La Triada Oscura y El Mecanismo de Deteccion de Tramposos

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UNIVERSIDAD DE CHILE

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES


ESCUELA DE POSTGRADO

LA TRIADA OSCURA Y EL MECANISMO DE DETECCIÓN DE TRAMPOSOS:


UNA APROXIMACIÓN DE LA PSICOLOGÍA EVOLUCIONISTA A LA
ARQUITECTURA COMPUTACIONAL DEL ENGAÑO

Tesis para optar al grado de Magister en Estudios Cognitivos

CAROLINA TRINIDAD HERNÁNDEZ VILLAR

Profesor Guía:
Guido Vallejos Oportot

Santiago de Chile, año 2014


  ii  
Agradecimientos:

El presente trabajo formó parte del Proyecto Fondecyt 11200095 “Bases


para una filosofía cognitiva de la lógica” y no podría haber sido realizado sin la
motivación y guía del profesor Guido Vallejos, quien supo sembrar en esta
investigadora la ansiedad de conocer, apelando a referencias específicas y con un
rigor poco frecuente en el desarrollo de propuestas y explicaciones. Debo
reconocer en él su paciencia, su visión, la capacidad de concretar ideas muy
difusas, y sobre todo la empatía demostrada hacia mis planteamientos, que a
veces parecían venir de mundos extraños.

Otro referente importante en la realización del presente trabajo fue el


profesor Alejandro Ramírez. Su amabilidad y disposición a escuchar fueron clave
en la realización de este trabajo. Mención aparte merece María Inés Borjes,
siempre gentil, oportuna y dedicada.

Mis compañeros de trabajo y amigos aportaron ideas, apoyo moral, e


incluso presión. Muchos han sido indispensables, aunque no pueda enumerarlos
acá. Destaco el aporte de mis compañeros de magister, quienes me hicieron
recuperar la fe en el compartir como forma de hacer crecer el conocimiento. Tienen
mención especial Juan y Denisse, con quienes estuve más vinculada en esta etapa
final.

Pepe y Adelma, aunque pasen los años, siguen proporcionando ayuda


emocional y práctica. Son el puntal de lo que soy y un reflejo del camino a seguir.
Los diálogos desafiantes con Fernando construyeron propuestas e ideas que
enriquecieron esta tesis; su humor y paciencia ilimitada dieron el tiempo y el
espacio para realizarla, y su compañía transformó el trabajo en un placer más.

  iii  
TABLA DE CONTENIDO:

INTRODUCCIÓN ................................................................................................................. 1

CAPITULO I ......................................................................................................................... 8
1.1.- CONTEXTUALIZACIÓN DEL PROBLEMA DEL ENGAÑO Y AUTOENGAÑO ..................... 8
1.1.1 Psicopatía: .............................................................................................. 11
1.1.2 Narcisismo: ............................................................................................. 18
1.1.3 Maquiavelismo: ....................................................................................... 23
1.2 RELACIÓN ENTRE MAQUIAVELISMO, PSICOPATÍA Y NARCISISMO: ........................... 28
1.3 TRÍADA OSCURA: EL CONCEPTO ....................................................................... 30

CAPITULO II ...................................................................................................................... 38
2.1 PSICOLOGÍA EVOLUCIONISTA: ANTECEDENTES BÁSICOS ..................................... 39
2.2 PSICOLOGÍA EVOLUCIONISTA E HIPÓTESIS DE CONTENIDO GENERAL VS.
ESPECÍFICO. ......................................................................................................... 42
2.3 INTERCAMBIO SOCIAL Y ALTRUISMO RECÍPROCO ................................................ 47
2.4 ALTRUISMO RECÍPROCO: EVIDENCIA EMPÍRICA ................................................... 52

CAPITULO III ..................................................................................................................... 58


3.1 RECIPROCIDAD E INTERCAMBIO SOCIAL ............................................................. 58
3.2 HACIA LA BÚSQUEDA DEL MODELO DE ARQUITECTURA COMPUTACIONAL DE LOS
MECANISMOS DE ENGAÑO. ...................................................................................... 60

3.3 ALTRUISMO RECÍPROCO, ENGAÑO Y AUTOENGAÑO ............................................. 63


3.4 AUTOENGAÑO Y MECANISMO DE DETECCIÓN DE TRAMPOSOS .............................. 68
3.5 AUTOENGAÑO Y CARACTERÍSTICAS DEL ENGAÑADOR .......................................... 73

SINTESIS Y CONCLUSIONES ......................................................................................... 79

BIBLIOGRAFIA ................................................................................................................. 87

  iv  
INTRODUCCIÓN

El fraude, la mentira, la trampa y el engaño suelen ser tema de


conversación, preocupación y curiosidad, tanto en el mundo académico como en el
quehacer cotidiano. Han sido situaciones generalmente abordadas desde las
creencias y la moral, la confianza y la reciprocidad en la cual deben sustentarse (o
no) las relaciones humanas. Las respuestas obtenidas y esperadas han sido
múltiples, pero generalmente centradas en quien rompe ese contrato de
reciprocidad. Se le atribuye a este tipo de individuos una actuación que pareciera
no susceptible de ser entendida bajo las mismas reglas de comprensión con las
que se opera en un contexto de interacción de beneficio mutuo.

Generalmente, a estas personas que se comportan de manera tramposa,


aprovechándose de los otros, se les caracteriza, entonces, a partir de la
magnificación de los atributos más salientes ante los ojos de un perceptor. Se les
asigna rasgos de personalidad que lo sitúan en la concepción de antisocial o
alienado, y, cuando esto no es posible, se los define de modo que resultan
personas altamente distintivas, casi caricaturizadas: explotadores interpersonales,
mitómanos, o representantes públicos inescrupulosos, entre otros.
Lamentablemente, la realidad parece ser más compleja que eso, las características
mucho más matizadas y las formas de interacción en ocasiones son tan sutiles que
resulta dificil su decodificación.

Debido a que el estilo de estos individuos suele ser percibido como


explotador interpersonal, tanto parasitario como depredador, y se suele depositar
en ellos la responsabilidad de los actos de engaño, se les atribuye a ellos la
violación de las reglas del juego, ante las cuales se considera que el engañado no
tendría otra posibilidad de reacción. Sin embargo, al analizar los mecanismos de
engaño en interacciones humanas cotidianas, a pequeña y gran escala, se observa
que el fenomeno del engaño requiere de la existencia de individuos que cooperan
con el explotador, asignando características de bondad, desinterés, integridad y
veracidad a conductas y testimonios verbales de éste, cuya finalidad es
estrictamente manipuladora.

Barbara Oakley (2007) analiza una serie de casos de interacciones


tramposas, de relevancia pública y de sus experiencia personal directa, y propone
un modelo explicativo a partir de un mecanismo de base neurofisiológica, al que
denomina “control emotivo”, característico de las personas cooperadoras que
favorecen y apoyan a los individuos con este perfil. Es este control emotivo, y su
patrón de activación neurofisiológica subyacente el que, de acuerdo a la autora,
determina que el intérprete del engaño, en este caso el cooperador, asigne
características al tramposo que lo hagan confiable ante sus ojos. Este mecanismo
pareciera una buena explicación para el engaño, pero no especifica de modo claro
una propuesta acerca de la arquitectura cognitiva subyacente, ni especifica si esta
útima se da a nivel de módulos específicos o de un control generalizado de
propósito general.

Debido a que muchos engaños y trampas se dan en interacciones cotidianas


y entre personas aparentemente comunes y corrientes, se propone un modelo
explicativo para explicar las características del tramposo. Como ciertos rasgos
frecuentemente ocurren de modo conjunto y constituyen un perfil característico de
comportamiento, surge como propuesta explicativa la denominada Tríada Oscura,
compuesta, de acuerdo a lo planteado por Paulhus y Williams (2002), por
maquiavelismo, y un patrón subclínico o “normal” de psicopatía y narcisismo. Esta
tríada deriva en un comportamiento característico que se relaciona con la
presencia, en grados variables, de comportamiento tendiente a la autopromoción,
frialdad emocional, duplicidad, y agresividad.

  2  
Si las características relativas al comportamiento de este individuo en esas
interacciones fuesen claramente decodificables por las personas con las que
interactúa (para estos efectos denominados cooperadores), el engaño y la trampa
como resultado se hacen menos probables y, efectivamente, las personas
manipuladoras no logran su objetivo. Sin embargo, en las interacciones cotidianas
se presenta un patrón de comportamiento tramposo/cooperador, en el cual este
último opera favoreciendo el comportamiento engañador del otro, tal y como
planteaba Oakley. Es así como el portador de la tríada oscura multiplica y potencia
su impacto entre quienes interpretan su conducta, manipulando exitosamente el
entorno a su favor.

La psicología evolucionista ha propuesto explicaciones que permiten dar


cuenta de distintas situaciones de interacción social, desde una perspectiva
centrada en la adaptación, y pretendiendo la búsqueda de mecanismos que
contemplan la interacción entre actores. Uno de los mecanismos específicos
identificados por Cosmides y Tooby (1992) que intenta dar una explicación es el de
Detección de Tramposos. Este habría sido una adaptación seleccionada en la
etapa evolutiva humana de los cazadores recolectores.

Estos autores consideran que dicho mecanismo, si está bien sintonizado con
la compleja red de mecanismos de la arquitectura que interviene, juega un rol
crucial en las interacciones sociales cooperativas exitosas. Dicho mecanismo es
caracterizado como un módulo de dominio específico que permite realizar tareas
inferenciales que requieren condicionales. Una falla en la inferencia podría explicar
la no detección del tramposo, por ende, una falla en la reciprocidad.

Dentro del mismo modelo propuesto por la psicología evolucionista, y


basado también en la propuesta de mecanismos inferenciales, se propone una
explicación relacionada con el Altruismo Recíproco. Este reafirma la importancia de

  3  
la detección de tramposos en función de la reciprocidad, ya que las conductas
ejercidas por un individuo que favorecen a otro u otros no estarían enmarcadas en
el aporte individual a la supervivencia del grupo, sino en un contrato implícito de
correspondencia futura. En este contexto, es importante la detección del engaño,
ya que esta involucra una falla en la reciprocidad implícita futura.

De lo anterior se deduce que existen situaciones en las cuales, ante una


tarea donde debiese aparecer una relación mutuamente beneficiosa, se produce
una de trampa y engaño. Esto ocurre porque el manipulador exhibe conductas
características relativas a un interés específico del cooperador, en un contexto
particular; éste último, a su vez, las interpreta como acorde a la regla social de
mutuo beneficio, y le asigna las características positivas anteriormente
mencionadas. En este contexto, los mecanismos fisiológicos descritos por Oakley
no son suficientes para evidenciar lo que allí ocurre, puesto que la apelación a una
estructura mental debiese llevarnos a una situación generalizable a todos los
miembros de la especie, mientras que la situación descrita parece tener
especificidad de contexto e intereses.

Esta tesis pretende precisar de manera más exhaustiva los procesos


cognitivos involucrados en las formas de comportamiento anteriormente descritas.
En otras palabras, se trata de especificar, tomando como punto de partida la
arquitectura propuesta por los psicólogos evolucionistas, los mecanismos
adaptativos, inferenciales, determinados por emociones, que llevarían a creer en
otras personas para instaurar relaciones de cooperación que promuevan la
supervivencia, y establecer cuál de estos mecanismos determinan una falla en la
detección. De este modo, puede incluirse en un marco explicativo más amplio y
exhaustivo, que vaya más allá de los procesos fisiológicos involucrados, y trate de
profundizar en la arquitectura cognitiva subyacente, y los mecanismos derivados
de ella.

  4  
La hipótesis de esta tesis fue formulada como sigue: Es posible dar cuenta,
en forma coherente y detallada, de procesos cognitivos que determinan las
interacciones en las que están involucrados individuos que ostentan las
características adscritas a la tríada oscura, en el marco de la arquitectura
propuesta por la psicología evolucionista. Esta arquitectura permite enfatizar
adecuadamente el rol que desempeñan las emociones y las motivaciones en el
funcionamiento (o malfuncionamiento) de una red de mecanismos de propósito
específico y, en particular, del mecanismo inferencial de detección de tramposos
que subyace a las interacciones cooperativas, sean estas exitosas o frustradas.
Esta explicación incluye procesos que ocurren en el tramposo, pero también en el
cooperador.

Para examinar la propuesta desde el punto de vista de la psicología


evolucionista, el trabajo se organiza del siguiente modo: en el primer capítulo se
examinan de manera independiente los tres componentes de la tríada oscura, los
cuales, al ser originados y desarrollados en modelos y aproximaciones distintas a
la ciencia estándar, deben ser abordados brevemente en esos puntos de vista, que
abarcan desde la psicopatología y el ámbito jurídico, hasta el marco socio-histórico
en el que cada uno de esos componentes se ha desenvuelto.

El propósito de esta revisión es entender cómo cada uno de estos


componentes puede explicar las formas de interacción que conducen al engaño,
sin que necesariamente sean entendidas como una interacción anormal, ni desde
el punto de vista estadístico ni desde la clasificación de un modelo de
salud-patología. Posteriormente, se profundiza y explica la noción de Tríada
Oscura, su composición y alcances.

El segundo capítulo presenta las propuestas enmarcadas en el contexto de


la Psicología Evolucionista, particularmente las enmarcadas en las nociones de

  5  
intercambio social propuestas por Cosmides y Tooby. En una primera sección se
aborda el tema de la mente como un conjunto organizado de dispositivos mentales,
cada uno de ellos evolucionado como una adaptación a un desafío específico,
seleccionado con el fin de resolver problemas adaptativos enfrentados por el ser
humano en su entorno natural. Tales dispositivos se articulan en una arquitectura
cognitiva compuesta de mecanismos capaces de procesar la información y
orientados a metas adaptativas. Se busca establecer si el mecanismo para la
detección de tramposos cumple con el criterio de ser un dispositivo psicológico
determinado por la evolución.

Una vez esbozada la arquitectura cognitiva evolucionista, se intentará


establecer si los mecanismos que componen la arquitectura son de contenido
específico o de propósito general. Como resultado de este análisis, se abogará por
la primera de ellas, apelando a la idea de una Estrategia Evolutivamente Estable
(ESS, por sus siglas en inglés), la cual puede persistir en una población, debido a
que produce los resultados de ajuste mayor o igual a estrategias alternativas. En
este contexto puede afirmarse que los seres humanos presentan especializaciones
de adaptación para el intercambio social. Allí surge el cuestionamiento acerca de
cuál es la naturaleza de los mecanismos computacionales relativos al
razonamiento humano de los cuales depende ese intercambio particular, y para
ello se revisan las tareas utilizadas para dilucidar esa incógnita, como la Tarea de
Selección de Wason y sus bases.

Para finalizar este capítulo, se explora como una base para conocer este
mecanismo la idea de altruismo recíproco de Robert Trivers, desarrollada como
una estrategia de resolución de problemas. En sus textos sobre este tema, este
autor pretende demostrar que el modelo para la selección natural de la conducta
recíproca puede explicar la función del comportamiento altruista humano, y los
detalles del sistema psicológico que subyace a este tipo de comportamiento.
Trivers recalca que la detección de tramposos es un elemento clave en la evolución

  6  
del altruismo recíproco y, para poder entender este proceso, es necesario hacer
una diferenciación entre la trampa evidente y la sutil, ya que en esta última el
tramposo se beneficia más de lo que hubiera obtenido del ejercicio de conductas
equitativas en términos de consecuencias y resultados.

El tercer capítulo explora de modo más sistemático la noción de Altruismo


Recíproco relacionándola con la propuesta de Trivers relativa al engaño y
autoengaño. Aquí el autor plantea que tanto información verdadera como falsa
puede ser almacenada de forma simultánea en la conciencia inmediata, pero la
clave que define el autoengaño es que la información verdadera es preferiblemente
excluida de la conciencia. El autoengaño entonces permite el ocultamiento de la
mentira, por lo tanto, al ocultarse la mentira a uno mismo, la hace invisible ante los
ojos de los otros, produciendo que la verdad sea excluida de la conciencia,
relegada al inconsciente.

El trabajo concluye especificando procesos relativos a la arquitectura


cognitiva que pueden estar relacionados directamente con los mecanismos de
detección de tramposos, particularmente cuando se dan en interacciones
cooperativas particulares.

 
 

  7  
CAPITULO I

1.1.- Contextualización del problema del engaño y autoengaño

En el contexto de la psicología evolucionista, el intercambio social recíproco


ha sido la base de la comprensión del modo en que se ha construido la interacción
humana. Si bien es motivo de controversia y revisión en diferentes disciplinas el
cómo y el porqué de esos patrones de interacción, lo que se observa en las
distintas sociedades es un modo de actuar caracterizado por el establecimiento de
alternativas de conducta promovidas y permitidas en contextos particulares, y por
la reciprocidad como base de estas conductas en interacción. Aquí aparecen,
como cabe esperarse, las conductas de transacción e intercambio entre personas.

El valor que se le asigna a estas conductas en la sociedad se relaciona con


aquellas situaciones en las cuales las interacciones entre seres humanos se dan
de modo cotidiano. Las personas parecen estar naturalmente dotadas para realizar
operaciones de intercambio verbal, de modo explícito y directo. Tales operaciones
están, además, comprometidas con la supervivencia, del mismo modo en que lo
están funciones vitales como la respiración y la búsqueda de alimentos. Aquí
nuevamente opera una lógica relativa a la adaptabilidad; las personas que no están
capacitadas para interactuar de manera eficiente, quedan excluidas de este
intercambio.

A pesar de que entre seres humanos modernos la razón, el intercambio


social, el progreso y el beneficio mutuo son importantes determinantes del
comportamiento, ha sido un problema tanto para la psicología como para el
conocimiento cotidiano la identificación de las claves de actuación de un grupo

  8  
especial de individuos. Los individuos de este grupo, a pesar de no estar excluidos
o alienados, parecieran no susceptibles de ser entendidos bajo las reglas de
comprensión con las que opera la persona promedio. Sus interacciones exhiben
una falla en la reciprocidad de la conducta, ya sea en personas que violan de modo
sistemático y violento los derechos de los demás, privilegian su propio bienestar
hasta ignorar al otro, o convierten a su contraparte en un objeto de manipulación.

El arte y la cultura popular han etiquetado a este grupo de personas con


nombres relativos a mitos y autores (como narcisismo o maquiavelismo), o a lo que
se han añadido denominaciones directamente relacionadas con las clasificaciones
psiquiátricas (psicopatía). Las descripciones que de ellos se hacen son altamente
estereotipadas: por un lado atractivos estafadores de ambos sexos; por otro,
personas que desprecian a los demás en la misma proporción que se sobrevaloran
a sí mismos. Además, el prototípico villano antagonista, generalmente de sexo
masculino, es un personaje que suele verse involucrado en conductas de acoso y
agresión sexual, asesinatos en serie, o violaciones graves de normas. Paul Babiak
(en Babiak and Hare, 2006) destaca lo anterior, afirmando que la realidad, por
desgracia, proporciona cierto apoyo a este punto de vista, pero el panorama es un
poco más complejo. Muchas veces las conductas inadecuadas no son tan
manifiestas ni de alto impacto social, sino más bien se desarrollan en un círculo
estrecho y pequeño, como la familia, pareja o entorno laboral, en el cual producen
un alto nivel de daño y displacer. Además, en ocasiones las conductas pueden
presentar características que las definen como poco confiables o abusivas, pero
sin que necesariamente quebranten la ley.

Cuando se analiza en qué medida aportan a este panorama descriptivo las


clasificaciones en salud mental, se observa que hasta el siglo XIX sólo se
esbozaban clasificaciones más bien sencillas y gruesas, derivadas tanto del
sentido común como de una visión religiosa de la realidad: el loco, el malvado, la
mujer con fiebre uterina, el poseído. Al hablar de estos perfiles de comportamiento

  9  
1
como enfermedad o trastorno se derivan consecuencias nosográficas
importantes, como situar su estudio en el marco de la medicina y considerar una
aproximación investigativa que permita sostener un ejercicio terapéutico acorde
con esta idea (Vallejo Ruiloba 2006).

Desde principios del siglo XIX, cuando las enfermedades mentales salen de
la simple categoría de alienación, la psicopatía y el narcisismo pasaron a ser temas
de estudio en el ámbito de la psicología clínica, y no sólo categorías literarias o
artísticas. Los comportamientos asociados a estas definiciones ya no son vistos
bajo el prisma de la maldad e inadecuación, sino que pasan a considerarse dentro
de las propuestas de enfermedad. El maquiavelismo sólo fue una categoría
valórica de origen literario, pero fue entrado el siglo XX cuando se empieza a
perfilar como un análisis de la conducta humana en el contexto científico, con el
estudio sistemático realizado por Christie y Geis (1970).

En las siguientes subsecciones se examina el concepto de Tríada Oscura,


propuesto por Paulhus y Williams (2002) para sintetizar los distintos modelos de
comportamiento descritos. Para una mejor comprensión de esta definición, se
realiza una conceptualización de sus 3 componentes: maquiavelismo, psicopatía y
narcisismo, la relación entre ellos, y cómo la tríada oscura permite agrupar estos 3
conceptos en un patrón de conducta estable, que no necesariamente se encuentra
en un marco clínico-patológico. Esto último permite delimitar cómo las
interacciones entre personas comunes y corrientes no siempre están
caracterizadas por la reciprocidad, ya que ocurren en un marco diferente de
intereses y necesidades.

                                                                                                                       
1
Nosografía: clasificación de las enfermedades mentales

  10  
1.1.1 Psicopatía:

La psicopatía como fenómeno ha sido uno de los más estudiados en la


historia desde el siglo XIX, y su condición de enfermedad, conducta delictual, o
simplemente alienación moral ha sido motivo de larga controversia en este siglo.
Las investigaciones abarcan desde la vertiente asociada a la criminalidad y
delincuencia, hasta las características propias de los llamados “delincuentes de
cuello y corbata”, más frecuentemente encontrados en medios de influencia y
poder, y cuyo comportamiento es visto como parte de su rol, e incluso valorado
socialmente.

En su texto fundacional, Traité Médico-Philosophique sur L’alienation


mentale, publicado originalmente en 1801, Pinel hace referencia a personas que no
evidenciaban ninguna lesión de la capacidad de comprensión, pero que estaban
bajo el dominio de “una furia abstracta e instintiva, como si únicamente las
facultades del afecto hubiesen sufrido daño”.

“(…) alienés qui n'offrent a aucune époque aucune lésion de l'entendement, et qui
etoient domines par una sorte d'instinct de fureur, comme si las facultés affectives
avoient ete seulement lésées” (Pinel 2011, pp.150)

Hasta esa primera definición se creía que toda locura tenía que serlo de la
facultad razonadora o del intelecto. Por lo tanto, desde este enfoque inicial, Pinel
es el primero en hablar de “locura sin delirio” (manie sans délire), es decir, sin
confusión de la razón (Pinel, 2011; Millon, Simonsen y Birket-Smith, 1998, en
Garrido & López Latorre, 2012). A la definición anterior, Esquirol, discípulo de Pinel,
agrega “…donde las pasiones y afectos morales estén pervertidos, desordenados
o destruidos…” (Pritchart 1835). Esta definición incluye tanto sintomatología
psicopática como narcisista, ya que en ambos casos no se reporta algún tipo de

  11  
deterioro intelectual, y se especifica un daño en el manejo y la expresión de las
emociones involucradas en la interacción con otros.

En 1835 Pritchard se refiere a la "locura moral” como una perversión


mórbida de afectos, inclinaciones, temperamento y hábitos, disposiciones morales2
e impulsos naturales, sin que aparezcan trastornos en la inteligencia, o en las
facultades de conocer o razonar, y sin la presencia de ilusiones anómalas o
alucinaciones (Garrido y López Latorre 2012). Igualmente, los sujetos que la
padecen presentan una gran capacidad de mostrar ingenuidad para dar razones
con respecto a la excentricidad de su conducta, y de justificar el estado emocional
en el cual parecen estar constantemente. Algunos individuos son presuntuosos,
deseosos de llevar a cabo todo e incapaces de ser aplicados en alguna actividad;
otros son extravagantes y extremadamente inconsistentes en sus opiniones y
sentimientos; muchos de ellos son susceptibles, irritables, coléricos, y
apasionados; algunos se rigen por el orgullo y la soberbia sin límites, y unos pocos
están sujetos a ansiedades vagas o pánico (Pritchart 1835). Esto implica
características posibles de asignar a lo que hoy en día se denomina psicopatía,
pero también al comportamiento que se atribuye al perfil narcisista.

Cuando se analiza, además de la conducta, la forma de interpretar y


reaccionar ante los estímulos del medio, se observa que ésta coincide con la
calificación que Pritchart hace acerca de la Locura Moral, ya que este autor
asegura que se manifiesta principal o exclusivamente en el ámbito de los
sentimientos, temperamento o hábitos, y que en estos casos la moral (dentro de su
propia concepción) está extrañamente pervertida o depravada, y el autogobierno
se encuentra perdido o muy deteriorado. El individuo, aunque se encuentra
capacitado de hablar o razonar acerca de cualquier cosa que se le proponga,

                                                                                                                       
2
Es de señalar que para Pritchard, al igual que para sus antecesores franceses, el término "moral"
significaba emocional y psicológico, y no significaba lo opuesto de “inmoral". Es decir, se encuadra
en el punto de vista nosográfico, distanciándose de la mirada valórica.

  12  
presenta dificultades para conducirse con decencia y propiedad en asuntos de la
vida cotidiana.

La actualidad de la caracterización de Pritchart descansa en que, como


hiciera Pinel, reconoce que en el psicópata no hay perturbación mental, para pasar
luego a situar la patología en el terreno de los sentimientos o hábitos (Pritchart
1835). La conclusión es el desprecio y la indiferencia hacia las normas y modos de
vida de la sociedad en la que le toca vivir (Garrido y López Latorre 2012),
característica ésta más similar al maquiavelismo, es decir, a la caracterización de
quien considera a las demás personas como objetos, como medios para conseguir
objetivos relevantes sólo para sí mismos. Este hecho tiene particular relevancia
para efectos del desarrollo en el tema con posterioridad.

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la psicopatía es vista más
bien en función de sus consecuencias para la sociedad, específicamente en la
esfera jurídica y forense. De acuerdo a Garrido y López Latorre (2012), en el siglo
XX Kurt Schneider en su obra Las personalidades psicopáticas, señaló que los
psicópatas no sólo se hallaban en las prisiones e institutos psiquiátricos, sino en
toda la sociedad, ya que muchas veces eran personas que tenían éxito en los
negocios y en la vida social mundana, ostentando incluso posiciones de poder en
la política. A pesar de lo anterior, Schneider sigue poniendo el énfasis de la
psicopatía en lo delictual y criminal, y en la frialdad con la que aborda el llamado
psicópata su acción fuera de los marcos de la ley y contraria a los valores.

En contraposición, Mirá y López (en Herrera Luque, 1972) hace una


consideración acerca de la necesidad de referirse a la psicopatía en términos de la
personalidad mal estructurada, disarmonía psíquica, con baja capacidad de
adaptación. Herrera Luque reafirma lo anterior, agregando que el sufrimiento del
propio individuo y las personas que lo rodean (familia, amigos cercanos,

  13  
compañeros de trabajo) definen de mejor manera este tipo de personalidad. Este
autor pone énfasis en lo que denomina “singularidad temperamental”, vale decir,
una disposición biológica de la personalidad en virtud de la cual este individuo
puede ser considerado extraño, extravagante o díficil y, no obstante lo anterior,
comunicar su emocionalidad al receptor de tal manera que este último la amplifica,
es decir, el receptor (en este caso, el psiquiatra que realiza la entrevista) se
contagia con la emocionalidad del relato.

“Hay individuos que, a pesar de toda la galanura y cordialidad que conceden a su


trato, despiertan en los desconocidos una sensación de rechazo y hasta de
invencible antipatía, como hay otros que, sin hacer mayor esfuerzo, provocan el
efecto contrario, comunicándonos, como si fuésemos un diapasón, su alegría, su
tristeza, su angustia o su ira” (Herrera Luque, 1972, p.38).

Este último punto, es decir, la existencia de rasgos psicopáticos en personas


capaces de una resonancia afectiva normal o elevada, proporciona una clave
importante para la comprensión del concepto de tríada oscura, ya que permite
entender al psicópata como alguien incapacitado para el amor y la empatía pero,
en algunos casos, capaz de transmitir sus emociones.

Kernberg (1984) se distancia aún más de la idea del psicópata o antisocial


asociado a la conducta delictual agresiva, al postular la idea de personalidad
antisocial de estilo pasivo o parasitario. En este perfil no se manifiesta la
impulsividad y la violencia de modo directo, sino que más bien por medio de la
explotación de los otros: la violencia en este caso viene dada más bien por la
desconsideración, y la falta de reciprocidad, y la concepción de los otros como
medios para la autosatisfacción.

Más que una caracterización tipológica, Kernberg plantea esta organización


como un continuo, estando el explotador-parasitario en el extremo menos lesivo,

  14  
en términos de agresión hacia el otro, y el antisocial como el más pernicioso, ya
que considera que puede pasar a llevar los derechos de los demás, someterlos y
dominarlos por la fuerza. Dentro de ese continuo de pasividad-agresividad se
pueden dar conductas de explotación, mentira, robo, pelea, desafío de la autoridad
y el derecho. Los individuos que satisfacen el perfil son intimidadores y
beligerantes y presentan una interacción pobre consigo mismos, puesto que
necesitan mantenerse activamente dominando a los demás para no ser ellos los
sometidos (Capponi 1987). Más que destruir o agredir a los demás, sólo obtienen
provecho de ellos, asignándose, además, el derecho de hacerlo, utilizando fuerza y
autoridad, o manipulación dependiente.

En la búsqueda de explicaciones más relacionadas con la personalidad en


interacción de estos individuos con otros que pueden actuar como cooperadores,
aparece una obra cardinal en esta materia: "La máscara de la cordura". Escrita por
Hervey Cleckley en 1941, definió mejor los rasgos esenciales del psicópata no
criminal. Este autor señala, al igual que sus predecesores, que en estos individuos
los procesos de pensamiento lógico se pueden observar en perfecto
funcionamiento, y el observador encuentra a través de sus modos de expresión a
una persona que, aparentemente, experimenta la vida como él mismo. Al examinar
de mejor manera el fenómeno, afirma que el observador o intérprete de la conducta
psicopática, luego de prolongar su interacción en el tiempo, nota que algo sugiere
un reflejo de una máquina sutilmente construida que puede imitar perfectamente la
personalidad humana. Este aparato psíquico funcionando sin problemas reproduce
constantemente buen razonamiento, pero también simula apropiadamente
emociones humanas normales en respuesta a casi todos los variados estímulos de
la vida. Tan perfecta es esta reproducción que nadie que la examina en un entorno
clínico puede señalar en términos científicos u objetivos por qué, ni cómo, no es
real. Sin embargo, con el tiempo la contraparte llega a saber o sentir que la
realidad, en el sentido de la plena, sana vivencia de la vida, no está en esa persona

  15  
(Cleckley 1988). El retrato que hace este autor de quien ostenta esta característica
es impactante:

(…) The psychopath, however perfectly he mimics man theoretically, that is to say,
when he speaks for himself in words, fails altogether when he is put into the practice
of actual living. His failure is so complete and so dramatic that it is difficult to see
how such a failure could be achieved by anyone less defective than a downright
madman or by a person totally or almost totally unable to grasp emotionally the
major components of meaning or feeling implicit in the thoughts that he expresses
or the experiences he appears to go through. In the actions of his living, then, he
confirms our subjective impression, or it might be said that our surmise coincides
with the objective and demonstrable facts (Cleckley, 1988, pp 370).3

Cleckley y su obra marcan la pauta para el que se considera en la


actualidad, el modelo más aceptado tanto por el mundo científico e investigación,
como por el estado del arte en la psicología jurídica y organizacional: el análisis de
la psicopatía planteado por Hare (2003, en Babiak y Hare 2006). Dicho estudio, sin
regirse por teorías ni modelos explicativos acerca de la mente humana, utiliza
como referencia la sistematización de la experiencia, la revisión de expedientes
penitenciarios y su relación con las observaciones y entrevistas realizadas,
logrando perfilar una serie de características del individuo psicópata.

La forma en la cual Cleckley caracteriza el perfil del psicópata pone énfasis


no tanto en los antecedentes criminales como tal, sino que lo asemejan a
individuos con los que se puede interactuar en situaciones cotidianas. En efecto,
                                                                                                                       
3 “El psicópata, mientras imita perfectamente la teoría acerca de que es un hombre, es decir,
cuando habla de sí mismo en palabras, falla por completo cuando se lo pone en la práctica de la
vida real. Su fracaso es tan completo y tan dramático que es difícil ver cómo un fallo de este tipo se
podría lograr por cualquier persona menos defectuosa, una persona francamente demente o
alguien total o casi totalmente incapaz de captar emocionalmente los principales componentes de
significado o sentimiento implícito en los pensamientos que se expresa, o las experiencias por las
que parece pasar. En las acciones de su vida, entonces, se confirma nuestra impresión subjetiva, o
se podría decir que nuestra suposición coincide con los hechos objetivos y demostrables”
(traducción de la autora).

  16  
los psicópatas utilizan encanto superficial, manipulación, engaño, intimidación y
violencia para controlar a otros y satisfacer sus propias necesidades egoístas.
Carecen de conciencia y sentimientos hacia los demás, mostrando sangre fría.
Toman lo que quieren y hacen lo que les apetece, violando las normas y
expectativas sociales sin remordimiento, culpa o vergüenza. Asimismo, se
contextualiza en el hecho de que la mayoría de los psicópatas no son delincuentes,
sino más bien sujetos que gracias a su encanto y habilidad para manipular,
engañan y arruinan la vida de quienes se asocian personal y profesionalmente con
ellos. No obstante, el psicópata tiene la capacidad de usar la violencia cuando el
encanto, la manipulación, las amenazas y la intimidación no son efectivos para
lograr sus propósitos.

Robert Hare (1996), el más reconocido investigador actual en el ámbito de la


psicología criminal, recoge las observaciones de Cleckley y añade, además, la
consideración de los llamados “psicópatas de cuello blanco”, es decir, aquellos que
por su condición social, o su estatus dentro del mundo laboral, se encuentran en
una posición distinta del que tradicionalmente está asociado al mundo de la
criminalidad. En su texto, asegura que algunos son trabajadores informales y poco
fiables, empresarios depredadores sin escrúpulos, políticos corruptos o
profesionales sin ética que usan su prestigio y su poder para victimizar a sus
clientes. A pesar de que son igual de egocéntricos, insensibles y manipuladores
que el psicópata criminal medio, su inteligencia, historia familiar, habilidades y
circunstancias sociales les permiten construir una fachada de normalidad y
conseguir lo que quieren con relativa impunidad.

Este autor, utilizando la metodología que se ha mencionado, y a partir de su


repertorio experiencial, crea su Escala de Valoración de la Psicopatía (PCL) que,
desde su versión de 1991 (PCL-R). se constituyó en el referente del mundo
científico en el diagnóstico del trastorno (Garrido y López Latorre 2012). Sus

  17  
criterios incluyen características como falta de remordimientos, carencia de
empatía, y conducta manipuladora y engañosa (Hare 1996).

En suma, la persona caracterizada por Hare corresponde a un individuo


que, incluso saliendo del marco delictual en el que fue caracterizado inicialmente,
establece un tipo de relaciones con otros en las cuales la manipulación y el engaño
son el eje principal, por lo tanto, carece de reciprocidad en las relaciones
interpersonales. En ellos la conducta tramposa no es sólo una alternativa ante
situaciones específicas; es la base sobre la que erige su interacción. Lo que resulta
llamativo de acuerdo a lo propuesto en este trabajo, es cómo una persona con
estas características no es excluida y detectada, sino que muchas veces es
valorada y exitosa en interacciones particulares. Se presentan explicaciones para
ello más adelante.

1.1.2 Narcisismo:
 

Este ha sido un término al que desde su origen se le ha asignado una


caracterización clínica. Tempranamente es introducido por Freud en su obra
Introducción al Narcisismo (Freud 1914) para reflejar, desde la teoría
psicoanalítica, una explicación relativa a una forma de estructuración de la
personalidad, resultante de una etapa específica del desarrollo, cuya característica
principal es presentarse como una forma patológica de amor propio.

El narcisista presenta conflictos en el área de las interacciones o sea, en la


dimensión dependencia/independencia, (…) pero no logra integrar la capacidad de
ser dependiente. Se plantea no necesitando los demás y bastándose a sí mismo.
Supone al mismo tiempo que quienes los rodean estaría a su disposición, dadas las
habilidades y encantos que posee, y desde luego no tendrá que esforzarse para
lograr su complacencia ni servilismo. O sea, su independencia la vive pasivamente
(Capponi 1987, pp 261).

  18  
Inclinados a exagerar sus capacidades y poderes, transforman fácilmente
los fracasos en éxitos. En interacción con los demás están preocupados de ser
adulados y admirados, especialmente por aquellos a quienes idealizan. Los demás
están a su servicio y muchas veces los explotan con naturalidad sin considerar su
necesidad de derechos. El narcisista estima que no debe nunca nada, no depende
de nadie, se autoabastece. Sus relaciones afectivas son aparentemente cercanas
mientras se sienten adulados, pero se retiran rápida y fríamente en cuanto se
sienten cuestionados. Es decir, combinan independencia con pasividad (Capponi
1987).

Autores relacionados al enfoque psicoanalítico son los que dedican la


atención inicial a este tipo de trastorno: Kernberg (1984) y Kohut (1971). Estos
autores reenfatizan el rol que le cabe al desarrollo de la personalidad,
argumentando a favor de las llamadas ''heridas narcisistas'', esto es, afrentas o
carencias sufridas en la niñez. Estas pueden conducir a un estancamiento en el
desarrollo esperado para la edad, y un incremento de las expresiones de rabia
motivadas por la sensación de vergüenza y afrenta ante otros.

Otto Kernberg (1984) afirma que, en términos generales, quienes presentan


personalidades narcisistas tienen muy poca conciencia de enfermedad emocional,
a excepción de un sentimiento crónico de vacío o aburrimiento. A esta
característica se le agregan algunos rasgos más egosintónicos 4 como una
necesidad desordenada de éxito y admiración de otros, e incapacidad notable para
la comprensión intuitiva, empatía, y de carga emocional de los demás.

Aun los narcisistas más inteligentes, cuando utilizan estas características


para manejarse dentro de la productividad deseada para mantenerse en
funcionamiento, dan evidencias de superficialidad y volubilidad. Estas
                                                                                                                       
4 Se refiere a comportamientos valores y sentimientos que están en armonía o son aceptables para
las necesidades y objetivos del ego o yo, y son coherentes con los ideales de su autoimagen.

  19  
características se hacen más autodestructivas cuando ese narcisismo llega a
niveles malignos, ya que la aparente debilidad se enmascara detrás de logros
competitivos, y su aparente sensación de logro se refuerza con el sentimiento de
triunfo sobre su propio temor y sufrimiento al producírselo a los demás.

Una forma alternativa de narcisismo podría implicar la personalidad “como


sí”, en donde los individuos que presentan esta caracterización cambian de
personalidad acto a acto, hasta que les cuesta identificarse a sí mismos como un
yo integrado, interactuando con el otro y consigo mismo mediante una suma de
imitaciones (Kernberg 1984). Estas características pueden ser observadas en
interacciones cotidianas, sin que se presten a una clasificación clínica que requiera
tratamiento u hospitalización.

Kohut (1971) plantea que en la infancia se procura como meta primaria la


satisfacción de las necesidades propias, y el individuo se toma a sí mismo como
objeto de afecto; el mundo exterior no existe, excepto como forma de complacer
sus deseos. De no adquirir una conciencia de sí mismo, al margen de sus
necesidades en el individuo adulto, el narcisismo se relaciona con un trastorno
profundo de la autoestima del individuo, con una sensación de vacío, falta de
iniciativa y una relación desajustada con otros, en el sentido que ciertas formas de
concebir la realidad no se ajustan a las esperadas en un adulto. Esto, por tanto,
dificultaría la relación con el otro, al no poder visualizarlo como distinto a sí mismo.

En años recientes, las definiciones que consideran al narcisismo como


dimensión del carácter, desde una mirada más enfocada en la operacionalización y
menos matizada de teoría psicoanalítica clásica, involucraron básicamente los
modelos de Millon (en Jonason y Krause, 2013), basándose en categorías de
conducta manifiesta, elaboradas por observación simple sistematizada. Esto
implica que se sustituye la acepción original por una más descriptiva, que facilita su

  20  
detección en situaciones cotidianas.

La definición de Millon asigna al narcisismo características generales como


superioridad, dominancia, sentir que es merecedor de derechos, y asumirse como
especial y único (Jonason y Krause 2013). En este enfoque el narcisismo ha sido
estudiado como un trastorno de la personalidad, tipificado en el eje II de la
clasificación multiaxial de la versión del manual DSM IV-TR, referencia oficial para
la realización de diagnósticos psiquiátricos. En esta clasificación se espera que un
trastorno de la personalidad sea:

“un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de comportamiento


que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, tiene su
inicio en la adolescencia o principio de la edad adulta, es estable a lo largo del
tiempo y comporta malestar o perjuicios para el sujeto (American Psychiatric
Association 2003, pp. 524).

En este sentido, la Asociación Psiquiátrica Norteamericana (APA) aclara que


poseer rasgos narcisistas o de otro tipo no se constituye en un cuadro nosológico;
sólo constituyen trastornos de la personalidad cuando son inflexibles y
desadaptativos y cuando causan un deterioro funcional significativo o malestar
subjetivo (American Psychiatric Association 2003).5

El panorama aparece ligeramente distinto en las correcciones propuestas


durante la elaboración del recientemente editado manual DSM 5, en el cual las
críticas al DSM IV TR han hecho hincapié en el problema de la superposición de
diagnóstico, la falta de una clara frontera entre la normalidad y la anormalidad, el
hecho de no tener en cuenta los resultados de la investigación de la personalidad

                                                                                                                       
5 los rasgos de personalidad son patrones persistentes de formas de percibir, relacionarse y pensar
sobre el entorno y sobre uno mismo que se ponen de manifiesto en una amplia gama de contextos
sociales y personales.

  21  
normal, y la falta de estabilidad diagnóstica en el tiempo (Zimmerman et al. 2012),
todos problemas relevantes para la definición presente en este trabajo, ya que la
concepción de narcisismo relevante para el mismo considera que, efectivamente,
la frontera entre la normalidad y la patología es más difusa y compleja de
establecer.

Otro problema, para efectos de “despatologizar” la concepción de


narcisismo, es la terminología psicoanalítica difícilmente operacionalizable y a
veces contradictoria con la que están definidos estos trastornos, tanto en la
definición propiamente tal, como en los elementos observables que prestan apoyo
empírico al concepto. Aun así, resulta útil como una forma de encapsular la
grandiosidad de comportamiento y derecho percibida de un individuo (Jakobwitz y
Egan 2006), ya sea en su caracterización clínica como en la definición de un perfil
de comportamiento y percepción de la realidad.

Lo anterior se ve reforzado puesto que los clínicos utilizan claramente estos


criterios y una tipología narcisista en el diagnóstico y la conceptualización de los
pacientes, más allá de su consideración o no como trastorno; es decir, la
caracterización narcisista se da independientemente de que se cumpla la cantidad
de criterios necesarios para establecer un diagnóstico. (Blais y Malone 2013)
Raskin y Terry afirman, en relación con lo anterior, que existe un grupo importante
de especialistas del área, para quienes ha sido conceptualizado como una variable
de personalidad ''normal'', caracterizada por el dominio, el exhibicionismo y la
explotación, así como los sentimientos de superioridad y derecho6 (entitlement)
(Raskin y Terry, 1988). Esta variable de personalidad normal puede, por tanto,
entrar en un proceso de interacción con el otro, en el cual no rigen las reglas de
reciprocidad.
                                                                                                                       
6 Para los efectos de las descripciones correspondientes al narcisismo, se utilizará la traducción
“sensación de derecho” para referirse al fenómeno descrito en inglés como “entitlement”, debido a
que la traducción literal “entitulamiento” no expresa el sentido de lo que se pretende expresar; algo
así como “merecedor de”

  22  
El narcisismo se constituye, entonces, en una variante de conducta no sólo
aceptada, sino que, en ocasiones, promovida en ciertos contextos de interacción.
Pareciera ser algo que permite describir a otra persona, un rasgo más, como hablar
de timidez o escrupulosidad. No obstante lo anterior, esta característica presenta
un rol fundamental en los contextos de trampa y engaño, precisamente por lo difícil
que resulta interactuar con alguien excesivamente centrado en sí mismo.
Nuevamente, como se especificó al hablar de la psicopatía, la interacción con
portadores de este rasgo produciría, en principio, una detección rápida y sin fallas.
En el siguiente subcapítulo se expondrá un constructo que, asociado a este, dará
luces sobre el problema expuesto.

1.1.3 Maquiavelismo:
 

El constructo “Personalidad Maquiavélica” es un síndrome de personalidad


compuesto de varias dimensiones, muchas de las cuales coinciden con el
comportamiento que, hacia 1515, Maquiavelo afirmaba que se debía exhibir para
tener éxito en gobernar y ejercer poder sobre otros. Sin embargo, lo que se asocia
comúnmente a la idea de maquiavelismo tiene una connotación moral, más que
clínica o jurídica.

Usualmente, la palabra maquiavélico se utiliza como sinónimo de ausencia


de ética, de indiferencia moral, o de creencia en la premisa de que el fin justifica los
medios. Esta visión es común tanto en académicos como en legos, e incluso el
maquiavelismo es considerado por el diccionario de la Real Academia Española
como un modo de proceder con astucia, doblez o perfidia.

Maquiavelo ha llegado a ser caracterizado como el primer hombre moderno,


y sus planteamientos son ampliamente conocidos, no sólo en el ámbito de la
cultura política sino también en la cultura popular del siglo XX y XXI. El Príncipe, su

  23  
obra más conocida, no es la primera que pone de relieve el carácter político del
análisis de la personalidad de los líderes, pero es la que más ha persistido en el
tiempo. Isaiah Berlin (en Sazo Muñoz 2013) señala al respecto, que las
propuestas fueron incluso más allá del alcance previsto por el autor, a tal punto
que, por primera vez, se utiliza un nombre propio para la descripción de una
corriente político social.

Este autor no sólo describe el comportamiento asociado al liderazgo político,


sino que, al analizar las características de las que debe disponer el líder, muestra él
mismo lo que Ovejero denomina “personalidad maquiavélica”, pues presenta los
indicadores de un síndrome de personalidad racionalista, emocionalmente
controlada y muy sagaz para triunfar en las relaciones interpersonales (Ovejero
1987).

El maquiavelismo en el contexto del siglo XX es referido como parte de los


temas relativos a la personalidad autoritaria. La razón principal, de acuerdo a
Santoyo Velasco y Vásquez Pineda (2004) estriba en el hecho de que la auténtica
modernidad muestra sus efectos en la sociedad general en la segunda mitad del
siglo XX. En efecto, aunque existen serias discrepancias entre los sociólogos, en
general el concepto de modernización hace referencia al de progreso, y esto
incluye características como la racionalidad y el control.

De acuerdo a Pinillos, (citado por Ovejero 1987) la mentalidad moderna


suele descansar en estos dos pilares: racionalización y secularización, viéndose
ambos favorecidos tanto por la industrialización como por la urbanización. Así, se
ha dicho que la urbe fomenta la anomia, la frialdad e indiferencia en las relaciones
interpersonales, justamente los rasgos típicos de la Personalidad Maquiavélica.
Repetidamente se ha encontrado (De Miguel 1966, Christie y Geis 1970, en
Ovejero 1997) que son más maquiavélicas las personas provenientes de un medio

  24  
urbano que las provenientes de un ambiente rural; asimismo, los jóvenes son más
maquiavélicos que los menos jóvenes, los menos religiosos más que los religiosos.
En suma, el maquiavelismo sería un producto de la modernidad, y parece existir
una fuerte relación entre el grado de modernización y las actitudes básicas que
existen en la conducta social y en las relaciones humanas.

Aplicando a los conceptos y descripciones anteriores una mirada desde la


comprensión de estructura y rasgos de personalidad, puede decirse que las
características ya fueron esbozadas por Maquiavelo en el siglo XVI, pero en la
actualidad el maquiavelismo toma su forma más acabada, ya que se ve facilitado y
hasta exigido por las modernas estructuras sociales en el campo económico,
profesional, etc. Se caracteriza sobre todo por un pragmatismo interpersonal, así
podemos definir al sujeto maquiavélico como “el que valora a los otros impersonal y
amoralmente en términos de la utilidad que pueda extraer de ellos para sus propios
fines” (Christie y Geis, 1970). Esto es de gran relevancia para el presente trabajo,
ya que permite ubicar al maquiavelismo como un patrón interpersonal de conducta.

Richard Christie y Florence Geis, en los años 60, retoman los textos
originales de Maquiavelo y estudian su perfil actual desde una perspectiva tanto
teórica como empírica, referida al contexto laboral y económico (Ovejero 1987),
considerando la personalidad maquiavélica más desde los procesos mentales que
involucra, y la interacción entre estos procesos. Estos autores, a partir del estudio
de la personalidad autoritaria, comenzaron a explorar el maquiavelismo para
detectar a aquellas personas dotadas para el éxito en la política, en el comercio y
en la industria. Así, pues, aunque el maquiavelismo es un modo de interacción
interpersonal descrito en el siglo XVI, se ve facilitado y hasta exigido por las
modernas estructuras sociales, que promueven valorar a los otros
impersonalmente.

  25  
Los esfuerzos iniciales de Christie y Geis, afines a los modelos propuestos
en los años 70 en psicología, estuvieron orientados fundamentalmente a la
creación de instrumentos de evaluación y de detección de características
maquiavélicas en aquellos que detentan poder. A partir de textos seleccionados de
El Príncipe, tratan de responder a la siguiente pregunta: ¿qué características debe
tener alguien que es efectivo en controlar a otros? Para resolverla, proponen un
modelo para explicar un fenómeno propio de la psicología política de la epoca: la
manipulación. A partir de esto, identifican cuatro características provenientes de la
literatura revisada que definen a una persona manipuladora: una pérdida relativa
de afecto en las relaciones interpersonales, pérdida de la moral convencional, una
distorsión relativa de la realidad (sin llegar a psicopatología) y bajo compromiso
ideológico (Santoyo Velasco y Vásquez Pineda 2004).

Este conjunto de características fue el que recolectaron estos autores para


el establecimiento de un perfil relativo a las características propuestas (Ovejero
1987). El siguiente paso consistió en construir una escala que midiese esas
características. Para ello, tomaron 70 sentencias de El Príncipe y de los Discursos
de Tito Livio y, tras adaptarlas, fueron puliéndolas hasta llegar a la redacción final
(Escala Mach IV, tipo Likert). Las áreas medidas en esta escala son las siguientes:

- Oportunismo y pragmatismo: incluso las circunstancias históricas en


que Maquiavelo escribió El Príncipe, muestran claramente esta
característica. En efecto, Maquiavelo es encarcelado y luego desterrado tras
la caída de la República y la restauración de la Monarquía. Sin embargo, sin
escrúpulos ni fanatismo republicano alguno, comienza a estudiar las
posibilidades que la nueva escena monárquica le presenta e intenta
aprovecharlas con sumo pragmatismo (Ovejero 1987). Esto implica
centrarse en las oportunidades que la situación proporciona.

  26  
- Desconfianza en el género humano: tal vez se trate de una de las
características más definitorias de este síndrome. ¿Por qué admite
Maquiavelo que el Príncipe puede escalar el poder por la fuerza y luego
mantenerlo de la forma que sea, incluso con los medios más duros si fuera
preciso? Por su desconfianza en el género humano; no se fía de la gente y
menos aún de las masas (Ovejero 1987).

- El fin justifica los medios: no importa los medios que se utilicen con tal
que lleven al éxito, pues el éxito es para Maquiavelo el único criterio de
valoración moral. Lo dice también textualmente: “Procure, pues, un príncipe
conservar y mantener el Estado: los medios que empleen serán siempre
considerados hermosos y alabados por todos” (Ovejero 1987).

Las características anteriores dan a entender que la personalidad


maquiavélica es especialmente apta para tareas de liderazgo (Ovejero, 1987). En
este contexto, las situaciones poco estructuradas favorecen más la emergencia de
líderes. En términos de Christie y Geis, en tales situaciones los maquiavélicos se
sienten empujados a imponer una estructura y a sacar provecho de la situación, es
decir, que otra persona haga una actividad que no habría realizado sin la
intervención del manipulador y que, evidentemente, esta actividad beneficie a este
último (Christie y Geis, 1970).

En suma, el maquiavelismo y la sumatoria de sus rasgos no es más que el


reflejo de una sociedad compleja y poco estructurada que demanda ciertas
características de personalidad como pragmatismo, frialdad emocional y
despreocupación por los intereses del otro como individuo, entre otras. Este reflejo
es mejor canalizado en personas que interpretan mejor el espíritu de los tiempos, y
sacan provecho de éste para sí. Como se señaló anteriormente, las tareas de
liderazgo facilitan este propósito (Ovejero, 1987). Sin embargo, tal relación

  27  
depende de la situación; en general las que más favorecen el despliegue de las
aptitudes maquiavélicas son las situaciones poco estructuradas. En éstas los
maquiavélicos se sienten empujados a imponer una estructura y a sacar provecho
de la situación, provocando que otra persona realice una acción en su beneficio
(Christie y Geis, 1970).

Desde un enfoque político-social, el maquiavelismo se muestra como una


característica no sólo normal y adecuada, sino deseable en ocasiones. En
interacciones sociales conviven, sin aparente contradicción, una visión de las
interacciones entre personas basada en la cooperación, la reciprocidad y el
beneficio mutuo, y otra que se relaciona con el ejercicio del liderazgo, que implica
obtener provecho personal en la interacción con otros, aplicando no un sistema
común de reglas implícitas, sino un ejercicio discrecional de las mismas. Es allí
donde la persona con maquiavelismo sería, efectivamente, el ejecutor de la trampa
no detectada. En el apartado siguiente se podrá apreciar como esta característica,
en interacción con las anteriores, configura la tríada oscura, con lo que esto
implica.

1.2 Relación entre maquiavelismo, psicopatía y narcisismo:


 

Como se puede observar en los apartados anteriores, la psicopatía y el


narcisismo, cuando se los considera a nivel de rasgos y características de
personalidad, y sin los criterios de inflexibilidad que presentan al ser cuadros
clínicos, muestran un perfil de comportamiento útil para el análisis de las
interacciones sociales.

  28  
Los llamados psicópatas cicloides, es decir, aquellos que presentan
alternancia entre distintos estados de ánimo, tienen el don de despertar en
cualquier observador resonancia proporcional, es decir, contagiar con sus estados
anímicos a quien interactúa con él. Su afectividad es cálida y fogosa. Su flexibilidad
ante las situaciones nuevas será también exagerada, hasta el punto de lucir como
oportunistas, carentes de principios o simplemente inmorales. Su proclividad al
realismo los impulsa al cinismo (Herrera Luque 1972), es decir, son capaces de
obviar aquello que dificulte la consecución de sus fines, por ejemplo, la empatía
ante otros.

Otto Kernberg es uno de los primeros en señalar el estrecho vínculo entre


psicopatía (definida dentro de los trastornos antisociales) y narcisismo. Afirma que,
con independencia del grado de conducta delictiva, o incluso aunque no la haya,
desde el punto de vista clínico la primera indicación de la existencia posible de un
trastorno antisocial de la personalidad es la presencia de un trastorno de
personalidad narcisista, y, por otra parte, este trastorno presenta una línea
evolutiva que lo vincula dentro de un mismo continuo al Síndrome de narcisismo
maligno y al trastorno de personalidad antisocial de peor funcionamiento. En otras
palabras, existen claramente líneas evolutivas, en términos de orden y momento
de su aparición, que relacionan los distintos trastornos de personalidad,
particularmente a lo largo de un eje de severidad, desde el menos severo, que
aparece tempranamente y que, al volverse más rígido, crónico, y matizado de
malignidad, produce la emergencia del más severo (Kernberg 1997).

Según Lee y Ashton (2005), quien aborda el tema desde los rasgos o
características asociados unos con otros, el narcisismo parece ser distinto en
varios aspectos del maquiavelismo y la psicopatía. En primer lugar, el narcisismo
no correlacionó con la psicopatía y el maquiavelismo con tanta fuerza como los
últimos entre sí. En segundo lugar, el narcisismo se correlaciona fuertemente con
la extraversión, mientras que la psicopatía y maquiavelismo mostraron

  29  
correlaciones cercanas a cero con ese factor. Por último, el narcisismo correlaciona
fuertemente con las facetas de la modestia y la codicia de evitación, pero
7
relativamente débil con las facetas de escrupulosidad y sinceridad (Lee y Ashton
2005; Jonason y Krause 2013; Jonason et al. 2013).

Lo descrito en el párrafo anterior perfila al individuo con rasgos narcisistas


como más centrado en el mundo exterior, y más propenso a mostrarse de un modo
extrovertido. Sin embargo, el maquiavélico y psicópata enfatizan la dimensión
explotadora interpersonal, y la mirada del otro carente de empatía. La combinación
de esas características permite visualizar a un individuo con quien resulta
particularmente complejo involucrarse en situaciones de interacción, ya que está
fundamentalmente preocupado de considerar a las personas como objetos, que
pueden interactuar de un modo en el cual sus emociones pueden ser contagiosas,
pero cuya intención no involucra un intercambio equitativo, sino una consideración
de su contraparte como un instrumento, y un énfasis amplificado en sus propias
necesidades.

1.3 Tríada Oscura: El concepto

Desde la observación de la frecuencia en la cual estos rasgos ocurren de


modo conjunto y constituyen un perfil característico de comportamiento, surge la
denominada Tríada Oscura, compuesta, de acuerdo a lo planteado por Paulhus y
Williams (2002) por maquiavelismo, y un patrón subclínico o “normal” de psicopatía
y narcisismo. Las investigaciones relativas a la interacción de estos 3 componentes

                                                                                                                       
7
  Los rasgos con los cuales se establecen correlaciones son extraídos de una aproximación teórica
al estudio de la personalidad denominada Modelo de los Cinco Factores, la cual es una propuesta
taxonómica de rasgos de personalidad, elaborada por Paul Costa y Robert Mc Rae, la cual
considera 5 dimensiones amplias: Neuroticismo, Extraversión, Apertura a la experiencia,
Amabilidad y Escrupulosidad. Cada uno de estos factores, a su vez, está subdividido en facetas,
algunas de las cuales son examinadas en este apartado. Se utiliza frecuentemente debido a la gran
cantidad de investigación generada desde la formulación del modelo, y a su validez en
investigaciones transculturales.

  30  
han logrado salirse del marco clínico para pasar a ser consideradas como parte de
lo medido en la población normal, lo que ha enriquecido el análisis de dichos
comportamientos, al sacarlos de la constricción de lo “patológico” o “inadecuado” y
contextualizarlo en interacciones comunes y corrientes.

Los abordajes previos del tema, revisados en el subcapítulo anterior,


abordaron el tema desde los trabajos citados de Hare (1996, 2003 en español) y el
estudio de Christie y Geis (1970) que enfrentan cada una de las manifestaciones
aquí propuestas. El aporte que representan en este contexto Paulhus y Williams
(2002) es integrarlos en un constructo único y unificador, en el cual aparece la idea
anexa de categorías subclínicas. Tales categorías consisten en rasgos de
personalidad lo suficientemente aprehensibles para ser notados y caracterizados,
pero con criterios insuficientes para ser definidos como clínicos, lo que no permite
clasificar a quienes presentan ese perfil como patológicos.

Las interacciones entre portadores de la tríada oscura con otras personas se


dan de modo natural. Estos autores interpretan lo anterior enfatizando en la
característica humana que permite realizar operaciones de intercambio verbal, de
modo comprometido con la supervivencia, de forma tan evidente como realizan
funciones vitales. Durante estas interacciones verbales, los individuos
denominados tríada oscura presentan una serie de características en su
comportamiento, caracterizados por el patrón de personalidad socialmente
aversivo anteriormente descrito. Las tres facetas de ese patrón derivan en la
presencia, en grados variables, de comportamiento tendiente a la autopromoción,
frialdad emocional, duplicidad, y agresividad (Paulhus and Williams 2002).

Paulhus, a través de una serie de estudios, hace referencia a la psicopatía


como el lado malvado de la tríada oscura, ya que afirma que la psicopatía
subclínica es el componente más fuertemente relacionado con una variedad de

  31  
conductas socialmente desviadas, que incluyen el hacer trampa, plagiar, mala
conducta (reportada por los propios evaluados), intimidar a otros, y consumir
drogas. Esto no es sorprendente, puesto que la psicopatía combina algunas de las
características del narcisismo y maquiavelismo, más socialmente permitidos, con
tendencias agresivas y antisociales.

Un antecedente notable es que, al ser características subclínicas, la raíz de


la destructividad social del sujeto de tríada oscura es peturbadoramente normal,
incluso banal. Asimismo, se considera que las características allí descritas son más
irritantes que amenazantes, y que sólo la psicopatía subclínica se muestra como
dificultosamente adaptativa. Es decir, los sujetos que presentan este perfil son
notorios, es poco probable que pasen desapercibidos, pero no serían considerados
como particularmente problemáticos o dignos de mención, excepto que incurran en
infracciones a la ley o transgresiones morales evidentes (Paulhus and Williams
2002).

Otros autores, como Jonason (2010, 2013) ponen énfasis en aspectos de la


tríada oscura, dejando en claro que los componentes de la tríada se asocian más
bien con rasgos deseables desde un punto de vista social. Esto involucra que el
portador de la tríada oscura no siempre es visto como inadecuado, sino muchas
veces como portador de una personalidad socialmente agencial8 que trata de
extraer beneficios de otros sin preocuparse demasiado de ellos, lo que en algunos
contextos le permite un desempeño adecuado (Jonason, Li y Teicher 2010,
Jonason y Krause 2013).

La cultura popular ha hecho asociaciones entre las personas que engañan a


otros como particularmente inteligentes (astutos y oportunistas) y como personas
que pueden utilizar las interacciones verbales para estafar a otros. Paulhus y
                                                                                                                       
8 Estilo agencial: se refiere al ejercido por quien se percibe a sí mismo como autodirigido y que
controla sus circunstancias.

  32  
Williams (2002) señalan, sin embargo, que la inteligencia efectivamente
correlaciona alto con la característica subclínica del narcisismo, pero más cargada
del factor no verbal, es decir, la capacidad verbal de estos sujetos no sería lo más
aprehensible o destacable de su rendimiento cotidiano. La inteligencia de los
portadores de tríada oscura se encuentra, sin embargo, más cargada de
habilidades pragmáticas, muchas de ellas relacionadas de manera más directa con
el pensamiento abstracto. Lo anterior se contradice con la idea del psicópata
manipulador, con “labia” o habilidad verbal exhibida con la finalidad de ser
convincente a otros. Una explicación aventurada por Paulhus y Williams es que la
falta de habilidades sociales pudiese haber derivado en un sujeto frustrado, que
utiliza otras fuentes de manipulación para conseguir sus objetivos, y para ello hace
uso de sus habilidades ejecutivas, es decir, aquellas relativas a la organización y
cumplimiento de metas y fines.

Una interesante faceta a ser analizada en el marco de las características de


tríada oscura es que, al estar compuesta por tres rasgos subclínicos claramente
diferenciados y matizados, se puede presumir que cumple con una serie de
estrategias que permitirían enriquecer las interacciones, tanto a nivel de metas
cortas e inmediatas como a nivel de metas de largo alcance. Melissa Mc Donald
(2011) propone analizar la tríada oscura en términos de establecer una
diferenciación entre la inversión de energía realizada y el tipo de tarea,
clasificándolas en términos de la utilización de estrategias de vida rápidas o lentas.
La suposición inicial, compartida por varios autores, es que las estrategias rápidas
de vida debiesen ser preferidas por las personas que ostentan las características
de tríada oscura, debido a que se presentan en ambientes poco nutritivos, cuya
dureza e impredictibilidad producen una maduración rápida y alta tasa de
mortalidad, en lugar de las estrategias de vida lenta, más propias de ambientes
donde la supervivencia no se encuentra comprometida (McDonald, Donnellan y
Navarrete 2011).

  33  
Aunque investigaciones previas han conceptualizado los rasgos de la tríada
oscura como indicadores de una estrategia rápida de vida, los datos obtenidos por
Melissa Mc Donald y su equipo sugieren que la psicopatía y el narcisismo tienen
componentes relacionados con las historias de vida que exhiben estrategias tanto
rápidas como lentas. Además, muestran que no es sólo un ambiente hostil el que
se encuentra indefectiblemente asociado con características de tríada oscura, sino
que existen otras características propias de los ambientes más predecibles y
estables, como el liderazgo frío, la búsqueda de admiración y estatus, y la
dominancia carente de temor (McDonald, Donnellan y Navarrete 2011).

Lo anterior tiende a debilitar la idea determinista del portador de tríada


oscura como un producto de circunstancias ambientales difíciles o experiencias
traumáticas tempranas, en las cuales la supervivencia es prioritaria, llevando a las
personas a establecer relaciones de competencia más bien que de cooperación.

El individuo portador de tríada oscura, quien presenta, en mayor o menor


medida, características de frialdad, desconsideración con el otro y sus intereses, y
que pretende la utilización de los demás para la satisfacción de sus necesidades,
efectivamente falla en la reciprocidad. La distinción importante es que no lo hace
desde el punto de vista que permita etiquetarlo como distinto de los que operan
dentro de las reglas del intercambio social, sino más bien le son atribuidas
características de liderazgo, pensamiento estratégico, dominancia e individualismo,
las cuales no son desdeñadas sino más bien reforzadas en contextos particulares
de las interacciones entre humanos.

Lo propuesto en los apartados anteriores implica que el comportamiento


manipulador y engañoso de los portadores de tríada oscura no depende sólo del
individuo que la ostenta, sino de un cierto marco social que lo facilita, en el cual se
encuentran personas que responden de modo reforzante y complementario. Si las

  34  
características relativas al comportamiento de este individuo en interacciones
donde se espera reciprocidad fuesen claramente decodificables como conductas
de trampa por las personas con las que interactúa (para estos efectos
denominados cooperadores), el engaño como resultado se hace menos probable y,
efectivamente, las personas manipuladoras no lograrían su objetivo. Sin embargo,
en las interacciones cotidianas se presenta un patrón de comportamiento
manipulador/cooperador, en el cual este último opera favoreciendo el
comportamiento engañador del otro.

El mecanismo por medio del cual el cooperador ejerce su influencia es un


mecanismo decodificable de trampa, tanto desde las acepciones del conocimiento
de sentido común, como del Diccionario de la Real Academia Española (edición
2001), que involucran tanto la elusión de alguna forma de acuerdo con miras al
provecho propio, como la intención explícita de perjudicar a otro. En este contexto,
los portadores de tríada oscura coinciden con lo que Cosmides y Tooby (2005)
denominan tramposo, es decir, alguien que falla en cumplir el contrato de
reciprocidad implícito en toda relación.

A cheater is an individual who fails to reciprocate—who accepts the benefit


specified by a social contract without satisfying the requirement that provision of that
benefit was made contingent on (Cosmides y Tooby 2005, p.591).9

Para explicar la conducta del cooperador como contraparte del tramposo, se


incluye lo propuesto por Oakley (2007), quien hipotetiza el comportamiento de los
cooperadores del portador de la tríada oscura como un mecanismo neural, al que
denomina “control emotivo”, característico de las personas cooperadoras que
favorecen y apoyan a los individuos con este perfil. El planteamiento general de

                                                                                                                       
9 “Un tramposo es un individuo que deja de corresponder, es decir, que acepta la prestación
mencionada por un contrato social sin satisfacer el requisito con que la provisión de ese beneficio se
hizo contingente” (traducción de la autora).

  35  
esta autora sustenta el origen del mecanismo de cooperación en una base
neurofisiólógica, en donde extrae datos de estudios relizados por Westen en su
libro The Political Brain (2007), los cuales señalan que, cuando se enfrenta a
personas a tareas de razonamiento en una situación neutral, es decir, sin
activación emocional previa, se presenta un patrón de activación dorsolateral. Sin
embargo, al presentárseles información desde un informante hacia el cual se tiene
una disposición de afinidad o rechazo, se presenta un patrón emocional en la
ínsula, corteza lateral frontal, y corteza ventromedial prefrontal.

La idea de control emotivo no especifica claramente una propuesta acerca


de la arquitectura cognitiva subyacente, ni a nivel de módulos específicos ni de un
control de propósito general. En capítulos posteriores se desarrolla la importancia
de realizar esta distinción, de acuerdo a claves evolucionistas de la interacción
humana. Por tanto, para efectos de este estudio es necesario insertar lo propuesto
por Westen (en Oakley, 2007) en un marco explicativo más amplio y exhaustivo,
que incluya no sólo las conductas de los tramposos y cooperadores y sus bases
neurofisiológicas.

Lo anterior permitirá precisar de mejor manera los procesos cognitivos


involucrados en las formas de comportamiento del tramposo/cooperador. En otras
palabras, se trata de especificar, tomando como punto de partida el Control
Emotivo planteado por Oakley y la arquitectura propuesta por los psicólogos
evolucionistas (desarrollada más adelante), los mecanismos adaptativos,
inferenciales, determinados por emociones, que llevaría a las personas con
características de cooperador a creer en otras personas para instaurar relaciones
de mutuo beneficio, que promuevan la supervivencia. Igualmente, es necesario
para estos efectos definir lo que constituye que, en este modelo de aprendizaje,
haya individuos particulares que asuman el rol de tramposos.

  36  
En síntesis, la propuesta teórica denominada tríada oscura permite agrupar
las características de personalidad anteriormente descritas en un marco integrador,
mucho más susceptible de analizar en términos de los determinantes de un
individuo engañador o tramposo. Un mundo en el cual hay una mayor tasa de
sobrevida, estabilidad y garantías mínimas para las personas, pudiesen fortalecer
un estilo en el cual sea necesario desarrollar una competitividad que no esté
encaminada a la supervivencia, sino a volver más eficiente la relación entre pares;
un entorno en el cual los más débiles no serán sacrificados ni morirán, sino que
estarán cubiertos por un ambiente protector.

En este contexto las estrategias de tríada oscura pueden jugar un rol que no
necesariamente esté asociado al ambiente delictual o sociopático, y el liderazgo
instrumental, propenso al engaño, puede ser útil para entender a la tríada oscura
como un marco que permite entender la relación tramposo – cooperador como un
mecanismo adaptativamente determinado. El siguiente capítulo profundiza en el
origen adaptativo de los mecanismos que permiten la detección de tramposos en
un contexto natural, y las interacciones en las cuales la detección no opera,
produciendo, por tanto, una trampa no detectada.

  37  
CAPITULO II

Como pudo apreciarse en el capítulo anterior, existe un grupo particular de


individuos, en este caso denominados portadores de tríada oscura, quienes por
sus características de personalidad y conducta manifiesta parecieran operar bajo
ciertas reglas que no contemplan la reciprocidad en sus interacciones, a saber: la
sensación de tener derecho sobre otros, la falta de remordimientos, empatía y
culpa, y la consideración de los demás como simples medios para acceder a fines.
Sus particularidades hacen que sean considerados generalmente como personas
tramposas, que por definición tratarían de sacar provecho de las situaciones en
donde se vean involucrados. Por esta razón, sería deseable y adaptativo que
hubiese un mecanismo que permitiera detectar las trampas y engaños, y que las
personas que entran en interacción pudiesen detectar eficientemente el engaño
intencional.

En este capítulo se hará referencia a un marco explicativo que permitirá


situar la detección de tramposos en un contexto más amplio: se proponen
dispositivos que permiten esa detección, se especifica su naturaleza, y, sobre todo,
las fallas que presenta. Se parte del supuesto acerca de que la gente contribuye al
bienestar mutuo mediante el intercambio social, que se ve reflejado en actos tales
como devolver favores, compartir comida, trueque, intercambio de regalos, y
extender actos de ayuda con la expectativa implícita de que serán correspondidos;
la detección de la no correspondencia, o una desigualdad en el intercambio,
corresponde a un mecanismo relacionado directamente con la cognición. Se
intentará, entonces, definir a qué tipo de procesos cognitivos se hace referencia, y
el rol del altruismo recíproco en este tipo de interacciones.

  38  
2.1 Psicología Evolucionista: Antecedentes básicos

La Psicología Evolucionista o Evolucionaria10 como cuerpo de conocimiento


unitario, se enmarca dentro del vínculo que ha ocurrido, en años recientes, entre la
teoría evolucionista y la psicología cognitiva, lo que la constituye en un campo
distinto de conocimiento, enfocándose en lo que Cosmides y Tooby (1987, en
Wilson y Keil 1999) han descrito como el “vínculo perdido” entre genes y conducta,
a saber, la mente. Los psicólogos evolucionistas ven la mente como un conjunto
organizado de dispositivos, cada uno de ellos evolucionado como una adaptación
de un desafío específico presente en el entorno ancestral (Wilson y Keil 1999). En
el contexto de la Psicología Evolucionista, la mente es un sistema diseñado y
seleccionado con el fin de resolver problemas adaptativos que enfrentaron
nuestros ancestros en su entorno natural, durante varios millones de años (López
Ramón y Fernández Acevedo 2007).

El contexto de problemas en el cual se enmarca esta investigación se


distingue del propuesto por la Sociobiología, la cual no implica nuevas
contribuciones teóricas a la teoría evolutiva, sino que sintetiza en un solo grupo una
gran diversidad de actividades científicas y proporciona a este campo emergente
un nombre común e identificable (Buss 2008). Wilson, autor asociado con este
enfoque, argumenta que puede ser útil para englobar conocimiento de distintas
disciplinas, más que “canibalizar” a la psicología, puesto que una serie de
conceptos asociados al enfoque sociobiológico ya habían sido desarrollados por
otros autores, como ocurre con el Altruismo Recíproco, al cual este trabajo se
referirá más adelante.
                                                                                                                       
10 En los textos originales en lengua inglesa, se habla de “Evolutionary Psychology” como
referencia a la psicología que tiene como base la Teoría de la Evolución. Para traducirlo al español,
se puede utilizar la nomenclatura propuesta por Fernández (2009) donde se refiere a la disciplina
descrita como “Psicología Evolucionaria”, aunque este término, hasta fecha actual, no aparece en el
diccionario de la Real Academia Española. Lo esencial es que este término no sea confundida con
la llamada “Psicología Evolutiva”, que se refiere al paso de los organismos de un estado a otro a lo
largo de su ciclo vital.

  39  
La adaptación es el producto primario de la evolución por selección
(Dawkins, 1982; Dennett, 1995; Gould, 1997; Trivers, 1985; Williams, 1992; citados
en Buss, 2008). Las características que pasan a través de procesos de selección
de generación en generación por cientos, miles, e incluso millones de años, son
aquellas que contribuyen a resolver los problemas de sobrevivencia y reproducción
en el presente. Debido a esto, se requieren miles de generaciones de presión de
selección recurrente, y, por esta razón, los humanos actuales están diseñados de
modo particular para los entornos ancestrales de los cuales son un producto (Buss
2008). Esto implica que, muy probablemente, el repertorio conductual que
podemos encontrar en situaciones presentes esté más bien relacionado con
requerimientos ancestrales, ya que habría un diseño especializado en los módulos
mentales determinados por la evolución al interactuar con el mundo, y los
mecanismos de este diseño estarían especificados filogenéticamente. De esta
forma, la selección natural no actuaría directamente modelando el comportamiento
humano contingente temporalmente al organismo, sino diseñando el conjunto de
mecanismos capaces de procesar la información y orientados a metas adaptativas
(López Ramón y Fernández Acevedo 2007).

El comportamiento humano no puede ocurrir sin adaptaciones evolutivas y


sin un input del medio ambiente que desencadene el desarrollo y la activación de
estas adaptaciones. Por ende, el conocimiento que se tenga respecto de esas
adaptaciones permitirá ejercer un cambio sobre la conducta social. El estudio de
los mecanismos involucrados implica, por un lado, que el origen evolutivo de estas
adaptaciones no significa que sean óptimas, y, por otro, que el tiempo evolutivo se
retrasa, ya que los cambios enfrentan demandas dinámicas. De acuerdo a Buss
(2008), todas las adaptaciones tienen costos, y es la selección natural quien
favorece un mecanismo en que los beneficios superan a los costos relativos a otras
adaptaciones. Así, el ser humano ha desarrollado mecanismos que son
razonablemente buenos para resolver problemas adaptativos de manera eficiente,
pero no están diseñados de manera óptima.

  40  
De acuerdo a Buss (2008) los mecanismos propuestos cumplen con el
criterio de ser Psicológicamente Evolucionados si:

a) resuelven un problema específico de la supervivencia o la reproducción


de forma recurrente durante la historia evolutiva;

b) utilizan sólo una porción estrecha de información;

c) su input o entrada informa al organismo del problema adaptativo especial


que enfrenta;

d) son transformados en output a través de reglas de decisión;

e) se transforman en actividad fisiológica, información para otros


mecanismos psicológicos o conducta manifiesta, y

f) están dirigidos a la solución de un problema adaptativo (Buss 2008).

En este sentido, el presente trabajo pretende, entre otros fines, establecer si


el mecanismo para la detección de tramposos evolucionistamente determinado
cumple con criterios de detección, de modo total o en parte, ya que problemas de
funcionamiento, en términos de adaptaciones parciales o inversión de costos,
serían un impedimento para la detección de tramposos por medio de los
mecanismos disponibles en la actualidad en el ser humano evolucionado.
Efectivamente, las fallas en la detección existen. Los mecanismos evolutivos para
que estas fallas no ocurran también son propuestos y citados en este trabajo y
cumplen, en términos de su planteamiento inicial, con los criterios propuestos por
Buss, pero las situaciones en las cuales se ponen en funcionamiento estos criterios
parecen ser más complejas, o con demandas más específicas, lo que dificulta que

  41  
se exhiban. En el apartado siguiente se abordará la relación entre los modelos
propuestos para las respuestas de adaptación, y las hipótesis planteadas por
Cosmides y Tooby (2005) con respecto al rol de las habilidades intelectuales.

2.2 Psicología Evolucionista e hipótesis de contenido general vs. contenido


específico.

Durante los primeros planteamientos en psicología evolucionista, el


mecanismo más general y libre de contenido específico propuesto para explicar las
adaptaciones humanas fue el modelo de la Inteligencia General, que permite al ser
humano reconocer, aprender, razonar o beneficiarse de las acciones realizadas, es
decir, que su actuación fuese en su propio provecho. Este concepto aparece
tempranamente en la literatura como una habilidad abstracta y general relacionada
con relaciones lógicas (Sternberg 2009, Colom 2001).

Cosmides y Tooby, comentando acerca de las adaptaciones cognitivas para


el intercambio social, afirman que desde el punto de vista de las concepciones
tradicionales de la ciencia, la primera idea que surgió al estudiar el razonamiento
para el intercambio social, es la de que este razonamiento cumple con los
principios de la mente como Tabula Rasa, bajo los cuales se ha construido la
ciencia social estándar. De acuerdo a este marco conceptual, la mente se
encuentra en blanco, a excepción de unos pocos mecanismos generales y de
contenido no específico, y es el aprendizaje, la experiencia o la cultura quienes
inscriben contenidos en esa mente en blanco (López Ramón y Fernández Acevedo
2007). En este sentido, la habilidad más probablemente involucrada en el
intercambio social es la habilidad intelectual general.

  42  
En los comienzos del siglo XX la aproximación inicial de Spearman (en
Sternberg, 2009) a esta noción fue el modelo de Inteligencia general o Factor G: el
factor clave de la inteligencia. Su autor postula que ese tipo de inteligencia general
se encuentra presente en un amplio rango de conductas humanas, de acuerdo a
los procedimientos estadísticos de Análisis Factorial, desarrollados por él. Plantea
la existencia también de factores específicos o S, los cuales estarían relacionados
con desempeños en habilidades concretas. En Spearman y sus sucesores persistió
la idea del factor G como una habilidad de naturaleza esencialmente abstracta e
independiente del contenido de la tarea, base de los procedimientos de solución de
problemas.

Lo anterior permitiría suponer que si el mecanismo de detección de


tramposos está relacionado con la inteligencia general, y, por tanto, directamente
relacionado con mecanismos de racionalidad, debiese explicar el razonamiento
para el intercambio social como de fácil aplicación. Así, debe surgir de manera
espontánea como resultado de la capacidad de perseguir metas y lograrlas, lo que
implica excluir la posibilidad de ser engañado; un organismo equipado con
inteligencia general no necesita especializaciones cognitivas de intercambio social
para poder participar en el mismo. Esta visión es, aparentemente, evidente en sí
misma, y coincide con la visión de la ciencia tradicional de tal modo que para gran
parte de los estudiosos de la materia aparece como incuestionable, razón por la
cual, de acuerdo a Cosmides y Tooby (2005) no se le ha sometido a mayores
cuestionamientos.

Autores contemporáneos como Sternberg y Gardner consideran que no


puede descartarse la existencia del factor G, debido a que correlaciona en alta
medida con tareas analógicas y de baja influencia cultural, y a que ha mostrado
consistencia en tal correlación independientemente de la tarea, lo que implica un
tipo de inteligencia menos permeado por influencias de tipo educativo, familiar o de
un ambiente social específico (García Barranco 2011). Sin embargo, aunque a una

  43  
definición como esta subyace la necesidad de un sustrato neurológico que la
explique por sí sola, no se ha podido encontrar un origen biológico que comande
esta capacidad general.

En épocas más recientes el concepto de Inteligencia General ha generado


múltiples aproximaciones (Legg y Hotter 2007 en Sternberg 2009). Se ha llegado a
un consenso en que la inteligencia apunta, como ámbito general, a dos grandes
temas: la capacidad de aprender de la experiencia, y la habilidad de adaptarse a un
entorno cambiante, a la cual se añade, en años recientes, la capacidad de
metacognición, es decir, de entender y controlar los propios procesos mentales.
Todo lo anterior adaptado a un contexto cultural específico, que contextualiza
aquello que podríamos denominar una conducta inteligente (Sternberg 2009), lo
que le da una connotación menos abstracta y más dependiente de las demandas
específicas del medio.

Al referirse a la inteligencia o capacidad intelectual como una capacidad


mental que implica la aptitud para razonar, planificar, resolver problemas, pensar
de modo abstracto, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y aprender
de la experiencia, se deduce que esta habilidad reflejaría una capacidad más
amplia y profunda para comprender el ambiente, darse cuenta, dar sentido a las
cosas o imaginar qué se debe hacer. Desde esta perspectiva, la inteligencia
debiese concebirse como una capacidad integradora de la mente (Colom 2001).
Esto implica que deja de verse el factor G como un componente abstracto general y
libre de elementos culturales, pero no necesariamente se sitúa en un modelo que
privilegie la noción de módulos especializados.

Los autores comprometidos con una mirada Evolucionista, desde Wilson a


Trivers, se muestran en desacuerdo con el punto de vista de la existencia de una
habilidad intelectual general. Esto se hace más evidente en lo propuesto por

  44  
Cosmides y Tooby (1992, 2005) quienes, al manifestar su postura crítica con
respecto a la idea de la habilidad intelectual general, afirman que ha sido aceptada
de modo acrítico por un gran número de investigadores y, en el marco general de la
Psicología Evolucionista, representa su principal adversario teórico (Tooby y
Cosmides 1992).

Cuando hacen referencia a las adaptaciones cognitivas para el intercambio


social, Cosmides y Tooby (1992) consideran que el razonamiento sobre el
intercambio social ofrece una oportunidad para cortar la controversia de raíz. Si el
razonamiento humano que, de acuerdo a lo anterior, sería la habilidad general más
cargada de procesos de propósito general y más libre de contenido (el Factor G
mencionado anteriormente) incluye una gran cantidad de adaptaciones cognitivas
dependientes del contenido, entonces no se puede conceder un estatus
privilegiado al supuesto de que los mecanismos psicológicos son de dominio
general, ya que resultaría difícil conceder que todo contenido específico debe
depender de la formación cultural o ambiental previa, o de una especie de dotación
natural que regula el razonamiento en un sentido amplio. Es allí donde la
investigación con tareas específicas aporta luces acerca del problema:

In effect, knowledge of the adaptive problems humans faced, described in explicitly


computational terms, can function as a kind of Rosetta Stone: It allows the
bewildering array of content effects that cognitive psychologists routinely encounter
-and usually disregard- to be translated into meaningful statements about the
structure of the mind (Cosmides and Tooby 1992, pp. 221).11

                                                                                                                       
11 En efecto, el conocimiento de los problemas adaptativos que los humanos han enfrentado,
descritos en términos explícitamente computacionales, pueden funcionar como una especie de
Piedra de Roseta: Permite una desconcertante variedad de efectos de contenido que los psicólogos
cognitivos habitualmente enfrentan y ante las cuales por lo general hacen caso omiso, para ser
traducidas en declaraciones significativas acerca de la estructura de la mente (traducción de la
autora).

  45  
Estas conclusiones agregarían credibilidad a la opinión contraria, propuesta
por la Sociobiología y la mayor parte de los psicólogos evolucionistas
contemporáneos, de que la mente está ricamente texturizada con adaptaciones
psicológicas de contenido específico (Cosmides y Tooby 1992). Es en este
contexto donde se ubican las adaptaciones evolutivas para el intercambio social,
el cual suele aparecer espontáneamente como resultado de la actividad de
conseguir metas o realizar análisis de medios a fines.

Esto coincide, además, con la idea de que el intercambio social es un


proceso simple, sobre todo si se compara con otras actividades cognitivas. A esto
se añade su cualidad de mutuamente beneficioso, intrínsecamente gratificante y
económicamente racional (Simon 1990, en Cosmides y Tooby 2005), razón por la
cual debiese ser un proceso en el cual, privilegiadamente, aparecen adaptaciones
especializadas. Estas tendrían un diseño especializado en determinados ámbitos
de la interacción con el mundo, y su lógica básica estaría especificada por el
programa genético humano. De esta forma, la selección natural no actuaría
directamente modelando el comportamiento humano, más bien actuaría diseñando
el generador del comportamiento, esto es, el conjunto de mecanismos capaces de
procesar la información y producir un intercambio orientado a metas adaptativas.

En síntesis, el presente trabajo adscribe a la hipótesis de contenido


específico propuesta por Cosmides y Tooby en sus investigaciones. Esto implica
que los mecanismos que regulan la conducta humana en las situaciones de
interacción se relacionan con procesos de contenido específico, en donde no se
necesita convocar a mecanismos de propósito general. Más aún, una apelación a
este tipo de mecanismos sería no conveniente, ya que no podría dar cuenta de la
complejidad y dinámica de los procesos adaptativos involucrados en el intercambio
social. En el próximo apartado se relacionarán estos mecanismos con los
dispositivos de contenido específico.

  46  
2.3 Intercambio social y Altruismo recíproco

Entre seres humanos, el intercambio social puede tomar diversas formas: en


algunas ocasiones es implícito (es decir, expresable de modo informal pero
comprensible para ambas partes) y en otras es explícito (se lleva a cabo desde
reglas formales de lenguaje). En términos de su temporalidad, puede ser inmediato
o diferido, es decir, que se lleva a cabo en un lapso temporal específico y acotado,
o que sus acciones tengan consecuencias a mediano y largo plazo. Además,
puede involucrar acciones de las dos partes, o seguir estructuras más complejas,
en las cuales intervienen varios actores.

Al referirse a formas de intercambio social, los biólogos y antropólogos se


centran en los casos implícitos diferidos de cambio, a menudo insertos dentro del
denominado Altruismo Recíproco, el cual, de acuerdo a lo propuesto por Trivers
(1971), implica que un organismo actúa de un modo que reduce su ajuste, por un
tiempo, mientras incrementa el ajuste de otro, con la expectativa de que el otro
organismo actuará de manera similar en un tiempo posterior.

En este intercambio social los beneficios dados y recibidos no tienen por qué
ser objetos físicos, pero pueden ser servicios (acciones) a las que se le asigna un
valor; es decir, la condición del beneficio mutuo no está necesariamente
relacionada con el valor material del objeto a ser intercambiado, sino más bien con
la evaluación que realiza el actor (Chomsky y Trivers 2010). Aquí, nuevamente, se
hace valioso un mecanismo de detección de tramposos, debido al valor simbólico
de las transacciones que son realizadas por el actor involucrado en ellas, y la
importancia implícita en las posibilidades de detección.

  47  
Una pregunta que emerge en este caso es: ¿qué habilidades cognitivas
hacen que el intercambio sea posible, una vez que se descarta que sea producto
del aprendizaje y de la adaptación? Cosmides y Tooby postulan mecanismos
cognitivos especializados para el razonamiento sobre el intercambio social.
Afirman que los procedimientos de propiedad y los elementos conceptuales de las
especializaciones del razonamiento de intercambio social evolucionaron para
reflejar relaciones evolutivamente recurrentes presentes en estas interacciones
(Cosmides y Tooby, 1989).

Como contraparte a esto, surge el siguiente cuestionamiento: si la selección


natural retiene y descarta propiedades de diseño de cada especie, basada en qué
tan bien esas propiedades resuelven problemas adaptativos, encontramos que el
intercambio social produce claramente efectos beneficiosos, medidos en términos
reproductivos, en casi todos los ambientes en los que se encuentra. Pero el hecho
de que el intercambio social sea raro de encontrar en otras especies (aunque hay
evidencia de que es al menos tan antiguo como el género Homo, y se verifican
conductas de reciprocidad en chimpancés) proporciona un argumento a favor de la
idea de que este sea un mecanismo de propósito específico, es decir,
adaptaciones neurocognitivas para el intercambio social, diseñadas por la
selección natural para esa función: la hipótesis de la especialización cognitiva.

Es aquí donde surge el problema que plantean Cosmides y Tooby,


especificado en el apartado anterior: esta hipótesis no ha sido lo suficientemente
contrastada con la hipótesis de adaptación general, debido a que se la atribuye
debilidad argumentativa sólo basada en la fortaleza de la hipótesis de la
racionalidad general. El predominio de la visión científica asociada a esta hipótesis
ha dificultado que una mayor cantidad de investigadores se apoyen en este punto
de vista.

  48  
The general rationality hypothesis is so compelling, so self-evident, and so
entrenched in our scientific culture that researchers find it difficult to treat it as a
scientific hypothesis at all, exempting it from demands of falsifiability, specification,
formalization, consistency, and proof they would insist on for any other scientific
hypothesis (Cosmides y Tooby 2005, pp. 589)12

Como contraparte, ellos proponen un modelo diferente: para comprobar si


un sistema es una adaptación que evolucionó para una función especial, se debe
producir un diseño de pruebas que permita ver si cumple con el criterio de ser
Psicológicamente Evolucionado. El primer paso es demostrar si las propiedades
del sistema han conseguido solucionar un problema adaptativo bien especificado
de forma bien diseñada. Esto requiere una teoría bien especificada del problema
adaptativo en cuestión.

La investigación en el desarrollo cognitivo, la neurociencia cognitiva y la


psicología evolutiva han ido convergiendo, en el sentido de que la arquitectura
cognitiva humana fue diseñada por la selección natural para desarrollar de forma
fiable una serie de sistemas expertos (Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Hirschfeld
y Gelman, 1994; Pinker, 1997; Sperber, 1994; todos en Fiddick, Cosmides, &
Tooby, 2000). Esto significa que la selección natural se ha especializado
originando un número mucho mayor de competencias cognitivas como el
razonamiento por medio de módulos independientes

Una estrategia evolutivamente estable (ESS) es una estrategia que surge y


puede persistir en una población, ya que produce los resultados de ajuste mayor o
igual a estrategias alternativas (Maynard Smith 1982, en Cosmides y Tooby 2005).

                                                                                                                       
12 La hipótesis de la racionalidad general es tan convincente, tan evidente y está tan arraigada en
nuestra cultura científica, que los investigadores tienen dificultades para tratarla como una hipótesis
científica, eximirla de las demandas de la falsación, la especificación, la formalización, la
consistencia, y pruebas que insistirían por sobre cualquier otra hipótesis científica (traducción de la
autora)

  49  
Las reglas de razonamiento y toma de decisiones que guían el intercambio social
en los seres humanos no existirían, entonces, a menos que hubiese la necesidad
de desarrollarlas en el contexto, y serían, por tanto, una estrategia para solucionar
un problema específico basada en un contexto particular.

Al aplicar los análisis de estrategia evolucionariamente estable a la ecología


conductual de cazadores-recolectores, estas tareas serían especificadas de modo
que un programa de procesamiento de información podría constituirse en un
modelo específico de respuesta ante una situación particular. Cosmides y Tooby
(2005) plantean que, de ser así, el mecanismo de detección de tramposos podría
ser, efectivamente, una ESS. Para verificar que lo sea, estos autores proponen seis
elementos de diseño posibles para determinar esta condición:

D1: El intercambio social es cooperación para el beneficio mutuo. Si no existe


nada en una regla condicional que pueda ser interpretado como un beneficio
fraccionado, los procedimientos indicativos no categorizan la regla del
contrato social.

D2: La trampa es un modo específico de violar un contrato social. Es tomar el


beneficio sin tener derecho a hacerlo. Como consecuencia, la arquitectura
cognitiva debe definir el concepto de hacer trampa utilizando
representaciones primitivas y llenas de contenido, referidas a tomar
beneficios de modo ilícito.

D3: La definición de hacer trampa también depende de qué punto de vista del
agente se toma. La perspectiva importa porque aquello considerado por una
parte como beneficio, es considerado por la otra como requerimiento. El
sistema necesita estar dispuesto a computar una representación
costo-beneficio desde la perspectiva de cada participante, y define el hacer

  50  
trampa con respecto a la perspectiva específica de esa representación.

D4: Para ser una ESS, un diseño para ayuda condicional no debe ser
desplazado por diseños alternativos. Errores accidentales u omisiones no
intencionadas que resulten en un individuo siendo engañado no son
marcadores de una diferencia en el diseño. Un sistema de detección de
tramposos debe buscar individuos que estén equipados con una
programación que, por diseño, ejecuten trampas. Por tanto, la trampa
intencional debe ser detectada, mientras que los errores deben ser
detectados débilmente, o no detectados.

D5: La hipótesis de que la habilidad para razonar acerca del intercambio social
es adquirida a través de la operación de alguna habilidad de aprendizaje de
propósito general necesariamente predice que una buena ejecución debe
darse en función de la experiencia y la familiaridad. Como contraparte, un
sistema evolucionado de manera estable debiese estar diseñado para
reconocer y razonar acerca del intercambio social, no importa cuán extraña
sea la interacción. Por lo tanto el modelo de interacción de contrato social
debiese elicitar niveles altos de detección en todo tipo de situaciones.

D6: Las inferencias realizadas acerca de contratos sociales no deben seguir las
reglas de la lógica formal, libre de contenido. Deben seguir una lógica
adaptativa de contenido específico, evolucionadamente diseñadas para el
dominio del intercambio social.

Debido a que los intercambios sociales especializados, desde este punto de


vista, subyacen a muchos aspectos de una categoría más amplia de la interacción
social como son los favores, la amistad y la conducta cooperativa, es plausible la
tesis de que los seres humanos, sin embargo, tienen especializaciones de

  51  
adaptación para el intercambio social, y ello implica que los mecanismos de la
inteligencia general (si existen) son relativamente débiles. En una primera instancia
esto pudiese lucir contradictorio, ya que la idea de un dispositivo general parece
mucho más acorde con la visión científica, pero Cosmides y Tooby (2005) afirman
que el patrón de resultados experimentales obtenidos se presenta como una forma
estable de ayuda condicional, basada en la reciprocidad inmediata o postergada,
más que un mecanismo automático de ayuda incondicional. En este punto surge el
cuestionamiento acerca de cuál es la naturaleza de los mecanismos
computacionales relativos al razonamiento humano, de los cuales depende esa
condicionalidad.

2.4 Altruismo recíproco: Evidencia empírica

Como se explica en el apartado anterior, en el intercambio social, los


individuos acceden, ya sea de modo explícito o implícito, a realizar un contrato
social, el cual subyace a categorías más amplias. Para efectos de la explicación,
Cosmides y Tooby (2005) proponen definir el contrato social como una regla
condicional si / entonces, que sigue esta forma: “Si acepta un beneficio de X, debe
satisfacer el requerimiento de X”.

La búsqueda de evidencia empírica encuentra un punto de partida eficiente


en el concepto de ESS sugerido en el apartado anterior. En este contexto, las
pruebas se pueden encontrar en distintos modelos estudiados, y en diferentes tipos
de tarea. Se concibe a la lógica formal como un proceso que se expresa en dos
instancias: una serie de inferencias que se realizan de modo automático, implícito,
y otras que se realizan sólo por medio de la derivación de las conclusiones a partir
de las premisas. En ambos casos, la lógica formal opera con unidades libres de
contenido.

  52  
En este sentido, uno de los mecanismos específicos identificados por
Cosmides y Tooby (1992) considera que, de estar bien sintonizado con la compleja
red de mecanismos de la arquitectura en la cual intervienen, debiese jugar un rol
crucial en las interacciones sociales cooperativas exitosas. Dicho mecanismo es,
para estos efectos, caracterizado como un módulo inferencial de dominio
específico que permite realizar tareas inferenciales que requieren de
13
razonamientos condicionales: Modus Ponens y Modus Tollens.

El planteamiento de Cosmides y Tooby se basa en la línea de investigación


instaurada en la psicología del razonamiento por la tarea de selección de Wason
(1966, en Wason & Johnson-Laird, 1972), la cual es una de las formas de
investigación utilizadas por estos autores. Esta tarea fue desarrollada por Peter
Wason, en 1966, con la finalidad de estudiar el razonamiento humano. Se presenta
una tarea en apariencia sencilla; el experimentador extiende cuatro cartas frente al
sujeto, en las que aparecen los siguientes símbolos: E K 4 7. Se informa a los
participantes que cada tarjeta tiene un número por una cara y una letra por la otra.
El experimentador plantea la siguiente frase: “SI una tarjeta tiene una vocal por una
cara, ENTONCES tiene un número par por la otra”. La tarea del sujeto consiste en
seleccionar que habría que dar la vuelta para descubrir si la regla es verdadera o
falsa.

A pesar de que el problema se comprende fácilmente, parece difícil de


resolver. La mayor parte de los sujetos decide eficientemente que es necesario
descubrir la tarjeta que tiene la vocal, pero pocos consideran necesario descubrir la
que tiene el número impar.

La utilización de mecanismos de investigación como la Tarea de Selección


                                                                                                                       
13 Modus Ponens y Modus Tollens se refieren a dos tipos de inferencia que es posible derivar a
partir de una proposición condicional. Modus Ponens se refiere a inferencias de la forma si p
entonces q; p, por lo tanto q. Modus Tollens se refiere a inferencias de la forma si p entonces q; no
q, por lo tanto, no p.

  53  
de Wason está basada originalmente en la suposición de que los mecanismos de
resolución de una tarea lógica dependerán del ejercicio y uso de habilidades
intelectuales generales, relativas al razonamiento deductivo. Cosmides y Tooby
(2005) utilizan la tarea de Wason para determinar su funcionamiento en estrategias
para el intercambio social vs. estrategias de precaución, y permiten centrarse,
dentro de esa área, en las estrategias de detección de tramposos. Estos autores
afirman que la evidencia empírica muestra la existencia de una lógica adaptativa,
más que una lógica formal, ya que son detectadas con mucha más frecuencia las
violaciones a la regla que involucran trampa, que aquellas que involucran cumplir
con una precaución, o incluso, dejar de lado un beneficio que no correspondía a la
regla.

Los argumentos de Cosmides y Tooby con respecto al uso de la tarea de


Wason aluden a que no se dispone de suficiente apoyo para suponer que la mente
humana viene dotada de una “maquinaria” cognitiva capaz de dar cuenta de los
mecanismos de la lógica formal, o de que esta proporcione un estándar de buen
diseño para el razonamiento condicional de contenido general. Las reglas de
inferencia requeridas para realizar la tarea fueron construidas por filósofos para
generar conclusiones verdaderas de premisas verdaderas, independientemente de
aquello acerca de lo cual uno esté razonando. Sin embargo, cuando se intenta
medir el razonamiento de acuerdo a este estándar, la evidencia empírica es
demoledora: las fallas oscilan entre el 70 y el 95% cuando se utilizan tareas con
contenido descriptivo, con reglas indicativas y no directamente relacionadas con el
contexto específico del sujeto, ni con la posibilidad de la ejecución de una trampa.
(Cosmides y Tooby 2005). Esto no depende de la familiaridad con los cursos de
lógica; personas con formación específica en este tipo de razonamiento no
presentan una ejecución mejor en la tarea.

Los resultados anteriores han mostrado, según Cosmides y Tooby (2005),


que las tareas de razonamiento, al ser sometidas a validación empírica, no dan

  54  
evidencia de estar vinculadas a un módulo de habilidad intelectual general. Por el
contrario, parecieran estar ligadas a otros mecanismos de detección, relacionados
con el razonamiento para el intercambio social especificado en el apartado anterior.
La abundante evidencia empírica apunta, según esta perspectiva, a que la
utilización de la tarea de selección de Wason con material concreto y tangible
incrementa notablemente el éxito en resolver la tarea demandada, lo que implica
una mejor detección de tramposos.

Como se destacó en el apartado anterior, la ayuda condicional, que requiere


de habilidad para detectar tramposos, es una ESS, ya que cumple con los
descriptores especificados para considerarlo una estrategia de este tipo. Cuando
se ejecuta la ayuda condicional, es posible cometer errores no intencionados, que
también derivarán en un engaño o trampa, aunque no haya la intención de
realizarlo. De acuerdo a Cosmides y Tooby, la evidencia empírica muestra que lo
que se detecta es la violación intencional de la regla con la finalidad de producir
engaño, sobre todo cuando se trata de un intercambio social, más que en las reglas
de precaución14 (Cosmides y Tooby 2005).

Hoffman, McCabe, & Smith (1996, en Cosmides y Tooby 2005) encuentran


evidencia de que los sujetos, en estas situaciones, se involucran personalmente en
la situación, hasta el punto de ser más certeros cuando el tramposo trata de
engañar intencionalmente, que cuando se presentan situaciones en las cuales el
tramposo puede cometer un error, lo que contribuiría a explicar las diferencias
explicadas anteriormente entre la detección en los casos de violación intencional,
contrapuestos a los relativos a reglas de precaución, o la no obtención de un
beneficio correspondiente en una regla de contrato. Aquí converge, por tanto,
                                                                                                                       
14 Cosmides y Tooby, al analizar las posibles fuentes de desempeño en la tarea de selección de
Wason, especifican las diferencias entre los resultados obtenidos cuando se deben utilizar reglas
específicamente diseñadas para la detección de tramposos, versus las situaciones en donde la
detección debe darse con respecto a una situación de violación de la regla provista por un descuido
o error, es decir, reglas precautorias o de precaución. Esto implica, para los autores, que son
mecanismos de adaptación específica basados en funciones adaptativas divergentes.

  55  
información acerca de uno de los puntos más importantes del mecanismo de
detección de tramposos: la interpretación del error como algo diferente al engaño
intencional. La investigación en el desarrollo cognitivo, la neurociencia cognitiva y
la psicología evolutiva han ido decantando hacia la hipótesis de que la arquitectura
cognitiva humana fue diseñada por la selección natural para desarrollar de forma
fiable una serie de sistemas expertos (Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Hirschfeld
y Gelman, 1994; Pinker, 1997; Sperber, 1994; todos en Fiddick, Cosmides, &
Tooby, 2000). Estos sistemas tienden a funcionar como un dispositivo de selección
de información, de acuerdo a la especificidad de la misma en la tarea de
adaptación.

Lo anterior permite deducir que la selección natural se ha especializado


originando un número mucho mayor de competencias cognitivas específicas como
el razonamiento por medio de módulos independientes. El mecanismo de
detección de tramposos requiere, para ser comprendido, de un análisis basado en
módulos de contenido específico, ya que funciona mejor en unos casos que en
otros, y esos casos tiene importantes implicaciones adaptativas, por lo tanto
funciona por medio de dispositivos específicos más que por mecanismos
generales.

Puesto que Cosmides y Tooby utilizan sólo la interpretación deóntica, el


mecanismo de detección de tramposos concebido como un módulo de adaptación
especializada no está libre de objeciones en el ámbito de la psicología cognitiva.
En términos generales, se refieren a que el mecanismo en cuestión se caracteriza
como un módulo de propósito específico. Frente a esto hay experimentos que
mostrarían que los sujetos requieren de conocimiento general para solucionar una
tarea de detección de tramposos, lo que situaría esta detección en un plano que,
independientemente de su especificidad, requiere de un contexto de inteligencia
general para su solución (Lawson, 2002).

  56  
Afirmar que el mecanismo de Detección de Tramposos es un módulo de
adaptación específica, implica que el mecanismo tiene alta probabilidad de éxito, y
que no requiere del desarrollo de inteligencia general para ser utilizado. ¿Qué
determina, entonces, sus fallas? Como fue explicado anteriormente, una de las
razones posibles es que el tiempo evolutivo experimenta un desarrollo que se
encuentra rezagado con respecto a las presiones de selección motivadas por los
cambios ambientales, lo que hace que el organismo no esté adaptado de la mejor
manera a este entorno cambiante (Buss 2008). En este contexto, es muy posible
que el modo de actuar del ser humano contemporáneo, determinado por la
evolución, obedezca a presiones ambientales correspondientes a otras etapas
evolutivas de la sociedad que lo rodea.

Otra razón por la cual las adaptaciones aparentan no funcionar de acuerdo a


un diseño óptimo es porque los costos operan como una restricción (Williams 1992
en Buss 2008). Cada adaptación lleva implícita una relación costo / beneficio, en
términos de que una adaptación perfectamente diseñada para asegurar un
beneficio o prevenir un daño podría ser tan costosa que dificultaría la ejecución de
repertorios conductuales asociados. Por tanto, las adaptaciones operan, al igual
que otros mecanismos, con márgenes de error.

En síntesis, la idea del mecanismo de detección de tramposos como un


módulo de adaptación especializada presenta importante apoyo empírico desde los
planteamientos de la psicología evolucionista, pero la condición adaptativa y
estable evolutivamente no hace que el mecanismo esté exento de fallos, debido a
los aspectos explicados en los párrafos anteriores: Las demandas ambientales
cambiantes y determinadas por presiones, y lo altamente costoso, en términos
evolutivos, que resultaría un mecanismo infalible, ya que sería altamente restrictivo
de las posibilidades de interacción. En el capítulo siguiente se explora un
mecanismo que puede determinar esas fallas, y que incluye elementos
anteriormente explicados: el autoengaño como una fuente de error.  

  57  
CAPITULO III

3.1 Reciprocidad e intercambio social

El sistema neurocognitivo que causa el razonamiento sobre el intercambio


social muestra evidencia de ser lo que Pinker (1994, en Cosmides y Tooby 2005)
ha llamado un instinto cognitivo. Un instinto está complejamente organizado para
resolver un problema adaptativo bien definido que los antepasados del ser humano
enfrentaron en el pasado. Se desarrolla de forma fiable en todos los seres
humanos normales, sin ningún esfuerzo consciente y en ausencia de la enseñanza
explícita. Además, se aplica sin conocimiento explícito de sus mecanismos
subyacentes, y es tanto funcional como neurológicamente diferente de las
habilidades más generales para procesar información o comportarse de manera
inteligente. La reciprocidad implícita supone un modelo general de operación: X
proporciona un beneficio a Y condicionado a que Y hará posteriormente algo que X
desea.

Buss (2008), al reflexionar acerca de las interacciones de intercambio social


en el que la expectativa de reciprocidad es implícita y el favor puede ser devuelto
en una fecha muy posterior (lo que se constituiría en una forma particular de
intercambio social), considera que los beneficios dados y recibidos, como se
observa en el capítulo anterior, no tienen por qué ser objetos físicos para el
intercambio, pero pueden ser servicios (acciones) que también incluyen un valor. A
estas especializaciones de intercambio social subyacen, además, muchos
aspectos de una categoría mucho más amplia de interacción social implícita aparte
de la economía, como la participación en favores, la amistad y la cooperación de
auto-organización.

  58  
Como fue presentado en el capítulo anterior el tema de los mecanismos
específicos, se puede volver a la contrahipótesis subyacente sobre el razonamiento
de cambio social, más coincidente con el modelo estándar de las ciencias sociales
(Tooby y Cosmides 1992) aludida previamente. De acuerdo a dicha hipótesis, los
seres humanos están dotados de una poderosa capacidad cognitiva general, y
participan en el intercambio social exitoso a través de la misma facultad cognitiva
que les permite hacer todo lo demás: su inteligencia general. Se requiere volver a
esta hipótesis para especificar cómo operarían estos mecanismos de acuerdo a
científicos con una visión más relacionada con la habilidad intelectual general.
Aquí, nuevamente, investigar el razonamiento sobre el intercambio social brindó la
oportunidad de refutar la hipótesis de la Tabula Rasa empíricamente en diferentes
dominios (economía y comportamiento social), en los cuales habían sido
previamente aceptados acríticamente por gran parte de los investigadores
tradicionales.

Como humanos, damos por sentado que la gente puede contribuir al


bienestar de unos y otros mediante el intercambio de prestaciones de bienes,
servicios, actos de ayuda y amabilidad. Esto se encuentra en todas las culturas
documentadas pasadas y presentes, y es una característica de casi toda vida
humana dentro de cada cultura, adquiriendo una multiplicidad de formas
elaboradas, como devolver favores o compartir comida, la entrega recíproca de
regalos, la negociación explícita, y la extensión de los actos de ayuda con la
expectativa de que serán correspondidos. Sin embargo, cuando se coloca en la
perspectiva zoológica, el intercambio social se destaca como un fenómeno inusual
cuya existencia requiere explicación. La magnitud, variedad y complejidad de las
relaciones de intercambio social, y las posibilidades que ofrecen en términos de
mecanismos de engaño y autoengaño son algunas de las características más
distintivas de la vida social humana, y la diferencian fuertemente de todas las otras
especies de animales (Tooby y Devore, 1987).

  59  
Si bien el engaño parece ser una característica presente en todas las
especies animales, con evidentes finalidades adaptativas (basta presenciar los
complejos dispositivos destinados a la obtención de presas o de parejas sexuales)
es en la especie humana en donde este engaño muestra una cara no antes vista: la
que es facilitada por la utilización del lenguaje, y los procesos cognitivos
subyacentes al mismo. A continuación se presentará una posible explicación a lo
aquí presentado.

3.2 Hacia la búsqueda del modelo de arquitectura computacional de los


mecanismos de engaño.

Como se destacó en el capítulo anterior, se pretende dar cuenta, a partir del


análisis de los mecanismos especializados de la cognición, de un mecanismo que
permita explicar satisfactoriamente la arquitectura emocional en la que el fraude y el
engaño desempeñan un rol. La psicología evolucionista proporciona suficientes
antecedentes para ser considerada un marco adecuado para la consecución de ese
fin, ya que una meta común de psicólogos evolucionistas y sociobiólogos es buscar
una teoría científica general que permita unificar la comprensión del comportamiento
(Buss 1995a, Carporael 2001, Tooby y Cosmides 1992, los anteriores en Fernández
2004).

Las emociones son importantes desde el punto de vista adaptativo, debido a


que establecer en qué situación se encuentra el individuo, y el sentimiento
asociado a la misma, tiene enormes consecuencias para la adecuación de su
conducta. El proceso de detección debería implicar procedimientos de inferencia y
motivaciones especializados para descubrir si las creencias que las personas
tienen de ciertos hechos presuntos son verdaderas o falsas. Todo aquello hacia lo

  60  
que uno es curioso, que encuentra interesante, y que está obsesionado con
descubrir debiese estar acompañado de una emoción particular.

Con respecto a lo anterior, Cosmides y Tooby (2000), en concordancia con


su visión acerca de la resolución de problemas, afirman que la investigación en
psicología evolucionista ha demostrado que "pensar" o razonar no es una categoría
unitaria, sino que se lleva a cabo por una variedad de mecanismos especializados.
Así, en lugar de que la emoción tenga el rol de activar o inhibir el pensamiento en
términos generales, el programa activado de emoción específica moviliza
selectivamente los sistemas de inferencia especializados apropiados, tales como la
detección de tramposos, la detección de fanfarronerías, la detección de precaución
y las atribuciones de culpa y responsabilidad (Cosmides y Tooby 2000). En las
situaciones de engaño, por tanto, se podría suponer que estos mecanismos son los
que fallan, debido a que la persona incurre en una situación en la cual no es su
inteligencia ni su razonamiento los que producen el error sistemático (Tooby y
Cosmides 1992).

Una explicación planteada por Tooby y Cosmides (2008) es que el cerebro


funciona como un sistema de relaciones de procesamiento de información. De este
modo, las emociones son, en un sentido evolucionario, mejor entendidas como
programas con funciones naturalmente seleccionadas. La emoción es, por tanto,
descrita como computacional, lo que implica una descripción del conjunto
subyacente de información referida a programas y funciones que explican la forma
en que se llevan a cabo los fenómenos emocionales, incluyendo la naturaleza de la
expresión emocional. Si el cerebro humano funciona como un sistema de relaciones
de procesamiento de información, entonces las emociones son, en un sentido
evolucionista, mejor entendidas como programas con funciones naturalmente
seleccionadas (Tooby y Cosmides 2008).

  61  
Los mecanismos psicológicos (entre los cuales se encuentran las
emociones) deben, entonces, de acuerdo a Cosmides y Tooby (2008), entenderse
como adaptaciones computacionales de programas evolucionados, funcionalmente
especializados. Cada uno está diseñado para resolver un problema adaptativo
diferente que surgió durante la historia evolutiva humana (o antes), y cada uno es
activado por un conjunto diferente de las señales del entorno. Pero la existencia de
todos estos diversos programas en sí crea un problema de adaptación: programas
que son diseñados individualmente para resolver determinados problemas
adaptativos podrían, si se activan simultáneamente, ofrecer productos que entran
en conflicto unos con otros, interfieren entre sí o anulan los restantes. Tratando de
evitar las consecuencias de este conflicto, la mente debe estar equipada con
programas de orden superior que anulen y desactiven algunos programas cuando
los demás están activados.

La propuesta de Cosmides y Tooby es que las emociones constituyen una


clase especial de programas superordinados que resuelven ese tipo de
necesidades por medio de adaptaciones neurocomputacionales, involucradas en el
pareo de matrices de activación de mecanismos útiles para las demandas
adaptativas específicas, las cuales son impuestas por las situaciones del entorno
(Tooby y Cosmides, 2008).

Las investigaciones relativas a la tarea de selección de Wason permiten


proponer que la realización exitosa de la tarea no depende del hecho de que los
sujetos sean competentes en el manejo de las reglas lógicas para este tipo de
razonamiento, sino de que el contexto sea suficientemente familiar para los sujetos
de modo que puedan realizar una interpretación semántica adecuada de las
premisas. Cosmides y Tooby (2005) complementaron esta afirmación, haciendo
acopio de un importante cuerpo de pruebas empíricas en contextos de mayor y
menor familiaridad, afirmando que la realización exitosa de la tarea depende de un
contexto social en el que se le pide al sujeto que pesquise la adecuada realización de

  62  
una regla social evitando su transgresión. Los resultados experimentales, unidos a
las premisas teóricas y metodológicas de la psicología evolucionista, permitirían
postular que la tarea de selección es un mecanismo de detección de tramposos
seleccionado por la evolución de la especie humana y que desempeña un rol central
en la articulación de relaciones sociales cooperativas.

La evidencia apoya la existencia de un contrato social implícito, que refuerza


la noción de altruismo recíproco: la detección de tramposos se produce incluso
cuando el contexto social es altamente desconocido. Esto implica que se produce
el mismo nivel de detección de tramposos cuando se da en contexto de reglas
extrañas y culturalmente ajenas, que cuando se utilizan reglas de intercambio
social altamente familiares. Sin embargo, este patrón robusto descrito con
precisión por el razonamiento se debe a que el intercambio social es sensible al
contenido. Responde a una vinculación de beneficios y requisitos, no de
antecedentes y consecuentes. Procedimientos puramente lógicos podrían no
detectar a los tramposos en los contratos sociales relativos a la situación.

3.3 Altruismo recíproco, engaño y autoengaño

Al comenzar su análisis con respecto a los mecanismos neurocognitivos


para el intercambio social, Cosmides y Tooby hacen referencia al Altruismo
Recíproco anteriormente mencionado. Este concepto fue acuñado por Robert
Trivers para explicar los procesos relativos a las situaciones de mutua provisión
condicionada de beneficios. A principios de la década de 1970 este autor escribió
una serie de artículos que sirvieron de base para la comprensión de la teoría
darwiniana en actividades y relaciones humanas complejas, entre las cuales se
incluyó el altruismo recíproco como modelo explicativo.

  63  
Sus trabajos fueron utilizados en un amplio espectro de tareas relativas a la
psicología evolucionista, y sus preocupaciones estuvieron, en esta primera etapa,
orientadas a los temas más investigados por esta disciplina, adoptando una mirada
filogenética: reproducción, descendencia, búsqueda de pareja, impronta.

Es a partir de esta definición amplia que Cosmides y Tooby hacen la


propuesta acerca de la evolución de los mecanismos de contenido específico para
el intercambio social, desde las situaciones complejas de intercambio que les
fueron demandadas a los seres humanos durante la creciente complejización de
las situaciones de intercambio mismas, abstractas y evolucionariamente
recurrentes (Cosmides y Tooby 2005)

En sus textos sobre el altruismo recíproco, Trivers especifica que los


antropólogos han reconocido la importancia de la reciprocidad en el comportamiento
humano, pero cuando se han atribuido funciones a tal comportamiento, lo han
hecho en términos de beneficios de grupo: reciprocidad, cimentar las relaciones
intragrupales y fomentar la supervivencia del grupo, es decir, los sacrificios
individuales para que el grupo pueda ser beneficiado (Trivers 1971). El autor
pretende demostrar que el modelo para la selección natural de la conducta
recíproca altruista puede explicar fácilmente la función del comportamiento altruista
humano, y los detalles del sistema psicológico que subyace a este tipo de
comportamiento.

Trivers recalca que la detección de tramposos es un elemento clave en la


evolución del altruismo recíproco. En este contexto emergen dos tipos de trampa.
Por un lado, la evidente, que consiste en no retribuir a una acción altruista,
haciendo que el altruista asuma todos los costos de la acción sin ningún beneficio a
cambio. Por otro, la sutil que implica reciprocidad, pero en menor grado, ya que el
beneficiario de una acción altruista devuelve menos de lo que recibe, y el altruista

  64  
recibe un beneficio de la acción altruista pero no tanto como sucedería en una
interacción equitativa.

El tramposo evidente será finalmente eliminado, luego de varios ensayos de


interacción, debido a la imposibilidad de establecer una relación cooperativa con él.
El tramposo sutil se beneficia, a su vez, más de lo que hubiera obtenido de la
práctica equitativa. Según Trivers, esta forma de engaño, puede ser adaptativa,
debido a que en los humanos la difusión del altruismo es evidentemente amplia.
Debido a la multiplicidad de interacciones en un grupo, así como a sus diferentes
órdenes de preferencias, alguien puede preferir una retribución menor a la justa en
lugar de nada, puesto que toda interacción lleva implícita la noción de reciprocidad.

De acuerdo a lo explicado, no es necesario apelar a ningún concepto de


ventaja grupal para explicar la función del comportamiento altruista humano. La
evidencia sobre el grado de altruismo recíproco practicado durante la evolución
humana no es concluyente, pero dada la práctica universal y cotidiana del altruismo
recíproco entre los seres humanos hoy en día, es razonable suponer que ha sido un
factor importante en los últimos años de la evolución humana, y que las
disposiciones emocionales subyacentes que afectan el comportamiento altruista
tienen componentes filogenéticos relevantes (Trivers 1971).

Una vez que las emociones positivas han evolucionado para motivar el
comportamiento altruista, el altruista se encuentra en una posición vulnerable,
porque los tramposos son quienes se han formado adaptativamente para tomar
ventaja de las emociones positivas de los altruistas. Esto a su vez crea una presión
de selección para un mecanismo de protección, más elaborado y complejo que la
selección del tramposo evidente, la cual se da como forma de presión de los grupos
prácticamente de manera natural, ya que si alguien hace trampa en una relación
recíproca y esto se descubre, es probable que el receptor de la trampa que se ha

  65  
hecho explícita responda cortando toda ayuda futura. El tramposo, en este caso,
habrá pagado un alto precio.

Será una ventaja para el tramposo evitar lo anterior, por ende debe compensar
su mala acción y realizar un gesto reparador. Aquí, en lugar de perpetuar la
ejecución de la trampa y privilegiar un patrón de conducta evidente, puede exhibir
un patrón de trampa sutil, ya que la selección favorecerá imitar estas características,
con el fin de influir en el comportamiento de los demás para el propio provecho.

La selección debe favorecer la capacidad de detectar y discriminar contra los


tramposos sutiles, ya que la detección de la exhibición evidente de conducta
tramposa ya viene determinada por mecanismos recurrentes y automatizados, en
los cuales el esfuerzo cognitivo ejercido es mínimo.

Un argumento similar puede hacerse acerca de la probidad de las personas


que inician los actos altruistas por una situación calculada, en lugar de una
disposición generosa de corazón, o que muestran ya sea falsa simpatía o falsa
gratitud (Trivers 1971). La selección puede favorecer la desconfianza hacia
aquellos que realizan actos altruistas sin la base emocional de la generosidad o la
culpa, porque las tendencias altruistas de tales individuos pueden ser menos
fiables en el futuro. Es decir, la persona que exhibe un acto altruista de modo
calculador, para obtener un beneficio, o motivado por razones personales sin la
sensación de culpa o la motivación de generosidad, es mucho más probable que
se constituya en un tramposo sutil.

En textos posteriores, Trivers continúa el estudio del engaño, abordándolo


desde la importancia de la detección en la interacción, y haciendo particular
referencia al tema del autoengaño. Si el mentiroso miente en forma repetida, las
víctimas de la mentira pueden identificar el engaño y desarrollar respuestas contra

  66  
el mentiroso, pasando este a ser víctima de su condición de engañador o
tramposo. No obstante lo anterior, la humanidad habita un mundo altamente
complejo formado por mentirosos y engañados, de tal forma, que los procesos de
identificación y de motivación de la trampa o engaño están coevolucionando en
términos de complejidad y eficiencia (Ruiz 2010). Esto coloca al ser humano en
nuevos escenarios, en donde la trampa sutil requiere un nuevo despliegue de
estrategias para detectarla.

Las condiciones en las que es posible la detección del engaño, la gama de


ocupaciones altruistas disponibles, la relación costo/beneficio, la relativa estabilidad
de los grupos sociales, y otros parámetros pertinentes deberían diferir de una
situación a otra y deben ser diferentes a través del tiempo en la misma pequeña
población humana. En este sentido, la complejidad de la organización social actual
implica la existencia de un extenso número de organizaciones e instituciones,
formales o informales, que llevan adscritas la condición de generosidad o
motivación altruista por culpa: organizaciones vecinales, grupos de interés,
religiosos, políticos, preservadores de cultura y tradiciones. Ante ellas, cada
individuo debiese abordar las interacciones referidas al intercambio social de modo
específico y contextualizado.

En estas condiciones, podría esperarse que la selección natural favoreciera la


plasticidad del desarrollo de los rasgos que regulan las tendencias, adaptándolos a
cada situación, rol social, y condiciones socio-históricas, y esa plasticidad debiese
abarcar tanto las respuestas altruistas como de engaño. Lo que plantea Trivers es
que, efectivamente, las situaciones sociales tienen una forma de comportamiento
evolutivamente determinada, en las cuales se pueden llevar a cabo análisis
costo/beneficio de un modo relativamente predecible. Sin embargo, en cierto
aspecto del comportamiento humano persiste una particular paradoja, el ser
humano se esfuerza por obtener y extraer información, para luego actuar en función
de no utilizarla en la toma de decisiones complejas.

  67  
En síntesis, el autor propone que el ser humano ejerce el autoengaño para
engañar mejor a los demás, reorganizando inconscientemente la información para
que el engaño cumpla con su función ofensiva, es decir, de obtener un provecho
ilegítimo y no recíproco de la interacción con el otro, lo que involucra que el engaño
y el autoengaño son dos caras de la misma moneda. En la próxima sección se
abordará cómo se relaciona lo anterior con la detección de tramposos.

3.4 Autoengaño y mecanismo de detección de tramposos

¿Qué es exactamente el autoengaño? De acuerdo a Trivers, algunos filósofos


han imaginado que el autoengaño es una contradicción en sus términos, imposible
desde el principio. ¿Cómo puede el auto engaño serlo? ¿Eso no requiere que el
individuo sepa lo que no sabe? Esta contradicción se hace a un lado mediante la
definición del concepto de sí mismo como la mente consciente.

La definición del concepto de sí mismo es lo que en otros contextos se


denomina el Yo, es decir, la conciencia acerca del propio individuo como sujeto de
la acción. El sí mismo es visto como un conjunto organizado de percepciones, o
desde una mirada más psicodinámica, como un mediador entre impulsos
inconscientes y la realidad exterior, pero en ambos casos implica la idea de tener la
información al acceso inmediato de la mente consciente.

El autoengaño se produce, entonces, cuando la mente consciente se


mantiene oculta. Esto ocurre de la siguiente manera: se almacena de forma
simultánea información tanto verdadera como falsa, pero en este caso la
información verdadera es almacenada en la mente inconsciente y la falsa en la

  68  
consciente. A veces se trata de actividades de la propia mente consciente, como la
supresión de la memoria activa, pero por lo general todavía la persona actúa con
un sesgo de que es consciente de todos sus pensamientos, por lo tanto, llega a
ocultar las propias estrategias de supresión.

La clave para definir el autoengaño es que es preferible excluir la información


verdadera de la conciencia y, si se mantiene, es necesario que ocurran diversos
grados de pérdida de información consciente. Si la mente actúa suficientemente
rápido, no habrá disponible una versión de la verdad que deba ser almacenada y
descartada. La información falsa sería, entonces, la que emerge en la mente
consciente, lo cual es un hecho contraintuitivo que debe ser explicado. ¿Para qué?

Al razonar haciendo énfasis en el valor de la veracidad de la información


utilizada se puede suponer que si es necesario para el ser humano almacenar
versiones verdaderas y falsas de un mismo acontecimiento en forma simultánea,
sería deseable almacenar la versión verdadera en la mente consciente para
disfrutar de los beneficios de la conciencia (cualesquiera que sean), mientras que
la información falsa debiese mantenerse fuera de acceso, en algún lugar oculto.

Lo que propone Trivers al definir y explicar el autoengaño, es la necesidad


de considerar que la información verdadera es preferentemente excluida de la
conciencia y desechada y, si llega a ser mantenida, es relegada al inconsciente.15
El autoengaño entonces permite el ocultamiento de la mentira. Por lo tanto, al
ocultarse la mentira a sí mismo, la hace invisible ante los ojos de otros,
produciendo, por tanto una fragmentación interna; la verdad es excluida de la
conciencia (relegada al inconsciente) y es la mentira la que accede a la conciencia.
De acuerdo a Trivers (2002) esta es la llave explicativa del autoengaño, y es lo que
                                                                                                                       
15
Trivers propone hacer una definición acotada de inconsciente, haciendo una diferenciación con
enfoques característicos del siglo XIX, de orientación psicoanalítica, en los cuales el inconsciente
era una estructura de personalidad que tenía como finalidad defender al ego; afirma que esto impide
ver la característica agresiva (ofensiva) del autoengaño.

  69  
explicaría, en un proceso de interacción, por qué falla el mecanismo de detección
de tramposos. Para que exista la detección del engaño, este debe estar, al menos,
en la conciencia del tramposo.

Si la principal función del autoengaño es hacer que el engaño sea difícil de


detectar, esto lleva naturalmente a los seres humanos a preguntarse cómo detectar
el engaño ejercido conscientemente por el engañador, y qué señales usar. Cuando
las interacciones son anónimas o poco frecuentes, las señales de comportamiento
no pueden ser leídas en un contexto de comportamiento conocido, y se deben
utilizar los atributos más generales de una mentira emitida.

Para realizar esta detección, se puede hacer énfasis en tres mecanismos:

• Nerviosismo: Se supone que la gente se pone nerviosa cuando miente por la


posibilidad de ser descubierta y agredida, y también por sentimientos de
culpa.

• Control: Las personas pueden intentar suprimir su comportamiento, de modo


de adoptar una actitud de control; esta actitud puede tomar, entre otras, la
forma de sobreactuación, control excesivo, impresión de planificación o
desplazamiento.

• Carga cognitiva: Mentir involucra borrar la verdad y construir una falsedad


plausible, al menos aparentemente, que no contradiga lo que el intérprete
conozca o esté en potencialidad de conocer. Esto demanda tiempo y
concentración, y genera una situación que, en caso de no ser cuidadoso,
puede dar indicios al intérprete y reducir el rendimiento del tramposo en
otras tareas secundarias.

  70  
Esta última parece ser la variable crítica entre las tres, con un papel de menor
importancia para el control y muy poco para el nerviosismo. Trivers muestra datos
empíricos que revelan que esto ocurre y ha sido evidenciado en investigaciones
criminales reales, así como las situaciones experimentales diseñadas para
imitarlas.

La cultura popular suele asociar al tramposo y a quien ejerce el engaño con la


presencia de una conducta agitada y nerviosa. El nerviosismo es universalmente
considerado asociado con el engaño, tanto por aquellos que tratan de detectarlo,
como por aquellos que tratan de evitarlo, pero es uno de los factores más débiles
en la predicción del engaño. Esto puede ser, entre otras razones, porque debido al
uso generalizado que se hace de ese indicador, el tramposo y quien necesita
detectarlo son conscientes del nerviosismo como un factor, y los mecanismos de
supresión pueden ser casi tan bien desarrollados como el propio nerviosismo,
especialmente en aquellos con experiencia en la mentira (Trivers 2011). Otro
fenómeno relacionado con el escaso valor predictivo del nerviosismo, es que en
ausencia de mentiras bien ensayadas, las personas que están mintiendo tienen
que pensar detenidamente, y esto causa varios efectos, algunos de los cuales son
opuestos a los de exhibición de nerviosismo, como parpadeo, tono de voz bajo,
pausas largas.

Otra instancia en la que puede aparecer el engaño tiene que ver con la
autopromoción, o la exageración del lado positivo y la negación del lado negativo
de uno mismo, con el fin de producir una imagen benefactora, es decir, la imagen
de quien beneficia efectivamente a otros. Las actividades de autoengaño
anteriormente mencionadas, posibilitan que el flujo de información sea muy
sesgado. Así, la mente consciente se dedica en parte a construir una falsa imagen
y, al mismo tiempo, no se es consciente de que se está distorsionando el
comportamiento y las evidencias. El mentir conscientemente resulta muy
demandante desde el punto de vista cognitivo, ya que ocultar la verdad y construir

  71  
una falsedad y mantenerla para que no sea descubierta por el oyente exige tiempo
y concentración, lo cual consume energía y crea una contradicción interna que
reduce las capacidades para realizar tareas cognitivas (Trivers 2002). En este
sentido, bloquear la información verdadera, sin ser ni siquiera consciente de ese
bloqueo, marcaría el componente diferenciador entre una estrategia de engaño
exitosa, y, por ende, un mecanismo de detección de tramposos que suele fallar.

Lo propuesto por Trivers en este apartado, a la luz de los planteamientos de


la psicología evolucionista, explica los mecanismos de engaño y autoengaño como
un mecanismo de adaptación de alto nivel. Ya que la trampa puede ser necesaria
para mostrarse y obtener ventajas de la interacción social, el autoengaño sería la
mejor estrategia en el uso de la trampa y su implementación.

En este sentido, más que una falla en la detección por los mecanismos
propuestos por Cosmides y Tooby, en el sentido de especificidad del contenido,
familiaridad de la tarea, y ejercicio de habilidades lógicas, lo que ocurre es que,
debido a que el tramposo no exhibe ningún indicio de su conducta de engaño, no
hay contenidos ni indicios que interpretar. Ya que en el tramposo ocurre el
autoengaño, ninguna de las claves anteriores presta utilidad.

Excluir de la propia conciencia el contenido de verdad que pudiese delatar al


tramposo en su intención de engaño resulta, por tanto, en la mejor estrategia para
producir el fenómeno de la no detección. Una estrategia evolucionariamente
estable, aunque sea relativa a contenido específico, nunca estará tan bien
diseñada como para enfrentar a un tramposo que, para ese momento, no está
operando como tal en sus procesos conscientes. Esto explicaría, como se adelantó
en el capítulo II, que aunque el mecanismo de detección de tramposos funcione de
modo eficiente en un importante número de casos, no pueda dar cuenta de un
mecanismo altamente evolucionado como éste.

  72  
3.5 Autoengaño y características del engañador

Trivers (2011) complementa el análisis acerca de las situaciones de trampa


con una descripción de procesos asociados al engaño y autoengaño que cumplen,
efectivamente, con el mecanismo de detección de tramposos y sus posibles
manifestaciones en un proceso de interacción. Cada uno de ellos se puede dar de
modo independiente, pero muchos de ellos concurren y se complementan. Ellos
son:

• Exceso de confianza en sí mismo. Al observar otras especies, es notorio


como la confianza en las propias fuerzas aparece en situaciones de
agresión y durante el cortejo. Trivers (2011) utiliza el término
beneffectance16, que implica un beneficio para quien adopta la actitud y
eficacia en la interacción con otros. Aunque existe algún grado de mediación
cultural (hay culturas que, a diferencia de la occidental, privilegian la
modestia), el autor establece el vínculo directo entre estas características y
los rasgos de personalidad narcisista, lo que presenta condicionantes tanto
personales como culturales.

• Menosprecio por los otros. Se corresponde de modo muy cercano con el


anterior: El ser humano se siente o se visualiza mejor en la medida que
menosprecia a su contraparte. Esto se intensifica en situaciones en las
cuales se percibe como menoscabado: una estrategia para enfrentar esa

                                                                                                                       
16
  Este término fue acuñado por Anthony Greenwald en su artículo The Totalitarian Ego (1980)
haciendo referencia al modo cómo se elaboran las historias personales. Es una composición de
Beneficence (hacer algo bien) y effectance (competencia). Beneffectance sería, entonces, la
tendencia a atribuirse el crédito por el éxito mientras se niega la responsabilidad por el fracaso.

  73  
sensación es la desvalorización del otro. De este modo, salvaguarda su
autoimagen, una meta prioritaria en contextos que privilegian la adaptación.

• Vínculos intra y extragrupales con los miembros más prominentes de


un grupo. Se relaciona con la tendencia a destacar a quienes pertenecen al
propio grupo como sujetos con características mejores a las del grupo al que
no pertenece. Esta forma de razonamiento se ha observado incluso en niños
muy pequeños y en primates, quienes al ser sometidos a situaciones
experimentales, suelen privilegiar a quienes les adscriben pertenencia a su
propio equipo, con procedimientos tan sencillos como formar “equipos” con
colores de camisetas, preferir cierta ubicación espacial, o colocar un sello
distintivo.

• Prejuicios del poder. Quienes experimentan la sensación de poder, se


sienten menos inclinados a contemplar el punto de vista de otros, y son
proclives a tomar en cuenta con exclusividad su propio punto de vista. Los
ejemplos tanto experimentales como cotidianos en este sentido abundan, y
parece bastante evidente que las posiciones de poder, y los símbolos
asociados a ella reducen la empatía.

• Superioridad moral. Implica la tendencia del ser humano a juzgarse a sí


mismo con menos rigor y más livianamente que a otros por conductas
similares. Las explicaciones acerca de la motivación personal, tanto a la
comisión de acciones deshonestas como errores no intencionales, suelen
estar orientadas a motivos plausibles y razonables en quien evalúa su
propia conducta, y motivos inadecuados en la evaluación de la ajena.

• Ilusión de control. Involucra creer que la capacidad de determinar los


resultados de algo es mayor que la real. En psicología cognitiva existe una
serie de evidencia acerca de la ilusión del libre albedrío, en la cual

  74  
elecciones hechas fuera del acceso de la conciencia, o que el individuo
atribuye como propias sin serlo, son percibidas como fuera del área de
control.

• Construcción de teorías sociales sesgadas. Se podría suponer, desde un


punto de vista racional, que sería más adaptativo para los seres humanos
construir representaciones fidedignas y confiables de la realidad. Sin
embargo, lo que suele ocurrir es que se construyen teorías sesgadas, que
benefician al tramposo en su rol. Esto se hace particularmente evidente
cuando algún argumento acerca de la realidad aparece de modo
intempestivo. Generalmente, aparecen ante la conciencia como
espontáneos y sin esfuerzo, pero en realidad están firmemente apoyados
por fuerzas inconscientes diseñadas para crear una teoría social favorable al
individuo que la crea, e incluso evidencia para apoyarla, obviamente
también sesgada.

• Falsas narrativas personales: El ser humano crea continuamente


narrativas personales falsas. Lo hace favoreciéndose a sí mismo y
descalificando a los otros, creando automáticamente historias sesgadas. Se
aparece como más moral, más atractivo, más beneffective a los demás de lo
que en realidad se es. La evidencia sugiere que se juzgan como más
adecuadas las situaciones que benefician la imagen de la persona, más que
las que la perjudican. Del mismo modo, existe un sesgo similar, pero no tan
pronunciado, respecto a las acciones no morales que son positivas o
negativas. Al hacer referencia a algo personal, ya sea negativo o positivo, la
persona lo ubica lejos en el pasado, como si no se estuviese revelando nada
personal acerca del yo actual.

• Módulos inconscientes dedicados al engaño: Esta característica resume


lo propuesto por el presente trabajo, y refuerza la idea de adaptaciones

  75  
específicas. Las personas suelen presentar estratagemas inconscientes
para manipular a los demás de una manera específica. De acuerdo a
Trivers, existen módulos mentales especializados que se dirigen hacia
oportunidades especiales que otros individuos o situaciones pueden
proporcionar, lo que parece concordante con la idea de módulos de
Adaptación específica propuesta por Cosmides y Tooby. Lo más interesante
de este fenómeno es que, precisamente, dos o más actividades cognitivas
pueden darse en forma simultánea, con poca o ninguna interferencia, lo que
permitiría llevar a cabo acciones de engaño en forma simultánea a la
realización de otras actividades, con muy baja carga cognitiva.

Al hacer el contraste entre las características del engañador propuestas por


Tirivers y el mecanismo de detección de tramposos, vemos como el mecanismo
propiamente tal no presenta fallas ante un individuo que pretende obtener ventaja
evidente de una situación, y, por tanto, se comporta consciente y voluntariamente
de acuerdo a este plano de interacción. Sin embargo, al depender este mecanismo
de la intencionalidad consciente de engaño en el ejercicio de la conducta, si el
tramposo funciona desde un autoengaño personal, deja de exhibir los posibles
indicadores externos de engaño, e incrementa su capacidad de procesamiento de
información. Lo anterior amplifica su capacidad de obtener provecho en situaciones
de interacción interpersonal. Esto implica que el autoengaño ha evolucionado al
servicio del engaño por su menor costo cognitivo: el procesamiento de información
puede funcionar mejor si ignora la contradicción.

El autoengaño, entonces, permite el ocultamiento de la mentira. Por lo tanto,


al ocultarse la mentira a uno mismo, la hace invisible ante los ojos de los otros
produciendo entonces una fragmentación interna; la verdad es excluida de la
conciencia y es relegada al inconsciente y es la mentira la que accede a la
conciencia. Esta es la llave explicativa del autoengaño, que facilitará que las
conductas que pueden dejar en evidencia al tramposo aparezcan inhibidas.

  76  
Engañarse a sí mismo hace más fácil engañar a otro, y, por tanto, permite sacar
ventaja de las situaciones, tanto de modo mutuamente beneficioso como para
efecto de la conducta explotadora.

Los individuos más propensos a engañarse a sí mismos, estarían, de


acuerdo a lo anterior, mejor dotados adaptativamente para desempeñarse como
tramposos, debido a la indetectabilidad de su conducta. Aquí parece
particularmente útil retomar lo descrito en el primer capítulo de este trabajo, es
decir el análisis de la tríada oscura, y las características de sus portadores, que
implican la presencia de narcisismo, psicopatía y maquiavelismo en interacciones
cotidianas, presente de modo aparente banal e inofensivo en algunas ocasiones, y
valorado socialmente en otras.

La tríada oscura, y la descripción de sus componentes lleva, a grandes


rasgos, a la caracterización del individuo narcisista como centrado en el mundo
exterior, y propenso a la extroversión, combinado con la dimensión explotadora
interpersonal del maquiavelismo y la psicopatía. Esta persona considera a los
demás como objetos, lo que les permite interactuar de un modo emocionalmente
afín con el del cooperador, al menos en términos de la interpretación que realiza
este último, pero sin la intención de un intercambio equitativo.

En suma, Trivers propone una serie de características adscritas al tramposo,


basadas en el autoengaño, que aparecen conductualmente como similares a las
adscritas a la tríada oscura, propuestas en el primer capítulo. Los comportamientos
que tales características permiten describir son sorprendentemente similares a las
que constituyen la tríada oscura: amortiguar las propias culpas y responsabilidades
al realizar acciones orientadas al beneficio personal, salvaguardar la propia imagen
al sentirse con derecho a actuar de manera explotadora con respecto a otros, y
objetivar a los demás, de modo de considerarlos como meros medios para

  77  
conseguir un fin. A nivel global, son descripciones de una conducta caracterizada
por atributos de psicopatía, narcisismo y maquiavelismo, pero además en un
contexto de interacciones cotidianas y frecuentes, donde son más frecuentes y
perjudiciales las fallas en la detección de tramposos. Sería entonces más propenso
a utilizar este mecanismo de autoengaño, de modo inconsciente pero adaptativo a
la consecución de sus fines, el tramposo que no sólo no es detectado, sino que en
ocasiones es reconocido y valorado por su entorno.

  78  
SINTESIS Y CONCLUSIONES

La motivación inicial de este trabajo fue alcanzar una comprensión


adecuada de los determinantes complejos de las interacciones entre personas. El
debate histórico, en contextos sociales y económicos, con miras a entender las
propiedades cruciales de los modos de interacción entre seres humanos
-cooperación vs. competencia, beneficio mutuo vs. explotación- abarca el análisis
de relaciones políticas, laborales, románticas y hasta religiosas. Esta tesis sostiene
que una visión evolucionistamente determinada podría explicar la supervivencia y
predominio de la especie humana en función de una combinación de tareas de
selección y cooperación; en este último tipo de tareas sería clave la detección de
tramposos, ya que implica un quiebre en el contrato cooperativo implícito.

La reciprocidad es, por definición, un comportamiento social condicional: en


función de una relación o transacción previa, una persona se compromete a
entregar un beneficio a otra a cambio de algo. Debido a que la participación en el
intercambio social requiere razonamiento condicional, las investigaciones de este
tipo de razonamiento se utilizan para detectar la presencia de posibles algoritmos
de dicho contrato social. En este sentido, los estudios realizados en la tradición de
la psicología evolucionista y revisados en el segundo capítulo de este trabajo,
muestran que las predicciones basadas en la tarea de selección de Wason
presentan una alta tasa de error, y que factores como la familiaridad con la tarea, y
su condición de detección vs. precaución, son los que explican de mejor manera
las diferencias entre los resultados. De acuerdo a la interpretación de los datos
empíricos provenientes de la tarea de selección de Wason, la familiaridad de los

  79  
elementos en una situación de interacción, y el contexto en el cual se dan estas
interacciones parecen afectar el uso de reglas de lógica formal de modo tal que,
aparentemente, coexistirían dos niveles de inferencia.

Una posibilidad implicaría la utilización de dos modelos lógicos, uno por


cada uno de los participantes en la interacción. La operación de ambos modelos
lógicos es utilizada por el manipulador o tramposo con una finalidad beneficiosa
para sí mismo, pero no es utilizada así por el engañado, quien opera en función de
las claves de interpretación proporcionadas por el entorno, en la medida en que
éstas apuntan a sus focos de interés, o le permiten una respuesta rápida a la
situación. Desafortunadamente, no son sólo los factores de contexto los que
explican la alta tasa de errores, ya que existen variaciones, anteriormente
explicadas, en términos de la potencialidad de detección del tramposo vs. la
detección relacionada con la precaución, es decir, la que ocurre cuando se trata de
detectar una falla no intencionada, aunque las consecuencias sean las mismas.

En el primer capítulo se mostró la vía de explicación inicial acerca de las


características del tramposo, la cual se relacionó con características personales de
quien ejerce el engaño. En este caso se utilizó como forma de explicación el
modelo de la Tríada Oscura, consistente en una combinación de maquiavelismo, y
rasgos de psicopatía y narcisismo que, según Paulhus y Williams, los autores que
proponen este modelo, serían las características que podrían explicar a un
tramposo eficiente.

La combinación personal de características relativas a este cuadro coincide,


muchas veces, con valores que la sociedad considera positivos: ambición,
comportamiento superficial y encantador, y capacidad de llamar la atención sobre
sí mismos. Sin embargo, una vez que la constelación de rasgos se manifiesta de
un modo no adaptativo para el entorno, estos empiezan a ser considerados

  80  
indeseables y evitados como potenciales socios o parejas. Eso hace que las
relaciones que se establecen sean, en su mayoría, de gran intensidad y corta
duración.

Una de las ideas planteadas en la etapa inicial de este trabajo implicaba


que, al poder dar cuenta de un mecanismo de detección de tramposos, se
obtendrían claves en la comprensión de los determinantes de las distintas formas
de interacción entre personas, ya que en diversos ámbitos se observa cómo
existen relaciones aparentemente basadas en la cooperación, pero que terminan
siendo explotadoras y parasitarias, o al menos perjudiciales para una de las partes
involucradas. Generalmente, se atribuye este tipo de interacción al portador de
alguna (o todas) las características de la tríada oscura, pero la evidencia tiende a
sugerir que sólo algunos individuos, que para estos efectos son denominados
cooperadores, son los que propician este tipo de interacción, por lo tanto, el
mecanismo es más complejo que la mera adscripción de características al
tramposo.

De hecho, la caracterización más reveladora, como se ve más adelante,


corresponde al manipulador, quien presenta características personales que lo
determinan como orientado hacia el mundo exterior pero con bajos niveles de
empatía y reciprocidad, esto último lo constituye en un hábil engañador. Sin
embargo, probablemente el elemento más importante de la tríada oscura como
determinante de la conducta de manipulación es que, para que sus portadores
tengan éxito, deben tener acceso a contrapartes potenciales confiadas y
cooperadoras. Esto es, se trata de una personalidad que no puede delatarse en
sus rasgos más indeseables de forma evidente, y, por esa razón, o bien deben
mantenerse ocultos, o bien el individuo que los posee debe permanecer durante
poco tiempo con un mismo grupo de personas.

  81  
Aquí se constata la hipótesis que motiva este trabajo: es posible dar cuenta,
en forma coherente y detallada, de los procesos cognitivos que determinan
interacciones en las que están involucrados individuos que ostentan las
características de comportamiento adscritas a la tríada oscura, en el marco de la
arquitectura propuesta por la psicología evolucionista. Esta arquitectura permite
enfatizar adecuadamente el rol que desempeñan las emociones y la motivación en
el funcionamiento (o malfuncionamiento) de una red de mecanismos de propósito
específico y, en particular, del mecanismo inferencial de detección de tramposos
que subyace a las interacciones cooperativas.

Los estudios de Trivers con respecto al altruismo recíproco, en una primera


etapa, dieron claves acerca de la necesidad de transacciones simbólicas como un
mecanismo para que un organismo actúe aparentemente a favor de otro, al
explicar que esa apariencia estaba basada en un contrato de reciprocidad. Esto
proporciona una explicación plausible acerca de la necesidad de un mecanismo de
detección de tramposos, y el porqué es necesario su funcionamiento. El mal
funcionamiento es el que requiere una explicación más detallada y completa,
debido a que hay un aparente sinsentido en el hecho de que se disponga de un
mecanismo y que este no sea infalible. Cosmides y Tooby hacen referencia a los
costos implicados en un mecanismo a prueba de fallos, que harían inviable una
conducta con garantías totales de certeza en la interacción con otros, y que
dificultarían, por ende, la adaptación.

Dada la complejidad psicológica y cognitiva que el sistema adquiere


rápidamente, Trivers se pregunta en qué medida la importancia del altruismo en la
evolución humana creó una presión de selección para los poderes psicológicos y
cognitivos que, en parte, han contribuido al gran aumento en el tamaño del cerebro

  82  
de los homínidos durante el Pleistoceno. El problema que presenta este fenómeno
es que el sistema altruista humano es sensible e inestable. A menudo tiende a hacer
trampa, y la percepción de engaño sutil puede ser muy difícil.

Debido al carácter inestable del sistema, donde un grado de engaño es


adaptativo, la selección natural favorecerá individuos con un sistema psicológico
complejo de regulación, tanto de sus tendencias altruistas como de aquellas
orientadas al aprovechamiento de los demás. Este sistema de regulación debe
incluir, por tanto, las respuestas del individuo a estas tendencias en los demás.
Como la selección favorece formas más sutiles de trampa, va a favorecer las
habilidades más agudas para detectar el engaño, pero, aparentemente, dentro de
un mecanismo de detección de claves externas.

Los individuos no difieren en ser altruistas o tramposos, sino en el grado de


altruismo que demuestran y en las condiciones en que van a utilizar mecanismos de
engaño. Si el tramposo miente en forma repetida, las víctimas de la mentira pueden
identificar el engaño y desarrollar respuestas contra él, pasando este a ser víctima
de su propio engaño. Pero, desde la emergencia del lenguaje, el ser humano vive
en un mundo altamente complejo formado por tramposos y por personas que son
engañadas por tramposos, de tal forma, que los procesos de identificación y de
provocación del engaño están coevolucionando al mismo tiempo, en términos de
complejidad y eficiencia. De este modo, el organismo que aparece como más
evolucionado resulta ser el tramposo más eficiente.

Es en este contexto donde juegan un rol las características de la tríada


oscura en los mecanismos de engaño, como puede ser apreciado a partir de las
descripciones realizadas en el capítulo primero. Las características subclínicas de
narcisismo y psicopatía, y el maquiavelismo como tendencia, conducen a que el
tramposo sea evolucionariamente apto a mostrar un comportamiento que no facilite

  83  
la detección por medio de claves conductuales. En consecuencia, se comportará
de modo más adaptativo para utilizar a los demás en su propio provecho. Lo
anterior se verá facilitado por la tendencia al altruismo recíproco, que predispone al
intérprete de la conducta a interpretar el autoengaño del tramposo como un
indicador de sinceridad.

Los mecanismos presentes en individuos portadores de la tríada oscura


hacen que se conviertan en engañadores más hábiles. El maquiavelismo les
permite subordinar su propio bienestar a la consecución del poder y la dominación
de otros, por medio de la utilización instrumental de las personas con quienes
interactúa, ante quienes el maquiavélico inhibe su conducta altruista,
considerándolo no como un par, sino como un medio para la consecución de un fin.
El narcisismo limita su contacto con la realidad, proporcionando excusas o
justificaciones a la explotación de los demás basadas en su sensación de poseer
derechos, y la necesidad de proteger su imagen personal de la devaluación ante
otros, debido a que ésta compromete su propia evaluación personal. La psicopatía,
dadas la ausencia de remordimiento (en este caso, un mecanismo adaptativo
funcional al ejercicio del altruismo recíproco) y la tendencia a agredir a otros por
medio de la explotación, producen a un individuo dotado con todos los mecanismos
adaptativos necesarios para engañar.

La clave explicativa de la falla de los mecanismos de detección de


tramposos sería, entonces, el mecanismo de autoengaño propuesto por Trivers: el
tramposo exhibe una conducta adaptativa, la cual le permite engañar a otros, en la
medida que se engaña a sí mismo. Trivers coloca el énfasis en el rol de la
preservación del bienestar del individuo, más que en las interacciones altruistas o
de preservación de la especie, ya que el altruismo recíproco no es más que una
especie de contrato social basado en un compromiso implícito, cuya finalidad es
favorecer, en ocasión posterior, al propio ejecutor de esa conducta.

  84  
Si bien Trivers explica, en sus textos recientes, que el mecanismo del
autoengaño puede llevar a perjuicios operados por el tramposo contra sí mismo,
éste tiene más bien un rol similar al que se encuentra en los mecanismos de
engaño en otras especies: la supervivencia del individuo con respecto a otros,
incluso dentro de su misma especie. Esto último podría ser extrapolado al grupo
familiar, social, o de intereses. El tramposo requiere engañar para favorecer su
supervivencia y, por tanto, el autoengaño tiene un rol adaptativo para sí mismo y
perjudicial hacia el engañado, porque, con un menor costo cognitivo, facilita que se
pueda ejecutar una trampa, sin que sea detectada en el momento por el engañado.
El mejor engaño sería, por tanto, el perpetrado sin una conciencia inmediata del
mismo, por ninguna de las dos partes.

Las características anteriormente explicadas coinciden con las propuestas


por Trivers al explicar los mecanismos de engaño y autoengaño; en este sentido,
rasgos construidos a partir de modelos psicopatológicos (psicopatía y narcisismo),
o relacionados a la política y vida moral (como maquiavelismo) son perfectamente
válidos a partir de conceptos relativos a la psicología evolucionista, y permiten
caracterizar de mejor manera al tramposo, en términos de estructura y dinámica de
personalidad, las cuales facilitan el uso de los recursos ambientales para favorecer
sus propios fines.

Quedará como limitante de la presente investigación, y propuesta para otras


futuras, la diferenciación de los mecanismos asociados al engaño en situaciones
específicas, y las características propias de cada situación que determinan o
condicionan que así ocurra. Igualmente, este estudio puede tener proyecciones
importantes en ámbitos actuales del quehacer humano, como el comportamiento
del ser humano en organizaciones, el uso y manejo del poder, y las formas en que
la conducta manipuladora puede ser detectada con facilidad.

  85  
  86  
 

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