Una Discusión Humanista Loida Sardiñas (Articulo Franciscanum)
Una Discusión Humanista Loida Sardiñas (Articulo Franciscanum)
Una Discusión Humanista Loida Sardiñas (Articulo Franciscanum)
Resumen
Palabras claves
Abstract
Keywords
Introducción
1 Cf. J. Moltmann, Antropología cristiana en los conflictos del presente (Salamanca: Sígueme, 1980);
W. Pannenberg, El hombre como problema (Barcelona: Herder, 1976) y Antropología en perspectiva
teológica (Salamanca: Sígueme, 1993); J. L. Ruiz de la Peña, Imagen de Dios: antropología teológica
fundamental (Santander: Sal Terrae, 1988). L. F. Ladaria, Introducción a la antropología teológica
(Navarra: Verbo Divino, 2004); A. Scola, Cuestiones de Antropología teológica (Madrid: bac, 2000) y
Antropología teológica. La persona humana (Valencia: Edicep, 2003).
2 J. Habermas, Aclaraciones a la Ética del Discurso (Buenos Aires: Libros Tauro, 2000), 27.
5 Cf. el tema del repensar y cuestionar un tipo de tradición cristiana vinculada al poder que produce
y reproduce una «lógica sacrificial» en F. Hinkelammert, El grito del sujeto. Del teatro-mundo del
evangelio de Juan al perro-mundo de la globalización (San José: dei, 1998), 332-351.
6 Es importante afirmar que el conservadurismo cristiano no ha sido un pensamiento de afirmación
absoluta de la ley, lo cual genera una tensión entre este pensamiento y las posturas cínicas actuales
de totalización y absolutización de la ley por encima de las personas: «Cuando la contraposición es
entre ley absoluta del mercado y sobrevivencia humana, no corren los viejos esquemas de izquierda
y derecha, ni de conservadores y progresistas. El conservadurismo, que no es el neoconservaduris-
mo, el conservadurismo cristiano, católico y protestante tiene una posición crítica frente a la ley. No
es de afirmación absoluta de la ley». Duque y Gutiérrez, Eds., Itinerarios de la razón crítica (San
José: dei, 2001), 36.
7 J. Barton, Ed., La interpretación bíblica hoy (Santander: Sal Terrae, 2001), 173.
8 Este análisis aparece principalmente en F. Hinkelammert, La fe de Abraham y el Edipo occidental
(San José: dei, 1989), y Sacrificios humanos y sociedad occidental: Lucifer y la bestia (San José:
dei, 1991), obras en las que el autor reconstruye algunos mitos de las tradiciones judía, griega y
cristiana, que fundan una sociedad occidental pretendidamente secularizada y por tanto, amítica
o postmítica. Como fuente teológica y cultural, el cristianismo aporta algunos mitos que «fundan
la conciencia social y formulan el espacio dentro del cual todas las relaciones sociales –en especial
las relaciones de dominación– se forman. Este espacio mítico no es necesariamente consciente,
aunque el mito fundante lo exprese de alguna manera». F. Hinkelammert, La fe de Abraham
y el Edipo occidental, op. Cit., 15. Para el autor, estos mitos que subyacen en las concepciones
sociales resultan un componente esencial de la razón y acción humanas, aun cuando no sean
necesariamente conscientes.
9 Al tratar la historia de Abraham como mito, no se le está negando su historicidad. De hecho, podría
tratarse de un mito surgido a partir de un hecho histórico o resultar un relato alegórico que responde
y explica la realidad de una sociedad o cultura. En cualquier caso, los mitos resultan una «verdad his-
tórica» en la medida en que condicionan o expresan ciertas formas de vida y pensamiento. Desde el
punto de vista histórico, es real el mito en tanto sucede en una comunidad humana o contribuye a la
comprensión de sus estructuras sociales y culturales. Se trata de mitos «históricamente reales» que, por
lo mismo, resultan reales. Cf. Ferrater Mora Diccionario de Filosofía (Barcelona: Ariel, 1998), 2422ss.
10 F. Hinkelammert, La fe de Abraham y el Edipo occidental, op. cit., 345.
11 Aun cuando el relato tradicionalmente se extiende hasta el v. 19, es conveniente reducir este análisis
a aquella perícopa considerada como el material narrativo más antiguo, esto es, vv. 1-14. Con el
detalle de la etiología (nombre de la localidad, perdida en el transcurso de la historia de la tradi-
ción y la explicación de la misma) en el v. 14, terminaba anteriormente la narración. Los vv. 15-19
resultan una adición posterior, que no tiene una función dentro de la narración primigenia misma.
Cf. C. Westermann, El Antiguo Testamento y Jesucristo (Madrid: Fax, 1985), 355. Para G. von Rad, el
texto es un claro ejemplo de conexión entre antiguos materiales narrativos (vv. 1-14) con la promesa
de los patriarcas, lo cual ocurre precisamente en el inserto v. 15. A partir de este enlace se cambia
radicalmente el significado de la narración primitiva que trataba del rescate de un niño dedicado al
sacrificio, con la inmolación de un animal, en una antigua tradición cultual. De tal modo, el conte-
nido del antiguo significado ha llegado a ser completamente ajeno al texto actual. Cf. G. von Rad,
Teología del Antiguo Testamento, Vol I (Salamanca: Sígueme, 1993), 221.
12 El lugar exacto que emplea el relato es el «país de Moria», del que no se conoce absolutamente
nada. La versión siríaca en su lugar dice: «de los amorreos». Cf. Ibíd., 295.
13 Reproducimos Gn. 22 para una mayor comprensión: «(1) Después de estas cosas sucedió que Dios
tentó a Abraham y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él respondió: “Heme aquí”. (2) Díjole: “Toma a
tu hijo, a tu único, al que amas, Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de
los montes, el que yo te diga”. (3) Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó
consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el
lugar que le había dicho Dios. (4) Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos.
(5) Entonces dijo Abraham a sus mozos: “Quedaos aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta
allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros”. (6) Tomó Abraham la leña del holocausto, la
cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. (7) Dijo
Isaac a su padre Abraham: “¡Padre!” Respondió: “¿Qué hay, hijo?” -”Aquí está el fuego y la leña,
pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (8) Dijo Abraham: “Dios proveerá el cordero para el
holocausto, hijo mío”. Y siguieron andando los dos juntos. (9) Llegados al lugar que le había dicho
Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre
el ara, encima de la leña. (10) Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
(11) Entonces le llamó el Ángel de Yahvé desde los cielos diciendo: “¡Abraham, Abraham!” El dijo:
“Heme aquí” (12) Dijo el Ángel: “No alargues tu mano contra el niño, ni le haga nada, que ahora ya
sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”. (13) Levantó Abraham
los ojos, miró y vio un carnero trabado en el zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y
lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo. (14) Abraham llamó a aquel lugar “Yahvé provee”, de
donde se dice hoy en día: “En el monte Yahvé provee”». Todos los textos bíblicos son tomadas de la
Biblia de Jerusalén (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1978).
14 A partir de las investigaciones de la escuela histórico-crítica y su hipótesis documentaria, se afirma
la obra elohísta como una de las fuentes narrativas más antiguas, fechada entre el 850 y el 750 a.C.,
unos dos siglos después del yahwista (entre los siglos x y xi a.C.). El Eloísta está compuesto por
narraciones profundamente introyectadas en la conciencia religiosa judía, y ligadas a la antigua
tradición y el credo judíos.
15 Cf. Ibíd., 99.
16 Ibíd., 299
17 G. Rouiller y P. Ricoeur, Dir., Exégesis. Problemas de método y ejercicios de lectura. Génesis 22 y
Lucas 15 (Buenos Aires: La Aurora, 1978), 337.
18 En consonancia con ello, el evento implica: a) la enunciación de la prueba como punto de partida; b)
el sometimiento del destinatario de la misma a una situación límite provocada, como proceso; y c) la
evaluación o pronunciamiento de juicio, como punto de llegada o resultado. En este sentido, el texto
de Gn. 22 sigue una línea de pensamiento bien definida: (a) Abraham recibe la tarea para la prueba
en la exigencia del sacrificio de su hijo Isaac; (b) se somete y acepta la prueba; y (c) es evaluado en
su respuesta a la exigencia sacrificial.
19 Cf. el nombre Elohim en los vv. 1.4.8s. Resulta válido sospechar que pudiera tratarse de un dios
cananeo, máxime si se considera Gn. 22 como una tradición local muy antigua, preyahwista.
20 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 17.
21 Cf. 2 R. 16.3s y 17.17. Véase también la indignación contra esta práctica común en 2 R. 3.27 y Lev.
20.1-5.
22 Cf. M. Schwantes, La familia de Sara y Abraham (Caracas: Acción Ecuménica, 1993), 5ss., y tam-
bién G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, op. Cit., 221.
23 F. Hinkelammert, La fe de Abraham y el edipo occidental, op. cit., 104.
hijo, ni a los otros. Abraham, libre por ley, se liberó para ser un Abraham
libre frente a la ley, siendo la raíz de su libertad el rechazo a matar29.
33 Hinkelammert ahonda en la inversión de la relación de poder que tipifican Isaac y Abraham: «Tam-
bién el dominador tiene que convertirse. Y eso es lo interesante en la figura de Abraham. El que
se convierte es el Señor. Isaac es el perseguido, y Abraham el perseguidor. Y es Abraham el que se
convierte porque Isaac ya está convertido, y además no puede hacer nada. Pero si Abraham no se
convierte, Isaac está perdido. Y Abraham se convierte. Es decir, la conversión necesaria implica al
dominador». Ibíd., 37.
34 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 51.
38 J. Duque y G. Gutiérrez, Itinerarios de la razón crítica, op. Cit., 45. La fe del primer Abraham que sube
al monte es una fe de cumplimiento ciego, que no toma en cuenta el criterio de la vida humana y por
ello, no es capaz de discernir la ley. A propósito de esta «fe de ley», transcribo un grafitti que leí en una
calle: «Fe sin el hombre es ley. La rebelión es justicia» (calle Benigno Malo, Cuenca, Ecuador).
39 A este tipo de fe abrahámica Juan L. Segundo le denomina «fe antropológica», considerándola ante-
rior -no temporal, sino analíticamente- a toda clasificación religiosa: «Así presenta, en efecto, Pablo
a Abraham (Rom. 4); es un hombre que, antes de ser clasificable religiosamente en una categoría
determinada, cree ya en una especie de promesa que la historia de la liberación y humanización del
ser humano parece dirigir a quienes luchan por ella. Creyó en ‘el Dios que da vida a los muertos y
llama a ser a lo que no es’ (Rom. 4.17)». J. L. Segundo, El caso Mateo. Los comienzos de una ética
judeocristiana (Santander: Sal Terrae, 1994), 4.
40 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 257.
prueba: «ofrécelo (a Isaac) allí en sacrificio» (v. 2). Más tarde, este
mandato sacrificial conforma el clímax de la narración, cuando
la orden «ofrécelo en sacrificio» es trocada por un «no le hagas
nada» (v. 12). Por el lugar que ocupa el tema del sacrificio dentro
del texto no ha de sorprendernos que la interpretación cristiana
tradicional presente la fe de Abraham como su disposición al sa-
crificio. Hinkelammert llama la atención sobre el énfasis que pone
esta interpretación cristiana en la sacrificialidad de la narración,
al contrastarla con la exégesis judía que visualiza el evento apenas
como «amarramiento de Isaac»:
Hay una interpretación judía desde el tiempo de los macabeos (…) que
normalmente habla del «amarramiento de Isaac». En esta línea va asimismo
la interpretación en algunos lugares del mensaje cristiano, como en la carta
de Santiago y en la carta a los Hebreos. En la tradición cristiana posterior es
transformada y radicalizada en el «sacrificio» en el cual Abraham sacrifica
a Isaac. Mientras la tradición judía enfatiza la figura del Isaac amarrado,
en la tradición cristiana es enfatizado el Abraham sacrificador43.
43 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 51. La exégesis judía aporta, además de su énfasis en el
amarramiento de Isaac, otros elementos esclarecedores del mito, no menos relevantes. Así por ejem-
plo, se sugiere el mandato al sacrificio como una venganza de Agar, llevada a cabo por un falso profeta:
«En el mito original, Agar se vengó de Sara atribuyendo un hambre a alguna acción de Abraham, pues
en el Génesis se produce un hambre cuando él está ya casado con Sara, y otra en el relato de Isaac
en Guerar, que parece haberse atribuido originalmente a Abraham. También sugiere que el sacrificio
fue ordenado por un falso profeta, al que Agar sobornó para tal acción en venganza por haber sido
desheredado Ismael». R. Graves y R. Patai, Los mitos hebreos (Madrid: Alianza, 2000), 156.
44 Milton Schwantes expresa estas actitudes abrahámicas como contrasentido: «Cuán extraña y con-
trastante es la actitud amorosa y amable del padre que lleva en sus propias manos el “fuego” y el
“cuchillo” –esto es, las cosas peligrosas–, con la del padre hecho sacerdote que se pone a “matar” y a
“inmolar” a su hijo. Juntas, estas dos actitudes no tienen sentido. No combinan. ¡O una, u otra!» M.
Schwantes, «No extiendas tu mano contra el niño. Reflexiones sobre Génesis 21 y 22», op. cit., 41.
49 Cf. M. Noth, Estudios sobre el Antiguo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1985), 12.
50 P. Beauchamp, Ley, Profetas, Sabios. Lectura sincrónica del Antiguo Testamento (Madrid: Cristian-
dad, 1977), 41.
51 Cf. A. Alt, citado por W. Schmidt, Introducción al Antiguo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1993), 142.
52 Cf. M. Noth, op. cit., 15-18.
53 En este sentido M. Noth señala lo inconveniente de usar la clásica distinción entre prescripciones
cultuales y no cultuales (éticas, sociales, etc.), a la hora de clasificar las reglamentaciones legales
judías. En su criterio, en el ambiente en el que se formulan las leyes veterotestamentarias no se dis-
tingue entre un terreno de actuación sacro y otro profano. Únicamente algunos catecismos breves
tienen un contenido bien preciso y determinado. Ibíd., 64.
54 Ibíd., 20. Énfasis de la autora. Para los dos últimos párrafos, cf. Ibíd., 19ss.
55 A la base de esta alianza y de las leyes subalternas que se derivan de la misma aparecen eventos o
hechos históricos centrales para la vida de Israel en este período, y por tanto, fundamento de las le-
yes. Entre estos hechos que otorgan validez y fuerza a las leyes y explican históricamente la alianza,
podemos mencionar:
a) la salida de Egipto y entrada a la tierra prometida; b) el necesario ordenamiento socio-jurídico
dentro de una organización comunitaria sagrada, anterior a toda ley, que es la agrupación de las
doce tribus israelíes;
c) el contacto y la adopción paulatina de principios jurídicos cananeos, que después se generali-
zaron en todo Israel; d) una profesión de fe histórico-cultual, existente ya desde la época antigua
y que está a la base de la organización de las tradiciones y leyes. Estos eventos ubican el origen
de las leyes israelitas tanto en la jurisprudencia ordinaria, necesaria en una organización social en
ciernes (inicio de la vida sedentaria), bien sea por efecto mimético con los pueblos vecinos (cananeo,
fundamentalmente), o por simple imposición práctica de la administración de la justicia en la coti-
dianidad, como en aquellas consideraciones de índole histórico-religiosas (profesión de fe, éxodo,
p.e). Aun cuando existan diversos criterios sobre el evento que se ubica en la génesis de la ley, ape-
nas hay discordancias sobre la subordinación de la ley y la alianza a cualquiera de estas realidades
históricas. Cf. J. Pikaza, La Biblia y la teología de la Historia (Madrid: Fax, 1972), 64-69; M. Noth,
op. cit., 40-50; W. Schmidt, op. cit., 143s.; G. von Rad, op. cit., 25-38.
56 Esta primera frase de la fórmula del Sinaí –elemento central o esencial del pacto–, es reiterada en la
alianza que Dios establece con Abraham en Gn. 17. A diferencia del pacto sinaítico donde el com-
promiso entre Dios y su pueblo era mutuo, con el patriarca, en cambio, es solo Dios quien se obliga
a sí mismo: sea cual fuere la respuesta y actitud que asuma el pueblo, se dice allí que el Señor será
para siempre Dios de Abraham y de su pueblo. Cf. J. Pikaza, op. cit., 75 y 94s.
tando la manera como Jesús concibe la ley mosaica. Inicia con una
caracterización categórica: «Jesús interpreta la ley mosaica como una
ley reflexiva referente a la vida humana. Es ley dada para la vida, y
por tanto es una ley, que se interpela para la vida»64.
¿En qué radica la novedad de tal «reflexividad»? En el análisis
del texto del amarramiento de Isaac (Gn. 22) nos movimos en un
horizonte de ley, de tendencia inercial de tipo sacrificial, que exigía
que externamente –desde las personas de Isaac y Abraham–, ésta
fuera constantemente interpelada. Sin embargo, se trata ahora de una
tradición legal que es «ley reflexiva», «dada para la vida» y que, por
tanto, «se interpela para la vida». Tres lógicas novedosas, de reflexi-
vidad (frente a la vida), don (de vida) e interpelación (para la vida)
En primer lugar, se afirma que la ley mosaica es una ley reflexi-
va en lo que a la vida humana se refiere, esto es, que como ley está
abierta a reconsiderar una y otra vez, con detenimiento y profundidad,
todo cuanto esté relacionado con la vida humana. Ello está a tono con
lo que Tamez entiende como la función y el carácter de la ley como
«vehiculadora de vida concreta para todo ser humano necesitado de
ella»65. Segundo, nos dice que una ley reflexiva es dada para la vida,
lo que establece el sentido profundo de la ley mosaica y explica el por
qué ha sido dada, esto es, para permitir y garantizar la vida humana,
ubicando la propia ley como don de vida. La ley del Sinaí como expre-
sión de la voluntad amorosa y gratuita de Dios (don) está al servicio de
la vida de Israel. Lo que nos deja abierta la interrogante sobre si hay
leyes que no sean dadas para permitir vivir66 y nos recuerda que aún
cuando toda ley haga referencia a la vida, unas lo hacen de manera
directa (como la que nos ocupa) y otras de manera muy indirecta; pero
también unas afectan positivamente la vida humana y otras lo hacen
negativamente. Tercero, nos dice que al ser una ley dada para la vida,
necesariamente y «por tanto, se interpela para la vida». Quiere esto
decir que, en este tipo de leyes, la interpelación es «interna» a la ley
y no externa. O en otras palabras, que la ley en sí misma abre ya el
espacio de la interpelación, el discernimiento, la demanda de explica-
ción por su sentido y vigencia, aún cuando esta interpelación provenga
siempre de la persona, puesto que la ley no se interpela a sí misma.
Todo ello referido no a unas leyes particulares únicamente
(Decálogo/Código de la Alianza), sino a una «concepción» global
de la ley que funda una determinada tradición legal y óptica in-
terpretativa de la ley. Es decir, una concepción legal que intenta
ser reflexiva; unas leyes concebidas desde el principio ya abiertas
a la interpelación (aunque exigida siempre a la persona que inter-
pela); una comprensión de la ley que se opone a una concepción
formalista de la ley que no concibe interpelación alguna y que por
lo tanto debe ser interpelada siempre «desde fuera», lo que será
ampliado más adelante.
El texto de Hinkelammert que estamos siguiendo, continúa:
«Por eso, Jesús (…) puede insistir en que no ha venido para abolir
la ley, sino para cumplirla, y que no va a quitar ni una jota de la
Ley»67, lo que resulta corolario de lo anterior. Esta ley mosaica
puede y debe cumplirse. Pero su legitimidad no descansa en la
legalidad; ella no ha de cumplirse en forma legalista, es decir,
por el simple hecho de ser ley formal, sino que ha de juzgarse su
cumplimiento a partir de los resultados de la ley sobre la vida hu-
mana. Tal es lo que ocurre con la tradición mosaica: «las normas
no valen por legalidad formal; son constantemente interpeladas
en nombre de la vida humana»68.
En el marco de una ley reflexiva que abre espacios de interpe-
lación, interpelarla, discernirla, requerir una explicación sobre su
69 El Salmo 82.1-8, dice así: «(1) Dios preside el divino tribunal para juzgar, en medio de los dioses: (2)
¿Hasta cuándo serán jueces injustos, que solo favorecen al impío? (3) Denle el favor al huérfano y
al débil, hagan justicia al pobre y al que sufre, (4) libren al indigente y al humilde, sálvenlos de las
manos del impío. (5) Sin saber, ni entender, andan a oscuras, el piso de la tierra se conmueve. (6)
Todos ustedes son dioses, les dije, y son también los hijos del Excelso. (7) Pero, como los hombres
morirán, príncipes, caerán como un cualquiera. (8) Oh, Dios, ponte de pie, juzga la tierra, pues a ti
pertenecen las naciones». Tomada de la Biblia Latinoamericana (Madrid: Paulinas, 1972).
70 Cf. J. Pikaza, op. cit., 203.
71 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 36.
72 Ídem.
73 Nos interesa resaltar el contraste entre esta interpretación de la tradición mosaica, con otras vi-
siones. Así, por ejemplo, G. von Rad, asume que en este período se pasa por un «sometimiento a
esas normas sagradas y colaboración personal en su realización» en tanto se trataba de «un pueblo
incapaz de comprender el mundo si no es con categorías sagradas, es decir, a partir de leyes e ins-
tituciones sagradas que provenían del culto y se mantenían en vigor en virtud de los ritos (...) El
hombre no podía entrar en contacto o participar del mundo divino sino sometiéndose a las normas
sagradas que regulaban su vida social e incluso sus relaciones rurales con la naturaleza circundan-
te. La transgresión voluntaria de este orden sacro suscitaba en aquellos tiempos el terror propio de
una profanación cultual». G. von Rad, op. cit., 60s. Según esta hipótesis, la respuesta del israelita
tribal estaba mediada por el temor y el sometimiento, y no por el hecho de tratarse de leyes con sen-
tido («no matarás», etc.) que a todas luces garantizan la vida humana y que pueden ser asumidas en
libertad y discernidas por el ser humano.
80 En este proceso de dogmatización de la ley actúan como mediadores los sacerdotes. De hecho, la
instrucción en la Torá comenzó a constituir una de las funciones esenciales del sacerdocio una vez
que monopolizan el dominio de la ley. Cf. G. von Rad, op. cit., 257ss. Los sacerdotes son acusados de
haber olvidado la Torá de Yahweh (cf. Os. 4.6), de haber hecho caer a muchos israelitas por medio de
la falsa Torá, y de abusar de la Torá (cf. Mal. 2.8). Cf. C. Westerman, op. cit., 1292.
81 F. Hinkelammert, El grito del sujeto, op. cit., 36s.
82 Hinkelammert asume la frase de Max Weber respecto del Estado de Derecho, en el cual desaparece
la despotía del poder, pero se instaura una despotía de la ley como otro tipo de dominación, ahora
de tipo legal.
83 Ibíd., 115.
84 Ibíd., 40. La asociación entre pecado y ley es entendida por Beauchamp como «debilidad» de la ley:
«La debilidad de la ley consiste en ignorar su debilidad: aquí, debilidad y ley nacen en el mismo
lugar. (…) Aparece un lado común a la Ley y la gracia y otro común a la Ley y al pecado. (…) La ley
está asociada al fracaso de la ley desde la primera generación, lo que constituye una nueva dificul-
tad para creer que el pueblo recibió la tierra a cambio de la observancia de la ley». P. Beauchamp, op.
cit., 49s. El término «debilidad» así usado guardaría relación con lo que San Pablo reconoce como la
«maldición» que pesa sobre la ley. Cf. Gal. 3, 10-14.
85 Ídem. Cursivas de la autora. El autor ejemplifica lo expresado a partir del tema del pago de la deuda
en el tiempo de Jesús, época en la que el deudor que no podía pagar perdía todos sus bienes y él,
junto a toda su familia, eran vendidos como esclavos. Lo mismo sucedía en la Edad Media europea
cuando todo deudor que no pagara recibía cárcel de por vida, en caso de que alguien no asumiera la
deuda y pagara por él. Hinkelammert traslada el símil hasta nuestros días cuando pueblos enteros
son condenados al hambre a causa de su deuda impagable.
Conclusiones
Bibliografía