El Recuerdo de Los Muertos

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El Recuerdo de los Muertos

Por Daniela Ortega De la Madrid

El hombre por ser el único ente que tiene conciencia de su inexorable finitud, por saberse
perecedero, por presenciar la muerte de otros, es también un ser que recuerda, y que recuerda a los
que mueren. Pero ¿porqué recordar a los muertos? será acaso porque se le puede considerar al
olvido como la forma más extrema de la muerte, mientras que al recordar como una manera que
tienen los vivos de recuperar momentáneamente la identidad del ausente, de volver a hacer presente
a aquellos.
Por su parte, en las antiguas culturas nahuas, la vida y la muerte se consideraban una
dualidad complementaria, de un modo tal que la muerte es vista como una fase más en un ciclo
infinito, que junto a la vida forman una unidad. Además, la muerte para ellos significaba la
disgregación o dispersión de los componentes elementales del ser humano en la tierra, o en otras
palabras es una disolución del ser con el medio que le rodea. Y por otra parte, su concepción de la
muerte también implicaba un cambio de plano en el que de algún modo se continúan contribuyendo
con la vida, aunque de manera distinta, en aras del orden cósmico, y ya en ese sentido de tránsito
hacia otro lugar, hay pues una trascendencia de las entidades anímicas 1 a su lugar definitivo en
alguno de los mundos en que se hallaban los muertos. 2
Mientras que en la vida cotidiana la noción de la muerte era una fuerte influencia que se
dejaba ver en sus varios aspectos desde el arte hasta su calendario, pero siempre concientes de que
en algún modo la vida dependía de la muerte y viceversa, de acuerdo al principio dual fundamento
de todo.
Sobre ello, personajes como Durán, Torquemada y Sahagún entre otros nos dan testimonio
de la importancia que tenía el honorar a los muertos entre los nahuas, de tal modo que durante el
noveno y el décimo mes, se celebraba a la muerte en las fiestas de Miccailhuitontli (Fiesta de los
Muertecitos) y el Huey Miccailhuitontli (la Fiesta de los Muertos grandes), el primero en honor a

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específicamente por parte del teyolía –corazón- o espíritu.
Ya que el tonalli –cabeza- permanecía como sombra vagando por el mundo y el ihíyotl –hígado- como aire de noche, se
unía al tonalli o se desvanecía por completo.
2
A saber, los cuatro principales Mictlan, Tonatiuh, Tlaocan y el Chchihuacuauhco
2
los niños y el segundo a los adultos fallecidos. Meses en los cuales, los vivos y los muertos se
confundían gracias a tales celebraciones.
Torquemada al respecto dice:

“(...) la conmemoración pequeña de los difuntos la hacían en los templos, cantándoles


cantares tristes y funestos, (…) les llevaban muchas ofrendas de maíz y chile, calabaza y fríjol y
muchas otras legumbres en memoria de sus difuntos. Y en la fiesta de los muertos grandes se
honraban la memoria de los difuntos con grandes clamores y llantos (…) y en este mes daban
nombre de divinos a sus reyes difuntos y a todas aquellas personas señaladas que habían muerto
hazañosamente en las guerras y en poder de sus enemigos, y les hacían sus ídolos y los colocaban
con sus dioses, diciendo que habían ido al lugar de sus deleites y pasatiempos en compañía de
otros dioses.” 3

Así pues, en dichas celebraciones la gente se vestía de luto y se ofrendaban diversas


legumbres e inciensos, pero ya refiriéndonos particularmente a cada una de ellas, encontramos que
durante en el noveno el mes, llamado Tlaxochimaco (ofrenda de flores), se llevaba a cabo la fiesta
de los Muertecitos, la cual se iniciaba cuando se cortaba en el bosque un árbol grande a cuyo tronco
adornaban con flores, éste lo mantenían en un templo a la vista pública y se servían de él como de
una especie de altar al que le colocaban ofrendas y al tiempo que realizaban penitencias.
Mientras que en el décimo mes del calendario, llamado Xocotl Huetzi (fruto que cae), se
celebraba la fiesta de los muertos grandes, que básicamente era una continuación de la anterior, en
ésta se levantaban al tronco y después se realizaban procesiones que concluían en torno él, también
se realizaban sacrificios y grandes comidas, y la gente colocaba una suerte de altares
conmemorativos para los muertos, finalizando la fiesta cuando se derribaba aquel tronco al concluir
la veintena.4
Más, cabe recordar que en el mundo prehispánico, todo está revestido por una suerte de
espiritualidad, y por lo mismo no es de extrañarse que los árboles connoten significados
importantes, comenzando por la concepción de cuatro árboles sagrados como sustentadores e

3
Fray Juan de Torquemada. Monarquía indiana. v. III. México, UNAM, 1976. p. 425 -426.
4
Cfr. Sahagún, Primeros memoriales, pp 38- 40.
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intermediarios del cielo y de la tierra, que emergen desde centro del mundo uniendo todas las fases
de la vida. Pero en el caso particular de aquel árbol que se corto y se adorno, a modo de axis mundi
–o eje del mundo- nos refiere a las relaciones entre el mundo terrestre con el celeste, permitiendo
una especie de contacto de los vivos con los muertos.
Tal como acertadamente nos lo dice Michael Graulich:

“El árbol vinculaba al cielo con la tierra, permitiendo a los seres celestes descender y a los
hombres ir a mirar al dios a la cara…”5

Por su parte las ofrendas y los altares erigidos, al igual que las penitencias y las procesiones
realizadas, lo mismo que otros elementos de los rituales como los ayunos, la música, los cantos y las
danzas, entre otros, están igualmente cargados de simbolismos sagrados, que bien entrañan una
complejidad que lamentablemente no será tratada aquí, pero que mejor nos baste con mencionar
someramente algunos de ellos.
De lo cual, en lo que respecta a las ofrendas están median una comunión representativa entre
los hombres y lo supra-terrestre, las penitencias por su parte, pretenden purificar al igual que
disponen un estado de merecimiento previo al ritual, en tanto que las procesiones muestran la
necesidad de un avance sin las ataduras terrestres. Más, los altares concentran lo sagrado en un lugar
e instante, sitúan a la muerte y a la conmemoración por los fallecidos. En ellos se presenta a los
muertos las ofrendas dadas y se les da un lugar para recordarlos, tratando de aproximarse a ellos
pese a su ausencia.
Ya que el mundo de los muertos y el mundo de los vivos confluyen constantemente
afectándose el uno al otro. En todo ello está establecido un vínculo indisoluble entre los vivos con
los muertos, se forma un lazo de unos para con los otros, en el que subyace el deseo por aferrarse a
la memoria de los fallecidos. Ya que lo único que le queda a los vivos, es el recordar a los ausentes,
pues vivir es recordar porque el recordar es re-crear fugazmente la vida de los otros, se re- crea su
historia, se re-crea su identidad.
Y al hacerlo con aquellas fiestas se mantiene presente al espíritu del muerto, éste así como
un vívido recuerdo, continua conviviendo con los vivos y pese a estar ausente es siempre un

5
Graulich Michel , Mitos Y Rituales Del México Antiguo, pp. 414.
4
participante que cuenta con una gran influencia sobre la vida de los aún presentes, ya sea
dañándoles si incumplen los ritos señalados o favoreciéndoles si cumplen con los mismos. Los
vivos entretanto se mantienen al pendiente de aquellos, cuidan su memoria y velan por la identidad
que se halla vertida en los recuerdos, que a su vez también conservan la posibilidad de perpetuidad,
en tanto haya descendientes o quienes los conmemoren y haga ofrendas por ellos.
Y si es así, entonces serán recordados por su propio nombre, lo cual quiere decir que se ha
reconocido su existencia real y pasada. De suerte que en el lenguaje náhuatl una forma de
denominar a la memoria es noyollomaci, que significa reconocer algo. De modo que el re-
conocimiento también nos lleva al recuerdo, porque conduce a saber lo que se ha sido y hecho, o en
torno a los difuntos, lo que se fue e hizo. Mostrando al recuerdo como a una especie de salvaguarda
de la vida ya acontecida, que además forma parte de la misma historicidad y conjuntamente de la
temporalidad del hombre. Ahora bien, nos habla al respecto Higinio Pedreño:

“Los vivos saben al menos que han de morir, pero los muertos no saben nada, porque su
memoria yace en el olvido.”

Esto es debido a que la muerte provoca un tipo de ruptura de la mutua pertenencia entre el
cuerpo y los recuerdos, tal ruptura la podríamos caracterizar bajo la denominación de olvido, pues
con la muerte no sólo se pierde lo corporal sino que también se pierde el nombre y la historia, se
pierde completamente la identidad y lo que lo constituye a uno.
Y visto de este modo, el olvido es a la muerte lo que la memoria es a la vida, de un modo tal
que la muerte es una condición de posibilidad para la vida misma, al igual que la vida lo es para la
muerte, más sucede lo mismo respecto a la memoria y al olvido, el uno posibilita al otro.
Así pues, como la memoria en algún modo le da forma a la vida, el olvido al destruir o
ausentar los recuerdos permite la posibilidad de la vuelta de la memoria para un comienzo nuevo,
ambos aspecto propios del hombre – que también permiten ver una dualidad complementaria-
devienen en gran parte de su conciencia de ser.
Ya para finalizar haré una suerte de repaso de los puntos aquí tratados con la pretensión de
dejar ver explícita la relación entre recuerdo- los muertos y las celebraciones nahuas:
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 Las celebraciones de Miccailhuitontli y Huey Miccailhuitontli en parte revelan la
conciencia que tenían los antiguos con respecto a la muerte e implícitamente también
con la vida, conciencia desglosada en los recuerdos que se guardan, a más que en
aquellas fiestas se buscaba honrar y reverenciar la memoria de los muertos ya que
representan una ausencia interminable, a pesar de que su presencia está de algún modo
latente siempre para los vivos.
 Todos los elementos y rituales que componen las fiestas anteriores entrañan una
complejidad hierofántica que involucra distintas índoles del mundo y de la vida, que van
desde su aspecto mágico-religioso al político-social. Pero que en el trasfondo tratar de
rescatar del olvido a los muertos, volviendo a hacerlos presentes a través de su recuerdo.
 La memoria es resguardo de la identidad, de lo que se es, y por ello el recordar a
alguien es reconocer su existencia, pese a que ésta ya haya terminado. De lo contrario se
deja que los muertos caigan al olvido, abandonando lo que se debía tener presente. De
tal modo que ¿porqué recordar a los muertos?...pues para mantenerlos entre los vivos.
Bibliografía
Fray Juan De Torquemada, Monarquía Indiana. V. III. México: UNAM, 1976. p. 425
Graulich Michael, Mitos Y Rituales Del México Antiguo, Editorial: Istmo, 1990 pp. 414.
López Austin Alfredo, Cuerpo Humano e Ideología, las concepciones de los antiguos
nahuas, México: UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Vol. I, 2008.
León-Portilla Miguel, La Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes, prólogo de Ángel
María Garibay K., México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, serie cultural náhuatl,
2006.
Marín Pedreño Higinio, Muerte, Memoria Y Olvido, en <<THÉMATA>> Revista De
Filosofía. Núm. 37, 2006.
Matos Moctezuma, Eduardo, Muerte a Filo de Obsidiana, Los nahuas frente a la muerte, 4ª
reimpresión, México: Fondo de Cultura Económica, 2008.
________, Vida y muerte en el Templo Mayor, 3a edición, México: Asociación de Amigos
del Templo Mayor: Fondo de Cultura Económica, 1998.
Sahagún, Primeros memoriales, México: UNAM, 1969. pp. 38- 40.

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