Escribiendo Junto A Colores

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Escribiendo Junto

a colores

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Índice
Blanco………………………………….……………………………………….…….4
Fin de semana para el olvido, por Giuliana Giannone…………………………….….5
Preguntas Prohibidas, por Hoream……………………………………………………12
Gris…………………………………………………………………………………….19
Silver, por Jazmin Romero……………………………………………………………...20
Sobreviviendo a la ciudad, por Shasmine Cianne………………………………………34
Naranja…………………………………………………………………………………40
Antes de que caiga la nieve, por Olivia Ivanov………………………………………..41
Negro…………………………………………………………………………….……..46
Regando, por Abril Chamorro……………………………………………………………47
Desolación, por Camila Lorusso………………………………………………………..50
El diluvio, por Guillermo Rubio………………………………………………………….53
Rojo………………………………………………………………………………………57
La carta y el vestido rojo, por Fedra Venturini…………………………………………..58
Verde……………………………………………………………………………………...61
La laguna, por Antoched………………………………………………………………….62
En esta hoja de papel, por Leila Remedios………………………………………………..67
Jugando como niños, por Tomás Curti…………………………………………………..…71

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Blanco
Este color expresa la idea de:
inocencia, paz, calma, bondad, pureza
y virginidad.

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M e levanté más que feliz, al instante supe que Angelica sentía lo mismo. Tenemos una
conexión que no se si tienen todos los gemelos, podemos sentir emociones de la otra y
entendernos perfectamente sin necesidad de un solo gesto.

Nuestra felicidad es porque hoy es el día! hace una semana nos dijeron nuestros padres que
íbamos a ir a pasar el fin de semana a lo de mi abuela Amalia! porque nuestros padres se van a un
viaje del trabajo de mi papá para dos personas, al principio pensaron en no ir, pero los convencimos
de preguntarle a la abuela si podíamos quedarnos en su casa y dijo que sí. No solo es que nos guste
estar con ella, si no que vive en un campo fuera de la ciudad que es absolutamente genial, y además
vamos a ir solas.

Antes de partir, estuvimos desayunando, terminando de armar los bolsos y elegir varios CD's
para el viaje, ya que queda aproximadamente a 3 horas de casa.

—Guardaron el cepillo de dientes, no?

—Sí, mamá—respondimos casi a coro

—Bueno, bueno. Y la toalla?

—Pensé que las guardabas vos—contestó Ange

—Yo guarde 3—interrumpí evitando el enojo de mamá

—Ah, mejor

—Si se llegaron a olvidar algo con los flor de bolsos que traen para una semana...—rió papá,
seguido por mamá y nosotras

El viaje fue bastante tranquilo. Estuvimos jugando al veo veo y cuando nos aburrimos
pusimos uno de los CD's que trajimos y lo estuvimos cantando.

Cuando llegamos, la abuela ya estaba en la puerta preparada para abrirnos el portón de


entrada, junto con todos sus perros .De chiquita pensaba que el campo era sumamente gigante y que
podrían entrar más de 5 palacios...ahora seguía siendo grande, pero podía notar que entraría uno
solo como mucho .Tiene un pasto verde y prolijo que tienta a rodar sobre él, grandes canteros de
flores coloridas y un camino de piedras hasta la casa.

—Hola mis princesas, pero que grandes que están! Ya 10 años, parece que hubiese sido ayer
cuando las amacaba una en cada brazo para hacerlas dormir—nos saludó junto con un gran abrazo

—Hola, abu—contestamos riendo

—¿Se quedan hasta el domingo que viene o el del mes siguiente?—bromeó al ver nuestros
bolsos

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—Les dijimos lo mismo, mamá, pero bueno…viste como son.—respondió mamá

La casa no es nada fuera de lo normal, pero se siente cálida y reconfortante al estar hecha de
madera y ladrillos. Tiene dos pisos y hay un balcón con varias plantitas. Arriba de eso hay un
pequeño altillo donde solíamos jugar. Luego de dejar nuestras cosas y tomar un poco de agua,
estuvimos jugando afuera con los perros un rato hasta que llegó la hora de almorzar.

—Vengan a comer que ya está listo el pollo—nos llamó la abu Amalia

—Ahí vamos—respondimos mientras corriamos dentro

—Se ve que tienen hambre al venir tan rápido..

—Si—respondió Ange, yo asentí con la cabeza

Me senté a comer. El pollo estaba riquísimo y además lo podíamos acompañar con salchicha
o papa, obviamente elegí la segunda opción, amo la papa. En cambio Angelica prefirió las
salchicha.

Después de comer llegó el momento de despedirnos de nuestros padres, ya que tenían que ir al
aeropuerto a tomar el avión.

—Las voy a extrañar niñas. Las amamos.—dijeron abrazándonos fuerte.

—Nosotras también

—Bueno, portense bien y no hagan renegar a la abuela. Mami, cualquier cosa que necesites
llámame a mi o a Marian, si? Tenes mi celular nuevo, no?

—Si hija, no te preocupes. Cualquier cosita yo te llamo. Pasenla lindo.

—Gracias, nos vemos.—saludaron mientras se iban hacia el auto. Saludamos con la mano
hasta que lo perdimos de vista.

—Bueno, entremos así duermen la siesta un rato. Supongo que deben estar cansadas por el
viaje.

—Yo no quiero dormir abu.

—Yo tampoco

—Bueno, si quieren podemos ir a visitar a los vecinos de al lado. Tienen niños de su edad.

—Siii—respondimos

Pasamos por una panadería que había cerca a comprar facturas y después fuimos a la casa de
los vecinos de la Abuela.

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—Pero que grandes que están! Me acuerdo cuando venían y tenían apenas 2 años, como
crecen!—dijo Ana, como dijo la abuela que se llamaba, al vernos. No me acordaba de haberla visto
en ningún momento, pero asentí para quedar bien. Ange hizo lo mismo y nos reímos en silencio.

—Sí, yo pensé lo mismo—coincidió Amalia.

Ana nos presentó a sus nietos, dos niños, uno de 7 y otro de 11 y una niña de 8.Estuvimos
jugando largo rato y luego cuando se hizo bastante tarde nos fuimos a la casa de la abuela a
merendar. Tomamos chocolate caliente junto con bizcochuelo mientras mirábamos una película en
Disney. Cuando terminó la abuela nos llevó a comprar algo para cenar a la carnicería del barrio, que
en realidad es otra casa en la que vive un señor que vende carne frizada que compra en la ciudad.

—Mientras yo preparo la cena, quieren ir armando algunas cositas para decorar en navidad,
solo falta un mes para que llegué. Vayan a buscar materiales en mi habitación

—Sí, que divertido—dijo Ange,—¿En qué parte, abu?—añadí

—Debajo del escritorio hay una bolsa con tela de color verde y roja, porcelana fría, temperas
y otras cosas más, traigan la bolsa entera y se fijan.

—Bueno—respondimos mientras íbamos a buscarlo

Estuvimos más de una hora muy entusiasmadas armando arbolitos de porcelana teñida de
verde, botitas rojas y algunas de esas formas de galletita como la de Shwerk. Ange también hizo un
Papa Noel muy lindo, aunque a mí no me salió.

Cuando se hizo la hora de la cena, dejamos todo secando. La abuela había preparado unas
milanesas de carne con puré de papa y calabaza, me encantó tanto que me comí dos platos.

Antes de ir a dormir acomodamos todo lo que habíamos sacado y cuando nos fuimos a acostar
Amalia nos contó un cuento para dormir.

—Este cuento me lo contó mi madre, a la que se lo contó mi abuela y así por más
generaciones. Cuenta la historia de una princesa que vivía en un castillo, lo tenía absolutamente
todo, pero siempre quería más cosas y su padre consentía cada uno de sus caprichos. Un día le había
dicho que había salido una posión que te hacía saludable de por vida y que la quería ya mismo. Solo
se conseguía en un negocio a más de 1.000 kilómetros del castillo, pero tanto que la princesa
insistió el padre no tuvo otra opción que ir a buscársela. Cuando llegó le dijeron que no había
ninguna posión para hacerse más bella en ese lugar, pero que quizá en una tienda 10 kilómetros al
este si la tenían. Se fue hasta allí y le dijeron que tampoco, que quizá se confundió de lugar o le
dieron mal la información. Entonces cuando iba volviendo al castillo después de su mala suerte, vio
un pequeño carrito que decía en grandes letras 'Pociones para la mejor salud'. Enseguida se acercó y
le preguntó cuanto salía, que le daría todo lo que pidiera. Rápidamente, el vendedor le dijo que el se
lo daba a cambio de las sandalias y la campera. El padre de la princesa obedeció y se llevó muy
feliz su poción. Al pasar unas horas caminando se dio cuenta de que tenía los pies muy sangrientos
por estar descalzo, las piedras del piso lo lastimaban, también sentía cada vez más frío y no tenía
nada con lo que taparse. Cuando empezó a llover se quedó debajo del techito de una tienda, y como
tardaba en parar, decidió seguir caminando para no llegar tan tarde al castillo. Cuando llegó estaba

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casi muerto; el hambre, frío y las lastimaduras lo habían destrozado. La princesa al ver así a su
padre, le dio la posión para que se curase. Cuando ya se curó él le agradeció pero ella no hizo más
que repetirle 'no podría haber hecho menos. Tú fuiste hasta donde yo te dije por tratar de hacerme
feliz y no lastimarme, y el que se terminó lastimando y casi muriendo fuiste tú. Fui una muy mala
hija y esto no necesitas agradecérmelo'.

Apenas terminó me quedé dormida, Ange se había dormido a la mitad.

La abuela nos levantó a las 9, era un día precioso. El sol iluminaba todo el campo junto el
canto de los pájaros haciendo un paisaje de película.

—Tomen el desayuno que les prepare así después se meten a la pile.

Hicimos caso rápidamente, el día estaba especial para meterse a la pileta. La de la abuela era
una construida bajo tierra, de esas con los azulejos.

Tomamos la chocolatada fría con galletitas y nos pusimos la malla y el protector solar.

Me fui metiendo de a poco, disfrutando el contacto del agua con mi piel ,refrescándome.

Estuvimos jugando con Ange a varias cosas hasta que se hicieron las 11 y el sol se hizo tan
fuerte que tuvimos que salir. Nos cambiamos y fuimos a jugar con los chicos de al lado que
habíamos conocido. Nos acompañó la abuela hasta la puerta y se quedó un rato charlando con Ana,
después de un rato volvió a su casa y nosotras nos quedamos.

—A que quieren jugar?—preguntó el niño mayor

—Podríamos jugar a las escondidas—ofrecí

Todos dijeron que sí. Primero le tocó contar a Marianela, la de ocho. Nos fuimos a esconder
con Ange pero decidimos separarnos, yo me fui atrás de un árbol cercano con un gran tronco que
me cubría completamente. Cuando empezó a buscar fui la tercera en ser encontrada, todavía faltaba
Angelica. Empecé a sentir un miedo, no era mío.

—No la encuentro por ningún lado—anunció Marianela. Ahí empecé a preocuparme por ese
sentimiento ajeno

—Separémonos para buscarla—ofrecieron los otros dos chicos. Todos asentimos y


empezamos a buscar.

Empecé por donde la había visto la última vez y traté de seguir las huellas en la tierra, pero no
había ninguna ya que no estaba mojada y eso no dejaba ningún rastro. Grité su nombre cada vez
más fuerte, pero no se oía respuesta. Seguí caminando y buscando hasta que me topé con el
alambrado que separa la ruta, entonces volví. Estaban todos allí, y ninguno encontró nada.
Decidimos avisarle a Ana y Amalia.

Apenas le dijimos a Ana se puso como loca y fue a llamar a la abuela que nos interrogó para
ver algo por dónde empezar a buscar. Nadie encontraba nada.

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—Cuando nos escondimos nos separamos, yo me escondí en el árbol de allí atrás, ella se fue
para el lado del alambrado.

—Bueno, ¿ya buscaron allá?

—Sí, pero no encontré nada

—Volvamos a buscar

Cuando vino sin encontrar nada, mí preocupación creció hasta convertirse en un absoluto
terror, necesitaba encontrar a mi gemela ahora mismo, podría haberle pasado cualquier cosa.

Las lágrimas me bañaban la cara. Nos subimos al auto de Ana todos y fuimos a buscarla por
los campos vecinos y hasta los costados de la ruta. Preguntamos a todos los que estaban cerca si
habían visto algo.

—Yo vi hace un rato un señor, iba de la mano con una niña y se subían a un auto. Pensé que
eran padre e hija.

—¿Cómo era la niña flaquita, pelo hasta los hombros y castaño claro?

—No recuerdo bien porque no la miré detenidamente pero era flaquita, baja y con un pelo
tirando a rubio.

—Ay dios mío, no pudo ver hacia donde se dirigía el auto?

—Me parece que se fue para allí aunque no estoy seguro—dijo señalando hacia el oeste.

—Muchísimas gracias

—De nada, espero que puedan encontrarla—dijo mientras volvía a entrar en su casa.

Rápidamente nos subimos al auto y nos dirigimos hacia el lado que había dicho el hombre. En
el trayecto mi abuela llamó a mis padres y les anunció lo que había pasado, muy entrecortado a
causa de sus llantos. Se preocuparon tanto que al cortar ya se fueron para el aeropuerto a tomar un
avión de vuelta.

Cada minuto que pasaba me ponía peor, sentía un vacío muy grande como nunca lo había
sentido desde que Angélica se calló en la pileta y casi se ahoga de no haber sido por mi padre. No
estaba acostumbrada a pasar un solo minuto sin ella. Lo que peor me ponía era sentir ese miedo que
no era mío, sabía que era suyo, y no podía ayudarla. La situación se estaba volviendo desesperante.

Después de 2 horas de no encontrar nada volvimos a la casa de la abuela y llamamos a la


policía. Apareció 1 hora después y tomó todos los datos para empezar la búsqueda.

—Mía, vos quédate dentro mientras voy a hablar con los policías afuera. Trata de dormir y
quédate tranquila que Angélica va a aparecer.

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Asentí con la cabeza para que no se preocupe, pero no iba a poder dormir jamás sabiendo que
mi gemela podía estar en peligro.

Me quedé acostada pensando en Angélica, en su forma celestial de hablar y de manejarse con


todos. Era una de esas personas que solo ver su sonrisa te da paz, que cuando está feliz transmite
felicidad y cuando esta triste te contagia toda su tristeza. Siempre que me enojaba podía calmarme
porque ella me hacía sentir su paz interior, cuando me ponía mal solo ella podía ayudarme. Sentir
ahora sus sentimientos, era una tortura, ese terror profundo del que nadie la podía salvar.

Después de un rato me quedé dormida pero me desperté a las dos horas cuando oí el ruido de
la puerta abriéndose. Era mi abuela, tenía la cara mojada de tanto llorar y tenía una cara que solo
transmitía un 'lo siento'. Aún sin verla me hubiese dado cuenta de lo que pasaba. Ahora no sentía
miedo o alguna otra emoción de Angélica, no sentía completamente nada. Es como si alguien
hubiese cortado la cuerda que nos unía, era porque ella ya no estaba, lo sentía.

Inmediatamente las lágrimas me saltaron e inundaron los ojos nublándome la vista, los gritos
desesperados y los inventos para tratar de que lo que estaba pasando sea mentira. No podía
aceptarlo, mi corazón no me lo permitía. Sentía como se me retorcía el alma por el tan profundo e
irreparable dolor.

Mis padres llegaron a la mañana y al oir la noticia pude ver como se destruían por dentro. La
abuela había decidido no avisarles cuando iban en viaje y esperar a que llegaran. Estuvimos
abrazados llorando hasta la noche que decidimos marchar a la ciudad. Al día siguiente fuimos al
velorio, fue lo peor que pude haber visto.

Ella estaba fría, con esa dulzura que la caracterizaba, pero no estaba esa sonrisa que la hacía
tan especial.

2 años después

Hoy es nuestro cumpleaños de 12, va, mío. Sigo acostumbrada a hablar de 'nosotras' y no de
'mí' porque siempre fue así mi vida, porque nunca estuvimos separadas hasta ese terrible día que no
quiero recordar. No me contaron lo que le había pasado hasta un año después cuando estuve
preparada para escucharlo. Parece que quizo ir a esconderse al campo de al lado, allí la secuestro el
señor que nos había dado el testimonio de ver una niña con un señor, solo lo dijo para mandarnos
lejos de él y dejarle tiempo para meterla en una bolsa y tirarla al río. Me cuesta muchísimo pensar
en esa situación, todavía más si recuerdo el terror que sentía ella en ese momento. El asesino está en
prisión y se quedará ahí por siempre. Lo encontraron 5 meses después de descubrir que fue lo que
pasó, había escapado a Tokio, un lugar con mucha población donde sería difícil encontrarlo.

Ahora solo estoy aprendiendo a vivir sin una parte de mi alma que tuve desde que nací,
aprendiendo a hablar en singular sin incluirla, tratar de hacerme amigos y hacer las cosas por mi
sola...pero me cuesta de una forma inimaginable.

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N o debería tener tantas dudas, no debería tener tantas ganas de saberlo, pero es que por
mucho que lo intento no logro entenderlo ¿por qué no puedo preguntar? ¿Por qué ningún
niño puede preguntar nada? ¿Qué tiene de malo querer saber?

Se supone que no debería estar escribiendo esto, lo sé, pero el otro día vi una palabra en el
diccionario de mis padres, “revolución”. Desde que nací jamás había oído hablar de esa palabra, es
una de esas cientos de palabras que entre los niños la tenemos prohibidas porque pueden crearnos
dudas, preguntas y preguntar está prohibido.

Mi nombre es Alicia, tengo 9 años y vivo en Dubitare, un país donde cualquier persona menor
de 12 años tiene prohibido preguntar, ¿por qué?, es una buena pregunta, una pregunta que nadie se
atreve a responder, pienso que tienen miedo, aunque todavía no sé a qué.

Mis padres se suelen molestar mucho cada vez que sin querer les pregunto algo, me suelen
preguntar por qué no soy como los demás niños, aunque no creo que lo hagan porque sean malos o
no me quieran, lo hacen porque eso dicen las normas del país que deben hacer. Normas, es otra de
las palabras que leí hace poco, pero esta la leí en la escuela, en los diccionarios que nos obligan a
leer cuando entramos a la escuela a los 5 años, es lo único que se nos permite leer hasta que
cumplamos los 12.

Siendo sincera nunca le hice mucho caso a esta norma y es que pienso que las palabras no
deberían ser limitadas, hay palabras tan bellas y tan prohibidas que lo único que han logrado es
enamorarme de ellas; amor, duda, verdad, cambio, silencio, revolución… Todas estas las leí en el
diccionario que mis padres tienen escondido en el sótano (uno de mis lugares favoritos en el
mundo), a ellos se les permite leerlas, más no aplicarlas, al igual que muchos otros libros que a
escondidas he leído.

Revolución y cambio son mis palabras favoritas en el mundo, palabras tan prohibidas que de
solo nombrarlas estoy segura que me mandaría al MPD (Ministerio del poder Dubitare), me
pregunto ¿qué les hacen a los niños que son llevados ahí?, jamás vuelven…

La razón por la que decidí empezar a contar todo esto, aun arriesgándome a que me
descubran, es porque pienso que Dubitare debe saber la verdad, el mundo debe saber la verdad,
porque en el momento en todos sepan todo, las cosas van a cambiar…

El primer momento en el que empecé a preguntarme ¿por qué?, fue el día en que me atreví a
entrar al sótano por primera vez, estaba sola en casa, mis padres estaban trabajando, me aburría y
estaba cansada del mismo diccionario y los mismos programas de siempre, quería algo más,
necesitaba algo más. Sabía perfectamente que si me descubrían iba a tener un gran castigo, podrían
incluso mandarme al MDP, pero no quería seguir en una rutina. La única forma de salir de la rutina
era probar algo que no hubiera probado antes, y en la casa lo único que no había hecho era entrar en
el sótano, sabía que ahí había cosas que solo los mayores podían ver, mi mamá entraba muy

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seguido, a veces salía con los ojos hinchados como si hubiera llorado y otras veces salía riéndose a
carcajadas.

Decidí entrar, me asusté tanto al principio que el pomo de la puerta se me resbalo de los
dedos, pero respire profundo y volví a intentarlo, abrí la puerta pero no había mucho, solo
oscuridad, baje las escaleras, encendí la luz y me enamoré de lo que vi, 4 bibliotecas enormes llenas
de libros, al principio me dio mucho miedo pero ya estaba ahí, la regla ya estaba rota, así que me
acerque y roce cada libro con los dedos, jamás había visto algo así.

Estaba leyendo o por lo menos intentando leer los títulos de cada uno de los libros ya que
había muchas palabras que desconocía, pero me detuve en uno que conocía a la perfección;
Diccionario, ¿por qué lo tenían ahí si no estaba prohibido? Lo he leído muchas veces. Lo agarre, lo
abrí en una página al azar y leí la primera palabra: Amor, fue cuando lo entendí, había mucho más
de lo que conocía, muchas más palabras y un mundo distinto.

Han pasado 4 meses desde entonces y cada día en el que me quede sola, leí un libro distinto.
Aprendí muchísimas palabras nuevas, muchas historias e incluso que antes las cosas eran
completamente distintas de cómo son ahora, los niños tenían permitido preguntar, podían leer lo que
quisieran y al crecer todos podían ser lo que quisieran siempre que lo quisieran… Ojala hubiera
nacido en ese entonces.

1 mes después de empezar a leer esos libros, deje de buscar preguntas y empecé a buscar
respuestas, algo que me dijera ¿por qué cambiaron las cosas? La única persona en el país que sabía
las respuestas exactas a esas preguntas era el presidente, Javier Gómez. El entró en el poder hace
unos 10 años, cuando su padre murió, su padre era Daniel Gómez, fue quien hace 25 años creo la
gran ley y al morir dejo a su hijo en su cargo con todas las respuestas.

Tenía que encontrar la forma de saber las respuestas, pero las únicas posibles formas eran
crecer y así saber todas las respuestas sin siquiera tener que verlo o ir al MDP y con suerte ver a
Javier Gómez. La primera llevaba demasiados años y la segunda era demasiado peligrosa y
arriesgada ya que cabía la posibilidad de no verlo y no volver a casa.

A pesar del riesgo me decidí por la segunda, tenía mucho miedo pero más grandes eran las
ganas de saber. Estuve 2 semanas planeando la forma de que por hacer algo malo me llevaran al
MDP; no podía ser cualquier cosa, tenía que ser algo realmente imperdonable lo cual era difícil ya
que mis padres me perdonaban demasiadas cosas, no querían que me llevaran, me amaban y yo los
amaba a ellos.

Todavía recuerdo el día que me llevaron, tenía clases así que decidí llevarme un libro en el
bolso del colegio, pero no un libro cualquiera, sino uno de esos que está en el sótano, uno de esos
que contiene la palabra “amor”, te hace tener miles de preguntas y te obliga a derramar algunas
lágrimas. Al irme al colegio me despedí de mis padres con un gran abrazo, sabía que probablemente
era el último que les iba a dar.

Me fui al colegio y como cada día repasamos el diccionario y las muchas reglas que debíamos
cumplir, todo iba normal como siempre hasta que nos mandaron a leer algunas definiciones en voz
alta, a un niño se le trabo la lengua al nombrar la palabra y se le escapo una pregunta; ¿qué dice
aquí?, puede resultar inocente pero la profesora no lo dejo pasar, empezó a gritarle y lo llevó a la

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dirección, los padres debían encerrarlo en una habitación por un día haciéndole leer una y otra vez
el diccionario y las normas. Me asuste muchísimo con los gritos y pensé en posponer el plan, pero
era el mejor momento para hacerlo, mientras la profesora estaba en la dirección saqué el libro y
empecé a leerlo, todos se me quedaron mirando sorprendidos; ¿Qué haces? ¿Qué lees? tienes
prohibido preguntarlo, solo puedes observar.

La profesora entró al salón, me vio con el libro en la mano y noto como todos me
observaban. Al principio pensé que me iba a gritar, pero no lo hizo, simplemente me quito el libro
de las manos, lo cerró, me tomo de la mano derecha la cual estaba muy sudada, como la primera vez
que intenté abrir la puerta del sótano, como la primera vez que roce ese libro con mis dedos. Me
llevó a la dirección, me hizo sentarme al lado de ese niño.

—Me llamo Juan— Me dijo algo sorprendido al ver que yo también estaba ahí.

—Y yo Alicia.

—Alicia, ven aquí— me dijo la profesora muy desde la puerta de la habitación donde se
encontraba la directora.

Me senté frente a la directora, me miró fijamente y pregunté— ¿Qué hago aquí?

La directora llamó a mis padres y al MDP, debían llevarme. Mis padres llegaron primero y les
contaron todo lo sucedido.

—No entiendo cómo pasó, tengo todos los libros encerrados en el sótano, ella nunca entra ahí.

—Pues eso no es lo que parece y lo importante en estos momentos no es de dónde sacó el


libro sino que Alicia no puede estar con los demás niños ni en su casa, tiene que ir con los MDP.

A mis padres le costó un poco aceptar que me tenía que ir, pero terminaron por entenderlo,
debían hacerlo. La directora nos dejó a solas para que se pudieran despedir de mí, ellos sabían que
los niños que se iban con MDP no volvían.

Mi papá me tomó la mano y me preguntó— ¿Tienes miedo?— negué con la cabeza.

—Pequeña… ¿por qué lo hiciste?, sabes que no debes hacer esas cosas— me preguntó mi
mamá con los ojos llorosos.

—Lo sé y lo siento pero necesito saber la verdad— Se escucharon voces en el pasillo, habían
llegado.

Mi mamá se acercó a mi oído y me susurro antes de que entraran— Alicia significa verdad.

Esa fue la última vez que los vi, creo que aunque fue triste e inesperada para ellos fue una de
las mejores despedidas que pudimos tener. Me llevaron al MDP, era un sitio muy grande, había un
montón de adultos con uniformes blancos, algunos llevando a niños y encerrándolos en unas
habitaciones que no podía ver por dentro y otros anotando cosas. Me llevaron a una de esas
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habitaciones, había una cama pequeña, como para cualquier niño, una pequeña mesa justo al lado
con un diccionario encima y un pequeño folleto con las normas, un baño y una silla en la que estaba
sentada una señora vestida con uno de esos uniformes blancos.

—¿Alicia?

—Sí.

—Siéntate en la cama— Me senté y los señores que me traían se fueron dejándonos solas.

—¿Qué fue exactamente lo que hiciste?

—Leí un libro en clases.

—¿Qué libro?

—La ladrona de libros.

—Sabes que no puedes leerlo hasta cumplir 12 ¿no?

—Sí.

—¿Y por qué lo leíste?

Encogí los hombros— Curiosidad, dudas, preguntas que quería responder de alguna forma.

Me miro seria— Sabes perfectamente que no puedes preguntar nada.

—Todos los niños del mundo se preguntan algo aunque esa pregunta jamás salga de sus
labios.

Se quedó callada unos segundos hasta que decidió preguntarme otra cosa— ¿por qué
empezaste a leer ese libro frente a todos?

—Para poder venir aquí y ver al presidente Javier Gómez, ¿puedo hablar con él?

Me miró fijamente en silencio por unos segundo, luego se levantó y se fue. Estuve ahí
encerrada varias horas, sola y aburrida, a la hora de comer me llevaron la comida a la habitación,
por ser nueva no podía salir a comer con los demás ni podía hablar con ningún otro niño. Mientras
comía la puerta se abrió nuevamente, pensé que era la señora de blanco de nuevo pero para mi
sorpresa era Javier Gómez, el hombre que tenía las respuestas y el hombre que me tenía ahí
encerrada.

—Hola, me dijeron que querías hablar conmigo— entró y se sentó en la silla.

Aparte a un lado el plato de comida y asentí— quería preguntarle ¿por qué?

Me miro extrañado— ¿Por qué?

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—¿Por qué los niños no podemos preguntar?

Me miro muy serio— Eres demasiado pequeña para saberlo.

—No me importa.

—Pero a mí sí.

—¿Por qué?

Suspiró— me estás haciendo molestar.

—Lo único que molesta es lo que realmente importa— mire hacia otro lado unos segundos y
luego lo volví a mirar a los ojos— ¿Tienes miedo?

—Note como se secaba las manos en el pantalón, estaba nervioso— la única quedebería tener
miedo aquí eres tú.

—¿Por qué?

—¡Deja de preguntar por qué!

—No, necesito que me respondas, no vine aquí por nada, sé que hay algo que escondes, sé
que de algo tienes miedo.

—Completamente lleno de rabia decidió responder— Te gusta leer mucho ¿no?— Asentí con
la cabeza— pues imagino que en el sótano de tus padres habrás leído algo sobre cómo eran las
cosas antes, todos los niños vivían haciendo preguntas, todo el tiempo, preguntas incomodas,
preguntas estúpidas y algunos preguntas con las que al crecer terminaban marcando al mundo, pero
¿qué pasa con esos que no se atrevían a preguntar? ¿qué pasa con esos niños que aunque
preguntaban jamás les respondían?, quedaban en el olvido, crecían convirtiéndose en unos
fracasados, morían y a nadie le importaba, se hicieron polvo y jamás fueron recordados—
suspiró— mi padre era uno de esos niños, sus amigos eran de esos niños y todas las personas que
estuvieron de acuerdo con la gran ley eran de esos niños y ellos no se dejaron pisotear por aquellos
que con sus preguntas pretendían dejar una huella y hundirlos, por eso los niños tienen prohibido
preguntar, para que todos podamos ser iguales, para que nadie al hacerse polvo quede en el olvido.

—Por miedo.

—¡NO ES MIEDO!

—Sí lo es, tienen miedo de ser olvidados, pero no tienes que tener miedo, cuando el mundo
sepa la verdad lo va a entender.

—¡Nadie, tiene que saber esto! ¿me entendiste?, ¡Nadie!

—No te puedo jurar que no lo voy a decir porque sería mentirte y mentir a los mayores está
mal.

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—No tienes que jurar nada…

Mi nombre era Alicia, que significa verdad, tenía 9 años y vivía en Dubitare, un país donde
cualquier persona menor de 12 años tiene prohibido preguntar, ¿por qué?, es una buena pregunta, y
aquí está la respuesta.

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Gris
Es el color que iguala todas las cosas y
que deja a cada color sus características propias sin influir en ellas, puede expresar:
desconsuelo, aburrimiento, pasado, vejez, desanimo.

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E ra el primer día del año 300 de la Nueva Era, y en la Estación Lunar A73 se realizaban
los festejos por el Tricentenario de la Libertad de aquel pueblo. Eran celebraciones que
duraban días enteros e incluían exhibiciones del Grupo Iridis, los guerreros elegidos para mantener
la paz. Los descendientes de los últimos soldados sometidos a experimentos genéticos en los
laboratorios del gobierno de la Tierra. Ellos habían sido el resultado de la antigua tiranía y, a la vez,
eran la perdición de todo aquel que se atreviera a intentar atacarlos.

Aquellos seres albinos de extrema resistencia física, que usaban oscuros trajes especiales para
la batalla sobre sus pieles excesivamente pálidas y que mantenían cortos sus cabellos de un rubio
casi transparente, eran lo más parecido a dioses para los habitantes de la Luna. Ellos eran los
guardianes de la libertad de aquel pueblo.

Cumplían sus funciones en la actualidad bajo el mando del General White. Él era un
descendiente de Silver, el soldado que había tenido un papel fundamental en la rebelión llamada
Operativo Libertad, tres siglos antes, y había dado inicio a esta nueva época en la que todos habían
puesto sus calendarios a cero.

Por eso, ese día se cumplía el tercer siglo de aquella última batalla. Y había que recordarlo.
Además del show para los entusiasmados espectadores, se haría la presentación en sociedad de la
nieta de White. Se trataba de una niña preciosa, de apenas seis años, pero con todas las
características extraordinarias de su estirpe. No había forma de equivocarse al verla, con su piel
pálida y sus cabellos casi blancos en rizos, los cuales caían hasta sus hombros cuando no los tenía
recogidos en una trenza. Ella tenía los genes de los primeros soldados modificados y había
comenzado sus entrenamientos. La pequeña Gray era la descendiente más joven del primer
libertador. La futura líder del Grupo Iridis.

Ella debía ser la anfitriona del Torneo exhibición, derrotando de manera abrumadora a
oponentes que la superaban en tamaño y edad, para darle al público una muestra del inmenso poder
de su familia. Pero nada de eso ocurriría. No en esta línea temporal.

○○○

Durante el enfrentamiento entre la niña y su primer rival, una unidad de inteligencia artificial
experimental, apareció una mancha negruzca en el cielo que reproducía las condiciones de una
atmósfera apta para la vida de los habitantes de A73. Se abrió y comenzó a crecer, justo encima del
estadio donde se estaba llevando a cabo el evento.

Muchos no le prestaron atención, hasta que por ella salieron gran cantidad de naves pequeñas
y de forma ovalada, comandadas por seres nunca vistos en aquel lugar. Seguidas por éstas, apareció
una considerablemente más enorme.

La reacción general fue de silencioso asombro, todos se quedaron paralizados por algunos
segundos observando el increíble fenómeno. Pero la quietud no tardó en desaparecer. Las naves
individuales comenzaron a disparar rayos de energía en todas direcciones y se desató el caos. El
público corrió para salir del alcance de los invasores, sin hacer caso a los protocolos que ordenaban

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conservar la tranquilidad y tomar en orden las salidas de emergencia. El vehículo de mayor tamaño
aterrizó, abrió una compuerta y de ella salieron centenares de soldados a pie, fuertemente armados.

En un palco especial, los familiares y amigos de los guerreros del Grupo Iridis observaron sin
palabras lo que estaba ocurriendo. La situación era de pesadilla, pero la confianza en que serían
protegidos era suficiente para mantener la calma entre ellos. El hijo único de White, un soldado
albino de mediana edad llamado Bleich, les pidió que no salieran de allí por nada del mundo y fue a
enfrentarse con los extraños.

Sobre la plataforma, Gray y la unidad IA fueron las primeras víctimas. Los tomó por sorpresa
uno de los primeros ataques, una enorme explosión provocada por uno de los extraños que llenó de
polvo el campo de visión de todos. Los dos salieron disparados en direcciones opuestas por la onda
expansiva y chocaron contra las gradas del público. El robot gigantesco se desactivó en el acto y la
pequeña quedó inconsciente, mientras los demás espectadores seguían huyendo.

—¡Gray! —gritó su padre desesperado mientras activaba el sistema de propulsión de su traje


y volaba a buscarla, pero alguien cayó encima de él y lo golpeó en la columna, enviándolo al suelo.

Bleich se levantó inmediatamente para enfrentar a su agresor y, al verlo, se sintió tan


sorprendido que no pudo evitar recibir un segundo golpe que lo arrastró varios metros más allá. El
atacante era un sujeto de evidente procedencia alienígena, de piel color azul.

Lo que horrorizó al guerrero fue el hecho de que estuviera vestido con una armadura
demasiado parecida a la del antiguo ejército de Dominio de la Tierra. El único detalle que hacía la
diferencia, era que portaba una especie de vincha sobre la cabeza, con varias extensiones que se
distribuían en todo el cráneo. Los ojos del invasor no tenían pupilas, eran completamente negros, lo
cual le daba un aspecto temible. Y era físicamente poderoso, mucho más de lo que podía serlo
cualquier humano modificado del antiguo ejército. Pero el soldado dejó para después el momento
de las preguntas y se lanzó hacia su enemigo a toda velocidad.

En medio del caos, White y sus mejores hombres salieron al encuentro de los invasores para
mantenerlos alejados del público y de sus familias. La lucha fue pareja, los enemigos eran bastante
fuertes, aunque las mentes de los mayores estaban ocupadas por un mismo pensamiento.

Todos sentían el mismo asombro por el parecido de los recién llegados con la Organización
de Dominio Terrícola que figuraba en todos los libros de historia, cuando se estudiaba el oscuro
período que habían pasado antes de la Operación Libertad. Podía tratarse de fanáticos que quisieran
imitarlos, o de algo mucho peor.

Si había alguien detrás de todo aquello que pretendiera hacerse con el lugar que el anterior
"Emperador del Universo Conocido" había dejado vacante y contaba con esos medios, ellos estaban
en serios problemas.

Lo peor era que estaban luchando totalmente a ciegas. Nadie venía a presentarse, nadie hacía
una declaración de sus intenciones. Eso era muy mala señal. Significaba que ni siquiera se
molestarían en dar explicaciones porque los consideraban seres inferiores. Una simple población
extraterrestre a la cual conquistar.

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○○○

En las gradas superiores, una de las naves pequeñas de los alienígenas había tenido un pésimo
aterrizaje y su ocupante había tardado en salir al exterior. Se trataba de la última adquisición de los
dueños de aquél ejército, el mayor avance de la tecnología de guerra: el soldado mentalmente
controlado.

Lo habían tomado del campo de batalla durante el enfrentamiento final de la Operación


Libertad, trescientos años antes. Lo habían abducido justo en el momento en que debía morir a
manos del último mando del ejército de Dominio Terrícola, y lo habían llevado al laboratorio, hacia
otro tiempo, en el futuro, para completar el proceso de control sobre él.

A través de un dispositivo con forma de vincha y sensores anexos, denominado neuroaparato,


habían logrado someterlo. Ahora estaba a las órdenes de uno de los generales de la Organización.
Aunque no había sido tarea fácil. La fuerza de voluntad y la rebeldía del sujeto habían sido los
principales obstáculos para biotecnólogos de todos los rincones del universo conocido, hasta que
por fin habían ideado un sistema que funcionara en él.

Pero no existían métodos infalibles, algo había salido mal durante el paso de la nave a través
de la brecha hacia esa línea temporal. El individuo había perdido el conocimiento y el controlador
había dejado de funcionar. Cuando salió del compartimiento ovalado, aturdido y debilitado por un
espantoso dolor de cabeza, ya no llevaba el neuroaparato. Ya no era el mejor soldado producido por
experimentación de la Organización del Nuevo Dominio, al servicio de sus líderes y en busca del
control de las colonias perdidas. Había vuelto a ser Silver.

○○○

El primer libertador salió de la nave, segundos antes del momento en que el disparo sobre la
plataforma estremeciera los cimientos del lugar y dejara a todos sumidos en una nube de tierra y
peligrosas esquirlas. Alcanzó a cubrirse los ojos, pero los gritos histéricos que se alzaron a su
alrededor fueron una tortura para agregarle a la migraña. Trató de aclarar su mente, era obvio que
estaba en medio de una batalla y, si no recuperaba algo del sentido de orientación, era hombre
muerto.

En un instante volvieron a su memoria las imágenes del momento en que había creado el
Grupo Iridis para llevar a sus compañeros a organizar la Operación Libertad, la muerte de sus
compañeros de escuadrón durante la lucha, la destrucción de parte de sus tropas, la visión de su
pueblo volviéndose libre del dominio terrícola, su extraña aparición en otro punto del tiempo y el
espacio… Por último, la llegada de un oponente al que no había podido vencer.

Era un hombre de color azul oscuro, alto, de cabello azabache, brillantes ojos negros y
movimientos endemoniadamente rápidos. No había tenido oportunidad contra él, pero aún seguía
vivo. No se explicaba el por qué. Entonces su mente, sin darle un descanso, le trajo los recuerdos de
la tortura en el laboratorio y el símbolo de la Organización del Dominio Terrícola. Ese mismo
símbolo, por todas partes...

No había sido un sueño, claro que no. Se había convertido en el títere de alguien.

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¿Qué época era aquella? ¿Por qué había despertado justo allí? Definitivamente ése no era el
momento de ponerse a reflexionar.

En medio de todo ese desastre, su presencia había pasado desapercibida, pero él podía ver a
varios soldados luchando contra los que parecían los lugareños. ¿Acaso ellos también habían sido
capturados por ese sujeto? Pudo ver a lo lejos, en el cielo, a un hombre muy parecido a él luchando
contra un soldado. Solo que aquél era albino y tenía habilidades fuera de lo común en un simple ser
humano. Seguro debía ser el efecto de la modificación de genes que habían realizado en ellos
cuando solo eran una colonia dependiente. Ése debía ser el futuro.

No sabía que estaba observando luchar a White, uno de sus descendientes y el nuevo líder del
Grupo Iridis.

Tenía una apariencia saludable, pero se veía de mayor edad que él. Y los monstruosos
humanos modificados, fuertes y blancuzcos a los cuales había visto en premoniciones alguna vez,
también estaban allí. Se masajeó las sienes adoloridas y se le escapó una risita socarrona al
pensarlo. Sus descendientes eran engendros modificados en laboratorio, sí, pero al menos no eran
tan fáciles de esclavizar como sus ancestros. Como él.

Eso no importaba. Por alguna razón, estaba despierto y había vuelto a ser dueño de sus
acciones. El control que tenían sobre él aún debía ser inestable. Era la oportunidad, debía escapar y
buscar a los verdaderos jefes de todos aquellos soldados, al hombre oscuro que lo había capturado.
Nadie se burlaba de él dos veces. Nadie lo convertiría en su esclavo otra vez, nunca más.

Iba a tomar una nave, pero en el camino otra explosión gigantesca cayó del cielo, sobre él.
Cuando pudo abrir los ojos, a su lado vio una niña, no demasiado poderosa. ¿No era uno de los
engendros de laboratorio? En fin, ¿a quién le interesaba? Su vehículo, su pase al escape definitivo
aún estaba allí, solo debía alcanzarlo porque había quedado más lejos. Cuando hizo el movimiento
de levantarse, lo sintió venir y se tomó la frente.

¡No! ¡No otra visión! ¡No podía soportarlo más!

Pero las visiones derivadas de las deformaciones en sus conexiones neuronales e inducidas
por tantos experimentos en su cerebro, no habían venido con un manual de instrucciones. No había
forma de controlarlas. Así que llegó a él una serie de imágenes de lo que estaba por suceder.

Aquella niña sería raptada por los soldados del Nuevo Dominio, para ser controlada de la
misma forma que él. Sería utilizada en vaya a saber qué experimentos por el Hombre Oscuro y su
ejército terrícola.

De repente, sabía sus nombres. Sabía los nombres de sus descendientes. Podía ver a White
intentar detenerlos y a la niña gritar "abuelo". Esa mocosa sí era descendiente suya. Era su sangre.

Cuando la visión terminó, mientras se recuperaba del horrible dolor de cabeza, se dio cuenta
de que todo aquél despliegue era para eso. El blanco esta vez era aquella niña, de la misma manera
en que lo habían tomado a él y a tantos otros soldados en otras líneas de tiempo. Esa niña era de su
familia. Si bien eso no habría hecho ninguna diferencia antes de rebelarse, cuando él era uno más de
los que entregaban a sus hijos para convertirse en engranajes de la maquinaria de la Organización

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de Dominio Terrestre, ahora él era menos que un soldado. Era un esclavo, un títere manejado por
alguien. Y odiaba serlo.

El dolor se fue y él observó a la niña inconsciente. De pronto surgió en el primer libertador la


irrefrenable necesidad de hacer fracasar a su titiritero. Miró de nuevo la nave, su oportunidad de
escape, tal vez la última que tendría. Entonces, con un gruñido levantó a la pequeña por la parte de
atrás de su ropa y se la llevó de allí, ignorando al vehículo, pero a tiempo de que los soldados
pasaran por allí buscándolos.

Corrió con la mayor velocidad de la que fue capaz hacia las afueras, lo más lejos posible de
aquél estadio. Una vez que pudo atravesar los puestos de venta del exterior, se encontró con que
aquél lugar en realidad era una isla. El ecosistema creado artificialmente en la colonia era
demasiado efectivo para recrear la vida terrestre. Aquella porción de terreno estaba rodeada de una
cantidad espeluznante de agua, y en su estado no podría atravesar una gran distancia volando. El
sistema propulsor de su traje parecía bastante dañado para eso.

Se desvió del camino que había tomado originalmente, el escape por aire o por agua no eran
una opción. Ingresó a una pequeña zona montañosa dentro de la isla, atravesó la vegetación
silvestre sin detenerse y sin cuidar a la pequeña de posibles rasguños. Al llegar a una especie de
cueva, consideró que se había alejado lo suficiente y arrojó a la niña al suelo con torpeza. Esta
despertó por el golpe y antes de que pudiera gritar, él le tapó la boca.

—Levanta la voz y te enviaré al otro mundo, mocosa.

Tal vez era lo mejor, pensó, le estaría haciendo un favor. La liberaría de ese espantoso destino
que él había tenido que soportar. La soltó y ella lo miró aterrorizada, con lágrimas en los ojos.

—Tú no eres mi abuelo, aunque te le parezcas.

—Te felicito por tu inteligencia —expresó, irónico—. ¿Cómo lo supiste?

La niña intentó salir volando pero él inmediatamente la detuvo por la pierna.

—¡Van a atraparnos a los dos, estúpida! —recriminó él en voz baja, mientras espiaba a través
de unos arbustos por si alguien los había seguido.

—¡Quiero volver con mis papás! —demandó ella, al ver que la actitud de ese sujeto era
completamente opuesta a la de White.

La niña no sabía en dónde estaba, no había nadie conocido a su alrededor y estaba


comenzando a asustarse. Pero llegó a la conclusión de que no podía mostrárselo a ese señor malo,
porque pensaría que ella era débil y le haría daño.

Silver, más tranquilo al comprobar que efectivamente estaban solos, se sentó de frente a Gray.
Cuando lo hizo, se encontró con que la pequeña apretaba los puños y lo observaba en estado de
alerta. Lo que vio en los ojos de la niña era la determinación de un soldado. Y eso no era todo, esa
mirada azul claro le trajo recuerdos… ¡Esos ojos! ¡Los conocía! Los había visto en su esposa más
de una vez.

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—Llévame con mi abuelo ahora —ofreció, tratando de ocultar el terror que se había
apoderado de ella—, y prometo que le diré que no te lastime.

El ex jefe de la Operación Libertad la miró y levantó una ceja. Abuelo, abuelo… ¿Qué ocurría
con esa niña? ¿No sabía decir otra cosa? Definitivamente estaba sobreprotegida. A leguas se notaba
que la mocosa no era una nativa común de aquél planeta sino una humana genéticamente
modificada, no necesitaba que la trataran con tanta delicadeza. Las cosas habían cambiado mucho
desde sus tiempos. Antes no se arruinaba a los soldados con sensiblerías.

—Irás con él cuando esto haya terminado —respondió, con la poca paciencia que le quedaba,
para luego volver a la vigilancia del camino por el que habían venido—. Mientras tanto, si no te
mantienes oculta te convertiré en comida para perros.

Ella le tiró la lengua, aunque cuando él volteó a mirarla se retrajo en un rincón. A pesar de
que no tenía forma de escape, no iba a dejar que le hicieran daño. Guardaría sus fuerzas para
arremeter con todo cuando él estuviera a corta distancia. Así le había enseñado Bleich a manejarse
en los casos en que su oponente era mucho más poderoso. Aunque sabía que en esta ocasión los
ataques físicos no serían suficientes, debido a la diferencia de poderes.

Sentía ganas de llorar y llamar a los gritos a sus padres. Muchas ganas. Pero no quería ser
devorada por ningún animal, y ese señor que parecía haberle copiado el rostro a su abuelito no
parecía estar bromeando cuando la amenazó con eso.

Mientras tanto, su ancestro se sentía un imbécil por esconderse, él no era ningún cobarde. Se
encontraba demasiado inestable como para volver a presentarse en el campo de batalla y no quería
perder el dominio de sus actos otra vez. Lo que fuera que utilizaran para controlarlo, no estaba con
él en ese momento y no podía arriesgarse a caer de nuevo. Chasqueó la lengua, molesto. Ojalá
hubiera traído la nave individual con él, eso habría hecho las cosas más fáciles.

La pequeña Gray al fin y al cabo era una niña de seis años, por lo que no pudo contener por
mucho más tiempo las ganas de llorar. Lo hizo silenciosamente. Temía a ese hombre de rostro
familiar y sin nombre. ¿Sería un fantasma? Parecía demasiado real para eso. A lo mejor solo estaba
escondiéndose de los guerreros enemigos, de la misma forma en que la había obligado a ella a
hacerlo. No se veía como alguien bueno. Tampoco parecía malo. En realidad, a la niña le daba la
sensación de que su captor oscilaba en una inestable zona intermedia.

Al menos su abuelo y su padre estaban vivos, podía imaginarlos lejos de allí peleando junto
con los demás. Pronto se darían cuenta de que ella faltaba y vendrían a buscarla a tiempo. Seguro
que sí.

○○○

—¿Gray? ¿En dónde está Gray? —preguntó Alba, la madre de la niña, en el palco que la
familia había ocupado durante el comienzo del festejo y luego se había convertido en el refugio de
los que no estaban afuera peleando.

—¿No está con Bleich? —respondió alguien—. Vi que él iba hacia ella cuando ocurrió la
explosión…

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—No, allí está Bleich —corrigió un anciano de la familia señalando hacia un extremo del
estadio, con el ceño fruncido—, se encuentra luchando con esos sujetos desde hace rato.

—Tranquilízate, hija —dijo el padre de la mujer, recién llegado al refugio—. Seguro alguno
de los muchachos está con ella…

—No, ustedes no lo entienden —exclamó ella, comenzando a desesperarse—. ¡No la veo por
ningún lado!

—Mira la cantidad de soldados que hay por aquí y la gente que está amontonada en el puerto
para huir de la isla —agregó el hombre, conciliador—. ¿No hay manera de que estés pasando por
alto su presencia?

—Ella debería haber vuelto hacia nosotros, pero conociendo su forma de ser, podría decir que
tal vez… —comenzó ella pero se interrumpió, horrorizada. No se atrevió a terminar la frase. La
idea de que su hija estuviera allí afuera peleando contra esos monstruos era demasiado
escalofriante—. Si alguno de los demás la hubiera encontrado, ya la habría traído…

Ante eso, sólo hubo una conclusión a la cual llegar. A Alba se le aflojaron las rodillas por la
impresión y alguien tuvo que alcanzarle una silla. Todos se quedaron en silencio, tratando de
encontrar la mejor alternativa. Había soldados recién graduados en la entrada del palco, estaban allí
para proteger a los más débiles en caso de que alguien quisiera atacarlos. Ellos no eran los más
fuertes del Grupo Iridis, no les convenía salir a hacerse los valientes, pero ahora la situación había
cambiado.

La niña, humana modificada o no, corría peligro allí afuera. ¿Debían salir a buscarla? ¿Y si no
la encontraban, y en cambio el refugio era atacado mientras ellos no estaban? Era una decisión
demasiado difícil.

—¡No! ¡No me detengan! ¡No se metan en esto si no lo desean, pero déjenme ir! —gritó
Alba, a un paso de saltar por el ventanal que antes había servido para observar el torneo y ahora era
el portal del horror. Los demás la sostenían con dificultad, impidiéndole salir. Cuando se los
sacudió de encima, uno de los custodios apareció frente a ella y la empujó hacia adentro. Al caer al
suelo, la esposa de Bleich lo miró suplicante—. ¡Tengo que ir a buscarla, es mi hija! ¿Qué harías tú
en mi lugar?

—No es lo mismo —contestó el soldado, con gesto inmutable—. Tu hija es más resistente que
los míos. Es más resistente que tú, incluso. Si tú salieras, yo debería dejar a todos desprotegidos
aquí para salir a buscarte. No te conviertas, ni nos conviertas a nosotros en estorbos para los demás.

—Por favor, Alba —intervino el anciano, con la indignación hirviendo en su sangre por no
poder hacer nada más—. No hagamos las cosas aún más problemáticas para los muchachos que
están afuera, ¿sí? Vamos a confiar en ellos. La pequeña Gray es fuerte, seguro está a salvo en otro
escondite.

Pero algo le dijo a Alba que su hija no estaba a salvo. No del todo. A pesar de eso, el temor
por empeorar la situación la hizo desistir de salir por su cuenta. Era horrible la posición de los que

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observaban sin poder participar, de los que estaban del lado de la luz, pero no podían salir a
combatir la oscuridad.

○○○

En la cueva, Gray había logrado entretenerse con las ramas de un arbusto que rozaban la
entrada. En ese momento se encontraba arrancando los frutos que tenía a su alcance, provocando
que el preciado silencio impuesto por su ancestro se arruinara con los movimientos bruscos de las
hojas.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó Silver, masajeándose la sien derecha. No
se sentía nada bien.

Ella, con una alegría que casi le había hecho olvidar el problema en que se encontraba, señaló
las ramas que ingresaban a la cueva.

—Conozco esta planta, mi papá me enseñó que puedo comer de estos frutos, siempre y
cuando no estén verdes.

El hombre la miró en silencio y pensó que eso no era comida de verdad. Pero no estaba en
condiciones de salir a cazar, menos con los soldados del Nuevo Dominio merodeando por allí.
Desvió la vista hacia el interior de la caverna. El malestar que lo agobiaba no le permitía soportar
demasiado tiempo la luz del día. La pequeña percibió que él no se encontraba bien y sintió algo de
pena por él. Al fin y al cabo, se veía muy parecido a su amado abuelo.

—¿Quieres? —ofreció, con un puñado de frutas de color morado entre las manos—. Hay
muchas aquí.

—Ni sueñes que voy a comer eso —contestó él, luego de darle un vistazo desconfiado—. No
pretendo ser envenenado por mi propia tátara—tátaranieta. Y ni siquiera eres eso, debes tener un
par de tátaras más, si contamos que han pasado tres siglos.

—¿Tata… qué? —preguntó la niña, sin entender del todo.

—Olvídalo.

Aquello era una verdadera molestia, él debería estar muy lejos de allí a esas alturas. Aunque
pensó en que, si solo pudiera darle una mínima molestia a su captor, valdría la pena. Se quedaría allí
y apenas se sintiera mejor volvería a buscar la nave.

¿Y luego qué?

¿Se llevaría a la mocosa de allí? ¿Iría de una línea temporal a otra con esa carga? Lo mejor era
dejarla allí pero, otra vez, si ella era atrapada, el esfuerzo habría sido en vano. Tenía que quedarse
hasta que los soldados se fueran. No podían destruir la colonia, necesitaban a la niña por alguna
extraña razón.

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Y de pronto, la realidad vino a él como un baldazo de agua fría. No tenía todo el tiempo del
mundo. Mientras el portal del tiempo estuviese abierto, él podría escapar de allí. Sino, debería
quedarse en aquél universo a morir en la mediocridad de su nueva existencia. ¡Era algo totalmente
injusto!

Él no debía estar vivo, no sin sus compañeros de escuadrón, sin los que habían vivido junto a
él. No en esa época en la que el glorioso Grupo Iridis se había reducido a un par de sujetos que
olvidaron su sed infinita de sangre y se pusieron al nivel de artistas de circo, entreteniendo a las
masas. No cuando sus descendientes eran humanos con los genes modificados.

Sacudió la cabeza, tratando de espantar el desánimo que se había apoderado de él tan


fácilmente. Lo que fuera que le estaban haciendo para controlarlo, le quitaba la capacidad de
razonar con frialdad. Él no era un llorón, era un soldado, su punto fuerte eran sus puños. Saldría de
aquél problema y se vengaría de quien fuera que le había quitado el derecho de morir con dignidad
junto a los suyos.

En ese momento, detrás de él apareció alguien a increíble velocidad y lo pateó enviándolo


contra unas rocas. Era el general encargado de aquella misión para el Nuevo Dominio. Silver
apenas pudo detenerse antes de golpear su espalda contra la pared de la caverna, y se colocó en pose
defensiva.

Observó al sujeto que lo había atacado, no recordaba su nombre. En realidad no tenía por qué
saberlo, si él había llegado a ese planeta bajo su control y no por voluntad propia, no recordaba
nada. Toda la información que poseía era gracias a sus visiones y éstas ni siquiera se le presentaban
de forma ordenada o completa.

El sujeto, alto y fornido, tenía un aspecto feroz. Totalmente calvo, de nariz aguileña y
mandíbula cuadrada. Su mirada era gélida y toda su piel era de un color violáceo, lo cual
contrastaba con el intenso negro de sus ojos. Por la diferencia en su armadura con respecto al resto
de los luchadores alienígenas, era evidente que él era el jefe de todos ellos.

—¡Parece que hoy es mi día de suerte! —dijo entre risas el recién llegado—. Encontré a mi
objetivo junto con mi soldado desertor. —Luego dio un paso hacia Gray, sin quitarle al otro los ojos
de encima—. ¿Estás deseando congraciarte conmigo al entregármela, Silver? ¿Intentarás
convencerme de que no necesitas el neuroaparato para obedecer nuestras órdenes?

Él se levantó y arremetió contra el sujeto, que había logrado acorralar a la pequeña y se


disponía a atraparla. Lo arrojó contra un árbol del exterior y la niña retrocedió aún más, sin saber
qué acción tomar hacia esos dos gigantes de fuerza claramente superior a la de ella. El soldado se
puso en pose defensiva delante de Grey y el invasor se levantó del rincón adonde había ido a parar
por el golpe, para acomodar su uniforme. Al volver hacia la cueva les dedicó a ambos una sonrisa
sarcástica.

—¡Vaya! Veo que no era el caso —exclamó con aparente tranquilidad, mientras seguía
sacudiéndose la armadura—. El neuroaparato debe estar afectándote el cerebro, idiota. ¿Aún en ese
estado tan débil vas a intentar resistirte?

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—No me lo preguntes —espetó Silver, con una temible sonrisa que mostraba todos sus
dientes—. Ven y compruébalo.

La provocación no hizo ningún efecto sobre el sujeto violeta, que se cruzó de brazos con gesto
de cansancio.

—Oh, vamos. Es obvio que no recuerdas nada de cuando estabas bajo mi control. ¿Realmente
crees que eres rival para mí? —Y se irguió con orgullo al comenzar a hablar de sí mismo—. Soy
uno de los generales más importantes del ejército del Nuevo Dominio. Mis superiores te entregaron
a mi custodia para disciplinarte y darte instrucciones en cada una de las misiones. Pero esta cosa
falló —dijo al tiempo que sacaba de su cinturón un pequeño objeto, apretaba un botón y éste se
convertía en una especie de vincha con ramificaciones de terminaciones redondeadas de color
gris—, y despertaste justo en una de las misiones más importantes de nuestro escuadrón.

Gray observó asombrada al hombre. Había demasiadas cosas que desconocía de aquellos
enemigos. Por otro lado, Silver reconoció al neuroaparato como el objeto que sus visiones le habían
mostrado. Con eso lo habían mantenido bajo control todo ese tiempo. Rechinó los dientes, nervioso.
El general del Nuevo Dominio prosiguió, confiado.

—Has llegado lo más lejos que has podido, ¿verdad? A pesar de haberte quitado el
neuroaparato, aún estás bajo algunos de sus efectos. No podrás recuperarte tan pronto, ¿sabes? Y no
voy a sentarme a esperar tampoco. Así que resígnate. De todos modos, ya estás más allá del bien y
del mal, no tienes ninguna obligación con la gente de esta época.

Eso era cierto, pensó Silver. Su situación era bastante gris, lo cual era denigrante. A él, que
siempre le había gustado medirlo todo en blanco y negro, de repente la situación se le ponía en
contra. Ninguna solución podía ser del todo beneficiosa. Entonces tomó una decisión con rapidez,
alzó a Gray en sus brazos y le apuntó con el arma que traía en su propio traje.

—Si avanzas un paso más, volaré a tu objetivo en pedazos —anunció con frialdad el que
alguna vez había sido un héroe.

Esto solo provocó un ataque de risa demente en su interlocutor.

—¿Vas a dispararte a ti mismo también? —preguntó, encantado con la idea a pesar de todo—.
¿Es que eres imbécil?

—No —contestó él con cautela—. Simplemente, prefiero morir antes que volver a
arrodillarme ante ustedes. Y no tendrás lo que viniste a buscar tampoco. De eso voy a encargarme,
como sea.

Gray, en los brazos de su ancestro y con la boca tapada, difícilmente podía respirar. Tampoco
podía moverse, la fuerza de aquél sujeto tan parecido a su bondadoso abuelo era descomunal. ¿Iba a
morir? ¿No volvería a ver a su familia ni a sus amigos? ¡Ni siquiera había tenido la oportunidad de
finalizar su entrenamiento! ¡Nunca sabría lo que se sentía tener un combate de verdad con un
enemigo que no la viera como una niña pequeña!

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—Bien, tranquilicémonos —habló por fin el General, luego de tragarse repentinamente sus
carcajadas. Parecía haber vuelto a su lado razonable—. No vamos a arruinarlo todo por una tontería
como ésta, ¿verdad? —Y dio un paso más hacia ellos.

—¿De qué carajo estás hablando? —gritó Silver, la paciencia completamente perdida—. ¡No
te muevas!

—¡Calma, calma! —Lo tranquilizó dando un paso hacia atrás y levantando ambas manos en
señal de tregua—. Si bien lo que dije antes era cierto, que no eres rival para mí y que podría dejarte
inconsciente antes de que llegues a matar a esa niña, no tomaré el riesgo. —El otro lo miró sin
entender—. Te ofrezco un trato. Si me entregas a la mocosa, me iré y olvidaré que estás aquí.
Incluso te dejaré una nave para que huyas de esta línea temporal antes de que el portal se cierre.

El guerrero, sin soltar a la pequeña, analizó la propuesta por un par de segundos. Lo miró con
los ojos entornados, como si pretendiera atravesarlo y adivinar sus verdaderas intenciones.

—¿Por qué tomarte tantas molestias? —susurró por fin, sopesando las distintas posibilidades.

—Porque esa niña ocupará tu lugar en los experimentos de control —respondió el otro,
restándole importancia al asunto—. Tú ya has alcanzado el máximo de utilidad para mis superiores,
les causas más problemas de los que realmente vale la pena soportar, en cambio, una humana
modificada entrenada desde la niñez bajo nuestras órdenes, será mucho más adecuada.

Silver miró a la pequeña, que lloraba con desesperación por lo que acababa de oír. Ella no
había entendido lo que aquél monstruo había querido decir con "experimentos de control", pero no
podía ser nada bueno. ¡Iban a alejarla de sus padres y de sus abuelos!

El sujeto siguió explicando su idea, sin prestar atención a la reacción de ambos.

—Claro que esto no le agradará a mis jefes, por lo que yo solo te daré el pase de salida y
probablemente pierda el derecho de tener a mis órdenes a la nueva mascota, pero créeme, obtendré
una buena recompensa por entregarla.

El primer libertador observó a quien tenía enfrente y sintió náuseas. En todos lados había
soldados corruptos, que ponían sus propios intereses retorcidos por encima del honor de la causa a
la que servían.

Ni siquiera tenía la garantía de que, al entregarle a la niña, aquél sujeto fuera a cumplir su
palabra y a dejarlo escapar tan fácilmente. Otra posibilidad era la de la existencia de disputas
internas en el seno de la Organización del Nuevo Dominio, y que él sólo fuera la excusa para
perjudicar a alguien más. Sabía reconocer situaciones como ésa, él había sido jefe de un escuadrón
por mucho tiempo. Pero lo peor era que, en su estado, no podía darle la paliza que merecían seres
inmundos y sin honor como ése. Sólo le quedaba considerar su propuesta.

—Y bien, ¿qué me dices? —lo urgió el General—. Luego de esto, ninguno de nosotros
hablará de esto con nadie más. Y la niña tendrá un proceso de conversión a nuestras tropas tan duro
y estricto, que pronto olvidará hasta su nombre. No habrá manera de que nos delate.

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No era nada nuevo lo que le decían. Silver recordaba las torturas que había sufrido mientras
experimentaban con él en el laboratorio, hasta que habían podido dominarlo con el neuroaparato. Si
aún no había perdido la cordura era por milagro. Y si ahora volvía, debido a la falla del método de
control le esperaba una nueva sesión de lo mismo, hasta que nuevamente perdiera la conciencia de
lo que hacía.

—Pero si tanto deseas ser el héroe, sólo regresa conmigo a la nave. La niña no me interesa, de
todas maneras no será mi esclava, tú sí lo eres. No tengo todo el tiempo del mundo, Silver, así que
decídete de una vez. Ella o tú.

La niña se removió con todas sus fuerzas, y el soldado casi sintió ganas de reír. ¿De verdad
estaba preguntándoselo?

○○○

—¡Miren! —señaló uno de los ancianos en el único palco que quedaba ocupado en el
estadio—. ¡La balanza está inclinándose a favor de nuestros muchachos!

Todos se asomaron, a tiempo de ser testigos de cómo la nave enorme despegaba. Al parecer
estaba huyendo. White no quiso dejarlos ir y les disparó con su arma un rayo de energía bastante
poderoso que los alcanzó a un costado. Aunque el vehículo quedó dañado, igualmente logró salir
por el portal del cielo seguido del resto de las naves individuales. Los que quedaron en tierra
festejaron a los gritos, los que observaban desde el refugio se debatían entre el júbilo y la emoción
de saberse a salvo.

—Nos quedan muchas preguntas sobre lo que ha ocurrido el día de hoy —pensó en voz alta
White—. Por lo menos, tenemos a quién hacérselas —completó con una media sonrisa, mirando el
campo de batalla donde quedaban los muertos y los heridos abandonados, a los cuales pensaba
interrogar.

Entonces Alba corrió hacia Bleich, que se había sentado en los restos de las gradas del
estadio, exhausto.

—¡Cariño! ¿En dónde está Gray?

—¿No está contigo? Desapareció de este lugar, debería estar en el refugio con ustedes… —y
no pudo terminar el pensamiento al ver a su esposa estallar en llanto.

Inmediatamente White y sus soldados se acercaron a ellos, con curiosidad. Pronto estuvo
claro que ninguno de ellos había visto a la pequeña durante la pelea. Padre e hijo se miraron, con
una terrible sospecha y con el ceño fruncido observaron el cielo, por donde el portal ya se había
desvanecido.

—No —balbuceó Bleich, sin poder creerlo—. ¡No puede ser! ¡Gray, no!

En el momento en que la histeria se apoderaba de todos, y White se disponía a pedir ayuda e


información a sus contactos en la Tierra y en otras colonias, la niña se hizo presente, aunque se la
veía débil e inestable.

32
—¡Papá, mamá! ¡Abuelo! —gritó Gray, mientras se acercaba volando desde afuera del
estadio. Parecía aturdida y su vuelo era irregular.

A pesar de eso, todos respiraron aliviados al verla aparecer. Alba fue inmediatamente hacia su
hija y la abrazó llorando, obligándola a descender a tierra. El resto las rodeó. La niña no podía decir
nada en medio de las caricias y la conversación de los que estaban a su alrededor, no le salían las
palabras. Sólo buscó con la mirada a su abuelo, su verdadero abuelo. Cuando éste apareció, se sintió
tan aliviada que comenzó a llorar a moco tendido.

Habría mucho por hacer en esta línea de tiempo, las cosas habían tomado un rumbo
completamente distinto. Pero lo importante era que el objetivo del Nuevo Dominio no se había
cumplido. Y los soldados del Grupo Iridis estarían alertas por si esto ocurría otra vez. Ninguno de
ellos sería el mismo de otras líneas temporales, en especial Gray.

Aquél fantasma de ceño fruncido pero con el rostro de su abuelo se había entregado a cambio
de dejarla en libertad. Ni siquiera le había permitido llorar por él, la había amenazado con volver a
patearle el trasero si se convertía en una debilucha.

—Será mejor que estés lista, porque algún día volveré con esta cosa puesta, y no tendré
piedad.

Limpió sus lágrimas y decidió que definitivamente se prepararía. Lo vencería y volvería a


quitarle esa horrible vincha que el hombre violeta le había colocado antes de partir.

○○○

Mientras tanto, en la nave de los invasores, Silver descansaba con su neuroaparato puesto. Lo
habían dejado en suspensión para que el artefacto pudiera tomar el control de su sistema nervioso.
El primer libertador no se veía realmente como un ser vivo, aparentaba ser un cadáver gris al que
aún no le habían avisado que su alma lo había abandonado. Aun así, en el lugar más recóndito de su
mente sobrevivía una chispa de voluntad propia.

Lo que en realidad había ocurrido, era que mientras el soldado aguardaba en el bosque junto a
la pequeña Gray, se le había presentado otra visión. En ésta, el general corrupto le daba la opción de
entregarse a cambio de la libertad de su descendiente. Luego, se había visto a sí mismo cometiendo
las más variadas atrocidades bajo el control del neuroaparato, se le había presentado su imagen de
rodillas, infinitas veces, frente a los amos del Nuevo Dominio. Luego la visión concluía con su
victoria, con él retomando el control de su vida, esta vez definitivamente.

La respuesta a aquella propuesta había sido demasiado fácil. Con todo aquello comenzaba el
camino hacia la verdadera libertad. No la de su pueblo, ésa ya la había logrado, esta vez era la suya
propia. Algún día volvería a ser él mismo y se vengaría de aquellos que estaban en lo más alto de
aquella pirámide de tiranos.

Y realmente terminaría lográndolo. No solo eso, sino que también cumpliría con la promesa
hecha hacia la pequeña Gray. Pero ésa, mis estimados, ya es otra historia.

33
34
L a ciudad me tiñe la piel de gris. Un tenue y triste gris. Hace que mis escamas lagrimeen y
mis alas se tuerzan entre sí. Lo único que me mantuvo a salvo fue lo que al final me
derrumbo y se volvió en mi contra. Sin embargo, al parecer, así es la vida: se construye y se
destruye a sí misma. Una y otra vez.

Recuerdo que él era el único que importaba entre la multitud; él y su maravillosa sonrisa.

¿No es triste que los que tienen una sonrisa hermosa no puedan verse mientras sonríen? No
creo que un espejo pueda reemplazar la realidad tan minuciosamente. ¡Qué lástima! Pero aun así, no
entendía. ¡Qué había pasado conmigo! ¡Hermosos colores florecían de repente entre las piedras!

Todavía, en estos días, realmente no entiendo cómo sucedió. Fue tan repentino.

Me enamore. Tan simple y tan fácil que no lo podía creer. Era tan feliz, hacia tanto tiempo
que no veía a colores. Todo era maravilloso: la arena, el mar, el cielo, las estrellas. Pero todavía no
podía creerlo, no era tangible. ¡No podía ser cierto!

Además, me sentía bien, jamás me había sentido así cuando me enamoraba. Era como si fuera
visible, ya no era transparente, los colores se reflejaban sobre mi cuerpo y él los veía. Había llegado
a los cielos, estaba por conseguir la victoria, todo lo que había soñado apareció como si fuera arte
de magia frente a mí.

¿Alguna vez pensaron que explotarían de alegría? Esa es una buena forma de describir el
amor.

Pero la realidad regreso para derrumbarme, y caí bien bajo, como siempre pasaba. De alguna
forma, todas las veces que intentaba algo, terminaba sola. Fue un golpe duro, jamás hubiera
pensado eso, jamás el amor me había pegado así o me había enamorado de alguien a quien
realmente amaba. Antes el amor era un juego de palabras, y ahora se había convertido, en una
tortura. No pude escribir nada en un tiempo, estaba demasiado deprimida.

Yo me fui, él no me siguió ni me pidió que me quedara y no lo culpo por eso. No me rompió


el corazón al no mostrar amor por mí, sino al mostrar desinterés. Hubiera preferido que me gritara,
que me abandonara, que se burlara de mí, antes de que solamente me ignorara y ni siquiera viniera a
decirme adiós.

En resumen: yo me fui, él no vino a despedirse.

Y volví a esta ciudad de muertos a caminar en busca de otra persona en la multitud que me
muestre colores. Ahora, he vuelto a donde comencé, un lugar gris y confuso, triste y cruel. La
verdad, no extrañe este hormiguero para nada, espero no tener que pasar mucho tiempo aquí.

Pero como pasa seguido, el amor no está en mis planes y no puedo dedicarle mucho más
tiempo. Tengo otras cosas que hacer. Tengo que seguir mi vida. Sin embargo, los colores ya no
están, se han ido otra vez, temo no poder recupéralos jamás y dejar de creer en ellos con el paso del
tiempo.

35
Por primera vez en mucho tiempo, no sé hacia dónde ir, antes esto me sucedía porque no
había caminos y ahora, en cambio, los caminos son tantos que me aterran. La ciudad se ha vuelto un
laberinto donde cualquier paso en falso que dé puede convertirse en una pesadilla interminable. Los
muros trepan creando serpientes de concreto que se derrumban sobre mis hombros. Quiero irme,
quiero irme inmediatamente. Pero eso no es posible, siempre hay cadenas que nos atan a la ciudad y
sin importar cuánto queramos irnos, no llegaremos muy lejos. Ya ni siquiera lo intento.

Busco una plaza, antes de que la contaminación absorba el poco aire que me queda. Me subo
a un árbol y me quedo allí mirando atentamente todo como si fuera un gato. Soy diferente y las
personas lo notan, algunas se sienten identificadas, y otras en cambio, amenazadas. Debo
permanecer concentrada, no puedo perderme de vista nada, cualquier gesto puede significar una
advertencia. Saco un libro y finjo que leo para no levantar muchas sospechas.

Sé que algo va a pasar, lo puedo presentir en el aire, en las personas, en la monotonía. Es


como si la gente fuera en cámara lenta, aun cuando parecen realmente apurados; el aire sopla pero
parece proveniente de otra dimensión, es como si no encajara aquí; y las luces parecen dilatarse y
convertirse en niebla. Definitivamente, algo está por suceder.

Y como si fuera parte de un sueño, sucede. Explotan iridiscentes colores frente a mí. Una
estruendosa explosión choca contra mis oídos y la gente corre lejos de allí, pero yo comienzo a
caminar en sentido contrario. Voy hacia el fuego, no sé por qué, mis extremidades no me siguen, ya
no. De alguna forma, siento que mi cuerpo sabe lo que hace.

Camino tranquila y pausadamente entre el fulgor abrasador. Debería estar quemándome, pero
no siento nada, es como si fuera una ilusión. Llego al medio de las llamas y estas se esfuman
convirtiéndose en cenizas (Qué irónico)

Ahora lo sé, estoy en un sueño, no es la primera vez que me doy cuenta que estoy en un
sueño, y a veces me gusta controlarlos. ¡Genial! ¡A divertirse! Tengo que hacer todo lo que pueda
porque en cualquier momento me puedo despertar.

Pero, ¿Qué puedo controlar? Miro hacia mí alrededor y los autobuses comienzan a conducirse
hacia arriba, como si no hubiera gravedad; miro hacia el cielo y comienzan a llover burbujas
multicolores. Es como en El Origen, yo hago las reglas, este es mi subconsciente, y puedo hacer lo
que quiera.

En la esquina, hay una pinturería, agarro una lata de pintura como si fuera mía y empiezo a
esparcirla en la calle, pinto todas las paredes vacías, todos los adoquines y baldosas. Así
sucesivamente, en todos los lugares a los que voy. Escribo poemas en el cielo, clavo flores en los
semáforos y tiro burbujas en los bancos. Es maravilloso.

Entro en las librerías y leo todos los libros, como miles de caramelos y chocolates, visito las
heladerías. Además, también saludo a las personas: Juan, el panadero, quien es más distante en esta
realidad; María, mi vecina, que no es tan falsa acá, es más hasta podría decirse que es amable; el
perro de la señora Turner que habla y comenta sobre política, una política algo particular.
Obviamente, tengo conversaciones raras con ellos ya que el sentido no existe en este mundo.

—Hola, Señor ¿Vio los avestruces mañana?

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—Sí, estuvieron horrendos y me encantaron. Mil malos deseos.

—Como oiga.

Adoro este lugar.

Repentinamente, traigo la noche. Me subo a un edificio, el más alto de todos, me acuesto


sobre la cornisa a mirar las estrellas, las cuales hago bailar y cambiar de colores como si fuera una
obra dirigida por mí misma.

Luego de un tiempo, comienzo a aburrirme, ya tendría que haber despertado, debo estar en un
sueño pesado. Así que, hago que el viento toque algo de música y dejo que mi inconsciente sea libre
de elegir qué canción, y elige “Dont Know why” de Norah Jones. Por lo que repentinamente
comienzo a sentir una nostalgia pegajosa.

Aún no despierto y las horas y los días parecen concurrir insoportablemente. Todos los días, a
cierta hora, traigo la noche y me siento a ver las estrellas con algo de música. Pero cada vez, la
agonía es más grande, el aburrimiento pesa más y las canciones se repiten incesablemente. A veces
las noches se hacen largas y no deseo terminarlas, ya que no sé qué hacer si traigo el día.
Instantáneamente, ya no quedan espacios por pintar, ya no me sorprende la magia de este lugar y
me encuentro desolada y confundida. Este sueño parece ser infinito.

¿Qué sucede? ¿Por qué me siento así? Este lugar es ideal, sin embargo hay un vacío mortífero
dentro de mí, algo me falta y no sé qué es, por lo cual, no puedo crearlo. Mi corazón es como si
fuera un túnel, el cual se ha derrumbado y no puedo llegar al final. Me he cansado de pintar, ahora
solo quiero una ciudad gris y monótona. Tal cual como era antes, ya no me divierte colorearla, es
inútil. La felicidad me ha carcomido mis sentidos y formo una depresión insondable en mis
entrañas.

¿Cómo hago para poder despertar? Necesito volver a mi realidad, necesito salir de aquí.

Me subo a la cornisa del edificio, no importa mi temor a las alturas, es un sueño. Desde allí la
ciudad se ve hermosamente grisácea y melancólica, casi que coincide con mi humor. Miro hacia
abajo, los autos corren veloces y las luces titilan, cierro los ojos y respiro hondo. Si hay una forma
de salir de aquí, es esta. Me dejo caer. Sin embargo, la gravedad se vuelve agua y me sumerjo en
miles de burbujas revoloteadoras. Floto sobre las olas del aire confundida y mojada.

¿Qué sucede?

Lo vuelvo a intentar y caigo sobre el piso, suave y acolchonado que abraza mi piel. Esto es
una excesiva protección, siento náuseas, la adrenalina desaparece de mi cuerpo y escapa lejos, es
como si desapareciera hasta la última pizca de emoción de mi alma.

¿Por qué no puedo despertar? ¿Qué es este maldito lugar? Imposible. Esto no era parte del
plan. No puedo morir. Es horrible. Es como si todo dejara de tener sentido, la vida se convierte en
pura vanidad y el sueño es una odiosa ilusión eterna.

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La claustrofobia me atrapa y me obsesiona. Necesito encontrar una salida, tal vez si me
duermo pueda cambiar las cosas. Me acuesto sobre la terraza del edificio fría y sucia, pero despierto
en el comienzo del sueño, devuelta en la misma ciudad gris, con el mismo cielo, con las mismas
reglas. Y si lo intento de vuelta, vuelve a pasar.

Estoy encerrada en un sueño. Es una pesadilla. Mi inconsciente me ha tendido una trampa.


Pero, ¿Cómo he llegado aquí? Debo recordar dónde estoy en la realidad, eso me ayudara a entender
esto. Qué raro… no recuerdo nada… Es más difícil recordar las cosas de la realidad cuando
soñamos, debo buscar una pregunta más fácil de responder.

¿Qué recuerdo? A él y su maldita sonrisa, pero no recuerdo cuando se fue ni por qué, todo es
confuso. Pensar que, aún después de que me dejo, le quiero. Todo es tan complicado, allá, acá, en
fin, en cualquier lado. El amor siempre me complica las cosas, si solo no lo extrañara tanto cuando
no está.

Y de repente, desde la azotea del edificio, lo veo; aquel hombre que me causo tantas penas y
llantos. Allí esta él, tan deslumbrante como siempre, con su camisa verde. Odio este lugar, es una
tortura.

Rápidamente, me tiro al cielo y bajo a la calle sin pensarlo, es como si el sueño me guiara
hacia un momento incómodo que no quiero que suceda, pero no puedo evitarlo, estoy perdiendo el
control del sueño, es decir, de mí misma.

Él me ve y me sonríe, por lo que cambio de opinión e intento de alejarme, logro realizarlo. Sin
embargo, me persigue hasta acorralarme. Pensé que la adrenalina no estaba más conmigo aunque al
parecer, algo quedo. No obstante, si no puedo morir ¿A qué le tengo miedo? … A perder algo que
amo…

Se acerca y me abraza.

—Te estaba buscando— me susurra al oído.

Cierro los ojos atrapada y rodeada entre sus brazos, ya no hay salida. Comienzo a llorar, no sé
por qué, pero sé que tengo una razón que no la recuerdo porque estoy soñando.

Me dejo caer relajada sobre su pecho. Le extrañaba, aún me gusta el calor que emana de su
cuerpo, de alguna forma me siento segura y protegida, como si fuera indestructible, junto a él. No
me quiero separar, intento de alargar todo lo que puedo el momento.

De repente, me despierto sobre mi cama. ¿Qué sucede? ¿Por qué? ¿Qué paso? ¿Qué he
hecho? No entiendo, quiero volver. Lo necesito. Mi mente regreso al comienzo del sueño. Su
abrazo me trajo de vuelta al comienzo ¿Por qué? ¡Qué locura!

No obstante, presiento algo raro. Intento de controlar las cosas y no puedo. Sigo intentando,
pero es como si ya no pudiera controlar lo que sucede. Los recuerdos vuelven a mi mente, el
accidente, su muerte. La camisa verde ensangrentada.

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Empiezo a sentir miedo, hace mucho tiempo que no estoy en la realidad. Intento de volver a
dormirme, no quiero quedarme, este lugar es mucho peor que el sueño. Mis intentos son inútiles, me
es imposible dormir, así que salgo a caminar, necesito un poco de aire.

Camino por la misma calle que camine en los sueños una y otra vez, la cual sigue siendo gris
y sin colores ni flores ni burbujas. Y de repente, presiento que algo va a pasa, que algo está mal. La
misma sensación del sueño se repite. ¿Sigo soñando?

Explotan estruendosamente llamas frente a mí, al igual que en el sueño. Intento de controlarlo,
sigo sin lograrlo. La gente va en sentido contrario al mío. María me ignora y se encima entre las
personas, Juan me grita que corra y Turner viene hacia mí desaforado.

—Hola, señor ¿Ha visto a los avestruces mañana?

El perro sigue de largo sin siquiera mirarme. ¡Qué raro! Solía tener lindas charlas con él, ni
me vio. Este lugar es una pesadilla interminable ¿Seré aún inmortal?

El vacío se ha vuelto inmensurable. Ahora lo recuerdo todo, su cuerpo sobre el suelo y sus
brazos a mí alrededor cayendo frágiles sobre la gravedad. Sus ojos cerrándose para siempre y los
colores apagándose. “Él que no vino a despedirse” estaba increíblemente muerto y lo recuerdo
perfectamente bien ¿Qué lugar es este? ¿Qué son estos pensamientos? Quiero volver al sueño,
quiero abrazarlo más tiempo. ¡Qué clase de mundo es este!

Al contrario de todos, como ya he hecho antes, voy hacia la explosión. Pero esta vez algo es
diferente. Me introduzco en las llamas, y de esa forma, me libero de esta horrible pesadilla, el
recuerdo me desencadena, y finalmente soy libre. En esta realidad, no es como en el sueño, tengo
elección.

La ciudad me tiñe la piel de gris. Un tenue y triste gris. Hace que mis escamas lagrimeen y
mis alas se tuerzan entre sí. Lo único que me mantuvo a salvo fue lo que al final me derrumbo y se
volvió en mi contra. Sin embargo, al parecer, así es la vida: se construye y se destruye a sí misma.
Una y otra vez.

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Naranja
Es el color del fuego flameante.
Puede significar:
regocijo, fiesta, placer, atracción.

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Antes de que caiga la nieve
Por Olivia Ivanov

—Kathleen, tenemos que hablar.

Reconocí aquella voz, la que había susurrado palabras dulces en mi oído meses atrás. Me
volví hacia él y, utilizando mis vampíricos poderes, lo tomé por el cuello. Presioné su garganta por
unos segundos, impidiéndole respirar, aunque aquello no fuera necesario para él.

—Por favor... sólo quiero hablar contigo.

Aún no demasiado convencida, lo solté—. No tenemos nada de qué hablar, Jordan.

— ¿Desde cuándo me llamas por mi nombre completo? Solías decirme Dan.

—Si no quieres mi mano presionando tu garganta nuevamente, te recomiendo hablar


rápidamente, sin rodeos.

Él levantó las manos en señal de derrota—. La chica ha muerto.

Aquellas palabras me afectaron de una manera que no creía posible, pero me mantuve
impasible ante ello. Había logrado controlar mis emociones hacía siglos, y hoy no sería la
excepción—. Juraste protegerla, ¿cómo es posible que haya muerto? Y lo más importante, ¿quién la
asesinó?

—Nunca he dicho que fue asesinada, Kathleen.

—Lo supuse, continúa.

—Max entró a su cuarto mientras estaba duchándose y la atravesó con una daga.

—Eso es... extraño— murmuré.

No contestó, sino que me tomó en sus brazos y me besó. Más que pasional, era un beso de
desesperación. No me importó, pues yo lo necesitaba también.

○○○

—Algo no me ha quedado claro, Dan.

Estábamos junto a la ventana, observando las espesas nubes. Se aproximaba una gran

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tormenta, eso nunca era un buen augurio.

—Conque me llamas así nuevamente.

Lo golpeé en el hombro—. Cállate, idiota.

No había perdonado a Dan por haberse dejado influenciar por Ellos, por abandonarme, por
permitirles separarnos. Pero en ese momento -y con mi hija muerta-, le necesitaba a mi lado más
que nunca.

—Bien, pero dime qué es lo que no te convence.

—El palacio está repleto de guardias e incluso hechiceros dispuestos a morir por ella. ¿Cómo
es que Max logró atravesar toda aquella seguridad?
—No lo sé— dijo, encogiéndose de hombros.

Me senté rápidamente—. ¡Es que no tiene sentido! Él no podría haberlo hecho, a menos... a
menos que...

— ¿Qué cariño? Puedes confiar en mí, sólo dímelo.

—A menos que alguien de dentro le ayudara.

No recuerdo exactamente cómo fue ni en qué momento, pero él pareció oír mis pensamientos,
ya que sentí algo frío y duro en el mulso derecho. Una daga. Mi daga, la que él se había llevado
consigo la última vez que se fue.

Caí de rodillas al suelo—. ¿Qué has hecho?— dije, observando mi propia sangre manar de la
herida.

—Lo siento, Kathie, pero necesitaba alguien a quién culpar.

— ¿Tú mataste a Chloe?

Él asintió—. Es parte de mi plan.

— ¿Matar a mi propia hija?— grité.

—He dicho que lo siento.

—Una disculpa no va a arreglar esto.

—Pero es lo único que puedo decirte.

—Déjame adivinar, ¿la has asesinado con mi daga para poder inculparme? E imagino que
justo ahora ellos están viniendo por mí.

—La Élite no es tan mala como parece.

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—Ellos nos separaron, ¿recuerdas? Me obligaron a abandonar a mi pequeña y a casarme
contigo, para luego alejarnos.

—Lo sé.

— ¿Entonces por qué estás haciendo esto?

—Porque quiero formar parte de su clase, quiero asesinar a sangre fría a los enemigos, ser
rico.

Negué con la cabeza—. ¿Qué demonios ha sucedido contigo?

—Yo me pregunto lo mismo.

Oímos ruidos. Ellos venían por mí, y estaban aproximándose. Al voltear mi cabeza hacia
Jordan, este se había alejado ya medio metro, y seguía avanzando.

— ¡Jordan! Por favor, no me hagas esto.

—No puedo tenerlo todo, Kathie, debía tomar una decisión: Poder o amor.

—Y escogiste el poder, así como también elegiste traicionarme. Pagarás por esto.

Él se fue, sin siquiera despedirse, se marchó sin más. En aquel momento lo odié como nunca
lo había hecho. Todo el amor que alguna vez sentí por él se transformó en veneno.

○○○

Tal como lo supuse, Ellos me encerraron. No buscaron evidencias ni me sometieron a juicio,


pues su clase no hacía aquello. Allí eras culpable infaliblemente, ya que si habían llegado hasta ti,
eras vampiro muerto.

Pero eso no fue lo que sucedió, no me asesinaron. Me enviaron a mi prisión: el castillo donde
mi hija alguna vez vivió, entregada a los reyes cuando era pequeña. Allí viviría hasta el fin de mis
días, enfrentándome a caballeros y plebeyos que quisieran escabullirse dentro y robar.

El lugar estaba encantado: No podía escaparme de ese lugar. Me asomé por uno de los
grandes ventanales.

Mis colmillos se liberaron, pero no por el olor de la sangre, sino por mi ira. Mi sed de
venganza.

—Te encontraré, Jordan. Juro por mis descendientes, que voy a hallarte. No te mataré, dejaré
que sufras en tu miseria, igual que yo estoy haciéndolo.

Comencé a recordar el día en que nos habíamos conocido. En invierno, cuando la nieve caía y
enterraba todas aquellas cosas que te importaban. En mi caso, fue al contrario, porque fue en
verano, cuando la nieve cayó, que él se alejó de mí.

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Él me había observado mientras yo buscaba mi reloj bajo la espesa capa de nieve. Se ofreció a
ayudarme y, cuando nos dimos por vencidos, tomamos un café juntos.

En el silencio sepulcral, lo único que podía oírse era el tic tac del reloj. Este, a pesar de estar
hundido treinta centímetros bajo la nieve, seguía funcionando a la perfección.

100 años después.

Al fin lo había encontrado, después de todos esos años. Ahí estaba, en la prisión de
Cambridge. Lancé una carcajada, y él alzó la vista. Tardó unos segundos en reconocerme, pues mi
rojizos cabellos estaban en ese momento más oscuros que la misma noche.7

Entré en la celda, rompiendo la cerradura.

— ¿Por qué, Jordan? Eras todo para mí, pero me traicionaste— dije, mientras quitaba sus
brazos de mi cadera. No podía concentrarme si él hacía aquello.

—Ella me pidió que lo hiciera. Fui un tonto, Kathie.

— ¿Ella?

—Tu hija, Chloe.

— ¿A qué te refieres?

—Sabía que venían por ella, los de la Élite, quiso huir. Yo la detuve, asegurándole que la
asesinarían si la encontraban. Me pidió que acabara con su vida, así ellos no podrían tener acceso a
sus dones.

— ¿Cuáles dones?

— ¿No lo sabes?

Negué con la cabeza—. Podía ver el futuro, Kathie. Por eso Ellos la querían.

Ya no lo resistí más y lo besé. Estaba deseando volver a hacerlo, lo extrañaba. Un siglo


significaban sólo un parpadear para un vampiro, pero sin Jordan a mi lado, aquellos parpadeos
habían resultado eternos.

—Quédate conmigo esta noche, mi amor— ssusurró.

Era la primera vez que me llamaba así, y me encantaba. Sonreí, pero negué con la cabeza.

—No puedo perdonarte, no después de que he planeado este momento durante más de cien
años.

Incrusté mi mano en su pecho y arranqué su corazón. Aún seguía dentro de su cuerpo, por lo

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que mi amado seguía con vida. Me detuvo, colocando su mano sobre la mía.

—No hagas esto.

— ¿Y por qué no habría de hacerlo? Tú me quitaste a mi hija.

—Porque no quiero que seas igual a mí, no te conviertas en el monstruo que soy.

—Tienes razón, no soy un monstruo.

—Por supuesto que no lo eres. Kathie, si pudiera hacer algo para volver el tiempo atrás y
reparar mis errores, lo haría. La ayudaría si pudiera hacerlo.

Bajé mi mirada—. Lo sé, siempre fuiste un padre para ella.

Fuimos hacia la pequeña cama ubicada al fondo de la celda y nos acostamos allí. Le dio el
último beso de la noche. Quizá ese realmente sería nuestro último beso.

— ¿Tienes frío?

Asentí con la cabeza y me coloqué encima la única manta que había allí. Aquella noche dormí
sobre el cálido pecho de Jordan, mi amado.

—Kathie, ¿estás despierta?

—Mmmh.

—Tomaré eso como un sí.

Volteó hasta quedar frente a mí.

—Necesito tu perdón, preciosa. Sé que podemos arreglar nuestra relación, juntos.

—También yo lo creo, Dan. Pero necesitaré tiempo, no puedes pretender que con un par de
besos olvide todo lo que hemos pasado antes.

—Claro, lo entiendo.

Tomé su mano.

—Tal vez sea mejor si comenzamos de cero, ¿no te parece?

—Creo que sería lo mejor.

—Soy Kathleen— dije, estrechando su mano.

—Jordan.

Le di un corto beso en los labios y volví a dormirme.

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Negro
Es lo opuesto a la luz, concentra todo en sí mismo, es el colorido de la disolución,
de la separación, de la tristeza. Puede determinar todo lo que está escondido y velado: muerte,
asesinato, dolor, pena, miedo, noche.

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L a mañana se veía prometedora en el jardín de Ricardo, pequeños brotes y frondosos
arbustos se erguían hacia el sol alegremente mientras se mecían con la brisa. Los pájaros
buscaban gusanos en la oscura tierra de los canteros y las mariposas pululaban en círculos alrededor
de las vallas atraídas por el fuerte perfume de los jazmines en flor.

Las últimas semanas, aquel jardín había sido el centro de la vida de Ricardo, quien había
establecido una estricta rutina semanal la cual lo alejaba de todo contacto con otras personas sólo
para poder cuidar de la ferviente vida que crecía en el fondo de su hogar. Mantener el frágil
equilibro de aquel colorido ecosistema se había vuelto el centro de su vida desde la partida de su
amada, quien había partido para encontrarse con su creador hacía poco más de un mes.

Su jovial y bella esposa Ester había pasado gran parte de su matrimonio al cuidado de aquel
jardín y las plantas se habían vuelto confidentes de todo lo que le ocurría a la pareja mientras Ester
se dedicaba tardes enteras a contarle su vida y los chismes del barrio a los ficus y las caléndulas. El
delicado jardín era el único legado de su amada esposa en el mundo y la culpa de su muerte había
conducido a Ricardo a hacerse cargo de las plantas pues aquellos mismos brotes habían presenciado
sus últimos suspiros en esta vida y continuarían recordándola por siempre.

Resultaba enigmático para Ricardo como aquellas silenciosas criaturas eran testigos de todo a
su alrededor y aún así no podían comunicar nada. Envidiaba seriamente como aquellos pequeños
seres se dedicaban meramente a tragar sol y a respirar.

Desde la muerte de su esposa el tiempo se había vuelto lento para Ricardo y mientras las
semanas se alargaban el cuidado del jardín comenzaba a afectar la poca paciencia del hombre
Aquellos pequeños organismos habían dejado de ser bonitos y se habían tornado en sabandijas
exigentes, que cuales bebes pedían alimento y calor, llorando por la mañana o susurrando en su oído
por las noches.

Al ser su único protector, el pobre de Ricardo no podía negarse a cuidarlas, pues trabajaba
bajo amenaza. Las plantas sabían algo, debajo de cada hoja y cada pétalo escondía un secreto y
amenazaban con contarlo si él llegara a olvidar siquiera humedecer la tierra o intentara alejarse del
jardín por tiempo prolongado. El viejo debía ayudarlas a crecer y a expandirse para que entre sus
raíces los secretos se ahogaran, pero con cada flor que crecía, los miedos de aquel hombre crecían
con ellas.

Cierto día mientras el viejo se asomaba al patio entre la neblina matutina percibió un
movimiento. Un pequeño pensamiento había abierto sus pétalos, tonos violetas y bordos brillaban
bajo el sol tibio sol de la mañana. Los ojos de Ricardo saltaron de sus orbitas. —No puede ser, no es
real, no podes ser real flor del demonio, te voy a arrancar de tu raíz!— exclamó tembloroso mirando
hacia un punto más allá de la pequeña flor, como si alguien se asomara detrás de ella. Acto seguido
arranco al inocente brote desde sus raíces con sus endurecidas manos, la arrojo bruscamente al
suelo, la pisó como a la colilla de un cigarrillo y en su lugar plantó una mala hierba. —Esto les va a
enseñar a no molestarme.— Pensó.

La mañana siguiente, un nuevo pensamiento floreció en el exacto lugar donde Ricardo había
plantado la mala hierba la mañana anterior, su pequeño tallo se había entrelazado en el de la mala
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hierba ahogándola y dejándola seca. —¡No! no vas a crecer, alimaña, te voy a desaparecer, ya te
hice desaparecer una vez y lo puedo hacer miles de veces más!— dijo efusivo mientras chasqueaba
sus dedos nerviosamente. Nuevamente los ojos del viejo miraban a la nada, sus brazos se
entumecieron y la vista se le nublo, y con una fuerza superior a su genio arranco la planta de un
tirón.— No vas a nacer porquería, no vas a nacer.

La tercera mañana las plantas sorprendieron al viejo Ricardo. En cada uno de los canteros
donde antes se erguían distintas flores y arbustos ahora estaban repletos de pensamientos de color
violeta y bordo, vivos, mirándolo, gritándole con sus bocas inexistentes. No pedían agua ni calor,
pedían algo más, su rendición.

Ricardo cayó de rodillas llorando y miro impotente como la naturaleza lo desafiaba. Tantas
semanas cuidando el jardín, tanto tiempo invertido en aquel lugar intentando redimir sus pecados,
para ser traicionado sin razón. Las había regado y fertilizado todos los días, les había contado
historias y las había acomodado a cada una de ellas hacia el sol. Pero el fertilizante que movía
aquellas florecillas era otro.

Revelándose ante él como un ejército, aquellos los pensamientos violetas lo desafiaban. Las
flores preferidas de su difunta mujer, le gritaban al mundo, con la voz de Ester muy por debajo de
sus raíces y corriendo en su sabia, donde Ricardo le había dado muerte y la había enterrado hacía
cuatro semanas atrás.

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U na oscuridad profunda e impenetrable cubría el cielo profetizando que algo malo
acechaba. La niebla era densa, no te permitía ver más allá de sus pasos. Un viento fuerte
zumbaba entre los árboles, sacudiendo las copas con fervor. Era una noche silenciosa, lóbrega y
desconsolada. No había alma que la recorriera, era velada, solitaria, desolada.

Unos pasos retumbaron entre las sombras, un suspiro ahogado, un sollozo profundo. Una
persona se acercaba a paso lento, arrastrando los pies, por la calle. Era un chica joven, pero su
postura encorvada, su mirada caída, y su aura de tristeza la hacían parecer mayor.

Una sonrisa triste se formó en sus labios. Sus pensamientos fluían a toda velocidad como una
catarata impaciente. Sabía en lo más profundo de su ser que la situación no podría seguir así mucho
tiempo más. El cansancio corroía cada uno de sus huesos, su alma estaba agotada, extenuada. La
vida la estaba derribándola, y fuertemente. Veía cada día como todos sus sueños se derrumbaban
delante de sus ojos, la esperanza la abandonaba y sólo quedaban los gritos ahogados, la
desesperación, la angustia para seguir adelante. No entendía como había llegado a tal punto sin
retorno, todo había empezado hace muchos años atrás, pero siempre había tenido la esperanza de
que algún día cambiara, mejoraría. Pero en este último tiempo todo se había derrumbado, su vida se
había convertido en un terremoto interminable, en un laberinto sin salida.

Sus ojos miraron al cielo, buscando entre sus recovecos la respuesta que tanto ansiaba, esa
pieza perdida del rompecabezas en que se había convertido su vida y que anhelaba que fuera su
salvación. Cerró con fuerza los ojos y alzó los brazos al cielo. Un grito de consternación escapó de
sus labios.

Al abrir nuevamente los ojos se sobresaltó. Delante suyo había un perro tan negro como la
noche misma. La miraba con ojos sabios y pacíficos. Estos la instaban a arrodillarse y encontrarse
con ellos. Sin saber por qué le hiso caso al instinto. Cayó sobre sus rodillas y acercó la mano hacia
el animal. Lentamente, y como le habían enseñado cuando era pequeña, le mostró sus respetos al
perro arrimando su mano al hocico. El perro la olisqueó y luego bajó su cabeza, sabía que tenía su
aprobación y su respeto. Suavemente comenzó a acariciarle el pelaje, disfrutando, renovando la
energía. Con cada mimo que le daba volvía a ser ella, oleadas de calor la recorrían, su aura se
aclaraba.

No sabía que estaba pasando, pero entendía que había obtenido la respuesta que necesitaba.
La naturaleza la había criado y esta misma la había salvado.

El perro le lamió con delicadeza la mano, y luego se alejó de ella. La chica lo miró
consternada, no entendía por qué el animal se apartaba de ella. Pero este volvió su cabeza hacia ella
y le ladró. Rápidamente se puso de pie y comenzó a seguirlo. Sentía intensamente que este animal
era la respuesta que tanto había buscado.

Caminaron un largo trecho hasta llegar a un lago escondido entre una arboleada. Detrás se
encontraban las montañas con sus picos nevados. La luna se reflejaba en las aguas, jugando con los
reflejos nocturnos. Era una vista hermosa, serena y purificante.

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Los sonidos de la naturaleza zumbaban por todos lados, los búhos arrullaban la noche con sus
cantos, las luciérnagas iluminaban los árboles. Era un paisaje totalmente diferente al de antes. La
oscuridad se había evaporado. El letargo de la ciudad había desaparecido. Sólo estaban ella y la
naturaleza.

El perro estaba sentado plácidamente mirando al lago. La chica se sentó a su lado y apoyó sus
manos en la tierra húmeda. Ya no se sentía sola, sin saberlo había encontrado de nuevo el camino,
su rompecabezas se completaba.

Miro largamente hacia el lago mientras enterraba profundamente sus manos en la tierra.
Luego cerró sus ojos y se concentró en sentir lo que la rodeaba. Un estallido de energía le recorrió
las venas, calentándola y haciéndola sentir vigorosa y fuerte. Dejó que sus sentidos se conectaran
con la Madre Tierra, que los sonidos de la naturaleza la llenaran, la completaran.

De a poco la esperanza volvía a su cuerpo, le iluminaba el camino, la senda a seguir. Sus


problemas no eran tan invencibles como creía, tenían solución. Sí, era complicada y le llevaría
mucho tiempo. Pero esta vez tendría que procurar no perder la esperanza. Su mente terminó de
aclararse y su cuerpo se sintió renovado, purificado.

Cuando abrió sus ojos se encontró con el alba. El sol comenzaba a desperezase y sus rayos
asomaban entre las montañas que rodeaban al lago. Los pájaros cantaban melodías, y los animales
salían de sus cuevas para un día nuevo.

El perro la esperaba pacientemente a su lado. La chica le sonrió y le acarició la cabeza. No se


sentía preparada para irse todavía, sentía que si se iba de ese lugar mágico perdería la fuerza otra
vez. Se sentía en el ojo del tornado, un lugar pacífico donde los problemas le resultaban sencillos y
fáciles de resolver. Pero si salía del prado, del ojo del tornado, se encontraría con la desesperación,
el desaliento.

El animal le acarició la pierna con el hocico y la miró quedamente. Su mirada le transmitía


amor y lealtad. Supo que ahora tendría siempre un amigo que le marcaría el camino, y también un
lugar especial para relajarse y conectarse con su tierra, con la naturaleza cada vez que sintiera que
sus fuerzas desfallecían.

Como en la noche anterior, el animal empezó a caminar, y ella sin dudarlo lo siguió hasta salir
del bosque y volver a la ciudad, pero esta vez con el aura purificada y las energías renovadas.

La esperanza había vuelto a ella y esta vez procuraría no volver a perderla.

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15 de octubre

E ntre la lluvia fría me encontraba, siendo acosada por las sombras de mis pensamientos,
siendo aterrada por los sonidos de mi mente, siendo liberada de la presión y presa de la
tensión de mis músculos, que me mantienen corriendo. Corriendo en un mundo que no es real.

—¿Estas lista?— me pregunta la directora desde la entrada de mi habitación.

Estoy parada frente al espejo sucio que me toca, me he puesto la mejor ropa que tengo (que
consta en una falda roja, y un saco negro, calcetas largas blancas y zapatos), y he tratado de peinar
mi largo cabello para verme decente. Hoy cumplo 16 años de vida, 10 años aislada de la sociedad
en un orfanato en medio de la nada, con sólo 5 chicos más.

La lluvia golpetea la ventana, los truenos hacen que la luz amarillenta del cuarto parpadeé.

—¿Ya tienes la maleta lista?— me pregunta a falta de mi respuesta a su cuestionamiento


anterior.

—Si— respondo

—Te recogerán en 20 minutos— y sale.

Hoy, luego de mucho tiempo, tendré una nueva familia. ¿Tendré que llamarlos papá y mamá a
partir de hoy? Será raro, ya que, sé que alguien me trajo al mundo, mi madre, pero no he tenido ni
mamá ni papá. Supongo que me voy a acostumbrar a eso.

Me llamo Cassandra Parker, Cassie. Probablemente me llame Cassie Roberts dentro de 15


minutos, no estoy muy apegada a mi apellido así que no será un problema muy grande cambiarlo. Y
aceptarlo.

Son las 7:58 p.m., el sol se ha metido hace una media hora, y la única visión que tengo de a
fuera me la dan los relámpagos y rayos.

No tengo la gran cosa, sobrevivo con 3 cambios más, una muñeca de trapo y una libreta. y una
maleta, y por “maleta” me refiero a un viejo bolso de mano de color amarillo, y está sucio.

Salgo del cuarto, sin apagar la luz. Al lado izquierdo del pasillo están dos cuartos. El de
Anthony (un chico pelirrojo, alto de 17 años) y el de Ismael (un chico, moreno, mide alrededor de
1.65, dos centímetros más que yo, acaba de cumplir 16 años hace como dos semanas) y del lado
izquierdo el de Vanessa (una chica rubia de ojos de color verde esmeralda, de 17 años, siento que si
sus padres se hubieran preocupado por ella, sería una chica muy deseable por todos) y el de Melanie
(Una niña de 9 años, con rasgos de asiática).

Frente a mi cuarto, están las escaleras para la planta baja. Están iluminadas por velas, ya que
no hay suficiente dinero para darnos muchos lujos. Intentamos ahorrar la energía lo más posible.
Llego a la recepción, donde se encuentra la directora sentada en una silla, a su costado esta otra.

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—Cassandra— dice, es una mujer un poco mayor de edad, tiene el cabello blanco grisáceo, y
es delgada. Usa unos lentes con unas perlas cayéndole por las orejas. Lleva esta noche un vestido
negro y un par de zapatos café, ambas prendas se ven maltratadas— Luego de tenerte aquí 10 años,
al fin vas a salir al mundo, a tener una vida mejor de la que los otros podrán tener por ahora, ¿cómo
te sientes?— dice sonriendo con delicadeza, y me señala una silla para que me sienta. Y lo hago.

—Estoy aterrada, ¿Qué sucederá si no soy como ellos esperan que sea?

—Cassie, cariño, ellos tendrán una hija perfecta— y me abraza.

Claro, los Roberts son perfectos, tienen una casa muy lujosa, y son muy amables y atentos.
Ella es estéril y no puede quedar embarazada, a pesar de todo lo que ha hecho y los tratamientos que
ha tenido. Ya tienen 40 años, al parecer, y piensan que cuidar a un bebé sería demasiado pesado, por
eso buscaban a alguien más grande. Y fui yo. Que afortunada soy.

Aunque no me sentí afortunada, cuando el reloj marcó las 9:30 p.m. y los Roberts no se
presentaron. Pero llamaron.

—¿Si?— dijo la directora, al teléfono. El teléfono tiene una especie de falló, por así decirlo, y
se puede escuchar lo que la persona del otro lado dice.

—¡Que sorpresa!— dice la señora Roberts— es idéntica a la fotografía que me enseño

—¿a qué se refiere?— dice la directora con cara confundida

—A Cassandra, es un amor de muchacha, ha llegado por sí sola hace una media hora, pero
hemos cenado y ya le he mostrado su habitación y se ha quedado profundamente dormida además
se la ha pasado muy bien con todos y…

La línea se cortó, y ya no supimos más. Bueno, los Roberts están locos. ¿Yo he aparecido
mágicamente en su casa sin moverme de la estancia ni una vez? Sí claro.

Anthony aparece del baño, que se encuentra en la puerta del lado derecho a las escaleras. Sale
con el cabello mojado y una toalla enredada en la cintura. Me mira y su mirada se suaviza y se
confunde al mismo tiempo. Trata de hacer la pregunta que todos me preguntaran mañana. ¿Por qué
no me fui?

De vuelta en mi habitación, dejo las cosas sobre la cama y busco el único pantalón que tengo
y bajo a la regadera. La directora ya no está, supongo que se ha de haber ido a dormir. Y ni siquiera
me dijo nada, probablemente mañana lo haga, y no puedo culparla por dormirse, ya esta mayor y su
cuerpo no resiste tanto.

Entro al baño y me desvisto. Entro a la regadera, el agua es caliente, lo cual me agrada, ya que
la lluvia ha puesto al orfanato de una temperatura muy fría. Mi cabello me llega a la cintura, y
mojado se ve de un color café casi negro, mientras que seco es de un color café claro. Me pongo
jabón en el pelo cuando escucho un golpe fuera del baño. El jabón me ha pasado a los ojos y no
puedo ver. Así que trato de mojármelos para que el ardor ceda. La puerta del baño se abre.

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Para cuando abro los ojos, veo una sombra en la cortina que separa la taza y la regadera.
Estoy muy asustada, y no sé quién pueda ser. Corro la cortina, y en el baño no hay nadie. Deben ser
imaginaciones mías.

Siento el cuero de un guante en mi boca, asfixiándome, y la persona me agarra del cuello con
la otra mano.

Me despierto aterrada por un trueno. Me falta aire, y respiro profundamente. Hace ya un


tiempo que no he tenido pesadillas. Miro la hora y marca las 10:56 p.m.

Cuando estoy más relajada, me vuelvo a acostar. Pero no consigo dormir. A las 11:00 p.m.
bajo por un vaso de agua, y cuando regresó al cuarto, las luces están prendidas y la ventana abierta.
Hay una nota en el espejo, y la leo…

Los Roberts murieron el 15 de octubre a las 9:35 p.m

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Rojo
Es el más excitante de los colores,
puede significar: pasión, emoción, acción,
agresividad, peligro, deseo.

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Una vivaz joven, no sabía que pensar,

Cuando aquel tímido vecino la besó sin dudar.

“¿Qué fue lo que hiciste?” preguntó ella, asustada.

“Sentir por primera vez, aunque tú no estés enamorada”

Pasaron los días, y ella no supo que hacer,

Más una tarde de nubes, ella lo fue a ver.

“Quiero intentarlo una vez más,

Y así más tranquila, poder pensar”.

Y así fue. Se besaron por segunda vez;

Él sintió que volaba y ella, por dentro,

A sus labios deseaba regresar.

Dispuesta a confesar su amor,

A su casa se dirigió, con un rojo vestido,

Rojo como su corazón lleno de ilusión.

La madre del chico, sin embargo,

La miró con tristeza.

Con una mano en el hombro le dijo,

“él se ha ido”.

“¿Dónde?” preguntó ella, algo asustada.

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“Nada menos que con Dios, mi pequeña”.

Con tristeza le dejó, una hoja perfumada

Y, bajo un árbol terminó leyendo,

Lo que resultó una carta.

“Joven seré, pero la muerte me lleva

Y mientras la enfermedad me aleja de ti,

Recuérdame en un bello atardecer

Donde siempre haré memoria

De los dos besos que nos dimos,

Y de la historia que nunca tuvimos.

Y me arrepiento de no habértelo pedido

Pero de haber sabido que me iba antes,

Te habría mirado bastante,

Para así en el Paraíso jamás olvidarte.

Lleva ese vestido rojo con el que te conocí.

Y seca tus lágrimas, mi amada,

Que si cierras tus ojos y luego miras atrás,

Me verás al final, como tu ángel guardián”.

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Verde
Es el color de la esperanza.
Y puede expresar:
naturaleza, juventud, deseo, descanso, equilibrio.

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H ay que reconocer que la ubicación del centro de rehabilitación La Laguna no podía ser
más estratégico. Una estancia colonial en las sierras de Córdoba, rodeada de árboles, un
pequeño bosque privado (para perderse y olvidarse del mundo), un parque precioso y la laguna que
le da nombre a la clínica. El bosque está prohibido para los pacientes, a menos que entremos con
alguien que nos supervise.

Por esta razón algunos pacientes se tienen que conformar con admirarlo y anhelarlo a la
distancia. No es tan mala idea tampoco. La postal que regala en este cálido otoño es de una
serenidad hermosa. Y parece que es lo que Cassie necesitaba en este momento.

Hace rato que está contemplándolo fascinada. De repente se acomoda en el banco de madera,
dejando sus pies reposados en el apoya brazos opuesto y suspira. Cierra sus ojos y se relaja. Ella no
es para nada como los demás pacientes y creo que fue por eso que me fijé en ella.

La gente por acá suele ser depresiva, dramática, rebelde, revoltosa, violenta, perdida. Pero
Cassie no es así. Ella es tranquila, tiene perfil bajo, no llama la atención. Estar con ella es sinónimo
de paz.

Decido ir a molestarla porque no tengo nada mejor que hacer. Así que me acerco
sigilosamente y me quedo a unos pasos del banco. Saco un cigarrillo del bolsillo de mi camisa y lo
enciendo. Aspiro, llenando mis pulmones del dulce aroma a tabaco y por una fracción de segundo
tengo mi propio momento de paz. Suelto el humo y me aclaro la garganta avisándole a Cassie de mi
presencia.

Ella abre un ojo y me mira de reojo, me sonríe y se sienta mientras me suelta un “Hola, Alex”.
Rodeo el banco y me siento a su lado. Le extiendo el cigarrillo y niega con la cabeza.

—No vine acá para salir con nuevos vicios autodestructivos— me dice sonriendo. Ruedo mis
ojos y sigo fumando tranquila. Nos quedamos en silencio observando el bosque. Su mirada está
llena de anhelo, se muere de ganas de ir a pasear entre los árboles, pero es molesto querer andar con
alguien que te vigile y cuide.

Suspira y saca una lima descartable del bolsillo de su camisa y se dispone a trabajar en sus
uñas. Subo mis piernas al banco y las cruzo debajo de mí mientras observo su sesión de manicuría.
A Cassie le gusta usarlas cortitas y redondeadas. Miro mis uñas, no le vendrían para nada mal un
poco de cuidado. Están todas mordidas y el esmalte azul Francia con el que me pinté vaya uno saber
cuándo, todo saltado. Termino el cigarrillo y lo apago contra la suela de mi zapatilla antes de tirarlo.

—Siempre quise preguntarte qué pensás de este lugar y me olvido.

—Me gusta tener tanto espacio y tranquilidad. Me siento libre.

Alzo mis cejas incrédulamente. Es irónico que se sienta libre en un centro de rehabilitación.
Claramente es una paciente voluntaria.

—No es lo que opina la mayoría, pero entiendo el punto. Es un lugar precioso.

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—¿Por qué estás acá?— me pregunta mirándome a los ojos.

Cassie es así, siempre directa. Y me agrada por eso. Hace casi un mes que nos conocimos y
empezamos a charlar. Es lindo poder hablar con alguien más aparte de los médicos y enfermeros.
Está bueno tener una amiga en este lugar, y asombrosamente nunca tocamos el tema. No
coincidimos en los grupos de apoyo así que ignoro su problema al igual que ella el mío. Y decido
compartir, es sano y crea lazos. Y no me avergüenza hablar de ello, porque si así fuera no estaría en
un lugar como este.

—Me gustaban las fiestas y… tomar demasiado.

Cassie me sigue mirando sin siquiera pestañear, como si ya lo hubiera visto todo y nada la
sorprendiera.

—¿Cuándo empezaste a tomar?

Suspiro y me miro las manos mientras recuerdo alguno de mis episodios más
¿descontrolados? Incluso cuando la mayoría nunca se quedó grabado en mi mente, en su lugar hay
un hueco, un bache, nada en absoluto. Y ese era el tema. No recuerdo lo que pasó la mayoría de las
veces, ni lo que hice o lo que me pudieron haber hecho.

—A los 15— reconozco. Ella asiente comprensivamente.

—¿Por qué tomabas?

—Empecé siguiendo a mis amigos y luego se convirtió en una sensación liberadora, de


soltura. Pero cuando empecé a tomar más y no me acordaba de nada al otro día, me asusté. No
podía confiar en mis amigos que tomaban igual o más que yo. Dejó de ser divertido y necesitaba
alejarme de eso.— Hago una pausa y la observo, sigue tranquila e imperturbable—. Por eso estoy
acá. ¿Qué hay de vos?

Cassie desvía la mirada y se pone a la defensiva automáticamente.

—Traté de suicidarme— dice en un susurro.

—Oh!— suelto involuntariamente.

—No es que sea depresiva ni nada por el estilo— se ataja ante mi expresión.— Es que… no
tenía a dónde ir y en un momento desesperado creí que era el único escape.

—¿Y cómo terminaste acá?

—Mi mamá me encontró. Llamó a su mejor amiga que es doctora y me internaron. Cuando
mejoré, ella le recomendó que me mandara a este centro.

—¿Te ayudan los médicos?

—Sí. Es todo un cambio poder hablar con alguien que me crea. Mi mamá nunca lo hizo.
Siempre estuvo negada, incapaz de creer nada feo sobre su Robbie— dice lo último con bronca.

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—¿Tu papá?— pregunto tímidamente. Niega con un movimiento de su cabeza.

—No, es mi padrastro. No, no es nada mío. Es su esposo.

Nos quedamos un rato largo en silencio. No sé qué acotar y no me animo a seguir indagando.
Huele a tema delicado. Así que la situación se torna un poco incómoda. Ella tiene sus manos
cerradas en puños, y apostaría cualquier cosa a que se está clavando las uñas. Decido que lo mejor
sería distraerla. Me levanto y me estiro.

—Vamos a dar una vuelta por el parque— le invito. Se me queda mirando con expresión
desconcertada. Luego de un minuto eterno, se pone en pie y me mira, expectante.

Paseamos por el parque trasero y charlamos un poco. Me cuenta sobre sus estudios y que está
indecisa con respecto al futuro, intercambiamos opiniones sobre carreras y las cosas que le
interesan. Y terminamos nuestro paseo sentadas a la orilla de la laguna, observando a los patos.

Discutimos sobre la elección de los programas y películas que pasan en la sala común. Y que
sería mejor que nos dejaran ver comedias en lugar de dramas con mensajes esperanzadores. Esas
películas no le hacen bien a los pacientes. Las comedias serían un escape perfecto. Nos harían reír y
nos ayudarían a olvidarnos de todo por un rato.

El tiempo se pasa volando y nos quedamos calladas cuando el sol se pone a través de la
laguna. Es una escena arrebatadora. Cuando el sol ya casi se esconde por completo, Cassie me
suelta una bomba.

—Mi padrastro me maltrataba— suelta junto a un largo suspiro y se queda mirando el


horizonte con una expresión aliviada.

—¿Te golpeaba?— pregunto preocupada. Asiente y sigue con la vista clavada en el horizonte.

—Entre otras cosas— me confiesa.

—¿A tu mamá también?

—No. Que yo sepa nunca le hizo nada. Ella pensaba que había encontrado al hombre
perfecto. Mi papá la engañó cuando yo tenía 5 años. Dejó de creer en los hombres. Al principio no
le preocupaba porque me tenía a mí. Cuando entré en la adolescencia dejé de ser su consuelo y
estaba cada vez más triste. Cuando lo conoció— mira hacia un costado recordando ese momento—,
estaba tan ilusionada que parecía una chiquilla. Se casó con él después de dos años, vino a vivir con
nosotras. Al principio era todo un caballero, cuando cumplí los 16 empezó a hacer comentarios
hirientes y sugerentes. Me retaba si volvía tarde a casa. Le decía a mi mamá que mis amigos eran
todos un desastre y que de seguro yo era igual. Un día le respondí que no le importaba lo que yo
hiciera porque él no era nada mío y me pegó una cachetada. Después de eso se puso cada vez más
violento.

—¿Y tu mamá qué decía sobre todo esto?— la interrumpo. Me mira con ojos vidriosos y se la
ve sumamente dolida.

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—Lo único que presenció mi mamá fue la cachetada. En ese momento no le dijo nada porque
pensó que mi contestación fue irrespetuosa. Y ella trabajaba hasta tarde así que aprovechaba para
gritarme cuando ella no estaba. Trataba de volver tarde a casa, entretenerme afuera con cualquier
cosa, pero tarde o temprano tenía que volver. Y él siempre estaba dispuesto a hacerme la vida
imposible. Un día fue demasiado lejos—. Se traba y está llorando desconsoladamente, le agarro la
mano y se la aprieto para que sepa que la apoyo y la entiendo. Se seca la cara con la manga de su
camisa y sigue hablando.— Cuando le conté a mi mamá no me creyó así que le preguntó a él. Lo
negó todo y sugirió que me andaba drogando. Esa noche se metió en mi pieza y me golpeó, volvió a
hacerlo y me amenazó por haberle contado a mi mamá. Me dijo que podría gritar todo lo que
quisiera que mi mamá nunca me escucharía. Ahí fue cuando quise huir—. Se le quiebra la voz y
noto que está llorando en silencio.

—Tu papá, ¿no lo viste más desde que se separaron?— le pregunto preocupada y trato de
empatizar con ella. Se tranquiliza un poco, toma aire e intenta dejar de llorar.

—Sí, lo veía un par de veces al año. Después se mudó a otra ciudad y lo veía solo en las
vacaciones. Lo hablé, le dije que quería ir a vivir con él, me puso excusas y me dijo que tenía que
hacer varios arreglos para eso, que le tomarían unos meses.— Me mira con su rostro desfigurado de
bronca—. Me sentía tan traicionada. No podía contar con mis padres. No tenía más familia. No
podía ir con mis amigos, sus padres harían preguntas y de seguro irían a hablar con mi mamá. No
tenía a dónde ir, ahí fue cuando el suicidio me pareció tan tentador.— La abrazo y le acaricio el
pelo. Trato de tranquilizarla porque está muy nerviosa, no le hace bien recordar estas cosas.

Se queda callada, ensimismada. No la interrumpo. La dejo que procese todo y me tomo mi


tiempo para digerir su relato. Y logro entenderla. De alguna forma todos buscamos un escape, algo
que nos aleje de nuestra realidad, de nuestros problemas. Cuando las cosas se salen de nuestro
control, cuando dejamos de estar frente al volante, no sabemos cómo actuar. Una vía fácil se ve
tentadora, perfecta y liberadora. En cierta manera pasamos por lo mismo. Tuvimos que llegar al
límite para encontrar la paz. Entiendo por qué se ve tan a gusto en este lugar. Encontró un escondite
perfectamente adecuado y se siente contenida. Está lejos de todo lo que la hizo sufrir, dejó de
sentirse traicionada, acá la escuchan y la ayudan. Y sinceramente espero que cuando su estadía
termine, la experiencia de este pequeño paraíso se vaya con ella y lo que encontró acá nunca la
abandone.

La tranquilidad parece inventada para ella.

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M i nombre es Donna. Tengo 17 años. Estoy escribiendo en esta hoja de papel a causa de
lo que me sucedió hace unos días. Quiero escribirlo, de alguna forma expresar lo que
siento dentro de mí...

Para contarlo, debo escribir desde el comienzo, debo recurrir al principio, a mi rutina.

○○○

Desde que mis esperadas vacaciones empezaron, acostumbro a ir todos los malditos sábados
por la mañana al café más cercano de mi casa, al llamado Coffee flavor. Ese lugar es uno de mis
favoritos, no sólo por estar tan delicadamente bien diseñado y colorido, sino también por la buena
atención y los buenos productos.

Usualmente, pido una taza de espumoso café con unos esponjosos panqueques, para luego
disfrutarlos acompañados de una buena lectura.

El sábado pasado, en realidad, no el pasado, el sábado anterior del sábado anterior, fui a la
hora adecuada, y pedí lo anteriormente dicho. Me senté en la mesa del fondo para contemplar todo
el lugar y para poder observar la belleza de la ciudad a través de la ventana desde allí. Recuerdo que
ese día me vestí con unos vaqueros, un sweater gris y unas zapatillas oscuras. Dos segundos antes
de que Sally, la mesera de ese sitio, trajera mi desayuno, descubrí muy a mi pesar que un hombre
me veía atentamente. Muy a mi pesar porque me incomoda que la gente desconocida me mire de
esa forma. Ni dos segundos después, antes de que pudiera llegar a ver quién y cómo era, Sally me
interrumpió y me dio uno de sus largos sermones, aunque sin intención de molestar, logrando que
yo deje de prestar atención a ese tipo. Apenas se fue la mesera, observé en dirección a la mesa
donde él estaba sentado, pero ya nadie estaba allí. Incluso, la mesa estaba limpia. <<Quizá entró
con deseo de fastidiar>>, pensé.

Igualmente, ese día no le di mucha importancia al tema. No aquel día. Cuando terminé de
desayunar, pagué lo debido y me retiré.

○○○

El sábado pasado acudí al café una vez más, a pesar de que estaba lloviznando, con intención
de degustar un nuevo desayuno. Llevaba un paraguas azulado, unas botas grises para lluvia, un
tapado color dulce de leche y un gorro oscuro para que el cabello no se humedezca. Afuera hacía
frío, gracias a ese fresco ventarrón; por ese motivo, cuando entré al lugar, sentí un golpe en el
pecho, el cual el calor era el autor. No tuve otra opción más que sacarme los abrigos, porque en
verdad que hacía calor.

Me acerqué hacia Sally para pedirle un café con crema acompañado con un cruasán relleno
con jamón y queso derretido después de saludarla cordialmente. Ella lo anotó en su libretita, me
deseó un buen día y acudió a sus empleados para prepararlo.

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Mientras tanto, me senté en la misma mesa de la semana anterior. Aprecié la belleza de la
lluvia mediante la ventana, y comencé a disfrutar de Y por eso rompimos, de Daniel Handler, tras
haber terminado el sábado pasado Los Ojos del perro siberiano, de Antonio Santa Ana.

Me apresuré a ir al baño antes de que Sally llegara. Luego de orinar, me lavé las manos con
abundante agua fresca y aromático jabón, y alcé la mirada hacia el espejo, sin haber querido
examinarme. Mantuve la mirada hacia esa dirección hasta que escuché un sonido, como si algo se
hubiera caído, y miré hacia atrás, pero nadie estaba junto conmigo en aquel cuarto. Y además, el
ruido provenía del baño, no de afuera.

Siguiendo mi naturaleza de torpe y miedosa, sequé mis manos con papel higiénico que había
ahí y salí del baño rápidamente.

Encima de la mesa, yacía el bendito desayuno. Tenía un aroma exquisito. Lo devoré como si
fuera la última vez en que pudiera comer, ya que el miedo me daba hambre. <<En realidad, todo te
da hambre>>, exclamé, sin darme cuenta de que había expresado mis pensamientos en voz alta.

Ahora sí, yendo al grano, contaré lo que el día de hoy sucedió.

Siguiendo con mi rutina, fui al Coffee flavor una vez más. Me puse una calza oscura, con unas
zapatillas grises y una camiseta estampada.

Di unos pasos hacia dentro del local, e hice mi pedido: un café con leche acompañado de una
porción de pastel de limón.

Me senté en la misma mesa, aunque eso ya era de saberse. Esta vez, empecé a leer un clásico
que me encanta: Mujercitas, de Louisa May Alcott.

Llegó mi café con leche y mi pastel, agradecí a Sally y comía mientras leía. Levanté la vista
un instante para saber qué estaban pasando en la televisión, y me doy cuenta de que alguien me está
mirando. Era un hombre pálido como la piel de un bebé, me examinaba con una sonrisa macabra, y
bajé la vista porque me ponía incómoda la situación. De reojo, notaba que no dejaba de verme.

Intenté seguir normalmente con mi lectura, pero no podía. No lograba hacerlo. Y por ningún
medio iba a dejar que pase como si nada eso. Me levanté de un salto mirando al suelo y me dirigí al
mostrador. Allí estaba Sally, atendiendo a un cliente por teléfono, que le hacía un pedido a
domicilio. Me quedé junto a ella y esperé a que cortara la llamada. Cortó, anotó la dirección del
cliente y me preguntó:

—¿Qué necesitas, Donna? — sonriendo.

—Sólo quería preguntarte algo, preguntarte sobre el hombre de ahí — volteé para señalarlo,
pero no había nadie en la mesa donde él se encontraba. Incluso estaba limpia, como si nadie hubiera
estado allí.

—¿Cuál?

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—Pero... — me quedé pensando. —Creo que es el mismo que había venido aquí el sábado
anterior del sábado anterior.

—Espera. — dijo, y sacó una libreta llena de escritos. — Aquí anoto todo. Los pedidos,
quién los hace, en qué mesa. Déjame buscar.

—De acuerdo.

—No, no hay nada. Ese día fue el partido, nadie vino, excepto tú, el viejo señor Brooke, la
señora Amanda y su nieta, y nadie más. También me hicieron unos pedidos a domicilio, pero nada
más que eso.

—¿Estás segura que hoy no vino?

—Nadie más que tú vino hoy.

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S alimos a jugar como si fuera la última vez que vayamos a jugar. Vamos corriendo con mi
hermana, Melody, que es dos años menor que yo y con mi primo, Juan, que tiene mi misma
edad.

Vamos a las hamacas y Melody le pide a su novio que la hamaque. Son una muy linda pareja.
Ambos creen que van a estar enamorados hasta que se mueran y que pase lo que pase van a estar
juntos. Su novio la empieza a hamacar con toda su fuerza y aunque sabe que se va a cansar rápido,
lo hace igual porque sabe que eso la va a hacer feliz. Luego van al sube y baja, donde cada uno se
sienta de un lado y empiezan a saltar con mucha alegría como si hayan pasado años desde la última
vez que jugaran allí. Juegan, se divierten y la pasan bien, lo que todos tendrían que hacer.

Juan va al tobogán. Sube las escaleras muy lento pero seguro. Al llegar se tira. Siente como el
viento le da en la cara mientras desliza sus manos sobre el borde del tobogán. Al llegar al final del
juego, apoya los pies en el suelo y vuelve corriendo a las escaleras con las mismas ganas pero sin la
misma energía. Cuando se cansa decide hacer algo más tranquilo y va a la caja de arena. Allí hace
un castillo. Al ver que lo hizo mal, lo derrumba y lo intenta de hacer de nuevo. Eso paso varias
veces y cuando lo hizo bien, también lo tiro. Luego intenta de hacer algo que sea un verdadero reto
para él, una pelota de arena. Son complicadas de hacer y necesitan arena húmeda que siempre es
más difícil de encontrar porque se encuentra al fondo. Pero cuando la termino de hacer se sintió
orgulloso de si mismo porque lo hizo.

Yo fui a la pared para escalar. Me subo con mucho esfuerzo y transpirando logre subir
aunque se me haya resbalado el pie muchas veces. Luego de que haya llegado me tiro por el caño
despacio porque todavía me da un poco de miedo. Llego al piso y hago lo mismo nada más que esta
vez no me resbale tantas veces y cuando me tire me tire con más seguridad y menos miedo.

Luego vamos todos a la calesita. Cada uno se sienta en un lugar mientras entre todos hacemos
fuerza para que de vueltas y podas disfrutar el juego. Melody tira la cabeza para atrás para que el
viento le dé en la cara, en cambio Juan mete la cabeza hacia adelante porque se marea fácil. Lo
importante es que lo disfruten cada uno a su manera y con sus formas de disfrutar. Todos cerramos
los ojos y nos ponemos a pensar en todo lo que vivimos. Mi casamiento, el nacimiento de Lucas, el
hijo de Melody, la operación de corazón de Juan y fallecimiento de nuestros abuelos y luego el de
nuestros padres. Hemos vivido mucho y en todos los momentos estuvimos juntos.

Y por eso es con mis 75 años estoy jugando como niño por última vez.

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