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Sida y Matrimonio

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Publicado en: J. DE LA TORRE (Ed), 30 AÑOS DE VIH-SIDA.

Balance y nuevas
perspectivas de prevención, Ed. Comillas, Madrid 2013, pp.243-258.

CAPÍTULO XIII

SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN


DESDE EL DERECHO CANÓNICO
Carmen Peña García
Facultad de Derecho Canónico, Universidad Pontificia Comillas

1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN

A los 30 años de la aparición y extensión mundial de una pandemia


como el SIDA, puede decirse que ésta no sólo supone un importante reto
médico y socio-cultural de prevención y terapia, sino que plantea también
ineludibles interrogantes éticos y jurídicos de todo orden. En este estudio,
se abordará uno de esos interrogantes, desde una perspectiva muy definida:
la jurídico-canónica. En concreto, se pretende estudiar la problemática que
puede plantear el matrimonio contraído por personas enfermas de SIDA
o portadores del virus HIV, teniendo en cuenta tanto que un número no
desdeñable de estas personas —o de quienes con ellos han contraído o
quieren contraer— son católicos.
El HIV-SIDA, por sus características clínicas, por su forma de transmi-
sión, por el riesgo de contagio —tanto al otro cónyuge como al hijo que
en su caso se conciba— y por la gravedad de sus consecuencias, plan-
tea importantes interrogantes en el ámbito matrimonial, no sólo morales1,

1
En relación a las aproximaciones morales y pastorales a esta cuestión, existen numerosas
declaraciones de los diferentes Episcopados, así como una abundante literatura teológico-moral so-
bre el SIDA. Entre otros, AA.VV., El SIDA: un reto para todos, un problema para la familia, Instituto
Universitario Matrimonio y Familia de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1989; AA.VV., Los
Obispos hablan del SIDA, PPC, Madrid 1987; ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE FARMACÉUTICOS CATÓLICOS, El SIDA.

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30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

sino también estrictamente canónicos, relativos a la validez del matrimonio


contraído por estas personas, así como a la posibilidad/conveniencia de
prohibirles, en su caso, el acceso al matrimonio canónico2: p.e., dado que
el matrimonio tiende esencialmente al bien de los cónyuges, ¿puede ha-
blarse de un derecho al matrimonio y/o de la correlativa capacidad para
constituir la íntima comunidad de vida y amor conyugal cuando dicha elec-
ción puede comprometer de forma grave la salud —e incluso la vida— de
la otra parte y/o de la prole que en su caso se genere?; ¿cómo conjugar la
doctrina moral de la Iglesia sobre paternidad responsable con la necesaria
ordenación del matrimonio a la generación de la prole, uno de los fines
esenciales —junto con el bien de los cónyuges— del matrimonio?3; en el su-

100 cuestiones y respuestas sobre el Síndrome de inmunodeficiencia adquirida y la actitud de los


católicos, Centro farmacéutico nacional, Madrid 2002; L. CICCONE, «Malatia di AIDS o seropositivi: pro-
blema etici in ambito coniugale» Il Diritto Eclesiástico 116, 1995/I, 755-765 ; F. J. ELIZARI, «Conductas
sexuales y SIDA» Moralia 10 (1988) 396-ss; E. K. FERNANDES, Marital Sexual Communion and the
Challege of AIDS: A Critical Inquiry into the Responses of the Scientific and Political Communities
and of the Catholic Church to the Crisis of HIV and AIDS, Pontificia Universitas Lateranensis, Roma
2007; J. FERRER, SIDA y bioética: de la autonomía a la justicia, Universidad Pontifica Comillas, Madrid
1997; J. GAFO (Ed), El SIDA, un reto a la sanidad, la sociedad y la ética, UPCM, Madrid 1989; J. F.
KEENAN (Ed), Catholic ethicists on HIV-AIDS prevention, Continuum, Nueva York 2002; G. PATERSON, El
amor en los tiempos del SIDA. La mujer, la salud y el desafío del VIH, Sal Terrae, Santander 1997; etc.
2
Sobre la cuestión canónica de la relación entre SIDA y matrimonio, puede verse, entre otros:
S. GHERRO y G. ZUANAZZI (Ed.) , Matrimonio canonico e AIDS, Giapichelli, Turín 1995; F. R. AZNAR
GIL, «AIDS/SIDA y matrimonio canónico», en Curso de derecho matrimonial y procesal canónico
para profesionales del foro, XIV, Salamanca 1998, 113-158; P. BIANCHI, «AIDS e matrimonio canonico»,
Quaderni de Diritto Ecclesiale 4 (1991) 370-375; G. BONI, «L’esclusione della prole e l’AIDS», en
AA.VV., Prole e matrimonio canonico, Librería editrice vaticana, Ciudad del Vaticano 2003, 179-260;
C. CEREZUELA, El contenido esencial del bonum prolis. Estudio histórico-jurídico de doctrina y juris-
prudencia, Pontifica Universidad Gregoriana, Roma 2009, 288-298; G.D. COLEMAN, «Can a person with
AIDS marry in the Catholic Church?», The Jurist 49 (1989) 259-268; M.P. FAGGIONI, «AIDS. Questioni
disputate in ambito coniugale», Antonianum 72 (1997) 449-461; S. GHERRO, «Considerazioni canonis-
tiche preliminari su matrimonio e AIDS», Il Diritto Eclesiástico 116, 1995/I, 732-742; ; U. NAVARRETE,
«AIDS e consenso matrimoniale», Forum 13-14 (2002-03) 126-145; M. F. POMPEDDA, «Problematiche di
diritto canonico in relazione all’AIDS» Il Diritto Eclesiástico 116, 1995/I, 767-781; Mª. A. TARDUGNO,
Tossicodipendenza e AIDS nella giurisprudenza ecclesiastica, Roma 2001; W. A. VARVARO, Canon
1058: Prohibition against Marriage of AIDS victims, en W. A. SCHUMACHER y J. J. CUNEO (Ed), Roman
Replies and CLSA Advisory Opinions 1987, Canon Law Society of America, Washington 1987, 113-
123. Personalmente, he abordado el tema anteriormente —aunque de manera parcial— en: C. PEÑA,
«Exclusión del bonum prolis, paternidad responsable y SIDA», <www.iustel.com>, Revista General
de Derecho Canónico y Eclesiástico del Estado, n.12, octubre 2006, 32 pp.
3
Teniendo en cuenta la profunda interrelación moral-derecho en materia canónica, el anterior
Decano de la Rota Romana se hacía seis preguntas —fundamentalmente de índole moral, aunque
con repercusiones canónicas— relacionadas con esta cuestión: «1) ¿Es lícito para una persona se-
ropositiva contraer matrimonio teniendo después relaciones conyugales que expongan al cónyuge
al riesgo de contagio? 2.) ¿Es lícito para una persona seropositiva contraer matrimonio renuncian-
do después al uso del mismo? 3) ¿Es lícito para una persona seropositiva contraer matrimonio

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puesto de que se considerase desaconsejable o ilícita la opción matrimonial


para los enfermos-portadores del VIH-SIDA, ¿habría, en la actual regulación
canónica, algún motivo jurídico que permitiera en su caso declarar la nu-
lidad del matrimonio contraído en estas circunstancias? Más aún, ¿podría
prohibirse contraer matrimonio canónico a los enfermos o portadores del
VIH, o únicamente cabe, en su caso, desaconsejar esta opción a los con-
trayentes? 4.
Debe destacarse a este respecto que, en el ámbito matrimonial canó-
nico, centrado en la validez/nulidad del vínculo conyugal, el problema se
plantea siempre en relación con el momento constitutivo del matrimonio,
atendiendo a la habilidad y/o capacidad del sujeto seropositivo para con-
traer matrimonio. El contagio del virus a uno de los cónyuges después
de celebrado el matrimonio en nada afecta, directamente, a la validez de
dicho matrimonio, aunque podrá, en su caso, atendiendo a las circunstan-
cias, ser motivo legítimo de separación conyugal canónica, conforme a los
cc.1151-1155.

2. ALGUNOS DATOS SOBRE LA COMPRENSIÓN CANÓNICA DEL


MATRIMONIO

2.1. Definición esencial del matrimonio

En el ordenamiento canónico, y, más hondamente, en la comprensión


eclesial del matrimonio, éste aparece conceptuado como aquel «consorcio
de toda la vida» ordenado, por su misma índole natural, al bien de los
cónyuges y a la procreación y educación de la prole5. Ambos constituyen

decidiendo hacer uso del preservativo para disminuir el riesgo de contagiar al cónyuge? 4) ¿Es lícito
para una persona sana aceptar las relaciones conyugales con el cónyuge seropositivo, sabiendo
que ello pone en riesgo su propia salud? 5) ¿Es lícito para el cónyuge seropositivo, o para ambos
esposos seropositivos, decidir buscar la concepción, dado el riesgo de que el niño sea seropositivo?
6) ¿Es lícito para dos personas seropositivas, o para un seropositivo con un cónyuge sano, contraer
matrimonio renunciando positivamente a la generación de los hijos por el peligro de que nazcan
enfermos?»: Cf. M. F. POMPEDDA, Problematiche .., art.cit. 747-4 (la traducción es mía).
4
No se trata de una hipótesis teórica, sino de casos que se han planteado en la práctica ecle-
sial: p.e., en 1987, en la diócesis de Nueva York, el Rector de la Catedral de San Patricio denegó
en un primer momento el matrimonio a un enfermo de SIDA, aunque posteriormente el Cardenal
O’Connor revocó dicha prohibición: G. D. COLEMAN, Can a person with AIDS…, art.cit., 259-260.
5
Así se recoge, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II —Constitución Gaudium et Spes,
nn.48-50— y en el Código de Derecho Canónico, al canon 1055,1 (en adelante, c.1055,1). Sobre la
comprensión canónica del matrimonio, los remitimos a lo ampliamente expuesto en: C. PEÑA GARCÍA,
El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, Universidad Pontifica Comillas, Bilbao 2004, 396.

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fines esenciales a los que, estructuralmente, tiende y se ordena la realidad


matrimonial, sin gradación ni jerarquía alguna entre ellos.
Estos dos fines expresan el dinamismo interno de la realidad matrimo-
nial, aquello a lo que el matrimonio está orientado y a lo cual tiende, por
su misma estructura y esencia y —dado que ambos entran dentro de la
definición sustancial del matrimonio— no puede ninguno de ellos ser vo-
luntariamente rechazado por los contrayentes en el momento de prestar el
consentimiento, pues ello invalidaría dicho consentimiento matrimonial, al
privarle de un elemento perteneciente a la esencia misma de la realidad
conyugal.
Se trata de dos fines íntima e indisolublemente unidos, uno de ellos
con un carácter más inmanente (bonum coniugum) y otroque aporta una
dimensión más trascendente (bonum prolis):
a) El bonum coniugum es un bien integral, que guarda una relación
directa con la concepción del matrimonio como íntima comunidad de
vida y amor, y que constituye la justificación más radical del matrimo-
nio como institución en sí misma buena, personalizante y creadora,
en la que los mismos cónyuges crecen y se perfeccionan como sujetos
vinculados en una relación amorosa y personalísima.
b) Y es desde ese dinamismo intrínsecamente creador desde donde
puede entenderse más adecuadamente el otro fin del matrimonio:
la ordenación de éste a la generación y educación de la prole. Esta
finalidad, clásica en la tradición canónica, no debe ser interpretada
en el sentido de que la fecundidad sea la justificación o excusa de la
sexualidad e intimidad conyugal, o incluso de la misma institución
matrimonial6. Al contrario, esta finalidad implica la necesaria apertura
y tendencia del matrimonio a la posible prole, que viene exigida por
la naturaleza trascendente de la institución matrimonial: una unión
cerrada en sí misma, en el que los contrayentes hubieran rechazado,
desde un principio y con carácter absoluto, salir de ellos mismos
y constituir una familia, no resulta coherente con dicha naturaleza
trascendente7.

6
De hecho, la Iglesia siempre ha considerado a las personas estériles, que no pueden concebir
y/o engendrar, aptas para contraer matrimonio, y, conforme a esta secular tradición de la Iglesia, el
c.1084,3 recuerda que «la esterilidad ni prohíbe ni dirime el matrimonio».
7
Ello no significa, sin embargo, que no resulte lícito limitar o regular el efectivo ejercicio de la
paternidad. El concepto de paternidad responsable, tal como viene formulado en el Vaticano II y en
el posterior magisterio pontificio, implica una coparticipación y cooperación activa y responsable
de los cónyuges con Dios, de modo que los hijos no sean consecuencia de la instintividad ni la
irresponsabilidad, sino del amor maduro y responsable —a nivel humano y cristiano— de los cón-
yuges: cfr. Gaudium et spes, nn.50-51; PABLO VI, Humanae Vitae, de 25 de julio de 1968; JUAN PABLO

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SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN DESDE EL DERECHO CANÓNICO

2.2. Importancia insustituible del consentimiento matrimonial

Este consorcio de toda la vida, esta íntima comunidad de vida y amor


que es el matrimonio —con sus notas de exclusividad/unidad e indisolu-
bilidad (c.1056)— nace de la libre voluntad de los contrayentes, quienes,
con el intercambio de su consentimiento matrimonial, al darse y aceptarse
recíprocamente como esposos, hacen nacer una realidad nueva: la ma-
trimonial. Ese consentimiento matrimonial —que, como dice el c.1057,
«ningún poder humano puede suplir»— es el que hace nacer el matrimo-
nio, siempre que sea verdaderamente matrimonial, esto es, que el acto de
voluntad consensual sea psicológicamente suficiente (lo que incluye uso
de razón, capacidad de autodeterminación y capacidad de cumplir aque-
llo a lo que los cónyuges se comprometen) y que no excluya ninguno
de los elementos o propiedades esenciales del matrimonio. El defecto de
alguna de dichas capacidades psíquicas o el voluntario rechazo de alguna
de las notas definitorias del matrimonio provocará la nulidad del consen-
timiento conyugal prestado y, por tanto, la invalidez del matrimonio así
contraído.

2.3. Reconocimiento del ius connubii como derecho fundamental

Por último, interesa destacar que uno de los principios rectores del siste-
ma matrimonial canónico es el reconocimiento del ius connubii, en cuanto
derecho subjetivo primario de toda persona a contraer matrimonio, de tal
modo que únicamente razones objetivas y graves permitirán la restricción
de este derecho, dando lugar a los impedimentos legalmente configurados
o a otras prohibiciones previstas por el derecho.
El ius connubii viene recogido con carácter general en el c.1058, al
establecer que «pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el
derecho no se lo prohíbe». Este derecho a contraer matrimonio tiene su
origen en la misma naturaleza humana, y viene configurado como un de-
recho fundamental de la persona, un derecho inalienable, irrenunciable y
perpetuo. Por ello, una vez presupuesta la capacidad natural de la persona
para el matrimonio, las limitaciones al ejercicio de ese derecho que, en su
caso, establezca el legislador deberán siempre venir justificadas por motivos
prevalentes de orden personal, moral o social, y ser previamente estableci-
das por ley.

II, Familiaris Consortio, de 22 de noviembre de 1981, n.28-36; ID, Carta a las Familias Gratissimam
sane, de 2 de febrero de 1994, n.12; ID, Evangelium vitae, de 25 de marzo de 1995; etc.

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30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

3. RELEVANCIA JURÍDICA DEL SIDA COMO POSIBLE CAUSA DE


NULIDAD DEL MATRIMONIO

Aunque no es la primera enfermedad contagiosa grave que ha sido ob-


jeto de interés para el Derecho Canónico8, lo cierto es que el SIDA aparece
hoy como un paradigma de enfermedad que plantea delicadas cuestiones
relativas a la capacidad e idoneidad de enfermos o transmisores para con-
traer matrimonio, especialmente en el caso de que lo hagan con personas
sanas. Ello es debido a varios factores, como el modo de transmisión de la
misma (por vía hemática, mediante relaciones sexuales —hetero u homo-
sexuales— y por transmisión vertical, de la madre infectada al feto), por
la rapidez y extensión de su contagio, por la dificultad de su tratamiento
y la gravedad de sus consecuencias, prácticamente mortales, al menos en
amplias zonas geográficas carentes de remedios terapéuticos eficaces etc.,
aunque es cierto que en esta materia habrá que estar muy atentos tanto a
los avances de las ciencias médicas como al efectivo acceso a los mismos
por parte de los infectados9.

3.1. Planteamientos de la cuestión en la doctrina canónica

Aunque algunos autores consideran a los portadores del VIH, con ca-
rácter general, incapaces para contraer matrimonio —bien por una especie
de impotencia moral derivada del peligro de contagiar a la otra parte o a la
prole, bien por tratarse de una enfermedad que se opone radicalmente al
bien del otro cónyuge, impidiendo la constitución de la íntima comunidad
de vida y amor que es el matrimonio y el logro de sus fines esenciales10—
lo cierto es que la mayoría de la doctrina —aunque con notables matices

8
De hecho, algunos autores han intentado aplicar la tradicional argumentación canónica
relativa a la lepra u otras enfermedades similares al supuesto del SIDA (entre otros, S. GHERRO,
Considerazioni canonistiche…, o.c., 733; H. FRANCESCHI, AIDS e capacità matrimoniale: approcio
storico al problema delle malattie infettive nel matrimonio, en Matrimonio canonico e AIDS, Turín
1995, 82-86; etc.), aunque otros autores (p.e., U. NAVARRETE, o.c., 127-132) han puesto en cuestión
esta analogía.
9
P.e., hoy pueden considerarse obsoletos algunos argumentos anteriormente utilizados por
la doctrina, como la sobreinfección por relaciones sexuales entre infectados, o la inevitabilidad
de la trasmisión por vía materno-filial, al menos en aquellos casos en que haya acceso efectivo al
nacimiento por cesárea, la lactancia con leche no materna, etc.: G. BONI, o.c., 198.
10
Especial atención merece la postura de Navarrete, quien, desde la profundización en las
exigencias del matrimonio puestas de relieve por el Concilio Vaticano II, sostiene que el matrimonio
de estas personas sería per se nulo por derecho natural, con independencia de que jurídicamente
deba acusarse la nulidad por alguno de los capítulos predefinidos en la ley: U. NAVARRETE (o.c.,
137-141).

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y diferencias en el discurso11— sostiene, por el contrario, que, aunque po-


tencialmente problemático, el SIDA no se opone per se a la validez del
matrimonio, pues, en principio, no afecta directamente ni a la requerida
capacidad psíquica para la prestación del consentimiento (c.1095), ni tam-
poco a la capacidad del sujeto para realizar el acto sexual conyugal, por lo
que no puede hablarse de un impedimento de impotencia (c.1084).
Con relación a la capacidad consensual de las personas con SIDA, al-
gunos autores12 han apuntado la posibilidad de un defecto de discreción
de juicio (c.1095,2) de los seropositivos, cuestionando su capacidad para
valorar responsablemente los deberes y deberes conyugales a los que se
obligan, especialmente en aquellos casos en que, de modo más o menos
inconsciente o por mecanismos de defensa, el sujeto se niega a reconocer
la enfermedad o su gravedad. Sin embargo, a nuestro juicio, no puede ha-
blarse de que el VIH/SIDA produzca directamente estos efectos ni afecte
a la capacidad crítica del sujeto: si en algún caso concreto se produce esa
reacción, no parece que ello pueda ser atribuido a la enfermedad en sí
misma considerada, sino a otros trastornos psíquicos preexistentes en el
sujeto (inmadurez, neurosis, etc.) que son los que le impedirían, en su caso,
afrontar y asumir de modo maduro y responsable el hecho, ciertamente
difícil, del contagio y/o desarrollo de la enfermedad. En estos casos, en de-
finitiva, lo relevante sería la capacidad psicológica para asumir el hecho de
la enfermedad y para valorar las dificultades que la misma provocará en la
vida conyugal, no viéndose, este sentido, diferencias entre la situación del
enfermo de SIDA y la de cualquier otro sujeto con una enfermedad grave
y/o altamente contagiosa.
Por otro lado, aunque el SIDA, por sus características, pueda llegar de
hecho a impedir al sujeto cumplir las obligaciones conyugales referidas
al bien de la prole y al bien de los cónyuges, es claro que nunca po-
drá declararse la nulidad por el capítulo de incapacidad para asumir las
obligaciones esenciales del matrimonio del c.1095,3, puesto que el canon
exige que dicha incapacidad venga provocada por una «causa de natura-
leza psíquica» 13. Lejos de cualquier positivismo en la interpretación de la
norma, hay que tener en cuenta que la incapacitas adsumendi mira a la in-
capacidad psíquica para prestar un válido consentimiento por incapacidad
de cumplir aquello a lo que los contrayentes se obligan, no a prohibir el

11
Entre otros, Aznar Gil, Bianchi, Boni, Cerezuela, Coleman, Franceschi, etc.
12
M. F. POMPEDDA, Problematiche..., art.cit. 781-2; G. ZUANNAZZI, «AIDS: aspetti eipidemiologici e
clinici», Il Diritto Eclesiástico 116, 1995/I, 753-754.
13
Aunque algún autor ha sostenido la incapacidad para asumir de los enfermos de SIDA (Mª.A.
TARDUGNO, o.c., 81), la doctrina mayoritaria coincide en que no puede considerarse el SIDA una
causa de naturaleza psíquica.

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30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

matrimonio a aquellos sujetos que, por el desarrollo de una grave enferme-


dad —en este caso, vírica— puedan verse impedidos para llevar una vida
matrimonial ordinaria14. En este sentido, conviene no olvidar la constante
tradición eclesial, que nunca ha prohibido la celebración del matrimonio a
personas gravemente enfermas, ni siquiera —como ocurre en el matrimonio
in articulo mortis— a aquellos que se encuentran en estado terminal, siem-
pre que mantuviesen la necesaria capacidad psíquica para poner el acto del
consentimiento.
A mi juicio, la posible influencia del SIDA en la validez del matrimonio
vendrá dada, en su caso, no por el hecho de la enfermedad en sí misma
considerada, sino por la concurrencia de otros elementos que puedan pro-
vocar la nulidad del consentimiento prestado, de modo que, en estos casos,
el SIDA tendría únicamente un influjo indirecto en dicha nulidad. En este
sentido, dejando de lado posibles influencias de carácter anecdótico15, la
relevancia del SIDA en la validez o nulidad del consentimiento podrá venir
dada fundamentalmente en relación con dos capítulos concretos de nuli-
dad: el error —especialmente doloso— y la exclusión del bonum prolis.

3.2. El error

Conforme destaca unánimemente la doctrina, si la persona es consciente


de padecer la enfermedad o de ser portador del virus, la ocultación delibe-
rada de este hecho al otro contrayente provocará la nulidad del matrimonio
por error doloso (c.1098), pues se trata de una cualidad relevante que, por
su misma naturaleza, puede perturbar gravemente el consorcio de vida
conyugal16. Las personas conocedoras de padecer SIDA o ser portadoras del

14
Naturalmente, nos referimos a la insuficiencia de la enfermedad en sí misma considerada
para provocar dicha incapacidad; cuestión distinta es que el modo en que se haya contagiado el
SIDA pueda ser indicativo de una verdadera incapacidad para asumir del sujeto, provocada por
otros motivos (p.e., por una grave drogodependencia, por hipersexualidad, por homosexualidad,
etc.)
15
Así pasaría, p.e., si la conciencia de la enfermedad llevase, sea al contrayente enfermo o
al otro, a poner un acto positivo de voluntad excluyendo la indisolubilidad o la fidelidad de su
matrimonio, de modo que el SIDA actuaría como causa simulandi de dicha exclusión (c.1101); o
bien llevase a alguno de los contrayentes a poner una condición de futuro invalidante del consen-
timiento (c.1102), p.e., sobre la generación de prole sana, sobre la curación de la enfermedad; etc..
16
Este capítulo de nulidad del error doloso busca proteger la buena fe de los contrayentes y la
libertad de éstos de tomar la decisión de contraer sin injerencias indebidas y sin ver desvirtuada su
percepción de las cualidades del otro contrayente: sobre la regulación canónica de los supuestos de
error, me remito a lo expuesto en C. PEÑA, «La incidencia del error sobre cualidad y del error redun-
dans en el consentimiento matrimonial», Revista Española de Derecho Canónico 56 (1999) 697-720.

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SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN DESDE EL DERECHO CANÓNICO

virus tienen la grave obligación moral —y jurídica— de comunicarlo a la


parte no infectada, pues éstas tienen derecho a conocer, antes del matrimo-
nio, un dato tan trascendental para su salud y para la misma vida conyugal;
la ocultación intencionada de este dato supone una quiebra de la buena
fe entre los novios e incide directamente en la validez del consentimiento
prestado, por un doble motivo: en el contrayente engañado, porque presta
un consentimiento viciado por ese error, conforme al c.1098; y en el contra-
yente que engaña, porque difícilmente puede hablarse en este caso de una
entrega de uno mismo verdaderamente conyugal, tal como viene exigida
con carácter general en el c.1057.
Mayor problema presenta la cuestión de si el desconocimiento —no do-
loso— de la enfermedad podría provocar la nulidad del consentimiento por
error en cualidad directa y principalmente pretendida del c.1097,217. Algún
autor como Navarrete responde afirmativamente, sosteniendo que se trata
de un error sobre una cualidad tan grave y devastadora de la vida conyugal
que debe entenderse invalidante en virtud del mismo derecho natural, inclu-
so aunque no fuera directa y principalmente pretendida18. Personalmente,
aun aceptando que hay errores sobre cualidad que, en virtud del mismo
derecho natural, invalidan el consentimiento, aunque no entren en los es-
trechos márgenes de la regulación positiva del error, encuentro cuestionable
que el hecho de tener SIDA dé lugar necesariamente a uno de esos errores
relevantes per se, puesto que, en este caso, la cualidad deseada —implícita o
explícitamente— por el otro contrayente sería la salud del otro cónyuge, o la
ausencia en éste de una enfermedad de transmisión sexual, cualidades que
pueden verse afectadas no sólo por el SIDA, sino por muchas otras enfer-
medades respecto a las cuales, sin embargo, la doctrina y la jurisprudencia
canónica nunca han admitido la fuerza invalidante del error simple. Por otro
lado, en caso de que la cualidad pretendida se refiriese concretamente a la
ausencia de SIDA, se trataría de un error fácilmente vencible —al menos
en las sociedades más desarrolladas— por lo que, si el otro contrayente,

17
Este capítulo de nulidad del c.1097, 2 mira, no a la ocultación dolosa de una cualidad, sino
a la absolutización que el contrayente ha hecho de una cualidad que erróneamente atribuye a la
otra parte, hasta el punto de convertir a dicha cualidad —inexistente— en objeto directo de su
consentimiento, por encima de la persona misma del otro contrayente.
18
U. NAVARRETE, o.c., 143-145. Se trata de un razonamiento coherente con su afirmación previa
de que el SIDA invalida por derecho natural el matrimonio, afirmación que, como ya se ha indi-
cado, encontramos discutible. Sin llegar tan lejos, otros autores, como Aznar Gil (o.c., 132-134) o
Pormpedda (o.c., 779-781) parecen inclinarse, en casos de SIDA, por una interpretación amplia del
error en cualidad directa y principalmente pretendida, admitiendo la suficiencia de la pretensión
implícita, pues se trataría de una exigencia social y culturalmente extendida. Por mi parte, encuen-
tro sumamente difícil establecer la línea distintiva entre esta pretensión implícita en sentido amplio
y la mera voluntad interpretativa, considerada siempre como canónicamente irrelevante.

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sea por experiencias pasadas, por dudas, etc., realmente pretendiera de


tal modo esta cualidad como para condicionar implícitamente la validez
de su matrimonio a la misma, lo coherente hubiese sido proponer que la
otra parte —o ambos— se hagan las pruebas correspondientes antes de
la boda, saliendo de este modo del error y/o de la duda.

3.3. La exclusión del bonum prolis

Se trata, indudablemente, del capítulo respecto al cual el matrimonio


contraído por una persona con SIDA ha planteado mayores interrogantes
doctrinales, puesto que la necesaria ordenación del matrimonio a la prole
—característica, como se ha visto, de la comprensión eclesial del matrimo-
nio— puede entrar en conflicto con la decisión de los contrayentes, exigida
por graves razones, de no tener hijos en su matrimonio.
El ordenamiento canónico prevé en el c.1101,2 la nulidad del matrimo-
nio contraído por la persona que, al tiempo de prestar el consentimiento,
excluya radicalmente, con un acto positivo de voluntad, la ordenación de
su matrimonio a la procreación y educación de los hijos, en cuanto que ésta
constituye uno de los elementos esenciales del matrimonio. Ello no significa
que no quepa plantearse regular el ejercicio de la paternidad19, pero dicha re-
gulación no puede equivaler a un rechazo total de la prole, puesto que dicho
rechazo pondría en entredicho la efectiva aceptación de la ordenación del
matrimonio a la prole. Así viene recogido en la jurisprudencia rotal, que ha
elaborado la presunción de que la exclusión perpetua y absoluta de la prole
supondría, en principio, una exclusión del mismo derecho —no meramente
de su ejercicio— que invalidaría el consentimiento prestado, puesto que no
puede considerarse concedido un derecho cuyo uso nunca va a permitirse20.
A nuestro juicio, sin embargo, debe evitarse el riesgo de aplicar de modo
automático de esta presunción, absolutizándola y convirtiéndola en un
principio inamovible. En cuanto presunción, recoge únicamente un criterio

19
En relación con la exclusión del bonum prolis existe una distinción tradicional entre la ne-
gación del derecho mismo (la apertura u ordenación del matrimonio a la prole) —que provocaría
la nulidad del consentimiento— y la limitación o regulación de su ejercicio, que, en principio, no
afecta directamente a la validez del matrimonio. Sobre la evolución de esta distinción en la doctrina
y jurisprudencia: F. CATOZZELLA, Distinzione tra ius ed exercitium iuris. Evoluzione storica ed appli-
cazione all’esclusione del bonum prolis, Lateranense Universita Press, Roma 2007.
20
Entre la abundante jurisprudencia al respecto, cabe citar, entre otras, la coram (en adelante,
c.) Alwan, de 14 de enero de 1997, n.9: SRRD 89 (1997) 3; c.Huber, de 20 de diciembre de 1995,
n.8: SRRD 87 (1995) 750; c. Funghini, de 28 de abril de 1993, n.4: SRRD 85 (1993) 316; c. Pompedda,
de 8 de junio de 1987, n.4: SRRD 79 (1987) 358; c. Palestro, de 29 de enero de 1986, n.7: SRRD 78
(1986) 78; etc.

252
SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN DESDE EL DERECHO CANÓNICO

orientador, genérico, que necesita ser siempre confrontado con la concreta


voluntad interna de los contrayentes, puesto que esta voluntad interna será
la que indique si hay o no simulación del consentimiento. Esto tendrá es-
pecial aplicación en todos aquellos supuestos —muy variados21— en que
el sujeto, antes de contraer matrimonio, considere que tiene la gravísima
obligación moral de no engendrar hijos, como podría ocurrir en el caso de
contrayentes que, conscientes de que uno o ambos padecen SIDA, consi-
deran en conciencia que su obligación moral es no engendrar prole, para
evitar el riesgo cierto —y, lamentablemente, todavía muy elevado hoy en
día, al menos en amplias zonas geográficas— de contagiar la enfermedad
a los hijos y, en su caso, al cónyuge no infectado22. En este supuesto, en el
que la decisión de no concebir viene exigida moralmente por poderosísi-
mas razones, en cuanto que están en juego la salud e incluso la vida del
otro cónyuge y de la posible prole, ¿puede afirmarse que contraer con esa
intención supone siempre necesariamente una exclusión del bonum prolis
invalidante del consentimiento así prestado?.
A nuestro juicio, el planteamiento de esta cuestión no puede perder de
vista la necesidad de conjugar los ineludibles dictámenes de la conciencia
moral —en este caso, basados objetivamente en graves razones— con el
derecho fundamental de toda persona al matrimonio, así como la necesaria
referencia a la voluntad concreta y real del sujeto que presta el consenti-
miento para valorar si ha tenido intención simulatoria o no. A este respecto,

21
Podrían darse conflictos similares en aquellos supuestos en que la mujer es consciente de
padecer algún tipo de enfermedad que la pondría en serio peligro de muerte en caso de embarazo;
en que alguno de los dos es portador de una grave enfermedad transmisible genéticamente a la
prole; cuando contraen dos personas que han tenido ya varios hijos antes del matrimonio y con-
sideran por motivos graves que no pueden tener más; o cuando se casan dos personas que, por
aportar cada una al matrimonio un elevado número de hijos de uniones anteriores, consideran en
conciencia moralmente irresponsable generar más prole; etc. En estudios anteriores he abordado
alguna de estas problemáticas: C. PEÑA, «Bonum prolis y ius connubii: cuestiones abiertas» Estudios
Eclesiásticos 83 (2008) 699-707; C. PEÑA, «La exclusión del bonum prolis» Forum Canonicum. Revista
Portuguesa de Derecho Canónico IV/1-2 (2009) 79-102.
22
En el caso del SIDA, además, a diferencia de otros supuestos de exclusión de la prole por
motivos legítimos, se añade generalmente —excepto en aquellos casos en que ambos contrayentes
sean portadores del virus— el problema de que los cónyuges, para evitar el riesgo de contagio
al cónyuge sano, pueden verse obligados o bien a no tener relaciones sexuales, o bien a tenerlas
usando siempre preservativos, lo que en ambos casos provocará que el matrimonio se considere
no consumado. No obstante, debe advertirse que el hecho de la ausencia de consumación no im-
plica de suyo la nulidad del matrimonio así contraído, sino únicamente que este matrimonio, en
principio válido, podrá ser disuelto en su caso por el Romano Pontífice. Un matrimonio disoluble
no es un matrimonio nulo, sino un matrimonio válido cuya disolución permite la Iglesia por un
motivo superior. No puede, por tanto, a nuestro juicio, afirmarse la nulidad de ese matrimonio —y,
mucho menos, prohibirse su celebración— por el hecho de que se prevea como posible, o incluso
probable, que nunca llegue a consumarse.

253
30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

no puede olvidarse que nos encontramos en un capítulo —el de simulación


del consentimiento— en que debe siempre discernirse cuál fue la concreta
voluntad interna de los contrayentes al prestar éste, constituyendo las pre-
sunciones jurisprudenciales únicamente criterios a tener en cuenta de cara
a la prueba efectiva, en el fuero externo, de la posible nulidad. A nuestro
juicio, no cabe presumir sin más la nulidad del consentimiento de aquellos
contrayentes que, sabedores de la gravedad de la enfermedad y de la faci-
lidad de su transmisión, se casan con la conciencia de su obligación de no
tener hijos mientras no se encuentre una solución que elimine o disminuya
notablemente los riesgos ahora mismo existentes, incluso en el supuesto de
prever como lejana dicha posibilidad. A nuestro juicio, el hecho de que, con
independencia de sus deseos y de su voluntad, los contrayentes prevean,
con conciencia y responsabilidad, que existen razones objetivamente graves
que probablemente les impedirán, en el desarrollo de la vida conyugal, tener
relaciones abiertas a la vida, no implica necesariamente una positiva volun-
tad simulatoria por su parte, que invalide su consentimiento matrimonial.
A este respecto, debe tenerse en cuenta que, en principio, la concien-
cia de los contrayentes respecto a la conveniencia/obligación moral de no
tener hijos no supone, de suyo, un acto positivo de voluntad rechazando
la ordenación del matrimonio a la prole, que los contrayentes pueden ad-
mitir e incluso desear, pese a su situación objetiva. Desde esta perspectiva
de la intención subjetiva de los contrayentes, única relevante a la hora de
determinar si éstos simulan el consentimiento o no, estimo que en estos
supuestos de ausencia en ambos contrayentes de una voluntaria y positiva
intención contraria a la prole —esto es, en todos aquellos casos en que
los nubentes desean que su matrimonio pudiese estar abierto a la prole,
aunque son conscientes de la imposibilidad moral de tener hijos en sus
circunstancias concretas— no puede hablarse de una exclusión del bonum
prolis jurídicamente relevante, de modo que los contrayentes podrían pres-
tar válidamente el consentimiento pese a dicha conciencia. A este respecto,
considero que sería de aplicación el principio general, recogido en una
sentencia c.Giannecchini, de que «en lo que se refiere al bien de la prole,
no invalida el consentimiento la dilación de la generación de la prole a un
tiempo determinado o indeterminado pero subordinado a una condición
de por sí temporal y que se debe cumplir cuanto antes, p.e., a recuperar la
condición económica o la salud. No se puede considerar excluido o negado
lo que se desea conceder»23.

23
c. Giannecchini, de 28 de marzo de 1995, n.2: SRRD 87 (1995) 242. Aunque el ponente
recoge este principio en un supuesto de exclusión temporal de la prole y exige como criterio que
la condición sea de por sí temporal y que se deba cumplir cuanto antes, lo cierto es que, en prin-
cipio, no cabe excluir que esos criterios pueden ser aplicados al SIDA, encontrándonos a expensas

254
SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN DESDE EL DERECHO CANÓNICO

En este caso, por tanto, podría afirmarse que la aparente exclusión per-
petua de la prole no es tal, sino que constituye propiamente una exclusión
meramente temporal de la prole, en la que los contrayentes pueden aceptar
la apertura de su matrimonio a la prole (la entrega del derecho), sin per-
juicio de prever que, legítimamente, no podrán hacer uso de él (ejercicio
del derecho) durante un tiempo indeterminado, hasta que cambien —por
el descubrimiento de nuevos fármacos o vacunas, de nuevas vías de atajar
la enfermedad o frenar su transmisibilidad, etc.— las graves razones que de
momento les impiden moralmente concebir efectivamente a la prole o tener
de hecho relaciones abiertas a la vida.
En este sentido, podría apuntarse incluso un paralelismo con el matri-
monio in articulo mortis: al igual que en principio —presupuesta siempre
la capacidad de los contrayentes— la Iglesia reconoce la validez de ese
matrimonio, sin que el hecho de la certeza de los nubentes respecto a la
inminencia de la muerte suponga de por sí una exclusión del derecho a
la comunidad de vida o a la entrega mutua, debería igualmente admitirse
que, en el caso de los contrayentes enfermos de SIDA, tampoco su creen-
cia —o incluso su certeza subjetiva— respecto a que nunca se van a dar
las condiciones de hecho que les permitan responsablemente tener hijos
constituye de suyo una exclusión del bonum prolis, salvo que ésa fuera
efectivamente su intención positiva.
A nuestro juicio, resultaría de aplicación a este caso el principio jurí-
dico de que las partes no pueden excluir con su voluntad lo que no son
capaces de dar, puesto que a lo imposible —o a lo gravemente irresponsa-
ble— nadie está obligado, sin que ello pueda limitar el radical derecho de
la persona a contraer válido matrimonio. En este sentido, considero que la
aceptación apriorística de que cualquier previsión o incluso decisión sobre
el tema de los hijos en estos supuestos, ciertamente dolorosos, en que se
produce un grave conflicto entre paternidad responsable y ordenación
del matrimonio a la prole, constituye de suyo una voluntad simulatoria
por exclusión del bonum prolis llevaría al absurdo jurídico de afirmar que
cualquier persona con SIDA —y, más ampliamente, cualquier pareja
que se encuentre en alguna de las circunstancias que hacen desaconsejable
la generación de la prole—, no podría, en virtud de dichas circunstancias
objetivas, contraer matrimonio válido, a no ser que suspendiera el juicio y
no se planteara el tema de la ordenación de su matrimonio a la prole hasta

del avance de la investigación en esta materia. Por otro lado, es claro que el ponente alude más a
la intención de los contrayentes que a la superación fáctica de las dificultades, según se deduce de
los ejemplos aducidos —recuperar la salud o una buena situación económica— que no constituyen
condiciones cuyo logro dependa únicamente de la voluntad de los contrayentes, por lo que siem-
pre podrán darse supuestos en que los contrayentes no alcancen de hecho dichas circunstancias.

255
30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

después de prestado el consentimiento, lo cual resulta profundamente for-


zado e inverosímil en personas responsables.
De hecho, hay que decir que esta postura gravemente limitativa del
ius connubii de los sujetos ha sido mantenida, en efecto, por algún autor
como Ricciardi, quien sostiene expresamente que cuando el motivo de la
exclusión es de tal gravedad como para impedir la procreación, «la única
decisión verdaderamente responsable que pueden tomar los contrayentes
es no casarse»24. Aunque se trata de un planteamiento ciertamente mino-
ritario, que ha sido contestado por un amplio sector doctrinal25, no cabe
desconocer el riesgo de que en la praxis judicial o administrativa, a la hora
de resolver casos concretos, sí se dé acogida a este planteamiento, de modo
que una aplicación rigorista del c.1101 y la absolutización de uno de los
elementos del matrimonio (su ordenación a la prole) acabara, no sólo vul-
nerando el natural ius connubii de todo sujeto, sino también desvirtuando
la riqueza y potencialidad de la institución matrimonial.
A nuestro juicio, es fundamental, en esta materia, salvaguardar el ius
connubii de los enfermos de SIDA, evitando crear subrepticiamente nuevos
impedimentos matrimoniales, sin base legal alguna, mediante la aplicación
apriorística y generalizada de presunciones legales, lo que ocurriría, p.e., si
se afirmase apriorísticamente que estos enfermos, por su obligación moral
de no procrear para no poner en peligro la salud y la vida del otro cón-
yuge y de la misma prole, no pueden contraer matrimonio. Aparte lo ya
indicado respecto a la necesaria distinción entre el derecho y su ejercicio
en estos casos, una aplicación estricta de este principio podría llevar al ab-
surdo jurídico de que los enfermos de SIDA, por el mero hecho de serlo, no
podrían en ningún caso prestar un consentimiento suficiente y contraer un
matrimonio válido: si son personas responsables que, al contraer, excluyen
conductas de riesgo para el cónyuge no infectado y la posible prole, su
consentimiento sería inválido por haber excluido el bonum prolis; por el

24
Así lo expuso el autor, juez, en una sentencia del Tribunal Eclesiástico del Piamonte, c.
Ricciardi, de 29 de mayo de 1986, n.10: Il Diritto Ecclesiastico II (1986) 541-549. Años más tarde,
el autor se ratificó en dicha posición, en: C. RICCIARDI, «Procreazione responsabile ed esclusione del
bonum prolis», en AA.VV., La simulazione del consenso matrimoniale canonico, Librería Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 1990, 181-182.
25
Han criticado el planteamiento de Ricciardi, entre otros, A. BERNÁRDEZ CANTÓN, «Simulación
parcial por exclusión de la prole», en Simulación matrimonial en el Derecho canónico, Pamplona
1994, 196-197; F. Catozzella, Distinzione tra ius ed exercitium iuris, o.c., 252, nota 670; etc. Otros
autores sostienen la posibilidad de una renuncia perpetua al ejercicio del derecho sin que ello su-
ponga nesariamente una exclusión del derecho: G. COMOTTI, Ordinatio ad prolem del matrimonio
e scelta di non procreare: alcune riflessioni canonistiche in tema di procreazione responsabile, en
AA.VV., Matrimonio canonico e AIDS, Turín 1995, 108-115; M. WEGAN, «Esclusione del bonum prolis
e focondazione artificiale», Quaderno dello Studio Rotale 15 (2005) 104-107.

256
SIDA Y MATRIMONIO. UNA APROXIMACIÓN DESDE EL DERECHO CANÓNICO

contrario, si la persona se casase con la intención de engendrar prole, aún a


costa de poner en grave peligro la vida y la salud del otro cónyuge, cabría
cuestionarse la validez de dicho consentimiento, en este caso por exclusión
del bien de los cónyuges.
Por último, y sin perjuicio del mantenimiento preferente del criterio an-
teriormente indicado de considerar su voluntad como una mera exclusión
temporal de la prole, salvo que de las circunstancias se dedujera otra in-
tención, cabría plantearse si, en estos casos, no nos encontramos ante una
situación de verdadera y grave imposibilidad moral de engendrar, equi-
parable de algún modo a la imposibilidad física, incluso voluntariamente
provocada26. Si el matrimonio de los estériles —e incluso de aquellos que
se han esterilizado voluntariamente y posteriormente se retractan de su
intención contraria a la prole— es reconocido como válido por la Iglesia,
¿por qué no reconocer también, con carácter general y siempre a expensas
de la concreta voluntad consensual de los contrayentes, la validez del ma-
trimonio en supuestos como el que nos ocupa, en que se da una auténtica
imposibilidad moral de engendrar, por razones verdaderamente graves y
objetivamente predeterminadas?

4. CONCLUSIONES SOBRE LA PROCEDENCIA DE PROHIBIR LA


CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO CANÓNICO EN CASOS DE SIDA

Conforme a lo expuesto en este estudio, el matrimonio de los enfermos


de SIDA o de los portadores del virus plantea dificultades de todo orden
—también jurídicas— que no pueden ser minusvaloradas. A nuestro juicio,
sin embargo, la conciencia de estas dificultades no autoriza sin más a dejar
de lado, al abordar estos temas, la esencial y delicada cuestión del derecho
al matrimonio de los enfermos de SIDA, por lo que —en virtud del ius
connubii y dado que la ley no prevé expresamente este supuesto como un
impedimento matrimonial— no cabe prohibir a estas personas, automática
e indiscriminadamente, el acceso al matrimonio canónico.

26
En el ordenamiento eclesial, la esterilidad no invalida el matrimonio, ni siquiera en el caso
de haber sido voluntariamente provocada por la persona, siempre que posteriormente, se haya
arrepentido de dicha decisión, revocando de este modo su inicial voluntad contraria a la prole: en
este sentido, una sentencia coram De Jorio afirmaba que «si antes del matrimonio no se arrepintió
de la operación realizada, el acto positivo de la voluntad contrario a la generación de la prole, fir-
mado por un hecho elocuente, persevera; por consiguiente, el matrimonio es nulo. Si, arrepentido
del hecho, retracta la voluntad contraria a procrear y lo hace antes de contraer, es evidente que no
excluyó la prole al contraer con un acto positivo de voluntad, aun cuando ya no pueda recuperar
la capacidad de engendrar» (SRRD 60 [1968] 215).

257
30 AÑOS DE VIH-SIDA. BALANCE Y NUEVAS PERSPECTIVAS DE PREVENCIÓN

En efecto, no hay ningún motivo canónico que permita afirmar que el


consentimiento prestado por los portadores o enfermos de SIDA sea ne-
cesariamente nulo, ni por incapacidad consensual, ni por concurrencia de
algún vicio del consentimiento, por lo que, en principio, habrá que presu-
mir su capacidad para contraer y la validez de su consentimiento, mientras
no se pruebe lo contrario.
Lo que sí resulta exigible es que la autoridad eclesial extreme en estos
casos la atención pastoral y el cuidado en la tramitación del expediente
previo, de modo que se valore cuidadosamente cada caso concreto, pues
habrá notables diferencias según la gravedad y efectos de la enfermedad en
cada paciente, según el efectivo acceso a un tratamiento terapéutico ade-
cuado que reduzca las consecuencias de la enfermedad, o a medidas que
minimicen el riesgo de contagio al otro cónyuge o a los posibles hijos, etc.
En cualquier caso, parece importante —y será signo del desvelo pastoral
de la Iglesia— que se ayude a los contrayentes a ser conscientes de las im-
plicaciones y consecuencias de su decisión de contraer y, sobre todo, que
se garantice, de cara a la prestación de un válido consentimiento conyugal,
que ninguno de los contrayentes contrae engañado27.
Si, en algún caso concreto y por graves motivos (p.e., la negativa del
contrayente enfermo a informar a la otra parte), la autoridad eclesial con-
siderara inconveniente autorizar el matrimonio, podrá en su caso prohibir
esta celebración, pero sólo con carácter temporal —en tanto no desaparez-
ca la causa que motivó la prohibición— y sin que en ningún caso dicha
prohibición tenga efecto invalidante, conforme al c.1077.

27
En este sentido, muchas Conferencias Episcopales de todo el mundo han dado normas
sobre cómo actuar en los diversos supuestos que pueden plantearse, incluido el caso de duda
razonable: p.e., en este supuesto, aun rechazando una obligación general de someterse al test del
SIDA antes del matrimonio, los Obispos de Uganda destacan la importancia de animar a los novios
a que se hagan dicho test si han mantenido conductas de riesgo, por su grave obligación moral de
no poner en riesgo la salud del otro contrayente: G. BRUNELLI, Chiamati a compassione. Le chiese
rispondono all’AIDS, EDB, Bolonia 1990, 260-261.

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