José Biedma-El Pensamiento de La Diferencia Sexual
José Biedma-El Pensamiento de La Diferencia Sexual
José Biedma-El Pensamiento de La Diferencia Sexual
Resumen: Este artículo ofrece una síntesis del feminismo de la diferencia, contrastándolo
con el pensamiento feminista de la igualdad, aludiendo a algunas de las autoras más signifi-
cativas de ambas tradiciones. En segundo lugar, desde la óptica raciovitalista de Julián Ma-
rías, ofrece una perspectiva de la sexualidad como instalación sexuada propia de la estruc-
tura empírica de la vida humana. En tercer lugar, refiere a las ideas de Victoria Camps que,
desde el ámbito de una ética actual, que ya presupone la igualdad política, quiere pensar po-
sitiva y diferencialmente algunos de los valores y roles representados tradicionalmente por
la mujer, como aportaciones universalizables a la cultura presente.
Palabras claves: Feminismo de la diferencia / mujer / valores / sexualidad / género/ igual-
dad / roles femeninos.
Abstract: This article offers a synthesis of the feminism of the difference, resisting it with
the thought feminist of the equality, alluding to some of the most significant authors of both
traditions. Secondly, from the raciovitalista optics of Julian Marias, it offers a perspective
of the sexuality like own installation of the empirical structure of the human life. Thirdly,
it refers the ideas of Victoria Camps that, from the scope of a present ethics, that already
estimates the political equality, wants to think positively and from the difference some of
the values and rolls represented traditionally by the woman, like cosmopolitan contributions
to the present culture.
Keys-words: Feminism of the difference/ woman / values / sexuality / genre / equality /
women rolls.
¿Es el ser neutro? ¿O existe una forma masculina y otra femenina de ser?
Tal vez sea este problema filosófico el más interesante de nuestra época
(Luce Irigaray), o el verdadero problema si —como afirmó Heidegger— cada
Boletín Millares Carlo, núm. 27. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2008.
316 José Biedma López
noración del que hay que salir definitivamente, para convertirse en «hombre»,
o para ser iguales que los hombres (varonización o virilización de la mujer).
El feminismo de la diferencia acepta las peculiaridades de las que las
mujeres son portadoras, asume la propia parcialidad sexuada, aspira a dar
mundo al deseo femenino, y recha-
za la igualdad como una nueva
máscara de opresión:
«La igualdad es lo que se ofrece a
los colonizados en el plano de las leyes
y los derechos. Es lo que se les impo-
ne en el plano de la cultura. Es el prin-
cipio según el cual el que manda conti-
núa condicionando al subordinado. El
mundo de la igualdad es el mundo de la
opresión legalizada, de lo unidimen-
sional; el mundo de la diferencia es el
mundo donde el terrorismo deja caer
las armas y la opresión es sustituida por
la variedad y la multiplicidad de la vida.
La igualdad entre los sexos es la apa-
riencia bajo la que se oculta hoy la in-
ferioridad de la mujer»
1998). La «perspectiva de
género» arraiga en el fe-
minismo de la igualdad
y parece querer superar
el determinismo biológico
mediante un determinismo
cultural, que a su vez
habría que superar me-
diante un voluntarismo
indeterminista o existen-
cialista. Estaríamos «con-
denados a la libertad» de
tener que elegir absoluta-
mente si ser varones o
mujeres...
Pero es evidente que
el «rol de género» ha es-
tado, está y estará de-
terminado por predis-
posiciones y aptitudes
heredadas, biológicas, an-
tropológicas, y ello, al menos, mientras sigamos siendo una especie biológi-
ca. Y conceder esto es compatible con la defensa de la igualdad política, de
la libertad y de la dignidad ideal de la persona, quien, por supuesto, puede
elegir o apropiarse originalmente las circunstancias sexuales de su vida, de
acuerdo a modelos sexuados flexibles, e incluso con independencia de su sexo
biológico, o transformándolo con ayuda de la cirugía y la química de las hor-
monas.
Lo biológico puede y debe ser trascendido en un marco ético y político
negociable, pero no es insignificante ni despreciable, tampoco es desprecia-
ble la filogenia de la especie, si queremos construir modelos de sociedad y
de relación personal que armonicen naturaleza y cultura. En este sentido,
cualquier esperanza de un futuro más igualitario y justo ha de estar mediada
por el conocimiento de lo que de verdad somos, y cualquier política posible
ha de contar con lo que la ciencia ha descubierto de nuestros orígenes y ap-
titudes.
¿ESENCIALISMO DE LA DIFERENCIA?
La diferencia entre los sexos nunca ha sido una diferencia oficial de la fi-
losofía, al menos hasta Martín Heidegger, incluso el alemán. Heidegger no
habla de Mensch, sino que escoge el título neutro das Dasein (existencia). Das
Dasein no es ninguno de los dos sexos (keines von beiden Geschlechtern ist).
Jean Paul Sartre disiente con Heidegger e introduce el análisis de la diferencia
sexual en el análisis existencial, insinuando que no se trata de un accidente
contingente ligado a nuestra naturaleza fisiológica, sino una «estructura ne-
cesaria del ser-por-sí-por otros». Lévinas también critió a Heidegger por la
«impersonalidad opresiva» y el «materialismo vergonzoso» de su última me-
tafísica que pone el énfasis en «una obediencia que no requiere ningún ros-
tro» en su «exaltación del neutro», de un «hay» sin nombre ni rostro. Pues,
para Lévinas, el rostro del otro debe-
ría estar señalado por la diferencia
sexual. Al principio de su itinerario
filosófico, Lévinas identifica el rostro
del otro con el rostro de la Amada, y
la sublimidad de la ética con la cus-
todia representada por la figura de la
madre.
A pesar de su esfuerzo, Wanda
Tommasi reprocha tanto a Lévinas
como a Derrida el que no hallen es-
pacio en su pensamiento para las
mujeres vivas, y sobre todo para la
relación madre-hija, que sigue sien-
do lo impensado, lo no analizado den-
tro de la articulación socio-simbólica
occidental. Toda nuestra cultura ha
El pensamiento de la diferencia sexual 321
MISOGINIA Y VITALISMO
5
Sobre la violencia simbólica del dominio masculino cfr. Pierre Bourdieu. La domi-
nación masculina, Anagrama, Barcelona, 2000.
322 José Biedma López
Para Julián Marías, la actividad sexual sólo es una parte de nuestra vida,
pero la condición sexuada nos marca esencialmente y afecta a su integridad,
en todo tiempo y en todas dimensiones.
El «hombre» no existe. Hay dos reali-
dades somáticas y psicofísicas diferen-
tes: varones y mujeres; al menos, en el
plano empírico (no analítico). La dife-
rencia sexual aparece en el plano empí-
rico, pero no es accidental, sino estruc-
tural. La vida humana es de hecho, de
manera estable y permanente, una rea-
lidad sexuada, como forma radical de
instalación.
Hay pues dos clases de hombres o
personas: los varones —llamados abu-
sivamente en muchas lenguas «hom-
bres»; men, hommes, uomini—, y las
mujeres. Podemos hablar de propieda-
6
Como respuesta a los retos del feminismo, asumiendo crítica y conscientemente el
punto de vista de la diferencia masculina: Victor J. Seidler. Riscoprire la mascolinità.
Sessualità ragione linguaggio, Roma, 1992.
El pensamiento de la diferencia sexual 323
7
Es revelador el hecho de que el niño percibe, distingue y reconoce muy pronto a
varones y mujeres y reacciona de modo bien distinto frente a ellos y ellas.
324 José Biedma López
JM ensaya una interpretación asertiva del mito del Génesis. La mujer está
más lejos de la naturaleza que el varón; supone un más alto grado inicial de
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perfección; está hecha de la carne del varón y, quizá, de sus sueños. El mito
expresa la inicial insuficiencia del varón.
No todas las mujeres son bellas; pero todas han de serlo. La mujer que
no intenta ser bella no funciona como mujer, ha dimitido de su condición, o
la ha sacrificado. Ese sacrificio ¿puede
ser meritorio? Cuando JM habla de
belleza no se refiere sólo a la belleza
física, sino a la belleza personal feme-
nina. La forma femenina de la belleza
es la gracia8. Esa gracia es algo alado,
ligero, opuesto a la gravedad del va-
rón: agraciada, graciosa, grácil... Por
eso, la misión de la mujer es la del ala:
tirar hacia arriba. Por eso la mujer
nunca está enteramente presente, se
muestra interesante al invitar a alcan-
zarla y retenerla. Su realidad se mues-
tra celada en forma de interioridad en
su grado superlativo: intimidad. El
pudor de la mujer es lo que rezuma su
intimidad, lo que descubre y denuncia
su interés. La mujer es incitante por-
que su función es poner en movimiento al hombre, llamarlo, por eso puede
ser provocativa (adjetivo inaplicable a la atracción masculina). El que la ini-
ciativa amorosa sea privativa del varón es un hecho social y no natural. Cuan-
do se habla de la actividad del hombre y la pasividad de la mujer, se olvida
que el «mover» es una forma particularmente intensa de actividad9.
Pero hay otra dimensión distinta del proyecto vital femenino: su condi-
ción estable o estabilizadora. La mujer huidiza, evasiva, elusiva, que arrastra
al hombre hacia lejos y hacia lo alto, acaba por quedarse en alguna parte y
echar raíces. Mientras el hombre tiende a marcharse, la mujer prefiere acam-
par. Es la condición protectora y envolvente simbolizada en la falda, el velo,
el manto o la casa. Las metáforas de la clausura han sido los grandes elogios
de la mujer: hortus conclusus, fons signatus. La mujer, tras llamar al varón,
se esconde y encierra, y el hombre tiene que llamar a su puerta, con la es-
peranza de que la mujer le abra y lo deje entrar, le permita penetrar en su
intimidad.
No hay nada más menesteroso e inseguro que una mujer sola, y por eso,
sola, se siente tentada a escapar de su condición femenina, pero si cumple
su función social femenina, tiene la seguridad que da la aceptación de la rea-
8
El saludo del arcángel Gabriel a María contiene la expresión más adecuada: Khaîre,
kekharitoméne, «salud, la llena de gracia».
9
Justamente la forma de enérgeia del motor inmóvil de Aristóteles.
El pensamiento de la diferencia sexual 327
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J. A. Marina, en El rompecabezas de la sexualidad, define el verdadero amor como
un diálogo interminable.
328 José Biedma López
do el hombre va, la mujer está de vuelta», y por eso la mujer maneja tan fá-
cilmente al hombre, incluso al que es «intelectualmente» superior.
La razón se ejercita allí donde hace falta, cuando la acción no fluye con
espontaneidad fundada en una creencia firme. Una vez más, la diferencia se
impone, porque no sólo a la mujer y al hombre les hacen falta cosas distintas
para ser felices, sino que entienden por felicidad cosas diversas. Cuando el
hombre tacha a la mujer de «ilógica», probablemente lo que pasa es que no
sabe lo que ella quiere, y la mujer lo sabe demasiado bien, y probablemente
lo oculta.
La mujer intelectual, que participa de la razón (masculina) con la que se
han creado las ciencias y la política, se encuentra dividida, cuando sigue siendo
mujer y operando según los principios tradicionales de su sexo, de ahí su
probable inestabilidad e inseguridad. Según JM, harán falta muchos años para
que la mujer sea capaz de hacer «cultura» poniendo en juego las formas y
«categorías» de la razón femenina.
Sería de esperar una iluminación decisiva de muchos problemas que hasta
ahora se han resistido tenazmente, y que acaso cedieran a ésta otra manera de
la razón. Para ello sería menester que las mujeres evitaran estos dos escollos:
imitar al hombre, rehuirlo por resentimiento —las dos cosas que han solido hacer
siempre las «feministas»—. Tendrían que abandonarse creadoramente a su pro-
pia inspiración, dejar manar su peculiar forma de racionalidad. Antropología
metafísica, p. 155.
aparecen como negativos y nihilistas porque son la antítesis del poder, las
cualidades que por fuerza han de desarrollar los seres dominados. Pero nues-
tra filósofa discrepa de la posición de Simone de Beauvoir según la cual los
supuestos valores femeninos no lo son porque fueron inventados por los hom-
bres para cebarse más y mejor en su dominación.
No tenemos por qué dar por supuesto que en ese reparto de valores los
varones no se equivocaron y se asignaron a sí mismos, precisamente, lo me-
nos valioso.
¿Por qué tiene que valer más la fuerza que la debilidad, el mando que la
sumisión, el autodominio que el sentimentalismo, la coherencia que la dispersión?
12
Victoria Camps critica a Amelia Valcárcel, la cual, desde un feminismo de la igual-
dad, ha predicado el «derecho al mal» de la mujer. «Me resisto a predicar la generaliza-
ción del mal ni siquiera como vía para conseguir la igualdad», p. 138, n.5.
13
Me pregunto si el giro de la Ética de la Educación secundaria y el bachillerato hacia
cuestiones políticas no es una versión «progre» del androcentrismo filosófico.
14
In a Different Voice. Harvard, 1982.
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Nota del autor: Las ilustraciones de este artículo se han conseguido del buscador de
imágenes Google. Son por tanto de dominio público y han sido empleadas en este artículo
sin ningún interés publicitario o comercial. La imagen final de la maternidad ha sido halla-
da en el blog del Ampa La Latina, donde aparece bajo el nombre de «alex-alemany». No
nos ha sido posible entrar en la página web originaria. Escrita quede esta nota en home-
naje a sus creadores —sean quienes fueren— y en agradecimiento al servicio prestado.