Sida y Matrimonio
Sida y Matrimonio
Sida y Matrimonio
Balance y nuevas
perspectivas de prevención, Ed. Comillas, Madrid 2013, pp.243-258.
CAPÍTULO XIII
1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN
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En relación a las aproximaciones morales y pastorales a esta cuestión, existen numerosas
declaraciones de los diferentes Episcopados, así como una abundante literatura teológico-moral so-
bre el SIDA. Entre otros, AA.VV., El SIDA: un reto para todos, un problema para la familia, Instituto
Universitario Matrimonio y Familia de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1989; AA.VV., Los
Obispos hablan del SIDA, PPC, Madrid 1987; ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE FARMACÉUTICOS CATÓLICOS, El SIDA.
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decidiendo hacer uso del preservativo para disminuir el riesgo de contagiar al cónyuge? 4) ¿Es lícito
para una persona sana aceptar las relaciones conyugales con el cónyuge seropositivo, sabiendo
que ello pone en riesgo su propia salud? 5) ¿Es lícito para el cónyuge seropositivo, o para ambos
esposos seropositivos, decidir buscar la concepción, dado el riesgo de que el niño sea seropositivo?
6) ¿Es lícito para dos personas seropositivas, o para un seropositivo con un cónyuge sano, contraer
matrimonio renunciando positivamente a la generación de los hijos por el peligro de que nazcan
enfermos?»: Cf. M. F. POMPEDDA, Problematiche .., art.cit. 747-4 (la traducción es mía).
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No se trata de una hipótesis teórica, sino de casos que se han planteado en la práctica ecle-
sial: p.e., en 1987, en la diócesis de Nueva York, el Rector de la Catedral de San Patricio denegó
en un primer momento el matrimonio a un enfermo de SIDA, aunque posteriormente el Cardenal
O’Connor revocó dicha prohibición: G. D. COLEMAN, Can a person with AIDS…, art.cit., 259-260.
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Así se recoge, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II —Constitución Gaudium et Spes,
nn.48-50— y en el Código de Derecho Canónico, al canon 1055,1 (en adelante, c.1055,1). Sobre la
comprensión canónica del matrimonio, los remitimos a lo ampliamente expuesto en: C. PEÑA GARCÍA,
El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, Universidad Pontifica Comillas, Bilbao 2004, 396.
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De hecho, la Iglesia siempre ha considerado a las personas estériles, que no pueden concebir
y/o engendrar, aptas para contraer matrimonio, y, conforme a esta secular tradición de la Iglesia, el
c.1084,3 recuerda que «la esterilidad ni prohíbe ni dirime el matrimonio».
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Ello no significa, sin embargo, que no resulte lícito limitar o regular el efectivo ejercicio de la
paternidad. El concepto de paternidad responsable, tal como viene formulado en el Vaticano II y en
el posterior magisterio pontificio, implica una coparticipación y cooperación activa y responsable
de los cónyuges con Dios, de modo que los hijos no sean consecuencia de la instintividad ni la
irresponsabilidad, sino del amor maduro y responsable —a nivel humano y cristiano— de los cón-
yuges: cfr. Gaudium et spes, nn.50-51; PABLO VI, Humanae Vitae, de 25 de julio de 1968; JUAN PABLO
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Por último, interesa destacar que uno de los principios rectores del siste-
ma matrimonial canónico es el reconocimiento del ius connubii, en cuanto
derecho subjetivo primario de toda persona a contraer matrimonio, de tal
modo que únicamente razones objetivas y graves permitirán la restricción
de este derecho, dando lugar a los impedimentos legalmente configurados
o a otras prohibiciones previstas por el derecho.
El ius connubii viene recogido con carácter general en el c.1058, al
establecer que «pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el
derecho no se lo prohíbe». Este derecho a contraer matrimonio tiene su
origen en la misma naturaleza humana, y viene configurado como un de-
recho fundamental de la persona, un derecho inalienable, irrenunciable y
perpetuo. Por ello, una vez presupuesta la capacidad natural de la persona
para el matrimonio, las limitaciones al ejercicio de ese derecho que, en su
caso, establezca el legislador deberán siempre venir justificadas por motivos
prevalentes de orden personal, moral o social, y ser previamente estableci-
das por ley.
II, Familiaris Consortio, de 22 de noviembre de 1981, n.28-36; ID, Carta a las Familias Gratissimam
sane, de 2 de febrero de 1994, n.12; ID, Evangelium vitae, de 25 de marzo de 1995; etc.
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Aunque algunos autores consideran a los portadores del VIH, con ca-
rácter general, incapaces para contraer matrimonio —bien por una especie
de impotencia moral derivada del peligro de contagiar a la otra parte o a la
prole, bien por tratarse de una enfermedad que se opone radicalmente al
bien del otro cónyuge, impidiendo la constitución de la íntima comunidad
de vida y amor que es el matrimonio y el logro de sus fines esenciales10—
lo cierto es que la mayoría de la doctrina —aunque con notables matices
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De hecho, algunos autores han intentado aplicar la tradicional argumentación canónica
relativa a la lepra u otras enfermedades similares al supuesto del SIDA (entre otros, S. GHERRO,
Considerazioni canonistiche…, o.c., 733; H. FRANCESCHI, AIDS e capacità matrimoniale: approcio
storico al problema delle malattie infettive nel matrimonio, en Matrimonio canonico e AIDS, Turín
1995, 82-86; etc.), aunque otros autores (p.e., U. NAVARRETE, o.c., 127-132) han puesto en cuestión
esta analogía.
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P.e., hoy pueden considerarse obsoletos algunos argumentos anteriormente utilizados por
la doctrina, como la sobreinfección por relaciones sexuales entre infectados, o la inevitabilidad
de la trasmisión por vía materno-filial, al menos en aquellos casos en que haya acceso efectivo al
nacimiento por cesárea, la lactancia con leche no materna, etc.: G. BONI, o.c., 198.
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Especial atención merece la postura de Navarrete, quien, desde la profundización en las
exigencias del matrimonio puestas de relieve por el Concilio Vaticano II, sostiene que el matrimonio
de estas personas sería per se nulo por derecho natural, con independencia de que jurídicamente
deba acusarse la nulidad por alguno de los capítulos predefinidos en la ley: U. NAVARRETE (o.c.,
137-141).
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Entre otros, Aznar Gil, Bianchi, Boni, Cerezuela, Coleman, Franceschi, etc.
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M. F. POMPEDDA, Problematiche..., art.cit. 781-2; G. ZUANNAZZI, «AIDS: aspetti eipidemiologici e
clinici», Il Diritto Eclesiástico 116, 1995/I, 753-754.
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Aunque algún autor ha sostenido la incapacidad para asumir de los enfermos de SIDA (Mª.A.
TARDUGNO, o.c., 81), la doctrina mayoritaria coincide en que no puede considerarse el SIDA una
causa de naturaleza psíquica.
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3.2. El error
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Naturalmente, nos referimos a la insuficiencia de la enfermedad en sí misma considerada
para provocar dicha incapacidad; cuestión distinta es que el modo en que se haya contagiado el
SIDA pueda ser indicativo de una verdadera incapacidad para asumir del sujeto, provocada por
otros motivos (p.e., por una grave drogodependencia, por hipersexualidad, por homosexualidad,
etc.)
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Así pasaría, p.e., si la conciencia de la enfermedad llevase, sea al contrayente enfermo o
al otro, a poner un acto positivo de voluntad excluyendo la indisolubilidad o la fidelidad de su
matrimonio, de modo que el SIDA actuaría como causa simulandi de dicha exclusión (c.1101); o
bien llevase a alguno de los contrayentes a poner una condición de futuro invalidante del consen-
timiento (c.1102), p.e., sobre la generación de prole sana, sobre la curación de la enfermedad; etc..
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Este capítulo de nulidad del error doloso busca proteger la buena fe de los contrayentes y la
libertad de éstos de tomar la decisión de contraer sin injerencias indebidas y sin ver desvirtuada su
percepción de las cualidades del otro contrayente: sobre la regulación canónica de los supuestos de
error, me remito a lo expuesto en C. PEÑA, «La incidencia del error sobre cualidad y del error redun-
dans en el consentimiento matrimonial», Revista Española de Derecho Canónico 56 (1999) 697-720.
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Este capítulo de nulidad del c.1097, 2 mira, no a la ocultación dolosa de una cualidad, sino
a la absolutización que el contrayente ha hecho de una cualidad que erróneamente atribuye a la
otra parte, hasta el punto de convertir a dicha cualidad —inexistente— en objeto directo de su
consentimiento, por encima de la persona misma del otro contrayente.
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U. NAVARRETE, o.c., 143-145. Se trata de un razonamiento coherente con su afirmación previa
de que el SIDA invalida por derecho natural el matrimonio, afirmación que, como ya se ha indi-
cado, encontramos discutible. Sin llegar tan lejos, otros autores, como Aznar Gil (o.c., 132-134) o
Pormpedda (o.c., 779-781) parecen inclinarse, en casos de SIDA, por una interpretación amplia del
error en cualidad directa y principalmente pretendida, admitiendo la suficiencia de la pretensión
implícita, pues se trataría de una exigencia social y culturalmente extendida. Por mi parte, encuen-
tro sumamente difícil establecer la línea distintiva entre esta pretensión implícita en sentido amplio
y la mera voluntad interpretativa, considerada siempre como canónicamente irrelevante.
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En relación con la exclusión del bonum prolis existe una distinción tradicional entre la ne-
gación del derecho mismo (la apertura u ordenación del matrimonio a la prole) —que provocaría
la nulidad del consentimiento— y la limitación o regulación de su ejercicio, que, en principio, no
afecta directamente a la validez del matrimonio. Sobre la evolución de esta distinción en la doctrina
y jurisprudencia: F. CATOZZELLA, Distinzione tra ius ed exercitium iuris. Evoluzione storica ed appli-
cazione all’esclusione del bonum prolis, Lateranense Universita Press, Roma 2007.
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Entre la abundante jurisprudencia al respecto, cabe citar, entre otras, la coram (en adelante,
c.) Alwan, de 14 de enero de 1997, n.9: SRRD 89 (1997) 3; c.Huber, de 20 de diciembre de 1995,
n.8: SRRD 87 (1995) 750; c. Funghini, de 28 de abril de 1993, n.4: SRRD 85 (1993) 316; c. Pompedda,
de 8 de junio de 1987, n.4: SRRD 79 (1987) 358; c. Palestro, de 29 de enero de 1986, n.7: SRRD 78
(1986) 78; etc.
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Podrían darse conflictos similares en aquellos supuestos en que la mujer es consciente de
padecer algún tipo de enfermedad que la pondría en serio peligro de muerte en caso de embarazo;
en que alguno de los dos es portador de una grave enfermedad transmisible genéticamente a la
prole; cuando contraen dos personas que han tenido ya varios hijos antes del matrimonio y con-
sideran por motivos graves que no pueden tener más; o cuando se casan dos personas que, por
aportar cada una al matrimonio un elevado número de hijos de uniones anteriores, consideran en
conciencia moralmente irresponsable generar más prole; etc. En estudios anteriores he abordado
alguna de estas problemáticas: C. PEÑA, «Bonum prolis y ius connubii: cuestiones abiertas» Estudios
Eclesiásticos 83 (2008) 699-707; C. PEÑA, «La exclusión del bonum prolis» Forum Canonicum. Revista
Portuguesa de Derecho Canónico IV/1-2 (2009) 79-102.
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En el caso del SIDA, además, a diferencia de otros supuestos de exclusión de la prole por
motivos legítimos, se añade generalmente —excepto en aquellos casos en que ambos contrayentes
sean portadores del virus— el problema de que los cónyuges, para evitar el riesgo de contagio
al cónyuge sano, pueden verse obligados o bien a no tener relaciones sexuales, o bien a tenerlas
usando siempre preservativos, lo que en ambos casos provocará que el matrimonio se considere
no consumado. No obstante, debe advertirse que el hecho de la ausencia de consumación no im-
plica de suyo la nulidad del matrimonio así contraído, sino únicamente que este matrimonio, en
principio válido, podrá ser disuelto en su caso por el Romano Pontífice. Un matrimonio disoluble
no es un matrimonio nulo, sino un matrimonio válido cuya disolución permite la Iglesia por un
motivo superior. No puede, por tanto, a nuestro juicio, afirmarse la nulidad de ese matrimonio —y,
mucho menos, prohibirse su celebración— por el hecho de que se prevea como posible, o incluso
probable, que nunca llegue a consumarse.
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c. Giannecchini, de 28 de marzo de 1995, n.2: SRRD 87 (1995) 242. Aunque el ponente
recoge este principio en un supuesto de exclusión temporal de la prole y exige como criterio que
la condición sea de por sí temporal y que se deba cumplir cuanto antes, lo cierto es que, en prin-
cipio, no cabe excluir que esos criterios pueden ser aplicados al SIDA, encontrándonos a expensas
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En este caso, por tanto, podría afirmarse que la aparente exclusión per-
petua de la prole no es tal, sino que constituye propiamente una exclusión
meramente temporal de la prole, en la que los contrayentes pueden aceptar
la apertura de su matrimonio a la prole (la entrega del derecho), sin per-
juicio de prever que, legítimamente, no podrán hacer uso de él (ejercicio
del derecho) durante un tiempo indeterminado, hasta que cambien —por
el descubrimiento de nuevos fármacos o vacunas, de nuevas vías de atajar
la enfermedad o frenar su transmisibilidad, etc.— las graves razones que de
momento les impiden moralmente concebir efectivamente a la prole o tener
de hecho relaciones abiertas a la vida.
En este sentido, podría apuntarse incluso un paralelismo con el matri-
monio in articulo mortis: al igual que en principio —presupuesta siempre
la capacidad de los contrayentes— la Iglesia reconoce la validez de ese
matrimonio, sin que el hecho de la certeza de los nubentes respecto a la
inminencia de la muerte suponga de por sí una exclusión del derecho a
la comunidad de vida o a la entrega mutua, debería igualmente admitirse
que, en el caso de los contrayentes enfermos de SIDA, tampoco su creen-
cia —o incluso su certeza subjetiva— respecto a que nunca se van a dar
las condiciones de hecho que les permitan responsablemente tener hijos
constituye de suyo una exclusión del bonum prolis, salvo que ésa fuera
efectivamente su intención positiva.
A nuestro juicio, resultaría de aplicación a este caso el principio jurí-
dico de que las partes no pueden excluir con su voluntad lo que no son
capaces de dar, puesto que a lo imposible —o a lo gravemente irresponsa-
ble— nadie está obligado, sin que ello pueda limitar el radical derecho de
la persona a contraer válido matrimonio. En este sentido, considero que la
aceptación apriorística de que cualquier previsión o incluso decisión sobre
el tema de los hijos en estos supuestos, ciertamente dolorosos, en que se
produce un grave conflicto entre paternidad responsable y ordenación
del matrimonio a la prole, constituye de suyo una voluntad simulatoria
por exclusión del bonum prolis llevaría al absurdo jurídico de afirmar que
cualquier persona con SIDA —y, más ampliamente, cualquier pareja
que se encuentre en alguna de las circunstancias que hacen desaconsejable
la generación de la prole—, no podría, en virtud de dichas circunstancias
objetivas, contraer matrimonio válido, a no ser que suspendiera el juicio y
no se planteara el tema de la ordenación de su matrimonio a la prole hasta
del avance de la investigación en esta materia. Por otro lado, es claro que el ponente alude más a
la intención de los contrayentes que a la superación fáctica de las dificultades, según se deduce de
los ejemplos aducidos —recuperar la salud o una buena situación económica— que no constituyen
condiciones cuyo logro dependa únicamente de la voluntad de los contrayentes, por lo que siem-
pre podrán darse supuestos en que los contrayentes no alcancen de hecho dichas circunstancias.
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Así lo expuso el autor, juez, en una sentencia del Tribunal Eclesiástico del Piamonte, c.
Ricciardi, de 29 de mayo de 1986, n.10: Il Diritto Ecclesiastico II (1986) 541-549. Años más tarde,
el autor se ratificó en dicha posición, en: C. RICCIARDI, «Procreazione responsabile ed esclusione del
bonum prolis», en AA.VV., La simulazione del consenso matrimoniale canonico, Librería Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 1990, 181-182.
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Han criticado el planteamiento de Ricciardi, entre otros, A. BERNÁRDEZ CANTÓN, «Simulación
parcial por exclusión de la prole», en Simulación matrimonial en el Derecho canónico, Pamplona
1994, 196-197; F. Catozzella, Distinzione tra ius ed exercitium iuris, o.c., 252, nota 670; etc. Otros
autores sostienen la posibilidad de una renuncia perpetua al ejercicio del derecho sin que ello su-
ponga nesariamente una exclusión del derecho: G. COMOTTI, Ordinatio ad prolem del matrimonio
e scelta di non procreare: alcune riflessioni canonistiche in tema di procreazione responsabile, en
AA.VV., Matrimonio canonico e AIDS, Turín 1995, 108-115; M. WEGAN, «Esclusione del bonum prolis
e focondazione artificiale», Quaderno dello Studio Rotale 15 (2005) 104-107.
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En el ordenamiento eclesial, la esterilidad no invalida el matrimonio, ni siquiera en el caso
de haber sido voluntariamente provocada por la persona, siempre que posteriormente, se haya
arrepentido de dicha decisión, revocando de este modo su inicial voluntad contraria a la prole: en
este sentido, una sentencia coram De Jorio afirmaba que «si antes del matrimonio no se arrepintió
de la operación realizada, el acto positivo de la voluntad contrario a la generación de la prole, fir-
mado por un hecho elocuente, persevera; por consiguiente, el matrimonio es nulo. Si, arrepentido
del hecho, retracta la voluntad contraria a procrear y lo hace antes de contraer, es evidente que no
excluyó la prole al contraer con un acto positivo de voluntad, aun cuando ya no pueda recuperar
la capacidad de engendrar» (SRRD 60 [1968] 215).
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En este sentido, muchas Conferencias Episcopales de todo el mundo han dado normas
sobre cómo actuar en los diversos supuestos que pueden plantearse, incluido el caso de duda
razonable: p.e., en este supuesto, aun rechazando una obligación general de someterse al test del
SIDA antes del matrimonio, los Obispos de Uganda destacan la importancia de animar a los novios
a que se hagan dicho test si han mantenido conductas de riesgo, por su grave obligación moral de
no poner en riesgo la salud del otro contrayente: G. BRUNELLI, Chiamati a compassione. Le chiese
rispondono all’AIDS, EDB, Bolonia 1990, 260-261.
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