Yo Rogaré Al Padre

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 yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para

siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le


conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros.JUAN 14:16-17
Lamentablemente en el contexto latinoamericano la obra del Espíritu Santo ha sido
grandemente mal entendida. Muchos son los que han caído en abusos teológicos
sobre la persona y la obra del Espíritu Santo. Por un lado está el extremo liberal que
enfatiza sobremanera la obra del Espíritu a un punto que no es bíblico, como por
ejemplo, enseñando que el que no habla en lenguas no tiene al Espíritu, lo cual es
completamente ajeno a la Palabra de Dios. Por otro lado, está el extremo legalista,
que deja a un lado la obra del Espíritu y se vuelve indiferente a ella, muchas veces por
temor a no caer en el extremo liberal. De manera que es necesario que el creyente
entienda la obra del Espíritu Santo en su vida, para su santificación y capacidad de
cumplir la gran comisión.
La relación entre Jesús y el Espíritu Santo
El Espíritu Santo y el ministerio de nuestro Señor Jesucristo está directamente
relacionado. La obra del Espíritu Santo como la conocemos en el Nuevo Testamento
es un cumplimiento de la obra del Mesías al establecer el Nuevo Pacto. Pedro lo dice
en Hechos 2:32-33: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos
testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la
promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.” Jesús
prometió, antes de ser crucificado, que Él enviaría al Espíritu Santo como el
Consolador, para guiar y morar con y en Su pueblo (Juan 14:16-17). De manera que
por el evangelio, por el cumplimiento del ministerio del Mesías (la redención en la cruz,
la resurrección y la glorificación) la obra del Espíritu Santo es una realidad hoy.
El Espíritu Santo tiene la labor de glorificar al Mesías, guiar a las personas a creer en
Jesucristo, y exaltarlo a Él como la única esperanza de salvación.
El Espíritu Santo y la aplicación de la salvación
El Espíritu Santo tiene una importante labor en la aplicación de la salvación. Por un
lado el Padre planeó la salvación, luego el Hijo ejecutó la salvación en la cruz, para
que finalmente el Espíritu la aplique a la vida del creyente (Efesios 1:3-14). Esta
aplicación se hace evidente en el nuevo nacimiento o regeneración. El Señor Jesús
enseña que el nuevo nacimiento es la obra del Espíritu, es nacer del Espíritu (Juan
3:8) y el apóstol Pablo en 1Corintios 12:3 enseña que es por el Espíritu que una
persona llama a Jesús Señor. Así que la obra del Espíritu es fundamental en la
salvación. Es el Espíritu Santo quien abre los ojos espirituales de un pecador para que
vea la gloria de Cristo y pueda creer. Ese fue el tema de unas lecciones atrás.
El Espíritu Santo en la santificación
La obra del Espíritu Santo no solo se limita al nuevo nacimiento, también tiene una
importante participación en la santificación. El apóstol Pablo lo dice claramente en 2
Tesalonicenses 2:13: “Pero nosotros siempre tenemos que dar gracias a Dios por
vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os ha escogido desde el
principio para salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.”
La santificación viene por el Espíritu y la fe en la verdad. La Palabra de Dios es
fundamental para la santificación, pero lo es porque es el Espíritu de Dios el que
ilumina al creyente para comprender y recibir la verdad de Dios a través de Su
palabra, para ser transformado por ella. Sin la obra del Espíritu Santo, no habría
santificación. De manera que necesitamos depender del Espíritu, por la obra de Cristo
en la cruz, para que la Palabra de Dios impacte nuestra vida y nos transforme.
La santificación viene por el Espíritu y la fe en la verdad.
De hecho esa es la forma en la que Jesús luchó contra el pecado y venció la tentación,
por la dependencia del Espíritu y la Palabra de Dios. Lucas 4:1 dice: “Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el desierto”, luego
Jesús fue tentado y resistió trayendo a su mente la Palabra de Dios. Cuando la
tentación terminó, el evangelista Lucas dice: “Jesús regresó a Galilea en el poder del
Espíritu…” (Lucas 4:14). Jesús venció el pecado como ser humano, con los recursos
que están a nuestra disposición para vencer el pecado, siendo así nuestro sustituto en
la justicia, y demostrando que a través del Espíritu es posible vencer el pecado.
El Espítiu Santo en la misión de la iglesia
Además de la salvación la obra del Espíritu encierra todo lo que tiene que ver con la
misión de la iglesia. Cuando Jesús ascendió dejó una misión a la iglesia (Sus
discípulos). Los seguidores de Cristo deben “ir y hacer discípulos a todas la naciones,
bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que
guarden todo lo que Jesús mandó”. Eso es lo que se conoce como la gran comisión.
Sin embargo ellos no podían comenzar esa obra sin que el Espíritu Santo viniera
(Hechos 1:4-8). El Espíritu Santo era necesario para que la iglesia comenzara su
labor, así que los apóstoles tuvieron que esperar diez días más, después de la
ascensión de Jesús, para comenzar la labor. Diez días después, en la fiesta de
Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y comenzaron la gran
comisión (Hechos 2).
El Espíritu Santo capacita a la iglesia en varias formas para cumplir la misión dada por
el Señor, aquí hay solo algunas de ellas.
El Espíritu Santo capacita para predicar la Palabra de Dios – Hechos 1:8
Una labor del Espíritu Santo es capacitar a la iglesia para proclamar el evangelio y la
Palabra de Dios. La predicación es el medio que Dios determinó para la salvación de
los pecadores (1Corintios 1:21). De manera que el Espíritu Santo capacita a los
predicadores para proclamar la Escritura con poder para que tenga efecto. Eso es lo
que sucedió en la iglesia de Tesalónica – “nuestro evangelio no vino a vosotros
solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena
convicción” (1Tesalonicenses 1:4). A eso también se refería el apóstol Pablo al decir:
“Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino
con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:4-5)
El Espíritu Santo dota de dones a la iglesia – 1 Corintios 12:4-7
Una de las obras más conocidas del Espíritu Santo es el otorgar dones a la iglesia
para la edificación del cuerpo de Cristo. El texto más claro respecto a este tema es
1Corintios 12-14. En este pasaje Pablo enseña que el Espíritu Santo reparte los dones
como Él quiere, no depende de los hombres sino de Él, aunque los creyentes deben
anhelar los mejores dones. Los mejores dones son los que más edifican a la iglesia,
porque el propósito de los dones no es la exaltación individual del creyente, es la
edificación y la bendición del cuerpo de Cristo. De manera que todo creyente es útil en
el cuerpo de Cristo gracias a que el Espíritu de Dios ha dotado a cada hijo de Dios
para servir a la iglesia del Señor.
El Espíritu Santo da unidad a la iglesia – Efesios 4:3
Una de las formas más importantes en las que la iglesia del Señor daría testimonio de
Cristo es a través de la unidad del cuerpo de Cristo, la iglesia. Las divisiones son un
terrible obstáculo para la evangelización y la edificación de la iglesia, por lo tanto la
unidad es fundamental. El que guarda y sostiene esa unidad es el Espíritu de Dios
(Efesios 4:3). Por supuesto eso no significa que la iglesia no deba comprometerse a
evitar las divisiones, los celos y las disensiones, pero si no fuera por el poder del
Espíritu de Dios sosteniendo la unidad de la iglesia, sería imposible que después de
miles de años, la iglesia del Señor continúe existiendo.
El Espíritu Santo intercede por los creyentes al orar (Romanos 8:26)La oración es un
medio de gracia que Dios ha dado a la iglesia para alcanzar la gracia oportuna
(Hebreos 4:16), necesaria día a día para el creyente, tanto para su propia santificación
como para servir a otros. Sin embargo el creyente es débil, y necesita la ayuda del
Espíritu de Dios para orar de acuerdo a la voluntad de Dios (Romanos 8:26). La
oración de la iglesia sería completamente inefectiva si no fuera por la obra poderosa
de intercesión del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo llena al creyente – Efesios 5:18
La llenura del Espíritu Santo no es una experiencia constante, es algo que el creyente
debe buscar diariamente. El apóstol Pablo lo presenta como un mandato “Sed llenos
del Espíritu”. Es un mandato que debemos obedecer. La experiencia de esa llenura es
sencillamente ser controlados y guiados por el Espíritu. El versículo completo es muy
claro para entender a qué se refiere. “No os embriaguéis con vino en lo cual a
disolución, sino sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). La llenura del Espíritu es lo
contrario a estar embriagado. Así como el licor puede controlar a un borracho, de igual
forma el Espíritu controla al creyente. Una persona llena del Espíritu piensa, desea,
habla y vive conforme a los los pensamientos, deseos, palabras y vida del Espíritu. Es
una persona impulsada y guiada por el Espíritu de Dios.
El Espíritu Santo produce Su fruto en el creyente – Gálatas 5:22
Finalmente está el fruto del Espíritu. El fruto del Espíritu es el carácter que goza una
persona que anda en el Espíritu. Por causa del Evangelio y la libertad en Cristo, los
creyentes pueden andar en el Espíritu, lo cual hará que no sacien los deseos de la
carne (Gálatas 5:16). La razón por la que una persona que anda en el Espíritu no
sacia los deseos de la carne es porque el Espíritu produce en él un tipo de carácter
contrario a los deseos de la carne; un carácter con elementos muy particulares: Amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Este
carácter es fundamental para que el creyente pueda vivir en comunión con sus
hermanos “y cumplir así la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2)
Así el ministerio del Espíritu Santo es tremendamente amplio. El creyente debe
aprender a depender de Él bíblicamente, para su santificación y su utilidad en el
cuerpo de Cristo, cuidándose de cualquier extremo que no haga justicia a la Palabra
de Dios.

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