SLOTERDIJK El Arte Se Repliega en Si Mismo
SLOTERDIJK El Arte Se Repliega en Si Mismo
SLOTERDIJK El Arte Se Repliega en Si Mismo
Peter Sloterdijk.
¿Existe algú n amante del arte que nunca haya soñ ado en irrumpir en un museo
para estar a solas con su obra preferida? ¿Es concebible una contemplació n de un
trabajo artístico que no esté convencida de ser la ú nica mediante la cual el objeto
alcanza su plenitud? ¿Habrá conocedores de secretos estéticos a quienes no les
resulte familiar la tentació n de prohibir las otras miradas sobre la obra?
El negocio del arte es un sistema de celos. En él, el deseo de las obras consiste en
convertirse en objetos de deseo. En cuanto una obra atrae el deseo, aparecen a su
lado las rivales queriendo apropiarse del anhelo de que disfruta. En todos los
objetos brilla el anhelo del anhelo de los otros. El mercado los hace sensuales, el
hambre de deseo los hace bellos, la obligació n de llamar la atenció n genera lo
interesante. Este sistema funciona en tanto que el pensamiento en su momento de
plenitud se vuelve tabú . Aunque las obras apelen al deseo, siempre se les deniega
la entrega a sus poseedor. Su valor se nutre del hecho de que rehuyen a sus
propietarios y esperan otras proposiciones posteriores.
Desde hace dos siglos está en marcha el aburguesamiento de la codicia. Tras la alta
burguesía, esa codicia también ha abierto una nueva sensualidad a las clases
medias. Al tiempo, el magnetismo del valor enciende una pequeñ a llama en un
pú blico perceptible. Quienes quieren ser alguien abren una cuenta corriente en su
interior para el arte. No importa que en la cuenta só lo tengan lugar unas pocas
transacciones. Lo que importa es que muchos ojos observan el mercado desde ese
momento. El Yo del observador se convierte en lugar de depó sito de valores y
significados. Só lo un ego con forma de cuenta es vá lido para el ingreso de arte con
forma de valor. Si yo no tuviera la forma de Yo de un poseedor potencial de obras y
valores, las obras no tendrían para mí atractivo alguno. Tengo una cuenta, soy una
cuenta, abono en mí mis ingresos. Una obra tendrá significado para mí en tanto en
cuanto yo pueda abonarme su valor en mí mismo.
Este es el estado actual del fetichismo del valor. ¿Lo pretendía así el arte desde sus
orígenes ? ¿No fue nunca una inmensa puesta en circulació n de fuerzas, que eran
demasiado libres para ser poseídas? ¿Qué quería decir Kandinsky cuando escribió :
“Cada imagen contiene misteriosamente toda una vida, con sus torturas, dudas,
momentos de éxtasis y de luz” ? ¿Nunca hubo transferencias cuyo mandante no
soñ ara con el crédito de la cuenta de otra nueva vida? Entre tanto, el mundo del
arte ha quedado en descubierto a causa de las cuentas privadas. ¿Podrá el arte
recobrarse de ellas? *
* N. de T.: juego de palabras, ü berzogen sein : estar una cuenta en descubierto, o
estar algo cubierto o invadido... de cuentas privadas; abheben : cobrar, sacar
dinero de una cuenta, sich abheben : recobrarse, recuperarse.
El cará cter epifá nico de los modernos poderes creadores de la obra demanda el
cruce entre producció n y exposició n. Sin que la obra sea desvelada en un espacio
de exhibició n, no puede tener lugar la autorevelació n del poder creador. El hacerse
visible de la capacidad para producir presupone la producció n de visibilidad. La
exposició n es la institució n moderna para producir visibilidad. Funciona como
agencia central del productivismo epifá nico. Revela lo que la subjetividad artística
burguesa tiene que revelar: a sí misma en su poder materializador para erigir
mundos en la obra de arte. Esto implica al tiempo el poder de intervenir y reformar
el mundo mismo de acuerdo al proyecto de la imagen del mundo.
Con la ayuda de la esfera pú blica burguesa, esa revelació n encuentra un lugar para
sí misma al darse a conocer. El sentido epifá nico de la revelació n del poder de
crear obras está envuelto discretamente por el sentido publicitario y mercantil de
la exposició n. Exponer convierte la revelació n a un formato popular. Los poderes
humanos para crear obras se desvelan a sí mismos de manera atenuada al no
permitir reconocer en la visibilidad de las imá genes má s que aquello que resalta a
primera vista. Esto garantiza que nadie consigue ver má s que lo que puede asumir.
Ningú n profano tiene que quemarse los ojos en el Apocalipsis de las fuerzas
humanas esenciales en el Saló n.
¿Por qué sufrimos a fines del siglo XX una inflació n de lo exponible? En primera
instancia, porque existe una inflació n paralela de lo producible. El aumento
increíble de medios de producció n de todo tipo ha traído consigo un crecimiento
inconmensurable del poder productivo. Cada vez mayores fragmentos de la
realidad se convierten en materia prima para la producció n -en material de partida
para imá genes, relaciones, transformaciones-. Todo lo que fue producto puede
convertirse a su vez en materia prima para almacenar de nuevo como materia
sufriente los efectos del trabajo.
4. La victoria de la Exposició n.
Lo que en el sentido de los siglos XIX y XX constituye una obra de arte, se adecua ya
a su exposició n, de acuerdo con su gesto interno. La obra ya demanda el blanco de
la pared, desde la cual quiere saltar a ciertos ojos. Ya reclama el vacío de la sala de
exposició n, en la que inscribe un signo de puntuació n. Se inclina ya hacia el
catá logo, que asegura su visibilidad in absentia. Se da cabezazos contra el muro de
la indiferencia, que cree ya haberlo visto todo. Ya coquetea con los expertos que
tienen preparadas las comparaciones. Ya suplica un lugar en la memoria y una
pá gina en blanco de la historia del arte donde la epopeya de la creatividad llegue a
su ú ltima situació n.
Hubo momentos histó ricos en los que las paredes blancas del museo suponían una
importante incursió n al descubierto. En ellos la autorevelació n del poder humano-
burgués creador de obra erigía un escenario desde el que podía aparecer ante el
pú blico. Desde las paredes habló ese poder a las fuerzas esenciales aletargadas.
É stas aprendieron, a la luz de lo que mostrado, a vislumbrar sus propias
intensificaciones, en caso de que no colapsaran paralizadas de admiració n. Los
poderes creadores de obra traídos a la luz podrían esperar propagarse como
fuerzas explosivas. La fuerza quiere ser entendida por la fuerza, es decir,
mantenerse en su efectividad. Por lo tanto, de aquí se deduce que la fuerza
inaugural de lo que se muestra en la obra creó en primer lugar la sala de
exposició n del museo moderno; de otro modo se habría quedado como una cueva
del tesoro feudal o semifeudal. De hecho ésta se continú a en el safe-art actual.
Justamente só lo de lo efectivo de la obra de arte puede surgir la fuerza que abra el
espacio por el que acceda a lo visible. La epifanía del poder creador de obra en la
obra de arte es lo que hace posibles al museo y a la galería, no al revés, que la
galería y el museo pongan a la vista el arte. Sin embargo, hoy día los poderes
creadores de obra se invierten a sí mismos en los aparatos que rigen la visibilidad.
La exposició n de sí mismas por parte de las ferias, museos y galerías ha usurpado
el lugar de la autorevelació n de las obras; ha forzado en las obras la costumbre de
la autopromoció n. Desde entonces las obras deben aplaudirse a sí mismas. Aletheia
–el desvelamiento*- tiene en los anuncios sus posiciones má s avanzadas. Con la
publicidad de las obras a sí mismas tiene lugar el paso de las ú ltimas verdades: lo
efímero es revelació n que se revoca. Un rá pido iluminarse del cuadro en el
presente; quizá s un resplandor postrero del valor en las cuentas corrientes. Só lo
hay una cosa segura: ningú n cuadro puede significar tanto como la alcayata
reutilizable de la que temporalmente cuelga.
____
El culto del arte en progreso posee una de sus fuentes en la esperanza humanista y
religiosa de las gentes modernas en su poder creador de obra. É ste contiene la
promesa de que los seres humanos pueden elevarse hasta alcanzar la posició n
desde la que generar las condiciones de su propia felicidad. Los humanos se
manifiestan así como seres que son capaces de crear las condiciones previas
necesarias para su felicidad y soslayar las causas de su infelicidad; poseen ademá s
el don de poder expresar su desgracia. Esta triple capacidad tiene el efecto de una
gracia; quien participa de ella es miembro de la alianza humana contra las fuerzas
de la infelicidad.
¿Qué puede saber al respecto el arte de las ferias de arte? Está condenado a
separar profundamente la conexió n entre el poder creador de obra y la promesa de
felicidad. Una obra de exposició n-de-obra no conoce ninguna otra felicidad que dar
el salto a la gran exposició n. Bajo la ley de la equivalencia entre forma de obra y
forma de valor se desgaja una porció n privada de la inconmensurable capacidad
para la felicidad del poder humano creador de obra, justo la porció n del poder
productivo que basta para poner la obra en circulació n. La felicidad que busca es
ser expuesta, que se comercie con ella y sea interpretada de forma elevada. Se
inclina hacia el olvido cuando la cuestió n es el recuerdo de la fuente de legitimidad
de todo exponer y producir. El derecho al arte no procede de ningú n otro lugar
má s que de la propia llamada de las fuerzas humanas a la propia felicidad. La
felicidad se llama a sí misma; se fortalece mediante su propia evocació n; mediante
su fortaleza se hace feliz a sí misma. Del magnetismo de la felicidad depende
finalmente la capacidad radiante de la habilidad moderna. Es la atracció n de la
felicidad há bil con cuya ayuda ser capaz de vivir supera a tener que vivir. Con ello
el juego se introduce en el cará cter lastrado de la vida. El arte es la tendencia
antigrave, cruza el umbral del tú debes al tú puedes. De ahí que posea la seriedad
de los grandes desahogos.
Las obras de arte significativas son lugares que se abren mediante la
autorevelació n de los poderes creadores de obra má s felices. Al ser el gasto de esos
poderes celebratorio y fluir del agradecimiento hacia sí mismos, cada obra de este
tipo confluye en la capacidad universal de felicidad. Está n tan distantes de la
habilidad infeliz como de la muda miseria. La obra de arte de la modernidad es
testigo de que las contribuciones humanas a la felicidad son posibles. Má s aú n,
dejar llegar a la certidumbre de que el propio ser humano puede ser la
contribució n, cuando es libre para ser há bil, y también está libre de ser poseído por
lo que sabe hacer.
Las colecciones, galerías, museos han de ser medidos por medio de esa promesa
que se mantiene a sí misma. Medidos con ella los museos no tienen felicidad ni la
felicidad museos. El arte que conoce algo mejor, abandona, por lo tanto, la galería.
¿Dó nde encuentra algo mejor?
Cada ser humano, un ser humano. ¿Qué charlatanería de gran corazó n podría
pretender esto? Cada ser humano, un artista. ¿Desde cuá ndo se puede decir eso sin
la bufonería de los responsables de cultura? En la actualidad los seres humanos no
se reconocen de buena gana en sus má s altas definiciones. Hay épocas en las que
han de pensar de forma elevada sobre sí mismos porque en ellos recae algo grande,
y otras ocasiones en que se minusvaloran porque algo atroz les desafía. La belle
époque actual es una fase transitoria entre los pequeñ os y grandes gestos. La
energía está má s bien con lo involuntariamente grande que busca una disminució n
voluntaria, mientras que todo aquello que aspira a lo grande, resulta
involuntariamente pequeñ o.
El motivo de esa vacilació n, ese estar entremedias, ese no poder decidirse tiene un
rasgo radical. En el interior de los mismos poderes creadores de obra se ha abierto
una brecha que se hace cada vez má s profunda. El arte ya no ve en el virtuosismo
su condició n absoluta. El genio no contempla al ingeniero como su compañ ero
necesario en todas las empresas. Las fuerzas artísticas ya no reconocen en el
dominio técnico de los medios a sus aliados naturales. La capacidad de ser feliz se
ha distanciado de las potencias estéticas que se muestran. Por supuesto esta
ruptura viene de antes; refleja cambios complicados en las relaciones de alianza
entre las energías burguesas cambiantes del mundo. Las campañ as pro felicidad de
la modernidad también conocen sus desertores, sus heridos, sus vencedores
triunfadores, sus agentes dobles.
¿Qué hace el arte que conoce algo mejor? ¿A dó nde ha de ir para concentrarse en
aquello que merece ser revelado, que irradia sus objetos expositivos con una
felicidad no lucrativa? ¿Có mo pueden confesar las obras que tan só lo son epicentro
de algo mejor?
Las descripciones no dejan, sin embargo, duda alguna de que también en aquello
que allí está permanece envuelto, en sentido eminente ha de tratarse de obras. Las
inversiones de los artistas en los objetos son altas, sus gastos también son
cuantitativamente considerables. En los objetos está n sedimentados vida, ideas,
tensiones. ¿Dó nde está la pared blanca en la que pueda ser extendida la totalidad
de superficies plegadas? ¿No sería bueno que existiera una pared así? ¿O esas
obras han rehusado por su cuenta dicha pared? ¿Se han resignado ante su
imposibilidad de ser descubiertas? ¿Está n enfadas con la pared blanca? ¿No se
sienten aceptadas? ¿No quieren arrojarles má s perlas a los coleccionistas? ¿O son
material manejable para una nueva estratagema expositiva?
Las obras no dejan percibir nada sobre sus experiencias con paredes y galerías. Su
historia previa cuenta poco en el momento. Su estar por ahí tiene algo de repentino
y casual. Ahora permanecen plegadas en sí mismas ante nosotros, no alegan nada
en su defensa, no muestran enojo, no toman ninguna iniciativa contra sí mismas, se
preservan. Reclaman algo de espacio al margen, sin jactarse de su existencia. Está n
en el margen, humildes como estanterías en una bodega; puestas, no expuestas;
colocadas unas junto a otras, no presentadas en primer plano*. Lo que dicen
permanecería completamente mudo si la pieza de piel de liebre de Anselm Kiefer
en el cuadro del á tico no aportara un texto como metapintura, que podría ser leído
como reflexió n sobre la vieja sala de exposició n exposiciones y sobre la irrupció n
de otras fuerzas en la misma. La escapada de ella se muestra en las “esculturas”
dibujadas de gran superficie de Gilbert & Jones.
¿Pueden los artistas abandonar el arte sin exponer su salida como obra de arte? De
entrada, ¿por qué tendrían que abandonar el arte? Cuando la felicidad ya no está
en el arte sino a su lado, ante él, tras él, es entonces hora de abandonar las formas
de la obra, del valor, de la caja blanca.
¿Está n tristes esas obras de que no broten con má s fuerza? ¿Tienen nostalgia de las
grandes paredes vacías? ¿Se sienten no realizadas en su íntimo ser-para-el-
cheque? ¿Simulan ante las grandes exposiciones una capacidad para el exilio de la
que se arrepienten secretamente? ¿Se sienten refutadas por el tiempo como
ingenuidades de ayer? Probablemente estas preguntas sean demasiado invasoras.
Irrumpen en una tranquilidad y en una marginalidad que acaba de ser descubierta
por las obras. Poder dejarse reposar, eso es ciertamente algo nuevo para piezas de
muestra del poder creador de obras estético. No llamar a quienes pasan para que
permanezcan callados ante ellas, ése es un ejercicio inusual para las obras que
estaban habituadas a abogar por su propia causa ante el mundo. Estar en barbecho
y esperar es una aventura imprevista para objetos artísticos acostumbrados a la
valorizació n. Replegarse en sí mismas y no entrar en la historia de arte en la forma
má s elevada, es la treta para la que menos preparadas estaban las obras de arte
hambrientas de reconocimiento. ¿O es que ya está n má s preparadas para ello de lo
que se podía intuir en el momento de su factura?
El arte está en barbecho. La gente simplemente pasará al lado, una tenue brisa de
atenta desatenció n soplará entre las piezas. De todos modos, la misma gente
pasaría al lado, pero el ruego de las obras y la atracció n de los valores les llamaría
como una oportunidad que nos coloca ante la alternativa de aceptarlas o hacerles
caso omiso. ¿Llaman esas obras, atraen? Y si ya han abandonado la galería ¿a quién
han ido, a quién le salen al paso? ¿Está n pró ximas a nosotros cuando pasamos a su
lado? ¿Se vuelve diferente nuestro pasar a su lado cuando está n al margen?
¿Pasar al lado? ¿Có mo deja uno atrá s tanta casualidad? ¿Pasa uno por encima sin
que surjan los recuerdos de algo innombrado, venidero, maravilloso, para lo que
arte devino má s tarde un nombre hueco? La mirada ya chocó con la superficie de
los objetos, de ahora en adelante hay que considerarlos como vistos.
É ste no es tiempo para prometer mucho. Pronto saldremos también de esta sala.
Ninguna distancia habla ebria de una futura gran felicidad. Pero lo visto es lo visto.
¿Qué es visibilidad? Quizá s la cotidianeidad de la revelació n. ¿Qué es entonces
revelació n? Que algo te ilumine con su visibilidad. ¿Có mo sucede eso? Cuando
estoy al aire libre. ¿Al aire libre? Cuando estoy tan afuera que el mundo se muestra.