Las Señales de Un Discípulo
Las Señales de Un Discípulo
Las Señales de Un Discípulo
Marcos 8:34-35.
Hay una abismal diferencia entre ser un creyente y ser un discípulo; dentro de
las congregaciones hay muchos simpatizantes del evangelio que están
siguiendo a Cristo a la distancia, pero existen pocos discípulos reales que
estén dispuestos a dar todo lo que tienen por la causa de Jesucristo.
La formación de un discípulo debe ser visto como que es algo muy serio
dentro de las congregaciones. Hay que saber marcar bien la diferencia que
existe entre un asistente a las reuniones y ser un discípulo . Con un
creyente no siempre se puede contar para la construcción
de cosas serias porque tiene en su cabeza otros intereses,
pero a un discípulo siempre lo tendrás en la línea de
avanzada.
A un discípulo no se lo puede formar predicándole un sermón el día domingo
por más unción que tenga el ministro de turno. Y digo esto con mucho temor y
respeto, pero no deja de ser una verdad demasiado punzante que puede llegar
a molestar a alguno de mis amados hermanos y consiervos en el Señor.
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Un discípulo necesita algo más que un predicador, un discípulo necesita de un
padre que lo adopte, es decir, necesita de alguien que ejerza sobre su vida un
mentoreo responsable y sistemático.
La finalidad última de un padre espiritual no tiene que ser
dejar a su discípulo con un certificado en las manos con las
mejores notas, sino dejarlo calificado para que se vuelva
un experto en lidiar con situaciones difíciles y complejas de
la vida diaria.
A medida que la iglesia iba ganando terreno, iba desapareciendo la expresión
discípulo y se engrandecía la figura de “el verdadero hijo en la fe”. Según
Pablo, esto se trataba de una relación donde había cierto nivel de intimidad
paternal. Esto se trataba de una unión de corazones, no de una clase en un
aula.
Esto es lo que quiso decir Salomón cuando dejó registradas aquellas sabias
palabras y qué tan mal las hemos interpretado: “ Instruye al niño en su
camino y aun cuando fuere viejo nunca se apartará de él ”.
En la mentalidad hebrea, la instrucción no era algo externo que venía a la
mente de la persona en calidad de información; no era una hoja escrita con
ciertas lecciones escritas para aprender alguna clase de instrucción de
conducta y moralidad. No era una acumulación de información en el cerebro.
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Allí se pone en evidencia cuáles son las fibras de las que está constituido
espiritualmente.
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manera, sucede con Dios. Cuando no hay discípulos, Dios no puede darse a
conocer.
Las jerarquías que se nos otorguen dentro de una iglesia pueden tener cierto
valor para los hombres, pero Dios sólo nos mira como hijos que se están
formando como discípulos. Todo líder se equivoca cuando piensa que se deja
de ser discípulo por causa de haber abrazado ahora una labor ministerial.
Cuando uno aprende vive, cuando deja de aprender se muere poco a poco cada
día.
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“Envíame a mí”, fue la oración del profeta después de haber visto a Dios.
El Dios del cual hablaba sin conocerlo. Pero después de haberlo contemplado
en su máxima gloria y esplendor, ahora estaba listo para hablar de Dios.
Conocía al Dios histórico, vio en las hojas de los manuales al Dios del
seminario, pero ahora va a hablar de un Dios personal que se le acaba de
revelar. En el aula se nos llena la cabeza de conocimiento, pero el discípulo es
uno que habla de un Dios que conoce y que está dispuesto y calificado para
personificarlo en su propia vida.
La iglesia no se construye con buenos hermanos, sino con personas que han
abrazado la vida discipular.
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dedicación para erradicar ese orgullo que aún permanece en mí, el Cristo que
me habita no podrá crecer dentro de mí.
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A los discípulos hay que dejarlos parados en el techo que yo edifiqué y nunca
en el punto de partida donde yo empecé. Eso se llama redención de los
tiempos. El día que yo me vaya de este mundo debo dejar como herencia
discípulos de calidad. Lo contrario a eso se llama fracaso.
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te daña, sino que es una carga que se soporta con amor. Este es el yugo que
Cristo nos ofrece llevar.
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Cuando una persona quiere ascender del peldaño de seguidor de Cristo al de
ser discípulo de Cristo, debe saber que toda su antigua escala de valores tiene
que ser modificada. No se puede ser discípulo de Cristo y seguir atado a las
viejas costumbres del reino que está pereciendo.
Las costumbres y las tradiciones portan en su interior un poder tan fuerte que
pueden llegar a anular la acción de la Palabra de Dios en una vida.
Jesús les dijo a las personas que para poder ser aceptado en la escuela del
discipulado debían tomar la cruz y seguirle. A nadie le dijo que esto era fácil o
sencillo. El discipulado cuesta. Y ese camino se vuelve complicado porque
nuestros más acérrimos enemigos de la cruz son los que se encuentran dentro
de nosotros mismos.
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El alma alcanza su verdadera paz cuando ha pasado por la vivencia de la cruz.
Si no hay una identificación clara con la cruz, entonces no habrá manera de
poder ser un discípulo de Cristo. Cuando un discípulo ha pasado por la cruz y
lleva sus marcas, siempre se podrá contar con él.
Los creyentes falsos son los que se ofenden rápido, son los que se pelean todo
el tiempo con otros. Los malos ofenden con sus palabras, mientras que los
sabios se defienden con su silencio. Hay algo mejor que perdonar al ofensor, y
es no llegar a enojarse. Allí es cuando nos graduamos de discípulos. Las
tinieblas se ensañan con las personas de pico flojo. El discípulo es un custodio
de la paz porque ha sido bautizado en la paz de Dios.
El discípulo ahora no debe preocuparse más sobre cuánto puede ahora sacar
para provecho personal, sino cuánto está dispuesto para dar. Se tiene que
olvidar de exigirles a los demás que le sirvan, para tomar la toalla y la
palangana porque estas son las herramientas del discípulo con mentalidad de
servidor. La profundidad de nuestra humillación es la medida de la altura de lo
que hemos de gobernar mañana.
El discípulo debe trabajar más que nunca para ser poseedor de un corazón
enseñable, porque las palabras del Maestro van a comenzar a caer como un
martillo sobre sus viejas tradiciones e inútiles formas de vivir. Su finalidad no
es molestarnos, sino darnos una nueva y mejor posición de autoridad.
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Un niño tiene problemas y enfrenta diversas tensiones mientras se va
ajustando a su nuevo medio ambiente dónde deberá desarrollar toda su vida.
El crecimiento genera dolores para el cuerpo del ser humano porque trae
consigo nuevas responsabilidades.
El cristiano es como una camisa que estuvo sucia por mucho tiempo y ahora
está limpia; le fueron quitadas las manchas, pero ahora se encuentra llena de
arrugas. Y para quitárselas se necesita ahora de una plancha que esté bien
caliente y de alguien que ejerza presión sobre la misma para sacar lo que se
encuentra arrugado; y eso es lo que el Espíritu hace en nosotros. Nosotros
somos la camisa arrugada, y la plancha caliente son las situaciones que hemos
de vivir para que pueda ser tratado nuestro carácter. Y el que usa la plancha
ejerciendo presión es el Espíritu Santo.
Estas arrugas que necesitan ser planchadas son las que se citan en Lucas 3:4-
6: “Como está escrito en el libro de las palabras del profeta
Isaías que dice: Voz del que clama en el desierto; preparad
el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se
rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos
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torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos serán
allanados; y verá toda carne la salvación de Dios”.
Esto quiere decir que una vez que salen las arrugas de la vida del individuo, el
camino entonces estará derecho para que el Señor viaje por él y así será más
fácil para el mundo ver a Jesús el Cristo viviendo en el discípulo.
Las montañas del orgullo que se han enraizado en nuestra naturaleza y que se
han agazapado detrás de un atavío religioso, la arrogancia, la obstinación, la
rebelión y el resentimiento deben ser derribadas; los valles de depresión, la
desesperación y la soledad también deben rellenarse.
Las curvas que nos han desviado del conocimiento de la voluntad de Dios
deben enderezarse; los caminos ásperos de los malos hábitos que hemos
contraído a lo largo de nuestra vida, los patrones de conductas equivocadas y
el criterio de hacer las cosas a mi manera, todos ellos deben ser allanados,
deben ser bajados, deben ser traídos a nada.
Ese es nuestro mundo desordenado y sin gobierno que necesita ser sumergido
en el orden de Dios. Una persona que no ha sido llevada a ese nivel de orden
divino, puede que tenga una religión que hasta con cierto amor la puede
profesar, pero aún no está viviendo ni experimentando lo que significa vivir
en el Reino de Dios. Una cosa es congregarse, otra cosa diferente es estar en
la iglesia del Dios Vivo, pero otra cosa muy distinta es vivir en la dimensión
del Reino de Dios.
Cuando hayamos superado con éxito esos escollos en la vida, entonces los que
están a nuestro alrededor empezarán a ver en nosotros al Salvador por medio
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de la vida transformada y hecha conforme a la imagen y voluntad del Hijo de
Dios.
Esa fue la vivencia de David. Desde su ungimiento hasta el día en que se sentó
en el trono de la nación hebrea pasaron cerca de quince años. Dios le fue
cerrando caminos hasta hacer madurar, producir y perfeccionar en él el
carácter que se necesitaba para ser rey de la nación. Se puede tener la unción
real sobre nuestra cabeza, pero mientras sigamos estando verdes, siendo
creyentes y nó discípulos, nó podremos estar en lugares de gobierno y
administración espiritual.
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El creyente invierte lo que tiene en su crecimiento; mientras que el discípulo
tiene la particularidad de ser alguien que lucha por verse reproducido en otros.
El creyente vale para sumar; el discípulo sirve para multiplicar. Los creyentes
aumentan la asistencia de la iglesia, ellos son los que ensanchan los registros
de membresía; pero los discípulos son los que aumentan las comunidades.
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El creyente es como un ahorro, hoy lo tienes, mañana se te va, o a otra iglesia
o al mundo; pero el discípulo es una inversión, no siempre lo tendrás contigo,
o a tu lado, o en la misma iglesia, pero siempre estará con Dios.
El creyente cuida las estacas de su tienda, vive para cuidar su propia viña;
pero el discípulo es uno que ensancha el sitio de su cabaña.
La meta del creyente es llegar el cielo; la meta del discípulo es ganar almas
para llenar el cielo.
El creyente siempre vive esperando con los brazos cruzados que Dios derrame
un avivamiento; pero el discípulo se preocupa por vivir de tal manera que
pueda ser el generador del tan ansiado avivamiento.
No hay cristianos de primera y segunda clase, pero hay escogidos entre los
llamados.
El creyente espera que otro haga las cosas, el discípulo se atreve a servir.
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Al creyente le gusta que lo halaguen, el discípulo ofrece servicio y sacrificio
en silencio sin esperar nada a cambio de ninguna persona.
El creyente cae en la rutina, mientras que el discípulo es un revolucionario.
El creyente espera que se le asigne una tarea, el discípulo es solícito en tomar
responsabilidades.
El creyente murmura y reclama, el discípulo obedece y se niega a sí mismo.
El creyente reclama que le visiten, el discípulo visita.
Hacer discípulo de un creyente es poner cepo al que anda en el Camino, hacer
discípulo de un creyente es dar alas a la evangelización.
Los creyentes suelen ser fuertes como soldados en la trinchera (iglesia), los
discípulos son soldados invasores.
El creyente hace hábitos, el discípulo rompe los moldes.
El creyente sueña con la iglesia ideal, el discípulo se entrega para lograr la
iglesia real.
El creyente maduro se hace discípulo, el discípulo maduro asume los
ministerios.
El creyente predica el evangelio, el discípulo hace discípulos.
El creyente gusta de las campañas, el discípulo vive en campaña.
Al discípulo se le pone una cruz, al creyente una almohada.
El creyente dice: ¡ojalá!, el discípulo dice: ¡heme aquí!
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