Pequeña. Genevieve Brisac PDF
Pequeña. Genevieve Brisac PDF
Pequeña. Genevieve Brisac PDF
1
Pequeña
© Geneviève Brisac (Traducción de Carolina Díaz)
© Editions de l’Olivier, 1994.
© Editorial Andrés Bello, 1998.
Santiago de Chile, 2000
ISBN 84-89691-61-4
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A mi madre
3
Capítulo 1
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Sentada en una silla, Nouk, sentada en el borde mismo de la silla para
impedir que se le aplaste la carne de las nalgas, lee La leyenda de los siglos
a sus hermanas menores.
Es El Cantar de Roldán1:
Es muy hermoso.
Mis hermanos son muy bonitos. Cora tiene ojos inmensos como el
mar Negro, Tchernoïe Morie, y un aire trágico. El bebé es rubio y cremoso.
Yo soy la esclava de los dos, su otra madre y su jefe.
1
Poema épico francés del siglo XI
2
Santa francesa (423 – 502) de destacada participación en la resistencia de parís contra los hunos. Patrona
de Francia, se la invoca para ayudar en las grandes calamidades.
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Camino al colegio, soñamos en voz alta. Mi amiga del alma se llama
Joëlle, tiene miles de pecas y me fascina su minúscula nariz respingada.
Tiene perfil de cerdito, dice mi madre, que siempre ha detestado a mis
amigas. Mi madre cree que Joeëlle es tonta. Tiene razón. Pero no entiende
que me da igual. Lo que me importa es la enorme boca rosada de Joëlle, sus
ojos redondos y su manera de escucharme.
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entendernos en nada y esto, sin duda, es la base misma de nuestro profundo
cariño.
En el andén del metro, pienso en ese nunca. El tren llega, las puertas
se abren y se cierran. Detrás del vidrio sucio, un hombre y una mujer se
besan. Tengo la sensación de que he hecho un descubrimiento. La
convicción aguda y brutal de que los hijos se hacen por la boca.
Hace tiempo que pienso en ello; una certeza que adquirí en los baños
ingleses, hace unos dos años. La casa era triste y sus habitantes,
incomprensibles. Pasé allí el mes de julio, para sumergirme en su lengua.
Todo el tiempo tenía miedo. Miedo de la hija mayor que me llevaba al camino
donde se encontraba con chicos que la besaban y le tocaban los pechos.
Eran muy grandes, sus pechos, colgados de su torso magro. Lo que más me
asustaba era su risa. Una risa de lobo, pensaba. Yo soy como una pequeña
cabra, trivial y estúpida. Temía que me tocaran y, aún más, ser tonta.
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Me quedaba días enteros con la otra hija de la familia, una pequeña
mongólica, y después me encerraba en mi cuarto y escribía discretos
llamados de auxilio a mis padres, temiendo que mis huéspedes leyeran las
cartas y se vengaran de mi tristeza. Pero entonces tenía otra noción del
modo como nacen los niños. Por abajo, como se caga. Sentada en ese
excusado inglés, mientras contemplando la puerta de vidrio grueso, el
picaporte torcido y las capas de pintura descascarada, estreñida por el
exilio, tuve la convicción íntima, profunda y luminosa de que si era incapaz
de librarme de un simple mojón, era natural que fuera completamente inepta
para dar a luz un bebé.
A los diez años, yo era un niñita rolliza y le tenía miedo al agua. Estaba
segura de que, necesariamente, mi peso me arrastraría al fondo de la
piscina. La monitora a quien lo confesé -en esa época todavía confiaba en la
comprensión del prójimo- me empujó con su vara para demostrarme mi
error. Caí al agua. Al olor tibio del cloro, al rumor agudo e intenso de la
piscina, sucedieron el sofoco y el silencio. El agua, viscosa y mortal, me
invadió. Me hundí como una piedra, como una esponja atiborrada de agua,
lastrada de resignación. No hice ni un solo movimiento. Por supuesto, subí a
la superficie después de haber tocado el fondo. Quedé convencida de que
tenía razón. La monitora de la vara metálica también.
¿Pero era éste un destino digno de mis padres? Por cierto que no.
Camino al colegio, Joëlle y yo hablábamos de eso. Era yo la que hablaba.
"Tú sabes, mi padre y mi madre reúnen entre ellos dos todos los talentos. Mi
padre es ingeniero. Adoro esa palabra. Es como señor, como genio. Es
experto en matemáticas y en geografía. El es la ciencia, la lógica y de él
recibí el don de los números. Mi madre habla a las piedras de los caminos,
pon e nombres a las ranas, sabe leer las líneas de la mano y conoce todas
las gárgolas de Notre-Dame por su nombre de pila. Es filósofa y dibuja en el
anotador que está junto al teléfono. Escribe programas de radio, se sabe la
mitología de memoria y de ella recibí el don de las palabras".
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Esto impresionaba a JoëIle. También, sin duda, la exasperaba. Me
decía: "Solo son dos hadas en tu cuna". O: "¿Y qué queda para tus
hermanas?"
Con una herencia genética tan pesada, era imposible ser únicamente
campeona de natación.
Era una nueva certidumbre, superior a ésa de no poder tener hijos que
se hadan por la boca: estaba a punto de volverme loca y, lo peor, pensaba
con espanto, no era tanto el miedo a estar loca como efectivamente estar
loca y, por tanto, no darme cuenta de que lo estaba; una inquietud bastante
legítima, porque estaba enloqueciendo sin darme cuenta. Pero,
naturalmente, esto no ocurría ante el espejo del baño ni tampoco se
relacionaba con mi nariz rota y mis ojos tumefactos.
Yo era una loca lógica como mi padre y poética como mi madre. Los
dones de las hadas se pueden utilizar de muchas maneras.
Mis promedios aumentan y mi peso baja. Todo está muy bien. Todo
está muy, muy bien.
Cada vez que escribo: "Siempre estaré con ustedes", pienso: "Algún
día tendré que irme". ¿Y adónde iré? Tengo miedo de que un día se mueran.
Las notas son todo lo que he encontrado para evitar este desgarrarse lento,
esta amenazante fisura del mundo. Son rezos. Y mentiras.
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Y Cora, el bebé y yo les preparamos regalos. Significan horas de
trabajo, meses de ahorro. Vamos a Parthénon, una tienda de objetos. Hay
lechuzas de greda, ceniceros de cerámica, jarrones, elefantes negros. A
mamá le gustan los búhos y las lechuzas, porque su madre es griega y la
lechuza es el pájaro de Atenas. Los elefantes le gustan, por su trompa. Le
regalamos miles: como echar tierra en un agujero sin fondo. Para papá
compramos pipas en un almacén muy oscuro donde reina un severo olor a
cuero y madera. Es el único regalo que le gusta. Las pipas. Siempre está
contento de tener una más, incluso si no se distingue muy bien de las
demás.
Me extraña que haya muerto. Estaba tan enferma, y desde hace tanto
tiempo, que creía que era inmortal.
Entonces, él tuvo una idea: compró una radio para el auto. Y volvieron
a tener la sensación de que se comunicaban.
Pasamos dos horas con mi abuela todos los domingos por la mañana.
Ella está en su cama, apoyada en varios almohadones enormes. Delante de
ella, y sentadas alrededor de una mesa redonda, Cora, el bebé y yo pintamos
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países, pequeños cuadros de yeso, muñecas a las que dibujamos vestidos
acanastados de duquesa o vestidos modernos. Tenernos vocación de
modistas de alta costura. Nos concentramos bajo su mirada como si
estuviéramos bajo una lámpara: muy silenciosas. Nunca se nos ocurriría
faltar a la cita una mañana de sol.
Pedaleo con fuerza, subo cuestas muy largas, no miro nada, trato de
que algo salga de mi cuerpo, la grasa, el exceso de carne y algo más,
pesado, asfixiante. Me mido varias veces al día el contorno de los muslos
con una cinta amarilla y hago trampa en un sentido o en otro para
convencerme de que perdí otro centímetro o, al revés, para mortificarme por
no haber perdido ninguno. Aprieto los muslos para comprobar que quedan
separados. También me mido los brazos. Me peso en cada báscula varias
veces seguidas, buscando a menudo un apoyo para seguir haciendo trampa.
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de las pruebas, de las pesas y de las medidas, me encuentro enorme. Las
voces a mí alrededor se alejan, ya no oigo. Las cosas a mi alrededor pierden
color.
3
Libro de Zoe Oldembourg, que narra el ataque y asesinato de los cátaros “los hombres buenos” por orden
del rey de Francia, Felipe II, y el papa Inocencio III.
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Capítulo 2
Poco a poco las cosas se vuelven visibles. Poco a poco, los gestos
secretos, repetidos bastante a menudo, durante bastante tiempo, caen en las
redes de la atención de quienes nos rodean. Siempre. No sé porqué. No sé
cuándo, ni como, me vieron mis padres.
No puedo evocar esos años sin miedo ni sin vergüenza sin que mi
corazón lata, estúpidamente, demasiado rápido.
Con toda la maña que me doy para luchar en contra, nunca me verán
tragar algo semejante.
El hambre.
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Convivo con el hambre, lo someto, lo domino, lo domestico, lo
adormezco Primero es cruel, pero se calma solo, basta esperar. Sé que un
caramelo lo engaña. Me gusta sentirlo durante todo el día, justo debajo del
plexo, una corriente de aire que me une con el aire del cielo. Considero que
el hambre me da una energía inmensa, una ligereza de sarcasmo. Mis pies
cargan menos peso y, aunque la inspectora general me ha dicho que yo era
larga como un día sin pan y que ahora tiempo me encuentra agresiva y mala
-cuando tengo la impresión de que no digo casi nada a nadie y de que
circulo como una bailarina-, estoy orgullosa de mi empresa.
Aligero el mundo.
También hay una niña de mi edad, rubia, delgada, con senos grandes y
con grandes zapatos para caminar.
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Hay demasiado olor de árboles, de flores; la cabeza me da vueltas.
Todo, aquí, tiene una intensidad excesiva.
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Vivo pensando que me pueden desenmascarar.
En una de las terrazas hay una piscina de plástico, llena de agua algo
estancada y tibia donde zozobran avispas y juegan los niños. Desde allí se
ve la costa, espléndida, las rocas pardas y rojas. Un poco más allá se ve
Italia. El hermano de la niña rubia propone un juego de Yo mando. Nos
sentamos en círculo, en el agua, yo ordeno manos a la cabeza, ordeno
manos al hombro, ordeno manos a la cabeza, manos a las rodillas. La niña
rubia queda eliminada. Vuelve a dar órdenes. Manos a la nuca, manos a los
hombros, yo mando manos juntas, yo mando manos al tuitui. No conozco
esa palabra, pero entiendo muy bien lo que él quiere decir. Perdí, porque no
puedo hacerlo y, además, soy la única que no lo encuentra gracioso. Me
ahogo en una taza de té y no tengo ningún sentido del humor. Por la noche,
en mi pequeña carpa, me asustan los ruidos y temo que entre un hombre.
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Capítulo 3
4
Famoso poeta francés (1896-1948).
5
Filósofo alemán (1724-1804)
6
Filósofo y crítico francés (1884-1962)
7
Poeta alemán (1624-1677)
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ruido de los pasos de la gente y después hay ese olor tibio y polvoriento que
me tranquiliza. Me siento feliz, estoy en casa.
Hemos llegado.
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Mi madre tiene que hacerme otras recomendaciones:
No escucho. Tengo ante mis ojos una fotografía de Cora con aire
melancólico, piernitas flacas, hombros encorvados, saltando una cerca en el
Pre Catelan. Y otra del bebé rubio y redondo, de panza protuberante, en un
balancín, en su ensueño.
-Son así -digo- siempre han sido así. Todo tiene que seguir igual.
Sobre todo los teme mamá, pero acomete cada etapa obligatoria como
recorrido de combatiente, una seguidilla de pruebas necesarias, agotadoras,
angustiantes y tranquilizadoras a un tiempo. Hay que hacer las compras.
Primero la ropa, un nuevo conjunto para cada una, que se compone de una
falda, un suéter o un vestido. Hubo un año de faldas casulla, las recuerdo, y
uno de faldas-pantalón, de tweed de color malva o verde. En ese conjunto
básico se afirmaba mi orgullo de uniforme. Este año es diferente, ahora me
importa la ropa.
Después viene el dentista, que vive lejos y parece un ogro. Dicen que
se ha casado sucesivamente con tres hermanas que murieron una tras otra.
La última todavía aguanta. Y por fin está monsieur Lepétre, en la calle del
Odeón, Paris VI, que todos los años nos hace plantillas ortopédicas, porque
parece que las tres tenemos pie plano; ganas de pie plano, pensaba cuando
arrastraba los pies hasta su consulta. Tarda horas, dibuja nuestros arcos
plantarios en unos cartones y nos hace cosquillas con talante sombrío. La
curva no es fantástica, a pesar de los esfuerzos que hacemos para torcer los
pies sin que nadie lo advierta. Después de diez años de zapatos marrón y
botitas con cordones, después tanta porfía, de clases de danza clásica, de
trenzados, de torturas en la barra, en posición señoritas, de travesías
naúfragas por la sala de danza, después de tanta humillación hay algo de
fatalidad en esto de no tener en los pies lo que hace falta. Años más tarde
formulo la hipotesis de que trataban de extirparnos algo esencial. Estoy
convencida -¿de dónde me vendrá esta idea abracadabrante'- de que las
niñas judías tienen pie plano, que allí está nuestra marca de fábrica invisible,
niñas judías que no lo son, hijas de padres que no piensan en ello ni un
segundo, pero que lo son suficientemente como para hacer el esfuerzo
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enorme de las plantillas, de los zapatos feos y pesados y caros que siempre
hay que estar rehaciendo.
Conseguí una falda muy estrecha de tela de lana, muy corta, beige,
con bolsillos planos donde meto los dedos, rojos e hinchados. Haga frío o
calor, siempre tengo las manos heladas. También recibí un par de medias
blancas y un suéter de shetland anaranjado, corto y ceñido. Necesito ropa
que se me pegue al cuerpo como el hombre invisible al que solo se reconoce
por sus vendas. Tengo un sostén que se arruga sobre mis senos
inexistentes; me molesta.
Este año voy sola donde Gibert, con un gran saco pesado de libros
viejos colgando del brazo; el sol de septiembre me acaricia la cara y los
árboles empiezan a enrojecer. Cuento el dinero que me dieron y compro un
anotador para ordenar mis gastos en útiles escolares. Hago columnas a
lápiz, muy rectas. Cuando hayas gastado todo, te daré más, me dijo mi
padre. Sentada en un banco de hierro, escribo en la columna de la izquierda:
goma para grafito, goma para tinta, lápices de colores, estilográfica,
sacapuntas, lápices negros (una caja), estuche, regla, transportador-extraño
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objeto que siempre creí que era femenino, al revés de la ecuedra, objeto
masculino de nombre femenino. Escribo: compás. Escribo: fichas de
cartulina, tres cuadernos Clairefontaine, un cuaderno de borrador y dos
cuadernos de trabajo prácticos, un archivador, cinta dhesiva y goma de
pegar y un montón de cotras cosas en las que pienso con amor. Es como
una historia. Insensiblemente, y para llenar la segunda columna, me divierto
rellenando los precios y sumándolos después, tal como sumaba todos los
días el año pasado mi promedio de notas, sin fijarme en la gente que pasa y
me mira con expresión extraña. De repente es como si me hubiera gastado el
dinero y pudiera volver a pedirle a mi padre. Descubro, con voluptuosidad,
los errores. Me levanto y me mezclo con el gentío compacto de los
asaltantes de Gibert, lleno de papelería mi canasto, intercambio mis libros y
algunos codazos agresivos con la masa cálida de cuerpos sudados.
Inventé un juego que se parece a mis pequeñas trampas con la cinta de
medir o la pesa: compro algo que no es lo que escribí en la lista y, dentro de
lo posible, más barato. El juego consiste en tener todo lo que necesito y que
eso se parezca lo menos posible a mi lista, que mostraré esta noche, con
orgullo, como prueba de mi rigor económico. Y que será, al mismo tiempo y
ante mis propios ojos, la prueba de mi bajeza de falsaria y de mi inventiva.
Esta empresa, más bien complicada, me abre una puerta, es algo que se
parece a la libertad. Exactamente como adelgazar en secreto, como haber
renunciado a la vida de los demás, a sus alimentos, como no volver a utilizar
un ascensor.
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canario, se diría que viene saliendo de Dachau. O de Auswitch8, como
sándwich. Me asustó que tuviera derecho a hablar de mis piernas con
medias blancas impecables. Fue como un trueno, una de esas frases que
uno no debería escuchar, porque resuenan después en la cabeza durante
toda la vida.
También me dicen, seriamente, que han pedido una cita con el médico.
Iré con mi madre. Es la visita ritual, la visita de rutina, pero de todos modos
tengo miedo.
8
Campos de concentración nazis donde se recluía y asesinaba a los judíos.
9
Escritor judío francés que cuenta la historia de los prisioneros judíos en el campo de concentración de
Treblinka.
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El médico es un señor tierno y elegante.
Nos veremos dos veces al mes, para pesarla. No debe perder un solo
kilo. Sus padres, por su lado, vigilarán su alimentación.
Deja a tus hermanas fuera de todo esto. De todos modos les hablo.
Deberían estar de mi lado.
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Los días en que este enfrentamiento físico se vuelve muy agotador,
me hago la traviesa, obro con astucia.
Llega el otoño, tengo frío todo el tiempo. Voy al colegio con las manos
heladas, la nariz roja y los pies congelados. Como si hiciéramos un trabajo
de hormigas, ya no me aprendo los teoremas, ese fárrago me parece
absurdo y sin objeto. Me dedico a interrogar majaderamente a los profesores
de Biología, al profesor de Matemáticas; que me expliquen dónde quieren
llegar, qué relación quieren establecer entre esa mortal seguidilla de
ecuaciones, integrales, logaritmos y los problemas reales de la vida real. A
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veces tengo intuiciones que me parecen magníficas. Visiones sobre el
microcosmos y el macrocosmos. ¿Un átomo no estará hecho exactamente a
imagen del mundo? Esto pregunté, suplicante y radiante, a la hermosa
profesora de química. Me invita a la modestia, me recuerda que no sé nada y
me aconseja, al igual que sus colegas, que abandone mis ensueños y
escuche las clases. No puedo escuchar las clases, tengo la cabeza
demasiado o aprendí en exceso el año pasado, así que callo, me quedo
leyendo al fondo de la sala o hago como que leo. Mis ojos están puestos en
las líneas del texto impreso, pero floto. Nunca he tenido tan malas notas
desde el antiguo y memorable día en que reprobé un examen de latín para
hacerme popular. De hecho, fue un fracaso lamentable. Recuerdo
perfectamente ese día negro. Lloré y ninguna de las niñas avispadas de
quienes esperaba comprensión me dedicó una sola sonrisa de simpatía.
Tampoco me invitaron a la fiesta de Rita Donsimoni, a pesar del disco
exclusivo de Johnny Halliday que pedí que me regalaran para la velada. Fue
una maniobra demasiado complicada, nadie se dio cuenta y seguí siendo la
chica excesivamente seria y demasiado adelantada a la que nunca invitaban.
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mis pies planos, uso excepcionalmente el ascensor, lucho contra unas
terribles ganas de hacer pipí que, como se sabe, pueden volverse dramáticas
en un ascensor. Ya está, estoy en la balanza y la aguja marca 36.
11
Fallido estado africano que proclamó su independencia de Nigeria en 1967 y debió rendirse en 1970. En la
zona ha habido constantemente hambrunas.
12
Filósofo alemán (1844-1900)
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especie de kipá13 negro de terciopelo. En el metro leo en voz alta el
Heautontimoroumenos, convencida de que eso tiene un sentido.
Capítulo 4
13
Gorra ritual judía.
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Y luego hay otro día. Siempre azul y limpio. Estoy en el acantilado,
sola. Y los presidiarios pasan como todos los días. La madre de nuestra
amiga se sienta en un trozo de roca, a mi lado.
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Capítulo 5
Descubre una librería de saldos, muy cerca de su casa. Lleva allí libros
de arte, pesados volúmenes que saca discretamente de la biblioteca de sus
padres. Pide precios irrisorios por gruesos libros de pintura. No vende los
que más le gustan, la obra de Jeronimus Bosch, los cuadros de Giotto y de
Fra Angelico.
Nouk tiene ahora una vida llena de ocupaciones secretas. Caminar por
París a merced de los cafés, alimentar a ultranza a su hermano. Comer
pastillas y vomitar las comidas que le imponen. Vender libros de arte para
comprar horrorosos folletos de nombre absurdo.
14
Es el nombre de un poema épico finlandés compilado por Elías Lonnrot.
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Nouk, robot esquelético y malvado, poseído por el diablo, sigue su
órbita. En ese lapso, Francia se moderniza. Digamos, en todo caso, que la
casa se moderniza. Una alfombra reemplaza al linóleo, el nuevo refrigerador
y la trituradora instalada en la cocina lo atestiguan. La trituradora fascina a
Nouk. Según sus inventores, debería sustituir a los basureros, enmascarar la
loca inflación de desechos que acompaña al progreso. La trituradora, según
Nouk, es como la absolución de los católicos (aunque de ésta nada sabe).
Allí se tiran los pedazos de pan apolillado que sobran de las comidas, las
cáscaras de queso, los huesos de pollo, los despojos de las chuletas con
jirones de carne colgando. Se aprieta un botón y con un estrépito
regocijante, la trituradora ejerce su oficio. Todo desaparece. Otro nuevo
accesorio: el aspirador de mesa, que se come las migas del mantel. Ahora
se puede comer sin dejar rastro. El refrigerador también participa de la
nueva visión del mundo. Es más bien un armario, un armario lleno de
cajones de plástico opaco. Al abrirlo, nada sobresale. No hay olores. Los
huevos, la mantequilla, las ciruelas, los tomates, las alcachofas, los petits-
suisses y los pepinos, los calabacines y la crema fresca, los yogures y los
bifes parecen pasteurizados, parecen tan incorruptibles como la loza o la
porcelana. En todos los alimentos ya aparece la fecha de caducidad.
Nouk camina horas por París, avanza por calles oscuras con los
brazos cruzados contra el torso, atenta a que no la sigan, se precipita en
todas las panaderías, compra galletones de chocolate recién salidos del
horno, tartas de manzana que la escaldan, baguetes enteras, tartas con
crema, éclairs. Cuando está a punto de ahogarse, se detiene, entra a un café,
baja temblando la fétida escalera que conduce a los baños, evita mirar las
terribles inscripciones que cubren las paredes, coloca sus pies sobre las
posaderas de loza de los cagaderos turcos y expulsa con alegría, con
vergüenza, la pasta caliente, mezclada, de los pasteles. Se ensucia a menudo
la ropa, se siente mancillada.
Los días son muy breves. Tiene que seguir consiguiendo dinero,
luchar durante las comidas oficiales, escapar de las fibras maléficas de los
platos que su madre prepara con amor, tiene que deslizarse en secreto cerca
del bebé, meterle en la boca los tesoros anunciados, inmovilizarle,
envolverle las piernas con lana suave, crearle un paraíso.
15
Oficina de Radio Teledifusión Francesa.
16
Es una corporación europea que incluye diversos medios de comunicación, especialmente radios.
36
La televisión tardó en entrar en casa, es el diablo. Los niños pasarán
toda la vida pegados a ella. La tele es como la isla del Placer de Pinocho, una
fuente inextinguible de granadina y caramelos, el fin de los libros, del
esfuerzo, de la imaginación, del estudio. La televisión es el triunfo de la
tontería, en blanco y negro y pronto en colores. Es Estados Unidos que nos
va a tragar, una manipulación azucarada y solapada, un embudo, el embudo
del consumo.
Nouk aprovecha para maniobrar cerca del bebé mientras todos los
ojos están clavados en la pantalla. Actúa como un asaltante, que también
podría ser Robin de los Bosques luchando contra la injusticia de quienes
quieren privar de dulzura a su hermanito. Es un hada madrina con los
bolsillos de la bata repletos de galletas, de trozos de chocolate ocultos en
sus mangas de maga. También es una bruja, porque oye la vocecita agria de
su cabeza murmurar que está haciendo daño, que la envidia y el miedo
disfrazados de compasión le guían la mano hacia la muda boca del bebé.
17
Originalmente corresponde al nombre de la coraza de Zeus, por extensión, se usa como sinónimo de
protección.
37
En la pantalla de la televisión, una joven de mejillas perfectas,
inventada por mi madre, se inicia en las cosas de la vida, dice las palabras
de la superficie asoleada del mundo.
38
Capítulo 6
18
Río sagrado de la India. En la religión hindú, se cree que el Ganges es una diosa que baja del cielo y que al
sumergirse en sus aguas se purifica el alma y el espíritu.
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y que no respeté el trato. Me dejaron tranquila durante meses, contando con
mi inteligencia y apostando a la confianza, base de las relaciones humanas.
Traicioné, engañé, les hice creer mentiras, creyeron en mi buena voluntad.
Pero se acabó.
Son las palabras del abandono. Los hilos que me unen a los demás,
marioneta entre marionetas, se cortan, mi corazón se quiebra y se seca.
Tienen que creerme, aunque mienta, aunque haga trampa, sobre todo si
miento.
No recojo mis cosas, nada hay que llevar, es inútil. Relleno mis
bolsillos de caramelos de avellana. Una ambulancia aullante cruza París,
avanzamos hacia el oeste. Una ambulancia, sus aullidos de bestia.
19
Se refiere al lugar donde los pretores romanos ejercían su autoridad judicial.
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La verdad es que mi padre, mi madre y yo nos subimos al Citroën azul
y crema que se alza sobre sus patas y nadie dice una palabra.
¿Por qué estoy tan profundamente convencida de que esas niñas que
se dejan morir tienen una razón común y secreta, desean saber dónde está
la vida y dónde está la muerte, debido a algo que tenían que haberles dicho y
que no supieron decirles, algo que les da miedo?
Espera que vengan. A las seis y media de la tarde pasaron con una
mesa rodante, no vio ningún rostro, solo una bandeja. Una bandeja de
alimentos cruzó la puerta blanca, unas manos la depositaron. Es la bandeja
de la Bella y la Bestia, no hay velas ni música y tampoco hay amor. En el
plato blanco con la sopa anaranjada que tambalea en el centro, una sopa
transparente, un revoltijo de verduras desconocidas en el mundo corriente,
un yogur y una manzana.
43
Nouk se encoge en la cama, mira a la mujer que grita. No entiende
nada de lo que dice esa boca pálida, mira los dientes de la mujer que grita,
unos dientes pequeños que suben y bajan mientras habla.
44
Hay una chica de catorce años, esperando. Qué remedio, no tiene
derecho a nada. Nouk siempre, teme que la castiguen, pero jamás habría
imaginado un castigo tan cruel. Tiene tanto miedo que se siente quebrada.
Permanentemente tendrá miedo de un castigo imprevisible, que cae del
cielo, sabiendo muy bien por qué, sin saber cómo. En la habitación blanca
hay únicamente una cama, una repisa vacía y dos puertas cerradas. No hay
libros, no hay radio, no hay papel, no hay lápices, no hay ropa. Nouk sola y
su cabeza vacía y su boca. Nouk intenta dormir, se enrolla como una pelota
en la cama, las pesadillas la invaden. Lo único que sucede: caldo por la
mañana, dos comidas engullidas, a mediodía y a las seis y media, y
pesadillas.
45
Nouk marca todos los libros de la sección “Humor”. Lee cosas
horrorosas, como Jacques Perret20 y La buena mantequilla. Libros grasos,
que espera la hagan engordar. Lee lo que sea, lee los libros cuatro veces
seguidas, porque sólo se puede pedir tres libros por semana. Nouk pide
libros de geografía y los aprende de memoria. La radio pasa mil veces por
día la misma canción: Como los chicos, tengo el pelo largo, como los chicos,
llevo cazadora.
En el jardín infantil nos daban cajas de arena blanca para aprender las
letras dibujándolas allí con el dedo.
20
Ensayista francés (1906-1992).
46
los ojos hundidos, escucha a Nouk, son iguales, dos prisioneras que
pasean. Hace dos mil años que no he tenido amigas.
No le extraña que le hagan llegar –de quién sabe dónde– una caja de
madera, tubos de colores, trementina, un trapo, dos telas pequeñas,
cuchillos.
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Nouk toma sola el tren en su nuevo traje beige de chaqueta y pantalón.
La esperan en el andén.
49
Capítulo 7
50
Otro día, el hombre entró en la habitación que me habían dado. El sol
quemaba. Me pasó un libro minúsculo, delgadísimo; me dijo que tenía que
leerlo, que era importante. Dijo: Se llama Un día en la vida de Iván
Denisovitch21. Léelo.
Finalmente, lo lee.
Algunas veces los libros te ayudan más que cualquier otra cosa.
Nouk cree que todo volverá a ser como antes. Es el final del verano. El
regreso. Recuerda su casa y a Cora y al bebé. Le dicen que no piense más
en ello. No han previsto que las cosas sean así.
21
Novela autobiográfica de Alexander Solszhenitzyn, escritor ruso (1918-2008) Premio Nobel de Literatura
1970.
51
siente que va a caer en el vacío. Todo está organizado. Vivirá aparte. Tendrá
una habitación para ella sola. Una bonita buhardilla. Le compran un
cubrecama de pana color mostaza, a franjas. Se encariña mucho con esa
cubrecama.
Nouk amarra los libros escolares con un elástico y parte al colegio con
una nueva sensación de ligereza. Dedica todo su tiempo a caminar.
52
Roba un libro todos los días. Los colecciona. Uno por día, ni más ni
menos. Varían las técnicas y los lugares del robo. No tiene idea de qué la
empuja a actuar así. Apenas sabe que lo hace bien, que calma algo. Su
método preferido es hacer desaparecer el libro entre los faldones de una
camisa de cuello tieso. Desaparece. Reaparece afuera. Es una especie de
pesca. También es un gesto muy grave y la idea de que la cojan le da un
miedo horrible. No tendría nada que aducir en su defensa. Como de
costumbre, no le quedaría otro remedio que ponerse de parte de sus
acusadores, completamente. Esto es una prueba más del demonio que la
habita.
Nouk observa. Mujeres de rostro furioso con trajes rosados. Chicos y chicas
de su edad. Un día ve a un hombre que se moja los pies desnudos en una acequia y
nadie le sonríe.
Puede incluso ver a una niña arrodillada atando los cordones de un anciano.
Ve mujeres muy hermosas que no presumen de nada, porque nadie las mira.
Todo esto es muy bonito, pero el médico está furioso. Mientras Nouk divaga,
creyéndose libre, creyéndose tranquila sin saber qué cree que está viva y sólo es
un pobre fantasmita, él certifica que ha adelgazado mucho.
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Capítulo 8
22
Sigla del Frente Nacional de Liberación de Vietnam
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norteamericano. Nouk se queda allí fascinada, prohibida. Cree que fue un
error ponerse el pantalón azul petróleo de terciopelo: resalta demasiado. Se
sitúa en un rincón. Nadie se da cuenta. Escucha atentamente, como quien
asiste a una clase de lenguas extranjeras. Al principio no se entiende una
sola palabra, pero una sabe que eso va a mejorar.
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De todos modos, debe regresar cuando cae la noche, una niña de
dieciséis años no sueña ene medio de bombas lacrimógenas.
Le gustaría ser como todo el mundo, así que incluso intenta ir a bailar.
Nights in White Satin. Se queda pegada a la pared de la discoteca, puso
algodón en su sostén, ojalá que nadie la toque. Nadie se arriesgaría. Nouk
tiene una idea alocada y salvaje de violencias sexuales en los dancings del
balneario. Strangers in the night23es hora de volver a casa. Nouk ha hecho
sus deberes, cumplido su programa. Dos horas de vagabundeo; se reanima,
la noche está tranquila, el viento hace volar sus greñas, rueda un poco por la
noche, respira el aire de la libertad, pero no demasiado, porque tiene que
volver a tiempo.
23
Famosa canción compuesta en 1966 por Singleton y Kaempfert y que popularizó Frank Sinatra.
24
Película animada producida en 1968 sobre la base de un tema de John Lennon y Paul Mc Cartney. En el
film, aparecen los integrantes de The Beatles convertidos en caricaturas.
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En la escalera, siente la presencia inquietante y amenazadora de su
padre. Farfulla, se explica. Se quedó, nada más. No le cree. No le cree,
porque temía que le pudiera pasar algo.
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Capítulo 9
Se fija en un chico que toma notas junto a ella. Tiene una letra
preciosa, apretada. Es serio. Nunca habla.
Él le responde.
Él le hace dibujos.
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Político ruso fundamental en la revolución bolchevique de 1917. Ocupó altos cargos en el gobierno
soviético, pero Stalin lo exilió. Murió asesinado en México en 1940.
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Quién se niega: Tú.
No entiende nada de lo que habla este chico con quien todo indica que
pasará el resto de su vida.
Desde ese momento Nouk evita los bajos de la rue de Seine donde iba,
puntualmente, a las siete y diez de la mañana, a despertar a su enamorado
para verlo antes de clases, porque era el único momento que escapaba de
los relojes. Se deslizaba en la cama, trataba de olvidar el terrible olor a
calcetines de las pequeñas habitaciones masculinas. Él se alegraba porque
ella fuera a verlo. Eso es lo difícil de olvidar. Nouk omite confesar que ella,
sobre todas las cosas, se alegraba por ser una niña normal. No hablemos
más de esto.
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Capítulo 10
Nouk come rábanos, su abuelo también; les pone mucha sal y traga un
pedazo de pan entre bocado y bocado. Dice que le gustó la guerra, la del
14.27 Era atroz. Hacía frío y todo estaba lleno de barro, los obuses llovían en
las trincheras; pero fue lo más interesante que vivió en su vida.
Le cuesta aceptarlo.
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Nouk no sabe cuánto aprende junto a su abuelo con el correr de las
semanas, de los años, pero eso se insinúa suave, muy lentamente, en ella.
Sin darse cuenta, lo observa, advierte cómo se fija en todo lo que hace,
cómo lo hace lenta y cuidadosamente; le parece muy bella esta manera de
hacer las cosas. Observa que tiene mucho cuidado con lo que come. Le
explica que tiene costumbres muy fijas. Pongo todos los días el despertador
a las siete y media. Después me doy vueltas en la cama hasta las ocho. Esa
media hora es mi momento preferido. Más tarde el día pasa volando. Tengo
tantas cosas que hacer.
Cada vez que va a comer, lleva flores. Él la regaña, dice que son caras,
que es una tontería.
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Escritora francesa de origen ruso (1900 – 1999), su novela Infancia, fue publicada en 1983.
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