Los Diez Mandamientos II PARTE
Los Diez Mandamientos II PARTE
Los Diez Mandamientos II PARTE
Un gran escritor español José María Gironella, cuenta que allá en diciembre de 1936,
iniciada ya la guerra civil española, en un momento en que temían que su vida peligrara en
Gerona, decidió pasarse a Francia, y su padre lo acompañó hasta la frontera. Al pasarla, los
gendarmes franceses le registraron y, en sus bolsillos, encontraron un papel que, sin que él
lo advirtiera, había introducido su padre momentos antes de cruzar dicha frontera. Era una
brevísima carta que decía: “No mates a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín”.
La carta era realmente conmovedora, sobre todo en aquel momento. Porque lo lógico
hubiera sido que en esa circunstancia un padre hubiera aconsejado a su hijo: “Ten cuidado,
no te maten”. Pero aquel padre sabía algo muy importante: que es mucho más mortal matar
que morir. El que mata a otro ser humano, queda mucho más muerto, mucho más podrido
que el que es asesinado.
Por esta razón Dios, cuando los hombres nacemos, desliza en los bolsillos de nuestra
conciencia otra carta que dice: “No mates a nadie, hijo. Tu Padre Dios”.
El precepto moral del “no matarás” tiene un sentido negativo inmediato: indica el límite,
que nunca puede ser transgredido por nadie, dado el carácter inviolable del derecho a la
vida, bien primero de toda persona. Pero tiene también un sentido positivo implícito:
expresa la actitud de verdadero respeto a la vida, ayudando a promoverla y haciendo que
progrese por el camino de aquel amor que la acoge y debe acompañarla.
Jesucristo vino a destruir la muerte y a traer vida y a traerla en abundancia, nos dice san
Juan en su evangelio en el capítulo 10. Y la vida que nos trajo Jesús es la vida eterna. Y Él
lucha y luchará para que nadie nos arrebate esta vida eterna. Y esta vida eterna traída por
Jesús abarca salvar nuestro cuerpo y nuestra alma, es decir, nuestra persona.
¿Quién eres tú para quitar la vida a alguien que está llamado a la vida eterna con Dios?
En que eres imagen y semejanza de Dios. Al ser creado, recibiste una chispa divina, que
nadie puede darnos sino Dios. Y por tanto, nadie puede quitarnos la vida, sino sólo Dios,
que es el Dueño de nuestra vida. Por eso, el que levanta la mano contra la vida humana
ataca la propiedad de Dios.
Además nuestra vida humana y terrena es grande en vistas a nuestra vida eterna en el cielo.
La vida humana es condición de la vida eterna, a donde estás llamado por Dios para gozar
de Él eternamente. Por eso es tan valiosa a los ojos de Dios tu vida terrena, y por esto es
también de un precio inestimable para ti que eres cristiano, porque es el tiempo de atesorar
méritos para la vida eterna, que te ganó Cristo con su sangre, muerte y resurrección. San
Jerónimo dijo en cierta ocasión que esta vida es un estadio para los mortales: aquí
competimos para ser coronados en otro lugar15 .
Si has entendido esto que te he dicho, entonces comprenderás que la vida humana es una
chispa que salta de Dios. Nadie tiene derecho a extinguirla. La vida humana aquí en la
tierra es la posibilidad que Dios nos concede de alcanzar la vida eterna en el cielo. Nadie
tiene derecho de despojarnos de ella.
Tu vida es bien noble. No puedes reducir la vida a lo que decía el filósofo ateo francés Jean
Paul Sartre en su obra “La Náusea”: “Comer, dormir; dormir, comer. Existir lentamente,
dulcemente, como aquellos árboles, como una botella de agua, como el andén rojo del
tranvía”.
La vida nace en el seno del amor: un hombre y una mujer que se aman colaboran con Dios
para dar a un hombre el mayor regalo: la vida, el paso de la nada al ser. ¡Qué noble ha de
ser la vida humana si Dios nos da este don, en colaboración con tus papás!
Dios te ha dado la vida para poder entrar en comunión contigo. Por eso con la vida te ha
dado una inteligencia para que le puedas conocer, y una voluntad para que le puedas elegir
y amar. ¿Cómo vas a quitar la vida a un hombre, cuando está llamado a encontrarse con
Dios y entablar con Él un diálogo en la fe y en el amor, a través de la oración y los
sacramentos, aquí en la tierra; y después en la otra vida, mediante la visión cara a cara con
Dios? No tienes ningún derecho a privar a un hombre de lo más noble que hay: conocer y
amar a Dios aquí en la tierra, y gozar de Él después en la eternidad.
No compartimos de ninguna manera la visión de la vida que cuenta Papini, escritor italiano
de inicios del siglo XX, al narrar esto.
Mi amigo Giuliotti me invitó a dar una vuelta, para conocer la población. Me hizo admirar
una plaza triangular. En uno de los ángulos se erguía solitario un monumento en bronce: el
navegante Juan de Verazzano. De cada lado del triángulo arrancaba un camino.
Juan me propuso:
El camino era de subida y estaba cubierto de graba entre álamos y viñedos. Recorrimos
unos doscientos metros. Allí el camino terminaba al pie de un edificio largo y de color
claro.
El amigo me explicó:
- Es el hospital.
- Entonces volvamos atrás.
- Volvamos atrás.
Finalmente tomamos el tercer camino que también era de subida. Llegamos frente a una
casona blanca, vieja y cerrada. Todas sus ventanas tenían rejas negras.
Concluye Papini: esta población nos da una fiel imagen de la vida humana en el planeta
Tierra. Los seres humanos desembocan en la enfermedad, o en la cárcel, y, en todo caso, en
la muerte (De una carta de J. Papini).
Yo no estoy de acuerdo con Papini en este pensamiento, pues nuestra vida desemboca en la
eternidad de Dios.
Te habrás dado cuenta cómo cada hombre aprecia su propia vida y la defiende al máximo;
incluso los que se quejan de su vida están defendiéndola en el fondo, pues piden mejores
condiciones para vivir, protestan porque quisieran vivir de otra manera.
Me viene a la mente la fábula de Esopo sobre el leñador que estaba ya harto de ir a buscar
leña todos los días al bosque. Y un día, al regresar cargadas sus espaldas de leña se paró,
dejó la leña en el suelo, maldijo su suerte e invocó a la muerte para que viniera y se lo
llevara, pues ya no quería vivir más.
Y, ¿qué crees que pasó? Pues que se presentó la muerte con una guadaña y le dijo: - ¿Me
llamabas, amigo? Y el viejo le respondió: - Sí, te llamaba para que me ayudes a cargar de
nuevo este haz de leña, pues estaba cansado.
Y termina el fabulista: “Todo hombre es amante de la vida, aun en los momentos más
desgraciados”.
El problema nace a la hora de considerar la vida de los demás frente a los propios intereses.
Así, por ejemplo, se prefiere recurrir al aborto antes que a la promoción de un recto uso de
la sexualidad; se prefiere recurrir a la eutanasia antes que a un interés eficaz por los
ancianos y los marginados; se prefiere recurrir a grandes campañas contra la natalidad en el
tercer mundo antes que a planes eficaces de desarrollo y colaboración económica; se
prefiere el uso de la guerra y el terrorismo al diálogo y la confrontación democrática, y en
general, la vida humana viene supeditada a otros intereses que tienen mucho menos valor.
Ante todo esto, tú debes proclamar y defender la dignidad de la vida humana. La dignidad
del hombre es un valor absoluto, y la vida humana, un valor en sí misma que siempre ha de
ser defendida, protegida y potenciada, independientemente de lo que diga la mayoría o los
medios de comunicación o tu propia sensibilidad.
Por eso, no debes medir el valor del hombre desde un punto de vista industrial o comercial,
como se hace hoy día. Así la persona humana es cotizada por su eficacia, y se considera al
hombre más por el tener que por el ser. Ahí tienes la concepción materialista de la vida:
vales por lo que produces y tienes, y no por lo que eres. Nunca debes aceptar esta
concepción del hombre.
Fíjate a dónde te llevaría esta postura: porque eres minusválido, no sirves….se te puede
matar; porque tuviste un accidente y quedaste hemipléjico, no sirves…se te puede matar;
naciste con una deficiencia mental o corporal, no sirves…se te puede descartar ya desde el
seno de tu madre; ya estás anciano y sufres mucho, no sirves…se te puede aplicar la
eutanasia.
Debes alzar la voz fuerte contra esta injusticia y estos crímenes. El mandamiento de Dios es
bien claro: “No matarás”.
Alza la voz como lo hizo el Papa Juan Pablo II en Denver el día 14 de agosto de 1993 a los
jóvenes: “Con el tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen; al contrario,
adquieren dimensiones enormes. No se trata sólo de amenazas procedentes del exterior, de
las fuerzas de la naturaleza o de los Caínes que asesinan a los Abeles; no, se trata de
amenazas programadas de manera científica y sistemática. El siglo XX será considerado
una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una
destrucción permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos
maestros han logrado el mayor éxito posible”.
Voy concluyendo esta parte. La vida humana es un don, es algo precioso que te es dado,
que recibes gratuitamente de Dios a través de tus padres. En el camino de la vida adquieres
la conciencia de ser una persona y también un sujeto individualizado e irrepetible. Desde el
punto de vista cristiano, estás hecho a imagen y semejanza de Dios; tu vida procede del Ser
Supremo y, por la creación, eres verdaderamente su hijo. Esta filiación es elevada
sobrenaturalmente por el sacramento del bautismo, que te asocia a Jesucristo con una nueva
creación y un nuevo amor.
De aquí procede la sacralidad de la vida humana, de tu vida humana. Este valor persiste
durante toda tu existencia desde el inicio de la concepción en el seno de la madre, hasta su
término natural en el momento de la muerte. Dios es el señor y el dueño de la vida de
cualquier hombre y mujer.
Entre 1945 y 1975, sólo en treinta años, se produjeron en el mundo 119 guerras, en las que
intervinieron 19 países, y eso recién terminada la gran guerra mundial, que se presentó
como la última guerra.
La última todavía suena en nuestros oídos: la guerra en Irak por parte de Estados Unidos,
abril del año 2003.
En este momento, ¿cuántas guerras hay declaradas y cuántos conflictos bélicos? Y decimos
estar en paz.
Después, está la guerra del terrorismo que en muchos países es una herida permanente
abierta: palestinos e israelíes, norte y sur, católicos y protestantes...
Y está la feroz guerra del aborto, en la que hoy están muriendo más de 50 millones de no
nacidos cada año; es la guerra probablemente más sangrienta que haya inventado la
humanidad. El aborto es la manipulación de un feto en el seno materno con el propósito de
destruirlo.
Generalmente, en la mayoría de los casos de aborto se procede asesinando al feto dentro del
seno de la madre, antes de extraerlo. Está comprobado ya científica y médicamente que ese
feto es un ser humano, una persona: desde el momento de la concepción tiene un código
genético propio y está llamado a realizarse como ser humano y a gozar eternamente de
Dios. Además, tiene un alma espiritual creada amorosa, individual y personalmente por
Dios. ¡Es un hijo de Dios!
Te voy a contar una anécdota escalofriante para que comprendas el valor de la vida.
Las mujeres han sufrido de forma muy especial la violencia en la antigua Yugoslavia. Las
violaciones y los malos tratos han sido utilizados como arma de guerra, especialmente por
parte de las tropas serbias. Según los informes elaborados por las Naciones Unidas, miles
de mujeres han sido víctimas de esta violencia.
Lucía, joven religiosa, es decir, monja, sufrió como otras miles de mujeres la barbarie de la
violación. Reproducimos la carta que escribió a su Superiora General.
«Soy Lucía Vetruse, una de las novicias que han sido violadas por las milicias serbias. Le
escribo sobre lo que me ha acaecido a mí y a mis hermanas Tatiana y Sendria. Permítame
que no le dé detalles. ¿Qué es, madre, mi sufrimiento y la ofensa sufrida en comparación
con la de Aquel al que había prometido mil veces darle mi vida?
Dije despacio: "Hágase tu voluntad, ahora, sobre todo ahora, ya que no tengo más apoyo
que la certeza de que tú, Señor, estás a mi lado". Le escribo, madre, no para recibir
consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a DIOS POR HABERME ASOCIADO A
MILLARES DE COMPATRIOTAS MÍAS OFENDIDAS EN EL HONOR. Y A ACEPTAR LA
MATERNIDAD NO DESEADA...
Mi humillación se suma a la de las demás y sólo puedo ofrecerla por la expiación de los
pecados cometidos por los anónimos violadores y por la paz entre las dos etnias opuestas,
aceptando el deshonor, sufrido y entregándolo a la piedad de Dios...No se asombre que le
pida compartir conmigo una "gracia" que pudiera parecer absurda. He llorado en estos
meses todas mis lágrimas por mis dos hermanos asesinados por los mismos agresores que
van aterrorizando nuestras ciudades. Pensé que ya no podría sufrir muchas cosas más, que
el dolor pudiera tener tantas dimensiones.
A las puertas de nuestro convento, hay cada día centenares de criaturas famélicas
tiritando de frío, con la desesperación en los ojos. La otra semana una joven de dieciocho
años me había dicho: "Usted es afortunada porque ha escogido un sitio donde la milicia
no puede entrar”. Y añadió: "No sabe lo que es el deshonor".
Lo pensé despacio y vi que se trataba del dolor ingente y casi sentí vergüenza de estar
excluida de su huida. Ahora soy una de ellas, una de tantas mujeres anónimas de mi
pueblo con el cuerpo destrozado y el alma saqueada. El Señor me ha admitido al misterio
de su vergüenza, es más, a esta hermana le ha concedido el privilegio de comprender la
fuerza diabólica del mal.
Sé que, de hoy en adelante, las palabras de valor y consuelo que trataré de sacar de mi
pobre corazón serán creídas, porque mi historia y la suya, y mi resignación, sostenida por
la fe, podrá servir, si no de ejemplo, al menos de confrontación con sus reacciones morales
y afectivas. Basta una señal, una pequeña palabra, una ayuda fraternal, para movilizar la
esperanza de un ejército de criaturas desconocidas.
Dios me ha escogido -Él me perdone esta presunción- para guiar a las personas
humilladas de mi gente hacia un alba de redención y de libertad. No podrán tener dudas
sobre la sinceridad de mis deseos, porque yo también vengo, como ellas, de la frontera de
la abyección... Todo ha pasado, madre, pero ahora comienza todo en su llamada
telefónica, después de decirme palabras de consuelo que le agradeceré toda mi vida, me
hizo una pregunta: "¿Qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?".
Sentí que su voz temblaba al hacerme esa pregunta que no podía ser respondida de
inmediato, no porque no haya reflexionado sobre la elección que tenía que hacer, sino
porque usted no quería turbar con proyectos mis decisiones.
Lo he decidido ya: si soy madre, el niño será mío. Lo podría confiar a otras personas, pero
él tiene el derecho, a mi amor de madre, aunque no haya sido deseado ni querido. No se
puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene
necesidad de crecer allí donde el misterioso, aunque inicuo sembrador lo haya echado.
En este caso de vida está resumido todo el valor del quinto mandamiento de la ley de Dios.
Pero sigamos.
Otras formas de crímenes sobre niños todavía no nacidos que se pueden incluir aquí son las
muertes de embriones humanos producidas por experimentos realizados dentro o fuera del
seno materno. A esto se le ha llamado la terrible matanza de los experimentos genéticos, de
la fecundación in vitro, de los embriones congelados, de los experimentos de la clonación,
etc... donde descartan y mueren cantidad de seres humanos.
No todas las técnicas de manejo de los genes (son éstos, fragmentos del ácido
desoxirribonucleico o ADN), en los que están inscritos los caracteres específicos de cada
ser animal o vegetal …no todas estas técnicas, digo, son malas:
Algunas, como la “mejora genética”, han logrado aumentar el rendimiento productivo,
la resistencia ante enfermedades, la calidad en animales y plantas; lo que palia grandes
necesidades de la humanidad.
Otras como la llamada “ingeniería genética molecular”, por la que genes humanos,
animales o vegetales (fragmentos de ADN), trasferidos a determinados cultivos bacterianos
para reaplicación, han logrado para la humanidad la producción de medicinas (insulinas
artificiales, interferón, vacunas, etc.), así como alimentos fundamentales en la agricultura y
la ganadería. Por otra parte, se está elaborando ya el llamado “mapa del genoma humano”,
por medio del cual se podrán en su día intercambiar genes enfermos del ser humano por
otros sanos.
En otro orden de cosas, dentro del problema que te estoy tratando, la moral católica enuncia
juicios muy severos acerca de las técnicas de eugenesia positiva (mejora de los genes):
inseminación artificial, homóloga o heteróloga (del marido o no), fecundación in vitro y la
clonación o proceso, mediante el cual se podría producir un gemelo genético –como una
fotocopia repetible a voluntad- a partir de un solo progenitor17 . De esto te hablaré más
adelante.
Está también la violencia nuestra de cada día. Es verdad, “no robamos, ni matamos
físicamente”, pero sí matamos cuando criticamos, cuando nos enfadamos con gran
violencia. Esta violencia está en el corazón. La agresividad se ha ido adueñando de nuestra
vida cotidiana. Somos violentos en nuestro lenguaje. Somos violentos en nuestra manera de
entender la vida. Así se oye decir: “aquí o pisas o te pisan... el que da primero da dos
veces... bastos son triunfos”.
Somos violentos en nuestro estilo de humor. Aquí la sonrisa se sustituye con frecuencia
por la sal gorda, el sarcasmo, la sonrisa hiriente, el vinagre. Tenemos un arte especial para
reírnos de nuestro prójimo y olvidamos que dejar a alguien en ridículo es siempre un arma
inmoral. Somos agresivos hasta en el modo de perdonar. ¿Cuántas veces oímos decir:
“Perdono, pero no olvido” que con frecuencia no es sino un arte de alargar y prolongar la
herida?
Otra de las formas más dramáticas con la que puede violarse hoy este mandamiento es
precisamente el del uso y abuso de las drogas. Ya sabes que el mal de la droga, aunque sea
“blanda” está en que produce efectos irreparables en el cerebro, además de otros problemas
psicológicos que varían según el efecto de la droga.
La razón de fondo para consumir drogas es siempre profundamente egoísta, pues se busca
con ellas conseguir sensaciones especiales, placer, huida de la realidad, etc. Esto no
justifica el mal que producen. Las drogas llegan a dominar fácilmente al hombre
adueñándose de su ser y de su querer, le arruinan completamente su vida. Se apoderan
absolutamente de la voluntad por las fuertes sensaciones de placer (cocaína), de relajación
(morfina), de fuerza y energía (heroína), de liberación mental (L.S.D.) que produce, y
finalmente se posesiona de todo el metabolismo, del sistema nervioso y de los centros
vitales.
No obstante lo dicho, es lícito utilizar las drogas con fines medicinales curativos o
anestésicos.
También, exponemos nuestra vida y la de los demás con el mal uso del volante, y el exceso
de la velocidad. ¡Qué locura! Hay que respetar las señales de tráfico y ser prudente en la
carretera, especialmente cuando otras vidas dependen de ti.
Como puedes ver, se puede matar de mil maneras. Se puede matar de disparos, pero
también de hambre o de soledad. Se puede declarar una guerra o declarar y tolerar un paro,
una calumnia.
No olvidemos las palabras que dijo Dios a Caín: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de
tu hermano está clamando a mí desde la tierra. Ahora, pues serás maldito sobre la tierra que
abrió su boca para recibir, de mano tuya, la sangre de tu hermano” (Génesis 4, 10).
Caín parece haberse extendido sobre toda la tierra. Parece que la tierra se ha convertido en
un lago de sangre y violencia.
A diario, las páginas de los periódicos, los informativos de la televisión, nos sirven nuestra
ración de muerte. Cruzan por nuestras pantallas los tanques de la destrucción. El hombre de
la metralleta y los disparos, parece haberse convertido en huésped permanente de nuestra
sobremesa. Ahora no hace falta ir a la guerra, porque es la guerra la que nos persigue a
nosotros y ha entrado en nuestras casas y en nuestros colegios.
Ya nos hemos acostumbrado. El día en que los telediarios no nos ofrecieran nuestra ración
de muertos, tendríamos la impresión de haber llegado a otro planeta.
Un nuevo paso más damos en este campo con el tema del suicidio. Es quitarse
deliberadamente la vida directamente procurada, ya sea por medio de una acción o a través
de una omisión voluntaria.
La mayoría de los suicidios de época pasadas estaban motivados, más que por un odio a la
vida o deseo de la muerte, por el impulso de encontrar una “solución” rápida a un problema
ético que no había sido enfocado –por culpa propia o ajena- de una manera justa.
El suicidio suele darse especialmente en personas que sufren fuertes estados de depresión y
generalmente sin grandes ni sólidas convicciones religiosas, ya que la religión nos enseña a
no perder la esperanza y encontrar sentido hasta en las realidades más duras de aceptar.
Siempre es ilícito, porque se destruye un don que pertenece a Dios. Ninguna vida humana
es inútil o poco importante. El suicidio se opone de forma clara al instinto de conservación,
es decir, a un legítimo amor propio que está en la naturaleza humana y que le mueve a
permanecer en el ser, para su bien y para el bien de los demás. Hasta tal punto es esto cierto
que la mayoría de los suicidios son achacables a condiciones patológicas, aunque también
en muchos casos, originados por una previa ausencia de sensibilidad moral, de interés real y
positivo por el trabajo y por los demás hombres.
El suicidio de personas que tienen familias (padres, maridos o mujer, hijos) es también un
acto de injusticia respecto a esos parientes.
¿Se condenará quien se haya suicidado? Dejemos en manos de Dios el desenlace de este
hijo suyo, que tal vez no supo lo que hizo18 .
Poniéndose en el lugar del Creador, se afirman a sí mismos como los señores que quieren
dominar a su gusto, disociando voluntariamente las dos significaciones de la sexualidad:
unión mutua y procreación 20. Y al mismo tiempo que manipulan la sexualidad humana y se
colocan como árbitro y señores del designio divino, los esposos cesan, por la contracepción,
de aceptarse y donarse mutuamente uno al otro según la verdad de su ser a la vez físico y
espiritual. La mujer acoge al marido pero con el rechazo a su gesto inseminador; el hombre
recibe a la mujer, pero con la activa negación de su ritmo fisiológico y psicológico propio.
Conjuntamente, el hombre y la mujer se acogen uno al otro en la exclusión de una apertura,
simplemente posible, a la vida del hijo.
Veo en tus ojos una pregunta: “¿Es lo mismo esto que los métodos naturales?”.
De ninguna manera. La actitud espiritual de los esposos en este caso es distinta. Aquí
también en los métodos naturales, ciertamente, los esposos buscan evitar un nacimiento,
pero lo hacen por un procedimiento cuyo alcance moral es totalmente diverso. Eligen
simplemente unirse cuando, independientemente de su voluntad, el vínculo entre el amor y
la fecundidad está como en suspenso y es inoperante, pero siempre abiertos a la vida, si
viniera.
Al hacer esto, no se erigen en señores de ese vínculo estructural, sino que se comportan más
bien como sus servidores o ministros diligentes, como custodios responsables del vínculo,
inscrito en el ser y querido por Dios, entre el don mutuo de las personas y su apertura a la
vida.
Es inmoral la fecundación “in vitro” porque hay separación del aspecto unitivo y
procreativo en al acto sexual. Además, en esta fecundación deben ser fecundados muchos
óvulos hasta lograr que uno de ellos se desarrolle suficientemente “in vitro” para poder ser
implantado en el endometrio (útero) femenino. Consecuentemente, son desechados o
congelados, o incluso utilizados en investigaciones, el resto de ovocitos fecundados; todo lo
cual constituye algo intrínsecamente inmoral 21 .
Te pongo aquí también una cita del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que
acaba de ser publicado el 2 de abril de 2004 por el Pontificio Consejo Justicia y Paz,
relacionado con varios mandamientos, al menos con el quinto y el sexto:
“Es necesario reafirmar que no son moralmente aceptables todas aquellas técnicas de
reproducción –como la donación de esperma o de óvulos; la maternidad sustitutiva; la
fecundación artificial heteróloga –en las que se recurre al útero o a los gametos de
personas extrañas a los cónyuges. Estas prácticas dañan el derecho del hijo a nacer de un
padre y de una madre que lo sean tanto desde el punto de vista biológico como jurídico.
También son reprobables las prácticas que separan el acto unitivo del procreativo
mediante técnicas de laboratorio, como la inseminación y la fecundación artificial
homóloga, de forma que el hijo aparece más como el resultado de una acto técnico, que
como fruto natural del acto humano de donación plena y total de los esposos. Evitar el
recurso a las diversas formas de la llamada procreación asistida, la cual sustituye el acto
conyugal, significa respetar –tanto en los mismos padres como en los hijos que pretenden
generar- la dignidad integral de la persona humana. Son lícitos, en cambio, los medios que
se configuran como ayuda al acto conyugal o en orden a lograr sus efectos” (número 235).
Todavía nos aterra el caso de Estados Unidos de Terri Schiavo, esa mujer con daños
cerebrales a la que se le quitaron, por indicación de alguno de sus familiares, lo tubos que le
proporcionaban alimento y agua. Y así la mataron.
No debes confundir eutanasia, que consiste en producir la muerte de alguien quitándole los
medios ordinarios que le mantenían en vida, y la analgesia.
Aquí surge una pregunta que está en tus labios: ¿está obligado el hombre siempre a
conservar la vida?
La respuesta es clara: está obligado a emplear todos los medios proporcionados y ordinarios
(médicos y quirúrgicos, con esperanza de curación y sin excesivo gasto o dolor) para
conservarla. No hay obligación, pues, de usar ni los extraordinarios, ni de prolongar una
vida sin esperanza, alargando el momento de la muerte natural (distanasia).
Otra cosa distinta es la eutanasia que es la interferencia activa o pasiva para provocar la
muerte. La eutanasia se diferencia moralmente de la omisión de medios extraordinarios, de
los que acabo de hablarte. Nada se opone a la ayuda prestada para una muerte natural sin
dolor, aun cuando con ella se acorte la vida, con tal de que no se pretenda directamente esto
último, y de que los sedantes administrados no incapaciten al enfermo terminal para
prepararse a recibir la muerte de manos de Dios 22 .
Todo esto nos lleva a dos cosas más a este respecto. Una afecta al individuo como cristiano,
y la otra al médico en su obligación deontológica.
Primero, el cristiano tiene la obligación moral de proteger su propia salud, evitando cuanto
le lleva a una muerte pronta, como el alcohol excesivo o el empleo de drogas.
Puede decirse que el quinto mandamiento es el más típico, el más representativo de nuestro
tiempo. De ti y de mí depende que hagamos una campaña de aprecio, de defensa y
promoción de la vida.
Cristo vino a este mundo para darnos vida y dárnosla en abundancia. Es más, Él se definió
como Camino, Verdad y Vida. Quien sigue a Cristo, apuesta por la vida, defiende la vida,
transmite la vida.
No puedo terminar este mandamiento sin antes hablarte de algunos casos especiales que
contempla el Catecismo de la Iglesia católica: homicidio en legítima defensa, la pena de
muerte y la guerra. Sígueme, por favor, pues son temas muy delicados.
Estos casos extremos muy especiales en que no se cuenta con el auxilio de las fuerzas
públicas de policía o con otro tipo de ayudas, nos llevan a plantearnos el problema: ¿puede
un hombre quitarle la vida a otro para defenderse en caso de agresión?
Este caso se aplica sólo cuando se trata de una agresión violenta y siempre la actitud del
que se defiende es la de proteger el más grande don de Dios, la vida. No entran aquí, por
tanto, las venganzas o la justicia practicada fuera de los tribunales públicos.
Dice san Tomás de Aquino y recoge la cita el Catecismo de la Iglesia católica: “La acción
de defenderse…puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia
vida; el otro, la muerte del agresor…Nadie impide que un solo acto tenga dos efectos, de
los que uno sólo es querido (defender mi vida), sin embargo el otro está más allá de la
intención (el matarle)”.
Es el llamado principio de doble efecto 24 . Se trata de una acción que produce dos efectos,
uno bueno buscado y otro malo no querido.
Para que sea lícita, moralmente hablando, la legítima defensa, se deben cumplir las
siguientes condiciones:
Que los medios que se usan para defenderse sean los absolutamente necesarios. Por esta
norma, no es lícito quitar la vida en defensa propia cuando se está en condiciones de
neutralizar al agresor sin necesidad de matarlo.
Matar en defensa propia es lícito pero no siempre obligatorio. Es decir, el agredido
puede renunciar a defenderse cuando sólo corre peligro su vida. Lo puede hacer, por
ejemplo, para dar al agresor la oportunidad de convertirse y salvarse.
Este tema es muy controvertido. Los que abogan por ella –yo no soy de esta opinión, por
supuesto- dan estos argumentos:
Así como existe, reconocida en todas las legislaciones, la legítima defensa (que puede
llevar a la muerte del agresor injusto), la pena de muerte es la legítima defensa de toda la
sociedad ante los casos de criminales especialmente peligrosos, crueles e incorregibles;
la pena de muerte tiene una especial fuerza intimidadora, que impide la comisión de los
delitos más graves;
la pena de muerte tiene un alto grado de ejemplaridad;
la pena de muerte es el justo castigo retributivo: la muerte –asesinato- perpetrado con
premeditación, alevosía, sin ningún factor atenuante, se merece lo mismo: la muerte;
sin pena de muerte, los criminales incorregibles seguirían cometiendo crímenes, pues en
las circunstancias actuales –gracias a indultos, amnistías, redención de penas, etc.- la
reclusión perpetua se da en muy pocos casos.
Sería el último recurso aplicable como único medio para salvar la sociedad. Sin embargo,
en condiciones normales, actualmente, parece que el Estado puede disponer de otros
medios para defenderse: prisiones, mayor eficacia policial, organismos de control y
defensa, etc.
Yo prefiero apoyar lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Pero si los medios
incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la
autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones
concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir
eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquel que lo ha cometido sin quitarle
definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente
necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos”
(n. 2267).
Hay unos argumentos en contra de la pena de muerte que te comparto, que me parecen los
más acordes al espíritu de Cristo en el Evangelio:
La pena de muerte es una forma de crueldad y supone convertir al Estado en verdugo;
la pena de muerte impide corregir los errores judiciales, que no son tan infrecuentes
como a veces se piensa;
la pena de muerte no tiene valor alguno de ejemplaridad; de hecho, en los países en los
que ha sido abolida la pena de muerte no se ha notado ningún aumento en aquellos delitos
antes castigados con esa pena;
la pena de muerte impide cualquier posibilidad de regeneración del delincuente;
el hecho de que la pena de muerte haya existido en todos los pueblos y en todas las
épocas no es argumento, porque también existió la esclavitud y hoy se considera que se ha
realizado un gran progreso moral con su abolición;
la supresión de la pena de muerte ha de traer consigo el perfeccionamiento de las
instituciones penitenciarias, tanto para la corrección del condenado, como para la
aplicación –si el caso lo requiere- de la totalidad de la pena.
Respuesta del cardenal: Cuando la pena de muerte es legal, lo que se hace es castigar a
un sujeto que ha cometido un delito comprobado de extrema gravedad, y que, además,
pueda ser un peligro para la paz social; es decir, se castiga a un culpable. En un aborto,
en cambio, se aplica la pena de muerte a una persona absolutamente inocente. Son dos
cosas totalmente diferentes que no admiten comparación.
Lo que ocurre es que muchos ven al niño no nacido como un injusto agresor que “va a
disminuir mi espacio vital”, “se entrometerá en mi vida”, y al que, por tanto, hay que
castigar como a un injusto agresor. Pero ese es el punto de vista de los que no ven al niño
como una creación de Dios, no lo ven creado a imagen de Dios y con derecho a la vida;
todavía no ha nacido y ya lo ven como a un enemigo o a un inoportuno sobre el que se
puede disponer. Pienso que esto sucede porque no se es consciente de que un hijo
concebido ya es un ser, ya es un individuo…Si olvidamos este principio, que el hombre en
cuanto hombre está bajo la protección de Dios, y no a merced de nuestro arbitrio, si
olvidamos esto, estamos olvidando el verdadero fundamento de los derechos humanos.
Hay que buscar siempre la paz. Todos estamos obligados a empeñarnos en evitar las
guerras.
No sé si te he cansado, pero era necesario explicarte todas estas cosas. Lo importante es que
tú seas un hombre de paz, que valores la vida, que optes por la vida, que la defiendas
siempre.
¡Valora el don de la vida! El Papa Juan Pablo II te regaló una encíclica maravillosa: “El
Evangelio de la vida”, la undécima, el 25 de marzo de 1995, festividad de la Anunciación,
el día en que el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, se encarna en el seno de la Virgen, y
comienza la hermosa y apasionante aventura de ser hombre, uno como nosotros. Si Cristo
quiso compartir nuestra vida humana, haciéndose Él mismo hombre, ¿sabes por qué fue?
Para poderte compartir después su vida divina. ¡Qué intercambio tan maravilloso!
En esta encíclica, Juan Pablo II enumera todas las amenazas contemporáneas a la dignidad
de la vida humana, que resume en una frase: “la cultura de la muerte”. Prosigue con una
meditación bíblica sobre la vida como don divino, un análisis de la relación entre la ley
moral y la ley civil, y termina implicando a cada sector de la Iglesia en el compromiso de la
lucha por una civilización al servicio de la vida.
El lenguaje utilizado por el Papa es implacable y serio. Empeña toda su autoridad como
Papa.
“El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna institución humana puede aspirar a
legitimar”.
2° Celebrar el Evangelio de la vida con la oración, con los gestos y símbolos de las
tradiciones y costumbres culturales y populares.
Por tanto, todo hombre está llamado a ser guardián de su hermano, nos confía la vida del
otro hombre como un tesoro.
María aceptó la Vida –con mayúscula- en nombre de todos y para bien de todos. María ante
las fuerzas del mal, nos muestra a su Hijo, que ha vencido a la muerte. Cristo, es el fruto
bendito de su seno.
Termino con este hecho sobre el famoso 11 de septiembre de 2001, la destrucción de las
torres gemelas.
En contraste con las muchas perversidades y chistes que nos mandamos para reírnos un
rato, esto es un poco diferente. Este chiste de hoy no se supone que es un chiste, no se
supone que es chistoso, se supone que te va a poner a pensar.
En la entrevista que le hicieron a la hija de Billy Graham en el Early Show, Jane Clayson
le preguntó: "¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?" (se refería a los ataques del
11 de septiembre).
Dijo: "Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero
durante años hemos estado diciéndole a Dios que se salga de nuestras escuelas, que se
salga de nuestro gobierno y que se salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que Él es,
creo que se ha retirado tranquilamente. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé su
bendición y su protección cuando le hemos exigido que nos deje estar solos?".
Luego alguien dijo que mejor no se leyera la Biblia en las escuelas... La Biblia dice no
matarás, no robarás, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y dijimos que estaba bien.
Luego el Dr. Benjamin Spock dijo que no debíamos castigar a nuestros hijos cuando se
portan mal porque sus pequeñas personalidades se truncarían y podríamos lastimar su
autoestima (el hijo del Dr. Spock se suicidó). Dijimos que los expertos saben lo que están
diciendo. Y dijimos que estaba bien.
Luego alguien dijo que los maestros y directores de los colegios no deberían imponer la
disciplina a nuestros hijos cuando se portan mal. Los administradores de las escuelas
dijeron que más valía que ningún miembro de la facultad de las escuelas tocara a ningún
estudiante que se porte mal porque no queremos publicidad negativa y por supuesto no
queremos que nos vayan a demandar. Y dijimos que estaba bien.
Luego alguien dijo: dejemos que nuestras hijas aborten si quieren, y ni siquiera tienen que
decirle a sus padres. Y dijimos que estaba bien.
Luego uno de los consejeros del consejo de administración de las escuelas dijo: ya que los
muchachos siempre van a ser muchachos y de todos modos lo van a hacer, démosle a
nuestros hijos todos los condones que quieran para que puedan divertirse al máximo, y no
tenemos que decirle a sus padres que se los dimos en la escuela. Y dijimos que estaba bien.
Luego algunos de nuestros principales funcionarios públicos dijeron que no importa lo que
hacemos en privado mientras cumplamos con nuestro trabajo. Estuvimos de acuerdo con
ellos y dijimos que “no me importa lo que nadie, incluyendo el Presidente, haga en su vida
privada mientras yo tenga un trabajo y la economía esté bien”.
Luego alguien dijo: vamos a imprimir revistas con fotografías de mujeres desnudas y decir
que esto es una apreciación sana y realista de la belleza del cuerpo femenino. Y dijimos
que estaba bien.
Y luego alguien más llevó más allá esa apreciación y publicó fotografías de niños
desnudos, llevándola aún más allá cuando las colocó en Internet. Y dijimos que estaba
bien, tienen derecho a su libertad de expresión.
Luego la industria de las diversiones dijo: hagamos shows por televisión y películas que
promuevan lo profano, la violencia y el sexo ilícito. Grabemos música que estimule las
violaciones, las drogas, los suicidios y los temas satánicos. Y dijimos, “no es más que
diversión, no tiene efectos negativos, de todos modos nadie lo toma en serio, así que
adelante”.
Ahora nos preguntamos por qué nuestros niños no tienen conciencia, por qué no saben
distinguir entre el bien y el mal, y por qué no les preocupa matar a desconocidos, a sus
compañeros de escuela, o a ellos mismos.
Es curioso cómo la gente simplemente manda a Dios a la basura y luego se pregunta por
qué el mundo está en proceso de destrucción. Es curioso ver cómo creemos lo que dicen
los periódicos, pero cuestionamos lo que dice la Biblia.
Es curioso cómo se mandan “chistes groseros y subidos de tono” por la red y cunden
como reguero de pólvora, pero cuando empiezas a mandar mensajes del Señor, la gente lo
piensa dos veces antes de compartirlos.
Es curioso cómo hay artículos lujuriosos, crudos, vulgares y obscenos que circulan
libremente por el ciberespacio, pero la discusión de Dios en público se suprime en las
escuelas, los espacios de trabajo y a veces hasta en el hogar.
Es curioso ver cómo, cuando envíes este mensaje, no se lo mandarás a mucha gente que
está en tu lista de direcciones porque no estás seguro de sus creencias, o lo que pensarán
de ti por enviárselos.
Es curioso ver como nos preocupa más lo que piensan los demás de nosotros que lo que
Dios piensa de nosotros.
¿Qué te ha parecido?
Este texto, como habrás podido notar, remata el quinto mandamiento y nos invita a explicar
el sexto, que es muy interesante.
2318 ‘Dios tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de
hombre’ (Job 12, 10).
2319 Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada,
pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y
santo.
2322 Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo, es decir,
buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (consulta el concilio
Vaticano II, constitución Gaudium et Spes, 27, 3), gravemente contraria a la ley moral. La
Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
2323 Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe
ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser
humano.
2324 La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye
un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto
del Dios vivo, su Creador.
2326 El escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión se induce
deliberadamente a otro a pecar.
2327 A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer
todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia implora así: ‘del hambre,
de la peste y de la guerra, líbranos Señor’.
2328 La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley moral durante
los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a
sus principios universales son crímenes.
2330 ‘Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios’ (Mateo 5, 9).
Una pena impuesta por la autoridad pública, tiene como objetivo reparar el desorden
introducido por la culpa, defender el orden público y la seguridad de las personas y
contribuir a la corrección del culpable.
La pena impuesta debe ser proporcionada a la gravedad del delito. Hoy, como
consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen,
haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido, los casos de absoluta necesidad de pena
de muerte “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan alguno” (Juan Pablo II,
Carta Encíclica Evangelium vitae). Cuando los medios incruentos son suficientes, la
autoridad debe limitarse a estos medios, porque corresponden mejor a las condiciones
concretas del bien común, son más conformes a la dignidad de la persona y no privan
definitivamente al culpable de la posibilidad de rehabilitarse.
Los cuidados que se deben de ordinario a una persona enferma no pueden ser
legítimamente interrumpidos; son legítimos, sin embargo, el uso de analgésicos, no
destinados a causar la muerte, y la renuncia al “encarnizamiento terapéutico”, esto es, a
la utilización de tratamientos médicos desproporcionados y sin esperanza razonable de
resultados positivos.
La sociedad debe proteger a todo embrión, porque el derecho inalienable a la vida de todo
individuo humano desde su concepción es un elemento constitutivo de la sociedad civil y de
su legislación. Cuando el Estado no pone su fuerza al servicio de los derechos de todos, y
en particular de los más débiles, entre los que se encuentran los concebidos y aún no
nacidos, quedan amenazados los fundamentos mismos de un Estado de derecho.
El escándalo, que consiste en inducir a otro a obrar el mal, se evita respetando el alma y el
cuerpo de la persona. Pero si se induce deliberadamente a otros a pecar gravemente, se
comete una culpa grave.
Los moribundos tienen derecho a vivir con dignidad los últimos momentos de su vida
terrena, sobre todo con la ayuda de la oración y de los sacramentos, que preparan al
encuentro con el Dios vivo.
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad. La cremación de los
mismos está permitida, si se hace sin poner en cuestión la fe en la resurrección de los
cuerpos.
El Señor que proclama “Bienaventurados los que construyen la paz” (Mt.5,9), exige la paz
del corazón y denuncia la inmoralidad de la ira, que es el deseo de venganza por el mal
recibido, y del odio, que lleva a desear el mal al prójimo. Estos comportamientos, si son
voluntarios y consentidos en cosas de gran importancia, son pecados graves contra la
caridad.
La paz en el mundo, que es la búsqueda del respeto y del desarrollo de la vida humana, no
es simplemente ausencia de guerras o equilibrio de fuerzas contrarias, sino que es “La
tranquilidad del orden” (S. Agustín) “Fruto de la justicia” (Is.32,17) y efecto de la
caridad. La paz en la tierra es imagen y fruto de la paz de Cristo.
Para la paz en el mundo se requiere la justa distribución y la tutela de los bienes de las
personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto a la dignidad de las
personas humanas y de los pueblos, y la constante práctica de la justicia y de la
fraternidad.
El uso de la fuerza militar está moralmente justificado cuando se dan simultáneamente las
siguientes condiciones: certeza de que el daño infringido es duradero y grave; la ineficacia
de toda alternativa pacífica; fundadas posibilidades de éxito en la acción defensiva y
ausencia de males aún peores, dado el poder de los medios modernos de destrucción.
Determinar si se dan las condiciones para un uso moral de la fuerza militar compete al
prudente juicio de los gobernantes, a quienes corresponde también el derecho de imponer
a los ciudadanos la obligación de la defensa nacional, dejando a salvo el derecho personal
a la objeción de conciencia y a servir de otra forma a la comunidad humana.
La ley moral permanece siempre válida, aún en caso de guerra. Exige que sean tratados
con humanidad los no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros. Las acciones
deliberadamente contrarias al derecho de gentes, como también las disposiciones que las
ordenan, son crímenes que la obediencia ciega no basta para excusar. Se deben condenar
la destrucción masiva así como el exterminio de un pueblo o de una minoría étnica, que
son pecados gravísimos; y hay obligación moral de oponerse a la voluntad de quienes los
ordenan.
Se debe hacer todo lo razonablemente posible para evitar a toda costa la guerra, teniendo
en cuenta los males e injusticias que ella misma provoca. En particular, es necesario evitar
la acumulación y el comercio de armas no debidamente reglamentadas por los poderes
legítimos; las injusticias, sobre todo económicas y sociales; las discriminaciones étnicas o
religiosas; la envidia, la desconfianza, el orgullo y el espíritu de venganza. Cuanto se haga
por eliminar estos u otros desórdenes ayuda a construir la paz y a evitar la guerra.
<BANEXO< b>: Te regalo el capítulo primero de la famosa encíclica del Papa Juan Pablo
II "Evangelium Vitae" del 25 de mayo de 1995, sobre el valor y el carácter inviolable de la
vida humana.
7. «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo
lo creó para que subsistiera... Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo
imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y
la experimentan los que le pertenecen» (Sb 1, 13-14; 2, 23-24).
Esta primera muerte es presentada con una singular elocuencia en una página emblemática
del libro del Génesis. Una página que cada día se vuelve a escribir, sin tregua y con
degradante repetición, en el libro de la historia de los pueblos.
Releamos juntos esta página bíblica, que, a pesar de su carácter arcaico y de su extrema
simplicidad, se presenta muy rica de enseñanzas.
«Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo al Señor una
oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su
rebaño, y de la grasa de los mismos. El Señor miró propicio a Abel y su oblación, mas no
miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su
rostro. El Señor dijo a Caín: "¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?
¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el
pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar".
Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos afuera". Y cuando estaban en el campo, se lanzó
Caín contra su hermano Abel y lo mató.
El Señor dijo a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?". Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el
guarda de mi hermano?". Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu
hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió
su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará
más fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra".
Entonces dijo Caín al Señor: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir, que
hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo
errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará".
El Señor le respondió: "Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces".
Y el Señor puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase le atacara. Caín salió de
la presencia del Señor, y se estableció en el país de Nod, al oriente de Edén» (Gn 4, 2-16).
8. Caín se «irritó en gran manera» y su rostro se «abatió» porque el Señor «miró propicio a
Abel y su oblación» (Gn 4, 4). El texto bíblico no dice el motivo por el que Dios prefirió el
sacrificio de Abel al de Caín; sin embargo, indica con claridad que, aun prefiriendo la
oblación de Abel, no interrumpió su diálogo con Caín. Le reprende recordándole su libertad
frente al mal: el hombre no está predestinado al mal. Ciertamente, igual que Adán, es
tentado por el poder maléfico del pecado que, como bestia feroz, está acechando a la puerta
de su corazón, esperando lanzarse sobre la presa. Pero Caín es libre frente al pecado. Lo
puede y lo debe dominar: «Como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar» (Gn 4,
7).
Los celos y la ira prevalecen sobre la advertencia del Señor, y así Caín se lanza contra su
hermano y lo mata. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia católica, «la Escritura, en el
relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín, revela, desde los comienzos de la
historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencia del pecado
original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes» (10).
El hermano mata a su hermano. Como en el primer fratricidio, en cada homicidio se viola el
parentesco «espiritual» que agrupa a los hombres en una única gran familia (11), donde
todos participan del mismo bien fundamental: la idéntica dignidad personal. Además, no
pocas veces se viola también el parentesco «de carne y sangre», por ejemplo, cuando las
amenazas a la vida se producen en la relación entre padres e hijos, como sucede con el
aborto o cuando, en un contexto familiar o de parentesco más amplio, se favorece o se
procura la eutanasia.
En la raíz de cada violencia contra el prójimo se cede a la lógica del maligno, es decir, de
aquél que «era homicida desde el principio» (Jn 8, 44), como nos recuerda el apóstol Juan:
«Pues éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros.
No como Caín, que, siendo del maligno, mató a su hermano» (1 Jn 3, 11-12). Así, esta
muerte del hermano al comienzo de la historia es el triste testimonio de cómo el mal avanza
con rapidez impresionante: a la rebelión del hombre contra Dios en el paraíso terrenal se
añade la lucha mortal del hombre contra el hombre.
Después del delito, Dios interviene para vengar al asesinado. Caín, frente a Dios, que le
pregunta sobre el paradero de Abel, lejos de sentirse avergonzado y excusarse, elude la
pregunta con arrogancia: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (Gn 4, 9). «No
sé». Con la mentira Caín trata de ocultar su delito. Así ha sucedido con frecuencia y sigue
sucediendo cuando las ideologías más diversas sirven para justificar y encubrir los
atentados más atroces contra la persona. «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?»: Caín
no quiere pensar en su hermano y rechaza asumir aquella responsabilidad que cada hombre
tiene en relación con los demás. Esto hace pensar espontáneamente en las tendencias
actuales de ausencia de responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas
son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es
decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se
observa en la relación entre los pueblos, incluso cuando están en juego valores
fundamentales como la supervivencia, la libertad y la paz.
9. Dios no puede dejar impune el delito: desde el suelo sobre el que fue derramada, la
sangre del asesinado clama justicia a Dios (cf. Gn 37, 26; Is 26, 21; Ez 24, 7-8). De este
texto la Iglesia ha sacado la denominación de «pecados que claman venganza ante la
presencia de Dios» y entre ellos ha incluido, en primer lugar, el homicidio voluntario (12).
Para los hebreos, como para otros muchos pueblos de la antigüedad, en la sangre se
encuentra la vida, mejor aún, «la sangre es la vida» (Dt 12, 23) y la vida, especialmente la
humana, pertenece sólo a Dios: por eso quien atenta contra la vida del hombre, de alguna
manera atenta contra Dios mismo.
Caín es maldecido por Dios y también por la tierra, que le negará sus frutos (cf. Gn 4, 11-
12). Y es castigado: tendrá que habitar en la estepa y en el desierto. La violencia homicida
cambia profundamente el ambiente de vida del hombre. La tierra del «jardín de Edén» (Gn
2, 15), lugar de abundancia, de serenas relaciones interpersonales y de amistad con Dios,
pasa a ser «país de Nod» (Gn 4, 16), lugar de «miseria», de soledad y de lejanía de Dios.
Caín será «vagabundo errante por la tierra» (Gn 4, 14): la inseguridad y la falta de
estabilidad lo acompañarán siempre.
Pero Dios, siempre misericordioso, incluso cuando castiga, «puso una señal a Caín para que
nadie que le encontrase le atacara» (Gn 4, 15). Le da, por tanto, una señal de
reconocimiento, que tiene como objetivo no condenarlo a la execración de los demás
hombres, sino protegerlo y defenderlo frente a quienes querrán matarlo para vengar así la
muerte de Abel. Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace
su garante. Es justamente aquí donde se manifiesta el misterio paradójico de la justicia
misericordiosa de Dios, como escribió san Ambrosio: «Porque se había cometido un
fratricidio, esto es, el más grande de los crímenes, en el momento mismo en que se
introdujo el pecado, se debió desplegar la ley de la misericordia divina; ya que, si el castigo
hubiera golpeado inmediatamente al culpable, no sucedería que los hombres, al castigar,
usen cierta tolerancia o suavidad, sino que entregarían inmediatamente al castigo a los
culpables. (...) Dios expulsó a Caín de su presencia y, renegado por sus padres, lo desterró
como al exilio de una habitación separada, por el hecho de que había pasado de la humana
benignidad a la ferocidad bestial. Sin embargo, Dios no quiso castigar al homicida con el
homicidio, ya que quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte» (13).
La pregunta del Señor «¿Qué has hecho?», que Caín no puede esquivar, se dirige también
al hombre contemporáneo, para que tome conciencia de la amplitud y gravedad de los
atentados contra la vida, que siguen marcando la historia de la humanidad; para que busque
las múltiples causas que los generan y alimentan; reflexione con extrema seriedad sobre las
consecuencias que derivan de estos mismos atentados para la vida de las personas y de los
pueblos.
Hay amenazas que proceden de la naturaleza misma y que se agravan por la desidia
culpable y la negligencia de los hombres que, no pocas veces, podrían remediarlas. Otras,
sin embargo, son fruto de situaciones de violencia, odio, intereses contrapuestos, que
inducen a los hombres a agredirse entre sí con homicidios, guerras, matanzas y genocidios.
11. Pero nuestra atención quiere concentrarse, en particular, en otro género de atentados,
relativos a la vida naciente y terminal, que presentan caracteres nuevos respecto al pasado y
suscitan problemas de gravedad singular, por el hecho de que tienden a perder, en la
conciencia colectiva, el carácter de «delito» y a asumir paradójicamente el de «derecho»,
hasta el punto de pretender con ello un verdadero y propio reconocimiento legal por parte
del Estado y la sucesiva ejecución mediante la intervención gratuita de los mismos agentes
sanitarios. Estos atentados golpean la vida humana en situaciones de máxima precariedad,
cuando está privada de toda capacidad de defensa. Más grave aún es el hecho de que, en
gran medida, se produzcan precisamente dentro y por obra de la familia, que
constitutivamente está llamada a ser, sin embargo, «santuario de la vida».
Todo esto explica, al menos en parte, cómo el valor de la vida pueda hoy sufrir una especie
de «eclipse», aun cuando la conciencia no deje de señalarlo como valor sagrado e
intangible, como demuestra el hecho mismo de que se tienda a disimular algunos delitos
contra la vida naciente o terminal con expresiones de tipo sanitario, que distraen la atención
del hecho de estar en juego el derecho a la existencia de una persona humana concreta.
12. En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar
en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas
la responsabilidad subjetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más
amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado,
caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos
se configura como verdadera «cultura de muerte». Esta estructura está activamente
promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una
concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de
vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles.
La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como
un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su
enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en
discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser considerado un
enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de
«conjura contra la vida», que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones
individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá, llegando a perjudicar y alterar, a
nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados.
13. Para facilitar la difusión del aborto, se han invertido y se siguen invirtiendo ingentes
sumas destinadas a la obtención de productos farmacéuticos, que hacen posible la muerte
del feto en el seno materno, sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico. La misma
investigación científica sobre este punto parece preocupada casi exclusivamente por
obtener productos cada vez más simples y eficaces contra la vida y, al mismo tiempo,
capaces de sustraer el aborto a toda forma de control y responsabilidad social.
14. También las distintas técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas al
servicio de la vida y que son practicadas no pocas veces con esta intención, en realidad dan
pie a nuevos atentados contra la vida. Más allá del hecho de que son moralmente
inaceptables puesto que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto
conyugal (14), estas técnicas registran altos porcentajes de fracaso. Éste afecta no tanto a la
fecundación, cuanto al desarrollo posterior del embrión, expuesto al riesgo de muerte, por
lo general en brevísimo tiempo. Además, se producen con frecuencia embriones en número
superior al necesario para su implantación en el seno de la mujer, y estos así llamados
«embriones supernumerarios» son posteriormente suprimidos o utilizados para
investigaciones que, bajo el pretexto del progreso científico o médico, reducen en realidad
la vida humana a simple «material biológico», del que se puede disponer libremente.
Siguiendo esta misma lógica, se ha llegado a negar los cuidados ordinarios más
elementales, y hasta la alimentación, a niños nacidos con graves deficiencias o
enfermedades. Además, el panorama actual resulta aún más desconcertante debido a las
propuestas, hechas en varios lugares, de legitimar, en la misma línea del derecho al aborto,
incluso el infanticidio, retornando así a una época de barbarie que se creía superada para
siempre.
15. Amenazas no menos graves afectan también a los enfermos incurables y a los
terminales, en un contexto social y cultural que, haciendo más difícil afrontar y soportar el
sufrimiento, agudiza la tentación de resolver el problema del sufrimiento eliminándolo en
su raíz, anticipando la muerte al momento considerado más oportuno.
En una decisión así confluyen con frecuencia elementos diversos, que lamentablemente
convergen en este terrible final. Puede ser decisivo, en el enfermo, el sentimiento de
angustia, exasperación, e incluso desesperación, provocado por una experiencia de dolor
intenso y prolongado. Esto supone una dura prueba para el equilibrio, a veces ya inestable,
de la vida familiar y personal, de modo que, por una parte, el enfermo -no obstante la ayuda
cada vez más eficaz de la asistencia médica y social-, corre el riesgo de sentirse abatido por
su propia fragilidad; por otra, en las personas vinculadas afectivamente con el enfermo,
puede surgir un sentimiento de comprensible, aunque equivocada, piedad. Todo esto se ve
agravado por un ambiente cultural que no ve en el sufrimiento ningún significado o valor,
es más, lo considera el mal por excelencia, que debe eliminar a toda costa. Esto acontece
especialmente cuando no se tiene una visión religiosa que ayude a comprender
positivamente el misterio del dolor.
Además, en el conjunto del horizonte cultural no deja de influir también una especie de
actitud prometeica del hombre que, de este modo, se cree señor de la vida y de la muerte
porque decide sobre ellas, cuando en realidad es derrotado y aplastado por una muerte
cerrada irremediablemente a toda perspectiva de sentido y esperanza. Encontramos una
trágica expresión de todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y subrepticia,
practicada abiertamente o incluso legalizada. Ésta, más que por una presunta piedad ante el
dolor del paciente, es justificada a veces por razones utilitarias, de cara a evitar gastos
innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la eliminación de los
recién nacidos malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos,
sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales. No nos es lícito callar
ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales, de eutanasia. Éstas
podrían producirse cuando, por ejemplo, para aumentar la disponibilidad de órganos para
trasplante, se procede a la extracción de los órganos sin respetar los criterios objetivos y
adecuados que certifican la muerte del donante.
16. Otro fenómeno actual, en el que confluyen frecuentemente amenazas y atentados contra
la vida, es el demográfico. Éste presenta modalidades diversas en las diferentes partes del
mundo: en los países ricos y desarrollados se registra una preocupante reducción o caída de
los nacimientos; los países pobres, por el contrario, presentan en general una elevada tasa
de aumento de la población, difícilmente soportable en un contexto de menor desarrollo
económico y social, o incluso de grave subdesarrollo. Ante la superpoblación de los países
pobres faltan, a nivel internacional, medidas globales -serias políticas familiares y sociales,
programas de desarrollo cultural y de justa producción y distribución de los recursos-,
mientras se continúan realizando políticas antinatalistas.
El antiguo faraón, considerando una pesadilla la presencia y aumento de los hijos de Israel,
los sometió a toda forma de opresión y ordenó que fueran asesinados todos los recién
nacidos varones de las mujeres hebreas (cf. Ex 1, 7-22). Del mismo modo se comportan
hoy no pocos poderosos de la tierra. Éstos consideran también una pesadilla el crecimiento
demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una
amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus países. Por consiguiente, antes que querer
afrontar y resolver estos graves problemas respetando la dignidad de las personas y de las
familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, prefieren promover e imponer
por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas
económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de
una política antinatalista.
Como afirmé con fuerza en Denver, con ocasión de la VIII Jornada mundial de la juventud:
«Con el tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen. Al contrario, adquieren
dimensiones enormes. No se trata sólo de amenazas procedentes del exterior, de las fuerzas
de la naturaleza o de los "Caínes" que asesinan a los "Abeles"; no, se trata de amenazas
programadas de manera científica y sistemática. El siglo XX será considerado una época de
ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción
permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han
logrado el mayor éxito posible» (15). Más allá de las intenciones, que pueden ser diversas y
presentar tal vez aspectos convincentes incluso en nombre de la solidaridad, estamos en
realidad ante una objetiva «conjura contra la vida», que ve implicadas incluso a
instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de
difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar
que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura,
creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la
esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de
libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones
incondicionales a favor de la vida.
«¿Soy acaso yo el guarda de mi hermano?» (Gn 4, 9): una idea perversa de libertad
18. El panorama descrito no sólo debe considerarse atendiendo a los fenómenos de muerte
que lo caracterizan, sino también a las múltiples causas que lo determinan. La pregunta del
Señor: «¿Qué has hecho?» (Gn 4, 10) parece como una invitación a Caín para ir más allá de
la materialidad de su gesto homicida y comprender toda su gravedad en las motivaciones
que estaban en su origen y en las consecuencias que se derivan.
Las opciones contra la vida proceden, a veces, de situaciones difíciles o incluso dramáticas
de profundo sufrimiento, soledad, falta total de perspectivas económicas, depresión y
angustia por el futuro. Estas circunstancias pueden atenuar incluso notablemente la
responsabilidad subjetiva y la consiguiente culpabilidad de quienes hacen estas opciones en
sí mismas moralmente malas. Sin embargo, hoy el problema va bastante más allá del
obligado reconocimiento de estas situaciones personales. Está también en el plano cultural,
social y político, donde presenta su aspecto más subversivo e inquietante en la tendencia,
cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos contra la vida como legítimas
expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como
auténticos derechos.
Por una parte, las varias declaraciones universales de los derechos del hombre y las
múltiples iniciativas que se inspiran en ellas, afirman a nivel mundial una sensibilidad
moral más atenta a reconocer el valor y la dignidad de todo ser humano en cuanto tal, sin
distinción de raza, nacionalidad, religión, opinión política o clase social.
A otro nivel, el origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del
hombre y su trágica negación en la práctica, está en un concepto de libertad que exalta de
modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio
del otro. Aunque es cierto que, a veces, la eliminación de la vida naciente o terminal se
enmascara también bajo una forma mal entendida de altruismo y piedad humana, no se
puede negar que semejante cultura de muerte, en su conjunto, manifiesta una visión de la
libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los «más fuertes» contra los
débiles destinados a sucumbir.
Hay un aspecto aún más profundo que acentuar: la libertad reniega de sí misma, se
autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su
vínculo constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de
cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y
común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e
indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal,
sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho.
21. En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la «cultura de la vida» y la
«cultura de la muerte», no basta detenerse en la idea perversa de libertad anteriormente
señalada. Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el
eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural
dominado por el secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner a prueba,
a veces, a las mismas comunidades cristianas. Quien se deja contagiar por esta atmósfera,
entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios,
se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. A su vez, la
violación sistemática de la ley moral, especialmente en el grave campo del respeto de la
vida humana y su dignidad, produce una especie de progresiva ofuscación de la capacidad
de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios.
Una vez más podemos inspirarnos en el relato del asesinato de Abel por parte de su
hermano. Después de la maldición impuesta por Dios, Caín se dirige así al Señor: «Mi
culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir, que hoy me echas de este suelo y he
de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera
que me encuentre me matará» (Gn 4, 13-14). Caín considera que su pecado no podrá ser
perdonado por el Señor y que su destino inevitable será tener que «esconderse de su
presencia». Si Caín confiesa que su culpa es «demasiado grande», es porque sabe que se
encuentra ante Dios y su justo juicio. En realidad, sólo delante del Señor el hombre puede
reconocer su pecado y percibir toda su gravedad. Ésta es la experiencia de David, que
después de «haber pecado contra el Señor», reprendido por el profeta Natán (cf. 2 S 11-12),
exclama: «Mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti
solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí» (Sal 51/50, 5-6).
22. Por esto, cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda
amenazado y contaminado, como afirma lapidariamente el concilio Vaticano II: «La
criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda
oscurecida» (17). El hombre no puede ya entenderse como «misteriosamente otro» respecto
a las demás criaturas terrenas; se considera como uno de tantos seres vivientes, como un
organismo que, a lo sumo, ha alcanzado un estadio de perfección muy elevado. Encerrado
en el restringido horizonte de su materialidad, se reduce de este modo a «una cosa», y ya no
percibe el carácter trascendente de su «existir como hombre». No considera ya la vida
como un don espléndido de Dios, una realidad «sagrada» confiada a su responsabilidad y,
por tanto, a su custodia amorosa, a su «veneración». La vida llega a ser simplemente «una
cosa», que el hombre reivindica como su propiedad exclusiva, totalmente dominable y
manipulable.
Así, ante la vida que nace y la vida que muere, el hombre ya no es capaz de dejarse
interrogar sobre el sentido más auténtico de su existencia, asumiendo con verdadera
libertad estos momentos cruciales de su propio «existir». Se preocupa sólo del «hacer» y,
recurriendo a cualquier forma de tecnología, se afana por programar, controlar y dominar el
nacimiento y la muerte. Éstas, de experiencias originarias que requieren ser «vividas»,
pasan a ser cosas que simplemente se pretenden «poseer» o «rechazar».
Por otra parte, una vez excluida la referencia a Dios, no sorprende que el sentido de todas
las cosas resulte profundamente deformado, y la misma naturaleza, que ya no es «mater»,
quede reducida a «material» disponible a todas las manipulaciones. A esto parece conducir
una cierta racionalidad técnico-científica, dominante en la cultura contemporánea, que
niega la idea misma de una verdad de la creación que hay que reconocer o de un designio
de Dios sobre la vida que hay que respetar. Esto no es menos verdad, cuando la angustia
por los resultados de esta «libertad sin ley» lleva a algunos a la postura opuesta de una «ley
sin libertad», como sucede, por ejemplo, en ideologías que contestan la legitimidad de
cualquier intervención sobre la naturaleza, como en nombre de una «divinización» suya,
que una vez más desconoce su dependencia del designio del Creador.
23. El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo
práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se
manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: «Como no
tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente
insensata, para que hicieran lo que no conviene» (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son
sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar
material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como
eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando
las dimensiones más profundas -relacionales, espirituales y religiosas- de la existencia.
24. En lo íntimo de la conciencia moral se produce el eclipse del sentido de Dios y del
hombre, con todas sus múltiples y funestas consecuencias para la vida. Se pone en duda,
sobre todo, la conciencia de cada persona, que en su unicidad e irrepetibilidad se encuentra
sola ante Dios (18). Pero también se cuestiona, en cierto sentido, la «conciencia moral» de
la sociedad. Ésta es de algún modo responsable, no sólo porque tolera o favorece
comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la «cultura de la
muerte», llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas «estructuras de pecado»
contra la vida. La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida,
también a causa del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro
gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo
derecho fundamental a la vida. Lamentablemente, una gran parte de la sociedad actual se
asemeja a la que Pablo describe en la carta a los Romanos. Está formada «de hombres que
aprisionan la verdad en la injusticia» (1, 18): habiendo renegado de Dios y creyendo poder
construir la ciudad terrena sin necesidad de él, «se ofuscaron en sus razonamientos», de
modo que «su insensato corazón se entenebreció» (1, 21); «jactándose de sabios se
volvieron estúpidos» (1, 22), se hicieron autores de obras dignas de muerte y «no solamente
las practican, sino que aprueban a los que las cometen» (1, 32). Cuando la conciencia, este
luminoso ojo del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama «al mal bien y al bien mal» (Is 5, 20),
camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral.
Sin embargo, todos los condicionamientos y esfuerzos por imponer el silencio no logran
sofocar la voz del Señor, que resuena en la conciencia de cada hombre. De este íntimo
santuario de la conciencia puede empezar un nuevo camino de amor, de acogida y de
servicio a la vida humana.
«Os habéis acercado a la sangre de la aspersión» (cf. Hb 12, 22.24): signos de esperanza y
llamada al compromiso
25. «Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Gn 4, 10). No sólo la
sangre de Abel, el primer inocente asesinado, clama a Dios, fuente y defensor de la vida.
También la sangre de todo hombre asesinado después de Abel es un clamor que se eleva al
Señor. De una forma absolutamente única, clama a Dios la sangre de Cristo, de quien Abel
en su inocencia es figura profética, como nos recuerda el autor de la carta a los Hebreos:
«Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo... al
mediador de una nueva alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor
que la de Abel» (12, 22.24).
Es la sangre de la aspersión. De ella había sido símbolo y signo anticipador la sangre de los
sacrificios de la antigua alianza, con los que Dios manifestaba la voluntad de comunicar su
vida a los hombres, purificándolos y consagrándolos (cf. Ex 24, 8; Lv 17, 11). Ahora, todo
esto se cumple y verifica en Cristo: su sangre es la sangre de la aspersión que redime,
purifica y salva; es la sangre del mediador de la nueva alianza, «derramada por muchos
para perdón de los pecados» (Mt 26, 28). Esta sangre, que brota del costado abierto de
Cristo en la cruz (cf. Jn 19, 34), «habla mejor que la de Abel»; en efecto, expresa y exige
una «justicia» más profunda, pero sobre todo implora misericordia (19), se hace ante el
Padre intercesora por los hermanos (cf. Hb 7, 25), es fuente de redención perfecta y don de
vida nueva.
La sangre de Cristo, a la vez que revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta qué
precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de su vida. Nos lo
recuerda el apóstol Pedro: «Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa,
como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 P 1, 18-19). Precisamente
contemplando la sangre preciosa de Cristo, signo de su entrega de amor (cf. Jn 13, 1), el
creyente aprende a reconocer y apreciar la dignidad casi divina de todo hombre y puede
exclamar con nuevo y grato estupor: «¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del
Creador, si ha "merecido tener tan gran Redentor" (Himno Exsultet de la Vigilia pascual),
si "Dios ha dado a su Hijo", a fin de que él, el hombre, "no muera sino que tenga la vida
eterna" (cf. Jn 3, 16)!» (20).
Además, la sangre de Cristo manifiesta al hombre que su grandeza, y por tanto su vocación,
consiste en el don sincero de sí mismo. Precisamente porque se derrama como don de vida,
la sangre de Cristo ya no es signo de muerte, de separación definitiva de los hermanos, sino
instrumento de una comunión que es riqueza de vida para todos. Quien bebe esta sangre en
el sacramento de la Eucaristía y permanece en Jesús (cf. Jn 6, 56) queda comprometido en
su mismo dinamismo de amor y de entrega de la vida, para llevar a plenitud la vocación
originaria al amor, propia de todo hombre (cf. Jn 1, 27; 2, 18-24).
26. En realidad, no faltan signos que anticipan esta victoria en nuestras sociedades y
culturas, a pesar de estar fuertemente marcadas por la «cultura de la muerte». Se daría, por
tanto, una imagen unilateral, que podría inducir a un estéril desánimo, si junto con la
denuncia de las amenazas contra la vida no se presentan los signos positivos que se dan en
la situación actual de la humanidad.
Son todavía muchos los esposos que, con generosa responsabilidad, saben acoger a los
hijos como «el don más excelente del matrimonio» (21). No faltan familias que, además de
su servicio cotidiano a la vida, acogen a niños abandonados, a muchachos y jóvenes en
dificultad, a personas minusválidas, a ancianos solos. No pocos centros de ayuda a la vida,
o instituciones análogas, están promovidos por personas y grupos que, con admirable
dedicación y sacrificio, ofrecen un apoyo moral y material a madres en dificultad, tentadas
de recurrir al aborto. También surgen y se difunden grupos de voluntarios dedicados a dar
hospitalidad a quienes no tienen familia, se encuentran en condiciones de particular penuria
o tienen necesidad de hallar un ambiente educativo que les ayude a superar
comportamientos destructivos y a recuperar el sentido de la vida.
27. Frente a legislaciones que han permitido el aborto y a tentativas, surgidas aquí y allá, de
legalizar la eutanasia, han aparecido en todo el mundo movimientos e iniciativas de
sensibilización social en favor de la vida. Cuando, conforme a su auténtica inspiración,
actúan con determinada firmeza, pero sin recurrir a la violencia, estos movimientos
favorecen una toma de conciencia más difundida y profunda del valor de la vida,
solicitando y realizando un compromiso más decisivo por su defensa.
¿Cómo no recordar, además, todos estos gestos cotidianos de acogida, sacrificio y cuidado
desinteresado, que un número incalculable de personas realiza con amor en las familias,
hospitales, orfanatos, residencias de ancianos y en otros centros o comunidades, en defensa
de la vida? La Iglesia, dejándose guiar por el ejemplo de Jesús «buen samaritano» (cf. Lc
10, 29-37) y sostenida por su fuerza, siempre ha estado en la primera línea de la caridad:
muchos de sus hijos e hijas, especialmente religiosas y religiosos, con formas antiguas y
siempre nuevas, han consagrado y continúan consagrando su vida a Dios, ofreciéndola por
amor al prójimo más débil y necesitado. Estos gestos construyen en lo profundo la
«civilización del amor y de la vida», sin la cual la existencia de las personas y de la
sociedad pierde su significado más auténticamente humano. Aunque nadie los advierta y
permanezcan escondidos a la mayoría, la fe asegura que el Padre, «que ve en lo secreto»
(Mt 6, 4), no sólo sabrá recompensarlos, sino que ya desde ahora los hace fecundos con
frutos duraderos para todos.
28. Este horizonte de luces y sombras debe hacernos a todos plenamente conscientes de que
estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la
«cultura de la muerte» y la «cultura de la vida». Estamos no sólo «ante» este conflicto, sino
necesariamente «en medio» de él: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con
la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida.
También para nosotros resuena clara y fuerte la invitación a Moisés: «Mira, yo pongo hoy
ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia...; te pongo delante vida o muerte, bendición o
maldición. Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Dt 30, 15.19). Es una
invitación válida también para nosotros, llamados cada día a tener que decidir entre la
«cultura de la vida» y la «cultura de la muerte». Pero la llamada del Deuteronomio es aún
más profunda, porque nos apremia a una opción propiamente religiosa y moral. Se trata de
dar a la propia existencia una orientación fundamental y vivir en fidelidad y coherencia con
la ley del Señor: «Yo te prescribo hoy que ames al Señor tu Dios, que sigas sus caminos y
guardes sus mandamientos, preceptos y normas... Escoge la vida, para que vivas tú y tu
descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en
eso está tu vida, así como la prolongación de tus días» (30, 16.19-20).
La opción incondicional en favor de la vida alcanza plenamente su significado religioso y
moral cuando nace, viene plasmada y es alimentada por la fe en Cristo. Nada ayuda tanto a
afrontar positivamente el conflicto entre la muerte y la vida, en el que estamos inmersos,
como la fe en el Hijo de Dios que se ha hecho hombre y ha venido entre los hombres «para
que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10): es la fe en el Resucitado, que ha
vencido la muerte; es la fe en la sangre de Cristo, «que habla mejor que la de Abel» (Hb 12,
24).
Por tanto, a la luz y con la fuerza de esta fe, y ante los desafíos de la situación actual, la
Iglesia toma conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe de su
Señor para anunciar, celebrar y servir al evangelio de la vida.
Capítulo 8: Sexto: No cometerás actos impuros
Una constatación extraña y curiosa: en la Europa de 1950 se hablaba mucho del sexto
mandamiento en los púlpitos de las Iglesias, y en cambio, apenas se hablaba o se hacía con
mucho pudor en la vida pública, en los periódicos, en los mismos cines.
Hoy parece haber girado todo: las calles, anuncios, revistas, periódicos, cines se han
inundado de sexo y, por contrapartida, apenas se oye hablar del tema en las iglesias. Falta
siempre el sano equilibrio.
Por un lado, la gente parece pensar que se trata de un mandamiento caducado y te repite
que Dios no tiene que meterse con las cosas que uno pueda hacer con su propio cuerpo. Y
por otro lado, a los creyentes nos ha entrado un verdadero pánico ante la idea de que
alguien nos llame “beatos”, mojigatos, ingenuos o lunáticos, si tratamos de vivir la pureza,
como Dios manda. Y entonces preferimos hacer lo que hacen todos porque si no, se burlan
de nosotros y nos excluyen de sus compañías.
Del sexo prohibido se ha pasado al sexo obligado, si no, estás fuera del concierto. Sexo
concebido como pura satisfacción del instinto, sin que cuente gran cosa el verdadero amor
y mucho menos la conciencia.
Hay más: hoy se van perdiendo los valores relacionados con el sexo, disminuye el valor y
la estima del matrimonio, pierden estabilidad las uniones entre parejas; nos quieren ahora
imponer un tipo de matrimonio distinto al que Dios quiso y al que Cristo bendijo allá en
Caná y llenó a esa pareja de alegría y de abundante y sabroso vino26 . Algunos Estados
quieren legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Decrece espectacularmente la
natalidad.
¿Qué hacer ante todo esto: ponernos a gritar, iniciar cruzadas, escandalizados?
¿Desgarrarnos las vestiduras? ¿Encerrarnos a llorar en nuestros rincones, dando por perdida
la batalla de la dignidad y de la pureza?
Escucha lo que hizo un papá de familia en un colegio.
Vivimos una época de verdadera inflación sexual. Llama la atención la cantidad de libros,
artículos, revistas, emisiones radiofónicas, programas de televisión, etc.., que se dedican al
tema. Es desproporcionado. Si todo el mundo supiera sobre el resto del organismo humano
lo que conoce sobre el aparato sexual, serían por lo menos expertos en medicina.
La cara de perplejidad del profesor no puede ser descrita. Ante su respuesta negativa -como
era de esperar-, el padre de familia se afirmó en su posición, y tuvo todavía un rasgo de
humor. Le dijo que también el oído era importante en la transmisión de la fe cristiana,
porque san Pablo hablaba de Fides ex auditu (la fe entra por el oído)
Lo que te expondré aquí, no son “mis” ideas en el campo de la vida sexual, sino
simplemente la enseñanza de Cristo y de la Iglesia. Enseñanza que ratifico con todo mi
corazón, con la firme convicción de que es capaz de iluminarte y fortalecerte.
Y ya desde ahora te digo con toda confianza: ¡Tú puedes ser puro!
La sexualidad no es, sin duda, la dimensión más importante de tu vida, pero constituye
ciertamente un campo neurálgico, un terreno delicado en el que afluyen interrogantes
importantes. Por eso, quiero ayudarte a comprender esta materia, pues no siempre los
jóvenes han sido evangelizados en este campo.
Y Cristo nos remite al momento de la Creación del hombre y la mujer por parte de Dios,
pues ahí está toda la dignidad del hombre y de la mujer, su complementariedad y su ayuda
mutua.
¿Cuál no será la dignidad del cuerpo, que el mismo Hijo de Dios tomó cuerpo humano del
seno de la Virgen María? Él se hizo hombre para decirnos cómo vivir también la dimensión
de nuestra corporalidad.
En este mandamiento veré contigo estos puntos:
Debes empezar por hablar del sexo con normalidad, como hablaba Dios en el Génesis. Sin
pintarlo como un tabú o como algo que te ponga colorado. Presentarlo como lo que es:
como uno de los grandes valores de la condición humana, como algo puesto al servicio de
lo mejor que los hombres tenemos: el amor entre los esposos en orden a la vida. Un amor
que Dios pondrá como símbolo y signo visible de su alianza con su pueblo y con la
humanidad.
Si hablas del sexo como la parte de animalidad que tienes que soportar, ¿cómo vas a
extrañarte después de que fuera de la fe, fuera de la Iglesia te hablen del sexo bajamente y
riéndose? Tienes que cambiar de óptica, de enfoque: el sexo no es malo, ¿me entiendes? Es
algo querido por Dios para realizar una de las facetas más importantes: el amor entre
esposos, en vistas a la procreación. ¡Qué maravilla! ¿No crees?
Recuerda bien: el placer no es el fin del sexo. El fin del sexo es la unión mutua y la
procreación dentro del matrimonio. El placer es consecuencia de esto, y no el fin, y lo
quiere Dios para el bien y alegría de esos esposos.
¿Quién mejor que Dios sabe lo que es nuestro cuerpo y la sexualidad? Él inventó nuestro
cuerpo. Él lo hizo con sus propias manos, de materia y de luz…Con su propio cuerpo –
puesto que vino a vivir a nuestra tierra- lo rehizo para siempre y en el amor. ¿Cómo no iba
a tener sobre nuestro cuerpo ningún derecho de autor? De autor y de salvador.
Por eso, siempre hay que preguntar a Dios cómo comportarnos con nuestro cuerpo y con
nuestra sexualidad, pues Él lo ha creado, la ha creado. ¿Y quién mejor que Él sabe lo que
quiere decir amar? ¿Él, cuyo único oficio es ése, amar?
Ver la sexualidad en la luz de Sus ojos, en Él, es verla cara a cara, tal y como es. Cualquier
otra mirada es miope. Cualquier otro enfoque deforma la realidad. “Es obsceno lo que se
detiene a mitad de camino del misterio. El erotismo es un alto en el trayecto”.
El mayor favor que se puede hace a la sexualidad, dirá Jean Guitton, filósofo francés, es
exponerla a la luz, y no a una luz tenue y difusa, sino a plena luz. Cuando se la haya mirado
cara a cara, habrá que sobrepasarla, después de haber ahondado en ella, para alcanzar el
misterio más íntimo de la sexualidad, que es un misterio oculto en la Trinidad misma” 29.
Mientras no mires la sexualidad con una óptica eterna, no podrá ser más que una práctica
pasional. Es decir, pasajera y vacía, y no mensajera de vida. Proyectar la sexualidad a plena
luz es restituirla a esa aurora donde ha nacido, pues ha nacido del corazón de Dios.
Te invito a que contemples así todo lo relacionado con la sexualidad: con los ojos de Dios,
pues Él la puso en cada uno de nosotros como un don. Ama tu cuerpo. No lo desprecies ni
lo profanes. Ese tu cuerpo te ha sido confiado como inseparable compañero de camino.
Cuídalo, respétalo.
Ojalá pudieras decir con san Gregorio Nacianceno, un obispo del siglo IV: “Quiero a mi
cuerpo como a un compañero de cautiverio. Lo respeto como a un coheredero, pues hemos
heredado luz y fuego. Compañero de fatigas del que cuido; lo quiero como a un hermano
por respeto a Aquel que nos ha reunido”.
¡Qué maravilloso es nuestro cuerpo! Lo más fantástico, lo más inaudito, lo más increíble, lo
más inconcebible es que, mediante ese cuerpo, puedes hacer existir a alguien, a una persona
que no ha existido todavía, y que existirá siempre, siempre…Y además hacerlo en un acto
en el que se expresa y se entrega tu corazón, en el que tu cuerpo es el lugar de encuentro del
amor y de la vida. ¿Cómo no dar gracias a Dios por esto?
Nada hay tan hermoso, tan grande, tan conmovedor como la eclosión de una vida. Misterio
que nos fascina, nos desconcierta, no nos cabe en la cabeza, nos deja estupefactos, nos
maravilla. Sólo Dios podía inventarlo. ¿Cómo no lo vas a cuidar con respeto y usarlo para
lo que Dios quiso?
El amor total es amar con alma y cuerpo. Tu cuerpo tiene que ser, pues, vehículo de tu alma
para expresar el amor, la ternura, la entrega total.
Pues bien, la sexualidad sólo tiene sentido profundo, sagrado y recto dentro del matrimonio.
Fuera del matrimonio, el uso de la sexualidad es un abuso y un desorden. Tienes que tener
bien claro esto. Es el plan de Dios. Dios te dio este sexto mandamiento para ayudarte a usar
correctamente el gran don de la sexualidad.
El cuerpo, además de expresar el amor, puede también expresar sus miserias. Sí, el cuerpo
tiene poder de comunicación y es lugar de intercambio, pero también puede ser un factor de
aislamiento y una fuente de opacidad. Incluso en la unión sexual los dos componentes de la
pareja, esposo y esposa, pueden permanecer profundamente extraños el uno al otro. Y en
vez de manifestar el amor, se pone de manifiesto el impulso del instinto, el ímpetu
anárquico, la violencia ciega, que recuerda el salvajismo animal y disimula una amenaza de
muerte.
En este sentido, nuestro cuerpo encierra una ambigüedad. Puede ser vehículo de amor o
vehículo de instinto ciego.
Y cuando entra el instinto ciego, entonces hay egoísmo y satisfacción propia, desligada de
la hondura del verdadero amor.
Por eso, Dios también con este mandamiento quiere regular esta fuerte tendencia y poner
cauce a esta ambigüedad de nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo tiene que ser siempre vehículo y manifestación del amor espiritual, limpio,
hermoso y desinteresado. De lo contrario, el cuerpo devora, acapara, pudriendo y
envenenando las relaciones sexuales entre los esposos. En esas uniones íntimas, se debe
entregar toda la persona, alma y cuerpo, sentimiento y afecto, amistad, fe y religiosidad.
“La pureza no se nos ha impuesto como un castigo, sino como una de las condiciones
misteriosas, pero evidentes, de esa realidad que llamamos fe. No porque la impureza
destruya la fe, sino porque hace que el hombre deje de desearla. El impuro termina por no
amarse a sí mismo y quien no se ama sí mismo, ya no siente la necesidad de amar a Dios,
ya no necesita la alegría, ya no experimenta la necesidad de la fe”.
No sé si has leído “La sonata a Kreutzer” del escritor realista ruso León Tolstoi. Esta
pequeña y terrible novela supongo que desconcertará a muchos lectores contemporáneos,
porque muchas cosas han cambiado desde que se escribió, a finales del siglo XIX e inicios
del XX. Pero me temo que no pocas sigan siendo válidas.
Tolstoi trata de demostrar en esa novela que el amor, el verdadero amor, está corrompido
en la mayoría por el deseo carnal. Externamente, es la simple historia de un marido celoso
que acuchilla un día a su mujer. Pero la clave de arco de su historia es esa podredumbre del
amor, de la que también habló George Bernanos, que anteriormente cité.
El novelista ruso –que escribe esta historia en una crisis místico-puritana-religiosa de sus
últimos años- acusa a una humanidad que ha entronizado la carne y que llama “amor” a lo
que es puro atractivo sexual. Por eso, esos dos seres que se han elegido para amarse, se
odian. ¿Por qué? ¿Qué veneno ha emponzoñado su amor? Un mundo que les ha enseñado
que el deseo lo es todo, que todo debe subordinarse a él, que el vicio es lo normal entre los
hombres. No se casó con una persona, sino con la carne.
Y por eso, le fue como le fue. “El amor se había extinguido –cuenta Tolstoi- una vez que la
sensualidad había sido satisfecha y habíamos quedado el uno frente al otro, con nuestros
verdaderos sentimientos, es decir, dos egoístas, dos extraños, deseosos de obtener el uno
del otro la mayor cantidad posible de placer”. Luego vendría la larga y lenta crecida del
odio progresivo. Y ya sólo sería necesaria la chispa de los celos para conducir al estallido y
a la muerte.
Esta es la clave de la historia de Poznichev y su mujer, narrada por León Tolstoi en esta
novela. Han convivido una serie de años, pero no se han visto, no se han visto como seres
humanos. Se han tapado el uno al otro con su carne, con su orgullo, con sus supuestos
derechos personales. Esta novela de Tolstoi es, desde luego, una caricatura del amor.
Ojalá que no te pase a ti lo mismo. La carne no debe devorar al amor. Al contrario, el amor
verdadero debe ennoblecer y encauzar la carne.
En cuanto entiendas que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, entonces no te parecerá
demasiado la exigencia de este mandamiento, que encauza, orienta y regula esta tendencia
fuerte que todo hombre tiene de disfrutar de estos placeres del cuerpo sin medida y sin
referencia alguna al plan de Dios para la sexualidad.
Hay más. La Iglesia católica es la religión del cuerpo. En su cuerpo crucificado, Jesús Hijo
de Dios hecho hombre, ha llevado todo el peso de nuestros pecados y de nuestra muerte, ha
triunfado sobre ellos y ha inaugurado la vida imperecedera del mundo nuevo.
Y por si esto no fuera suficiente, te presento otra prueba de que la Iglesia de Cristo es
religión que no desprecia el cuerpo. El cuerpo de Jesús, después de su Ascensión,
permanece accesible en la Eucaristía que te ofrece la Iglesia, de manera sacramental, es
decir, bajo las apariencias del pan y del vino. ¡Pero son verdaderamente el Cuerpo y la
Sangre de Cristo! Cuando recibes la Hostia consagrada, comes el Cuerpo glorioso de
Cristo, comulgas con el Cuerpo de quien ha llevado tus pecados sobre la cruz. Y cuando
adoras el Santísimo Sacramento expuesto en la custodia sobre el altar, adoras el Cuerpo
santísimo de quien te acogerá un día en los cielos nuevos y la tierra nueva que ha
comenzado en Él el día de Pascua. ¡Es preciso tener la audacia de creer esto! Tú, ¿lo crees?
Una última prueba de que la Iglesia de Cristo no desprecia el cuerpo. La Iglesia cree que
desde tu bautismo, te has incorporado a la vida de Jesús. Por tanto, tu cuerpo es un templo
en el que habitan las tres divinas Personas. ¡Qué inmensa es la dignidad de tu cuerpo, aun
en la humildad y la ambigüedad de su condición actual!
Tu cuerpo está creado para la gloria eterna. Eres tú mismo quien está destinado a la
resurrección, siguiendo a Cristo resucitado. Dios no ha hecho tu cuerpo para la
podredumbre del sepulcro, para las cenizas de la muerte. Tampoco lo ha destinado al
desolador anonimato de sucesivas reencarnaciones, como creen las religiones orientales.
No; ha hecho tu cuerpo, el tuyo, tu cuerpo único, para la vida que no termina. ¿Crees esto?
¿Quién, fuera de la Iglesia católica, tiene un lenguaje tan audaz sobre la infinita dignidad y
el destino eterno del cuerpo humano?
2° La distinción fundamental de los dos sexos se ordena al mutuo amor y, a través de él, a
la prolongación de la vida, es decir, la multiplicación de los seres de la especie. Por tanto,
los dones de Dios tienen su finalidad. La sexualidad tiene como fin intrínseco el amor como
donación y acogida, dentro del matrimonio uno e indisoluble. Es un bien que consiste en la
capacidad de cooperar con el amor de Dios para la venida al ser de una nueva persona
humana, el hijo. El hijo debe ser el fruto de ese amor entre esposo y esposa, y no el
descuido en esa relación. Así pues el sexo tiene dos fines concretos: unitivo y procreativo,
es decir, unirse y crecer en el amor en la pareja, y ser fecundos, es decir, tener hijos, frutos
de ese amor dentro del matrimonio estable y ratificado por un serio compromiso, como es
el casamiento civil y religioso.
3° En esta relación íntima de la pareja casada hay que saber integrar todas las dimensiones
del amor; la afectiva y sentimental, la personal y amistosa, la espiritual y la sexual. Sólo así
la sexualidad viene ennoblecida, de lo contrario, viene rebajada. ¡Que hermoso, pues, es
vivir así! De esta manera esa relación íntima es fuente de gozo y de santificación personal.,
porque cuenta con la gracia de Cristo, regalada el día de su boda.
4º Dios en la Biblia ha expresada el amor por todos nosotros, por su pueblo, en términos de
la unión conyugal entre el esposo y la esposa: “Te desposaré a mí, para siempre; te
desposaré en justicia y derecho, en ternura y misericordia; te desposaré en fidelidad, y
conocerás a Yahwéh” (Oseas 2, 21-22).
También san Pablo ha comprendido del mismo modo el amor de Cristo con su Iglesia:
“Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, para mostrar
ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida; una Iglesia
santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).
Cristo ha amado y ama a la Iglesia como a una persona, como un hombre puede amar a una
mujer. Se ha entregado por ella sobre la cruz y, a través de la historia, la purifica y la
santifica con el agua del bautismo. Se ha entregado a la Iglesia en cuerpo y alma, con amor
eterno, en la cruz. Y esta alianza de Cristo y la Iglesia, indisolublemente fiel, es además
fecunda, fuente de vida, pues nuevos hijos por el bautismo son incorporados a la Iglesia, a
la que podemos llamar en verdad nuestra santa Madre Iglesia.
La pureza, hija de la templanza, es la virtud que asegura el dominio del alma sobre los
placeres carnales30 .
Te he hablado de pureza. Quiero distinguir bien estas dos palabras: virginidad y castidad o
pureza.
Mientras la virginidad no es para todos, sino para quienes sientan interiormente el llamado
de Dios a una consagración total, la pureza o castidad, por el contrario, es una virtud para
todos.
Para los casados, la pureza significa fidelidad y entrega del corazón y de todo el ser a una
única persona y a Dios en ella. Para los solteros significa abstinencia temporal del uso del
sexo y encauzamiento de esas tendencias, hasta el matrimonio, donde la sexualidad tiene su
sentido hondo, profundo y religioso; sólo así se preparan para vivir en plenitud y absoluta
donación el estado matrimonial. Para los consagrados significa abstención total y perpetua,
a fin de dedicarse por completo a Dios en cuerpo y alma, sublimando esta tendencia por un
bien supremo: Dios. A esta abstención total, completa y perpetua, por amor a Dios, la
llamamos virginidad.
Para vivir esto Dios concede a los sacerdotes, religiosos y religiosas una gracia especial
para mantenerse fieles y felices en la entrega a Él en castidad perpetua y por amor. Sólo el
amor a Dios motiva la entrega en castidad de todos los sacerdotes y religiosos. No es miedo
al matrimonio. Ni mucho menos menosprecio a la carne. La carne del hombre está
permeada de espíritu y está llamada a realizar una relación esponsal y personal. Ni Cristo
despreció la carne ni la Iglesia. Ya te lo expliqué más arriba.
La castidad no es sólo mera represión de las pasiones. Su fin es bien positivo: sanar al
hombre de las heridas dejadas por el desorden del pecado, y orientarlo hacia su verdadero
fin, es decir, alcanzar la felicidad en Dios. “Por consiguiente es falsa la opinión, según la
cual la virtud de la castidad tiene un carácter negativo. El hecho de estar ligada a la virtud
de la templanza ciertamente no le da ese carácter. Al contrario, la moderación de los
estados y de los actos inspirados por los valores sexuales sirve positivamente a los de la
persona y del amor. Únicamente un hombre y una mujer castos son capaces de
experimentar un verdadero amor”31 .
A cada avión se le atribuye un pasillo de vuelo preciso, dentro del cual puede volar
libremente sin amenaza constante de colisión. Pues bien, la torre de control que te guía y te
da las coordenadas de seguridad es la Iglesia. Ella sabe lo que es la vida. Por la experiencia.
Dos mil años y pico de experiencia sobre el hombre, ¿no es acaso suficiente para ser fiable?
Y sobre todo ella sabe lo que piensa Dios, de quien viene toda vida y todo amor. ¡Ella ve al
hombre con los ojos de Él! Por eso siempre la Iglesia está por el amor, por la libertad, por
la verdad, por la vida, por el cuerpo. Por lo que dura siempre. Por lo que tiene la claridad
del día.
Por eso, atrévete a vivir la pureza, como Dios quiere. Vive la pureza como una expresión de
amor a tu futuro cónyuge con el que compartirás tu vida y tus hijos, como regalos de Dios.
Ya sabes los medios que tienes para vivir esta hermosa virtud.
Unos son medios sobrenaturales: oración diaria, confesión frecuente, comunión fervorosa,
devoción tierna a la Virgen, el sacrificio amoroso, dirección espiritual con algún amigo
sacerdote.
Y otros son medios naturales: descanso mental y físico con el deporte, paseos; tener un
horario equilibrado de trabajo y de descanso; seleccionar los espectáculos a los que quieres
asistir, la televisión que quieres ver; seleccionar bien tus amistades y compañías; buscar la
vida familiar, dedicarle a ella lo mejor de tu tiempo y lo mejor de ti mismo.
A modo de ejemplo, te pongo éste para que valores la confesión, como el gran medio para
limpiar tu alma de toda impureza y poder recobrar la imagen bella de Dios en ti.
Fueron dos chicos a pasar una temporada en casa de un tío suyo subastador de obras de arte
en la ciudad de Londres. Un día, el tío se los llevó consigo para que asistieran a una venta
pública. En una gran sala se habían dado cita un buen número de personas adineradas y de
expertos en cuestiones de arte. Había allí todo tipo de objetos: muebles, cuadros,
porcelanas, etc.
De vuelta a casa, preguntaron al tío por qué aquel cuadro tan pequeño y estropeado había
alcanzado un precio fabuloso.
Las obras de los grandes artistas -qué duda cabe- valen siempre. Nuestra alma tiene el valor
de ser imagen y semejanza de Dios. Puede mancharse y deslucirse, pero basta la confesión
para que recobre su grandeza anterior.
Atrévete a ser puro, y verás qué paz tendrá tu corazón. Es verdad que la pureza no es la
primera de las virtudes que debes conseguir. Antes están la fe y la caridad. Pero la pureza
constituye algo así como el clima necesario para que esas dos virtudes, y con ella todas las
demás, se desarrollen convenientemente. Y sobre todo, la pureza es camino a la unión con
Dios.
¿Serías capaz de hacer lo que hizo una niña de doce años, que prefirió mantenerse pura
antes que pecar, aunque eso le supuso la muerte del que quiso violarla?
María Goretti (1890-1902) sólo vivió doce años. Catorce brutales puñaladas, en el pecho y
en el vientre, acabaron con su vida. Todo fue por oponer resistencia al depravado que
intentaba violarla. Agonizante, la pobre niña María tuvo que ser intervenida urgentemente,
sin cloroformo. Mientras trataba de resistir al horrible dolor -físico y moral- y ya al límite
de sus fuerzas, una sola cosa la obsesionaba: que todos la escucharon decir...: «¡Le
perdono! ¿Me oís? ¡Le perdono de todo corazón, Señor, y le quiero conmigo en el
paraíso!».
Nada pudo hacerse por salvar su vida. La investigación policial concluyó con la confesión
del asesino: se trataba de Alessandro Serenelli, de veintiún años, a quien los padres de
María Goretti habían acogido en casa como a un hijo más desde que era pequeño.
Fue condenado a treinta años de cárcel. Una noche, Alessandro soñó que María Goretti,
envuelta en luz, le regalaba un precioso ramo de lirios. Al despertar, lloró amargamente y
se sintió del todo perdonado por la niña.
Un último dato curioso: el 24 de junio de 1950, Pío XII canonizaba a la nueva santa. Era la
primera vez que una madre, Asunta, asistía en primera fila a la ceremonia de canonización
de un hijo.
Decídete ya a vivir la pureza. Ten voluntad. Imita el ejemplo de Agustín, hoy san Agustín
de Hipona.
No hace falta recordar ahora cómo fue la juventud de San Agustín, llena de pecados y
miserias. Poco a poco se iba acercando a la fe católica. Sobre todo le movían los sermones
de San Ambrosio de Milán, porque sentía cada vez más en su alma al Dios de los cristianos,
e incluso se daba cuenta de que de alguna manera lo amaba. Pero no acababa de decidirse a
vivir la castidad. Su oración era: «Dame, Señor, la virtud de la castidad, pero no todavía».
Alipio le mira con estupor. La agonía interior de Agustín es terrible. Todas sus faltas y
miserias pasadas se presentan a sus ojos y siente hasta qué punto está apegado a ellas. Se
indigna con su cobardía. Luego, marcha al jardín, y allí se hinca de rodillas debajo de una
higuera. Rostro en tierra, comienza a llorar. «¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo ha de durar
que yo diga mañana, mañana? ¿Y por qué no enseguida? ¿Por qué no poner fin a mis
maldades en esta misma hora?».
Entonces -nos cuenta el autor de las Confesiones- es cuando oye la voz de un niño que
canta en la casa vecina y repite: «Toma y lee, toma y lee». Agustín se estremece al escuchar
este canto, y siente que es como una orden divina. Regresa junto a su amigo, que está
sentado donde le dejó y tiene al lado las epístolas de san Pablo. Abre el libro al azar, y el
primer versículo que se ofrece a sus ojos: “Andemos con decencia, como quien vive en
pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje…Por el contrario,
revestíos de Jesucristo, y no fomentéis vuestros desordenados apetitos” (Rom 13.13-14), es
definitivo. Cierra el libro. En ese momento tiene una gran paz. Y se convierte a Dios. Y se
decide a llevar una vida digna y santa, como corresponde a los hijos de Dios y a todo
cristiano.
Frente al mal, neutralidad es sinónimo de complicidad. La Iglesia prefiere pasar hoy por
retrógrada, por reaccionaria, antes de ser acusada mañana de complicidad con los culpables
del autogenocidio contemporáneo; ante la esclavitud de la mujer en el imperio romano, la
Iglesia se alzó fieramente. Y hoy, se alza nuevamente contra todos aquellos que banalizan
la sexualidad, la explotan y se ríen de ella.
¿Comprendes ahora por qué la Iglesia puede parecer tajante a veces en su toma de posición,
sin compromisos? Y es que en cosas tan graves como las manipulaciones genéticas o las
perversiones del amor, se juega la supervivencia misma de la especie humana. En el
inmenso naufragio de todos los valores hace falta esa roca de diamante, ese pedestal de
existencia al que amarrar con toda seguridad nuestras embarcaciones, que hacen agua por
todas partes y se dejan arrastrar por la corriente, a la deriva.
Cada vez más no creyentes son atraídos hacia la Iglesia católica, simplemente por sus
certidumbres absolutas, incondicionales, al hablar de cuerpo, amor y vida, y de los
atentados contra todo esto.
Sí, existen atentados contra este mandamiento de Dios. Mucho más hoy, por todos los
incentivos del ambiente, en muchas partes, pagano.
¿Cuáles son esos atentados? Apunta bien. Te los explico para que te queden más claros.
3. Falta de decoro y pudor en la forma de vestir y comportarse, para provocar los instintos y
tendencias sensuales y sexuales en quienes te ven. De nuevo, está en ti el no consentir en
todo esto. No te hace bien. Sé digno. Compórtate como caballero o como dama. ¿Qué haría
Cristo en tu lugar? ¿Qué haría la Virgen en tu lugar?
4. Permitir ocasiones próximas de pecado. ¿Por qué te metes en la boca del lobo? ¿No sabes
que te va a morder? ¿Tan necio eres?
Si bien es verdad que frecuentemente se dice que hay muchas formas de vivir y ejercer la
sexualidad, conforme a la diversidad de las culturas y se las presenta como indiferentes
desde el punto de vista moral, es preciso afirmar que todo uso mentiroso y falseado del
lenguaje sexual es moralmente desordenado.
Hay formas regresivas y degeneradoras de vivir y ejercer la sexualidad que por falsear su
verdad, han de ser calificadas como inmorales, precisamente porque niegan y rechazan
valores y bienes fundamentales de la sexualidad integrada en toda la persona, e impiden,
consiguientemente, llevar a plenitud lo humano del mismo hombre.
No es ciertamente el pecado más grave que puedes cometer. Pero eso no impide que te haga
esclavo, te habitúe a una sexualidad egoísta e inmediata y asfixie en ti la vida espiritual.
El homosexual ama a otra persona, pero esta persona no es resueltamente otro, puesto que
es del mismo sexo y la relación establecida no puede conducir a un tercero, que es el hijo.
¿Qué debe hacer un homosexual que tiene esa tendencia, si quiere permanecer fiel a Jesús y
a su alianza de amor? No sería sensato aconsejar el matrimonio a un homosexual
verdadero. La única solución auténticamente cristiana a este problema es la castidad
integral.
La tendencia homosexual puede ser una de las razones por las cuales un cristiano aceptará,
por amor a Jesús, vivir en celibato. No será un celibato consagrado en la vida religiosa, a
causa de los peligros graves que tal estado podría comportar, si viviera en una comunidad
del mismo sexo. Pero deberá tratarse de un verdadero celibato vivido en un nivel de gran
profundidad espiritual, con ayuda psicológica, espiritual y familiar.
Contestó: “El hecho de probar un ser humano como se prueba un coche o un aparato
electrodoméstico o, mejor aún, como se contrata -temporalmente y bajo condición de
satisfacción recíproca- a una cocinera o a un contable, bastaría para destruir todo lo que de
único y sagrado hay en la intimidad de un matrimonio. La idea de que, después de todo, no
se trata más que de una experiencia a la que se puede poner fin cuando se quiera, se
introduce ya como un germen de ruptura en la unión. ¿En qué se convierten, en esa
geometría plana de la sexualidad, la profundidad, el misterio, la maravilla del amor?
¿Dónde queda ese sentimiento de donación gratuita e irreversible que liga para siempre dos
destinos? Sin hablar del lado cómico de la situación. Imaginad a un chico diciendo a una
chica: Querida, ¿cuántas veces has sido ya probada sin ser aceptada?”.
Poco después, añadía a las razones anteriores un nuevo modo de contemplar este problema:
“¿Al cabo de cuánto tiempo se puede estimar que la experiencia es concluyente? Hay
coches que se portan maravillosamente al probarlos y cuyos defectos sólo se revelan
después de miles de kilómetros. Numerosos matrimonios marchan también de forma
excelente al principio, y después se deterioran con los años a causa de la evolución
divergente (e imprevisible) de los cuerpos, de los caracteres, de los gustos, etc. Desde este
punto de vista, lo lógico sería sustituir la institución del matrimonio por una serie de
pruebas siempre revocables”.
Aquí hay un problema muy diferente del que plantean las simples relaciones de encuentro
ocasional o el matrimonio a prueba. En este caso se encuentra una voluntad firme de
casarse. La situación es, pues, bastante más compleja.
De nuevo, se debe decir aquí que dichas relaciones prematrimoniales están falseadas, pues
hay exclusión sistemática de los hijos. Esto revela claramente que aquí la sexualidad es
vivida en un contexto que, por principio, le priva de uno de sus componentes esenciales: la
fecundidad.
Todo esto que te pide Cristo, es decir, no tener relaciones antes de casarte no podrá ser
vivido sin sacrificio ni quizá sin algún desliz ocasional, pero si os ponéis de acuerdo, este
esfuerzo os unirá más duradera y profundamente que las experiencias sexuales prematuras,
inspiradas por la voluntad de tener todo enseguida. La calidad humana y cristiana de
vuestro amor debe pagar este precio.
Déjame decirte unas cuantas palabras sobre el noviazgo, ese tiempo hermoso de tu vida. El
noviazgo es una franca preparación para el matrimonio, por lo que no debes hacerte novio o
novia de cualquiera que pase frente a ti y te conquiste con su atractiva sonrisa. El noviazgo
es una oportunidad sensacional para conocerse más profundamente, para conversar del
futuro, de los intereses y sueños de cada uno.
Durante el noviazgo se debe conversar mucho para enterarse de las cosas que después
pueden afectar al matrimonio: el tipo de familia que les gustaría tener, el tipo de casa, la
comida que les gusta, sus diversiones y pasatiempos, la educación que quieren para sus
hijos, el tipo de colegio que desean para ellos, los hábitos de limpieza, su concepto de Dios
y de la religión, sus ideales, sus juicios sobre los acontecimientos y las personas. Hay que
aprovechar el noviazgo intensamente para no llevarse sorpresas en el matrimonio.
Es bueno a los ojos de Dios tener muestras de cariño hacia tu novio o tu novia. Sus
diferencias y su complementariedad hacen que deseen estar juntos y eso es bueno. Esa
atracción que sientes hacia él o ella, está encaminada a que en un futuro se unan totalmente
y por toda la vida y juntos formen una familia numerosa y feliz.
Sin embargo, siempre surge la misma duda: ¿hasta dónde pueden llegar las muestras de
cariño en el noviazgo? ¿Qué es lo que está permitido y qué no?
La respuesta es muy sencilla; sólo tienes que tomar en cuenta los siguientes criterios:
• La unión sexual entre hombre y mujer sólo puede llevarse a cabo plenamente dentro del
ambiente de protección, amor y compromiso que da el matrimonio. Tener una relación
sexual fuera del matrimonio es insatisfactorio, inseguro y arriesgado, además de ser un
pecado grave en contra del sexto mandamiento. Insatisfactorio, porque la unión sexual, para
que sea plena, exige un clima de tranquilidad y libertad que sólo se da cuando hombre y
mujer se unen en cuerpo y alma de una manera permanente. Inseguro, pues no siempre esos
novios llegarán al matrimonio. Arriesgado, porque toda relación sexual puede generar una
nueva vida. Es una verdadera injusticia traer una nueva vida al mundo sabiendo que no se
tiene la capacidad para darle el amor y la seguridad que necesita, y que sólo da el
matrimonio 34 .
• Dejando a un lado el acto sexual, en el noviazgo está permitido todo lo que no ofenda a tu
futura esposa o esposo. No son moralmente aceptables aquellas caricias o actos que tengan
como finalidad provocar el placer venéreo, aunque no se llegue al acto sexual completo;
también son gravemente imprudentes aquellas caricias o actos que de tal manera exciten la
pasión que constituyen ocasión próxima de pecado. Analiza tu actitud al darle las caricias.
Todo lo que ponga tu egoísmo por encima del sacrificio, es decir, que busque el “sentir
más” y no “el amar más”, está mal. Todo lo que ponga el sacrificio por encima del
egoísmo, el “amar más” por encima del “sentir más”, está bien.
Sólo tú y tu conciencia pueden decidir el límite entre lo uno y lo otro, la diferencia entre
cariño y placer, la frontera entre amar y usar. Hay un dicho popular que dice: “El hombre es
el fuego, la mujer es la estopa…llega el demonio y sopla”.
En las relaciones con tu novio o novia no olvides nunca que el demonio estará listo para
hacerlos caer en faltas graves. El demonio es muy listo y conoce la debilidad del hombre en
este campo, sabe que una vez desencadenada la excitación es muy difícil frenarse y se
aprovecha de ello para perder a muchas almas.
6. Las violaciones o el estupro, que consiste en forzar a una persona a la relación sexual con
la violencia, intimidación, engaño. ¡Qué falta de respeto y dignidad!
La Iglesia invita ciertamente a una fecundidad generosa, pero controlada, es decir, atenta a
los diversos factores en juego. Pero es verdad que al insistir sobre la esencial apertura del
amor a la fecundidad, la Iglesia, sobre todo, en nuestros días, pone en tela de juicio los
ideales de la sociedad de consumo, que coloca en primer lugar el orgasmo a voluntad, la
cuenta bancaria, la dotación de electrodomésticos y el confort doméstico y, en la cola, el
hijo (o dos como máximo).
Si te dejas atrapar por esta concepción materialista de la felicidad, es claro que serás
conducido, como tantos otros, a colocar los primeros años de tu vida conyugal bajo el
signo, no de la paternidad responsable, sino de la esterilidad sistemática, mediante el uso de
preservativos o píldoras.
• Antes la venida del niño se consideraba una bendición de Dios, hoy se ve como una carga
que “ocupará mi sitio en el día de mañana”, o “mi espacio vital peligra”.
• Hoy se quiere separar sexualidad y reproducción, cosa que no se debe, pues hay un nexo
íntimo entre ambas realidades, querido por el mismo Dios.
• Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la
química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el
modo de vida.
Sin embargo, el usar los métodos naturales es moralmente correcto, ya se trate del método
Ogino, el de la temperatura o de métodos recientes de observación de índices combinados,
muy fiables cuando son bien enseñados y aplicados (cálculo de calendario, observación de
la temperatura, de la mucosa cervical del cuello del útero, etc.).
¿Dónde está la diferencia entre los métodos artificiales y los naturales, pues ambos se
proponen hacer ese acto conyugal infecundo?
Poniéndose en el lugar del Creador, esos esposos se afirman a sí mismos como los señores
que quieren dominar a su gusto, disociando voluntariamente las dos significaciones de la
sexualidad. Y al mismo tiempo que manipulan la sexualidad humana y se colocan como
árbitros y señores del designio divino, los esposos cesan, por la contracepción, de aceptarse
y donarse mutuamente uno al otro según la verdad de su ser físico y espiritual. La mujer
acoge en ella al marido, pero con el rechazo a su gesto inseminador; el hombre recibe a la
mujer, pero con la activa negación de su ritmo fisiológico y psicológico propio.
Conjuntamente, el hombre y la mujer se acogen uno al otro en la exclusión de una apertura,
simplemente posible, a la vida del hijo.
Sin embargo, en los métodos naturales es distinta la actitud. Los esposos buscan evitar un
nacimiento, pero lo hacen por un procedimiento cuyo alcance moral es totalmente diverso.
Eligen, por razones serias y de peso, unirse cuando, independientemente de su voluntad, el
vínculo entre el amor y la fecundidad está como en suspenso y es inoperante, por voluntad
de Dios.
Aquí los esposos no son señores, sino servidores o ministros diligentes, como custodios
responsables del vínculo, inscrito en el ser y querido por Dios, entre el don mutuo de las
personas y su apertura a la vida.
Además, en los métodos naturales, el hombre y la mujer se acogen recíprocamente y se
entregan el uno al otro en el respeto de su ser íntegro, a la vez espiritual y carnal. La mujer
recibe al hombre en la acogida de su sexualidad concreta; el hombre recibe a la mujer en la
aceptación de su ritmo específico y de los tiempos que le son propios, puestos por el mismo
Dios en ella. Y siempre en los métodos naturales se está abierto a la vida, en el caso de que
viniera un nuevo hijo.
Hay que luchar por la fidelidad en el matrimonio. Te cuento este testimonio que se atribuye
al pianista y compositor Isaac Albéniz. Nos muestra cómo se ha de guardar el corazón para
impedir la infidelidad, cueste lo que cueste.
¡Hermoso ejemplo!
9. También la poligamia, es decir, el tener muchas esposas, es una ofensa gravísima contra
este mandamiento y contra la unidad del Matrimonio. Nos dice el Catecismo de la Iglesia
católica: “Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio, se ve
obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal.
Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la
comunión conyugal. La poligamia niega directamente el designio de Dios, tal como es
revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y
de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y
exclusivo. El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a
cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos” (número 2387).
11. Una última cuestión. ¿Crees que el divorcio civil es un pecado grave contra el sexto
mandamiento y una ofensa a la dignidad del matrimonio?
En alguna medida, aunque no siempre, así es. Por una parte, el divorcio rompe
definitivamente el signo de la Alianza de salvación de Dios con el hombre, y de Cristo con
la Iglesia. Por otra, introduce un desorden irreparable en la familia y en la sociedad. Al
romper el contrato libremente sellado un día, quien se divorcia civilmente, perjudica
normalmente a la otra parte y a los hijos, divididos desde ese momento entre el padre y la
madre, faltos de ejemplaridad y de muchas posibilidades de educación.
Ahora bien, te he dicho que no siempre el divorcio civil es un grave mal. Algunas veces,
una víctima inocente obtiene por sentencia judicial, en la legislación civil, liberarse de
graves males conviviendo con el otro cónyuge (golpes, peleas, amenazas, etc.). Algunas
otras, el divorcio civil es condición para la obtención de determinados derechos en bien de
la esposa/o e hijos.
Lo que agrava, en cualquier caso, el mal del divorcio es cuando suceden nuevas nupcias y
se rompe definitivamente la posibilidad de rehacer la familia.
Acerca del tratamiento pastoral a quienes se ven en tan graves situaciones, ¿qué hace la
Iglesia?
No te sientas asustado por estos atentados, que juntos hemos repasado. Sólo, vigila con
atención para que no sucumbas a ninguno de ellos.
¡Sé puro! ¡Cuánto vale el hombre y la mujer puros! El mundo debería admirar, respetar a
las personas vírgenes, y no hacer chacota de ellas.
En Roma, en los tiempos del paganismo, existían las vestales o sacerdotisas de la diosa
Vesta, encargadas de tener siempre encendido el fuego sagrado en el templo de dicha diosa.
Eran seis; entraban en el templo a la edad de diez años y estaban en él hasta los treinta;
durante ese tiempo tenían que conservar intacta su virginidad. Eran tenidas en gran estima
por los romanos: tanto, que en las solemnidades y en los teatros tenían siempre sus puestos
de honor y vestían un traje especial blanco, con adornos de púrpura. Si un magistra¬do
encontraba a una de ellas en la calle le cedía la derecha; y si acaso una vestal se encontraba
con un delincuente conde¬nado a muerte, al momento se indultaba a éste y se le ponía en
libertad. Pero si una de las vestales faltaba a su deber y violaba la castidad, era condenada a
ser sepultada viva en un lugar llamado "campo malvado".
Aquí puede verse la veneración que sentían incluso los paganos por las personas de vida
casta, y en qué abominación eran tenidos los deshonestos. Y ¿hoy?
Encomienda a María Santísima Inmaculada, la Madre de Jesús y Madre tuya, esta hermosa
virtud de la pureza, que nos da tanta paz, y nos prepara para vivir el amor en su sentido más
hondo y profundo. Y no olvides: “Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a
Dios”.
Termino con un texto de monseñor Tihamer Toth, un gran obispo de Hungría y amigo de
los jóvenes, ya fallecido:
“Fuego son tanto la pureza como la impureza. Fuerza son una vida casta y una vida
relajada. Pasión son el afán de levantarse y el afán de arrastrarse…; pero la diferencia es
como la que hay entre el cielo y la tierra.
La pureza es fuego que da madurez al carácter, como el rayo de sol a la rosa; la impureza es
fuego que destruye la vida, como la lava humeante. La pureza es fuerza, fuerza ordenada,
que empuja al trabajo y robustece para la lucha de la vida; la impureza es fuerza, fuerza
desenfrenada, que rompe diques, que llena de limo los campos de la vida, que ahoga en un
pantano las fuerzas del hombre. La pureza es pasión, que comunica ánimo de vida,
energías, genio creador, voluntad capaz de vencer al mundo; la impureza es pasión, que
hace caer inertes los brazos, que transforma en esponja el corazón, en podredumbre la
sangre, en putrefacción la médula. La pureza da vida; la impureza todo lo inunda de
miseria. Con la pureza van la virtud y la alegría de la vida; con la impureza, el diablo y la
muerte” 37 .
2392 ‘El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’ (Exhortación de
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 11).
2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de
manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y
aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida
casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el
aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la
masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.
2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la
obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos
participan de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la
maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el
recurso a medios moralmente reprobables (por ejemplo, la esterilización directa o la
anticoncepción).
2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la
dignidad del matrimonio.
Dios ha creado al hombre como varón y mujer, con igual dignidad personal, y ha inscrito
en él la vocación del amor y de la comunión. Corresponde a cada uno aceptar la propia
identidad sexual, reconociendo la importancia de la misma para toda la persona, su
especificidad y complementariedad.
Son numerosos los medios de que disponemos para vivir la castidad: la gracia de Dios, la
ayuda de los sacramentos, la oración, el conocimiento de uno mismo, la práctica de una
ascesis adaptada a las diversas situaciones y el ejercicio de las virtudes morales, en
particular de la virtud de la templanza, que busca que la razón sea la guía de las pasiones.
491. ¿De qué modos todos están llamados a vivir la castidad?
Todos, siguiendo a Cristo modelo de castidad, están llamados a llevar una vida casta
según el propio estado de vida: unos viviendo en la virginidad o en el celibato consagrado,
modo eminente de dedicarse más fácilmente a Dios, con corazón indiviso; otros, si están
casados, viviendo la castidad conyugar; los no casados, practicando la castidad en la
continencia.
Son pecados gravemente contrarios a la castidad, cada uno según la naturaleza del propio
objeto: el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, el
estupro y los actos homosexuales. Estos pecados son expresión del vicio de la lujuria. Si se
cometen con menores, estos actos son un atentado aún más grave contra su integridad
física y moral.
493. ¿Por qué el sexto mandamiento prohíbe todos los pecados contra la castidad?
Aunque en el texto bíblico del Decálogo se dice “no cometerás adulterio” (Ex.20,14), la
Tradición de la Iglesia tiene en cuenta todas las enseñanzas morales del Antiguo
Testamento y del Nuevo Testamento, y considera el sexto mandamiento como referido al
conjunto de todos los pecados contra la castidad.
494. ¿Cuáles son los deberes de las autoridades civiles respecto a la castidad?
495. ¿Cuáles son los bienes del amor conyugal, al que está ordenada la sexualidad?
Los bienes del amor conyugal, que para los bautizados está santificado por el sacramento
del matrimonio, son: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la
fecundidad.
El acto conyugal tiene un doble significado: de unión (la mutua donación de los cónyuges),
y de procreación (apertura a la transmisión de la vida). Nadie puede romper la conexión
inseparable que Dios ha querido entre los dos significados del acto conyugal, excluyendo
de la relación el uno o el otro.
El hijo es un don de Dios, el don más grande dentro del matrimonio. No existe el derecho a
tener hijos (“un hijo pretendido, a toda costa”). Sí, existe, en cambio, el derecho del hijo a
ser fruto del acto conyugal de sus padres, y también el derecho a ser respetado como
persona desde el momento de su concepción.
Cuando el don del hijo no les es concedido, los esposos, después de haber agotado todos
los legítimos recursos de la medicina, pueden mostrar su generosidad mediante la tutela o
la adopción, o bien realizando servicios significativos en beneficio del prójimo. Así ejercen
una preciosa fecundidad espiritual.
502. ¿Cuáles son las ofensas a la dignidad del matrimonio?
Las ofensas a la dignidad del matrimonio son las siguientes: el adulterio, el divorcio, la
poligamia, el incesto, la unión libre (convivencia, concubinato) y el acto sexual antes o
fuera del matrimonio.
1. ¿Qué significa exactamente la frase de san Pablo, extraída de la primera carta a los
Corintios 6, 12-20: “Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”.
2. ¿Hoy se puede ser y vivir puro? ¿Qué medios sugieres a un joven para que sea puro?
3. ¿Dónde está la gravedad de los actos impuros?
4. ¿El cristianismo desprecia el cuerpo?
5. ¿Qué argumentos darías a unos novios para que no tengan relaciones antes de casarse?
6. ¿Te acuerdas de todos los atentados contra este sexto mandamiento? Enúncialos.
7. ¿Cuál es la diferencia entre sentir y consentir una tentación impura?
8. ¿Por qué el marco natural de la sexualidad es el amor conyugal fiel hasta la muerte?
9. ¿Cuál es la diferencia entre la sexualidad animal y la sexualidad humana?
10. ¿Por qué Jesucristo llamó bienaventurados y felices a los “puros de corazón”?
Ha sido un sufrimiento que me ha evitado, ahora lo sé, quemar las etapas del amor. Todo lo
contrario; en esta espera, en esta soledad, he aprendido a desear un amor verdadero y único.
Pero desde el momento de mi primer encuentro no tuve sino una obsesión: poseer al otro,
amarlo, pero para mi exclusivo placer, llegar a alcanzar aquello que aún no había logrado y
poder probar a mis compañeros que ya no era un crío porque me había “acostado” con una
chica. En resumen, nada de aquellos buenos deseos.
Sí, yo era un desgraciado, porque no sabía qué hacer. Durante mucho tiempo me dediqué a
procurarme este placer provocando, en solitario, a mi cuerpo…me encenagué y derroché el
misterio de la vida que se hallaba depositado en mí. Me hastié de esta situación y quise
llegar hasta el final con mi chica, pero ella no quiso. Ahora le doy las gracias. Sé también
que, en el fondo, algo había en mí que lo estorbaba…
Un día todo se estropeó; ella me abandonó…Yo me quedé solo, con las manos vacías, sin
nada y sin nadie. Sólo mi fiel amigo, que siempre ha estado a mi lado y a quien ese día
decidí no abandonar nunca…Jesucristo.
Todo volvió a comenzar: Él me volvió a crear en su amor. Por medio de su cruz lavó todo
mi pecado, me renovó completamente, hasta en mi cuerpo y, además y sobre todo, me
enseñó el camino del amor verdadero. Su amor.
Hoy no me he hecho sacerdote ni monje, y vivo el misterio del amor con aquella que Él me
destinó. La encontré cuatro años después de mi primer fracaso sentimental. Cuatro años de
espera, de acogida, de esperanza, de curación de mi afectividad. Cuando la vi, mi corazón
hizo “bom, bom” (¡vosotros seguro que sabéis qué es eso!).
En vez de precipitarme, esperé: la espera fue dolorosa, pero no me lancé a por ella. La
recibí como un regalo, un regalo que quería desenvolver lentamente, sin prisas para no
hartarme en seguida sino para apreciarlo tranquilamente en todo su valor.
El mejor regalo que pude hacerle el día de mi boda fue mi virginidad. No, no es una tara
llegar virgen al matrimonio. Es el tesoro más valioso, ¡mucho más que todo el escaparate
lujurioso de este mundo!
Capítulo 9: Séptimo: No robarás
El séptimo dice: “No hurtarás”. Incluso los que no honran a Dios, ni santifican el
domingo, que nada quieren oír de pureza moral…aún éstos reciben con satisfacción el
quinto y el séptimo mandamiento, porque les gusta ver aseguradas la propia vida y la propia
fortuna. ¿No es así?
Déjame hacerte unas preguntas: ¿Tienes el corazón apegado a algo? ¿Hay alguna cosa
material que te aleja de Dios? ¿Cuáles son ahora tus máximas preocupaciones? ¿Te
preocupas realmente de la gente necesitada y pobre? ¿Dios está en el centro de tu vida o
vives tan metido en las preocupaciones materiales que no te acuerdas de Él? ¿Haces buen
uso de las cosas que tienes? ¿Por qué crees que algunos roban a los demás? ¿Por qué está
mal robar? Si eres gerente de una empresa, ¿debes o no debes dar los salarios justos a tus
trabajadores?
No debes extrañarte de que se den robos. Entre los doce que Jesús escogió, uno salió
ladrón. Fue Judas. Un ladrón que hasta pensó que podría hacer negocios traicionando a su
Maestro. “¿Qué me daréis si os lo entrego?”-preguntó Judas a los sumos sacerdotes. Y por
treinta monedas y un beso vendió a Jesús. ¿Tan poco valía Jesús?
El fundamento de este mandamiento, unido al décimo, es simple: la dignidad que nos
identifica a todos los hombres como hijos de Dios, creados a su imagen. En manos de sus
hijos, Dios puso toda la creación (“Creced y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla”,
Génesis 1, 28) para administrarla, sin que nadie tenga mayor derecho para ese dominio y
uso sobre el resto de los hijos.38
Por tanto, detrás de este mandamiento se esconden estos problemas y algunos más, querido
joven:
¿Son malos esos bienes que tú tienes y que has adquirido rectamente?
¿Los bienes son de unos pocos o de todos? ¿Por qué unos tienen más que otros?
¿Cómo hay que tratar los bienes, los propios y los ajenos?
¿Se contraponen la propiedad común y la propiedad privada? ¿Es lícita la propiedad
privada? ¿A qué obliga la propiedad privada? ¿Qué peligro tiene la propiedad privada?
¿El trabajo es un deber?
¿Es legítima la huelga?
¿Qué es la justicia conmutativa, legal y distributiva?
¿Qué es el salario justo?
¿Hay que restituir lo robado? ¿Se puede robar alguna vez?
¿Qué es el fraude, la retención injusta?
¿Obliga en conciencia el pagar los impuestos económicos que impone el Estado?
¿Hay obligación moral de cumplir las promesas y contratos?
¿Qué medios emplear contra los ricos injustos? ¿Puedes tomarte la justicia por tu propia
mano?
¿Qué hacer para ayudar a los pobres? ¿Cómo promoverles humanamente?
Como ves, hay muchos problemas que debe resolver y aclarar este séptimo mandamiento
de la Ley de Dios. Así que sigue leyendo, que es muy interesante. Estos son los apartados
que te propongo:
1° Dios puso al hombre como administrador de los bienes de la tierra; y le dejó todo para
que el hombre viviera tranquilo, digno, y llegara a Él.
Le confió la tierra y sus recursos para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante
su trabajo y se beneficiara de sus frutos. Por tanto, el trabajo es un deber, honra los dones
del Creador y los talentos recibidos, puede ser redentor, pues soportando el peso del
trabajo, en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el
hombre colabora en cierta manera con el hijo de Dios en su obra redentora.
2º Estos bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la
tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y
amenazada por la violencia.
3° Pero por culpa del pecado, el hombre se hizo avariento y envidioso, y nació en él una
fuerte tendencia a tener más que los demás, apareciendo así como el más poderoso. Cuando
el hombre se deja llevar por esta tendencia, entonces es más fácil que comiencen los robos,
las injusticias, los abusos, el reparto injusto de las riquezas, las injusticias de los ricos hacia
los pobres, las estructuras injustas.
5° Los bienes de la tierra, las riquezas son medios, no son el fin en la vida. Tu fin en la
vida, ya sabes quién es: Dios, conocerle cada día más aquí en la tierra, amarle, servirle, y
después llegar a Él en la eternidad. ¡Qué noble fin tienes! ¿No es cierto? Las demás cosas y
las riquezas son medios para vivir con dignidad tu vida y la de tus futuros hijos; medios
también para ayudar a los necesitados. Cuando los bienes materiales se convierten en fin,
entonces viene el descontrol, el apego.
Tenemos el ejemplo elocuente del joven rico en el Evangelio, a quién Jesús le proponía
dejar todo y darlo a los pobres, y así seguir a Cristo y ser su amigo íntimo dentro de su
misma compañía. Y él prefirió los bienes y riquezas, y rechazó al autor de los bienes,
despreciando la voluntad de Dios que le proponía: Dejar todo, ser generoso, y seguirle.
¿Cómo terminó el encuentro de este joven con Jesús? Se marchó triste el joven rico porque
no supo desprenderse de las cosas materiales para seguir a Cristo con corazón libre 39 .
Ojalá no seas tú como ese joven rico, que decepcionó y entristeció a Jesús. ¡Cuántas
ilusiones se había hecho Jesucristo de este joven! Podía haber sido un amigo íntimo de
Jesús y un santo, y prefirió ser del montón de los mediocres.
6° Dios no desprecia el dinero ni el trabajo humano. Al revés, ambos son medios para que
el hombre se realice, sea santo y desempeñe su misión en este mundo, en el trabajo, en la
actividad económica. Dios quiere que uses todos los bienes para tu propia dignidad, para
sacar adelante tu carrera, para tu familia y para hacer el bien a los necesitados. Así tiene
sentido profundo la riqueza y los bienes materiales, y son bendición. De lo contrario son
piedra de escándalo y se convierten en maldición.
7° Aunque los bienes están al servicio del hombre y hay un destino universal de los bienes,
también es verdad que la propiedad privada es un derecho natural y fundamental del ser
humano, de las personas, para que tú atiendas a tus necesidades propias y a las de tu
familia.
Esta propiedad privada refleja dos cosas: la primacía del hombre sobre las cosas, y la
capacidad del hombre, gracias a su inteligencia y libertad para administrarlos rectamente.
Por ser un derecho natural, la propiedad privada no se puede considerar como una
concesión del Estado ni un medio para alcanzar mayor eficacia económica. Y debe ser
respetada por todos al igual que se respeta la libertad ajena.
De estos principios deducimos que no se puede quitar al otro lo que es suyo. ¡Perfecto!
Pero tampoco, acumular fortuna perjudicando a otros, o no ayudando a otros necesitados.
Sería una injusticia y puro egoísmo.
En palabras del Papa Juan Pablo II: “El derecho de propiedad es válido y necesario…,
pero los bienes de este mundo están destinados a todos” (Encíclica, “Sollicitudo rei
socialis, número 42).
Para expresar la voluntad de Dios en este tema, Jesús expuso un día la parábola del rico
Epulón, desentendido injustamente y contra la caridad del pobre Lázaro (cf. Lucas 16, 19-
31).
Te cuento esta anécdota para que te rías un poco conmigo, y así pruebo esto que te digo.
Dos ladrones riñeron. Dice uno de ellos:
Con esto se ve cómo es imposible borrar del pensar humano la idea del derecho de
propiedad.
Lo que el hombre ha tocado con su mano y moldeado con el trabajo de sus miembros, y
regado con el sudor de su frente se trueca en propiedad suya.
En tercer lugar, la propiedad privada es también la garantía del orden social y de la paz.
Sin la propiedad privada no hay hogar en paz, y sin hogares no hay nación.
Finalmente, te diré que la supresión de la propiedad privada sería también un golpe para
la civilización. El progreso de la ciencia cuesta dinero; hay que hacer sacrificios por el arte;
cada paso que se da en bien de la cultura exige grandes dispendios. ¿Quién pensará en
progreso, en cultura, si no tiene asegurado el pan de cada día?
Si es así, te pregunto, ¿por qué y qué necesidad había del séptimo y del décimo
mandamiento de la Ley de Dios? Si el principio de la propiedad privada es una exigencia de
la naturaleza humana y además la protegen leyes estatales, ¿por qué hubo de meterse Dios y
obligar aun en conciencia al hombre? ¿No bastan los guardias y policías secretos, las
multas y la reclusión…?
Hay muchos guardias…; pero no bastan para que haya uno en cada cuarto de oficina, en
cada caja, en cada mesa de vendedor, en cada puesto de mercado. Por esto es necesario
tener en el séptimo y décimo mandamiento, una ley que ata toda maldad, unos artículos que
no tienen escapatoria, un guarda que no suelta la presa.
Es verdad todo lo que te he dicho. Pero en honor a la verdad, tengo que decirte que también
la propiedad privada lleva anejos ciertos peligros y ciertas desventajas. Y sólo el
Mandamiento de Dios puede frenar estos peligros y desventajas. Te enumero algunos.
La propiedad privada a veces puede ser causa de cierta desigualdad social; por ella hay
ricos y pobres. ¿Es o no es cierto? Y la pobreza pesa siempre.
Es necesaria también la propiedad para librar a los ricos del egoísmo. El hombre no llega
por sí mismo a descubrir esta verdad. Nacemos de suyo egoístas. La propiedad privada te
da la oportunidad de ejercitarte en la generosidad con el necesitado. Cada uno de nosotros
deberíamos decir: “Debo algo al prójimo”. Debemos ayudarnos como hermanos.
Ya Jesús nos lo dijo en el evangelio: “Porque tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y
me diste de beber…” (Mateo 25, 35). Acuérdate lo que le pasó a ese rico epulón del
evangelio por no compartir su propiedad privada con el pobre Lázaro. ¿A dónde fue a
parar? Lo encuentras en el evangelio de san Lucas, capítulo 16, del versículo 19 al 31,
como te había dicho anteriormente.
Así, pues, la propiedad privada tiene también sus deberes, además de sus derechos. Pues la
propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto 40. No hay
ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando
a los demás les falta lo necesario. Tienes que ayudar a los necesitados.
Por eso podemos decir, citando al Papa Juan Pablo II: “El derecho a la propiedad privada
está subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes”41 . Lo que tú
tienes de más le pertenece a ese pobre que se está muriendo de hambre y de frío. Comparte,
por favor.
La propiedad, si no la compartes, te hace duro y cruel contigo mismo. ¡El poder tiránico del
dinero! Infeliz en quien hace presa el dinero. Olvidará el honor, el alma, la palabra dada, la
veracidad, el deber, la compasión, al amigo, a la familia, al pobre. Nadie puede servir a
Dios y al dinero, nos dijo Jesús (cf. Lucas 16, 13). ¡Cuidado con que la fortuna no te haga
cruel, sin entrañas para contigo mismo y para con los pobres!
Este principio de propiedad privada, sigue diciendo Juan Pablo II en la misma encíclica
sobre el trabajo, se aparta radicalmente del colectivismo42 , proclamado por el marxismo; y
del capitalismo43 , practicado por el liberalismo y por los sistemas políticos que se refieren a
él.
Y no te olvides: la propiedad privada tiene sus propios derechos, no hay que dudarlo. Pero
también sus deberes. Así se balancea y se equilibra. ¡Qué bien pensado lo tiene Dios!
Este derecho del hombre exige en los demás el deber de respetar lo que a él le pertenece:
esto se llama derecho de propiedad.
Es cierto que la justa posesión de los bienes lleva consigo la obligación del uso justo de los
mismos; pero aunque el abuso en el uso sea pecado, no anula la realidad del derecho. Y si
los propietarios, faltando a su obligación, no hacen buen uso de su propiedad, corresponde
al Estado -guardián del bien común- poner sanciones convenientes que pueden llegar, si las
circunstancias lo requieren, a la expropiación y a la confiscación.
Ya se entiende que esta intervención del Estado no debe ser arbitraria, sino que siempre
debe estar subordinada al bien común. La autoridad política tiene el derecho y el deber de
regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad.
Los bienes de la Tierra fueron creados para que todos y cada uno de los hombres pudiesen
satisfacer sus necesidades. Bien lo expresó Pío XII : «Dios, Supremo Proveedor de las
cosas, no quiere que unos abunden en demasiadas riquezas mientras que otros vienen a dar
en extrema necesidad, de manera que carezcan de lo necesario para los usos de la vida».
Hay que ayudar a los demás. Y esto se logra no sólo dando dinero, sino también creando
puestos de trabajo, capacitando profesionalmente a los demás, ofreciendo oportunidades de
educación, etc. Así podrán entrar todos en “el teatro del mundo” para disfrutar de los bienes
que nos ha regalado el Creador. La comparación es de San Basilio.
Los animales están al servicio del hombre. Por eso es indigno invertir en ellos sumas que
deberían remediar, más bien, las miserias de los hombres.
Creo que este mandamiento de la Ley de Dios es, a veces, un tanto descuidado por
nosotros; pensamos que no es tan importante, pues “hay otros pecados más gordos”, y sin
embargo, es quizá uno de los que en el día a día pisoteamos sin grandes remordimientos.
Por eso, quiero hacerte luz para que veas de cuántas maneras se puede quebrantar el
séptimo mandamiento.
Este mandamiento prohíbe quitar, retener, estropear o destrozar lo ajeno contra la voluntad
razonable de su dueño. Por ejemplo: le quitas a un compañero su reloj de pulsera y lo
vendes a otro; o no quieres devolverlo a quien te lo ha prestado; o en un momento de
enfado le das al reloj un fuerte martillazo para vengarte de tu amigo. ¿Ves? Todo esto es
pisotear el séptimo mandamiento.
Este mandamiento prohíbe también el fraude: robar con apariencias legales, con astucia,
falsificaciones, mentiras, hipocresías, pesos falsos, ficciones de marcas y procedencias,
etcétera. Todo esto en algunas partes es “pan cotidiano” que algunos amasan y se comen
tranquilamente, y como si nada. Tú, ¡atento, de ahora en adelante!
Algunos modos modernos de robar son la emisión de cheques sin fondo, o la firma de letras
de cambio que no podrán nunca ser pagadas. Tan ladrón es el atracador con metralleta,
como el que roba con guante blanco aprovechándose de la necesidad para sacar el dinero
abusivamente. ¿Te ha tocado ver, sufrir algo de esto…o hacer? ¿Sabías que todo esto es
atentado contra este mandamiento de la ley de Dios? ¡Afina bien tu conciencia! La
conciencia es el santuario donde Dios habla. Si la corrompes, corres peligro de que ya no
puedas escuchar la voz de Dios que siempre te dirá: “Haz el bien; evita el mal”.
Pueden ser pecado grave los precios injustos que se ponen en ciertas circunstancias en
tiendas de comidas, ropa o en comercios.
Ladrones con guante blanco son también aquellos que exigen dinero por un servicio al que
por su cargo estaban obligados. Es distinto recibir un regalo hecho libremente por quien
está agradecido a tu servicio.
Roban igualmente los que cobran sueldo por un puesto, cargo, destino, servicio, etc., y no
lo desempeñan o lo desempeñan mal. Como me contaron en un cierto colegio: cada mes
venía a recoger su cheque un profesor que nunca daba clases, pues mandaba un sustituto, a
quien también daban su respectivo cheque. ¡Puros amaños con la administración del
colegio! ¡Qué descaro! ¿No crees? Eso no es honestidad ni transparencia.
Puede haber robos que la justicia humana no pueda castigar, pero que no dejará Dios sin
castigo. Por ejemplo, el que se niega a pagar una deuda cierta porque al acreedor se le ha
extraviado el documento y no tiene testigos.
Otras clases de robo son la usura, las trampas jugando dinero y en las compraventas, etc.
Para la justicia en las compraventas hay que tener en cuenta que ninguno de los
contratantes quiere hacer un regalo al otro; sino que ambos aspiran a un servicio recíproco,
cambiando objetos de igual valor, pero de distinta utilidad para cada uno. En todo
intercambio de bienes, cada una de las partes ha de recibir la justa y correspondiente
contrapartida.
Un campesino iba con frecuencia a la ciudad para llevar a un panadero la manteca necesaria
para la elaboración del pan, y por cada kilo de manteca recibía un kilo de pan. Una vez tuvo
el panadero la curiosidad de comprobar cuánto pesaba la manteca que le acababan de
entregar, y descubrió que de la entrega última -cinco kilos- faltaba medio; así que pidió
explicaciones. El campesino, que estaba prevenido, contestó tan tranquilo:
- No sé qué decirle. Como en mi casa tengo balanzas, pero sin pesas, me arreglo siempre
poniendo en un platillo de la balanza el pan que usted me da, y en el otro un peso igual de
manteca.
Algo parecido va a ocurrir en el Juicio. Dios hará como el campesino, pues el mismo Cristo
ha dicho: Con la medida con que midiereis, seréis medidos (Mateo 7,2).
Cuando el robo ha sido con violencia personal, el pecado es más grave, y por lo tanto debe
manifestarse esta circunstancia en la confesión. Lo mismo cuando se trata de un robo
sacrílego: por ejemplo, robar un cáliz consagrado, o robar de las alcancías de una iglesia.
También se falta a la justicia, y a veces gravemente, cuando por negligencia se retrasan los
salarios o pagos, pudiendo hacerlo a tiempo. Mientras se pueda, convendría pagar al
contado, sobre todo a los que lo necesitan, y al día siguiente de terminar el mes.
Las cosas perdidas tienen dueño, por lo tanto, no pueden guardarse sin más. Hay que
procurar averiguar quién es el dueño y devolverlas, pudiendo deducir los gastos que se
hayan hecho (anuncios, etc.), para encontrar al dueño. Y tanta más diligencia habrá que
poner en buscar al dueño, cuanto mayor sea el valor de la cosa encontrada. Solamente
puedes quedarte con lo encontrado, cuando, después de una diligencia proporcionada al
valor de la cosa, no has podido saber quién es su dueño.
Cuidar bien las cosas que usamos (autobuses, ferrocarriles, jardines, etc.) es señal de buena
educación y cultura. Maltratarlas es propio de gamberros. Y además queda la obligación de
reparar.
a) Robo:
La pobre mujer, desolada y llorando, fue a quejarse al cadí. El asunto era difícil. ¿Quién se
atrevía a oponerse a la voluntad omnipotente del príncipe?
Sin embargo, el cadí, hombre de bien, montó sobre su asno y se presentó al califa cuando
éste, rodeado de su corte, se encontraba en su palacio. Él cadí llevaba con él un gran saco.
Hechas sus reflexiones, pidió permiso al príncipe para llenar el saco con tierra del jardín. El
príncipe, que con todo era bueno, consintió.
- No basta; para completar tu obra es preciso que me ayudes a cargar el saco en mi asno.
- Príncipe -dijo entonces gravemente el cadí-, si este saco, que no encierra más que una
parte de esta tierra, te ha pare¬cido pesado, ¿cuánto pesará en tu conciencia y cómo podrás
presentarte delante de Dios con la tierra entera que has usurpado a esa pobre viuda?
¿Qué aprendiste?
El robo es de suyo pecado grave contra la justicia, pero admite parvedad de materia. Se
prueba la parvedad de materia porque es evidente que quien roba una cosa de poco valor no
quebranta gravemente el derecho ajeno, ni la caridad –así dice santo Tomás de Aquino en
su gran obra “La Suma Teológica” 44,
Para atender a la gravedad del robo, es decir, para ver si el pecado es grave o no, hay que
considerar:
El objeto en sí mismo. La magnitud del bien hurtado es la primera realidad a considerar
sobre la gravedad de la acción. Si la magnitud es considerable aunque se le robe a una
persona que no resienta la pérdida es ya pecado mortal.
La necesidad que el dueño tenga de la cosa robada. Así, una cantidad pequeña robada
a un pobre puede ser pecado grave; lo mismo si se roba una cosa de mucho aprecio
afectivo, por ejemplo, un recuerdo de familia o que cause a la víctima un daño grave, por
ejemplo, robar unos utensilios de labranza a un campesino pobre. Sin ellos no podrá hacer
su trabajo, y tal vez no tenga dinero para comprar otros.
El que comete varios robos pequeños distanciados, con intención de llegar a robar una
cantidad grande, incurre en el pecado grave desde la primera vez que roba. Esto se explica
porque desde el inicio tiene intención de cometer un pecado grave; si, por ejemplo, el
cajero de un banco se propone robar 1.000.000 dólares, sustrayendo cada día 100 dólares
para no hacerse notar, el primer día que toma esa cantidad comete ya pecado grave. La
acumulación de materia (una suma de robos pequeños) llega a constituir un pecado grave.
¿Hay algunas causas excusantes del robo o dicho de otro modo, hay justa apropiación de
bienes ajenos?
Bajo ciertas condiciones, puede ser lícito tomar los bienes ajenos. Esto no quiere decir que
existan excepciones a la Ley de Dios pues, por ser ésta perfecta, prevé todas las
eventualidades. Lo que en realidad sucede es que la formulación completa de este precepto
podría ser: “no tomarás injustamente los bienes ajenos” En casos de extrema necesidad,
cuando no hay otra forma de solución, el derecho a la vida y el destino universal de los
bienes está por encima de la propiedad privada.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2408 dice lo siguiente: “No hay robo si el
consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino
universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único
medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda, vestido…)
es disponer y usar de los bienes ajenos”.
Por tanto, siguiendo el principio de que los bienes están al servicio del hombre y hay un
destino universal de los bienes... hay unos casos en que se permite o se considera justa la
apropiación de bienes ajenos.
Por ejemplo, te vuelvo a decir: una persona que se está muriendo de hambre o que no tenga
recursos para comprar una medicina fundamental para salvar la vida de su hijo, puede
apropiarse de lo que necesita, pues el derecho a la vida es superior al derecho a la propiedad
privada. También hay obligación, una vez pasada la necesidad, de restituir lo tomado, si
fuera posible.
Así mismo, puede cobrarse uno mismo lo que se le debe sin consentimiento del deudor
siempre y cuando se cumplan estas condiciones: que la deuda sea verdadera; de estricta
justicia; que el pago no se pueda obtener de otro modo, y que no se cause ningún daño.
Esto no significa que tú puedes tomar la justicia por tu mano en casos de flagrante
injusticia, sino que, agotados todos los procesos ordinarios para obtener lo que es propiedad
legítima, el obtenerla directamente sin conocimiento o consentimiento del injusto
propietario, no puede considerarse robo.
Hay personas que roban cosas pequeñas por un impulso interior. Se trata de una
enfermedad que recibe el nombre de cleptomanía. Conviene curarla, pues puede poner, al
que la padece, en situaciones vergonzosas.
Pero hay otras personas que roban en hoteles y comercios por puro deporte, por la vanidad
de presumir de ingeniosos. Esto es inmoral, vergonzoso y rebaja al que lo realiza. Y además
queda la obligación de restituir al perjudicado; y si esto no es posible, dando de limosna el
importe de lo robado.
También peca contra este mandamiento el que en alguna manera coopera al robo, ya sea
mandando, aconsejando, alabando, ayudando, encubriendo o consintiendo, pudiendo y
debiendo impedirlo.
Por ejemplo: un día a las 5.10 de la tarde, aprovechando la poca concurrencia en la calle, un
taxi se detiene delante de una joyería. Descienden del automóvil tres individuos
enmascarados, pistola en mano. Entran en el establecimiento y se apoderan de joyas por
valor de muchos miles de pesos o de dólares o de euros. Suben de nuevo al taxi y
desaparecen veloces.
Como el robo fue grave, todos éstos pecaron gravemente. Si el robo hubiera sido leve,
también hubieran pecado todos ellos; pero su pecado hubiera sido venial.
No creas que para que sea robo tiene que ser algo grande en cantidad. Cuida de no llevarte
ese bolígrafo o esas hojas de la oficina donde trabajas, pues no son tuyos. Si necesitas algo
de esto, pídeselo a tu jefe. Cuando vayas al supermercado, no cambies los precios; no cojas
esos caramelos, pues esto también son pequeños robos, que te corrompen poco a poco tu
conciencia. ¡Sé íntegro y honesto siempre!
Alguien ha dicho “Quien no comparte, roba”, “Todo egoísta es ladrón”. Algo de verdad
encierran estas frases. Tienes que compartir…Compartir, ¿qué? Lo que se tenga. Dinero, a
quien algo le sobre. Amistad, el que sólo tenga eso para dar. Alegría y consuelo, quien los
haya recibido de Dios. Compartir también tu fe, porque hasta la fe se roba cuando no se
difunde.
b) La retención injusta:
Consiste en conservar o retener, sin un motivo legítimo, lo que es de otro. Es una forma de
atentar contra el derecho a la propiedad privada.
¿Quieres unos ejemplos? Ya antes habían salido, pero ahora los enuncio simplemente y
añado algunos más:
El patrón que retrasa el pago del salario a los obreros, sin causa justa.
El que se niega a pagar sus deudas pudiendo hacerlo.
Los que no devuelven las cosas prestadas o las devuelven en mal estado.
Los que engañan en la administración de bienes ajenos.
Los que falsifican dinero.
Estafar a quien le confió la administración de sus bienes.
Los que guardan la cosa perdida sin buscar al dueño.
El que con gastos excesivos se imposibilita para pagar sus deudas.
Los comerciantes que provocan quiebras ficticias para declararse insolventes.
El que sabiendo que en el supermercado se ha equivocado la cajera y le ha dado dinero
de más, y no hace nada por devolverlo.
Es una forma de robo más o menos encubierto que puede presentar grandes agravantes
según la dimensión del daño causado con este delito.
c) El daño injusto:
Hay un daño injusto siempre que, por malicia o por culpable negligencia, se provoca un
daño al prójimo en su persona o en sus bienes. Cometen, por tanto, daño injusto:
los que causan grave perjuicio al prójimo en sus bienes, destruyéndolos o
deteriorándolos;
los que por habladurías hacen que la persona pierda el empleo, o el crédito, etc.;
los que descuidan las obligaciones de la justicia anexas a su cargo, por ejemplo, los
abogados que por descuido dejan perder un pleito, los médicos que por ineptos
comprometen la vida o la salud de los pacientes, etc.
En este séptimo mandamiento hay algunas cosas delicadas, sobre las que trataré de hacer
luz.
La compensación oculta consiste en pagarse uno mismo lo que se nos debe, sin
consentimiento del deudor. Es, por tanto, el acto por el cual el acreedor toma ocultamente
lo que se le debe.
Extrema necesidad es más que «grave y apremiante necesidad»; es una situación tal en la
que no sería posible continuar viviendo si no es a costa de los bienes del prójimo
apropiados por su propia cuenta.
Oculta compensación es la posibilidad mediante la cual uno mismo toma lo que en justicia
se le debe, adueñándose ocultamente de los bienes propios del deudor y equivalentes a esta
deuda.
Este tipo de compensación es de suyo ilícita, aunque puede llegar a ser lícita si se cumplen
algunas condiciones:
la deuda sea clara y verdadera -y no sólo probable- y de estricta justicia; es decir que el
derecho propio sea moralmente cierto;
el pago no se pueda obtener de otro modo sin grave molestia; por ejemplo, por la vía
legal, pues en toda sociedad organizada nadie puede tomarse justicia por su mano;
la voluntad de no satisfacerla también,
los otros medios para recuperar lo debido han de estar agotados,
y la compensación no ha de dañar a un tercero.
En la práctica, es muy difícil juzgar por sí mismo los casos de licitud en la compensación
oculta, ya que fácilmente se cae en apreciaciones subjetivas. Por ejemplo, está dicho en el
Magisterio de la Iglesia 45 (cfr. Dz. 1187) que no es lícito a los empleados del hogar quitar
ocultamente a sus patrones para compensar su trabajo, que juzgan superior al sueldo que se
les da.
La oculta compensación, por los peligros y abusos a que se puede prestar, rarísima vez debe
ejecutarse, lo mejor es consultar al confesor previamente, y en general debe desaconsejarse.
En este inciso te haré breve mención de las obligaciones del ciudadano o la empresa
relativas a la contribución fiscal, y del caso, no infrecuente, de la imposición de cargas
desproporcionadas por parte de la legislación tributaria.
Por las complejidades que presenta el caso, hemos de guiarnos con base en los siguientes
principios generales:
La autoridad legítima tiene perfecto derecho a imponer a los ciudadanos los tributos que
realmente necesita para atender a los gastos públicos y promover el bien común.
Las leyes que determinan impuestos justos obligan en conciencia, o sea bajo pecado
ante Dios.
La infracción de las leyes que determinan los impuestos y tributos justos quebranta la
justicia legal, en algunos casos la justicia conmutativa 46, e impone, por consiguiente, la
obligación en conciencia de restituir.
Si los tributos que fijara la autoridad pública fueran manifiestamente abusivos, en la
parte que excedieran de lo justo no obligarían en conciencia ni inducirían el deber de
restituir.
Tampoco obligan en conciencia aquellas contribuciones que, en todo o en parte, no son
destinadas a la atención de los gastos públicos o a la promoción del bien común.
Es necesario, llegados aquí, advertir que muy fácilmente uno, llevado por sus propios
intereses, puede pensar que algún impuesto es injusto o excesivo. La valoración sobre la
licitud y justicia de un impuesto es muy compleja y nada fácil.
Por eso, a partir de las reglas anteriores podrían formularse dictámenes morales para los
casos específicos. Sin embargo, y como regla general para cualquier decisión análoga, es
conveniente no limitarse a juzgar según el propio criterio, sino consultar con un sacerdote
docto y piadoso.
¿Restituir lo robado?
Hemos hablado de robos y más robos. La pregunta que salta ahora es ésta: ¿hay que
restituir todo lo que robamos?
Los que, de manera directa o indirecta, se han apoderado de un bien ajeno, están obligados
a restituir o devolver el equivalente en naturaleza o en especie, si la cosa ha desaparecido,
así como los frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente de ese
bien.
- Si uno no puede restituir todo lo que debe, tiene que restituir, al menos, lo que pueda; y
procurar llegar cuanto antes a la restitución total. Quien no puede restituir actualmente debe
tener la intención de hacerlo cuanto antes, y procurar ponerse en la posibilidad de restituir,
trabajando y evitando todo gasto inútil.
- El que no puede restituir enseguida, debe tener el propósito firme de restituir cuando le
sea posible.
- El que no pueda hacer la restitución personalmente, o prefiere hacerla por medio de otro,
puede consultar con el confesor.
- El que pudiendo no quiere restituir, o no quiere reparar los daños causados injustamente al
prójimo, no obtiene el perdón de Dios: no puede ser absuelto.
A quién: Debe, pues, restituirse a las personas que han sido injustamente perjudicadas.
Si éstas han muerto, a sus herederos. Y si no hay herederos, a los pobres o a obras piadosas.
Pero nadie puede beneficiarse de lo que robó.
Cuándo: lo más pronto posible, sobre todo si retrasando se sigue causando daño al
prójimo. Si no puedes restituir de momento, debes evitar gastos inútiles y superfluos para
poder restituir todo cuanto antes. Quien se halle en absoluta imposibilidad de restituir, que
procure hacer el bien al damnificado y orar por él.
Cómo: no es necesario que la restitución se haga públicamente o por sí mismo, o a
sabiendas del dueño verdadero; se puede hacer por otra persona a título que sea. El modo
de restituir ha de ser tal que repare de manera equivalente la justicia quebrantada; es decir,
con la debida igualdad.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia católica que están igualmente obligados a restituir, “en
proporción a su responsabilidad y al beneficio obtenido, todos los que han participado de
alguna manera en el robo, o que se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo,
quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto” (Catecismo, n. 2412).
Por tanto, todo el que tiene algo que no le pertenece, o que ha causado un daño injusto,
debe restituir. La obligación de hacerlo, en el caso de materia grave, es absolutamente
necesaria para obtener el perdón de los pecados en la confesión, como ya habíamos dicho.
La razón nos lleva también a afirmar la obligación de restituir: el derecho natural manda a
dar a cada uno lo suyo; sin restitución todo derecho podría ser injustamente violado.
Respetemos las cosas de los demás. Y si podemos, ayudemos a los necesitados, como
hacían los primeros cristianos.
Tenemos que demostrar con los hechos, con nuestro desprendimiento, que creemos en Dios
y no en el dinero. ¿Sabes cuál es la clave de esta crecida de infracciones del séptimo
mandamiento? La idolatría del dinero a la que podemos sucumbir todos, si no nos
cuidamos. Decimos creer en Dios, pero pensamos en Él mucho menos que en el dinero que
esperamos ganar. Dedicamos a Dios mucho menos tiempo que a pelearnos por el dinero o
la comodidad.
Y así es como está teniendo de hecho más seguidores Judas que Cristo. Que nunca se dé
esto en ti.
1. La austeridad
Los bienes materiales son buenos, como te he dicho. Dios quiere que los tengamos y los
usemos para conseguir nuestro fin último, pero debemos usarlos solamente como medio y
nunca verlos como un fin en sí mismos.
La austeridad consiste en adquirir y poseer aquellos bienes que son necesarios para cumplir
con eficacia la misión encomendada por Dios, de acuerdo con el estado y condición de vida
de cada persona.
Un coche, por ejemplo, puede ser una necesidad real para alguien que necesita moverse de
un lugar a otro, pero puede ser un lujo innecesario para alguien que tiene cinco coches más
estacionados en el garaje de su casa y que compra otro “sólo porque lo vio y le gustó”.
2. La justicia
Es el saber dar a cada persona lo que se merece. La virtud de la justicia te ayudará a saber
administrar correctamente tus bienes materiales, usándolos para tu propio bien y el de los
demás. La justicia te ayudará a conocer cuáles son tus necesidades reales y cuáles han sido
creadas por las trampas de la publicidad, haciéndote creer que necesitas algo que realmente
no necesitas.
La justicia te llevará directamente a poner a disposición de los demás todo lo que exceda a
tus necesidades reales, pues te hará consciente de que los bienes de la tierra pertenecen a
todo el género humano y no sólo a unos cuantos. Y esto se logra, no sólo dando limosna,
sino creando fuentes de trabajo, capacitando a profesionales, ofreciendo oportunidades de
educación, impulsando obras en beneficio de los necesitados, etc.
La justicia te ayudará a saber pagar lo justo por los servicios que los demás te presten, sin
querer estafarlos o engañarlos.
3. La generosidad
Es la virtud que te ayudará a desprenderte de los bienes que posees a favor de los otros. Te
lleva a compartir más allá de la justicia, sacrificando tal vez alguna necesidad real, pero no
indispensable, para ayudar a alguien que no tenga siquiera lo necesario para sobrevivir.
Es el caso de la madre de familia que se queda sin comer, siendo el alimento una necesidad
real, para que sus hijos coman lo suficiente, o aquella otra que permanece en vela toda
noche, siendo el sueño una necesidad real, por cuidar a su hijo enfermo.
Digamos aquí algo del deber de dar limosna. «El que tuviere bienes de este mundo y viendo
a su hermano pasar necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?»
(1 Juan 3, 17).
No confundamos los deberes de caridad con los deberes de justicia. Sería una equivocación
querer suplir con obras de caridad los deberes de justicia. Pero siempre habrá lugar para la
caridad, porque siempre habrá desgracias en este mundo. Y desde luego, mejor que dar pan
hoy, es dar la posibilidad de que los pobres no tengan que pedirlo mañana: puestos de
trabajo, escuelas, etc.
Siempre será verdad aquello de que: «la limosna beneficia más al que la da que al que la
recibe». A la caridad están obligados todos los hombres. Los que tienen mucho, mucho.
Los que tienen poco, poco. Cada cual, según sus posibilidades, debe cooperar a remediar
las necesidades de los que tienen menos.
Pero hoy día hay una caridad organizada que permite encauzar las limosnas hacia
necesidades reales y urgentes.
Dice el Concilio Vaticano II: «Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente
extraordinario y aparezca como tal, es necesario que se vea en el prójimo la imagen de
Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Jesús a quien en realidad se ofrece lo que se
da al necesitado; se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la
persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés
de la propia utilidad o por el deseo de dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias de
la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia;
se quiten las causas de los males, no sólo los efectos; y se ordene el auxilio de forma que
quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan
bastando por sí mismos» (Decreto sobre el apostolado de los seglares, 69).
Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a personas que lo necesiten.
Pero el dinero no es para jugárselo. A no ser que sea en pequeñas cantidades. Pero el juego
es un vicio en el que se empieza por cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo
inconcebible.
La ludopatía (adicción al juego) es hoy en España un problema tan grave como las drogas.
Los juegos de azar, están convirtiendo a España en un pueblo de ludópatas.
Con tanta lotería el vicio cunde hasta el punto de que el Hospital Ramón y Cajal ha puesto
en marcha el ensayo de un medicamento para tratar la ludopatía. Casi dos millones de
españoles tienen adicción a los juegos de azar.
Los ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano de
pincharse. La ludopatía es una enfermedad mental. Es una enfermedad que esclaviza.
Cierto hombre atracó veintidós Bancos para gastárselo todo en el juego. Él mismo afirma
que se pasaba diez horas seguidas en la mesa, y se jugaba millones cada noche. El fiscal
pidió para él 154 años de cárcel.
En el programa televisivo «Cita con la vida» de Nieves Herrero en Antena 3, salió una
persona el miércoles 27 de Septiembre de l995, a las once y media de la noche. Manifestó
que se quedó viuda y empezó a ir al bingo por entretenimiento, pero terminó enganchada
por el vicio del juego hasta el punto de arruinarse, perdiendo varios millones; y lo que es
peor, perdiendo el cariño de su hija, a quien no ve desde hace ocho años.
Basta ya con todo esto. ¿Te he aburrido? Perdóname, pero me entusiasmó este séptimo
mandamiento. Para mí mismo fue un gran descubrimiento, pues había olvidado tantos
aspectos que abarcaba. Te he compartido todo esto para que te cuides mucho y lleves una
vida íntegra y honesta, por encima de todo.
Sólo así podrás dormir con la conciencia tranquila, sin necesidad de tomar medicamentos
soporíferos.
A todas luces, no se trata de que la tierra sea incapaz de dar de comer a todos, sino de un
problema de injusticia, de reparto no equitativo de la riqueza.
Era algo que san Basilio (329-379) ya tenía claro en el siglo IV, como demuestran estas
palabras: “Es del hambriento el pan que tú retienes; es del desnudo el vestido que guardas
escondido; es del que está descalzo el calzado que se enmohece retenido por ti; es del
necesitado el dinero que tienes amontonado. Por eso, tú te haces responsable del mal que
le viene al necesitado a quien puedes ayudar”.
2450 ‘No robarás’ (Deuteronomio 5, 19). ‘Ni los ladrones, ni los avaros..., ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios’ (1 Corintios 6, 10).
2452 Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la
propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.
2453 El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno
contra la voluntad razonable de su dueño.
2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es contraria al séptimo
mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la
restitución del bien robado.
2455 La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a
esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran
mercaderías.”
2456. “El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y
animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales
frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.
2457 Los animales están confiados a la administración del hombre que les debe
benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre.
2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los
derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común
temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último.
2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto
decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos
lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.
2460 El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su
destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a
Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios.
2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a
Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (consulta Lucas 16, 19-31). En dicha
multitud hay que oír a Jesús que dice: ‘Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos,
también conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mateo 25, 45).
507. ¿Cuál debe ser el comportamiento del hombre para con los animales?
El hombre debe tratar a los animales, criaturas de Dios, con benevolencia, evitando tanto
el desmedido amor hacia ellos, como su utilización indiscriminada, sobre todo en
experimentos científicos, efectuados al margen de los límites razonables y con inútiles
sufrimientos para los animales mismos.
El séptimo mandamiento prohíbe ante todo el robo, que es la usurpación del bien ajeno
contra la razonable voluntad de su dueño. Esto sucede también cuando se pagan salarios
injustos, cuando se especula haciendo variar artificialmente el valor de los bienes para
obtener beneficios en detrimento ajeno y cuando se falsifican cheques y facturas. Prohíbe
además cometer fraudes fiscales o comerciales y ocasionar voluntariamente un daño a las
propiedades privadas o públicas. Prohíbe igualmente la usura, la corrupción, el abuso
privado de bienes sociales, los trabajos culpablemente mal realizados y el despilfarro.
Para el hombre, el trabajo es un deber y un derecho, mediante el cual colabora con Dios
Creador. En efecto, trabajando con empeño y competencia, la persona actualiza las
capacidades inscritas en su naturaleza, exalta los dones del Creador y los talentos
recibidos; procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana. Por otra
parte, con la gracia de Dios, el trabajo puede ser un medio de santificación y de
colaboración con Cristo para la salvación de los demás.
El acceso a un trabajo seguro y honesto debe estar abierto a todos, sin discriminación
injusta, dentro del respeto a la libre iniciativa económica y a una equitativa distribución.
Compete al Estado procurar la seguridad sobre las garantías de las libertades individuales
y de la propiedad, además de un sistema monetario estable y de unos servicios públicos
eficientes; y vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector
económico. Teniendo en cuenta las circunstancias, la sociedad debe ayudar a los
ciudadanos a encontrar trabajo.
En el plano internacional, todas las naciones e instituciones deben obrar con solidaridad y
subsidiaridad, a fin de eliminar, o al menos reducir, la miseria, la desigualdad de los
recursos y e los medios económicos, las injusticias económicas y sociales, la explotación
de las personas, la acumulación de las deudas de los países pobres y los mecanismos
perversos que obstaculizan el desarrollo de los países menos desarrollados.
519. ¿De qué modo participan los cristianos en la vida política y social?
Los fieles cristianos laicos intervienen directamente en la vida política y social, animando
con espíritu cristiano las realidades temporales, y colaborando con todos como auténticos
testigos del Evangelio y constructores de la paz y de la justicia.
1. Consulta los Santos Evangelios y dime que nos dicen respecto al uso de las riquezas.
Sírvete de estos textos: Lucas 12, 13-34; Mateo 6, 24-34; Lucas 16, 9-15; Lucas 16, 19-31;
Lucas 18, 18-30. ¿Por qué san Lucas insiste tanto en el uso de las riquezas?
2. ¿Qué principios te quedaron claros sobre los bienes de esta tierra y la propiedad privada?
3. ¿Por qué está mal robar?
4. ¿Por qué las riquezas y bienes de la tierra ejercen tanta fascinación sobre el hombre? ¿Es
que son malos de por sí?
5. ¿Cuándo hay que restituir lo robado?
6. ¿Tú crees que la Iglesia puede y debe decir algo ante los problemas sociales de esta
sociedad? ¿Por qué?
7. ¿Dónde está el fundamento de la ayuda a los pobres?
8. ¿Cuáles son las encíclicas de los Papas sobre la Doctrina Social de la Iglesia?
9. Pros y contras de la propiedad privada.
10. ¿Es digno el trabajo?
LECTURA: Extraída del libro “Dios y el mundo”, una conversación con Peter Seewald
y las respuestas que dio el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI.
Primer parte
Ahora vemos con una claridad antes infrecuente cómo las personas se autodestruyen
viviendo solamente para atesorar cosas, para sus asuntos, cómo se sumergen en ello,
convirtiendo la propiedad en su única divinidad. Quien, por ejemplo, se somete por
completo a las leyes de la Bolsa, en el fondo no puede pensar en otra cosas. Vemos el poder
que ejerce entonces el mundo de la propiedad sobre las personas. Cuanto más tienen, más
esclavas son, porque deben estar continuamente cuidando esa propiedad y acrecentándola.
Ya ve usted cómo la palabra de respetar los bienes ajenos entraña una enorme carga de
verdad. Abarca ambas cosas, la protección de que cada cual ha de recibir lo que necesita
para vivir (y después hay que respetárselo), pero también la responsabilidad de utilizar la
propiedad de forma que no contradiga la misión global de la creación y del amor al
prójimo.
OTRA LECTURA: Extraída de mi libro “Jesucristo”, capítulo 14: Jesús ante los bienes
materiales
Jesús era una persona pobre. Nace de una familia sin grandes recursos y en condiciones
pobres. Incluso no pudieron ofrecer un cordero, por falta de recursos (cf. Lc 2, 24).
Y cuando llama bienaventurados a los pobres (cf. Mt 5, 3), está llamando felices a quienes
son desprendidos interiormente, aquellos que ponen toda su confianza en Dios, porque todo
lo esperan de Él. Pobre es sinónimo del que tiene el corazón vacío de ambiciones y
preocupaciones; de quienes no esperan la solución de sus problemas sino de solo Dios. Y
pobreza en la Biblia es sinónimo de hambre, de sed, de llanto, de enfermedad, trabajos y
cargas agobiantes, alma vacía, falta de apoyo humano.
Jesús era pobre en ese sentido: apoya su vida en Dios, su Padre. Gracias a esa libertad
interior, Jesús puede disfrutar de los bienes moderada y alegremente. Es tan libre que está
por encima de las apetencias, ansiedades y vanidades. Por eso sabe gozar de las cosas y, a
la vez, prescindir de ellas para seguir su misión y su preferencia por Dios Padre. Goza de
un banquete (cf. Lc 7, 36-49; Jn 2, 1-12), pero también se priva de lo material cuando se lo
pide su misión (cf. Jn 4, 31-32). Disfruta preparando un almuerzo a sus íntimos (cf. Jn 21,
9-12); les defiende cuando los fariseos les acusan de arrancar espigas, pues tenían hambre
(cf. Mt 12, 1-8).
Pero no vive en la miseria. Tiene su vida asegurada, pues en el grupo de los apóstoles había
una bolsa común (cf. Lc 8, 1-3; Jn 12, 6). Compraban alimentos (Jn 4, 8) y se hacían
limosnas con parte de los bienes (cf. Jn 13, 29). Es decir, Cristo tiene bienes y los
administra. Participa en banquetes y fiestas y sabe cooperar con vino generoso en las bodas
de Caná (cf. Jn 2, 1 ss). Y estos mismos goces sanos los desea para los demás. De ahí su
hermoso y gratuito gesto de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 15, 15 ss; Jn 6, 1-
15).
Y, sin embargo, Cristo alcanza con su gloriosa resurrección la máxima riqueza que va a
distribuir a todos (cf. Mt 28, 18). Sigue siendo pobre porque no posee las riquezas
materiales, sino las de Dios.
¿Cuál fue, entonces, la postura de Jesús frente a los bienes materiales? La enseñanza central
de Cristo en lo económico es ésta: relativización del dinero. A Jesús le interesa mucho más
cómo se usa lo que se tiene que cuánto se tiene y, sobre todo, le importa infinitamente más
lo que se “es” que lo que se tiene. Jesús quiere dar a entender que la verdadera riqueza es la
interior, la del corazón. La riqueza material nos debe ayudar a ser ricos en generosidad,
desprendimiento y solidaridad.
Al decir que Jesús consideraba las riquezas como relativas, no significa que Jesús fuera un
adorador romántico de la pobreza, en sentido material. No es que Jesús quiera la pobreza
material, que se convierta en miseria. No. Por eso, su mensaje es bien claro: todos somos
hermanos y debemos compartir lo que tenemos, para que nadie sufra esa pobreza material.
Si no tenemos caridad no somos nada (cf. 1 Cor 13, 1 ss).
La postura de Jesús frente a las riquezas es de una gran libertad interior. Jesús no está
apegado a ellas, no está esclavizado a ellas, no está obsesionado por ellas. Vive la pobreza
como ese desapego interior de todo. Por eso, Jesús insiste en que lo material es perecedero
y lo sobrenatural es eterno. Así se entiende por qué no toma posición ante quien le pide
juicio sobre lo material (cf. Lc 12, 14).
La cruz descubre profundamente el valor que Jesús concede a las cosas materiales y
terrenas. Para salvar a los hombres y cumplir la misión confiada por su Padre, dio todo
cuanto tenía. Jesús en la cruz es pobre de cosas, pero es rico en amor, perdón, misericordia,
obediencia. De su costado abierto brotó la Iglesia, los sacramentos, el regalo de su Madre.
Cuando decimos que Jesús prefiere como amigos a los pobres no estamos diciendo que
excluya a los ricos. Jesús, enemigo de toda discriminación, no iba Él a crear una más. En
realidad, Cristo es el primer personaje de la historia que no mide a los hombres por lo
económico sino por su condición de personas.
Es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con los que convive con
normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los primeros destinatarios de la buena
nueva, no rechazó, por ello, a los magos, gente de recursos y sabia. Y si sus apóstoles eran
la mayoría pescadores, no lo era Mateo, que era rico y tenía mentalidad de tal. Y Jesús no
rechaza invitaciones a comer con los ricos; acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta entre
sus amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo, gusta de
descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le siguen y le ayudan en su
predicación figura la esposa de un funcionario de Herodes. Tampoco recusa el ser enterrado
en el sepulcro de un rico.
Jesús ama a todos: pobres y ricos. Conocemos su relación con Simón, el fariseo (cf. Lc 7,
36), y con Nicodemo, doctor de la Ley (cf. Jn 3, 1). El rico José de Arimatea es
mencionado expresamente entre sus discípulos (cf. Mt 27, 57). En sus viajes le seguían
“Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con
sus bienes” (Lc 8, 3). Por lo que podemos juzgar, sus apóstoles no pertenecían a las más
bajas clases sociales, sino como Jesús mismo, a la clase media.
Más que a las riqueza en sí o a los ricos, Jesús combate la actitud de apego frente a esas
riquezas. Jesús veía en la mayor parte de los fariseos y saduceos, representantes de la clase
rica y dirigente del país, las funestas y alarmantes consecuencias del culto a Mammón. Lo
que les impedía seguirle, manteniéndoles alejados del reino de los cielos, no era la riqueza
en sí, sino su egoísmo duro, su orgullo, su apego a ella, a sus privilegios.
Cuando Jesús llama la atención a los ricos es porque el rico, apegado a las riquezas, no
siente necesidad de nada, pues lo tiene todo y no desea que cambien las cosas para seguir
en su posición privilegiada. A quien le falta siente nostalgia de Dios y le busca.
Es un hecho que Jesús frente al pobre y necesitado lo primero que hacía era la liberación de
su problema o dolencia, y sólo después venía la exigencia de conversión. Mientras que,
frente al bien situado y rico, lo primero que le pedía era la exigencia de conversión y, sólo
cuando esta conversión se manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la
salvación para aquella casa (cf. Lc 19, 1-10).
Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más al pobre. Pide a todos que se
pongan al servicio de los demás. Para Jesús el verdadero valor es el servicio. Por lo mismo,
la salvación del pobre no será convertirle en rico y la del rico robarle su riqueza, sino
convertir a todos en servidores, descubrir a todos la fraternidad que cada uno ha de vivir a
su manera.
No obstante lo dicho, Jesús anuncia y pone en guardia del peligro y riesgo de las riquezas.
Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la riqueza, como vimos, no es el
mal en sí, pero le falta muy poco. La idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios y
aparta del hermano.
Así se explican las palabras de Jesús: no se puede amar y servir a Dios y a las riquezas (cf.
Mt 6, 24; Lc 16, 13); la preocupación por la riqueza casi inevitablemente ahoga la palabra
de Dios (cf. Mt 13, 22); es sinónimo de “malos deseos” (cf. Mc 4, 19). El que atesora sólo
riquezas para sí es sinónimo del condenado (cf. Lc 12, 21). Cuando el joven rico no es
capaz de seguir a Cristo es porque está atrapado por la mucha riqueza (cf. Lc 18, 23).
Esta es la razón por la que el rico tiene que “volver a nacer”, como sucedió a Zaqueo (cf.
Lc 19, 1-10); tiene que compartir, si quiere salvarse, cosa que no hizo el rico Epulón (cf.
Lc. 16, 19-31); tiene que aceptar la invitación de Dios al convite de la fraternidad y no
hacer oídos sordos, como hicieron los egoístas descorteses, que prefirieron sus cosas y por
eso no entraron en el banquete del Reino (cf. Lc 14, 15-24).
¿Se salvará o no se salvará el rico? Si abrimos san Mateo, capítulo 25, 31-46, podemos
concluir lo siguiente: Se salvará -rico o pobre- el que haya dado de comer, de beber, el que
haya consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus hermanos. Y se condenará
-rico o pobre- el que haya negado lo que tiene, mucho o poco, a los demás.
Es un error pensar que la vida es un ascenso hacia la fortuna material para gozar de los
bienes en el más allá. ¡Qué diversos son los bienes que nos alcanzó Cristo con su
resurrección! Él nos consigue la verdad, la libertad, la sinceridad, la comprensión, la
satisfacción de no tener ansiedades, la paz, el perdón. Y sobre todo, la riqueza de las
riquezas: el cielo. Y por ese cielo es necesario vender todo y así comprarlo (cf. Mt 13, 44-
46). ¡Es la mejor inversión en vida!
Capítulo 10: Octavo: No mentirás, ni levantarás falsos testimonios
Dice la Biblia en el libro del Eclesiástico 20,26: “La mentira es una tacha infame en el
hombre”.
Este mandamiento sigue vigente, aunque hoy se diga: “Hoy día ya no es posible vivir sin
mentira, ya no es posible hacer política y llevar negocios sin mentir”
La Sagrada Escritura está llena de advertencias sobre este mandamiento. Se llega incluso a
identificar a Dios con la verdad y al demonio con la mentira. Cristo vino a dar testimonio
de la verdad. Es más, Él se autodefinió como el Camino, la Verdad y la Vida. Lo puedes
consultar en el evangelio de san Juan, capítulo 14, versículo 6.
Suele decirse que el pecado es como un puñal que puede tener muy distintos tipos de hoja,
pero en el que el mango casi siempre es el mismo: la mentira. Y es cierto: mentimos cuando
decimos que amamos a Dios y sólo nos amamos a nosotros mismos. Mentimos cuando nos
engañamos a nosotros para encontrar razones para olvidarnos de la misa dominical.
Mentimos cuando justificamos nuestros pequeños o grandes robos.
Sabemos que la palabra es la expresión oral de la idea. De ahí que, por ley natural, aquello
que yo expreso es algo que debe coincidir con lo que pienso. Si mi palabra no refleja la
idea, estoy violentando el orden natural de las cosas, voy contra la ley de Dios. Por eso se
dice que la mentira es intrínsecamente mala, es decir, no es mala porque alguien la prohíba,
sino que es mala en sí misma. Y algo de suyo malo no puede producir nada bueno, aunque
sean muy buenas las intenciones de quien actúa.
Al mentiroso hoy se le quiere llamar como aquel que “tiene chispa”, tiene “aptitud para la
vida” o tiene “sentido comercial” o “viveza”. Pero en realidad eso no cambia la realidad: el
mentiroso se daña a sí mismo, daña a los demás, daña a la sociedad y, sobre todo, desfigura
la imagen de Dios en su alma.
Cuida tu lengua, amigo. Es la parte más valiosa que tienes, pero también la más peligrosa.
Con ella puedes alabar a Dios, consolar al triste, aconsejar a un amigo…pero también
puedes herirte, herir el honor y la fama del prójimo.
Decía san Bernardo que la lengua es una lanza, la más aguda; con un solo golpe atraviesa a
tres personas: a la que habla, a la que escucha y a la tercera de quien se habla. ¡Cuánto
destrozo puedes causar con tu lengua, si la usas para el mal! Te dice Dios, a través del libro
del Eclesiástico: “Muchos han perecido al filo de la espada; pero no tantos como por
culpa de la lengua” (28, 22). Esto significa, creo, que será mayor el número de los que se
condenen por causa de la lengua que el de aquellos que mueran en la guerra.
¿Por qué es tan grave esto? Porque se está pisoteando también la caridad.
Un proverbio alemán dice: “El burro se delata por sus orejas; el tonto, por sus palabras”.
El corazón humano es una cámara de tesoros, que tiene por puerta el habla; hay quien saca
bondad, amor, verdad, sabiduría; el otro saca insensatez, maldad, veneno, mentira.
Tienes que agradecer a Dios que te haya dado este octavo mandamiento.
Vale para todos este mandamiento, pero están especialmente obligados a vivirlo a fondo
quienes están al servicio de los medios de comunicación social, o trabajan en el campo
político, o son oradores o gobernantes o candidatos que se postulan para ser presidentes de
una nación. ¡No hay que mentir!
¡Cuántas veces escuchamos discursos de presidentes que después han sido puras mentiras,
o verdades a medias! ¡Cuántos nos manipulan desde la radio y la televisión!
La veracidad es una forma de justicia, pues los demás se merecen la verdad y no el engaño.
Hablar de la verdad hoy, resulta no sé si difícil, pero al menos atrevido y, en cierto sentido,
sarcástico.
Vivimos en un mundo donde nos venden la mentira en platillos de oro; asistimos a pactos
incumplidos entre las naciones, donde sólo pusieron su firma, pero después se hizo lo
contrario. Hay manipulación en las noticias en algunos medios de comunicación; desde las
pantallas de televisión no siempre nos presentan la verdad del amor, de la familia, de la
sexualidad; desde algunas cátedras universitarias se cercena la verdad del mundo, de las
cosas, de la existencia; se niega a veces la existencia de un Principio y una Causa Primera
que dé razón última a las cosas. Yo he conocido a jóvenes que entraron creyentes a la
universidad y salieron agnósticos y resentidos contra la religión, por causa de algunos
profesores que sembraron en sus mentes la duda y el rechazo de Dios.
En fin, que la verdad no tiene hoy carta de ciudadanía en todas partes del planeta, no la han
dejado entrar y salir libremente, la tienen maniatada, vendada, amordazada. ¿Por qué? No
se quiere encontrar hoy con la verdad, pues “la verdad, aunque no peca, incomoda”.
Parece que hoy algunos no consideran la verdad como un valor. Por lo menos en la
práctica. Te doy estos ejemplos.
Se prefiere tener éxito en los negocios, aunque sea a costa de la verdad. No creo que sea tu
caso.
Se tiende fácilmente a dar opiniones distorsionadas o a manipular los datos según distintos
intereses. ¿No te has tentado alguna vez con esto?
Por otro lado, el hombre, hoy más que nunca, busca la verdad; busca el sentido de las cosas,
sus leyes, y aplicarlas; busca conocer al hombre en profundidad, su psicología, su
funcionamiento biológico. Parece como si un fuerte instinto le moviera a buscar la verdad
en todo.
El hombre vive inmerso en un mundo donde importa más tener o aparentar que ser, donde
cuenta más la imagen que el fondo y donde no es difícil encontrar gente que renuncia a sus
convicciones por quedar bien o por conseguir un buen puesto.
Por todo esto vivimos en un clima de desconfianza general, pues se hace bastante difícil
distinguir entre quién te engaña y quién no.
De este clima de desconfianza nace el deseo sincero de encontrar a alguien que haga de su
vida, de sus pensamientos y de sus obras una auténtica unidad donde no haya “poses” ni
apariencias ni cuidado excesivo de su imagen. En este sentido se puede decir que el gran
éxito del Papa Juan Pablo II ante la opinión pública mundial se debió a esta autenticidad de
vida, que se reflejó en la absoluta coherencia que existía entre sus discursos, su palabra, su
obra y su vida.
La veracidad es una virtud muy necesaria para el mundo de hoy, pero además es la virtud
de la estabilidad psicológica. El hombre es el único ser en la tierra capaz de conocer la
verdad y de transmitirla y, al mismo tiempo, es el único capaz de mentir. Esto se debe a su
inteligencia y a su capacidad para comunicar pensamientos y afectos.
Tú, si quieres, puedes aparentar, vivir de forma diversa a lo que profesas externamente;
puedes engañar, puedes llegar incluso a la esquizofrenia, que consiste en tener dos
personalidades en el mismo sujeto, y ya no distingues lo que es real y lo que es apariencia.
Jesucristo se denomina a sí mismo “La Verdad” (Juan 14,16). No dice que es la pureza o la
bondad, ni la fe, ni la esperanza. Y su misión se resume en dar testimonio de la verdad
(Juan 17, 37). Su vida es idénticamente igual a su mensaje. Por eso, podemos decir, ser fiel
a Cristo es ser fiel a la verdad, respetarla, propagarla, defenderla, asimilarla.
Y el Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad, y el que nos descubre la verdad del hombre y
de Dios, la verdad de ti mismo. Es el que te enseña a apreciar en su justo valor las
realidades de este mundo, su fugacidad, el valor de la vida ante la eternidad. El Espíritu
Santo guía hacia la verdad, a quien lo escucha y pone en práctica sus inspiraciones.
Te cuento un poco el martirio de Perpetua y Felicidad, el 7 de marzo del año 203. Es uno de
los relatos más estremecedores de la historia y uno de los testimonios más admirables y
más puros que nos haya legado la antigüedad cristiana.
La joven Perpetua sobresale por sus altas prendas, por su patética actuación frente a su
padre pagano, por su empuje y por su grandeza moral. Hoy lo llamaríamos: coherencia de
vida.
Fue arrestada cuando aún era catecúmena, es decir, se estaba preparando para ser cristiana
bautizada. Estaba casada y tenía un hijo de pocos meses de vida. Cuenta ella misma, pues
lo dejó escrito de su mano y según sus impresiones:
“Cuando nos hallábamos todavía con los guardias, mi padre, impulsado por su cariño,
deseaba ardientemente alejarme de la fe con sus discursos y persistía en su empeño de
conmoverme.
Yo le dije:
- Padre, ¿ves, por ejemplo, ese cántaro que está en el suelo, esa taza u otra cosa?
- Lo veo –me respondió.
- ¿Acaso se les puede dar un nombre diverso del que tienen?
- ¡No! –me respondió.
- Yo tampoco puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: ¡CRISTIANA!
Entonces mi padre, exasperado, se arrojó sobre mí para sacarme los ojos, pero sólo me
maltrató. Después, vencido, se retiró con sus argumentos diabólicos.
A los pocos días fuimos encarcelados. Yo experimenté pavor, porque jamás me había
hallado en tinieblas tan horrorosas. ¡Qué día terrible! El calor era insoportable por el
amontonamiento de tanta gente; los soldados nos trataban brutalmente; y, sobre todo, yo
estaba agobiada por la preocupación por mi hijo…
Tercio y Pomponio, benditos diáconos que nos asistían, consiguieron con dinero que se
nos permitiera recrearnos por unas horas en un lugar más confortable de la cárcel.
Saliendo entonces del calabozo, cada uno podía hacer lo que quería. Yo amamantaba a mi
hijo, casi muerto de hambre. Preocupada por su suerte, hablaba a mi madre, confortaba a
mi hermano y les recomendaba a mi hijo…Finalmente logré que el niño se quedara
conmigo en la cárcel. Al punto me sentí con nuevas fuerzas y aliviada de la pena y
preocupación por el niño. Desde aquel momento, la cárcel me pareció un palacio y
prefería estar en ella a cualquier otro lugar.
Para las jóvenes mujeres el diablo había reservado una vaca bravísima. La elección era
insólita, como para hacer, con la bestia, mayor injuria a su sexo femenino. Fueron
presentadas en el anfiteatro, desnudas y envueltas en redes. El pueblo sintió horror al
contemplar a una, tan joven y delicada, y a la otra, madre primeriza con los pechos
destilando leche. Fueron, pues, retiradas y revestidas con túnicas sin cinturón.
La primera en ser lanzada al aire fue Perpetua y cayó de espaldas. Apenas se incorporó,
recogió la túnica desgarrada y se cubrió el muslo, más preocupada del pudor que del
dolor. Una vez compuesta, se levantó y, al ver a Felicidad golpeada y tendida en el suelo,
se le acercó, le dio la mano y la levantó…”.
Y así, hasta que murieron. ¡Esto es coherencia de vida, entre lo que se es y lo que se
profesa! Así eran tus hermanos cristianos de los primeros siglos: vivían la verdad de su fe,
hasta derramar su sangre.
Visto todo esto, te hago un breve resumen de lo que es la verdad y los tipos de verdad.
Hace veinte siglos un procurador romano, llamado Poncio Pilatos, hizo esta pregunta a un
judío llamado Jesús de Nazaret: “Y...¿qué es la verdad?”. Y esa pregunta quedó sin ser
respondida. ¿Por qué? Jesús no quiso contestarla. ¿Por qué?
Te defino la verdad en sus tipos; me perdonarás que emplee un poco de filosofía, que hace
tiempo estudié.
1. Verdad del ser: ser aquello que uno es, que uno debe ser. Hay verdad del ser cuando tú te
comportas como persona inteligente, libre y responsable. Vives en la verdad de tu ser
cuando sabes y te comportas con lo que te exige tu origen, tu fin como persona humana,
cuando tienes trascendencia y sentido. Cuando vives la verdad de tu ser, vives realizado,
feliz, digno y te elevas sobre todo el universo material y animal. Lo contrario a la verdad
del ser es la inautenticidad.
2. Verdad del pensar :tu mente está hecha para percibir el ser de las cosas. Cuando tu
mente coincide que la verdad de las cosas, vives en la verdad del pensar. Tu mente tiene
que respetar la verdad de las cosas: la verdad del trabajo, del dinero, de la sexualidad, del
matrimonio, del estudio, de la carrera... ¡Cuánta formación necesitas para descubrir la
verdad de las cosas, y pensar así con veracidad de ellas! Lo contrario a la verdad del pensar
es el error, que puede ser consciente o inconsciente, voluntario o involuntario.
3. Verdad del hablar: decir lo que tu mente sabe que es verdad, y que lo ha descubierto así,
después del estudio y la formación. Tus palabras deben ser vehículo leal de lo que piensas.
Por medio de tu palabra, haces partícipe a los demás de lo que llevas dentro. La palabra es
puente que hace transparente a los demás el corazón y la intimidad de la persona. Lo
contrario a la verdad del hablar es la mentira.
4. Verdad del obrar: es la verdad del comportamiento y de la vida. Vivir como se cree,
coherencia de vida entre lo que se cree, lo que se predica y lo que se vive. Si vives esta
verdad, serás sincero y cumplidor a tu palabra dada, serás leal y fiel a tus compromisos
asumidos, serás equitativo y justo con los demás. Lo contrario a la verdad del obrar es la
incoherencia, el fariseísmo, la hipocresía.
Tener una conciencia recta y bien formada es la exigencia para vivir en la verdad, decir la
verdad, hacer la verdad en la vida.
La conciencia moral es aquella capacidad que todo ser humano tiene de percibir el bien y el
mal, y de inclinar la propia voluntad a hacer el bien y a evitar el mal.
La conciencia es esa voz interior que te dice (o te debería decir, si es recta): “Haz el bien,
evita el mal”. Ahí está la conciencia. Si tú no cumples con tus deberes de estado y
profesionales, si descuidas las tareas encomendadas, si pierdes el tiempo en tu trabajo o te
robas algo...la conciencia te debería decir: “Oye, eso no es tuyo...estás perdiendo
tiempo...llegaste tarde...no dijiste toda la verdad”.
Si eres una persona honesta y sincera...podrás leer en tu corazón estas normas de ley
natural, con las que todos nacemos:
- Di siempre la verdad.
- No hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan.
- No mates.
- Respeta a tus padres.
- Respeta las cosas ajenas, etc.
Pero hay peligros de deformar la conciencia. Y cuando esto pasa, es muy difícil escuchar
esos imperativos de ley natural, y es muy difícil vivir en la verdad y decir la verdad. Puedes
ponerte máscaras en la conciencia, caretas: eres una cosa y aparentas otra; en la vida social
eres así, y en la vida personal eres de otra manera, y con tu familia de otra,
c) La conciencia domesticada. Una conciencia para andar por casa. Es conciencia mansa,
que ya no produce remordimientos, angustias, desazones interiores ante el mal hecho. La
has domesticado: ya no salta, ya no ruge, ya no se lanza...la tienes bien tranquila, con el
látigo de la excusa y de las justificaciones.
Urge, pues, formar la conciencia, para poder discernir entre lo bueno y lo malo, la verdad
de la mentira, pues sólo la conciencia debe ser el faro único que guíe tus pasos en la
oscuridad.
¿Qué te pareció?
Termino este apartado con unos párrafos sobre la verdad, dichos por el entonces cardenal
Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, que hizo de la verdad su lema episcopal,
“Cooperador de la verdad” que resumen todas las exigencias y obligaciones de la verdad:
La mentira no es rentable. ¿Te acuerdas del pastor bromista, una fábula contada de nuevo
por Esopo, fabulista griego de mediados del siglo VI, por supuesto antes de Cristo?
Un pastor, que llevaba su rebaño bastante lejos de la aldea, se dedicaba a hacer la siguiente
broma mentirosa: se ponía a gritar pidiendo auxilio a los aldeanos y decía que unos lobos
atacaban sus ovejas. Dos o tres veces los de la aldea se asustaron y acudieron corriendo,
volviéndose después burlados; pero al final ocurrió que los lobos se presentaron de verdad.
Y mientras su rebaño era saqueado, gritaba pidiendo auxilio, pero los de la aldea,
sospechando que bromeaba una vez más, según tenía por costumbre, no se preocuparon. Y
así, ocurrió que se quedó sin ovejas. La fábula muestra que los mentirosos sólo ganan una
cosa: no tener crédito aun cuando digan la verdad.
Ya sabes: la mentira tiene patas cortas. O si no, pregunta a Pinocho, esa narración para
chicos y grandes de Carlo Collodi. Por no hacer la verdad de su vida -su deber era ir al
colegio-, por no decir la verdad en su vida...le fue como le fue con su padre Gepeto.
“¡Pinocho, hay que decir siempre la verdad, aunque no nos guste! Acuérdate de las
consecuencias desastrosas de tus mentiras: tu papá ofendido te castigó; Pepe Grillo te
torturaba la conciencia para decirte que hiciste mal con tu mentira; era la voz de tu
conciencia y lo mataste, estampándole contra la pared en ese cuarto donde te recluyó tu
papá...se te quemaron los pies, por dormirte...y mil y mil adversidades que te acontecieron
por ser mentiroso. ¿No crees, Pinocho, que es bueno hablar de la verdad, para que no nos
pase lo que te pasó a ti, y no nos crezca la nariz...pues sería difícil habitar en un planeta
de narizones?”.
Les decimos a los pequeños: “Niño, no se dicen mentiras”. Y los mayores las dicen con las
falsas sonrisas, con los dobles juegos, con las medias verdades. Será bueno, por ello, que
nos miremos siempre en este espejo de la verdad que pone delante de nuestros ojos este
octavo mandamiento.
Caretas de la mentira
Hay también pecados contra la fama o el honor del prójimo, unos son de pensamiento, otros
de palabra. Todos atropellan la virtud más importante que tenemos los cristianos: la
caridad.
Sospecha temeraria: es dudar voluntaria e internamente de las buenas intenciones de
los demás sin tener fundamento sólido para ello. Se da por prejuicios, envidias y por un
espíritu mezquino que considera a los demás incapaces de hacer el bien. Debes siempre
pensar bien del prójimo.
Juicio temerario de la conducta del otro: Es pensar mal del otro, sin tener
fundamentos. Se da dentro del pensamiento de uno, pero ya llevado a juicio interno: “Lo
hizo por maldad…o para ser visto”. ¿Quién eres tú para juzgar el interior del otro? Te dice
Cristo: “No juzguéis y no seréis juzgados…con la misma medida con que midiereis seréis
medidos vosotros” (Mateo 7, 1-2). Tan sólo el Dios que todo lo sabe puede dar un juicio
justo sobre los actos del hombre; Dios, que los aprecia en su conjunto y así puede tener en
cuenta la medida justa de nuestra responsabilidad, las circunstancias de nuestra educación,
las malas inclinaciones heredadas. El mismo Cristo, en la cruz, nos perdonó y no excusó, y
tú, ¿te atreves a constituirte en juez de todos los demás? ¿Quién te has creído? Dice un
refrán popular: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. Yo te aconsejo que creas
todo lo bueno que oigas y sólo lo malo que veas, y aun viéndolo, busca una razón para
justificarlo.
La murmuración o difamación: es cuando tú comentas en público sin necesidad,
defectos o pecados de los demás, que son ciertos, pero no es de tu competencia hacer esto.
¡Es falta de caridad ! Y ya sabes que la caridad es la virtud principal del cristiano. Por
mucho que reces y hagas novenas y lleves medallas colgadas sobre el cuello, si no tienes
caridad, de nada sirve esa religiosidad. De nuevo es Dios quien te advierte, a través del
apóstol Santiago: “Si alguno se precia de ser religioso, sin refrenar su lengua, antes bien,
engañando o seduciendo con ella su corazón, la religión suya vana es” (1, 26). Es
contagioso el cólera, la gripe; pero ninguna enfermedad lo es tanto como la murmuración.
Basta que una apacible noche de verano se eche a cantar un solo grillo…y al momento
siguiente corea ya el canto toda una legión de ellos. No olvides lo que te dice Dios en el
libro del Eclesiástico: “El golpe del azote deja moretones; pero el golpe de la lengua
desmenuza los huesos” (28, 21).
Falso testimonio: consiste en afirmar o negar como testigo algún hecho con la
intención de distorsionar la verdad para perjudicar o defender injustamente a alguien. El
fondo de este pecado es la mentira, pero incluye además el perjurio contra la fama del
prójimo pues se comete la tremenda injusticia de declarar oficialmente con mentira contra
él.
Injuria: tú atacas al otro en su presencia.
Burla: por algún defecto que tenga la otra persona. Son esas bromas de mal gusto, esas
risotadas por deficiencias del prójimo: por sus pecas, por sus orejas, por su nariz aguileña,
por sus labios grandotes, por sus ojos saltones, etc.
Maldición: pedir un mal contra el prójimo.
Locuacidad: es el hablar sin pensar. Cuando alguien habla mucho, es fácil que caiga en
mentiras, exageraciones, o simplemente palabras ociosas que no aprovechan a nadie.
La susurración: es el sembrar cizaña entre los demás. El típico “¿Sabes lo que fulanito
dijo de ti? El susurrador suscita el odio y la venganza. Causa graves daños en las relaciones
personales y familiares y puede llegar a ocasionar guerras, divorcios o peleas.
La calumnia
El pecado de calumnia es de mucha gravedad, ya que combina tres pecados: uno contra la
veracidad (mentir), otro contra la justicia (herir el buen nombre ajeno), y el tercero contra la
caridad (fallar en el amor debido al prójimo).
Vale más que el oro, que la plata, que todos los tesoros. Así lo declara Dios en el libro de
los Proverbios 22, 1. Si hubieras perdido dinero, empleo, salud, todo…pero te ha quedado
el honor, no eres todavía hombre perdido. Pero, ¡ay de ti si pierdes tu honor! Y la lengua
venenosa va justamente contra el honor. No mata tan sólo el puñal del asesino. La lengua
afilada también asesina. La lengua viperina es el único instrumento de cortar que por el uso
se afila aún más.
Es fácil entender, pues, que el pecado de calumnia es mortal, si con él dañamos gravemente
el honor del prójimo, aunque sea en la estimación de unas pocas gentes. Y esto es así
incluso aunque ese mismo prójimo no se entere del daño que le hemos causado.
Difamación
Contra este mandamiento se peca también a través de la difamación. Consiste en dañar la
fama ajena manifestando sin causa justa pecados y defectos que son verdad. Por ejemplo,
cuando comunico a los amigos los pleitos que tiene el matrimonio vecino al llegar borracho
el marido a casa. Puede que haya ocasiones en que, con el fin de prevenir males mayores,
deba revelar los pecados ajenos. Pero no a cualquiera, sino a quien puede solucionar esos
males.
Por ejemplo, será una obligación hacer ver a tu hijo que su nuevo amigo es drogadicto, o
que convenga informar a la autoridad pública las actividades sospechosas en la oficina
contigua. Puede ser necesario advertir a los profesores del colegio la deshonesta actitud
mostrada por un compañero de tu hijo. Pero lo más usual es que cuando hablamos mal de
alguien lo hagamos llevados por una intención poco recta.
Por eso, si no tenemos una causa justa, aunque lo que digamos sea verdad, es ilícito
difundir sin necesidad los defectos ajenos. Ahora bien, si el hecho peyorativo que
mencionas es algo público, algo que resulta del conocimiento de todos, no es pecado, como
el caso de crímenes pasionales que publican todos los periódicos. Pero, aun en estos casos,
la caridad nos llevará a condolernos y a rezar por el pecador, más que a cebarnos en su
desgracia.
¡La lengua! El que no peca con la lengua es varón perfecto, nos dice Dios, a través del
apóstol Santiago en su carta (capítulo 3, 2).
Dice san Bernardo: “Dios dejó en libertad nuestros órganos, pero levantó un doble muro
delante de la lengua: los dientes y los labios; como para amonestarnos que no nos
pongamos a hablar precipitadamente”. Y el autor del Eclesiástico: “Las palabras de los
sabios serán pesadas en una balanza” (21, 28). Alguien dijo que callar es la madre de los
pensamientos sabios. De aquí podemos deducir que la charlatanería es la madre de las cosas
malas. ¡Domina tu lengua, amigo!
Te dice Jesucristo en el evangelio: “Yo os digo que hasta de cualquier palabra ociosa que
hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras
habrás de ser justificado, y por tus palabras, condenado” (Mateo 12, 36-37). Si Cristo
reprueba hasta la palabra ociosa, ¡cómo ha de juzgar entonces la palabra chismosa,
infamadora, calumniadora!
No sólo se falta al octavo mandamiento con la palabra y la mente, sino que también hay
pecados de oído. Escuchar con gusto la calumnia y difamación, aunque no digamos una
palabra, fomenta la difusión de murmuraciones maliciosas. Nuestro deber cuando se ataque
la fama de alguien en nuestra presencia, es cambiar la conversación, e incluso intentar sacar
a relucir las virtudes del difamado. Afrentar la dignidad de una persona, es decir, lesionar
su honor, es el pecado de contumelia.
Contumelia
¿Qué debes hacer cuando alguien critica de otro en tu presencia? Basta un poco de
habilidad, presencia de ánimo, para llevar a otros cauces la corriente de las palabras
chismosas. Así como lo hizo, por ejemplo, el canciller mártir de Inglaterra, Tomás Moro. Si
en su presencia se empezaba a hablar de las faltas de una persona, inmediatamente
interrumpía en tono festivo: “Pues que digan lo que quieran; yo sostengo que esta casa está
bien construida y que su arquitecto fue un hombre eximio”. Los chismosos caían
inmediatamente en la cuenta, comprendían el delicado aviso.
En los pecados anteriores, el prójimo está ausente, en éste el prójimo está presente. Este
pecado de contumelia adopta distintas modalidades. Una de ellas sería, por ejemplo,
negarnos a dar al prójimo las muestras de respeto y amistad que le son debidas, como no
contestar su saludo o ignorar su presencia, como hablarle de modo altanero o ponerle
apodos humillantes.
Un pecado parecido de grado menor es esa crítica despreciativa, ese encontrar faltas en
todo, que para algunas personas -por ejemplo, para la esposa con su marido; para el marido
con su suegra- parece constituir una arraigada costumbre.
Revelar secretos
Otro posible modo de ir contra el octavo mandamiento es revelar secretos que nos han sido
confiados.
La gravedad del pecado dependerá en estos casos del daño o perjuicios ocasionados por
nuestra actitud. Conviene recordar por último que este mandamiento, igual que el séptimo,
nos obliga a reparar los males causados.
Si has calumniado, debes decir que te habías equivocado radicalmente; si has murmurado,
tienes que compensar tu difamación hablando cosas buenas del afectado; si has insultado,
debes pedir disculpas, públicamente, si el insulto fue público; si has revelado un secreto,
debes reparar lo mejor que puedas las consecuencias que se sigan de tu imprudencia.
Rectificar, así como rectificó el rector de la Universidad de París las sospechas que
concibió contra Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús. ¿Sabes cómo fue
el hecho?
Uno de los profesores de la Universidad se quejó de Ignacio porque éste y sus jóvenes
amigos hacían tantos rezos, que por ello descuidaban el estudio. El hecho no era cierto.
Pero el rector dio crédito a la denuncia, y ordenó que se procediese al castigo de Ignacio;
había que convocar a son de campana a todo el colegio para que, a vista de todos, cada
profesor diera un golpe con una vara en la espalda del culpable. ¡Terribles tiempos aquellos
del siglo XVI!
Ignacio sabía que era completamente inocente, y, sin embargo, estaba dispuesto a sufrir el
castigo; lo único que pidió al rector fue que no se le humillase tanto delante de sus
compañeros para que no perdieran éstos su ánimo de llevar una vida piadosa.
Pero el rector, que conoció entretanto la inocencia completa de Ignacio, no le contestó, sino
que le hizo entrar en el aula, donde ya se había congregado para el acto del castigo todo el
claustro de profesores y la muchedumbre de estudiantes. Y allí, a la vista de toda la
Universidad, el rector se arrodilló delante de Ignacio y le pidió perdón por haber dado
crédito con tanta ligereza a la acusación lanzada contra él…
No sabemos a quién admirar más: si a Ignacio, que estaba dispuesto a sufrir el castigo,
aunque inocente, o al rector, que supo rectificar con tanta hombría su sospecha precipitada.
“Quien guarda su boca, guarda su alma; pero el inconsiderado en hablar sentirá los
perjuicios” (Proverbios 13, 3).
La primera cosa que podríamos hacer es mirar nuestros corazones. Si guardamos rencores,
si la envidia asoma de vez en cuando su cabeza repugnante, hemos de pedir a Dios un
corazón bueno, que sepa perdonar, que sepa amar. Quien no ama a su hermano no puede
amar a Dios (1 Jn 4,20). Del corazón malo sólo salen malas cosas. El virus de la calumnia
se origina en mentes que viven fuera del Evangelio, en fuentes incapaces de ofrecer el agua
del amor (St 3,10-18).
Por lo mismo, hemos de decidirnos a no ser nunca los primeros en lanzar una crítica contra
nadie. ¿Para qué voy a decir esto? ¿Es sólo una imaginación mía? ¿Me gustaría que alguien
dijese algo parecido de mí? Al contrario, necesitamos aprender a ser ingeniosos para alabar
y defender a los demás. Esto es posible si tenemos un corazón realmente cristiano, bueno,
comprensivo, misericordioso. En ocasiones veremos fallos, pero el amor es capaz de cubrir
la muchedumbre de los pecados (1Pe 4,8).
Cuando sea posible, podremos corregir al pecador, pero siempre con mansedumbre, como
nos enseña san Pablo: "Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros,
los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues
también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así
la ley de Cristo" (Ga 6,1-2).
Después, como ante una epidemia grave, hemos de levantar una barrera firme, decidida,
contra cualquier calumnia. Nunca divulgar nada contra nadie, mucho menos una
suposición, una mentira como tantas otras lanzadas por ahí (a través de la prensa, de
internet, a viva voz). Incluso cuando sepamos que alguien ha sido realmente injusto, porque
lo hemos visto, ¿para qué divulgarlo? ¿Es esto cristiano? ¿No es mejor amonestar a solas al
hermano para ver si puede convertirse, si puede cambiar de vida?
Tendríamos que ser firmes como muros: delante de nosotros nadie debería poder hablar mal
de otras personas. De un modo especial deberíamos defender el buen nombre del Papa, de
los obispos, de los sacerdotes, de todos los demás bautizados y de todo hombre. Todos
somos Iglesia. El amor debe ser el distintivo de los cristianos.
El ejemplo de Jesús al respecto es elocuente: “Nadie habló como Él” –decían. No sólo
porque hablaba con elocuencia, sino también porque hablaba con dulzura, con bondad, con
respecto. Jesús sabía lo malo que había en cada uno de los corazones, y sin embargo, nunca
criticó a nadie, ni pensó mal de nadie. Y cuando tenía que corregir a sus apóstoles, lo hacía
en privado, con respeto y dándoles lecciones de vida.
Sí, tuvo palabras duras y fuertes contra algunos fariseos que no querían abrirse a su
mensaje, o manipulaban a los demás, o incluso querían manipular al mismo Dios. Lo hizo
siempre comedido, con gran respeto y siempre para el bien de ellos. Él sí podía decírselo,
pues era el Señor. Pero con los demás pecadores, incluso públicos, ni una palabra crítica,
sino compasión y misericordia.
La distinción de los discípulos de Jesús será siempre la misma: el amor (Jn 13,35). Desde el
amor y con amor podremos (¡sí se puede!) eliminar cualquier nuevo brote de calumnia
entre cristianos. Podemos... si oramos humildemente, si se lo pedimos a Cristo con todo el
corazón. Entonces sí podremos vivir, de verdad, como cristianos, porque estaremos dentro
del amor. "Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad,
desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables,
perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo" (Ef 4,31-32).
Perdonarnos y amarnos: ese será el mejor remedio para erradicar, dentro de nuestro mundo,
el síndrome de la calumnia, para vivir con salud, en autenticidad, nuestra fe en el Señor
Jesús.
Ojalá que la comprensión de la Verdad como atributo divino nos ayude a aborrecer todo lo
que sepa a doblez, simulación, charlatanería y murmuración. “Que sea tu sí, sí; y tu no,
no” (Mt 5, 37); abrir la boca sólo para decir lo que estamos seguros de que es cierto y que
es oportuno para el bien de nuestro interlocutor. Que nunca hablemos del prójimo si no es
para alabarlo, y, si tenemos que decir de él algo negativo, lo hagamos obligados por una
razón grave y suavizando nuestras palabras con el aceite de la caridad.
Tal vez no exista en el mundo nada más peligroso que esa especie de devaluación de la
mentira que hoy circula entre los creyentes. Nadie sabe muy bien por qué, pero lo cierto es
que parece que entre los cristianos hubiésemos decidido que la mentira bajase a segunda
división. Es una especie de pecado “menor” que consideramos inevitable para poder vivir.
¿No te ha pasado alguna vez esto?
A veces escucharás: “Todos mienten”… “En la vida, ya se sabe, hay que mentir, sería
insoportable el mundo si no pusiéramos todos en nuestra boca la vaselina de la mentira”. Y
empezamos a mentir en lo que llamamos “cumplidos sociales”. Luego empezamos a hablar
de las “mentiras piadosas” o de las “mentiras sin importancia”. Después nos inundamos de
falsas sonrisas. Y al final ya nadie cree en nadie porque todos estamos seguros de que lo
que fulano nos está diciendo es lo contrario de lo que dirá cuando esté a nuestras espaldas.
Y es así como, al final, nadie se fía de nadie, y creamos esta especie de lago de mentiras en
el que chapoteamos. ¡Qué feo!
Los medios de comunicación social son algo bueno. El problema está no en lo que son, sino
en la forma en que se usan. Los medios de comunicación son una respuesta maravillosa a
las necesidades del hombre de comunicarse y ser informado y han ido adquiriendo cada vez
más importancia en todas las sociedades, gracias a la influencia que ejercen sobre la
opinión pública.
Esta influencia tan grande, debería de concienciar a los encargados de los medios de la
grave responsabilidad que tienen de hablar con la verdad, de dar unas información
verdadera e íntegra que respete la justicia y la caridad y que sea dada de una manera
honesta y conveniente, respetando los derechos legítimos y la dignidad del hombre.
Sin embargo, vemos que la realidad es distinta y algunos medios nos presentan, a veces,
una verdad deformada por los prejuicios, simpatías o antipatías de los informantes, quienes
en vez de ser objetivos en la información, expresan sus opiniones y sus ideologías propias,
influyendo de una manera nociva a toda la comunidad.
Otras veces, la información que recibimos de los medios es utilizada para engañarnos y
manipularnos hacia determinada acción, como la compra de un producto, que te promete
que si lo compras serán tan guapa como la modelo que sale en el anuncio o que podrás salir
con chicas tan guapas como ella.
Los programas de televisión, las canciones en la radio, las telenovelas, muchas veces
desvirtúan también la verdad y nos presentan modelos ficticios de vida, presentándonoslos
como los ideales a los que debemos tender. Estos programas, generalmente nos ofrecen una
imagen desvirtuada del matrimonio y de la familia.
También encontramos que los medios muchas veces no respetan la dignidad del ser
humano y violan los derechos más esenciales, como el de la vida privada. Existen miles de
revistas y periódicos cuyo éxito consiste en divulgar los secretos más íntimos de las
personas famosas.
Este uso de los medios atenta directamente contra la justicia y la caridad que se merece
todo ser humano, por ser imagen de Dios.
Es de todos conocido también el mal uso y el abuso que han sufrido las redes de
información, en las cuales hay miles de gentes interesadas única y exclusivamente en
engañar y manipular a los jóvenes hacia vicios como la pornografía, la drogadicción o la
prostitución.
Por eso, cuida mucho lo que ves y oyes en los medios de comunicación. Selecciona aquello
que te dignifica.
- Muriel –le dijo-, léeme el cuarto mandamiento. ¿no dice algo respecto a no dormir nunca
en una cama?
El misterio del destino de la leche se aclaró pronto: se mezclaba todos los días en la
comida de los cerdos. Las primeras manzanas ya estaban madurando, y el césped de la
huerta estaba cubierto de fruta caída de los árboles. Los animales creyeron, como cosa
natural, que aquella fruta sería repartida equitativamente.
Un día, sin embargo, se dio la orden de que todas las manzanas caídas de los árboles
debían ser recolectadas y llevadas al guadarnés para consumo de los cerdos. A poco de
ocurrir esto, algunos animales comenzaron a murmurar, pero en vano. Todos los cerdos
estaban de acuerdo en este punto, hasta Snowball y Napoleón. Squealer fue enviado para
dar las explicaciones necesarias.
- Camaradas –gritó-, imagino que no supondréis que nosotros los cerdos estamos
haciendo esto con un espíritu de egoísmo y de privilegio. Muchos de nosotros, en realidad,
tenemos aversión a la leche y a las manzanas. A mí personalmente no me agradan. Nuestro
único objeto al comer estos alimentos es preservar nuestra salud. La leche y las manzanas
(esto ha sido demostrado por la ciencia, camaradas) contienen sustancias absolutamente
necesarias para la salud del cerdo. Nosotros, los cerdos, trabajamos con el cerebro. Toda
la administración y organización de esta granja dependen de nosotros. Día y noche
estamos velando por vuestra felicidad. Por vuestro bien tomamos esa leche y comemos
esas manzanas”.
Cristo nada odió tanto como la mentira. Para Jesús el diablo era literalmente el padre de la
mentira y Él veía en la falta a la verdad el signo de lo diabólico. De ahí su rechazo visceral
a las posturas mentirosas de algunos fariseos. Jesús, que era comprensivo con los
pecadores, que no tenía inconveniente en comer con los ladrones y los abusivos, no
soportaba algunas posturas de los fariseos y hasta parece que le dolió más el hecho de que
Judas le traicionase con un beso que la misma traición de su discípulo. Judas jugó con la
mentira.
Unamuno, escritor español del siglo XX, decía que no es el error, sino la mentira, lo que
mata el alma. Porque el que yerra puede equivocarse con buena voluntad y será juzgado
según esa buena voluntad. Pero, ¿qué buena voluntad hay en el que miente?
La malicia de la verdad
He querido reservar hasta el final de este apartado la pregunta más importante: ¿Por qué la
mentira es mala?
No puedes responder así: “No vale la pena mentir, porque de todos modos viene a saberse
la verdad”. De hecho, hay mentiras que nunca llegan a descubrirse en esta vida.
Hay otra razón fuerte de por qué la mentira es mala. La mentira es un abuso del orden
natural, pues Dios nos ha dado el lenguaje para expresar nuestros pensamientos. Te dañas a
ti mismo con la mentira, a tu misma naturaleza, a tu pensamiento, a tu psicología.
La mentira se parece al arma del indígena de Australia, el bumerán, que, una vez lanzada, o
bien da en el blanco y lo destroza y le causa perjuicio (es la mentira maliciosa), o falla, y
entonces vuelve al que la ha lanzado y le hiere a él (es la mentira inofensiva que daña al
mismo individuo).
Un tercer motivo de por qué la mentira es mala: porque haría imposible una vida digna del
hombre. ¿Qué pasaría si la mentira fuera la moneda corriente de nuestra sociedad? ¿Qué
enfermo creería al médico? ¿Qué alumno creería al maestro? ¿Qué hijo creería a su padre?
¿Qué padre creería a su hijo? ¿Qué obrero creería en su jefe? ¿Qué jefe creería a su obrero?
¿Qué esposo creería a su esposa y viceversa? Todo sería un caos, ¿no crees?
La obligación del octavo mandamiento de decir siempre la verdad no te obliga a decir todas
las verdades que conoces. Hay muchas cosas que tal vez sabes y que la prudencia, la
discreción o la caridad te dictan no decirlas a menos que sea indispensable.
Tu seguridad y la de los demás, el respeto a la vida privada y el bien común, son causas
suficientes para no sentirte obligado a decir las verdades que conoces. Nadie está obligado
a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla.50
Hay cosas que puedes callar si quieres y otras que no debes decir de ninguna manera. Tus
pecados no tiene por qué conocerlos nadie sino tu confesor.
Si alguien te cuenta un secreto, aunque es una verdad que conoces, debes callarlo y
guardarlo por lealtad a quien te lo contó, a menos que el no decirlo, pusiera en peligro la
vida de alguien o el bien común, pues el callar, te convertirías en cómplice del daño.
Cristo, en su pasión, ante las preguntas del Sanedrín... ocultaba su verdadera identidad,
negándose a contestar. También en su vida pública trataba de guardar el secreto de su
identidad y misión divina, pues serían mal interpretadas.
Todo hombre tiene derecho a mantener reservados todos aquellos aspectos de su vida que
no servirían al bien común, y si los dijera, le vendrían graves consecuencias o dañarían
intereses personales, familiares o de otra persona.
Por tanto, hay que guardar el secreto, ya sea el secreto natural, el secreto prometido, el
secreto confiado y el secreto profesional. Y sobre todo el secreto sacramental de la
confesión.
Este último nunca se debe revelar. El sacerdote jamás podrá revelar lo que le hayan dicho
en la confesión, aunque tenga que ofrecer su propia vida, como le sucedió al sacerdote, hoy
san Juan Nepomuceno en el siglo XIV, que ante las presiones del rey Wenceslao, rey de
Bohemia, para que le dijera los pecados de la reina, recibió del confesor una radical
negativa.
Lo apalearon con bárbaro rigor. El propio rey aplicó una tea encendida al cuerpo del mártir,
quien se retorcía de dolor sin pronunciar una sola palabra.
Juan Nepomuceno fue atado de pies y manos. Desde un puente que atraviesa el río
Moldava, en el corazón de Praga, este sacerdote, fiel a su secreto de confesión, encontró la
muerte en el río. Era el año 1393.
¿Qué te pareció?
La restricción mental consiste en decir una frase o dar una explicación con un significado
oculto para el que la escucha.
Es en sí una mentira, y no se debe usar. Pero se hace lícita usarla como algo aceptado
universalmente, porque todo el mundo puede comprender el auténtico significado. Por
ejemplo: “No está en casa”. Prácticamente todos entienden que “no está en casa” (para
usted). O, “lo haré pasado mañana”, es decir, nunca o sabe Dios cuándo.
También se puede utilizar cuando están en juego valores mayores como salvar la vida, pero
nunca cuando con ella se esté negando prácticamente la fe.
El día del juicio, ¿qué sentirás cuando todas tus mentiras se encuentren con la gran Verdad,
que es Dios? Ese día se vendrán abajo las bambalinas de todo este gran teatro del mundo. Y
te encontrarás ante Él, desnudo, sin todas estas caretas con las que en la tierra hoy a veces
te disfrazas. ¿No sería bueno empezar a quitártelas ya ahora?
Yo apuntaría éstos.
Libertad: La verdad te hará libre. Así lo dijo Jesús. Con la verdad te despojas de
prejuicios, liberas tu mente de estereotipos y así te posesionarás de la realidad tal como es,
no como te la quieren presentar.
Apertura hacia la realidad y así ganas en perspectiva y claridad y verás esa realidad en toda
su dimensión, y podrás emitir juicios valorativos pertinentes.
Receptividad para acoger aquellos valores que juzgas los mejores para construir ese
modelo que te has marcado en tu mente y que quieres ver realizado a lo largo del tiempo.
La verdad es dulce y amarga. Al ser dulce perdona, al ser amarga cura, dice san
Agustín. Nada hay más dulce que la luz de la verdad, dirá Cicerón.
La verdad y coherencia te aleja de toda falsedad, incoherencia y doblez, y te confiere
una sólida identidad personal. Esta identidad no significa rigidez o cerrazón, sino apertura
sencilla y colaboradora. “Es todo un hombre”, se dice de alguien que se manifiesta como un
ser humano cabal, pleno e íntegro.
La verdad misma y la honradez se defenderá por sí misma y habla por sí misma.
Hombre veraz y auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no falla. Es
coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero. Hombre veraz y auténtico
es aquel que armoniza las palabras con los hechos, es como debe ser, actúa como debe
actuar, elige en virtud del ideal que orienta su vida y no a impulsos de sus intereses
particulares; es fiable y creíble, tiene palabra de honor y consiguientemente inspira
confianza.
Te deseo todo eso a ti, que me lees. Pide a Cristo Verdad, el vivir siempre en la verdad.
¡Qué paz y tranquilidad da! Y en esta vida sé comprensivo para con las debilidades de tu
prójimo. Ten espíritu de suavidad y perdón para que el día del juicio, Dios Nuestro Señor
también use de piedad contigo al juzgar tus muchas faltas y tus grandes pecados.
2504 ‘No darás falso testimonio contra tu prójimo’ (Éxodo 20, 16). Los discípulos de
Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de
la verdad’ (Efesios 4, 24).
2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos
y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2507 El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda actitud y toda
palabra de maledicencia o de calumnia.
2508 La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo que tiene
derecho a la verdad.
2511 ‘El sigilo sacramental es inviolable’ (Código de Derecho canónico, canon 983, 1),
Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no
deben ser divulgadas.
2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, ‘están relacionadas, por su naturaleza, con
la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún modo, en las obras humanas. Y
tanto más se consagran a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria, cuanto más lejos
están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las
almas de los hombres piadosamente hacia Dios’ (Concilio Vaticano II, constitución
Sacrosanctum Concilium 122).
La información a través de los medios de comunicación social debe estar al servicio del
bien común, y debe ser siempre veraz en su contenido e íntegra, salvando la justicia y la
caridad. Debe también expresarse de manera honesta y conveniente, respetando
escrupulosamente las leyes morales, los legítimos derechos y la dignidad de las personas.
La verdad es bella por sí misma. Supone el esplendor de la belleza espiritual. Existen, más
allá de la palabra, numerosas formas de expresión de la verdad, en particular en las obras
de arte. Son fruto de un talento donado por Dios y del esfuerzo del hombre. El arte sacro,
para ser bello y verdadero, debe evocar y glorificar el Misterio del Dios manifestado en
Cristo, y llevar a la adoración y al amor de Dios Creador y Salvador, excelsa Belleza de
Verdad y Amor.
LECTURA: Extraída del libro “Dios y el mundo”. Una conversación de Peter Seewald
con el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, Primera parte
Pregunta de Peter Seewald: El octavo mandamiento “No mentirás” o “No levantarás falso
testimonio”. Las mentiras escriben las mejores historias, pero a veces incluso mentiras
pequeñas se vuelven tan grandes que casi son capaces de derribar al presidente de una
superpotencia o a partidos fundamentales para el Estado y a reyes mediáticos. Y es curioso:
nada permanece oculto.
Respuesta del cardenal Ratzinger: Pienso que la importancia de la verdad en cuanto bien
fundamental de la persona hunde sus raíces aquí. Todos los mandamientos son
mandamientos del amor o despliegues del mandamiento del amor. En este sentido, todos
mantienen una vinculación muy explícita con el bien de la verdad. Cuando me aparto de la
verdad o la falseo, incurro en la mentira, perjudico con frecuencia al otro, pero también me
perjudico a mí mismo.
También podría ser formulado así: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”. Y no
tanto: “No tendrás pensamientos ni deseos impuros”, pues tenerlos es en cierto modo
inevitable. El consentirlos es otro cantar.
Si el sexto mandamiento protegía la pureza exterior del cuerpo, templo del Espíritu Santo;
este noveno mandamiento nos invita a vivir la pureza interior del corazón, de donde salen
todas las cosas buenas o malas, nos dirá Cristo: “De dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios e injurias:
Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mateo 15,19).
Este mandamiento nos ayuda a liberar el corazón de esos deseos impuros, que tanto
manchan el alma. Trata de salvaguardar la virtud de la castidad en su propia raíz, en el
corazón de la persona humana. ¿Qué sería la virtud de la castidad puramente externa o
superficial si no incluyese su espíritu, es decir, la opción moral por ella, los deseos y
actitudes íntimas tuyas?
En un día de lluvia, dos monjes encontraron una muchacha muy hermosa con largos
vestidos y zapatos de seda junto a un camino fangoso. Uno de ellos, por caridad, la tomó en
brazos para llevarla al otro lado del camino, para que no se manchase. El otro monje no dijo
nada hasta la noche, cuando no pudo reprimir por más tiempo su reproche: “Los monjes no
debemos acercarnos a las mujeres, ni tocarlas, y menos si son jóvenes y hermosas, porque
es peligroso”. Pero el que había hecho con sencillez este acto de caridad respondió:
“hermano, a esa chica yo la dejé allí, hace ya muchas horas. ¿Es que tú la estás llevando
todavía contigo en tu corazón y en tu deseo?”.
¿Entendiste? La pureza comienza primero en tu corazón. Si tu corazón es limpio, todo tu
cuerpo será limpio y tu mente y tu imaginación y tu fantasía. Todo se define en tu
conciencia, en tu corazón. Y es esto lo que Dios escruta con ojos penetrantes, sí, pero
también comprensivos y paternales. Dice en el Apocalipsis: “Yo soy el que sondea los
riñones y los corazones, y el que os dará a cada uno según vuestras obras” (Ap 2, 23).
Por eso Jesús nos dejó esta bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.” (Mateo 5,8). Ver a Dios es el deseo profundo de todos
nosotros. Espero que también el tuyo.
Por tanto, este noveno mandamiento contempla la pureza de corazón en relación a la virtud
de la castidad, previniéndote acerca de pensamientos, delectaciones y deseos impuros
conscientes, deliberados y consentidos con la voluntad.
He aquí la historia del árbol caído: era corpulento, gigantesco, y se levantaba en la pradera,
al borde del paseo, apuntando al cielo con sus ramas, fuertes y lozanas. ¡Cuántos
descansaban a su sombra, fatigados del camino, y se recreaban con la frescura de su follaje!
Un día apareció derribado. ¿Lo derribó el hacha del leñador? No, lo mató un gusano.
¡Grande tuvo que ser! No, era un pequeño gusano que lo fue carcomiendo por dentro poco
a poco.
Sabes que el budismo sitúa la perfección en la extinción del deseo, a base de meditación
trascendental, yoga, ejercicios de relajación. Incluso existen píldoras de la paz que crean
una especie de humor químico que controla sensaciones, estados de ánimo y deseos... hasta
llegar a esa impasibilidad del ánimo.
Era una vez una gota de agua que sintió de pronto el llamado de la mar y hacia el mar se
fue apresurada y transparente. Por el cauce del riachuelo corría cantarina. Todo lo alegraba
con su presencia: las riberas florecían a su paso, los bosques reverdecían, las avecillas
cantaban. Y hacia el mar corría feliz y transparente.
Pero un día se cansó de caminar por el cauce estrecho del arroyo. Al saltar sobre la presa de
un molino, divisó horizontes de tierra y en tierra quiso convertirse. Aprovechando el
desagüe de una acequia se salió del arroyo y se estacionó.
Pasó una tarde un peregrino, se detuvo ante el charco y, sentencioso, exclamó: “¡Pobre
agua, estabas llamada a ser mar y te quedaste en charco!”.
La historia de la gotita de agua puede ser la historia de un hombre cualquiera, tú o yo. Dios
nos creó formados de alma y cuerpo, con inteligencia, voluntad y libertad. Nos creó a
imagen suya y nos llamó para llegar a ser mar, para llegar a obtener la felicidad eterna junto
a Él.
Sin embargo, con frecuencia nos puede pasar lo que a la gotita de agua y dejamos de usar la
inteligencia para actuar. Nos dejamos llevar por alguna imagen atractiva que vemos fuera
del camino, nos dejamos llevar por lo que nos dictan los sentidos y los sentimientos, los
cuales muchas veces distorsionan la realidad, y terminamos saliéndonos del río para
convertirnos en charcos. Cuando esto sucede, sobreviene el fenómeno llamado
concupiscencia, en el cual el cuerpo y sus sensaciones se convierten en rectores sobre la
inteligencia y sobre el alma.
Con la concupiscencia de la carne, el hombre se “animaliza”, pierde el equilibrio planeado
por Dios y la visión sobrenatural de su vida. El hombre olvida que es un ser llamado a la
felicidad eterna, al mar, y empieza a buscar la felicidad en los placeres y sensaciones del
cuerpo, quedando atrapado en ellas, convertido en charco maloliente.
Con el noveno mandamiento, Dios nos pone en guardia contra los peligros del camino que
nos pueden atraer y dejarnos convertidos en charcos.
Dios sabía desde el principio, el gran poder que ejercen las sensaciones sobre el hombre y
por eso nos da este mandamiento, no porque las sensaciones sean malas, sino porque si no
ponemos en ellas nuestra inteligencia, es posible echar a perder los grandes planes que Él
tiene para cada uno de nosotros.
Las sensaciones también se manifiestan en los animales, pero sólo el hombre es capaz de
canalizarlas y aprovecharlas para el bien, de acuerdo con lo que su inteligencia le dicta.
Dios te está invitando a la pureza en el amor y en el deseo. El mismo Cristo insistió siempre
en esto. Por eso nos puso como ejemplo a los niños, por su inocencia y pureza. Él mismo
vivió esta pureza, pues de su corazón sólo brotaban los milagros, la bondad, la
comprensión, la compasión y la misericordia. “De la abundancia del corazón habla la boca”
–nos dijo Jesús. Era el reflejo de lo que Él vivía.
Nadie le pudo echar en cara a Jesús ningún pecado de impureza. Su porte, sus ademanes,
sus posturas, sus palabras, sus silencios, sus miradas…todo desbordaba en pureza. Su
mente y su deseo estaban polarizados por la voluntad de su Padre. Su corazón era un
manantial de agua cristalina suave y refrescante, donde venían a abrevar su sed todos los
pecadores.
Puro equivale a limpio, diáfano. Es una cualidad que evoca sencillez y está relacionada con
el amor a la verdad, con la libertad interior, con el compromiso de vivir según los dictados
de tu conciencia iluminada por la Palabra de Dios en todas las circunstancias.
Y esto supone una opción por un amor limpio y una higiene de la imaginación, de los
pensamientos y deseos.
Aquí habría que volver a retocar el tema de la sexualidad, como te expliqué en el sexto
mandamiento. Una cosa es la sexualidad y otra cosa es la genitalidad. Una cosa es la
sexualidad y otra cosa es el instinto.
El instinto está determinado inexorablemente y de una manera ciega a ser satisfecho cuando
se dan las condiciones que lo incentivan. Pero la sexualidad humana es un don de Dios para
realizar, en la libertad y el respeto, una faceta del amor humano: el don mutuo y la
procreación, dentro del matrimonio.
Dime, ¿qué amor y libertad y respeto hay cuando un hombre desea a una mujer, cuando la
codicia? ¡Ni que esa mujer fuera una cosa para la satisfacción del hombre!
Este noveno mandamiento requiere mucho el autodominio educativo mediante el pudor en
las miradas, curiosidades innecesarias, lecturas, espectáculos, ambientes, conversaciones,
etc... que generan inevitablemente los deseos impuros en el corazón.
Por eso te dice Dios en la Biblia: “Ninguno, cuando se vea tentado, diga: Es Dios quien me
tienta; porque Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie; sino que cada uno es tentado
por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia,
cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la
muerte” (Santiago 1, 13-15).
La intención y el deseo definen al hombre moralmente, tanto o más que las mismas obras
externas. Hay que buscar a toda costa que el amor sea cada vez más limpio, y por tanto, que
el corazón sea puro.
Tú no debes conducirte en tu vida por el sólo deseo del placer, creyendo que en la
satisfacción de ese deseo está la felicidad.
Si las acciones humanas –sigue diciendo Aristóteles- pueden ser nobles, vergonzosas o
indiferentes, lo mismo ocurrirá con los placeres correspondientes. Es decir, hay placeres
que derivan de actividades nobles, y otros de vergonzoso origen. El hombre íntegro se
complace y desea las acciones virtuosas y siente desagrado por las viciosas.
Además, muchas de las cosas por las que merece la pena luchar, no son placenteras. Por
tanto, ni el placer se identifica con el bien, ni todo placer se debe apetecer.
El poeta latino Horacio resumió en dos palabras el programa de vida que busca el placer
por encima de todo: “carpe diem”, es decir, aprovecha el día, exprime el instante que tienes,
no lo dejes pasar.
No es que Platón invite al placer. Él expuso una opinión de ese tiempo, pues el mismo
Platón nos invita al equilibrio entre la razón y el placer. Y lo explica con belleza y
plasticidad en el célebre mito del carro alado. El hombre es un auriga que conduce un carro
tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. Todo el arte del auriga consiste en
templar la fogosidad del corcel negro y acompasarlo con el blanco para correr sin perder el
equilibrio.
Y de hecho así contesta Platón por boca de Sócrates a la propuesta hedonista de Calicles:
“¿Afirmas que no hay que reprimir los deseos, si se quiere ser auténtico, más bien permitir
su mayor intensidad y darles satisfacción a cualquier precio, y que en eso consiste la
virtud? Entonces, dime: si una persona tiene sarna y se rasca, y puede rascarse siempre a
todas horas, ¿vivirá feliz al pasarse la vida rascándose? ¿Y bastará con que se rasque sólo
la cabeza, o también otras partes? Yo, al contrario, pienso que el que quiera ser feliz
habrá de buscar y ejercitar la moderación, y huir con rapidez del desenfreno. Creo que
debemos poner nuestros esfuerzos y los del Estado en facilitar la justicia y la moderación a
todo el que quiera ser feliz, en poner freno a los deseos y no vivir fuera de la ley por tratar
de satisfacerlos. Porque un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto ni a otros
hombres ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad”.
Todo esto para decirte que tus deseos no tienen que ir orientados a la satisfacción de los
placeres corporales, sino a alimentarse de lo noble que te ayude a ser más hombre, y sobre
todo, a que llegues a ser mar, imagen de Dios y no charco, como la gotita de agua.
Esto es lo que te deseo. Sé puro en tus pensamientos, en tus deseos y en tu corazón. Sólo así
vivirás esta hermosa virtud: la pureza de corazón.
Para vivir este noveno mandamiento hay que purificar el corazón y la intención, ese mundo
interior en el que tú vives a solas y Dios te ve.
Purifica el corazón. Este nuestro mundo, por muchas partes, está saturado de erotismo.
Si no te cuidas, te mancharás. ¡Purifica el corazón! Sólo así vivirás la verdadera libertad, la
alegría sincera, la serenidad interior, el amor en su dimensión de entrega. ¡Purifica el
corazón del egoísmo y deseos impuros, que tanto te esclavizan y te hacen perder la paz!
¡Purifica el corazón para ser dueño de ti mismo, y puedas amar a Dios sobre todas las
cosas, y al prójimo como Dios lo ama! Y sobre todo, ¡purifica tu corazón para que puedas
ver a Dios en la eternidad!
Purifica tu intención. Revisa cuál es tu intención al ponerte esa blusa ajustada o esa
“minifalda” para ir a bailar con tu novio. Revisa cuál es tu intención cuando invitas a la
fiesta a esa niña “fácil”, cuando llevas a tu novia al rincón más oscuro de la discoteca,
cuando citas a tu novio en tu casa sabiendo que van a estar completamente solos, cuando
pides una bebida que tal vez te va a emborrachar, cuando te compras ese bikini diminuto,
cuando te acercas a los puestos de periódicos y recorres con la mirada todas las revistas que
se exhiben, cuando vas al cine, cuando ves la televisión, cuando navegas por Internet…
Si descubres en tus intenciones algo de deseos impuros…¡cuidado! ¡Puedes convertirte en
charco! Tú estás llamado a ser mar, ¿te acuerdas del ejemplo de la gotita de agua!
En una cultura con fuerte acento narcisista52 , la sexualidad se distancia de toda educación
de las pasiones, del autodominio personal, de las normas morales y aun de la
responsabilidad social. Hoy te quieren hacer creer que la virtud de la pureza es para gente
tonta, ñoña, mojigata e ingenua.
No les creas. Yo te demostraré que esta virtud requiere mucho esfuerzo, dominio y amor;
que es una virtud de héroes y de valientes; y que es una virtud que tú puedes conseguir, con
la ayuda de Dios y de la Virgen. Y es una virtud que te dará mucha paz y serenidad de
alma.
Más que definir conceptos, quiero decirte quién es una persona pura. Es aquella que ve la
vida y todo lo relacionado con la vida y la sexualidad con los ojos y con el corazón de Dios.
Una persona pura es capaz de vivir la sexualidad, mediante la virtud de la castidad, en el
esplendor de la verdad.
La pureza es el lenguaje del amor. La pureza y la castidad sin amor son como un discurso
vacío de significado. La persona pura es la que es capaz de amar como sabe amar un
hombre y una mujer. Si la sexualidad es para el amor, la condición para saber amar es la
castidad. La pureza o castidad impregna de racionalidad las pasiones y los apetitos de la
sensibilidad humana ordenándolos a su fin. Esto implica la armonía entre sentidos e
inteligencia, entre voluntad y corazón, equilibrio de la personalidad unificada, fruto del
dominio de sí.
Para ti, ¿qué es la pureza? ¿Reduces la pureza a sólo no ver, no tocar, no fantasear? ¡Qué
pobre es tu concepción de la pureza! La pureza es la condición para amar a Dios como Él se
merece y a los demás, como Dios los ama. Por eso, pureza y amor van juntos. Y ambas
virtudes provocan la alegría profunda. No conozco a una persona que trata y lucha por ser
pura y no sea alegre y feliz. La pureza produce alegría y contagia alegría. El hombre puro,
la mujer pura irradian alegría.
Yo también diría que la pureza agranda la capacidad de amar del corazón humano. Dime
cómo es tu pureza interior y te diré cuán grande tienes tu corazón.
San Gregorio Magno, que fue obispo y Papa a finales del siglo VI e inicios del siglo VII,
señala, entre otros efectos de la lujuria: “la ceguera de espíritu, la inconsideración, la
precipitación, el egoísmo, el odio a Dios, el apegamiento a este mundo, el disgusto hacia
la vida futura” 53 . La impureza incapacita para amar y crea el clima propicio para que se
den en la persona todos los vicios y deslealtades.
No pienses que vas a adquirir la pureza de una vez para siempre. ¡No! La pureza exige una
conquista diaria. Puede haber momentos en tu vida que te costará más, sobre todo en tu
adolescencia y juventud.
Para conquistarla, además de poner los medios humanos necesarios en cada caso (quitar y
huir de la ocasión, guardar y recoger los sentidos, especialmente, la vista; evitar la
ociosidad, la moderación en la comida y bebida, cuidar los detalles de pudor y de modestia
en el vestir, evitar las conversaciones sobre cosas impuras, desechar la lectura de libros,
revistas o diarios inconvenientes, no acudir a espectáculos que desdicen de un cristiano y de
un ser humano, etc.), has de recurrir a los medios sobrenaturales, sin los cuales no sería
posible ser puro: la oración, la confesión, la Eucaristía con comunión, la devoción filial a la
Santísima Virgen María y a san José.
¡Educa los deseos inferiores mediante el deseo superior del verdadero amor! Sólo por un
deseo preferente se superan otros deseos inferiores.
Por eso el sentido último de este noveno mandamiento apunta a la pureza en el deseo de
amar.
¿Cómo debe ser tu deseo?
Humilde, confiado en Dios y en su gracia.
Constante y progresivo, apegado en la promesa de Dios y en su ayuda.
Sincero en el esfuerzo que busca y pone en práctica los medios eficaces que ya te había
enunciado en el sexto mandamiento y que te recuerdo ahora: oración, confesión, comunión
frecuente, devoción a María, deporte equilibrado, contemplación de la naturaleza, huida de
las tentaciones, cuidado en lo que ves por televisión o en revistas.
Preferente, porque si prevalece otro deseo, podría debilitarse el deseo del bien.
Puro, es decir, busca siempre la voluntad de Dios y la donación al otro desinteresada.
Dominar la concupiscencia desordenada por el pecado original es una exigencia interior del
ser humano, si quiere conservar la salud del espíritu y hasta su armonía y maduración
personal, comparable a la necesidad de evitar los factores nocivos para el organismo
corporal.
Dime una cosa: ¿comerías cualquier cosa que encuentras en basureros o en charcas, donde
el agua está estancada y llena de parásitos? ¡No! Entonces, ¿por qué quieres revolver en tu
imaginación esas basuras impuras que te presenta algún tipo de películas o de revistas, que
tú sabes que te hacen mal para tu corazón?
Te aconsejo que leas los capítulos quinto y sexto del Evangelio de san Mateo. Son capítulos
que aclaran todo esto que te estoy diciendo sobre la importancia insustituible de la
interioridad del hombre en sus decisiones morales. Ahí Jesús te dirá que el centro de todos
los males, pero también de curación y de vida, radica en el interior, en tu interior, en la
intención y el deseo. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21).
¡Domina tus sentidos! Cuando una persona tiene el hábito de dejarse arrastrar por los ojos,
no puede evitar que su cerebro tenga una carga de erotismo excesiva. Lo que decimos de
los ojos, se puede aplicar al oído, al tacto, etc. Cuando algo provoca un disparo de la
excitación, es necesario evitarlo, porque si no, será inevitable caer bajo el dominio
descontrolado del instinto animal.
¡Domina la imaginación y los deseos! Del mismo modo que el consumo excesivo y
continuo de alcohol termina por provocar un hábito fisiológico que lleva al alcoholismo, el
consumo de lo erótico provoca una dependencia inevitable, y una sobreexcitación habitual,
al mismo tiempo que reduce la capacidad de contemplación estética de la sexualidad.
¡Domina y doma, encauza y orienta tus instintos desordenados! Para eso Dios te ha dado la
inteligencia y la voluntad.
Como el paladar estragado por el picante, el gusto sexual estragado por lo erótico, necesita
de niveles cada vez mayores de excitación. Se hace incapaz de gustar los sabores delicados,
y empieza a buscar sensaciones cada vez más artificiosas y violentas, hasta terminar en
alguna de las muchas desviaciones posibles, y en el aburrimiento más completo. ¡Atento,
no te conviertas en charco!
La intención y el deseo definen al hombre moralmente, tanto o más que las mismas obras
externas. Debes buscar a toda costa que el amor sea cada vez más limpio y, por tanto, que
el corazón sea puro.
Y una última cosa, amigo. No olvides que una cosa es sentir y otra consentir. Si eres una
persona normal, es natural que reacciones ante los estímulos que te presenta el mundo. Es
normal que tus ojos se sientan atraídos hacia las imágenes o fotografías que se exhiben en
los puestos de revistas.
Es normal que sientas un cierto cosquilleo en el estómago cuando ves en los anuncios
clasificados del periódico los servicios que se ofrecen en teléfonos.
Es normal que te tiemble la voz y se pongan rojas las orejas cuando pasa frente a ti la niña o
el niño que te gusta.
Es normal que tu cuerpo reaccione cuando ves una escena de amor en el cine, cuando tu
novia te toma de la mano o te da un abrazo de bienvenida.
Todos estos sentimientos y sensaciones no son malos de ninguna manera. Son prueba de
que eres normal. Si no sintieras nada, tal vez tendrían que preocuparte.
La gotita de agua, de la que te hablé, vio desde el molino lo que era la tierra y se sintió
atraída por ella. Pero ahí no estuvo lo malo. El problema surgió cuando la gotita consintió
en esa atracción y se quiso convertir en tierra, saliéndose del río para terminar convertida en
charco.
Con el noveno mandamiento Dios nos dice que no debemos consentir con esa atracción,
pues nos puede dejar atrapados haciéndonos perder de vista nuestro fin sobrenatural.
Frenar esos disparos de la imaginación y del deseo, es el único medio de ir educando esas
potencias, para que sirvan adecuadamente a la capacidad de amar que tenemos. Sólo esa
educación conseguirá integrar los diversos niveles de nuestra sexualidad, y hacer que el
cuerpo y la mente sean buenos instrumentos y nos sirvan para expresar con espontaneidad y
facilidad nuestro amor. Sólo de esta manera conseguiremos aprender a amar con el cuerpo.
Y si te has convertido en charco, como le pasó a la gotita de agua, por haber permitido la
entrada a tu corazón de miles de pensamientos y deseos impuros, ¿qué debes hacer? La
única solución que te queda es gritar, gritar muy fuerte para que el peregrino que pasa por
el camino te vea, te tome entre sus manos y te devuelva tu vocación de mar y no de charco.
Ese peregrino es Jesucristo. Él sabe que estás llamado a ser grande; no quiere que te quedes
estancado por tener un corazón lleno de impurezas; conoce tu debilidad y por eso te ha
dejado unos sacramentos que te devolverán al río y te ayudarán a mantenerte dentro de su
cauce hasta que llegues a tu meta.
Acude a Él en la oración sin ningún temor. Él es hombre como tú y conoce todos los
peligros que se te pueden presentar en el camino. Pídele su ayuda con la seguridad de que la
recibirás, tal como lo hizo san Agustín, quien escribió: “Creía que la continencia dependía
de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que
estaba escrito: que nadie puede ser continente si Tú no se lo das. Y cierto que lo dieras, si
con interior gemido llamase a tus oídos y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado” (En su
libro “Confesiones” libro 6, 11, 20).
¿Qué es el pudor?
El pudor consiste en defender la dignidad de nuestro cuerpo, evitando que aparezca como
un simple objeto de deseo sexual de los demás.
La educación del pudor viene a ser el contrapeso de una actitud puramente naturalista frente
al hecho de la sexualidad.
Giambattista Torelló sintetiza con acierto las ideas de Max Scheler sobre el pudor en las
siguientes palabras: “Max Scheler, en su excelente opúsculo sobre el pudor, enseñaba que
la unidad de la existencia humana, que el amor fundamental, está protegido por nuestra
misma naturaleza. Este sentimiento vital, tan fácilmente ridiculizado, se distingue
radicalmente del miedo, de la vergüenza, de la ignorancia y de la coquetería que lo
caricaturiza. El pudor es el área de seguridad del individuo y de sus valores específicos,
delimita el ámbito del amor, al no permitir que se desencadene la sexualidad cuando la
unidad interna del amor no haya nacido aún. El pudor no sólo da forma humana a la
sexualidad, sino que favorece además su armónico desarrollo. Las caricias de los amantes,
la exquisita sensibilidad de los verdaderos señores nada tienen que ver con la brutalidad y
la grosería de los primitivos e ignorantes. La finura del verdadero pudor mana de altos
pensamientos y fuertes pasiones, no de mentes cerradas, embotadas por prejuicios contra
todo lo que sea carnal”.
El pudor podría también definirse como la cualidad exclusivamente propia del hombre que
actúa en defensa de la dignidad de la persona humana y del auténtico amor. El pudor sirve
para frenar comportamientos y actitudes que oscurecerían la dignidad del ser. Es un medio
necesario y eficaz a la hora de demostrar el señorío sobre los instintos y vale para integrar
la vida afectivo-sexual en el marco armonioso de la persona.
No debes olvidar que el pudor es un instinto natural, que protege espontáneamente la propia
intimidad.
Gracias al pudor, aprenderás a respetar tu propio cuerpo como don de Dios, miembro de
Cristo y templo del Espíritu Santo; aprenderás a resistir el mal que te rodea, a tener una
mirada y una imaginación limpias y a vivir en el encuentro afectivo con los demás un amor
verdaderamente humano, sin excluir los elementos espirituales.
Te invito al pudor. Tienes que tener especial pudor en tu vestir. Determinados tipos de
escotes o minifaldas, trajes ceñidos, etc., no pueden dejar de llamar la atención sobre los
aspectos provocativamente sexuales del cuerpo femenino.
Ése es también el caso de ciertas tribus sin cultura ni técnica, que habitan en zonas húmedas
y calurosas. Las circunstancias ambientales y su falta de técnica hacen imposible un vestido
adecuado, por lo que van casi desnudos. El pudor se suele expresar disimulando lo
estrictamente sexual, mediante un simple ceñidor. Esa desnudez no tiene ningún significado
de disponibilidad sexual, y así lo sienten todos.
Es más, en esas mismas tribus, cuando una mujer quiere llamar la atención del hombre, lo
que hace es precisamente cubrirse el pecho. Las leyes de la percepción hacen que eso llame
más la atención, puesto que nunca iba cubierta. Y lo que no se ve, pero se imagina, es más
provocativo que lo se ve normalmente, porque las circunstancias hacen que ese modo
elemental de vestir sea el único posible, y por tanto, que sea púdico. En esas circunstancias,
la percepción del conjunto de la sociedad está habituada a expresar el pudor y el impudor
siempre de la misma manera.
Una percepción de este estilo sería imposible en un lugar como el nuestro, en el que el
clima exige cubrirse. El simple hecho de ir vestido, altera totalmente la percepción de la
intimidad corporal. Si estamos acostumbrados a vernos vestidos, la desnudez tiene un
significado radicalmente distinto, destaca una disponibilidad sexual que no se presenta en la
percepción de quienes por necesidad van habitualmente desnudos.
He aquí una ley natural que ninguna voluntad puede alterar, ni siquiera por el afán de una
pretendida naturalidad. Lo natural para el hombre y la mujer depende de su formación
cultural, pues esa formación altera unos modos naturales de percepción, difícilmente
alterables. El fenómeno contemporáneo de la pérdida del pudor y del nudismo es algo
totalmente distinto de la desnudez habitual y constante e inevitable de esas tribus, de las
que hemos hablado.
Una vez que las condiciones ambientales, técnicas, culturales, establecen unas leyes propias
del pudor, se define espontáneamente la frontera entre lo púdico y lo impúdico. Y se
establece el límite natural de la intimidad personal.
Cuando una persona no cuida su propia intimidad corporal, eso significa que no tiene una
dignidad personal que salvar. La prostitución destruye lo más íntimo de las personas, por
eso provoca tanta lástima o tanta repugnancia. Quien entrega el cuerpo sin entregar el alma,
se prostituye. Quien entrega la intimidad corporal sin entregar la intimidad personal, se
prostituye, se ofrece a sí mismo como objeto de deseo, anula su propio carácter y dignidad
de persona.
Por eso, la desnudez, la apertura de la intimidad corporal, ha de ir siempre ligada a la
entrega mutua y total de la propia persona, que se realiza en el matrimonio. La desnudez es
signo de disponibilidad, de abandono y entrega plena, por eso exige que haya una entrega
mutua y para siempre.
Si no, habría prostitución, por parte de uno o de otro. Si la desnudez no es expresión de una
entrega personal, entonces es que esa persona se está presentando ante los demás como
simple objeto disponible, con su inevitable valor sexual en primer plano de utilidad.
Vamos ya aterrizando y concluyendo este mandamiento. Si vives éste, será más fácil el
sexto, que a veces tanto te cuesta. No pierdas nunca de vista que estás llamado a alcanzar
grandes ideales. Estás llamado a ser mar y no charco.
Dios creó a los demás seres humanos y a la naturaleza buscando el bien; míralos siempre
con ojos limpios, que vean más allá de lo material. Busca siempre lo más alto, lo mejor para
ti y para los demás, comportándote de acuerdo a tu dignidad de cristiano, siendo un ejemplo
de pureza y grandeza de alma.
Selecciona cuidadosamente tus amigos y los lugares a los que asistes con ellos. Aléjate de
las situaciones peligrosas. Evita ponerte en peligro asistiendo a espectáculos o lugares
sospechosos. Procura tener entretenimientos sanos, en lugares y a horas adecuadas.
Selecciona cuidadosamente todo lo que entra por tus sentidos: lo que ves, lo que oyes, lo
que pruebas. Vístete de una manera digna de un hijo de Dios. Cuida tu cuerpo con pudor y
no permitas que por tu culpa, otros tengan pensamientos y deseos impuros. No todas las
modas son adecuadas para ti, pues muchas no respetan tu dignidad. ¡No te dejes engañar!
2528 Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón” (Mateo 5, 28).
2530 La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón y
por la práctica de la templanza.
2531 La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad
de ver según Dios todas las cosas.
2533 La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El
pudor preserva la intimidad de la persona.
El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la
pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de intención, la
pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la
imaginación, y con la oración.
LECTURA: Extraída del libro “Creados para amar” (1), de Daniel-Ange, editorial
Edicep, pág. 69 y 70
Además, confiésalo. La impureza, ¿no te deja acaso un gusto amargo –incluso un disgusto-
algo así como las “resacas” después de la droga? Te sientes humillado, nada orgulloso,
decepcionado de ti mismo por haber caído más bajo. Decepcionado porque a cada caída
prometes no recomenzar y secretamente sabes que vas a reincidir. Decepcionado por un
adversario que te ha engañado, que te ha atraído con el señuelo de algo estupendo. ¡Y cómo
te ha engañado!
OTRA LECTURA: Extraída del libro “Dios y el mundo” de Joseph Ratzinger, una
conversación con Peter Seewald, al explicar el noveno mandamiento de la Ley de Dios.
Respuesta del cardenal: Estos dos mandamientos están interrelacionados, desbordan con
creces lo externo, lo fáctico, pues afectan a los pensamientos íntimos. Nos dicen que el
pecado no comienza en el instante en que consumo el adulterio o arrebato injustamente la
propiedad al otro, sino que el pecado nace de la intención. Por eso no basta simplemente
con detenerse, por así decirlo, ante el último obstáculo, porque esto ya es imposible si no he
preservado en mí el respeto íntimo a la persona del otro, a su matrimonio o a su propiedad.
Es decir, el pecado no comienza en las acciones externas y palpables, sino que se inicia en
su suelo nutricio, en el rechazo íntimo a los bienes del otro y a él mismo. Una existencia
humana que no purifica los pensamientos, tampoco puede en consecuencia ser acorde con
los hechos. Por eso aquí se apela directamente al corazón del ser humano. Porque el
corazón es el auténtico lugar primigenio desde el que se despliegan los hechos de una
persona. Sólo por este motivo debe permanecer, por así decirlo, claro y limpio.