Doku - Pub - Proceso Del Capitalismo Venezolano Domingo Alberto Rangel
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UNIVERSIDAD DE CARABOBO
AUTORIDADES
Ricardo MALDONADO
Rector
PROCESO
DEL CAPITALISMO
VENEZOLANO
T EDICION
Título: Proceso del Capitalismo Venezolano
Autor: Domingo Alberto Rangel
Valencia - Mayo 2003
Segunda Edición.
© Universidad de Carabobo
Hecho el Depósito de Ley
ISBN: 980-233-339-5
Depósito Legal: lf-5532003330774
Editor: Dirección de Medios y Publicaciones. Universidad de Carabobo
CAPITULO I
LA REVOLUCION FEDERAL SE FRUSTRA
le animan la cinta terrosa del camino. El valle es un trozo bucólico con algo
ile acuarela de pintor satisfecho. Hasta el Avila lejano, con su piel de león
recorrida por las manchas oscuras de la tarde, pone cierta tristeza suave en
el ambiente. Todo conspira para que el personaje se fugue hacia el pasado,
' seapando del anillo visual hacia el recuerdo. Los seres y las cosas, coloca-
ilos en el caleidoscopio del crepúsculo, son otras tantas incitaciones a evo
car. Fue en ese escenario de ensueño donde comenzó su carrera política.
IMas de agitación y de lucha. La Universidad y el descubrimiento en ella de
las teorías políticas. El mensaje de los pensadores del siglo XVIII, siglo de
las luces, la epopeya de los libertadores con su Bolívar perspicaz y realista y
el espectáculo de un mundo que se encaminaba hacia el desarrollo capitalis-
la Todo eso pasó bajo sus ojos, en las páginas de libros que se convirtieron
en sus compañeros de vigilia hasta que rayaba el alba amoratada sobre este
mismo valle de embrujo. Los primeros discursos, esa experiencia del hom-
I'i e en la tribuna expresando para sus conciudadanos ideas e inquietudes de
lue|’,o. lil triunfo del aplauso, la incitación del público, cajas de resonancia
pina su convicción de agitador y para su ambición de caudillo. Habían pasa
do lautos años desde entonces. El momento del atardecer solemne sobre el
valle era propicio para recorrer mentalmente el camino. Hacer su propia
historia es siempre oficio de hombres en trances fundamentales de su vida.
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núcleo social según dirá después, y darle cauce a la democracia. Así se sin
tetizaba en la mente de Guzmán Blanco, en aquel atardecer de 1863, el pro
grama de la Revolución. En Coche, mirando hacia los tablones de caña y
embelesando el oído con la música del arroyo y la carreta, estaba el ideólo
go de la Federación.
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Aconteció algo más grave. Sobre las tierras abandonadas por los oligar
cas fugitivos (aquellos que no se entendieron con los federales) cayeron los
caciques del bando vencedor. El peón iracundo, el bachiller sin horizontes,
el deudor fallido, la turba de hombres que fue a los campamentos federales
salió de la guerra luciendo las charreteras del rango militar y el prestigio de
la bravura. Generales y coroneles fueron los títulos que iban a ostentar quic-
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ncs habían sido hombres del pueblo. La victoria los convirtió en amos de re
giones enteras del país. En un régimen distinto, de efectiva capacidad crea
dora, hubieran sido los Emiliano Zapata de una reivindicación popular. La
federación ya estaba falsificada desde Coche. Y el peón hecho general por
lu gloria de un combate no deseó ser el brazo ejecutor, en el gobierno, de la
voluntad de justicia de las masas. Prefirió despojar a los oligarcas, sustitu
yéndolos en el vértice de la absurda estructura social de la época. Una nueva
capa de terratenientes afloró a la dirección de la economía agraria del país.
I sta circunstancia agravó la postración de nuestra agricultura. El general
federalista fue un híbrido. Ni productor rural ni gobernante. Las dos cosas a
lu vez. Y en ambas desarrolló los peores instintos. En la producción agravó
las condiciones de absentismo que habían practicado los oligarcas. Su ha
cienda se transformó en fuente para el pingüe enriquecimiento del recién
llegado, ávido de desquitarse de sus viejas privaciones y en cuartel para ex
traer tropas en las contiendas civiles. En cada hacienda habrá una plétora de
"oficiales” , verdadera legión de vagos que tendrán que ser sostenidos por el
esfuerzo de los peones. Entre latifundista y gobernante, el cacique federal
entrañó la más aciaga catástrofe que haya llovido sobre el país. Azote de sus
peonadas y maldición de sus gobernados, cada régulo local escribirá su
nombre en la lista de las grandes calamidades de Venezuela. Así se destruyó
una clase dirigente, los oligarcas, sin que los federales crearan otra clase de
la misma jerarquía. La rapiña más cruda fue el objeto de estos antiguos ex
plotados que encumbró la guerra. Una peonada descontenta porque no al
canzó las metas que buscó en la contienda, una clase dirigente de menos ca
pacidad que los oligarcas para dirigir la economía y un sistema de arbitra-
nedad, en el cual podía ejercerse sin trabas la rapiña, fue el legado de una
guerra que se libró bajo la égida de las más generosas ideas. Cuando a una
clase dirigente no se la reemplaza con otra de los mismos o superiores qui
lates, la economía se estanca y la sociedad se deforma. El proletariado hará
un régimen superior al de la burguesía, porque es la clase más noble, espar
tana y consciente de las sociedades modernas. No es raro que Venezuela
haya experimentado el largo proceso de retrogradación'económica que va
tie 1863 hasta 1936. La explicación está en las siete plagas que trajo una Re
volución traicionada.
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to. Venezuela tenía ventajas comparables a las del país del Plata. Teníamos
una vieja y recia tradición ganadera. Entre las naciones forjadas por España
pocas se medían con Venezuela en el arte de manejar rebaños. Nuestra pa
tria nació, literalmente, con un lazo en la mano. No fueron nuestros colonos
el extremeño duro o el andaluz risueño sino el caballo y el toro. A Venezue
la la hicieron, en barro americano, las reses perdidas en los cajones del llano
o asiladas en la espesura de las matas. La multiplicación del ganado, vence
dor de las soledades llaneras, pobló a nuestro país antes de que triunfara el
lazo del criollo. Y era carne lo que pedía la Europa en cuyo territorio ama
necía, a mediados del siglo XIX, el capitalismo monopolista. Ese era el pro
ducto que reclamaban los mercados. Carne para unas masas proletarias en
crecimiento, carne para unas clases medias que surgían sobre el pavor de la
explotación y carne para la burguesía de mesa multiplicada. Venezuela te
nía entonces las tierras, los rebaños y los brazos para concurrir con la Ar
gentina a esa faena que planteaba la división internacional del trabajo. Pero
nuestra burguesía no tuvo la visión para captar la tarea ni el coraje para im
ponerla. Desgraciadamente los países no crean sus clases sociales por obra
de artilugios. El fondo histórico, es decir, la evolución, determina mucho su
conducta. La burguesía venezolana jamás resolvió, ella misma, los proble
mas que suscitaba el crecimiento del país. En 1810 se reveló lastimosamen
te inferior a los acontecimientos. La contienda, cruel y prolongada, la arrojó
a planos subalternos. Fue el pueblo, directamente, quien afrontó la carga
heroica de construir la patria. La burguesía rumiaba, en el exilio antillano,
sus quejas anodinas, mientras la ubre del pueblo amamantaba ejércitos de
liberación. Cuando se consolidó la Independencia, la burguesía tomó al te
rritorio patrio a decorar con brillo segundón el panorama de la nueva Repú
blica. Cuánto distinto era el caso de la burguesía argentina. Desde el primer
momento, los comerciantes del Río de la Plata ocuparon la vanguardia
ideológica y emocional de la lucha. De un hijo de la burguesía surgió el do
cumento económico más brillante de la independencia americana. En las
trincheras o en los congresos, con la espada o con la pluma, los burgueses
argentinos contribuyeron a forjar un país. Era lógico ese fenómeno de am
bición sacrificada. Buenos Aires fue, desde el remoto fondo de nuestra ma
triz colonial, el puerto por donde escurrían hacia Europa los productos de
una vasta porción americana. La burguesía argentina, intermediaria obliga
da de ese tráfico, creció con vigor y se realizó con lucidez desde los prime
ros tiempos del coloniaje. Era una burguesía cosmopolita, volcada hacia
Europa, consciente del valor y de las posibilidades del comercio internacio
nal. Su papel rector en la economía argentina era determinado casi por el fa
talismo geográfico que hacía de Buenos Aires una boca para los metales y
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CAPITULO II
LA CARGA DE LA DEUDA
con rapidez de espuma a partir del' momento en que los federales se trans
forman en gobernantes. La oligarquía conservadora, prudente y recatada
i (imo una matrona, asumió la deuda resultante de la liquidación de la Gran
< nlombia. En sus tiempos, la deuda del Estado venezolano apenas alcanza
ba a 114 millones de bolívares. De esa cifra, 104 millones provenían de las
obligaciones contraídas por la Gran Colombia. Pero la guerra y el frenesí
Inicial cambiarán ese cuadro. En 1860, cuando el país crepitaba en los
■iimbates, la deuda llega ya a los 233 millones de bolívares. No ha conclui
do todavía la racha expansiva. El septenio guzmancista, heredero legítimo
■le lo s campamentos federales, pondrá velocidad angustiosa en los guaris
m o . . A 309 millones de bolívares llevará Guzmán Blaifco, en su primera
administración, el peso de los compromisos del Estado venezolano. Y será
■I mismo Guzmán, descorriendo los velos para su quinquenio, quien en
IKKO pondrá la deuda pública en su más alto nivel de aquellos años: 323 mi
llones de bolívares. En los veinte años de hegemonía personal que Venezue-
ln lia de tolerarle, Guzmán Blanco será una mezcla de Morgan con Stavisky,
al|’,o asi como un titiritero tropical que multiplicará millones. A la postre, es
\ rué/líela quien paga las consecuencias de su fecundo ingenio de jugador.
I’oiquc la deuda constituye para el país, en ese período importantísimo de
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contrar una carga tan agobiante como la que echaron sobre los hombros de
Venezuela los caudillos federales transformados en magos de unas finanzas
para la pobreza y el estancamiento.
Una deuda de esa magnitud conspira directamente contra el desarrollo
capitalista. Y así ocurrió en la Venezuela posfederal. En una economía atra
sada que se encuentre al borde del desarrollo capitalista, la capacidad para
la acumulación del capital es bastante modesta. Los estudios modernos nos
permiten, hoy por hoy, potenciar el fenómeno. En los informes técnicos de
las Naciones Unidas se evidencia el hecho de que las economías subdesa-
rrolladas del mundo ostentan una capacidad para la acumulación del capital
que no se excede casi nunca del 15 por ciento de sus productos brutos. Aun
agregando a los recursos de esas economías el dinero que sustraen los in
versionistas extranjeros por la vía de los dividendos y de las amortizacio
nes, la acumulación no sobrepasa del 20 por ciento en los casos más conoci
dos. El producto venezolano era de 350 millones cuando las tropas federa
les victoriosas avistaron los «techos rojos» de Caracas. Una deuda pública,
fundamentalmente externa, de 323 millones de bolívares exigía segura
mente un servicio anual de 32 millones, calculado con benevolencia. El ex
cedente de nuestra economía, en tales condiciones, no rebasó quizás los 50
millones de bolívares. En esas cifras se expresa el fenómeno de la frustra
ción capitalista del país. Venezuela quedaba obligada, por la incidencia de
su deuda pública, a consagrarle a los acreedores el grueso de su excedente
líquido. En manos de los venezolanos apenas quedaba el dinero necesario
para asegurar la reproducción simple del capital. O sea, para reponer el ca
pital desgastado en el proceso productivo. Dicho en los términos de la mo
derna teoría económica, el ahorro no podía transformarse en inversión neta.
Atendíamos las exigencias de la inversión bruta, es decir, de aquella parte
del instrumental productivo que se deterioraba y por ello era imperativo
restaurar.
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mundo. Sus relaciones con el exterior estaban gobernadas por las leyes del
■npitalismo. Dentro de esas leyes, la posibilidad de desarrollo de un país pe
queño estribaba en su aptitud para retener y aprovechar el excedente líquido
sobre el cual gravitaba su comercio exterior. El capitalismo es un sistema
i |uc se desarrolla cíclicamente. Entre ascensos y descensos, entre expansión
v contracción ha fluctuado su historia. Para los países de la periferia impe-
i nilista, entre los cuales ya se catalogaba Venezuela a fines del siglo XIX, el
problema del desarrollo cíclico tiene una cadencia conocida. En la fase de
>•xpansión, aumentan sus exportaciones. El volumen de la demanda intema-
i tonal de sus productos se expande y suben, simultáneamente, sus precios.
I I poder adquisitivo de las masas que trabajan en el sector de exportación se
robustece firmemente. Como el sector de exportación ocupa un lugar deci
sivo en la economía -la mitad del producto bruto suele engendrarse en él- el
a Iza de los precios y de las cantidades exportadas tonifica a todo el país. En
ese momento obran los dos principios fundamentales de la dinámica del ca-
pilalismo: el multiplicador y la aceleración. Si en un país pequeño de fines
del siglo pasado existía una clase burguesa con capacidad para el desarro
llo, se forzaría el funcionamiento del multiplicador, es decir, se elevarían
las inversiones reproductivas para alcanzar incrementos ulteriores del in
greso nacional. Si la clase burguesa carecía de sensibilidad para el desarro
llo permitirían sus hombres que el acelerador, es decir, el ensanchamiento
del consumo, actuara como único estimulante del ingreso. Los Estados
I luidos manejaron hábilmente lo que hoy llamamos el multiplicador. El
nIza de sus productos agrícolas en el mercado internacional dio pábulo, en-
Irc 1865 y 1900, a una inversión sostenida, constante, que obró sobre su in
greso para elevarlo sin pausa. La Argentina se desarrolló, apoyándose tam
bién en el alza de sus exportaciones, mediante la expansión del consumo
t|iie operaba en su economía las consecuencias del principio de aceleración.
I n ambos casos, la economía avanzaba. Cuando afloraba la recesión, exis
tía un instrumental productivo o un nivel de vida, según las dos peculiares
situaciones de esos países, que preparaban a una y otra colectividad para
usufructuar el retomo de la fase favorable del ciclo.
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I Jnu democracia sin demócratas... así tenía que ser el imperio caudillesco
de <¡uzmím Blanco. I ,as leyes objetivas del desarrollo son siempre superio-
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revoluciones que con ellas estuvieron más por oportunidad para su can-era
que en servicio de ideal heroico. El bonapartismo es, en América Latina, el
sistema político para un capitalismo que no aflora y para un progreso que no
se logra. Viene siempre detrás de las revoluciones frustradas. Las que pro
metieron un desarrollo que social y políticamente eran incapaces de conse
guir. Y lo ejecutan hombres que tienen alma de desertores y vocación de es
clavos.
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CAPÍTULO III
LA MANCHA DEL CAFETO
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sol y a la luna y escalar las gargantas de las cordilleras para llegarse hasta
Tunja constituían sus únicas formas de comunicación con el mundo exte
rior. No brotaban en sus riscos el cacao aromático, el tabaco adormecedor ni
esa pera verdosa que, con el nombre de aguacate, tentó los paladares de los
europeos del Renacimiento. Unas montañas de oscura esmeralda, un ciclo
transparente donde navegaban apacibles las nubes en el atardecer y un cli
ma tentador para la sensibilidad mediterránea de los españoles fue lo que
atrajo allá a los conquistadores. En esas condiciones, los Andes no servían
para asentar las formas de colonización que estaban moviendo cascadas de
aventureros españoles hacia América. No había en los Andes el oro y la pla
ta que España necesitaba para asegurar su acumulación primitiva. En sus
tierras era imposible sembrar las plantas susceptibles de proporcionar apeti
tosos platos a la mesa, ya opulenta, de los banqueros que financiaban a los
reyes. El sistema colonial era allí imposible por razones físicas. La mina,
matriz de la mita en los grandes virreinatos, se desvaneció cuando el ojo de
águila del conquistador tiró al suelo, desilusionado, los granos de arena que
recogieron sus manos. Y la plantación colonial de caña de azúcar, tabaco o
cacao resultaba incompatible con el clima y el relieve del territorio. Los An
des no podían ser ni una versión más modesta de Potosí, mineros y esclavi
zados, ni un trasplante de los sistemas de explotación de la tierra que espa
ñoles primero y franceses e ingleses más tarde entronizarían en las riberas
del Caribe. El español se vio obligado, frente a tal medio geográfico, a crear
una economía parecida a la que dejó en su nativa península. Cuando los
conquistadores se cansaron de husmear valles y domeñar picachos, pensa
ron en su trigo, en su cebada, en sus arvejas de la lejana España. Agriculto
res a la fuerza, los españoles que llegaron a los Andes trasladaron a la nueva
región la economía de Extremadura o de Castilla. La tierra no era extensa ni
los españoles que se aventuraban hacia valles tan internados fueron nunca
muchos. Esos dos factores -la parquedad de la tierra y la escasez de mano de
obra peninsular- determinaron la creación de un sistema de pequeña y me
diana propiedad, bien diferente de los vastos repartimientos que señorea
rían a Venezuela. Los indios de los Andes no eran guerreros. La agricultura
había amansado, desde hacía mucho tiempo, sus instintos de lucha. Pacífi
cos y dominados por un sistema que los encauzaba férreamente, resultaba
lógica su convivencia con el europeo. Sin resistir, casi como quien se doble
ga ante un acto inevitable, el aborigen andino se convirtió en bestia de carga
de los nuevos amos. Frente a una población que jamás disputó la tierra, fle
cha en mano, hasta regarla de sangre antes de sucumbir, los españoles no se
vieron forzados a extremar la ferocidad. El sistema económico y social im
plantado por España en los Andes venezolanos no tuvo bautismo de sangre
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aquellos tiempos, las jom adas bélicas actuaron como agentes de integra-
i lún nacional. Los llaneros de Barinas empezaron a conocer el paisaje andi
no y a dialogar con las gentes que allí vivían cuando la Independencia los
i onvirtió en soldados. Durante tres siglos, andinos y llaneros habían sido
vi vinos despreocupados. Más allá de los riscos, entrevistos desde la cálida
11.ii inas en los atardeceres, comenzaba para el llanero un mundo incógnito.
I I andino que miraba, desde la joroba de sus montañas, el lienzo de la llanu-
i ii tendida a la distancia, sentía el vértigo de lo desconocido. El comercio de
Harinas, esencialmente colonial, se orientaba hacia las metrópolis euro
peas, donde el naciente capitalismo compraba su tabaco, sus cueros y su
oilil. De Europa llegaban, a esa especie de Babilonia colonial que fue Bari-
mis, el trigo, las telas y el aceite de España. Para adquirir el trigo, los barine-
H6N debían acudir a las flotas que periódicamente despachaba España hacia
Indias. A doscientos kilómetros desplegaba M ucuchíes el tono amarillo
de sus trigales. Pero, económicamente parecía estar más próxim a Sevilla.
IIsins paradojas han deformado desde la colonia la evolución económica
de Venezuela. El capitalismo internacional, del cual hemos sido prisione-
itiN desde la llegada de los conquistadores, nos desintegró como nación
i' na integrarnos en su vasta red de intereses ecuménicos. No podía fun-
' tonar el capitalismo mundial, aun en su etapa más incipiente, si los bari-
M'Nrs adquirían su harina en Mérida. Un tráfico de esa índole habría impe-
'ln lo la apropiación del excedente creado en Barinas por los barones del
ercio europeo.
Pero los Andes tenían que afrontar, para constituirse en núcleo de un em
brionario capitalismo, otro problema: el de la acumulación del dinero. La
historia se encargó de resolverlo espontáneamente. La clase poseyente an
dina era desde la Colonia, frugal y austera. La agricultura del trigo y de la
papa no engendró excedentes apreciables que pudieran trocarse, mediante
el tráfico internacional, por los variados productos de la industria europea.
La limitación del excedente suscitó fenómenos que más tarde obrarían
como acicate del desarrollo capitalista. Intentamos examinarlos con escru
pulosa objetividad. El productor andino, español, americanizado, no tuvo
grandes mercados en la Colonia. España había prohibido o estorbado el
abastecimiento con trigo merideño de las regiones costaneras de Venezuela
y de la Nueva Granada. Se cumplió con ello el proceso de desintegración
nacional en obsequio de la integración internacional que agenció, desde el
Renacimiento, el capitalismo mercantil europeo. No disfrutó el español de
los Andes de una mano de obra expansiva allegada hasta él por la esclavi
tud. Las tierras eran reducidas. Forzosamente tuvo que practicar, por impe
rativo de esas circunstancias, una agricultura intensiva. Consiguieron los
Andes, en virtud de este proceso, un nivel de rendimiento por hectárea sem
brada que era muy superior al prevaleciente en el resto del país aun antes de
la Independencia. El labriego de los Andes sacó así, a su capital, una alta
tasa de beneficio. La productividad de su mano de obra era incomparable
mente mayor a la vigente en las regiones cálidas de Venezuela. El suelo li
mitado y la escasa fuerza de trabajo rindieron fecundas utilidades. En con
diciones normales, la clase poseyente andina hubiera gastado su excedente
en la adquisición de suntuosos artículos de lujo. Pero el comercio interna
cional no se lo permitió. Era imposible importar de una España con la cual
casi no se sostenían relaciones los productos de la manufactura europea. Si
los Andes hubiesen sembrado cacao o secado cueros, seguramente sus te
rratenientes habrían enaltecido sus vidas con el brillo del despilfarro. Así
procedieron los «grandes cacaos» de Caracas porque ellos sí tenían acceso
periódico al mercado internacional. La distribución de la propiedad, más in
justa en el Centro y en los Llanos, concentraba el excedente en las pocas
manos de los favoritos de la Colonia. La propensión caraqueña al lujo es
una resultante de las iniquidades sobre las cuales se monto el coloniaje. El
auge de precios internacionales aparejaba para la provincia de Caracas un
aumento de los lujos en que disipaban el ocio los mantuanos. Las clases do
minadas, siendo esclavas o muy pobres, no participaban en los beneficios
que ocasionaba el alza de la demanda internacional.
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rebaños, seguidos por sus mujeres y sus hijos, los «godos» barineses se pre
cipitan en la fuga. Mérida y San Cristóbal los acogen. Tienen dinero y se
presentan en un momento urgido de capitales líquidos. Para financiar el en
sanchamiento de la producción, la clase dominante andina está tropezando
con la dificultad de la carencia de dinero. No hay fondos para alimentar y
pagar a los jornaleros mientras se recogen las cosechas. No hay fondos tam
poco para adquirir en Maracaibo algunas mercancías que sustenten el con
sumo de una creciente población agraria y urbana. El dinero de los barine
ses obra como un préstamo a corto plazo que restablece la liquidez de la
economía andina. Pero los barineses vienen a invertir. Se establece la com
petencia entre ellos y los empresarios andinos. Es la competencia por la tie
rra y por la mano de obra. Surge la lucha por los factores de la producción,
que ha sido siempre evidencia y condición del desarrollo capitalista. Sobre
vienen la especulación mercantil, el tráfico con los terrenos, el encareci
miento de la tierra, el alza de salarios y, en general, los fenómenos de expan
sión de la demanda efectiva que son inherentes al desarrollo. Pero la conti
nua afluencia de inmigrantes y de capitales guardarán el equilibrio. Defini
tivamente, los Andes se convierten, a raíz de la Guerra Federal, en comarca
de inmigración y en foco de atracción de capitales. Su propio dinero y el
que allegan barineses y colombianos, aportan la segunda gran condición del
desarrollo capitalista.
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i ion por el Lago, en barcos de vela, era tan primitiva como los caminos de
ln i radura donde las muías dejaron la huella de una heroica laboriosidad. La
I agua tardaba casi tanto, entre Bobures y Maracaibo como las acémilas
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años que siguen a 1860, el grano se baraja entre los cinco o seis productos
más importantes en el tráfico mundial. Junto al azúcar, mercancía tradicio
nal, el cacao, las carnes y el algodón, el café descuella señaladamente.
América Latina es el continente que debe satisfacer las exigencias de ese
comercio. Africa no había sido conquistada por el imperialismo europeo y
en Asia las tradiciones y la impermeabilidad de sus estructuras sociales
conspiraban contra el traslado hacia el café de recursos que se dedicaban,
desde tiempos inmemoriales, a otros cultivos. Al capitalismo universal ape
nas le quedaba, entre los continentes accesibles la América Latina que tenía
tierras, población y capacidad empresarial para consagrarlas al café. El
afloramiento en Europa y Estados Unidos de una demanda ávida del grano
coincide con una crisis en la América tropical que impone la búsqueda de
un nuevo cultivo exportable.
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des. En tales condiciones cualquier país con tierras aptas y sensibilidad lia
cia los movimientos económicos internacionales podía participar en el t ni
fico del café sin grandes problemas. El alza de los precios soportaba el m
greso al mercado de nuevas naciones productoras. La competencia se di luí»
en una convivencia pacífica. Fue justamente en ese período -que culminn
con la llegada del siglo XX- cuando el Brasil asentó su imperio cafetero. A
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CAPITULO IV
EL CRECIMIENTO CAFETERO
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I )entro del panorama que hemos delineado, el café y sus regiones de in-
11uciicia se movían a mayor velocidad que el resto del país. Es difícil sustan-
■mi la afirmación a la luz de los datos estadísticos, tenues y esporádicos en
I r; tinieblas del pasado venezolano. La cerrazón de nuestro proceso econó
mico apenas se agrieta cuando un intersticio de luz esclarece incidental-
mmte la escena. Pero las dificultades no pueden abatir al investigador pa
líente y audaz. El edificio del pasado ya ha sido reconstruido por la imagi
nación de quienes elevaron sus paredes sobre el cimiento de las escasas in
humaciones disponibles. No es imposible, si se emplea la audacia docu
mentada, comparar el curso del ingreso nacional y de la producción de café
pura determinar su ritmo a través de ese período que, entre 1860 y 1920, ve
culminar la economía agraria en Venezuela. En 1863, el producto nacional
l>i uto alcanzó, como lo hemos demostrado, a 350 millones de bolívares. Ne-
I I ¡liaríamos vislumbrar, recorriendo el pasado, la cuantía a que llegó en
I '»20, tiempo de agonía para la economía agraria del país. El doctor Fran-
i iseo Mieres, en sus sondeos de investigador juicioso, ha estimado en 1.000
millones de bolívares el producto bruto hacia 1920. Entre las dos fechas ex-
ii cmas del período, el producto se incrementó en 185 por ciento, la tasa me-
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dia acumulativa anual habría sido de 3,24 por ciento. En los mismos años, la
producción de café recorre un ciclo más violento. Entre 1860 y 1920, el vo
lumen de la producción de café se eleva en un 246 por ciento, a lo cual co
rresponde una tasa media anual del 4,10 por ciento. La economía cafetera
exhibió una mayor velocidad para desarrollarse que todas las demás ramas
de la actividad nacional. Mientras la tasa de incremento del producto bruto
es sobradamente modesta, la del café llega casi a los bordes de lo que en
nuestros tiempos, y barajando el atildamiento propio del lenguaje económi
co con las licencias literarias, se llama el frenesí del crecimiento. La carrera
del café -superando al producto nacional- explica que el país no haya con
frontado problemas de cambio extranjero en aquella época. Los patrones
monetarios, oro y plata, que durante cierto tiempo imperaron en Venezuela,
pudieron vivir dentro de una cómoda estabilidad de cambios. El tipo de
cambio del bolívar, en función de la plata o del oro, no experimentó oscila
ciones violentas. Si descartamos las maniobras que las casas alemanas ha
cían para aumentar a costa de nuestros productores la tasa de beneficio, el
bolívar fue una moneda estable. Su firmeza la garantizaba el café. La capa
cidad para importar guardó proporciones con el ritmo de incremento del
producto. Las necesidades de la economía, expresadas en productos extran
jeros, podían financiarse a través de los recursos que nos suministraba el
café. Si el país no hubiese desarrollado una industria cafetera, el último ter
cio del siglo XIX habría presenciado en Venezuela gravísimas perturbacio
nes monetarias. Un proceso inflacionario, posiblemente lento, se hubiera
afirmado en nuestra economía. El café sirvió de amortiguador. La escasa ri
queza, el exiguo nivel de vida, el estancamiento que rodeó a la nación, no
admitían la estabilidad monetaria sin el concurso de un factor que, surgien
do de las plantaciones de café, sostuviese la débil demanda de productos
importados que esa economía de mendrugos era capaz de suscitar. Aun en
condiciones de pobreza generalizada un país puede rodar hacia la inflación
cuando los impulsos del crecimiento en el área del comercio resultan com
pletamente negativos.
d> allí raí los bienes y servicios que entonces estaba difundiendo la técnica
.......I inundo van a depender casi exclusivamente de ese fruto. Todo el nivel
d> la actividad comercial y financiera de la muy incipiente Venezuela estará
-63-
Proceso del Capitalismo Venezolano
/ulano. Pero existen contrastes entre la zona cafetera y el resto del país. En
Imn comarcas sembradoras de café las oscilaciones son leves. En ellas per-
..... uro, una parte del valor de las cosechas, aquella que no se afecta por los
\ «Ivones de los precios internacionales. Como la producción física, es de
cir i n términos de sacos o de kilogramos, tiene una constante tendencia ex-
(nur.iva, las actividades agrícolas y mercantiles de esa zona se desenvuel-
\ «11 con mayor regularidad. En las demás regiones de Venezuela -y espe-
rliiluiente en Caracas- se vive del excedente económico que se le arrebata al
"iM por la vía de los impuestos y otras cargas fiscales. Cuando los precios
himi ulitis, el excedente crece y el flujo de dinero a los centros urbanos de la
Vi m / uela extraña al café se intensifica hasta alcanzar volumen de torrente.
M ) más dinero en manos de los bancos, afluye el oro al país, se tonifican
l't importaciones y el crédito se desentumece. Caracas se apodera así del
pin i ilcnte generado por la zona cafetera. Será un auge licencioso, si es lícita
ln pnlnbra. Porque esa pequeña fiebre económica suscitada por el café no re-
lllllniá en ninguna empresa reproductiva. Un endeudamiento del fisco, el
Iii|i • Ii.ii asitario de las clases dominantes y alguna obra de ornato para pasa-
!l> Mi ile cronistas, constituyen todo el balance de la prosperidad de pre-
1111
|||i Iuego, con el advenimiento de una caída en los precios del café, vol-
Vi ni el i ¡gor de la abstinencia económica. Y surgirá a la superficie lo que
liii i lo largo del siglo pasado y aún en nuestra época, una de las losas más
Hjml Hiuilcs que sobrellevará Venezuela. Como los auges del café eran cor
til " iill.litándose rápidamente en la depresión, los gobiernos buscaban apro-
»hIi.ii los para aligerar el tremendo peso de la deuda pública. Esa táctica ra-
h|i . h >la, como ya lo vimos, un arancel prohibitivo. El alza de precios, que
11
PIH qiii i país debía soportar un nivel de precios siempre abrumador. En los
I
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Proceso del Capitalismo Venezolano
mercio donde las utilidades que arrojaban los precios abrumadores eran
más copiosas y fáciles de obtener. La estructura atrasadísima de nuestra
producción, la absurda política fiscal y las características del desarrollo ca
fetero, se conjugaron para entronizar, ya hace sesenta años, un descomunal
aparato comercial. El café que infundió ímpetus capitalistas a los Andes, si
tuando allá una rama económica expansiva, sólo sirvió de estímulo en Cara
cas y otros centros a un exagerado auge comercial.
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Domingo Alberto Rangel
disolventes del localismo federal, contra la barbarie que traen los Nicolás
l’ntiño, contra el desgaste gigantesco de cuarenta años, de guerra continua,
contra la explotación inmisericorde de las masas por viejós y nuevos amos
(es lo único que cambia en Venezuela), el café levantará un orden basado en
t'l trabajo, en el progreso y en una relativa justicia. Mientras el resto de Ve
nezuela se engolfa en la vorágine del fuego inútil -en guerras de caudillos
p e í sonalistas- la zona cafetera sabe conservar su paz. Y mientras el latifun
dio campea en otras regiones del país, acentuando la explotación al m áxi
mo, porque así lo impone el estancamiento de la economía, en los Andes
Inedomina el salariado rural. En el café tuvo Venezuela el tronco retorcido
d e l cual se engarzó su cuerpo para evitar caída hasta el fondo del abismo.
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Domingo Alberto Rangel
l it io cafetero, el país tendrá que producir café para pagarle a esa clase so-
Vlul su bien rentado parasitismo. La burguesía no será aliado de losproduc-
tuii . tic café -que hacían un táctico experimento capitalista en el campo-
■unto pudiera suponerse, sino su más conspicua y mañosa enemiga. En las
pn .itildas demagógicas de Cipriano Castro -el Castro mosqueteril del Con-
11
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Proceso del Capitalismo Venezolano
sillos de los acreedores del exterior. El país trabajó durante los sesenta años
del ciclo más expansivo del café para honrar puntualmente los vencimien-
los de la deuda. Y a pesar de ese sacrificio nos vimos amagados y humilla
dos por el tizón encendido de los cañonazos cuando las flotas extranjeras
vinieron a hacer papel de cobradoras de fuego. No podía un capitalismo -el
cafetero- transformar a un país cuyas ganancias se volatilizaban en el calor
ilc la amortización de una deuda imperiosa. La fuga del excedente económi
co, que será el problema cardinal de la Venezuela petrolera, ya amanece en
el período cafetero y coadyuva a impedir que el país estrene una estructura
i apitalista. El financista Guzmán -mago de la deuda- y el Mesías llanero,
general Joaquín Crespo, otro artífice de la deuda, subirán a Venezuela a ese
cadalso invisible donde se desgonzan sus energías por los mil poros del alfi
lerazo extranjero.
Entre los enemigos más beligerantes del café -que lo frustran como agen-
le de una transformación capitalista en el país- hay que catalogar a las casas
alemanas, inglesas y francesas, cuya potencia llegó a monopolizar el co
mercio de exportación e importación. Esas casas clavan en el país el primer
hilo monopolista. Suerte de pulpos económicos tienen tentáculos bancarios
y comerciales. Adelantan dinero, a intereses del 20 por ciento anual, pigno-
i cosechas, acaparan la producción criolla exportable y venden en el país
.111
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Proceso del Capitalismo Venezolano
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Domingo Alberto Rangel
CAPÍTULO V
LA ECONOMIA DEL CAFE SE DISUELVE
A linos del siglo XIX la geografía económica del planeta sufre especta-
t ulíires transformaciones. Los capitales inversionistas de Europay de Esta-
d o s t luidos se derramarán por el mundo. El esfuerzo se centra -no lo olvide-
11i o s e n l a producción agrícola. Europa necesita alimentos para su creciente
población urbana y sus tierras no pueden proporcionarlos. El dinero acumu
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Proceso del Capitalismo Venezolano
lado por el capitalismo resuelve el problema. Todos los confines del mundo
reciben fondos, mediante préstamos o inversiones. El modo capitalista
emerge en la producción de granos y otros artículos alimenticios. Continen
tes enteros que tuvieron un bajísimo índice de comercio exterior despiertan
súbitamente. Entre esos continentes están, preferentemente, los que se ubi
can en la banda calurosa de los trópicos. La plantación de café y de cacao, la
de caucho y de quina, cobra un ímpetu que no conocieron los decenios ante
riores. Uno tras otro, los países tropicales, sean colonias o repúblicas, des
basten sus selvas para sembrar los productos que demanda Europa y para
los cuales existe dinero y mano de obra disponible. La producción mundial
de esos frutos sube sin interrupciones. Aun cuando los precios oscilen, son
tan fértiles las tierras y tan barata la producción, que no vale la pena inte
rrumpir el esfuerzo. De Europa y de Estados Unidos llegan créditos, empre
sas o inmigrantes que asumen la labor. Ya en los primeros años del siglo XX
la producción mundial de café se ha doblado. Y quedan muchas reservas
por entrar a la batalla. Sáo Paulo, el gigante brasileño, tiene ejércitos de jó
venes cafetos que pronto llegarán a la edad útil. Sus tierras rojas adquieren
una alfombra verdosa adormecida bajo el sol. Y en América Latina y el
Asia, el hacha trabaja derrumbando árboles para poner cafetales. Hay de
manda en Europa y Norteamérica, hay dinero accesible, hay facilidades de
todo orden. El apetito de café vestirá de plantaciones el costado de muchos
países.
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Proceso del Capitalismo Venezolano
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I a baja de los precios, crónico suceso del café, se anuncia en los prime-
iiri míos del siglo XX. Entre 1860 y 1895, el nivel de los precios cafeteros
un iló alrededor de los 70 bolívares por saco. Hubo un repunte vigoroso ha-
• m IK75, cuando el saco se cotizó en 98 bolívares. La década de los ochen-
i i licuará ese ímpetu abatiendo los precios hasta situarlos en 55 bolívares.
IVio cu la década de los noventa rayarán otra vez las cotizaciones en las al-
i ni a . de los cien bolívares. Es la curva zigzagueante, modo característico de
nccci del capitalismo. La demanda, interrumpida durante la recesión,
l ni mío se reanima por el juego de las tendencias expansivas. En 1900 se en-
in il luí á la economía en la depresión permanente. Veamos los acontecimien-
tn . Ya en 1902, los precios caen a u n nivel que no contempló nunca el siglo
XIX 'K bolívares por saco. La valorización brasileña reanima un poco el
i.......ama llevando las cotizaciones a 50 bolívares el saco. Pero allí se man-
...... hasta que concluya la Primera Guerra Mundial. Un estancamiento
ipa/ de perseverar por espacio de veinte años liquida a cualquier ram a de
ln pi i iducción. La modestia de los precios, tan persistente, desalienta la cafi-
11 iliuia venezolana. El efecto de las valorizaciones brasileñas es, en gene-
ml, de estímulo a otros productores. Pero no es ese el caso de Venezuela.
I 'i di ais inicios, la caficultura venezolana trabaja con unos costos relati-
iiiiH-nlc altos. Ya volveremos sobre ese fenómeno para estudiarlo con m a
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Proceso del Capitalismo Venezolano
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Proceso del Capitalismo Venezolano
dad. Con armas y bagajes aprontados para el azar de una contienda, los <a
feteros levantaron sus pendones contra el comercio europeo, lira indispon
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I’ero esa victoria no colmará las ansias ni cerrará las heridas de los cafe-
ii ios, Como en toda lucha social prolongada, el manejo del poder llegará a
•i i en la Venezuela del crepúsculo cafetero -hacia 1920- un objetivo insos
layable. Voy a hacer algunas afirmaciones polémicas. En ninguna zona ve-
iii /olana lúe más impopular la dictadura de Juan Vicente Gómez que en
ai mellas donde se producía el café. Los historiadores cegatos y los políticos
ni doctrina social han sido incapaces de recoger este hecho que pertenece
ni proceso de nuestra lucha de clases. Juan Vicente Gómez no fue en el Po
la tampoco lo había sido Castro- el representante de la burguesía cafetera
indina, No entra en este estudio la disquisición acerca de la aventura de “los
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Proceso del Capitalismo Venezolano
sesenta” y del balance de su larga actuación en la vida política del país. Pero
debo decir ciertas cosas esenciales. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez
trajeron al gobierno a gentes que no tenían vinculación profunda con los in
tereses productores de Los Andes. La gran mayoría de los caudillos afilia
dos a la Revolución Restauradora eran bachilleres ociosos, aventureros sin
destino y caciques en disponibilidad. Ninguno de ellos fue líder en las acti
vidades productivas del Táchira o tuvo, salvo Gómez, compromisos con la
tierra y sus problemas. Sentían, desde luego, el descontento que bullía en la
región. Y lo hicieron útil, transformándole en empuje, para su causa mili
tante. Pero con ellos no llegó al Poder una clase nueva, la burguesía rural, a
implantar un orden distinto. Estas afirmaciones recogen la teoría de la lucha
de clases. No la contrarían ni la niegan. En ciertos períodos históricos de
descomposición nacional es factible el caso de los aventureros que logran el
Poder sin encamar, exactamente, a una clase nueva. Mírese la historia de la
Italia del Renacimiento, desgarrada también por conflictos insuperables y
por rivalidades regionales, y se comprenderá la validez de esta tesis. Los
“sesenta” fueron la versión venezolana de los “condottieri” que, en momen
tos de parálisis nacional producida por la dispersión de las fuerzas, alcanza
ban el Poder con celeridad de relámpago. Los Andes vieron el paso de Ci
priano Castro con la expectativa a que ya estaba acostumbrado el país por
las frecuentes guerras. Castro y Gómez jamás sintieron la necesidad de des
plegar desde el poder la política de clase que les habría impuesto su depen
dencia de la burguesía cafetalera. Si uno y otro hubiesen actuado como enn
sarios en el poder de los productores cafetaleros, sus medidas habrían relie
jado el interés de esa clase. Apoyo a la colonización, proteccionismo inte 1 1
Estos sostuvieron contra Gómez una lucha hoy olvidada, pero que debe
mos recoger en homenaje a Venezuela. Dos episodios arrojan luz sobre esa
lucha. Fueron las jom adas guerrilleras y las guerras locales que tendrán por
escenario a los Estados Monagas y Táchira entre 1914 y 1920. En el Orien
te, sobre el espinazo de sus cordilleras, levantarán su penacho Horacio Dú
chame y Sixto Gil. Las laderas, los cañadotes y los pliegues de la cordillera
során su baluarte en una lucha porfiada. Varios años necesitará el m oderni
zado ejército del general Gómez para dar cuenta de los osados guerrilleros
orientales. Frente a su flexibilidad, coraje y pericia nada podrán los regi
mientos entrenados por los alemanes en la Escuela Militar de Caracas. Du-
oliarne y Gil se sostienen en su bastión montañoso. Una lucha de ese tipo,
prolongada por años, no puede concebirse si sus caudillos no cuentan con
.idccuada base social. La montaña cuajada de ojos para espiar al enemigo,
ile oídos para escucharlo, de refugios para esconder al fugitivo y de trampas
Imi a perder a los intrusos, aparece cuando la población otorga su fidelidad a
mi movimiento revolucionario. La región donde operó Dúchame es la que
en ( )riente produce café. La mancha verdosa que se extiende por el costado
de la Cordillera Oriental fue su coraza. Allí, bajo la rumorosa penumbra de
los cafetales, organizó y templó a sus gentes para el combate. Ese apoyo po
pular a su causa demostró a Dúchame el descontento que existía en los m e
tilos cafeteros contra la política oficial. El estancado capitalismo cafetero
que ya no tenía espléndidas utilidades ni podía pagar salarios crecientes
miró en el guerrillero la esperanza de un cambio. Fue como el último ester-
lor de una riqueza en mengua. El capitalismo cafetero echaba su postrera
Ilor, esta vez roja de sangre irredenta. Era la lucha de clases de una burgue-
'.i.i rural, proscrita del poder porque jamás llegó a conquistarlo, ni en sus
épocas de mayor auge, frente a los acontecimientos que la amenazaban de
muerte. Por una paradoja muy venezolana, el capitalismo cafetero sepropo-
iie la conquista directa del Poder cuando ya en el reloj de la historia estaba
maleada la hora de su defunción.
debatiéndose. En esa indecisión del que quiere luchar sin tener recursos
para ello. El hijodalgo español, siempre resentido y siempre esperanzado,
capaz de farfullar interjecciones, es el símbolo más conocido de una clasc
frustrada. Así vivieron nuestros cafeteros en el crepúsculo de su trayectoria
durante aquellos años de la impenetrable paz del gomecismo. Odiaban al
sistema dominante en el país, pero se sentían incapaces de derrocarlo. Y la
rebeldía se les irá en pequeñas acciones locales o en un mesianismo irreden-
to. Serán judíos en acecho del Mesías que jam ás llega. No tienen aliados en
el país. La burguesía comercial criolla, la que no estaba comprometida con
el imperialismo europeo, deserta del frente. Y la misma conducta asumen
otros estratos sociales. La burguesía cafetera se enfrasca entonces en las re
conditeces de sus fincas a mirar con impotencia la suerte del país. El ideólo
go de una clase aislada y acorralada es siempre un ser doliente. Los cafete
ros de Venezuela encontraron en Alberto Adriani ni su gran ideólogo. Era el
venezolano más capaz de su tiempo. Quizás el venezolano con mejor v o c í i
ción de estadista que haya aparecido en la primera mitad del siglo XX. Co
nocía todos los secretos de la Teoría Económica. Ducho en el arte de estu
diar y de pensar había penetrado todos los vericuetos de una ciencia cada
vez más complicada. En su mente se almacenaba -la expresión es justísima
la experiencia contemporánea, vivida por él con pasión de catecúmeno. Su;;
ojos transitaron por Europa como grandes faros de una inagotable ansia de
aprender. Debía tener el optimismo que la ciencia burguesa imparte a sus
estudiosos. Sin embargo, las páginas de Adriani en este siglo, como las do
Fermín Toro en el siglo XIX, encierran la nostalgia de los incomprendidos y
la amargura de los solitarios. Desde su finca en el Estado Mérida, Adriani
sintió el ácido de la impotencia corroer todas sus fibras. Y la pluma se lo
descargó en trágicas endechas. En su conciencia, entre cifras y reflexione:,
de científico, se refugia todo el drama de la burguesía cafetera vencida poi
el feudalismo encamado en Juan Vicente Gómez y por el imperialismo aso
mando en el casco de los conquistadores de Cabimas. Las páginas en que
Adriani critica al gomecismo y denuncia el peligro del petróleo son el li u
to, ya viejo, de una clase que en él entrega a Venezuela un gran intelectual
que no pudo ser estadista porque lo impidieron las asechanzas de nuestro
destino.
Cuando se cierra el ciclo agrario, el país estará casi en las mismas o>mli
ciones de 1830. Han transcurrido casi cien años de historia venezolaiu .
en ese lapso apenas ha aparecido, con vigor, una nueva riqueza, el cale li
.1
tado, habría visto el mismo país de principios del siglo XIX. Si se exceptúa
ba a los Andes, transformados por el café, el resto de Venezuela era la me.
-90-
Domingo Alberto Rangel
-<)l
Domingo Alberto Rangel
CAPITULO VI
LA BORRASCA PETROLERA
Y una m añana, entre los cocales del Lago de M aracaibo, florecieron los
laladros. L a Venezuela agraria, entonces en postrim erías de desarrollo, no
• *ii nprendió la significación que tenía aquella invasión de hom bres sudoro-
m>n desplegando agresividad donde antes había im perado la faena de los
pescadores y cam pesinos. Para Venezuela, la llegada de los invasores ingle-
ncs de la Shell, en 1917, fue u n acontecim iento inesperado. N adie sospecha-
Im, cutre los dos m illones sobrados de habitantes que entonces tenía el país,
lie. consecuencias de ese despliegue de m áquinas en las riberas de un lago
limado de tradición y lirismo. M uchos años deberían transcurrir para que
Venezuela m idiera el alcance del fenóm eno y conociera las derivaciones
Imi II ¡cas y económ icas que habría de sufrir. El petróleo iba a clausurar, vio-
li lilamente, el siglo X IX aún estancado en un país podrido de dictaduras y
h i mentado en los odres de un feudalism o que no se resignaba a morir. Se-
riii ámente, la reacción de los venezolanos de esa época debió ser de estu
por l In poco a la m anera de los africanos asom brados frente al despliegue
ile los europeos que los conquistaron, nuestros com patriotas de 1917 debie-
11111 m irar el desfile de aparatos y de hom bres traídos por el petróleo con una
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Domingo Alberto Rangel
i uando despuntan bajo los cocales del lago los prim eros cascos de cor-
■.Im> de los capataces petroleros, el capitalism o m undial tiene un problem a
di- excedentes no digeridos. Ese es su problem a cardinal. U n conjunto de
lm lui os había creado en los grandes centros del m undo cierta colosal m asa
do i npitales. D urante m uchos años, casi desde la m itad del siglo X IX , las
(melones industriales m ás avanzadas estuvieron haciendo espléndidos ne-
|itn ios El capitalism o conquistó al m undo, extendiéndose por todas las la-
IIImies geográficas. Es la época de conquistas m ás extensa que recuerde la
liiMm ia del planeta. La «captura» de todos los continentes, que pasan a ser
di prudencias de Londres, París o N ueva York eleva la m asa de las utilida-
ile-t I I fenómeno es perfectam ente com prensible a la luz de la dialéctica
n onóinica. Los países conquistados se ven inducidos a producir m aterias
pi unas y alim entos para las m etrópolis o centros dom inantes. L a produc-
i imi se realiza en óptim as condiciones. Viene de tierras vírgenes general-
llii nii . de alta productividad, o de m inas recién descubiertas. L a conquista
mloseierna» los m ejores recursos naturales, grávidos de abundancia. La
Itmnii do obra que trabaja esas tierras o esas m inas procede de pueblos que
no 01 mocen la econom ía m onetaria y alquilan su fuerza de trabajo p or unos
un ni Iñigos. El aldeano del Africa, recién expulsado de su com unidad tribal
. 11m pacto de la colonización europea o el labriego latinoam ericano, en-
■ i| ido en los intereses com erciales del capitalism o, son los proveedores de
It iilui jo barato para el m olino de Europa y N orteam érica. Los productos que
milon de las tierras ultram arinas se caracterizan, a la luz de esas circunstan-
i lm., por una baratura excepcional. Prácticam ente es a precio nulo com o el
i iipiialismo conquistador adquiere las m aterias prim as exigidas por sus
npi i Mus tic crecim iento industrial. En pleno siglo X IX se gesta u na acum u-
l*ii mu prim itiva. Eclipsando los siglos anteriores a la R evolución Indus-
ii ihI a fines del siglo X IX hubo un saqueo aún m ás portentoso. L aacum ula-
i li'm pi im itiva no es un fenóm eno circunscrito a las etapas iniciales del ca-
piialrano. Existe y se m anifiesta m ientras haya tierras por conquistar. Y
..... . fue en el siglo X IX cuando concluyó realm ente la apropiación del
i.......lo por el capitalism o, lógico resulta que esa época haya traducido la
m i i oopiosa acum ulación prim itiva en beneficio de los banqueros e indus-
iimies do los países avanzados. Tres continentes, A frica, A sia y A m érica
i ai lna, trabajaron servilm ente para Europa y N orteam érica en ese período
i" \ i de m ediados del siglo X IX a la Prim era G uerra M undial.
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Proceso del Capitalismo Venezolano
historia del mundo. Pero m uy m odesto resultará ese m ensaje de plata que
entre las cordilleras de A m érica -vale un Potosí- y Europa tenderá brillantes
puentes para la circulación de las fuerzas económicas. M odesto cuando lo
com param os con el flujo del petróleo venezolano en cuarenta años.
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I Vio los fenóm enos sociales no ocurren im punem ente. Ese trem endo
di pin gue de energías, lanzadas sobre una pequeña colectividad, sem bró
mIh nosotros m uchas de las m anifestaciones del capitalism o m ás avanza-
I" < mu cnta años nos han obligado a salvar, atropelladam ente, una distan-
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CAPITULO VII
EL ANVERSO DE LA MEDALLA
m arina. D e allí que la ley del desarrollo desigual nos venga intacta, tal como
la recibim os de la dinám ica de esos grandes centros del capitalism o interna
cional. Com o las vinculaciones íntim as de Venezuela con el núcleo capita
lista del m undo y a han hecho tradición -llevan m edio siglo influyendo so
bre nosotros- la desigualdad del proceso de desarrollo económ ico del país
tiende a copiar, sustancialm ente, las m odalidades que ese fenóm eno reviste
hoy en las m etrópolis anglosajonas. Podríam os decir que es una desigual
dad de im portación, traída y m antenida por el petróleo en su trayectoria alo
largo del últim o período de la historia nacional. L a persistencia de las desi
gualdades en el intensísim o desarrollo de Venezuela a partir del adveuí
m iento del petróleo nos obliga a describirlas y exam inarlas con toda la mí
nuciosidad y exactitud que nos perm itan los m edios de investigación y la *
teorías existentes en la ciencia.
Con el petróleo culm ina un proceso iniciado hace cuatro siglos, el de lit
integración dentro de la desintegración. Expliquem os esa aparente jerigon
za. Venezuela es integrada, desde el D escubrim iento, a u n sistem a econó
m ico m undial por derecho de conquista. Y en él se m antiene enclavada ha;t
ta nuestros días. Pero a lo largo de las jom adas de nuestro desarrollo nacu i
nal se han producido fenóm enos de desintegración que han hecho posilih
prim ero y luego garantizado la perm anencia de la integración internacional
del país. Econom ías que chocaron con los intereses de la m etrópoli espali» >
la. O de los centros del capitalism o europeo y norteam ericano siglos inri*
tarde fueron liquidados en obsequio de nuestro trabajo com o apéndice. «I*
un sistem a universal. Para que Venezuela vertiera su excedente econóinn n
debieron ser sacrificadas ram as productivas enteras -com o ocurrió con el
tabaco y el cacao- cuyo lugar lo ocuparon otras actividades en las cuales l<
nían m ayor interés los círculos del capitalism o que com praban nuestioN
productos. Esa especie de eutanasia económ ica -supresión de ramas pm
ductivas- será practicada por el petróleo en una escala insospechada. I )e;. I.
el advenim iento del petróleo no será una ram a la que languidece e n mieslui
econom ía sino todo un sector de ella. H asta la llegada de las con \ \>\\\ia ■. pm
troleras, alternan en nuestro desarrollo determ inados productos cp
den y luego decaen com o en oleadas que tiñen con sus caracten
etapa del proceso nacional. Los ciclos de los cueros, el tabaco, el
café son alternativas dentro de una trayectoria en que la agricultu
centro de la vida venezolana. Se eleva uno de esos productos \
caen, pero siem pre las faenas agrícolas engarzan el destino de W m u< I
Con el petróleo será distinta la historia. Sectores enteros de la economía
levantarán em pujados hacia las alturas por el frenesí del crecim iento, ¡ 1 1
Domingo Alberto Rangel
to del ritm o de crecim iento. Pocas naciones pequeñas han logrado salir in
m unes frente a las peripecias del ciclo capitalista internacional de nuestros
tiem pos. Siem pre se dio el caso, com o lo com prueban los estudios de las
N aciones Unidas, de un quebrantam iento de la cadencia del producto bruto
cuando sobrevinieron, en los planos de las relaciones internacionales, las
crisis en que se m anifiesta el m odo de producción capitalista. A corto plazo,
las perturbaciones exteriores han im preso en los países de A m érica Latina
u na atonía pronunciada a la tasa de increm ento del producto bruto. Existe
una correlación, m atem áticam ente precisada por las investigaciones de la
CEPAL entre las dificultades económ icas internacionales y el pulso del
producto bruto en casi todas las naciones de nuestro continente. Venezuela
resistió victoriosam ente, aun a corto plazo, el influjo descoyuntador que
proviene de las recesiones del capitalism o. El debilitam iento del auge de su
producto bruto, en esas contingencias, jam ás duró m ás de un año en todo el
ciclo que va de 1936 a 1960. D etrás de esa circunstancia excepcional se es
conde la explicación acerca de por qué, a largo plazo, Venezuela denota una
tendencia vigorosa al crecim iento en un m undo caracterizado por las oscila
ciones m ás penosas. L a persistencia o la repetición, en otros países periféri
eos, de las consecuencias am argas de las recesiones m om entáneas produjo
a largo plazo un debilitam iento del producto. Venezuela que sum a pocas in
terrupciones en su proceso de desarrollo general, discrepará por eso de un
m undo capitalista donde no es el vértigo lo que descuella.
-112-
Domingo Alberto Rangel
será una base inconm ovible de crecim iento cierto. El tam año de la econo
m ía venezolana no es de ninguna m anera desdeñable ni aun proyectado en
escala internacional. N uestro producto territorial bruto es, en estos m om en
tos, casi equivalente al de H olanda y m uy superior al de N oruega, países de
rango destacado en el concierto de las potencias secundarias del capitalis
mo. En 1937, N oruega nos triplicaba y H olanda nos sextuplicaba. Hoy, Ve
nezuela excede al prim ero de esos países en un 60 por ciento y H olanda nos
supera en m enos del 40 por ciento. El im pacto del petróleo en la productivi
dad global de nuestra econom ía -junto al sostenido ritm o de desarrollo total
durante varias décadas- explican ese cam bio de correlación en el peso rela
tivo de los tres países.
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Domingo Alberto Rangel
país, la A rgentina, que en otros tiem pos adelantó el desarrollo del continen
te. Entre 1940 y 1954, el capital existente en la econom ía argentina apenan
subió de 173 a 217 m il m illones de pesos, estim ados en valores constantes
E l ritm o de acum ulación que reflejan esas cifras es m anifiestam ente inte
rior al de Venezuela. Y recuérdese, para reivindicar la ju steza del cotejo,
que en esos años vivió A rgentina un intenso período de crecim iento mdlis
trial provocado por la política proteccionista e im pulsiva de Perón. El capí
tal acum ulado en Venezuela resulta equivalente a la m itad, m ás o menoi«,
del que dispone la econom ía argentina que triplica nuestra población. I tt
dotación de capital por hom bre ocupado es, por fuerza de esa comparación,
sobradam ente superior a la que ostenta la A rgentina.
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Domingo Alberto Rangel
i ii y funcional en el planeta.
«le estos últim os, com o lo atestiguan las cifras sobre el porcentaje del consu
mo mundial de energía. En 1936 el petróleo no llegaba a la cuarta parte del
11 insumo de energía. H oy día, junto con el gas natural representa m ás de la
milud de ese consumo. Fundam entalm ente, ese ascenso se debe al progreso
i' eiiológico. Las reinversiones de capital, para m odernización de ram as
■lejas de producción, se hacían para sustituir con m áquina quem adora de
l" (ióleo, otras que habían quem ado carbón. Y en las nuevas ram as de las
■i onomías occidentales toda la energía que se necesitaba debía aportarla el
I» «t óleo. El proceso del cam bio hacia el petróleo está bastante avanzado y
• o el futuro, la renovación de m aquinarias no se hará sobre la base de una
Mic.lilución de com bustibles. Las nuevas ram as económ icas que aparezcan
ii . I futuro dentro de la industria o el transporte de los grandes países pro-
ti iMeincntc no dem andarán petróleo. Otros com bustibles y la energía nu-
li ii se lian apoderado y a de la vanguardia en el desarrollo tecnológico. Es
i i •íe|iuro, si se ju zgan bien estas circunstancias, que en el porvenir la de-
-119-
Proceso del Capitalismo Venezolano
m anda industrial de derivados del petróleo tienda a subir con m enos inten
sidad que el ingreso nacional de las naciones consum idoras. Porque en la
industria, la dem anda de los com bustibles es función del volum en de la pro
ducción, pero tam bién de los coeficientes técnicos que establecen una co
rrelación entre la energía consum ida y el producto engendrado. Y esos coe
ficientes, en la m edida en que no sea el petróleo el factor de vanguardia, ten
derán a declinar contra nosotros. Aun suponiendo un desarrollo industrial
acelerado en los países capitalistas, sus necesidades de petróleo para las fá
bricas estarán m añana influidas por fuerzas que no tendrán el signo favora
ble de otros tiem pos.
D istinto es el caso del consum o dom éstico o vial del petróleo Allí o»
probable que los acontecim ientos sean m enos desfavorables. N o hay, en el
plano técnico, posibilidad inm ediata de ubicar allí las fuentes de energía nu
cleares que exigen grandes inversiones y son m enos versátiles para su nli11
zación en pequeños aparatos. Fundam entalm ente, la dem anda de petróleo
para el transporte y la calefacción dom éstica estará determ inada por el 111 ve I
del ingreso personal disponible en las econom ías consum idoras. Como en
sabido, el petróleo tiene alta elasticidad-ingreso. Los avances del bienesltii
personal en cualquier país se traducen en un crecim iento m ucho m ás i|in
proporcional de la dem anda de derivados de petróleo. En el futuro, los pal
ses capitalistas seguirán quem ando petróleo en sus autom óviles y en sus c d
ciñas a una velocidad m ayor que el ascenso de su ingreso nacional. El i emS
m eno es evidente. Y en los países subdesarrollados el cuadro es aún más I»'
nancible. E l proceso de transform ación de esos países -especialm ente ilf
aquellos m ás influidos por los gustos y tradiciones de Europa y Nortea nu'i i
ca- com portará una elevación de los porcentajes de ciudadanos que unan
autom óviles y cocina a gas. El establecim iento de industrias autom ovilhll
cas coadyuvará decisivam ente al auge del fenómeno. Dos continentes suli
desarrollados -A m érica L atina y A frica- no podrán ignorar en su de .......II'
el influjo que en su población han ejercido los patrones de vida <m
N o se contraen im punem ente vínculos tan estrechos con el capital i in
cidental. Si Asia, apenas tocada en su periferia o m uy s u p e r f i c i a l ; , n
el capitalism o invasor del Occidente, seguirá pautas de consum o u n hn
tintas, A frica y A m érica Latina no podrán sustraerse a las m oda Iid;u 1« d. u
civilización que han recibido de ultram ar y ello porque m ientras m Afila 1 1
vida de las com unidades perm aneció intocada por la penetración mipi <
lista, en los otros dos continentes el efecto en los hábitos de la gente si u
tó evidente. C ualquiera que sea el futuro de los países de Africa y Ai......
Latina -capitalism o o socialism o- es indiscutible que ninguno de ellos i
-120
Domingo Alberto Rangel
drá com prim ir el consum o más allá de determ inados lím ites. E n la cons
trucción del socialism o o en la ruta de la liberación nacional, allí radica una
diferencia, no fundam ental pero sí im portante, entre esos dos continentes y
el Asia. L a satisfacción de ciertas necesidades en el orden del transporte y
de la com odidad personal será im periosa para africanos y latinoam ericanos
y su fuerza alcanzará tal intensidad que rom perá los cercos de contención
que le fíjen las autoridades planificadoras. Q uien quiera explicarse estas
realidades futuras se sentirá y com prenderá sus problem as leyendo la obra
del profesor Charles B ettelheim sobre planificación. El efecto dem ostra
ción, com o lo llam a Duesenberry, ha m arcado y a su sello en nuestras com u
nidades y se convierte, por ello, en una fuerza objetiva que no puede desde
ñarse cuando se determ ine el nivel del fondo de consum o.
-122-
Domingo Alberto Rangel
CAPITULO VIII
EL FEUDALISMO SE DESINTEGRA
l i caída del feudalism o venezolano tenía que acarrear, sim ultáneam en-
l.i de aquellas ramas de nuestra econom ía en las cuales predom inaba ese
-123-
Proceso del Capitalismo Venezolano
nías, que eran cam pesinos antes de alquilar fuerza de trabajo en los cam pa
mentos, y los jornaleros que enganchan las obras públicas de un Estado fa
vorecido p or los im perios petroleros, m odifican sus m ódulos de consum o.
I n ellos tienden a ser reem plazados los alim entos tradicionales por nuevos
..... íestibles aconsejados por la propaganda o p or fenóm enos de influjo es
pontáneo. P ara atender esa inusitada dem anda es indispensable elevar las
Importaciones. El com ercio resulta igualm ente favorecido por este nuevo
ti ii iente de dem anda efectiva. Las estadísticas venezolanas de los años que
*Itilien a la irrupción petrolera son elocuentísim as respecto a estos dos fenó
menos. D esde 1920 y hasta una fecha bastante avanzada, los renglones que
Hubieron en nuestro com ercio de im portación fueron los artículos de lujo y
lim alim entos, am bos procesos producto de la dem anda convergente sobre
Im. divisas del país de las necesidades de boato de nuestra burguesía y de la
ni p-ncia de nutrirse de una naciente población obrera. U n intenso com ercio
■l< im portación suscita fenóm enos de m ovilización económ ica inevitable,
h u i r l o s , carreteras y aeropuertos son servicios indispensables. Y com o el
• mi m-rcio, independizado de la producción interna por las facilidades de im-
|tiii (ación, puede hacer crecer las ciudades, aparece la urgencia de urbani-
/(ii, sanear y organizar a la población creciente de los centros urbanos. Así,
. ... m archa encadenada, va abriéndose tras esa fila india de sectores ca
pitalistas beneficiados una tendencia al crecim iento en todo el universo
1 1 1 inómico estim ulado por el petróleo. Allí están los gérm enes de lo que pu-
-125-
Proceso del Capitalismo Venezolano
ii¡miento del cafeto y declinaron abruptam ente los rendim ientos por hectá-
i ca y p or hom bre ocupado. El nivel m edio de la productividad cafetera, que
Itic decididam ente m ayor que el del resto de las actividades agrícolas del
país, es hoy m uy inferior a éstas. El café ha entrado al m undo del sistem a no
capitalista y su caso económ ico es ya el m ism o del m aíz, de las caraotas o
(le tantos cultivos de conuco, donde la explotación indirecta por poseedores
precarios constituye la norm a incontrastable. Si se rom piese la estructura
leudal de las ram as no capitalistas, su progreso o su evolución serían fulm i-
nantes. Y en pocos años se produciría una nivelación con las ram as actual
mente m ás avanzadas. La sim plificación extrem a que, dentro de las com
plejidades de todo país subdesarrollado, ha bordado entre nosotros el capi
talismo petrolero, perm ite esperar sem ejante pauta de crecim iento en un fu-
!mo gobernado por otros intereses.
Entre los dos grandes sistem as que coexisten en Venezuela m edian rela-
* iones bastante íntim as. Es im posible que cuando dos sistem as económ icos
iiperen en u na nación pequeña, físicam ente integrada por una red vial, fi
nancieram ente englobada por una aglom eración bancaria y políticam ente
Noinctida a instituciones com unes, puedan ignorarse p or m ucho tiem po. El
pro lesor A rm ando C órdova sostiene que no hay integración entre los siste
mas existentes en Venezuela y casi advierte que no m edian, en ellos, los la
zos de la correlación o del intercam bio. En el sentido físico de la palabra no
Imy, evidentem ente, integración. La industria petrolera no dem anda insu-
ntos criollos para su producción ni necesita m aquinarias construidas en el
país. La industria m anufacturera se alim enta de m aterias prim as extranje-
i i'. Y el com ercio depende, en buena m edida, de las im portaciones en gran
■ ‘ ala. A proxim adam ente, el 30 por ciento de los bienes y servicios que se
" 11 ecen en la econom ía venezolana provienen del exterior. Pero ninguno de
■n o s rasgos indica que no haya una integración o que no m edian vínculos
me vilables entre los sistem as que hoy actúan en Venezuela. L a m oneda, los
impuestos, el gasto público y la libertad económ ica, en el sentido burgués
■le la palabra, son agentes de entrelazam iento tan poderosos que su influen-
• ia llega a todas partes. Y junto con ellos, el crédito de la banca, la dem anda
i le 11 abajo y de m aterias prim as y otros fenóm enos conspiran tam bién para
1 i lebrar al país. A unque no soliciten un kilo de m ateria prim a del sector no
-127-
Proceso del Capitalismo Venezolano
A lo largo de los cincuenta años que m edian entre hoy y el com ienzo del
interés im perialista en el petróleo venezolano, se h a producido ya el abati
m iento de los m odos de producción no capitalistas. En la actualidad, esos
m odos de producción apenas aportan el 4 por ciento de nuestro producto
bruto. Su proceso de encogim iento h a sido violentísim o. En 1936 se gesta
ban en ellos el 29 por ciento del producto bruto. Ya en 1950, quince años
después, apenas frisaban en el 7 por ciento. Es precisam ente en ese período
cuando se gesta el derrum be de todo el sistem a no capitalista de producción
en nuestro m edio. El fenóm eno se habría desarrollado algún tiem po antes,
pero el régim en de Juan Vicente G óm ez lo im pidió. El gom ecism o, con su
peculiar política económ ica, engastó y limó la influencia corrosiva que so
bre el m odo feudal de producción debía ejercer, desde el prim er m om ento,
la aparición del petróleo. Fueron los quince años de gom ecism o, corridos
de 1920 a 1935, en que el Estado era prácticam ente neutro ante las oleadas
de ingreso que arroja el petróleo, los responsables de ese retardo en el des
plom e del m odo feudal de producción. Pero cuando prevalecen otras ideas
en la dirección del gobierno, la podredum bre se hace palm aria. En el proce
so de abatim iento histórico de los sistem as no capitalistas en Venezuela, la
m oneda ha jugado un papel fundamental. H a sido ella la correa de trasm i
sión que llevó a las entrañas m ism as del país el flujo fatídico que provenía
contra los sistem as arcaicos, desde el centro im perialista que nos caplm<>
Interesa detenernos en este aspecto. El petróleo se caracteriza por la clava
dísim a productividad de sus operaciones. Existe en esa industria una dola
ción óptim a de capital. Los rendim ientos por hom bre ocupado fueron siem
pre allí, aun en las prim eras etapas de su aparición en Venezuela, scncilln
-12S-
Domingo Alberto Rangel
m ente abrum adoras. D esde hace y a cierto tiem po, la producción m edia por
trabajador h a excedido en la industria petrolera de nuestro país de 100.000
bolívares. H oy día fluctúa por encim a de los doscientos mil. E sa circunstan
cia determ ina una posición ventajosa para Venezuela en el terreno de los
costos com parativos. N uestro petróleo h a disfrutado de condiciones privi
legiadas en m uchos m ercados, fruto todas ellas de la superioridad de sus
rendim ientos. L a alta productividad de hom bres y capitales ha sido la fuer
za que condujo a la concentración en nuestro país, a través de un progresivo
llujo, de inm ensos recursos procedentes de las m etrópolis im perialistas de
( )ccidente. Invertir en nuestra industria petrolera fue siem pre, para las com
pañías del cartel m undial, un negocio espléndido. C ada m arejada de nuevas
inversiones elevaba a su turno la productividad por hom bre ocupado y los
icndim ientos del capital con lo cual nuestro petróleo consolidaba sus valo
res dentro de los m ercados de consum o y en la esfera de las oportunidades
de colocación de las ganancias derivadas de su venta en el m undo. Se deli
neó así un proceso acum ulativo. A m ayores récords de productividad, m e
lóles posibilidades de colocar en el petróleo venezolano una parte de las u ti
lidades prodigadas por él. Y com o corolario de todo ello, nuevas y m ás li
st »njeras ventajas com parativas en el plano de los costos internacionales. La
loy del increm ento de la tasa de beneficio en los países periféricos, que
mueve al capital m onopolista a invertirse en el extranjero, acentuaba la su-
pn ioridad técnica y económ ica de nuestro petróleo.
- 129-
Proceso del Capitalismo Venezolano
Frente a ese cuadro, el bolívar tenía que reflejar la superioridad del pe lió ¡
leo venezolano. Inevitablem ente, nuestra m oneda tendió a copiar las reiill»
dades de los costos com parados. Los prim eros diez años de explotación pt
trolera convierten al bolívar en la m oneda m ás dura de la A m érica Latíim
Ese hecho se produce en m edio de u n a paradoja que y a hablaba, lúcidaim 11
te, sobre fortaleza de la industria petrolera. En plena crisis m undial de 19,"i,
cuando todos los países subdesarrollados perdían su solidez m onetaria, W*
nezuela se parangona con los Estados Unidos al colocar su signo de canil*Im
en el m ism o nivel del dólar. El ascenso del bolívar, irrevocablem ente apmvi
cido en 1937, era el trasunto de un proceso que no iba a resultar accidento!
en nuestra vida. L a solidez de nuestro signo h a predom inado por espacio ti#
un cuarto de siglo y sigue siendo u n factor en nuestra vida aún cuando sciuif
blem ente debilitado por la reciente devaluación. U n tipo de cambio lm|i|
para el dólar es no sólo una resultante de nuestra potencia exportadora ’ilni)
un principio de conveniencia nacional para captar el m ayor fruto d d pinl
ducto petrolero. En la m edida en que la tasa de conversión del l.n »*(
baja, las com pañías necesitarán consignar en el Banco Central mas
dad de signos m onetarios norteam ericanos para satisfacer sus ohlum h»|
en el país.
-130-
Domingo Alberto Rangel
I I abastecim iento del país, aun en los géneros m ás elem entales, se hizo
mediante grandes im portaciones. A sí se igualaban las m agnitudes de de-
ni,inda y oferta. A m ayor dem anda interna, producto del petróleo, m ayores
importaciones. Com o la capacidad para im portar se ensanchaba, el equili-
I'i 1 0 pudo asegurarse sin dificultades. La propensión a im portar debía forta-
I' i erse en esas condiciones. El dólar bajo otorgaba al bolívar u n extraordi-
iiuiio poder adquisitivo en el exterior. C on poco trabajo nacional, social-
iih nle necesario, se com praba m ucho trabajo extranjero sim bolizado por
eancía de todo orden. Pero en el interior del país, los,precios tendieron a
II i*n nc en los niveles resultantes de la productividad y del ingreso petrole-
ambos m uy elevados. Im portar significó, para la burguesía venezolana,
i ii ju rarse una alta tasa de beneficio. El divorcio entre el poder de com pra
mtci no y externo de la m oneda otorgaba a los com erciantes del país la posi-
bllidad de participar, en m edida preem inente, en la plusvalía engendrada
i..... I trabajo extranjero adquirido en form a de m ercancías de im portación.
i Mpocas décadas, Venezuela se transform a en u n país esencialm ente im-
i"'ilíidor, donde todos los productos necesarios para la vida se introducen
Proceso del Capitalismo Venezolano
desde el exterior al territorio nacional. Dos sectores irían a sufrir las conse
cuencias de este proceso: la agricultura y la industria artesanal, baluartes fa
voritos del modo de producción no capitalista. La agricultura pierde el m er
cado nacional ante la avalancha de productos im portados. Es el grado de de
sintegración nacional en obsequio de la integración internacional que susci
ta el im perialism o petrolero. Frutos de Europa y N orteam érica se conjugan
en la m esa de los venezolanos de todas las clases sociales. L a alta producti
vidad de la agricultura de esos continentes y el tipo peculiar de cam bio entre
el bolívar y el dólar garantizan que los productos agrícolas de im portación
tendrán ventajas com petitivas en nuestro medio. Las artesanías experim en
tan el m ism o asalto de los productos m anufacturados del exterior, que las
rinden, las disuelven y las hacen desaparecer. En poco tiem po, agricultura y
artesanía pierden las posiciones que detentaban en nuestro m ercado. Y hoy
día, su aporte a la oferta de bienes y servicios disponibles en nuestra econo
m ía no alcanza al diez por ciento del total. Es decir, en cada cien bolívares
que los venezolanos destinan al consum o, m enos de diez bolívares van a la
com pra de artículos provenientes de nuestra agricultura feudal y de nuestras
artesanías. Así desapareció o se redujo verticalm ente el concurso de esas
dos ram as, típicam ente precapitalistas, en el m ercado nacional.
-132-
Domingo Alberto Rangel
Un sector económ ico que pierda su propio m ercado tendrá que segregar
mano de obra. Su situación es bien sencilla. E stancada su producción, el ex
cedente de m ano de obra sólo podría perm anecer en su seno si hubiere d iñ
a d lades m ateriales insuperables para emigrar. U n producto igual entraría a
ser repartido, en esas condiciones, entre un núm ero m ayor de individuos.
I ;i baja paulatina de las productividades y del ingreso, resultaría la conse
cuencia de ese cuadro. Pero en Venezuela la m ano de obra agrícola no tuvo
inconvenientes para em igrar a las ciudades. Así se ha venido gestando una
profusa transfusión del excedente poblacional de los cam pos hacia las ciu
dades. Los censos de población constituyeron com o el itinerario de esa
marcha. En 1936, residían fuera de sus Estados nativos cerca de cuatrocien-
tos mil venezolanos (10 por ciento de la población total). En 1950, el censo
ic¡>istró una m asa de habitantes, y a ubicados fuera de sus regiones nativas,
bien cercana al m illón, o sea, el 22 por ciento del caudal dem ográfico que
■nlonces tenía el país. La veloz despoblación de los cam pos venezolanos ha
pi(»seguido desde esa fecha con acentuada cadencia. Posiblem ente hoy día
n aden fuera de sus Estados nativos, m ás de dos m illones de personas. Si
i ontem plam os este fenóm eno desde la atalaya de la Teoría E conóm ica tra
dicional, nos sentiríam os tentados a aplaudirlo sin reservas, porque en él
encontraríam os la evidencia del clásico proceso del desarrollo capitalista.
I ii Europa y en los Estados Unidos, el desarrollo aparejó una transferencia
ii dorada del excedente poblacional de los cam pos hacia las ciudades. Pero
i u la dinám ica del caso venezolano hay fuerzas sustancialm ente distintas a
I I ■que predom inaron en N orteam érica y en Europa. Aquellos continentes
pn -m iaron el ascenso del producto agrícola por habitante desde los co-
I I I ici i/os de la Revolución Industrial. La agricultura elevó allí su productivi-
-133-
Proceso del Capitalismo Venezolano
dad m edia a través de los tiem pos. U na m asa decreciente de población ocu
pada podía producir m ayores cantidades de alim entos, pues aún la producti
vidad m arginal subió en el lapso del más im petuoso flujo capitalista. Como
la dem anda de productos agrícolas es, en general, inelástica, no, había nece
sidad de producir, cada año, cantidades sustancialm ente m ás elevadas. La
consecuencia fue que Europa y N orteam érica dispusieron de un sobrante de
población en los cam pos que pudo em igrar a las ciudades. El habitante de
las aldeas em igraba allí, porque en el m edio agrícola el ingreso y la produc
tividad se elevaban sostenidam ente.
Esos fenóm enos han engendrado un divorcio entre el valor del producto
logrado en los sistem as no capitalistas y la proporción de personas que vi
ven en ellos. En los sistem as no capitalistas se gesta el 4,3 por ciento del
producto total de nuestra econom ía, com o ya lo hem os establecido. Pero la
m asa de población a ellos adherida representa una proporción m ucho m a
yor frente a la fuerza global de trabajo de la sociedad venezolana. En 1961
la población de los sistem as no capitalistas llegó al 31,0 por ciento de la po
blación activa total de Venezuela. En térm inos m ás accesibles al lector no
especializado expresam os esa realidad apelando a m agnitudes concretas.
Setecientas treinta m il personas encerradas en los sistem as no capitalistas
produjeron m il ochocientos cuarenta m illones de bolívares, ap recio s cons
tantes, en 1961. E n cambio, treinta m il trabajadores petroleros rindieron un
producto, estim ado tam bién a precios constantes, de siete m il m illones de
bolívares en el m ism o año. El producto de los sistem as no capitalistas, por
hom bre ocupado, fue de 2. 512 bolívares. En el petróleo, la m ism a dim en
sión llegó a 251.000 bolívares. Entre esos extrem os m edia todo un m undo
ilc diferencias económ icas y técnicas que ponen el atraso y la m iseria, la
inepcia y la degradación en lo que hay de rezagado en la sociedad venezola
na, y la prosperidad, la eficiencia y la fuerza en lo que hay de progresivo. La
(•migración copiosa hacia las ciudades ha reducido, pero no ha em pequeñe
cido, la m asa poblacional adscrita al sector no capitalista de nuestra econo
mía. E n 1936 vivía, en ese sector, un núm ero de personas que representaban
cl6 1 por ciento de nuestra población activa total. Q uince años después, en
1950, su porcentaje había bajado al 45 por ciento. Actualm ente, su contin
gente de trabajo alcanza al 31,0 por ciento a que y a se aludió. En un cuarto
ilc siglo, la significación de la fuerza de trabajo anexa al sector no capitalis
ta lia dism inuido en la m itad, proporcionalm ente hablando. D el 61 al 31 por
>lento h a caído esa proporción dentro del concierto de la m ano de obra em
pleada por nuestra econom ía. El sector no capitalista ha cedido, por la vía
■Ir la em igración, unas ochocientas m il personas activas desde que com en-
/(S el éxodo rural. A unque hoy día trabajen m ás personas en ese sector que
■n 1936. En aquel año, estaban adscritas al sector no capitalista 668.000
personas. A ctualm ente su núm ero frisa en los 780.000. E sa aglom eración
humana constituye en Venezuela el saldo de víctim as postreras del sistem a
l MidaI de producción. Su nivel de vida com parado con el vigente en el resto
del país es de abatim iento y cerrazón. El capitalism o insuflado a Venezuela
i" >i el petróleo no h a sido capaz de liberar esa m asa. Si la población cam pe
an.i i «-presentara hoy el 10 por ciento siquiera de nuestra fuerza de trabajo,
I desarrollo capitalista del país se habría realizado bajo m oldes clásicos y
i . un am ente irreprochables. Pero es una acusación muy cruda el hecho de
- 135-
Proceso del Capitalismo Venezolano
que u na N ación con ingreso global com parable con H olanda soporte toda
vía el peso m uerto de un contingente de personas, el 31 p o r ciento de su po
blación, apto sólo para engendrar apenas el 4 p or ciento de su producto na
cional. En Venezuela la descom posición del sistem a no capitalista no se ha
producido m ediante la liberación condigna de la m ano de obra com o ocu
rrió en Europa. Aquí, la decadencia del m odo feudal de producción, hasta
casi desaparecer, ha aherrojado m ás bien, en cárceles de frustración, a tres
cuartos de m illón de personas que no tiene horizontes. En el plano de las
fuerzas productivas casi no existen en Venezuela sistem as no capitalistas,
puesto que todos ellos, com binados, sólo aportan el 4 por ciento de nuestro
producto bruto. Pero en las relaciones de producción, esos sistem as siguen
teniendo im portancia por cuanto aprisionan al tercio de la población activa
del país. En esa gran contradicción, que no existió en los países capitalistas
de Europa cuando rem ataron su evolución, radica el principal fracaso del
capitalism o que nos infundieron desde el exterior los intereses petroleros.
- 136-
Domingo Alberto Rangel
111 im perialism o petrolero no necesitó, por otro lado, agredir directam en-
i' i la Venezuela feudal de la agricultura y del artesanado. E n la India la
*i mquista inglesa llega hasta la aldea para desorganizarla violentam ente. El
i' rim en com unal y la econom ía feudal eran incom patibles, s in o seadapta-
I'iin, con las finalidades que perseguía el capitalism o conquistador de Ingla-
1 n i l'ara que la rapiña de la India tuviera sentido resultaba preciso que los
unpesinos sem braran algodón de exportación hacia las islas británicas y
i aelividad exigía la disolución perentoria, m ilitar, de la agricultura de au-
-137-
Proceso del Capitalismo Venezolano
CAPITULO IX
LA CONCENTRACION DEL CAPITAL
cación del fenóm eno. Sus raíces están en otros sectores de la econom ía. Es
decir, la concentración que establece hoy día las diferencias en la distribu
ción del ingreso se m anifiesta fundam entalm ente en los cam pos de la indus
tria, la banca, el com ercio o los servicios. El tem prano capitalism o venezo
lano -hijastro del petróleo- ha recorrido ya el cam ino histórico que lleva a la
concentración. E n Europa y los Estados U nidos, el sistem a capitalista nece
sitó una centuria, desde la R evolución Industrial, para llegar a la etapa de la
concentración m onopolística. Entre nosotros, ese ciclo de transform ación
cualitativa se ha cum plido en m enos de m edio siglo. Las fuerzas históricas
tienen, evidentem ente, un ritm o que cam bia cuando el escenario en que
operan sufre m utaciones. En Venezuela, la m archa hacia la concentración
del capital tiene las m ismas explicaciones teóricas que para ella h a encon
trado la C iencia Económ ica en Europa. Pero su cadencia es m ucho más
arrolladora. Porque los procesos brotan, en las dos latitudes, de situaciones
históricas distintas. En Europa, el capital para concentrarse debió esperar
una jo m ad a de crecim iento hecha con lentitud y perseverancia. A quí, el ca
pital nos llegó y a concentrado, en las instalaciones de las com pañías petro
leras, y su influencia sobre la econom ía venezolana tenía que ser forzosa
m ente m ás frenética. L a obra de los decenios será realizada en Venezuela en
el espacio, m ás corto, de los años. Sin que nuestra econom ía haya llegado,
ni con m ucho, a la etapa del capital im perialista, y a confrontam os una pode
rosa concentración. Los fenóm enos del m onopolio y del oligopolio, que
vienen tiñendo la Teoría Económ ica burguesa desde com ienzos de este si
glo, son realidad para Venezuela aún antes de que su econom ía haya sido to
talm ente conquistada por el capitalism o. Hay en ello una relatividad que
obliga a los teóricos y a los políticos a extrem ar su perspicacia insuflando,
en sus repertorios clásicos, la savia de los hallazgos inesperados. Si se mira
el panoram a con rigidez académ ica, las conclusiones a que se llegue serán
totalm ente equivocadas. El capitalism o criollo sufre los efectos del mono
polio que, históricam ente, han ido asociados con el gran crecim iento bur
gués cuando éste toca las lindes del im perialism o. A l adentram os en esto
problem a -típico de la Venezuela capitalista de hoy- necesitam os una rigu
rosa objetividad. En prim er lugar, hay que establecer un patrón de medida
para el grado de concentración del capital urbano en Venezuela. Existen
distintos índices estadísticos que pretenden m edir la concentración. El de
Lem er evalúa la distancia entre el costo m arginal y el precio; el de Papan
dreou cuantifica las dificultades existentes para entrar a un m ercado que
haya acaparado el m onopolio, y el de Bain aspira a evidenciar el monto de
los superbeneficios m onopolistas. D esgraciadam ente, no disponem os do
estadísticas en Venezuela para cum plir los com plicados requisitos que ex i»
-140-
Domingo Alberto Rangel
-141-
Proceso del Capitalismo Venezolano
“ standard” en las faenas allí cum plidas. A dem ás, la em presa que h a con
centrado tan form idables recursos posee las m ejores tierras cañeras del país
con rendim ientos m uy superiores a los que im peran en las de sus com peti
dores o en aquellas que siem bran los abastecedores de las centrales. L a em
presa cuyo perfil venim os trazando ha creado un aparato de m ercadeo -La
“ D istribuidora de A zúcares” - que dom ina todo el com ercio m ayorista. Su
posición es indiscutida, frente a los fenóm enos que pueden afectarla. Está
en capacidad de trasladar hacia atrás, m anejando los factores de productivi
dad de la m ano de obra agrícola, cualquier tropiezo que registren sus ganan
cias. U n aum ento de los im puestos que recaiga sobre esa em presa, sería
trasladado hacia atrás (retrotraslación com o dicen los técnicos) haciéndolo
gravitar sobre la población trabajadora de las haciendas. Ese m ism o aum en
to sería trasladado tam bién hacia adelante, m oviendo los m árgenes de u tili
dad que se le dejan al com ercio m inorista. El nivel de producción tiende a
fijarse, por estas circunstancias, en un punto en el cual los costos m argina
les coincidan con el precio. Como los costos m arginales, en tales condicio
nes, tienden a ser descendentes, no hay ningún interés en llevar el volum en
de producción m ás allá de ciertos límites. La política del m onopolio azuca
rero -verticalm ente integrado- es la que predom ina en el país. La em presa
hegem ónica fija los precios de adquisición de la m ateria prim a, el nivel de
los salarios obreros y el ritm o de la com ercialización. El volum en de pro
ducción es tam bién atributo suyo. En definitiva, la orientación de los órga
nos del Estado que se relacionan con el problem a azucarero, se determ ina
por las actitudes del m onopolio. E n el cem ento m edian características de in
tegración bien parecidas. D esde la m ateria prim a hasta el m ercadeo, una
em presa señorea todo el panoram a y concentra en sus m anos form idables
recursos y resortes. Las reflexiones que nos ha suscitado el azúcar casi son
aplicables a esta industria. En otras ram as de la industria, com o en los enla
tados, en los detergentes, etc., privan rasgos sem ejantes, con la diferencia,
en alguna de ellas, de que la m ateria prim a se trae del exterior, pero en con
diciones de m onopolio pues los posibles concurrentes no tendrían el m ism o
derecho, dado el sistem a de patentes que protege a ciertos productos quím i
cos de base. Puede concluirse, sin exageración, que en ram as enteras de
nuestra industria (azúcar, cemento, refrescos, enlatados y detergentes) se ha
producido una integración vertical protegida por un m onopolio herm ético.
Pero el caso de concentración m ás trem endo, entre los que han retoñado
en Venezuela, es el im plícito en los grupos económ icos. Los grupos econó
m icos son agregados de capital sin conexión funcional, técnica o financiera
entre sí aunque íntim am ente integrados. Quizás quedarían m ejor definidos
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Proceso del Capitalismo Venezolano
Es difícil estim ar el valor de los capitales que ese grupo controla a través
de sus posiciones dom inantes en em presas de fornida influencia en el país.
Pero no creo que sería exagerado decir que su dom inio se extiende a capita
les cuyo m onto podría acercarse a los dos m il quinientos m illones de bolí
vares. Casi el 10 por ciento de todos los capitales no petroleros ni m ineros
existentes en nuestra econom ía pertenecen u obedecen la voluntad del cons
picuo grupo cuyas hazañas estam os reseñando. Si en la relación producto-
capital y en otros fenóm enos predom inaran las m ism as proporciones, el
grupo recibiría tam bién el 10 por ciento de todos los ingresos engendrados
en suelo venezolano, excluido el petróleo y el hierro. En m ejores términos,
cinco o seis personas que integran el grupo se asignan los ingresos que co
rresponden a aquel 45 por ciento de las fam ilias que apenas disponen del 9
por ciento de todos los ingresos gastados en nuestra econom ía. A llí está la
explicación del hallazgo de la m isión Shoup, que no tiene parangón en nin
gún país civilizado de la Tierra. U n grupo tan poderoso -producto de una
alianza entre dos fam ilias- ejerce inevitable control Sobre el aparato del E s
tado. N o se pueden fiscalizar, en capital, tantas industrias sin que se preten
da capturar las palancas de m ando de la econom ía nacional. El grupo a que
venim os aludiendo ha asum ido el Poder en Venezuela. G erentes suyos son
varios M inistros, varios directores de Institutos A utónom os y m uchos fun
cionarios m enores de la A dm inistración. De ese grupo es servidor el señor
Presidente de la República, los dos partidos de la coalición, varios periódi
eos y, por supuesto, distintos organism os grem iales del com ercio y la pro
ducción, am én de todos los M inisterios y dependencias oficiales que se re
lacionan con la economía. Venezuela es propiedad, sinceram ente hablando,
de ese grupo y de las com pañías petroleras y del hierro. Todo el m ecanism o
de la econom ía nacional se determ ina en Londres y en N ueva York -en lo
que atañe al petróleo y al hierro- y en dos quintas caraqueñas, en lo que res
pecta a las dem ás ram as de nuestra economía.
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consumo, podría tener el privilegio del mercado nacional sin que sus due
ños alcancen poderío alguno. Hasta allí es evidente que el proteccionismo
no engendra por sí mismo la concentración. Reduce a una empresa la pro
ducción de determinado ramo económico que no significa, strictu sensu,
aglomerar capital. Pero es que no cesan con ello los efectos del proteccio
nismo. El bolívar tiene dos poderes adquisitivos. El primero, que se lleva al
exterior, es alto. El otro, volcado hacia el mercado interno, es mucho m á s
bajo. Esa divergencia favorece la penetración en nuestro mercado de los a r
tículos extranjeros que reciben, por tal hecho, una virtual prima en Vene
zuela. A ese fenómeno de favoritismo hacia el producto extranjero hay que
agregar los que se desprenden de las economías de escala. La producción
extranjera, especialmente la de Europa y Estados Unidos, se hace en form i
dable escala y, por ello, sus costos unitarios son más bajos que en Venezue
la. La alta composición orgánica del capital eleva los rendimientos del tí a
bajo y empañece el tiempo socialmente necesario para crear un producto
Frente a esas realidades el proteccionismo venezolano tiene que ser muy
enérgico si quiere salvar la producción nacional de los ruinosos efectos do
la competencia extranjera.
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CAPITULO X
EL DESEMPLEO
Sobre los fenómenos del desempleo han departido bastante, como si fue
ra n convidados a mesa cordial, casi todos los políticos y economistas de Ve
nezuela. El tema es socorrido apunte para discursos de ocasión y pretexto
para fluir de un sentimentalismo dulzón. Con el desempleo se han com
puesto canciones, se han preparado informes y hasta se han escrito tesis de
sedicente barniz doctoral. Navegando en esas aguas, ensuciadas por la m o
lí gatería y la demagogia, es necesario sumergirse para tocar el fondo donde
prevalezca la claridad de la franqueza y la nitidez de la actitud científica.
Algunos apóstoles apurados del orden actual identifican el desempleo con
la alta tasa de crecimiento de la población. El origen del fenómeno estaría
en el lecho extraordinariamente fértil de los venezolanos de esta genera
ción. La mesa del pobre es magra pero su lecho es fértil, reza un refrán chi
no invocado muchas veces por ese redentor del hambre que es Josué de
< astro. El aumento de la población nacional, estimado en un 3 por ciento
anual, es sólo aparentemente la causa del problema. Claro que si nuestra po
blación no creciera el país posiblemente no confrontaría una desocupación
t a n diseminada. Esa verdad es tan evidente como aquella otra de que si no
existiera la vida no habría enfermedades. En la historia del desarrollo ha
.ido frecuente esa tasa de incremento vegetativo de la población. La tuvie-
ioii los países de Europa cuando en ellos comenzó a crepitar el capitalismo
industrial. Pero el auge de la población no se hizo acompañar allí con el
a/.ote de la desocupación permanente. La Inglaterra de I q s días que siguie-
i o n a las guerras napoleónicas y la Alemania de cuyas herrerías brotaron los
altos hornos para el incendio, entre guerrero y comercial, del imperialismo
yci mano, registraron elevadísimos ritmos de expansión de su masa demo-
(iiafica. Y dieron, sin fatigarse, el milagro de emplear sin retardos los con-
1111}•.entes de trabajadores que aparecían en sus ciudades. El desempleo fue
i nlonees un flagelo periódico que asomaba sus fauces tras el descoyunta
miento de las crisis cíclicas. Cuando sobrevenía la depresión, el nivel de
• mplco tendía a contraerse y entonces sí hacía acto de presencia la desocu
p a c i ó n de densos grupos de trabajadores. Era el reverso de la medalla. En la
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quinas implicó poco esfuerzo. Más barato resultó para la burguesía impor
tar máquinas que contratar obreros.
La burguesía venezolana dispuso, a lo largo de varias décadas, de un fac
tor que ayudó decisivamente en su tendencia a otorgar prelación al capital
fijo sobre la mano de obra. Desde el advenimiento del petróleo, el país ha
soportado dictaduras personalistas por espacio de veinticinco años. Esa pe
nosa circunstancia histórica explica la debilidad del movimiento sindical
venezolano. Nuestra burguesía no confrontó, en los momentos decisivos do
su capitalización un reclamo de masas, poderoso y enérgico, que elevara los
salarios nominales. Los períodos de más intenso crecimiento económico
han coincidido, para infortunio de nuestro proletariado, con la existencia y
consolidación de gobiernos dictatoriales francamente represivos. Histói i
camente, la postración forzada del movimiento sindical ha impedido la di
fusión en nuestra sociedad de los frutos del progreso técnico. La capitaliza*
ción intensiva de nuestra industria no es un mal, como no lo son los proco«
sos técnicos en virtud de los cuales el hombre acentúa su dominio sobre ln
naturaleza. Seríamos malthusianos de la máquina -es decir, enemigos drl
avance irrestricto de la cultura- si lamentáramos esa mecanización osada
que caracteriza a muchos sectores de la industria venezolana. Pero las m.i
quinas y su creciente entronización en las manufacturas piden un contexto
social adecuado para que su presencia favorezca, mediante la general 1 /li
ción del bienestar, los intereses del desarrollo económico. Cuando la bm
guesía invierte, en países de régimen capitalista, el movimiento sindu ni
tiende a captar los beneficios de ese acontecimiento a través del alza tic lo|
salarios nominales. Elevada la productividad por hombre ocupado, el .saín«
rio busca un nuevo nivel, más empinado, que fortalece la capacitlad <1#
compra de la clase obrera. Así ha operado el sistema capitalista en etapa'. 1lo
su crecimiento histórico. El volumen de empleo resulta, a la postre, 11111:1 \ 1
goroso en la medida en que las inversiones hayan sido impetuosas. El aiiuf
de la demanda que todo ello acarrea obliga a realizar nuevas inversiones 9Ü
las cuales el sistema absorbe aquellos trabajadores que fueron despetlidm
de las fábricas cuando los incrementos de la productividad los tomajón m
perfiuos. Mediante esos engranajes, la capitalización que ahorra m a n o de
obra permite expandir el nivel de empleo. Inversiones y empleo puccli ■n it
xistir a despecho de las fuertes alzas de la productividad.
i i i'. para compensar con ello los efectos del alza de salarios. Paralizado el
i freimiento del nivel de empleo, es explicable que hayan sobrado los bra-
*iim en las principales ciudades de Venezuela. La mecanización de la indus-
tiln no ha tenido el ritmo constante que, en otras condieiones, habría sido
i*t*l i|' , i i lorio para la burguesía. Se avanzó mucho en la tecnificación de las la-
| m i i es industriales pero circunscribiéndose siempre ese acontecimiento a
nli*n dr los salarios hubiese sido mayor, la conducta del burgués venezolano
tmiiin inversionista habría variado rotundamente o todos los años hubieran
Proceso del Capitalismo Venezolano
El capitalismo venezolano -retoño del árbol petrolero- creó así las bases
de su propio suicidio. Expliquemos este juicio casi dantesco. En Venezuela,
el capitalismo de derrame, es decir, forjado por la penetración petrolera, ne
cesitaba para consolidarse históricamente liquidar sin atenuantes la estruc
tura feudal pre-existente. Esa obligación habría de cumplirse proporcionán
dole trabajo oportuno a las masas rurales que emigrarían hacia las ciudades.
Era obvio que el entronizamiento de pautas capitalistas en las urbes venezo
lanas tentaría a las masas de la periferia campesina. No podía sobrellevar
por más tiempo el labriego de los caseríos su miseria ancestral existiendo el
apetitoso espectáculo de unas ciudades sacudidas por el ímpetu del desarro
llo. El éxodo en Venezuela ha sido el residuo histórico de una esperanza. En
otros tiempos, las masas campesinas buscaban su mejoramiento por la vía
de la revuelta armada. En los dados de la guerra civil echaron a correr su
suerte. Desde al advenimiento del petróleo, la emigración a la cercana urbe
condensó sus aspiraciones. El capitalismo criollo recibía, en ese aporte il<
campesinos espontáneos, un contingente de mano de obra abundante y ha
rata. La estructura feudal del campo, impotente para retener su mano do
obra, la lanzaba sobre las zonas urbanas. Era el producto de la desintegra
ción de un sistema de producción, suerte de pus que manaba de las carne»
gangrenadas del feudalismo. Ocurría con la agricultura venezolana, des
pués de la llegada del petróleo, el proceso inevitable de todo sistema quo
concluye su ciclo histórico y encuentra un competidor en sus cercanías. I u
población que vive en ese sistema anquilosado tiene dos alternativas. 0
emigra para incorporarse al sistema victorioso, o se sume, permaneciendo
en su medio habitual, hasta las profundidades del retroceso. El capitalism« i
venezolano de las ciudades encontraba en la emigración, suscitada poi 1«
descomposición del sistema feudal de tenencia de la tierra, la ocasión do
disponer de un factor de mano de obra capaz de permitirle un desarrollo
acelerado. Pero el campesino que emigró a las ciudades -y lo sigue h ú m i
do como gota impertinente- no encontró oportunidades de trabajo. I a:; tu
bricas no procuraban empleo porque su personal quedaba completo con ol
aporte del proletariado urbano. Los bolsones de miseria, tan retratados poi
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le:. compatibles con la depresión cíclica. Sobrevienen los despidos que se-
c i t-gan mano de obra bien remunerada, a la luz de los raseros vigentes en el
país, para permitirle a los patronos contratar obreros de salarios más bajos.
Asi preserva la burguesía su tasa de beneficios aun en momentos de rece-
n»n de ventas. Pero el despido que lanza al desempleo a obreros de vieja
dula y el auge del desempleo crean los gérmenes de un malestar incremen-
liido. Porque se frena el crecimiento del mercado de consumo. Las estadísti-
i un venezolanas son bien elocuentes. En los períodos de auge, el consumo
luí sulo el factor menos dinámico de nuestra economía. La contradicción
■n ii e las inversiones que crecieron y el consumo que se estancó tuvo que re
solverse, inevitablemente, con una intensificación del desempleo. Es cierto
que en los años más recientes el consumo tuvo cierto incremento cuando, en
»Iros campos, ya la economía mostraba síntomas de debilitamiento. Pero
pilo fue consecuencia de la política fiscal. El aumento del personal burocrá-
lli o y de los gastos corrientes del gobierno mantuvo el crecimiento del con
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Proceso del Capitalismo Venezolano
por sí mismas. Hay un ejemplo de Celso Furtado cuya validez probatoria re
sulta incontrastable. Si se dispone de cien mil bolívares para invertirlos y
cada diez mil bolívares emplean a un hombre habría dos alternativas teóri
cas. Podría destinarse esos cien mil bolívares a construir carreteras, o a eri
gir fábricas. Si adoptamos la primera alternativa, al finalizar el año, será ne
cesario gastar otros cien mil bolívares para darles empleo a los diez hom
bres que se engancharon. Invirtiéndolos en construir una fábrica, no será
preciso renovar el gasto. La fábrica construida proporciona empleo por sí
misma. Las obras de infraestructura exigen un gasto isócrono, perpetua
mente renovado, para proporcionar ocupación al mismo número de perso
nas. Las fábricas pueden elevar, con la misma cantidad inicial, el nivel de
empleo hasta magnitudes sensibles. Venezuela ha estado, durante cuarenta
años, volcando hacia las obras públicas el grueso de los recursos de su era
rio. Todos los regímenes, sin excepción, han orientado el gasto hacia las ca
rreteras, las autopistas, las avenidas y los edificios. Es innegable que esas
obras son indispensables para el desarrollo y hasta asumen una importancia
cardinal en determinadas etapas del progreso nacional. Sin una red de cami
nos o de puertos, sería imposible integrar físicamente una economía. Pero
de allí a encauzar el grueso abrumador del gasto hacia tal tipo de obras me
dia un abismo prohibitivo. En la estrategia del desarrollo, es indispensable
comenzar por grandes gastos de obras públicas para crear las facilidades
básicas. Esa orientación no ha de durar más de un decenio. Después, se im
pone un equilibrio distinto en el que los gastos directamente reproductivos
van asumiendo una proporción mayor en el marco de las erogaciones del
Iisco. En Venezuela, desde la muerte de Gómez, los gastos de obras han ex
cedido, en todos los gobiernos, a los de desarrollo por márgenes agobiantes.
I se comportamiento del Estado ha contribuido, decisivamente, a entronizar
y mantener el desempleo. Aún en períodos de sedicente progreso democrá
tico, las obras públicas y otros gastos no reproductivos tuvieron hinchada
eminencia. Desde 1959 -y el dato constituye un testimonio irrefutable- el
transporte, educación y sanidad absorbieron el 43 por ciento de los desem
bolsos destinados a la formación de activos fijos por parte del Estado. Los
l’iistos reproductivos a corto plazo, que constituyen la clave del desarrollo
II i is enérgico, recibieron el 12,9 por ciento de todas las erogaciones del fis
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CAPITULO XI
UNA ECONOMIA PARASITARIA
El petróleo nos aportó, casi al irrumpir pero con particular énfasis desde
1936, una demanda efectiva para productos industriales que no tiene paran
gón en países de similar tamaño en el continente. El proceso de emigración
de los campesinos hacia las ciudades, el gasto público intensivo, el efecto
demostración en las clases dominantes y la alimentación de una clase obre-
ra que si bien no crecía a jomadas impetuosas sí iba ensanchando sus filas,
configuraban un poder de compra, es decir, un mercado para las manufactu
ras. El petróleo nos solucionaba los dos problemas de-mayor envergadura
(|iie plantea el desarrollo industrial: acumulación suficiente y demanda
electiva. La acumulación se realizaba a través de las sumas que el Estado a
titulo de impuestos y los trabajadores mediante sus salarios recogían de la
industria petrolera. Esa masa de dinero iba a concentrarse en las clases do
minantes, poseedoras de la propiedad, fortaleciendo su capacidad para el
ahorro y la inversión. El gasto público y otros fenómenos dotaban a la po
blación, o a porciones significativas de ella, de una capacidad de compra
muy .superior a la del nivel de subsistencia en el cual vegetó crepuscular-
i n e n i e por un siglo la inmensa mayoría de los venezolanos.
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Proceso del Capitalismo Venezolano
El problema era, para los estadistas de 1936 y para quienes fueron sus su
cesores hasta 1958, de una simplicidad casi enternecedora. Ellos, como
Guzmán Blanco en 1863 necesitaban apenas, pero con mayor urgencia los
de 1936, canalizar los recursos de acumulación y el poder de compra hacia
la producción nacional. En esa escueta orientación se sintetizaba su deber.
A semejanza de Guzmán Blanco, las circunstancias históricas que maneja
ban inducían a elevar barreras contra la competencia extranjera y lanzar la
masa del poder interno de compra sobre los bienes y servicios de proceden
cia nacional. Esa actitud obligaría a los sectores poseyentes del país a dedi
car a la inversión reproductiva el caudal de sus recursos y a la población a
gastar, compulsivamente, en artículos de manufactura criolla el ingreso que
cayese en sus manos. Una dictadura sobre el capital criollo, para discipli
narlo y un régimen de energía intransigente respecto del consumidor, eran
las premisas del éxito. Lo mismo que a Guzmán Blanco, a los gobernantes
que suceden a Juan Vicente Gómez hasta nuestros días, se les esbozaba un
camino clarísimo. Pero como Guzmán Blanco, sus lejanos colegas de nues
tra época faltaron todos, escandalosamente, a los elementales requerimien
tos de la historia. En el fracaso de los mandatarios y regímenes que se han
sucedido desde 1936 median, como en drama griego, un cúmulo de facto
res. Allí se mezclan la ignorancia, la mediatización al extranjero, la cobar
día de las clases burguesas de Venezuela y, no podemos silenciarlo, la ce
guera de una izquierda que durante demasiado tiempo manejó ideas genera
les sin clavar el barreno en nuestra realidad. Acerquemos el ojo, mucho
más, a los problemas reales de la industrialización, tal como ellos afloraban
a raíz de la muerte de Gómez, para encontrar el rastro y la justificación de
estas acusaciones.
perdió cuando, años más tarde, un país despierto hubiera podido utilizarlo
en sazón de aprovechamiento. Adriani sostuvo, en largo y memorable ensa
yo que manos ávidas pero escasas hicieron circular subrepticiamente por
toda Venezuela, la conveniencia de devaluar el bolívar. M iraba en ese mo
mento los intereses de los productores de café y cacao de los cuales fue el
postrer San Jorge. La crisis económica mundial lanzaba sobre Venezuela el
helado soplo de quiebra y desazón. Los precios internacionales habían baja
do hasta magnitudes irrisorias. En las haciendas de 1934, como en las de
1859, los globos rojos del café se caían, podridos, porque no era remunera-
dor recolectarlos. Elevando la cotización del dólar, el valor del café aumen
taba automáticamente para los productores venezolanos. Así entendía
Adriani favorecer a las ramas autóctonas de nuestra riqueza, abatidas en ese
momento por una realidad adversa. El ensayo de Adriani -cualquiera que
sea la posición que nos inspire- reanudaba entre nosotros la tradición de se
ñorío intelectual, de hondo realismo y de sólida cultura que se perdieron
con Fermín Toro y Santos Michelena en los albores de la República. Desde
los días de la oligarquía conservadora, cuando Venezuela discutió a Smith y
a Ricardo con atildamiento y perspicacia atenienses, no leía el país páginas
más brillantes y documentadas. En ese escrito de Adriani se resumen, como
en film de «suspenso», el panorama de la economía mundial del momento,
las ideas prevalecientes en el plano de la Teoría y las conveniencias más sa
lientes de Venezuela como productora. Su contrincante, el doctor Vicente
Lecuna no poseía la cultura ni las dotes de estadista que adornaban a Adria
ni. Pero arrojó al debate algunas ideas justas. Si se devalúa el bolívar, afir
mó, el ingreso que el país percibe de las explotaciones petroleras tenderá a
declinar. Las compañías extranjeras traen sus dólares para pagar entre noso
tros impuestos y salarios fundamentalmente. Siendo caro el bolívar para
ellas, se verán impelidas a dejarnos una mayor suma de dólares en el pago
de los factores de producción localizados en el territorio nacional. Si el va
lor del bolívar desciende, las compañías comprarán con menos dólares el
trabajo de los venezolanos y cumplirán, en las mismas condiciones, su obli
gación de satisfacer los impuestos. Adriani miraba a los cosecheros de café
y quería apuntalarlos, porque juzgaba fundamental el mantenimiento y la
pujanza de esa riqueza. Lecuna se inclinaba a los intereses del comercio y la
banca cuya prosperidad derivaba del mayor acopio de dólares que nos pro
porcionara el petróleo. Era una polémica entre productores rurales acorrala
dos y comerciantes satisfechos.
nes. En primer lugar, las maquinarias y las materias primas. Luego los ar
tículos alimentarios de insustituible necesidad. Y por último los bienes de
consumo duradero. Para las maquinarias y los alimentos, para las materias
primas indispensables y para otros renglones, se instituye un tipo de cambio
excepcionalmente favorable. En Venezuela habría sido el de 3,35. Pero los
artículos de consumo que noF sean esenciales se importan con un tipo de
cambio más alto. El de 4 bolívares hubiera sido justo en la Venezuela que si
guió a 1941. Y los artículos de lujo -licores, perfumes, joyas, etc.- reciben
un tratamiento casi penal. Un tipo de cambio de 5 ó 6 bolívares habría sido
rigurosamente equitativo entre nosotros. Así, el bajo precio de las maquina
rias y de los alimentos esenciales no se alteraría. Todo el proceso de meca
nización que comporta el desarrollo industrial y el mantenimiento de la po
blación obrera -factor indispensable en el ciclo de la reproducción del capi
tal- salen incólumes de esta experiencia de cambios preferenciales. Pero las
importaciones de recargo, aquellas que no contribuyen a la capitalización,
ni directa ni indirectamente, se restringen drásticamente. El sistema de pre
cios deja de ser el producto de las fuerzas ciegas del mercado que en un país
pequeño favorecen siempre a los intereses extranjeros. Y se convierte en
herramienta de progreso económico. Para la burguesía, en esas condicio
nes, deja de ser ventajoso el comercio. La industria se constituye a sus ojos
en el sector predilecto, hacia el cual desembocan los capitales acumulados
por los veneros de la propiedad privada. Mientras no es económico, a la luz
de la ley de los costos de sustitución y de la eficiencia marginal del capital,
operar en el comercio, lo es en grado superlativo afiliarse a la industria. Era
el sistema que hubiera permitido, operando desde 1937, industrializar acc
leradamente a Venezuela. La conciliación de las ideas de Adriani, sobre la
defensa de nuestro patrimonio, con la ansiedad arbitrista del doctor Lecuna
dentro de un esquema de perfección técnica abrevada en las fuentes de la
más moderna Teoría Económica, significaban para Venezuela su marco di
desarrollo. Desgraciadamente predominaron la satisfacción de los hartos y
la inercia de los asustados. El patrón de oro, que en el fondo ha sido el siste
ma imperante entre nosotros, acuchilló nuestro costado. Un desagravio fui
tivo, de energías que se marcharon al exterior, fue nuestra trayectoria. 11
tipo de cambio nos hizo especialmente vulnerables a la penetración de I o n
artículos extranjeros y, el arrimo de esa persistente situación, Venezuela sr
convirtió en país de comerciantes.
muías, los programas y las plataformas, más o menos milagreros, pero nin
guno contenía la menor alusión a la necesidad de variar el tipo de cambio
para acomodarlo a una defensa inteligente de nuestras expectativas de desa
rrollo. Ni los partidos políticos, de derecha a izquierda, ni las personalida
des captaron el fenómeno. Pero es la izquierda quien tiene, en este sentido,
las culpas más pesadas. Durante decenios, apartir de 1936, las fuerzas de la
izquierda no dijeron una palabra contra la estructura cambiaría que nos
transformaba en nación de tenderos y de burócratas. Ese tema no existe en
el pensamiento de los sectores radicales del país. Quien lea los programas y,
en general, las expresiones que vertió la izquierda en ese dilatado período
no encontrará una sola línea sobre el problema del cambio y su incidencia
en la mediatización de Venezuela. El sistema de 1941, con su impedimenta
de convertibilidad irrestricta y su tipo de cambio bajo para la venta de dóla
res debió parecerle a los que han podido mostrarse inconformes extraordi
nariamente acertado porque no hay, en periódicos o en libros, nada que sig
nifique crítica, reparo o siquiera análisis admonitivo. Fue en las postrime
rías de la dictadura de Pérez Jiménez cuando las gentes más avanzadas del
país empezaron a preguntarse acerca de los funestos efectos que en las es
tructuras económicas surtía aquel orden cambiario. El torrente de las im
portaciones, desatado por el auge petrolero de la crisis de Suez, el frenético
crecimiento del comercio y el lánguido abandono de las fuentes de produc
ción nacional, más aterrador a la luz de esos hechos, movieron las ruedas de
la preocupación en busca de responsabilidades. Pero ya habían transcurrido
veinte años en que la izquierda fue muda e indiferente ante el problema. La
hipertrofia comercial se había producido sin que nos inspirara una palabra
de alarma ni un gesto de rebeldía. Es ahora, frente a hechos ya consumados,
cuando el pensamiento revolucionario de Venezuela tremola consignas de
crítica para el sistema cambiario vigente hasta 1960 y concede al tema la in
mensa importancia que él tiene como instrumento de alta estrategia en el
desarrollo nacional.
valor creado por cada campesino hindú que permanece en su aldea es fran
camente regresivo. Y a medida que transcurre el tiempo, el empobrecimien
to de las productividades y la consiguiente declinación de los niveles de
vida tómanse dramáticas. En Venezuela no tenemos una estructura agraria
ni un potencial agrícola que nos permita encerrar la mano de obra en los
moldes del caserío. El flujo migratorio es intensísimo en nuestro país ser
penteando más bien de las aldeas a las ciudades. Pero la disminución de las
productividades aparece entre nosotros con la misma proyección trágica de
la India. Aquí, el papel de la agricultura lo desempeñan los servicios. Son
ellos el gran baúl donde va a verterse, para conservar sus niveles primitivos
de vida, el ingente bloque de población que aflora anualmente a la edad de
trabajar. El comercio, el transporte y la burocracia constituyen, en especial,
actividades llamadas por nuestra estructura peculiar a hacer el oficio de
grandes disimuladores de un desempleo que sería infinitamente mayor. El
subempleo -como se llama en Economía a la desocupación disfrazada- tie
ne su principal baluarte en esas actividades terciarias de intrínseco parasi
tismo. Ni aun tecnificándose, mediante copiosas inversiones de moderniza
ción, el comercio y los servicios podrían asegurar a la población que allí
busca su empleo un nivel de vida halagador. Sería necesario que esas activi
dades se redujesen a sus límites justos para que, aprovechando la plusvalía
creada en las ramas productivas, pudiesen allí elevarse los niveles de sala
rios. Entretanto, el 46 por ciento de nuestra población activa ha de soportal
las consecuencias de su ubicación en ramas improductivas, ineptas por su
misma naturaleza para garantizar otros horizontes.
del excedente que crean hacia las ramas mercantiles de la economía nacm
nal. Pero esa transferencia no puede cesar porque, existiendo una red cu
mercial tan extendida, la población a ella adscrita necesita apoderarse di
una porción de la plusvalía engendrada en las esferas industriales. Un sislo
ma de esas características desalienta la producción. Y convida, sin alternnl i
vas, a la deformación. Para los empresarios es preferible establecerse en el
comercio y en las actividades conexas. Las tasas de beneficio allí impenm
tes son más lisonjeras que las de la agricultura y la industria. Los datos d i.
ponibles sobre la repartición del producto entre agricultores e industríalo»
por un lado, y comerciantes e intermediarios por el otro, confirma los pim
tos de vista generales acerca de la carga que soportan las fuentes prodia h
vas para sostener la hinchada superestructura mercantil. El Ministerio de
Agricultura ha demostrado, en sus investigaciones, que el 60 por ciento dol
valor de los géneros agrícolas adquiridos por el consumidor queda en mu*
nos de los comerciantes distribuidores. En la industria, las fábricas apenmt
perciben el 60 por ciento de los valores creados por ellas. El sector terciai m
engulle así la parte del león. Es imposible que haya, dentro de ese patrón de
reparto, alicientes a la inversión en los sectores productivos y capacidml
real para mejorar sustancialmente los salarios que allí se pagan. Los dos oh
mentos esenciales del ingreso -consumo e inversión- se ven paralizador o
minados por la deformación estructural de la economía. El comercio amimii
las mejores utilidades, extrayéndolas del esfuerzo concertado de toda lli pu
blación. Pero no las reinvierte provechosamente. Nuestros comerciantes, v
sus congéneres, atesoran su plusvalía o la radican en inversiones de c s o i i n *
resonancia social. La construcción de viviendas, la adquisición de terreno*
o simplemente el depósito bancario, constituyen sus válvulas de escupo
Ninguna de esas faenas económicas eleva permanentemente el volumen di1
ocupación ni crea condiciones auspiciosas para el fluir de los valores, lili n<
cedente engendrado en las ramas criollas de nuestra economía -es dccii. luí
que producen para el mercado interno- se filtra en los arenales de la pcinl»i
tente vocación de nuestra burguesía mercantil hacia el lucro cómodo.
111 momia arrebata a la inversión su papel dinámico. Poco útil y nada conso
CAPITULO XII
SE FUGA EL EXCEDENTE
Desde las primeras páginas de este ensayo nos viene escoltando, a dis-
¡mcia, un concepto que constituye el fondo mismo de todo análisis históri-
'o. Imitando a ciertos novelistas del misterio, que encierran a su protago-
usta en el incógnito casi hasta que la trama va a concluir, nosotros hemos
nantenido al excedente en un plano de lejanía calculada. La historia del
uimbre viviendo en sociedad podría reducirse a la manera de obtener, dis-
i ilwir y utilizar el excedente. Es un personaje que está, forzosamente, en la
ni/ de todos los procesos sociales. La fuerza motriz de cuyos movimientos
k penden el progreso o la decadencia. Los conflictos de intereses, el drama
le* las pugnas, el hilo electrizado de la historia en pocas palabras, cobran
mpetu o se arremansan con arreglo a la conducta del excedente económico,
iumos sus criaturas, guiadas o inspiradas por sus escurridizas manos. Si el
xcedente crece, habrá prosperidad y las contradicciones de toda sociedad
t nderán a amortiguarse. Si el excedente se achica o se estanca aparecerá
<• signo de interrogación que flota sobre los momentos de la penuria pro-
i nidada. La Venezuela del siglo XIX fracasó porque no pudo, en ninguna
le*sus etapas, crear un excedente cómodo. Dentro del injusto orden colonial
|in- la Independencia no alcanzó a tocar era imposible activar las fuerzas
ni»ductivas para extraerles el milagro de un excedente. La esclavitud man-
i niela, el latifundio y la opresión que pesaban sobre los sectores más actí-
'i>'. y emprendedores de la población, frustraban o aridecían el esfuerzo
'inductivo de la sociedad. La Federación dejó indemne esa estructura ab-
iii «la, de aplastamiento y succión. Pero agregó otros males, fruto exclusivo
Ir m i incapacidad frente a los problemas de su tiempo. Las güeñas caudi-
lt mas y la dictadura recurrente, con su secuela de enfermedad y barbarie
imciou a sumarse al cuadro histórico, ya recargado de tragedias, dentro
l' I i nal no podría brotar un excedente. La trayectoria de Venezuela tiene
- 189-
Proceso del Capitalismo Venezolano
Pero no basta con crear un excedente. Si ese fuera el problema, los regí
menes capitalistas de nuestra época no estarían confrontando crisis. En la
historia escrita ninguna sociedad había generado un excedente tan desco
munal como la de Estados Unidos. La economía norteamericana de nues
tros días engendra, todos los años, un excedente que no baja de 100 mil mi
llones de dólares. Y, sin embargo, ese país vive vicisitudes de estancamien
to y de progreso irregular que esterilizan su gigantesco potencial. La Vene
zuela del siglo XX tiene, ella también, un excedente milagroso. La diferen
cia que nos separa, hoy día, de la Venezuela tribal de los caudillos es, sin du
das, el excedente. En aquella Venezuela abolida por los taladros, las crisis
eran producto de la ausencia de un excedente. Porque no existía esa circuns
tancia capital en la vida económica sobrevenían y se encrespaban los con-
llictos. Ahora disponemos de un copioso excedente económico. Pero la cri
sis histórica del país, con ritmo acentuado y perspectivas extraordinarias,
sigue en el centro de la vida nacional. Una vez creado el excedente, la socie
dad tropieza con una segunda cuestión cuyo manejo es quizás más trascen
dental. Esa cuestión se plantea en términos escuetos: cómo y en beneficio
de quiénes se utiliza y reparte el excedente. Así se enuncia el segundo y de
cisivo escollo. Entramos a explorar las diferencias que separan, en nuestros
l iempos, a los países de maduro capitalismo de aquellos en los cuales la vin
culación con economías ajenas es relevante. En las naciones de fornido ca
pitalismo, el excedente ve reducida su eficacia en virtud de cuatro elemen
tos que estudió Paul Baran, cuya autoridad ya hemos citado. Ellos son: el
consumo excesivo de una parte de la sociedad, la existencia de trabajo im
productivo, los dispendios e irracionalidades del aparato productivo y el de-
scmpleo debido a la anarquía de la producción capitalista y a la insuficien
cia de la demanda efectiva. La acción de esas cuatro causas hace que el ex
cedente real sea menor que el excedente potencial en las economías capita
listas avanzadas. Es evidente que si el capitalismo pudiera suprimir la gra
vitación dañina e insuperable de los cuatro factores enunciados, su exce
d e n t e económico, mucho más grande, sería capaz de arrostrar y arreglar to
d a s las dificultades. Pero si ello ocurriere el capitalismo dejaría de ser capi
talismo como lo dijo V. I. Lenin cuando estudiaba ciertas baratas utopías en
c|ue se complacían los reformistas de su tiempo. Eliminar el obstáculo que
i (’presentan esos factores implica nada menos que una transformación es-
tiuclural de las sociedades capitalistas.
f iltre nosotros median todas las causas que en las economías adelantadas
*i n(rasadas influyen para debilitar el excedente. Pero obran en un medio sui
vi'iirri.s y fluyendo de condiciones intransferibles en las cuales se combinan
luí i/as históricamente heterogéneas, es decir, provenientes de mundos y
■Mmcluras contradictorias. El consumo improductivo no es, entre nosotros,
I I de las castas privilegiadas solamente. Las clases medias de Venezuela tie-
que una burguesía ávida y unas clases medias envanecidas reclaman a dia
rio como blasón de sus pretendidas superioridades. La desigualdad en la re
partición del ingreso, tan acentuada en la Venezuela petrolera, ha dado m ar
gen a la existencia de esa industria especializada en la elaboración de ar
tículos refinados. En otras condiciones históricas habría sido imposible la
aparición de una industria cuyos consumidores necesitan un nivel de vida
relevante y ostentoso. En nuestro país, con su “crema” de privilegiados que
se calentaron al sol del petróleo, hay compradores para las mercancías del
placer. Si el dinero que se ha invertido en la creación de esas industrias hu
biese torcido hacia el establecimiento de otros ramos fabriles, capaces de
elaborar productos de amplio consumo popular, la elevación de los niveles
de vida de las masas habría fortalecido nuestra capacidad de producción. El
grado de bienestar de una población en el cual la abundancia de artículos de
generalizado consumo tiene un papel eminente, influye sobre su eficiencia
productiva. Y robustece, sin posible duda, el excedente económico. En la
lista de los factores que afectan el excedente, frenando su potencial desarro
llo, nos resta el desempleo. Ya lo hemos estudiado en otro capítulo de este
ensayo. Pero queremos agregar ahora unas palabras para precisar m ejor su
perniciosa incidencia sobre el excedente líquido de nuestra economía. El
desempleo flagela en Venezuela a las capas jóvenes de la población. Las es
tadísticas del Banco Central -consignadas en su Memoria de 1961- tienen el
valor de un veredicto irrecusable. Allí se demuestra cómo la desocupación
crónica muerde especialmente a personas cuya edad oscila entre los 15 y los
25 años. En un país de escasa dotación de capital y de conocimientos técni
cos bastante limitados, el vigor de la juventud constituye por sí mismo el
más alto potencial productivo. Hay una diferencia entre los países viejos y
nuevos en cuanto a la jerarquía de su mano de obra. Los primeros pueden
operar, extrayendo el óptimo económico, con mano de obra envejecida o jo
ven. Las máquinas sobranceras y la difusión de la pericia técnica casi igua
lan las divergencias de rendimiento que serían imputables a la edad de los
trabajadores. Pero en naciones de reciente formación económica -donde no
;ibundan las máquinas ni la capacidad tecnológica- el trabajador joven es el
motor esencial de la producción. En la Venezuela del señorío petrolero es
precisamente el brazo joven el factor de producción más despilfarrado. In
móviles, en los islotes de desempleo que flotan sobre el golfo de aguas es
tancadas de nuestras grandes ciudades, miles de venezolanos jóvenes hun
den sus manos en los bolsillos con gesto de desesperanza. En esos bolsillos
¡i tormentados por la navegación de los dedos sin destino se evapora una po-
sibilidad para Venezuela.
-195-
Proceso del Capitalismo Venezolano
Entremos ahora, introducidos al pórtico del problema por las expl ica* io
nes precedentes, a analizar algunas de las perturbaciones más graves i|UI
crea la fuga del excedente económico. Entre el petróleo y el resto del pul*
tiene que establecerse un desnivel técnico casi imposible de salvar mienlia*
el excedente se fugue. Veamos el proceso. El petróleo no sólo dispuso, dOM
de el primer momento, de una técnica superior y de una masa colosal di' um
pítales sino que ha podido incrementar y sostener esa superioridad pou|iiH,
en su esfera, las reinversiones han sido suficientes y oportunas. Las otrus i«
mas de la economía no tuvieron nunca, en el medio siglo de explotacioi 11 it
trolera, recursos de inversión adecuados a las necesidades del desarroll»»iih
cional. La ley de la difusión del crecimiento, a través de estructuras peí nn n
bles, que ha garantizado el ascenso de las sociedades desde la Revolm uní
Industrial, no pudo operar en Venezuela. En Inglaterra y Francia, pafscN i|U#
fueronm odelo de desarrollo capitalista, las minas constituyeron la base pi l
mera del empuje industrial. Su excedente se reinvirtió en la industria v aul
pudo establecerse una creciente diversificación. El carbón de los yncimUMt
tos financió a las fábricas y éstas crearon la demanda que obraría sobro **!
carbón intensificando su tasa de producción. En Venezuela, el inipelutun
chorro de petróleo ha sido una riqueza que no ha producido todos sus eltm
tos, ni siquiera el más importante, porque su fuerza quedó esterilizada poi i I
tránsito hacia Estados Unidos y Europa de las ganancias allí encendí ad.n
El desarrollo capitalista de Venezuela tiene, como consecuencia di >-t
suerte de hemiplejía, dos fases diferenciadas. En el petróleo, el eapilaliNini
ascendió sin trabas, ligada como está esa riqueza al mercado inlemai miml
- 200 -
Domingo Alberto Rangel
Pero veamos otros aspectos en los cuales las contradicciones son igual
mente agudas. El petróleo ha permitido a Venezuela realizar cuantiosos
gastos en la creación de una infraestructura de obras de vialidad, comunica
ciones, urbanismo y sanidad que es superior a las de muchos países de más
gruesas proporciones económicas. La construcción de carreteras excede en
nuestro país a la de todas las naciones latinoamericanas con la excepción de
México. Ningún otro país de la América del Sur tiene una red tan completa
V moderna de caminos para vehículos. Nuestros servicios sanitarios posi
blemente sean más eficaces que los de nuestras hermanas las patrias de la
América Latina. Esa dotación de obras básicas, en todos los órdenes, impar
le a la economía una movilidad de factores que alcanza diapasones casi
lempestuosos. El auge de la natalidad y los grandes movimientos migrato-
i ios habría sido imposible sin el concurso del dispensario y de la carretera,
f n el proceso de nuestro desarrollo capitalista, desde que sentó sus plantas
el petróleo, hemos realizado un esfuerzo cabal en el plano de la construc-
i ión de obras y de la creación de servicios. Posiblemente pocos países en la
historia, cuando recorrieron el tramo que ya hemos dejado atrás, gastaron
guales sumas en la forja de un sistema de transporte, edificaciones y facili
dades. Ese extraordinario esfuerzo, medido en términos de gasto, pedía un
complemento para que pudiese operar la ley del equilibrio dinámico. Para
lelamente a la creación de obras y servicios básicos era imprescindible
construir una estructura industrial que recogiese los excedentes de mano de
"I h .1 tanto más grandes cuanto mayor fuese el empeño sanitario y educacio
nal. I’cro el desarrollo industrial quedó traumatizado por el escape hacia el
■hleí ior de los recursos que fluían del petróleo. En el cuadro histórico de la
Vi ik•/uela del petróleo, el único manantial de recursos estaba en los yaci-
miontos. Si el excedente líquido gestado en ellos torcía hacia el extranjero,
i I país sufría una amputación susceptible de cercenar su crecimiento. Y así
■Hni rió. I;l origen real del desempleo radica en la evaporación anual del ex
- 201 -
Proceso del Capitalismo Venezolano
brio, sin alterar el cuadro político del petróleo, tendríamos que resignamos
franciscanamente a esperar el momento en que ya agotada la posibilidad de
construir obras y servicios, el Estado quede en aptitud de consagrar el grue
so de su excedente al empuje industrial o agrícola. Pero, entretanto, habrán
fallecido de consunción, canonizados y beatificados, los centenares de m i
les de desempleados que hoy cunden al país.
quero que allí recala, como ballena de metal, pertenece a otra compañía del
mismo consorcio. Y si el petróleo sale de Venezuela sin sufrir refinación
lambién lo recoge una compañía jurídicamente distinta. Después, el com-
Imslible, refinado o en forma de crudo, se vende en la costa oriental de los
-203-
Proceso del Capitalismo Venezolano
¿Qué habría sucedido, cabe preguntarse, si esa masa líquida revierte to
talmente a la economía venezolana? Es difícil establecerlo con toda exacti
tud. Entraríamos en un terreno de hipótesis, ciertamente resbaladizo, en el
cual podríamos perder la claridad. Necesitamos, sin embargo, una respues
ta más o menos concreta para tan dramática pregunta. Para obtenerla, a la
medida del rigor científico y de la curiosidad política, sería pertinente sen-
lar algunas presunciones. Deberíamos suponer que los nueve mil millones
sustraídos a Venezuela se habrían invertido, siendo nacionales las compa
ñías, por ejemplo, en renglones de producción distintos del petróleo. Y de
beríamos suponer, asimismo, que esa inversión se realizó en óptimas condi
ciones de técnica, administración y dirección. Partiendo de esos dos su
puestos básicos. El primer problema que se plantea es el de conocer la pro
ductividad de esos capitales, vale decir, la relación producto-capital. Po
dríamos adoptar la relación media existente en la economía, a sabiendas de
i|iic, en las ramas industriales, hubo una relación superior. Quiere decir que
cada bolívar invertido generó, en el primer año de operaciones, un producto
igual a cincuenta céntimos. (La relación producto-capital para toda la eco
nomía venezolana fue de 0,50 en el lapso 1950-57). Luego habría que plañ
ir.use otro tema de investigación. El concerniente al reparto del producto
«.-litro consumo y ahorro. El real que engendró cada bolívar invertido, si
-205-
Proceso del Capitalismo Venezolano
CAPÍTULO XIII
EL FUTURO ECONOMICO
- 213 -
Proceso del Capitalismo Venezolano
ras, en el árbol del capitalismo que, desde 1920, maneja y determina la vida
nacional. En la lucha que vendrá, el sistema imperante entre nosotros no
tendrá el vigor y la frescura suficientes para anular a las corrientes que 1c
disputan el cetro.
- 217 -
Proceso del Capitalismo Venezolano
Pero no hay que olvidar, en todo este esquema, un aspecto básico que*
roza directamente a la tasa de beneficio. El producto petrolero se reparte en*
tre las compañías y la Nación, copropietaria del capital por su carácter do
poseedora de los yacimientos. No basta para las compañías disminuir el vi i
lumen de las inversiones y orientar las que subsistan hacia el ahorro de
mano de obra incrementando el desempleo. Es necesario quebrantar tilín
bién la participación de Venezuela, su desguarnecida socia. Las leyes hoy
vigentes impedirían a las empresas lucrar a corto plazo del descenso de I on
costos, implícito en la baja global de las inversiones, y en la reducción de lit
mano de obra. Porque la Nación participa automáticamente en el alza de Ion
beneficios que de todo ello resulta. El imperialismo petrolero tiene que upe
lar a otros resortes para defraudar también al Estado venezolano. Su p o l i o
ca, en busca de ese objetivo, consiste en ocultar el producto de la indusli ni
mediante la manipulación de los precios. El valor del producto de cuulqun i
industria tiene una expresión monetaria en los precios. El capitalismo po.M t
instrumentos que le permiten divorciar los valores de los precios. I n Veno
zuela, las empresas petroleras vienen disminuyendo la cifra monetaria di I
producto mediante la rebaja de los precios publicados (posteil/>/ /<■<■,v) v lo»
-218-
Domingo Alberto Rangel
descuentos que, aun por debajo de esos precios, conceden a ciertos compra
dores. Así, la masa del producto adquiere una evaluación inferior a la reali
dad. Los precios del petróleo se reducen en nuestros puertos de embarque,
pero los derivados, que venden en el exterior las subsidiarias de las mismas
compañías que operan en nuestro suelo, siguen costando iguales sumas a
los compradores que los consumen. Se realiza una transferencia desde las
compañías domiciliadas entre nosotros a las intermediarias y refinadoras,
ubicadas en Estados Unidos o Europa, que no tributan al fisco venezolano.
El achicamiento interesado del producto petrolero, en su valor monetario,
hiere nuestros intereses en la medida en que perjudica las percepciones del
Estado. Así se redondea la estafa a Venezuela. A la postre, son los consor
cios quienes embolsan la parte del león. De paso la política de las transfe
rencias hacia el exterior a través del juego de los precios, afecta los términos
del intercambio para Venezuela. Cada año nos cuesta más, en petróleo, ad
quirir una tonelada de productos extranjeros. Actualmente es necesario des
tinar 1,20 toneladas de petróleo para comprar en Estados Unidos la misma
cantidad de mercancías industriales que ayer adquiría en ese mercado una
sola tonelada de petróleo. El proceso del deterioro de los términos del inter
cambio habrá de proseguir en el futuro.
-224
k A
Domingo Alberto Rangel
CAPÍTULO XIV
NO HAY REFORMAS DEMOCRATICAS
Pero en Venezuela, cuyo caso siempre fue peculiar aun en el mundo del
subdesarrollo contemporáneo, la democracia jamás arraigó. El liberalismo
que debía encarnarla, conforme a la experiencia de otros pueblos, llevó al
poder las más brutales formas de la opresión política. En nombre de los De
rechos del Hombre y del Ciudadano y de toda la fraseología liberal del siglo
XIX, Guzmán Blanco y sus sucesores caudillescos implantaron el exclusi
vismo, la persecución y el monopolio tribal de la vida venezolana. La de
mocracia en Venezuela no pudo pasar del manifiesto ocasional, que era el
-225-
Proceso del Capitalismo Venezolano
rito casi religioso con que se iniciaban las guerras civiles o de la protesta
efímera del periódico condenado a apagarse bajo el manotón del César.
Ninguna de las instituciones democráticas -el Congreso, la prensa libre, los
partidos, las elecciones- cuajó en el país, aunque las Constituciones paga
ron tributo de hipocresía a esos mitos estampándolos en su ceremoniosa le
tra. Fue una democracia encarcelada que tenía Quijotes -el bueno de Level
de Goda, el arrogante Antonio Paredes- condenados a oír las vulgaridades
de los cabos de presos en vez de hacerse escuchar en los Congresos por los
cuales suspiraron en vano.
subdesarroliados del mundo se preguntan por qué en tan largo tiempo conti
núan pobres y humillados, mientras la secular Rusia se emparejó con los
Estados Unidos en el estrecho tramo de cuarenta años. El desarrollo capita
lista está definitivamente sepultado en las regiones retardadas del planeta.
do ello sea posible, e invoque los Derechos Humanos pero que dispare, cu
carcele y amedrente. El país nunca esperó que los liberales con treinta y ciu
co años de coqueteo con las garantías individuales terminaran utilizando Ion
métodos de cualquiera dictadura. Ni llegó a preverse que los caballeros do|
comercio y de la industria ungieran con su respaldo al “revolucionario” qno
en el colmo de su arrepentimiento fuera capaz de “maquillarse” con el colm
del ayer odiado despotismo. La política venezolana proseguirá entre din
mas y sainetes. Con una burguesía ávida acogiendo en sus brazos a una (Ir
mocracia sin pudor y a unos políticos sin dignidad.
- 236 -
Domingo Alberto Rangel
CAPÍTULO XV
UN CAPITALISMO INESTABLE
de 1900 de 5,20. Ese tipo de cambio derivaba del contenido fino del dóliu y
el bolívar. Rigiendo en aquel momento el patrón de oro más irrestricto, i mln
moneda tenía, respecto a otra, la tasa de cambio emanada de su mutuo con
tenido de oro. La relación de 5,20 se mantiene hasta 1932, cuando el i i)jui
de la crisis aquí, sin embargo, bastante amenguada ya por el rey petróleo,
eleva la tasa del dólar a 7,80 en algún momento. Pero pronto bajará ese lipn
de cambio, milagros tempranos del petróleo, a 3,17 y luego ancla en i,
Tal tipo de cambio adoptado en 1936 rige hasta 1963. Este último año ve un
cer el tipo de cambio de 4,30 que llegaría hasta el propio 18 de febrero «U
1983. En resumidas cuentas, entre el primero de enero de 1900 y el 18 de le
brero de 1983, la cota del dólar va de 5,20 a 4,30. ¿Hay en la América I al mu
un caso parecido o siquiera próximo de estabilidad monetaria? Casi un a
glo en el cual una moneda local gana terreno frente al signo yanqui. No NO
registró en nuestro corral latinoamericano nada de remota semejanza. Y en
ese siglo escaso no hay controles de cambio sino en brevísimas etapas y lan
superficiales que parecen un recurso burocrático más que un elemento do
regulación monetaria. América Latina en aquellos días se llena de controlen
de cambio, más de un país contingenta la moneda extranjera, hasta se ii 111 o
ducen complicados sistemas de regulación inspirados en las trapisondas
monetarias del doctor Schatch en Alemania. Venezuela, como si pertene
ciera a otro planeta, ignora todo eso. El dólar es ofrecido sin control alguno
en nuestros mercados monetarios y a un tipo de cambio que apenas suln
reajustes insignificantes. Pero entre 1983, desde el Viernes Negro, han I>a-t
tado diecinueve años para que el dólar llegue a mil bolívares. En ochenta \
tres años, de 1900 a 1983, la divisa norteamericana bajó de 5,20 a 4,30. I n
diecinueve años, los que separan a 1983 del 2002, el mismo signo pasa di
4,30 a 7,50 a 1000. En la cuarta parte del tiempo que gastó el primer pi ot e
so, el bolívar pierde ciento cincuenta veces su valor que, en el período ante
rior, ha conservado y mejorado. Parecería una catástrofe nacional revclailt >
ra de una crisis que incubándose en silencio desde muchos años antes I>i<>ló
con fuerza aquel 18 de febrero y no ha perdido ímpetu devastador hasta
ahora. El bolívar no ha cesado de achicarse. La última devaluación, la «leí
martes de carnaval del 2002, ha sido lam as drástica y presagia otras que, en
cadena, van a llevar el tipo de cambio a mucho más de mil bolívares, Tiem
que haber existido una causa honda en demasía que al emerger en 1983 (un
tomó el risueño panorama reinante hasta aquel día y ha sido tan poden isa y
persistente que aún hoy desencadena una inestabilidad como jam ás resistió
el país. Ni la Venezuela de las guerras civiles vivió tamaña inestabilidad
cambiaría. El país, ayer modelo de estabilidad, cuya economía contrastaba
con las otras en América del Sur, es ahora campeón de la inestabilidad I las
-238-
Domingo Alberto Rangel
Para encontrar la clave dialéctica que nos permita ubicar esa causa creo
necesario evocar algunos mecanismos fundamentales del proceso econó
mico. El tipo de cambio refleja la relación entre una economía y otras que
existieren en el mundo. Esa relación se establece a través de movimientos
de exportación o importación de bienes y servicios, comprendidos en estos
últimos los capitales. Para importar aquellos capitales, aquellos servicios y
aquellos bienes que un país necesite es indispensable contar con una expor
tación equivalente. Las diferencias se cubren con préstamos destinados a
enjugar el déficit o con exportaciones de capital que allanan el superávit de
la cuenta final en la balanza de pagos. Para que una nación pueda importar,
bienes o servicios, ha de existir una capacidad implícita nacida de su propia
economía. Pero las exportaciones que pagan o financian la importación de
rivan del Ingreso Nacional o están condicionadas por esta variable. Si el In
greso Nacional crece a prisa pero las exportaciones no siguen la misma con
ducta sobrevienen estrangulamientos que arrojan pavesas de crisis sobre
todo el panorama. Estos mecanismos son bastante elementales y constitu
yen parte esencial de la Teoría del Comercio Internacional. En un país don
de las exportaciones, los préstamos o las inversiones que se reciban del ex
terior y otras entradas crezcan menos que el Ingreso habrá tensiones exte
riores. Y si a ello se agrega un deterioro de los términos del intercambio,
esto es, del valor relativo de lo que se exporta en comparación con el valor
de lo que se exporta, el panorama redondeará un desastre. Este universo sir
vió a Raúl Prebish para formular la teoría que mejor interpreta, creo yo, la
súbita pero persistente inestabilidad de Venezuela tal como ella se refleja en
el tipo de cambio. Para Prebish el progreso y la dinámica están condiciona
dos en América Latina por la relación entre el Ingreso Nacional y la capaci
dad para importar. Si el Ingreso Nacional crece más que la capacidad para
importar, definida ésta por el valor del exterior, sufrirán tensiones y crisis
que afectarán el tipo de cambio. Devaluaciones, controles de cambio, etc.
serán el fruto amargo de una crisis de ese tipo. Para que una economía lati
noamericana crezca debe moverse con mayor fuerza la capacidad para im
portar que el Ingreso Nacional. De la relación entre la capacidad para im
portar y el Ingreso Nacional depende en gran medida, según esta teoría, la
estabilidad cambiaria. Venezuela vio hasta 1983 crecer mucho más rápido
la capacidad para importar que el Ingreso Nacional.
- 239 -
Proceso del Capitalismo Venezolano
-241-
■ .
■M
Domingo Alberto Rangel
E P IL O G O :
NUESTRO DILEMA, NACION
O EMIRATO PETROLERO
zolano que hemos retratado en las páginas de este libro tiene o ha tenido ras
gos específicos desde su nacimiento en el siglo XIX pero jamás dejó de es
tar ligado o de ser apéndice de un sistema que era y no podía dejar de serlo
encamación de una totalidad mundial. En el proceso venezolano se reflejan,
desde los días coloniales -si hasta allá quiere llegar la erudición o la vanidad
intelectual del observador-, las distintas etapas o modalidades que esté re
vistiendo el capitalismo en escala universal. Las primeras plantaciones de
cacao en los litorales húmedos de Aragua respondían al capitalismo mer-
cantilista de unos Borbones que desde sus dominios europeos impulsaban
la acumulación de capital. El advenimiento de un Borbón, el príncipe Feli
pe V al trono de España es el intento más claro de incorporar a ese país en
las redes de un capitalismo que ya ha andado un trecho en Holanda e Ingla
terra y tiene una cuna predispuesta en la América del Norte. Con aquel prín
cipe, vástago de una familia avecindada en tierras más propicias al capita
lismo desde tiempo atrás, las colonias americanas de España fueron orien
tadas hacia lo que exigía el gran capitalismo del momento, géneros más
cónsonos con el tipo de acumulación que reinaba en el momento. Fue la
hora de Venezuela y el Río de la Plata y el eclipse correlativo de México y el
Perú. Como no estamos escribiendo un texto de historia nos detendremos
aquí en este camino de paralelismos. Sólo nos interesa utilizar a nuestro
país como banco de prueba para demostrar, acabada y hasta bruñida, la ver
dad que encierra el apotegma de que no hay, no puede haber capitalismos
nacionales. Las reiteradas guerras de los dos últimos siglos eran o fueron
otras tantas intentonas de ciertos centros o núcleos centrales por empuñar el
timón del único capitalismo existente en el planeta. Dejemos este recorrido
por los recodos del pasado donde apenas basta señalar, una vez más, el ca
rácter internacional de todo capitalismo así brote en Tasmania, esa isla fa
vorita de antropólogos por sus curiosidades humanas.
sabilidad de nuestro país durante un siglo toca ya su fin. No porque los yaci
mientos vayan a agotarse. A tasas aún mayores de explotación que las tic
tuales, nuestros recursos extractivos durarían tal vez cien o más años pero
dentro de cierto tiempo, por desgracia o por fortuna muy breve, el petróleo
caerá del trono donde lo colocó el capitalismo desde tiempos de Rockele
11er. Toda una serie de actividades, sustanciales algunas de ellas, han visto
ya descender al petróleo hasta posiciones segundonas o terceronas como
fuente energética. Pero hay un baluarte donde el petróleo conserva la forla
leza de un castillo feudal y el hermetismo de una caja de caudales, es el au
tomó vil. Allí hasta ahora ha reinado él sin acompañamiento, monarca abso
luto y acatado. No hay rival o no ha habido rival para el petróleo como fue
tor energético del automóvil. Pero ese verbo podría conjurarse con alguna
modalidad del pasado en cualquier momento. La creación de un automóvil
movido por electricidad no es ya proyecto para un futuro remoto. Dentro de
unos años podría invadir ese vehículo las avenidas y autopistas de los grim
des países industriales. Allí mismo o en aquel momento empezaría a moni
el petróleo como fuente magna de abastecimientos energéticos. Venezuela
tiene una sentencia escrita en la pared como ocurría en los tiempos bíblicos,
aunque Jehová, gran juez, escribía sus sentencias en el cielo donde es ñu
ños costoso. En pocos años, los de una generación, nuestro país tiene qiu-
emplazar industrias sustitutivas del petróleo o se convierte en una sombra
Nuestro capitalismo no puede seguir siendo ya aceitero. Lo fue hasta ahora
y todas las industrias aquí surgidas partían de la energía barata como su
puesto. Ahora esa energía significará poco o no significará nada. Venezuela
tiene que buscar acomodo bajo otros soles. Hay una industria en el mundo
que viene, la cual podría otorgar a Venezuela algún margen para que su ca
pitalismo tenga resquicios de posibilidad. Es la industria petroquímica
Conserva ella, frente a otras, una posición de vanguardia aunque esté disini
nuida. En el mundo que ya ha advenido o está adviniendo sólo la informal i
ca y la cibernética conservan o detentan el orgulloso liderazgo de los domi
nadores. Pero hay otras industrias, no tan señeras que guardan un cierto li
li eve, entre ellas la petroquímica. Allí está hoy la única opción para todo c a
pitalismo que aspire a brotar en Venezuela.