LA PARADOJA ACTUAL DEL DERECHO ROMANO - Docxi
LA PARADOJA ACTUAL DEL DERECHO ROMANO - Docxi
LA PARADOJA ACTUAL DEL DERECHO ROMANO - Docxi
Hans-Jürgen Adler
En los últimos años se ha venido observando, cada vez más, con mucha más insolente
visibilidad, una relevante contradicción en relación con el conocimiento del derecho
romano. Contradicción que, de suyo, proviene de siglos atrás, pero que se ha venido
detectando y evidenciando en el ambiente académico con mucha insistencia a partir de la
segunda mitad del siglo XX.
Al respecto, se aprecian dos posiciones antípodas: Por un lado, un grupo, compuesto por
ofuscada dupla de sectores: uno, la posición de quienes han sido víctimas de la tradición, de
la falsa enseñanza de este conocimiento; un grupo mayoritario de personas que, con
sobrada razón, detestan todo lo que se refiera a esta materia. Y la otra posición, integrada
por otro sector que, siendo una restringida minoría, paradójicamente ostentan distintivos
como docentes o expertos, o incluso tratadistas, mejor dicho, autoridades, quienes en
realidad camuflados, sin reunir las calidades académicas requeridas, son ciertamente unos
verdugos; son los encargados de matar cualquier intento por entender ese jurídico legado.
Esos incondicionales del oscurantismo medieval han tomado muy en serio su misión de
aniquilar del todo hasta el más mínimo interés por saber de qué se trata esa sistematización
jurídica, por comprender cómo y porqué en la Antigüedad la civilización romana produjo
tan paradigmática expresión cultural cuya presencia hoy nos causa tanta admiración.
Y, del otro lado, está la perspectiva de quienes desde el terreno de la ciencia advierten en el
derecho romano la múltiple manifestación de un auténtico valor cultural, siendo relevante
su función como elemento de identidad, por constituir directamente la base de las
instituciones jurídicas en Europa continental y en Iberoamérica.
Ante la evidencia del hilo conductor que hace significativa la importancia histórico-cultural
de las instituciones jurídicas de la civilización romana de la Antigüedad, importa analizar
cuidadosamente el derecho romano en razón de sus particulares características, ubicándolo
₋como es lógico₋ dentro del entorno social, cultural, económico y político correspondiente
al desarrollo de las etapas de su proceso histórico concreto, para así dejar definitivamente
atrás la infame reproducción de esa pseudocientífica pero arraigada forma entrampada y
carente de penetración para el estudio del derecho romano, abominable proceder
engendrador de innumerables, prolijos y abultados tratados y lecciones en árida e
injustificable rutina de repaso que, por generaciones, se ha limitado a calcar y reiterar con
desvergonzada petulancia desabridos formulismos, preceptos y vetustas perífrasis,
porfiando en necios esquemas que nada tienen que ver con el derecho, ni con el
conocimiento.
Por los siglos de los siglos, los prosaicos predicadores de la doctrina verdadera han
confiado en el perpetuo dogma de la perfección. Sin saber cómo, ni cuando, con
insuperable fanatismo se han sometido a creer que lo contenido en el Corpus Iuris Civilis es
todo.
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Poseídos por ese visceral temor al omnímodo poder de las verdades eternas, su castrada
perspectiva mental nunca les permitió vislumbrar que las normativas recopiladas en esa
magnífica obra contienen documentos jurídicos referidos solamente a un puntual intervalo
de la historia jurídica de Roma, a una sección de la etapa final, la del Imperio, del lapso
ocurrido entre el Emperador Adriano (117 d.C.) y el Emperador Justiniano (565 d.C.), es
decir, cuando ya había concluido la evolución del derecho de Roma. Siendo oportuno
recordar que la etapa del Imperio comenzó en el año 27 a.C.
Ni en la Edad Media, ni en el Renacimiento, ni en la Modernidad, y hasta donde corren los
tiempos en el siglo XXI, los arrogantes agentes de las tinieblas se han percatado de lo que
en realidad significa el conocimiento, la historia, la filosofía, la humana ciencia, mucho
menos la magnitud del derecho. Ellos siempre han visto esa distante cosa de la filosofía
como una aberración de la que únicamente se pueden ocupar ciertos “doctores”, que los
hay, pero muy pocos, con la autorización privilegiada para examinar esos enrevesados
temas.
Por supuesto, esas son cuestiones que ni para qué tocarlas. Y lo mismo sucede, en
consecuencia, con la epistemología. Porque eso de discurrir sobre la fundamentación,
métodos y posibilidades del conocimiento científico es también tabú, eso huele a filosofía.
Es que ¿para qué entrometerse a eso de averiguar tanto asunto de verdades? ¿Cuál verdad?
¡Vaya! Si la verdad ya está dicha. La verdad es solo una. Y es eterna. ¡No nos digamos
mentiras! Cualquiera no se puede meter en esas profundidades.
Nunca se atreven, ni siquiera por un instante, a pensar que existe un acervo jurídico, propio
de una específica civilización, que se encuentra en la historia de la Antigüedad dentro de un
definido período en el que se pueden estudiar muchos valiosos aspectos culturales que
relacionan las condiciones de las gentes, las circunstancias del entorno en el que se
produjeron esas concretas manifestaciones jurídico-políticas de tan grande trascendencia
para la humanidad.
Con un talante de seriedad mucho mayor que la de un mentiroso, en verdad, la indigencia
espiritual de esas anodinas mentes machacadoras de insubstanciales monotonías en
redundantes reediciones, no han encontrado nunca fidedigno asidero cultural, ni
significación real para la generación y práctica del derecho de uso corriente en aquellos
tiempos entre los romanos, porque para estos expertos romanistas ha sido hasta
metafísicamente imposible llegar jamás a imaginarse que también el verdadero estudio de
cualquier rama del derecho requiere un análisis detenido, una sistematizada y metódica
búsqueda racional de los componentes que han contribuido a la formación de ese especial
patrimonio, de esa parcela jurídica que, necesariamente, consta de unas características, que
lo identifican en su particularidad.
En la cínica exposición de sus limitaciones, esas prosaicas mentes no han podido llegar
alguna vez a sospechar que, de pronto, los romanos no fueron los que inventaron el mundo;
que, tal vez no fueron ellos los que inventaron la civilización; que pudiera ser que los
romanos no eran dioses; y que, probablemente, los romanos tampoco fueron los que
inventaron el derecho (pensarlo sería una herejía).
Nunca se les atravesó, por ahí, acaso imaginarse que los romanos pudieron ser personas de
carne y hueso, gentes que por tener características humanas, pues también de algún modo
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andando el mundo llegaron a habitar en la península itálica, y que de pronto, tal vez
hubieran aprendido cosas de otros y hasta evolucionado (bueno, hasta allá, tampoco. Que la
evolución es solo una teoría). Y, así mismo, en tanto se desarrollaban como sociedad, poco
a poco dejaron de ser rústicos campesinos y, pasando el tiempo, fundaron su ciudad-Estado
y luego, a través de la superación de contradicciones internas y externas, alcanzaron logros
culturales que los fueron impulsando cada vez más hacia la conquista de mayores
conocimientos y demás bienes espirituales y materiales, que los condujeron en un continuo
ascenso hacia el liderazgo regional y continental, llegando al grado de configurar con su
presencia y dominio imperial lo que históricamente se define como una gran civilización.
No, hasta allá no es posible permitir la imaginación. Hay insuperables barreras ideológicas
que no admiten incursionar en terrenos tan atrevidos. Pero, según los fanáticos reincidentes
en la reproducción de la indiferencia cultural, una gran civilización es solo eso, nada más.
Basta con tener esa imagen. No hay análisis multidisciplinario, no hay componentes
posibles, no hay un proceso histórico, no hay gentes, ni mucho menos mentalidades, o
familias o clases sociales, o dominadores y sometidos, o señores y esclavos, o economía y
modos y relaciones de producción. Entonces, para qué ocuparse de averiguar si hubo allí
rasgos culturales o relaciones políticas, o conflictos internos, o guerras exteriores, etc.
Realmente, creyéndose expertos en una parcela del derecho, a los preservadores de lo
eterno solo les ha interesado memorizar y reincidir en formulismos ad libitum,
conformándose con asumirse como entendedores de algo que solo ellos perciben en su
sacerdotal astucia como derecho romano. Triste situación de quienes no tienen conciencia
de lo que significa el conocimiento científico, a estas alturas del siglo XXI.