras y servicios públicos o
contratistas de obras públicas, en tanto la ejecución de una obra o la prestación de un servicio
publico pueden demandar la utilización de bienes de terceros) .
Ahora bien, el sujeto beneficiario del bien expropiado es en principio del Estado (nación,
provincia o municipios). Sin embargo, es factible que el bien se destine a una persona
particular. Es decir, no se impone que el bien expropiado se incorpore al patrimonio estatal; en
tal sentido, se ha admitido la expropiación del bien para planes de colonización .
Finalmente, el titular del bien, objeto de la declaración de utilidad pública, es el sujeto pasivo
de la expropiación. Al respecto, el artículo 3 de la ley dispone un concepto amplio del sujeto
pasivo en los siguientes términos:“[l]a acción expropiatoria podrá promoverse contra cualquier
clase de personas, de carácter público o privado”.
b) Objeto expropiable
Todo lo que puede ser objeto de un derecho de propiedad puede ser expropiado en los
términos del art. 17 de la CN; esto es, en general, todos los bienes, es decir, todos los objetos
materiales e inmateriales susceptibles de valor económico (art. 2312 del CC), y en particular;
inmuebles, muebles, semovientes, buques, aviones, automotores, universalidades jurídicas
(establecimientos industriales, comerciales, etc.), derechos (emergentes de un contrato de
propiedad, etc.), los bienes afectados por el concesionario para la prestación del servicio
público, el espacio aéreo, etcétera.
Los bienes de dominio público también pueden ser expropiados. Ahora bien, aquí hay que
distinguir entre bienes de las provincias y de la nación. En relación a los bienes dominiales de
las provincias pueden ser objeto de expropiación por el estado nacional porque se entiende
que ese bien se lo destina a una obra de utilidad nacional de más amplio contenido que
aquella a la cual estaba destinado originariamente .
La ley admite la posibilidad de la expropiación parcial (art. 6º, ley 21.499). En efecto, la
satisfacción de la utilidad pública no siempre requiere la desposesión total de un inmueble; de
allí que se pueda expropiar parcialmente un bien; sin embargo, si la parte restante impide una
utilización normal de aquel o si el remanente resultara “inútil” o “inadecuado”; el propietario
tiene el derecho de requerir la expropiación total del inmueble.
En cuanto a los inmuebles rurales la norma positiva establece que la superficie inadecuada
será delimitada de común acuerdo por las partes, en caso de avenimiento o concertación
directa, o por el juez tratándose del juicio expropiatorio. La expropiación del sobrante inútil se
puede solicitar tanto en sede administrativa como en la judicial. En el superpuesto de no
lograrse la concertación, el propietario podrá promover la acción de expropiación irregular o
reconvenir en el mismo juicio expropiatorio. La superficie inadecuada se establece en función
de la actividad a realizar; por ejemplo, n los terrenos urbanos existen sobrantes insuficientes,
cuando dicha superficie no se ajusta a los mínimos exigibles por las normas de edificación.
En el supuesto de expropiación parcial de bienes sometidos al régimen de propiedad
horizontal (art. 6º, ley 21.499), los departamentos situados en cada piso son considerados
como una unidad orgánica. De allí que en el caso de expropiarse un departamento, los
propietarios de otros del mismo piso están habilitados, bajo determinadas condiciones, para
demandar la expropiación total. A tal fin pueden accionar por expropiación irregular.
También puede ser objeto de expropiación el subsuelo con independencia de la propiedad del
suelo y los inmuebles sometidos al régimen de propiedad horizontal (artículo 6º).
En efecto, el eje central del litigio consistió en la interpretación amplia realizada por el
Superior Tribunal chaqueño respecto del concepto de recursos naturales utilizado por el
artículo 124 de la Constitución Nacional, según la cual esa expresión incluye a los cuerpos
celestes que impactan sobre el planeta Tierra. La Corte sostuvo que esa consideración del
máximo tribunal del Chaco “no encuentra sustento ni en la letra de la norma ni en los debates
de la Convención Nacional Constituyente de 1994”.
c) Indemnización
c) 1. Caracteres y naturaleza
La indemnización debe ser (i) justa, es decir, objetiva, actual e integra. Implica dar en dinero el
mismo valor de la propiedad; (ii) integra, por ello, debe comprender el pago del valor objetivo
del bien expropiado, los daños y perjuicios causados directa o indirectamente por el
desapoderamiento, mantenimiento económicamente incólume el patrimonio del expropiado;
y (iii) previa, en cuanto el pago debe ser, además de integral, sobre todo, oportuno. Es
frecuente que el pago sea en efectivo y que, debido a que se expropia para realizar obras
públicas de manera pronta o urgente, los pagos suelen postergarse para más adelante el
futuro.
Por su parte, el artículo 10 de la ley de expropiaciones determina los valores que integran la
indemnización —porque no todo perjuicio es indemnizable— disponiendo: “La indemnización
sólo comprenderá el valor objetivo del bien y los daños que sean una consecuencia directa e
inmediata de la expropiación. No se tomarán en cuenta circunstancias de carácter personal,
valores afectivos, ganancias hipotéticas, ni el mayor valor que pueda conferir al bien la obra a
ejecutarse. No se pagará lucro cesante. Integrarán la indemnización, el importe que
correspondiere por depreciación de la moneda y el de los respectivos intereses”.
(ii) Los daños causados por la expropiación solo se resarcen cuando son consecuencia
directa, inmediata e ineludible de aquélla. Debe mediar entre la expropiación y los daños un
nexo causal inexorable, que se constata en cada caso concreto.
(iii) el valor justo que es un valor equivalente al del bien del cual se priva alpropietario.
Valor justo es actual e integral; en suma, debe compensar al titular del bien el valor de este al
momento de producirse el desapoderamiento. E1 valor actual del bien se fija al momento de la
desposesión, teniendo como parámetro el costo de reposición o reproducción, es decir, la
suma a invertir para obtener un bien igual al que se desapodero.
(iv) el valor integral que debe incluir la depreciación monetaria (art. 19, ley21.499) y los
intereses. Sin embargo, por imperio de la convertibilidad se preserva el valor con el
reconocimiento y pago de los intereses que correspondan hasta la fecha de su efectivo pago.
En relación a este tema, cabe recordar que algunos accionistas de ciertas empresas
concesionaras de servicios públicos iniciaron —como consecuencia de los perjuicios
ocasionados a los contratos de concesión de servicios públicos por la ley de emergencia
pública 25.561— demandas contra el Estado argentino invocando los Tratados de Promoción y
Protección de Inversiones ante los tribunales de justicia internacional (CIADI).
El argumento central de estos reclamos consistió en que esa ley de emergencia pública había
“expropiado” los derechos de propiedad que surgen de estos contratos de concesión y, por lo
tanto, el Estado argentino debía indemnizar los perjuicios ocasionados. El reclamo económico
comprendía, en términos generales, el “valor de negocio” dejado de percibir como
consecuencia de la pesificación de las tarifas y otros aspectos contractuales. En cambio, el
Gobierno argentino, que negó dicho perjuicio invocando la situación de emergencia pública
vivida en Argentina, rechazó los alcances de la indemnización pretendida .
En consecuencia, la indemnización tiene que ser pagada en la fecha más cercana e inmediata a
la sentencia firme que declara transferido al estado el dominio del bien. Por ello, la Corte
Suprema dicho en la “Provincia de Santa Fe” fijó la indemnización a la fecha de dictar
sentencia. El art. 20 de la ley en análisis empero establece el valor al momento de la
desposesión, actualizándose la suma al momento del efectivo pago.
(xiii) La indemnización se pagará en dinero efectivo, excepto que medie conformidad del
expropiado en el sentido de aceptar otra especie de valor (art. 12, ley 21.499), como, por
ejemplo, títulos públicos. En tal sentido, en el caso “Servicio de Parques Nacionales” en el que
se juzgaba si la aplicación del régimen instaurado por la ley 23.982 que, en términos prácticos
importaba abonar la indemnización por expropiación en bonos, era compatible con el art. 17
de la CN, el Alto Tribunal resolvió que “[…] indemnizar consiste en pagar el equivalente
económico del bien del que se priva al expropiado —en sentido amplio, comprensivo del
resarcimiento del daño—. Por ello, el medio de pago es el dinero pues es oficialmente la
medida de los valores. Puede admitirse que el pago en dinero no hace a la esencia de la
indemnización —en el sentido en que son esenciales los caracteres de previa, justa e íntegra,
puesto que son condiciones de legitimidad de la expropiación—; y por ello es posible que con
la conformidad del expropiado esa reposición económica se realice en especie o se resuelva en
una obligación de hacer. Sin embargo, sin la conformidad del expropiado, la indemnización en
dinero no puede sustituirse por otras prestaciones, por el riesgo de afectar los requisitos
esenciales de pago previo, actual e íntegro. Ello es así aun cuando el expropiante ofrezca
títulos cotizables en la bolsa de valores, pues su venta dependería de las oscilaciones del
mercado y afectaría la integridad del pago (doctrina de Fallos: 82:432). “En dinero debe
consistir siempre la indemnización” (doctrina de Fallos: 28:394; 115:59; 156:367; Montes de
Oca, Lecciones de Derecho Constitucional, tomo 1, ed. 1917, ps. 394/395)”.
Esta posición es aplicable, por ejemplo, en los casos de responsabilidad del Estado por daños
producidos por su obrar lícito y, además, en materia de terminación de contratos por razones
de mérito u oportunidad; en ambos casos con exclusión del lucro cesante como lo prevé el
artículo 10 de la ley 21.499 y como lo hacen las normativas provinciales en la materia.
Sin embargo, también es de destacar que esta posición expansiva de la ley de expropiación se
objeta con sólidos argumentos . Se sostiene que esa norma no puede ser extendida pues
supone una restricción constitucional al derecho de propiedad mediante una ley del Congreso
valorativa de la utilidad pública del bien sujeto a despojo; y que no es posible limitar, por
aplicación analógica de la ley, la protección del derecho constitucional a la reparación integral
entendida ésta como reparación comprensiva de todo el daño. A estos argumentos se ha
respondido en términos generales que la Constitución sólo garantiza que el despojo del
derecho no sea gratuito y sin responsabilidad para el Estado pero nada dice respecto del tema.
En suma, sólo se trata de destacar aquí la importancia que posee el instituto expropiatorio en
el ámbito del derecho público, el carácter expansivo que presenta dicha normativa y las
distintas visiones que existen sobre el particular.
5. El trámite de expropiación
La expropiación por avenimiento (art. 13, ley 21.499) tiene lugar cuando el expropiado está de
acuerdo con que le expropien su bien a cambio de una cantidad de dinero. En este caso el
expropiante ofrece al expropiado el valor fijado por los organismos técnicos competentes, en
la nación: el tribunal de tasación. Se opera el perfeccionamiento de la expropiación cuando se
transfiere el dominio al expropiante, mediante el decreto que aprueba la cesión amistosa,
toma de posesión y el pago de la indemnización.
Es de destacar que, para promover la cesión amistosa en el marco del trámite expropiatorio
por avenimiento, se establece un porcentaje adicional (10%) sobre el precio fijado por el
Tribunal de Tasaciones como un incentivo para obtener el acuerdo expropiatorio por esta vía.
El proceso expropiatorio tiene carácter sumario (art. 19, ley 21.499) y presenta las siguientes
características generales: (i) las partes son el expropiante y el expropiado y los terceros,
cuando la respectiva norma positiva así lo determine; (ii) el juez competente, si es un
inmueble, es el juez federal con jurisdicción en lo contencioso-administrativo del lugar en
donde se halle el bien expropiado; si es un mueble el juez del lugar del esos bienes, o del
domicilio del demandado; (iii) la posesión del bien la obtendrá una vez que el expropiante
consigne ante el juez el valor de ese bien, (iv) para fijar el valor en forma más técnica e
imparcial, la tasación la hace el tribunal de tasación creado por ley y (v) la oportunidad del
pago es con dinero en efectivo y antes que la propiedad se transfiera.
Los pasos principales del proceso expropiatorio son: (i) la declaración de utilidad pública, (ii) la
iniciación del proceso, (iii) la valuación por parte el tribunal de tasaciones (iv) desposesión y
(v) sentencia.
a) 1. Abandono
El abandono tiene por efecto la imposibilidad de que se produzca, después de vencidos los
respectivos plazos, el desapoderamiento de los bienes alcanzados por la ley no ejecutada (cfr.
art. 33, ley 21.499). Si el proceso no se promueve dentro de los plazos legales, la declaración
de utilidad pública es inexistente y, por tanto, los bienes que aquélla afectaba no podrán ser
expropiados. Al expirar los plazos, los bienes no pueden ser desapoderados.
Las excepciones a la aplicación del abono son: (i) cuando una ley disponga lo contrario; (ii) en
los casos de ordenanza municipal autoriza la expropiación para ensanche de calles u ochavas,
(iii) la llamada “expropiación diferida”.
a) 2. Expropiación diferida
6. Expropiación irregular
Este instituto tiene fundamento en la garantía de inviolabilidad de la propiedad (art. 17, CN) y
recordemos que, entre las causales en las que procede, corresponde cuando, por ejemplo, por
motivo de una expropiación regular, el inmueble expropiado queda inútil para su destino, p.ej.
expropiación parcial de un campo, que queda cortado por una ruta y una de cuyas porciones
es improductivo (cfr. arts. 8º, 9º y concs. ley 21.499); y también por vencimiento del plazo de
la ocupación temporal normal, previa intimación y pasado un plazo determinado, el ocupante
no lo restituya (cfr. art. 64 ley 21.499).
En cuanto a los requisitos para que proceda la acción por expropiación irregular, debe existir
ley que califique de utilidad pública al bien y que se vea afectado el derecho de propiedad del
dueño del bien (que continúa siendo propietario del bien pero no en forma normal por razón
del poder público) (cfr. art. 51, ley cit.) . Al respecto, por ejemplo, en el caso “Machado, Juana”
el Alto Tribunal rechazó la demanda de expropiación inversa iniciada por personas que
trabajaban en el cauce del río que quedó sumergido en las obras de la represa Yacyretá
(lavanderas, pescadores, junqueros) en el entendimiento de que “no resulta admisible que se
acuerde a los particulares —en el marco de la ley de expropiación— una indemnización con
fundamento en la privación de la utilización de bienes del dominio público, en tanto no integra
el concepto de propiedad la mera tolerancia permitida por el Estado en el uso de bienes de
dicha naturaleza. Una conclusión diferente conduciría al absurdo de constituir al Estado en
garante de hipotéticas ventajas económicas sin que exista deber legal de hacerlo” (conf.
doctrina de Fallos: 320:955; 323:1897).
Las normas del procedimiento judicial establecido para la expropiación regular se aplican
también para la expropiación irregular en cuanto sean pertinentes.
Es el derecho que asiste al expropiado de solicitar el reintegro del bien expropiado cuando
luego de expropiar un bien, el Estado le da un fin diferente de aquél establecido en la ley de
declaración de utilidad pública (p.ej. si la ley establecía que debía construirse una escuela en el
inmueble y se hizo un shopping); o no le diere destino alguno dentro del plazo fijado.
El expropiante, que debe dar al bien el destino fijado en la ley pues de lo contrario
desconocería la voluntad del legislador, puede cambiar el destino del bien de dos maneras: (i)
dando al bien otro destino en vista de satisfacer una utilidad puramente privada ó (ii) que se
persiga la satisfacción de una utilidad pública distinta de la señalada por el legislador.
En general, se ha aceptado que cuando existe una vinculación entre la utilidad pública a la cual
se destina el bien y la utilidad pública a la cual se destina el bien y la utilidad pública que
declaro la ley, no es procedente la acción de retrocesión.
En cuanto a los requisitos de la retrocesión son (i) que la expropiación haya sido efectuada (es
decir, toma de posesión y pago de indemnización si es por avenimiento; y si es judicial,
también con sentencia firme que declare la transferencia de dominio) (ii) que se haya
empleado para fin distinto al que dice la ley o que no se haya dado ningún fin en dos años y (iii)
que el expropiado devuelva la indemnización recibida en forma actualizada.
La retrocesión puede ser llevada a cabo mediante los siguientes procedimientos, prejudicial
(administrativo), de avenimiento, cesión amistosa, concertación directa; o judicial
En relación a estos procedimientos, cabe distinguir según las dos hipótesis: destino frustrado y
cambio de destino. En relación a este último, el derecho positivo establece que se deberá
interponer reclamo administrativo previo (art. 41, ley 21.499) a la demanda judicial.
Producida la intimación, puede darse laguna de estas tres situaciones: (i) que se le dé destino
al bien; (ii) que se le dé un destino distinto de aquél y (iii) que no asigne destino alguno. En el
primer caso, sería inconducente la retrocesión, pues carecería de sustento; en el segundo, si el
destino acordado guarda conexión con destino señalado por la ley, no es procedente la
retrocesión; pero si el cambio de destino es total, el expropiado iniciará la acción de
retrocesión, sin el requisito de la reclamación administrativa previa. Por último, en el caso de
no asignársele destino, aun después de la intimación, entonces el expropiado podría iniciar la
acción judicial.
En cuanto a los efectos de la retrocesión son: (i) el accionante debe reintegrar al expropiante la
suma percibida en concepto de inmunización, (ii) la sentencia o resolución administrativa que
acogiera la pretensión debe establecer la suma a reintegrar al expropiante t el plazo en que
deberá hacerlo, (iii) respecto a la actualización de la indemnización por depreciación
monetaria existen distintas soluciones legales y jurisprudenciales que apuntan a admitirla o no.
VII. REQUISICIÓN
1. Concepto
Los orígenes de la requisa son castrenses porque las impusieron las necesidades de la guerra.
Se trató de un procedimiento exclusivamente militar, reservado a las fuerzas armadas para la
adquisición de bienes muebles y limitado al tiempo de guerra.
Sin embargo, este instituto ha evolucionado para abarcar, además de las necesidades públicas
de origen militar, también las necesidades públicas de naturaliza civil. En efecto, la requisición
militar se limitaba a los bienes muebles: la civil, a contrario, se extiende a los objetos más
diversos que puedan ser necesarios para atenuar las graves consecuencias sociales producidas
por situaciones de crisis económicas.
Los requisitos que deben concurrir para la requisición son: (i) utilidad pública; (ii)
indemnización; y (iii) procedimiento escrito; “orden de requisa”.
2. Clases y distinciones
La requisición, tanto civil como militar, comprende dos tipos: la requisición en la propiedad y la
requisición en el uso.
Por otra parte, la declaración de utilidad pública tiene efectos jurídicos distintos. En la
expropiación, esa declaración por sí sola no hace al bien indisponible; en necesario que el
expropiante haya consignado el precio de la expropiación. En la requisición en propiedad, la
declaración de utilidad pública, per se, hace indisponibles a los bienes sujetos a ella; la
indisponibilidad asegura los fines del legislador e impide el agio y la especulación, de modo
previo a la indemnización. Los bienes quedan implícitamente consignados a la orden
requisado.
En cambio, la requisición es, por principio, una mediada de aplicación general, que se concreta
sobre bienes de cualquier persona, por razón de “trastornos económicos” (requisición
civil),”estado de fuera” (requisición militar); etcétera.
En todos los casos da lugar a una justa indemnización, que puede ser pagada a posteriori de la
requisición. La CN estatuye en el art. 17: “Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni
exigir auxilio de ninguna especie”.
3. Régimen legal
La requisición debe ser establecida por ley formal. La propiedad puede ser limitada por
requisiciones siempre que la ley que lo imponga respete los principios de la Carta Magna que
condena un modo de requisición cuando dispone que: “[…] Ningún cuerpo armado puede
hacer requisiciones, ni exigir auxilios de ninguna especie […]”.
Finalmente, cabe destacar que la competencia para legislar sobre las requisiciones militares y
civiles es de la Nación.
CAPITULO XIV
I. PODER DE POLICÍA
1. Definición
Debemos diferenciar dicha acepción a la que se acude para referirse al poder de control, como
cuando, por ejemplo, se señala que la Gendarmería Nacional posee el poder de policía en las
rutas nacionales. Esa es la inteligencia que se le asigna a la expresión utilizada en el art. 75 inc.
30 de la CN cuando dispone que el Congreso Nacional detenta el poder de control en los
establecimientos de utilidad nacional, tales como las universidades nacionales.
El poder de policía también debe ser diferenciado de la policía. El primero, como veremos
luego, es una variante de la función legislativa mientras que la policía implica el ejercicio de
actividad administrativa e implica la ejecución de las limitaciones de los derechos de los
particulares efectuadas por el Poder Legislativo .
2. Crítica
GORDILLO ha criticado con fuerza a la noción de poder de policía habida cuenta que considera
que ello es erróneo desde el punto de vista semántico y que tiene implicancias ideológicas y
políticas. Además, sostiene que dicha concepción pone el eje en parte del poder del Estado y
no en los ciudadanos, dando la idea de un Estado no sometido a la ley como era el
correspondiente al Antiguo Régimen .
3. Fundamento constitucional
La Carta Magna faculta al Estado a reglamentar los derechos en el art. 14 cuando dispone que
“Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que
reglamenten su ejercicio”.
Los Tratados de Derechos Humanos incorporados por vía del art. 75 inc. 22 también regulan el
asunto. La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre en su art. 28 dispone
que “Los derechos de cada hombre están limitados por los derechos de los demás, por la
seguridad de todos y por las justas exigencias del bienestar general y del desenvolvimiento
democrático”. Por su parte el art. 29 prescribe que “Toda persona tiene el deber de convivir
con las demás de manera que todas y cada una puedan formar y desenvolver integralmente su
personalidad”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos señala que “Toda persona tiene deberes
respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su
personalidad” y que “En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda
persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de
asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de
satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una
sociedad democrática”.
La Convención Americana sobre Derechos Humanos en el art. 30 establece que “Las
restricciones permitidas, de acuerdo con esta Convención, al goce y ejercicio de los derechos y
libertades reconocidas en la misma, no pueden ser aplicadas sino conforme a leyes que se
dictaren por razones de interés general y con el propósito para el cual han sido establecidas”.
4. Límites a su ejercicio
5. Clases
Se han desarrollado dos modalidades: una clásica y otra restringida. La primera es la que se
utilizó durante el Siglo XIX hasta, aproximadamente, la crisis económica de 1930 y que recibe la
denominación de clásica o europea por haber tenido origen en dicho continente. En base a
ésta se entiende que los derechos de los particulares pueden ser limitados o reglamentados
por razones de seguridad, salubridad y moralidad.
En esta línea puede citarse a modo de ejemplo el caso de “Plaza de Toros” en donde la Corte
Suprema federal rechazó el planteo de inconstitucionalidad de una ley de la Provincia de
Buenos Aires que vedaba el desarrollo de las corridas de toros en ese ámbito espacial.
También, puede traerse a colación el caso de los “Saladeristas” en el que se atacaba la ley que
había ordenado la clausura de sus establecimientos que se dedicaban a esa actividad por
afectar la salud de los vecinos.
Esa tendencia tuvo marcada influencia en nuestro país cuando en 1922 la Corte Suprema
resolvió la causa “Ercolano” , admitiendo que el Estado reglamente los derechos por razones
de bienestar general. En el caso se cuestionaba una ley que había congelado por dos años los
precios de los contratos de locación. Allí, se convalidó la decisión legislativa y se recordó que es
el órgano legisferante quien se encuentra autorizado para reglamentar los derechos de los
particulares.
Para seguir con el recorrido por la jurisprudencia de la Corte más relevante cabe repasar lo
decidido in re: “Cine Callao” (1960) en donde se cuestionaba la ley que estableció la obligación
de los dueños cines de incluir en las salas números artísticos vivos. El cimero Tribunal, también
usó un patrón de razonabilidad como medio de control y sostuvo la constitucionalidad de la
normativa.
Es interesante recordar lo que señaló Sebastián Soler al expedirse como Procurador ante la
Corte Suprema en esa causa, pues parece haber sido una premonición de lo que terminó
ocurriendo en el país en las siguientes décadas: “Cuando un determinado poder con el
pretexto de encontrar paliativos fáciles para un mal ocasional, recurre a facultades de que no
está investido, crea, aunque conjure aquel mal, un peligro que entraña mayor gravedad y que
una vez desatado se hace de difícil contención: el de identificar atribuciones legítimas en orden
a lo reglado, con excesos de poder. Poco a poco la autoridad se acostumbra a incurrir en
extralimitaciones y pasa a ser la condición normal del ejercicio del poder con lo cual el estado
de derecho es suplantado por el estado de hecho”.
La reglamentación de los derechos es una facultad de carácter local (art. 123, CN), es decir
que, como regla, su ejercicio le corresponde a las provincias o municipios, salvo en aquellas
materias delegadas por las provincias a la Nación (art. 121, CN) cuya regulación está a cargo
del Estado Federal (régimen bancario, monetario, aduanero, etc.) Además, cabe recordar que
es el Congreso Nacional quien dicta la legislación de fondo (Código civil, comercial, penal, etc.)
prevista en el art. art. 75 inc. 12 de la CN y los presupuestos mínimos en materia ambiental
(art. 41, CN) que son complementados por las provincias o la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires en sus respectivos ámbitos.
II. SANCIONESADMINISTRATIVAS
1. Introducción
Como vimos, en el ejercicio del poder de policía el Estado reglamenta los derechos y garantías
de los ciudadanos y para el caso de que se verifique un incumplimiento establece sanciones.
Así, por ejemplo, al reglamentar el derecho de propiedad un municipio decide que las
edificaciones no podrán superar una determinada altura. Quien decida construir su inmueble
por encima de ese límite está sujeto a un procedimiento en donde se le aplicará una sanción.
Ante esa circunstancia se plantean varios problemas que trataremos de resolver en este
apartado. ¿Estamos en el campo del derecho administrativo o del derecho penal? ¿Qué
principios deben aplicarse? ¿Cuáles son las garantías del administrado? Veamos.
2. Origen y evolución
En el Estado absolutista o policial el tema de las contravenciones o sanciones fue tratado como
Derecho Penal hasta el siglo XVIII dado que se consideraba a la actividad administrativa como
policía represiva. Sin embargo, no debe pensarse que se trataba del ejercicio de atribuciones
administrativas —tal como las concebimos hoy— sino que, esa función de policía, resultaba
comprendida por la investigación penal que por entonces era llevada adelante por autoridades
policiales ; que tenían a su cargo las tareas de seguridad y la protección de interés general .
Luego, el tránsito del Estado absolutista al Estado liberal en Europa, la Revolución Francesa y el
esquema de división de poderes reinante por entonces provocó en muchos territorios el
traspaso de las sanciones de policía que aplicaba la autoridad administrativa como autoridad
criminal a la jurisdicción penal.
Cabe destacar, que ya a comienzos del Siglo XX comenzó a entreverse una modificación en
dicha concepción en la cual tuvo mucho que ver la obra publicada en 1902 por James
Goldschmidt sobre Derecho Penal Administrativo. Según este autor, esa disciplina comprendía
un área jurídica diferente al derecho criminal pero de propiedad de éste y en virtud de ello,
entendía que existían diferencias ontológicas entre delitos y contravenciones.
Esa nueva visión de la cuestión por parte de la dogmática —como ocurre a menudo— terminó
influyendo en la legislación vigente en la época. En Alemania, por una parte, se dictaron por
separado las leyes de derecho penal económico en
1949 y de contravenciones en 1952 . Asimismo, en los países hispanos en donde esa teoría fue
difundida principalmente por su hijo Roberto Goldschmidt también se realizó una separación
en el plano normativo, entre delitos y contravenciones .
Con el avenimiento del Estado social y el mayor intervencionismo estatal que fue
experimentándose desde la crisis económica de 1930 y que tuvo su auge luego de finalizada la
Segunda Guerra Mundial fue ampliando el campo de actuación del derecho público. Como
corolario de esa tendencia, se trasladaron muchas competencias “punitivas” a manos del
derecho administrativo dando lugar, de ese modo, al inicio del camino a la despenalización —
casi total— del injusto administrativo en algunos ámbitos19.
Ello ocurrió —en gran medida— debido a que en los países como Alemania o Italia que —como
vimos— habían “judicializado” la potestad sancionadora aumentaron de tal manera la
legislación penal que regulaba las contravenciones —debido a la mayor injerencia pública—
que implicó la saturación de la jurisdicción criminal .
Ese fue el comienzo, entonces, del proceso de despenalización de las faltas menores aunque
en Alemania se mantuvieron en la esfera penal las cuestiones relativas al medio ambiente y la
economía. En Francia, en cambio, no se verificó ese desarrollo sino se procuró su simplificación
dándole tintes de sumariedad al proceso judicial penal en caso de contravenciones; siempre
manteniendo la cuestión disciplinaria en manos de la administración. Los países europeos que
habían conservado la potestad sancionadora en cabeza del órgano ejecutivo, por su parte,
ampliaron cuantitativamente las competencias de las autoridades administrativas y dotaron al
procedimiento de mayores garantías.
A ese proceso de “despenalización” que ha acontecido en los últimos años Alejandro Nieto
remarca la tendencia actual a la “administrativación” de las contravenciones. Pues, señala el
autor español, que hemos pasado de un derecho de carácter represivo a una esencia
preventiva, de la exigencia de daño a la de riesgo y del requerimiento de culpabilidad al
inobservancia de mandatos normativos21.
Debe tenerse presente, también, que en este fenómeno de huida de las faltas administrativas
del derecho penal también ha hallado justificación frente a la imposibilidad de sancionar
penalmente a las personas jurídicas en razón de la base subjetiva que requiere el derecho
criminal para la persecución de las acciones criminales antijurídicas.
En ese nuevo escenario de la potestad sancionadora tuvo mucho que ver, también, la
saturación de la justicia penal, la aparición de delitos complejos, reservando a los jueces
penales solo el juzgamiento de aquellas conductas ilícitas más graves, conforme a un principio
de intervención mínima . De este modo, el derecho administrativo sancionador ha venido a
sustituir al derecho penal en la punición de muchas conductas que resultan antijurídicas.
En nuestro país la postura de GOLDSCHMIDT fue seguida por Ricardo Núñez quien entendía
que entre delito y contravención existía una distinción cualitativa . Empero, la mayoría de la
doctrina se ha pronunciado en contra de ello entendiendo que sólo se aprecian entre ambas
figuras diferencias externas y formales. En tal sentido, se han pronunciado Aftalion , la propia
Corte Suprema y otros autores prestigiosos como Soler y Zaffaroni , al incluir a la
contravención dentro del derecho penal especial, por considerarla ajena a la naturaleza
administrativa y conceptualizarla como un “pequeño” delito .
Como hemos puesto de resalto, el derrotero histórico ha determinado que las sanciones que
se derivan de las contravenciones traducen el ejercicio de función administrativa y por ende,
su estudio le corresponde al Derecho Administrativo.
Desde nuestro enfoque, sostenemos que la herramienta que ha permitido justificar ese criterio
interpretativo erróneo es de tipo histórica. Pues, como vimos, en Francia y en Alemania debido
a la distinta concepción de la división de poderes reinante por entonces se encomendó el
ejercicio de la potestad sancionadora a los tribunales judiciales con competencia penal y no a
las autoridades administrativas como ocurrió en España, Suiza o Austria .
En nuestra opinión, esa ha sido la razón por la cual los autores clásicos y la jurisprudencia
hacen referencia —en algunas ocasiones— a una potestad jurisdiccional. Pues, se han
estudiado a los autores franceses o alemanes y luego sean han transpolado esas soluciones
jurídicas a nuestro país, a pesar de las diferencias sistémicas y de la expresa prohibición
constitucional (art. 109, CN), tal como lo hemos analizado en el capítulo I.
Cabe concluir, entonces, que cuando la administración pública una sanción no está ejerciendo
función jurisdiccional sino administrativa.
Entre los aspectos comunes se ha destacado que las sanciones administrativas así como las
penas poseen carácter represivo de conductas tipificadas como ilícitas , habida cuenta que
ambas son el producto del desenvolvimiento del ius punendi estatal y comparten la existencia
de una formulación legal en cuanto son esencialmente un precepto seguido de pena pero
difieren en cuanto a su protección . Así, la doctrina criminal entiende que desde el núcleo
central del derecho penal y hasta la última infracción administrativa discurre siempre una línea
continua de ilicitud material, que si bien se va atenuando a medida que nos acercamos a la
segunda, nunca llega a desaparecer por completo.
En cuanto a las diferencias entre contravención y delito también se han señalado las
siguientes:
5. Garantías y principios
El ámbito sancionador es uno de las esferas del derecho administrativo en donde se ve más
nítida la falta de equilibrio entre prerrogativa pública y garantía individual, inclinándose
siempre la balanza hacia la primera. Ese motivo es el que ha llevado tanto a administrativistas
como a los penalistas a preocuparse acerca de las garantías que deben aplicarse al momento
de imponer una sanción contravencional.
Sobre el tema se han planteado diversas posturas. Por lo general, desde el campo penal se
sostiene que aplicación de los principios del derecho criminal debe hacerse sin cortapisas. Los
administrativistas, por su parte, entienden que el uso de las garantías es más laxa. Desde otra
perspectiva, también se ha indicado que empleo de garantías penales a las sanciones
administrativas es directamente proporcional a la gravedad de la conducta .
Nuestra Corte, ha sostenido recientemente que en la causa “Losicer”46 que las garantías
previstas en el art. 8º y 25 del Pacto de San José de Costa Rica resultan aplicables a las
sanciones administrativas. En dicho precedente la Corte consideró que “cabe descartar que el
carácter administrativo del procedimiento sumarial pueda erigirse en un óbice para la
aplicación de los principios reseñados, pues en el estado de derecho la vigencia de las
garantías enunciadas por el art. 8º de la citada Convención no se encuentra limitada al Poder
Judicial —en el ejercicio eminente de tal función— sino que deben ser respetadas por todo
órgano o autoridad pública al que le hubieran sido asignadas funciones materialmente
jurisdiccionales”.
En esta temática consideramos que se verifica una situación paradójica. Por un lado, la
incansable y prolongada búsqueda de la identidad ontológica entre delitos y contravenciones
ha tenido por objeto —entre otros— lograr una identificación entre ambas figuras que permita
la aplicación de las garantías previstas para los delitos a las contravenciones. Empero, los
tribunales y la doctrina entienden que esos principios no se aplican a rajatabla sino que debe
hacerse de una manera laxa.
Según nuestro enfoque, la aplicación analógica de las garantías penales solo se justifica frente
al vacío de regulación —normativa y constitucional— de los patrones que deben regir el
procedimiento sancionatorio. Consideramos que es una deuda pendiente de la doctrina
iusadministratistas el establecimiento de principios propios que enmarquen el cauce de
imposición de una sanción administrativa y que tengan en cuenta: a) La estructura del
procedimiento sancionador; b) el diseño de la organización administrativa; c) la existencia de
un control judicial posterior; d) el carácter no obligatorio del patrocinio letrado en sede
administrativa, etcétera.
Entre los principios basales que debe tener cualquier procedimiento administrativo
sancionador podemos enumerar los siguientes:
a) Legalidad: Esto implica, que tanto la conducta típica como la sanción tienen
c) Non bis in ídem; Esto implica que nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo
hecho. Es importante destacar que la aplicación de sanciones administrativas accesorias debe
interpretarse con criterio restrictivo a los fines de no violar este principio.
49Así la Ley del Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento
Administrativo Común (LRJAPPAC) ha señalado en su art. 89 señala que: “1. La resolución que
ponga fin al procedimiento decidirá todas las cuestiones planteadas por los interesados y
aquellas otras derivadas del mismo. Cuando se trate de cuestiones conexas que no hubieran
sido planteadas por los interesados, el órgano competente podrá pronunciarse sobre las
mismas, poniéndolo antes de manifiesto en aquéllos por un plazo no superior a quince días,
para que formulen las alegaciones que estimen pertinentes y aporten, en su caso, los medios
de prueba. 2. En los procedimientos tramitados a solicitud del interesado, la resolución será
congruente con las peticiones formuladas por éste, sin que en ningún caso pueda agravar su
situación inicial y sin perjuicio de la potestad de la Administración de incoar de oficio un nuevo
procedimiento, si procede”. Y en el art. 113 “1. La resolución del recurso estimará en todo o en
parte o desestimará las pretensiones formuladas en el mismo o declarará su inadmisión. 2.
Cuando existiendo vicio de forma no se estime procedente resolver sobre el fondo se ordenará
la retroacción del procedimiento al momento en el que el vicio fue cometido salvo lo dispuesto
en el artículo 67. 3. El órgano que resuelva el recurso decidirá cuantas cuestiones, tanto de
forma como de fondo, plantee el procedimiento, hayan sido o no alegadas por los interesados.
En este último caso se les oirá previamente. No obstante, la resolución será congruente con las
peticiones formuladas por el recurrente, sin que en ningún caso pueda agravarse su situación
inicial”. 50 En tal sentido la L.B.P.A. de Chile en su art. 41 inc.1 establece para aquellos
procedimientos que se tramitan a solicitud del interesado, la necesidad que la resolución sea
congruente con las peticiones formuladas por éste “sin que en ningún caso pueda agravar su
situación inicial y sin perjuicio de la potestad de la Administración de incoar de oficio un nuevo
procedimiento, si fuere procedente” Como puede advertirse, la norma es clara al señalar que
la resolución, en ningún caso, puede agravar la situación inicial del recurrente.
6. Clases de sanciones
Los diversos ordenamientos jurídicos prevén distinto tipo de sanciones, entre las que podemos
mencionar las siguientes:
g) Decomiso. Por lo general es una sanción que se aplica de manera acceso-ria a otra e
implica el retiro del material mediante el cual se cometió la infracción (alimentos en mal
estado, discografía ilegal, etc.). Importa la pérdida del objeto empleado para la comisión del
hecho.
Una vez radicada la causa en el juzgado competente para entender en la misma, el juez de
faltas citará y emplazará al presunto infractor para que comparezca y formule descargo por
escrito, ofrezca las pruebas que hagan a su derecho.
En los casos en que corresponda la sanción de multa, el presunto infractor puede allanarse
antes del vencimiento del término del emplazamiento para formular descargo y optar por el
pago inmediato, abonando el sesenta por ciento del mínimo de la multa prevista, con más los
gastos que se hubieren realizado para lograr su comparendo.
En caso de que se produzca el vencimiento del plazo para que comparezca sin que se produzca
su presentación será declarado rebelde y el procedimiento seguirá adelante como si estuviera
presente.
Si decide comparecer, podrá realizar su descargo y ofrecer la prueba pertinente. Una vez
producida la misma se dictará resolución condenando o disponiendo el sobreseimiento. Al
notificarse la Resolución deberá hacerse saber al interesado de los recursos que admite el
procedimiento en contra de dicho acto, sus plazos, formalidades y efectos.
Contra las resoluciones de los Juzgados de Faltas pueden interponerse los recursos de revisión
y apelación. Este último debe plantearse dentro de los cinco días y procede contra: a) las
Resoluciones que impongan sanción de amonestación; multa; decomiso, inhabilitación,
clausura demolición o cualquier otra que cause gravamen irreparable; b) toda denegatoria que
verse sobre prescripción de la acción o de la sanción.
El recurso de revisión procederá contra las resoluciones firmes que apliquen sanciones y el
afectado puede interponerlo en el plazo de tres días de notificada la resolución cuando: a) la
resolución o sentencia tuviere contradicciones en su parte dispositiva; b) después de dictada la
sentencia, se recobraren o aparecieren documentos decisivos que no pudieron presentarse
como elementos probatorios por razones de fuerza mayor o por obra de terceros; c) la
Resolución o sentencia fue dictada, basándose en documentos o circunstancias declarados
falsos por sentencia judicial firme anterior o posterior al acto; d) la sentencia hubiere sido
dictada mediante cohecho, prevaricato, violencia física o moral, cualquier hecho o acto
fraudulento o irregularidad grave comprobada; e) en los demás casos previstos en el Código de
Trámite Administrativo Municipal.
Una vez concedido el recurso de apelación, el expediente debe ser remitido a la Cámara de
Apelaciones, quien debe dictar resolución dentro de los treinta días a contar desde la
recepción de la causa.
III. LA EMERGENCIA
1. Introducción
Como se sabe, nuestro país posee una frondosa experiencia en materia de emergencia ya que
llevamos un largo periodo de tiempo viviendo en ese estado de excepción, lo que ha llevado a
algunos autores a hablar de una emergencia permanente o perpetua . Esa circunstancia,
lógicamente, ha motivado que la jurisprudencia de la Corte Suprema Nacional sobre el tópico
sea abundante.
HUTCHINSON , por su parte, ha destacado que los principios que rigen la emergencia son: a)
legalidad; 2) excepcionalidad; 3) temporalidad; 4) actualidad; 5) proporcionalidad y 6) no
discriminación.
2. Jurisprudencia
A los efectos de la temática que venimos analizando, resulta relevante el contenido del
dictamen del Procurador Rodríguez Larreta en cuanto establece los siguientes límites
constitucionales de la emergencia tomados de la jurisprudencia estadounidense: a) Que exista
una situación de emergencia que imponga al Estado el deber de amparar los intereses vitales
de la comunidad; b) que la ley tenga como finalidad legitima la de proteger los intereses
generales de la sociedad y no a determinados individuos; c) que la moratoria sea razonable,
acordando un alivio justificado por las circunstancias y d) que su duración sea temporal y
limitada al plazo indispensable para que desaparezcan las causas que hicieron necesaria la
moratoria.
En la disidencia a dicho pronunciamiento del juez Roberto Repetto se ve otra posición más
estricta sobre las potestades regulatorias en épocas de emergencia. Dicho magistrado señala
que los derechos establecidos en la Carta Magna no pueden suspenderse en ninguna de las
emergencias de carácter económico o financiero en que el pueblo pueda encontrarse. Pues, la
ley de emergencia que se dicte debe encuadrar en el marco constitucional ya que, de lo
contrario, para dicho juez bastaría la calificación de emergencia a una ley para que todas las
garantías constitucionales se convirtieran en letra muerta.
Ya más cerca en el tiempo la Corte volvió a pronunciarse sobre el asunto al dictar sentencia en
“Peralta” ; causa en la cual —recordamos— se discutía la constitucionalidad de un decreto del
Poder Ejecutivo por el cual se pagarían en títulos públicos los depósitos bancarios a plazo fijo
que superaban cierto monto. En esa oportunidad se sostuvo la constitucionalidad de tal
medida en tanto se entendió que, a través de su dictado, no se desconocía el derecho de
propiedad sino que solo se lo limitaba temporalmente.
Además, reiteró que la atribución para restringir el ejercicio de los derechos patrimoniales
tutelados por la Ley Fundamental le corresponde al Poder Legislativo y que debe ser razonable,
limitada en el tiempo, un remedio y no una mutación en la substancia o esencia del derecho
adquirido por sentencia o contrato, y está sometida al control jurisdiccional. También, recordó
que frente a esa circunstancias excepcionales la reglamentación de los derechos puede ser
más intensa que en períodos de normalidad.
De nuevo frente a una situación de emergencia en febrero de 2002 la Corte resolvió el caso
“Smith” . En esa oportunidad se cuestionaba el Decreto 1570/01 por medio del cual se dispuso
la indisponibilidad de los depósitos bancarios constituidos en dólares. A partir de ello, entendió
que la normativa objeto de impugnación era irrazonable y desproporcionada ya que aniquilaba
el derecho de propiedad de los ahorristas.
Este antecedente es interesante desde el punto de vista de la emergencia por el hecho de que
la Corte controla la misma, es decir, verifica sin concurren los hechos invocados por el poder
político para declarar la emergencia.
Al año siguiente el Alto Tribunal volvió a abordar el asunto al resolver la causa “San Luis” . Allí,
la provincia actora cuestionaba el Decreto 214/02 por el cual se había dispuesto la pesificación
de los depósitos bancarios en dólares. La Corte declaró la inconstitucionalidad de esa medida y
ordenó la devolución de los ahorros en la moneda de origen.
Luego, el Alto Tribunal volvió a pronunciarse en 2004 sobre el Decreto 214/02 en la causa
“Bustos”66 pero esta vez en sentido contrario al reclamo de los ahorristas pues entendió que
la aludida norma era constitucional. Sobre la temática de la emergencia en dicho decisorio se
indicó que “La legislación de emergencia responde al intento de conjurar o atenuar los efectos
de situaciones anómalas, ya sean económicas, sociales o de otra naturaleza, y constituye la
expresión jurídica de un estado de necesidad generalizado, cuya existencia y gravedad
corresponde apreciar al legislador sin que los órganos judiciales puedan revisar su decisión ni
la oportunidad de las medidas que escoja para remediar aquellas circunstancias, siempre que
los medios arbitrados resulten razonables y no respondan a móviles discriminatorios o de
persecución contra grupos o individuos”.
IV. FOMENTO
1. Noción
El fomento es una forma de intervención estatal que, a diferencia del servicio público y el
poder de policía, se concreta en un beneficio para los particulares. Ha sido definido como una
acción destinada a proteger o promover las actividades de los particulares que satisfagan
necesidades públicas o que se estimen de utilidad general .
La esencia de este instituto está dada porque el Estado busca estimular, ayudar o persuadir a
sus propios ciudadanos o extranjeros para el desarrollo de una determinada actividad.
El sujeto activo del fomento es el Estado y el destinatario puede ser tanto una persona privada
como pública. En tal sentido, por ejemplo, el art. 75 inc. 9 de la CN permite “Acordar subsidios
del Tesoro nacional a las provincias, cuyas rentas no alcancen, según sus presupuestos, a cubrir
sus gastos ordinarios”.
2. Base constitucional
3. Medios
A modo ilustrativo, recordamos que durante la presidencia de Arturo Frondizi se dictaron las
leyes 14780 y 14781 por medio de la cual se persiguió la promoción de la industria y la
inversión extranjera. Más recientemente, entre muchas otras medidas, puede mencionarse la
Ley 26.457 orientada a la promoción de la fabricación local de motocicletas y motopartes a
través de desgravaciones arancelarias y bonos fiscales y el Decreto 1602/2009 por medio del
cual se estableció la Asignación Universal por Hijo para protección social.
Los autores tampoco han demostrado uniformidad de criterios. Algunos han considerado que
se trata de una relación contractual74 cuando el particular interviene con su voluntad en el
desarrollo del vínculo más allá de solicitar el beneficio mientras que otros señalan que se trata
de un vínculo de naturaleza unilateral, pues se plasma en un acto administrativo necesitado de
aceptación. En este sentido, consideramos que la respuesta a este interrogante depende
mucho de las circunstancias del caso y de cómo se disponga la instrumentación de régimen de
fomento.
CAPITULO XV
Sin perjuicio de ello y a los fines de delimitar el campo de actuación de ambas especies de
responsabilidad diremos que la responsabilidad contractual es aquella que se produce por el
incumplimiento obligacional derivado de un contrato administrativo. La responsabilidad
extracontractual, en cambio, es residual e involucra el deber constitucional de reparar el daño
causado al otro (art. 19, CN); presupone la concurrencia de diversos recaudos que
analizaremos en el presente Capítulo y que variarán de acuerdo a si la responsabilidad es por
actividad lícita o ilícita o por actividad administrativa, legislativa y judicial.
Además de lo indicado es importante tener en cuenta que los plazos de prescripción normados
por el Código Civil varían en ambos supuestos. Para los casos de responsabilidad contractual
del Estado el término es de diez años (art. 4023, CC) mientras que para los supuestos de
responsabilidad extracontractual es de dos años (art. 4037).
Como dijimos, la responsabilidad del Estado, desde antaño, ha sido una temática en la que han
convergido tanto la doctrina del derecho público como la ius privatista, dado que ha sido el CC
el que ha permitido asignar base normativa a los supuestos en que se endilgaba
responsabilidad a las personas públicas.
4º), la expropiación (art. 17), o la igualdad (art. 16)2. Sin embargo, en los casos de daños
provocados por la actividad irregular del Estado el Alto Tribunal no ha vacilado en la aplicación,
muchas veces subsidiaria, de los preceptos del CC.
Desde el plano doctrinario la discusión ha sido ardua en lo concerniente a este aspecto. Para
algunos autores iusadministrativistas , resulta inaplicable dicho código para los supuestos de
responsabilidad del Estado en el campo del derecho público y ello encuentra fundamento —
según Reiriz— en el hecho de que “aun cuando el sistema legal y jurisprudencial de
responsabilidad del Estado [...] se funda —en alguna medida— en los principios del derecho
civil, sería cometer un error capital asimilarlo a la teoría civil de la responsabilidad. Por la
simple razón de que ambos sistemas normativos están destinados a regular distintas
categorías de situaciones humanas” .
A pesar de ello, tanto desde el derecho privado como del público no vacilan en sostener que
la responsabilidad del Estado no difiere a la de los particulares circunstancia que determina la
aplicación de los principios del Código velezano.
Más allá de las opiniones vigentes en uno y otro sentido, resulta necesario discernir qué ocurre
en la praxis cuando en un caso se atribuye responsabilidad al Estado y dicha contienda no
encuentra cobertura normativa en las normas de derecho público. Esta última circunstancia,
¿nos obliga a acudir a las normas del derecho civil?
Por último, GORDILLO considera que la aplicación subsidiaria del derecho civil al ámbito
iusadministrativista “no es del todo exacta hoy en día, pues generalmente la aplicación de
normas del derecho civil no se realiza en derecho administrativo respetando su pureza
original; por el contrario, se la integra con los principios y normas de derecho administrativo,
conformándose y remodelándose a consecuencia de éste” .
Según nuestra opinión la aplicación del CC resulta posible habida cuenta que si bien la
responsabilidad estatal obedece, en la mayoría de los casos, a principios propios del derecho
público que son de carácter local, en muchos supuestos su actividad se asimila a la de un
particular como, por ejemplo, cuando se produce un accidente automovilístico con un vehículo
oficial o frente a supuesto de mala praxis médica acontecido en un hospital público y, por
ende, cae en las mismas previsiones normativas. También, debe destacarse que existen otras
hipótesis que no pueden ser resueltos por dicho cuerpo legal privado y que deben ser juzgados
bajo reglas de derecho público como ocurre con los supuestos de responsabilidad por
actividad lícita, por la actuación del Poder Judicial o de sus órganos legisferantes.
Amén de ello, no puede desconocerse que por más que exista un regulación del derecho
administrativo de la responsabilidad Estatal, hay ciertos aspectos que escapan a su
competencia. Nos referimos a las cuestiones relativas a la relación de causalidad, prescripción,
eximentes, etc.; aspectos que deben ser normados por el CC teniendo en cuenta nuestra
regulación constitucional.
Lo que hemos analizado hasta aquí resulta dirimente para determinar quién tiene competencia
para dictar normas que regulen la responsabilidad del Estado. Es que si sostenemos que se
trata de una institución del derecho administrativo, al ser este local, le corresponderá legislar
en este aspecto a cada uno de los Estados que componen nuestro sistema (nación, provincias y
municipios). Si se trata de una cuestión relativa al derecho privado la regulación deberá quedar
comprendida en el CC y estará a cargo del Congreso Nacional, conforme lo establece el art. 75
inc. 12 de la CN.
El periodo previo a la decisión adoptada por la Corte Suprema en la causa “Tomás Devoto”
puede ser caracterizado como una época marcada por la irresponsabilidad del Estado por su
actividad ilícita en el ámbito extracontractual.
Cabe recordar, que en el mentado leading case se condenó al Estado Nacional a indemnizar los
daños causados por el incendio provocado por operadores del telégrafo nacional al campo que
locaba el actor ubicado en la Provincia de Entre Ríos. En ese decisorio, se fundamentó la
responsabilidad del Estado demandado en lo previsto por entonces en los arts. 1109 y 1113 del
CC.
Así nace, entonces, dentro de la responsabilidad del Estado, el factor de atribución falta de
servicio que se configura por “el funcionamiento anormal, defectuoso o incorrecto de la
Administración Pública, ya sea por acción o por omisión cuando pesaba sobre aquella una
obligación de actuar” pues “quien contrae una obligación de prestar un servicio lo debe
realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin para el que ha sido establecido, siendo
responsable de los perjuicios que causare su incumplimiento o su irregular ejecución”.
Como se sabe, la génesis de esta figura debe ubicarse en Europa cuando en 1938 el Consejo de
Estado francés se expidió en el caso “La Fleurette”. Allí, mediante una disposición de carácter
legislativo se había vedado la fabricación, comercialización y transporte de productos
denominados “cremas” pero cuyo origen no era lácteo. El propósito de dicha normativa era
lograr la protección de la industria lechera, lo que perjudicó a la empresa actora que de ese
modo se veía impedida de comercializar una determinada golosina.
En atención a que las razones invocadas no se vinculaban con la salubridad pública sino con la
necesidad de proteger una actividad comercial, el Consejo de Estado francés reconoció el
derecho del reclamante a obtener la reparación del perjuicio ocasionado por el Estado.
Sin perjuicio de ello, en la actualidad, podemos decir que la procedencia de este tipo de
reparación, desde lo jurisprudencial, depende de la concurrencia de los siguientes recaudos: 1)
La existencia de un daño cierto; 2) la relación de causalidad entre la conducta fundamento del
reclamo y el perjuicio invocado y 3) la posibilidad de imputar jurídicamente esos daños a la
demandada a través de un factor de atribución ; 4) el sacrificio especial y 5) que no haya
obligación de soportar el daño .
En lo que tiene que ver con el alcance de la indemnización frente a los casos de
responsabilidad por actividad estatal lícita, los operadores jurídicos tampoco se han puesto de
acuerdo, habida cuenta que, mientras en algunos casos se ha considerado que sólo debe
indemnizarse el daño emergente aplicando la teoría de la expropiación , en otros precedentes
ha entendido que debe incluirse el lucro cesante.
Desde lo jurisprudencial puede verse claro que hasta el caso “Sánchez Granel” de 1984 sólo se
admitía el reclamo de indemnización del daño emergente pero no del lucro cesante, ya que se
consideraba que a falta de regulación expresa en el CC, procedía la aplicación de las normas de
derecho público vinculadas a la expropiación.
Sin embargo, a partir de ese precedente, se produce un cambio de rumbo. Es que allí la
mayoría del Tribunal acogió la pretensión de la actora que reclamaba un resarcimiento que
incluía al daño emergente y al lucro cesante. En dicha oportunidad, la Corte sostuvo que el
principio de responsabilidad del Estado por sus actos lícitos “se traducen en el derecho a una
indemnización plena por parte del damnificado”; no procediendo la aplicación de la ley de
expropiaciones en cuanto ello suponía “una restricción constitucional del derecho de
propiedad mediante una ley del Congreso valorativa de la utilidad pública del bien sujeto a
desapropio”.
Empero, luego del dictado de ese decisorio, el Alto Tribunal retomó la tendencia limitativa de
la reparación del lucro cesante en los supuestos de responsabilidad del Estado por actividad
lícita, invocando para ello la teoría de la expropiación, tal como aconteció en la causa “Motor
Once” .
Luego, la Corte va a consolidar esa tendencia en la causa “Zonas Francas Santa Cruz S.A.” . Allí,
si bien no se señaló expresamente la procedencia de la reparación plena se admite
implícitamente la indemnización del lucro cesante en este ámbito de la responsabilidad
estatal. A tales efectos, señaló que con relación a ese ítem que “la actora no había acreditado
los daños solicitados en concepto de lucro cesante, con el grado de certeza para que proceda
su reparación”.
Por parte de los autores iusprivatistas, y aún de otros sectores del derecho público, se
considera que la aplicación de la Ley de Expropiaciones en materia de responsabilidad del
Estado por actividad lícita para establecer el monto indemnizatorio, importaría limitar, por
medio de la analogía la protección del derecho constitucional a la reparación integral.
Así, lo ha entendido BIANCHI, cuando afirma que “el contratista tiene al momento de celebrar
el convenio […] una expectativa de lucro. Dicha expectativa integra su derecho de propiedad y
debe ser acordada necesariamente” para luego agregar que “la expropiación es un instituto de
rango constitucional cuya determinación y perfeccionamiento exige la necesidad de la
intervención de los tres poderes del Estado […] lo que garantiza al expropiado la máxima
seguridad en cuanto a la tutela de sus derechos” .
También ha existido mucha discusión con relación a la aplicación de los factores de atribución
a los supuestos de responsabilidad estatal vinculadas a la actividad administrativa ilegítima.
Debe tenerse presente que debido a la gran cantidad de cometidos públicos que lleva adelante
la administración la casuística existente sobre la materia es abundante y variada.
En virtud de ello, abordaremos este aspecto desde el principal factor de atribución que se
utiliza en este campo, esto es, a la falta de servicio. Asimismo, haremos una breve referencia al
riesgo y vicio de la cosa.
1. La falta de servicio
Como se sabe, la génesis de la noción de falta de servicio debe ubicarse en Francia a partir de
lo resuelto por el Consejo de Estado en el arrêt “Blanco” de 1873. En sus orígenes, esa figura,
englobaba todos los reclamos derivados del incorrecto funcionamiento del Estado ya que se
consideraba que todas las actividades que desarrollaba el Estado eran un servicio público, lo
que permitió identificar a la falta de servicio como el irregular desenvolvimiento de la función
administrativa .
Así nace, entonces, dentro de la responsabilidad del Estado, ese factor de atribución que —
como vimos— se configura ante “el funcionamiento anormal, defectuoso o incorrecto de la
Administración Pública, ya sea por acción o por omisión cuando pesaba sobre aquella una
obligación de actuar” pues “quien contrae una obligación de prestar un servicio lo debe
realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin para el que ha sido establecido, siendo
responsable de los perjuicios que causare su incumplimiento o su irregular ejecución”31.
La mayoría de la doctrina ha entendido que esta figura engarza con lo normado en el art. 1112
del Código Civil cuando dispone que “Los hechos y las omisiones de los funcionarios públicos
en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular las obligaciones
legales que les están impuestas son comprendidos en las disposiciones de este título”. Cabe
destacar, que incluso, para algunos administrativistas se trata de una norma de derecho
público insertada en el CC .
Dicha figura, como vimos, hizo pié en nuestro país en 1938 cuando la Corte resolvió la causa
“Ferrocarril Oeste” . Allí, se condenó a la Provincia de Buenos Aires a indemnizar los perjuicios
causados a la actora quien en virtud de la irregular prestación del servicio de expedición de los
certificados registrales al emitir un informe erróneo, adquirió un terreno de quien había
dejado de ser su titular.
Nuevamente fue utilizada en el caso “Vadell” en donde también se reclamaban los daños y
perjuicios derivados de un error registral de la entidad pública.
2. Riesgo
En esta hipótesis, el factor de atribución tiene fundamento en el segundo párrafo del art. 1113
del CC cuando señala que “En los supuestos de daños causados con las cosas el dueño o
guardián, para eximirse de responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa;
pero si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá total o
parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la víctima o de un tercero por quien
no debe responder” .
El riesgo es muy utilizado por los tribunales para condenar al Estado cuando, por ejemplo
causa daños con automóviles oficiales, con aviones, helicópteros u otras cosas riesgosas y ha
dado lugar a algunas sentencias de la Corte Suprema . Perrino ha criticado la forma en que se
ha aplicado al Estado “lo cual se traduce no solo en su aplicación indebida en lugar de la falta
de servicio, sino también —y eso es lo más grave— en una expansión excesiva del deber de
reparar del Estado, en especial cuando se lo ha utilizado con relación a bienes que integran el
dominio público” .
3. El vicio de la cosa
Según nuestro parecer el vicio de la cosa puede ser utilizado como factor atributivo de
responsabilidad extracontractual del Estado por su actividad ilícita, de conformidad a lo
previsto por el segundo párrafo, segundo supuesto, del art. 1113 del CC.
La reforma introducida por la ley 17.711 al CC argentino en el año 1968 determinó la inclusión
en el segundo párrafo, segundo apartado del art. 1113 de la responsabilidad del dueño o
guardián de la cosa derivada por el daño causado por el vicio. La incorporación de tal especie
de responsabilidad se inscribe entre aquellas hipótesis de daños causados “con” las cosas y no
“por” las cosas .
Debe tenerse presente que frente a un supuesto de un daño causado por el vicio de la cosa, el
dueño o guardián de la misma para eximirse total o parcialmente de responsabilidad deberá
acreditar la existencia de caso fortuito o fuerza mayor, el actuar culposo de la víctima o la de
un tercero por el cual no debe responder .
En razón de que se trata de un supuesto de daños causados con las cosas, adquiere relevancia
el contenido de los arts. 2.340 y 2.342 del CC en cuanto establecen qué bienes integran el
dominio público (art. 2340, CC) y privado del Estado (art. 2342, CC), respectivamente,
cuestiones que serán tratadas en otra parte de esta obra.
Un caso paradigmático de responsabilidad estatal por vicio de la cosa con sustento en el art.
1113 del CC, se desprende de lo decidido por la Corte Suprema en la causa “Pose” . En esa
oportunidad, el Máximo tribunal federal interpretó que la Municipalidad de Puerto Madryn y
la Provincia de Neuquén eran responsables por los daños sufridos por el actor, quien al
lanzarse desde un trampolín ubicado en la costa cuando la marea había descendido impactó
contra la arena quedando en estado de cuadriplejía. Según las consideraciones efectuadas por
el Alto Tribunal, el trampolín cuya utilización determinó el daño reclamado constituía una cosa
viciosa “en relación con el uso al cual estaba destinado” .
En este orden de ideas, entre los supuestos de responsabilidad del Estado por cosas viciosas,
cabe también citar los casos de daños producidos por la existencia de baches en la vía pública
o en las rutas no concesionadas, tal como lo decidió el Máximo Tribunal in re “Bullorini” .
1. Daños provocados por una reforma constitucional que luego es declarada inconstitucional
Con relación a este tema MARIENHOFF entiende que una reforma constitucional no puede
privar de su propiedad a ciertos ciudadanos sin indemnizarlos. En contra se ha manifestado
REIRIZ al entender que el Poder Constituyente no puede responsabilizar al Estado.
Evidentemente, que para arribar a una conclusión en este punto debemos resolver los
interrogantes planteados a partir del dictado del caso “Fayt” por la Corte Suprema , en cuanto
a si una reforma Constitucional puede ser declarada inconstitucional.
En estos supuestos estamos ante un caso de actividad ilícita del Estado en donde éste debe
reparar los perjuicios causados conforme al criterio que rige en este tipo de responsabilidad, es
decir, haciéndose cargo de la reparación del daño emergente y lucro cesante debidamente
acreditado en la causa, si el mismo se deriva de una norma que ha sido declarada por el Poder
Judicial contraria a la Carta Magna.
En lo que tiene que ver con esta temática, es decir por la modificación de normas bajo cuyo
amparo se generaron derechos para el administrado, en el caso “Columbia” la Corte ha
sentado la regla según la cual “nadie tiene un derecho adquirido al mantenimiento de leyes o
reglamentaciones”, criterio que ya había esbozado en sentencias anteriores .
En primer lugar, debe quedar en claro que en los supuestos de responsabilidad por actividad
legislativa lícita la norma es considerada legítima, sea porque así lo considera el afectado al no
cuestionar su validez constitucional —tanto formal como material— o porque lo ha decidido el
Poder Judicial, pero, a pesar de ello, provoca un perjuicio dando lugar a la reparación.
Ahora bien, para que proceda esta especie de responsabilidad no basta con que una norma
cause un daño sino que debe concurrir un la existencia de un sacrificio especial, tal como lo ha
exigido la Corte Suprema en reiterados pronunciamientos . En esta línea ha señalado que
cuando la actividad lícita del Estado, aunque inspirada en propósitos de interés colectivo, se
constituye en causa eficiente de un perjuicio para los particulares —cuyo derecho se sacrifica
por aquel interés general— esos daños deben ser atendidos .
Con relación a ello ha indicado la doctrina que “todos estamos obligados a soportar las cargas
que las leyes nos imponen en formar general en la medida en que no sea inconstitucionales.
Pero, aun siendo válidas, pueden generar derecho a indemnización respecto de quienes se ver
afectados en sus derechos en forma más gravosa que el resto de la comunidad” .
Es de destacar que MARIENHOFF59 ha criticado con fuerzas esta exigencia dado que entiende
que aunque el daño sea general el derecho a reparación existe.
1. Introducción
Antes de ingresar en el estudio de la casuística hay que recordar que en los arts. 10 y 7, inc. 3,
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, se permite el reclamo por los daños
derivados de “condena en sentencia firme por error judicial” —en la primera de ellas— o por
una “detención o encarcelamiento arbitrario”, en la segunda. En la misma línea, el contenido
del art. 9º, inc. 5, del Pacto de Derechos Civiles y Políticos.
En nuestra opinión, las reglas de la reparación en este ámbito pueden sintetizarse bajo el
cumplimiento de los siguientes recaudos:
Es que según el Alto Tribunal las sentencias y demás actos judiciales no pueden generar esa
especie de responsabilidad ya que no se trata de decisiones de naturaleza política para el
cumplimiento de fines comunitarios sino de actos que resuelven un conflicto en particular ; los
daños que puedan resultar del procedimiento empleado para dirimir la contienda, si no son
producto del ejercicio irregular del servicio, deben ser soportados por los particulares, pues
son el costo inevitable de una adecuada administración de justicia64.
Con tal orientación, ha señalado CASSAGNE que cuando “se configura una actividad judicial
irregular —que excede lo que constituye un funcionamiento normal y razonable— renace el
deber de reparación ya que la especialidad e intensidad del sacrificio justifica que el particular
no deba soportar exclusivamente en daño en tales casos” .
b) Que el acto que se considera violatorio de los derechos individuales no cons-tituya
cosa juzgada por el consentimiento de la víctima sino que se hayan articulados las defensas
procesales necesarias para impedirlo.
Vinculado con la exigencia anterior, se requiere que la medida judicial que se considera fuente
del daño sea cuestionada a través de las vías procesales pertinentes y no consentida por el
damnificado. Es que, según la Corte “cabe sentar como principio que el Estado sólo puede ser
responsabilizado por error judicial en la medida en que el acto jurisdiccional que origina el
daño sea declarado ilegítimo y dejado sin efecto, pues antes de ese momento el carácter de
verdad legal que ostenta la sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada impide, en tanto se
mantenga, juzgar que hay error. Lo contrario importaría un atentado contra el orden social y la
seguridad jurídica, pues la acción de daños y perjuicios constituiría un recurso contra el
pronunciamiento firme, no previsto ni admitido por la ley” .
Desde la doctrina, se ha criticado esa exigencia de que la medida sea atacada ya que se
entiende que, en esos casos, el imputado puede decidir por estrategia procesal no cuestionar
la medida privativa de la libertad y ello no debería obstaculizar el reclamo posterior .
En esta área, se ha señalado que para que ella resulte procedente es necesario que la decisión
que la impone sea cuestionada y declarada ilegítima por otro tribunal y dejada sin efecto por
error o vicio manifiesto . Es por ello que, según la Corte, para poder reclamar daños y
perjuicios el imputado debe ser absuelto en virtud de su inocencia manifiesta. Por tal motivo,
desde esta perspectiva que no compartimos no procede cuando se produce la absolución por
aplicarse el principio de in dubio pro reo o cuando la medida es declarada ilegítima por un
tribunal superior.
A partir de ese panorama jurisprudencial, debe advertirse que no sólo las decisiones puntuales
de los tribunales sobre una determinada cuestión pueden generar frente a un accionar
antijurídico el derecho a la reparación, sino que ésta puede tener su origen también en la
violación del principio de celeridad aplicable a los procesos de cualquier índole y que con
mayor rigor se presentan en las causas penales, sobre todo por la importancia de los bienes en
juego.
Desde la doctrina algunos autores han propiciado soluciones distintas. En tal sentido, un sector
entiende que basta con que el imputado resulte absuelto para que el Estado deba indemnizar,
propugnando la aplicación expansiva de la doctrina del sacrificio especial en los casos de
prisión preventiva ordenada, o donde no se opusieron los recursos procesales destinados a
corregir la decisión jurisdiccional agraviante .
En esta última corriente se enrola SAID al sostener que si el reo no es condenado debe ser
indemnizado por la prisión preventiva en todos los supuestos en base a los siguientes
argumentos: 1) El art. 18 de la CN hace responsable al juez por la mortificación innecesaria de
los detenidos; 2) 3a absolución o sobreseimiento de un detenido demuestra, finalmente, que
la prisión preventiva fue una mortificación injustificada; 3) el estado debe responder por los
perjuicios ocasionado por la detención preventiva de quienes no son finalmente condenados,
sea por actividad lícita o, bajo ciertas circunstancias por actividad ilegítima y 4) no resulta
acorde a la axiología e ideología de la Constitución reparar la afectación de la propiedad por
actividad estatal lícita y no hacerlo con las restricciones a la libertad cuando la causa de la
actividad judicial igualmente lícita79.
Es que, según cierta tesitura doctrinaria no puede soslayarse que estamos en presencia de dos
figuras distintas que proceden ante supuestos disímiles , destacando que la responsabilidad in
iudicando, reconoce su génesis a partir de la actuación judicial irregular en sentido estricto, es
decir, frente a sentencias o autos interlocutorios en los cuales el magistrado interpreta
equivocadamente el derecho o efectúa una incorrecta apreciación de los hechos . La
responsabilidad in procedendo, en cambio, incluye supuestos diversos con características
diferenciadas, pero que permiten reconocerse a partir de un ejercicio irregular del sistema
judicial no sólo referido a magistrados sino de todos los integrantes del Poder Judicial como los
auxiliares y empleados: pérdida de documental, demora excesiva en los procesos, extravío de
expedientes, etc. En estos supuestos hablamos de falta de servicio, factor de atribución
objetivo, de origen francés, con basamento en el art. 1112 del Código Civil . En tales casos, se
ha señalado, no es necesaria la decisión previa sobre el error, ya que la cosa juzgada no tiene
relevancia alguna .
Sin embargo, RAMOS MARTÍNEZ entiende que algunos supuestos ameritan una salvedad y
menciona como ejemplos los casos de pérdida de documental o de expedientes, o dilatación
excesiva del proceso, en donde “la víctima de la falta de servicio deberá acreditar que el
haciendo uso de las vías procesales ordinarias, intentó hacer cesar el daño producto de la
prestación irregular del servicio de justicia”84.
Se ha señalado que esa especie de reparación solo queda abierta cuando se demuestra la
ilegitimidad de la medida de que se trate, lo que se dará únicamente cuando se revele como
incuestionablemente infundada o arbitraria, pues es claro que ninguna responsabilidad estatal
puede existir cuando elementos objetivos hubiesen llevado a los jueces al convencimiento de
la necesidad de su dictado86.
Así como hemos visto que el Estado debe responder patrimonialmente por sus conductas
activas dañosas, también debe hacerlo por sus omisiones.
A partir de ello se presentan tres posturas bien marcadas en cuanto a la plataforma normativa
que debe utilizarse para juzgar la cuestión: 1) Resulta de aplicación el art. 1112 en cuanto
contempla la responsabilidad del Estado por las conductas y omisiones irregulares de los
funcionarios públicos (falta de servicio). 2) La cuestión debe juzgarse en base al art. 1074 de CC
según el cual “toda persona que por cualquier omisión hubiese ocasionado un perjuicio a otro,
será responsable solamente cuando una disposición de la ley le impusiere la obligación de
cumplir el hecho omitido”. 3) Se aplican ambas disposiciones, según el caso .
Cabe destacar que el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Córdoba había rechazado
el reclamo de los actores en base a que no había existido relación de causalidad entre el
resultado dañoso (suicidio) y el obrar de la Provincia demandada en razón de haberse
quebrado el nexo causal ante la configuración de la eximente “culpa de la víctima” y que “el
hecho de que el suicidio hubiera acontecido en dependencias del establecimiento provincial
constituía un hecho casual no enrostrable al Estado guardador, el que había cumplido
debidamente su función tuitiva”; entre otras cuestiones.
La Corte federal revocó dicho decisorio y sostuvo que lo que se discutía en el caso era un
supuesto de responsabilidad por falta de servicio la que puede configurarse tanto por hechos
como por omisiones en base al art. 1112 del CC. En lo que aquí interesa, sostuvo que “debe
distinguirse entre los casos de omisiones a mandatos expresos y determinados en una regla de
derecho, en los que puede identificarse una clara falta del servicio, de aquellos otros casos en
los que el Estado está obligado a cumplir una serie de objetivos fijados por la ley sólo de un
modo general e indeterminado, como propósitos a lograr en la mejor medida posible. La
determinación de la responsabilidad patrimonial del Estado por omisión de mandatos jurídicos
indeterminados debe ser motivo de un juicio estricto y basado en la ponderación de los bienes
jurídicos protegidos y las consecuencias generalizables de la decisión a tomar”.
En definitiva, al dejar sin efecto el fallo la Corte concluyó que la provincia demandada había
violado la Convención de los Derechos del Niño cuando prescribe que “Los Estados partes se
asegurarán de que las instituciones, servicios y establecimientos encargados del cuidado o la
protección de los niños cumplan las normas establecidas por las autoridades competentes,
especialmente en materia de seguridad, sanidad, número y competencia de su personal, así
como en relación con la existencia de una supervisión adecuada” (art.3.3).
Como puede apreciarse para la Corte, la responsabilidad por omisión queda englobada dentro
de la falta de servicio (art. 1112) y para que proceda la reparación no resulta necesario que el
deber de actuar estatal esté extremadamente precisado en una norma sino que basta con que
del ordenamiento integralmente considerado surge la obligación de actuar.
Antes de ingresar en este tema debemos aclarar que el funcionario o empleado público puede
incurrir en responsabilidad penal, disciplinaria o patrimonial. Este último supuesto es el que
abordaremos a continuación.
Cabe recordar que según la jurisprudencia de nuestra Corte la responsabilidad del Estado es
directa, lo que, como vimos, implica que se imputan al Estado —a partir de la aplicación de la
teoría del órgano— todas aquellas conductas realizadas por los funcionarios y empleados
públicos.
A partir de ello, cabe preguntarse en qué casos y bajo qué condiciones cabe responsabilizar de
manera exclusiva a los empleados o funcionarios públicos. La discusión doctrinaria sobre este
asunto ha girado en derredor de la interpretación del art. 1112 de CC. Para algunos esa
disposición regula la responsabilidad directa por hecho propio de los empleados y funcionarios
públicos y no la del Estado. Otra postura sostiene que lo que Vélez Sarsfield buscó fue regular
la responsabilidad del Estado por falta de servicio del funcionario que se halla a cargo del
Estado. Esta corriente entiende que las conductas del funcionario público deben juzgarse a
partir de lo preceptuado en el art. 1109 del CC.
Consideramos que si bien estas pueden ser las pautas generales de esta especie de
responsabilidad, la determinación sobre si el responsable es el Estado o el funcionario público
responde a la casuística, sobre todo en los supuestos de culpa ya que cuando existe dolo es
responsable el funcionario o empleado.
Bajo la premisa de que el asunto debe estar contemplado en el Código Civil la Comisión que
redactó el Anteproyecto incluyó la materia en su articulado. Se dispuso en el art. 1764 que la
responsabilidad del Estado es objetiva y que resulta procedente cuando se cause un daño en el
ejercicio irregular de sus funciones sin que sea necesario identificar a su autor. A tales efectos
estableció que se debe apreciar “la naturaleza de la actividad, los medios de que dispone el
servicio, el lazo que une a la víctima con el servicio y el grado de previsibilidad del daño”.
También, se contempló la responsabilidad del Estado por actividad lícita en aquellos casos en
que se sacrifiquen intereses de los particulares con desigual reparto de las cargas públicas. En
tales supuestos, según el Anteproyecto, solo resulta admisible la indemnización del lucro
cesante, salvo que sea afectada la continuación de una actividad, en cuyo caso deben
indemnizarse la compensación del valor de las inversiones no amortizadas, en cuanto hayan
sido razonables para su giro (art. 1766).
Por último, en el art. 1765 se previó la responsabilidad del funcionario y del empleado público
por los daños causados a los particulares por acciones u omisiones que implican el ejercicio
irregular de su cargo; la que resulta concurrente con la del Estado.
Dicho Anteproyecto fue remitido al Poder Ejecutivo Nacional donde recibió marcadas
modificaciones con relación a esta temática. En el art. 1764 se estableció que “Las
disposiciones de este Título no son aplicables a la responsabilidad del Estado de manera
directa ni subsidiaria”, lo implica, en síntesis, que a diferencia de lo que viene marcando la
jurisprudencia de la Corte Suprema de la Nación frente a la existencia de un vacío legal o
laguna en la normativa administrativa no puede acudirse a las disposiciones del Código Civil.
En consonancia con ello, en el art. 1765 se señaló que “La responsabilidad del Estado se rige
por las normas y principios del derecho administrativo nacional o local según corresponda”,
mientras que el artículo siguiente se dispuso que “Los hechos y las omisiones de los
funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones por no cumplir sino de una manera
irregular las obligaciones legales que les están impuestas, se rige por las normas y principios
del derecho administrativo nacional o local según corresponda”.
Mientras se debatía el texto del nuevo Código Civil y Comercial ante la falta de consenso
político para aprobar las modificaciones introducidas por el Poder Ejecutivo Nacional, éste
propuso la sanción de una ley de responsabilidad patrimonial del Estado y del funcionario
público solo aplicable a nivel federal en la cual se invita a adherir a las provincias y a la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Ese proyecto consiguió media sanción por parte de la Cámara de
Diputados en diciembre de 2013.
2. Inaplicabilidad del CC: El Proyecto señala que no son aplicables a la responsabilidad del
Estado de manera directa ni subsidiaria los preceptos del CC. Sin embargo, en los fundamentos
se reconoce que frente al silencio de la regulación administrativista “se realicen adaptaciones,
por vía analógica, impuestas por la naturaleza de lo que constituye la sustancia del derecho
administrativo”.
7. Irresponsabilidad del Estado por los daños causados por los concesionarioso
contratistas de los servicios públicos. Se estipula que el Estado no debe responder ni directa ni
en forma subsidiaria cuando el daño sea el producto de la conducta u omisión de
concesionarios o contratistas de los servicios públicos.
11. Aplicación supletoria en materia contractual. Para el caso en que se provoque en daño
derivado de la actividad contractual del Estado y no existan normas que regulen la cuestión, se
aplican las disposiciones del Proyecto de manera supletoria.
ANEXO
CAPÍTULO I
Jurisprudencia
CAPÍTULO II
Jurisprudencia
CSJN “Espósito” Fallos: 327:5668 (2004). CSJN “Casal” Fallos: 328: 3399 (2005).
CSJN “SA Ganadera Los Lagos vs. Nación Argentina” Fallos: 190:142 (1941).
CAPÍTULO III
Legislación
Decreto 1172/03
Ley 25.148
Ley 26.122
Jurisprudencia
CAPÍTULO IV
Legislación Nacional
Provincia de Córdoba
Jurisprudencia sugerida
CSJN “Universidad Nacional de Mar del Plata c/ Banco de la Nación Argentina”, Fallos:
326:1355 (2003).
CAPÍTULO V
Legislación Nacional
Provincia de Córdoba
24/11/81).
Jurisprudencia
CSJN “Defensor del Pueblo de la Nación c/ Estado Nacional”, Fallos: 330: 2800 (2007).
CSJN “Colegio de Fonoaudiólogos de Entre Ríos”, Fallos: 326:2998 (2003), CSJN “Cámara de
Comercio e Ind. y Prod. de Rcia. c/ AFIP s/ amparo”, Fallos:
326:3007 (2003).
326:2998 (2003).
CAPÍTULO VI
Legislación Nacional
Ley 24.156
Ley 25.233
Ley 21.383
Legislación provincial
Ley 9086
Ley 24.284
Ley 24.946
Jurisprudencia
Legislación Nacional
Ley 19.549
Ley 26.854
Ley 25.188
Ley 16.986
Legislación provincial
Jurisprudencia
CAPÍTULO VIII
Normativa Nacional
Jurisprudencia
“Chediak S.A.”, Fallos 319:1681 (1996). “Tecsa S.A.”, Fallos 322:3139 (1999).
“Ottonello-Santoro”, CNCAF, Sala III (mayo 28-985). “Bricons”, CNCAF, Sala III (1989).
CAPÍTULO IX
Legislación
Jurisprudencia
CAPÍTULO X
Normativa Nacional
Jurisprudencia
“López de Reyes”, Fallos 244:548 (1959).
Normativa nacional
Jurisprudencia
Tribunal Superior de Justicia Córdoba “Ciudad de Córdoba S.A.C.I.F.” (2009). Tribunal Superior
de Justicia “Coniferal S.A.C.I.F.” (2009).
CAPÍTULO XI
Legislación
Jurisprudencia sugerida
“Baena Ricardo y otros (270 Trabajadores vs. Panamá), sentencia del 02/02/01.
Calvo y Pesini, Rocío c/ Provincia de Córdoba s/ amparo” del 24/02/98, (Fallos: 321:194).
330:1985 (2007).
“Ramos, José Luis c/ Ministerio de Defensa (A.R.A)”, Fallos: 333: 311(2010). “Sánchez, Carlos
Próspero c/ Auditoría General de la Nación”, Fallos: 333:335 (2010).
(2000)
“Tobar, Leónidas c/ E.N. Mo. de Defensa”, Fallos: 325:2059 (2002). “Müller, Miguel Ángel c/
Poder Ejecutivo Nacional -Contaduría General - Ejército Argentino -decreto 430/00 s/ amparo
ley 16.986”, Fallos: 326:1138 (2003) .
“Asociación de Trabajadores del Estado c/ Ministerio de Trabajo” CSJN, Fallos: 331: 2499
(2008).
“Rossi, Adriana María c/ Estado Nacional – Armada Argentina s/ Sumarísimo”, Fallos: 332:2715
(2009).
“Spinosa Melo, Oscar Federico c/ E.N. (Mº de Relaciones Exter. Comer. Internacional y Culto)
s/ empleo público”, Fallos: 329:3617 (2006).
“Losicer, Jorge Alberto y otros c/ BCRA- Resol. 169/05 (expte 105666/86 –SUM FIN 708”,
Fallos: 335:1126 (2012).
CAPÍTULO XII
Legislación
Jurisprudencia
CAPÍTULO XIII
Legislación Nacional
Jurisprudencia
CNCAF San Martín, sala I, “Paraje los Ciervos S.A. c Estado Nacional (2008).
CAPÍTULO XIV
Jurisprudencia
CSJN 31/11/2013, “Bonder Aaron (Emperador Compañía Financiera S.A.) y otros el B.C.R.A.
s/resol. 178/93”, causa B.853. XLIV.
Fallos 322: 946, “Compañía Azucarera Concepción S.A. c/ Estado Nacional s/ proceso de
conocimiento”.
CAPÍTULO XV
Jurisprudencia
CSJN 22/09/33, “Tomás Devoto y Cía c. Gobierno Nacional”, JA,433-416.
CSJN 18/12/84, “Vadell, Jorge F. C. Buenos Aires, Provincia de”, ED, 217:215.
ÍNDICE
Dedicatoria ..........................................................................................7
Palabras previas .................................................................................9
CAPITULO I
I. La división de poderes....................................................................11
1. Introducción ........................................................................11
2. Criterios ..............................................................................12
1. Delimitación........................................................................17
CAPITULO II
EL DERECHO ADMINISTRATIVO
EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
CAPITULO III
LA POTESTAD REGLAMENTARIA
reglamentos ........................................................................62
reglamento..........................................................................66
V. Decretos delegados........................................................................67
1. Noción .................................................................................67
5. Impugnación .......................................................................70
1. Noción .................................................................................71
2. Evolución ............................................................................71
LA ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
a) Competencia ..................................................................76
2. Centralización y descentralización......................................79
Estado ...........................................................................................88
CAPITULO V
EL DERECHO ADMINISTRATIVO
CAPITULO VI
LA ACTIVIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN
I. Administración activa ................................................................. 121
CAPITULO VII
ACTO ADMINISTRATIVO
I. Definición..................................................................................... 145
4. Obligatoriedad................................................................... 148
5. Irretroactividad................................................................. 148
6. Recurribilidad ................................................................... 148 III. La suspensión de los
efectos del acto administrativo ................ 149
2. La causa............................................................................ 153
5. Finalidad........................................................................... 156
CAPITULO VIII
CONTRATOS ADMINISTRATIVOS
negativas..................................................................................... 174
III. El concepto de contrato administrativo en la doctrina.............. 175 IV. El concepto de
contrato administrativo en la
2. Objeto................................................................................ 179
5. Finalidad........................................................................... 180
XI. El régimen de ejecución de los contratos administrativos......... 195 XI. 1. Las prerrogativas,
derechos y obligaciones de la
CAPITULO IX
1. Concepto............................................................................ 213
b) Objeto........................................................................... 216
d) Finalidad...................................................................... 217
e) Forma........................................................................... 217
financiera..................................................................... 226
1. Concepto............................................................................ 229
1. Concepto............................................................................ 247
3. Caracteres......................................................................... 251
b) Objeto........................................................................... 252
d) Finalidad...................................................................... 252
e) Forma........................................................................... 252
particular.......................................................................... 252
CAPITULO X
SERVICIO PÚBLICO
VI. Los principales aspectos de estudio en los servicios públicos .... 263
1. Concepto............................................................................ 274
1. Concepto............................................................................ 281
2. Caracteres del contrato de concesión de servicios
b) Competencia................................................................. 283
Publica......................................................................... 289
ejercer las potestades propias del concedente............... 290 b) Los derechos y obligaciones
del concesionario.............. 290
de consumo?...................................................................... 309
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
LIMITACIONES ADMINISTRATIVAS
A LA PROPIEDAD
1. Concepto............................................................................ 351
2. Caracteres......................................................................... 351
4. Competencia...................................................................... 352
2. Caracteres......................................................................... 354
1. Concepto............................................................................ 357
2. Caracteres......................................................................... 357
7. Retrocesión........................................................................ 371
1. Concepto............................................................................ 372
CAPITULO XIV
Y FOMENTO
5. Clases................................................................................ 376
delitos................................................................................ 382
administrativos................................................................. 387
CAPITULO XV
2. Riesgo................................................................................ 406
VII. Responsabilidad del Estatal por actividad legislativa .............. 409 1. Daños provocados
por una reforma constitucional que
objetivo.............................................................................. 410
lícita.................................................................................. 410
ANEXO
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2014, en los talleres de Gráfica Solsona S.R.L.,
Argensola 1942 de la ciudad de Córdoba.